Post on 10-Nov-2018
L e S a g e
H ISTOR IA DE GIL BLAS DE SANTILLANA
TOMO
MCMXXII
L E S A G E
H i s t o r i a
Sagt ana
Traducción dé] P . Isla
L a famosi sima n ovela de L e Sage GIL BLAS DE
SAN T ILLAN A fué traduci da superi ormen te por el pa
dre Isla , el autor de Fray Gerun dio . Esta traducci ón
es la que publi camos . H i zola el padreº]sla con la
i n tenc ión de mostrar pa ten te el ori gen español de
la i n spi ra ci ón que an ima ra a L e S age . ¿ Consi guió
lo que pretendi a ? En pa rte si , pues lei do el GIL BLAS
en la traducción española de Isla parece en teramen te
una novela p i ca resca de las muchas que ha producido
nues tra li tera tura . P ero si mi ramos con mayor a ten
c ión la novela , veremos en ella un gran número de
ra sgos que esenci a lmen te la clas i fi can en tre las obras
de i ngen i o e i nspi ra ci ón tipi camen te franceses . P re
pondera la descri pc ión de cara cteres , la fi na sáti ra
mora l , la i n ten c i ón psi cológi ca sobre la mera narra
ci ón de aven turas . L e S a ge n o i nven ta i n tri gas por
el solo placer de la a cción , si no para engarza r en
ellas tipos , vi ci os , defectos mora les . ri di culeces de la
especi e huma na . A si adqui ere su obra un sen ti do
fi losófi co ,mora l ; más que n ovela de aven turas es no
vela de costumbres y de cara cteres .
L e S age , que naci ó en la Bretaña y se h i zo a bogado
en P a ri s, fué uno de los pr imeros escri tores que vi
v i eron exclus i vamen te de su pluma . Publi có en 1 715
los dos primeros tomos de GIL BLAS .
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que llega ban
hasta el pun to en que Gi l Blas es n ombrado i n tenden te
genera l de D . Alfon so de Leyva . En vi sta del formi
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da ble éxi to que obtuvo , escr i b ió un a con ti nua ewn , pu
bli cada en 1 724 , que comprende la es tanci a de Gi lBlas en Gran ada y su tra slado a Madri d , con la
hi stori a de su pri van za con el duque de Lerma. El
e.vi to de esta con ti nua ción sup eró a l de los dos pri
meros tomos , y en 1735 publi có L e S age el fi na l dela obra , con la n arrac ión del mi n isteri o y muerte delConde Duque y el reti ro de Gi l B las a L i ri a .
GIL BLAS DE SANTILLANA
DECLARACION DE LE SAGE
Como hay personas que n o saben leer un libro
sin aplicar los caracteres viciosos o ridícul os que
en él se censuran a personas determinadas , decla
ro estos maliciosos lectores que h a rán m al y se
engañarán mucho en hacer la aplicación a ning ún
individuo en particular de los retratos que encon
traran en esta obra . Protesto al público que sola
mente me h e propues to representar la vida del co
mún de los hombres tal cual es, y no perm i ta Dios
que jamás sea mi ánimo señalar a ni nguno con e l
dedo . Si hubiere alguno que crea se h a dicho por
él lo que puede convenir a tantos otros , le acon
sej o que calle y no se quej e , porque de otra manera él mismo se dará a conocer fuera de tiempo .
S tulté nuda bi t an imi consci en ti am, dice Fedro .
N o menos en Francia que en España se h allan
m édi cos cuyo método de curar n o es otro que san
grar sobradamente a sus enfermos . Los v icios ylos originales ridícul os son de todas las naciones.
Confieso que no siempre describ í exac tam ente las
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costumbres españolas . Por ej emplo : los que sabencómo viven en Madrid los comediantes , quizá. me
notarán de haberlos pintado con colores demasia
damen t e mitigados; pero creí deber hacerlo así
por que fuesen algo más parecidos a los nuestros .
UNA PALABRITA AL LECTOR
Antes de leer la historia de mi vida, escuclia ,
lector amigo , un cuento que t e voy a contar .
Caminaban juntos y a pi e dos estudiantes desde
Peñafiel a Salamanca . Sintiéndose cansados y se
di en t os, se sentaron jun to a un a fuente que estaba en e l camino . Después que descansaron y mitigaron la sed , observaron por casualidad una como
lápida sepulcral que a flor de la tierra se desen
bria cerca de ellos , y sobre la lápida unas letras
medi o borradas por el tiempo y por las pisadas
del ganado que venía a beber a la fuente . P i có les
la curiosidad , y lavando la piedra con agua , p_
u
dieron leer estas palabras castellanas : Aqui está en
terrada el a lma del li cenc i ado P edro Garcia .
El más mozo de los estudiantes , que era v iv ara
cho y un si es n o es atolondrado , apenas leyó la
inscripción cuando exclamó , riéndose a carcajadatendida : disparate ! ¡Aquí está enterrada
e l alma ! Pues qué , ¿un alma puede enterrarse ?
¡Quién me diera a conocer e l ignoran t ísimo autor
de tan ridículo epitafio !» Y diciendo esto , se levantó para irse . Su compañero , que era algo más juicioso y reflexivo , dij o para consigo : (Aquí hay m i s
terio , y no m e h e de apartar de este sitio hasta
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averig uarlo .» Dejó partir al otro , y , sin perder
tiempo , sacó un cuchillo y comenzó a socavar latierra alrededor de la lápida, hasta que logró le
v an t erla . Encontró debaj o de ella un bolsillo ; abrió
le , y halló en él cien ducados , con estas palabras
en latín : Dec lárote por heredero mi o a ti , cua lqui era
que sea s , que has ten i do i n gen i o pa ra en tender e l
verdadero sen t ido de la i nscr ipción ; pero te enca rgo
que uses de este di nero mejor que yo usé de él . Alegre
el estudiante con este descubrimi ento , volvió po
ner la lápida como antes estaba y prosiguió su ca
mino a Salamanca , llevándose el alma del li cen
c iado .
Tú,amigo lector , seas quien fueres, necesaria
mente te has de parecer a un o de estos dos estu
diantes . Si lees m i s aventuras sin hacer reflexión
a las instruccion es morales que encierran , ningún
fruto sacarás de esta lectura; pero si las leyeres
con atención , encontrarás en ellas , según el pre
cepto de Horacio , lo úti l mezclado con lo a grada ble .
L IB R O P R IME R O
CAPITULO PR IMER O
Nacimi ento de Gi l Blas, y su educaci ón .
Blas de Santillana , mi padre , después de haberservido muchos años en los ej ércitos de la Monar
quí a española , se retiró al lugar donde había na
cido . Casóse con una aldeana , y yo nací al mundo
d iez meses después que se habían casado . Pasaron
se a vivir a Oviedo , donde mi madre se acomodó
por ama de gobierno y mi padre por escudero .
Como n o tenían más bienes que su salario , corría
gran peligro mi educación de no haber sido la me
jor s i Dios n o me hubiera deparado un t ío que
era canónigo de aquella iglesia . Llamáb ase Gi l Pérez , era hermano mayor de mi madre y había sidomi padrino . Figurate , allá en tu imaginación , lec
tor m ío , un hombre pequeño , de tres pies y medio
de estatura, extraordinariamente gordo , con la ca
beza z ambul li da entre los hombros , y h e aquí la
vera efi gi es de mi tío . Por lo demás, e ra un ecle
siást i co que sólo pensaba en darse buena vida ;
quiero decir en comer y en tratarse bien , para lo
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cual le suministraba suficientemente la renta de
su prebenda .
L levóm e a su casa cuando yo era niño y se en
cargó de m i educación . Parecíle desde luego tan
despejado , que resolvió cultivar mi talento . Com
próm e una cartilla y quiso él mismo ser mi maes
tro de leer. También hubiera querido enseñarme
por sí mismo la lengua latina , porque ese dinero
ahorraría; pero el pobre G i l Pérez se vió precisado
a ponerme baj o la férula de un preceptor,y m e
envió al doctor Godínez , que pasaba por ser e l
más hábil pedante que había en Oviedo . Aprove
ché tanto en esta escuela , que al cabo de cinco o
seis años entendía un poco de los autores griegos
y suficientemente los poetas latinos . Apliquém e
después a la Lógica , que me enseñó a discurrir y
argumentar sin término . Gustáb anm e mucho las
disputas , y detenía a los que encontraba , conoci
dos o no conocidos , para proponerles cuestiones y
argumentos . Topáb ame a veces con alg unos man
teístas que no apetecían otra cosa , y entonces era
e l oím os disputar . ¡Qué voces ! ¡Qué patadas ! ¡Quégestos ! ¡Qué contorsiones ! ¡Qué espum arajos en las
bocas ! Más parecíamos energúmenos que filósofos .
De esta manera logré gran fama de sabio en todala ciudad . A mi tío se le caía la baba , y se lisen
jcab a infinito con la esperanza de que , en virtudde mi reputación
,presto dejaría de tenerme sobre
sus costillas . Díjom e un día : G i l Blas ! Ya
no eres niño ; tienes diez y siete años , y Dios te
ha dado habilidad . Hemos menester pensar en
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ayudarte . Estoy resuelto a env iarte a la Un iv ersi º
dad de Salamanca , donde con tu ingenio y con tu
talento no dejarás de colocarte en un buen puesto . Para tu viaj e t e daré algún dinero y la mula ,que vale de diez a doce doblones , la que podrás
vender en Salamanca , y mantenerte después con
e l dinero hasta que logres alg ún empleo que t e dé
de comer honradamente .»
No podía mi tío proponerme cosa más de mi
gusto , porque reventaba por v er mundo ; sin em
bargo , supe vencerme y disimular mi alegría . Cuan
do llegó la hora de marchar , sólo m e m ost ró ai li
gido del sentimiento de separarme de un tío a quien
deb ía tantas obligaciones ; en t ern ec i óse el buen se
nor , demanera que m e dió más dinero del que m e
daría si hubiera leído o penetrado lo que pasaba
en lo intimo de mi corazón . Antes de montar quise
ir a dar un abrazo a mi padre y a mi madre , los
cuales n o anduv ieron escasos en materia de conse
j os . Exh ortáronm e* a que t odos los d ías en comen
dase a Dios a mi tío , a vivir cristian amente , a n o
mezclarme nunca en negocios peligrosos y , sobre
todo , a no desear , y mucho menos a tomar , lo aje
no contra la voluntad de su dueño . Después de
haberme arengado largamente , m e regalaron con
su bendición , la única cosa que podía esperar de
e llos . Inmediatamente m on tó en mi mula y salí de
la ciudad .
CAPITULO II
De los sustos que tuvo Gi l Blas en el camino de
Peñaflor, lo que hi zo cuando llegó allí y lo que le
sucedió con un hombre que cenó con é l.
H é t eme aquí ya fuera de Oviedo , camino de P e
ñaf lor , en medio de los campos , dueño de mi per
sona, de una mala mula y de cuarenta buenos du
cados , sin contar algunos reales más que había
hurtado a mi bon ísimo t ío . L a primera cosa que
hice fué dej ar la mula a discreción , esto es , que
anduviese al paso que quisiese . Ech éla el freno so
b re el pescuezo , y sacando de la faltriquera misducados los comencé a contar y recontar dentro
del sombrero . N o podía contener mi alegría; j amás
m e había visto con tanto dinero junto ; n o me h ar
taba de verle , tocarle y re t ocarle . Estáb ale recon
tando quizá por la v igésima v e z , cuando la mula
alzó de repente la cabeza en aire de espantadiza,aguzó las orejas y se paró en medi o del camino .
Juzg ué desde luego que la había espantado algun a
cosa, y examiné lo que podía ser. Vi en medi o del
camino un sombrero , con un rosario de cuentas
gordas en su copa , y al mismo tiempo o í una voz
lastimosa que pronunció estas palabras :
pasajero , tenga usted piedad de un pobre soldado
estropeado y sírvase de echar algunos reales en
ese sombrero , que Dios se lo pagará en el otro
mundo !» Volví los oj os hacia donde venía la voz ,
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y vi al pi e de un matorral , a v einte o treinta pasos
de m i , un a especie de soldado , que sobre dos palos
cruzados apoyaba la boca de una escopeta . que
m e pareció más“
larga que un a lanza , con la cual
me apun taba a la cabeza . Sob resa lt ém e extrañamente , miré como perdidos mis ducados y empecéa temblar como un azogado . Recogí lo mejor quepude mi di nero ; metile disimulada y boni tamen te
en la faltriquera , y quedándome en las manos con
algunos reales los fuí echando poco a poco y uno
a un o en.
el sombrero destinado para recibir la
limosna de los cri stianos cobardes y atemori zados ,a fin de que conociese e l soldado que yo me por
taba noble y generosamente . Quedó satisfecho de
mi generosidad y di óme tantas gracias como yo
espolazos a la mula para que cuanto antes m e ale
j ase de él; pero la maldita bestia , burlándose demi impaciencia, n o por eso caminaba más a prisa .
La viej a costumbre de caminar paso a paso baj oe l gobierno de m i t io la había hecho olvidarse delo que era el galope .
N o m e pareció esta av entura e l mej or agueropara e l resto del v iaje . Veía que aun n o estaba en
Salamanca y que me podían suceder otras peores .
Parec i óm e que mi t ío había andado poco prudenteen n o haberme entregado a algún arriero . Estoera , sin duda , lo que debiera haber hecho ; perole parecía que dándome su mula gastaría menosen e l viaje , lo cual le hizo más fuerza que la cons iderac i ón de los peligros a que me exponía . Para
reparar esta falta determiné vender mi mula en
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Peñaflor, si tenía la dicha de llegar a aquel lugar.y ajust arme con un arriero hasta Astorga , hac ien
do lo mismo con otro desde Astorga a Salamanca.
Aunque nunca había salido de Oviedo,sab ía los
nombres de todos los lugares por donde había de
pasar, habiéndome informado de ellos an tes de ponerme en camino .
Llegué felizmente a Peñaflor y m e paré a la
puerta de un mesón que tenía bella apariencia .
Apenas eché pie a tierra cuando e l mesonero me
salió a recibir con mucha cortesía . El mismo des
ató mi maleta y m i s alforj as , cargó con ellas y m e
conduj o a un cuarto , mientras sus criados llevaban
la mula a la caballeriza . Era el tal mesonero e l
mayor hablador de todo Asturias , tan fácil en con
tar sin necesidad todas sus cosas como curioso en
informarse de las a j enas . Díjom e que se llamaba
Andrés Corzuelo y que hab ía servido al rey mu
chos años de sargento,y se había retirado quince
meses hacía por casarse con una moza de Castro
pol , que era buen bocado , aun que algo morena. Ydespués m e refirió otra infinidad de cosas que tanto
importaba saberlas como ignorarlas . Hecha esta
con fianza, j uzgándose ya acreedor a que yo le co
rrespondiese con la misma, m e preguntó quién era ,
de dónde venía y a dónde caminaba . A todo lo cualm e consideré obligado a responder artículo por ar
tículo , puesto que cada pregunta la acompañaba
con una profunda reverencia , suplicándome muy
respetuosamente que perdonase su cur iosidad . Esto
me empeñó insensiblemente en un a larga conver
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conformaría con ello . R epli cóm e , picándose de hom
bre de bien y t irnorat o , que habiendo interesado
su conciencia le tocaba en lo más vivo y en lo que
más le dolía, porque al f in éste e ra su lado flaco ;y efectivamente. no era el más fuerte
,porque en
lugar de los diez o doce doblones en que mi t io la
había valuado no tuvo v ergi i en z a de tasarla en
tres ducados , que me entregó , y yo recibí t an ale
gre como si hub iera ganado mucho en aquel trato .
Después de haberme deshecho t an ventaj osa
mente de mi mula , e l mesonero me conduj o a casa
de un arriero que al d i a siguiente había de part ir
a Astorga. Díjom e ést e que pensaba salir antes de
amanecer y que él tendría cuidado de despertar
me . Quedamos de acuerdo en lo que le había de
dar por comida y macho , y yo me volví al mesón
en compañia de Corzuelo , el cual en e l camino me
comenzó a contar toda la historia del arr iero . En
c ajóm e cuanto se dec ía de él en la villa , y aun lle
vaha traza de continuar a turd iéndom e con sus im
pertinentes habladur ías , cuando , por fortuna , le
interrumpió un hombre de buen aspecto , que se
ac ercó a él y le saludó con mucha urbanidad . De
jeloe a los dos y proseguí mi camino , sin pasarme
por e l pensamiento que pudiese yo tener parte al
guna en su conversación .
Luego que llegué al mesón , pedí de cenar . Era
día de vi ernes y m e contenté con huevos . Mientras
los disponían , t rahé conversación con la mesonera ,
que hasta enton ces no se había dejado v er . Pare
cióme bastan temente linda. de modales muy desi
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embarazados y vivos . Cuando me avisaron que yaestaba hecha la torti lla , m e senté a la mesa solo .
No bien había comido el primer bocado , he aquí
que entra el mesonero en compañ ia de aquel hom
b re con quien se hab ia parado a hablar en el ca
mino . El tal caballero , que podía t en er treinta años ,traía al lado un largo ch a fa ro t e . Acercándose a m i
con cier to ai re a legre y apresurado , <<Señor liceu
c lado— me dij o acabo de saber que usted es el
señor G i l Blas de Santillana , la honra de Oviedo
y la antorcha de la Filosofía . ¿Es posible que sea
usted aquel j oven sapientísimo , aquel ingenio su
b lim e cuya reputación es tan grande en todo este
país ? ¡Vosotros no sabéis— volviéndose al mesone
ro y a la mesonera— qué hombre tenéis en casa !
¡Tenéis en ella un tesoro ! ¡En este mozo estáis
viendo la octava maravilla del mundo !» Volv i én
dose después hacia m i , y echándome los brazos al
cuello , <<Excuse usted— me dij o— mis arrebatos ; n o
soy dueño de m i mismo ni puedo contener la ale
gria que me causa su presencia . »
No pude responderle de pronto,porque me tenía
tan estrechamente abrazado que apenas me dej aba
libre la respiración ; pero luego que desembaracé
un poco la cabeza, le dij e : <<Nunca creí que mi n om
bre fuese conocido en Peñaflor . » llama cono
cido —me repuso en e l mismo tono Nosotros te
n emos registro de todos los grandes personaj es que
nacen a vein te leguas en contorno . Usted está re
putado por un prod igi o , y no dudo que algún díadará a España tanta gloria e l haberle producido
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como a la Grecia el ser madre de sus siete sabios .A estas palabras se siguió un nuevo abrazo , quehube de aguantar aun a peligro de que me suce
diese la desgracia de An t e c . Por poca experiencia
del mundo que yo hubiera tenido , no me dejaría
ser el dominguillo de sus demostraciones ni de sus
hipérboles . Sus inmoderadas adulac i on es y ex cesi
vas alabanzas me harían conocer desde luego que
era uno de aquellos truhanes pegotes y pe t a rd is
t as que se hallan en todas partes y se introducen
con todo forastero para llenar la barriga a costa
suya ; pero mis pocos años v mi vanidad me h i c i e
ron formar un juicio muy distinto . Mi panegirista
y mi admirador me pareció un hombre muy de
bien y muy real , y as i , le convidé a cenar conmi
go . mucho gusto !— me respondió pron t am en
te Estoy muy agradecido a m i buena estrella
por haberme dado a conocer al ilustre señor Gi l
Blas y no quiero malograr la fortuna de estar en
su compañía y disfrutar sus favores lo más que
m e sea posible . A la verdad— prosiguió no ten
go gran apetito , y me sentaré a la mesa sólo por
hacer compañía a usted , comiendo algunos boca
dos meramente por compla cerle y por mostrar
cuánto aprecio sus finezas .»
Sen t óse enfrente de m i el señor mi panegirista .
Trajé ron le un cubierto , y se arroj ó a la tortilla con
tanta ansia y con tanta precipitación como si hu
biera estado tres días sin comer . Por e l gusto con
que l a comía conocí que presto daría cuenta de
ella. Mandó se hic i ese otra, lo que se e jecutó el
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instante; pusi éron la en la mesa cuando acababa
mos, o , por mejor decir , cuando mi huésped aca
baba de engullirse la primera . Sin embargo , comía
siempre con igual presteza , y sin perder bocado
añad ía … sin cesar alabanzas sobre alabanzas , las
cuales m e sonaban bien y me hacían estar muy
contento de mi person i lla . Bebía frecuentemente ,brindando unas veces a mi salud y otras a la de
mi padre y de mi madre , no h artándose de cele
brar su fortuna en ser padres de tal hijo . Al mis
mo tiempo echaba vino en mi vaso , incitándome a
que le correspondiese . Con efecto , no correspond ía
yo mal a sus repetidos brindis ; con lo cual y con
sus adulac iones me sentí de tan buen humor que ,
viendo ya medio comida la segunda tortilla , pre
gun t é a l mesonero si tenía algún pescado . El se
nor Corzuelo ,que
,según todas las apariencias , se
entendía con el petardista , respond ió : <<Tengo una
excelente trucha; pero costará cara a los que la
coman y es bocado demasiadamente delicado para
usted .» llama'
usted demasi adamen te deli ca
do — replicó mi adulador ¡Traiga usted la tru
cha y descuide de lo demás ! ¡Ningún bocado , por
regalado que sea , es demasiado bueno para el se
nor Gi l Blas de Santillana , que merece ser tratado
como un príncipe !»
Tuve particular g usto de que hubiese retrucado
con tanto a i re las últimas palabras de l meson ero ,en lo cual n o hizo mas que an t i c ipárseme . Dime
po r ofendido y dij e con enfado al mesonero:
ga la trucha y otra vez piense más en lo que dice !»
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El mesonero , que no deseaba otra cosa,hizo cocer
luego la trucha y presen t ó la en la mesa . A vi stade l nuevo plato brillaron de alegría los oj os de ltaimado , que dió mayores pruebas del deseo quetenía de complacerme ; es decir , que se abalanzó
al pez del mismo modo que se había arroj ado a
las tortillas . No obstante , se vió precisado a ren
di rse , temiendo algún accidente , porque se había
hartado hasta el gollete . En fin , después de haber
comido y bebido hasta más no poder,quiso poner
fin a la comedia . señor G i l Blas ! —me di j o a l
zándose de la mesa Estoy tan contento de lo
b ien que usted me ha tratado . que n o le puedo
dejar sin darle un importante consej o , de l que me
parece tiene no poca necesidad . Desconfíe por lo
común de t odo hombre a qui en no conozca , y esté
siempre muy sobre si para no dej arse engañar delas alabanzas . Podrá usted encontrar con ot ros que
quieran , como yo , divertirse a costa de su credu
lidad , y puede suceder que las cosas pasen más
adelante . N o sea usted su hazmerreir y no crea
sobre su palabra que le tengan por la octava in arav i lla de l mundo .» D i ciendo esto , ri óse de m i en
m i s b igotes y v olv i óm e las espaldas .
Sentí tanto e sta burla como cualquiera de las
mayores desgraci as que me sucedi eron después . No
hallaba consuelo v i é ndom e burlado tan grosera
mente , o , por mej or decir , viendo mi org ullo tan
humillado . posible— me decía yo— que aquel
traidor se hubi ese burlado de m i ! Pues qué , ¿ sola
mente buscó al mesonero para sonsacarle,o est a
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han ya de inteligencia los dos ? ¡Ah pobre Gi l Blas ;muérete de v ergi i enza , porque diste a estos bri
bones j usto motivo para que te hagan ridículo ! S in
duda que compondrán una buena historia de esta
burla , la cual podrá muy b i en llegar a Oviedo , y
en verdad que t e hará grandísimo honor . Tus pa
dres se a rrepentirán de haber arengado tanto a un
mentecato . ¡En vez de exhort arme a que no en
ganase a nadie , deb i eran hab erme encomendado quede ninguno me dejase engañar !» Agitado de estos
amargos pensamientos , y encendido en cólera , me
encerré en mi cuarto y me metí en la cama ; pero
no pude dorm i r, y apenas hab ía cerrado los oj os
cuando el arriero vino despertarme y a decirme
que sólo esperaba por m i para ponerse en camino .
Levá nteme prontamente , y mientras me estabavisti endo vino Corzue lo con la cuenta del gasto ,en la cual no se olvidaba la trucha; y n o solamente
hube de pasar por todo lo que el cargaba , sin o que ,mi entras le pagaba el din ero , tuve el dolor de co
me cer que se estaba relamiendo en la memoria de l
pasad o chasco de la noche precedente . Después de
haber pagado bien una cena que hab ia digerido
tan mal , partí con mi maleta a casa del arriero ,dando a todos los diablos al petardista
,al meso
nero y a l mesón .
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CAPITULO III
De la tentaci ón que tuvo el arriero en el camino,en qué paró, y cómo Gi l Blas se estrelló contra Ca
ri bdis queriendo evi tar a Sci la.
No era yo solo e l que había de caminar con e l
arriero . H ab ían se ajustado con el mismo dos hij os
de familia de Peñaflor; un muchacho o niño decoro de Mondoñedo , que iba a correr mundo ; un
caballerete de Astorga v una j oven de l Bierzo , con
quien acababa de casarse . En muy poco tiempo
nos hicimos amigos , y cada uno contó a dónde i b a
y de dónde venía . Aunque la novia estaba en lo
mej or de su edad , era tan morena y de tan poca
gracia que no me daba mucho gusto e l mirarla ;con todo eso , sus pocos años y su robustez in cli
naron hacia ella al arriero ; tanto , que resolvió ha
cer una tentativa para lograr sus favores . Pasó la
j ornada en meditar e l modo y dilató la ej ecución
hasta la úl tima posada . Esta fué en Cacabelos .
H ízon os apear en un mesón que está a la entrada
del lugar, esto es , un poco fuera de él , cuyo me
sonero sabía él muy bien que era hombre callado
y amigo de complacer . Dispuso que nos conduj ese
a un cuarto muy retirado , donde nos dej ó cenar
tranquilamente ; pero al fin de la cena vimos en
trar al arriero furioso como un demonio , votando ,jurando y blasfemando ; y mirándonos a todos con
oj os c en t e lle an t es , vida de qu i en soy— di j o
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casualidad se ha llaba cerca de una pesada que sa
bía ser m uy digna de su atención , entró en ella ,
y preguntó quién daba y cuál era el motivo de
aquellos gritos . El mesonero estaba cantando en
la cocina y fingiendo que nada había oído ; n o ob s
tante , se vió precisado a conducir a l comandante
y a la patrulla al cuarto de la persona que gritaba .
Conoció luego el alférez e l negocio de que se tra
taba, y , como era hombre grosero y brutal , regaló
provisionalmente al enamorado arriero con cinco
o seis buenos palos con el mango de la alabarda , y
le arengo con unas v e ces tan ofensivas al pudor
como la acción que daba m o t iv o,a la arenga . No
se contentó con esto : echó mano d el deli ncuente
y le conduj o a la presencia del j uez,juntamente
con la agraviada delatora , que con toda resoluci ón
quiso ir en persona a quej arse de él,no obstante
el desorden en que se hallaba . Oyola e l juez , y
habiéndola observado atentamente , ha lló que el
acusado no tenía excusa algun a y que era indigno
de perdón . Mandó al punto le despoj asen y que
en su presencia le di esen doscientos azotes , y orden ó después que , si a l dí a sigui ente no parecía e l
marido de aquella mujer,dos soldados la llevasen
con toda decencia a Astorga a costa del arriero .
Por lo que toca a m i , atemorizado qui zá más
que los otros , salí prontamente al campo , y atrav esando terrenos , penetrando matorrales y saltan
do los fosos que hallaba en e l camino , llegué por
fin a un lóbrego y espeso bosque . Ib a a entrar en
él y a esconderme en el más erizado matorral
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cuando me v i de repen te con dos hombres a ca
ballo,que se pararon delante de m i . va
dij eron ; y como el miedo y la sorpresa no
me dej aron hablar,acercándose más , cada uno me
puso al pecho una pistola , i n t i mándom e , pena de
la vida , que les d ij ese quién era , de dónde venía
y qué i b a vo a hacer en aquel bosque . A esta ma :
nera de pregunta r, que me pareció un qui d pro quo
del tormento con que se había burlado de nosotros
el arriero , respondí que era un pobre estudiante
d e Ov i cdo , que iba a continuar m i s estudios en
Salamanca , re f i ri éndoles lo que nos acababa de su
ceder y confesando sencillamente que e l miedo del
tormento m e h ab ia hecho huir sin saber dónde es
conderm e . Dieron una grande carcaj ada cuando
oyeron un discurso que tanto mostraba mi senci
llez ,y uno de ellos me dij o : (¡No tengas miedo , que
rido ; vente con nosotros y no temas , que te pon
drem os en toda seguridad . » Diciendo esto , me hizo
montar en la grupa de su caballo , y volviendo las
riendas nos en v a in am os todos tres en lo más in
trincado y más espeso de l bosque .
No sabía yo qué .pensar de tal encuentro ; mas ,no obstante, no pronosticaba cosa mala . <<Si estos
hombres fueran ladrones— me decía yo a m i mis
mo — »
ya me hubieran robado y quizá asesinado
también . Acaso serán algunos buenos hidalgos de
esta tierra , que v i éndom e atemorizado se han com
padecido de m i y por caridad me llevan a su casa .»
No me duró mucho la duda . Después de algunas
vueltas y rev ue ltas , con gran d is'
imo silencio llega
28
mos por fin al pie de una colina, donde nos apea
mos . ((Aquí hemos de dormir», d ij o uno de los
cabal leros . Por más que yo volví los oj os a todas
partes , no veía casa , choza o cabaña , ni la más
mínima señal de habitación ; cuando vi que aquellos dos hombres alzaron una gran trampa de ma
dera , cubierta“ de tierra y de enramada , que ocul
taba una larga entrada subterránea muy pend i en
te , por donde los caballos por sí mismos se dejaron
resbalar como quienes ya estaban acostumbrados .
Los caballeros me hicieron entrar con ellos y deja
ron caer la trampa con unas cuerdas que para este
efecto estaban fuertemente atadas a ella . Y he
aquí al digno sobrino de mi tío el canón igo G i l
Pérez metido como ratón en una ratonera .
C A P I T U L O IV
Descripción de la cueva sub terránea y de lo que vióen ella Gi l Blas.
Entonces conocí entre qué especie de gentes me
hallaba,y fácilmente se puede adivinar que este
conocimiento me quitaría el primer temor ; pero
otro mucho mayor se apoderó luego de m i . Di por
supuesto que iba a perder la vida con mis pobres
ducados ; y mirándome como una víctima que era
conducida al sacrificio , caminaba más muerto que
vivo entre mis conductores , cuando , advirtiendo
ellos mi smos que'
iba temblando , me exhortaron
29
con la mayor dulzura , pero inútilmente , a_que de
pusiese todo temor . Habríamos caminado como
unos doscientos pasos , cuando entramos en un a
especie de caballeriza , a que daban luz dos gran
des candiles que pendían de la bóveda . Había en
ella una buena provisión de paja y muchos sacosatestados de cebada. Podían caber en ella hasta
veinte caballos , pero a la sazón solamente había
los dos que acababan de llegar . Salimos de la cáb a lleri za y llegamos a la cocina, donde un a viej a
estaba disponiendo la cena . No faltaba en la co
cina utensilio alguno . La cocinera era un a mujer
de más de sesenta años . Sus blancos cabellos con
se rv ab an algunas manchas , residuos d el color ru
bio subido que tuvieran ; su barba era puntiaguda ,v la nariz tan larga y encorvada que casi llegaba
a besar la boca con la punta , y sus oj os tan en c a r
nados que parecían dos tomates maduros .
<<Señora Leonarda — dij o uno de los caballeros ,
presen tándom e a aque l bello ángel de t inieblas
mire este mocito que le traemos .» Y volviéndose
después a m i , y v i éndom e pálido y consumido , m e
dij o : <<Vuelve , querido ,en ti , y no tengas miedo ,
pues no t e queremos hacer mal . Nos hacía falta unmozo que aliviase en algo a nuestra pobre coci
nera; te encontramos , y ésta ha sido tu fortuna .
Ocuparás la plaza de un mozo que murió quince
días ha , porque era de delicada complexión . L a
tuya parece más robusta y no morirás tan presto .
A la verdad , no volverás ya a ver el sol ; pero , en
recompensa , cameras b ien y tendrás'
siempre bue
30
na lumbre . Pasarás la vida con Leonarda , que es
una criatura muy amable y humana . Tendrás cuan
tas conveniencias qmsi eres , y ahora conocerás que
no has venido a v iv i r entre pordi oseros y despi l
farrados .» Al mismo tiempo tomó una luz y me
mandó que le siguiese . L lev óm e a una bodega ,
donde v i una infinidad de botellas y grandes vas i
j as de barro b ien tapadas , llenas todas de vinos
exquisitos . H íz om e pasar después por muchos cuar
tos , unos a testados de piezas de lienzo v otros de
ricos paños v telas de lana y seda . En otro vi pla
ta v oro y mucha vaj illa marcada con diferentes
escudos de armas . Seg uí1e después a una gran sala ,
que alumbraban tres gran des arañas de metal V
conducía a otros cuartos que se comunicaban conella . Aquí m e hizo nueva s preguntas , es a saber
cómo me llamaba y por qué había salido de Ov i e
do . Después que satisfice su curiosidad , ((Ahora
bien , Gi l Blas— me dij o con mucho agrado pues
to que sólo salis te de tu patria para lograr algún
acomodo , parece que naciste de pie , pues se te
propºrc i on a vivir entre nosotros . Ya te lo he di
cho : aquí vivirás en medio de la abundancia ; na
darás en oro y plata y estarás con toda seguridad .
Tal es este subterráneo , que aun que venga c i en
veces a este bosque la Santa Hermandad , nunca
dará con él : la entrada sólo la conocemos yo y mis
camaradas . Acaso me p reguntarás cómo hemos po
dido nosotros fabricar este subterráneo sin que lo
supiesen los paisanos de los lugares vecinos; pero
has de sab or, amigo mio , que ésta no ha sido obra
3 1
nuestra sino de muchos siglos . Después que los
moros se apoderaron de Granada , de Aragón y de
casi toda España , los cristianos que n o se quisi e
ron suj etar al yugo de los infieles huyeron y se
ocultaron en este país , en Vizcaya y Asturias ,adonde se retiró también el valiente don Pelayo .
Los fugi tivos y dispersos vivían por familias en
los bosques y en las más ásperas montañas ; unos ,escondidos en cavernas , y otros , en subterráneos
que ellos mismos fabricaron , y éste es uno de tan
tos . Después que , afortunadamente , arrojaron deEspaña a sus enemigos se volvieron a sus ciuda
des , villas y lugares , y desde entonces los sub t e
rrán eos sirvieron de asi los a las gentes de nuestra
profesión . Es cierto que la Santa Hermandad h a
descubierto v destruído algunos , pero todavía han
quedado muchos ; y yo , gracias al C i elo , quince
años hace que habito impun emente en éste . L lá
mome el capitán Rolando,soy e l j efe de la. com
pania , y el otro que viste conmigo es uno de mis
camaradas .»
CAPITULO V
De la llegada de otros ladrones al subterráneo y dela conversación que tuvieron entre si .
No bien había dicho estas palabras e l capitán ,
cuando aparecieron en la sala seis caras nuevas ,
que eran su teniente y otros cinco de la gavilla .
Venían cargados de presa . Traían dos grandes zu
32
rron es llenos de azúcar , canela , almendras y pa
sas . El teniente , dirigiéndose al capitán , le d ij o
que habia despojado a un espe c i ero de Benavente
de aquellos zurrones , como también del macho quelos llevaba ; y después de haber dado cuenta de su
expedición en la pi eza que servía de despacho,se
entregó en la repostería la hacienda del espe c iero .
Hecho esto , se trató de cenar y de alegrarse . Pre
pararon en la sala una gran mesa , y a m i m e en
v iaron a la cocina para que la tía Leonarda me
instruyese en lo que debía hacer . Cedí a la nece
sidad , ya que mi mala suerte lo quería así , y disi
mulando mi sentimiento , me dispuse a servir a una
gente tan honrada .
Di princ ipio por e l aparador , cub r1endo le de va
sos y sa lv i llas de plata , flanqueadas de botellas
llenas de excelente vino , que el señor Rolando me
había ponderado . Puse en la mesa dos géneros de
sopa , a cuya vista todos ocuparon sus asientos .
Comenzaron a comer con mucho apetito , mante
n i éndom e yo tras de ellos en pie para servirles e l
vino . El capitán les contó en pocas palabras mi
historia de Cacabelos , con la cual se divirtieron
mucho . Aseguróle s después que yo e ra un mozo
de mérito ; pero como estaba ya tan escarmentado
de las alabanzas,pude oír mis elogios sin peligro .
Convinieron todos en que parec ia yo como nacido
para ser copero suyo , y que valía cien veces más
que mi predecesor . Como después de su muerte la
señora Leonarda era la que había servido e l n é c
tar a aquellos dioses infernales. le privaron de este
34
¡Ya saben ustedes , señores . que yo soy hij o ún ico
de un rico vecino de Mad rid . Ce leb róse mi nacimiento en la fam ilia con grandes regocij os . Mi padre , que ya era viej o , sin tió suma alegría al verse
con un heredero , y mi madre no quiso que otramas que ella m e d iese de mamar . Vivía entoncesmi abuelo materno . Era un hombre que sólo sabía
rezar su rosario y contar sus proe zas militares ,porque había servido a l rey muchos años , y no se
ocupaba ya en más . Insensiblement e v ine yo a se r
e l ídolo de estas tres personas . Continuamente metenían en brazos . Por miedo de que e l es tud io no
m e fa t ígase en mis primeros años , me los dejaron
pasar en los d iv ert im ien tos más pueriles . eN o con
viene— dec ía mi padre— que los niños se apliquen
a cosas seri as hasta que e l tiempo haya mad urado
un poco su razón .» Esperando a esta madur ez , no
aprendía a leer y escribir ; mas no por eso perdía e l
t iempo . Mi pad re me enseñaba m i l géneros de jue
gos ; conocía yo perfectamente los naipes , jugaba a
los dad os , y mi abuelo me contaba mil novelas so
b re las expediciones milita res en que se había ha
llad o . Can táb ame siempre unas mismas coplas acer
ca de dichas expedi ciones ; cuando en espac io de
tres meses había aprendido bien diez o doce v er
sos, los repetía sin errar un punto delante de m is
padres , los cuales se admiraban de m i prodigi osa
memoria. No celebraban menos mi agudo ingen io
cuando,valiéndome de la libertad que tenía para
decir cuanto m e viniese a la boca , int errum pía sus
conversaciones para decir tuerto o derecho tod o
35
lo que me ocurría. Entonces mi madre m e sofo
caba a caricias y mi buen abuelo lloraba de puro
gozo . N o les ib a en zaga mi padr e ; siempre que
me o ía algún despropósito o alguna b ach i llería ,
mirándome con gran ternura exclamaba : qué
gracioso eres y qué lindo !» Con est as alas , no re
parab a en hacer impun emente en su p resencia las
más indecentes acciones . Todo m e lo perdonaban
y todos me adoraban . Había entrado ya en doce
años y aun no tenía ningún mae stro . Buscáronme
finalmente uno ; pero mandándole expresamenteque me enseñase , mas sin facultad para da rme e l
menor castigo . A lo sumo le permitieron que algu
na v ez me amenazase sólo para in t im idarme . Sirv ió
de POCO este permiso , porque me burlaba de las
amenazas de mi preceptor, o bien , con las lagri
mas en los oj os , iba quejarme a mi madre o a mi
abuelo,diciéndoles que e l aye me había maltrata
de . En vano acudía e l pobre diablo a desmentir
me : t en ían le por un hombre brutal , y siempre me
creían a m i más que a él . Un d ía me arane yomismo y me fuí a quejar del maestro porque me
había desollado ; inmediatamente le despidió de
c asa mi madre , sin querer darle oídos , por más
que protestaba al cielo y a la tierra que ni siquiera
me había tocado .
»De este mismo modo me fuí desembarazando demis preceptores , hasta que me presentaron uno
como le deseaba y me convenía para acab arme
de perder. Era un bachiller de Alcalá . ¡Excelentemaestro para un hij o de familia ! Era inclinado a .
36
mujeres , al j uego y a la taberna. N o m e podí an
haber puesto en mejores manos . Desde luego se
dedicó a ganarme por el amor y por la dulzura.
Consiguiólo , y por este medio logró que tambiénle
'
amasen m is padres , los cuales m e entregaron
enteramente a su gobierno . No tuvieron de qué
arrepentirse , porque en breve tiempo y desde luego
me perfeccionó en la ciencia del mundo. A fuerzade llevarme cons igo a todos los paraj es donde t e
nía su diversión m e inspiró de tal manera la afi
ción a ello que , a excepción del latín ,en lo demás
era yo un muchacho universal . Cuando vió que ya
no tenía necesidad de sus preceptos , fué a enseñarlos a otra parte .
»Si en mi infancia había vivido t an libremente a
vista de mis padres,cuando comencé a ser dueño
de mis acciones tuve sin duda mayor libertad . En
el seno de mi familia fué donde di las primeras
pruebas del aprovechamiento de mi educación . Burláb am e de ellos a las claras y en todo momento .
R e ianse de mis intrepideces,y tanto más las cele
brahan cuanto eran más vivas y más intolerables .
Mientras tanto cometía todo género de desórdenescon otros muchachos de mi edad y de mi humor.
Como nuestros padres no nos daban todo el dinero
que habíamos menester para proseguir en un a vida
tan deliciosa, cada uno robaba en su casa cuanto
podía , y cuando esto no alcanzaba, nos dimos a
robar de noche, y siempre con fruto . Por d esgra
cia , llegó algún rumor de esto a los oídos de l corregidor . Quiso mandarnos prender; pero fuimos
37
avisados con tiempo de isu mala intención . Recu
rrimos a la fuga , y d imon o'
s a - ej ercitar e l mismo
oficio en los caminos públicos . Desde entonces acá
he tenido la dicha de haber envej ecido en la pro
f esión , a pesar de los peligros que son anej os aella .»
Cuando el capitán acabó de hablar , e l teniente
tomó la palabra , y dij o asi : ((Señores , una educa
ción enteramente contraria a la del señor Rolando
produjo en m i e l mismo efecto que en él . Mi padrefué carnicero en Toledo y e l hombre más feroz
que había en toda la ciudad ; mi madre n o era de
condición más suave que su marido . Desde mi ui
ñez m e comenzaron a azotar a cual más podía y
como a competencia un o de otro . Cada día recibía
mil azotes . La más mínima falta que cometiesee ra castigada con el mayor rigor . En v ano les pe
día perdón con las lágrimas en los oj os , prom e t ien
do la enmienda ; no había misericordia para m i , ylas más veces me castigaban sin razón . Cuando mi
pad re m e sacudia, siempre mi madre se pon ía de
su parte en lugar de interceder por mi . Estos ma
los tratamientos me inspiraron tanta aversión a la
casa paterna que antes de cumplir los catorce añosme escapé de ella . Tomé e l camino de Aragón y
llegué a Zaragoza pidiendo limosna . Enheb rém e
allí con unos pordioseros que p asaban una vida
bastante feliz y acomodada . En señáronme a cont rahacer e l ciego
, e l estropeado y a figurar en las
piernas unas llagas postizas . Todas las mañanas ,a la manera de los comed iantes que se ensayan
38
para representar sus papeles , nos ensayábamos nos
otros para representar los nuestros, y después cada
uno i b a a ocupar su puesto . Por la noche nos j un
táb amos y nos reiamos de los que se hab ían com
padecido de nosotros por e l día . Canséme presto
de vivir entre aquellos miserables , y queriendo
juntarme con otra gente más honrada , m e asoc ió
con unos ca ba lleros de la i ndustri a . E nseñáronme
a hacer bellos juegos de manos ; pero n os vimos
precisados a salir presto de Zaragoza, porque nos
descompusimos con cierto min istro de justicia que
siempre nos había protegido . Cada uno tomó su
partido . Yo , que me sentía dispuesto a emprender
grandes hechos , me acomodé en una tropa de hom
bres valerosos que hacían contribuir a los pasaje
ros y caminantes , agradándome tanto su modo de
vivir, que desde entonces acá no he querido bus .
car otro . Si me hubieran dado otra educación más
suave , probablemente no sería ahora mas que un
pobre carnicero , cuando me hallo hoy con e l honor
y con el grado de vuestro teniente .»
eSeñores— dij o entonces un ladrón que estaba
sentado entre e l teniente y e l capitán las histo
rias que acabamos de o ír n o son t an variadas ni
t an curiosas como la m ía . Debo mi nacimiento a
una aldeana o labradora de las cercanías de Sevi
lla . Tres semanas después que me dió a luz , como
era todavía moza, bien parecida , aseada y —muy
robusta, la buscaron para que criase un niño , hij o
de padres disting uidos , que acababa d e nacer en
dicha ciudad . Aceptó con gusto la propuesta, y
39
fué a Sevilla para traerse e l niño a casa. Entregá
ronsele , y apenas se vió con él en su aldea cuandoobservó que él y yo éramos algo parecidos , y estaobservación le excitó e l pensamiento de t rocarnos ,con la esperanza de que con el tiempo le agrade
ceria yo el buen oficio . Mi padre , que no era más
escrupuloso que su honrada mujer, aprobó la su
perchería . De suerte que , habiéndonos mudado depañales , e l hij o de don Rodrigo de Herrera fué enviado con mi nombre a otra ama para que le criase ,y a m i me crió mi madre baj o e l nombre del otro .
»Digan lo que qui sieren sobre e l instinto y fuerza de la sangre , los padres de l caballerito fácil
mente se dejaron engañar . N o tuvieron la más m i
n irn a sospecha de la pieza que les habían jugado ,y hasta los siete años me tuvieron siempre en sus
brazos ; y siendo su intención hacerme un caballero
completo , me buscaron todo género de maestros .
Pero losmás hábiles suelen hallar discípulos que les
hacen poco honor ; yo fuí uno de éstos . Ten ia poca
di sposición para los ej ercicios que me enseñaban
y mucha menos i nclinación a las ciencias en que
me querían instruir. Gustaba más de jugar con loscriados de casa , yéndolos a buscar a la caballeriza
y a la cocina . Pero e l juego no fué mucho tiempomi pasión dominante . A fi c ion éme al vino , y m e
emborrachaba todos los días . Retozaba con las
criadas; pero particularmente me dediqué a corte
j ar a una moza rolliza de cocina , cuyo desemb ara
zo y buen color me gustaban mucho , parec i éndome
que merecía mis primeras atenciones . Enamoráb ala
40
con tan poca cautela, que has t a el mismo don R o
dr igo lo conoció . R eprendi óme agriamente , afean
deme la baj eza de mis inclinaciones, y por tem or
de que la presencia del objeto hiciese inútiles sus
reprimendas , despidió de casa a mi Dulcinea .
»Irri tóm e mucho este proceder, y resolv í vengar
me . Robé sus pedrerías a la mujer de don Rodrigo ;corrí en busca de mi bella Elena, que vivía en
casa de una lavan dera amiga suya; saqué la de ella
a la mitad del día para que ninguno lo supiese , y
aun pasé más adelante. Llev é la a su tierra, donde
nos casamos solemnemente , así por dar este des
pique más a los Herreras como por dejar a los hij osde familia un ej emplo tan bueno que imitar . Tres
meses después de mi a rrebatado matrimoni o supe
que don Rodrigo había muerto . No dej é de sentir
su muerte . Partí prontamente a Sevilla a pedir su
herencia; pero hallé las cosas muy mudadas . Mi
madre había ya fallecido , y antes de su muerte
tuvo la indiscreción de declarar lo que había hecho , en presencia del cura y de otros buenos t es
t igos. El hij o de don Rodrigo ocupaba ya mi lu
gar, o por mej or decir, e l suyo , y acababa de ser
reconocido por tal , con tanto mayor aplauso y _
ale
gria cuanto era menor la satisfacción que yo les
causaba . De manera que , n o teniendo nada que
esperar en Sevilla y fastidiado ya de mi mujer ,me agregué a ciertos caballeros de fortuna , baj o
cuya disciplin a di principio a mis caravanas .»
Acabó su historia aquel ladrón , y comenzó otro
la suya, diciendo que él era hij o de un mercader
42
me esperaban cenando . Aunque n o tenía hambre,
me puse a la mesa . N o podía atravesar bocado,y
v i éndome tan triste como era regular estarlo , pro
curaban consolarme aquellas dos análogas figur as ;pero sus consuelos contribuían más a mi deses
perac ión que a mi alivio . ¿ ¿De qué t e afliges , hij o ?
me preguntó la vieja.Antes bien , debieras a le
grart e de verte entre nosotros . Eres mozo y pare
ces dócil , con que presto t e perderías en e l mundo ,donde hallarías libertinos que te meterían en todo
género de disoluciones , cuando aquí está t an segura tu inocencia .» <<Tiene razón la señora L eonar
da ,
— dij o el viej o negro con una voz muy grave
y se puede añadir a lo que ha dicho que en e l mun
do no se encuentran mas que trabaj os . Da muchas
gracias a Dios , amigo m io ,porque de una v ez para
siempre te ha librado de los peligros , disgustos y
afliccion es de la vida .»
Sufrí con paciencia estos discursos , porque de
nada me serv i ria el inquie tarme . En fin , Domingo ,
después de haber comido v bebido bien , se fué a
su caballeriza . Leonarda cogió una linterna y m e
conduj o a una covacha que servía de cementerio
a los ladrones que morían de muertenatural , don
de vi un lecho que más parec ia tumba que cama .
((Este es tu cuarto— me dij o la viej a , pasándome la
mano por la caras E lmozo cuya pla za t ienes e l honor de ocupar durmió en esa cama el tiempo que vi
vió con nosotros,y sus huesos reposan debaj o de ella;
él se dej ó morir en la flor de su edad : no seas tú tan
S imple que imites su ej emplo .» Diciendo esto , eu
43
t regóm e la hn te rna y v o lv ióse a su cocina . Puse la
luz en e l suelo y me arroj é sobre aquel miserablelecho , n o tanto para reposar cuanto para entre
garm e a mis tristes reflexiones . cielos ! — ex
clamé ¿Habrá situación más infeliz que la mía ?
¡Quieren que renuncie para siempre e l consuelo dever la cara de l sol; y como si no bastara hallarme
enterrado vivo a los diez y ocho años de mi edad ,
me v eo reducido a servir a unos lad rones , a pasar
e l día entre malvados y la noche con los muertos !»
Estos pensamientos , que me parec ian muy doloro
sos, y con efecto lo eran , me hacían llorar amarga
mente y sin consuelo .
*Maldecía mil veces la gana
que le había dado a mi t ío de enviarme a Sala
manca . Arrepen t íam e de haber tenido tanto miedo
a la justicia de Cacabelos y quisiera haber padecido el tormento antes que verme donde m e hállab a . Pero considerando que me con sumía inútil
mente eu vanos lamentos , comencé a d iscurrir en
los medios de librarme . sPues qué— m e decía yo
a m i mismo ¿ será por ventura imposible encon
trar modo de escaparme de aquí ? Los ladrones
duermen profundamente , la cocinera y e l negro
harán lo mismo dentro de poco tiempo ; mientras
todos estén dormidos , ¿no podré yo , a favor de
esta linterna, hallar e l camino por donde baj é aest e calabozo infernal ? A la verdad , n o sé s i tendrébastante fuerza para levantar la trampa que cubre
la entrada ; pero probaremos ; no quiero omitir nada
de cuanto pueda hacer. La desesperación me pres
tará fuerzas , y puede ser que m e salga con ello .»
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Tomada esta gran resoluc i ón , me levanté cuando
me pareció que Leonarda y Domingo podían estar
ya dormidos . Cogí la linterna, salí de mi covacha
y me en comendé a todos los santos del cielo . No
dej ó de costarme alguna dificultad el acertar con
las vueltas y revueltas de aquel laberinto . Llegué,en fin , a la puerta de la caballeriza , y me h alló en
el camino que buscaba. Fuí andando y acercán o
dem e a la trampa con cierta alegr ía mezclada de
temor; mas , ¡ay ! , en medio del camino m e encon
t re con un a maldita rej a de hierro bien cerrada y
cuyas barras estaban tan juntas que apenas podía
pasar la mano por entre e llás . Vime cortado y per
dido con aquel nuevo impedimento , que a l entrar
no había advertido por estar abierta la reja . Con
todo , n o dej é de probar si podia abrir el candado .
Examiné la cerradura , haciendo todo lo que pude
por forzarla , cuando de repente m e aplicaron en
las espaldas cinco o seis fuertes latigazos con un
buen v ergajo de buey . Di un grito , que rese ñ ó en
toda la caverna , y mirando atrás , vi al maldito
negro , en camisa, con un a linterna sorda en una
mano y con e l azote en la otra . bribon
zue lo ! — m e d1j o ¿Querías escaparte ? ¡No , ami
g nito , no esperes sorprenderme ! ¿Creíste que esta
r ia abierta la rej a ? Pues sabete que siempre la
encontrarás cerrada . Cuando atrapamos a alguno ,
le guardamos aquí mal que le pese , y si logra éscaparse ha de ser más lad ino que tú .»
Mientras tanto,al grito que yo había dado des
pert aron tres ladrones , los cuales se levantaron y
45
vistieron a toda prisa , creyendo que la Santa H er
mandad v en ia a echarse sobre ellos . Llamaron a
los demás , que en un instante se pusieron en pie .
Toman las espadas y carabinas , y medio desnudos
acuden a donde estábamos Domingo y yo . Pero lue
go que se informaron o entendieron e l origen del
rumor que habían oído , su inquietud se convirtió
en grandes carcaj adas . así, G i l Blas ? — me
d ij o e l ladrón apóstata ¿No ha más que seis
horas que estás con nosotros y ya quer ias aposta
tar ? ¡Bien se conoce tu aversión al silencio y a l
retiro ! ¿ Qué harías si fueses cartujo ? ¡Anda , vete a
la cama, que por esta v ez bastan por castigo los
v ergajazos con que te regaló Domingo ; pero si
otra vez vuelves a intentar escaparte , por San
Bartolomé que te hemos d e d esollar vivo !» Di c ien
do esto , se retiró . Los demás ladrones se volvierona sus cuartos ; el viej o negro , muy ufano de su ha
zaña , se recogió a su caballeriza , y yo m e volv í
a zambullir en mi cementerio,pasando lo restante
de la noche en suspirar y llorar .
CAPITULO VII
De lo que hizo Gi l Blas, no pudiendo hacer otra
cosa .
Los primeros días pensé morirme,rindiendo la
v ida a la melancolía que m e consumía ; pero al fin
mi genio me inspiró que sufriese y disimulase . Es
forcéme mostrarme menos triste . Comencé a can
46
tar y a reír , aun que sin gana . En una palabra ,
supe d isfrazarme t an bien que Leonarda y Do
mingo cayeron en la red y creyeron buenamente
que ya e l pájaro se hab ia acostumbrado a la j aula .
Lo mismo juzgaron los ladrones . Man i festáb am e
muy alegre cuando les echaba de beber, y de cuandoen cuando los d ivertía también con alguna choca
rrería o b ufonada . Esta libertad que me tomaba
les daba mucho gusto en v ez de enfadarlos . <<C il
Blas— me dij o el capitán en cierta ocasión en que
yo hacía el gracioso has hecho bien en desterrarla melan colía . Me gusta mucho tu espíritu y tu
buen humor. No se conoce a la gente a l principio ;yo no t e tenía por tan agudo y tan j ovial .»
También los demás me honraron con m i l a la
banzas , e xhortándome estar siempre de buen
humor . Parec ióme que todos estaban muy conténtos conmigo , y aprovechándome de tan buena oca
sión , <<Señores — les dij e permítanm e ustedes que
les descubra mi pecho . Desde que estoy en su com
pañ ía no me conozco a m i mismo ; paré ceme que
no soy el que era . Ustedes han desvanecido laspreocupaciones de mi educación . Insensiblementese me ha pegado su espíritu y he tomado e l gusto
a su honrada profesión . Me muero por merecer e l
honor de ser uno de sus compañeros y de tener
parte en los peligros de sus gloriosas proezas .» To
dos aplaudieron este discurso y alabaron mi buena
voluntad ; pero unánimemente convinieron en que
me dejarían servir por algún tiempo para probar
mi vocación , y que después correría m is carava
47
nas, y a l cabo se me conferiría la honorífica plazaa que aspiraba .
Hube de con formarme por fuerza y con tinuar
en vencerme y en ejercer mi oficio de copero . Ala verdad , quedé muy sentido , porque sólo preten
d ia ser ladrón por tener libertad de salir con los
demás , esperando que en alguna de sus correría s
se me presentaría ocasión de escaparme de ellos .
Esta única esperanza era lo que me manten ía vivo .
Sin embargo , e l tiempo de la aprobación me pa
recia largo , y más de una v ez intenté sorprend
la vigilancia de Domingo , pero inútilmente . Siem
pre estaba muy alerta; tanto , que n o bastarían
c ien Orfeos para encantar a aquel Cerb ero . Es ver
dad que por no hacerme sospechoso n o empren
día todo lo que podia hacer para engañarle . Veíame precisado a vivir con la mayor cautela , porque
e l negro era ladino y observaba mucho todos m is
pasos , palabras y movimien tos . Así , pues , apelé a
la paciencia , remitiéndome al tiempo que los la
drones me habían prescrito para rec i b i rm e en su
congregación , día que esperaba con tanta ansia
como si hubiera de en trar en una compañía de b e n
rados comerciantes .
En fin , gracias al Cielo , llegó al cabo de seis me
ses este d i choso día . El señor Rolando dijo a sus
camaradas: <<Caballeros, es preciso cumplir la pa
labra que dimos al pobre G i l Blas . A m i me parecebien este muchacho y espero que t endremos en el
un hombre de provecho . Soy de sen tir que mañana
le llevemos con nosotros,para que dé principio a
48
coger laureles en los caminos reales . Nosotros mism e s le hemos de poner en e l que guía a la gloria .»
Todos se conformaron con e l parecer de su ca
pi tán , y para hacerme ver que ya me miraban
como a uno de ellos,_
desde aquel momento m e dis
pensaron de servirlos . Restituyeron a la señora
Leonarda en el empleo que antes t enía, y de que
la habían exonerad o para honrarme a m i con él .
H i c i éronme arrimar el vestido que llevaba en c i
ma, que consis t ía en una simple jaque t i lla muy
usada , y me acomodaron todos los despojos de un
caballero que acababan de robar, después de lo
cual me dispuse a hacer mi primera campaña .
CAPITULO VIII
Acompaña Gi l Blas a los ladrones; qué empresa
acomete en los caminos reales.
'
Hacia el fin de una noche de septiembre salí del
subterráneo con los ladrones . Iba armado , comotodos , con carabina, pistolas , espada y una bayo
neta , y montaba nu buen caballo que habían qui
tado al caballero cuyos vestidos me habían tocado
en suerte . Como había estado tanto tiempo en la
obscuridad , cuando amaneció no podía sufrir la
luz ; pero poco a poco se fueron acostumbrando
mis oj os a tolerarla .
Pasamos por cerca de Ponferrada y nos metimos
en un bosquecillo a orilla del camino de León . Alli
50
mío— le respondí sea vil o no lo sea , me alegrara
haberle empezado más presto .» querido ! —me
replicó el buen religi oso , que no podía comprender
el sentido de mis palabras ¿Qué es lo que di
ces ? ¡Oh qué ceguedad ! Escúchame , y t e haré presente el infel iz estado en que te hallas .» pa
dre mío— le interrumpí con precipitación n o se
tome vuesa reverencia ese trabaj o y déj ese de
moralizar, que no vengo a los caminos públicos a
que me prediquen ! Quiero dinero y no sermones .»
“¿Dinero ? — me dij o muy maravillado ¡Ma l co
noces la caridad de los españoles si crees que las
personas de mi profesión y de mi carácter lo nece
sitan para viajar ! En todas partes nos reciben y
hospedan con agrado , nos tratan muy bien , y
cuando partimos sólo nos piden nuestras ora c io
nes ; en fin , nosotros no llevamos dinero para ca
minar y nos ponemos enteramente en manos de la
Providencia .» ((Pero al fin , padre mío , concluya
mos ; mis compañeros me están esperando e n aquel
bosque . Echo prontamente la bolsa en tierra , o si
no , le mat o .»
A estas palabras,que pronun cre colérico y am e
n azándole , e l buen religioso mostró verse quitar la
vida .— me dij o Voy a satisfacerte , ya
que absolutamente no puede ser otra cosa ; v eo
que con vosotros es ociosa toda figura retórica .»
Diciendo est e , sacó de debaj o del hábito un a gran
bolsa de cuero y la dej ó caer en e l suelo . Dij ele
entonces que podía continuar su camino , y él lo
hizo sin esperar a que tuviese el trabajo de repe
5 1
t írse lo . DIO cuatro espo la zos a la mula , que des
mintió la mala opinión en que yo la tenía de ser
t an buen a maula como la de mi tío ; y la bestia ,dándose por entendida del caritativo aviso , co
men zó desde luego a andar a buen paso . Apen as
e l fraile se alejó de m i , cuando me apeé , recogí elbolsón , que pesaba mucho , y volví a meterme en
el bosque , donde los camaradas me esperaban con
impaciencia para darme mil parabien es por mi glo
rie sa victoria , como si me hubiera costado mucho .
Apenas me di eron lugar de apearme según se apre
suraban a abrazarme . G i l Blas !— me dij o
Rolando ¡Has hecho maravillas ! Durante tu ex
pedi c ión no apartamos los oj os de ti . Observé tufirmeza, tu resolución y todos tus movimientos , y
desde luego t e pronos t ico que con el tiempo serás
un heroico ladrón y el terror de los caminos rea
les .» El teniente y los demás aplaudieron la pre
dicción , asegurando que no podia dej ar de v eri f i
carse algún día . Di a todos las gracias por el buen
concepto que habían formado de m i , prometiendo
hacer todos los esfuerzos posibles para mantenerlo .
Después que alabaron , tanto más cuanto m e
nos lo merecía , la villana acción que habia hecho ,les entró la curiosidad de examina r la presa . <<Vea
mos— dij eron— qué contiene la bolsa del religioso .»
<<Sin duda — añadió uno de ellos— que estará bien
provista , porque estos padres no viaj an como peregrinos.» Desat óla e l capitán , ab rióla y sacó doso tres puñados de medalli tas de cobre , mezcladas
con Agnus Dei y algunos escapularios. Al ver el
52
hurto de una moneda tan nueva , todos prorru1npieron en t an descompasadas carcajadas que pen
saron reventar de risa . <(A la verdad — exclamó el
teniente que todos debemos estar muy agrade
cidos a l señor G i l Blas : el primer ensayo que ha
hecho puede ser muy saludable a la compañ ia .» Aesta b ufon ada siguieron otras de los demás . Aque
llos malvados , y sobre todos el apóstata , se divir
t ieron con mil impías t ruhan erías sobre la mate
ria , profiriendo dichos que mostraban bien la co
rrupc ión de sus costumbres . Sólo yo no tenía gana
de reír . Verdad es que me la quitaban los bufones
que tanto se alegraban a mi c e st a . Cada uno m e
flechaba alguna pulla , y hasta el capitán me dij o :
(<Aconséjo t e ,amigo Blas , que en adelante no te
vuelvas a meter con frailes , porque son más ag uA
dos y chuscos que tú .»
CAPITULO IX
Del serio lance que siguió a la aventura del fraile .
Estuvimos en el bosque la mayor parte de aquel
día , sin haber visto pasajero alguno que enm en
dase e l chasco que nos había dado el religioso . Sa
limos , en f in , para rest i tu irn os a n uestro sub t e
rrance ,persuadidos de que las expediciones del d ía
se habían acabado con el risible suceso que toda
vía daba materia a la conversación y a las ob ufi e
taS , cuando descubrimos a lo lejos un coche t irado
53
de cuatro mulas . Acercáb ase a nosotros a gran paso
y le acompañaban tres hombres a caballo , que pa
rec ían venir bien armados . Rolando nos mandó
hacer alto para tratar de lo que se había de hacer,y la resolución fué que se los atacase . P usím onos
todos en orden , según,, la disposición del capi tán ,
y marchamos en orden de batalla acercándonos al
coche . No obstante los aplausos que había recibido
en e l bosque , se apoderó de m i un temblor univer
sal , y sentí bañado todo el cuerpo de un sudor frío ,que no me presagiaba cosa buena . Por mayor for
tuna mía , me hallaba al frente del cuerpo de ba
talla ,“
en medio del capi tán y del ten iente , que de
propósito me pusieron entre los dos para que me
hiciese al fuego desde luego . Reparó Rolando lo
mucho que la naturaleza estaba padeciendo en m i ;m e miró con oj os torvos , y con voz bronca m e dij o
G i l Blas : trata de hacer tu deber , porque t e
advierto que si te acobardas te levanto de un pis
toletazo la tapa de los sesos !» Estaba persuadido
de que lo haría mej or que lo decía , para no apro
v echarm e del dulce y fraternal aviso , y así , sólo
pensé en recomendar mi alma a Dios .
Entre tanto el coche y los caballeros se nos v e
n ían acercando . Desde luego conocieron la casta
de pájaros que éramos , y¡adivinando nuestro in
t en t e por la ordenanza y postura en que nos veían ,
se pararon a tiro de fusil . Todos traían armas , y
mientras se preparaban a recibim os , salió del co
che un hombre de buen parecer y ricamente ves
tido . Montó en un caballo de mano que uno de
54
los montados tenía de la brida , y se puso a l frentede los demás . Aunque eran sólo cuatro contra nue
v e , se arrojaron a nosotros con un brío que aumentó
mi temor . No por eso dej é de prevenirme para
disparar mi carabina , aunque temblaban todos los
miembros de mi cuerpo como si estuviera azogado ;mas , por contar las cosas como pasaron , cuando
llegó el caso de dispararla , cerré los oj os y volví
la cabeza a otra parte : de manera que aquel tiro
nunca puede ser a cargo de mi conciencia .
No me de t endrá en referir las circunstancias de
la acción , pues aunque me hallaba presen to , n ada
veía; porque . turbad a con e l terror la imaginación ,
me ocultaba el horror de un espectáculo que v er
daderamen t e me sacó fuera de m i . Lo úni co que
puede decir es que , después de im gran ruido de
mosquet azos y carab in azos , oí gritar a mis cama
radas : ¡Victoria !» Al oír esta aclamac ión
se disipó el miedo que se había apoderado de mis
sentidos, y vi tendidos en el campo los cadáveres
de los cuatro que venían a caballo . De nuestra
parte sólo murió el apóstata, que en esta ocasión
recibió lo que merecía por su apostasía y sus ma
las chanzas sobre los escapulari os y medallas . El
teniente fué h er ido en un brazo , pero muy leve
mente , pues el tiro apenas hizo más que re zarle
un poco el pellej o .
Corrió luego el señor Rolando a la portezuela del
coche , y vió dentro una dama de veinticuatro
veinticinco años,que le pareció hermosa aun en
e l triste estado en que se hallaba . H ab íase des
55
mayado durante la refriega y aun no había vuelto
en s i . M ientras él se ocupaba en mirarla , nosotros
atendimos a la presa . Lo primero que hicimos fuéapoderarmos de los caballos que habían servido a
l os muertos , y que espantados con los tiros se ha
b ían descarriado después de quedar sin guías . Las
mulas del coche permanecieron qui etas , aunque
durante la acción se había apeado e l cochero para
ponerse en salvo . Echamos pi e a tierra para qui
t arles los tirantes , y las cargamos con los cofres
que venían en la zaga y delantera del coche . Hecho
esto, se sacó de él a la señora por orden del capi
tán , la cual aun no habia recobrado los sentidos ,y se la puso a caballo con uno de los ladrones me
jor montados , dejando en e l camino el coche y a
los muertos despojados de sus vestidos , y llevandonos la señora, las mulas , los caballos y preseas .
CAPITULO X
De qué modo se portaron los bandoleros con la se
ñora desmayada. Gran proyecto de Gi l Blas, y sus
resultas.
Llegamos a la cueva un a hora después de anochecide . Lo primero que hicimos fué meter las mulasen la caballeriza, atarlas al pesebre y cuidar de
ellas ; porque e l vie jo negro hacía tres días que es
taba en cama , rendido a crueles dolores de gota
y a un reum atismo que apenas le dej aba libre mas
56
que la lengua para emplearla en mostrarnos su
impaciencia , prorrumpiendo en las más horribles
blasfemias . Dejamos a aquel miserable jurar y blas
fem ar y fuimos a la cocina a cuidar de la señora ,que estaba sobrecogida de un paroxismo mortal .
N e s dimos tan buena maña , que logramos v olv i e
se del desmayo ; mas ,cuando recobró los sentidos
y se vió entre unos hombres que no con oc ia , sintió
todo el peso de su desgracia y comenzó a deses
perarse . Todo lo más horroroso que el sentimiento
y el dolor pueden representar a la imaginación ,
otro tanto se veía pintado en sus oj os , que levanta
ba al cielo como para quej arse de las indignidades
que la amenazaban . Cediendo entonces a imágenes
tan espantosas , volvió de repente a desmayarse ,cerró sus bellos oj os , y los ladrones temieron que
iban a perder aquella preciosa presa . El capitán ,
parec i éndole mejor abandonarla a si misma que
a t orm en t arla con nuevos socorros , mandó la lle
vasen a la cama de Leonarda , dejándola sola y
encomendada a su buena suerte .
Pasamos nosotros a la sala , y uno de los ladro
nes, que había sido cirujan o , reconoció e l brazo
del teniente y le aplicó bálsamo . Hecha esta ope
ración , se pasó a ver lo que había en los cofres .
H a lláron se algunos llenos de telas y encaj es , otros
de vestidos , y el último que se reconoció contenía
algunos talegos de doblones , cuya vista regocij ó
mucho a los interesados . Concluído este registro ,la cocinera puso la mesa y sirvió la cena . Desde
luego se movió la conversación sobre nuestra gran
58
a nuestro cuarto . Por lo que a m i toca,apenas me
acosté cuando , en vez de entregar me al sueño,
sólo me ocupé en considerar la infelicidad de aque
lla pobre señora . No dudaba que fuese person a de
distinción , y por lo mismo m e parecía ser más d e
plorab le su suerte . No podía pensar sin estreme
cerme en los horrores que la esperaban , y m e sen
t ía tan fuertemente conmovido como si la sangre
o el amor me hubieran unido a ella . En fin, des
pués de haberme compadecido de su destino,sólo
pensé en los medios de preservar su honor de l pe
ligre que corría y en fugarme yo mismo de la ma l
dita cueva . A cordém e de que e l negro n o se podía
mover a causa de sus dolores y la cocinera tenía
la llave de la rej a . Este pensamiento me acaloró
la imaginación y me inspiró un proyecto que m e
dite muy bien y a cuya ejecución di principio de
la manera S i gui ente :Fingí que m e había asaltado un dolor cólico .
Prorrumpí desde luego en ayes y quej idos , y des
pués empecé a dar gritos y alaridos lastimosos .
Despertaron al ruido los compañeros , acudieron
todos a mi cuarto y me preguntaron qué tenía .
R espond i les que estaba padeciendo un horrible có
lico ; y para que lo creyesen mej or, apretaba los
dientes , hacía gestos y espantosas contorsiones , re
v olv i e'
ndome a todas partes y agitándome extra
ñamen t e . Hecho esto , de repente m e quedé muy
tranquilo y sosegado , como si me hubieran dado
algunas treguas los dolores . Un momento despuéscomencé a revolcarme en la cama y a morderme
59
las manos . En una palabra , representé con tal prime r mi papel , que los ladrones , no obstan te ser
tan sutiles y tan astutos , se dej aron engañar y
creyeron que efectivamente padecía v iolen t ísimos
dolores . Así , pues , todos se dieron la mayor prisa
a socorrerm e . Uno me traía un a botella de agu ardiente y me hacía beber la mitad ; otro , a pesar
mío , me admin istraba una lavativa de aceite de
almendras dulces ; otro iba a calentar paños , y casi
abrasando m e los ponía en la boca de l estómago .
En vano pedía misericordia; ellos atribuían mis
clamores a la fuerza del cólico y me hacían pasar
dolores verdaderos queri éndome aliviar de los que
no tenía . En fin , no pudiendo ya sufrir más , me
vi obligado a decir que ya n o sentía re t ort ijon es y
que no necesitaba de remedios . Cesaron de mortif i carme con ellos , y ve me guardé bien de quejarme por que no volviesen a apli cárm elos .
Duró esta escena casi tres horas , y juzgando losladrones que ya n o podía tardar en venir el día ,partieron todos a Mansilla . Manifesté gran deseode acompañarlos , y me quise levantar para que lo
creyesen; pero n o le permitieron . no , G i l
Blas !— me dij o R olando Quédate aquí , hij o mío ,porque t e podría repetir el có lico ; otra vez vendrás
con nosotros , que por hoy no estás en estado de
hacerlo .» Most réme muy sentido de no ser de la
partida , y lo fingí con tanta naturalidad que nin
guno tuvo la menor sospecha de lo que yo medi
taba . Luego que partieron,lo que yo deseaba tan
to que se'
me hacían siglos los instantes,entré en
60
cuentas conmigo y me d i je a m i mismo : Gi l
Blas,ahora sí que neces i tas gran ánimo ! ¡Armate
de valor para acabar con lo que tan felizmente
has comenzado ! Domingo no está en situación de
oponerse a tu gloriosa empresa ni Leonarda puede
impedir su ej ecución . Si no te aprovechas de esta
oportun idad para escaparte , qui zá no en con t rarás
j amás otra tan favorable .» Estas reflexion es me
infundieron aliento y confianza . L ev an t ém e al pun
to de la cama , v est ím e , tomé la espada y las pis
tolas,y fu ím e derecho a la cocina ; pero antes de
entrar en ella , habiendo oído hablar a Leonarda ,me detuve y . apli que e l oído para escuchar lo que
hablaba . Discurría con la señora desconocida , que ,
habiendo vuelto en si de su segundo desmayo y
comprendiendo entonces todo su infortunio , llo
raba amargamente , faltándole poco para d eses
perarse . <<Llora , hij a m ía — le decía ella y llora
todo cuanto quieras ; no reprimas los suspiros y da
libertad a los sollozos : con eso te desahogarás . Es
cierto que parecía peligroso el accidente ; pero ya
que rompi st es en llorar , no hay que temer . Así
que se te haya mitigado el pesar , que poco a poco
se desvanecerá , te acostumbrarás a vivir con estos
señores , que todos son gente honrada y hombres
muy de b ien . Te tratarán mejor que a una prin
cesa ; todos a porfía se esmerarán en complacerte ,y cada d ia te m ost rarán más amor . ¡Oh y cuántasmujeres env id iarían tu fortuna si la supieran !»
No le d i tiempo a que dij ese más . En t rém e enla cocina con intrep idez y púse le una p i stola a los
61
pechos, amen azándola de quitarle en aquel mo
mento la vida si no me entregaba prontamente y
sin réplica la llave de la rej a . Turb óse a vista de
mi acción ; y aunque era va de edad avanzada ,
todavía t en ia tanto apego a la vida que no la quiso
perder por tan poca cosa como era entregarme o
n o entregarme una llave . A largómola pron t ísim a
mente , y luego que la tuve en la mano , v olv i én
dome a la bella dolorida,le dij e : <<Señora , el Cielo
os ha enviado un libertador; lev an t aos para se
gui rm e , que yo os conduciré y pondré con toda
seguridad donde me lo mandéis .» No se hizo sorda
a mi voz ; mis palabras hicieron tanta impresión
en su espíritu , que , recobrando todas las fuerzas
que le quedaban . se levantó, a rrojóse a m is pies ,
y solamente me suplicó que conservase su honor .
A lcé la del suelo'
, asegurándole que por mi parte
nada temiese y que confiase en mi honradez . Cogí
después unos corde les que había en la cocina , y ,
ayudándome la misma señora,amarré con ellos a
Leonarda a los pies de una gran mesa , amen azan
de la con que le quitaría la vida al menor grito que
di ese . En cendí luego una vela,y
, a compañado de
la señora desconocida,pasé al cuarto donde esta
ban las monedas y alhaj as de plata y oro ; llenélos bolsillos de cuantos doblones pudieron caber
en ellos , y para obligar a la señora a que hiciese
otro tanto le dije que en ello no h a c ia mas querecobrar lo que era suyo . Después de haber hecho
una buena provisión marchamos a la caballeriza ,donde entré yo solo con las pistolas amart illadas.
62
Daba por supuesto que el viej o negro no me dej a
ría ensillar y aparejar tranquilamente mi caballo,
y estaba resuelto a curarlo de una vez de todos
sus males si no quería ser bueno ; pero , por mi bue
na suerte , se hallaba a la sazón tan agravado de
los dolores que había pasado , y que le atormenta
ban aún , que saqué el caballo sin que diese la me
nor señal de haberlo conocido . La señora m e es
peraba a la puerta . Cogimos prontamente el c a
mino que guiaba a la salida de la cueva . abrimos
la rej a y llegamos a la trampa que cubría la en
trada . Costón os gran trabajo el levantarla , o , por
mej or decir , para lograrlo hubim os menester nue
vas fuerzas , que nos prestó e l deseo de salvarnos .
Comenzaba a rayar e l día cuando nos vimos
fuera de aquel abismo , y de lo que nos cuidamos
entonces fué de alej arnos cuanto'
antes de el . Yo
monté a caballo , puse a la señora a la grupa , y si
guiende a galope la primera senda que se nos pre
sen tó , tardamos poco en salir de l bosque y entrar
en una llanura, donde n os encontramos con varios
caminos . Seguimos uno a la ventura, teniendo yograndísimo miedo de que fuese qui zá el que guiaba
a Mansilla y nos hallásemos con Rolando y sus
camaradas , que sería fatal encuentro . Pero fué vano
mi temor, porque entramos felizmente en Astorga
a cosa de las dos de la tarde . Observé que muchosnos miraban con particular atención , como si fuera
para ellos un espectáculo nunca visto e l de una
mujer a caballo tras de un hombre . Apeámonos
en el primer mesón , y ordene al punto que guisa v
63
sen una liebre y asasen una perdiz . Mientras esto
se disponía , conduj e a la señora a un cuarto , donde
comenzamos a discurrir , lo cual no habíamos podido hacer en el camino por la prisa con que via
j amos . Most róse muy agradecida a l gran servicio
que le había hecho , diciéndome que , a vis ta deuna acción tan generosa , n o se podía persuadir
que yo fuese—
compañero de los infames de cuyo
poder la había libertado . Con t é le entonces mi his
toria ,…para confirmarla en el buen concepto en que
m e tenía . Con esto la empeñó a que me favoreciese
con su confian za y m e refiriese sus desastres , como
lo hizo , de la manera que se dira en el capi tulo
siguiente .
CAPITULO XI
H istoria de doña Mencía de Mosquera .
<<Nací en Valladolid y mi nombre es doña Mencíade Mosquera . Mi padre , don Martín ,
coronel de un
regimiento , fué muerto en Portugal , después de
haber consumido su patrimonio en el servicio del
rey . Dejóme pocos bien es , y cons iguientemente ,aunque hija única , no e ra un gran partido para
ser buscada en casamiento . Mas , a pesar de mi escasa fortuna , no me faltaban pretendientes . Muchos caballeros de los más principales de España
solicitaron mi mano ; pero e l que se llevó mi aten
ción fué don Alvaro de Mello . A la verdad , era e l
más galán y airoso de todos, y reunía además otras
64
prendas recomendables , que me decidieron a su
favor . Era prudente , entendido y valiente , acom
pañando a est e ser muy comedido , atento , pun
don oroso y el hombre más bien portado del mun
do . En las corridas de toros , ninguno se mostraba
más arriesgado , m ás b ri e so ni más diestro ; y en
las justas era la admiración de todos su d espeje ,
habilidad y v a len t ía . Finalmente , le preferí a sus
competidores y le di mi mano .
»Pocos d ía s después de nuestro matrimonio se
encontró en un sitio retirado con don Andrés de
Baeza , q ue había sido uno de sus competidores en
pre t enderm e . P i cáronse los dos , sacaron las espa
das y costó la vida a don Andrés . Era éste sobrino
del correg idor de Valladolid , hombre de genio vio
lento y enemigo mortal de la casa de Mello , y , por
consiguiente , j uzgó don Alvaro que le importaba
in f in i t o“
n o retardar un punto su fuga. Volv ióse in
med iatamente a casa , cón tóm e lo sucedido y m e
dij o : (Querida Mencía , es indispensable separarnos ;ya conoces al corregidor ; me persegui rá en carn i
z adam en t e . No ignoras lo mucho que puede en
España , -y asi , no estoy seguro en el reino .» No le
permitió decir más su dolor . H i ce le que tomase
dinero y algunas j oyas . D ióm e después los brazos ,est reehóme en ellos y estuvimos así un gran rato ,sin poder uno ni otro hablar palabra
,mezclándose
nuestras lágrimas , suspiros y sollozos . Vino un
criado a decir que estaba pronto el caballo ; desasi óse de m i , partió y dejóm e en un estado que n o
sabré pintar. ¡Dichosa yo si lo agudo del dolor me
66
»Vino en este tiempo a Valladolid don Ambrosio
Mesía Carrillo , marqués de la Guardi a . Era un o deaquellos señores entrados en edad que por sus aten
tos y cort esan ísimos modales hacen olvidar sus
años y logran aprec io entre los demás. Casualmen
te le refirieron la historia de don Alvaro , y con este
motivo oyó hablar de mí en términos que tuvo
gran deseo de verme . Para satisfacer su curiosidad
se valió de un a parienta m ía , en cuya casa m e en
centró . Vióme , y quedó prendado de m i , a pesar
de la impresión de dolor que reparó en mi sembleute . Pero ¿qué digo a pesa r ? Quizá lo que más
le movió fué e l mismo aire triste , melancólico y
marchito en que m e veía, hablándole est e e n fa
vor de mi fidelidad . Mi melancolía pudo ser causa
de su amor. Por eso m e dij o más de un a v ez que
me miraba como un prodigio de constancia y que
envidiaba la suert e de mi marido , por desgraciada
que fuese . En una palabra, quedó t an pagado de
m i que no necesitó verme segunda v ez para tomar
la determinación de casarse conmigo .
»Valióse de la misma parienta m ía para pedir mi
consentimiento . Vino ésta a mi casa y m e mani
festó que , habiendo mi esposo terminado sus d ías
en e l reino de Fez , no era razón que estuviese en
t errada por más tiempo , que había ya llorado so
b radamen t e a un hombre cuya compañía había
gozado por solos pocos momentos , que debía no
malograr la ocasión que se me presentaba y que
sería la mujer más feliz y más contenta del mundo .
Aquí ponderó la nobleza del marqués , sus grandes
67
bienes y amab i lísimo carácter . Pero por más que
empleaba su elocuencia en hacerme palpables las
ventajas que hallaría yo en aquel enlace, n o m e
pudo persuadir, n o ya porque dudase de la muerte
de don Alvaro ni por el recelo de volverle a v er
cuando menos lo pensase ; lo único que mi parienta
tenía que vencer era mi poca inclinación , o , por
mejor decir, mi repugnancia a un segundo matrimonio después de las desgracias que había experim en t ado en el primero . N o por eso desconfió ni
se acobardó ; antes bien ,interesada ya por don
Ambrosio , redobló sus instancias . Empeñó a toda
mi parentela en la pretensión del marqués . Comen
zaren mis parientes a estrecharme y apurarme sob re que aceptase un partido tan ventaj oso . Ve íame
sitiada siempre de ellos , importunándom e y ator
mentándome con la continua cantilena de que no
perdiese tan favorable proporción . Por otra parte ,mi miseria era mayor cada día , y n o fué est e lo
que men os contribuyó a dej ar vencer mi repug
nan0 1a .
!!No pud iendo , pues , resistir más tiempo , cedí a lf in a tan repetidas porfías y casóme con el marquésde la Guardia , e l cual , el día después de la boda ,me conduj o a una bellísima hacienda que teníacerca de Burgos , entre Tarda j os y Revilla . Desde
luego se poseyó de un amor vehemente hacia m i ;observaba yo en todas sus acciones un v iv ísimo
deseo de agradarme ; estud iaba en proporc ionarmº
todo cuan t o yo podía apetecer . Ningún esposo es
timó nunca más a su mujer n i j amás amante a l
68
guno empleó mayor esmero en complacer a su
dama . Sin duda que yo hubiera amado apasiona
damente a don Ambrosio , a pesar de la despropor
ción de nuestras edades , si hubiera sido capaz de
amar a otro que a don Alvaro ; pero los corazones
con stantes no aciertan a dar entrada a una se
gunda pasión . L a memoria de mi primer esposo
inut i lizab a todos los esfuerzos del segundo para
hacerse querer de m i ; n o podía corresponder a sus
ternuras sino con afectos y expresiones de gratitudy de respeto .
»H alláb am e en esta disposición , cuando un d ía ,
asomándome una ventana de mi cuarto , vi en
e l j ardin un aldeano que m e miraba con particular
atención . Túv ele por criado del j ardinero , y por
entonces no hice ca so de él ; pero al día sig uiente ,habiéndole visto en e l mismo sitio , m e pareció que
estaba aún más atento a mirarme . Esto me con
movió . O b serv é le también y o por mi parte con
algún cuidado , y se me figuró descubrir en él la
f ison om 1a del desgraciado don Alvaro . Esta seme
janza excitó en todos mis sentidos una turbación
inexplicable , y di un gran grito sin poderme con
tener. Por fortuna, estaba sola entonces con Inés ,la criada de mi mayor confianza .
—Descub ríle la
sospecha que me agitaba , y ella no hizo mas que
reír, creyendo que alguna ligera semejanza me
había alucinado . eSeren aos, señora — me dij o y
no creáis haber visto a vuestro primer esposo . No
es verosímil que se presentase aquí con e l disfrazde aldeano , ni se hace creíble que aún viva . Yo
69
misma — añadi ó— voy ahora al jardín a v er a ese
hombre , a informarme de quién es, y volveré a l
momento a desengañaros .» Marchó al jardín , y un
instan te después la v eo entrar en mi cuarto muyalterada . aSeñora — me dij o vuestra sospecha fuépor cierto bien fundada . El hombre que viste is en
e l jard ín es verdaderamente el mismo don Alvaro ;luego se m e descubrió , y desea hablaros a solas .»
'
»Podía rec i b i rle entonces , porque el marqués hab ía partido a Burgos , y así , dij e a Inés que le con
dujese a mi cuarto por una escalera secreta . Ya
se deja conocer la agitación en que yo me halla
ría . N o pude sufrir la vista de un hombre que t e
n ía derecho para decirme cuanto le viniese a la
boca , y al parecer con razón . Ca i desmayada lue
go que le vi en mi presencia , como si hub iera sido
su sombra . Así él como Inés m e socorrieron pron
tamente , y después que volví del desmayo , <<Tran
qui]iz aos, señora — me d ij o don Alvaro y n o sea
mi presencia un suplicio para vos . No es mi ánimo
causaros la más mín ima amargura . No vengo comomarido furioso a pediros cuenta de la fe que m e
j urasteis ni a calificar de delito el segundo enlace
que contraj iste is . muy bien que todo fué movido por vuest ra parentela , y no ignoro las perse
cuc ion es que habéis padecido . Por otra part e , es
toy informado ¡ de la voz de mi muerte esparcidaen todo Valladolid , y tanto más justamente creídade v os cuanto que ninguna carta mía e s podía a se
gurar de lo contrario . Finalmente , sé de qué modo
hab éis vivido desde nuestra fatal separación y que
70
la necesidad, más que e l amor, e s obligó a entregaros en los brazos don Alvaro ! — le inte
rrumpí yo anegada en lágrimas ¿Por qué razón
queréis disculpar a vuestra esposa ? ¡No tiene disculpa , puesto que vivís ! ¡Desdichad a de m i ¡Oj aláme viera ahora en la miserable situación en que
me hallaba antes de desposarm e con don Ambro
sio ! ¡Funesto casami ento ! ¡Ah ! ¡En aquella mise
ria, tendría a lo menos e l consuelo de veros sin
avergonzarme !»<<AmMa Men c ía— r eplicó don Alvaro en tono que
mostraba bien cuánto le habían enternecido mis
lágrimas yo no me quej o de ti ; antes bien , lej os
de censurar la brillantez en que te veo , juro que
doy a l Cielo mil gracias . Desde el triste día en que
partí de Valladolid , tuve siempre contraria la for
tuna; mi vida fué un tej ido de desdichas , y , para
su colmo , nunca me fué posible darte noticias dem i . Seguro siempre de tu amor, se me representa
b a continuamente la situación a que mi fatal ca
riño te había conducido . Consideraba a mi adora
da Mencía bañada en lágrimas , y esta considera
ción era mi mayor tormento . Conf ieso que algunas
veces tenía por delito la dicha de haberte agrada
do . Deseaba que te hubieses inclinado a cualquier
otro de mis competidores,cuando reflexionaba en
lo'
mucho que te costaba la preferencia con que
me habías honrado . Por fin ,después de siete años
de penas , más enamorado de ti que nunca , he que
rido volver a verte . No he podido resistir a este
deseo , y , hab i éndomelo permitido satisfacer el t ér
7 1
mino de un a larga esclavitud , h e vuelto a Valla
dolid disfrazado en este traje , a riesgo de ser co
nacido y descubierto . Allí lo h e sabido todo , y h evenido en seguida a esta posesión , donde h e h a
llado modo de introducirme con el jardinero paraayudarle a cultivar estos j ardines . Ta l es el arbi
trio que he tomado para lograr hablarte en secre
to . Mas n o t e imagines que con mi presencia vengo
aquí a turbar la ventura que gozas . Amote más
que a mí mismo , respeto tu reposo y , acabada esta
conversación , parto lej os de ti a terminar mis trist es días , que sa cri f i ce a tu amor .»
don Alvaro , no !— exclamó al oír estas pa
labras El Cielo no t e ha traído aquí en balde ,y no perm i t i rá que segunda v ez t e apartes de m i .
Quiero ir contigo , y solamente la muerte n os po
drá separar en adelante .» <<Créeme a m i Men c ía
me replicó vive con don Ambrosio , y n o quie
ras ser compañera de mis desdichas ; dej a que car
gue yo solo con todo el peso de ellas .» Añadió a
éstas otras razones semej antes ; pero cuanto másempeñado parecía en. querer sacrificarse a mi felicidad , menos dispuesta me hallaba yo a censen
t irlo . Luego que me vió t an resuelta a seguirle ,mudó de repente de tono , y con semblante más
alegre me dij o : <<Men cía , pues todavía amas tantoa don Alvaro que quieres preferir su miseria a la
abundancia en que t e hallas , vámonos a vivir a
Betanzos , ciudad del reino de Galicia , donde hallaremos un seguro retiro . Si mis desgracias me
quita ron todos m is bienes , no me hicieron perder
72
todos m i s amigos . Aun me quedan algunos t an
verdaderos , que me han facilitado medios de po
der sacarte de esta casa . Con su auxilio compré
en Zamora coche , mul as y caballos , y traigo por
compañeros a tres amigos gallegos , resueltos y v a
lerose s . Todos están armados de carabinas y pis
tolas , y todos esperan mi aviso en el lugar de R e
v illa . Aprov eehém on os d e la ausencia de 'don Am
b rosi o . Voy a dar orden de que traigan e l carruaje
a la puerta de esta casa , y al momento partire
mos .» A todo accedí . Fué volando don Alvaro a
Revilla , y en breve tiempo volvió con sus tres
compañeros mon tados . Sa cáronm e de en medio de
mis criadas , que , no sabiendo qué pensar de este
acontecimi ento , huyeron despavoridas . Sólo Inésera sabedora de todo ; pero no quiso uni r su suerte
con la mía porque estaba enamorada de un paj e
de don Ambrosio : lo que demuestra que el afecto
de los más fieles criados n o resiste a la prueba del
amor . Entré en el coche con don Alvaro , no lle
vando conmigo sin o alguna ropa y ciertas j oyas
que tenía antes del segundo matrimoni o , porque
nada quise tomar de lo que m e había regalado el
marqués cuando su casamiento . Seguimos el cami
no de Galicia sin saber si ten dríamos la fortuna de
llegar allá . Temíamos,con razón , que al volver de
Burgos don Ambrosio viniese en seguimiento nues
tro , acompañado de mucha gente , y que n os a l
can zase ; pero caminamos dos días sin que nadie
nos siguiese . Esperábamos que sucediera lo m ismo
en la tercera j ornada , y ya caminábamos tranqui
7 4
ca mi vestido , y después de alguna suspensión ex
clamó diciendo : iv e e l Cielo que ésta es mi mis
misima ropilla ! ¡La conozco t an bien como he co
noc ido mi caballo ! ¡Sob re mi palabra que podéisprender a este hombre honrado ! ¡Sin duda es un o
de los ladrones que tienen no sé qué oculta madri
guera en este país !»
Al oír aquellas palabras me persuadí de que sin
duda me había tocado , por desgracia m ía , e l des
pe je de aquel caballero , y , por consiguiente , me
quedé sorprendido e inmutado . El corregidor , que
por su oficio debía juzgar antes mal que bien de
la turbación en que m e v e ia , hizo juicio de que la
acusación no era mal fundada, y sospechando que
la señora podía también ser cómplice , n os hizoprender a los dos y poner en cuartos separados .
N o era este juez de aquellos de rostro grave y ce
ñudo ; antes bien , mostraba un semblante apacible
y risueño , acompañado de un modo de hablar
dulce y cariñoso ; pero sabe Dios si era mej or que
los primeros . Luego que estuve en la prisión , vino
a ella con sus dos precursores , est e es , sus dos a l
guac i les, los cuales , según su buena costumbre ,empezaron por registrarme bien las fa lt riqueras .
¡Qué día para aquella honrada gente ! Acaso en
todos los de su vida no habían tenido otro seme
j ante . A cada puñado de doblones que me saca
ban , estaba viendo que rebosaban sus oj os de a le
gría . Hasta e l mismo corregidor parecía que es
taba fuera de sí . cH ijo — m e decía en un tono
lleno de miel y dulzura no extrañes ni tengas
75
recelo de lo que ejecutamos , que en esto no hace
mes mas que nuestro oficio . S i estás inocente , nada
te perjudi ca rá .» Mien tras tanto fueron poco a poco
aliv iando del peso mis bolsill os , quitándome aun
lo que habían respetado los ladrones : quiere decir
los cuarenta ducados de mi t ío . Escudriñáronme
de pies a cabeza sus codiciosas e infatigables ma
nos,h ac i éndome volver a todos lados y despoján
deme de todos los vestidos para v er si tení a guar
dado algún dinero entre e l pellej o y la camisa .
Después que cumplieron tan exactamente con aque
lla su importante obligación , e l corregidor me hizo
sus preguntas . Sat isf íce las presto , ref iri éndole in
genuamen t e todo lo sucedido . Hizo escribir mi de
clarac ión y partió con su gente y mi dinero , de
jándome desnudo sobre la paj a .
vida humana— exclamó cuando me vi solo
en aquel miserable estado qué llena estás de
contratiempos y de caprichosas aventuras ! Desde
que salí de Oviedo n o h e experimentado mas que
desgracias . Apenas salgo de un peligro cuando
caigo en otro . Al llegar a esta ciudad estaba muy
lejos de pensar que en tan poco tiempo hab ía de
conocer a su corregidor .» Haciendo estas reflex io
nes inútiles m e vestí la maldita ropilla y lo res
tante de la ropa que m e había puesto en aquel
estado ; y después , hablándome y alentándome
mi m ismo , “¡Animo , G i l B las— me dij e valor yconstancia ! ¡Vamos claros ! ¡Piensa que después deeste tiempo v endrá quizá otro más dichoso ! ¿Será.
bueno desesperarte porque t e v es en una prisión
76
ordinari a después de haber hecho tan penoso en
sayo de tu paciencia en la tenebrosa cueva ? Mas ,
¡ay— añadí tristemente yo m e alucino y m e li
sonjeo ! ¿Cómo será posible que salga de esta cár
cel , cuando acaban de qui tarme los medios de con
seguirlo ? Un pobre encarcelado sin dinero es un
pájaro a quien cortan las alas .»
En lugar de la liebre y de la perdiz que había
mandado componer m e traj eron un pedazo de pan
negro y un jarro de ag ua , dejándome t ascar el fre
no en mi calabozo . En él estuve quince días ente
ros , sin ver en todos ellos otra persona que el a l
caide , que ven ía todas las mañanas a registrar y
renovar las prision es . Cuando le veía , intentaba
querer entablar conversación con él para desaho
garm e algún tanto ; pero aquel hombre nada res
pond ía a'
cuanto le preguntaba . Jamás m e fué po
sible sacarle ni un a sola palabra . Entraba y salía
muchas veces sin dignarse siquiera de mirarme .
Al decimosexto d ía se dej ó ver el corregidor, y
me dij o : <<Ya puedes alegrarte , porque te traigo
una buena nueva . Hice que fuese conducida a
Burgos la señora que vení a contigo , examínela se
b re quién eras , y tu conducta y sus respuestas t e
justificaron . Hoy mismo saldrás de la cárcel , con
tal que el arriero en cuya compañía vini ste desde
Peñaflor a Cacabelos , según has dicho , conf i rme
tu declaración . Está en Astorga; ya le h e enviado
a - llamar, y le estoy esperando . S i conv iene su de
c larac ión con la tuya , inmediatament e te pongo
en libertad .»
7 7
Consoláronme mucho estas palabras , y desde
aquel momento me consideré fuera de todo enrede . Di gracias al juez por la buena y pront a just -i c ia que me quería hacer ; y apenas había acaba
de mi cumplido , cuando llegó e l arriero en tre dos
a lguaciles . Con ocíle inmediatamente ; pero e l bri
b ón , que sin duda había vendi do mi maleta con
todo lo que había dentro , temiendo le obligasen a
restituir e l dinero que había recibido si confesaba
que me conocía , dij o descaradamente que n o sa
b ía quién yo era y que jamás me había v is to .
traidor !— exclamé yo ¡Confiesa que has vendidomi ropa y respeta la verdad ! ¡Mírame bien ! Yo soyuno de aquellos mozos a quienes amenazaste con
e l tormento en Cacabelos,llenando a todos de mi e
de.» El taimado respondió muy fríamente que le
hablaba un a j erigonz a que él no en t end ia ; y como
ratificó y mantuvo hasta el fin aquel solemn isimo
embuste , mi libertad se difirió hasta mej or oca
sión . <<Hij o— me dij o el corregidor bien v es que
e l arriero n o concuerda con lo que declaraste ; y
así , no puede soltarte , por más que lo deseo . » Con
v ín ome , pues , armarme nuevament e de paciencia
y resolverme a estar todavía a pan y agua y su
frir al silencioso carcelero . Cuando pen saba en que
no podía salir de entre las garras de la justicia ,siendo así que no hab ía cometido delito alguno ,
me desesperaba con este tri ste pensamiento , y
echaba de menos el lóbrego subterráneo . ((Bien re x
flexionado — me decía yo a m i mismo allí m e,
'
¡hallaba menos mal que en este calabozo . Por lo
78
menos en aquél comía y bebía a legremente con
los ladrones, d iv ert íame con ellos y m e consolaba
la dulce esperanza de poderme escapar algún día ;
pero seré qu i zá muy feliz si sólo puede sa lir de
aquí para ir a galeras , a pesar de mi inocencia .»
CAPITULO XIII
Por qué casualidad sale Gi l Blas de la cárcel, ya dónde se encaminó después.
Mientras yo pasaba los días y las noches en des
variar entregado a mis tristes reflexiones , se d ivul
garon por la ciudad mis aventuras , ni más ni m e
nos que yo las había dictad o e n mi declaración .
Muchas personas m e qui sieron v er por curiosidad .
Venían unas en pos de otras , y se asomaban a una
ventanilla que daba luz a mi prisión , y después de
haberme mirado algún tiempo se retiraban silen
ciosas . Sorprend ióme aquella novedad . Desde mi
entrada en la cárcel nunca había visto alma vi
viente asomarse a la tal ventanilla,que caía a un
patio donde habitaban el silencio y el horror . Me
hizo creer que yo había llamado* * la atención de la
ciudad ; pero no acertaba a pronosticar si sería para
ma l o para bien .
Uno d e los primeros que vi fué el muchacho oniño de coro de Mondoñedo que en Cacabelos se
escapó , como yo , de miedo del tormento . Conoc íle
luego , y él no fingió desconocerme , como lo había
79
fingido e l arriero . Sa ludámonos uno y otro , y en
tab lam os una larga conversación , en la cual me vi
precisado a hacerle una nueva relación de mis aven
turas, lo que produj o dos efectos diferentes en e l
ánimo de los circunstantes , pues que los hice reír
y m e atraj e su compasión . El , por su parte , me
contó lo que había pasado en el mesón de Cacabe
los entre e l arriero y- la mujer después que un t e
rror pán i co nos había separado de ella . En una pa
labra, con tóme todo lo que dej o ya dicho . Despi
diose después de m i , prometiéndome que sin pe r
der tiempo iba a hacer todo lo posible para que me
d ieran libertad . Desde entonces todas las personas
que como él habían venido a verme por mera cu
riosidad m e aseguraron que mis desgracias las
movían a compas ión , o freciéndome al mismo tiem
po unirse con aquel mozo para solicitar que me
librasen de la cárcel.
Cumplieron efectivamente su palabra . Hablaron
en favor m ío al corregidor, quien , n o dudando ya
de mi inocencia, particularmente desde que el niño
de coro le contó todo lo que sabía, tres semanas
después vino a la prisión y me dijo : (<Gi l B las , aun
que si fuese yo un juez severo podría detenerteaquí , no quiero dilatar más tu causa . Vete ; ya es
tás libre y puedes salir cuando qui si eres. Pero
dime— prosiguió si t e llevaran al bosque donde
estaba el subterráneo , ¿ no le podrías descubrir ?»<<No , señor— le respondí porque como entré en
él de noche y salí antes del día , no m e sería posib le dar con él .» Con eso se retiró e l juez , diciendo
80
que i b a a dar orden al carcelero que me franquea
se la puerta. Con efecto , un momento después vino
e l alcaide con sus satélites , que traían un lío de
ropa , los cuales, con mucha gravedad y sin decir
un a sola palabra , m e despojaron de la casaca y
de los calzones , que eran de paño fino y casi nue
vo , m e metieron por la cabeza un a especie de cha
marreta muy viej a y muy raída a manera de es
capula r io , y conc luida esta ceremon ia m e pusi e
ron a la puerta de la cárcel , echándome a empe
llon es fuera de ella .
La v ergñenza que padecí al verme en t an mala
ropa moderó mucho la alegría que comúnmente
tienen los presos cuando han recobrado su liber
tad . Tuve impulso de sali rme inmediatamente de
la ciudad , por huir de la vista de l pueblo , que no
podía sufrir sin rubor; pero pudo más mi agrade
cimiento . Fui a dar las gracias al'
can t orc i llo ,
quien debía tanta obligación . No pudo dejar de
reír luego que me vió . ((A lo que advierto— dij o
parece que la justicia ha hecho contigo todas sus
((No m e quej o de la justicia — le res
pondi ella en si es muy justa; solamente desearía yo que todos sus oficiales fueran hombres de
bien y de conciencia . A lo menos , me pudieran
haber dej ado e l vestido , pues me parece que no
le había pagado mal .» <<Convengo en eso— m e re
pl i có pero dirán que ésas son formalidades que
ind ispensab lem en t e se deben observar . Y si no ,dime : ¿ crees , por ventura , que el caballo en que
viniste se ha restituído su primer dueño ? N o le
82
brado a una vida muy frugal, y t odav i a me resta
ban algunos reales cuando llegué al lugar de Puen
t edura ,poco distante de Burgos . Detúv eme en é l
para saber de doña Mencía . Entré en un mesón ,
cuya huéspeda era una mujer muy pequeña , muy
enjuta,vivaracha y de mala condición . Luego co
n ocí , por la mala cara que me puse , que no le ha
bía gustado mi chamarreta, lo que fácilmente le
perdoné . Sen t éme a una asquerosa mesa, donde
comí un pedazo de pan con un cuarterón de que
se y bebí algunos tragos de un detestable vino
que me traj eron . Durante la comida , que era muy
correspondiente a mi equipaje , quise entablar con
v ersa c íón con la huespeda, que me dió a entender
con un gesto desdeñoso que tenía a menos hablar
conmigo . Supliqué le que me dijese s i conocía al
marqués de la Guardia , si estaba lej os su casa de
campo y , particularmente , si se sabía en qué ha
bía parado la marquesa su muj er . cosas
me preguntáis !» — respondió muy desdeñosa . S in
embargo , me contestó en abreviatura y con muy
mal talante , di ciendo que la casa de campo de don
Ambrosio distaba una legua corta de Puentedura .
Después que acabé de beber y de cenar, como
era ya de noche , mostré que deseaba recogerme ,
y pedí un cuarto . cuarto para él !— me dij o la
mesonera , mirándome de hito en hito con altivez
y con desprecio ¡Un cuarto para él ! ¡Los cuartos de m i casa los reservo yo para gentes que no
cenan .pan y queso ! Todas mis camas e stán c on,
pedas, porque estoy esperando a ciertos caballeros
83
de importancia que vienen a hacer noche aquí ; lo
más que te puede ofrecer es e l pajar , porque creono será la primera -vez que hayas dormido sobre
paja .» En esto de c ia más verdad de lo que ella
misma pensaba . No le repliqué palabra . Abracéprudentemente el partido que me proponía; fuime
al pajar y dormí con tranquilidad , como hombre
que ya estaba hecho a trabaj os .
CAPITULO XIV
Recib imiento que le hizo en Burgos doña Mencía.
No fuí perezoso en levantarme al d ia s i guiente .
Fu i a_
ajustar la cuenta con la huespeda , que ya
estaba levan tada , y me pareció de mej or humor
que e l día antecedente . A t rib uílo a la presencia de
tres honrados cuadrilleros de la Santa Hermandad
que con mucha familiaridad hablaban con ella , y
serían sin duda los caballeros de importancia para
quienes estaban destinadas todas las camas . Infe rméme en e l lugar del camino que guiaba a la casade campo a donde yo quería ir , y se le pregunté ¡a
un paisano que m e deparó la suerte , del mismocarác t er que mi antiguo mesonero d e Peñaflor. N o
contento con responderme a lo que le preguntaba ,añadió que don Ambrosio hab ía muerto tres sema
y que la marquesa , su muj er. se hab íaun convento .de la ciudad , que m e
Al punto me encaminé en derechura a
84
Burgos , y , sin pensar ya en la casa de campo , fuívolando a l monasterio donde m e dij eron ”
que se
hallaba doña Mencía . Supliqué a la t e rn era se si r
viese decir a aquella señora que deseaba hablarle
un mozo recién salido de la cárcel de Astorga . Iri
mediatamente fué a darle el recado la t e rn era .
Volvió ésta, y me hizo entrar en un locutorio;adonde dentro de poco vi llegar, muy en lutada , a
doña Mencía .
venido seas , Gi l Blas— me d i j o aquella
viuda con modo muy afable Cuatro días ha que
escribí a un conocido mío de Astorga suplicándole
te fuese a v er y que de mi parte te rogase v ini e i
ses a visi tarme inmediatamente que salieses de la
prisión . Nunca dudé que pronto te dari an liber
tad . Bastaban para esto las cosas que yo dij e al
corregidor en descargo tuvo . R espondi éronm e que“
ya , con efecto , estabas libre , pero que no se sab ia
tu paradero . Temí no volverte a v er ni tener e l
gusto de darte algun a prueba de mi agradecim ien
to , lo que hubiera sentido extremadamente . Con
sué lat e — añadió , conociendo que estaba av ergon
zado de presentarme a ella en tan miserable es
tado no t e dé pena alguna el hallarte en el in
feliz ropaj e eu que t e v eo . Después del gran ser
vicio que me hiciste,sería v e la mujer más ingrata
de las mujeres si no h iciera nada por ti . Mi án imo
es sacarte del mal estado en que te hallas ; debe y
puede hacerlo , pues tengo bienes suficiente s para
poder corresponderte sin que me sea gravoso .
»Los lances— continuó— que me sucedieron hasta
85
el dia en que nos separaron para meternos presos
ya los sabes como yo; ahora voy a contart e lo que
me aconteció desde entonces. Luego que el corre
gidor de Astorga dispuso que m e condujesen a
Burgos , después de haberme oído la relación puntual de m is sucesos , me dirigí a la casa de don Am
b rosio . Causó mi llegada general y extremada sor
presa ; pero me dij eron que ya llegaba tarde , por
que el marqués , profundamente afligido por mi
fuga , había caído gravemente enfermo , y tanto ,
que los médicos desesperaban de —su vida . Esta
triste noticia fué un motivo más sobre los muchos
que ya tenía para llorar el rigor de mi fatal desti
no . Con todo eso , quise que le avisasen mi llega
da ; entré después en su cuarto y corrí a arrojarme de rodillas a la cabecera de su cama , anegado
en lágrimas el semblante y el corazón traspasado
de l más agudo dolor . te ha t ra i do aqui ?— me dij o luego que me v ió ¿Vienes a compla
certe en la obra de tus manos ? ¿No t e basta ha
berme quitado la vida ? ¿Era menester, para ma
yor satisfacción tuya , que tus mismos oj os fuesen
testigos de m i muerte ?» <<Señor— le respondí ya
e s hab rá informado Inés de que huí con mi legít imo esposo , y a no ser el funesto accidente que me
pri vó de él , nun ca más me hubierais vuelto a v er .»
R e fer ile al mismo tiempo cómo don Alvaro había
muerto a manos de unos ladrones y cómo me h a
bian conducido al subterráneo,con todo lo demás
que me había sucedido hasta entonces . Apenas
acabé de hablar , cuando , alargándome cariñosa
86
mente la mano , me d i jo con ternura : h i ja ;
ya no me quej o de ti ! Pues qué , ¿deb e por ventura
culpar un proceder tan justo y t an honrado ? H a
llást et e de repente con tu legítimo esposo, a quien
adorabas , y me abandonaste por irte con él . ¿Podre nunca condenar con razón una conducta dic
tada por la conc i enc i a y la justicia ? No por cierto ;ningun a razón t endria para quejarme . Por eso no
permití que ninguno te siguiese . Respetaba en aque
lla fuga e l sagrado derecho que la hacía lícita , y
aun necesaria , - como también el debido amor que
profesabas a tu querido y verdadero esposo. En
fin , t e hago justicia , y protesto que con haberte
rest i tui do a mi casa has recobrado toda mi tem u
ra . Si , querida Mencía , tu presencia me colma de
gozo y de consuelo . Mas ¡ay , cuán poco me durará
uno y otro ! Conozco que mi última hora se v a
acercando . Apenas la suerte me volvió a juntar
contigo , cuando me será necesario arrancarme de
ti con e l último adiós .» R edob lóse mi llanto al oír
palabras tan amorosas , las que excitaron en mí
un a aflicción extremada. Aunque adoré a don Al
varo , n o lloré tanto por él . Mur ió don Ambrosio a l
d ía siguiente, y yo quedé dueña de la rica dote
que me había señalado en las capitulaciones . No
es mi ánimo emplearla mal . Aunque soy t odav ia
moza, ninguno me verá pasar a terceras nupcias .
Esto , a m i parecer, sólo es propio de mujeres sin
pudor y sin delicadeza . Antes bien , te digo que ya
no tengo inclinación al mundo y que quiere a cabar
mis días en este convento y ser su bienhechora .»
87
—Tal'
fué el discurso de doña Mencía ; acabado e l
cual , sa có de la faltriquera un bolsillo y me lo tiró
por la reja del locut orio a donde le pudiese alcanzar , diciendo : <<Toma, Gi l Blas , esos cien ducados ,únicamente para que t e vistas , y después vuelveme a v er , porque n o quiero que se limite a cosatan corta mi agradecimiento .» Dile mil gracias y
le juré que no partiría de Burgos sin volver a des
pedirme de ella . Hecho este juramento— que es
taba bien resuelto a n o quebrantar m e fui a
buscar algún mesón . Entré en e l primero que en
contré , pedí un cuarto , y para precaver el mal
concepto que por el traj e se podía formar d e m i
dij e al mesonero que , aun que m e veía en aquellos
pobres trapos , tenía con qué pagar el gasto . Al
oír estas palabras , e l mesonero , que se llamaba
Majuelo y era naturalmente grandísimo bufón , mi
randome y exam inándome atentamente de pies a
cabeza , m e dij o con cierto aire malicioso y chuf le t ero que n o necesitaba de mi aseveración para
conocer que sin duda haría yo en su casa mucho
gasto , porque entre los remiendos de aquellos ma
los trapos se divisaba en mi persona un n o sé quéde nobleza que le obligaba a creer que yo era un
caballero de grandes conveniencias . N o dej é deconocer que e l bellaco se estaba burlando d e m i ,y para cortar de repente sus b ufon escas fri a lda
des saqué e l bolsillo y a su vista conté sobre unamesa mis ducados , los que le obligaron a formar
un juicio más favorable de m i . R og ué le que m e
hiciese buscar algún sastre,a lo cual me replicó
88
que sería mejor llamar a algún prendero, el cualtraería di ferentes vestidos de todas clases, paraquedar pronto vestido del todo . Armóme el conse =
je y determ iné seguirle? pero como se acercaba yala noche , dilaté este negocio hasta e l día siguiente ,y sólo pensé en cenar bien para resarcir lo mal que
había comido desde que salí del subterráneo .
CAPITULO XV
De qué modo se visti ó Gi l Blas, del nuevo regalo
que le hi zo la señora y del equipaje en que sali ó
de Burgos.
Sirv i éronm e un copioso plato de manos de car
nero fritas y le comí casi todo ; bebí a proporción
y después fuim e a la cama. Era_
é st a muy decente ,v esperaba que luego se apoderaría de mis sentidos
un profundo sueño; pero engañéme , porque apenas
pude cerrar los ojos , ocupada la imaginación en
qué género de vestido había de escoger. “¿Qué
haré ?— decía ¿ Seguiré mi primer intento de
comprar unos hábitos largos para ir a ser dóm i
ne en Salamanca ? Pero ¿a qué fin vestirme de
estudiante ? ¿Tengo deseos de consagrarme al es
tado eclesiástico ? ¿Acaso me inclina a ello mi pro
pensión ? ¡Nada de eso ! Mis inclinaciones“ son muy
contrarias a la santidad que pide : quiero ceñir es
pada y v er de hacer fortuna en el mundo .» Y a
esto me decidí .
90
de que estaba un poco usado . Se componía de unaropilla , unos calzones y un a capa; la ropilla, con
mangas acuchilladas , y todo él de terciopelo azul
bordado de oro . Escogí éste y pregunté e l precio .
El prendero, que conoció cuánto me agradaba, m e
dij o : <<Em verdad que es usted un señor de gusto
muy delicado , y se ve bien que lo entiende . Sepa
usted que este vestido se hizo para uno de los pri
meros sujetos del reino , que no se le puso tres v e
ces . Observe bien la calidad del terciopelo y h allará que es del mejor. Pues ¿ qué diré del borda
de ? No parece cabe mayor delicadeza ni prim e r .»
<<Y bien— le pregunté ¿ cuán t o ped is por él ?»
<<Señor —me respondió ayer no le quise dar por
sesenta ducados ; y si esto no es cierto , no sea yo
hombre de bien .» A la verdad , la contestación
era convin cente . Yo le ofrecí cuarenta y cinco ,aunque acaso no valía la mitad . <<Caballero — replicó
él fríamente yo no soy hombre que pi de más
de lo justo ni reb aje un ochavo de lo que digo la
primera vez . Tome usted este otro vestido— con
t inuó , presen tándom e el primero ; que yo había
desechado que se le daré más barato .» Todo
esto sólo servía para aumentar en m i la gana que
tenía del otro , y como me imaginé que no reba
jar ía ni un maravedi de lo que había pedido , le
entregué sus sesenta ducados . Cuando vió la faci
lidad con que se los había dado , juzgo que , no obs
tante la delicadeza de su “rígida conciencia , se arre
p in t ió mucho de no haberme pedido más . Pero al
fin , contento con haber ganado a real por cuarto ,
91
se despidió con sus mozos, los cuales tampocodej é de agasajar dándoles para beber.
Vi éndome ya con un vestido tan señor, comencéa pensar en 10 restante para presentarme en la ca
lle con toda autoridad y decencia , lo que m e en
t retuv o toda la mañana . Compré pañuelo , som
brere , medias de seda , zapatos y una espada . Ves
time inmediatamente ; pero ¡qué gozo fué e l m ío
cuando m e vi tan bien equipado ! N o m e cansaba
de mirarme . Ningún pavo real se recreó nunca
tanto en mirar y remirar el dorado plumaj e de sucola . Aquel mismo día pasé a visitar segunda v ez
a doña Mencía , la cual m e volvió a recibir con la
mayor urbanidad y agasaj o . Dióm e nuevas gra
c ias por e l servicio que le había hecho , a que si
guió una salva de recíprocos cumplido's . Después ,deseándome en - todo la mayor prosperidad , se des
pidió de m i , y se retiró , regalándome sólo una
sortij a de treinta doblones y suplicándome la con
serv ase siempre por memoria .
Quedém e frío cuando me vi con la tal sortija ,porque había contado con regalo de mucho más
precio . En esta suposición,malcontento de la ge
nerosidad de la señora , volví al mesón haciendo
mil calendarios ; pero apenas había l legado cuando
entró en él un hombre que v en ia tras de m i , e l
cual , desemb ozando la capa , mostró un talego b as
tante largo que traía debajo del brazo . Así que vie l talego , que parecía lleno de dinero , abrí tantoºjº , y lo mismo hicieron algunas personas que és
taban presentes ; y me pareció oír la voz de un se
92
rafin cuando aquel hombre me dijo , poniendo el
talego sobre una mesa : aSeñor Gi l Blas, mi señorala marquesa suplica a usted se sirva adm itir esta
cortedad en prueba de su agradecimiento .» Hice
mil cortesias al portador, acompañadas de otros
tantos cumplimientos , y luego que salió de l mesón
me arroj é sobre el talego como un gavilán sobre su
presa y llev émele a mi cuarto . Desat é le sin perder
tiempo , v ac i é le sobre un a mesa y me encontré con
mi] ducados que contenía . Acababa de con t arle s
al tiempo que e l mesonero,que había oído las pa
labras del portador , entró para saber lo que ibaen e l talego . Asomb ró le la vista de tanta plata y
exclamó adm irado : de Dios , y cuán t o di
nero ! ¡Sin duda sabéis— añadió con malicia — sacar
buen partido de las damas ! ¡Apenas ha v e in t i cua
tro horas que estáis en Burgos y ya hacéis con
t rib u ir a las marquesas !»N o m e desagradó esta sospecha y estuve tenta
do a dejar a Majuelo en su error , por lo que lisen
jeab a mi vanidad . No m e admiro de que los m e
zos se alegren de ser tenidos por afortunados con
las muj eres ; pero pudo más en m i la inocencia de
mis costumbres que la vanagloria . Desengañé al
mesonero y le conté toda la historia de doña Menc ía . Oyó la con singular atención , y después le con
fié e l estado de mis asun t os , suplicándole , pues se
mostraba tan interesado en servirme , me ayudase
con sus consej os . Quedóse como p ensa t iv o algún
tiempo , y tomando luego un aire serio , m e dijo :eSeñor G i l Blas , confieso que desde que vi a usted
93
15 cobré particular inclinación; y ya que le merez
la conf ianza de que m e hable con tanta fran
queza , deb e corresponder a ella diciéndole sin lisonj a lo que siento . A m i me parece que usted es
un hombre nacido para la corte , y así , le acon sej o
se vaya a ella y procure introducirse con algún gran
señor,viendo de mezclarse en sus negocios , y se
b re“
todo en los de sus pasatiempos y dev an eos, sin
lo cual perderá usted el tiempo y nada adelantará
con él . Conozco bien a los grandes : ningún apreciohacen del celo y de la lealtad de un hombre de
bien , y sólo estiman a las personas que les son n e
cesarias para sus fines . Además de éste , t iene us
t ed ot ro recurso : es mozo , bien dispuesto , galán ; y
est e ,aun cuando fuera un hombre sin talento , b a s
taba y aun sobraba para encaprichar a su favor a
alguna viuda poderosa o alguna h ermosa dama mal
casada . S i el amor empobrece a muchos ricos , talvez sabe también enriquecer a los que eran po
bres . Soy , pues , de parecer que vaya usted a Ma
drid ; pero conviene se presente con ostentación ,
pues all í , como en todas partes , se juzga de laspersonas no por lo que son , sino por lo que apa
rentan ser, y usted solamente será atendido a pro
porción de la figura que hiciere . Quiero proporc io
narle un criado mozo , fiel , cuerdo y prudente ; en
fin , un hombre de mi mano . Compre usted dos
mulas , una para sí y otra para é l , y sin perdertiempo póngase en camino lo más pronto que le
sea posible .»
N o podía menos de abrazar un conse jo que era
94
tan de mi gusto . Al d ía siguiente compré dos mulas y recibí el criado que Majuelo m e propuso . Era
un hombre de treinta años y de un aspecto humilde y devoto . Díjom e ser rayano de Galicia y
llamarse Ambrosio Lamela . Lo que más admiré en
él fué que , siendo los demás criados por lo común
muy interesados , éste n o se paraba en pedir gran
salario . Díjom e que en este asunto se contentaria
con lo que quisiese darle . Compré unos botines y
una maleta para llevar mi ropa y mis ducados ,ajusté la cuenta con el mesonero , y al amanecer
salí de Burgos camino de Madrid .
CAPITULO XVI
Donde se ve que ninguno debe fiarse mucho de la
prosperidad.
Dormimos en Dueñas la primera j ornada , y el
d ía siguiente entramos en Valladolid a las cua t ro
de la tarde . Apeámon os en un mesón que me pa
recio sería el mej or de la ciudad . Mí criado se fuéa cuidar de las mulas y yo man dé a una moza de
la posada llevase la maleta a l cuarto que me die
ron . Llegué tan fatigado, que sin quitarme los b o
tines me eché en la cama , donde insensiblemente
me quedé dormido . Era ya casi noche cuando des
perte. Llamé a Ambrosio . No estaba en e l mesón ,
pero tardó poco en parecer. Pregun t é le de dónde
venía. y me respondió, devoto y compungido , que
95
de una iglesia de dar gracias al Señor por hab er
nos librado de toda desgracia en el camino . Ala
b é le su devoción y le mandé que encargase m e dis
pusiesen algo que cenar .
_Al m 1sm o tiempo que le hablaba entró en m i
cuarto el mesonero con un hacha encendida en la
m ano , alumbrando a una señora ricamente vesti
da , la cual m e pareció más hermosa que joven .
Dáb a le el brazo un escudero , y un m e ri t o la se
guía llevándole la cola del vestido . Quedé no pocosorprendido cuando la señora , después de hacerme
un a profunda reverencia , me preguntó si por ven
tura sería v e el señor G i l Bla s de San t i llana .
'
Ape
nas le respondí que s i cuando , desasiéndose del
escudero, vino apresuradamente a darme un abra
zo con tal alborozo y a legria , que añadió muchos
a mi admiración . mil veces bendito
o— exclamó — por tan dichoso encuentro ! ¡A
usted , señor caballero , a usted venía yo buscan
de !» Al oír esto se me vino a la memori a e l petar
dista taimado de Peñaflor , y ya iba a sospechar
aquella señora era una solemne embustera o
descarada aventurera ; pero lo q ue añadió m e
a formar de ella un juicio más favorable .
y— me dijo —prima hermana de doña -Men
c ia de Mosquera , que debe a usted tantas obliga
ciones . H e recibido hoy mismo una carta suya , en
que me participa e l V i aj e de usted a la corte y me
encarga le trate bien y le obsequie si transitare
por _ esta ciudad . Dos horas ha que la ando corriende toda , yendo de mesón en mesón a saber '
que,
96
foraste ros se han apeado en ellos, y por las señas
que m e dió de usted e l mesonero conocí que podía
ser e l libertador de mi prirn a . Ya que he tenido la
dicha de encontrarle , quiero manifestarle lo mu
cho que me in t erese en los beneficios que se hacen
a mi fam i lia , y particularmente a mi querida Men
c ía . Me hará usted el fav or de venir ahora mismo
a hospedarse en mi casa , donde estará menos mal
que en un mesón .» Quise excusarme , haciéndole
presente que no podía admitir su fineza sin in co
modarla ; pero fué preciso rendirme a sus eficaces
instancias . Habia a la puerta del mesón un coche
que nos estaba esperando . Ella misma tuvo gran
cuidado de hacer poner dentro de él la maleta y
todo mi equipaj e , cporque en Valladolid— dij o
hay muchos bribones», lo cual era demasiadamente
cierto . En f in , entramos en e l coche ella y yo con
su vejete escudero v me dej é sacar del mesón d e
estamanera , con gran pesar del mesonero , porqueasí se veía privado del gasto que él suponía que
yo había de hacer en su posada con la señora , e l
escudero y el m e ri t o .
Después d e haber rodado bastante , paró en fin
e l coche a la puerta de una casa grande , a donde
subimos a un a sala bien adornada e ilumin ada con
veinte o treinta buj ías . Había en ella también mu
chos criados , a quienes preguntó la señora si había
venido don Rafael . R espond i é ron le que no , y ella
m e dij o , volviéndose a m i : (¡Señor G i l Blas , estoy
esperando a mi hermano , que ha de volver esta
noche de un a quinta que tenemos a dos leguas de
98
fortuna la mía en tener en mi casa a l señor G i lBlas de Santillana ! No era menester que mi prima
la marquesa le recomendase : bastaba avi sarn os quepasaba por aquí . Sabemos muy bien mi hermanay yo cómo debemos tratar a un hombre que hizo
e l mayor servicio del mundo a la persona a quien
más amamos de t oda nuestra parentela .» Corres
pond í lo mejor que pude a todas aquellas expresiones y a otras muchas semej antes , acompañadas
de mil caricias . Advirtiendo después don Rafael
que t odav ia tenía yo puestos los botines , mandó
a sus criados me los quitasen .
Pasamos después al cuarto donde estaba espe
randene s la cena . Sen támon e s a la mesa , colocán
d eme a m i en medio de los dos hermanos , quien es
mientras cenábamos me dij eron mil expresiones
cariñosas ; celebraban todas mis palabras como otros
tantos rasgos de gracia y de discreción , y era de
ver el cuidado con que me hacían plato, si rv ién
deme de cuanto había en la mesa. Don Rafae l
brindaba frecuentemente a la salud de doña Men
c ía y yo correspondía del mismo modo . Doña Ca
mila no se descuidaba en imitarnos , y a veces me
parec ia que me miraba como a hurtadillas de una
manera que podía significar mucho , y aun llegué
a creer que para hacerlo buscaba ocasión , como
quien temía que su hermano lo advirtiese . Bastó
est e para persuadirmo que ya me había hecho due
ño de la voluntad de aquella señora y para resol
ver aprovecharme de este descubrimiento por poco
que me detuviese en Valladolid . Con esta esperan
99
za me rendí fáci lm en t e a la cortesana súplica que
me hicieron de que me detuviese en su compañía
a lgunos di as. Agradecieron mucho mi condescen
dencia,y la particular alegría que mostró doña
Cami la me con firmó en la opinión de que había
hallado en m i un h ombre muy de su gusto .
Vi éndom e determinado don Rafael a detenerme
algún tiempo , m e propuso un viaj e a su q uinta,de la que me hizo una magnífica descripción , como
también de las diversiones que quería proporc io
narm c en ella . <<Unas veces— decía— n os divertire
mos en la caza, otras en la pesca ; y si usted gus
ta de pasearse , en con trará bosques sombríos y
jardines deli ciosos . Además de esto n o nos faltará
buena compañia , y creo que no echará usted de
menos la ciudad .» Acepté la oferta, y quedamos
en que al día sigui ente iríamos a la tal div ert idí
sima qui nta . L ev an tám onos de la mesa con esta
resoluc ión , y don Rafael , lleno de alegría , me dió
un estrech ísím e abrazo , diciéndome : <<Señor Gi l
Blas , ahí le dej o a usted con mi hermana ; v oy adar las órdenes necesarias para el viaj e y para que
se avise a las personas que n os han de a compa
ñar .» Dicho esto se salió del cuarto , y yo quedé a
solas con la señora , dándole conversación , en la
que no desmintió lo que yo hab i a juzgado de lastiernas miradas de la cena . Tom óme la mano , y
mirando con atención la sortija,dijo : <<Parece muy
lindo este diamante , pero es pequeñito . ¿En tiende
usted de pedrería ?» R espond i le que no . <<Lo sien
to —me replicó porque si lo entendiera,me d i
100
ría cuán to vale esta piedra— mostrándome un grue
se rubí que tenía en e l dedo ; y mientras yo lo
miraba , añadió R ega lóm e lo un tío mío , que fué
gobernador de Filipinas , y los j oyeros de Vallado
lid lo aprecian en trescientos doblones .» <<Lo creo— repliqué porque me parece prime roso .» (P ues
ya que a usted le gusta— repuso ella qui ere ha
gamos un trueque .» Diciendo y hac iendo ,
'me cogió
mi sortij a y m e t ióme la suya en m i dedo . Después
de este cambio , que yo tuve por un regalo hecho
con gracia y novedad , Camila me apretó la mano
y me miró con ternura; luego , cortando de repente
la conversación , me dió las buenas noches y se re
tiró enteramente confusa y'
como avergonzada de
haberme manifestado demasiado sus sentimientos .
Aunque era yo entonces uno de los cortesanos
más novicios , no dej é por eso de penetrar lo mu
che y bueno que significaba aquella precipitada
fuga , y desde luego consentí en que no pasaría mal
e l tiempo en la quinta . Poseído de esta lisonj era
idea y del brillante estado de mis negocios , me eu
cerré en el cuarto donde había de dormir y pre
vine a mi criado me despertase temprano el d ía
siguiente. En lugar de pensar en acostarme , me
entregué enteramente a los alegres pensamientos
que m e inspiraba mi maleta , que estaba sobre
una mesa , y mi rubí . a Dios— decia —
que
si antes fuí miserable , ya no lo soy ! Mil ducados
por una parte y una sortij a de trescientos doblo
nes por otra es un decente caudal para bandear
me algún ti empo . Ahora veo que Majuelo no me
102
viajaba de incógnito . Yo le dí éste , h ab rendomelo
pagado adelantado .»
Ca i entonces en la cuenta : conocí lo que debía
pensar de doña Camila y de don Rafael y compren
d i que mi criado , inst ru i do a fondo de todos mis
negocios , m e había vendido a aquellos dos grand í
simos bribones . En vez de echarme a m i solo la
culpa de tan pesaroso suceso y de conocer que n o
me hubiera acaecido a no haber tenido la ligereza
e indi screción de descubrirme a Majuelo sin la
menor necesidad , me volví contra la inocente for
tuna y maldij e mil veces mi suerte . El posadero ,a quien conté mi aventura — de la cual quizá e l
bellaco estaría mej or informado que yo mostró
acompañarme en mi sentimiento . Compadec ióse de
m i y protestó lo mucho que sentía que este lance
hubiese sucedido en su casa ; pero yo creo , a pesar
de todas sus protestas , que él tuvo tanta parte en
esta picardía como el mesonero de Burgos , a quien
siempre atribuí e l honor de la invención .
CAPITULO XVII
Partido que tomó Gi l Blas de resultas del triste su
ceso de la casa de posada.
Después de haber llorado bien , pero en vano , mi
desgracia , comencé a hacer reflexiones , y saqué de
ellas que en lugar d e rendirme a la desesp eración
y desaliento debía animarme a luchar contra mi
103
ma la suerte . Volví , pues , a despertar mi valor , y
me decía a m i mismo mientras me estaba v ist i en
do : <(Aun doy gracias a mi fortuna de que aquellos
ma lvados no se llevasen también mis vestidos y
algunos ducados que tengo en las fa lt riqueras .» Yles agradecía e l haber andado tan comedidos , pues
habían tenido también la generosidad de dejarm elos botines , los cuales d i al posadero por la tercera
parte de lo que me habían costado . En fin , salí de
la posada sin tener necesidad , gracias a Dios , de
quien m e llevase el hatillo . Lo primero que hice
fué ir al mesón donde me había apeado el día an
t eceden t e , a v er si mis mulas se hab ían librado de
la borrasca , aunque , a la verdad , j uzgaba que Am
b rosio no las habría olvidado ; y oj ala que siempre
hubiera juzgado de él con tanto acierto , pues supe
que aquella misma noche había tenido buen cu í
dado de sacarlas . Conque , dando por supuesto que
yo no las v olv eria a v er , como tampoco mi male
ta , caminaba triste y sin destino por las calles ,pensando en e l rumbo que hab ía de tomar. Ofre
c iósem e la idea de volver a Burgos para recurrir
segunda v ez a doña Mencía ; pero considerando que
est e sería abusar de su bondad y que además m e
tendría por un simple , deseché este pensamiento .
Juré , si , guardarme bien en adelante de mujeres ,y por entonces n o me fiaría ni aun de la casta Su
sana . De cuando en cuando ponía los oj os en mi
sortij a; mas , acordándome que había sido regalode Camila, suspiraba de rabia y “
de dolor .— decía entre m i ¡Nada entiendo de rub ícs; pero
104
bien entiendo y conozco a la gentecilla que hace
estos cambios ! ¡No me parece precise ir a un jo
yero para conocer que soy un pobre mentecato !»
Con todo , no quise dejar de ir a saber lo que va
lía la sortij a , que reconocida por un lapidarío la
t asó en tres ducados . Al'
oír semejante tasa , aun
que no me causó sorpresa , di a todos los diablos
la sobrina del gobernador de Filipinas , 0 , por m e
j or decir, sólo les renové el don que mil veces les
había hecho de ella. Al salir de casa de l lapidarío
encontré un mozo que se paró a mirarme . N o pude
caer al pronto en quién era , aunque en otro tiem
po le había conocido muy bien . qué , Gi l
Blas ?— me dij o ¿Finges acaso no conocerme ?
¿Es posible que en dos años me haya mudado t an
to que no conozcas al hij o]
de l barbero Núñez ?
¡Acuérdate de Fabricio , tu paisano y tu condisci
pulo de Lógica , y de cuán tas veces argii imos los
dos en casa del doctor Godínez sobre los univer
sales y grados metafísicos !»
Antes que acabase de hablar había y o venido
en conocimiento de quién era . Ab razám enos estre
chamen t e con mil demostraciones de admiración
y de alegría . querido amigo — prosiguió Fa
bricio y qué encuentro tan feliz y cuán t o me
alegro de volverte a v er ! Pero ¿ en qué equipaj e teveo ? ¡A la verdad, que estás vestido como un prin
cipe ! ¡Bella espada, medias de seda , calzón y v es
tido de terciopelo con bordado de plata ! ¡Fuego !
¡Esto me huele a un fortunón deshecho ! ¡Apuesto
a que alguna viej a liberal te h i zo dueño de su b o l
106
no me acobardan ; sé superarlas y sé resistir a los
golpes de la mala fortuna . Por ej emplo : amaba en
Oviedo a la hij a de un vecino honrado y ella m e
amaba a m i ; pedí la a su padre , y negóm ela , como
era regular. Otro cualquiera se hubiera muerto depesadumbre ; pero yo , ¡admira la fuerza de mi ta
lento ! , de acuerdo con la misma muchacha , la rob é
de casa de sus padres . Era viva, atolondrada y
alegre sobremanera ; por consiguiente , pudo más
con ella e l placer que la obligación . Anduvimos
seis meses paseándonos por Galicia , y llegó a t al
punto su deseo d e viajar que quiso ir a Portugal ;pero tomó otro compañero de viaj e y me dej ó plan
tado . Si no fuera e l que soy , m e hubiera desespe
rado y abatido con e l peso de esta nueva desgra
c i a ; mas no cometí tal disparate . Más prudente ysufrido que Menelao , en lugar de armarme contra
el Paris que me había robado mi Elena , m e a legró
mucho de verme libre de ella . N o queriendo des
pués volver a Asturias por evitar contiendas con
la justicia , me interné en el reino de León, donde
anduve de lugar en lugar, gastando e l dinero que
me había quedado del rapto de mi ninf a , pues e n
aquella ocasión ambos nos proveímos suficiente
mente de dinero y ropa . Al fin m e hallé a l,
llegar a
Palencia con un solo ducado , con el cual tuve que
comprar un par de zapatos , y el resto duró pocos
días . Vime perplej o en aquella situación . Comen
zaba ya a guardar dieta y era indispensable tomar
algún partido . Resolvi , pues , ponerme a servir.
Acomodéme desde luego con un rico mercader de
107
paños que ten ía un h i j o dado a todos los vicios .En su casa encontré un seguro asilo contra la abst in en c ia , pero igualmente un grandísimo ob stácu
lo . Mandóm e e l padre que espiase al hij o y suplicóme el hij o le ayudase a engañar al padre . Era
preciso optar : preferí la súplica al precepto , y esta
preferencia m e costó e l ser despedido . Pasé d espués a servir a un pintor, ya hombre viej o , e l cual
quer ia enseñarme por caridad los principios de su'
arte ; pero al mismo tiempo m e dej aba morir de
hambre , y est e me disgustó de la pintura y de la
mansión en Palencia . Vín eme a Valladolid , donde
por la mayor fortuna del mundo m e acomodé con
.
un administrador de l hospital . Con él estoy todav ía , y cada instante más contento . El señor Ma
nuel Ordóñez , mi amo , es e l hombre más virtuoso
de l mundo , pues siempre v a con los oj os bajos y unrosario de cuentas gordas en la mano . Dicen que
desde mozo sólo tuvo puesta su atención en e l bien
de los pobres , y le mira con mucho amor , emplean
do a este fin un celo infatigable . Esto n o se ha que
dado sin recompensa : todo ha prosperado en sus
manos . ¡Qué bendición del Cielo ! El se ha h echorico cuidando de la hacienda de los pobres .»
Luego que acabó Fabricio su discurso , le dij e((Por cierto m e alegro de verte tan
¡contento con
tu suerte ; pero , hablando en conf ianza , paréceme
que podías hacer un papel más brillante en el mun
do que el de criado . Un mozo de tu talento deb iapensar más alto .» <<Te engañas mucho , Gi l B las— me respondió has de saber que para un hom
108
b re de mi humor no puede haber mej or situación
que la m ia . Confieso que e l oficio de criado es pe
nose para un m entecato ; m as para un mozo des
pej ado tiene grandes atractivos . Un ingenio superior que se pone a servir no sirve materialmentecomo un pobre bobo : entra menos a servir que a
mandar en la casa . Su primer cuidado es estudiar
bien el genio y las inclinaciones del amo . B alaga
sus defectos , lisonjea sus pasiones , sírvele en ellas ,se granj ea su confianza , y h é t ele que ya le tiene
agarrado por la nariz . De esta manera m e he go
bernad o con mi administrador. Desde luego cono
c i de qué pi e cojeaba . Adverti que todo su deseo
era que le tuviesen por santo . F ingi creerlo , porque
est e nada cuesta; y aun hice más : procuré imitarle
representando en su presencia e l mismo papel que
él representaba delante de los demás : engañé a l
engañador, y poco a poco vine a ser su todo y
como su primer mini stro . Baj o sus auspicios y en
su escuela espero que alg ún d ia estarán a mi cargo
los asuntos de los pobres , porque m e intereso tanto
por su bien como m i am o . ¿Y quién sabe si por
este camino llegaré también a hacer igual o mayor
fortuna ?»
y alegres esperanzas , querido Fabri c i o !
le repli qué De ite mil parabienes por ellas . Mas ,
por lo que a m i toca, vué lv ome a mis primeros
pensamientos . Voy a trocar mi vestido bordado
por un as b aye tas, i réme a Salamanca , matricula
rém e en la Universidad y me pondré a preceptor .»
preyecto !— repuso Fabricio ¡Graciosa
110
v echosa carrera de criado . Créeme : desecha para
siempre e l pensamiento de ser preceptor y siguemi ej emplo .» <<Sea asi , Fabricio— le respondí pero
no todos los d ias se hallan adm inistradores como
e l que tú has hallado , y si yo m e determinara a
servir, quisiera a lo menos encontrar con un buen
amo .» — repusp él En eso tienes razón . Yo
tomo por mi cuenta el b uscárte le , y lo haré aunqueno sea mas que por contribuir a que no se vayan
a enterrar en una Univ ersidad los talentos de unhombre como tú .»
L a próxima miseria que me amenazaba , la re
solución y seguridad con que Fabricio me habló ,aun más que sus razones , m e persuadieron final
mente a que me pusiese a servir . Tomada esta de
terminación , salimos del f igón ,y Fabricio m e dij o
<<Ahora mismo quiero conducirte en derechur a a
casa de un hombre a quien recurre la mayor parte
de los que buscan amo . Tiene emisarios que le in
forman de cuanto pasa en todas las familias , sabe
las que necesitan criados , y en un registro muy
exacto lleva razón n o sólo de las plazas vacantes ,sino también de las buenas o malas cualidades de
los amos : en fin , él fué quien me acomodó con e l
admin istrador .»
Fuimos hablando de esta especie de despacho y
oficina pública tan singular,hasta que llegamos a
una callejuela, y en un rincón de ella , a una casa
baja , donde el hij o del barbero Núñez m e hizo en
trar. Nos encontramos con un hombre de c i ncuen
t a años que estaba escribiendo . Sa ludámosle cor
l l l
t esana y aun respetuosamente ; pero fuese por ser
de genio naturalmente soberbio y grosero , o bien
porque estando acostumbrado a no tratar sino con
lacayos y cocheros lo estaba también a recibir lasvisitas asaz descort ésmen t e , n o se levantó , n i aun
casi se dignó mirarnos , contentándose con hacer
una ligera inclinación de'
cabeza . Con todo , pocodespués m e miró con atención . Conocí muy bien
se admiraba de que un mozo con un vestido b or
dado quisiera ponerse a servir de criado , cuando
podía pensar que iba yo a buscar un o . Duró le poco
esta duda , porque Fabricio le dij o al punto : <<SeñorArias de L ondoña , aqui le presen t e a usted e l ma
yor amigo m io . Es un hij o de buena familia , y susdesgracias le han reducido a la necesidad d e serv ir.
Proporc ión ele usted una buena conveniencia , con
tando seguramente con su correspondiente agrade
c im i en t o .» <<Señores — respondió fríamente Arias
ésa es la can t ilena general de todos ustedes : antes
de acomodarse prometen mucho ; pero después de
bien acomodados , tú que le viste , y de todo se ol
v i dan .» ¿Qué ?— replicó Fabricio ¿Está
usted quej oso de m i ? ¿No me h e portado bien ?»
cMejor pudieras haberte portado . Tu conveniencia
equiva le a la de primer oficial de cualquiera of i c i
na, y has correspondido como si t e hubiese a co
modado con un autoreille .» Tomé yo entonces lapalabra , y para que conociese el señor Arias que no
se rv ía a un ingra t o , quise que el agradecimiento
precediese al favor . Púse le en la mano dos duca
dos , prom e t i éndole que no se limitaría a tan poca
1 12
cosa mi reconocimiento como me colocase en una
buena casa .
Most róse contento de mi proceder, diciendo :
gusto yo de que se trate conm igo ! Hay vacantes
excelentes puestos : leeré los , y usted escogerá el que
mejor le pareciera .» Al decir est e ca lóse los ante
oj os , tomó su registro , ab rió le ,revolvió algunas
hoj as y comenzó así : <<Necesita lacayo e l capitán
Torbellino , hombre colérico , brutal y fantástico ;gruñ e sin cesar , blasfema , da de golpes y muy a
menudo estropea a los criados .» usted ade
lante !— dij e yo prontamente ¡No m e gusta e l
señor capitán !» R ióse Arias de mi viveza y prosi
guió leyendo : (<Doña Manuela de Sandoval , viuda
y entrada en edad , impertinente y caprichosa , se
halla sin criado . Por lo común no tiene más que
uno , y ése apenas la puede aguantar un d ia ente
ro . Diez años ha q ue sólo hay en su casa una li
brea, y s irve para todos los criados que recibe ,sean flacos o gordos , grandes o pequeños . Se pue
de decir que no hacen mas que prob ársela . y así
t odav ía está nueva , aunque se la han pues t o dos
mil . Falta un criado al doctor Alvaro Fáñez , mé
dico quimico . Trata bien a sus criados , dales bien
de comer y un gran salario ; pero hace en ellos la
experiencia de sus remedios y se observa que en
casa de este qu ím i co ' h av siempre vacantes plazas
de criados .»
lo dudo ! — ín t errump10 Fabricio dando un a
carcajada Pero vamos claros , que nos va usted
propon iendo admi rables conveniencias .» <<Ten un
L IB R O S E G UN D O
CAPITULO PRIMERO
Entra Gi l Blas por criado del l icenciado Cedilloestado en que éste se hallaba y retrato de su ama.
Por miedo de no llegar tarde , nos pusimos de
un brinco en casa del licenciado . Estaba cerrada
la puerta ; llamamos y bajó a abrir una niña comode diez años , a quien el ama llamaba sobrina , aun
que malas leng uas suponían entre las dos paren
tesco más estrecho . Le estábamos preguntando SI
se podría hablar al señor canónigo , cuando se dej ó
v er la señora Jacinta . Era una muj er entrada yaen la edad de discreción , pero t odav ía de buen
parecer y , sobre todo , de un color fresco y hermo
se . Ven ia vestida con una especie de bata de paño
ordinario , que ceñ ia con una ancha correa de cue
ro , de la cual pendia por un lado un manoj o de
llaves y por otro un gran rosario de cuentas gor
das.
”
Sa ludámosla con mucho respeto y ella n os
correspondió con igual cortesanía , pero con un aire
devoto y los oj os baj os .
<<Hé sabido— le dij o mi camarada— que el señor
116
licenciado Cedillo necesita un mozo honrado quele sirva y v engo a presentarle éste , que espero le
dará gusto .» Alzó entonces la vista e l ama , miró
me atentamente , y no acertando a conciliar mi
vestido bordado con e l discurso de Fabricio , pre
gun tó si era yo e l que pret endía entrar a servir. <<Si ,señora — respondió e l hij o de N úñez él mismo
es; porque , t al como usted le v e , le h an sucedidodesgracias que le precisan a ello . Consolárasé en
sus infortun ios si tiene la dicha de colocarse en
esta casa y _
vivir en compañia de la virtuosa seño
ra Jacinta , la cual es digna de se r ama d e un pa
t ri arca de las Indias .» Al oír est e , la buena de la
beata apart ó los oj os d e m i por volverlos a l que
le hablaba con tanta gracia , y quedó como ser
prendida al v er un rostro que no le parec ía desco
noc ido . <<Tengo alguna idea— le dijo… —de haber vis
to ya esa cara , y estimaria que usted ayudase a
mi memoria .» <<Casta señora Jac in ta — le respondió
Fabricio es y ha sido gran de honor m io haber
merecido la atención de usted . Dos veces he veni
de a esta casa acompañando a mi amo , e l señorMa
nuel Ordóñez , admini strador del hospital .» c¡Just amente !— replicó entonces e l ama ¡Acuérdome
muy bien ! ¡Ya caigo en la cuenta ! Basta deci r que
está en casa del señor Man uel Ordóñez para saber
que será usted un hombre muy de bien . Su empleo
es su mayor elogio y n o era fácil que este mozo
encontrase mejor fiador . Venga usted conmigo y
hablará al señor Cedi llo , que sin duda tendrá gran .
gusto en recibir un criad o venido por tal mano .»
118
deme a l oído que me quedase allí y que ya nos ve
ríamos . Apenas habia salido de la sala , cuando e l
licenciado me preg untó cómo m e llamaba y—
por
qué había salido de mi tierra , obligándome con
sus preguntas a contarle toda la historia de 'mi
vida , en presencia de la señora Jacinta . Div ert i los
a entrambos , sob re todo con la relación de m i ul
tima aventura . Doña Camila y D . Rafael les h i
c i eron reír tan fuertemente que le hubo de costar
la vida al pobre gotoso , pues la risa le excitó una
t os tan violenta que temí fuese llegada su hora .
Aun no había hecho testamento : considérese cuán
to se turbaría la buena ama . Vila toda trémula y
azorada correr de aquí para allí por socorrer a l
buen viej o , haciendo con él lo que se hace con los
niños cuando tosen con violencia , estregarle la
frente y darle pa lm ad i t as en las espaldas ; pero a l
fin todo fué un puro miedo . Cesó de toser el li cen
ciado y el am a de a t ormen t a rle . Qui se entonces
proseguir mi relación , mas no me lo permitió la
señora Jacinta, temerosa de que le repi t i ese la tos
al amo . L lev óme al guardarropa , donde , entre otros
vestidos , estaba el de mi predecesor . H izom ele po
n e r y guardó el m io , lo que no me disgustó , por
que deseaba con serv arle , con esperanza de que to
davia podría servirme . Desde el guardarropa pasa
mos los dos a disponer la comida .
No me mostré novicio en el oficio de cocinero .
H ab ia hecho mi aprendizaj e baj o la disciplina de
la señora Leonarda, que pod ía pasar por buena
maestra de cocina,bien que no comparable con
119
la señora Jacinta , la cual merec ia ser cocinera de
un arzobispo . Sobresalía en todo género de guisos
y platos . Sazonab a delicadamente un j igote , la
chan fa ina y , en general , toda espec i e de picadillo ,de manera que eran sumamente gratos al palada r .
Cuando estuv e dispuesta la comida ,.volvimos a l
cuarto del canónigo , donde , mientras yo pon ia los
manteles en una mesilla inmediata a su silla pol
trona , e l ama le pon ia la servilleta , prendi éndosela
por detrás con alfileres . Se le sirvió una sepa que
se pod ia presenta r a un corregidor de Madrid , y
una fritada que podia av ivar el apetito de un vi
rrey , si el ama . de propósito , no hub iera escaseado
las , especias , por no irritar la gota del canónigo .
A vista de tan delicados manjares , mi buen viejo ,que yo cre ia estaba baldado de todos sus miem
bros , dió pruebas de que aun n o habia perdido
del todo el uso de los brazos . Si rv ióse de ellos para
ayudar a que le desembarazasen de la almohada
y demás impedimentos , disponiéndose a comer a legremente . Las manos tampoco se negaron a ser
virle ; aunque trémulas , iban y venían con bastante
ligereza a donde era menester, bien que derraman
do em la serv illeta y en los manteles la mitad de lo
que llevaba a la boca . Cuando vi que ya no queriamás de frito , le puse delante una perdiz rodeada
de dos codornices asadas , que la señora Jacinta le
trin chó con e l mayor aseo y pulidez . De cuando
en cuando le hacía beber grandes tragos de vino
mezclados con un poco de agua en una taza de
plata bastante ancha y profunda,apli cándose la
120
ella misma a lab oca y teniéndola con las manos,como si fuera un n iño de quince meses. Se comi ó
las pechugas y las piernas , sin dejar los a lones…
S igui éronse los postres , y cuando acabó de comer,e l ama le quitó la se rvilleta , v olv i óle a poner la
almohada, y, dejándole dormir tranquilamente la1
siesta, nos retiramos nosotros a comer.
Era ésta la comida diaria de nuestro canóni go ,acaso e l mayor tragón de todo e l Cabildo ; pe ro la
cena era más parea . Con ten táb ase con un pollo o
con ¡m conej o y con algún cubilete de fruta . En su
casa , por lo que toca a la comida, estaba yo bien
y lo pasaba alegremente ; sólo tenía un trabaj o ,no poco pesado para m i . Era preciso estar despi er
t e una gran parte de la noche velando al amo .
Padecia éste un a retención de orina que le obliga
ba a pedir e l orinal d iez v eces cada hora . Además
sudaba mucho,y era menester mudarle de camisa
con frecuencia. <<Gi 1 Blas— me dij o la segunda no
che tú eres mañose y diligente y veo que me
a cotnoda rá mucho tu modo de servir . Solamente
te encargo que des también gusto a la señora Jacinta, complaciéndola y obedeciéndola en todo como
si yo lo mandase , y guardes con ella la mayor ar
monia . Quince años ha que me sirve con un celo
y amor particular. Tiene tanto cuidado de m i que
n o sé cómo pagárse lo , y con f iésote que por este
la estimo más que a toda mi familia . Por ella des
pedi de mi casa a un sobrino carnal , hij o de mi
propia hermana , e hice bien . N o podía v er a esta
pobre mujer y , lej os de agradecerle lo que h ac ia
122
que le di de estar siempre pronto y obediente a
las órdenes de la señora Jacinta . Queriendo,pues ;
pasar por un criado que no temía trabaj o ni fati aga , —procuré servir en un todo con el mayor ce lo
y el mej or modo que me era posible . El ama— a
la cual deb e hacer esta justicia — cuidaba muchode mi , lo que debo atribuir al esmero con que pro
curaba yo granjearm e su voluntad con todo gén ero de modales atentos y respetuosos . Cuando co
miamos juntos ella y su sobrina , que se llamaba
In esi lla , estaba yo pronto a mudarles de platos ,a servirles de beber y, en fin , a hacer con ellas le
que haría el más fiel y leal criado . Por estos m e
dios llegué a conseguir su ami stad . Un día que laseñora Jacinta hab ia salido a hacer no sé qué com
pras , ha llándome solo con In esi lla , comencé a dar
le conversación , y le pregunté si vivian t odav ia
sus padres . no ! — me respondió la niña
Mucho tiempo ha que murieron , según me lo hadicho mi t ia , porque yo nunca los con oc i .» Cre i la
piadosamente , aunque su respuesta no fué muy
categórica , y la fu i poniendo en tanta gana de
parlar que poco a poco me dij o más de lo que yo
queria saber. Descub ri óme , o, por mej or decir,descubrí yo por su sencillez que la señora t ia
tenia un amigo que estaba en casa de un antiguo
canónigo en calidad de mayordomo y que t en ian
ajustado entre los dos aprovecharse de la herenciade sus amos y gozarla en paz por medio de un ca
samiento cuyos privilegios d i sfrutaban de ante
mano . Ya dej o dicho que la señora Jac inta, aun
123
que algo entrada en .años, se mantenía de muy
buen parecer. Es verdad que ningún medio per
donaba para conservarse bi en . Por otra parte , dor
m ia con sosiego , mientras yo estaba en pie velando
a l amo . Pero , sobre todo, lo que más contribuía
a mantener en ella aquel color vivo y fresco era
según me dij o In esi lla — una fuente que t en ia en
cada pierna .
CAPITULO II
Qué remedios suministraron al canónigo hab iendo
empeorado en su enfermedad; lo que resultó, y quédejó a Gi l Blas en su testamento.
Serv i tres meses al señor licenciado Cedillo , sin
quej arme de las malas noches que me daba . Cayó
malo al cabo de este tiempo ; en tróle calentura y
con ella se le irritó la gota . Recurrió a los médicos ,siendo la primera vez que lo hac ia en toda su vida ,aunque hab ía sido larga . Llamó de t erm in adamen
te al doctor Sangredo , a quien tenian en Vallado
lid por otro Hipócrates. La señora Jacinta hubiera
querido más que el canónigo , ante todas cosa s ,comenzase por hacer testamento ; pero además de
que no le parecía a él que estaba de tanto peligro ,
en ciertas materias e ra un poco caprichoso y test arudo . Fuí , pues , a buscar al doctor Sangredo , ycondújele a casa . Era un hombre alto
,seco y m a
cilento , que por espa cio de cuarenta años a lo
menos tenía continuamente empleada la tij era de
124
las Parcaai Su exteriºr era grave, serio , con un si
es no es de desdeñoso ; su v oz , gutural , sonora yahuecada ; pronunciaba las palabras con un tant i co
d e . recalcam i en to , lo que a su parecer daba ma
yor nobleza a las expresion es . Parecía que medíasus discursos geométricamente , y era singular en
sus opiniones .
Después de haber observ ado a l enfermo , comen
zó a hablar así en tono magistral : <<Trátase aqui
de suplir e l defecto de la transpiración escasa ,
dificultosa y detenida. Otros médicos ordenarían ,
sin duda , en este caso remedios sali nos , urinosos
y volátiles , que por la mayor parte tienen algo
de azufre y mercurio ; pero los purgantes y los
sudoríf i cos son drogas perniciosas inventadas por
curanderos . Todas las preparaciones quim i cas me
parecen invenciones para arruinar la naturaleza;
yo echo mano de m ed i camen t os más simples y
seguros . ¿Qué es lo que usted acostumbra co
preguntó al enferm o . <<Comúnmente , cubi
letes y manjares jugosos», respondió el canónigo .
y manjares jugosos ! - exclamó suspen
se y admirado e l doctor ¡Ya no m e maravillo
de que usted haya enfermado ! Los manjares deliciosos son gustos emponzoñados , lazos que la sen
sua lidad arma a los hombres para destruirlos con
mayor seguridad . Es preciso que usted renuncie
a todo alimento de buen gusto : los más desab ri
dos son los más propios para la salud . Como la
sangre es insípida , está pidiendo alimentos análo
gos a su naturaleza . ¿Y bebe usted le vol
126
en e l pulso y en la respi rac10 n .» N o creyendo mi
buen amo que un tan gran médico pudi ese hacer
falsos silogismos , convino en dejarse sangrar. Des
pués que e l doctor ordenó frecuentes y copiosas
sangrias, añadió que era también preciso dar debeber al enfermo agua caliente a cada paso
, ase
gurando que el agua en abundancia e ra el mayor
específico contra todas las enfermedades . Con est e
concluyó su visita y se fué , diciéndonos a la seño
ra Jacinta y a m i que él salía por fiador de la sa
lud del señor canónigo con tal que se observase a
la letra todo lo que acababa de prescribir. El am a ,
que quizá juzgaba todo lo contrario de lo que él
se prometía de su método , le dió palabra de que
se observaria con la más escrupulosa exactitud .
Con efecto , inmediatamente pusimos a calentar
agua , y como el doctor nos había encargado tan to
que fuésemos liberales de ella , luego le hicimos
beber cinco o seis cuart i llos; una hora después re
pe t imos lo mismo , y de tiempo en tiempo volvia
mos a ello , de manera que en el espacio de pocas
horas le metimos un río de agua en la barriga .
Ayudándonos por otra parte el sangrador con la
cantidad de sangre que le sacaba , en menos de
dos d ias pusimos al pobre canónigo a las puertas
de la muerte .
Ya no podía más el buen e clesmst i co , y presen
tándole yo un gran vaso del soberano especificopara que le bebiese , allá , amigo G i l Blas !
—me dij o con v oz desmayada ¡Ya no puede b e
b er más ! Conozco que me es preciso morir a pesar
127
de la gran virtud del agua y que n o me“ siento me
jor aunque apenas me ha quedado en el cuerpo
una gota de sangre : prueba clara de que el médicomás hábil y más sabio de] mundo no es capaz de
prolongarn os un instante la vida cuando llegó e l
término fatal . Es ya necesario disponerme parapartir al otro mundo . Anda , pues , y tráeme aquí
un escrib ano , que quiero hacer testamento .» Cuan
de oí estas palabras , que ciertamen te no me des
agradaron , fingí en t ri st e cerm e muchisimo , y disi
mulando la gana que tenia de ej ecutar cuanto an
tes el encargo que me acababa de dar , como hace
en tales casos todo heredero , señor !— le res
pondi , dando un profundo susp iro ¡No está su
merced tan'
malo , por la misericordia de Dios , que
todav ia no pueda esperar levantarse !» no ,"
hij o m io ! — repuso ¡Esto ya se acabó ! Estoy vien
do que sube la gota y que la muerte se va acer
cando . Vé , pues , y haz cuanto antes lo que t e he
mandado .» Conoc i , efectivamente . que se le muda
ba el semblante y que iba perdiendo terreno por
momentos , por lo cual , persuadido de que e l asun
to estrechaba , marché volando a ej ecutar lo queme hab ía ordenado , dejando con e l enfermo a la
señora Jacinta , la cual t em ía aún más que yo que
nuestro canónigo se nos muriese sin testar . Entré
me en casa del primer escribano que encontré . <<Señor— le dije mi amo , e l licenciado Cedillo,estáacabando ; quiere hacer su última disposición y n o
hay que perder tiempo .» Erael escribano un homb re rechoncho y pequeñito , de genio alegre y amigo
128
de bufonearse . c¿Qué médico le me pre
gun tó . ((El doctor Sangredo», le respondí .
vamos,vamos aprisa — repuso él, cogiendo apresu
radamente la capa y el sombrero porque ese
doct or es tan expedit ivo que no da lugar a los en
fermos para llamar a los escribanos ! ¡Es un hom
b re que me ha hecho perder muchos testamentos !»
Diciendo est e ,salimos juntos , andando acelera
damente para llegar antes que el enf ermo entrase
en la agonía; y yo dij e en e l camino al escribano :
((Ya sabe usted que a un pobre testador cuando
está enfermo suele faltarle la memoria , por lo cual
suplico a usted que , si es menester, le haga algún
recuerdo de mi lealtad y de mi celo .» <<Yo t e 10 pro
meto— me respondió y fiate de mi palabra, pues
es justo que un amo recompense a un criado que
le ha servido bien; y asi , por poco que le v ea in cl i
nado a pagar tus servicios , le exhortaré a que t e
dej e alguna buena manda .» Cuando llegamos a
casa, hallamos t odav ia al enf ermo despejado y con
todos sus sentidos . Estaba jun to a él la señora Jacinta , bañado el rostro en lágrimas . Acababa de
hacer bien su papel , disponi endo al canónigo a que
le dej ase lo mej or que tenia . Quedó el escribano
solo con el amo , y los dos nos salimos a la ante
sala, donde encontramos al sangrador , que venia
a hacerle otra sangría . maese Mar
t in !— le dij o el ama Ahora no puede entrar ,porque está su merced haciendo testamento . Le
sangraréis a vuestro placer luego que acabe .»
Estábamos con gran t eme r la beata y yo de
130
n ia mayor motivo para estar alegre , levantaba e l
grito con lamentos tan funestos que parecía la mu
jer más afligida del mundo . En un instante se llenó
la casa de gente , atraída más de curiosidad que
de compasión . Los parientes del difunto se presen
taron también muy pronto , y hallaron t an deseen
solada a la beata que se persuadieron que el canó
nigo h ab ía muerto a b i n testa to. Pero tardó poco en
abrirse a presencia de todos el testamento , dis
puesto con las formalidades necesarias ; y cuando
vieron que el testador dej aba las mej ores alhaj as
a la señora Jacinta y a la niña , pronun ciaron un a
oración fúnebre de l canónigo poco decorosa a su
memoria , motejando al mismo tiempo a la beata ,sin olvidarme a m i , que verdaderamente lo mere
cía. El licenciado— ¡eu paz sea su alma ! para
obligarme a que n o me olvidase de él en toda mi
vida, se explicaba así en el articulo del testamento
que hablaba conmigo : <<Item , por cuanto Gi l Blas
es un mozo que tiene algún baño de literatura ,para que acabe de perfeccionarse y se haga hom
bre sabio , le dej o m i libreria con todos los libros
y manuscritos , sin exceptuar ninguno .»
No sab ia yo dónde podía estar la t a l soñada li
b reria , porque en ninguna parte de la casa la hab ia
visto j amás . Sólo habia sobre una tabla en e l cuar
to del canónigo cinco o seis libros con algún legaj o
de papeles , y los tales libros no pod ian servirme
para nada . Uno se titulaba E l coci nero perfecto ;otro trataba de la indigestión y del modo de cu
rarla ; los demás eran las cuatro partes del Brevi a
131
ri o, medio ro idas de la polilla . En cuanto a los ma
nuscri tos, e l más curioso era todos los autos de un
pleito que había seguido el canónigo para conse
guir la prebenda . Después que examiné mi legadocon mayor atención de la que él se merecia , se lo
cedí a los parientes del difunto , que tanto me lo
hab ian env id i ado . En t regué les también el vestido
que tenia a cuestas y volvi a tomar el m io , con
t en tándom e con que m e pagasen mi salario , y fui
me a buscar otra conveniencia . Por lo que toca a
la señora Jacinta , además del dinero y alhajas queel canónigo le habia dejado , se levantó con otras
muchas cosas que ocultamen te habia depositado
en su buen amigo durante la enfermedad del di
funto .
CAPITULO III
Entra Gi l Blas a servir al doctor Sangredo y se hacefamoso médico.
"R esolví ir a buscar al señor Arias de Londoña
para escoger en su registro otra casa donde servir;pero cuando estaba muy cerca del rincón donde
vivía , me encontré con el doctor Sangredo , a quien
no había visto desde la muerte de mi amo , y m e
atreví a saludarle . Conoc i óm e inmediatamente ,aunque estaba en otro traj e , y mostrando part i cular gusto de verme , <<Hij o m io— me dij o ahora
mismo iba pensando en ti He menester un criado
y tú eres el que me conviene , con t a l que sepas
132
leer y escribir .» <<Como usted — dij e— no pida más ,délo t odo po r hecho .» <<Pues siendo asi — replicó
vente conmigo , porque tú eres el hombre que yo
busco . En mi casa lo pasarás alegremente ; te tra
taré con distinción ; no t e señalaré salar io , pero
nada te faltará . Cuidaré de vestirte con decencia ,t e enseñaré el gran secreto de curar todo género de
enfermedades y , en una palabra , más serás dis
cipule mío que criado .»
Acepté la proposición del doctor, con la espe
ranza de salir un célebre médico baj o la dirección
de t an gran maestro . Llev óme luego a su casa para
i nstruirm e en el ministerio a que me destinaba .
R educ iase éste a escribir el nombre , la calle y casa
donde vivían los enfermos que le llamaban mien
tras él visitaba a otros parroquianos . Para este fin
tenia un libro en que asentaba todo lo dicho un a
criada viej a , a la cual se reducía toda su famil ia ;pero , sobre no saber palabra de ort ogra f ia , eseri
b ía tan mal que , por lo común , no se pod ia com
prender lo escrito . En cargóm e , pues , a m i este re
gist ro , que se podia intitula'
r con razón R egi stro
mortuori o o li bro de di fun tos , porque morían casitodos aquellos cuyos nombres se apuntaban en él .
Escribía , por decirlo así , los nombres de los que
queri an partir de este mundo , ni más ni menos
que en las casas de posta se apuntan los nombres
de los que piden carruaj e 0 caballos . Estaba casi
siempre con la pluma en la mano , porque en aquel
tiempo e l doctor Sangredo era el médico más acre
ditado de todo Valladolid , debiendo su reputación
13 4
do muy elegantemente que este licor , así para los
viej os como para todos los demás , era un amigo
traidor y un gus to muy engañoso .
A pesar de tan bellos raciocínios , a los ocho días
que estuve en aquella casa padecí una diarrea
acompañada de crueles dolores de estómago , lo que
tuve la temeridad de atribuir al di solven te un i ver
sa l y a la mala calidad de los alimentos que comía .
Quejém e de esto al nuevo amo , esperando que
a l cabo vendria a condescender y a darme algún
poco de vino en las comidas ; pero era muy enemigo
de este li cor para tener semejante condescendeñ »
c ia . (C uando te hayas acostumbrado a beber agua—me dij o conocerás sus virtudes . Por lo de
más , si te di sgusta mucho el agua pura , hay mil ar
b i t ri os inocentes para corregir el desab rim ien t o de
las bebidas acuosas . La salvia y la b et óni ca les
comunica un gusto delicioso , y si quieres que lo
sea mucho más , mezcla un poco de flor de rome
ro , de clavel o de amapola.»
Por más que pon derase las excelencias del agua
y por más que me enseñase el modo de componer
bebidas exquisitas sin que para nada fuese nece
sario el vino , la bebía yo con tanta moderación
que , advirtiéndole él , me dij o un d ia : <<Ya no me
admiro, G i l Blas , de que no goces una perfecta
salud , porque no bebes bastante , amigo m io . El
agua bebida en poca cantidad sólo sirve para rémover la porción de la bilis y darle mayor vigor
y actividad,cuando es necesario anegarla en un
d iluyente copioso . No temas , hij o , que la abundan
135
c ia de l agua te deb ih t e ni enfrie demasiado e l es
tómago . Lej os de ti ese terror pánico con que mi
ras la frecuencia de tan saludable beb ida . Yo salgo
por fiador de su buen efecto ; y si n o t e satisface
mi fianza,el divino Celso saldrá a abon arla . Este
orácul o latino hace un admirable elogio de l agua ,y añade en términos expresos que los que por b eb er vin o se excusan con la deb ilidad de l estómago
levantan un falso testimonio a esta entraña para
encubrir su sensualidad .»
Como hubiera sido cosa fea dar pruebas de indócil cuando daba principio a la carrera de la Me
di cin a , mostré que me hac ia fuerza la razón y aun
conf ieso que efectivamente la crei . Proseguí , pues ,en beber agua , baj o la fe de Celso , o , por mejordecir , comencé a anegar la bilis bebiendo en gran
copia aquel licor; y aun que cada d ia me sentía
más desazonado , pudo más la preocupación que
la experiencia . Ten ia , como se v e , una admirable
disposición para ser médico Sin embargo , no pu
diendo resistir más a la violencia de los males que
me atormentaban , tomé la resolución de dejar lacasa del doctor Sangredo ; pero és te
'
me honr ó con
un nuevo empleo , el cual me hizo mudar de pare
cer. cMira , hijo— m e dijo un d ia yo n o soy de
aquellos amos ingratos y duros que dejan env ejecer a los criados sin pasarles por e l pensamiento
e l recompensar sus servicios . Estoy contento cont igo , t e quiero y , sin aguardar a que me hayas serv i de más tiempo , es mi ánimo hacerte dichoso .
Ahora mismo te v oy a descubrir lo más sutil de l
136
saludable arte que profeso tantos años ha . Los de
más médicos piensan que consiste en e l estudio
penoso de mil ciencias tan inútiles como dificulto
sas ; yo intento abreviar un camino tan largo y
ahorrarte el trabaj o de estudiar la Físi ca , la Far
macia, la Botánica y la An at om ia . Sabete , amigo ,que para curar todo género de males no es menes
ter más que sangrar y beber agua caliente . Este
es e l gran secreto para curar todas las en fermeda
des del mundo . Si ; este maravilloso secreto que yo
te comunico , y la Naturaleza no ha podido ocultar a mis profundas observaciones , manteniéndoseimpenetrable a mis hermanos y compañeros , se re
duce a solos dos puntos : sangrias y agua caliente !uno y otro en abundancia . No tengo más que en
señarte . Ya sabes de raíz toda la Medicina; y si
te aprovechas de mis largas experiencias , serás tan
gran médico como yo . Al presente me puedes ali
viar mucho . Por las mañanas te estarás en casa
a tener cuenta del registro y por las tardes irás
a visitar a mis en fermos . Yo asist i rá a la nobleza
y al clero ; tú visitarás a los del estado general que
me llamaren , y después de haber ej ercido algún
tiempo , haré que te incorporen en nuestro gremio .
He aqui , G i l Blas , que ya eres sabio sin ser méd i
co , cuando otros por muchos años , y la mayor par
te toda la vida , son médicos antes de ser sabios . »
Di gracias al doctor por haberme puesto en tan'
poco ti empo en estado de ser substituto suyo , y , en
señal de mi agradecimiento , le ofrecí que toda la
vida seguiria a ciegas sus oph1i on es , aunque fue
138
de méd i co , que no es un animal risible . Si mi ri
diculo traj e habia movido a risa a Fabricio ,'
mi
seriedad se la aumentó , y después que se rió cuan
to qui so , cierto , G i l Blas— exclamó que
estás estrafa lari am en t e puesto ! ¿Quién diablos t eha disfrazado así ?» a poco , Fabricio , poco
a poco y trata con t odo respeto a un nuevo H i
pócra t es ! Sabete que soy substituto del doctor San
grede , médico e l más famoso de Valladolid . Tres
semanas ha que estoy en su casa , y en este breve
tiempo me ha enseñado radicalmente la Medicina ;de manera que, como él no puede visitar a todos
los enfermos que le lla in an , visito yo una parte deellos para a li v i arle . El a siste a la gente principal
y yo a la plebe .» — replicó Fabricio
Eso , en buen romance , quiere decir que t e ha cc
dido la sangre plebeya y él se ha guardado la i lus
tre . De ite el parabién de la parte que t e ha toca
de , que en mi concepto es la mej or, porque a un
médico le conviene más ej ercer su Facultad con
la gente pobre que con la opulenta . ¡Vivan los médicos de aldea y de arrabal ! Sus yerros son menos
sabidos y no meten tanta bulla sus asesinatos . Si,
amigo , tu suerte me parece la más envidiable , y
por hablar a manera de Alejandro , si yo no fuera
Fabricio querría ser G i l Blas .»
Para que el hij o del barbero Núñez conociese
que no exageraba ni mentia en alabar tanto mi
presente condición , le mostré los doce reales del
alguacil y del pastelero , y después nos entramos
los dos en una taberna para beber a costa de ellos.
139
Presen táronnos un vino bueno , el cual me pareció
mucho mejor de lo que era por la gran gana quetenia de b eb erle . Ech ém e al cuerpo valientes tra
gos y , con licencia del oráculo latino , al paso que
iba b ebiendo conocí que e l estómago no se quejabade las injusticias que le hab ia hecho . Detuv imon os
bastante tiempo Fabricio y yo en la taberna y nosburlamos largamente de nuestros amos , como es
uso y costumbre entre todos los criados . Viendo
que se acercaba la noche , nos retiramos , quedando
apalabrados de volvem os a ver la tarde siguiente
en e l mismo paraje .
CAPITULO IV
Prosi gue Gi l Blas ejerciendo la Medicina con tanto
acierto como capacidad. Aventura de la sorti ja re
cobrada.
N o bien hab ía yo entrado en casa , cuando tam
bién volvió a ella e l doctor Sangredo . In form é le
de los enfermos que había visitado y le puse en la
mano ocho reales que restaron de los doce que m e
habian valido mis recetas . <<Ocho reales— me di j o
por dos visitas son poca cosa ; pero al fin es pre
ciso recibir lo que nos dieren Tomólos , y , embe l
sandose los seis , me dió sólo dos . <<Toma , G i l Blas— prosiguió ahí t e doy para que empieces a juntar un capital , pues desde luego te cede la cuarta
parte de lo que m e toca . P resto serás rico , amigo
140
m io , porque este año , queriendo Dios , habrá mu
chas enfermedades .»
Con ten t ém e , y con razón . pues habiendo resue l
to quedarme con la cuarta parte de lo que reci
b ía y cediéndome el doctor la otra cuarta parte
de lo que yo le entregaba , venia a tocarme , si
no me engaña mi aritmética , la mitad de lo que
realmente percibía . Esto me dió nuevo aliento para
aplicarme a la Medicina . Al d ia siguiente , luego
que comi , volvi a echarme a cuestas e l hábito de
substituto y salí a campaña . Visité muchos en
fermos de los que yo mismo había sentado en e l
libro y a todos les recet é los mismos medicamentos ,aunque padecían diferentes enfermedades . Hasta
aquí las cosas iban v i en t o en popa y ninguno , gra
cias a l Cielo , se habia alborotado contra mis rece
tas . Pero nunca faltan censores del método de un
médico , por excelente que sea . Entré en casa de un“
droguero que t en ia un hij o hidrópi co , y me encon
t re con cierto mediquillo , de color amulatado , que
se llamaba e l doctor Cuchillo , llevado alli por un
pariente del mercader . Hice profundas cortesias a
todos los circun stantes , pero particularmente al t a l
figurilla , que me persuadí hab ia sido llamado para
consultar sobre la enfermedad que t en iam os entre
manos . Saludóm e con mucha gravedad, y después
de haberme mirado atentamente , <<Señor doctor— me dijo yo conozco a todos los médicos de
Valladolid , hermanos y compañeros mios , pero con
fieso que la fisonomía de usted es para m i entera
mente nueva , por le que es preciso que usted haya
142
grede .» <<Según eso— replicó e l doctor Cuchillo
se engaña mucho Celso , y escribió un gran dispa
rate asegurando que para facilitar la curación de
un h idrópi co es conveniente dej arle padecer ham — x
b re y sed .» <t ¡Oh ! — le respondí Yo no tengo a'
Celso por oráculo . Engañóse ,como se engañaron '
otros , y algunas veces me complazco en ir contra
sus opiniones .» ((Conozco por la explicación de usa
t ed— repuso Cuchillo— la práctica segura y buena
que el doctor Sangredo quiere inspirar a todos los
profesores j óvenes . La sangría y la bebida es su
medicamento universal , por lo que no me admire'
ya de que tantos hombres honrados perezcan en
sus manos .» <<Dejémon os de invectivas— le inte
rrumpi yo con sequedad no está bien en un
hombre de la profesión de usted tocar esta tecla .
Sin sacar sangre_
y sin dejarles beber se h an en
viado muchos hombres a la sepultura, y quizá us
ted habrá despachado a ella más que otros . Si us
ted tiene algo contra e l señor Sangredo , escriba :
impugnándole , que no dejará , ciertamente , de res
ponder, y entonces veremos quién es el que queda
vencido .» San Pedro y San Pablo— prorrum - u
pió lleno de cólera el doc torc i llo que usted no
conoce al doctor Cuchillo ! ¡Sepa , pues , amigo mío ,que tengo garras y colmillos y que de ningún modo
me causa miedo Sangredo , el cual , mal que le pese
a su vanidad y presunción , en suma no es mas que
un original sin copia !» La figura del mediquillo
me hizo despreciar su cólera . R espond i le con en
fado ; correspondióme con el mi smo , y en breve
143
v inimos a las manos . Dim onos algun as puñadas ynos arrancamos un o a otro porción de pelos ant es
que e l droguero y su parienta nos pudiesen sepa
rar. Luego que lo hubieron conseguido , pagárpn
me la visita e hicieron quedar a mi antagonista ,
que verosimilmente les pareció más hábil que yo .
Después de esta aventura faltó poco para que
me sucediese otra . Fu i a visitar a cierto sochantre
que estaba con calentura . Apenas me oyó hablar
de agua caliente , cuando se mostró tan rebelde a
este remedio que comenzó a dar votos . Díjome mil
desv ergií en zas y aun me amenazó de que me echa
ría por la v entana . Salí de aquella casa más de
prisa de lo que había entrado . N o quise visitar
más enfermos aquel día y me fuí derecho a la ta
berna de lo caro , donde la víspera habiamos que
dado apalabrados Fabricio y yo . Como ambos t e
n iamos buenas ganas de beber , lo hicimos perfec
tamente , y después nos retiramos cada uno a su
casa , en buen estado ambos ; quiero decir , moros
v an , moros v ienen . No conoció el doctor Sangredoel achaque de que yo adolecía, porque le contécon tanta energía lo que me hab ía sucedido con
el doctorc i llo que atribuyó mis descompasadas ac
ciones y mis palabras mal articuladas al enoj o ycólera que me había causado el lance que le refe
ria . Fuera de eso , como él era interesado en el hecho , se alteró algo contra e l doctor Cuchillo ; y asi ,
me dij o : <<Hiciste muy bien , G i l Blas , en v olver
por el honor de nuestros remedios contra aquel
aborto , o , por mejor decir, embrión de nuestra
144
Facultad . Pues qué , ¿piensa el grandisimo ignorante que no se deben administrar a los h idrópi cosbebidas acuosas ? ¡Pobre mentecato ! Pues yo defenderó delante de todo el mundo que con e l aguase puede curar todo género de h idropesías y quees un especifico igualmente adaptado para éstas
como para los reumatismos y opi lac ion es . Es tam
bién muy propia para aquel género de calenturas
que por una parte abrasan al enf ermo y por otra
le hielan , y es maravilloso remedio para todas aque
llas enfermedades que se atribuyen a humores frios ,serosos , flemáticos y pi tui t osos . Esta opini ón sólo
parece extraña a los principiantes , cual es Cuchi
llo , incapaces de discurrir como filósofos ; pero es
muy probable en buena Medi cina ; y si ellos fueran
capaces de penetrar la razón en que se funda , en
vez de desacred i t arm e llegarían a ser mis mayores
apasionados .»
Tanta era su cólera , que ni aun le pasó siquiera
por el pensamiento que yo hubiese bebido , pues ,por i rri t arle más , adredem en t e h ab ia yo añadido
alg unas circunstancias de mi pegujal o de mi fe
cunda inventiva . Con todo eso , aunque estaba t an
ocupado en lo que le acababa de contar, no dej ó
de advertir que aquella noche habia yo bebido más
ag ua de lo que acostumbraba , porque , con efecto ,el vino me h ab ia dado muchisima sed . Otro que
no fuese el doctor Sangredo h ab ria m ali c i ado un
poco de aquella grande sed que me aquejaba y de
los sendos vasos de agua que bebía ; pero él creyó
buenamente que yo i b a a f i c i e nándom e a las bebi
146
d ía de_hoy algunas pocas personas que , como tú y
como yo , solamente beben agua, persuadi das deque evitarán o curarári todos los males bebiendo
agua caliente que no haya hervido , porque tengo
observado que la hervida es más pesada y no la
abraza tan bien el estómago como la que sin her
vir llega sólo a calentarse .» Más de una vez temí
reventar de risa mientras mi amo d iscurría en el
asunto con tanta elocuencia . Con todo eso , me
mantuve serio , y aun hice más , pues mostré ser
del mismo sentir que el doctor Sangredo : abominé
del uso del vino y me compadecí de los hombres
que t en ian la desgracia de pagarse de una bebida
tan perniciosa . Después de est e , como todavía m e
sent ia con sobrada sed , llenó de ag ua caliente una
gran taza y de una asentada me la eché t oda al
cuerpo . señor— dij e a mi amo h artá
monos de este benéfico licor y resucitemos en esta
casa aquellas antiguas t ermópi las , de cuya falta
tanto se lamenta usted !» Celebró mucho estas pálabras , y por más de un a hora entera m e estuvo
exhortando aque bebiese siempre agua . Promet íle
que la beberia toda la vida , y para cumplir mej or
m i palabra me acosté con firme propósito de ir
todos los días a la taberna .
El ance pesado que habia tenido en casa de l
droguero no me qui tó el gusto de ir a recetar e l
d ía siguiente sangrias y agua caliente . Al salir . de
la casa de un poeta que estaba frenético .me .en
contré con una viej a , la cual sel legó a mi y :me_ pl
_
fe
gun tó si era médico . R espond ile que si ,“y
e lla …me* i
147
suplicó con mucha humildad me sirviese a compaº
ñarla a su casa , donde estaba indispuesta su se
brina, que se sen t ia mala desde el d ia anterior ,ignorando cuál fuese su enfermedad . Seg uila , y
guiándome a su casa , me hizo entrar en un cuarto
adornado de muebles muy decentes , donde vi una
mujer en cama . A cerquém e a ella para observarla.
Desde luego m e llamó la atención su f i son om ía , y
después de haberla mirado por algunos momentosreconocí , sin quedarme género de duda , que era
aquella misma aventurera que habia hecho tan
perfectamente el papel de Camila . Por lo que a
ella toca , me pareció que no me había conocido ,y a fuese por tenerla abatida el mal o ya por e l
traje de médico en que me v e ia . Tom é lc e l pulso
y vi que t en ia puesta mi sortij a . Sen t í una terri
ble conmoción al reconocer una alhaj a a la cual
tenía yo tanto derecho , y estuve fuertemente ten
tado a quitársela por fuerza ; pero sabiendo que
las mujeres luego comienzan a gritar , y temiendoacudiese a su defensa el dichoso don Rafael o algún
o t ro de tantos protectores como t ien e siempre e l
bello sexo para acudir a sus gritos , resistí a la ten
tación . P are c i óm e que seria mejor disimular porentonces , hasta consultar el caso con Fabricio .
Abracé , pues , este último partido . Mientras tanto ,la vieja me apuraba para que declarase e l mal de
que adolecía su postiza o su verdadera sobrina .
N o fui t an mentecato que quisiese confesar q ueng le , conocía ; a ntes b ien , h aciendo de hombre sa
b io .e imitando a mi maestro, dije con mucha graf
148
vedad que todo dependía de falta de transpiración ,y , por consigui ente , que era menester sangrar1a
inmediatamente y humedecerla bien haciéndole
beber agua caliente en cantidad , para curarla se
gún e l debido método .
Abrevié la visita cuanto pude y fuime derecho
a buscar al hij o de Núñez , a quien tardé poco en
encontrar , porque iba a cierta diligencia de su amo .
Con t é le mi nueva aventura y le pregunté si le pa
recia conveniente m e valiese de algunos alguaciles
para recobrar mi alhaja , prendiendo a Camila .
por ciert o !— me respondió ¡N o pienses en ta l
disparate ! Ese seria el medi o más seguro para que
nunca vieses en tu mano la sortij a . Esa gente no
es muy inclinada a hacer restituciones ; y si no ,
acuérdate de lo que t e sucedió en Astorga : tu ca
ballo , tu dinero , y hasta tu propio vestido , todo
quedó en sus uñas . Es necesario , pues , apelar a
nuestra industria , si quieres recobrar tu desgracia
do diamante . Déjam e lo pensar a m i mientra s v oya dar un recado de mi amo al proveedor de l hospi
tal ; espérame en la taberna de que somos parro
quian os , y ten un poco de paci encia , que prest e
nos veremos .»
Más de tres horas hacia que le estaba esperan
do , cuando al cabo pareció . Al prin cipio no le co
noci , porque hab ia mudado de traje ; t raía e l pelo
trenzado y unos bigotes post izos que le t apab ari la
mitad de la cara ; del cin to le colgaba una espada
larga , cuya cazoleta tenia por lo menos tres —
piesde circunf erencia , y marchaba al frente de ci rice
150
¿Conoces ahora a aquel crédulo de G i l Blas a quien
tan villanamente engañaste ? ¡En fin , ya te encon
t re, b rib on aza ! El corregidor dió oídos a mi quere
lla y orden a est os señores de arrest art e y ence
rrart e en un calabozo . ¡Ea, pues , señor alguacil— dij e a Fabricio cumpla con lo que le han man
dado y haga lo que le toca !» necesita — respon
dió con voz bronca y desabrida — que ninguno me
acuerde mi obl igación ! ¡Ya tengo no t icia de esta
buena alhaj a,pues tiempo ha que está escrita y
registrada en m i libro de memoria ! ¡Leván tese ,reina m ia , y vístase pronto , que yo tendré la for
tuna de ir1a sirviendo de escudero , si lo lleva a
bien , hasta la cárcel pública de esta ciudad !»
Al oír esto Camila, aunque parec ía tan postra
da,advirtiendo que dos min istriles se disponían a
sacarla por fuerza de la cama,se sentó en ella , y
juntas las manos,en t ono suplicante , mirándome
con oj os en que se v e ia pintado el descon suelo y
el terror , G i l Blas— me dij o apiádese
usted de m i ! ¡Esto se lo pido por aquella su casta
madre , que le dió a luz después de haberle ten ido
nueve meses en sus maternales entrañas ! Aunque
confieso mi culpa , todavia fuí más desgraciada q'
ue
delin cuente . ¡Voy a restituirle su diamante , y por
amor de Dios no me p i erda !» Diciendo esto se
sacó la sortij a y me la puso en la mano . Pero yo
le respond í que no me contentaba con sólo el dia
mante,sino que también queria se me rest i tuyesen
los mil ducados que se me habían robado en la pe
sada .— replicó ella los m i l ducados no
15 1
me los pida ust ed a m i ; pídas_
e los al traidor de don
Rafael , a quien no he visto desde entonces acá ,
que aquella misma noche se los llevó .» buena
maula !— interrumpió Fabricio Pues qué , ¿no haymás que decir que n o tuviste arte ni parte en ello
para darte por legítimamente disculpada ? Basta
que hayas sido cómplice del don Rafael para que
se te pida estrecha cuenta de toda tu vida pasa da .
¡Sin duda que tendrás archivad as en la conciencia
bellas cosas ! ¡Ven ,ven a la cárcel , donde harás una
buena confesión general ! También qui ere llevar en
tu compañía a est á buena viej a , a quien juzgo impuesta en una infinidad de lances curiosos , que al
señor corregidor n o le pesará saber .»
Al oír esto las dos muj eres , n o em i t i eron medio
alguno para movern os a piedad . Alborotaron la
casa a gritos , llantos y lamentos . Mientras la vie
j a, puesta de hinoj os , ya delante del alg uacil , ya
delan t e de los ministriles , procuraba excitar su
compasión , Camila , del modo más ti erno y pate
tico del mundo , m e suplicaba y conjuraba la libra
se de manos de la justicia . Era éste un espectáculo
digno de verse . Fingi ab landarm e y dij e al h ij o deNúñez : <<Señor alguacil , puesto que ya h e recobrado mi diamante , se me da poco de lo demás . Nodeseo se aflija a esta pobre muj er
,porque no quie
ro la muerte del pecador .» por cierto !— me
respondió ¡Usted es muy compasivo y n o valía
un pep ino para a lguacil ! Yo n o puedo menos de
cumplir con mi obligación , y e l señor corregidor
expresamente m e mandó prendiese a estas prince
152
sas , porque qu i ere su señoría hacer con ellas unej emplar que sirva de esca rmiento .» cH ágame usted
e l favor— le repliqué— d e hacer por m i alguna cosa »
y suavizar un t an t i co e l rigor de la orden en favor
del regalo que estas damas le quieren hacer en
corta demostración de su agradecimiento .»
señor doct or l— repuso Fabricio ¡Ese es otro can
t ar ! ¡No puede resistir a esa figura retórica usada
t an a tiempo ! ¡Ea , pues ; veamos lo que me quieren regalar !» <<Darele a usted— d ij o Camila — nu co
llar de perlas y unos”
pendientes de piedras que
valen buen d inero . » — respondió Fabricio ta i
m adamen t e con t al que no sean de las que t e
envió tu t ío el gobern ador de Fi lipinas , porque
esas n o las quiero !» cOs aseguro que son finas»,di j o Camila. Y al mismo tiempo mandó a la viej atraj ese un a caj ita donde estaban el collar y los
pendientes , que ella misma puse en ma nos del se
ñor alguacil ; y aunque era t an diestro lapidar ío
como yo , no dej ó de conocer , sin quedarle ninguna
duda , que eran finas así las piedra s de los pen
dientes como las perlas del collar . <<Estas alhaj as- dij o después de haberlas mirado atentamente
me parecen de buena ley ; y si se añade a ellas e l
candelero de plata que el señor Gi l Bla s tiene en
la mano , n o respondo ya de mi obed ienc ia al señor
corregidor .» <<No creo— dij e entonces a Camila
que por semej ante friolera quiera usted deshacer
un convenio que le tiene tanta cuenta .» Diciendo
y haciendo , quité la vela del candelero , se la entre
gué a la v ieja y alarg ué éste a Fabricio , que , con
154
hermanos . Hecho e sto , cada uno se irá a su casa
y discurrirá lo que mej or le pare c i ere para excu
sarse de haber pasado la noche fuera de ella .» Tu
vimos por muy pruden te y jui cioso e l pensamiento
del señor alguacil . Volvimos , pues , todos a nues
t ra taberna , parec i éndoles a unos que fácilmente
encontrarían algú n buen pretexto para disculpar
el haber dormido fuera y no dándoseles a otros un
pito que los despidiesen sus amos .
Di óse orden de que se nos dispusiese una buena
cena , y nos sentamos a la mesa con tanto apetito
como a legria . Durante ella se suscitaron especies
muy graciosas , sobre todo Fabricio , que era fecun
disimo y hombre de gran talento para mantener
siempre viva la conversación y divertir a toda la
compañ ia . O curri éron le mil dichos llenos de sal es
pañola , que nada debe a la sal atica; pero estando
en lo mej or de la diversión y de la risa, turbó
nuest ra á legria un lance inesperado y sumamente
desagradable . Entró en el cuarto donde estábamos
un hombre bastante bien plantado,a quien acom
pañab an otros dos de muv mala catadura . Tras
éstos entraron otros t res , y , en f in , de tres en tres
fueron entrando hasta doce , todos con espadas ,carabinas y bayonetas . Con oc im e s que eran minis
tros verdaderos de justicia y fácilmente penetra
mos su intención . Al principio pensamos en defen
dern os; pero en rm instante nos rodearon y nos
contuvieron,así p or su mayor número como por
el respeto que tuvimos a las armas de fuego . <<Se
ño res —nos dij o e l comandante con cierto a i rec i llo
155
burlón tengo noticia de la ingeniosa invención
con que ustedes han recobrado de mano de cierta
aventurera no sé qué preciosa sortija . La est ra ta
gema fue ingeniosa y excelente; tanto , que mereceser públicamente premiada , recompensa que no se
les puede a ustedes negar . La justicia , que tiene
destinado a ustedes digno aloj amiento en su mis
m a casa , no dej ará , ciertamen te , de premiar un
esfuerzo tan raro de ingenio .» Turb áron se a estas
palabras todas las personas a quienes se dirigían
y mudamos todos de tono y de semblante , llegán
donos la v ez de experimentar el mismo terror que
habíamos causado en casa de Camila . S in embar
go , Fabricio , aunque pálido y casi muerto , in tentó
d isculparnos . <<Señor -dij o trémulo nuestra in
tención fué sin duda b uen a , y en gracia de ella se
nos puede perdonar aquella inocente superchería .»
diablos !— replicó el comandante con vive
za ¿A eso llamas t ú superchería inocente ? ¿Igno
ras por ventura que huele a cáñamo o , cuando
menos , a baqueta esa inocente superchería ? Fuera
de que a nin gun o le es lícito hacerse justicia a si
mismo por su propia mano , e s llevasteis , además
de la sortija,un collar de perlas , un candelero de
plata y u nos pendientes de diamantes . Lo peor de
todo es que para hacer este robo os fingisteis mi
n ist ros de justicia . ¡Unos hombros miserables su
ponerse gente honrada para hacer tal villan ía y
cometer semejante maldad ! ¿Os parece ésta un a
culpa venial que se lava con agua bendita ? ¡Seréismuy dichosos si sólo se ech a mano de la penca para
156
borrarla y castigarla !» Cuando llegam os compren
der que la cosa era más seria de lo que nosotros
habíamos M aginado , nos echamos todos a sus pies
y le suplicamos con lágrimas que se api adase de
nosotros y de nuestra inconsiderada juventud ; pero
todos nuestros clamores fueron inútiles . Despreció
con indig nación la p ropuesta que le hicimos de
cederle e l collar , los pendientes y el candelero . Tam
poco quiso adm itir la sortij a, que verdaderamente
era m ía , quizá porque se la ofrecía a presencia de
tantos testigos . En fin , estuvo inexorable . H izo.
desarmar a mis compañeros y nos llevó a todos a
la cárcel . En el camino me contó uno de los a lgua
ciles que , habiendo sospechado la viej a que vivía
con Camila que no éramos gente de justicia , noshabía seguido a lo lej os hasta la taberna , y que ,
teniendo modo d e ocultarse y confirm ar sus sos
pechas , dió prontamente parte de t odo a un a ron
da para vengarse de nosotros .
En la cárcel nos regist raron a todos hasta la ca
misa . Qu i táro nn os el collar , los pendientes y e l
candelero , como también a m i aquella sortij a de
rubíes de las Filip in as , que , por desgrac ia, había
metido en un bolsillo , sin dejarme siqui era los po
cos reales que aquel día me habían valido mis re
cetas , por donde conocí que los ministriles de Va
lladolid sabían t an bien su oficio como los de
Astorga y q ue toda aquella gentecilla tenía un os .
mismísimos moda les . Mientras nos d espoj aban de
dichas alhaj as y de lo demás que encontraron , e l
cabo de ronda refería nuestra aventura a los eje
158
pond íle que éste era mi ánimo ; y, con efec t o , me
apliqué enteramente a ella . Lej os de faltarme que
trabaj ar,nunca hubo más enfermos , como lo ha
bía pronosticado mi am o . Acometieron fiebres epi
d émi cas en la ciudad y arrabales . Teníamos que
visitar cada uno todos los días ocho o die ¿ enfer
mos , por lo que se dej a conocer que se beberia mu
cha agua y que se derramaría gran porción de
sangre . Mas yo no sé cómo era es to : todos se nos
morían,o porque nosotros los curáb am os
.
mal— lo
cual claro está que no podía ser— o porque eran
incurables las enfermedades . A raro enfermo h a
oíamos tercera visita,porque a la segunda nos ve
n ían a decir que ya le habían enterrado o , a lo
menos , que estaba agonizando . Como todavía era
yo un médico nuevo , poco acostumbrado a los ho
m i c id ios, me afligía mucho de los sucesos funestos
que m e podían imputar. <<Señor— dij e un día a l
doctor Sangredo protesto al cielo y a la tierra
que ob serv e exactamente el método de usted ; pero ,con todo , mis enfermos se van al otro mundo . P a
rece que ellos mismos adredemen t e se quieren mo
rir, no más que por tener el gusto de desacreditar
nuestros remedios . H oy mismo encontré dos que
llevaban a enterrar .» <<Hij o mío —me respondi ó
poco más poco menos,lo propio me sucede a m i .
Pocas veces logro la satisfacción de que sanen los
enfermos que caen em.mis manos; y si no estuviera
tan seg uro de los prm 0 1p10 s que sigo , creería que
mis .medicamentos eran enteramente contrarios a º
las enfermedades.» aSeñor — le repliqué si usted
159
quisiera creerme , se ría yo de sentir que mudase
mos de método . Probemos , por curiosidad , el usar.
en nuestras recetas de preparaciones químicas ; en
sayemos el quermes ; lo peor que podrá suceder
será lo mismo que experimentamos con nuestra
agua y con nues tras san grias .» <<De buena gana— me respondió— haría yo esa prueba si no fuera
pe r un inconveniente . Acabo de publicar un libro
en que ensalzo hasta las nubes el frecuente uso de
la sangría y del agua 'Y ahora quieres t ú que yo
mismo desacredite mi obra ?» — repuse yo
Siendo a sí , no es razón conceder ese triunfo a sus
enemigos . Dirían que usted se había desengañado
y le quitarían el crédito . ¡Perezca antes el pueblo ,leza v clero , y llevemos nosotros adelante n ues
tema ! Al cabo , nuestros compañeros , a pesar
mal que están con la lanceta, no veo que ha
más milagros que nosotros , y creo que sus
como nuestros específicos .»
pues , continuando con nuestro método
en pocas semanas dej amos más viudas
s que el famoso sitio de Troya . Parecía
entrado la peste en Valladolid : tan tos
i erros que se veían . Todos los días se
aba en nuestra casa un padre que nos pe
día un hijo a quien habíamos echado a la sepul
tura o un tío ,q ue se quej aba de que hubiésemosmuerto a su sobrino ; pero nunca veíamos a nin
rino 0 h ij o que viniese a darnos las gra0 1as
con . nuestros r emedios hab íamos dado lasu pad re o a su t ío . Por lo que toca a los
160
maridos , también eran prudente s , pues ninguno
vino a lamentarse de nosotros porque hubiese per
dido a su mujer . Con todo eso , algunas personasverdaderamente afligidas venían t al vez a desaho
gar con nosotros su pena. Tra táb ann os de i g no
rantes , de asesinos , de verdugos , sin perdonar los
términos y voces más descompuestas , más rústicas
y más ignominiosas . l rri táb anm e sus epítetos grosere s; pero mi maestro , que estaba muy a costum
brado a ellos,los o ía con la mayor frescura y se
ren i dad de ánimo . Acaso me hubiera yo tambiénhecho con e l tiempo a oírlos con igual serenidad
si e l Cielo , quizá por librar de este azote más a los
enfermos de Valladolid, no hubiera suscitad o un
accidente que desterró en mí la inclinación a la
Medicina, que ej ercía con tan in feliz éxito , y e l
cual descri b i rá fielmente , aunque el lector se ría a
mi ce sta .
Había cerca de mi casa un j uego de pelota, adon
de concurría diariamente toda la gente ociosa de l
pueblo , entre ella uno de aquellos va lentones y
perdon a v idas de profesión que se erigen en maes
tros y deciden definitivamen te todas las dudas
que ocurren en semej antes paraj es . Era vizcaíno
y hacía que le llamasen don Rodrigo de Mondra
gón . Parecía como de treinta años , hombre de es
tatura ordinaria , seco v nervudo . Sus oj os eran
pequeños y cen t ellean t es, que parecía daban v uel
t as en las órbitas y que amenazaban a todos los
que le miraban ; una nari z muy chata le caía sob re
unos bigotes ret orcidos , que en forma de"mcdia
162
llamas con t ra m i , juró que me atravesaría de parte
a parte con la espada la primera vez que m e viese .
Di óme noticia de este juramento un vecino míocaritativo y m e aconsej ó no saliese de casa para
no encontrarme con aquel diablo de hombre . Este
aviso , que me pareció no era de despreciar , m e
llenó de mi edo v turbación . Continuamente m e
imaginaba que veía entrar en casa al furioso viz
ca íno , y este pensamiento no me dej aba sosegar .
Ob lígóme , en fin , a dej ar la Medicina y a buscar
modo de librarme de semej ante sobresalto . Volví
a coger mi vestido bordado , desped ime de mi amo ,
que por m ás que h izo no me pudo contener, y a l
amanecer del d ía siguiente salí de la ciudad, t e
m i endo siempre encontrar a don Rodrigo de Mon
dragón en e l camino .
CAPITULO VI
A dónde se encaminó Gi l Blas después que sali ó deValladolid y qué especie de hombre se incorporó
con é l
Caminaba m uy aprisa , y de cuando en cuando
volvía a mirar at rás por ver si me seguía el formi .
dable V izcaíno . Ten ía le tan presente en la imagi
nación, que cada bulto v cada árbol me parecían
que era él , y continuamente me estaba dando sal
tos e l corazón; pero después que anduve un a b ue
na legua me sosegué y proseguí mi viaj e con ma
163
yor quietud , di rig1c:ndome a Madrid , adonde había
hecho.
án imo de ir . No sentí dejar a Valladolid , y
sólo, si , el haberme separado de Fabricio , mi ama
do P í1ades, sin haber podido despedirme de él . N o
me pesaba el haber abandonado la Medi cina; antesbien
,pedía perdón a Dios de haberla ejercido . Con
todo , n o dej é de contar el dinero que llevaba , aun
que era el salario de m i s homicidios y de mis ase
sina t os , semej ante a las muj eres públicas , que des
pués de arrepentidas de su mala vida no por eso
dej an de contar con g usto e l d inero que les ha v a
l ido . H a lléme con unos cinco ducados , lo que me
pareció bastante para llegar a Madrid , donde creía
hacer fortuna . Además , tenía gran gan a de ver
aquella corte , que me h ab ian pintado como el com
pendi o de todas las maravillas del mundo .
Mientras iba pensando en lo que había oído de
cir de ella y recreándome antici padamente en las
diversiones y gustos que me imaginaba h abía de
gozar , oí la v oz de un hombre que v en i a cantando
tras de m i a gaznate tendido . Traía a cuestas una
maleta, en la mano una g uitarra y al lado una lar
guísima espada . Caminaba con tanto brío que muy
presto me alcanzó . Era uno de aquellos dos apren
dices de barbero que habían estado presos conmigo
por la aven tura de la sortij a . Desde luego nos co
noc imos los dos , y aunque uno y otro estábamos
en ta n diferente traj e , quedamos ig ualmente ad
mirados de vernos j untos en aquel sitio . Con t é le .
brevemente la causa de haber dej ado a Valladolid
y él me correspondió diciéndome que había tenido
164
una pelotera con su maestro , de cuya resulta uno
y otro se habían despedi do para siempre . (S i hu
biera querido mantenerme aún en Valladolid— ana
d i ó habría encontrado di ez tiendas por una, por
que, sin vani dad, me atreveré a decir que acas o
no se encontrará en toda España quien sepa ra
surar mej or a pelo y contrapelo ni levantar mej or
unos bigotes ; pero no pude resistir a la vehemente
gana de volver a ver mi patria, de la que ha diez
años que falto . Quiero respirar a lgún tiempo el aire
nativo y saber cómo están mis parientes . Pasado
mañana espero verme entre ellos , porque residen
en Olmedo , villa muy conocida , más allá de Se
govia.»
Me determiné a ir en compañía del barbero hasta
su lugar y desde allí pasar a Segovia, con esperan
za de encontrar alguna mayor comodi dad para lle
gar a Madrid . Comenzamos a hablar de cosas indi
feren t es para diverti r la molestia del camino . Era
el mozuelo de buen humor y de muy gr ata conver
sac i ón . Al cabo de una hora me preguntó si t en ia
apet ito . <<En llegando al mesón lo veremos», le res
pendí . no se puede tomar antes alguna
parva?— me replicó Yo traigo en la alforj a algo
que almorzar; cuando cam ino , siempre tengo cui
dado de llevar para la bucólica, y n o gusto de car
gar con vestidos , ropa blanca ni otros trapos inútiles , metiendo sólo en la alforj a municiones de
boca, mis navaj as y un poco de j abón, y colgando
la bacía del cinto .» Alabé su previsión y conv i rie
en que tomásemos el refrigerio que m e proponía.
166
CAPITULO VII
H istoria del manceb i llo barbero.
<<Fernando Pérez de la Fuente , mi abuelo —
por*
que me gusta tomar las cosas muy de atrás des
pués de haber seguido e l ofic io de barbero en la
noble villa d e Olmedo por espacio de cincuentaaños
,murió dejando cuatro hij os . El primogénito ,
por nombre N i colás , heredó la tienda y siguió la
misma profesión . Be lt rán , que fué el segundo , se
le metió en la cabeza el ser mercader y trató en
mercería . El tercero , llamado Tomás , se dedicó a
maestro de escuela . El cuarto , q ue se llamaba P e
dro , sintiéndose inclinado a estudiar , vendió su
legítima y se fué a Madrid , donde espe raba darse
con el tiempo a conocer por su erudición y su in
genio . Los otros tres hermanos nunca se separa
ron , manteniéndose en Olmedo , y allí se casarontodos tres con hi j as de labradores , que trajeron en
matrimonio poca dote , pero en recompensa de ella
una gran fecundidad , pues parece hab i an apostado
a cuál había de parir más . Mi mad re , que era la
mujer del barbero , par ió seis en los cinco primeros
años de casada , siendo yo uno de ellos . Mi padre ,luego que tuve fuerzas ,
“ me puso a su ofic io , y
apenas cumplí quince años cuando un d ía me echó
a cuestas la alforj a que veis , y c iñéndome esta
misma espada , Diego— me dij o ya puedes
ganar la vida ! ¡Vete a correr mundo ! Estás algo
167
basto y te conviene viaj ar para limarte , como tam
bién para perfeccionarte en tu oficio . Vete , pues ,y no vuelvas a Olmedo hasta haber andado toda
España ; no quiero oír hablar de ti hasta que hayas
hecho todo est e .» D ióm e un paternal abrazo , c c
gióm e de la man o y bonitamente me conduj o hastaponerme de patitas en la calle .
»Esta fué la tierna despedida de mi padre; pero
mi madre,que era de genio menos áspero , se m os
t ró más sentida de mi marcha . Echó algunas lá
grimas y aun me metió a escond idas en la mano
un ducado . Salí,pues , de Olmedo en esta confor
midad, y tomé e l camino de Segovia . N o bien h a
bía andado doscientos pasos , cuando exam in ó la
alforj a , picándome la curiosidad de sabe r lo que
llevaba . En con t rém e un estuche hendido y abierto
por todas partes , dentro de l cual había dos navajas
de afeitar , tan mohosas , gastadas y mugrientas
que parecían h aber servido a diez generacion es ,con una tira de cuero para suavizarla s y un peda
zo de jabón . Además de eso hallé una camisa nue
va de cáñamo , un par de zapatos viej os de mi padre , y lo que sobre todo me alegró fueron unos vein
te reales que encontré envueltos en un trapo . A
esto se reducía todo mi haber . Por aquí podrá us
t ed conocer lo mucho que fiaba m i padre en mi
habilidad , cuando me echó de su casa con tan poco
ajuar . S in embargo , la posesión de un ducad o y
veinte reales más no dejó de deslumbrar a un muchacho que en toda su vida había v i sto tanto di
nero junto . !onside rém e con un caudal inage ta
168
b le , y lleno de alegría proseguí mi camino , miran
do de cuando en cuando el puño de m i tizona ,cuya hoj a se m e en redaba entre las piernas , me
molestaba e impedía caminar.
»Hacia e l anochec er llegué a l reducido lugar de
Ataquines , con un hambre que ya n o pod ía sufrir .
Entré en e l mesón y , como si m e sobrase mucho
para el gasto , mandé en v oz alta que me traj esen
de cenar. El mesonero me estuv e mirando con
atención algún tiempo , y conociendo lo que pod ia
ser yo , aSi — me dij o con mucha dulzura si , ca
b alleri to m ío ; usted será servido como un princi
pe .» Condújome a un a pieza pequeña, y un cuarto
de hora después m e sirvió un encebollado de gato ,
que comí con tanto apetito como si fuera de liebre
o de conej o . Acompañó este exqui sito guisad o conun vino que , según él decía , e l rey n o le bebía m e
jor. Y aunque conocí muy bien que ya e ra un vino
embrión de vinagre , sin embargo , le hice tanto
honor como había hecho a l gato . Después era m e
nester, para ser tratado en todo como un príncipe ,
que _me dispusiese un a cama más propia para des
pertar a un a piedra que para dormir. Figúre se us
t ed un a tarima t an corta que , aun siendo yo pe
queno , no podí a extender las piernas sin que sa
li esen fuera la mitad . Fuera de eso , e l colchón de
pluma se reducía a un a especie de j ergón hético y
estrujado , cubierto de un a sábana doblada que ,
después de su últim a lavadura, habría servido qui
z é. a cien pasaj eros . Con todo es o , en la cama que
fielmente acabo de pin tar, con la barriga llena —de
170
cuyos'
n omb res no tengo presente s ; pero me acuer
de bien de que hablaron de ellos muy mal . De mi
tío hicieron a mbos más honorífica men ción . aSi
— dij o uno de ellos don Pedro de la Fuente es
un gran autor ; sus escri tos están llenos de un a gra …
cia y de un a erud i ción que al m i smo t i empo inst ru
yen y deleitan por su delicada sa l . No me admiro
de que sea estimado de la corte y del pueblo n i de
que muchos señores le havan señalado pensiones .
H a muchos años que goza una g ruesa renta , y el
duque de Medinacel i le da casa v mesa , por lo que
nada gasta , v así , es preciso que esté m uv bien y
tenga dinero .»
»No perdí palabra de todo lo que dij eron de mi
tío aquellos poetas . Ya sabíamos en la familia que
hac ia mucho ruido en Madr id con motivo de sus
obras . Algunas personas , al pasar por O lmedo , noshabían informado de lo bien admitido que estaba;pero como nunca nos había escrito y parecía ha
herse extrañado mucho de nosotros , oíamos todas
aquellas noticias con la mayor ind i feren cia . No
obstante , como la buena san gre no puede mentir ,luego que o í decir que lo pasaba tan bien y m e
i n formó de las señas de su casa , tuve tentación de
ir a verle y darme a conocer con él . Sólo me dete
n ía el haber oído a los cómicos llamarle don Pedro .
Aquel don me hacía titubear , recelando fuese otro
del mismo nombre y apellido de mi tío . Con todo
eso , vencí al cabo este temor, parec i éndome que
as í como había sabido hacers e sabio pod ía t am
bién haber sabido hacerse noble y caballero; y así ,
17 1
resolví presentarme a él . Para est e , al día sigui en
te , con licencia de mi maestro , me vestí lo más
decentemente que pude y salí a la calle , no poco
vanaglorioso y cuelli e rgui do de verme sobrino de
u n hombre cuyo ingenio metía en la corte tanta
bulla . Sabido es que los barberos no son la gente
del mundo menos suj eta a la vanidad . Comencé ,pues , a tenerme en gran opinión , y caminando
con orgullosa gravedad , pregunté por la casa del
duque de Med in aceli En señáronmela , y ent rando
en ella , supliqué al portero me dij ese cuál era e l
cuarto del señor don Pedro de la Fuente . <(Suba
usted por aquella escalerilla —me dij o , mostrando
me un a que estaba al f in de un patio —
y llame
a la primera puerta que encuentre a mano dere
cha .» H ícelo así; llamé a la puerta , y salió a abrir
un mocito , a quien pregunté si vivía all í el señor
don Pedro de la Fuente . <<S í , señor— me respon
d io pero ahora n o se le puede entrar recado .»
<<Lo sien to m uchO— rcpliqué pues verdadera
mente le quisiera hablar , porque le. traigo noticias
de su familia .» <<Aunque se las traj era del Padre
Santo de Roma n o le haría yo a usted entrar en
este momento , pues está. actualmente compon ien
do , y mientras trabaj a no quiere que ninguno
entre in t errumpi rle v d ist raerlc . De nadie se
dej a v er hasta mediodía; y así , puede usted ir a
dar una vuelta y volver ent onces .»
»Salime , pues , y me fuí a pasear por Madrid todala mañana , pensando siempre en e l modo con que
mi t iome recibiría . <<Sin duda— decía yo pa ra ¡ n i
172
que tendrá. grandisimo gusto de verme y conocer
me», porque medía su corazón por e l mío ; así ,contaba con que seria muy tierno e l acto de ver
nos y reconocernos . Al fin volví con toda dili
gencia a la hora señalada . “Viene usted muy
tiempo— me dij o e l paj e presto saldrá mi amo .
Espere usted aquí que voy a avisarle .» Volvió den
tro de un in stante y m e hizo entrar donde estaba
mi tío , cuya v ista me llenó de gozo , porque luego
observé en su cara e l aire de nuestra familia . Era
t a n parecido a mi tío Tomás , que le hubiera teni
de por é l mismo a no haberle vi sto en aquel traj e
y en aquel estado . Saludéle con profundo respeto
y le dij e que era hij o de mae se N i colás de la Fuen
t e , el barbero de Olmedo y hermano de su señoría
y que hacía tres semanas que estaba en Madrid ,
siguiendo el ,mismo oficio de mi padre , en calidad
de mancebo , con ánimo de andar la España para
perfeccionarme en la Facultad . Mientras le estaba
hablando , advertí que mi tío estaba distraído y
pensativo , dudando , a la cuenta , si me conocería
o n o por sobrino o discurriendo algún arbitrio para
ex im i rse de m i con arte y con destreza . Tomó este
segun do partido , y afectando cierto aire j ovial y
risueño, m e dij o : <<Y bien , amigo , ¿ cómo están de
salud tu padre y tus tíos ? ¿En qué estado se ha
Ilan las cosas de la familia ?» Comencé a informarle
de su fecunda propagación; fuí le nombrando uno
por uno todos los hij os , varones y hembras , com
prendiendo en la relación hasta los nombres de
sus padrinos y madrinasi Pa rec ióme que n e“ se in
174
ellos a la mesa , no le agradaba mucho que un se
brino suyo comiese con los criados mient ras él es
tuviese comiendo con los amos , pues en t a l caso
e l Dieguillo llenaría de v ergii en za al señor don P e
dro . Este , pues , se irritó furiosamente , y , lleno de
cólera ,me dij o : b r ib on zuelo ! ¿Qui eres aban
donar tu oficio ? ¡Anda , vete , que yo te dej o en
manos de los que t e dan malos con sej os ! ¡Sal de
mi cuarto , repi t e , y no vuelvas a poner los pies en
él si no quieres que te haga castigar como mere
c es !» Quedé aturdido al oír estas palabras , y mu
cho más me espantó la bronca y destemplada voz
con que las pronunció . R et irém e llorando y muy
apesadumbrado de la aspereza con que me había
tratado mi tío . Con todo eso , como siempre he sidode natural vivo y altivo , presto se me enjugó el
llanto ; pasé , por la contraria , del sentimiento a la
indignación , y resolví no hacer caso de un ma l pa
riente sin e l cual había vivido hasta allí y espera
ba vivir sin necesitarle para nad a .
»No pensé ent onces mas que en cultivar mi ta
lento y en aplicarme al trabaj o . Afeitaba todo e l
día , y por la noche , para recrear un poco el án imo ,
aprendía a tocar la guitarra,siendo mi maestro un
hombre de edad a quien yo afeitaba . L lamáb ase
Marcos de Obregón,y me enseñaba la música , que
sabía perfectamente,porque había sido cant or en
una iglesia . Era hombre cuerdo , de t anta capaci
dad cemo experiencia,y me quería como si fuera
hij o suvo . Serv ia de escudero a la mujer de un m é
d ico que vivía a treinta pasos de nuestra casa.
175
l b a le yo a ver todos los d ia s al anochecer , cuandono hab ía que hacer en la tienda , y sentados los
dos en el umbral de la puerta tocábamos algun as
sonatas que n o desagradaban a la vecindad . Nuestras v e ces n o eran muy gratas ; pero dando a la
guitarra y cantando cada uno m etódicamente la
parte que le tocaba , gustábamos a las gentes que
n os oían . Div ert íase particularmente con n uestra
música doña Marcelina , que así se llamaba la mu
jer del médico . Bajaba algunas veces a oírnos a l
port al y nos hacía repetir las tonadillas que más
le agradaban . Su marido no le impedía esta diver
sión , pues , aunque españo l y viej o , no era celoso .
Por otra parte , su profesión le t en ia empleado todo
e l día , y cuando se retiraba a casa por la noche
i b a tan cansado d e visitar enfermos que se,
acos
taba muy temprano , y ningun a apren sión le cau
saba el'
gusto que su muj er ten ía de o ír nuestras
músicas , qui zá por juzgar que n o eran capaces de
excitar en ella perniciosas impresiones . A esto se
añadía que , aunque su muj er era a la verdad j oveny linda , no le daba motivo alguno para el más m i
nimo recelo , siendo de un a virtud tan adusta que
no podía sufrir que los hombres ni aun siquierala mirasen ; y . asi , no llevaba a mal que tuviese
aquel honesto e inocente pasatiempo , y n os dejab a cantar todo cuanto quer iamos .
»Una noche que fuí a la puerta del méd ico paradivertirme , como acostumbraba, encontré al viej o
escudero , que me estaba esperando . Tomóme por
la mano y me dij o que quería nos fuésemos los
176
dos a pasear un poco antes de principiar la mú
sica. Así que nos vimos en una ca lle excusada ysolitaria, a donde me fué llevando y donde cono
ció que me podía hablar con libertad,¿Querido
Diego— me dij o con semblante triste tengo que
comunicarte reservadamente un a cosa . Temo mu
cho , hij o mío , que un o y otro n os hemos de arre
pen t ir de esta música que damos a la puerta de
mi amo . N o puedes dudar lo mucho que t e quiero
y he tenido gran gusto en enseñarte a tocar la gui
tarra y a cantar, pero si hubiera previsto la des
gracia que n os amenaza, t e aseguro de veras que
hubiera escogido otro si t i o para darte las leccio
nes .» Sob resa lt óme esta relación y supliqué al es
cudero que se explicase más claro , di ciéndome
francamente qué era lo que podíamos temer , por
que yo no era hombre que quisiese hacer frente
al peligro y que todavía no había dado la vuelta
por España. <<Voy— me respondió— a decirte lo que
debes saber para conocer el riesgo en que nos h a
llamos . Cuando un año h a entré a servir a l médi co ,me llevó una mañan a al cuarto de su muj er , y
presen t ándome a ella,me dij o : <<Marcos, esta se
ñora es tu ama y siempre la has de acompañar a
cualqui er parte que vaya .» Quedé admirado al v er
a doña Marcelina . En con t réme c on un a dama jo
ven y en extremo hermosa,gustándome sobre todo
lo a iroso de su talle y lo apacible de su semb lan
te . <<Señor amo— respondí al amo me tengo por
muy dichoso en servir a un a señora t an amable .»
Desagradó tanto a doña Marcelina m i respuesta;
178
fuese a peligro de disgust arla . Le hice presente de l
mej or modo que me fué posible que hacía injur ia
a la naturaleza echando a perder con su carácter
adusto m i l bellas prendas de que la había dotado ;
que una mujer de genio afable y de modales aten
t os podía hacerse amar sin e l auxilio de la hermo
sura, cuando, por e l contrario , la más hermosa, si
no es afable y agasajadora , se hace un obj eto de
desprecio . A estas razones añadí otras di rigidas a
la corrección de sus ásperos modales . Después de
haberla acon sej ado a mi satisfacción, temí me cos
tase caro mi celo y fidelidad,excitando su cólera
y produciendo algún efecto que me fuese de poco
gusto . Mas n o sucedi ó así : no se enfadó de m i s in
sinuac i on es , contentándose con no seg uirlas ; y e l
mismo efecto produj eron las que tuve la ton tería
de hacerle los días sigmen t es.
»Canséme de advertirle en vano sus defectos yab andon é la a la aspereza de su genio . Pero ¡quiénlo creyera ! Este natural tan agreste, esta mujer
t an orgul losa, de dos meses a esta parte ha muda
do enteramente de condi ción . H oy es atenta con
todos y a todos trata con modales muy cariñosos .
Ya no es aquella Marcelina que no respondía sino
necedades a los hombres que la elogiaban; ya oye
con agrado sus lísonjas . Gusta que le digan que es
hermosa y que ni ng ún hombre la puede mirar sin
cobrarle afición . Son muy de su gusto los requie
bros , y, en suma, ya es otra muy diferente muj er .
Esta mudanza apenas es comprensible; pero lo que
más t e ha de adm irar es el saber que tú m ismo
179
has obrado este gran milagro . Si , mi querido Di e
go , tú has sido el autor de una transformación t an
extraña; tú quien has convertido aquel tigre feroz
en ima m ansísima cordera . En una palabra, tú has
merecido su atención, como lo h e observado más
de una vez ; y o yo conozco mal a las muj eres o mi
ama se abrasa por ti en un v eh emen t ísim o amor .
Esta es, hij o m io , la triste noticia que tenía que
darte,y ésta es la desgraciada situación en que
los dos n os hallamos .» <<Yo n o v eo respondí al
viej o— gran motivo de a f ligirn os en todo lo que
usted me ha dicho , ni mucho menos que sea des
gracia mía e l que me ame una muj er hermosa .»
Diego ! — me replicó ¡Bien se conoce que
discurres como mozo ! Sólo miras al cebo y n o t e
mes a l anzuelo . Te paras sólo en e l placer ; pero yo ,como viej o y experimentado , prev ee los disgustos
que causa después , porque no hay cosa que tarde .
o tempran o no se descubra . Si prosigues en venir
a cantar a nuestra puerta, con tu vista se en cen
dera cada día más la pasión de doña Marcelina , yolv idada tal v ez de todo recato , llegará a conocer
lo el doctor Oloroso , su marido , e l cual se ha m es
trado t an condescendiente hasta aquí porque no
tiene el más leve motivo para tener celos; pero des
pués se pondrá furioso , se vengará de su mujer ypodrá.hacernos a ti y a m i un flaco servicio .» <<Pues
bien , señor Marcos— le repliqué cede a vuestras
razones y m e entrego a vuestros consejos . Diga
me usted qué debo hacer y cómo me h e de por
tar para evitar todo siniestro accidente .» <<Dejando
180
los dos nuestras músicas— m e respondió —y no vol
viendo tú a parecer delan te de mi señora . Un a
vez que no te vea, poco a poco se le i rá. entibian
de la pasión y recobrará su tranquilidad . Espéra
me en casa del maestro , que yo te iré a buscar ,y allá tocaremos y cantaremos sin inconveniente .»
O frec ílo así , y , con efecto , hice propósito de n o ir
más a la puerta del médi co y estarme encerrado
en mi tienda, pues que yo era un mozo que n o po
d ía ser visto sin peligro .
»Sin embargo , el buen Marcos , a pesar de su pru
dencia, experimentó dentro de pocos días que e l
medi o discurrido y aconsej ado por él no sirvió para
templar el fuego de doña Marcelina; antes bien,
produj o un e fecto enteramente contrario . Esta señora, a la segunda n oche que no nos oyó cantar ,le preg un tó por qué razón habíamos suspend ido
nuestra música y cuál era la causa de que yo m e
hubiese retirado . R espon di óle que teni a tantas ocuº
pac i on es que no me dej aban un instante para d i
v ert i rme . Most róse satisfecha de esta excusa , y por
tres días sufrió mi ausencia con bastante firmeza;mas al cabo de este tiempo perdió la paciencia
y le dij o a su escudero : <<Marcos , tú m e engañas .
Diego no ha dej ado de ven ir aquí sin motivo , y
est e encierra algún misterio que quiero descubrir .
Habla y no me ocul tes nada, que así te lo man
de .» <<Señora — respondió él,pagándole con otra
mentira ya que usted quiere saber las cosas
como son, sepa que al pobre Diego le ha sucedido muchas veces volverse a su casa después de
182
juzgarlo por mi misma , nunca reflexi onan para
enamorarse . El amor es un desorden de la razón
que ,a pesar nuestro n os arrastra tras de un ob
j eto y nos suj eta a él . Es una enf ermedad que nace
en nosotras y nos atormenta como la rabia a los
animales . N o t e canses , pues , en persuad irme de
que Diego n o es digno de mi cariño; basta que le
ame , para f igurarme en él mil prendas que n o des
cubres tú y que qui zá tampoco él tendrá. En vano
t e empeñas en hacerme creer que ni sus facciones
ni su figura tienen cosa que pueda llamarme la
atención; a m i me parece hechicero y más hermoso
que el sol; fuera de que tiene en su v e z una sua
vidad que m e encanta y se me figura que toca
la guitarra con una gracia y primer particular.»
señora !— repli có Marcos ¿Habéis pensa
do bien lo que es e l t al Diego, su baj a y*
hum i lde
((Yo no soy mej or que él— me inte
rrumpi ó pero aun cuando fuera un a muj er de
distinción , nunca repararía en eso .»
»R l resultado de esta conf erencia fué que, deses.peranzado e l viej o escudero de adelantar cosa
algun a con su ama en este punto , la dej ó en su
capricho y se retiró, como un di estro piloto cede
a la tormenta que le desvía del puerto a donde se
ha propuesto desembarcar. Aun hiz o más : por dar
gusto a su ama, m e v ino a buscar, me llamó apar
te , y después de haberme contado todo lo sucedido
entre ella y él , <<Bien ves , Diego— me dij o que
no podemos excusarnos de continuar nuestras músicas a la puerta de Marcelina. Es indispensable ,
183
amigo mío , que esta señora t e vuelva a ver, por
que de otra manera nos exponemos que hagaalgun a locura que perjudique más que nada a su
reputación .» N o me hice de rogar , y re ispond í1e que
iría a su casa con mi guitarra así que anocheciese,y podía llevar a su ama esta agradable noticia.
H ízolo así y di ó a la apasionada aman te la más
alegre y gustosa nueva que podía desear , con la
esperanza de verme y oírme aquella noche .
»Pero faltó poco para que un lance pesado le
hubiese frustrado esta esperan za . N o pude salir de
casa hasta después de muy an ochecido , y , por mis
pecados , era la noche muv obscura . Caminaba a
tientas por la calle,y qui za llevaba andado ya la
mitad del cami no , cuando de una ventana me re
galaron de p i es a cabeza con cierto va !»
que li sonjeab a poco el sentido del olfato . Viendome en tal estado , n o sabía qué partido tomar . Vol
ve rme a casa era exponerm e a las pesadas zum
bas de los otros mancebos compañeros míos; ir a
la de Marcelina en aquel magn i f i co equipaje no
me le permitía la v ergi i enz a . R esolv íme , n o ob s
tante, a ir a casa del médi co , persuadi do de queencontraría a Mar cos a la puerta y que todo se
remediaría antes de presentarme en aquel estado
a Marcelina . Con efecto , fué así ; encon t ré le espe
randome a la puerta, y luego que me v i ó , me di j oque el doctor Oloroso acababa de recogerse y que
aquella n oche nos podíamos divertir a nuestro sa
b er . R espond i le que ante todas cosas era menes
ter limpiarme e l vestido , y le con té lo que me ha
184
b ía pasado . Mostróse muy condolido de ello y mehi zo entrar en donde me estaba esperando su ama .
Apenas oyó esta señora mi sucia aventura y me
vió en e l triste estado en que m e hallaba, prorrum
pió en expresiones del mayor dolor, como si m e
hubieran sucedi do las más funestas desgracias ; y
después , como si hablase con la puerca que me
había puesto de aquella manera, se desfogó echan
de le mil maldi ciones . aSeñora —le dij o Marcos
moderad esos impulsos ; con sidered que el lance
fué puro efecto de casualidad y no conv i en eº
m os
trar tan fuerte enoj o .» a¿Cómo quieres— respondió
ella—
q i1e no sienta vivamente la ofensa que se ha
hecho a este inocente cordero , a esta paloma sin
hiel , que ni aun se quej a del ultraj e que ha reci
bido ? ¡Ojalá fuera yo hombre en esta ocasión para
v engarle !»
»Otras m i l cosas dij o , pruebas todas de su cie
go amor, que igualmente acreditó con las acciones ,porque mientra s Marcos me estaba limpiando con la
toalla,Marcelin a fué corriendo a su cuarto; traj o una
caj ita llena de todo género de perfumes , quemó
cantidad de ellos , sahum ó todos mis vestidos y los
roció con espíri tus olorosos en abundan cia . Con
c luído el sahum eri o y aspersorio , la cari tativa se
ñora fué en persona a la cocina v me traj o pan , vino
y algunos pedazos de carnero a sado que tenía guar
dados para m i . Ob li góme a comer , y teniendo gus
to en servirme ella misma , ya me hacía plato y ya
me echaba de beber , a pesar de cuan to Marcos y
yo podíamos hacer y decir para que no se humi
186
ha t an particularment e cºnmigo, y no puede ne
gar que por entonces me desazonó muchísimº, por
que sentía perder las esperanzas que había conce
bido . Con todo eso , por n o faltar a la obligación
de fiel historiador, debo confesar que a corta re
flexión me costó poco e l conformarme y llevar en
paciencia aquel revés de la fortun a . No así Marce
lina, cuya afición cobró mayor fuerza . aQuerido
Marcos— dij o al escudero de ti solo espero algún
consuelo : ruégot e que hagas todo lo posible para
que tenga el gusto de v er secretamente a Diego . »
es lo que usted m e pide , señora ? — le res
pendió colérico ¡Demasiada contemplación he
teni do con usted ! ¡No , no qui era Dios que por f e
mentar una loca pasión contribuya yo a deshon
rar a mi amo , a la pérdi da de vuestra reputacióny a mancharmo a mi mismo con e l borrón de talinf amia, después de ha ber pasado toda la vida por
hombre muy de bien, por criado fiel y de una con
ducta i rreprensi b le ! ¡Antes dej aré la casaque servir
en ella de un modo t an vergonzoso !» Marcos !— replicó la señora, asustada de estas últim as pala
bras ¡Me atraviesas de parte a parte e l corazón
cuando hablas de marchart e ! Pues qué, ¿pien sas ,cruel , dej arme, después que m e has reducido a l
lastimoso estado en que me v eo ? ¡R est i túyeme pri
mero aquel orgullo y aquella tranqui la a lt ivez que
tú mismo m e quitaste ! ¡Oh , y quién tuviera ahora
aquellos feli c ísim es defectos ! Gozaría de gran paz
mi corazón en lugar del tumulto que le agita gra
cias a tus imprudentes reconv en c i on es . ¡Tú, tú
187
fuiste quien estragaste mis costumbres cuando quisist e enmendarlas ! ¡Pero qué es lo que di go ! — con
t inuó ella, llorando ¡Desdi chada de m i ! ¿A quéfin darte en
”
cara con tan injustas quej as ? ¡N o ,
amado padre , n o fuiste tú el autor de mi inf ortu
n i o ! ¡Mi mala suerte fué la ún ica que me preparó
mi desgracia ! ¡N o hagas caso , t e pido,"
de las n é
cias palabras que pre f i ero ! Mi pasión me ha tras
tornado e l juicio . ¡Compadé cet e de mi flaquez a !
¡Tú eres mi ún ico con suelo , y si aprecias mi vi da,no m e ni egues tu asistencia !»
»Al decir estas palabras creció su llanto de ma
nera que no pudo continuar . Sacó el pañuelo , cu
b ri óse c on él e l rostro y se dej ó caer en una silla ,como una persona que se rinde al peso de su af li c
ción. El buen Marcos , que era de la mej or pastade escuderos que jamás se ha visto , no pudo re
si st ir a un espectáculo tan lastimoso , que le con
mov ió vivamente , y mezcló sus compasivas lagrimas con las de su a fligi da ama , diciéndole , lleno
de ternura : señora, y qué atractivo es el vues
t ro ! N o tengo fuerzas para combatir vuestra pena ,
que acaba de rendi r mi virtud , y prometo auxiliaros . ¡Ya n o me admi ro de que el amor haya t e
nido poder para haceros olvidar de vu estro deber,cuando la compasión sola lo ha tenido para no
acordarme yo del mío !» De manera que el pobre
escudero , a pesar de sw i rreprensi b le conducta, se
sacrificó muy servicialmente a la pasión de Mar
celina . A la mañana siguiente vino a contarme todo
lo sucedi do , v me dij o que tenía ya pensado e l
188
modo de proporcionarme una conversación secre
t a con su ama . Con esto animó mi espe ranza; pero
dos horas después llegó a mis oídos un a noticia
tan t riste como no esperada . El mancebo de un a
botica que había en el barrio , y era uno de nues
tros parroquianos , vino a hacerse la barba . Mien
tras me d isponía a rasurarle , me dij o : <<Señor Die
go, ¿ cómo le va a usted con su amigo el viej o es
cudero Marcos de Obregón ? Ya sabrá usted queestá para marcharse de casa del doctor
<<No , por cierto», le respondí . <<Pues sépalo usted—me replicó y no dude que la cosa es cierta .
Hoy sin falta le despedirán . Su amo y el mío aca
ban de tener ahora un a conversación, a que me
hallé presente , en la cual dij o el primero al se
g undo : <<Señor boticario , tengo que hacer a usted
una súplica. No estoy contento con un viej o escu
dere que tengo en casa , y en su lugar qui siera una
dueña fiel , severa y vigilante que guardase a mi
mujer.» entiendo ! — respondió mi amo Us
ted necesitaría de la señora Melancia , que fué la
que cust od i ó a m i difunta esposa , que aunque ha
seis semanas que en v iudé todavía la mantengo en
casa. A la verdad , me ser ia muv útil para gober
narla; pero se la cede a ust ed g ust oso , por 10 mu
che que me i n t erese en su honor . Bien puede des
cuidar con ella en punto a la segur idad de su
honra , porque es la perla de las dueñas y un ver
dadero dragón para g uardar la castidad de l sexo
frágil . En doce años que estuvo al lado de mi mu
jer , que como usted sabe era moza y linda,”
no V'
i
190
pareció que ya nada podía esperar , y sin hacerme
gran violencia det ermi nó abandonar el campo . N o
era yo , lo conf ieso , de aquellos amantes porfiados
que hacen vanidad de luchar contra todos los obs
tácu10 s; pero aun cuando lo fuera , la señora Me
lancia dej aría bien burlado mi empeño y tenaci
dad . El gen io riguroso que atribuí an a aquella mu
j er era capaz de desesperar a los amantes más per
t in aces y atrevi dos . Sin embargo de los colores
con que me la habían pintado, no dej é de entender
dos o tres di as después que la señora médica había
adormecido a aquel Argos y corrompido su fideli
dad . Salía yo una mañana de casa a afeitar a un
vecino nuestro , cuando una buena viej a se llegó a
m i y me preguntó si era yo Diego de la Fuente .
R espond i le que si , y ella me replicó : <<Pues a na
ted venía yo buscando. Vaya su merced est a no
che a la puerta de doña Marcelina, haga alguna
señal,y luego le será abierta.» <<Muy bien— le re
pli qué yo pero es preciso que quedemos de acuer
de sob re qué señal ha de ser. Yo sé remedar m a
rav i llosamen t e el maul lido del gato , y maullaré
dos o tres veces .» <<Basta eso— repuso la mensaj e
ra de amor voy a dar parte de su respuesta a
la señora . Servidora de usted , señor Diego ; el Cielo
le conserve . ¡Qué galán sois ! ¡A fe que si yo fuera
una niña de quince años no le buscaría para otra !»
Diciendo est e ,se desvió de m i aquella oficiosa v ieja .
»Agi t óme terriblemente este mensaj e , y toda la
moral de Marcos se la llevó el aire . Esperé con im
paciencia la noche, y rcuando me pareció que ya
19 1
estaría durmiendo el doctor Oloroso , me encaminéhacia su puerta. Allí di principio a mis maul lidos ,
que debían oírse de lej os y hac ían mucho honoral maestro que me hab ía enseñado tan bello idiom
'
a. Un momento después baj ó la m isma Marceli
na a abrir con mucho tiento la puerta, y volvió a
cerrarla luego que yo hube entrado . Subimos a la
sala en donde habíamos tenido nuestro último con
cierto , la cual estaba débilmente alumbrada poruna luz que ardía sobre la chimenea . N os senta
mos juntos para dar principio a nuestra conversación , alterados ambos , aunque con la diferencia
de que el placer sólo causaba la conm oción de Marcelina y la mía estaba mezclada con un poco de
sobresalto . En vano me aseguraba mi dama que
nada t en iamos que temer por parte de su marido ,pues se había apoderado de m i un temblor que
turbaba mi alegría . Sin embargo , le preguntó ((Se
ñora, ¿ cómo habéis podido engañar la vi gilanciade v uestra aya ? Por lo que oí decir de Melancia ,no creía que os fuese posible hallar medios de dar
me noticias vuestras y mucho menos de vernos a
solas .» Sonr iéndose entonces Marcelina de mi pre
gunta, me contestó : <<Dejaras de sorprenderte de lasecreta entrev i s ta que tenemos esta noche juntosluego que t e haya contado lo que pasó entre las
dos . Cuando entró en esta casa , mi marido le hizo
mil caricias y me di j o : <<Marcelina, t e ent rego a la
d irección de esta di screta señora , que es un'
com
pendio de todas las v irtudes y un espej o en que
debes mirarte de continuo para i nst ruirt e en la
192
modestia . Esta admirable persona d irig10 por es
pacio de doce años a la muj er de un boticario am i
go mío ; pero de lo que hay poco : en ter
minos que hizo de ella casi un a santa .»
»Estas alabanz as , que el aspecto grave de Me
lancia no desmentían , me costaron muchas lagri
mas y me pusieron desesperada . Me figuré las lee
ciones que tendr ía que escuchar desde la mañana
hasta la noche y las repren s i on es que me ser ia for
z oso aguantar todos los días . En fin, consentí en
llegar a ser la muj er más desgraciada del mundo ,y olvidando toda consideración en medio de un a
esperanza tan cruel , le dij e con mucha sequedad
al aya luego que me vi sola con ella: <<Sin duda e s
dispondréis para hacerme padecer mucho ; pero
debo advertiros que soy poco sufrida y que no de
j are por mi parte de daros cuantos desaires pue
da . Os declaro que mi corazón está. dominado de
una pas ión que no serán capaces de arrancar de
él vuestras reconv en c i on es. Sobre esto podéis to
mar v uestras medi das . R edob lad vuestra v igilan
cia , porque os prometo no em i t i r nada par a enga
ñarla .» Al oír estas palabr as , la dueña adusta, que
bien creí i b a a ensartarme un sermón por primera
entrada , se puso risueña, y me dij o con un tono
afable : <<Mucho me agrada vuestro carácter. Vues
tra franqueza provoca la m ía , pues veo que nac í
mos la un a para la otra . ¡Ah bella Marcelina, qué
m al me conocéis si formáis jui cio de m i por e l
elogio de vuestro esposo o por la severidad de mi
exterior ! No me tengáis por enemi ga de los place
194
con un gozo extremado , que le mani festó con antic ipac i ón cuán to me alegraba de tenerla por aya .
Hac iéndola en seg uida en teramente conf iden t a de
mis sentimientos , le pedí que me proporcionase
cuanto antes una conversación a solas contigo , lo
que efectivamente cumplió , valiéndose est-a ma
nana de la viej a que te habló y que es una men
saj era que le sirvió muchas veces para la muj er
del boticario . Pero lo que hay de más gracioso en
esta aventura— añadió Marcelina riéndose— es que
Melancia, por la relación que le h ice de la costum
bre que tiene mi esposo de pasar la noche sosega
damen t e , se acostó junto a é l y ocupa mi lugar eneste momento .» ((Lo siento mucho , señora — di j e en
tonces a Marcelina y de ningún modo aprue
b o vuestra invención . Vuestro marido puede muy
bien despertarse y echar de v er el engaño . »
eso no !— replicó ella con precipitación No t en
gas el menor cuidado por eso y n o hagas que un
vano temor acibare el placer que debes tener en
hallarte con una muj er que t e quiere .»
»La esposa del doctor , observando que este dis
curso no desvanec i a mi s temores , no omitió nada
de cuanto creyó a propósito para serenarme , y
por fin hizo tanto , que llegó a consegui rlo . Desde
este momen to ya no pensé mas que en aprovechar
m e de la ocas ión; pero al tiempo en que Cupido ,acompañado de las risas y de los juegos , se dispo
n ía a labrar mi felicidad, oímos dar un as fuert es
aldabadas a la puerta de la calle . Al instante, e l
Amor y su comitiva volaron a manera de unos
195
pajarillos tímidos , espantados repentinamente porun gran ruido . Marcelina me ocultó debaj o de un amesa que había en la sala, apagó la
'
luz , y como
10 había concertado con su aya, en caso que estecontratiempo sucediese , se fué a la puerta de la
alcoba en que dormía su mar ido . En tre tanto , los
golpes que atronaban la casa continuaban con tan
t a repetición que , despertando e l doctor , se sentó
en la cama, dando voces a Melancia . Arrojóse éstade la cama , aunque el viej o , que creía era su muj er , le decía que no se lev antase ; reun i óse con su
ama que , s intiéndola a su lado , la llamaba a gri
t os, para que fuese a v er quién estaba a la puerta .
<<Ya estoy aquí , señora — le respondió el aya vol
vec s a la cama si queréis, que yo v oy a v er lo que
es.» Durante este tiempo , habiéndose desnudadoMarcelina , se acostó con el doctor , que n o tuvo la
menor sospecha de que le engañasen . B ien es v er
dad que esta escena acababa de representarse en
la obscuridad por dos actrices , de las cuales un a
era incomparable y la otra tenía mucha d isposi
ción para serlo .
»Rl aya n o tardó en presentarse , en bata de dor
mi r y con un a luz en la mano , diciendo asu amo
<<Scñor doctor, tenga uste d la bondad de levantar
se apris a, porque el librero Fernández Buendía,vecino nuestro , le acometió una apoplej ía, y e s
llaman de su part e para que voléis a su socorro .»
El médico , vistiéndose lo más pronto que pudo ,partió a casa de l enfermo , y su muj er , en bata de
noche , vino con el aya a la sala en donde yo es
196
taba y me sacaron de debaj o de la mesa más muer
t o que v ivo . eN ada tienes que temer, Diego— me
di j o Marcelina serén at e .» Al mismo tiempo , dic i éndome en dos palabras de qué modo se habíaarreglado la cosa , quiso en seguida volve r a tomar
el hilo de la conversación que teni a conmi go y h áb ía sido interrumpida; pero se opuso a esto e l aya .
<<Señora— le di j o vuestro marido acaso puede
hal lar muerto al librero y volverse inm edi at amen
t e; además de que— añadió , v i éndome traspasado
de miedo— ¿ qué haríais con ese pobre mozo , no
hallándose en estado de continuar la conversación ?Más vale ponerle en la calle y dej ar el negocio
para mañana .» Doña Marcelina convino en ello ,aunque a pesar suyo: tan ami ga era de lo presen
te; y creo que sintió bastante no haber podi do h á
cer poner a l doctor e l nuevo b onc t e que le tenía
destinado .
»En cuanto a mí , menos afligido de haber malo
grado los más preciosos favores del amor que go
zoee de verme libre del peligro, m e fui a casa del
maestro , en donde pasé el resto de la noche en re
flexionar sobre mi aven tura .,Estuve algún tiempo
indeciso si acudir ía a la cita de la noche sigui ente ,porque no formaba j uicio de salir más bien libra
do en esta segun da calaverada que en la primera;pero e l diablo , que siempre n os cerca, o , por mejor
decir, se apodera de nosotros en semej antes lances ,m e h izo creer que pasaría por im mentecato si me
quedaba a la mitad de un cami no tan bueno; y
aun representó a mi imaginación a Marcelin'a con
98
CAPITULO VII]r
Encuentro de Gi l Blas y su compañero con un hombre que estaba mojando mendrugos de pan en una
i uente*
y conversaci ón que con él tuvieron.
Con t óme el amigo Diego de la Fuente otras aven
turas que le sucedieron en adelante ; pero todas de
tan poca importancia que no merecen la pena de
referirse . Sin embargo , m e vi precisado a o írse las ,
y en verdad que no fué breve la relación, pues duró
hasta que llegamos a Puente de Duero , donde nos
detuvimos 10 restante de aquel día . Hicimos en e l
mesón que nos di spusiesen una buena sopa y asa
sen una liebre , después de cerc i orarn os de que era
verdaderamente tal . Al amanecer del día sig uiente
proseguimos nuestro camino , habiendo antes llena
do la bota de un vino medi ano y metido en las mo
chilas a lgunos pedazos de pan , j untamente con la
mitad de la liebre , que nos había sobrado d e la cena.
Después de haber caminado cerca de dos leguas ,nos sen timos con gran gana de almorzar ; y ha
biendo visto como a doscien tos pasos del camino
un grupo de árboles que hacían sombra deli c i osí
sima, escogimos aquel sitio e hicimos alto en él. :
Allí encontramos a un hombre como de veintisiete
a veintiocho años , que estab
fuente algunos zoquetes de pan .
sobre la hierba una espada largaParec i ónos mal vestido ; mas, por
199
rostro y bien plantado . Saludámosle cortésmentey él nos correspondió con igual cortesanía. Presen
t ónos luego sus mendrugos moj ados , y con cierto'
aire risueño y despej ado nos dij o si éramos servidos . Admitimos el convite en e l m i sm o tono , mas
c on la condición de que había de tener a bien que
juntásemos los a lmuerzos para que fuesen más
abundantes . Vino en ello con mucho g usto , y n os
o tros sacamos nuestras provisiones , lo que cierta
mente n o le desagradó . señores ! —exclamóe naj enado de alegria Verdaderamente que us
t edes vienen bien provi stos de mun iciones de boca ,y se conoce que son hombres prevenidos y que ,miran a lo venidero . Yo me f ío demasiado en la for
tuna . Sin embargo , a pesar del miserable estado
e n que ustedes m e ven , les puede aseg urar que al
guna vez hago un papel muy brillante . Sepan us
t edes que n o pocas m e tratan de príncipe y estoy
rodeado de guardias . » <<Según eso— d ij o Diegoserá usted comediante .» <<Ad iv inólo usted— respon
di ó el desconocido por lo men os ha quince años
que no tengo otro oficio . Siendo niño representaba
ya ciertos papeles cortos , esto es , que tuviesen poco
que'
aprender .» <<Hablemos francamente— replicó'
e l
barbero meneando ladinamente la cabeza Ten
go dificultad en_creerlo , porque conozco bien a los
comedi antes y sé que estos señores n o acostum
bran caminar a pi e ni hacer almuerz os a 10 San
Antón; y m e temo , me temo que si usted ha he
c ho'
a lg ún papel no habrá sido otro que e l de en
c ender y apagar las lamparillas .» <<Piense usted de
200
mi lo que qui s i ere - respondi ó e l histri ón lo c i er
t o es que hago los primeros papeles y comúnmente
me hacen representar e l de primer galán .» <<Siendo
así— repuso mi camarada doy a usted la enho
rab uen a , y celebro mucho que e l señor Gi l Blas y
yo hayamos tenido la hon ra de desayunam os en
compañi a de tan gran personaj e .»
Comenzamos entonces a roer nuestros reb ojos y
las preciosas reli qui as .de la liebre, alternando con
tan frecuentes topetadas a la b e t a que en poco
tiempo la dejamos enteramente pez con pez , sin
que en todo este tiempo desplegase los labios n in
guno de los tres . Al cabo rompió el silen cio el bar
berillo, diciendo al comediante : <<Estoy admirado
de v er a usted en estado tan lastimoso . N o se pue
de dudar que es mucha pobreza para un héroe de
teatro , y perdone usted si le hablo con esta clari .
dad.» cPor cierto— replicó el actor— que se conoceno ha oído usted hablar del famoso comedi
'
ante
Melchor Zapata, porque h a de saber usted que ,
por la misericordia de Dios , no soy de geni o deli
cado . Me da usted mucho gusto en hablarme con
tanta franqueza, porque también gusto yo de h a
b lar con ella. Confieso de buena fe que n o soy rico ;y si no , miren ustedes esta ropilla .» Di c i endo
_
est o ,
nos mostró el forro de ella, que era todo de los
carteles de comedia que se fij an en las esquinas .
<<Esta es la tela que comúnmente me sirve de f e
rro ; y si todavía tienen cur iosidad de ver lo queh ay en mi guardarropa , contentaré a ustedes . Heloaquí— y al mi smo tiempo sacó de la mochila un
202
pensó usted entrar en alguna de las compañias de
la corte ? ¿Acaso se necesita un mérito consumado
para lograrlo — respondió Melchor ¡Us
ted se burla con su mérito consumado ! Veinte actores hay en cada compañía . Pregunte usted al
público lo que siente de ellos y oirá cosas b e llísimas . Más de la mitad , por lo menos , merecían ir
cargados como yo con la mochila , y, en medi o de
eso , no es tan fácil como se piensa ser recibido en
t re ellos , pues se necesita dinero o grandes empe
ños que suplan por la habilidad . Ninguno puede
saberlo mej or que yo , porque ahora mismo acabo
d e representar en -Madr id , y salgo más aturdi do
de palmadas y silbidos que todos los diablos , sin
embargo de que me prometía ser muy aplaudido ,porque representaba gri tando , manoteando , des
coyun tándome y torciendo el cuerpo hacia todas
partes , con mil gesticulaciones y posturas cien le
guas distantes de todo lo natural , hasta llegar una
vez casi a dar en la cara un a puñada a mi dama
m ientras yo estaba declamando . En un a palabra ,representaba imitando la escuela que e l vul go ce
lebra en los grandes actores; y en medio de eso ,
lo que aplaudía tanto en otros n o lo podía sufrir
en m i . ¡Vea_
ust ed cuánto puede la preocupación !
En vista de ello , no acertando a dar gusto y n o
teni endo medios para ser admitido en la compa
ñía a pesar de todos los silb idos de la mosquete
ría , dej é a Madrid. y me vuelvo a mi Zamora . don
de están mi mujer y m is compañeros , que no hacen
a l lí gran fortuna . ¡Y quiera Dios n o nos veamos
203
precisados a pedir limosna para poder pasar a otra
ciudad , como más de una v ez nos ha. sucedido !»
Diciendo est e , nuestro prin c ipe dramát i co se le
v an t ó , e ch óse a cuestas la mochila , c iñóse la espa
da , y despidiéndose de nosotros , — n os d i j ocon mucha gravedad ¡Quieran los dioses inmor
tale s derramar sobre ustedes a manos llenas susfavores !» qui eran los mismos— le respondió Di e
go en e l propio tono— que halle usted en Zamora
a su muj er mudada y mej or establecida !» Luego
que el señor Zapata nos v olvió la espalda , comenzó
a gesticular y a representar caminando , y nosotros
le comenzamos a silbar para que no se le olvidasen
t an presto los silbidos de Madrid . Con efecto , cre
y o que todavía le sonaban en los oídos , y volv i en
do la cara y viendo que nosotros nos divertíamos
a su ¡costa , lejos de darse por ofendido , él mi smoayudó a la zumba, y prosiguió su viaje dando grand ísimas carca j adas . Correspond imosle por nue ist ra
parte con grande algazara , y cogiendo otra v ez e l
camino real , seguimos nuestra _marcha .
CAPITULO IX
Estado en que encontró Diego ¡a sus parientes, y
cómo Gi l Blas se separó de é l después de haber
part icipado de ciertas diversiones.
Fuimºs aquel día a dormir entre Mojados y Valdest i llas, a un lugarc i llo cuyo n ombre se me ha 0 1
v i dado , y a l siguiente, a las onc e de la mañana ,
204
entramos en la llanada de Olmedo . aSeñor G i l
Blas— me —dij o mi camarada aquél es el lugarde mi nac imiento . N o le puede volver a v er sin
llenarme de júbilo : tan natural es en todos e l amar
su patria .» i senor Diego— le respondí un hombre
como usted , que tanto amor tiene a su tierra, pa
rece debía haber hablado de ella con mayor esti
mación . Usted m e la pintó como si fuera un lugar
cillo o una aldea y a m i se m e presenta como una
ciudad . Era razón que, por lo menos , la trat ase
usted de villa grande .» ((Yo le pido perdón— respon
dió e l barbero pero diré que después de habervisto a Madr id, Toledo , Zaragoza y otras princi
pales ciudades de España en la vuelta que he dado
por ella , todo me parece a ldea.» Conforme íbamos
adelantando en la llanura y acercándonos O l
medo , nos pareció ver j unto al pueblo multitud
de gente , y cuando n os hallamos a d istancia de
poder discerni r los obj et os, tuvimos mucho en qué
divertir la vi sta .
Vimos tres pabellones o tiendas de campaña ,poco di stante una de otra, y a lrededor de ellas
muchedumbre de cocineros y ayudantes de cocin a
que ,est ab an di sponi endo una gran comi da . Unos
ponían unas mesas largas dentro de las tiendas ,
otros echaban vi n o en grandes vas ij as de barro ,éstos atendían a que cociesen las ollas y aquéllosdaban vueltas a luengos asadores en que estaban
espetadas viandas de todo género . Pero a m i nada
me llevó tan to la atención como un espacioso t ea
tro que observé , bas tant e elevado , que estaba ador
206
beato ! A lbo di es notanda lapi llof Muchas n'
eveda
des encontrarás en la parentela . Tu —tío Pedro,aquel gran talento , ya es víctima de Plutón : tresmeses h a que murió . ¡Hombre av ari en t o , que toda
su v ida estuvo temi endo le habían de . faltar siete
pies de tierra para enterrarse ! A rgen ti pa lleba t amo
re . Tenía muchas pensiones de los grandes y n o
gastaba diez doblones a l año en comida y vestido .
No daba de comer al úni co criado que le servía .
Más insensato que aquel griego Ari st ipo , e l cual , ca
minando por los desiertos de Libia , h izo a sus escla
vos que dej asen en ellos todas las grandes riquezas
que llevaban, alegando que aquella carga les in comodab a en la marcha, amontonaba toda la plata y
todo el oro que podia haber a las manos . Mas ¿para
qué ? Para que lo gozasen sus herederos, a quienesno pod ía sufrir . Dej ó a su muerte treinta mi l du
cados , que se repartieron entre tu padre , tu tío
Beltrán y yo . Todos nos hallamos en estado de pa r
sarlo bien . Mi hermano Nicolás colocó ya a su hij a
Teresa, que acaba de casarse con el hij o de uno de
nuestros alcaldes : connubi o y'
un :rt t sta bi li , prepri am
que di oam'
i . Este himeneo , con cluido baj o los más
felices auspicios , es el que estamos celebrando hace
ya dos días con el aparato que ves . Hicimos levan
t ar estas tiendas de campaña en esta llanur a. Los
tres herederos de Pedr o tienen cada uno la suya
y, por su turno , costean la fiesta de un día. H á
bria celebrado mucho que hubieses llegado antes
para que gozases de todas . Anteayer, día en que
se celebró la boda, corrió tu padre con el gasto ,
y dió una soberbia comida, y después hubo pare
jas, y se corrió sortij a. Tu t ío e l mercader tomó
de su cuenta el d ía de ayer y n os divirtió con un a
bellísima fiesta pastoril . Vistió de pastores a losdi ez muchachos más lindos y agraciados del ln
gai y de pastoras a las diez muchachas más pul i
das y aseadas que había en todo Olmedo , emplean
do en engalanarlas las cin tas más ricas y los más
preciosos di j es que se hallaron en su tienda . Toda
aquella lucida juventud armó m i l grac iosísimas
danzas , canta ndo después otras tantas letrillas muychuscas , tiernas y amorosas . Y aunque n o parecía
posible cosa más di vertida, con todo eso no dió
gran golpe , sin duda porque en Castilla la Viej ahemos perdido el gusto a las diversiones pastoriles .
H oy me toca am i , y pienso d ivertir a los vecinos
de Olmedo con un espectáculo todo de mi inv en
ción : fi n és corona b i t opus . Mandé alzar un teatro ,en e l cual , con la ayuda de Dios , haré representar
por mis di sc ípul os una de mis tragedias , intitula
da L os pasa ti empos deMuley Bugen tuj, rey de Ma
rra cees . Se ej ecutará con el mayor prime r , porque
los muchachos los hay que declamam como
ás céleb res comediantes de Madrid . Son todos
de honradas familias de Peñafiel y Segov ia ,y los tengo en mi casa a pupilaje . ¡Excelentes re
presentantes ! ¡Verdad es que les he en señado yo !
nación parecerá acuñada en e l cuño del
ut i ta dz'
cam. En cuanto a la tragedi a , no
o hablar de ella, puesto que la has de oír ,
privarte del placer de la sorpresa , y sólo
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diré sencillamente que dejará extáticos a todos losespectadores . Es un o de aquellos asuntos trágicos
que ponen toda e l alma en conmoción , por las t e
rrib les imágenes de la muerte que ofrecen a la fan
tasia. Yo siempre he sido de la opini ón de Arist ó
teles : que es necesario excitar e l terror. ¡Ah , si yo
m e hubiera dedicado al teatro , nunca saldrían a
él sino héroes sanguinarios y príncipes asesin os , y
me bañaría siempre en sangre ! ¡En mis tragedi as
se vería morir n o sólo a los primeros personaj es ,sino hasta las mi smas guardi as ! ¿ Qué digo hastalas mi smas guardia s
? ¡Har ía también degollar al
apuntador ! En f in , sólo m e agrada lo terrible ; éste
es todo mi gusto . De esta manera, los —poemas de
esa especie se levantan con el aplauso de la mu
ch edumb re , mantienen el luj o de los comediantes
y hacen célebre el nomb re de los autores .»
Acababa de pronunciar estas palab ras , cuando
vimos sali r del pueblo y entrar en la llanura un
gran gentío de un o y otro sexo . Eran los dos es
posos , acompañados de sus amigos y parientes , e
iban precedidos de diez a doce tocadores de ins
t rumen t os, que tañían todos a un tiempo, hac i en
d e un concierto muy rui doso . Sali óles al encuentro
Diego y di óse a conocer. Inm ediatamente resona
ron por el campo los gritos de alegría con que fué
recibido del acompañamiento, corriendo todos a
ab razarle y procurando cada uno ser e l primero .
N o tuvo poco que hacer en corresponder a todas
las demostrac iones de amor y cumplimientos que
le hi cieron . Sofocáb an le a abrazos todos los de la
2 10
rruecºs mató por v ía de di versión cien esclavºs a
flechazos; en e l segundº hi zº degollar treinta of i
ciales portugueses que unº de sus capitanes había
hechº prisionerºs ; finalmente, en el tercero , aquel
mºnarca, cansadº de sus muj eres , pegó él mismopºr su mano fuegº a un palacio aisladº dºnde es
taban encerradas y, juntamente con él , las reduj otºdas a ceni za. Los esclavos moros y lºs ºficiales
pºrtug ueses estaban representadºs pºr unas fig u
ras de mimbre, y e l palacio , que era de cartón , se
aparentaba abrasado pºr un fuego artificial . Este
incendi o , acºmpañado de lastimosos gritºs que pa
t eciam salir de en mediº de las llamas , dió fin a la
tragedia y cerró el teatro de un a manera pat é t i cá
y di vert ida. R eson arºn en tºda la llanura lºs vi vas
y los aplausºs con que fué celebrado un drama de
t an ingeniºsa invención, lo que acredi tó el buen
gustº del poeta y su singular aciert º en la elección
y ºportunidad de lºs asuntºs.
Creía yo que ya nada había que ver después de
L os pasa ti empos de Muley - Bugen tuf, pero engañé
me . Anunc iárºnn ºs un nuevº espectáculº lºs timl
bales y trºmpe tas . Era éste la distribución de lºs
premios , pºrque Tomás de la Fuente , para mayºr
sºlemni dad de la fiesta, a tºdºs sus discíp ulos ,así pupilos comº los que n º lo eran , les había hecho
trabaj ar varias compºsiciones , y en aquel d ía se
habían de repartir los premiºs a los más sºb resa
li en t es, cons istiendo aquéllºs en ciertos librºs que
el mismo preceptor , a cºsta suya, había idº a com
prar a Segovia . De repente , pues , se dej arºn ver
2 11
en el teatrº dos bancºs largºs de escuela y un ar
mari º º estant e llenº de libros pequeñºs encuader
nadºs cºn aseº . Entonces tºdºs lºs actºres se pre
sentarºn en la escena y fºrmarºn un semicírculo
delante de l señºr Tºmás , e l cual se dejaba ver contanta gravedad y autoridad cºmº pudiera un pre
fecto de colegi º . Tenía en la mano la lista de lºs
nombres de los que debían ser premiados . Entre
gósela al rey de Marruecºs , quien se pusº a leerla
en alta voz , llamando unº por un o a lºs nombradºs
para recibir el premiº . Cada cual iba cºn respetoa recibir un librº de la mano del pedante , in cli
nándºse prºfun damente al ir y volver cuando pá
saban delante del monarca marrºquí . Jun t am en t e
con e l libro , se los cºronaba a tºdºs cºn una guir
nalda d e laurel , y después se iban sentandº en uno
de lºs dºs bancºs , para que fuesen v istºs, aplau
didos y admiradºs de tºdºs , pero par ticul armente
de sus madres , amigºs y parientes . Pºr más cui
dadº que pusº e l preceptor en que tºdºs quedasen
cºntentºs , n o lo pudo cºnseguir , pºrque, ºb ser
vándºse que la mayºr parte de lºs premiºs habían
tocadº a lºs pupilºs , comº regularmente se acºs
tumb ra , las madres de lºs ºtros di scípulºs lo lle
varºn muy a mal , se alborotaron y acusarºn almaestrº de parcialidad; y tanto , que una fiesta
tan glºriºsa y tan alegre hasta aquel punto faltó
pºcº para que se acabas e tan desgraciadamente
cºmº el banquete de los Lapi t as.
2 14
presiºnes que nº puedº dej ar de ofrecerle un cuar
t º en mi casa. Además de esto me suplica le busque
una buena cºnveni encia, cosa de que m e encargo
c ºn gusto y con esperanza de que no me será muy
difícil colºcar a usr—cd v en t ajºsamen t e .»
Acepté la generºsa oferta de Meléndez , con t an
t o mayor gustº cuanto veía que mi di nero se i b a
por instantes acabandº; pero n º le fui gravoso lar
gº tiempº . Pasados ºchº días , me di j o que acababa
de proponerme a un caballerº amigo suyo que n e
c esi t ab a un ayuda de cámara, y que , según tºdas
las señas , n o se me escapar ía esta cºnveniencia .
Con efecto , habiéndose dej adº v er el t al caballerº
en aquel mismº momento , (<Señor —le dijº Melén
dez mostrándome a él éste es“
el mozº de q1ucn
hablamos pºcº ha, de cuyo proceder m e cºnst i tu
yº por fiadºr cºmo pudi era del míº mismº .» Miróme atentamente e l caballero , y respºndió que l e
gus taba mi fisºnomía y que desde luego me reci
bía en su servicio . <<Sígame —añadi ó que yº le
ins truiré en lº que deberá hacer .» Diciendo est e ,
se despidi ó del mercader y me llevó cons igº a la
call e Mayºr , frente por frente de San Felipe e l
Real . Entramºs en un a casa muy buena, dºnde él
ºcupaba un cuarto , subimºs unos cincº o se i s es
c alon es y m e intrºduj o en un aposento cerrado
cºn dºs buenas puertas, en la primera de las cua
les había una rej illa de hi errº para v er a los que
llamaban . Pasamos después a ºtra pieza, donde
tenía su cama , cºn otros varios muebles más asea
dºs que preciosºs .
2 15
Si mi nuev º amo me había mi rado bien en casade Meléndez , tambi én yo le examiné a él despuéscºn particular atención . Era un hºmbre de unºs
cincuenta añºs , de aspecto frío y serio . Pareci óme
de buena índºle y no formé mal conceptº de él .H ízome muchas preguntas acerca de mi fami lia ,y satisfechº de mis respuestas , <<Gi l Blas — me
dij o yº contemplº que eres un mozo de gran
juic io y me alegrº mucho de que me sirvas ; y por
tu parte—
espero que estarás cºntento cºn tu acº
modo . Te daré seis reales al dí a para que comas yt e vistas , sin perjui cio de algunos provechos quepodrás tener cºnmigº . Yº no soy hºmbre que démucha mºlestia a los criadºs ; nunca cºmº en casa,sino s iempre con mis am igºs. Pºr la mañana nº
tienes que hacer mas que l impiarme bien lºs v es
tidos ; lo restante del día t e queda libre y puedeshacer lº que quieras ; basta que pºr la nºche t e re
tires a casa tempranº y me esperes a la puerta de
mi cuarto . Esto es tºdº lº que exij º de ti .» Des
pués de hab erme'
dadº esta instrucción sacó seis
reales del bºlsillº y me los entregó , para empezar
a cumplir nuestro ajuste . Salimºs los dos jun tºs,cerró él mismº las puertas , llevóse cºnsigo la llavey me dij º : eN o tienes que seguirme y puedes irte
adºnde t e diere la gana; pero ¡cuidadº que t e en
cuen tre en la escalera cuandº vuelva a casa pºrla nºche !» Diciendº esto
_
se marchó y me dejó que
dispusiese de m i como mejor se me antoj ase .
aVamos clarºs , Gi l Blas— me di je entºnces a mimismº que nº te era posible encºntrar amº me
2 16
jºr. Tú sirves a un hºmbre que pºr limpiar lºs vestidos , hacerle la cama y barrer su cuarto p or la
mañana t e da seis reales cada día y libertad dehacer después lº que qui si eres, ni más ni menºs
que un estudiante en tiempº de vacaciºnes . ¡A fe
que no será fácil hallar otra cºnveni encia igual !
Ya nº me admiro del hi pº que tenía por venir a
Madrid; sin duda era presagiº de la fºrtuna quem e esperaba.» Pasé tºdº e l día en andar de calle
en calle, viendº muchas cºsas que me cogían de
nuevº y que no me daban pºca ºcupación . Por la
noche cené en un a hosteria pºcº di stante de nues
t ra casa, y prºntamente me retiré al sitiº donde
e l amo me había mandadº le esperase . Llegó tres
cuartºs de hºra después y se mºstró cºntentº de
mi puntualidad . bien !— me dij o ¡Esº me
gusta ! Yº qui erº criadºs que sean exactºs en ha
cer lo que les mandº .» Dicho estº abrió las puer
tas del cuarto , cerrólas, y comº n os hallábamos a
obscuras , echó yescas y encendió una vela . Ayudé le
después a desnudar, y luegº que se metió en la
cama encendí por su : mandato un a lamparilla que
había en la chimenea, cºgí la . vela y llev é la a la
antesala, dºnde me acosté en un catre . Al d ía si
guiente se levan tó entre nueve y di ez de la ma
ñana , cepi llé sus vestidºs , di óme m is seis reales y
despi di óme hasta la nºche . Salió fuera de casa ,sin descuidarse de cerrar bien las puertas , y hé t ele
aquí que unº y otro nos separamºs para el resto
del d ía .
Tal era nuestra v ida , que a m i me parecía muy
218
observar bien tºdos sus pasos , y si descubría queverdaderamente era un enemigº de l Estado , aban
don arle enteramente ; perº al mi smo tiempº me
pareció que la prudencia y lº bien halladº que estaba cºn él pedían
"
que caminase cºn e l mayºr
tiento y circunspección en pºner pºr ºbra lº quehabía determinado , sin asegurarme antes de la
verdad . Cºmencé, pues , a exami nar todas sus ac
c iºn es y movimientos , y para sondearlºs mejor ,<<Señor —le dij e un a noche mientras le estaba des
nudando n o sabe un hºmbre cómo ha de vivi r
para librarse de malas lenguas . El mundo e stá
perdido y nºsºtros tenemos un ºs vecinos que no
valen un demoni º . ¡Malditas bestias ! N o creerá su
merced cómo hablan de nosºtrºs .» GY bien , Gi l
Blas— me respondi ó ¿qué es lº que pueden de
c i r ?» señor— repliqué a la murmuración
nunca le falta asunto ! Encuén t ralos º los sueña
hasta en la misma virtud . ¿N º es bueno que nuestrºs vecinos tienen aliento para decir que nºsotrºs
somos gente peligrosa y que la Cºrte debe vigilarnuestra cºnducta ? En un a palabra : dicen que su
merced es espía de l rey de
a lcé lºs oj os y le mi ré cºn cuidado , cºmº Alejan
d ro a su médi co , para nºtar e l efecto que prºdu
c ía lo que . a cab ab a de decirle . Parec ióme que se
turbaba algún tanto , lo cual cºnfirmaba pºde”
rº
samen t e las cºnj eturas de la vecindad. N ºt é que
pocº después se quedó pensativo y cabizbajo , y
este tampocº lo interpreté muy“
favºrablemente .
Así estuvº pºr un breve ratº ; perº luego , cºmº
2 19
quien vuelve en si , m e dij o en un tonº y con re s
trº muy tran quilo : <<G i l Blas , dej emºs a los veci
nºs que di gan lº que quieran; nuestra quietud nº
ha de depender de sus malignas expresiºnes . Nºhagamos casº de lo que dicen los hombres mien
tras nº demos motivo a que lo digan .»
Acºstóse después cºn mucho sosiego y yº hicelo mismo , sin saber qué pensar . Al día siguiente ,cuando íbamos a salir de, casa , oímºs llamar reciº
a la puerta de la e scalera . Acudió con prontitud el
amo , y mirandº por la rej ill a v ió a un hºmbre
bien vestido , que le dij o : ( Señºr caballero , yº soy
a lguacil y v engo de parte del señºr cºrregidºr a
decir a usted que su señºría desea hablarle dºs pa
labras .» m e quiere e l señor
respºndi ó mi am º . (E sº es lº que nº sé — replicóe l alguacil perº vaya usted a su casa y prestºlo sabrá .» ((Yº le beso las manos al señor corregidºr— repus o su merced yo nº tengº nada que
v er con su señºría .» Diciendº estas palabras cerró
enfadadº la segunda puerta , y cºmen zándºse a
pasear pºr el cuartº en ademán de un hºmbre , se
gún lº que a m i me parecía , a qui en había dado
mucho que di scurrir e l recadº del alguacil , me pusº
en la manº mis seis reales y me dij o : <<Amigo Gi l
B las, tú puedes irte a pasear a dºnde quieras , que
yo n o t e h e menester .» Persuad íme al oír estº quetenía miedo de que le prendiesen y que pºr esº no
quería salir.D ejé le , pues , y para v er si m e engañab a en mi sºspecha, me escondí —eu paraj e desdedºnde pºdía ºbservar si salía º nº . Habría tenido
220
paciencia para man tenerme allí tºda la mañana si
él mismº no me hubiese aliviadº de este trabaj o ,pues al cabº de una hora le vi salir y presentarseen la calle con un desemba
'
razo y un aire de con
fianza que dej ó confundida mi penetración . Sin
embargo , nº me deslumb raron estas apariencias ;antes bien m e hicierºn entrar en mayor descon
fi anza. Parec ióm e que tºdº aquello podía muy bien
ser con estudio , y aun casi llegué a creer que se
había detenidº en casa aquel tiempº para recºger
sus j oyas y dinero , y que prºbablemente ib a a pcn erse en salvo huyendº . Perdí la esperanza de v er
le más , y aun estuve perplej o en si iría aquella no
che a esperarle en la puerta de la escalera : t an per
suadi do estaba de que saldría aquel día de Madrid
para librarse del peligro que le amenazaba . Sin
embargo, n º dejé de ir a esperarle , y quedé a dmi
rado de verle volver cºmº acºstumbraba. Acostó
se sin la menor muestra de cuidado ni inquietud ,
y pºr la mañana se levantó y vi stió con la mayºr
sereni dad .
N o bien acabó de vestirse , cuando llamaron de
repente a la puerta . Fué él mismº a mirar por la
rej illa qui én llamaba . Vi ó que era el alguacil del
d ía anterior; pregun tóle qué se le ºfrec ía , y e l a l
guac i l respºndió que abriese al señor corregidºr.
Al ºír este nombre temible se me heló tºda la
sangre . Había ya cobradº un endiablado miedo , y
más que páni cº terrºr, a toda esta casta de pájarºsdesde que tuve la desgracia de caer en sus manos ,y en aquel momentº hubiera queri dº hallarme cien
222
asegurar que ninguna se iguala cºn la m ía . Sºy na
turalm en t e tan perezºsº y holgazán, que no valgº
para ni ngún empleo ni ocupación . Si qui siera cano
nizar mis vicios , dándoles e l nºmbre de v ir tudes,d iría que mi pereza era un a indºlen c ia filºsófica ,un rasgº de] entendimiento desengañado de lº que
e l mundº sºlicita y busca cºn tantº ardºr; pero
debo cºnfesar de buena fe que sºy haragán y pere
zo so de nacimiento ; tanto , que si me viera preci
sado a trabajar para comer, creo que me dej ar ía
mºrir de hambre . En este supuesto , a fin de pasar
un a vida que se acomodase cºn mi humºr, por n o
tener la molestia de cuidar de mi hacienda, y mu
chº más por no haber de lidi ar con adm ini strado
res ui mayordomos , cºnvertí en dinerº contante
tºdº mi patrimoni o , que consistía en muchas po
ses iºnes cºnsiderables . Cincuenta mil ducadºs en
ºrº hay en este cofre , lo que basta y aun sºbra para
lo que puede vivir, aun que pase de un siglo, pues
no llegan a mil los que gasto cada año y cuentº ya
di ez lustros de edad . No me da cui dado lº v eni de
rº , porque , gracias al Cielo , no adolezcº de alguno
de aquellºs tres vicios que cºmúnmente arruin an alºs hombres : sºy pºcº inclinadº a comilonas y me
riendas , juego pºco , por mera di versión , y estoy
ya muy desengañado de las muj eres . N º temº que
en mi vej ez me cuenten en e l númerº de aquellºs
viej ºs lascivos a quienes las mozuelas venden sus
mentidos e interesadºs favores a precio de oro .»
y qué dichºso es usted !— exclamó el co
rregidºr Ten ían le , cºntra tºda razón , pºr un
223
espia , persºnaje que de ni ngún modº pºdía con
veni r a un hombre de su carácter . Prosiga usted ,
dºn Bernardo , en v iv ir cºmº ha v iv ido hasta aquí .
Tan lejºs e staré de turbar sus días tranquilºs yserenºs , que desde luegº lºs envidio y me declaro
por su defensor. P ídole a usted su amistad y yºle ofrezcº la m ía .» señor !— exclamó mi amº ,
penetradº de tan atentas cºmo apreciab les palabras Admitº el preciºsº dºn que vuestra señºr ía
me ºfrece . Su amistad es cºmplementº de mi feli
cidad .» Después de esta cºnversación , que el algua
ci l y yº oímºs desde fuera , e l cºrregidºr se despi
dió de mi amo , que nº hallaba expresiones con quemani festarle su agradecimiento . Yº de mi parte ,por imitar a mi amo y ayudarle a hacer los hono
res de la casa , harté al alguacil de prºfun das cºrtasias , aun que en el cºrazón le mi raba con aquel
tedio cºn que tºdº hºmbre de bien mira a un cor
chete .
CAPITULO II
De_
la admiraci ón que causó a Gil Blas el encuentrocon el capi tán Rolando y de las cosas curiosas que
le contó aquel bandolero.
Luegº que dºn Bern ardo de Castelblanco hubodespedidº al cºrregidºr, acompañándole hasta la
call e , vºlv ió prºn t afn en t e a cerrar el cofre y tºdaslas puert as que le resguardaban . Hecha esta di ligencia, salió de casa , muy placenterº por haberse
224
granjeado t an importante ami stad, y yº n o menºsalegre por v er aseguradºs ya mis seis reales . La
gana que tenía de cºntar esta aventura a Melén
dez me ºbligó a en cami narme a su casa; pero a l
e star ya cerca de ella me encºntré cºn el capitán
Rºlandº . Nº puede explicar lº sºrprendi dº queme quedé cºn este encuentro ni pude menºs de
estremecerme y temblar a su vista. El también me
cºnºció . L legóse a m i gravemente, y conservando
tºdavía su aire de superiºridad me mandó que lesigui ese . Ob edec í1e temblando , y en el caminº i b a
di ci endº“ entre m i mismo : e¡Pºb re de mí ! ¡Ahºra
querrá que le pague tºdo lo que le debº ! ¿Adónde
me llevará ? Puede que tenga en esta villa alguna
cueva ºbscura . ¡Diablo ! ¡Si ta l creyera , en este mi smº momentº le haría ver que n º tengº gºta en lºs
pies !» Cºn estos pensami entºs i b a andando tras
de él , muy atentº a observar el sitiº donde pararía , cºn intentº de huir de él a carrera tendida
pºr pocº sºspechºsº que me pareciese .
Presto me sacó Rolando de este cuidadº y des
v an ec i ó tºdº mi temºr. Entrose en una famºsa
taberna; seguíle ; mandó traer del mejor“vino
_y
dispuso se hiciese cºmi da para los dos. Mientras
tanto , nºs metimºs en un cuarto , y así que el
capitán se vió solo cºnmigo, me habló de esta
suerte : (S in duda, Gi l Blas , que estarás muy ad
mirado de verte aquí con tu antiguo cºmandante ;perº más te admirarás cuando hayas ºído lº que
t e vºy a cºntar . El d ía que te dej é en la cueva y
marché con mis compañeros a Mansilla a vender
226
en la refriega y v end imºslºs en Mansilla cºn los
demás que conducíamos . Vºlv imºn os después a
nuestro subterráneo , adonde llegamºs el día si
guiente poco antes de amanecer . No quedamos
pºcº atóni tos de v er levantada la trampa , y mu
chº más de encºntrar a Leonarda amarrada fuer!
temente en la cºcina . Cºn t ónºs en dºs palabras
tºdº lº acaecidº y nos admiramos muchº de que
hubieses podi do engañarnos ; nunca t e hubiéramoscreído capaz de jugam ºs semej ante petardº y t e
perdºnamºs e l chasco en gracia de la invención .
Luego que desatamos a la cºcinera le di orden de
que nºs compusiese bien de cºmer . Entre tanto
fuimºs a la caballeriza a cuidar de lºs caballºs , y
encontramos casi expirando al viej º n egro , que en
veinticuatrº horas nº había probadº bocado m
vistº persona alguna que le socorriese . Deseaba
mºs darle algún aliviº ; pero había perdidº ya del
todº el conocimiento , y n ºs pareció un caso tan
desesperadº e l suyo , que , a pesar de nuestra bue
na voluntad, desamparamos a aquel miserable ,
que estaba entre la vida y la muerte . No pºr eso
dejamºs de sentarnos a la mesa , y después de ha
b er a lmorzadº grandemente , nºs retiramºs a nuestros cuartos , dºnde estuvimos durmiendo o des
cansandº tºdº el día . Cuandº despertamos , nos
dij o Leonarda que ya había muertº Domingo . L le
vamos el cadáver a la covacha donde t e acorda
ras que dºrm ías, y allí le hicimºs el funeral cºmº
si hubiera tenidº el honºr de ser un º de nuestrºs
cºmpañeros .
227
»Al cabo de cincº o seis días sucedió que , hab ien
d e hecho una salida , encontramos muy de mañana,a la entrada del bosque , tres cuadrillas de la SantaHermandad , que al parecer nos estaban esperan
de para dar sºbre nºsotros . Al prºnto no descu
brimos mas que una . N o la temimos , y aunque
superiºr en númerº a nuestra tropa , la a t a camºs;
pero al tiempo que estábamos peleando cºn ella ,las ºtras dos , que habían hallado mºdo de mante
n erse emboscadas , se echarºn de' repente sobre
nºsotros y n ºs rºdearºn de manera que de nada
n ºs sirvió nuestro valºr . Fuén ºs necesariº ceder
al númerº de los enemigºs . Nuestrº teniente y dosde
' nuestros camaradas murierºn en la función .
Los ºtrºs dos y yº , cercados pºr todas partes ,nos vimos precisados a rendim os ; y mientras las
dºs cuadrillas nos llevaban presos a León , la ter
cera fué a cegar y destruir la cueva , que fué descubierta del modo siguiente : atravesando e l b os
que nu labradºr del lugar de Luyego , volvien do
a su casa , vió pºr casualidad alzada la trampa de
la cueva , que dejaste abierta el mismo día que t eescapaste con la señora , y sºspechó que aquéllaera nuestra habitación , y no teniendo valºr para
entrar en ella , se contentó con observar bien sus
contºrnos ; y para acertar mejºr con e l sitio , des
cºrt e/zó ligeramente algunos árbºles vecinºs y ºtrºs
más , de trecho en trecho , hasta estar fuera del
bºsque . Pasó después a León , dió parte de aquel
descubrim ientº al corregidºr , cuyo gozo fué muchº mayºr pºr cuanto estaba inf orm ado de que
228
su hi j o había sidº rºbadº pºr nuestra cºmpañía .
El cºrregidºr hizo juntar tres cuadrillas para pren
dem os , y les dió pºr guía al labradºr que había
descubiertº el subterráneo .
»Mi llegada a la ciudad de León fué un grande
espectácul º para todos sus vecinos . Aunque yº hubiera sido un general portugués hecho prisionerº
de guerra, n º habría sidº mayor la curiosidad cºn
que tºdºs cºrrían y se atropellaban por verme .
es— decían aquél e s e l capitán y el te
rrºr de tºda esta tierra ! ¡Merecía ser a t enaceadº ,
y nº menºs sus dºs cºmpañerºs !» Presen táronn ºs
a l cºrregidºr, que desde luegº comenzó a insul tar
me . lº ves , malvado— me dij o e l Cielo ,cansado de tus delitos , te ha entregadº a mi jus
t i c ia !» <<Señor — le respºn dí es ciertº que he cº
metido muchºs ; pero a lº menºs n º tengo que
acusarme de haber quitado la vida al hij o de vues
t ra señºría. Si vive , a m i me lo debe , y me parece
que este servicio es acreedºr a algún reconoc im i en
tº .» in fame !— replicó ¡Sin duda que esta
ría bien empleado un prºceder generºsº con h ºm
bres de tu carácter ! Y aun cuandº yº t e quisiera
perdonar, ¿m e le permi tiría, por ventura, la obliga
ción de mi empleo ?» Dicho esto , n ºs mandó meter
en un calabozo , donde n º dej ó pudrir a mis com
pañerºs. Salieron de él al cabo de tres días , para
representar un papel un pocº trágicº en la plaza
Mayor. Pºr lo que toca a mi , estuve tres semanas
enteras en la cárcel . Tuve por ciertº que se d ila
taba mi supliciº para que fuese más terrible , y,
230
sus virtudes y milagros . Cºn todo ese , amigo rníº— continuó Rolando yo quierº descubrirte mi
corazón . N º me gusta el ºficio que he tºmadº .
Pide un a cºnducta demasiadamente delicada y
misteriºsa , que sólo da lugar a sutilezas y rape
serías . ¡Oh y cuánto echº de menos mi antigua y
noble profesión ! Cºnfiesº que es más segura ,la
nueva , pero es más gustosa y divertida la otra , y
yo sºy amante de la alegría y de la libertad . Vºy
viendº que tengo traza de exºn erarm e de este em
pleo y desapare cer el día menos pensado , para re
tirarme a las montañas que están en el n ac imi en
t o del Taj o . Sé que hay allí cierta madriguera, ha
b i tada pºr una valerosa trºpa llena de catalanes
determinados cuyo nombre sºlo es su mayor elº
gi º . Si me qui eres segui r, iremºs a aumentar el
númerº de aquellºs grandes hºmbres . Me brindan9011 el empleo de segundº capitán de tan ilustre
cºmpañia,y haré que t e reciban en ella , aseguran
d ºles que diez veces te h e vistº combati r a mi
lado,y ensalzaré hasta las nubes tu valºr. Habla
ré mejor de ti que un general de un oficial cuando
le quiere adelantar; perº me guardaré bien de to
mar en boca la pieza que nos jugaste , porque estº
te haría sospechºso , y así , no diré palabra de la
aventura consabida . Ahora bien— añadió ¿ es tás
prºntº a seguirme ? Esperº tu respuesta .»
(C ada un º tiene sus inclinaciones— respondí a
R ºlandº usted es inclinado a las empresas ar
duas y peligrosas y yº a un a vida tranquila y
sosegada .» te en t i endº !— mc interrumpió
231
Aquella señºra cuyo amor te hizo hacer lo que
emprendiste la tienes todavía muy dentro del cº
razón,y sin duda que en su amable compañía gº
z as de aquella vida cómoda y gustos'
a a que t e
llama tu inclinación . Confiesa con sinceridad que ,después de haberle rest i tuido sus muebles , estáis
comiendº juntos los doblones que recogisteis y re
basteis de la cueva .» R espond i le que estaba muy
equi vocado , y para desengañarle , en pºcas pala
bras le cºnté tºda la histºria de la señora , con tºdolº demás que me había sucedido desde que me es
capé de su cºmpañía . Al fin de la comida me v ol
vió a hablar de lºs señºres catalanes y me cºnfesó
que estaba resueltº a ir a juntarse cºn ellos , v ol
v i éndºme a dar ºtro tiento para persuad irme a que
abrazase aquel partido . Pero viendo que no 10 pc
día con segui r , m e miró con un aire fiero y me di j o
con cierta seriedad feroz : que tienes un cora
zón tan v i l y bajº que prefieres tu servil cºndicióna l honor de entrar en la cºmpañia de unos hom
bres valerosos , t e abandºno a la villanía de tus
ruines inclinaciºnes ! ¡Olvida enteramente que me
volviste a cncon t rar hoy , y jamásme tomes en bºcacon persona viviente de este mundo , porque si lle
go a saber que algun a v ez has hablado de
¡Ya me conoces , y no t e digº más !»'Al decir est e ,
llamó a l tabernero , pagó la comida y nºs levantamos de la mesa para ir cada cual pºr su camino .
232
CAPITULO III
Deja Gi l Blas a don Bernardo de Castelb lanco
y entra a servir a un elegante .
Salimos de la taberna, y cuando nos estábamºs
despidiendo uno y ºtrº pasaba mi amo por la cálle . Vi óme , y ºbservé que más de un a v ez se v ol
vió a mirar cºn cui dado al capitán . Pare c ióme que
le había sºrprendi dº verme en cºmpañia de seme
jante sujeto . A la verdad , la traza de Rolando nº
excitaba ideas'
muy favºrables de sus costumbres .
Era un hombre muy alto , carilargo , de nariz agui
leña , y aunque no de desgraciada figura , tenía no
sé qué trazas de un grandísimº bribón .
N º me engañé en mi sospecha . Cuando dºn Ber
nardo se retiró a casa pºr la nºche , le hallé muy
prevenido contra la catadura del capitán y pro
pensº a creer tºdas las proe'
zas que yo le pudi era
cºntar de él si me hubiera atrevido a referirselas.
(<Gi l Blas— me dij o ¿quién era aquel pajarracº
cºn quien te v i poco ha ?»R espon d i le que era un
alguacil y me imaginé que quedaría satisfecho cºn
esta respuesta. Pero me hizo otras muchas pregun
tas ; y cºmo me viese perplej º en las respuestas ,porque m e acordaba de las amenazas de Rºlando ,cºrtó de repente la conversación y m et ióse en la
cama. La mañana siguiente , luegº que acabé de
hacer las haciendas ºrdi narias, me entregó seis du
cados en lugar de seis reales y me di j o : <<Toma ,
234
das sus deudas ; y cuando esto no , se les cargan
lºs génerºs a t an subido precio , que aunque no se
cºbre más que la cuarta parte de las partidas
siempre queda ganan cioso el mercader que sabe
su oficio . El mayordomo de don Matías es amigo
m íº ; vamºs a buscarle , que él es quien te ha de
presentar a su amo , y puedes estar seguro de que ,
pºr respetº m io , h ará de ti particular estimación . »
Mientras íbamos cam inando a casa de dºn Matía s ,me dij o el mercader : <<Paré ceme muy conveniente
que estés infºrmado del carácter de l mayordomº .
Llámase Gregºriº Rºdríguez y, aquí para entre
lºs dºs, es un hºmbr e nacido de l pºlvo de la ti e
rra , y sintiéndºse con talento para el manej o e co
nómi co , siguió su inclinac ión y se ha enriquecidºarrui nandº dºs casas cuyas rentas manejó . Te pre
vengo que es hombre muy vanº y gusta mucho
de que lºs demás criados se l e humillen . A él han
de acudir todos lºs que pretendan alguna gracia
del amo . Si algunº cºnsigue a lgº sin su participa
ción , siempre tiene prontºs mil artificios para ha
c er que se revºque la gracia º que le sea entera
mente inútil. Ten est e presente para t u gobierno .
Haz tu cºrt e al señºr Rºdríguez aun más que a tu
mismo amo y no perdºnes d iligencia alguna para
conservarte siempre en su favor . Su am ist ad . t e
será de gran prºvecho ; te pagará puntualmente tu
salario , y si lºgras merecer su cºnfianza no —se
contentará con esto , porque tiene muchos arbitriºs
para dar en qué ganar . Dºn Matías es un mozº que
sólº piensa en divertirs e y nada cuida de lºs in te
235
reses de su casa . Mira ahora si puede haberla me
j ºr para tal mayºrdºmo .»
Luegº que llegamos a la casa , preguntamos si
pºdiamºs hablar al señºr Rodríguez ; respondi éron
n ºs que si y que le encºntraríamºs en su cuarto .
Efectivamente , le hallamos en él , y estaba cºn un
labrador que tenía en la manº un talego de terliz
lleno , a lo que parecía , de dinero . El mayordomo ,
que me pareció más pálido y amarillo que un a don
c ella cansada de su estado , se levantó apresurado
y corrió cºn lºs brazos abiertos a recibir a Me lén
dez . El mercader abrió también los suyos y se
abrazaron est rech ísimamen t e , en cuyas demºst ra
c iºnes de amor había pºr lo menos tanto artificio
cºmº verdad . Después de esto se trató de m i . R º
dr íguez me examinó de pies a cabeza y me dij ocºn mucha afabilidad que yo era el m i sm isim o que
convenía a don Matías y que él tomaba a s u cargº
presentarme a este señor . L e sign ificó e l mercader
lo muchº que se interesaba por m i y suplicó al
mayordomo que m e tºmase baj o su protección , y
dej ándºme cºn él , se retiró , despidiéndose cºn mu
chos cumplimientos . Luego que salió , me dij o R º
drígue z : <<Yo te presentaré al am o después que hayad espachado a este pobre labradºr.» Acercóse al
paisano , y tomándole el t alego , le dijo : <<Veamossi están aquí lºs quinientos doblones .» Con tólºs
por su mano , y hallándolos justºs dió su recibºal labrador y le despidió . Guardó luego lºs dºb lº
n es en el talego y , vueltº a m i , <<Ahºra podemos
i r— me dij o— a v er al amo , que se estará v ist i en
236
do , porque no se levanta hasta mediodía y ya es
cerca de la una .»
Con efecto , acababa entonces de levantarse don
Matías . Estaba en bata, repan t igado en una silla
poltrona, con una pierna sobre un bra zo de la silla ,y era su ocupac ión estar picando un cigarro . H a
b lab a con un lacayo que hacía oficio de ayuda de
cámara interinamente . <<Señor— le dij o el mayor
domo aquí está este mocito , que tengo e l gusto
de presentar a vuestra señoría para reemplazar al
criado que se sirvió despedir anteayer . Su fiador
es Meléndez , el mercader de vuestra señoría . Ase
gura que es un mozo de mérito , y yo creo que
vuestra señoría estará contento con él y se dará
por bien servido .» <<Basta que tú me lo presentes— respondi ó su señoría — para que le reciba ; yo le
declaro desde luego mi ayuda de cámara y queda
ya evacuado este negocio . Rodr íguez , hablemos de
otra cosa, pues has venido cuando i b a a mandar
que te llamasen . Te voy a dar un a mala nueva,mi amado Rodríguez . Anoche estuve muy desgra
ciado en el juego ; perdí cien doblones que llevaba
en el bolsillo v otros doscientos sobre m i palabra .
Ya sabes lo necesario que es a personas de mi
condición pagar cuan to antes este género de deu
das . Estas son propiamente las que e l honor n os
obliga a satisfacer con pun tualidad; las otras , basta
que se paguen cuando se pueda . Es preciso , pues ,que me busques en el día doscientos doblones yse los envíes a la condesa de Pedrosa .» <<Señor— respondió e l mayordomo más fácil es decir
38
No bien acababa de decir estas palabras , colérico y enoj ado , cuando , al irse e l mavordomo , en
t ro en su cuarto otro señorito mozo , llamado don
Antonio Centelles . tienes , ami go ?— preguntó
éste a mi amo Parece que estás de mal humor ;v eo en tu semblante un cierto no sé qué que me
lo hace sospechar. ¡Sin duda que t e ha puesto así
el br uto que acaba de salir de aquí !» <<Es cierto ,
—respondi ó don Matías Es mi mayordomo , y
siempre que viene a mi cuarto me da un mal rato .
No sabe hablar sino de mis negocios , y repite mil
veces que me como mis rentas y me engullo e l ca
pital . ¡Gran bestia ! ¡Como si fuera él qui en lo per
di ese !» aAm i go— respondió don Antonio en e l
mismo caso me hallo yo . Mi mayordomo no es más
mirado que e l tuyo . Cuando el grandísimo gana
pan , en fuerza de mis repetidas órdenes , m e trae
alg ún dinero , no parece sino que me da lo que es
suyo ; me dice que me pierdo y que todas mis ren
tas están embargadas . Véome precisado a tomar
la palabra para cortar la conversación .» ((Pero lo
peor de todo es— dij o don Matías— que n o pode
mos vivir sin estas gentes y que para nosotros es
éste un mal necesario .» <<Convengo en eso— respon
dió Gentelles ¡Pero aguarda un poco— prosigui ó ;reventando de risa que ahora ahora me ocurre
un pensamiento muy gracioso y nunca imaginado !
Podemos hacer cómicas las escenas serias que cad a
día representamos con estos hombres y que nos
sirva de diversión lo mi smo que nos apesadum
bra . H agámoslo de este modo : yo pediré a tu ma
239
yordomo e l di nero que hayas meneste r y tú pedi
rás al m ío el que yo necesite . Dejarémosles decir
todo lo que quieran y nosotros les oiremos con
oídos de mercader. Al cabo del año , tu mayordo
mo m e presen tará sus cuentas y el mío t e dará las
suyas . De esta manera , yo sólo oiré hablar de tusgastos , tú sólo tendrás noticia de los míos y v erás
cómo n os divertimos . »
A esta ingeniosa invención se siguieron mi l chis
tosas agudezas que alegraron a los dos señoritos ,y un o y
,otro las llevaron adelante con mucho a l
b orozo . Interrumpió Gregorio Rodríguez su alegre
conversación entrando en la sala acompañado de
un vej ete , t an calvo que apenas se le descubría un
cabello . Quiso despedi rse don Antonio , y dij o :
don Matías, que presto n os volveremos a
ver ! Quiero dej arte con 'estos señores , con qui enes
quizá. tendrás que tratar negocios import antes .»
n o !— respondió mi amo ¡Estate aquí , que
tú.en nada n os estorbas ! Este buen viej o que ves
es .un hombre muy de bien , que m e presta di nero
a un v einte por ciento .» e¿Cómo a un vei n te por
ci en to — replicó Centelles como admirado ¡A fe
que has sido afortunado en caer en tan buenas
manos ! Yo compro el dinero a peso de oro , porque
ningun o me lo quiere prestar menos de a treinta y
tres_por ciento .» usura !— exclamó entonces
el usurerísim o viej o ¿Tienen alma esos b r ib o
nes ? ¿Creen , por ventura, que n o h ay otro mun
do ? ¡Ya n o extraño que se declame tanto contra
as personas que prestan a interés ! E l exorbitante
240
precio a que venden sus empréstitos es lo que n os
desacredi ta a todos , qui tándonos la honra y la re
put ac ión ; yo , a lo menos , sólo presto puramente
por servi r a los que se valen de m i , y si todos mis
compañeros siguieran mi ej emplo , n o estaríamos
t an desacredi tados . ¡Ah , si los tiempos presentes
fueran t an felices como los pasados , t endría yo
e l mayor gusto en abri r mi bolsa y ofrecérsela a
vuestra señoría sin el más mínimo interés, pues ,aun en medio de mi pobreza , casi tengo escrúpulo
de prestar mi dinero a un mi serable veinte por
ciento ! Mas , ¡oh Dios ! , parec e que e l di nero se ha
vuelto a enterrar en las entrañas de la tierra ; ya
no se encuentra un ochavo , y su escasez m e 0 i
ga a ensanchar un poco las estrechas reglas de mi
moralidad . ¿Cuánto di nero ha meneste r vuestra se
preguntó volviéndose hacia mi amo . ((Dos
cientos doblones», respondió éste . <<Cuatrociento s
traigo en un talego— di j o e l usurer'
o contaré la
mitad y se la en t regará a vuestra señoría .» Al
mismo tiempo sacó de debaj o de la capa un tale
go de terli z , que me pareció ser e l mismo que
aquel labrador acababa de dej ar con quinientos
doblones en e l cuarto de Rodríguez . Luego m e
ocurrió lo que debía pensar de aquella mani obra,y vi por experiencia la mucha razón con que Me
léndez me había ponderado lo di estro que era el
mayordomo en hacer su negocio . El viej o abrió
el talego , vació los doblones sobre una mesa y
púsose a contarlos . La vista de toda aquella can
tidad encendió la codi cia de mi amo . <<Señor Di
42
,,Concluído este negocio , se despidi ó e l viej o dedon Matías , y éste le dió un estrecho abrazo , di c i éndole : la vista, señor Dimas ; soy todo de us
ted ! N o sé cierto por qué son tenidos por bribones
todos los de su oficio . Yo por m i j uzgo que son
unos entes muy necesarios al Estado , el consuelo
de mil hij os de familia y el recurso de todos los
señores.
que gastan más de lo que permiten sus
rentas .» <<Tienes razón— dij o entonces Gentelles
los usureros son un os hombres de bien que mere
cen ser muy estimados y honrados ; y yo quiero
abrazar también a éste , que se contenta con un
veinte por ciento .» Diciendo esto , se acercó al v i e
j o para ab razarle , y los dos elegantes , para di ver
tirse , se lo enviaban recíprocamente un o a l otro
como si fuera un a pelota . Después de haberle bien
zarandeado_le dejaron ir con el mayordomo , que
merecía mej or aquellos zarandeos y aun alguna
cosa más .
Luego que salió Rodríguez con el testaferro de
sus maldades , envió don Matías a la condesa de Pe
drosa la mitad de aquel din ero , por mano de un
lacayo , que estaba conmigo en la antesala , y la
otra mitad - la metió en un bolsillo de seda y oro
que llevaba ordinariamente en la faltriquera . Con
t en t ísimo de verse con tanto dinero , dij o muy ale
gre a don Antonio : ((Y bien, ¿ en qué hemos de pasar
el día de hoy ? P ensémoslo un poco y tengamos
entre los dos consej o privado .» me place— respondi
_
ó Cen t elles que eso es ser hombre de
juicio ! Conferenciemos , Cuando i ban a t ra
243
tar de lo que habían de hacer, entraron otros dos
señoritos , poco más o menos de la misma edad de
mi amo , esto es, de veintiocho a treinta años , un o
de los cuales se llamaba don Alej o Segui er y e l otro
don Fernando de Gamboa . Luego que se vieron juntos , los cuatro comenzaron a darse tantos abrazos
como si en diez años n o se hubieran visto . Después
de esta ceremoni a , don Fernando , que era de geni o
muy alegre , dirigiendo la palabra a don Matías y a
don Antonio , ((Y bien , señores— les dij o ¿dónde
pensáis comer hoy ? Si n o estái s convidados , os
quiero llevar a una casita de los cielos , donde be
b eré i s un v in i to de losdioses . Anoche cené en ellay no salí hasta las cinco o seis de la mañana .»
hubiese yo tenido la misma prudencia— exclamó mi amo pues así n o hubiera perdido
m l dinero !»
¿Yo—= dijo Gentelles— quise tener anoche un a nue
va diversión , porque la variedad es madre del gus
to . Llev óme un amigo a casa de un o de aquellos
ri cot es que hacen su negocio manej ando los del
Estado : un asentista . En el adorno de la casa se
veía magnificencia y elección de muebles exqui si
tos ; la mesa , bien cubierta y servida; pero descu
b ri en los amos de la casa cierta ridiculez que m e
divi rtió extremadamente . El dueño , aunque de na
cim iento bajo y de educación grosera , afectabamodales a lo grande . Su mujer , aunque era fea de
gana , creía ser una Venus , y además decía mil
necedades , sazonadas con un acento vizcaíno queles daba un gran realce . Fuera de eso , estaban sen
244
t”
iídos a la mesa cuatro o cinco niños con su ayo .
Considerad ahora cuánto me divertiría aquella cena
casera .»
(P ues yo , señores— dij o donAlej o Segui er cené
con una com ed i an t a : con Arseni a . Eramos seis de
mesa : Arsenia , Florimunda , un a niña amiga suya ,maja de profesión, el marqués de Zenet e , don Juan
de Moncada y vuestro servidor . Pasamos la noche
en beb er y en decir galanterías . Pero ¡qué noche !
Es verdad que Arsenia y Florimunda no son de las
más discretas ; pero ¿qué importa ? Su desembarazo
suple la falta de talento . Son unas criaturas tan
alegres , vivarachas y divertidas , que las prefiero
a las muj eres juiciosas .»
C A P I T U L O I V
Hace amistad Gi l Blas con los cri ados de los elegantes; secreto admirab le que éstos le enseñaron para
lograr a poca costa la fama de hombre agudo, y sin
gular juramento que a instancia de ellos h i zo en
una cena.
Prosiguieron aquellos señoritos charlando de esta
manera hasta que don Matías , a quien yo entre
tanto ayudaba a vestir, se halló en disposición'
de
poder salir de casa . Díjome entonces que le_
si
gui ese , y todos los cuatro elegantes tomaron jun
tos el camino de la casa a donde había ofrecido
llevarlos don Fernando de Gamboa . Comencé , pues ,
246
di versión el verlos y oírles . Su carácter , sus pen
sam i en t os y sus expresiones me di vertían comple
tamente . ¡Qué viveza ! ¡Qué chistes ! ¡Qué agude
zas ! Me parecían unos hombres de di ferente especie . Cuando se sirvieron los postres , les pusimos
muchas botellas de los mejores vinos de España ,y levantados los manteles , n os retiramos los cria
dos a otro cuarto, donde había mesa para nos
otros .
Tardé poco en conocer que los caballeros criados
de mi cuadrilla eran hombres de mucho mayor mé
rito de lo que yo m e había imaginado . N o se con
tentaban con imitar los modales de sus amos ; afec
t ab an'
hab lar e l mismo lenguaj e , y los bellacos lo
hacían tan a la perfección , que , a reserva de un
cierto a ireci llo de nobleza que n o sabían remedar ,e n todo lo demás parecían los mismos . Admirá
bame su desenvoltura y desembarazo , pero mu
cho más me admir aba su prontitud y la agudeza
de sus dichos ; tanto , , que absolutamente desesperé
llegar nunca a parecerme a ellos . El errado de don
Fernando , en v i sta de que su amo era el que rega
laba a los nuestros , hacía los honores del banquete ,y llamando al dueño de la casa, le di j o : <<Patrón ,
tráigan os acá di ez botellas del vino más generoso
que tenga, y , según usted acostumbra, cárguelo en
la partida del que bebieron nuestros amos .» ((Con
mucho gusto— respondi ó él pero , señor Gaspar,ya sabe usted que el señor don Fernando me está
debiendo muchas comi das . Si por medi o de us ted
pudiera cobrar algún — respondió
247
e l criado ¡N o paséis cuidado por lo que se ¡9 8
debe ! Yo salgo fiador de que las deudas de mi amo
son como plata quebrada . Es verdad que algunos
acreedores han hecho embargar nuestras rentas ;pero mañana haremos que se levante el secuestro
y seréis pagado de todo el importe de la cuenta ,sin examinarla .» Trájon os el vino , n o embargante
el secuestro , y bebimos poderosamente mientras
llegaba e l día de que éste se alzase . Eran de v er
los brindis que continuamente nos hacíamos unos
a otros , llamándonos recíprocamente por los n om
bres de n uestros am'os . El criado de don An tonio
llamaba Gamboa al de don Fernando , y el de don
Fernando llamaba Cen telles al de don Antoni o , y
a m i me llamaban S i lva . Poco a poco n os fuimos
todos emborrachando bajo estos nombres postizos ,ni más ni menos como lo habían hecho nuestrosseñores amos baj o los suyos propios .Aunque en la realidad n o brillaba yo tanto como
mis camaradas , sin embargo , no dejaron de mos
t rarse bastante contentos conmigo . <<Amigo Silva—me dij o uno de los menos t artan íudos espero
que haremos de ti algo bueno . Veo que tienes fon
do e ingenio , pero n o sabes aprovecharte de él . El
miedo de hablar mal t e acobarda; n o t e atreves a
hacerlo por temor de decir algún despropósito .
Con todo eso , ¿ cuántos pasan hoy en el mun do por
hombres agudos e ingeniosos sólo porque se arries
gan a decir cuanto se les viene a la boca ,.aunque
digan t al v ez cien disparates ? Cali f i caráse de una
doble v iveza de espíritu tu mismo atolondrami en
248
t o . Aunque di gas mil desatinos , como entre ellos
se t e escape algún di cho agudo , se olvidarán las
otras necedades y sólo se tendrá presente y se ce
leb rara la tal agudeza, haciéndose concepto supe
rior de tu singular mérito . Esto y n o más hacen
nuestros amos , y esto y no más debe hacer todo
aquel que aspire a la reputación de hombre de in
geni o y chi stoso .»
Sobre que yo n o aspiraba a otra cosa , e l medio
que me enseñaban para consegui rlo me pareció t an
fácil y practicable , que juzgué n o debía despre
ciarle . Comencé a prob arle inmediatamente , y no
ayudó poco el vino que había bebido para que no
me saliese mal aquella primera prueba . Quiero de
cir que desde luego comencé a hablar a di estro y
siniestro , y tuve la fortuna de mezclar entre mil
extravagancias algunas agudezas que me granjea
ron grandes aplausos . L len óme de gran confianza
este primer ensayo . Aumenté con tragos la char
lat an ería para que me ocurriese algún concept i llo ,
y quiso la casualidad que n o se malograsen mis
esfuerzos .
<4A hora bien— me dij o el que me había dado la
importantísima lección ¿no con oces tú mismo
que ya empiezas a c iv i li zart e ? Aun n o ha dos ho
ras que estás en nuestra compañía y ya eres un
hombre muy diferente del que eras ; cada d ía i rás
mejorando . Ya estás viendo y palpando qué cosaes esto de servir a caballeros y personas de di stinción . In'sensiblemente eleva y enn oblece el ánimo ;efecto que no se experimenta sirviendo a clase baja
250
cer , y mientras ellos se divertían con las damas
de buen humor , nosotros nos holgábamos con las
criadas , que n o eran menos j oviales que sus amas .
En fin , nos separamos todos luego que se mostró
la aurora , y cada un o se retiró a descansar .
Mi amo se levantó a mediodía , como acostum
braba . Vist ióse , salió , seguí1e y entramos en casa
de don Antonio Centelles , donde encontramos a un
ta l don Alvaro de Acuña . Era un hombre ya entra
do en años y disoluto de profesión . Todos los mo
zuelos que querían ser elegantes se ponían en sus
manos y acudían a su escuela . Formáb alos a su
gusto , enseñándolos a lucir en e l gran mundo y a
malgastar sus caudales . Don Antonio n o necesitaba
de esta lección , porque ya se hab ía comido el suyo .
Luego que se abrazaron los tres , dij o Centelles a
mi amo : (<A fe , don Matías , que no podías haber lle
gado a mej or tiempo . Don Alvaro h a veni do para
llevarme a casa de un particular que ha convidado
hoy a comer al marqués de Zen et e y a don Juan
de Moncada, y yo quiero que tú seas del convite .»
((Pero ¿ cómo se llama ese preguntó don Ma
tías . <<Se llama Gregorio N ori ega— respondió don
Alvaro y en dos palabras te diré lo que es este
mozo . Es hij o de un j oyero rico que ha i do a né
goc iar en pedrería a los países extranj eros , y a l
partir le ha dej ado el goce de una gran renta .
Gregorio es un pobre tonto , propenso a comer y
gastar todo su dinero haciendo e l elegante y que
revienta por parecer hombre ingenioso y agudo , a
pesar de la naturaleza, que no le ha concedi do esta
25 1
gracia . Púsose en mis manos para que le dirigiese;
yo lo hago a mi modo , y en verdad que le llevo en
buen estado , pues e l fondo de su caudal está. ya
medio consumido .» <<Eso es lo que yo no dudo— in
t errumpi ó Cen t elles y espero v erle presto en e l
hospital . ¡Vamos , don Matías , conozcamos a ese
hombre y ayudémosle a que acabe de arrui narse !»
<<Vengo en ello— dij o mi amo porque tengo gran
gusto en dar en tierra con la fortuna de esos se
ñori tos plebeyos que quieren homb rearse y con
fundi rse con nosotros . Como , por ejemp lo , nadahe celebrado tanto como la ruina del hij o de aquelasentista a quien e l juego y la vanidad de quererfigurar con los grandes obligaron a vender su mis
ma casa .» — replicó don Antonio Ese tal n o
merece le tengan lástima , porque n o es menos né
c io ni menos presumido en su miseria que lo era
en su prosperidad .»
Partieron , pues , mi amo , Centelles y don Alvaro
a casa de Gregorio Noriega . Moji cón , criado de
Centelles , ,y yo fuimos tambi én tras de ellos , muypersuadi dos
'
los dos de que nos esperaba una gran
bucólica y ambos también muy contentos de coope
rar por nuestra parte a la destrucción de aquel
pobre mentecato . Al entrar en su casa vimos mu
cha gente ocupada en di sponer la comida , y nos
dió en las narices un olor de cocina que anunciaba
al olfato el recreo que tendría luego el paladar .
Acababan de llegar el marqués de Zen et e y don
Juan de Moncada . Dejóse v er después el dueño de
la casa, que desde luego me pareció un solemn ísi
252
mo majadero . Afectaba inútilmente e l aire y mo
dales de los elegantes ; pero era una fe ísima copia
de aquellos hermosos originales , o , por mej or de
cir, un atolondrado que se esforzaba por ostentar
despej o y desembarazo . Figurémon os un hombre
de este carácter entre cinco buf ones de profesión
empeñados únicamente en burlarse de él y en ha
cerle gastar cuanto tenía . aSeñores— dij o don Alva
ro después de los primeros cum plimientos éste
es e l señor Gregorio Noriega , que , sobre mi pala
bra , presento a ustedes como un o de los más caba
les y perfectos caballeros . Posee mil bellas prendas
y es un j oven muy cul to . Escojan ustedes lo que
qui si eren : es igualmente hábil en todas las facul
tades , desde la lógica más alta y sutil hasta la más
pura y delicada ortografía .» señor , eso ya es
demasiado !— interrumpió Gregori o , son riéndose sin
ninguna gracia Yo si , señor don Alvaro , que po
di a decírselo a usted , porque usted si que es aque
llo que se llama un pozo de ci encia .» ¿¡Por cierto
replicó don Alvaro que mi ánimo n o fué buscarm e una alabanza t an aguda y di screta; pero en
verdad, señores , que el nombre del señor Gregorio
haré. un gran ruido en el mun do .» aYo— di j o don
Antoni o— l o que admiro en él , aun más que su or
tograf ía , es . el acierto en la elección de las perso
nas con quienes trata . En lugar de buscar comer
ci an t es, sólo gusta de tratar con caballeros , sin
dársele nada de lo mucho que esta comunicación
le ha de costar. Tiene unos pensamientos t an n o
bles y elevados , que me admi ran . Esto es lo que
254
bien la vida que hacían los señores . R espond i le
que, aunque era nueva para m i , no desconf iab a
de hacerme a ella con el tiempo .
Efectivamente fué así , porque tardé muy poco
enacostumbrarme . De reposado y j uicioso que an
tes era, pasé de repente a ser vivaracho , a t olon
drado y zumbón . Di óme la enhorabuena de mi
transformación el criado de don Antonio y me dij o
que para ser hombre ilustre no m e faltaba m as
que tener lances amorosos . R epresen t óme que esta
era una cosa absolutamente necesaria para formar
un j oven completo, que todos nuestros camaradas
eran amados de alguna persona linda y que él t e
n ía la fortun a de que le mirasen con buenos oj os
dos señoras de distinción . Creí que mentia aquel
bellaco , y le dij e : <<Amigo Mopcón , no se puede
negar que eres buen mozo y agudo ; pero no a l
canzo cómo han podido prendarse de un hombre
de tu condición dos señoras disting uidas en cuya
casa no estás .» dificultad, por cierto !— res
pond ió Moji cón Ellas ni aun siquiera saben
quién yo soy . Estas conquistas las he hecho usan
do de los vestidos de mi amo , y la cosa pasó de
esta suerte ! Vest íme de señor , imité bien los mo
dales de tal y fuime al paseo . Hice gestos y cor
t esías a todas las que encontraba , hasta que t ro
pecá con una que correspondió a mis expresivas
muecas . Seguila y logré también hablarle . Tomé el
nombre de don Antonio Centelles , pedí una cita ,hice a lg1mos esguinces, insté , convino a l fin en el lo ,etcétera. Hijo mío , así me he gobernado yo para
255
lograr tales fortu nas ; y si tú las quieres tener , si
gue mi ej emplo .»
Era mucha la gana que yo tenía de hacerme
homb re ilustre para que dej ase de poner en prác
tica este consejo , y más cuando tampoco sentíaen m i gran repugnancia en tentar alguna empresa
de amor. Resolví , pues , di sfrazarme de señor para
buscar amorosas aventuras . N o quise vestirme en
nuestra casa porque n o se advirt iese ; pero escogí
en el guardarropa el mejor vestido de mi amo , hiceun paquete y llev é le a casa de cierto b arb eri llo
amigo m ío , donde podía disfrazarm e libremente .
Vest íme allí lo mej or que pude , ayudándome el
barbero; y cuando nos pareció que ya no cabía
más , me encaminé hacia el prado de San Jerón imo , de donde estaba bien persuadido a que n o
volvería sin haber encontrado alguna fortun a ; pero
no tuve necesidad de ir tan lej os para hallar una
de las más brillantes .
Al atravesar una calle excusada, vi salir de unacasa pequeña y entrar en rm coche que estaba a
la puerta una señora ricamente vestida y muy her
mosa . Paréme a mirarla y la - saludé de manera
que pudo bien conocer que no me había di sgus
tado , y ella por sí me hizo v er que merecía mi
atención más de lo que yo pensaba , porque levan
tó disimuladamente e l velo y descubrió un mo
mento la cara más linda y graciosa del mundo .
Fuése en esto e l coche, y yo quedé en la calle sor
prendido de aquella aparición . qué hermosura !— me decía yo a m i m i smo ¡Cáspita ! ¡N o
256
me faltaba otra cosa para acabar de trastornarme !
¡Si las dos señoras que aman a Moji cón son t an
hermosas como ésta ; di go que es el ganapán más
dichoso de todos los ganapanes ! Estaría yo loco
con mi suerte si mereciese servir a una dama como
é sta .» Mientras hacía estas reflexiones , volví ca
sualmen t e los_
oj os hacia la casa de donde había
visto salir a aquella linda persona , y vi asomada a
la rej a de un cuarto baj o a un a viej a que me hizo
señas de que entrase .
Fuí volando a la casa, y en un a sala muy decen
temente amueblada encontré a la venerable y di
simulada viej a, que , t en i éndome cuando menos por
algún marqués , me saludó con mucho respeto y
me dij o : <<Sin duda , señor, que vuestra señoría ha
b ra formado mal juicio de una mujer que , sin te
ner él honor de conocerle, le ha hecho señal paraque entrase en su casa; pero juzgará más fav orab lemen t e de m i cuando sepa que no lo hago asi
con todos y que vuestra señoría m e parece algún
señor de la corte .» ((N O se engaña usted, amiga — le
interrumpí , avanzando la pierna derecha y ladean
do un poco el cuerpo sobre el costado izqui erdo
Soy , sin vanidad, de una de las mejores casas de
España .» <<Bien se conoce — prosiguió la vieja y
a cien leguas se echa de ver . Yo , señor , tengo gran
gusto , lo confieso , en servir de algo a las personas
de circunstancias , y éste es mi flaco . Habiendo
observado desde mi rej a que v uestra señoría mi
raba con mucha atención a aquella señoraque aca
baba de salir de aquí , me atrevo a suplicarle me
258
t a ahora ninguna he tropezado de esa especie .»
<<Pues bien— repuso la viej a venga vuestra se
ñoría mañana a esta misma hora y satisfará ese
deseo .» <<No faltaré— respondí y veremos si un
caballero mozo y gallardo pierde esa conqui sta .»
Volví a casa del b arb eri llo , sin empeñarme en
buscar otras aventuras hasta v er el éxito de la pre
sente . El sigui ente día , después de haberme vesti
do a lo señor , fuí a casa de la viej a un a hora antes
de la que ella m e había señalado . tSeñor — m e
dij o vuestra señoría ha venido muy puntual , a
lo que le estoy verdaderamente agradecida , aun
que és verdad que e l motivo lo merece bien . H e
visto a nuestra vindica , y las dos hemos hablado
mucho de vuestra señoría . En cargóme que nada
le di j ese de esto; pero h e cobrado tanto amor a
vu estra señoría , que no puedo menos de decirle
que ha quedado muy prendada de su persona y
que será un señor afo rtu nado . Hablando aquí entre
los dos , la tal viudi ta es un bocado muy apetitoso .
Su marido vivió poco tiempo con ella; fué un re
lámpago su matrim onio y se puede decir que casi
tiene el mérito de un a doncella .» Sin duda que la
buena viej a quería hablar de aquellas doncellas
putativas que saben vivir en el celibato sin echar
nada de menos .
Tardó poco nuestra heroína en llegar a casa de
la viej a , en coche de alquiler como e l d ía anteri or ,pero vestida con ricas galas . Luego que se dej ó -v er
en la sala salí al encuentro , dando principio a mi
papel por cinco o seis profundas cortesias a lo e le
259
gante ,acompañadas de garbosas contorsiones . Acer
cándome después a ella con mucha familiaridad , le
dij e : <<Reina m ía , aquí tiene usted a sus pies , en
este caballerito mozo , una de las más difíciles conquistas ; pero desde
.
que tuve ayer la dicha de ver
esos bellos oj os , astros de l más hermoso cielo , ni
un solo instante se ha borrado de mi imaginación
e l vivo retrato de t an perfecto origin al , de mod o
que enteramente ofuscó e l de ciert a duquesa que
ya comenzaba a poseer mi corazón .» ((Sin duda— respondió ella quitándose e l velo— que e l triunfo
es muy glorioso para m i ; mas ni por eso es muy
pura mi alegría , porque un señorito de vuestra
edad es natur almente inclinado a la var iedad y a
la mudanza , siendo tan dificultoso de fijar comoe l azogue o e l espíritu volátil .» <<Reina m ía — le re
pli qué si a usted le place, dejemos a un lado lofuturo y pensemos sólo en lo presente . Usted es
bella; yo la amo . Emb arquémonos sin reflexión
como lo hacen los marineros ; n o miremos a los pé
ligros de la navegación ; pongamos solamente los
oj os en los placeres que la acompañan .»
.Diciendo esto , m e arroj é precipitadamente a los
pies de mi º
n ínf a y , para imitar mej or a los e le
gan tes , le supliqué y aun importuné de un modo
urgente que me hiciese fe liz . Parec ióme algún tanto
conmovida con mis instancias ; pero juzgando sinduda que aun n o era tiempo de acceder a e llas ,m e alejó de si con cierto car iñoso enoj o , d i c i éndome : *Deténgase vuestra señoría , que me parece un
poco atrevido y me temo que sea aún más liberti
260
no .» señorita !— exclamé yo ¿Será posible
que usted aborrezca a un hombre a qui en aman
las mujeres de la primera tij era ? ¡Solamente a las
vulgares y aldeanas pareceri mal esas tachas !»
ya es demasiado !— repuso ella ¡Ya no
puedo más, y así , me rindo a razón t an poderosa !
Veo que con los señores són inútiles los espantos y
reparos; es preciso que un a pobre mujer ande la
mitad del camino . ¡Vuestra es ya la victoria !— añadi ó , aparentando un a especie de v ergii enza ,
como si padeciera mucho su pudor en aquella con
fesión Vos , señor, me habéis inspirado afec tos
que j amás he sentido por nadie . Sólo m e falta sa
b er quién es vuestra señoría para determi narme a
escogerle por amante . Téngole por un señor, y porun señor de nobles y honrados pensamientos . Contodo eso , n o estoy muy segura, y aunque …me con
fieso inclinada a su persona , no acabo de resol
verme a hacer único dueño de mi amor y mi te r
nura a un desconocido .»
Acordém e entonces del ingenioso modo con que
e l criado de don Antonio había salido de otro apur o
semejante, y queriendo yo , a ej emplo suyo , ser
tenido por mi amo , di j e a mi viuda : (¿N o tengo reparo de manifestaros mi
'
nombre y apelli do , pues
no es tan obscuro que me av ergi í en ce de confesar
lo . ¿Habéis oído hablar alguna v ez de don Matías
de Silva ?» <<Sí , señor— respondió ella y aun di ré
también que en cierta ocasión le v i en casa de un aamiga mía .» Turb óme un poco , a pesar de mi descaro , esta inesperada respuesta; pero serenando
262
ofrecía también que quizá podía ser una de las
chuscas más ladinas y refinadas . Con todo eso , me
inclinaba más a mirar la cosa por la mej or parte
que por la peor, y así , me mantuve firme en e l
buen concepto que había formado de la dama.
Habíamos quedado de acuerdo , cuando n os des
pedimos , en que n os volveríamos a v er el d ía si
guiente ; y con la esperanza de estar t an vec ino
a l colmo de mis deseos , me recreaba yo en pensar
que era infalible su logro .
Ocupado de t an risueños pen samientos llegué acasa de l barbero . Mudé de vestido y fui en busca
de mi amo , que sabía estaba en cierta casa de jue
go . H a llé le , con efecto , j ugando , y conocí que ga
naba , porque no era de aquellos jugadores serenos
que se enriquecen o arrui nan sin mudar de sem
b lan t e . Mi amo era burlón , y aun insolente , cuan
do le daba bien ; pero si perdía no había quien le
aguantase . L ev an t óse muy alegre del j uego y se
dirigió a l corral de la calle del Príncipe . Seguíle
hasta la puerta de l teatro , y allí m e puso en la
mano un ducado , diciéndome : “Toma , Gi l Blas ,
que quiero que entres a la parte en mi ganancia .
Vete a divertir con tus amigos , y a media noche
i rás a buscarme a casa d e Arseni a, donde he de
cenar en compañía de don Alej o Segui er .» Diciendo
e sto , en t róse en e l teatro , y yo me quedé di sou
rri endo en qué gastar mi ducado según la in t en
ción del donador; pero tardé poco en resolverme .
Presen t óse en aquel punto Clarín , criado de dori
Alej o , y llev é le conmi go a la primera taberna, don
263
d e estuvimos bebiendo y d iv i rt i éndonos hasta me
d i a noche . Desde allí n os fuimos a casa de Arse
nia , donde Clarín debía también hallarse , hab i éndosele dado la misma orden que a m i . Ab rión os la
puerta un lacayuelo y n os hizo entrar en una sala
baja , donde estaban dos criadas ,la una de Arse
ma y la otra de Florimunda , riéndose ambas a carc ajada tendida , mientras sus dos amas se estaban
d ivirtiendo en el cuarto principal con nuestros amos .
La llegada de dos mozos de buen humor que sa
lían de cenar b ien n o podía desagradar a aquellas
d amiselas , que acababan también de acomodarsec on las sobras de una cena , y cena de comedian
t as. ¡Pero cuál fué mi admiración cuando en una
d e aqu ellas criadas reconocí a mi viudita , a mi
a dorable viuda , que yo había tenido por un a mar
quesa o condesa ! Ella también me pareció n o me
n os sorprendida de v er a su querido don César deRibera convertido de elegante en lacayo . Sin em
bargo , nos miramos un o a otro sin turbarnos , yaun n os dió a entrambos t al tentación de risa , que
no pudimos reprim i rla ; después de lo cual , Laura—
que éste era el nombre de mi princesa retiran
d oma aparte mientras Clarín hablaba con la com
pañera , m e alargó con gracia la mano , diciéndomeen v oz baja : usted , señor don César !Dejém onos de quejas y , en vez de ellas , hagámonos
amistosos cumplimientos . Usted hizo su papel alas mil maravillas y yo no representé desgraciadamente el m ío . ¿Qué le parece del lance ? ¡Vaya ,c onfiese usted que me tuvo por un a de aquellas
264
damas que a veces se div ierten en imitar a las quehacen por oficio lo que ellas por burla !» <<Es v er
dad— le respondí pero , reina m ía , seas lo que
fueres, sabete que , aunque he mudado de forma ,no he mudado de parecer. Admite benignamentemi cariño y permite que acabe el ayuda de cámara
de'
don Matías lo que tan felizmente comenzó don
César de Ribera .» e¡Qui ta allá !— r epuso ella Ten
por cierto que t e amo m ás en tu propio original
que en el retrato de otro . Tú eres entre los hombres
lo mismo que yo entre las mujeres ; ésta es la ma
yor alabanza que puedo darte . Desde este mismo
punto t e recibo en el número de mis apasionados .
N o necesitamos ya de la v iej a para nada; puedesvenir aquí con libertad , porque nosotras , las da
mas de teatro , v iv imos sin sujeción, mezcladas con
los hombres . Convengo en que esto no a tod os pa
rece bien; pero el público se ríe , y nuestro oficio ,como tú sabes, es sólo divertirle .»
N o pasó la conversación más adelante porque
no estábamos solos . H ízose general ; fué v iva , a le
gre , festiva y llena de agudezas y de equívocos
nada difíciles de entender . L a criada de Arseni a,mi adorada Laura , superó a todos , mostrando más
ingeni o y más agudeza que v irtud . Por otra parte ,nuestros amos y las comedian tas reían arriba tan
descompuest amen t e , que se conocía no ser su con
v ersaci ón más seria n i más circunspecta que la
nuestra. Si se hubieran escrito todas las bellas cc
sas que se dij eron aquella noche en . casa de Arsen i a , creo que se habría compuesto
“un libro muy
266
Comieron todos en casa de Ségui er , y después
de comer se pusieron a jugar, para divertir el
tiempo hasta la hora de la comedia . Enton ces fue
ron todos al teatro del Príncipe , donde se repre
sentaba la nueva tragedia intitulada L a rei na de
Cartago . Acabada la representación, volvieron jun
tos a cenar donde habían comido , y toda la con
v ersac ión se la llevó la tragedia que acababan de
o ír y los actores que la representaron . ¿En cuanto
al drama— di j o don Matías hago poco aprecio de
é l , porque encuentro a Eneas más frío e insulso
que en la En ei da ; pero es preciso confesar que se
representó divi namente . Veamos lo que nos dice
e l señor don Pompeyo , porque sospecho que n o se
ha de conformar con mi sentir.» eSeñores— respon
dió aquel caballero sonr iéndose v eo a ustedes
t an pagados de sus actores y t an hechizados par
t i cularmen t e de sus actrices , que n o me atrevo a
c onfesar que en este punto no concuerdan nuestras
opiniones .» dicho— interrumpió burlándose
d on Al ej o porque aquí sería mal recibida la vues
t ra ! Haces bien en respetar las actrices a presen
c ia de los panegiristas de su reputación . Nosotros
vivimos y bebemos todos los días con ellas , somos
defensores de l primor con que representan , y si
fuere menester daremos testimonio de ello .» ((N º
lo dudo— interrumpió e l pariente y también pudieran ustedes darlo de su vida y costumbres , se
g ún l a familiaridad con que me parece las t ra
t an .» duda que serán mejores vuestras comed ian t as de dij o entonces zumb ándose el
267
marqués de Zen e t e . <<Sí , ciertamente— respondió
d'
on Pompeyo valen algo más que las de Madrid ;por lo menos hay algunas en quienes n o se nota
e l más mínimo defecto .» <<Esas tales— replicó e l
marqués— pueden contar con vuestras certifica
ciones .» <<Yo— repuso don Pompeyo— no tengo trato
alguno con ellas ni con curro a sus reuniones , y así
puedo j uzgar de su mérito sin preocupación ni parc ialidad . Pero , de buena fé— prosiguió ¿ estáis
verdaderamente persuadidos de que en vuestro
teatro tenéis un a compañ ia excelente ?» par
diez !— respondió e l marqués Yo solamen te de
f i endo un número muy corto de los actores y echo
a”
un lado a todos los demás . Pero n o me negaréis
que es admirable la pr imera dama que representa
e l papel de Dido . ¿N o lo representa con toda la
nobleza , con toda la majestad y con todo e l agrado
que nos figuramosl
en aquella desgraciada reina ?
¿Y n o habéis admirado e l arte con que interesa
al espectador en sus afectos , haciéndole sentir aquellos mismos movimientos diversos que excitan en
ella las diferentes pasiones ? Parece que se arroba
o que se exhala cuando llega a lo más delicado ypatético de la declamac ión .» <<Convengo— respon
dió don Pompeyo— en que sabe conmov er y enter
n ecer ; esto quiere decir que representa bien , pero
no que carezca de defectos . Dos o tres cosas m e
chocaron en ella . Por ej emplo : si quiere expresarun afecto de admiración o de sorpresa , vuelve y
revuelve aquellos ojos de un modo t an violento ytan fuera de lo natural , que verdaderamente dice
268
muy mal en la majestuosa gravedad de una prin
cesa. Añádase a esto que con engrosar la v oz , que
tiene naturalmente dulce y delicada , forma un so
nido bronco bastante desapacible . Fuera de eso ,
en más de un lugar de la tragedia hacía ciertas
pausas que alteraban u ofuscaban el sentido , dan
do motivo para sospechar que no comprendí a bien
aquello mismo quedecía . Sin embargo , qui ero más
bien suponer que estaba distraída que acusarla de
falta de inteligencia .» (<A lo que v eo— dij o don
Matías al censor v os n o os atreveríais a compo
ner versos en alabanza de nuestras cómicas .»
digái s eso !— respondi ó don Pompeyo Antes bien ,
descubro en ellas un gran talento a través desus defectos , y aun diré que m e encantó la quehizo papel de criada en el entremés . ¡Qué natura
lidad la suya ! ¡Con qué gracia se presentó en las
tablas ! Cuando tiene que decir algún chi ste , le sa
zona con cierta risi t a taimada llena de m i l gracias ,
que le añaden infini ta sal. Podrá quizá noté rsele
de que alguna vez se deja llevar algo de su viveza
y que pasa los lími tes de un desembarazo come
dido; pero n o hemos de ser tan rigurosos . Yo sólo
quisiera que se corrigiese de una mala costumbre
que ha tomado . Muchas veces , en medi o de un a
escena y en pasaj e serio , interrumpe de improvi
so la acción por dejarse llevar de un a loca gana
de reír que le da . Dirásem e , acaso , que entonces es
precisamente cuando más la aplauden los del pa
tio . ¡Grande aprobación , por ci erto !» qué nos
di ce usted de los comediantes ? - interrumpió el
270
les place , esos aplausos del vulgo . Frecuentemente
los da muy fuera de tiempo y contra toda razón ,
y por lo común aplaude menos el verdadero m é
rito que el falso , como nos lo enseña Fedro por
medio de una fábula ingeniosa . Perm i t idme que o s
la cuente : Jun tóse en un a gran plaza de cierta ciu
dad todo el pueblo para ver las habilidades que
hacían un os charlatanes titiriteros . Entre ellos ha
b ía un o que se llevaba los aplausos de todos . Este
bufón , al acabar otros varios juegos de man os ,quiso cerrar la función dando al pueblo un és
pectáculo nuevo . Dejóse ver solo en e l tablado ;cub ri óse la cabeza con la capa ; agachóse , y cc
men zó a remedar e l gruñido de un cochinillo , con
tanta propiedad , que todos creyeron que verdade
ram en t e tenía escondido debaj o de la capa algún
marran i t o verdadero . Comenzaron todos_
a gritar
que se quitase la capa; h ízolo así , y viendo que
n o tenía cosa alguna debaj o de ella , se renovaron
los aplausos y la grande algazara del populacho .
Un lugareño que estaba en el auditorio , chocan
dole mucho aquellas importunas expresion es de
necia admiración , gritó pidiendo silencio , y dij o :
<<Señores , sin razón se admiran ustedes de lo que
hace ese bufón . No ha hecho el papel del marran i t o
con tanta perfección como a ustedes les parece .
Yo lo sé hacer mucho mejor que él; y si alguno lo
duda , no tiene mas que concurrir a este sitio ma
ñan a a la misma hora .» El pueblo , preocupado ya
en favor del charlatán ,se juntó al día siguiente ,
aún en mucho mayor número que el anterior, más
27 1
para silbar al paisano que por divertirse en ver lo
que había prometido . Dejáron se v er en e l teatro
los dos competidores . Comenzó e l buf ón y fué másaplaudido que lo había sido nunca . Si guióse des
pués el labrador ; aga chóse cubierto con su capa ,tiró de la orej a a un m arran i t o que llevaba escon
dido debaj o del brazo , y e l animalito empezó a
dar unos gruñidos muy agudos . Sin embargo , e l
auditorio declaró la victoria por e l pantomimo y
atolondró al paisano con silbidos . No por eso se
turbó ni corrió e l buen lugareño ; antes bien , mos
trando el Iechon c i llo al auditorio , — dij ocon mucha socarron ería ustedes no me han sil
bado a m i , sino a l marrano ! ¡Miren ahora qué bue
nos jueces son !» ¿Primo— dijo don Alej o en v e r
dad que t u fábula pica que rabia. Con todo eso ,
a pesarde tu Iechon c i llo , nosotros nos mantenemos
en lo dicho . Mudemos de asunto— prosigui ó
porque éste ya me empa laga . ¿Conque tú estás ré
suelto a marchar ' mañana , sin hacer caso del gran
gusto que tendría yo en di sfr utar por más tiempo
de tu amable compañía ?» ((También quisiera yo
— respondió su pariente — gozar más despacio de la
tuya , pero no puedo . Ya t e dij e que vine a la cortea cierto negocio de Est ado . Ayer hablé al primerministro , mañana tengo que volver a verle y un
momento después me es preciso partir en posta
para rest i tuirm e a Lisboa .» <<Cát at e un portugué shecho y derecho - replicó Seg ui er y según todas
las señas , nunca vendrás a establecerte en Madrid.»
¡Creo que no— respondió don Pompeyo Tengo
272
la fortun a de que me quiere el rey de Portugal y
estoy bien hallado en su Corte . Pero ¿ creerás tú
que,n o obstante la bondad con que me di stingue ,
faltó poco para que saliese desterrado para siem
pre de sus dominios ?» ¿ ¿Cómo así ?— l e replicó don
Alej o ¡Cuén t anoslo , por tu v ida !» ((Con mucho
g usto — respondi ó don Pompeyo y al mi smo
tiempo os contaré también la historia de mis sucesos .»
CAPITULO VII
H istoria de don Pompeyo de Castro.
<<Ya sabe don Al ej o— prosiguió don Pompeyo
que desde mis más tiernos años me incliné a las ar
mas; y como en España gozábamos una paz octa
viana, tomé el partido de i r a Portuga l . De allí paséa Africa con e l duque de Braganza, que me em
pleó en su ej ército . Era yo un seg undo de los me
nos ricos de España, lo que m e puso en precisión
de distinguirme con hazañas que mereciesen la
atención del general . Hi ce mi deber , de modo que
e l duque me adelantó y me puso en paraj e de con
t inuar en e l servicio con honor . Después de una
larga guerra,“cuyo fin no ignoran ustedes , me de
di qué a seguir la Corte , y Su Majestad , por los
buenos informes que dieron de m i los generales ,m e gratificó con un a pen sión considerable . Agra
decido a la; generosidad del monarca, n o perdí oca
sión de manifestar mi reconocimiento . Pon íame en
274
mi opin ión cuando ella se dej o v er, con un aireverdaderamente noble y majestuoso . Sin embargo ,n o era lo que yo había pensado .
<<Caballero— m e di j o— a vi sta del paso que acabo
de dar en vuestro favor, sería inútil querer oculta
ros los tiernos afectos que habéis excitado en mi
corazón . N o penséis que éstos me los inspi ró e l
gran mérito que habéis mostrado hoy a vista de
toda la Corte , no por cierto ; este mérito no hi zo
mas que precipitar su manifestación . Os he vistomás de un a v ez , me h e in formado de quién sois y
el e logio que m e han hecho m e ha determinado a
segui r mi inclinación . Pero n o os lisonjeé i s prosi
guió ella— creyendo que habéis hecho la conquistade alguna duquesa . Yo no soy mas que la viuda de
un simple oficial de guardi as del rey ; lo único que
puede hacer gloriosa vuestra victoria es la prefe
rencia que os doy sobre uno de los mayores señores
del reino . El duque de Almeida me ama y hace
cuanto puede para ser correspondido , pero no lo
consigue y sólo admito sus obsequios por vani dad .»
»Aunque estas palabras me di eron a entender
que trataba con una chusca amiga de aventuras
amorosas , no dej é de mostrarme agradecido a mi
estrella por este encuentro . Doña Hortensia —
que
así se llamaba estaba en la flor de su juventud y
su extremada hermosura m e encantaba . Fuera de
esto , me ofrecía ser dueño de un corazón que se
negaba a las pretensiones de un duque . ¡Gran
triunfo para un caballero español ! Arrojéme a los
pies de Hortensia para rendirle gracias por sus fa
275
vores. Dl]616 cuanto podía decirle un hombre apa
sionado ,y creo que quedó muy satisfecha de las
vivas expresiones con que le aseguré de mi fidelidad y gratitud. Separámon os, quedando ambos los
mayores amigos del mundo , después de haber convenido en vernos todas las noches que n o pudiese
venir a su casa el duque , tomando ella a su cargo
avisarme muy puntualmente . A sí ' lo hizo , y yo
vine a ser el Adoni s de aquella nueva Venus .
»Pero los placeres de esta v ida duran poco . A
pesar de las precauciones que tomó Hortensia para
que nuestra amistad n o llegase a noticia de mi
competidor, n o dej ó de saber éste todo lo que nosimportaba tanto que ignorase . En t eróle de ello
una criada descontenta , y aquel señor , natural
mente generoso , pero altivo , celoso y arrebatado ,se indi gnó sobremanera de mi audacia . L a ira y
los celos le turbaron la razón , y , siguiendo sólo lo
que le dictaba su enojo , determin ó tomar venganzade m i de un modo infame . Una noche que estaba
yo en casa de Hortensia me esperó a la puerta
falsa del jardín, en compañ ía de sus criados , arma
dos todos de garrotes . Luego que salí hizo que se
arrojasen a m i aquel los canallas y les mandó que
me matasen a palos . fuert e !— les decía
¡Muera a garrotazos ese temerario , que con esta
infamia quiero castigar su insolencia .» Apenas dij o
estas palabras , cuando todos me asaltaron , y me
dieron tantos palos , que me dejaron tendido entierra, sin sentido . R e t i ráron se después con su amo ,
para quien aquella cr uel escena había sido el más
276
divertido espectáculo . Permanecí e l resto de la
noche en el estado en que me dej aron, has ta que
al romper e l día pasaron junto a m i algunas per
sonas que , observando que todavía respiraba , tu
vieron la caridad de llevarme a casa de un c i ru
j ano . Por fortuna, se advi rtió que n o eran morta
les los golpes , y tuve también la de caer en manos
d e un hombre hábil que me curó perfectamente
en dos meses . Al cabo de este tiempo volví a pi e
sentarme en la Co rte , donde proseguí en e l mismo
método que antes , pero sin volver a entrar en casa
d e Hortensia, la cual tampoco hiz o por su parte
d iligencia alguna para que nos v iésemos , porque a
e ste solo precio le había perdonado el duque su
infidelidad .
»Como todos sabían mi aventura y ninguno me
t en ia por cobarde se admi raban de verme t an se
reno como si n o hubiera recibido la menor a fren
ta, sin saber qué di scurrir de mi aparente indi ferencia . Unos creían que , a pesar de mi valor, la
calidad del agresor me conten ía y m e obligaba a
tragarme e l ultraj e ; y otros , con mayor funda
mento , n o se fiaban en mi silencio y miraban como
un a calma engañosa la sosegada situación que apa
rentaba . El rey pensó , como éstos , que yo no era
hombre que olv idase un agravi o sin tomar satis
facción de él y que no dejaría de vengarme cuan
do encontrase oportunidad. Para averiguar si ha
b ía adivinado mi pensami ento , me hiz o entrar und ía en su gabinet e y me di j o : ((Don Pompeyo , ya sée l lance que t e sucedió , y confieso que estoy ad
278
ción t an presto ; dame tiempo para pensar y encon
trar algún medio que os esté bien a los dos.»
señor !— exclamé yo , no sin alguna conmoción
¿Pues a qué fin m e obligó vuestra majestad a des
cub rirle mi secreto ? ¿Qué medio puede
(S i no encuentro alguno que te dej e satisfecho
interrumpió e l rey podrás ej ecutar entonces lo
que tienes pensado . No pretendo abusar de la con
fianza que me has hecho ; no sacrificaré tu honor ,y en esta conf ormidad puedes vivir muy tran
qui lo . »
»Andaba yo discurriendo qué medios podi a bus
c ar el rey para componer amigablemente este né
goc i o , y he aqui cómo lo dispuso . Habló a solas a
mi enemigo y le di j o : <<Duque , tú has ofendido a
don Pompeyo de Castro y no ignoras que es un ca
ballero ilustre a quien yo estimo y que me ha ser
vido bien . Es preciso que le des satisfacción .» <<Se
ñor— respondió e l duque no se la negaré . Si está
quej oso de mi proceder, pronto estoy a darle sa
t i sfacc ión con las armas .» <<Es muy diferente la que
debes dar— replicó el rey Un español noble co
noce muy bien las leyes del pundonor para querer
medir su espada noblemente con un cobarde ase
sino . N o puedo darte otro nombre, n i tú podrás
borrar la baj eza de una acción tan vil lana sino
presentando tú mismo un palo a tu enemigo y
ofreciéndote a que él te apalee por su mano .» a¡San
t o cielo !— exclamó mi enemigo Pues qué , señor ,
¿quiere vuestra majestad que un hombre de mi
clase se degrade y humille delante de un caballero
27 9
particular hasta llevar con paciencia algunos pa
los ?» ((N o llegará ese caso— respondi ó el rey Yo
obligaré a don Pompeyo a darme palabra de que
n o t e tocará; sólo exij o que le pidas perdón de tuviolencia , presentandole e l palo .» aSeñor— replicó
e l duque eso es pedirme demasiado y prefiero
e l quedar expuesto a las ocultas asechan zas de su
e noj o .» <<Aprecio tu vida — repuso el monarca y
quisiera que este asunto n o tuviera funestas résult as . Para terminarlo con menos disgusto tuyo ,seré yo solo testigo de dicha satisfacción , que t e
mando des al español .»
»Necesitó e l rey de todo su poder para conseguir
que el duque se suj etase a un paso tan hum illan
te , pero al fin lo logró . Env ióme después a llamar
v con tóm e la conversación que había tenido con
m i enemigo , preguntándome al mismo tiempo si
me contentaria yo con la satisfacción en que am
b os habían conveni do . R espon di le que sí y di pa
labra de que , lej os de ofenderle . ni aun siquiera
tomaría en . la mano e l palo que me presentase .
Dispuestas así las cosas, concurrimos el duque y
yo al cuarto del rey cierto d ía y a cierta hora , y
su majestad se cerró con nosotros en su gabinete .
—dij o al primero conoced vuestra falta ymereced el perdón !» Dióm e entonces sus disculpas
mi contrario y presen t óm e el bastón que t en ia en
la mano . aTomad , don Pompeyo , ese bastón— me
di jo el rey—
y n o os detenga mi presencia para
tomar venganza de vu estro honor ul trajado . Yo os
levanto la palabra que disteis de n o mal tratar al
280
duque .» ¡N o , señor r espondí— º basta que se haya
sujetado a ser apaleado por m i . Un español ofen
di do no pide mayor satisfacción .» ¿Pues bien— ré
puso el rey ya que los dos os dais por sat isfe
chos , podréis ahora tomar libremente e l partido
que se acostumbra entre caballeros , según el pro
ceder regul ar. Medi d vuestras espadas para termi
n ar él duelo .» es lo que y o deseo vivamente— di jo el duque con voz alterada y descompues
ta porque sólo eso es capaz de consolarme del
vergon zoso paso que acabo de dar !»»Dichas estas palabras , se retiró , colérico y ab o
chorn ado , y dos horas después me envió a decir
que m e esperaba en cierto sitio retirado . Acudiallá y le encontré dispuesto a reñi r en forma . Te
n ía unos cuarenta y cinco años y no le faltaba des
t raza ni valor, pudi éndose deci r con verdad que
era igual el partido . 4Veni d , don Pompeyo— me
di j o y terminemos de una v ez nuestras cont—i en
das . Uno v otro debemos estar airados; v os, por
el modo con que os traté , y yo por haberos pedi doperdón .» Diciendo esto , echó precipitadamente
mano a la espada, y tanto , que no me di ó tiempo
para responderle . Ti róme dos o tres estocadas con
la mayor presteza , pero tuve la fortuna de parar los
golpes . Acomet íle después y conocí que reñía con
un hombre t an diestro en defenderse como en aco
meter; y no sé lo que hubiera sido de m i a n o ha
b er tropezado é l y caído de espaldas cuando se
defendía retirándose . Detúv eme así que le vi en
tierra y le dije se levantase . c¿Por qué razón me
282
y qué remordimi entos siento a l oírlo ! ¡Con qué dolor y con cuánta v ergíi enza se me presenta a la
memoria e l ultraj e que os h ice ! Paré ceme ahora
muy ligera la satisfacción que os di en el gabinete
del rey . Quiero repararla de un modo más publi
co , y para borrar enteramente la infamia , os ofrez
co una sobrina mía, de cuya mano puedo dispo
ner; es una heredera rica, que aun no ha cumplido
qui nce años , y todavía más hermosa que j oven .»
»Di a l duque todas aquellas gracias que me po
d ía inspirar e l honor de enl azarme con su fami lia ,y pocos días después m e casé con su sobrina . Toda
la Corte se congra tul ó con aquel personaj e por ha
ber labrado la fortuna de un caballero a quien
había cubierto de ign ominia . Desde entonces acá ,
señores míos , vivo con el mayor gusto en Lisboa .
Mi esposa me ama y yo la amo . Su tío me da cada
día nuevas pruebas de ami stad y puedo preciar
me de que merezco un buen concepto a l rey ; y
prueba de su estimación es la importancia del ne
goc i o que de su orden me ha traído a Madrid .»
C A P I TU L O V I I I
Por qué accidente se ve precisado Gi l Blas a buscar
nuevo acomodo.
Esta fué la historia que contó don Pompeyo y
que oímos el criado de don Alej o y yo , aunque nos
mandaron que nos retirásemos antes que la prin
283
c ipiase . H i c imoslo así, pero nos quedamos a la
puerta de la sala , que de propósito dejamos en t or
nada , y pudimos oír todo lo que dijo , sin perderuna sola palabra . Prosigui eron después bebiendoaquellos señores y se separaron antes del día , por
que como don Pompeyo había de hablar por la
mañana a l min istro , era razón que le di esen tiem
po de reposar algún tanto . El marqués de Zen et e
y mi am o se despidi eron de aquel caballero , abra
zándole y dejándole con su parien te .
Nosotros , por esta v ez , nos acostamos al ama
necer , y al día siguiente mi amo me honró dándo
me otro nuevo empleo . (<G i l Blas— me dij o toma
papel , tinta y pluma para escribir dos o tres car
t as que quiero d ictarte , pues t e hago mi secreta
rio .» — di j e entre rn í ¡Esto se llama acre
cen t am i en t o de encargos ! ¡Lacayo para ir detrás
de mi amo a todas partes , ayuda de cámara para
ayudarle a vestir y secretario para escribirle las
cartas , dictándome su señoría ! ¡El Cielo sea loado
por todo ! ¡Voy, como la triforme Hécate , a representar tres muy di stintos personajes !» (T ú n o sa
bes— prosiguió mi am o— qué fin llevo en escribir
esta s cartas . Voy a decirtelo ; pero sé callado , por
que t e va la vida en ello . A cada paso tropiezo
con gentes que m e apestan alabándose de sus fé
li ces galan t eos, y yo quiero sobrepuj ar a su vanidad , para lo que he pensado llevar siempre en e l
bolsil lo varios billetes fingidos de diferentes damas
y leérselos cuando ellos hagan necio alarde de sus
triunf os . Esto m e divertirá un rato y seré más di
284
choso que todos mis compañeros , porque ellos so
li c i t an esas fortunas sólo por tener e l gusto de pu
b li carlas, y yo tendré el gusto de referi rlas sin losmalos ratos que trae con sigo e l pret enderlas. Pero
tú— añadió— procura desfigurar tu letra , mudando
la forma de manera que los papeles no parezcan
escritos de un a misma mano .»
Tomé , pues , pluma, ti nta y papel para ob ede
cer a don Matias , quien me dictó un billete en los
términos S i gui ente s : aAn oche faltaste a tu palabray n o te dej aste v er en el sitio concertado . ¡Ah
don Matías , no sé qué podrás decir para disculpar
t e ! Grande ha sido mi error, pero bi en has casti
gado mi van idad y la ligereza con que creía yo
que todas las diversiones , y aun todos los nego
cios del mundo , debían ceder al gusto de v er a
Doña Cla ra de Mendoza .» Después de este billete
m e hizo escribi r otro como de una dama que pos
ponía a un gran señor por amor a su persona; y
ot ro , en fin , en el cual otra dama le decía que ,
si estuv iera segura de su di screción , harían junt os e l v iaj e de Cite rea . No contentándose con hacerme escribir unos billetes tan bellos , m e obligaba a
que los firmase con e l nombre de varias señoras
muy distingui das . N o pude menos ' de decirle que
la cosa me parecía demasiadamente delicada , pero
me respondió secamente que nunca me metiese en
darle consej os mientras no m e los pidiera . Vime
precisado a callar y obedecerle . Acab óse de v es
tir, ayudándole yo ; metió los billetes en e l bolsillo
y salió de casa . Seguíle y fuimos a la de don Juan
286
b lan t e airado— son enteramen te falsos , en partien
lar e l de doña Clara de Mendoza, de que tanta os
tentaci ón hacéis . N o hay en España señorita más
recatada y honesta que ella . Dos años ha que la
obsequi a un caballero que no os cede en n a c im i eñ
to ni en prendas personales y apenas h a podido
conseguir de ella los más inocentes favores , siendo
así que se puede lisonj ear de que , si fuera capaz
de conceder alguno , a ningún otro sino a él se los
dispen saría .» qui én os d ice lo contrario ?— re
pli có mi amo en un ton o burlón Yo n o me apar
to de que es un a señorita muy honesta . Yo también
soy muy honesto caballerito . Conque debéis creer
que nada pasaría que no fuese hon est ísimo .»
eso ya pasa de raya !— interrumpió don Lope—4 .
Dejémonos de chanzas . Vos sois un impostor y
j amás doña Clara os dió cita para de noche . No
puedo tolerar que manchéis su reputación . Tam
poco a m i m e permite ahora la prudencia deciros
lo demás .» Y diciendo estas palabras miró con
arrogancia a los concurrentes y se retiró con un
aire que anunciaba las malas consecuencias que
podría'
t en er aquel negocio . Mi amo , que teni a bas
tante valor para un señor de su carácter , hiz o
poco caso de las amenazas de don Lope .
tonto ! — exclamó dando un a carcajada ¡Los ca
b alleros andantes sólo defendían la sin par hermo
sura de sus damas ; pero éste quiere defender l a
sin pa r hon esti dad de la suya , lo que me parece
empeño todavía más extravagante !»
L a retirada de Velasco,a la que en vano quiso
287
oponerse Moncada, n o descompuso la fiesta . Los
caballeros,sin parar la atención en ello , pros1gu1e
ron alegrándose y no se separaron hasta el am a
n ecer. Mi amo y yo n os acostamos a las cinco de
la mañana . El sueño ya m e rendía y hab ía hechoánimo de dormir bien , pero echaba la cuenta sin la
huéspeda , o , por mejor decir, sin nuestro portero , el
que una hora después m e vino a despertar y a decirme que estaba a la puerta de la ca lle un mozo
que preguntaba por m i . ( ¡Ah , maldito portero !— di j e bostezando , entre enfadado y dormido
¿N o consideras que sólo ha un a hora que me acosté ?Di a ese hombre que estoy durmiendo y que vucl
v a más tarde .» eDi ce — respondi ó el portero— que
tiene precisión de hablarte luego luego , porque es
cosa urgente .» Lev an t ém e a estas palabras , po
ni éndome solamente los calzones y un a a lm i lla , y
echan do mil pestes fuí a v er lo que me queria e l
mozo que me buscaba . <<Am igo— le dij e ¿ qué ne
goc i o tan urgente es el que m e proporciona la hon
ra de verte tan de mañana ?» <<Una carta— respon
di ó— que tengo que entregar en mano propia al
señor don Matías y es preciso la lea cuanto antes .
Su conteni do es de la mayor importancia , y así ,t e ruego que m e lleves a su cuarto .» P ersuadido de
que debía de ser alguna cosa de grande consecuen
cia , me tomé la licencia de ir a despertar a miamo . <<Perdone vuestra señoría — le di j e— si le v en
go a interrumpir el sueño ; pero la
di antres me dijo enfadado . <<Se
ñor — dijo entonces el mozo que me acompaña
288
b a es una carta de don Lope de Velasco . que
debo entregar a usía .» In corporóse don Matías,
tomó el billete , leyóle y dij o con mucho sosiego
al criado de don Lope : (¡Hijo , yo nunca me levan
to hasta medi odía aunque me conviden para la
mejor diversión del mundo . ¡Mira ahora si me le
van taré a las seis de la mañana para ir a reñir !
Dile a tu amo que , como me espere hasta las doce
y medi a en el sitio que me di ce , seguramente nos
veremos en él; dale esta respuesta .» Y diciendo
esto v olv ióse a echar y tardó muy poco en que
darse de nuevo dormido .
A las once y media se levantó y vistió con gran
di sima pachorra. Sali ó de casa , di ciéndome que por
aquella v ez m e dispensaba de seguirle ; pero yo no
pude resistir a la curiosidad de ver en lo que para
b a aquel negocio . Fuime tras de él a lo largo hasta
el prado de San Jerónimo , donde vi a lo lej os a don
Lope de Velas co, que le estaba esperando . Escondi
me donde sin ser v isto pudi ese observar a los dos,y v i que se juntaron y que un momento después
comenzaron a reñir. Duró mucho la pendencia, pe
leando uno y otro con mucha destreza y con igual
valor; pero al fin se declaró la v ictoria por don Lope ,quien de un a estocada pasó de parte a parte a mi
amo, dejándole tendi do en tierra y huyendo muy
satisfecho d e haberse v engado . Corrí acelerado a
don Matías ; ha llé le sin sentido y casi muerto , es
pec táculo que me en tern ec ió tanto, que n o pude
menos de echar a llorar por ver un a muerte parala cual , sin pensarlo , había yo serv ido de instru
290
con algún dinerillo , no me di prisa a buscar nueva
conveniencia; por otra parte, me había hecho muy
delicado sobre este particular . Ya n o gustaba deservir a gente común y plebeya , y aun entre lanoble quería examinar bien antes el empleo que
me querían dar. Aun el mejor no me parecía so
brado para mí , persuadido de que todo era poco
para quien había servido a un caballero rico , mozo
y elegante .
Esperando a que la fortuna me ofreciese un a
casa cual yo me imaginaba merecer, juzgué no po
día emplear mej or mi ociosidad que en dedicarme
a obsequi ar a la bella Laura, a quien no había vis
t o desde el día en que nos desengañamos los dos
t an graciosamente . No me pasó por el pensamiento
volver a vestirme a lo don César de Ribera . Sería
un a grande extravagancia d isfrazarm e ya con aquel
traj e, y más cuando mi propio vestido era bastante
decente , pudiendo pasar por un término medio en
tre don César y G i l Blas , sobre todo hallándome
bien calzado , peinado y afeitado con ayuda de mi
amigo el barbero . En este estado fuí a casa de Ar
seni a , y encontré a Laur a sola en la misma sala
donde en otra ocasión le había hablado . Exclamóluego que me vió : milagro es éste ? ¿Eres tú ?
¡Paré ceme que sueño , porque t e creí muerto o que
te habías perdido ! Hace siete u ocho días que t e
di j e podías venir a verme; mas , a lo que veo , n o
abusas de la libertad que t e conceden las damas .»
Discu1pém e con la muerte de mi amo y con las
ocupaciones a que dió lugar, añadiendo muy cor
29 1
t esan am en t e que aun en medio de ellas tema siem
pre muy presente en el corazón y en la memoria a
mi amada Laura . ( Siendo así— me dij o ella se
acabaron ya las quejas , y te confesaré que tambiént e h e tenido yo muy presente . Luego que supe la
desgracia de don Matías , me ocurrió un pen sam i en
t o , que acaso n o te desagradará . Días ha que oí
decir a mi ama que se alegraría de encontrar un
mozo que supiese de cuenta s y gobierno de un a
casa , para ser su mayordomo y. llevase razón del
d inero que se le entregara para el gasto de ésta .
Inmediatamente puse los oj os en tu señoría,pare
c i éndome que serías e l más a propósito para este
empleo .» ((También me parece a mí— respondí yo
que le desempeñaría a las mil maravillas . H e leído
las Econ omi as de A ri stó teles , y , por lo que toca a
llevar una cuenta , ése ha sido siempre mi fuerte .
Pero , hij a m ia — añadí una sola dificultad me
impide entrar a servir a Arsenia .» d i f i cul
replicó Laura . ((Hé jurado— repuse — n o ser
vir j amás a gente común , y lo peor es que lo juré
por la lagun a Estigia . Si el mismo Júpiter no se
atrevió a violar este juramento , mira tú cuán todeberá respet arle un pobre criado .» ( ¿A quién llamas tú gente común ?— replicó Laura con mucho
despego ¿Por quiénes tien es tú a las comedian
t as ? ¿Paré cet e que son por ahí algunas ab ogad i llaso algunas procuradoras ? ¡Sabete , amigo m ío , que
las comedian t as son nobles y arch in ob les por los
enl aces que contraen con los primeros personajesd e la Corte !» ((Siendo así— le d ije cuenta conmi
292
go , hij a m ía , para ese empleo que m e destinas ;pero con tal que no m e degrade ni me haga valer
menos de lo que soy .» tengas miedo de eso !
— repuso Laura Pasar de la casa de un elegantea la de una heroína de teatro es hacer e lmismo pa
pel en e l gran mundo . Nosotras estamos en un a
misma línea con las personas de la primera distin
ción ; e l mismo aparato de cuarto , la mi sma mesa,y , en realidad , es menester que se n os confunda
con ellos en la vida civil . Con efecto— añadió si
se“
consideran bien un marqués y un comediante ,en e l discurso de un d ía vienen casi a ser un a mis
ma cosa. Si e l marqués , en las tres cuartas partes
del d ía , es superior al comediante , el comedi ante ,en la otra cuarta parte , supera mucho más al mar
qués, porque representa el papel de emperador o
de rey . Esta , a mi v er , es un a compensación de
nobleza y de grandeza que nos iguala con las per
sonas de la Corte .» ((Así es, por cierto— respond'
s in d uda que estáis a ni vel unos con otros . Los cc
mediantes no son ya gentuza , como pensaba yo
hasta aquí , y me has metido en gana de servir a
un gremio tan distinguido y tan honrado .» ((Me ale
gro— repuso ella y no tienes mas que volver de
aqui a dos días . Me tomo este tiempo para ir pre
parando a mi ama a fin de que te reciba. Le hablaré
en tu favor; puedo algo con ella y me persuado que
lograré que entres en casa .»
Di las gracias a Laura por su buena voluntad ,
asegurándole quedaba sumamente reconocido a sus
finezas , con expresiones tales que no podía dudar
294
le . así, Laura ? — exclamó ella ¿Qui én t edió noticia de t an bello mozo ? ¡Ya estoy viendo
que me irá muy bien con é l !» Y volviéndose a m i :cQuerido— me dij o tú eres e l que yo buscaba y
el que verdaderamente me acomoda . Sólo tengo
que decirte una palabra : estarás contento conmigo
si me sirves bien .» R espondi le que haría cuanto estuviese de mi parte para agradarla en todo . Viendo
que estábamos acordes, me despedí prontamente
para ir a buscar m i hatillo y volver a tomar pose
si ón de la nueva casa .
CAPITULO X
Entra Gi l Blas a servir demayordomo en casa de
Arsenia; informes que le da Laura de los comediantes.
Era poco más o menos la hora de la comedia'cuando mi nueva ama me dij o la siguiese al teatro
en compañía de Laura . Entramos en el vestuario ,y allí , quitándose e l vestido que llevaba , se puso
otro magnífico para presentarse en la escena . Así
que empezó la representación, me llevó Laura a
un sitio desde donde podíamos oír y ver perfecta
mente . Desagradóme la mayor parte de los repre
sen tan t es, sin duda porque ya estaba predispuesto
cont ra ellos en virtud de lo que le había oído a don
Pompeyo . Con todo eso , fueron muy aplaudi dos ,
295
aunque algunos me hicieron acordar de la fábula
d el Iechon ci llo .
Tenía Laura gran cuidado de i rm e d i c i endo el
nombre de los comediantes y comed i an t as conf or
me iban saliendo al teatro : y n o contenta con n om
b rarlos, hacía un retrato satírico de cada uno .
((Este— decia — es un atolondrado ; aquél , un inso'
lente ; aquella melindrosa que ves , cuyo aire es más
descarado que gracioso , se llama R osarda y fué
muy mala adquisición para la compañía. ¡Más v aldria que se marchara con la que se está formando
de orden del virrey de Nueva España y v a a salir
inm ediatamente para América ! Mira bien aquel ast ro luminoso que acaba de presentarse , aquel bello
sol que va caminando a su ocaso : llámase Casilda ,y si cada uno de los amantes que ha tenido la
hubiera con t rib uido con un a piedra labrada para
fabricar un a pirámide , como dicen que en otro
tiempo lo h izo cierta reina de Egipto , podría haber
erigi do un a que llegase al tercer cielo .» En fin , a
cada cual fué pegando Laura su parchec i t o . ¡Quémala lengua ! ¡N i aun a su misma ama perdonó !
S in embargo de esto— conf ieso mi flaqueza
estaba yo apasionado de ella, aunque su carácter,moralmente hablando , nada tenía de bueno . De
todos decía mal , con tanta gracia , que me gustaba
hasta su misma malignidad . En los intermedios se
levantaba para ir a v er si Arseni a n ecesi t ab á algo ,y en v ez de volver prontamente
, se entretenía tras
del teatro a recoger los requiebros y lisonjas quele decían los hombres . Una vez la segu í para ob
296
serv arla y vi que tenía muchos conocidos . Not éque tres comedi antes , uno en pos de otro , la detu
vieron para hablarle , y observé que gastaban demasi ada fam iliar idad . No me agradó esto mucho ,y por la primera v ez de mi vida comencé a expe
rimen t ar lo que eran los celos . Volv íme m i sitio
tan pen sativo y melancólico que Laura lo echó de
ver luego que volvió . tienes , G i l Blas ? — m e
preguntó admirada ¿Qué negro humor se apo
deró de ti desde que t e dej é ? Muestras un semb lan
t e triste y sombrío que no sé a qué atribuirlo .»
((Y lo peor es , reina m ía , que es con sobrada razón —le respondí Me parece que andas algo suel
ta, y esto me da que pensar a m i más que a ti mi
sentimiento . Yo mismo acabo de verte muy alegre
y divertida con los Al oír esto , dij o
ella , soltando una grandísi ma carcajada : ( ¡Vamos
claros , que es gracioso el motivo de tu pesadum
bre ! Pues qué , ¿de tan poco te espantas ? ¡Eso es
un a friolera ! Y si estás algún tiempo con nosotrosverás otras mi ] lindezas . Es menester, hij o mío ,que te vayas haciendo a nuestras mañas . Entre
nosotros no se gastan hazañerías ni mucho menos se
usan celos . En la nación cómica , los celosos se lla
man ridículos , y así , apenas se en cuentra un o . Pa
dres , maridos , hermanos , tíos , primos , todos son la
gente más bien avenida del mundo , y muchas veces
ellos fn i smos son los que establecen sus fami lia s .»
Después de haberme exhortado a no sospechar
mal de ninguno y a n o inqui et arm e por nada de
cuanto viese , m e declaró que yo era el feliz mortal
298
acostumbrado a hacer e l papel de héroe , los trata
b a también sin cumplimi ento , brindaba a su salud
y hacía los honores de la mesa . fe— dij e entre
mí— que cuando Laura me dij o que un marqués
y un comediante eran iguales parte del día , pudo
añadir que aun lo eran mucho más por la noche ,pues la pasan bebiendo juntos toda ella !»
Arseni a y Florimun da eran naturalmente a le
gres . O curri éron les mil di chos chistosos , y algo más ,mezclados con favorc ill os y monerías muy celebra
das por aquellos rancios pecadores. Mientras m i
ama conversaba inocentemente con uno , su am i
ga , que se hallaba entre los dos , no hacía cierta
mente e l papel de Susana con ellos . Yo estaba considerando atentamente aquel retablo— que , a la
verdad , tenía muchos atractivos para un mozo de
mi edad— cuando se sirvieron los postres . Enton
ces puse en la mesa botellas de licores con sus co
pas correspondi entes y me retiré a cenar con L au
ra , que me estaba esperando . ((Y bien , Gi l Blas— me di j o ¿qué te parece de esos señores que has
visto ?» ((Sin duda — le respondí son los cortej os
de Arsenia y de Florimunda .» ((Te engañas— replicó
ella son mi os viej os volu'
ptuosos que galantean
a todas sin fi j arse en ninguna . Se contentan sólo
con un poco de agrado, y son tan generosos que
pagan bien los leves fav ores que se les conceden .
Florimunda y mi ama están ahora si n amantes ,a Dios
'
gracias ; hablo de aquellos amantes que qui eren alzarse con la autoridad de maridos y que sean
para sí solos todos los gustos de la casa , porque
299
el gasm de olla . Yo soy de Opin ión que una
de juicio debe huir de todo lo que huele a
eño particular. ¿A qué fin suj etarse a ning unola domine ? Más vale ganar poco a poco a lha
que comprarlas de un a v ez a costa de tan im
pertinente suj eción .»
Cuando Laura est ab a de hum or de parlar , lo que
le acontecía casi de continuo , nada le costaban las
palabras : tanta era la soltura de su leng ua . L os se
ñores y los comedi antes se retiraron al fin con Flor imunda , acompañándola hasta su casa .
Luego que salieron , me dió diez doblones mi
ama , diciéndome : (Toma , Gi l Blas , ese dinero parae l gasto . Mañana vienen a comer cinco o seis de
mis compañeros y compañeras ; procura regalarn os
bien .» tSeñora— le respondí con diez doblones
me atrevo a dar una suntuosa comida aunque sea
a toda la cuadrilla cómica .» es eso de cua
dri lla?— repuso ella ¡Mira cómo hablas ! N o se
debe llamar cuadrilla , sino compañía . Se dice muy
bien una cuadrilla de bandidos o de holgazanes ;puede decirse una cuadril la de autores o de poe
tas , ¡pero guárdate de volver a decir cuadrilla de
c omediantes ! La nuestra es compañía,y, sobre
todo , los actores de Madrid merecen bien que a sucuerpo se le dé este nombre .» Pedí perdón a mi
ama de haber usado de una expresión tan poco
respetuosa , suplicándole di sculpase mi ignorancia
y protestando que siempre que hablase de los se
ñores representantes de Madrid colectivamente di
300
CAPITULO XI
Del modo como vivían entre si los comediantes ycómo trataban a los autores de comedias.
Al día sigui ente , muy de mañana , salí a campa
ña , para dar principio a mi empleo de mayordo
mo . Era vigilia , y por orden de mi ama compré
buenos pollos , conejos , perdi ces y otras fri oleras
d e semejante especie . Como los señores cómicos n o
están contentos de los ritos de la Iglesia , con respecto a ellos n o observan con mucha puntualidad
sus mandami entos . Llevé a casa más comida de la
que bastaría para alimentar a doce personas hon
radas los tres días de Carn est olendas . La cocinera
tuvo bien en qué divertirse toda la mañana . Mien
tras ella cuidaba de aderezar la comida , se levantó
Arseni a de la cama y se sentó al tocador, donde
estuvo hasta mediodía . Llegaron entonces los se
ñores comedian tes Ricardo y Casimiro . A éstos se
siguieron dos com edi an t as, Constanza y Leonor ;un momento después se dej ó ver Florimun da , acom
pañada de un hombre que tenía toda la traza de
un caballero majo : el cabello peinado a la última
moda, un sombrero con un ala levantada y su
penacho de plumas en figura de ramillete , calzo
nes ajustados , ropilla bordada con flores de oro y
medio desabrochada, por donde se descubría unaf in ísima camisa guarnecida de ricos encajes , guan
tes y pañuelo de Cambray deli cadísimo , metidos
302
para quitarse vein te años por lo menos . Fuera deeso, es el hombre más pagado de sí mismo quequizá se encontrará en toda España . Pasó los ocho
primeros lustros de su v ida en una completa ign o
rancia , y para hace rse sabio encontró después un
cierto preceptor que le enseñó a deletrear en griego
y en latín . Aprendió de memoria una mu ltitud de
cuentos y chistes , que a fuerza de repetirlos se h a
llegado a persuadir de que son suyos efect iv amen
t e . H ácelos veni r a la conversación aunque sea
arrastrándolos por los cabellos , y se puede decir de
él que luce su entendimiento a costa de su memo
ri a . Finalmente , se d ice que es un gran actor , y locreo piadosamente ; pero te confieso que nunca me
ha gustado . Algunas veces le oigo declamar aquí ,y , entre otros defectos , es muy visible el de un a
pronunciación tan afectada y con un a voz tan.
trémula, que da cierto aire antiguo y ridículo a su
declamac ión .»
Tal fué e l retrato que la señora Laura me hizo
de aquel histrión honorario , de quien puedo decir
con verdad que n o h e visto mortal de un aspecto
más orgull oso en todos los días de mi vida. Quería
hacer también e l chistoso y discreto , sacando de
su mollera dos o tres cuentos que n os encaj ó en
tono grave y bien estudiado . Por otra parte , las
comedi an t as y comediantes , que ciertamente n o
habían venido a callar, tampoco estuvieron mu
dos . Comenzaron a hablar de sus camaradas au
sentes a la verdad de un modo poco caritativo ;pero esto es menester perdonárselo tanto a los co
303
medi antes como a los autores . Acaloróse un poco
la_
conv ersac i ón a expensas del prój imo .
sabido , amigas— dij o Casimiro e l nuevo pasaj ede
.nuestro compañero Cesarino ? Compró esta ma
ñan a un par de medi as de seda , cintas y enca jes ,haciendo después que un paje se los llevase al en
sayo como de parte de cierta condesa .» bri
b on ada ! — exclamó el señor Ven t olería con cierta ri
sita vana y m ofadora En mi tiempo se usaba
más realidad . Ning uno pensaba en semej antes fic
ciones . Es verdad que aun las damas de mayor
distinción nos ahorraban la ruindad y e l trabajo
de inventarlas , pues tenían el capricho de ir ellas
mismas en persona a comprar lo que nos regala
b an .» — repuso Ricardo en el mismo tono
que ese capricho aun n o se les ha pasado ! Y si fue
ra lícito decir todo lo que uno sabe en este pun
Pero es fuerza callar ciertos lances , part i cu
larm en t e cuando tocan a personas de su posición .»
(S eñores— in terrumpió Florimunda suplico a us
tades dejen a un lado esos lances y buenas fortunas , puesto que todo e l mundo las sabe , y hable
mos algo de nuestra Ismen i a . H e oído que se le
ha escapado aquel señor que gastaba tanto con
ella .» ((Es muy cierto— respondió Constanza y
aun diré más : también a caba de perder un rico
mayordomo , a quien sin remedio hubiera dejadosin cam isa . L o sé originalmente . Su mensajero hizoun qui d pro que , llevando al señor un billete que
era para el mayordomo y al mayordomo una carta
que escribía al señor .» ((Dos grandes pérdidas»,
304
añadió Florimun da . a¡0 h !— replicó prontamente
Constanza Por lo que toca a la del señor, es
poco importante , pues ya había consumido casi
toda su hacienda; pero e l mayordomo ahora co
m en zab a su carrera. N o ha pasado aún por la adua
na de las coquetas , y así , es una pérdida muy digna
de llorarse .»
A esto , poco más o menos , se reduj o la conver
sac ión ant e s de comer, y sobre e l mismo asunto
continuó durante la comida . Y como nunca aca
haría yo si hubiese de referir cuantas especies se
tocaron , todas de murmuración o de fa tuidad , e l
lector llevará a bien que las suprima , para contarle
e l modo con que fué recibido un pobre diablo de
autor que llegó a casa de Arsenia hacia e l fin de la
comida .
Entró nuestro lacayuelo donde estaban c om i en
do,y en voz alta dij o a mi ama : ((Señora , ahí está
u n hombre con la camisa sucia y lleno de cazoa
rri as hasta el cogote, que , con perdón de ustedes ,tiene traza de poeta , y dice que desea hablar a
usted .» (Hazle subir— respondió Arsenia ¡Nada
de cumplimientos , señores— añadi ó que es un
autor !» Efectivamente , era un o que había com
puesto cierta tragedia admitida por la compañ ia
y traía e l papel que había de representar mi ama .
Llamáb ase Pedro de Moya . Al entrar, hizo cinco
o seis profundas cortesias a los concurrentes , sin
que ninguno de ellos se levantase ni siquiera le
saludase . Solamente Arsenia le correspondi ó con
un a simple inclinación de cabeza . Fuése acercan
306
para echarles a perder . Tengo bien conocidos a
esos pobres diablos y por eso mi smo sé que si lostratáramos de otra manera presto se olv idarían delo que son y nos perderían el respeto . Trat émoslos ,
pues , como esclavos , y no temamos que les apure
m es la paciencia . Si , enfadados , se ret iraren de
nosotros algún tiempo , n o durará mucho; la manía
de escribir les hará presto volver a buscam os , y
darán gracias a Dios si nos dignamos de represen
tar sus obras .» ( Tienes mucha razón— d ij o enton
ces Arseni a solamente perdemos aquellos auto
res cuya fortuna labramos con nuestra habilidad ,
pues luego que los hemos acreditad o y puesto en
paraje de que tengan que comer se dan a la ocio
sidad y ya n o quieren trabajar; pero al f in —la
compañía se con sire la y el público tiene menos que
padecer . »
Aplaudieron todos este parecer y quedaron en
que los autores , a pesar de lo mal que los trataban
los comedi antes,siempre les estaban muy obli ga
dos , porque les eran deudores de todo lo que t e
nian . Así los abatían los h i striones , haciéndolos i n
feri ores a ellos y ciertamente n o podían despre
c ia rlos más .
CAPITULO XII
Toma Gi l Blas inclinación al teatro, entregase en
teramente a los pasatiempos de la vida cómica ydentro de poco se disgusta de ella .
Los convidados se quedaron hablando sob remesa
hasta que llegó la hora de ir al teatro , y entonces
marcharon todos a él . Segui los y v i también la co
media que se representó aquel día, la que me g ustó
de man era que hice ánimo de n o perder n inguna .
Así m e fuí insensiblemente acostum brando a los
actores : a tanto llega la fuerza de la costumbre .
L leváb anme particularmente la atención aquellos
que hacían más gestos y daba n más gritos en las
tablas , y n o era yo el ún ico de este gusto
N o m e causaba menos agrado la discrecron de
las piezas que el modo de representarlas . Algunas
verdaderamente me embelesaban; sobre todo aque
llas en que se dejaban v er a un mismo tiempo en
el teatro todos los cardenales o los doce pares de
Francia . Sab ia de memoria muchos pasos de aque
llos incomparables poemas . Acuérdome de que en
dos d ias aprendí toda entera un a comedia famosa ,in titulada La rei na de las flores . La rosa era la
reina , que tenía por con f iden t a a la v ioleta y por
escudero al jazmín . N o había para m i obras mejores que las parecidas a éstas , persuadido de que
daban mucho honor a nuestra nación .
N o me contentaba con adorn ar mi memoria con
308
los trozos más selectos de estas bellas producc io
n es dramáticas , sino que también me apliqué a
perfeccionar el gusto , y para consegui rlo con acier
t o , escuchaba con la mayor atención e l parecer de
los comedi antes . S i alababan un a pieza , yo la é s
timaba, y despreciaba todas aquellas de que les
o i a hablar mal . Pare c iame que eran t an i n t e ligen
tes en piezas teatrales como los d iaman t ist as en
piedras preciosas . Sin embargo , observé que la tra
gedia de Pedro de Moya fui muy aplaudida , aun
que ellos habían pronosticado que todos la silba
rían . Pero n o bastó esta experiencia para que su
crítica se m e h iciese sospechosa, y antes qui se
creer que el público carecía de gusto y discerni
miento que dudar de la i nf alib i li dad de la compa
ñía . N o obstante , m e aseguraban todos que ordi
nariamen te eran recibidas con aplauso aquellas co
medi as nuevas de que los actores formaban mal
concepto y , por el contrario , si lb adas casi todas
las que ellos más celebraban. Decíanme que era
regla general suya hablar siempre mal de las obras ,y me citaban mil ej emplares de algunas que ha
b ían desmentido sus decisiones . Todo esto fué me
n ester pa ra que al cabo me desengañase .
N o se me olvidará jamás lo que sucedió un d ia
en que se representó un a comedia nueva . H ab iales
parecido a los comedi antes fría y fastidi osa , adelan tándose a pronosticar que e l audi torio n o la
veria con clui r. Con esta preocupación representaron la primera j ornada, que mereció grandes aplausos. Admi rólos mucho esto . Representaron la se
310
señores ya viej os de que hablé antes , concur rían a.
ella varios elegan tes y n o pocos hij os de familia, queen contraban en los usureros todo el dinero que hab ían menester para arrui narse . Alguna vez recibían
también a ciertos agentes de quienes se serv ían ,
los cuales , en v ez de ser pagados por su trabajo ,
les pagaban a ellas por que se dejaran servir .
Florimunda vivía pared por medio de Arseni a,y todos los d ias comían y cenaban juntas . Estaban
las dos tan unidas , que causaba admi ración a las
gentes v er tanta armonía entre cort esanas y se
cre ia que tarde o temprano se rompería su amistad
por algún ob sequi an t e ; pero conocían ma l a t an
perfectas am igas , porque era muy íntima su unión ;en lugar de ser celosas , como las demás mujeres ,hacían vida común. Gustaban más de repartir en
tre si los despoj os de los hombres que de di sputar
se neciamente sus amorosos suspiros .
Laura, a ej emplo de estas dos ilustres compañe
ras, aprovechaba también e l tiempo , n o dej ando
malograr lo más florido de sus años . H ab íame ella
dicho que v ería mi l lin dezas y no me engañó . Con
todo eso , yo no hacía el celoso , por haberle prome
t ido que procuraría adoptar el espíritu de la com
pañia . Disimulé por algún tiempo , contentándome
con preguntarle e l nombre de los suj etos con quie
n es la veia a solas en conversación; pero siempre
me respondía que era un t io o un primo carnal
suyo . ¡Oh y cuánta multitud de parientes t en ía !
Su familia debía de ser más num erosa que la del
rey Priamo . Mas n o era negocio de atenerse ún i
3 !l 'l
camente a su inf inita parentela : hacia tamb i én sus
sa lidas fuera del árbol gen ealógico y no se olv ida
b a de ir de cuando en cuando a representar e l pa
pel de señora v iuda en casa de la v ieja de antaño .
En fin , Laura —por dar a l lector un a idea cabal de
su persona— era tan j oven, tan linda y tan alegre
como su ama , excepto que ésta di vert ía al pueblopúb licamente y la criada sólo lo hac ia en secreto .
Yo cedí al torrente , y por espacio de tres semanas
me entregué a todo género de placeres y pasat i em
pos; pero debo decir que en m edi ó de e llos me sen
t ía atormentado de crueles remordimi entos , efecto
de mi educación, que llenaban de amargura todas
mi s delicias . N o triunfó la disolución de tan salu
dab les remordimi entos ; a l contrario , eran mayores
cuanto más m e abandonaba a mis desórdenes . Co
menzaron éstos a causarme horror, gracias a mi
natural complexión . d esv enturado !— me de
c ía yo a m i mismo ¿Es esto lo que esperaba de
ti tu fami lia ? ¿N o t e bas taba haberla engañado
tomando otra carrera que la de preceptor ? El v er
te precisado a servir, ¿ t e di spensa de cumplir con
las leyes de h ombre de bien ? ¿Paréce t e que t e pue
de servir de algún provecho vivir entre gente t an
viciosa ? En unos reina la envidia , la ira y la ava
ri ci a ; el pudor v la v ergi i enza están desterrados de
otros ; éstos se entrega n a la intemperancia y a la
pereza ; aquéllos , al orgullo y a la insolencia. ¡Esto
se acabó ! ¡N o quiero v ivir más con los siete pecados
capitales !»
FIN DEL TOMO PR IMER O
314
Pági nas .
CAPÍTULO XII .— Delmodo poco gustoso con que fué inte
rrumpida la conversaci ón de la señora y de Gil BlasCAPÍTULO XIII. — Por qué casuali dad sale Gi l Blas de lacárcel y a dónde se encami nó despuésCAPÍTULO XIV. Reci b imi ento que le hi zo en Burgos doñaMenc
_
ia
CAPÍTULO XV . De qué modo se vist i ó Gi l Blas, del nuevoregalo que le hi zo la señora y del equipaje en que sali óde BurgosCAPÍTULO XVI. — Donde se ve que ni nguno deb e fi arsemucho de la prosperidadCAPÍTULO XVII , — Part i do que tomó Gil Blas de resultas
del triste suceso de la casa de posada
LIBR O SEGUNDO
CAPÍTULO I.— Entra Gil Blas por cri ado del li cenciado Cc
di llo; estado en que éste se hallab a y retrato de su ama .
CAPÍTULO II . — Qué remedios sumi ni straron al canónigohab iendo empeorado en su enfermedad, lo que resultóy qué dejó a Gi l Blas en Su testamento.
CAPÍTULO III . — Entra Gi l Blas a servir al doctor Sangredoy se hace famoso médi co.
CAPÍTULO IV.— Prosigue Gil Blas ejerci endo la Medi ci na
con tanto acierto como capacidad . Aventura de la sor
t i ja recob radaCAPÍTULO V.
— Prosigue la aventura de la sort i ja; dejaGil Blas la Medi cina y se ausente de ValladolidCAPÍTULO VI . — A dónde se encaminó Gi l Blas después quesali ó de Valladoli d y qué especie de homb re se incorporó con é l
CAPITULO VII . — Historia del manceb i llo b arb eroCAPÍTULO VIII . — Encuentro de Gil Blas y su compañerocon un hombre que estaba mojando mendrugos de panen una fuente y conversaci ón que con é l tuvi eron .
CAPÍTULO IX .— Estado en que encontró Diego a sus pa
ri entes y cómo Gil Blas se separó de é l después de hab er part i cipado de ci ertas diversiones
LIBRO TERCERO
CAPÍTULO I.— Llegada de Gi l Blas a Madrid , y primer
amo a qui en si rvió alli .CAPÍTULO II . — De la admi raci ón que causó a Gi l Blas el
encuentro con el capitán Rolando y de las cosas cu
ri eses que le contó aquel bandolero.
CAPÍTULO III . — Deja Gil Blas a don Bernardo de Castelblanco y entra a servir a un elegante .
CAPÍTULO IV.— Hace Gi l Blas amistad con los criados de
los elegantes; secreto admirable que éstos le enseñaronpara lograr a poca costa la fama de hombre agudo ysingular juramento que a instanci a de ellos hi zo en una
cena .
CAPÍTULO V.— Vese Gil Blas de repente en lances de amor
con una hermosa desconocida .
CAPÍTULO VI . — De la conversación de algunos señores sob re los comedi antes de la compañía del teatro del
PríncipeCAPÍTULO VII . — Historia de don Pompeyo de Castro.
CAPÍTULO VIII .— Por qué accidente se ve precisado Gi l
Blas a buscar nuevo acomodoCAPÍTULO IX .
— Del amo a qui en Gi l Blas fué a servir des
pués de la muerte de don Mat ias de Si lvaCAPÍTULO X .
— Entra Gi l B las a servir de mayordomo en
casa de Arseni a; informes que le da Laura de los co
medi antesCAPÍTULO XI . — Del modo como vi vi an entre si los come
di antes y cómo trataban a los autores de comedi as.
CAPÍTULO XII . — Toma Gi l Blas incli naci ón al teatro, en
tregase enteramente a los pasatiempos de la vida có
mi ca y dentro de poco se di sgusta de ella
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LIBROS DELA NATURALEZA
El conteni do de las obras que fºrman esta seri ede li bros edi tadºs por CALPE es rigurosamenteci ent i fico está al cºrri ente de los últimos progresos de las ciencias naturales. Garant ia de ello
son los autores de esas obras, tºdos los cuales
fi guran entre los na tural istas de ma yor autºridad en nuestro pa is.
V A N P U B L I C A D O S
animales fami liares, por An gel Ca brera ,
profesor en el Museo Nacional de Ci enciasNaturales . Un volumen de 96 páginas , 42 di e.b ujes y 6 lámin as fuera de texto , con 13 fotograb ados en papel estucado .
La vida de la Tierra, por J . Dan ti n Cereceda ,
profesor en e l Instituto de San Isidro de Madri d . Un volumen de 96 páginas , 21 dibujos!y 6 láminas fuera de texto , con 10 fot ograb ados en papel estucado .
El mundo alado, por A ngel Ca brera , profesoren el Museo Nacional de Ciencias Naturales .
Un volumen de 96 págin as , 27 dibujos y 6 láminas fuera de texto , con 11 fotograbados enpapel estucado .
El mundo de los minerales, por Lucas Fernán
dez N ava rro, profesor en la Universidad de
Madrid y en el Museo Nacional de CienciasNatura les . Un volumen de 96 págin as , 43 dib ujes y 6 láminas fuera de texto , con 10 fot ograb ados en papel estucado .
El mundo de los insectos, por An ton i º de Zulueta , profesor en e l Museo Nacional de Ciencias Naturales . Un volum en de 96 páginas ,4 1 dibuj os y 6 lám inas fuera de texto , con
12 fotograbados en papel estucado .
Los animales salvajes, por An gel Ca brera , pro
f esor en el Museo Nacional de Ciencias Naturales . Un volumen de 96 págin as, 24 dibuj osy 6 láminas fuera de texto , con 10 fot ogra
bados en papel estucado .
Peces de mar y de agua dulce, por An gel Ca
brera , profesor en el Museo Nacional de Ciencias Naturales . Un volumen de 96 ' páginas ,40 dibujos y 6 láminas fuera de texto , con 1 1fotograbados en papel estucado .
La vida de las plantas, por J . Dan ttn Cereceda ,
profesor en e l Instituto de San Isidro de Madri d . Un volumen de 96 páginas , 3 1 dibujosy 6 láminas fuera de texto , con 1 1 fotograb ados eu papel estucado .
Los animalesmicroscópicos, por An gel Ca brera ,
profesor en e l Museo Nacional de CienciasNaturales . Un volumen de 96 págin as, 42 dibujos y 6 láminas fuera de texto , con 10 fotograbados en papel estucado .
La vida de las f lores, por J Dan ttn Cereceda ,
profesor en el Insti tuto de San Isidro de Ma
drid . Un volumen de 96 págin as, 31 dibuj osy 6 lám inas fuera de texto , con 11 fot ograb ados en papel estucado .
Todas las obras de esta colecc i on se vendenprecio de pesetas cada libro y llevan articas cubiertas de l gran dibujante Bagaria
impresas a c inco t intas .
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