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Ángeles y Mariposas
Matías Zitterkopf www.matiaszitterkopf.com.ar
Diseño de Cubierta:Sonia Nievas y Carolina Varela
Depósito legal:Biblioteca Nacional de Canadá
ISBN: 978-1-926828-05-3
Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo elmundo:© 2010, Ediciones MUZA Inc. Canadá
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electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Tampoco podrá ser reproducida o almacenada
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Agradecimientos
Antes que nada quiero dar gracias a Dios por
iluminar mi camino y hacerme sentir su presencia cada día
de mi vida.
A mis padres, por darme la vida y apoyarme en mi
educación junto a mis maestros, pues nunca hubiese
aprendido a leer y escribir.
A mis hermanos y amigos, por ser muchas veces mis
críticos literarios y soportarme cuando hablo de mis sueños
e ideas.
A los lectores, por seguir creyendo en la magia de
los libros y ser tan pacientes.
A mis dos amigas y colegas, Sonia Nievas y
Carolina Varela, por haberme brindado su ayuda. No
siempre se conoce a personas geniales y yo lo he hecho.
A los blogueros que han prestado su gigante ayuda
desinteresada para lo que fue una campaña de promoción
muy buena.
En fin, gracias a los que siempre me apoyan por
hacerme sentir bien con lo que hago y a los que no
creyeron en mí, por hacerme más fuerte.
Más allá de la ventana abierta, el aire de la mañana
está henchido de ángeles.
Richard Wilbur
ÍNDICE
Prólogo ....................................................................5Capítulo Uno: Despertares ......................................6Capítulo Dos: Amigos...........................................23Capítulo Tres: Bastian...........................................39Capítulo Cuatro: Noticias......................................57Capítulo Cinco: Preguntas y Respuestas ..............84Capítulo Seis: Salvada.........................................102Capítulo Siete: Baile ...........................................120Capítulo Ocho: Pérdida Irreparable ....................134Capítulo Nueve: Alas ..........................................146Capítulo Diez: El Junco ......................................169Capítulo Once: Tiempo .......................................184Capítulo Doce: Palacio de Tul ............................193Capítulo Catorce: Confrontación ........................227Capítulo Quince: La Propuesta ...........................235Epílogo: Decisión Final.......................................242Acerca de.............................................................249
ÁNGELES Y MARIPOSAS
5MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
Prólogo
Viví casi diecisiete años libre de problemas, sin
prestar atención a los demás, porque estaba encerrada en
una burbuja.
Me sentía aislada del mundo exterior, sin interés ni
ganas de cambiar ese estado. Tenía una coraza alrededor
que no me permitía ver que había algo más fuera del
mundo que me había creado en mi habitación.
Sin duda, haber venido a Puerto Azul cambió todo
completamente, ya que hizo que mi antigua vida cambiara
por completo.
Al poner un pie fuera de mi mundo inventado,
encontré a aquellos que estudiaban conmigo, la vida social
que se comenzaba a tejer, y con ésta, los dramas, las
peleas, la alegría y el amor.
Cuando en el camino pierdes lo que más aprecias
con el alma, cuando pareces quedarte sin respiración por el
dolor cortante, allí están ellos brillando: tus amigos y amor
prohibido. Ellos llenan ese vacío.
Sabía que estaba pecando mortalmente al
enamorarme. Aunque sentía que a él le pasaba lo mismo.
Me amaba, pero estaba rompiendo las reglas al hacerlo.
Entonces, sufría igual que yo: en silencio.
Tal vez cuando uno siente que es verdad en cada
célula del cuerpo, ese amor no es tan prohibido. Porque al
final de todo, es el amor el que nos lleva a tomar las
decisiones más difíciles.
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Capítulo Uno: Despertares
Ángel de la guarda, dulce compañía, no me
desampares ni de noche ni de día, no me dejes sola sino
me perdería…
Anoche después de dar mil vueltas en la cama, en
una búsqueda interminable del sueño y cuando estuve
cerca de dormirme, repetí cinco veces esa oración que mi
madre me enseñó cuando era pequeña.
A pesar de que tenía dieciséis años, por alguna
extraña razón que no comprendía, la seguía diciendo.
Rezaba esa plegaria cada vez que me iba a dormir, con mis
dedos entrecruzados sobre el pecho, porque me hacía
sentir tranquila y protegida cuando las sombras de la
oscuridad se movían en la penumbra de mi habitación.
El hecho de saber que en algún momento de la
noche él estaba ahí, de pie a mi lado y cuidándome de todo
mal, hacía que olvidara los pequeños problemas de
adolescente solitaria que había tenido durante el día.
No tenía una imagen definida de mi ángel guardián,
porque él jugaba a las escondidas y no se dejaba ver. Tal
vez me estaba volviendo loca, pero las cosas se habían
tornado demasiado reales para mí. Al menos yo sí creía en
él.
El sueño de la noche de anterior fue igual de intenso
que los demás. Siempre pasaba lo mismo; era casi una
rutina que estaba obligada a vivir todas las noches, cuando
el silencio se apoderaba del mundo.
Me veía parada cerca de la ruta, nerviosa y con una
fuerte idea en la cabeza. Los autos que pasaban a gran
velocidad eran borrosos frente a mis ojos. El vestido
blanco y liviano que llevaba puesto comenzaba a flotar
cuando la brisa proveniente de un bosque cercano llegaba
hasta mí, acarreando hojas secas. Nadie parecía querer
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ayudarme o preguntarme si estaba bien, lo que me llevaba
a la conclusión de que era invisible para ellos.
En lo más profundo de mi ser estaba el sentimiento,
las ganas de querer dar un paso adelante, cerrar los ojos y
esperar al primer automóvil que quisiera quitarme la vida.
Lo que no entendía era el motivo que me llevaba a tomar
esa decisión. Yo sabía que nunca pensaba en esas cosas
horribles. Era como sentirme tentada a cometer el error.
Pero siempre en el instante en que estaba por tomar
la drástica decisión, alguien me tocaba el hombro
izquierdo. Me dejaba completamente paralizada, como
congelada. Por un lado parecía estática, pero mis sentidos
estaban más alerta que nunca. Podía oler los perfumes que
el viento llevaba. Los ruidos que llegaban hasta mis oídos
eran fuertes. Podía ver las cosas con mucha nitidez, a pesar
de que estaba oscuro.
Siempre giraba sobre mis pies lentamente, asustada,
para ver quién era el que estaba parado detrás de mí y allí
estaba él, pero un tanto más lejos. Aunque no podía
distinguir su cara ni sus ojos, sabía, porque lo sentía en
todo mi cuerpo que ya estaba acostumbrado a su presencia,
que era el mismo ser que me cuidaba por las noches.
Entonces entendía que mis sentidos eran mejores, pero el
de la vista me jugaba en contra cuando lo quería ver.
En el preciso momento en que me acercaba a
acariciar y mirar su rostro, alguien de la vida real me
impedía hacerlo y me devolvía a la vida. Tenía la
sensación de que era él quien no deseaba mostrarse, pero
cada vez estaba más segura de que era mi protector.
Me desperté dando un salto al escuchar los gritos de
papá, provenientes del piso de abajo.
“Amelie, Amelie es hora de levantarse”. ¿Lo había
dicho o gritado? Me puse la almohada en la cara, llena de
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rabia, porque otra vez alguien había interrumpido mi
sueño, en el momento más importante. No tenía
despertador sobre la mesa de luz, porque con los gritos de
mi familia tratando de despertarme todas las mañanas no
era necesario.
“Ya voy. Sólo un segundo más”, traté de decir y me
di cuenta de que mi voz se escuchaba áspera, seca y
cansada, debido a que no había podido pegar un ojo la
noche anterior. Esos sueños eran tan reales que me
cansaban demasiado. Tomaban toda la energía que tenía.
Luego no podía hacer más que levantarme, con finas líneas
rojas en mis ojos. Parecía salida de una película de terror,
una zombi, o algún monstruo de esa clase. Pero por suerte,
papá siempre se acordaba de comprarme unas gotas, que
hacían que la irritación se fuera en minutos, porque ni loca
saldría a la calle con esos ojos.
Salir a la calle era un decir, ya que no era una de mis
actividades preferidas, porque yo no era como las demás
chicas, no me interesaban las mismas cosas, porque las
consideraba banales.
Mis padres trataban de obligarme a que saliera a la
vida, pero a mí no me importaba demasiado. Tal vez se
reprochaban el hecho de que mi forma de ser tenía que ver
con el trabajo de papá. Una vez escuché a mi madre
culpándolo por mi personalidad. Hasta mi pequeña
hermana tenía más amigos que yo. El sólo hecho de tener
uno, era más de lo que yo tenía. Llegué a plantearme si era
así cómo quería vivir y supuse que la respuesta era: no.
Martina, mi hermana menor, entró corriendo y abrió
las ventanas, porque sabía que era la única forma en que
podía despertarme. Los rayos de sol que ingresaban,
quemaban mis ojos, que aún no habían sido expuestos a las
gotas. Entonces, no tenía otra solución que levantarme
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para empezar con mi rutinaria aburrida y antisocial vida, a
la cual estaba demasiado acostumbrada.
“¡Arriba remolona, es hora de levantarse!”, gritó mi
hermana, con la voz más aguda que haya podido escuchar
en una nena de seis años. A veces temía por los vidrios y
las cosas hechas de cristal que se encontraban en la casa.
Sabía que era de tonta, pero creía que los vidrios podían
estallar, como pasaba en las películas. ¿Todos tenían que
gritar en mi familia?
Luego de esa manera obligada de despertar,
dábamos paso a una cacería, en la que la perseguía hasta el
piso de abajo. Las cosquillas eran su punto débil. Entonces
cuando la tenía entre mis manos, la hacía reír por un
minuto completo y quedaba realmente agotada, dolorida de
tantas carcajadas que dejaba salir de su pequeño cuerpo.
Tal vez si alguien lo veía de afuera, yo parecía un
tanto infantil para mi edad, aunque dieciséis años no
significaba ser adulta. Sabía que había otras chicas que no
jugaban con sus hermanos, porque sus mentes estaban
ocupadas con otras cosas que no tenían que ver con niños.
A mí era lo que más me gustaba, pues los momentos que
compartía con Martina eran de lo mejor y también escasos,
ya que me la pasaba casi todo el día en el colegio de doble
turno.
“¡Amelie! Deja de hacerle cosquillas a tu hermana,
sabes que le hace mal”, era lo primero que decía mamá
cuando nos escuchaba corretear por el living. Tenía la idea
de que reír era perjudicial para la salud, pero yo pensaba
todo lo contrario. Cuando estaba triste, que pasaba muy a
menudo, me acordaba de cosas graciosas y me alegraba al
instante. Toda la mala energía se iba.
Mamá tenía un cerebro impresionante, al menos eso
es lo que yo creía. Mucha gente decía que las mujeres
podían hacer varias cosas a la vez. Yo era la excepción,
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porque era distraída y torpe con mis movimientos,
entonces era mejor hacer sólo una cosa bien (cuando
podía). Mamá era diferente y pensaba que al crecer, tal
vez, obtendría sus habilidades. A pesar de que estaba
haciendo miles de cosas al mismo tiempo, estaba
pendiente de cada sonido, se daba cuenta de todo lo que
pasaba a su alrededor y siempre tenía una respuesta para
todo.
Después de atacar a mi hermana y recibir el reto,
enseguida corría a la cocina donde estaba mamá, bajo la
mirada cómplice de mi padre. Esperaba cautelosamente
hasta que tuviera mil cosas más que hacer, así la
encontraba desprevenida y le hacía cosquillas por detrás.
Como ella estaba preparando nuestro desayuno, lo que
amaba hacer, utilizaba en su defensa los elementos a su
alcance como armas para el contraataque. Generalmente
eran tostadas, pero sabía que el día que me arrojara un
frasco de mermelada o una manzana grande por la cabeza,
me iba a arrepentir de atacarla. Y así eran y habían sido
mis despertares hasta ese día y pensaba, que así seguirían
siendo.
Luego frente al espejo del baño, mientras me
cepillaba los dientes con una pasta dental que papá nos
obligaba a usar y que a mí no me gustaba, recordaba lo
sucedido minutos atrás y no podía evitar reír de las
tonterías que hacía una chica, que ese año cumpliría
diecisiete.
Mi habitación parecía brillar con la luz solar que
entraba por la ventana, abierta de par en par. Me quedé
mirando todo, inmóvil, como si fuera la primera vez que lo
hacía.
Mi cuarto no había cambiado en nada, por varios
meses. El color durazno, que todos confundían con rosado,
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aún estaba en las paredes, contrastando con las blancas y
largas cortinas que llegaban hasta el suelo.
Mi amor o devoción por las mariposas se notaba.
Tenía unos cuantos móviles de ellas en varios lugares.
Algunas eran metálicas, otras de vidrio pintado, pero
mariposas en fin.
Al lado de la puerta estaba mi amada biblioteca, con
todos los libros que había leído y los que me faltaba leer,
definitivamente mi posesión más preciada, junto con las
mariposas móviles. La habitación era mi refugio cuando el
aburrimiento constante de mi vida se hacía presente.
Me puse unos jeans gastados, una camisa blanca de
mangas cortas con pequeños botones y entallada. Até mi
pelo ondulado en una cola, con una cinta azul y lo dejé
caer sobre mi hombro izquierdo. Tal vez la forma de
peinarme era anticuada, patética o “muy de princesa”, pero
me gustaba. Me hacía recordar a Kate Winslet en Titanic,
ya que mi pelo era colorado también. Odiaba que me
dijeran: “ahí va la colorada”, aunque tan poca gente se
acordaba de mí, o me prestaba atención, que no debía
preocuparme por eso.
Fue en ese momento, al sentir mi cabello reposar
sobre el hombro, que me acordé de la mano tibia en el
sueño, y como siempre que eso me pasaba, moví
lentamente los ojos hacia la ventana. Desde ella se podía
ver la parte superior de la catedral, las dos altas torres que
querían tocar las nubes. No sabía por qué, pero el escuchar
las campanas sonar a cada hora me daba escalofríos.
“¡Amelie! ¿Qué te dicen las palabras DESAYUNO
y COLEGIO?”, me gritó mamá desde el pie de las
escaleras, seguramente con mi taza de té ya en la mano,
enfatizando las dos primeras “obligaciones” de mi día.
“Además de que odio escucharlas, me tengo que
apurar”, le respondí en tono de burla, tomando el bolso con
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mis libros. Antes de salir, me aseguré de no olvidar nada,
porque eso me ocurría con frecuencia.
Mientras bajaba, al ver a mi madre esperándome, me
sentí como Rose en Titanic, bajando la gran escalera de
madera. Sí, por segunda vez y en los pocos minutos de
estar despierta, pensé en Titanic. ¿Qué tan patético podía
ser eso? No más patético que haberla visto cientos de
veces y conocer los diálogos de memoria, pero amaba esa
película.
En la mesa de desayuno de la cocina, todo pareció
ser normal, la misma imagen de siempre. Papá estaba
absorto en las noticias del diario y con la cara casi
escondida tras él. Mamá y mi hermana estaban hablando
de tarea escolar. Mamá también le daba respuestas a papá,
sobre las noticias que él le comentaba. Otra vez, la vi
haciendo varias cosas al mismo tiempo. La miré y sonreí,
ella también lo hizo.
Mientras comía una tostada con manteca y
mermelada de frutilla, me acordé de la historia de mi
nombre: Amelie. No era por ser arrogante, pero me
encantaba mi nombre.
Al parecer, a mamá le gustaba mucho una bailarina
que se llamaba así. Era bastante famosa, según decía.
Lamentablemente y en un mal salto, se rompió un tobillo y
nunca más pudo volver a bailar. Mi madre pensó que tal
vez podría hacer un poco de justicia poniéndome a mí ese
nombre. Como era de esperar, también me obligó a
estudiar danza clásica, aunque no le resultó. El traje y las
zapatillas especiales aún estaban guardados, ya que ni
Martina quiso usarlos. Las dos preferíamos jugar a la
pelota con papá, para decepción de ella y alegría de él, que
no tenía un hijo varón.
El colectivo rojo hizo sonar su bocina fuertemente
frente a la puerta de mi casa. Todos nos levantamos de un
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salto. Nos despedimos apresuradamente sin cruzar muchas
palabras. Martina y yo nos subimos de inmediato, porque
sabíamos que al conductor no le gustaba esperar.
Hacía casi un año nos habíamos mudado a Puerto
Azul, porque papá era político y consiguió ganar las
elecciones como intendente en esta ciudad, la que parecía
ser la más conveniente en todos los aspectos. Tuvimos que
dejar Santa María, en donde mi padre ejercía su cargo
porque empezaron a llegar, y volverse cada vez más
graves, amenazas y ataques por parte de sus opositores. El
día en que una nota en papel azul atado a una roca atravesó
la ventana de nuestro living rompiendo el vidrio en mil
pedazos, papá se puso paranoico con nuestra seguridad. La
nota decía: cuida mucho a tu familia. Llegué a odiar a los
tontos que hicieron eso, porque papá se obsesionó y
contrató dos guardaespaldas que custodiaban la casa casi
todo el día y me seguían a todos lados. Y fue así que me
convertí en una adolescente cerrada, protegida y que
confiaba más en los personajes y héroes de libros que en
las personas. Pero luego papá cambió, dejó de preocuparse
tanto y despidió a los guardaespaldas, por lo que di gracias
a Dios y nos mudamos de inmediato a la nueva ciudad.
Esta era más chica, tranquila. Los colegios eran muy
buenos, y mis padres creían que nos llevaríamos bien con
las personas porque estas eran amigables. Al menos eso,
ellos le demostraban a papá, lo apreciaban mucho, pero yo
creía que amarían a cualquier intendente nuevo que no
fuera un tirano como el anterior. Tuvimos que volver a
empezar. Otra vez me tuve que acostumbrar a las pocas
cosas que me alejaban de mi casa y mi habitación. Una de
las más terribles era el colegio y en su dirección iba ese
día.
Todavía no lograba llevarme bien con nadie ni tener
mejores amigos, a pesar de que faltaban dos meses para
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que terminaran las clases. Tampoco buscaba que los demás
se interesaran en mí. Estaba tan acostumbrada a ser
solitaria que sólo necesitaba hablar conmigo misma. Pero
tenía el presentimiento de que todo iba a cambiar pronto y
esa era una buena habilidad que tenía, porque estos
siempre resultaban ser verdad.
Todos los días me sentaba sola en el colectivo, cerca
de la ventana. Martina ya tenía sus amigas, así que me
abandonaba. Pero bueno, no podía arrastrarla a mi mundo
de “bicho raro”. Ella se bajaba unos minutos antes en su
escuela y venía corriendo a darme un beso, para desgracia
del conductor, que quería que se apresurara a bajar.
Después de recorrer la misma calle, el colectivo se
detuvo en el lugar que se detenía todos los días. Los demás
chicos de años inferiores, bajaron corriendo. Así que los
que aún estábamos arriba, oliendo el perfume de naranja
con el que el colectivero perfumaba el transporte, nos
quedamos atascados esperando a que ellos bajaran.
Sentí la mano de Leo en mi espalda. Él iba a mi
curso, se sentaba cerca y se notaba que le interesaba, pero
nunca nos decíamos más que: “hola” o “perdón”, en
momentos como esos en los que por un “descuido” suyo
me tocaba. Le sonreí, escondiendo mi rabia, bajé del
colectivo, cerré los ojos dos segundos, respiré hondo y
miré la puerta vidriada de entrada, como si fuese una
guillotina en la que estaba a punto de perder mi cabeza.
“A la selva otra vez Amelie, sé fuerte” me dije a mi
misma, resignada y empecé a avanzar sin ganas, esperando
que ya llegara el final del largo día.
El colegio parecía un típico centro educativo
norteamericano, sacado de una película, serie televisiva o
libro, porque no había visto en la ciudad otro igual.
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Las “clases” de chicos estaban bien marcadas,
visibles, todas estereotípicas, pero reales, lo que era difícil
de creer. Si uno no creía en estereotipos, con sólo vernos,
se haría creyente al instante.
Estaban las chicas populares, bellas, maquilladas
como para una fiesta, con ropa de marcas conocidas y
caras, usando celulares que ni siquiera estaban a la venta
en los negocios de la ciudad. Siempre caminaban rodeadas
por un séquito de otras chicas, que no les llegaban ni a los
talones, pero que de todos modos, trataban de alimentarse
de esa magia, que la realeza juvenil-estudiantil, parecía
tener. No sabía cόmo muchas aprobaban las materias con
sus reducidos intelectos, pero había que darles el mérito
por ello.
Luego estaban los deportistas, tal cual y como se
veían representados en algunas películas o series
televisivas. Preocupados por que la masa muscular de sus
cuerpos incrementara y por ganar el torneo de fútbol anual,
contra el Colegio Saint Mary’s, el enemigo eterno del
nuestro, el Highland. ¿Quién habrá pensado en los
nombres?
Las populares y deportistas siempre se llevaban
bien, era la naturaleza. Terminaban convirtiéndose en
novios antes de graduarse y se iban a estudiar juntos a la
universidad. Tal vez compartían la única neurona que
tenían, por eso se llevaban tan bien y soportaban su
arrogancia compartida.
Después existían los estudiosos, hambrientos de
desafíos, como de olimpiadas matemáticas para demostrar
cuánto sabían. No faltaban a ninguna clase, por más que el
mundo se estuviera destruyendo. AMABAN ser amigos de
sus profesores, trataban de conseguir sus teléfonos o
direcciones de correo electrónico, para sentirse un paso
más cerca de ellos, de la inteligencia superior. ¡Dios Mío!
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En el último lugar de todos, se encontraban los
solitarios, o sea yo, Nadia y Alexis (mis dos únicos
“especie” de amigos), la clase más rara e inferior de todo
el colegio. No sabía si estaba bien arrastrar a esos dos
chicos a mi clase, de la que era la líder, pero como nunca
los veía hablar con nadie más que ellos mismos, pensaba
que esa era su clasificación.
Los de mi clase eran los que amaban las novelas, a
diferencia de los otros que preferían los manuales, se
movían en grupos extremadamente reducidos, no tenían
vida social, pero sí disponían de tiempo de observación
para ponerse a hacer un profundo análisis de las clases
existentes en la escuela secundaria: Highland.
Al final, entre miradas de envidia, celos y rabia nos
movíamos todas las clases juntos, como una masa
uniforme por el pasillo, para ingresar a nuestras aulas a
soportar la cantidad de horas de estudio que nos esperaban.
El llegar a mi clase era siempre satisfactorio, porque
el pequeño detalle de ver el cartel blanco que decía
CUARTO AÑO, y saber que el aula del lado era el último
nivel, me ponía más que contenta. Sabía que era buena
alumna y aprobaría todas las materias.
“Sólo un año más en esta selva superficial y serás
libre, Amelie”, me dije con una sonrisa gigante imposible
de ocultar, mientras la señora Herrero con sus ojos fijos en
mí, prometió borrármela con alguna pregunta complicada
que me haría durante la clase.
“Buen día”, le dije solamente, acomodé la cinta de
mi cabello, dejé el bolso bajo el escritorio, que era todo
mío en el fondo del aula y me dispuse a “disfrutar” de un
día más, de mi cuarto año de escuela secundaria.
Como siempre, Leo estaba en el escritorio de la fila
siguiente, sólo un delgado pasillo separándonos, pero él
siempre estaba mirándome fijo, lo cual era MUY irritante.
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Hasta que la profesora le llamó la atención por estar
distraído. Me pregunté si no se animaba a decirme algo. O
sea, no era una tonta, porque podía darme cuenta de la
forma obsesiva en que me miraba. Tal vez no se animaba a
decirme algo, porque sabía que con sólo verme la cara la
respuesta sería: ¡NO!
Mis dos “amigos” se sentaban en el escritorio
delante del mío, pero no parecían verme ya que estaban
muy concentrados en su charla, bromas y risas cómplices.
No era que quería que me prestaran atención, pero tal vez
decirme de lo que se reían hubiera sido gracioso.
Igualmente no los culpaba, porque era yo la que no les
hablaba demasiado, a pesar de que nos sentábamos juntos
en el comedor.
No había que ser muy sensitivo para darse cuenta de
que además de esa “amistad” indestructible que los dos
tenían, iban a llegar al altar. Ella, en un hermoso vestido
blanco, moderno, con el que podría lucir su hermosa figura
y él, en un perfecto traje negro, que haría resaltar la
hermosa blancura de su rostro.
Luego de varias materias, mini recreos que te
dejaban con ganas de tener más tiempo libre, el timbre
largo se hizo escuchar, para decirnos que era hora de
almorzar. “¿Qué sucede?”, pregunté intrigada ante la fija
mirada de Nadia. No entendía por qué ella y Alexis
(empujado por ella) me miraban directo a los ojos, cuando
ya estábamos ubicados en el comedor, con comida en
nuestra mesa.
“Tus ojos”, me dijo ella, mientras él seguía muy
entretenido en su sándwich de jamón y queso.
“Olvidé ponerme las gotas”, fue lo primero que se
me ocurrió, lo más inmediato que apareció en mi mente.
Pero volví a la velocidad de la luz a ver las imágenes de mi
día y SÍ las había usado, así que no me quedó otra opción
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que indagar. Estábamos hablando más que de costumbre,
eso se podía ver.
“¿Qué pasa con mis ojos?”, pregunté dudosa,
creyendo que tal vez no había lavado bien mi cara en la
mañana, o que me había rayado con un marcador como
solía ocurrirme en mis descuidos.
“No exageres, Amelie. Es que con Alexis…”, dijo
ella, hundiendo su codo en el costado izquierdo de su
cuerpo, para que dejara su sándwich y asintiera.
“…Recién nos damos cuenta de que son muy lindos,
un color marrón o miel mejor dicho, un tanto más bello
que el color normal”, terminó acabando con todas mis
tontas ideas. ¿Qué más podía hacer que decir gracias?
“Muchas gracias”, fueron las dos únicas palabras
que pude lograr emitir, ya que nunca me sorprendía con un
comentario así. Superficial sí, pero nadie más que mis
padres se fijaba en lo bella que podía ser. A pesar de que
no era un buen tema para romper el hielo, me alegró que lo
hiciera. Las cosas estaban cambiando y yo estaba
empezando a sentirme bien al hablar con ellos.
“Quedan perfectos en tu cara. ¿Nunca nadie, además
de tus padres, te dijo que eras linda?”, dijo Nadia
bromeando, como si supiera lo que yo estaba pensando.
Ella creía que yo era linda. Justo ella, que parecía la
muñeca barbie más hermosa que tenía guardada en un
baúl. Tenía un cuerpo estupendo, sin necesidad de visitar
el gimnasio, como otras hacían todos los días. Su pelo era
rubio, lacio y caía perfecto sobre sus hombros, ojos azules
y alta como una modelo de pasarela.
“Sexy”, comentó Alexis lamiendo su dedo, en el que
había quedado un poco de mayonesa. Nadia aclaró su
garganta y a mí me pareció que el cometario, el adjetivo
“sexy”, de él hacia mí o al resto de mayonesa en su dedo
(no estaba segura), no le agradó a ella para nada.
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19MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
Miré a mi alrededor, al gran comedor del colegio.
Hasta en eso parecía extranjero. Había una gran barra de
comidas, donde podíamos elegir con qué deleitarnos día a
día. Y vi a todos los grupos, las clases que unas horas atrás
pude distinguir con tanta claridad. Todos formando parte
de mi vida. Era extraño lo que estaba sintiendo, pero no se
sentía para nada mal pertenecer a algo, por más malo que
me pareciera.
Observé a Nadia y Alexis, que hace unos pocos
meses, y a pesar de conocernos ya casi un año, me seguían
a todos lados. Soportaron mi ignorancia e indiferencia todo
ese tiempo. ¡Que mala había sido!
Los miré jugar y bromear del otro lado de nuestra
pequeña mesa, cerca del gran ventanal con vista al bosque.
“¿Por qué soy tan cerrada y egoísta? Les tengo que
dar la oportunidad. Es hora de salir de la crisálida,
Amelie. Hay que experimentar la metamorfosis”, me
alenté a mí misma, con metáforas referentes a mis amadas
mariposas.
“Gracias”, dije usando un tono de voz más alto que
el que debería haber usado. Los que estaban sentados en la
mesa cercana se dieron vuelta, miraron e hicieron una risa
de burla, lo que no me importó, porque tenía que decirlo.
“De nada. Pero, ¿a que viene eso?”, preguntó
Alexis, mientras otra vez, los dos me miraban como un
objeto de estudio, como una rareza. Pero tuve que darles la
razón, porque ellos no estaban pensando lo mismo que yo
en ese momento y no tenían ni una mínima idea del porqué
de mi agradecimiento.
“Expresarme abiertamente, no va mucho conmigo,
pero… les agradezco el haberme aceptado, soportado estos
meses y ser mis amigos”, finalmente pude decirlo, MIS
AMIGOS, que más que eso podían ser. Siempre habían
estado conmigo, apoyándome y golpeando al que se
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20MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
atrevía a jugarme bromas por ser la “nuevita” del lugar y
yo no reaccionaba.
La barbie inteligente y amante de los libros, que si
tuviera sólo una neurona, les quitaría el trono a las
populares, y el chico sin interés por los deportes pero con
hermoso cuerpo, que podía quitarle el puesto a los
musculosos deportistas, ERAN mis amigos, no había otra
palabra que lo describiera mejor.
“Sabes que siempre estaremos para lo que nos
necesites. Sólo debes hablar un poco más”, dijo Nadia,
tomando mi mano izquierda y apretándola fuertemente.
Eso fue mucho más de lo que esperaba.
“Sino, ¿para qué son los amigos?”, comentó Alexis
y tomó mi mano derecha. Bueno, eso sí que fue más que
demasiado, pero lo tenía que soportar.
“Patético”, dijo Gina, la chica más popular del
colegio, al pasar con su séquito uni-neuronal, con el brazo
de Augusto, el líder del equipo de fútbol, enroscado en su
cuello. Iban a nuestro curso pero no los registraba, a menos
que respondieran una tontería cuando algún profesor
preguntaba algo serio.
“Igual que tú”, dije para nosotros tres y
comenzamos a reír a carcajadas, mientras las fieras de la
selva superficial se alejaron de sus presas.
La hora del almuerzo había terminado más rápido
que de costumbre, pero fue el almuerzo más diferente que
había tenido.
Las materias de la tarde transcurrieron igual que
siempre, nada que ya no supiera, pero para quedar bien
ante los ojos de cada profesor pretendía tomar notas,
mientras sin sentido, escribía mi nombre miles de veces en
una hoja. También dibujaba mariposas de alas complicadas
y me tomaba todo el tiempo de pintarlas.
ÁNGELES Y MARIPOSAS
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La mirada de Leo, aún irritante sobre mí, me hizo
respirar hondo para calmarme y no levantarme a darle una
bofetada, así que bajé la vista a mis dibujos.
Luego mis deseos fueron escuchados. Había estado
pidiendo fuertemente y con todas mis energías, que la
tarde escolar terminara, cuando el sonido del timbre final
me dejó más que satisfecha, con una sensación de poder.
Como que si mis deseos se cumplían, si realmente así lo
quería.
Cuando estaba a punto de subir al colectivo, alguien
tomó fuertemente mi brazo. Era Nadia y no sabía qué era
lo que me venía a decir.
“Hey, pensábamos con Al…”, y señaló a Alexis en
el estacionamiento, así que supuse que ese era su apodo o
diminutivo, “…que tal vez querías venir a casa, a hacer el
trabajo de Historia y comer algo después. ¿Qué dices?”,
agregó ansiosa. Recordé que me había dicho que tenía que
dar oportunidades, poco a poco estaba saliendo a la vida.
Iba a responder positivamente.
“Claro. ¿Por qué no? Además necesito ayuda con la
primera guerra mundial”, comenté, sacando el celular del
bolsillo de mi bolso negro, que llevaba cruzado en mi
hombro. Le mandé un mensaje a mamá.
Me voy a hacer un trabajo de Historia con Nadia y
Alexis. Después vamos a comer algo en su casa. Vuelvo
más tarde. Enviar.
“No te preocupes por la vuelta. Al tiene auto,
nosotros te llevamos”, comentó ella abrazándome, como si
hace tiempo quería hacerlo. Y me sentí egoísta otra vez,
porque siempre les había mezquinado afecto, así que traté
de apretarla un poco para que el abrazo fuera caluroso.
Ella se rió de mi torpeza.
“Gracias, pero no quiero molestar. Puedo volver en
taxi, no hay problema”, le dije sonriendo un poco, tratando
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22MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
de no decepcionarla, mientras leía el mensaje de respuesta
de mamá.
BUENISIMO. Decía con letras mayúsculas que
denotaban sorpresa. Seguro estaba más que feliz, porque
su hija estaba empezando a tener vida social. Empecé a
reír por lo que estaba pensando y le mandé el siguiente
mensaje: los chicos me llevan en su auto después, nos
vemos, besos.
“¿Cuándo vas a entender que no eres una molestia
para nosotros?”, dijo ella con un tono de enojo en su voz,
pero tenía toda la razón. Hace unos minutos había
entendido que nada que viniera de mí, era molestia para
ellos, porque realmente yo les agradaba. Tenía que dejar
de pensar en que yo no podía caerle bien a nadie, ya que
ellos eran la prueba viviente.
“Bueno, iré y volveré a mi casa con ustedes. Ya se
los informé a mis padres, así que no hay vuelta atrás”, dije
amenazante mostrándole mi celular.
Nos acercamos a Alexis, quien abrió el baúl para mí,
indicándome que ese sería el lugar del auto que ocuparía.
Saqué la lengua en su dirección y se apresuró a abrirme la
puerta trasera. Nadia le dedicó una mirada cómplice y se
sentó en el asiento del acompañante. Era un Fiat Uno,
negro que brillaba, “tuneado”, con llantas plateadas, su
interior negro también y con un hermoso sistema de
música. Era más de lo que podía analizar técnicamente.
El celular sonó otra vez, un mensaje, esa vez de
papá.
BUENISIMO, SON DOS AMIGOS.
FELICITACIONES. No pude hacer más que tirarme en el
respaldo del suave asiento, riendo y más relajada que
nunca.
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23MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
Había despertado a otra vida. A una nueva vida con
amigos que eran geniales y divertidos, en la que por
primera vez, me sentía parte de algo más que una
habitación.
Escuché a los chicos reír, uniéndose a mí y
compartiendo mi felicidad. Cerré los ojos y le pedí a mi
ángel que me brindara siempre esos bellos despertares.
Capítulo Dos: Amigos
Llegamos a la casa de Nadia con el volumen de la
música en el auto lo más fuerte posible, así que temí que
en algún momento me llegaran a sangrar los oídos o la
nariz. Los demás no creían en esa teoría alocada y a mí
nunca me había pasado, pero sí tenía conocimiento de
casos de chicos a quienes le había sucedido.
“Amelie, es hora de bajar del auto. ¿Quieres
quedarte allí toda la tarde?”, dijo Alexis un tanto
impaciente, mientras Nadia me observaba fijamente. A eso
sí que no me podía acostumbrar, a sus miradas penetrantes
ante cualquier cosa que hacía o dejaba de hacer. Hiciera o
no hiciera algo, nunca pasaría desapercibida ante sus ojos
amistosos pero analizadores.
“Es hora de bajar de la nube en la que estoy
viviendo también”, pensé inmediatamente, porque si
quería mantenerlos en mi lista de seres queridos, era
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importante que viviera en el mundo real y no pareciera una
loca pensativa frente a sus ojos atónitos.
“Ya sé que es hora de bajar, pero es que el asiento es
tan cómodo”, dije y en ese segundo pensé que no podía
haber dicho algo mas patético que eso. ¿A quién más que a
la loca solitaria se le podía ocurrir una respuesta tan mala?
Aunque a pesar de mis juicios mentales, a Alexis le
encantó que hablara bien de su auto. Sabía que había cosas
más importantes que apreciar como el motor, el sistema de
música y otras maravillas de la ingeniería, pero al fin y al
cabo eso fue lo único que pude decir. Todavía no conocía
la técnica de volver al pasado para revertir situaciones
embarazosas.
También pensé que si tal vez podíamos reunirnos
más seguido, mi vida sería más fácil y menos aburrida. Por
primera vez estaba contenta de haber empezado a vivir en
el mundo real. Me llevaría tiempo acostumbrarme a las
bromas de Alexis, a los abrazos de oso de Nadia, pero no
podía ser tan terrible. Estaba acostumbrada a cosas malas
de verdad. ¿Cuáles eran esas cosas? No sabía, pues nunca
me pasaba nada “raro” en mi habitación, así que otra vez
me había mentido a mí misma pensando que sabía sobre
experiencias de la vida.
“Ah, ¿eres Amelie Roger no? Buen nombre y
apellido, me gusta”, comentó una mujer mientras
ingresábamos a la casa de color arena en su exterior.
Cuando la miré con detenimiento, sorprendida porque
sabía mi nombre completo, me di cuenta de que era la
réplica de Nadia. Entonces ella debía ser su madre. Tenían
la misma altura, color de pelo y la cara idéntica. Mi nueva
amiga era su copia, aunque mejor aún y eso ya era mucho
decir, porque su madre era hermosa.
“Soy Clara, la mamá de Nadia. ¿Cómo estas?”, me
saludó con un beso en la mejilla sin temor a mi reacción.
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Entonces recordé los abrazos despreocupados de su hija y
confirmé que se comportaban de la misma manera.
Clara me cayó bien desde el principio y encima
sabía mi nombre. Supuse que la ciudad no era lo
demasiado grande, que todos debían haber estado
comentando sobre mi familia, los nuevos residentes y
gobernantes de Puerto Azul.
“Bien, mi nombre es Amelie, aunque ya lo sabe.
Estoy bastante bien”, dije fingiendo una risa tonta,
mientras Nadia tiraba de mi mano para que subiéramos las
escaleras, como si no quisiera que me quedara a hablar con
su mamá.
“Me alegro de que mi hija tenga una amiga. Desde
que es chica pasa todo el día con Alexis. Ya les dije que
van a terminar siendo novios”, comentó Clara mientras
preparaba masa en la mesada de la cocina. Le dio una
mirada tierna a Alexis, tal vez la idea le gustaba, pero yo
creí que era para que no se sintiera mal después de haber
dicho que su hija sólo lo tenía a él como amigo. Eso me
llamó la atención, pero era verdad. Nadia nunca
frecuentaba a más personas. En eso éramos iguales, las dos
pensábamos que los varones eran más comprensivos y
protectores como amigos, tenían menos problemas, no
como las envidiosas mujeres que te sacarían los ojos si
vestías ropa mejor que ellas. Al menos, así eran las que
iban al colegio.
“Deja de decir esas cosas mamá. Llámanos cuando
las pizzas estén listas”, exclamó su hija un tanto sonrojada
y mordiéndose el labio inferior con los dientes superiores,
como si estuviera llena de rabia pasajera. Su madre siguió
cocinando sin prestarle demasiada atención.
“No te preocupes, mis papás dicen lo mismo cuando
ella va a casa”, dijo Al. Sí, había comenzado a pensar en él
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26MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
con su apodo. Miró a Nadia y sacudió su cabeza indicando
que era hora de seguir camino hacia el primer piso.
Atravesamos un pasillo para llegar a la habitación.
La casa era un tanto más chica que la mía, pero estaba
bellamente decorada. Me preguntaba de quién sería el
buen gusto, la elección de los bellos colores pastel de las
paredes, las cerámicas de los pisos, cortinas y adornos.
Me quedé parada en medio del corredor, mirando un
gran cuadro en blanco y negro que llamó mi atención por
completo. En él había un hombre joven, arrodillado en la
playa, con su cabeza hacia arriba y sus ojos cerrados. El
furioso océano de fondo en forma de olas y un gran par de
alas que salían de su espalda, así se completaba la imagen.
Cuando miré la base del mismo vi la firma del pintor. Era
una pintora mejor dicho:Clara Herman.
Esa era su firma.
“Mamá lo hizo, es pintora desde hace mucho
tiempo. Tiene un negocio donde expone y vende sus
cuadros en el centro. Aunque este no es uno de los mejores
que ha pintado, en mi opinión. No sé, me parece tan
sombrío”, comentó Nadia como crítica de arte, tomándome
de la mano con fuerza para llevarme al cuarto donde ya
estaba Alexis. Al parecer no le gustaba decir que su mamá
hacía esos cuadros sorprendentes.
“¿Estás loca? Me parece que es muy bueno y no he
visto los otros. Es simplemente… her-mo-so”, dije, aunque
sin querer que se notaran las sílabas tan separadas. Era
sólo para poner énfasis, pues me parecía que la creación de
su madre era maravillosa.
“Un cuadro digno de estar en museos de arte”,
acoté. Además de apreciarlo artísticamente, me recordaba
el sentimiento de protección al rezar mi plegaria al ángel
de la guarda. Es más, eso era lo más importante que la
imagen despertaba en mí, el recuerdo del ser en mis
sueños.
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27MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
“Apuesto a que si le digo que te gusta mucho, te lo
envuelve y regala. Es tan buena mi mamá”, dijo Nadia
mientras ingresábamos a su cuarto.
“No podría aceptarlo si así fuera. ¿Sabes cuánto
puede llegar a costar un cuadro así? Mucho dinero”, le dije
pero pareció no escucharme. Al menos yo creía que esa
pintura era costosa.
Nadia se había quedado mirando a Alexis que estaba
reposando en la cama en una manera rara. Tenía mitad del
cuerpo sobre la cama y la otra mitad en el suelo, lo que no
me pareció nada cómodo, pero a él no le importaba y
cantaba mientras tanto.
Apenas entré, hice una inspección del lugar que
acababa de conocer, nunca había estado en habitaciones de
amigos, porque antes no tenía, así que quería ver las
diferencias.
La habitación de Nadia no era en nada parecida a la
mía. Las paredes estaban pintadas de color blanco y sin
adornos, excepto un gran espejo en una de las paredes.
Parecía el cuarto de una chica de universidad, madura.
Totalmente opuesto a mi aniñado espacio personal con
mariposas móviles.
En lo que coincidíamos era en el amor por los libros.
Ella también tenía una buena biblioteca que llegaba desde
el suelo al techo, de dura madera marrón, repleta y
alimentada por numerosos títulos. Allí habitaban clásicos
mundiales como también las últimas apariciones en la
literatura juvenil. Lentamente recorrí con mis ojos estante
por estante, observé los lomos de diferentes colores y sabía
que en algún momento tendría que pedirle algunos
prestados, porque había muchos que no había leído.
“Si quieres alguno de mis libros, te lo envuelvo para
regalo”, bromeó retomando el tópico “regalos”, las dos nos
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28MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
reímos de forma cómplice. Mi amigo no entendió el
porqué.
Luego Alexis comenzó a sacar los libros y
cuadernos de su mochila, mientras Nadia encendía la
computadora que estaba en el gran escritorio, alrededor del
cual había dispuesto tres sillas, para comenzar con el
trabajo de investigación sobre la primera guerra mundial.
“Tienen que lucirse con este trabajo”, había dicho
el profesor de Historia. Al menos, haríamos lo posible.
Entendí que tendríamos la preciada ayuda de
Internet, ya que a pesar de tener tantos libros, ella no tenía
ni uno de historia, más que el que Alexis había tomado de
la biblioteca del colegio y este no parecía tener mucha
información sobre el tema.
Las horas pasaron entre música, charla sobre
películas, libros, discos y… autos. Tuvimos que dejar que
Alexis hablara sobre algo que también le gustaba.
Charlamos sobre todos los temas existentes en nuestra
realidad, menos de las temibles armas usadas por los
países en la horrible guerra, no leímos una sola palabra que
tuviera que ver con historia mundial.
En un momento tuve que controlar mentalmente a
mi estόmago para que no me avergonzara ante ellos.
Supuse que mucho tiempo había pasado desde el almuerzo
en el comedor escolar y lo que comí en el recreo de las tres
de la tarde. La manzana ya no me satisfacía más, su poder
había terminado y tenía hambre.
“¡Chicos! Las pizzas están listas”, sonó la estridente
y oportuna voz de Clara Herman, llamándonos desde el
piso de abajo. Miré rápido un reloj negro que estaba sobre
la mesa de luz. Noté que eran las ocho y treinta de la
noche, lo que significaba que había pasado más de tres
horas y media fuera de casa. Alexis corrió como un rayo,
desapareciendo al instante ante el llamado.
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29MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
“Estoy muerto de hambre”, nos dijo, mientras me
interpuse entre la puerta y Nadia.
No sabía si con el poco tiempo de considerarnos
amigas, ya tenía el derecho de preguntar lo siguiente, pero
me animé y lo hice. Más que un golpe de ella no recibiría y
estaba dispuesta a arriesgarme. Después de todo, hacía casi
un año nos conocíamos, no importaba que no hubiéramos
sido tan íntimas antes.
“Nadia. Disculpa que te pregunte esto, pero, ¿Alexis
y tu son novios?”, pregunté, mirando rápidamente al
pasillo para asegurarme que él no estuviera detrás de mí.
No estaba, ya había desaparecido. Ella se quedó viéndome
con un aire de sospecha en la cara.
“No sé. ¿Por qué?, si lo quieres para ti, me aparto
del camino”, me dijo seriamente. El mundo pareció venirse
abajo. ¡Había arruinado el mejor momento de mi vida!
Siempre con mis estúpidas preguntas. Entendí que no
había tenido derecho a preguntarle eso.
“No, para nada. Disculpa, yo…”, traté de decir en
un tono de voz alto, nerviosa, pero la voz salía de mí en
forma de susurro, mientras el fuego en mi cara hizo que
me diera cuenta de que estaba sonrojada. COLORADA,
mejor dicho.
“Es broma, nena. Mira cόmo te pusiste. Perdón por
esta broma”, dijo en un tono de voz alto y riendo sin parar.
“La verdad es que hay algo más, mucho más que
amistad entre nosotros, pero no queremos hacer
declaraciones formales. Nos encanta la situación que
estamos viviendo. Sin rótulos ni etiquetas”, me dijo
abrazándome para que se me fuera la cara de espanto. Yo
aún no podía emitir sonido.
“¿Piensas que te lo regalaría tan fácilmente? Creo
que lo amo más que a nada en el mundo”, dijo mirándome
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30MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
a los ojos y supe que lo que decía era verdad. Lo que llevó
a que mis palabras trataran de ser disculpas y salieran
rápido de mi boca, de una vez por todas.
“Me gusta la pareja que hacen. Hoy DECLARO
FORMAL Y OFICIALMENTE que siempre, a pesar de
que nos conocemos hace un año, pensé en él como el
hermano varón que no tengo”, dije bromeando, usando
algunas de las palabras que ella había utilizado unos
segundos atrás. Me miró desconcertada, seguro pensando
en las tonterías que estaba diciendo.
“Lo sé, Amy. Además yo sé que te gusta Leo, que
no haces más que mirarlo en el aula. Deseas que ese
angosto pasillo no existiera y que sus manos estuviesen
juntas”, comentó ella burlándose, con la voz de una actriz
sacada de una película de los años cincuenta. Un
segundo… ¿Cómo me había llamado? Amy, eso había
dicho, con su innata habilidad de dar apodos a las
personas.
“Estás loca, el que me mira como obsesivo y
aprovecha cada movimiento cercano para tocarme es él.
Debería denunciarlo. Ah, por cierto ¿Amy va a ser mi
apodo?”, le dije bromeando, mientras comenzábamos a
andar por el pasillo iluminado por pequeños focos
amarillos en las paredes.
“Definitivamente, así te voy a llamar todos los días”,
dijo caminando detrás de mí con sus manos en mis
hombros, como si me manejara.
Cuando llegamos a la mitad del pasillo, hasta el
cuadro que su mamá había pintado, me quedé paralizada
otra vez, porque bajo la tenue luz pude ver cosas que antes
no había visto en el ángel.
Observé su perfecto rostro relajado y su hermoso
cuerpo. Las olas hechas de espuma blanca detrás de él,
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31MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
parecían querer atraparlo. Seguramente así debía lucir el
de mi sueño, que no me mostraba la cara.
“Hablando en serio, ¿tienes a alguien en vista?”. La
pregunta de Nadia me trajo a la realidad al instante. Sí,
tenía en ese preciso momento el ángel en mis ojos, “en
vista”, como ella había dicho. Repentinamente y sabiendo
que estaba en pecado mortal por lo que estaba pensando,
reprimí la idea que había abarcado todo el espacio de mi
pecadora cabeza. Tal vez que mi abuela me haya obligado
a ir a misa todos los domingos cuando era pequeña y
escuchar al sacerdote diciendo en sus sermones que todo
era pecado, me habían afectado el pensamiento.
“No, sólo amigos”, dije continuando mi camino y
escuché a Nadia agradecerme. Cuando en realidad me
refería a que podía ser sólo amiga del ser que estaba en mis
sueños, con las mismas alas que el de la pintura. Supe que
no podía tener otro sentimiento más que ese: AMISTAD,
nada más. No estaba bien pensar lo que había pensado
unos momentos atrás. Eliminé esa idea de mi mente lo más
pronto posible. Como en una computadora, apreté
rápidamente y sin dudar la tecla suprimir y luego lo borré
también de la papelera de reciclaje, para que ni un rastro
quedara.
Antes de que pudieran vernos bajar, escuché la voz
grave de un hombre diciendo: “Chicas, apúrense porque Al
se va a comer todo”, supuse que era el padre de Nadia. No
dejaría que Alexis se comiera todo, pues estaba muerta de
hambre. Tendríamos que pelear como dos perros por el
último hueso, lo que no se vería muy bien frente a esas
personas que acababa de conocer.
“Ella es Amy, papá. En realidad se llama Amelie,
pero yo le puse ese sobrenombre”, dijo riendo, siguiendo
con las presentaciones. Luego se sentó en una alta
banqueta cerca de la mesada, que estaba en el medio de la
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32MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
cocina. Siempre me habían gustado esas barras para
desayunar, almorzar o cenar, porque no había necesidad de
sentarse a una gran mesa en el comedor. Eran sólo ideas
que tenía.
“Hola, es un gusto conocerte. ¿Eres hija de Darío
Roger? ¿El nuevo intendente de Puerto Azul?”, expresó
sin preámbulos sus dos preguntas, mientras yo observaba
que ahora el cuadro estaba completo.
Los tres eran igual de lindos. Héctor, como luego
supe que se llamaba, Clara y Nadia, quien tenía un Ken
por novio. La familia de Barbie estaba completa, sólo
faltaba el auto último modelo en la entrada. Los padres de
Nadia eran muy jóvenes y eso se notaba en sus pieles, no
tenían ni una arruga.
“Sí, soy la hija del nuevo intendente”, dije bajando
mis ojos al suelo. Amaba a mi padre, pero no me gustaba
que me identificaran por su profesión o que me dieran
privilegios por ella. Además, la suya era una carrera no
muy bien vista por muchas personas. Por eso quería tener
la menor relación posible con la política. La experiencia
que tenía ya había sido bastante mala y casi me había
transformado a una loca solitaria.
“Se ve que es bueno tu papá. La gente habla muy
bien de su mandato en Santa María. Seguro lo van a
extrañar, pero por suerte nosotros lo tenemos en nuestra
ciudad”, dijo él alegremente tocando mi hombro, mientras
dejaba un plato en la pileta de la cocina. Me di cuenta de
que él y su mujer ya habían cenado. Seguro por estrictas
medidas establecidas por Nadia, para que no nos
molestaran.
“Sí, seguro que sí”, dije completamente convencida
de que esos que lo extrañarían eran unos pocos y me senté
junto a Alexis, pensando en la antigua ciudad en la que
habíamos vivido.
ÁNGELES Y MARIPOSAS
33MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
Santa María era el triple de grande que Puerto Azul,
pero no sabía si era debido a la felicidad que sentía en ese
momento por pertenecer a algo, que la nueva ciudad me
pareció más bella.
En Santa María dejamos a mi abuela Lucía, con sus
cosas y sus perros. Tenía una vida de la que no quería
desprenderse, amigos, lugares conocidos y pertenecía a esa
ciudad.
“Definitivamente le debemos una visita”, pensé
mirando a mi alrededor, los muebles que decoraban la
casa. En realidad sentía que debíamos rescatarla, por si
algo llegaba a pasarle por ser madre de mi papá, pero no
había caso, ella no quería irse.
“Decíamos con Clara antes que bajaran…”, comentó
Alexis terminando de comer el hilo de queso que se había
estirado desde la porción de pizza hasta su boca.
“… que te pareces a Rose”, acotó. Me quedé
mirándolos fijamente, tragando apresuradamente el trozo
de pizza y tratando de digerirlo con un sorbo de agua fría.
Me habían dejado completamente perdida. No sabía a lo
que se referían y tenía que responder algo que no sonara
del todo tonto, lo que era difícil siendo yo.
“Como Rose de Titanic, dice Nadia que te gusta esa
película”, comentó Clara con su brazo sobre los hombros
de Héctor.
“Ah. Sí, Rose Dawson, Kate Winslet... pelirroja.
Somos parecidas”, fueron las palabras que logré hacer salir
de mi boca, mientras todos sonreían ante mi desconcierto.
“Es hermoso como te atas el pelo con esa cinta y lo
dejas caer sobre tu hombro izquierdo. Te ves hermosa,
como ella. No, más linda aún. Te da presencia y elegancia.
Podría usarte como modelo en uno de mis cuadros”, dijo
ella mirando a su marido, mientras este asentía con la
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34MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
cabeza. ¿Qué hice yo? Me sonrojé como cuando me
convertía en el centro de atención, entonces recordé
porque no me gustaba serlo.
“Por cierto, le conté a Amy que eras pintora, porque
se quedó como hipnotizada mirando el cuadro del pasillo.
La pintura del ángel”, dijo Nadia, otra vez dejándome sin
poder hablar, aunque la vergüenza había pasado un poco.
“Es her-mo-so, digno de estar en un museo de arte.
Esa fue su declaración oficial y formal”, dijo Nadia
bromeando, haciendo que me sonrojara otra vez más y
logré propiciarle un codazo en su lado derecho.
“No lo puedo creer. Esta nena tendría que ser mi
hija. Que no se hable más. Héctor, ayúdame a envolverlo
para que se lo lleve”, propuso Clara feliz por las palabras
que su hija le había dicho, que YO había dicho. Se acercó
y me besó en la frente.
“No es necesario que…”, fui interrumpida, mientras
Alexis y Nadia se reían de mí.
“Tengo otra copia en el negocio”, dijo con un grito
apresurándose al piso de arriba. No sabía si era verdad que
tenía una réplica o solo trataba de convencerme, pero sabía
que me iría con un hermoso regalo. Ya hasta había
pensado en esos segundos, en ponerlo en el espacio vacío
sobre la cabecera de mi cama. Lugar que nunca había sido
ocupado, ya que nunca había encontrado un cuadro que me
gustara. Bueno, la búsqueda había terminado sólo con
conocer a una persona.
“Te dije que te lo iba a regalar. Nunca la vi tan
feliz”, comentó Nadia comiendo otra porción de pizza al
igual que yo. Alexis jugaba con el control remoto,
haciendo un gran zapping de canales.
Yo había hecho feliz a alguien más según las
palabras de mi amiga. Aunque lo pude comprobar en la
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35MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
alegre cara de su madre. Era un día de logros para mí. Más
de lo que me esperaba cuando me levanté enojada por el
sueño interrumpido.
“La pasé genial. Gracias otra vez y perdón por no
haberles prestado tanta atención durante todo el año. Justo
cuando falta poco para que las clases terminen”, dije
mientras juntaba mis cosas, realmente arrepentida por todo
el tiempo perdido que ya quería recuperar.
“No importa, Amy. Este es el mejor momento para
ser amigos, justo cuando van a empezar las vacaciones.
Nos divertiremos a lo grande, HERMANA”, dijo Alexis
apretándome la cabeza con su gran mano. Me di cuenta en
el instante de que Nadia le había hablado de nuestra charla
en algún momento, cuando subí a buscar mis cosas a su
habitación. Rogué que no le hubiera dicho más que eso,
nada sobre mi interrogatorio acerca de su noviazgo. Ella
me guiñó un ojo y supuse que no lo había hecho, lo que me
dejó mas tranquila.
Cuando estábamos dentro del auto, Clara salió por la
puerta principal corriendo con el gran cuadro que me había
olvidado en el sofá del living y temí que se le fuera a volar
de sus manos delicadas. Me lo dio lentamente, estaba
envuelto en un fino y suave papel rosado e hice lo posible
para colocarlo a mi lado en el asiento sin estropearlo.
“Esperamos verte pronto, eres muy buena y me
alegra que seas amiga de Nadia”, dijo Clara besando mi
frente, me quedé congelada. No esperaba tanto amor de
una familia a la que recién conocía.
“Conduce con cuidado, Al. Mira que llevas a la hija
del intendente”, bromeó Héctor y por primera vez no me
importó que mencionara el trabajo de mi papá. Me parecía
que las bromas quedaban bien viniendo de él, así que no
podía reprochárselo.
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36MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
Los miré a los ojos llena de sinceridad, porque era lo
que sentía y lo que estaba corriendo por todo mi cuerpo
esa noche.
“Pasé la mejor noche de mi vida fuera de casa.
Gracias por hacerme sentir parte de su familia. Nos
vemos”, saludé ante sus miradas agradecidas.
“Siempre serás bienvenida aquí”, dijo Clara. Luego
los dos se marcharon hacia el interior de la casa.
“Bueno, después de tantos hasta luegos, es hora de
irse. Mañana tenemos que estar temprano en la escuela”,
dijo Alexis encendiendo el motor y apretando el acelerador
varias veces.
“Ah, por cierto, mi hermana no tendrá que soportar
más a Leo en el colectivo. De ahora en adelante te
buscaremos con Nadia por tu casa”, siguió diciendo
mientras ella se reía y lo besaba en la mejilla.
“Trato hecho”, dije contenta por lo que evitaría en el
transporte escolar. No me preocupaba Martina, porque ella
ya tenía sus amigos y se sentiría igual de protegida que yo.
Acepté la propuesta sin remordimientos.
Durante el trayecto a casa no hicimos más que
hablar de cosas que sucedían en la escuela. Alexis imitó a
varios profesores y compañeros demostrando que era
realmente bueno con las imitaciones. Me reí como nunca
antes lo había hecho, en grupo esta vez.
El auto se detuvo frente a mi casa. Enseguida
distinguí las figuras de mis padres y hermana, sus sombras
tras la cortina de la ventana del living, expectantes. Bajé
con mi cuadro y me acerqué a la ventana del lado de
Nadia.
“Declaro oficial y formalmente que somos a-mi-
gos”, dije con énfasis, separando la palabra en sílabas. Los
dos se rieron y Nadia me dio un beso, se me quedó
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mirando con los ojos llenos de algo que no me pude
explicar. Pero entendí que decían: “Por fin te animaste a
hablar, a vivir en la realidad y ser nuestra amiga”
“Nos vemos mañana en este mismo lugar, her-ma-
na”, dijo Alexis imitando mi voz y el auto se marchó de
repente.
Caminé con una felicidad enorme llenándome el
corazón, por el pequeño sendero con flores a ambos lados,
hasta llegar a la puerta. Sin duda el día había sido largo,
estaba cansada y casi no podía creer todo lo que había
pasado.
Apenas abrí la puerta, mamá, papá y Martina
gritaron: “Felicitaciones, ya tienes amigos”, no pude
hacer más que resignarme y escuchar sus bromas.
Los tres se quedaron sorprendidos con el regalo de
Clara. Mamá pensó en visitar su negocio para comprar
algunos y decorar nuestra casa. Tendríamos que llamarla
algún día para que nos diera consejos con la nuestra.
Porque desde que Nadia dijo que su mamá era pintora,
supe que era ella quien estaba detrás del buen gusto y
magnífica decoración de su hogar.
“Así que ahora eres amiga de la hija de Héctor
Herman. Mi amigo y segundo en mando en la
municipalidad”, papá dejó fluir las palabras. Salió de mi
garganta un grito de sorpresa que ni yo me esperaba.
Héctor no había dicho nada. Con razón hablaba así
de papá, eran amigos también. Nadia tampoco había dicho
nada y en ese momento sentí que era más igual que yo de
lo que pensaba. Seguramente, tampoco quería que los
demás se acercaran a ella porque alguien en su familia era
importante. Definitivamente era alguien con principios,
que siendo tan linda como era, con MUCHAS neuronas,
un padre político y con dinero, podía ser la Queen B
americana o la reina de las populares argentinas.
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Después de tanta charla subí las escaleras feliz.
Coloqué el cuadro sobre la cabecera de la cama tal cual y
como había pensado en casa de Nadia. Lo miré por varios
minutos con ojo crítico, lo recorrí con mis dedos para
poder sentir la textura del óleo.
Luego me cubrí la cabeza con la sábana y pensé que
desde ese momento la palabra “amigos”, que tanto había
estado repitiendo en voz alta y en silencio en mi mente,
tenía sentido de verdad.
Ellos eran mis amigos, los que me brindaron apoyo
desde el primer día en que me vieron. Los que reían
conmigo y se reían de mis torpezas. Los que con toda
humildad me ofrecieron a su familia desinteresadamente.
En ese instante, entendí el real y her-mo-so significado de
la palabra: AMIGOS. Cerré mis ojos, pensé en el cuadro y
dije:
Ángel de la guarda, dulce compañía, no me
desampares ni de noche ni de día. No me dejes sola, sino
me perdería…
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Capítulo Tres: Bastian
El día me sorprendió con su claridad cuando aún
estaba en la cama. Las mariposas móviles que colgaban
cerca de la ventana producían una bella melodía metálica
al ser agitadas por la brisa fresca que ingresaba.
“¿Ventana abierta?”, me pregunté desconcertada.
No recordaba haberla abierto antes de irme a dormir.
Recordé cada uno de los pasos que había hecho antes de
cubrirme la cara con la sábana y no tenía imágenes de mí
abriendo la ventana. Seguramente, había quedado sin
traba, entonces el viento la empujó por la noche. O lo que
era más probable, era que en sueño, sonámbula, me haya
levantado a dejar ingresar el aire. Tal vez la habitación
había estado más caliente que de costumbre, ya que
Octubre se había tornado sumamente caluroso, como
nunca antes se había visto. Al menos eso decían los
habitantes del lugar y como era mi primer verano allí, no
tenía cόmo probarlo.
Seguí dando vueltas en la cama unas veces más, las
sábanas me producían una linda clase de escalofríos al
rozar mi piel. Aún estaba feliz por lo ocurrido ayer.
En un momento traté de recordar mi sueño, entonces
abrí los ojos para mirar hacia arriba. El cuadro que Clara
me había regalado me confirmó que otra vez había tenido
el mismo sueño. Había soñado con él una vez más. Esta
vez le pude poner una cara, ese bello rostro que la madre
de mi amiga había pintado. Tenía presente en la mente sus
ojos cerrados y esas alas gigantes que tanto me habían
llamado la atención.
De repente recordé que los chicos pasarían a
buscarme. Miré el reloj, eran las siete y cinco de la
mañana. Comenzábamos las clases a las ocho, así que
tenía tiempo de sobra para prepararme y desayunar algo.
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Además a Al, ya había comenzado a usar su apodo (así
como me acostumbraba a que el mío era Amy), no le
gustaba andar despacio en su auto tuneado, así que supe
que nunca llegaríamos tarde.
Volví a esconderme bajo las sábanas, esa vez no fue
para refugiarme de los rayos del sol que inundaban el
cuarto, sino para tenderle una trampa a la pequeña
Martina. Me quedé allí, inmóvil, pretendiendo estar
dormida y mirando hacia la puerta con ojos expectantes.
Unos minutos después pude ver su figura ingresando, lista
para comenzar con el ataque de cosquillas.
Se acercaba lentamente, con sus dos pequeñas pero
mortales manos estiradas. Cuando estuvo a punto de
tocarme, salté dando un grito: “BUUUU”. No supe cόmo
hizo para salir corriendo tan deprisa y desaparecer de la
habitación, pero se esfumó en un segundo. Tomé velocidad
para seguirla bajando las escaleras, donde la encontré y
comenzó nuestro ritual de risas.
“Te atrapé pequeña asesina”, le dije soltándola, ya
que no paraba de reírse y mamá volvió con su teoría sobre
las cosquillas malignas. Ese día no quise atacarla, porque
estaba cortando finas rodajas de pan con un cuchillo.
“Ya vas a ver lo que le va a pasar a tu cuadro
nuevo”, me dijo amenazante la pequeña, como siempre
hacía. Le saqué la lengua mientras ella se dirigía a
desayunar.
Luego de terminar de vestirme, me volví a peinar en
la forma que siempre hacía, usando la cinta. Si a varios
más que a mí les había gustado mi forma de peinarme, no
debería alejarme de lo seguro y hacerme cualquier otra
cosa ridícula en mi cabello. Me miré en el espejo, esa vez
más segura que nunca, por lo que no me reconocía a mí
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misma y no me vi para nada desagradable, es más, podía
llegar a decir que era “linda”.
Volví a bajar las escaleras para sentarme a
desayunar en la cocina. Papá ya no estaba, supuse que
tenía una reunión y mucho trabajo en la municipalidad,
porque se había marchado más temprano que de
costumbre. El diario que leía todos los días estaba doblado
sobre la silla que siempre ocupaba.
Las tres mujeres de la casa desayunamos solas esa
mañana. Aún eran las siete y media, así que había tiempo
para una conversación sobre la noche anterior. Todavía no
me conocía. ¿Yo queriendo contar lo que pasaba en mi
vida? Definitivamente estaba cambiando o
definitivamente, cosas estaban sucediendo, porque antes
nunca había tenido nada para contar.
“¿Cómo te fue con la vida social ayer?”, preguntó
mamá mirando a mi hermana y haciéndole una mueca.
Empezó ella la charla antes de que yo pudiera decir algo.
Seguro estaba más que intrigada por el cambio de su hija.
“No sé. Fue MUY raro, pero me sentí MUY bien,
como en casa, eso es lo extraño. No me preocupó que me
vieran comer, ni las tonterías que pude haber llegado a
decir. Me aceptaron tal cual soy”, respondí tomando un
poco de té y con la vista todavía puesta en Martina que se
limpiaba la boca.
“Amelie, me alegro por ti, hija. No sé por qué
piensas que eres rara. ¿Cómo no te van a aceptar? Eres
igual que los demás”, me dijo ella, untando una tostada
con mermelada de frutilla, luego me la alcanzó. No supe
qué decir, porque lo que mamá había dicho me dejó sin
habla. Era obvio que las madres siempre amaban a sus
hijos y para ellas eran los mejores, pero fue tan sincera y
amorosa cuando lo dijo, que no creí que hablaba de mí: la
tonta, antisocial y aburrida Amelie.
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“Además, les habrás caído más que bien. Clara te
regaló un cuadro. Eso es mucho para ser que apenas te
conoce. ¿No te parece?”, acotó, mordiendo una tostada.
Pensé en el bello rostro de Clara y supe que era igual de
buena que mi madre.
“Sí. Bastante, eso me dejó sorprendida. Y no sentí
que lo hicieran para quedar bien con la hija del intendente,
ni nada de eso. El ambiente ayer fue muy genuino, como si
siempre nos hubiésemos reunido a comer”, comenté
recordando la cantidad de besos y abrazos que había
recibido, a los que por cierto debía empezar a
acostumbrarme. No dejaba de recordármelo.
“¿Cómo se llama el chico que estaba con ustedes?
El que manejaba el auto”, preguntó Martina, parada al lado
de la silla y poniéndose el guardapolvo. Era tan
observadora esa niña.
“Se llama Alexis, pero le decimos Al. Es el hijo del
dueño del taller, creo. Muy buena persona también.
¿Sabes?...”, dije llevando mi taza a la pileta de la mesada.
“Ahora somos hermanos. Él dice que va a cuidar
que ningún chico con malas intenciones se me acerque”,
dije entre risas y recordando cόmo Alexis me había
empezado a decir: hermana.
“¿Por qué haría eso?”, interrogó mamá al lado mío,
con algo más escondido en el tono de su voz. Reformulé su
pregunta en mi cabeza, transformándola en la siguiente
oración afirmativa: “si quiere protegerte, es porque está
celoso, te quiere solo para él”, pensé. Eso NO era así,
para nada. Además yo no estaba interesada en nadie.
Ningún chico me llamaba la atención. Bueno, al menos
nadie real, sino uno que vivía en la “realidad” de mis
sueños. Enseguida vino a mí ese malestar, así que alejé la
idea otra vez como ayer. Me sentía tan mal por pensar esas
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cosas y tenía vergüenza de que Dios supiera, porque
seguro podía leer mi mente.
“Primero: no me gusta él, ni NADIE. Segundo: me
parece…”, aunque lo sabía, pero por respeto a mi amiga no
podía decirlo, “…creo que entre él y Nadia hay algo más
que amistad. Y por último, pero no menos importante, ayer
nos declaramos oficial y formalmente hermanos”, dije
mirándola a los ojos, asintiendo con la cabeza. Diciendo
palabras que sólo tenían sentido y provocaban gracia entre
nosotros tres solamente, porque era una clase de broma
interna. Recordé a Gina diciendo “patético” un día atrás y
esperé a que mamá lo dijera también, pero ella jamás
pensaría que éramos patéticos.
“Dejando de lado cualquier cosa que hayas pensado,
me alegra saber que forman parte de tu vida”, comentó ella
acariciándome el hombro.
“Tocan bocina y no es el colectivo”, gritó Martina
desde la ventana del living. Entonces, apresuradamente
tenía que contarle a mamá que ellos serían mi nuevo
transporte escolar. Me daba lástima dejar que Martina
viajara sola, pero se acostumbraría. Además, nunca me
prestaba atención en el colectivo cuando iba con sus
amiguitas.
“Ah, por cierto, ellos me pasarán a buscar para ir al
colegio de ahora en adelante”, le dije en un tono que no era
de petición de permiso, sino de afirmación.
“No hay problema. Martina tiene a sus amigas. En
eso te ganó”, comentó ella sonriente.
Las tres salimos de la casa. Subí al auto mientras mi
madre y hermana miraban desde la puerta.
“Hola señora. ¿Cómo está?”, saludó Nadia a mamá,
acomodando su cabellera rubia con la mano. Estaba más
Barbie que nunca antes.
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“Muy bien. Díganle a su amigo que maneje con
cuidado”, gritó mamá olvidando que él era hijo del
mecánico. No había duda que era uno de los chicos que
mejor y con más responsabilidad manejaba en Puerto
Azul. Aunque le gustaba la velocidad y tal vez a eso se
refería mamá, él conocía tanto su auto que nada podía
pasarnos. Desde que tenía un año andaba sobre ruedas.
“Todo bajo control señora. Chiquita, ¿no querés que
te llevemos a la escuela?”, ofreció Alexis, cosa que nunca
se me hubiera ocurrido pensar. En mi visión y por más que
amaba a Martina, era suicidio social tenerla hablando por
unos minutos frente a mis amigos. ¿Cuándo inventé la
regla? No sabía.
“No, gracias, prefiero ir con mis amigas. Nos
vemos, hermano”, dijo ella saludando, mientras corría
hacia el colectivo que se había estacionado detrás del auto.
Habló con tal madurez que los chicos se sorprendieron, eso
le pasaba a todos los que la escuchaban hablar, su mente
evolucionaba más rápido que su cuerpo.
¿Había escuchado bien? ¿Le había dicho hermano?
Me sonrojé inmediatamente.
“Sorry”, me disculpé y aprendí que tendría que
cerrar la boca delante de ella, porque no hacía más que
repetir todo lo que escuchaba a su alrededor y eso podría
causar problemas. ¿Y si se hubiera animado a preguntar si
él y Nadia eran novios? Me puse más roja. Al pudo verme
por el espejo retrovisor. ¿Cuándo dejaría de sonrojarme?
“No te preocupes. Me cae bien la mocosa. Así que
ahora tengo dos hermanas. ¿Quién lo hubiera pensado?”,
dijo con una risa en sus labios como si la idea le gustara,
ya que él era hijo único.
Nadia me estaba mirando, mientras sacudía su
cabeza como diciendo: “no puedes ser más tonta y
vergonzosa”.
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45MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
“Amy, deja de pedir perdón por tonterías”, me dijo
confirmando lo que creí que ella estaba pensando. Aunque
no lo dijo en tono agresivo. Esbozó una sonrisa y volvió su
cara hacia el frente.
El auto comenzó a alejarse. Las ventanas estaban
abiertas, el aire golpeaba mi cara, pero no me importaba.
Era una linda mezcla de felicidad y de sentirme viva lo que
atravesaba mi corazón.
La calle estaba más visible que nunca, porque el sol
se hacía más fuerte a medida pasaban los minutos. Las
personas, cada una de ellas, estaban haciendo lo que
hacían día a día, así que pensé que no era la única con
rutinas. Los negocios comenzaban a abrir sus puertas. Los
niños caminaban hablando fuerte, algunos cantando,
vestidos con guardapolvos blancos. Los pájaros planeaban
en lo alto del cielo, como mirándonos a los que no
podíamos volar. ¿Podría mi ángel volar tan alto? Seguro
que sí.
A medida que avanzábamos, los rastros de
civilización comenzaban a perderse. El colegio quedaba
alejado de la ciudad, porque era tan grande que no habían
encontrado un lugar en el centro para edificarlo. Por eso
estaba retirado, cerca del bosque.
Gracias a Dios las populares y deportistas eran tan
superficiales que no habían ejercido su poder para sacarnos
de los ventanales del comedor. Almorzar allí, pudiendo
apreciar los pinos verdes y las aves sobrevolándolos, era lo
más mágico que había visto en la ciudad. A lo lejos
también se veía un cerro que no era tan alto. Me dije que
algún día tenía que ir a conocerlo de cerca y tomar unas
fotos desde arriba.
El Highland era un colegio privado y bastante caro
por cierto. Acudíamos allí no por decisión propia, sino por
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decisión de mis padres. Para nada estaba de acuerdo con la
idea de ir a un lugar tan caro, habiendo colegios públicos
en el centro que no tenían doble turno. Pero en ese
momento no me importó, ya que estaba feliz de ir al lugar
en el que había conocido a mis dos mejores amigos.
La mañana pasó lenta, monótona y sin ninguna
situación fuera de lo común. Sin duda, escuchar a Leo
queriendo pronunciar la palabra father con el acento
británico que la profesora de Inglés tenía, había sido lo
mas gracioso de la clase. Todos se habían reído de eso,
pero él no se avergonzaba y menos se sonrojaba. Ya
deseaba yo tener esa habilidad.
“¡Qué mal!”, exclamó Nadia, dándose vuelta para
mirarme y golpeando a Alexis por la espalda, para que
dejara de reírse. No lo había dicho con intenciones de
ofender o porque nosotros pronunciáramos mejor, cosa que
nunca podríamos hacer, sino por el hecho de que seguía
intentando en voz alta, a pesar de que la profesora ya había
cambiado de tema. Como tratando de mostrar una
habilidad con el idioma que no poseía.
Cuando sonó el timbre a las doce, todos nos
levantamos apresurados de la misma manera, sabiendo que
era hora de visitar el comedor. Una vez cada tanto se
escuchaba el rugido de algún estómago vacío y yo daba
gracias de que no era el mío. Por suerte ese día no sentía
tanta hambre.
Cuando llegamos mas distraídos que de costumbre,
todos estaban ocupando sus lugares. Aunque algo me
llamó la atención, un tumulto de chicas hablando en voz
alta y tratando de parecer interesantes, me hizo ponerme a
analizar la situación.
La mayoría de los que estaban ubicados eran los
varones que miraban con sus caras sorprendidas. Giré mi
vista hacia la barra de comidas y me di cuenta de que ahí
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estaban todas. Se veían indecisas, haciendo pedidos
innecesarios, como si tuvieran ganas de estar dos segundos
más en el lugar, porque había algo que querían seguir
viendo.
Gina y Augusto, pasaron con la bandeja plástica de
comida y ni siquiera me miraron. Parecía que él, la había
obligado a salir de la barra, por lo que podía apreciarse en
su cara.
“¿Qué está pasando aquí?”, preguntó Alexis
totalmente desconcertado. Seguro creyó que alguien se
había desmayado, o algo trágico había sucedido, como
solía pensar en esa clase de situaciones.
Mariana, una chica de quinto año, venía con su
bandeja cargada de alimentos y escuchó la pregunta de Al.
“Doris se jubiló ayer. Juan pasó a ser el dueño de la
barra y hay un nuevo ayudante. Es HOMBRE, por eso el
revuelo de las mujeres. ¿Dónde está nuestra dignidad
chicas?”, dijo indignada su pregunta retórica. Pero fue una
reacción muy de ella. Mariana era ABSOLUTAMENTE
feminista y no podía entender que las mujeres se
desesperaran de esa manera por un chico nuevo, le parecía
degradante. En cambio a mí me parecía reacción femenina
adolescente.
“Con razón. ¿Qué más podía ser? Si esas no comen
nada, no se iban a desesperar así por un nuevo plato de
comida”, dijo Alexis sacudiendo su cabeza y sonriendo. Al
parecer, era un comportamiento común en las chicas de la
ciudad o de todas las chicas del mundo, como ya había
pensado antes, aunque yo no me creía así.
Nos acercamos a la multitud lentamente, tratando de
atravesarlas como si fueran paredes de piedra, pero ellas
oponían resistencia.
“Permiso chicas. Sólo queremos pedir comida y
retirarnos a nuestro lugar. Así que por favor, den lugar y
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48MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
no las molestamos más. Después, pueden seguir mirando
como tontas al chico nuevo”, dijo Nadia con la voz tan
fuerte que todos se quedaron mirándola. Nunca creí que
fuera capaz de eso, pero sólo teníamos media hora para
comer y descansar, esperando el viernes que era el único
día que no teníamos doble turno. Entonces entendí sus
razones. Las demás se sonrojaron como yo hubiera hecho,
se retiraron protestando por lo bajo y matando a mi amiga
con la mirada, pero a ella no le importó. El chico nuevo no
podía hacer más que reírse complicemente con Juan, sólo
podía escucharlo porque todavía había unas chicas altas
frente a él.
Cuando el tumulto se dispersó, algún magnetismo
extraño hizo que mi cabeza se levantara, que una rara
sensación se apoderara de mi corazón por completo, que se
agitara mi respiración y me quedara viéndolo.
No se podía negar porque se habían quedado
mirándolo, hasta yo, que un segundo atrás creí no ser la
típica adolescente enamoradiza, me quedé observándolo
detenidamente.
Era como si hubiera salido de una revista de
modelos, pero era más perfecto. Era alto, su piel
extremadamente blanca, más que la de Alexis y eso ya era
mucho decir. Tenía el cabello muy negro, lacio y fino. Un
corte de pelo actual y moderno: no tan corto, irregular, con
un flequillo desmechado que caía sobre su ojo izquierdo.
Eso lo diferenciaba de todos los chicos del lugar, además
de otras cualidades.
Sus ojos, eso era lo que me había quedado viendo.
Ellos eran demasiado verdes, nadie parecía notar un
extraño brillo que tenían, pero yo sí. Era como si hubiera
usado un delineador sumamente negro en sus estilizadas y
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largas pestañas, porque los ojos resaltaban como dos
esmeraldas.
Estaba vestido con jeans gastados, una remera negra
que le quedaba ajustada. O realmente su cuerpo era
musculoso como para hacer que le quedara pegada al
cuerpo. Bueno, si uno miraba sus brazos se daba cuenta
que la remera no era ajustada, su cuerpo era grande.
Sus labios eran rojos, perfectos y simétricos, al igual
que sus dientes extraordinariamente blancos, y que
combinados hacían la sonrisa más maravillosa que había
visto en mi vida.
Parecía tener diecinueve años más o menos. Por eso
las chicas habían estado tan interesadas, ya que siempre
buscaban chicos más grandes y sus pobres compañeros se
desilusionaban al no tener oportunidad, cuando un nuevo
galán como estos aparecía. Pero era la regla general de las
mujeres, no había nada que hacerle.
Fue ahí que recordé su risa y luego una mirada
cómplice hacia su compañero de trabajo y me di cuenta de
que yo no le daría el gusto a ese nuevo, arrogante,
ayudante del comedor, de que pensara que yo era como las
otras.
“Ya estamos listos, te esperamos en nuestra mesa
cerca del ventanal”, dijo Nadia tocándome el hombro,
volviéndome a la realidad. Me di cuenta de que varios
minutos habían pasado mientras hacía mi observación del
recién llegado, porque Alexis ya tenía la bandeja llena. Los
dos se alejaron bromeando. Pude escuchar a Al imitando a
Leo.
“Father, father…”, decía, mientras ella le pedía que
siguiera con la imitación.
Rogué no decir una tontería, ahora que me habían
dejado sola frente a él. Rogué que no se hubiera dado
cuenta de mis ojos analizándolo unos segundos atrás,
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50MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
mientras él les servía comida a mis amigos. Nunca pensé
que el sólo hecho de mirar a alguien podría afectarme
tanto.
“¿Qué quieres comer?”, dijo humedeciendo sus
perfectos labios, trayéndome nuevamente a la realidad,
porque ya me había perdido en su belleza otra vez. Esperé
no haber tenido mis ojos abiertos como lechuza
sorprendida. Su voz era atrayente, tan dulce, pareja y sin
ninguna vibración horrible o característica particularmente
mala que pudiera llegar a irritar. Era todo perfecto.
“Sólo una manzana. Gracias”, pude decir
finalmente, cuando recuperé la respiración. Traté de quitar
mis ojos de su blanco rostro, pero era como un llamador
que hacía que mis ojos miraran a una sola dirección, hacia
donde estaba él.
“¿Nada más que una manzana? Ya veo, estas a dieta
como ellas”, dijo indicándome a las populares, que no le
sacaban los ojos de encima. ¡Qué mal! Me había incluido
en el grupo superficial.
“No, Dios me libre de ese castigo. Es sólo que… no
tengo hambre hoy”, dije ajustando la cinta en mi cabello
colorado. Sonrió por lo que yo había dicho.
Luego tomó un poco de pollo caliente y lo colocó en
un plato. Puso un envase de jugo de naranja y la manzana
que era lo único que le había pedido.
“No, está bien…”, quise decir pero me interrumpió,
dándome la bandeja. Tuve que tomarla porque era obvio
que la iba a dejar caer. Ya se había puesto arrogante o algo
por el estilo. No me gustaba para nada la idea de que me
diera órdenes silenciosas.
“Shhh”, me dijo para que no terminara la oración
anterior, me quedé estática acatando su reto y esperando
saber lo que estaba por decir.
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51MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
“Me gustan los desafíos y acaba de surgir uno. Me
voy a proponer que te alimentes bien, al menos de lunes a
jueves, durante el almuerzo. El fin de semana no puedo
controlarte, es una lástima, pero espero que no comas
comida chatarra”, me dijo usando su sonrisa mágica, que
parecía convencerme de hacer lo que NO quería hacer.
Decidí alejarme de una vez por todas.
A medio camino di media vuelta para volver a
mirarlo. Allí estaba, con el fondo oscuro de la pared
haciéndolo resaltar como una figura brillante.
“Gracias”, le dije, imprimiendo en mi tono de voz
una sensación que decía: TE ODIO.
Llegué a la mesa donde estaban mis amigos, con
todas las miradas del colegio puestas en mí. Seguro
estaban tratando de matarme o deseando producir rayos
aniquiladores con sus ojos, para castigarme por haber
tenido el “privilegio” de que el nuevo me hablara y
sonriera. Sentí las ganas de desaparecer bajo la tierra. Me
senté rápidamente entre el vidrio y Alexis, ya que al menos
quedaba menos expuesta que antes.
“¿Dónde esta nuestra dignidad chicas?”, bromeó
Nadia, repitiendo la pregunta retórica de Mariana. Alexis
no pudo contener la risa y devolvió al vaso el jugo que
recién había bebido. Ya era tan amiga de ellos que,
primero, no me iba a enojar por la broma de Nadia y,
segundo, no sentiría asco por los malos modales de Alexis.
“Shut up”, dije y me concentré en tratar de comer la
porción de pollo que… el chico sin nombre, me había
obligado a comer. Sería parte de su desafío, eso había
dicho.
“¿Planeaba engordarme como la bruja en Hansel y
Gretel para luego comerme?” ¡Que tonterías estaba
pensando!
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52MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
“Le podrías enseñar a pronunciar a Leo. El inglés es
lo tuyo amiga”, me dijo ella. Muy en el fondo o no tanto,
sabía que Nadia estaba tratando de que me interesara en
algún chico. Ella seguramente se imaginaba salir en pareja:
comidas y cine. Y por un momento, sentí que el repentino
interés que ¿tenía?, en el chico nuevo, no estaba del todo
mal. No era que quisiera darle el gusto a mi amiga y
menos al arrogante, pero al menos, él era alguien real que
me alejaría de esa rara sensación de malestar. Ni quise
acordarme del ángel en mi habitación, en el cuadro mejor
dicho. Eso sonaba mejor. Pero, ¿qué hacía pensando en ese
misterioso chico como posible novio? Si él sólo me había
hablado. Me estaba volviendo loca, mucha vida social me
estaba afectando. Además él era tan… arrogante.
“El nuevo se llama Bastian. Tiene un nombre raro.
Es huérfano y vive en la casa al lado de la catedral. Ayuda
al padre Tomás con la limpieza de todo el lugar y es su
ayudante en la misa los domingos, por eso le dan una
habitación en la casa de los curas”, comentó Alexis,
habiendo liquidado la completa y gigante hamburguesa de
su plato, más las papas fritas. Mi amigo nunca engordaba a
pesar de todo lo que ingería, así que podía comer feliz.
“Y después las que hablamos de más somos las
mujeres. Definitivamente el taller de tu papá es el mejor
lugar para obtener información”, dijo Nadia, recostándose
en el respaldar de la silla. Bebió su gaseosa y dirigió su
vista al bosque.
“Bueno, no es rumor. Él mismo estuvo hace unos
días allí. Llevó a reparar su auto viejo y le contó todo a
papá. No sé, algunos se creen que papá es psicólogo y los
tiene que escuchar. Seguramente ganaría más plata
escuchando que arreglando”, dijo Al, abollando mi caja de
jugo de naranja vacía. Nadia lo miró sonriente. Por alguna
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razón le festejaba todas sus bromas o descabelladas ideas.
Eso era amor realmente.
“Tiene lindo nombre”, se me escaparon las palabras.
De ninguna manera había querido hacerlas públicas. El
calor subió por mi cara y sabía que estaba ROJA.
“¿Solo su nombre amiga?”, preguntó Nadia
moviéndose como una víbora, sentada en su silla y
tratando de molestarme.
El timbre sonó de repente. El ruido de sillas
arrastradas por el suelo fue estremecedor. Todos
volvíamos a la normalidad, por suerte.
“Hora de volver a clases”, dijo Alexis guiñándome
un ojo y sacándome del compromiso de dar una respuesta,
a la no-retórica pregunta de Nadia. Es por eso que la llevó
unos pasos delante de mí imitando a Leo en la clase de
inglés, para distraerla del tópico anterior. Así se
comportaban los hermanos mayores, eso logré entender.
Antes de salir del comedor di una mirada hacia la
barra de comidas y confirmé mis sospechas. Sabía que su
mirada penetrante había estado posada en mí durante todo
el almuerzo. No era que eso me alegrara, porque detestaba
esa repentina insistencia suya, esa manera educada de
hacerme comer cosas que no quería, que se creyera el
modelo perfecto que realmente era, pero me hacía
preguntarme el porqué de esa mirada tan profunda sobre
mí.
Él sonrió, levantó su mano rápido y la dejó caer. Me
saludó, a mí, solo a mí. Ya no había más nadie en el lugar.
Fingí una sonrisa y apuré el paso para alcanzar a mis
amigos. Por más que tratara de callarla, mi cabeza no
dejaba de repetir: Bastian, Bastian, Bastian…
Las horas de la tarde pasaron más rápido que de
costumbre, ni siquiera tuve que desear que el timbre sonara
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porque este ya lo había hecho y ni cuenta me había dado.
Tampoco parecí entender que estaba en el estacionamiento
unos minutos después. Últimamente estaba tan perdida,
como si apareciera en diferentes lugares por arte de magia.
“Hey. ¿Vienes a casa hoy o dejamos la excusa de la
guerra mundial para mañana?”, preguntó Nadia haciendo
chasquear sus dedos fuertemente ante mis ojos. Alexis ya
estaba al volante. La verdad era que decíamos que íbamos
a hacer el trabajo de Historia, pero nos poníamos a charlar
y divertirnos. Algún día lo tendríamos que hacer bajo
presión y cerca del límite de tiempo.
“Sí, dejémoslo para otro día. Hoy tengo que hacer
algunas cosas: como ayudar a Martina un rato con la
tarea”, fue mi excusa para decirle que no sentía la
necesidad de ir a su casa. No podía creer que el recién
llegado me hubiera dejado fuera de mí. Definitivamente
me llamaba la atención algo en él, o sólo él. No había
podido dejar de pensar en su cara unas horas atrás en clase,
después del almuerzo. Por eso había pasado rápido el
tiempo, porque no dejé de pensar en él. Y así de distraída
para quien me viera desde afuera, pero completamente
pensativa en mi interior, viajé todo el camino a casa.
“¿Quién era ese chico?”. Ahora sería parte de su
reto, yo formando parte de su vida. Además, vivía cerca de
la catedral, a unas pocas cuadras de mi casa. Recordé las
campanas y los escalofríos volvieron.
“¿Segura que no quieres venir?”, preguntó Alexis
mirándome por el espejo, esperando la respuesta.
“Segura, nos vemos mañana, como chofer de mi
transporte escolar”, dije bromeando, cuando logré recobrar
mis sentidos. Besé a los dos rápidamente y bajé del auto.
“A la misma hora y en el mismo lugar”, gritó Al y
se alejaron a toda prisa. Le pedí a Dios que mantuviera
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intacta la habilidad de buen manejo de mi amigo, que nada
les sucediera y que llegaran a salvo a sus hogares.
Entré a la casa, donde todo estaba silencioso. No
había nadie más que yo y mi respiración. Sólo el gran reloj
del comedor se escuchaba andar. La atmósfera era
tenebrosa, sin ruidos, ni voces.
Subí las escaleras y tiré el bolso sobre la cama.
Seguro había estado haciendo planes en mi cabeza, planes
de investigación por los cuales había mentido por primera
vez a mis amigos, porque me dirigí a la laptop sobre mi
escritorio de vidrio. Impaciente le daba golpecitos para que
se apurara. Cuando todo había cargado, abrí primero el
programa de correo y Chat. Agregué a Nadia y Alexis a
mis contactos, ya que me habían escrito sus mails en la
carpeta durante matemática, marqué la cruz para cerrar el
programa.
Luego hice lo que había estado posponiendo. Abrí
Google y en la casilla para buscar escribí: Bastian. Tal vez
con la inocente idea de que iba a encontrar una foto o
información suya. Algo que lo hiciera más real.
Detenidamente seguí con mis ojos los resultados de
búsqueda, hasta que llegué a uno azul que decía: Bastian.
Significado del nombre. Hice clic sobre el título y me
mandó a una página negra, con letras blancas que solo
decía: Venerado por sobre los demás (Honoured above all
others) agregaba en inglés. De inmediato mi mente trajo
recuerdos de las chicas a su alrededor. ¿No era eso una
especie de veneración por sobre los demás chicos que iban
al colegio? Estaba claro que sí. Pero, ¿por qué?
¿Realmente estaba tan loca que podía creer que uno era
igual a la descripción de su nombre?
Me paré para pensar, caminé y me acerqué a la
ventana para ver la catedral, como si pudiera verlo a él. De
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56MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
repente apareció una ventana de Chat en mi computadora
portátil. No había cerrado la sesión.
No era ni Nadia ni Alexis, seguro no me habían
aceptado todavía. Era mi amigo: Nando de Venezuela, que
me estaba hablando. Rápidamente me senté a charlar con
el en inglés un rato, ya que estudiaba para ser profesor y a
mí me gustaba practicar.
Siempre era bueno hablar con él. Yo le contaba de
mi realidad y él de la suya. Ya hacía un año nos
conocíamos gracias a una sala de Chat en la que se podía
practicar el idioma, hasta que nos dimos cuenta de que los
dos hablábamos español.
Su nombre era Daniel Fernando y tenía dos
apellidos que no me acordaba en ese momento. Siempre le
decía que sonaba a nombre de galán de telenovela, por eso
el prefería que lo llamara Nando, ya que sus amigos
también lo molestaban con eso.
Era raro el hecho de que nos conocíamos tanto.
Habíamos visto algunas fotos de cada uno nada más, pero
sólo eso bastaba para saber que existíamos en la vida del
otro.
Cada tanto le prometía visitarlo en Venezuela. Él
decía que no había problema, que me esperaba con los
brazos abiertos. Entendí que tenía un amigo más, que eran
tres y no dos, como papá había escrito en el mensaje. Las
distancias no nos importaban en lo mas mínimo.
De todos modos e innegablemente esa tarde por más
distracciones que me quise crear, tal cual y como había
pasado a la salida del comedor, mi cabeza no hacía más
que repetir: Bastian, Bastian, Bastian…
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Capítulo Cuatro: Noticias
El miércoles me encontró desprevenida porque no lo
estaba buscando. Habían pasado tantas cosas los días
anteriores que parecía que el tiempo volaba, escapándose
de mí. Eso nunca sucedía en mi ex solitaria y aburrida
vida. En esa vida que había dejado atrás podía contar uno a
uno los segundos, minutos y horas, siguiendo las
interminables vueltas de las agujas del reloj. Los días
pasaban más lento que para las demás personas, pero eso
también había comenzado a cambiar.
Volví a despedir a mi familia al escuchar la bocina
de mi nuevo transporte escolar, que era más puntual de lo
que esperaba de mi amigo. Tomé el bolso apresuradamente
sin fijarme si llevaba las cosas necesarias. Después me
puse una campera liviana de algodón, pues parecía que el
calor se había alejado por unos días de la ciudad. Faltaban
quince minutos para las ocho y al salir de mi casa me di
cuenta de que en verdad estaba más fresco que ayer, debía
empezar a creer más en los pronósticos locales que en los
nacionales, que siempre erraban.
Entré al auto colocando mi bolso en el asiento al
lado mío. Nadia y Alexis se estaban besando, así que
pretendí no ver y tratar de que la situación fuera menos
incómoda, pero nunca sucedía eso cuando uno así lo
quería. De inmediato se ubicaron en sus lugares al sentir
mi presencia. Igualmente me alegraba de haberlos visto de
esa manera, porque ya no aguantaba más todo ese misterio
que querían crear y los besos en la mejilla. Con cada
segundo que pasaba, me podía dar cuenta de que se
amaban de verdad. Eso me llevó a pensar si algún día haría
lo mismo. Eliminé mis pensamientos una vez más, pues
era muy temprano como para preguntarme cosas a mí
misma.
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58MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
“¿Tengo una pregunta Amy?”, dijo Nadia girando
para mirarme. Ella me haría las preguntas al final. Sus ojos
azules estaban completamente abiertos. Alexis seguía
mirando hacia el frente, por lo que daba gracias. Muchas
veces por no perderse la conversación, giraba para verme
también. El miedo de chocar era inminente en mi cuerpo,
una defensa natural ante el peligro, suponía yo.
“Adelante. Estoy preparada para lo que sea, puedes
preguntar”, dije segura por fuera, aunque dudando mucho
en mi interior.
“¿Qué quería saber que todavía no le había
dicho?”. Si a esas horas de la mañana mi amiga ya tenía
ganas de pensar, era digno de admiración.
“Ya te dije que no exageres. Sólo quiero asegurarme
de que ayer no nos evadiste, para darnos tiempo para estar
juntos y no ser la tercera desubicada”, comentó ella,
estirándose para besarme la frente.
“Buen día”, agregó, ya que no nos habíamos
saludado como correspondía. Seguramente lo que la había
llevado a ese planteo fue mi incomodidad al verlos besarse
cuando subí al auto, no había otra opción más que esa.
“Para nada, sólo tenía cosas que hacer. Hoy me
tendrán con ustedes para seguir el trabajo de investigación.
Ahora somos la triple alianza, así que no me siento como
la tercera desubicada”, dije devolviéndole el beso, tocando
la cabeza de Alexis y usando sus propias palabras en forma
de broma.
“La triple alianza… eso me gusta. Buen nombre
para nuestro grupo. No en el sentido destructivo
obviamente”, comentó Al sonriente. Me pareció que tenía
razón, era un buen nombre.
Volví a mi clasificación mental de las clases
habitantes del Highland y pensé que de ahora en adelante
debíamos desaparecer de esa lista de solitarios, para ser la
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59MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
triple alianza, crear una clase nueva a la que sólo los tres
perteneciéramos, como algo de exclusividad VIP.
“Bueno, mis aliados. Ayer por la tarde los agregué a
mis contactos, así que más les vale aceptarme”, dije,
cuando de repente mi vista giró hacia la izquierda.
Estábamos pasando frente a la catedral, no sabía por
qué pero Alexis condujo más lentamente o tal vez me lo
estaba imaginando.
La catedral era inmensa, monstruosa y gótica, como
sacada de tiempos antiguos y puesta allí, en nuestra
realidad. Las campanas se movían en lo alto, las palomas
volaban por todo el lugar dejando caer alguna que otra
pluma. Pasamos por la casa de al lado y estacionado frente
a ella, estaba el auto de él. Tenía que ser de él, era el
mismo del que había hablado Alexis, no estaba haciendo
suposiciones. A pesar de no entender nada sobre mecánica,
éste era igual al que mi amigo había descrito: el color, la
¿forma?, el modelo.
“Ese es el auto que arreglamos con papá. Del chico
nuevo de la cafetería”, las palabras de mi amigo no
hicieron más que confirmar mis sospechas.
“Ese chico es lo mas arrogante que haya visto en mi
vida. Lindo, sí. Pero con esa personalidad lo arruina todo”,
comentó Nadia pintándose las uñas de color rojo, sin
importar que al lado suyo estaba su novio. Tranquilamente
había hecho el comentario de que otro hombre que no era
SU Alexis, era lindo. Yo, como no podía ser de otra
manera, me sonrojé esperando la reacción de Al. El sólo
me miró por el espejo retrovisor y cerró un ojo. Con ese
gesto, me confirmó que todo estaba bien, que había
demasiada confianza en ellos como para preocuparse por
un comentario así.
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60MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
“Tal cual. Es de-tes-ta-ble”, separé en sílabas otra
vez, como nena de primer grado. Pero quería dejar bien en
claro cuánto odio le tenía. Si es que era eso lo que
realmente sentía por él.
“Del amor al odio hay un solo paso dicen”, exclamó
mi hermano sonriéndole a Nadia. No podía creer lo que
estaba escuchando. Era obvio que debido a mi
comportamiento, él decía esa frase hecha y trillada.
Entonces, trataría de no mostrar mi ira hacia Bastian,
porque Alexis pensaría que sentía lo opuesto al odio por él.
Y si mi odio aumentaba, él con toda razón creería que mi
amor era más grande.
“No te molestó su arrogancia ayer… parece. Porque
se quedaron hablando. ¿No es así? Bueno, tú estabas como
tonta sin decir nada y mirándolo fijo, como las otras. El
que habló fue él. ¿Se puede saber que te dijo?”, preguntó
Nadia, dejándome completamente sin palabras, pues ella
las había dicho todas en un sólo minuto, así como así y
pintándose las uñas. Alexis no paraba de reírse. ¿Mis dos
aliados se habían complotado?
“Bueno…”, traté de decir y que sonara natural, sin
rabia o enojo.
“… le pedí solo UNA manzana y dijo que estaba a
dieta comparándome con las populares. Eso es lo que
hablamos”, les dije cruzando mis brazos sobre el pecho.
“¡Auch! Eso debe haber dolido”, comentó Alexis
estacionando el auto en el lugar de costumbre, frente al
colegio. No tenía agrado por esa clase de chicas y ser
comparada con ellas no era un cumplido para mí.
“Obvio, con lo que las detesto. Además se propuso
el reto de alimentarme mejor. Al menos de lunes a jueves y
durante el almuerzo ¿Pero quién se cree que es?”, dije,
imitando su voz para que sonara como tonto, cuando en
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61MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
realidad era el ser más dulce que había escuchado
hablando alguna vez.
“Sí que es terrible. No le prestes atención Amy. Ya
se le va a pasar cuando vea que lo ignoras”, me aconsejó
Nadia. Me pareció que el sólo hecho de ignorarlo era darle
más importancia dentro de mi vida de lo que tenía.
Abandonamos el tema de conversación ante mi ascendente
ira.
No estaba equivocada, los demás también se habían
percatado del frío. Todos vestían sus camperas. Las voces
eran estridentes, fuertes y parecían llenar mis oídos. Luego
nos dirigimos hacia el interior del colegio, sin ganas y con
tristeza en la cara por tercera vez en la semana.
Cuando entramos al aula, el profesor nuevo de
Geografía estaba desplegando su nuevo mapa, muy
contento de mostrarnos su adquisición todo color. Una
nueva versión del mismo mapa que veíamos desde primer
grado y que no me parecía una de las siete maravillas del
mundo. Pero bueno, algunos eran felices con poco. Sin
dudas había habido mucho cambio de personal ese año.
“¿Los estarán cocinando en la cafetería? ¿Los
servirán en nuestro almuerzo?”, pensé, haciendo que las
ridiculeces jugaran dentro de mi mente. Me fue inevitable
sonreír.
“Hola Amelie”, saludó una voz áspera. Sin darme
cuenta había llegado hasta mi lugar en el aula.
¿Quién se sentaba en el escritorio de al lado? No
era difícil saberlo. Ah sí, Leo, chico de mirada fija e
irritante.
“Hola, ¿cómo estás? Es linda tu campera… me
gusta”, le dije tres frases más que el típico: hola. Pareció
quedarse mudo, definitivamente lo había sorprendido con
mi nuevo buen humor.
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62MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
“Bien…gracias, la tuya también”, dijo mirando a mi
simple y blanca campera de algodón que nada de linda o
especial tenía. No lo culpé por su respuesta, porque yo
nerviosa emitía oraciones peores que esa.
Me ubiqué en mi lugar y Nadia levantó su pulgar
sobre el hombro para que yo lo pudiera ver, pero siguió
mirando hacia el frente, al gran mapa sobre el pizarrón. No
sé a que se debió su apoyo, pero me alegró.
La directora irrumpió en el aula, justo cuando el
profesor llevaba varios minutos hablando sin parar, sobre
su fascinación por la arquitectura de los países del
continente europeo.
“Hola, mis queridos alumnos de cuarto año. Tengo
noticias…”, saludó la pequeña mujer regordeta, arreglando
sus anteojos. Llevaba un rodete mal hecho en su cabeza y
tono de directora en la voz.
“¿Desde cuando queridos?”, susurró Alexis viendo a
Nadia, lo pude escuchar también. Los tres nos tuvimos que
morder los labios para no soltar una carcajada. Pues era
verdad, nunca nos hablaba y menos reconocía, pero en ese
momento éramos sus “queridos”, algo venía a pedir, eso
era más que seguro.
“Como algunos de ustedes saben, el veinte de
Diciembre será el baile de graduación de los alumnos de
quinto año…”, comentó sonriente y pude entender de qué
se trataba todo.
“Ustedes, como es tradición de esta institución,
serán los encargados de organizar la decoración y demás.
Sin olvidar que el dinero recaudado, será utilizado por
ustedes, el año que viene en su viaje de egresados”, logró
decir cuando todos gritaban y aplaudían contentos. Me
alegré, pero no mostré mis sentimientos tan abiertamente.
Ya estábamos a un paso de abandonar la tortura, eso era lo
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63MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
que más feliz me hacía, aunque igualmente no me puse a
saltar como los demás.
La directora comenzó a realizar gestos graciosos con
sus manos para que los gritos terminaran. El profesor
nuevo la ayudaba, tratando de calmar a mis desaforados
compañeros. Luego de unos segundos, las fieras se
quedaron silenciosas.
“Muchas gracias. Que tengan un lindo día y sigan
estudiando”, dijo ella muy entusiasta y se marchó, dejando
que las horas corrieran en el reloj.
¡RING! Era hora de almorzar otra vez, tiempo de
visitar el comedor o cafetería, como Alexis le decía,
momento de soportar a mi segunda nueva tortura: Bastian.
Traté de prolongar la caminata hacia nuestro lugar
de almuerzo lo más posible o desviarme a la biblioteca,
pero los chicos se darían cuenta de que algo estaba
pasando. Sumado a eso, me matarían por perder nuestro
valioso tiempo de descanso. Entonces, abandoné los planes
de gastar minutos sin razón que no me salvarían. Decidí
poner mi mejor cara y sonrisa e ignorar, como Nadia había
dicho. Eso era precisamente lo que iba a hacer.
Entramos por la gran puerta de vidrio que siempre
me costaba abrir cuando ya todos estaban en sus lugares.
El reto que mi amiga les había dado ayer, les había hecho
aprender la lección de que cada minuto de descanso era tan
valioso como nuestras vidas, cuando ibas a un colegio de
doble turno.
Mis ojos, como atraídos por su magnetismo, se
dirigieron al único lugar que en el aula me había estado
diciendo que no debía mirar.
Él estaba allí, detrás de la barra de cristal de
comidas coloridas. No había faltado a su trabajo como yo
deseaba. Al parecer, no le importaba que el ambiente
estuviera más fresco, porque no estaba abrigado, sólo tenía
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64MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
una musculosa blanca, mostrando otra vez su cuerpo
perfectamente tallado. Me imaginaba que era duro como
una roca o metal. ¿Cuántas horas pasaría en el gimnasio?
No eran de esos músculos horribles y excesivos, pero si se
notaban. ¿Qué hacía yo mirando eso? Me avergoncé de mí
misma.
Estaba vestido de blanco de pies a cabeza, como si
su piel ya no fuera lo suficientemente blanca. Era raro que
no se le pudieran ver venas azules en sus brazos, con lo
transparente que era. Lentamente, nos acercamos hasta él
que parecía no vernos, ya que estaba sirviendo comida a
otros estudiantes que por suerte lo mantenían ocupado.
Estaba comenzando a sentirme nerviosa y no quería que se
notara, porque mis amigos me torturarían todo el tiempo
con eso de la poca distancia entre el amor y el odio.
“¿Amy, qué hiciste ayer cuando te dejamos en tu
casa?”, preguntó Nadia agachando su cabeza para
inspeccionar a mi lado, que sería lo que comeríamos ese
día. Definitivamente no tenía nada de hambre, así que
rogaba que Juan me sirviera para pedirle sólo una manzana
y esfumarme del lugar, sin ser obligada a comer cosas que
no quería ni había pedido.
“En la mesa te cuento, ¿OK?”, le dije, con ganas de
ahorcarla frente a todos por decir mi nombre, mejor dicho
apodo, en voz alta.
La cabeza de Bastian giró en nuestra dirección. Me
alejé al extremo del exhibidor, observando las extrañas
comidas que había para elegir. Otra vez me había perdido
pensando, porque mis amigos con la bandeja en la mano se
alejaban de mí. Me quedé mirándolos sin entender y
esperando que volvieran a buscarme, pero no lo hicieron,
así que me tendría que enfrentar yo sola a él, otra vez. Sus
labios iban a empezar a moverse, me quedé mirando lo
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65MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
lindos que eran, tan rojos, como rubíes que resaltaban
sobre su piel blanca. Me estaba sintiendo poética esos días.
“¿Qué vas a comer hoy, Amy?”, sonó su dulce y
preciosa voz. Lo miré, sus ojos estaban más verdes que
ayer, más brillosos aún. Parecía estar contento de saber mi
nombre, lo que no me gustó para nada. Juan se había ido
de su lugar de trabajo, así que sería imposible hacer un
escape rápido como tenía pensado.
“Mi nombre es Amelie, ¿OK?”, le dije sin ganas de
ser ruda, pero lo había hecho. Se había escuchado como la
persona más mala y descortés del mundo, como una tirana.
Sus ojos cambiaron por completo, su sonrisa desapareció
al instante.
“Disculpa. Amy, es sólo para tus amigos, soy un
entrometido”, comentó en voz baja, buscando una bandeja.
No me volvió a mirar mientras hacía su trabajo. Me sentí
como la peor persona sobre el planeta tierra. Ajusté la
cinta en mi cabello fuertemente, odiándome, porque él
siempre había sido educado conmigo, entrometido sí, pero
nunca me había hablado de esa manera.
“Discúlpame tú, de verdad. No quise hablarte así,
soy una tonta maleducada. Me llamo Amelie, pero me
dicen Amy, así que me puedes llamar así. Espero que no
estés enojado”, dije cambiando mi voz completamente y
sonriendo para que su cara volviera a ser la de antes. Eso
sucedió de inmediato, así que suspiré fuerte. Estaba
demasiado aliviada de haber borrado la tristeza de su
perfecto rostro, sus ojos volvieron a mí.
“Quiero pizza, jugo de naranja y una manzana, por
favor”, pedí educadamente, esperando que mi voz fuera
más suave. Él me miró contento de que no sólo pidiera una
cosa para comer y llenó la bandeja, no muy convencido
con lo de la pizza, pero accedió. En ese momento, pude ver
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66MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
que tenía un anillo dorado en el dedo índice de la mano
derecha.
“¿Comprometido o casado? Pero, ¿tan joven?”,
pensé. Bueno, al menos eso era un recordatorio para que
no se metiera conmigo, algo a mi favor. Seguro no quería
desilusionar a su novia. ¿Qué hacía yo pensando en eso?
¡Como si él estuviera interesado en mí!
“Vamos mejorando. Veo que estas poniéndole
comida a la dieta”, bromeó sonriente, haciéndome sonreír
también. Su cara volvió a cambiar, se puso más serio
cuando alguien se acercó a pedir algo. Obviamente nos
estaba interrumpiendo y eso no pareció gustarle.
“Sí, obligadamente la estoy cambiando. Vas a lograr
tu objetivo. Gracias”, le dije tomando la bandeja, tratando
de que nada se cayera, pues mis manos temblaban un poco.
El chico al lado mío estaba impaciente, yo estaba
molestando y ocupando lugar, así que decidí marcharme
de una buena vez.
“Mi nombre es Bastian. Adiós Amy”, saludó, con
los ojos más hermosos que antes. No pude enojarme
porque usara mi nombre. Se escuchaba demasiado bien en
su voz y dicho con sus labios. Me dijo su propio nombre,
como si no lo supiera, como si este no estuviera grabado
en mi mente desde ayer, cuando Alexis lo dijo.
“Lo tendré en mente”, dije en voz alta. Fue lo más
tonto que podía haber dicho, ahora le había dado razón
para pensar que YO estaría pensado en su nombre, es
decir: en ÉL. Pero tendría que dejar de creer eso al mirar el
anillo dorado en su dedo. Si tanto quería a su novia, esposa
o lo que fuera, tendría que respetarla y no meterse
conmigo.
Al llegar a la mesa donde estaban mis amigos,
sacudí la cabeza para que esas ideas que me estaba creando
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67MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
se alejaran de una vez por todas. Nada me daba derecho a
creer eso de él.
En un momento recordé la frase de Alexis en el auto
por la mañana: “Del amor al odio hay un solo paso”.
Gracias a mi amigo, ahora tenía algo más en la cabeza para
atormentarme, como si no hubiera demasiadas cosas ya.
Respiré hondo, apreté mis dientes y me senté dispuesta a
responder de la mejor manera lo que sea que tuvieran para
preguntarme. Sabía que desde ese momento los dos
estarían analizando mí día a día con el chico de la barra de
la cafetería. Dudaba si habían hecho alguna apuesta sobre
mí y el chico nuevo. No era que creyera a mis amigos
capaces de eso, pero nunca digas nunca, decían las
personas.
“Dijiste que ayer nos agregaste a tus contactos.
¿Qué más hiciste en Internet? ¿Encontraste más material
interesante para nuestro trabajo?”, preguntó Nadia y di
gracias que no se mencionara en la conversación a quien
estaba al otro lado del gran salón, mirándome fijamente
todo el tiempo. Tuve que recordar la pregunta de mi amiga
porque obviamente mis pensamientos no estaban en su
lugar en ese momento.
“Solo busqué información sobre Bastian, esperando
encontrar alguna foto de él. Su nombre tiene un
significado muy lindo”, me dije a mí misma.
Definitivamente eso no sería lo que iba a responder.
“Lamentablemente no busqué nada sobre el trabajo
de historia, sorry”, me disculpé saboreando la deliciosa
porción de pizza. De todas maneras no era tan rica como la
de Clara. Luego me pregunté si Bastian cocinaba algo de
nuestra comida, si con sus manos preparaba nuestros
alimentos. Recordé algo que les quería contar.
“Ah, estuve chateando con mi amigo venezolano,
practicando mi inglés. Tantos años de clases deben servir
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68MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
para algo”, agregué mirando los pinos verdes que me
llamaban con su color. Tenía ganas de salir en algún
momento, de escaparme durante alguna materia aburrida,
pero sola, para pensar y respirar aire puro, fresco y
perfumado por el aroma de los árboles.
“¿Es como tu novio del Chat, no?”, interrogó
Alexis, haciendo sonar las últimas gotas de su gaseosa con
el sorbete en el fondo de la botella, mientras sus grandes
ojos se posaban en mí.
“¿Qué? Ustedes tienen una fijación con querer que
tenga novio. Les informo que por ahora estoy muy bien
sola y nadie me interesa más que mi familia y ustedes”, les
dije, remarcando las últimas palabras para que se dieran
cuenta de que ellos eran lo más importante en mi vida.
“Mmm, bueno, qué dulce eres. Pero, ¿estás segura
de que nadie te importa? ¿Ni siquiera el que te está
mirando fijo hace veinte minutos? Y no estoy hablando de
Leo, sino de…”, inevitablemente la verborragia de mi
amiga Barbie fue más fuerte y lo tuvo que decir, tuvo que
recordármelo.
“Shhh… no digas tonterías, ni siquiera sé quién es y
no sé qué hacemos hablando de él”, exclamé agachando la
cabeza, pues al pensar su nombre no pude evitar levantar
mi mirada. Nuestros ojos se encontraron en el mismo
momento. Allí seguía, perfecto, calmo y esperando
eternamente. Nadia y Alexis se miraron dando una de esas
irritantes miradas de complicidad que yo no entendía.
“Bueno, cambiando de tema, hermana. Tenemos que
pensar algo para el baile de graduación, alguna temática
para decorar el salón de fiestas, no sé. Va a ser difícil que
todos nos pongamos de acuerdo”, comentó Al estirándose
y colocando su brazo en el respaldo de la silla de su novia,
quien con el dedo pulgar le limpió la esquina de su labio,
que tenía restos de salsa de la pizza.
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69MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
“Genial, el baile…”, dije tratando de sonar
entusiasmada, pero que también se dieran cuenta de que la
idea no me agradaba demasiado. Era muy irónica mi forma
de ser, así que no les costó mucho ver mi falta de interés.
“Bueno, con esas ganas ya sabemos la respuesta”,
comentó Nadia mirando a Alexis, esa vez acomodando su
cabello. ¿Tenía que estar todo el tiempo haciendo eso?
¿Tratándolo como a un niño? Es decir, arreglándolo,
limpiándolo y peinándolo como si fuera su madre. A él
parecía no molestarle para nada. Todo lo contrario,
aprovechaba para dormirse mientras ella le acariciaba
suavemente el cabello. Me quedé mirándolos
detenidamente, se veían felices y eso me hacía feliz a mí
también.
“¿Seré así yo cuando tenga novio?”, me pregunté.
Bueno eso sólo el tiempo lo diría, cuando encontrara a
alguien real que no fuere entrometido, arrogante u
obsesivo y por mi experiencia, Puerto Azul no era el mejor
lugar para buscar novio.
“Es que justo el veinte de Diciembre es mi
cumpleaños y…”, dije retomando el tema anterior. Sí, eso
era lo que no me ponía contenta. Que mi cumpleaños
número diecisiete fuera el mismo día del baile, porque
sabía que Nadia se encargaría de decirle a TODO el
mundo. La atención no iba estar centrada en los egresados
sino en mí, la hija del intendente de Puerto Azul (terribles
noticias).
“Esas son fantásticas noticias”, gritó mi amiga y
algunos se dieron vuelta para verla, seguro pensando que
algún profesor había faltado, pero cuando ella no aclaró el
porqué de su alegría volvieron a su comida desilusionados.
“Dos fiestas en una. Esta va a ser la mejor despedida
de año”, agregó y Alexis se despertó de su corto sueño. Tal
cual y lo había pensado Nadia haría de mi cumpleaños la
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70MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
mejor fiesta de la historia. Tendría que ser fuerte para
soportarlo.
“OK, aprecio tu entusiasmo. Pero nada muy fuera de
lo normal, ¿entendiste?”, la miré fijo para que me lo
prometiera. Por alguna razón creía que ella no quería nada
ordinario.
“Entendido”, dijo más que feliz aceptando el tratado
de paz. No pude negar que amaba verla de esa manera.
Además durante el año había sido su cumpleaños y el de
Al, pero yo con mi coraza cerrada a la vida social no lo
había registrado, por lo que me odiaba al cien por ciento.
Así que no podía negarles nada de lo que me pidieran con
respecto a eso, tenían ventaja sobre mí. Decidí condenarme
a mi misma en su favor.
“Entonces festejaremos los tres cumpleaños. El mío
y el de ustedes, atrasado, por lo que pido mil perdones”,
les dije, ofreciendo mis disculpas más sinceras.
“Muy bien, pero el pacto anterior se rompe. Esta va
a ser la fiesta MÁS fuera de lo normal que nunca”,
comentó Alexis, acentuando sus palabras. Parecía haber
escuchado todo mientras dormitaba.
“Entendido”, dije animadamente, sin saber lo que
era una fiesta fuera de lo normal y el timbre se dejó
escuchar en todo el Highland.
“Hey Amy. Ese loco te sigue mirando, no ha parado
desde que entraste al comedor. ¿Quieres que le diga
algo?”, ofreció mi amigo llevando su puño a su pera.
Entendí que “hablar” en su lenguaje de hermano protector
significaba: golpear.
Nadia se había quedado mirando fijamente a Bastian
que se alejaba del lugar, pues la cafetería había cerrado.
“No es necesario que te tomes el trabajo Al, ya se
fue. Gracias por defenderme hermano, pero tal vez yo
exagero bastante. Él no me molesta para nada”, comenté,
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recordando lo mal que le había hablado cuando estaba
pidiendo comida. Los dos se quedaron mirándome,
diciendo con la expresión en sus caras que era hora de
volver a clases. Fue ahí que recordé que quería respirar
aire puro por un momento al menos.
“¿Saben? No voy a entrar a clases ahora. Tengo
ganas de respirar un poco de aire fresco. Me duele la
cabeza y no estoy de ánimo para aguantar al profesor de
química con todas sus fόrmulas. Espero no les moleste”,
les dije buscando su aprobación, balanceándome de un
lado al otro mientras todos los alumnos se iban a sus aulas.
“Está bien. Nosotros te cuidamos las cosas, no vaya
a ser que Leo tenga ganas de investigar tu bolso tratando
de encontrar algo para recordarte”, bromeó Nadia imitando
la mirada de mi poco querido compañero de clase. No
pude hacer más que reír.
“Debes ser la única persona que escapa de clases en
el mismo colegio. Con Nadia solíamos irnos en la hora de
matemática a…”, contó Alexis siendo interrumpido por
Nadia, que quería mantener frente a mí su imagen de
alumna ejemplar. Pero no me engañaba.
“Shhh… no tienes que contar todo, nene. Vamos a
clase ya. Que te diviertas donde sea que vayas. Nos vemos
en el próximo recreo”, comentó mi amiga tironeando o
mejor dicho arrastrando a su novio por el pasillo de
cerámica blanca.
Al fin me había quedado sola, así que tenía tiempo
de pensar, acomodar ideas, respirar un poco y volver a
pensar cuantas veces quisiera.
De verdad creía que estaba siendo un poco
exagerada, pero no sólo con el chico nuevo, sino también
con lo de Leo, la selva superficial (escuela), con todo. Tal
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vez si trataba de divertirme más como mis dos amigos,
todo sería más natural, calmo y no lo sentiría como una
carga o tormento.
Salí por la gran puerta del comedor. Afuera aún
estaba un tanto fresco, así que me puse mi blanca campera
de algodón. La cerré a la altura de mi pecho y atravesé el
patio rápidamente para que ningún directivo, profesor o
alumno delator me viera. No deseaba que me llamaran la
atención, menos que mis padres se enteraran. Antes nunca
había pensado en meterme en problemas. Sentí que mi
vida realmente había cambiado.
Por suerte no había cercas que me impidieran
atravesar el bosque, así que apenas puse un pie en él y
crucé algunas líneas de pinos que me escondieron, me
sentí salvada e invisible.
No tenía pensado adentrarme tanto. El lugar no era
tan grande, pero yo tampoco era de lo más inteligente en
situaciones de exploración y no sabía si había animales
peligrosos o algo por el estilo. En mi cabeza la suma de
Amelie más bosque que no conocía, daba por resultado,
mejor dicho resultados: peligro y problemas.
Dejé fuera de mi mente todos los pensamientos para
dedicarme a relajarme como había pensado. Caminé unos
pasos más, mirando todo a mí alrededor, pisando con
cuidado. El aroma de los pinos era fuerte, pero para nada
desagradable. Era como que destapaba mis fosas nasales y
me llenaba de energía positiva, de vida.
Había a mí alrededor flores de todos colores, plantas
que colgaban de algunos árboles de los que ni siquiera
sabía su nombre. El pasto parecía húmedo, ya que el sol no
podía entrar con facilidad, por más que sus rayos eran
fuertes.
Los pájaros cantaban desde lo alto de las ramas,
emitiendo un sonido que era ensordecedor, pero agradable.
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No como el sonido de las voces de mis compañeros en la
mañana, festejando las noticias que la directora nos había
dado. Eso sí había herido mis oídos.
Algo que vi me sacó de la gran concentración que
había logrado crear. Recostado a un árbol de tronco grueso
y agrietado estaba él: Bastian. Tenía los ojos cerrados y
parecía dormido. Su cara estaba toda relajada con lo que se
veía aún más tierno. Los suaves y tibios rayos del sol que
podían atravesar las abundantes copas de los árboles,
acariciaban su rostro haciéndolo brillar como oro puro. Sus
gruesos brazos estaban cruzados sobre su pecho, el que yo
creía ser más duro que una roca o estar hecho de metal.
¿Por qué justo ahí lo tenía que encontrar? ¿Tenía
que estar siempre fastidiándome? Estaba arruinando mi
bello momento de tranquilidad y soledad. Hasta en el lugar
más solitario, en el que nunca pensé verlo, tenía que
soportar su presencia.
Ese fue el primer momento en el que dudé sobre lo
que sentía. ¿Qué significaba soportar? Para eso había dos
respuestas.
RESPUESTA UNO: soportar la presencia de algo
que no te gustaba, te desagradaba y que te hacía mal, pero
igualmente tenías que lidiar con ello.
RESPUESTA DOS: soportar las ganas de estar
cerca de algo que te llamaba la atención, que te atraía, que
te tenía pensando tonterías. Soportar el deseo de tocarlo
cuando estaba tan cerca, porque estabas muy… enamorada
a primera vista, que era algo que antes no habías sentido.
¿Cuál era mi respuesta? Al verlo tan hermoso
durmiendo, me inclinaba por la número dos, pero como no
tenía ganas de pensar más, sacudí la cabeza y las preguntas
se fueron al instante.
Si él estaba dormido, aprovecharía para hacer el
gran escape, lo que me costaría porque no era habilidosa y
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era muy probable que terminara en el suelo. Trataría de
hacerlo para volver a clase e inventar la excusa más tonta
que existiera, para que igual el profesor de química me
llamara la atención por haberme salido.
Di vuelta lentamente, haciendo el menor sonido
posible. Un paso, dos, tres… ruido a mis espaldas.
“Hey Amy… Amelie. ¿Qué haces aquí? ¿No
deberías estar en clases?”, preguntó con su voz suave,
preciosa. Se había corregido al usar mi nombre. Aún
dudaba al nombrarme, seguro se esperaba que le hablara
mal otra vez.
“Maldición. ¿Ahora que hago?”, eso fue lo que
pensé mientras giraba para verlo. Él se estiró para
desperezarse, así que comprobé que en verdad estaba
durmiendo. No tenía intenciones de pararse o alejarse del
lugar. ¿Qué hacía durmiendo allí?
Levantó sus brazos por sobre la cabeza y su remera
se subió un poco por el lógico movimiento hecho. No pude
evitar mirar y definitivamente comprobar que su cuerpo
era tallado, sus abdominales eran cubos marcados bajo su
piel. Quité mis ojos antes de que abriera los suyos.
“Ehh… estaba tratando de respirar aire fresco. De
que el dolor de cabeza se vaya. No digas nada a la
directora, por favor. Me metería en problemas”, comenté
cruzando mis brazos sobre el pecho y respondiendo al fin
lo que me había preguntado hacía unos segundos.
Él se movió un poco de su lugar, dejando respaldo
libre en el tronco del árbol. Dio unos golpes en el pasto a
su lado. ¿Me estaba invitando a sentarme junto a él? ¿Qué
iba a hacer? Mi cabeza daba vueltas sin saber qué decisión
tomar.
“Siéntate, por favor. No te preocupes, no soy un
delator. Sé que hoy no debí usar tu nombre tan libremente.
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Pero… no soy malo. De verdad te digo”, me dijo con sus
ojos verdes brillantes, extendiendo una mano para
invitarme y usando ese tono de voz de niño que imploraba
perdón, eso era irresistible.
Bueno, recordé que no tenía excusa para dar si
volvía al aula, así que decidí quedarme con él. Además, no
sería tan malo esperar el timbre para el recreo. Sólo
faltaban unos minutos, unos cuantos minutos en realidad
pero yo preferí pensar que era menos.
Me acerqué despacio, me senté no tan cerca de él,
un tanto nerviosa. El pareció entender y se rió.
“¿Qué pasa?”, pregunté mirándolo directo a los ojos.
¿De que se reía? Él se acercó, hasta que nuestros brazos
estaban a un milímetro de tocarse. ¡Qué situación
incómoda!
“Yo sé que te conozco hace unos días, muy pocos
días para ser más exacto. Pero… no sé cómo comportarme
para hacerte ver que no te quiero dañar o hacerte sentir
mal”, me dijo. Sus ojos estaban igual que en el momento
en el que le hablé tan horriblemente en la cafetería. El odio
a mí misma volvió en un segundo.
“Mira… Bastian. No sabes cόmo me detesto a mí
misma por haberte hablado así. Yo exageré demasiado. Tú
eres el que me tiene que perdonar”, dije respirando hondo,
porque nunca había pensado que iba a estar tan cerca de un
chico y de él menos, hablándole tan abiertamente de mis
sentimientos.
“Para nada has sido malo conmigo, es todo lo
contrario, YO fui mala al no permitirte usar mi nombre.
Soy una tonta”, agregué, sin saber que más decir.
“Está bien. Eso significa que te defiendes muy bien,
que no dejas que cualquiera se meta contigo. Me gusta
eso”, me dijo sin quitarme la vista de encima. Sus ojos
parecían quemarme mientras me inspeccionaba
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lentamente. Tuve que mirar hacia arriba para no
sonrojarme.
“Disculpa… yo tampoco tiendo a comportarme así.
Es sólo que no sé qué hacer. Hay algo que me esta pasando
desde que me hablaste”, comentó pensando y jugando con
sus manos.
“¿Qué es lo que te está pasando?”, pregunté
intrigada y tragando fuerte, deseando escuchar su
respuesta. Demasiadas películas románticas me hacían
pensar en posibles respuestas.
“Es que… siento la fuerte necesidad de querer estar
en tu vida”, me dijo con la voz llena de dulzura. No podía
creer lo que estaba escuchando. Hace dos días nos
conocíamos y ya estábamos hablando de sentimientos tan
gigantes, de palabras como: pertenecer. ¿Eso era a lo que
las personas se referían cuando hablaban de amor a
primera vista?
“Yo sé que no me vas a permitir formar parte de tu
vida. Pero al menos, prométeme que me vas a dejar estar
cerca”, me dijo mirando para arriba también. ¿Por qué me
decía eso? No tenía ganas de cuestionarlo tampoco.
Mi cansancio no me permitía pensar claramente.
Tres días sin poder dormir como se debía, aunque nunca
dormía bien. Más horas cargadas de cosas que nunca me
habían pasado, estaban empezando a influir en mi cuerpo.
Mis ojos se iban a cerrar en cualquier momento, eso era
más que seguro. Pero primero tenía que responder,
prometer y después no sabía que haría con mi sueño.
Nunca pensé que fuese tan fuerte, pero comprobando que
él era una persona confiable, no me importaba caer
dormida allí mismo.
“Nunca le voy a negar a alguien entrar en mi vida.
Pero esto está yendo demasiado rápido”, comenté
pensando en el día en que nos declaramos amigos oficiales
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77MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
con Nadia y Alexis. Nos había llevado mucho más tiempo,
casi un año. Pero, ¿por qué no ser amiga de él también?
“¿Cuál es tu decisión?”, preguntó con su cara
iluminada. Esperando una respuesta positiva.
“Es raro, pero bueno, por ahora te prometo que te
dejaré estar cerca y decirme Amy”, le dije tratando de
sonar amigable y graciosa, pero había recordado su anillo
y eso no me gustaba para nada. Luego analizaría esa
situación, pero en ese momento estaba feliz de saber que
no era un arrogante como yo había pensado y mucho
menos un psicópata. ¿Cómo no me iba a enamorar de él?
Era tierno, dulce, educado, caballeroso, hermoso y
protector.
“Está bien, eso ya es mucho. De verdad, significa
mucho para mí que me dejes estar cerca, gracias”, dijo él
feliz, sus ojos brillando más que nunca y esas ganas
misteriosas de estar cerca de mí.
Finalmente, como había temido, mi cabeza cayó en
su hombro, mis ojos se cerraron por más que traté de
mantenerlos abiertos y supe que el sueño me había ganado.
Creí escuchar los pájaros cantando, como una
canción de cuna para que me durmiera. Por primera vez,
no tuve vergüenza de dormirme frente a alguien a quien
apenas conocía, ni miedo de estar tan cerca de él, porque
por algún motivo me sentía protegida a su lado.
Bastante tiempo debía haber pasado, pues tenía frío.
Él se dio cuenta y luego sólo pude sentir dos brazos fuertes
y cálidos enredados en mí, lo que me hizo sentir mejor,
cómoda y tibia. Me moví aún más hacia él, sobre su pecho,
como queriendo que todo su cuerpo me cobijara. Él me
abrazó aún más fuerte.
Soñé que estaba sola en el bosque, perdida y
agitada. Alguien me estaba persiguiendo. Era una persona
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78MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
vestida de negro, con capa larga que llegaba hasta el suelo
y una capucha que tapaba sus ojos, pero dejaba ver sus
labios pintados de rojo. Era una mujer y me estaba
alcanzando rápidamente, sus pasos se acercaban a toda
velocidad, eran cada vez más fuertes. Estuvo a punto de
tocarme…
“Acá estabas, casi nos morimos de los nervios. Las
clases terminaron hace media hora”, gritó Nadia cerca de
mí, cargando mi bolso. Abrí los ojos de repente, asustada
esperando encontrar a quién me perseguía en el sueño.
Bastian quitó sus brazos de mi cuerpo de inmediato.
¿Cómo se vería esa imagen ante los ojos de mis amigos
que creían que lo odiaba? No era momento de pensar.
Problemas y más problemas, eso era lo que se acercaba.
Bastian se paró apresuradamente para enfrentarse a
Alexis que lo miraba fijo, como un perro rabioso, estaban
listos para pelear.
“¡No! Al, Bastian. No pasa nada ¿OK?”, dije
parándome y frotando mis brazos. Se sentía más frío ahora
que él no estaba abrazándome. Nadia miraba
desconcertada.
“Estábamos hablando y nos quedamos dormidos.
Eso es todo, no piensen tonterías. Deja que se vaya y
nosotros vamos a hacer el trabajo de Historia”, propuse
tratando de dar explicaciones simples que no sonaran
como excusas tontas.
“¿Seguro que no le hiciste nada, loco?”, preguntó
Alexis mirándolo muy serio, como si realmente le hubiera
hecho algo a su hermana. Y lo de loco se debía a las
miradas obsesivas de Bastian en el comedor.
“NUNCA podría hacerle algo malo, no me lo
perdonaría. Espero que eso te quede claro. Sólo quiero
estar cerca para ayudarla. Les pido que escuchen a su
amiga y la entiendan. Esto no va a volver a pasar. Adiós
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79MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
Amy”, dijo él completamente serio, pasando frente a mi
enfurecido amigo y viéndome a los ojos. Ese adiós no me
había gustado para nada. ¿Qué significaba eso? ¿Qué todo
había terminado? ¿Qué es lo que había terminado después
de todo?
“Promesa”, grité en su dirección. Él se había alejado
bastante, así que no supe si logró escucharme. Mi palabra
pasó desapercibida en los oídos de mis amigos. Sólo quería
hacerle saber a Bastian que no lo quería fuera y lejos de mi
vida. Ahora tenía que enfrentarme a mis amigos.
“¿Desde cuándo eres Amy para él?”, preguntó Nadia
poniéndome el bolso sobre el hombro. Alexis esperaba
respuestas, estaba más calmado.
“Desde hoy…”, fue la respuesta obvia que no le
hizo gracia a nadie.
“Desde que yo se lo permití”, agregué mirando a mi
amigo celoso, como una hermana miraría a su hermano
que trataba de impedir que los chicos se le acercaran.
Quise dejar en claro que le había dado permiso, así que no
era de su incumbencia.
“¿Estás segura de que no se propasó? Porque sino
podría ir a hablarle”, dijo otra vez llevando su puño a la
pera. Nadia me tomó fuerte de la mano y sonrió. Eso
quería decir que estaba contenta por lo que había pasado.
Seguro ya estaba creando teorías, ¡como no lo iba a hacer!
Si ella había visto a Bastian irse del comedor y luego yo
les dije que me iría dirigiéndome hacia el mismo lugar. No
me había dado cuenta hasta el momento.
“Definitivamente la guerra mundial podrá esperar
unos minutos. Hay cosas más importantes que debemos
saber por su propia seguridad. ¿No es así Al?”, comentó
ella entusiasmada. Traté de ser fuerte, pues sabía que la
hora de contar lo sucedido en el encuentro con Bastian
llegaría apenas estuviéramos en la habitación de Nadia.
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“Seguro. Ahora salgamos de acá. Este lugar es
tétrico”, comentó Alexis. Ante sus palabras saqué la
lengua, ya que desde ese día, el bosque era el lugar más
hermoso en el que había estado. Me encantaba, con su
estremecedor silencio interrumpido, sus misteriosos ruidos
imperceptibles, la tenue luz del sol tratando de iluminar, el
murmullo de las hojas de los árboles cuando el viento las
hacía temblar, el canto de las aves y mi perfecto Bastian.
No supe desde cuando había pasado a ser MI Bastian.
Seguro desde el momento en que yo era Amy para él. O tal
vez mucho antes, cuando había tratado de esconder mis
sentimientos diciendo que era odio lo que sentía por él.
En el auto de camino a la casa de mi mejor amiga,
no pude hacer más que pensar. Si hubiera tratado de no
hacerlo habría perdido, porque los recuerdos del bosque
junto a él eran muy fuertes y destruían los muros mentales
que ponía.
En un momento vino a mí la imagen de los dos
durmiendo juntos. La posterior cara de horror de Alexis
pensando que él se había propasado. Entonces me tomé
unos minutos para reflexionar de verdad.
A pesar de haber estado durmiendo, recordaba los
brazos de Bastian protegiéndome, su cabeza sobre la mía.
Él nunca había excedido los límites, me había abrazado tan
inocentemente como un hermano lo haría, o el mismo
Alexis. No se había aprovechado tampoco de la situación,
del hecho de tener a una chica a su lado y entre sus brazos.
No podía estar enojada con él. ¿Por qué había sido tan
negativa cuando pensaba en él anteriormente?
Definitivamente del amor al odio había un solo paso.
“¿Qué fue todo eso en el bosque, Amy? La verdad
es que no te entiendo. Si te entiendo, Bastian es hermoso,
pero… ¿no lo odiabas?”, preguntó Nadia con los ojos
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81MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
abiertos y sus labios tratando de esbozar una sonrisa. Ya
estábamos en su cuarto.
“Ah… con que es hermoso. Otra más que se suma a
la lista de admiradoras” comentó Alexis dejando un plato
lleno de sándwiches sobre el escritorio. Luego se dio
vuelta para mirar a su novia.
“No es más hermoso que tú, eso es obvio. No seas
celoso, amor. Digo que es lindo para Amy. ¿No te
parece?”, dijo ella tratando de buscar su aprobación.
Alexis se quedó pensativo, mirándome.
“Chicos, la verdad es que fue sólo eso. No sabía que
él estaba en el bosque y tampoco iba a volver para que el
profesor me retara por entrar tarde. Charlamos…”, traté de
decir, ante los interesados ojos que querían saber todo con
lujo de detalles.
“Hablamos de cosas sin sentido como trabajo,
estudio, cosas de la vida y nos quedamos simplemente
dormidos”, mentí, ya que no habían sido cosas
irrelevantes. Habíamos hablado de pertenecer a la vida del
otro, de estar cerca si eso no podía llegar a ser verdad.
“Durmieron…abrazados. Amiga, si las tontas de
Gina y sus amigas supieran, seguro te colgarían
públicamente frente a la vista de todas las envidiosas”, dijo
Nadia, saltando de la cama. Se acercó hasta mí bailando y
me tomó de las manos para que me uniera a la danza.
“Aunque Al ahora sienta que es tu hermano y tiene
que ser sobre protector, yo te doy mi apoyo. Sigue
hablándole, porque me encanta la pareja que hacen.
Además ese chico está interesado en ti. ¿Has visto como te
mira?”, agregó entusiasmada. Alexis se tiró sobre la cama
dando un fuerte suspiro de derrota. Nos quedamos
mirándolo y esperando su veredicto.
“Bueno, creo que cuentas con mi apoyo también,
aunque me pese. El loco no parece ser malo”, dijo sin
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compartir la misma alegría que Nadia, ya que le costaba
bastante expresar sus sentimientos.
“Esperen los dos un segundo. ¿De qué estamos
hablando?... NO”, dije cuando pude pensar que todo estaba
yendo demasiado lejos, que a pesar de que yo lo pensara,
de que Bastian podía ser mi novio, era imposible hacerlo
realidad porque ni él había dicho algo del tema.
“Ni siquiera deberíamos estar hablando de él. Por
favor, no estoy enamorada y él menos. Cuento con su
apoyo para que se sume a nuestro grupo de amigos, pero
nada más”, acoté parada frente a los dos con mis manos en
la cadera.
“Entonces dejaríamos de ser la triple alianza,
tendríamos un aliado nuevo”, comentó Alexis no muy
convencido con la idea. Nadia golpeó su espalda,
respirando nerviosamente.
“¿Ven lo que digo? Ni pensemos en eso, ni en él. Si
va a traernos problemas, dejemos todo como está”, dije
clavándome un cuchillo imaginario en el corazón, porque
yo lo quería cerca de mí, pero tenía que decir lo siguiente
para que las cosas no fueran más lejos de lo debido.
Lo que iba a decir me condenaría, me enterraría a mí
misma. A Nadia tal vez no le molestaría, pero Alexis no lo
iba a aprobar por nada del mundo.
“¿Vieron la mano derecha de Bastian? Tiene un
anillo dorado. Al igual que los que se comprometen. O
igual que el que usan nuestros padres. Tiene novia, es
casado, tal vez tenga hijos… no sé, pero anillo de
compromiso tiene”, dije tomando un sándwich, esperando
la reacción de ellos. Mi amiga se había quedado sin habla.
“¿QUÉ? Entonces ni pensarlo. No es que me refiera
al amor entre ustedes, pero ni amistad Amy. Porque si con
apenas días de conocerte te abraza, si fuera tu amigo,
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¿qué? Eso no está bien si ese anillo significa lo que dices
hermana”, me dijo Alexis mirándome a los ojos. A pesar
de que las palabras parecían enterrar el cuchillo más
profundo aún, tenía toda la razón del mundo, pensábamos
igual. Por más que quisiera, Nadia no abrió la boca. Había
cosas que los tres sabíamos que no se debían hacer como
destruir familias o parejas.
“Olvidado. ¿OK?”, pregunté a los dos que se
acercaban al escritorio dudando de mí, para comenzar con
el trabajo de Historia que debíamos entregar la semana
siguiente.
“Olvidado”, repitieron los dos a la misma vez. El
cuchillo terminó por destruirme, haciéndome recordar la
promesa de no negarle la oportunidad de entrar en mi vida,
o al menos mantenerse cerca. Nunca me olvidaría de él,
por más que lo hubiera dicho en voz alta unos segundos
atrás.
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Capítulo Cinco: Preguntas y Respuestas
El jueves pasó rápido, pero la semana se negaba a
terminar. El comienzo de mi día fue de lo más horrible,
porque mi sueño de todas las noches había cambiado. El
ángel que aparecía era otro.
Había llegado otra vez a la parte en la que me
acercaba hasta él para ver su rostro, cuando me di cuenta
de que un auto se había sumado al paisaje. Un auto con
luces fuertes pasó por la ruta detrás de mí y alumbró por
un segundo la cara del misterioso personaje alado. La pude
ver nítida como si fuera de día. Era blanca, demasiado
blanca, sus ojos verdes y el cabello negro cayendo sobre la
parte izquierda de su cabeza. Luego la vista cambió y me
vi en el comedor escolar, parada frente a alguien que no
me dejaba comer sólo una manzana.
“¡BASTIAN!”, grité llorando. El odio hacia él, que
se había apagado en un segundo hace unos días, volvió de
repente en ese instante. ¿No era bastante con estar en cada
lugar al que mirara en el colegio? ¿No era suficiente con
sólo estar cerca? ¿Tenía que arruinar mi sueño perfecto
también? ¿Por qué?
Seguro ese ser al que yo esperaba ver todas las
noches ya no sería el mismo, porque ahora tenía la cara de
alguien que abrazaba a otras chicas, estando
comprometido. Alguien que, por más educado que fuera,
rompería la triple alianza con mis amigos, cosa que no
podía permitir. Mi ángel ya no iba a ser el mismo y eso me
llenaba de tristeza. Comencé a lanzar gritos de rabia
mientras miraba la catedral y sus grandes campanas a
través de la ventana.
Mamá subió corriendo las escaleras, seguida por
Martina. No podía parar de llorar.
“Amelie. ¿Qué pasa hija?”, preguntó con la voz
preocupada, mientras mi hermana me miraba como si
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estuviera viendo a una loca. Logré calmarme apenas mi
mamá me abrazó, siempre me tranquilizaba cuando ella
estaba cerca.
“No es nada… ¡Qué tonta!”, dije para comenzar a
fingir una sonrisa, sabiendo que era demasiado mala para
fingir o mentir, pero lo hice para que no pensaran nada
malo. Además mi drama sería insignificante a la vista de
otros.
“No puedo creer que esté llorando por una pesadilla,
como cuando era chica”, agregué mirándola y mordiendo
mis labios. Martina había saltado a la cama para abrazarme
también. Sí, había dicho pesadilla, porque no era el sueño
hermoso que me gustaba soñar todos los días.
“Eres mi chiquita aún. Tienes todo el derecho de
llorar”, comentó. No supe si después de varios minutos
todo fue una excusa, pero nos quedamos las tres abrazadas
en la cama, como si lo necesitábamos y queríamos ese
abrazo. La imagen quedaría por siempre en mis recuerdos,
solo faltaba papá para completar el cuadro familiar.
Si ayer no supe cómo iba a hacer para evitar la
presencia de quien había pasado a ser “el chico nuevo”
otra vez en mi mente, esa mañana con el odio que tenía por
su intromisión en mi más hermoso sueño, no sería difícil
ignorarlo. Era lo que debía haber hecho desde un principio.
¡Qué cambiante era mi personalidad!
Cuando la hora del almuerzo llegó, solo le dije:
“Hola. Una manzana” No lo miré, tomé la bandeja casi
vacía y me alejé rápidamente. Ni siquiera esperé a ver su
reacción.
Nos reímos media hora sin parar con los chistes de
Alexis durante el almuerzo, entonces ni tiempo tenía para
dar una mirada descuidada hacia la barra de comidas. Pero
sabía que sus ojos estaban en mí, penetrantes como el
primer día, eso lo podía sentir por más que no lo viera.
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86MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
¿Estaba yo exagerando otra vez? La respuesta seguro era:
sí, pero estaba ciega como para reconocerlo.
“Parece que está perdido, desconcertado. Se ve un
poco triste comparado con nosotros. Apuesto a que le
encantaría estar en esta mesa, riéndose con nosotros y…
abrazándote”, comentó Alexis torturándome e indicando
con su cabeza hacia donde estaba él.
Levanté los ojos y el corazón se me hizo pedazos al
verlo. Sus ojos verdes que siempre tenían una chispa de
magia, estaban apagados, demasiado tristes y sin vida.
Como no los había visto en cuatro días, ni siquiera cuando
le hablé tan mal. Bajé mi cabeza reprochándome mi propio
comportamiento. ¿Por qué me empeñaba en hacerlo sufrir?
Cualquiera me llamaría histérica y no estaría equivocado,
porque hasta yo misma creía estarlo.
Había sido tonta por culparlo de arruinar mi sueño,
porque si lo pensaba de verdad, como chica madura (cosa
que no era), él no era el responsable. Era yo la que lo había
puesto en mi sueño, porque sentía el mismo amor por los
dos. Al no poder verle la cara a uno, le había dado el rostro
del otro que era igual de importante. YO y nadie más que
YO era la responsable o culpable. No sabía cómo pedirle
perdón por hacerlo sentir tan triste.
“Él se lo pierde…”, dijo Nadia al ver mi cara de
decepción y preocupación.
“Eso le pasa por olvidar que tiene un anillo”, agregó
ella, que lo primero que había hecho al entrar a la cafetería
fue mirarle la mano para comprobar que era cierto. No
supe si estaba mal darle tanta importancia a un anillo que
podía ser un regalo, o él mismo haberlo comprado, pero
algo significaba.
El primer timbre de salvación sonó. Me alejé
rápidamente con mis amigos dejándolo realmente
desconcertado, pero no iba a volver a disculparme o a
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87MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
explicarle, porque sabía que haría la situación aún peor.
Tal vez era mejor que todo terminara allí. No podía creer
que en días de conocerlo, lo detestara y lo amara tanto al
mismo tiempo, sin saber por qué. Era algo que nacía en
todo mi cuerpo, me llenaba cada célula y no me lo podía
explicar. Mis sentimientos hacia él eran muy cambiantes y
fuertes.
Luego de un tiempo rogué, deseé con todas mis
ganas y la magia volvió a ser real. El timbre que indicaba
el final del día retumbó en los pasillos. Me levanté de la
silla victoriosa, creyendo que era yo la que con mi fuerza
mental, lo había hecho sonar.
Esa tarde no quise ir a lo de Nadia, tenía que pensar,
descansar y estar sola. Me despedí de mis amigos al bajar
del auto en mi casa y caminé decepcionada de mí misma,
porque recordé que papá siempre me había enseñado que
no debía engañar a mis sentimientos. Él decía que uno
debía actuar conforme a ellos. Cosa que no había hecho ni
una sola vez en cuatro días.
El viernes llegó nublado, caluroso y estaba más
húmedo que de costumbre, no había escondite del calor.
Hasta la cerámica de toda la casa se veía cubierta por
pequeñas gotas de humedad. Lo que siempre sucedía en
todos lados, sin importar si la construcción era muy nueva
o demasiado vieja.
Volví a dar las rutinarias vueltas en la cama. Esa vez
mi cuerpo no sentía dolor al girar, así que supuse que había
dormido bien por unas cuantas horas, ya que cuando
dormía poco me dolía todo el cuerpo por el cansancio.
Las mariposas de la ventana estaban estáticas, como
esperando ver qué me pasaría ese día, qué locura se me
ocurriría o qué sorpresa se iba a llevar la chica que había
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decidido cambiar su condición de solitaria y salir a la luz
del mundo “normal”.
En un momento quise que mi vida volviera a ser la
de días atrás, la aburrida, solitaria, que no hiciera más que
estar encerrada en mi casa, sin amigos y nada en que
pensar. Pero no, después supe que había conocido a
personas maravillosas, a las que no estaba dispuesta a
olvidar. Tal vez a una de ellas pero a las demás no. Porque
por más que antes no tenía problemas, tampoco tenía
amigos con los que divertirme, a los que contarles cosas y
eso no lo cambiaria por nada.
La verdad era que debía experimentar la vida
adolescente, animarme a ser como los demás, cosa que
realmente era. Entonces, al final me alegré de haber
pinchado la burbuja en la que me había propuesto vivir.
El sueño por la noche había estado intacto,
misterioso, pero igual que siempre. No hubo luces que
alumbraran rostros que no quería ver. Mi querido ángel
había vuelto a ser el que era antes y el del cuadro, aún
estaba allí en la pared, cuidándome y me servía para
recordar mi sueño.
Me di cuenta de que el ignorar ayer, hizo que mi
sueño volviera a ser el mismo. Entonces eso significaba
que ignorando todo estaba bien, así que lo seguiría
haciendo. No sabía por cuánto tiempo, pero me arriesgaría
a intentarlo.
Era viernes y eso me decía que no tendría que ir al
comedor, desaparecería ni bien termináramos la última
clase. Luego tenía dos días: sábado y domingo, que serían
más que suficientes para distraerme, para olvidar
definitivamente. Bueno, al menos eso era lo que yo creía y
creyendo era muy buena.
No tuve ganas de correr con Martina, de lo que se
dio cuenta de inmediato y se fue a hacer otra cosa
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sorprendida, ya que era la primera vez en mucho tiempo
que me negaba a jugar con ella.
Me vestí con una remera azul que me encantaba.
Casi todo lo que me gustaba era de ese color, debido a mi
fascinación por las mariposas imperiales azules. Estas
tenían la extraña característica de vivir sólo un día. Eso era
realmente triste, así que no quise ponerme a pensar
demasiado. Peiné mi cabello como de costumbre y bajé las
escaleras.
Papá estaba sentado a la mesa con el diario en su
cara. Apenas me senté en la silla, lo quitó de sus ojos para
mirarme.
“¿Te sucede algo, Amy?”, preguntó usando mi
apodo. Nadia los había convencido, OBLIGADO a usarlo.
Seguramente, cuando yo les contaba en la cena lo que me
había pasado durante el día, me refería a mí misma como
Amy, así que por cansancio de escucharlo tenían que
decirlo también.
“No me pasa nada. Debe ser el día. Todo se siente
tan pesado, difícil de soportar”, comenté suspirando
hondo. Recordé lo que había pensado ayer. Lo de la
decepción al no ser fiel a mis sentimientos. Tomé la taza
con mis dos manos, porque me gustaba sentir su calor en
los dedos.
“Sí, eso suele suceder en días como estos. Bueno,
tengo que irme a trabajar”, nos informó. Nos saludó a las
tres, sus tres mujeres. Me besó la frente y me miró dos
segundos con algo en sus ojos que su boca no decía.
Definitivamente él podía darse cuenta de que era la vida
social y no el clima, lo que había influido en mi ánimo esa
mañana. Pero no dijo nada, siempre me daba tiempo y
luego yo acudía a él, cuando sentía que estaba a punto de
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estallar para que me dijera: “sabía que eso mismo te estaba
pasando”.
Cuando la bocina del auto de Alexis me avisó de su
llegada, mi ánimo cambió por completo. Salí corriendo
con mis cosas y me despedí gritando a lo lejos.
Cuando subí al auto, los chicos estaban cantando
una canción que pasaban en la radio y de la que no sabían
muy bien la letra.
El vehículo empezó a recorrer las calles, bajo la fina
llovizna que comenzó a mojar todo lo que había en vista.
Cuando terminaron de cantar los aplaudí y tuvieron que
reírse. Estar con ellos siempre me alegraba, era una buena
medicina contra mi tristeza.
La primera materia del día fue inglés. La profesora
me hizo leer el principio de un cuento para niños. Llegué a
una parte donde decía: father y Alexis desde el fondo
aclaró su garganta, como si era necesario para que me
acordara de Leo tratando de pronunciar con acento
británico. Hice un esfuerzo sobre humano para no reírme.
Pensé que iba a explotar por contener la risa.
“Very Good, Amelie. Thank you”, dijo ella
salvándome de hacer el ridículo frente a toda la clase.
Cuando llegué a mi lugar golpeé la cabeza de mi amigo
disimuladamente. Escuché una voz que hacía mucho no
me hablaba cerca de mi oído.
“Excellent”, comentó Leo estirándose de su silla.
Seguramente había quedado fascinado con mi lectura, para
haberme felicitado de esa manera, aunque me festejaba
todo lo que hacía, así que no era muy objetivo.
“Thank you”, respondí solamente, con las risas de
mis amigos de fondo.
Durante la penúltima materia, Nadia empezó a
sentirse mal, le dolía la cabeza y estaba descompuesta.
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Entonces Alexis, con permiso de la directora, la iba a
llevar a su casa.
“Segura que tienes con quien volver, ¿no?” me dijo
Alexis. Obviamente no querían que me perdiera la última
materia que era literatura, porque me encantaba.
Mi amiga debía estar sintiéndose pésimo de verdad,
porque amaba literatura al igual que yo, así que nunca se
hubiese ido.
“Sí, no se preocupen. Mamá sigue pagando el
transporte por situaciones imprevistas como éstas”, dije
tratando de hacerles saber que todo estaba más que bien.
Aunque en realidad no sabía que iba a hacer sin ellos esas
últimas horas.
“En cuanto tome algo y me sienta mejor te llamo,
así Al te busca para que pases la tarde con nosotros”,
propuso Nadia que estaba un tanto pálida.
“Gracias. Mejor recupérate primero. Nos vemos el
fin de semana, de todos modos. Mañana seguramente”, les
dije. Luego se alejaron por el largo corredor, él tomándola
de la cintura.
Me quedé sola, volví a sentirme una solitaria.
Entonces supe que el cuestionamiento en la mañana, el de
volver a mi anterior vida, había sido otra tontería más en
mi cabeza. Ahora que conocía lo que era tener amigos, no
quería volver a mi antigua forma de vivir.
La última hora se hizo interminable. El pensar que
tendría que soportar a Leo en el colectivo una vez más,
hizo que quisiera perderme por un rato en el laberinto de
mis ideas alocadas, para alejarme de la realidad.
Escuché el ruido de los truenos, vi las luces de los
relámpagos y la lluvia cayó torrencialmente afuera del
aula, empapando las galerías.
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No sabía exactamente cuánto tiempo había estado
pensando, pero el timbre me asustó, me hizo saltar de la
silla. El día escolar había terminado. ¡Fin de semana!
Me apresuré a salir del aula, caminé rápido
acelerando mis pasos. Cuando toqué la puerta de entrada,
me di cuenta que en mi alegría de escapar del colegio
había olvidado algunas de mis cosas bajo el escritorio.
¡Solo a mí me podía pasar!
Miré rápidamente hacia fuera, el colectivo aún
estaba, pero sólo faltaban algunos chicos por subir. Volví
corriendo a mi clase. Algunos libros se cayeron de mis
torpes manos e intenté colocarlos a todos en el bolso, tarea
que se me hizo imposible con mi innata inhabilidad de
movimientos y eso me tomó varios minutos más.
Volví a correr por el pasillo cuando ya estaba lista,
escuchando el ruido de un motor alejarse. Me había
quedado sin transporte.
“Genial”, pensé y respiré hondo experimentando el
silencio del lugar, pues casi todos ya se habían marchado.
Me quedé mirando a través de la puerta de vidrio
como llovía, pensando preocupada en que era lo que iba a
hacer. Solía ahogarme en un vaso de agua por más que
tuviera la salida en frente.
De repente, mis oídos percibieron algo. Escuché
unos pasos sonar en el pasillo destruyendo el silencio. Se
acercaban a mí, su delicioso perfume se acercaba, era
imposible no reconocerlo.
“Mas que genial”, volví a pensar, me di vuelta para
comprobar que era Bastian, perfectamente vestido con una
camisa blanca entallada. Llevaba las mangas arremangadas
hasta los codos y unos botones desprendidos que dejaban
ver el comienzo de su pecho.
“Hey, Amy. ¿Cómo estás?”, preguntó sin mucha
alegría en la voz. Más frío y distante que antes, ya que de
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seguro mi comportamiento le había dado mucho en qué
pensar. Sobre todo en cómo dirigirse a una chica tan
cambiante.
“Bien, aunque perdí el colectivo y mis amigos…”,
dije señalando a la puerta cuando me interrumpió. ¿Por
qué tenía que contarle todo? Me producía tanta confianza
que no importaba nada y tenía que decirle lo que me estaba
pasando.
“Te llevo a tu casa, no te preocupes”, ofreció con los
ojos brillantes, esperando dudoso mi respuesta que se hizo
esperar.
“Mi auto no es tan nuevo como el de tu amigo, pero
al menos no te vas a mojar ni gastar en taxi”, comentó
sonriente. Su risa había vuelto a iluminar su cara. ¿Por qué
yo entonces me empeñaba en borrársela portándome tan
mal? ¡Qué tonta!
“Mmm, está bien, la verdad es que no traje dinero,
así que si no es molestia…”, dije mordiendo mi labio y
dando el paso que me había estado negando a dar.
Podría haber llamado un taxi igualmente y usar la
frase: “Soy hija del intendente”, pero, ¿por qué seguir con
la farsa del ignorar? Si le había prometido dejarlo estar
cerca. Tenía que cumplir mi promesa de una vez por todas.
“Parte de la promesa de estar cerca es ayudarte
cuando lo necesitas. Bueno, no te lo dije el otro día en el
bosque, así que supongo que es la letra pequeña del
contrato” comentó sonriente. Odiaba cuando las personas
parecían saber lo que estaba pensando.
El miró la campera que traía en sus manos, la colocó
suavemente sobre mis hombros, sus manos se quedaron un
rato en mí, mi respiración se tornó irregular y luego las
quitó.
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“Ahora espera a que acerque el auto a la puerta, no
te vayas”, exclamó muy cerca de mi cara. De todos modos
no iba a poder irme a ningún lado. No respondí nada, me
había quedado paralizada después de su gesto de caballero
para que yo no me mojara. Él me puso su campera y ni
gracias le había dicho.
Cuando el auto estuvo en vista, lo vi estirarse para
abrir la puerta. Corrí rápidamente bajo las frías gotas
gordas, hasta que sentí el calor del interior del auto. Cerré
la puerta fuertemente.
“Gracias por prestarme la campera”, dije casi
susurrando, él me miró y sonrió. En verdad estaba feliz de
poder ayudarme, eso estaba a la vista. Eso era lo que no
entendía, al igual que el día en el bosque. No hacía las
cosas con una doble intención, para aprovecharse, era todo
tan inocente. Entonces pensé que realmente estaba
respetando a la poseedora del anillo que era igual al suyo y
que yo era la que pensaba en segundas intenciones.
Nervios, nervios y más nervios. En un momento
tuve que acordarme de respirar para ventilar mi cerebro.
Dejé la vista fija en la calle adelante, aunque no se podía
ver mucho porque la lluvia torrencial hacía que se redujera
la visibilidad.
“Creo que voy a tener que estacionar, hasta que no
llueva tan fuerte. Es imposible ver” dijo él, haciéndolo sin
esperar mi respuesta. Por mucho que detestaba prolongar
el tiempo de estar a su lado, la verdad era que esa ruta que
comunicaba el Highland y la ciudad, era bastante trágica
los días así. Entonces preferí morir por mis palabras a
hacerlo estrellada por otro auto.
“Si es necesario que nos quedemos, hazlo. Parece
que nunca va a parar de llover”, dije con la vista aún fija
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en el exterior. No, nunca iba a parar. ¿Qué iba a hacer?
¿Cuánto tiempo iba a pasar junto a él en el auto?
“Cuando menos te imagines vas a estar en tu casa.
Créeme, no te preocupes”, comentó con las manos sobre el
volante. Un auto pasó por la ruta haciendo que el agua
estancada llegara hasta el vidrio, salpicándolo.
“Mmm, desde ayer hay algo que te quiero
preguntar…”, comenzó. Supe inmediatamente que
estaríamos jugando a las preguntas y respuestas. Por
alguna razón me imaginaba cuál iba a ser su pregunta. La
lluvia golpeaba con fuerza el techo del auto.
“Amy, quiero que me digas que es lo que estoy
haciendo mal contigo. Porque un día todo está bien y al
otro no me hablas. No es tu obligación hablarme pero…”,
dijo otra vez con esa voz que no podía resistir. Tuve que
interrumpirlo.
“Mira, yo sé que me porté como una nena
malcriada. Que no te hablé ayer en el comedor después de
lo que pasó en el bosque”, expresé, cargando mis
pulmones de aire para dejar todo salir de mi, realmente
necesitaba decir lo que iba a decir. Ni mis amigos sabían
eso con tanto conocimiento.
“Ehh… la verdad es que hace muy poco salí al
mundo exterior, hace cinco días para ser exacta. Patético
como suena, pero… yo nunca sentí la necesidad de tener
amigos, de vivir como una adolescente normal. Entonces,
con todo lo que ha pasado en estos días, no sé cómo
comportarme o que sentir”, dije recordando las tonterías
que había hecho. Él clavó sus ojos verdes en mí para tratar
de entenderme.
“¿En serio puede llegar a ser tan difícil? Digo, todo
lo que has vivido esta semana. Yo no quería sumarte mas
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presión o problemas, yo…”, dijo con su voz otra vez
perfecta, arreglando su flequillo.
“Esto esta mal. ¿No te das cuenta? Tu eres lo más
bueno que vi en mi vida, pero siempre te terminas
disculpando, cuando soy YO la responsable de crear estas
situaciones en las que los demás parecen ser los malos”,
comenté poniendo énfasis para que se diera cuenta de que
no era una carga. Yo y mi estúpida teoría del ignorar casi
habíamos arruinado todo.
“Igualmente. Entiendo que te sientas así. Porque si
es tan difícil haber salido a la vida como dices, es lógico
que no sepas comportarte en ciertas ocasiones. Además,
con un loco mirándote desde la barra de comidas es peor”,
bromeó dejándome ver sus blancos dientes. Luego
extendió su mano para tocar mi cabello. Otra vez me
quedé congelada, pensando en que el amor era una de las
nuevas cosas que me había llegado demasiado rápido,
apenas había puesto un pie fuera de mi burbuja.
“Me gusta el color de tu pelo”, comentó mirándome
a los ojos, lo cual hizo que me sonrojara y que él se diera
cuenta al instante.
“Disculpa. No fue mi intención. Aunque tu eres la
culpable de tener el color de pelo que me gusta”, comentó
volviendo sus manos al volante. Había dicho “gustar” dos
veces. ¿Qué significaba eso en verdad? ¿Qué yo le
gustaba? No podía estar hablando sólo de mi cabello.
De repente, vi que se mordió los labios y cerró sus
ojos fuertemente. Como si lo que estuvo a punto de decir
no estaba para nada bien. El anillo en su mano derecha
brilló, eso era lo que le pesaba, como a mí, porque las
cosas serían muy diferentes si ese anillo no existiera.
“Es mi turno para tratar de saber algo…”, dije
viendo su expresión. ¿Le gustaría que yo le hiciera
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preguntas personales? Al final no me importó, ya que de
una vez por todas quería aclarar la situación. De todos
modos el interrogante que vino a mí, no estaba relacionado
en realidad con la primera pregunta que tenía en mi mente,
encabezando la lista.
“Lo que quieras”, dijo confiado y dispuesto a
responder. Giró un poco su cuerpo para mirarme mejor. Su
forma de mirarme me puso un tanto nerviosa.
“OK. Quiero saber porqué, si yo no te dejo entrar en
mi vida igualmente tienes ganas de estar cerca. A parte de
la promesa que rompo a cada rato. Es decir, con lo mal que
te trato a veces, aún así me hablas bien y sigues a mi lado”,
dije humedeciendo mis labios, esperando su reacción.
Bastian suspiró hondo antes de responder.
“La verdad Amy, es que siento la fuerte necesidad
de cuidarte. La obligación de protegerte. No te asustes, no
soy loco, psicópata u obsesivo. Aunque parece que lo soy
por lo que acabo de decir. Es que hay cosas que no te
puedo contar”, comentó abriendo la caja del misterio.
Ahora sí que me tenía intrigada y cuando eso pasaba, no
iba a parar un segundo hasta saberlo todo.
“¿Qué es lo que no me puedes decir? Mira, si eres
un empleado de papá, guardaespaldas o eso, desde ya te
digo que me bajo del auto y me voy caminando por más
que llueva”, amenacé tomando el picaporte, pues mi
suposición no era del todo descabellada, ya que antes y
gracias a mi padre había tenido a dos gigantes
siguiéndome por todos lados tratando de protegerme y casi
atacando a cualquier persona que se me acercara. De
repente esos recuerdos se esfumaron cuando sentí su cálida
mano en mi muñeca. Bastian estaba tratando de retenerme.
Pero realmente no iba a permitir que papá contratara a
alguien para cuidarme.
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“¡NO! Nada que ver. Nunca hablé con tu papá, no
pienses eso. Yo sé que es difícil de entender y no te lo
tendría que haber dicho, pero quiero que sepas que NO me
voy a alejar más de ti. Ya te di la posibilidad, como se
debe, pero a pesar de la promesa me ignoraste…”, esas
últimas palabras me atravesaron el corazón como pedazos
de vidrio, que lo cortaban profundamente.
“Ahora lo haré sin darte elección. Tú no vas a elegir
dejarme estar cerca. YO elijo y decido estar cerca de ti. No
puedo permitir que nada te pase, ¿entiendes?”, dijo con sus
ojos convincentes, su cara a milímetros de la mía. Su
respiración era fresca y perfumada. ¿Por qué sentía esa
necesidad de cuidarme? La verdad era que no lo entendía.
“¿Y a tu novia o esposa no le importa eso? ¿No le
importa que estés cerca de otra chica?”, pregunté por fin lo
que tanto estaba posponiendo. Las palabras se escaparon
de mi boca con la fuerza del agua cayendo de una catarata.
Mis ojos estaban fijos en su anillo.
Lo único que se escuchó fue una gran carcajada por
varios minutos. Levantó la mano derecha y me miró como
diciendo: “dijiste una gran tontería”, pero supe que lo
había hecho.
“Ya veo. Por eso tu comportamiento en estos días ha
sido así. Si estás pensando que estoy casado,
comprometido o algo por el estilo, lamento
decepcionarte…”, dijo sonriente, algo que no era
decepcionante en lo mas mínimo. Es más, era alentador lo
que decía.
“La verdad eso es algo que tampoco te puedo decir,
pero…”, comentó hasta que lo interrumpí. Más misterio
me hacía estar más intrigada y enojada porque no me
contaba muchas cosas.
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“Entonces si no puedes contarme nada me voy
caminando, ya está parando de llover”, amenacé otra vez.
Con un movimiento lleno de gracia, su mano flotó hasta
mi brazo. Sus dedos se enredaron en él. Me di cuenta de
que me estaba comportando como una nena caprichosa
otra vez, pero si eso servía para que me dijera mas cosas,
lo seguiría haciendo.
“Amy. Te pido disculpas. Hay cosas que no te
puedo contar, por más que quisiera, pero…”, dijo muy
sincero y se quedó pensativo unos segundos.
“Este anillo significa un compromiso, pero nada
tiene que ver con la forma en que tú o las demás personas
piensan de un compromiso. Para mi es distinto. Es como
un compromiso con mi padre, algo de familia”, dijo
mirándome sin expresión alguna, pero con énfasis en la
ultima palabra. De verdad entendí que le era difícil la
situación. Que por más que quisiera no me iba a decir
nada, como si siguiera rompiendo reglas, así que cambiaría
mi actitud.
“OK, entiendo. Pero entonces, estas son las nuevas
condiciones. Hasta que no me cuentes por qué me tienes
que proteger y qué significa ese anillo, sólo vas a estar
cerca, sin formar parte de mi vida”, propuse burlándome
de él y cruzándome de brazos, pues no obtendría las
respuestas que quería. Él sabía que esas condiciones eran
más difíciles para mí que para él, pues me moría por
dejarlo entrar en mi vida, por saber que él estaba en
cualquier parte adonde yo miraba.
“Muy bien. Eso es más que suficiente por el
momento. Ahora a casa. ¿Ves? Ya dejó de llover”, dijo
sonriente, arrancando el motor. Fue ahí que deseé que
volviera a llover, para pasar un rato más con Bastian. No
había sido tan malo como había pensado. Bueno, nunca
había pensado que era malo estar con él.
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Me iba llena de dudas, pero me sentí importante y
feliz de que alguien como él tuviera la extraña necesidad
de protegerme.
El auto estacionó frente a la casa. Las luces del
interior aún estaban apagadas, lo que me hizo recordar que
mamá y Martina irían al negocio de Clara a ver sus
cuadros.
“Quiero que sepas que vivo al lado de la catedral. Si
necesitas ayuda, queda a cuatro cuadras de aquí”, comentó
mirando las torres de la gran iglesia. Me hizo volver a mi
idea de que no me gustaba el sonido de las campanas. Pero
ahora con él allí, todo era diferente. ¿Me vería desde lo
alto de las torres dar vueltas en la cama? Bueno, eso en
realidad era un tanto vergonzoso.
“Si… ya sé. Cuando necesite algo, allí estaré”, dije
sin ganas de bajar. Froté mis brazos, la lluvia había hecho
que todo se sintiera fresco. Bastian se dio cuenta al
instante, como siempre que yo necesitaba algo. El abrigo
que me había dado se había caído cuando estábamos
hablando.
“Toma mi campera. Te vas a mojar hasta que entres,
aún llueve un poco”, dijo cruzando un brazo por detrás de
mi espalda para acomodar el abrigo en mis hombros. Me
acordé de haber estado durmiendo en esos brazos. De
repente, sus labios suaves, húmedos y perfectos se posaron
en mi mejilla fría sorpresivamente. ¿Cuál fue mi reacción?
Ni una. No pude hacer nada, ni pensar, hablar o moverme,
siempre me pasaba lo mismo cuando me tocaba. Pero un
beso había sido aún más que eso. Era imposible describir
la sensación de sus labios tocando mi piel, no era como los
besos de otras personas.
Él se me quedó mirando fijo, observándome,
analizándome. Seguro mi cara estaba fuera de lugar y mis
ojos abiertos, al igual que mi boca.
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“Creo que no voy a volver a hacer eso. Tengo que
acordarme que hace poco tienes vida social, así que
imagino que no estás acostumbrada a estos saludos”, dijo
bromeando, hasta que al fin pude recuperarme.
“No… está bien. Bueno, nos vemos el lunes”, dije.
Eso sería una eternidad. ¡Qué ironía! Por la mañana, el fin
de semana sería un tiempo para olvidar. MENTIRAS.
Tenía que dejar de mentirme a mí misma.
¿Qué más podía hacer? Ya sentía más que confianza
con él. Me acerqué lentamente y le devolví el beso en la
mejilla, cerrando mis ojos. Luego, sin que me viera pasé
mi lengua por mis labios, para ver si había quedado el
sabor suyo, de su perfume. Era dulce.
“Bastian es rico”, pensé y sonreí.
“Adiós Bastian. Nos vemos”, saludé cerrando la
puerta detrás de mí. Corrí hasta la casa. El auto no se
movió ni un centímetro. Observé por la ventana y por
primera vez fue él quien se había quedado paralizado.
Seguro que lo había sorprendido con mi beso. Luego se rió
y se marchó a toda velocidad.
Subí a mi habitación y me tiré sobre la cama. Me
quedé mirando las formas del techo, pensando en todo lo
que había pasado. No pude hacer más que reírme con
felicidad.
Sabía que aún había cosas que tenía que saber, pero
no me importaba. ¿Estaba enamorada de Bastian? Sí, no
era tonta como para no darme cuenta y seguir negándolo,
porque mi corazón se paraba cuando él estaba cerca.
Dejé que la computadora se encendiera. Me acerqué
a la ventana, la abrí a pesar de que llovía y salí al balcón
donde las flores estaban mojadas y el perfume se hacía
más fuerte. Miré la catedral con la esperanza de que lo
vería en alguna de las dos torres, pero no fue así.
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El sonido de una ventana de Chat abriéndose en la
computadora indicó que alguien me estaba hablando. Era
Nadia.
Hablamos por un rato de cosas sin importancia y de
cómo había terminado mi día. Ella se sentía mucho mejor,
pero igualmente le dije que no iría a su casa, que nos
veríamos el sábado. Al mismo tiempo chateaba con mi
amigo de Venezuela.
Me di cuenta de que la conversación que estaba
teniendo con él era la que debía estar teniendo con mi
amiga, pues le estaba contando todo lo sucedido con
Bastian. No sabía por qué era más fácil con él. Tal vez
porque estaba lejos o porque era más fácil decir cosas
detrás de una pantalla, realmente no lo sabía.
Igualmente pensé, que el tiempo de charla, de
preguntas y respuestas también llegaría para mis amigos el
día siguiente.
Capítulo Seis: Salvada
La mañana del sábado amaneció extremadamente
calurosa. El sol que había empezado a brillar en el perfecto
cielo azul lleno de nubes blancas, hacía que toda el agua
que había caído el día anterior se evaporara. La misma se
iba desprendiendo de las superficies, subiendo otra vez al
cielo para formar más nubes. Sólo con ver las cerámicas
del baño, me di cuenta de que iba a ser otro día húmedo,
“pesado”.
Lo que en realidad me despertó esa mañana, a las
ocho para ser exacta, fue mi celular que sonó sobre la mesa
de luz con terrible puntualidad. Después de tres intentos de
llegar a él y que mi mano cayera sin tomarlo, finalmente lo
conseguí. Traté de abrir mis ojos que parecían estar
pegados, para ver el nombre de quien me enviaba un
mensaje. Era Nadia. ¿Quién más que ella podía enviarme
mensajes temprano? Nunca me levantaba a esa hora los
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103MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
sábados y domingos, pero ella me había despertado. ¿Qué
razones tendría?
Apronta una mochila con cosas de playa, todo lo
necesario, en una hora te buscamos. Vamos a Playa
Calma. Así decía el mensaje que me tomó por sorpresa,
porque no entendía muy bien sus planes.
“¿Playa? ¿A fines de Octubre?” pensé sentándome
en la cama, tratando de ordenar mis ideas. En realidad el
calor justificaba la invitación, porque hacía MUCHO
calor. Tal vez las preguntas que yo me hice tenían que ver
con que nunca me había gustado mostrarme en la playa,
porque me daba vergüenza. Esa sería otra cosa más a la
que tendría que acostumbrarme.
De repente mi visión se nubló por completo. Un
recuerdo de la noche anterior me invadió la mente.
Recordé el sueño muy claramente, reviví la frescura del
paisaje que había soñado. Había sido el mismo otra vez,
sin muchas variaciones. Pero cuando el ángel posó su
mano en mi hombro para hacerme cambiar de decisión,
pude ver algo más. Brillante en su dedo llevaba un anillo,
idéntico al de Bastian. Otra vez entrometiéndose en mi
sueño. Pero por algún motivo que no estaba dispuesta a
resolver en ese momento, no me molestó para nada. No me
enojó que estuviera en mis sueños, es más, tal vez me sentí
un tanto feliz de haber soñado con él. Supuse que el hecho
de haber estado bastante tiempo con él la tarde de ayer, fue
la causa de su aparición nuevamente. Cuánto más tiempo
pasaba con Bastian, más aparecía en mis sueños.
Miré todo a mí alrededor. Los libros estaban en la
biblioteca, las mariposas flotando en el aire, el cuadro de
Clara sobre mi cama y el reloj marcando las horas. Se me
estaba haciendo tarde, así que me apresuré a aprontar un
bolso con todo lo necesario. ¿Qué tenía que llevar? ¿Qué
era todo lo necesario?
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El traje de baño que nunca había usado estaba
nuevo. Lo habíamos elegido con mamá hace unos meses
en Santa María y mi cuerpo aún parecía ser el mismo, así
que estaba segura de que me quedaría bien. Anteojos para
el sol, porque a pesar de no ser fanática de ellos ya que ni
un modelo me quedaba bien, el sol me molestaba y me
hacía llorar los ojos. No iba a tolerarlo. Sandalias para
caminar sobre la arena, pues cuando era pequeña me había
quemado andando descalza, así que me quedé aterrada
hasta ese día. Encontré protector solar y demás cosas que
pensé que iba a necesitar.
Bajé las escaleras salteando algunos escalones
sorprendida de mi destreza física, ya que siempre solía
tropezar y caer. Mis padres estaban en la cocina, charlando
sobre cuestiones económicas que no entendí, aunque
algunas palabras me parecieron haberlas escuchado en
alguna clase del colegio, en la que yo me había puesto a
dibujar mariposas de colores.
“Buen día. Tengo que pedirles permiso o
comunicarles algo mejor dicho”, dije dirigiéndome a
buscar una taza para tomar algo. La verdad era que todo
estaba listo, el bolso preparado en el living, así que lo de
pedir permiso era algo protocolar solamente. Estaba
confiada en que obtendría un sí, ya que últimamente me
dejaban hacer todo lo que quería, porque tenía amigos que
me acompañaban, cosa que nunca hubiera sucedido antes.
“¿De que se trata?”, interrogó papá
inspeccionándome, mientras yo me miraba en la ventana
que parecía un espejo. Me había puesto una remera de
color blanca, ajustada al cuerpo, jeans gastados y había
peinado mi cabello como los otros trescientos sesenta y
cuatro días del año.
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“Bueno, resulta que Nadia y Alexis me invitaron
hace un rato a ir a la playa… Calma… Playa Calma creo
que se llama”, comenté tratando de recordar el mensaje.
Mamá me miró con los ojos desorbitados pensando de
seguro que nunca había ido a un lugar como ese, porque no
me gustaba la exposición de la playa.
“¿No deberían esperar el verano para ir a nadar?”,
dijo mamá mirándome por sobre la taza porque estaba
bebiendo café. Papá se movió en su lugar dispuesto a
hablar, con su cara que me decía que iba a obtener
“permiso”.
“A mí me parece bien. Es una costumbre de los
chicos de Puerto Azul la de ir a nadar en primavera.
Además hoy hace un calor terrible, yo mismo iría si no
tuviese cosas que hacer”, comentó mi padre. Él había
estudiado la ciudad un tiempo antes de venir y si le parecía
que era una tradición de los adolescentes o algo por el
estilo, eso significaba que me diría que sí.
“Está bien. Ve con tus amigos y diviértete. Lleva el
celular para llamar si pasa algo. ¿Tienes todo listo?
Protector, maya…”, empezó a decir mamá haciendo la
lista, aunque logré interrumpirla.
“Todo listo y en orden en el bolso”, dije sin saber
que más hacer para que los minutos pasaran.
La bocina no se hizo esperar. Apresuradamente
saludé a mis padres y les dije: “los quiero”, mirándolos a
los ojos. Martina aún estaba durmiendo, así que no quise
despertarla. Siempre sentía que era necesario saludar,
decirles a mis familiares que los quería y darles un beso.
Tal vez, por si algo llegara a pasarme algún día.
Borré los pensamientos feos, tristes y corrí para ver
a mis dos amigos que estaban usando lentes negros que
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cubrían sus caras. Se veían geniales los dos, como una
pareja de famosos.
Después de mis saludos con Nadia y los golpes con
Alexis (nuestra forma de saludo), el auto, del cual conocía
el ruido de su motor más que otro auto en el mundo,
comenzó a avanzar lentamente.
A mi lado, en el asiento trasero pude ver una gran
nevera portátil. La abrí sin que mis amigos se dieran
cuenta, usando mis torpes dedos. Estaba repleta de comida
y bebida por suerte, porque yo en eso no había pensado,
pero los tenía a ellos para hacerlo por mí.
Pasamos por el colegio que se veía espeluznante. El
gran Highland, monstruoso, estaba desolado, muy solitario
y apagado sin las voces de sus alumnos. Di gracias cuando
pasamos rápido por allí, ya que no me gustaba la sensación
de andar cerca de éste cuando era fin de semana.
Cada vez nos alejábamos más de la ciudad. Supuse
que ya estábamos cerca de Playa Calma, aunque no
conocía el camino, sentía que estábamos llegando. La ruta
comenzaba a cerrarse a ambos lados por los troncos de
altos árboles verdes. Las ventanas del auto estaban
abiertas, entonces el viento acarreaba el perfume de flores
y todos los aromas de los alrededores lograban ingresar.
Cuando ya habíamos avanzado unos minutos
cercados por árboles a ambos lados, como paredes
gigantes, los troncos fueron desapareciendo. Un kilómetro
más adelante, se podía apreciar cómo el agua se unía al
azul del cielo. Pero antes, había una gran extensión de
arena que parecía brillar bajo los fuertes rayos del sol,
como pequeños diamantes esparcidos por todo el suelo.
El lugar no le hacía honor a su nombre, porque nada
era calmo. Las voces que habían desaparecido del colegio
ahora se encontraban en la playa. Una a una las personas,
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los chicos, muchos de ellos conocidos, estaban llegando al
igual que nosotros.
Ingresaban al lugar autos de todas las marcas, jeeps,
camionetas. No faltaban los que llegaban caminando,
arrastrando sus refrigeradores y con mochilas en la
espalda.
Poco a poco Playa Calma perdió el silencio por
completo y se vio abarrotada de adolescentes dispuestos a
disfrutar de un verano anticipado. Todas las clases estaban
allí, todas las que había podido distinguir aquel lunes en la
selva superficial.
Alexis estacionó el auto bajo la sombra de una
inmensa sombrilla. Una más en la larga hilera de
sombrillas diseñadas para cumplir la función de
estacionamiento, lo que le daba un toque caribeño.
El ambiente estaba realmente caluroso y cuando pisé
la arena, el calor pareció subir por mis pies, a pesar de que
tenía las sandalias puestas.
Caminé unos pasos con dirección al mar para
quedarme inmóvil al ver que el agua era azul transparente
y se podía ver todo a través de ella. Parecía como esas
fotos de las playas de Hawái que siempre creí que eran
retocadas digitalmente, para que parecieran más
maravillosas. La naturaleza me decía: “No Amy, es
verdad. No hay trucos”. Comencé a reír.
“La mejor playa de Puerto Azul y sus alrededores
¿No, hermana?”, me preguntó Al esperando que le dijera
que sí, mientras todos ocupaban sus lugares elegidos.
“Ge-nial”, dije todavía boquiabierta observando
todo a mi alrededor.
Después descubrí puestos de comidas que antes no
había visto. Algunas tiendas cruzando la calle. Había
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varios biombos de color violeta, que cumplían la función
de cambiadores donde las chicas se ponían sus trajes de
baño. Nunca había sido una fanática ferviente de las playas
antes, pero no sólo me parecía la mejor de la ciudad y sus
alrededores, en ese momento pensé que era la mejor del
mundo.
“Bueno, ahora a elegir un lugar para tomar un poco
de sol”, propuso Nadia mientras Alexis, ya en sus
pantalones cortos y sin remera, buscaba la sombrilla,
reposeras y también la nevera portátil. Al ser el único
hombre, todo el trabajo forzado estaría a su cargo.
Igualmente le ayudé con las sillas de playa. Traté de no
mirarlo tanto, porque a pesar de ser amigos, me daba un
poco de vergüenza verlo más desnudo que de costumbre
frente a su novia. Pero definitivamente comprobé que mi
amigo no tenía nada que envidiarles a esos deportistas.
“Tienes un cuerpo espectacular amiga”, observó
Nadia mirándome parada frente al espejo donde nos
estábamos cambiando. Por suerte había traído un pareo
para atarlo en mi cintura, ya que no me sentía muy cómoda
en bikini. Y en lo que a la parte superior de mi cuerpo se
refería, haría mucho uso de la técnica de cruzado de
brazos. Mi pecho estaba grande y eso siempre llamaba la
atención.
“Gracias. Es mucho viniendo de ti, que eres una
barbie”, le dije ayudándola a atarse el pelo. Nadia se rió,
porque yo le había contado sobre mi idea de que ella
parecía una muñeca.
Cuando llegamos a la sombrilla de color naranja,
Alexis estaba reposando con la música fuerte en un
reproductor de música que habían llevado. Realmente
debía ser una costumbre, como papá había dicho, porque
se habían preparado con todos los elementos que yo había
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olvidado, como si lo hubieran hecho toda la vida. O tal vez
tenían de sobra del sentido común que a mi me faltaba. Esa
teoría, pensé, era más que aplicable.
La hora del almuerzo llegó bajo el calor abrasante.
Nadia había preparado unos sándwiches de jamón y queso
que estaban deliciosos y frescos. Se notaba que estaban
sabrosos en la cara del hambriento Alexis.
A lo lejos, podía verse una isla llena de verde
vegetación que la cubría como un abrigo. El color era casi
apagado y borroso. También había una balsa mecánica que
transportaba a la gente para visitar el lugar. Cerca de
nosotros había un conjunto de altas y grandes rocas
blancas que encerraban el agua cristalina, como un
acantilado. Estas creaban un lugar muy privado donde se
podía nadar sin ser molestado, aunque nadie iba allí. Todos
preferían el bullicio y la compañía.
“¿Te fuiste en colectivo del colegio ayer?”, preguntó
Nadia poniéndose protector solar. Alexis seguía comiendo
sin prestar demasiada atención.
“Mmm, perdí el colectivo y no tenía para pagar un
taxi…”, dije mirando a los chicos dormidos al lado
nuestro. Deseaba que las preguntas no siguieran.
“Entonces, ¿caminando?”, cuestionó Al que se
incorporó a la conversación en un segundo, después de
devolver la pelota roja a un niño que la lanzó hacia donde
estábamos. Tenía doble carga, más presión para contar lo
sucedido. Mi cara se encendió, pero no por el calor del sol
sino por la vergüenza, que siempre me dejaba colorada en
esas situaciones en las que debía confesar.
“La verdad…eh… Bastian justo estaba saliendo,
entonces se ofreció a llevarme y considerando la situación,
le dije que sí”, dije la verdad mirándolos con los ojos
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entrecerrados, como esperando una violenta reacción. Lo
que no se hizo esperar.
“¿Qué? ¿Te fuiste con ese lunático comprometido?”,
exclamó mi hermano enojado, como había empezado a ser
su costumbre. Nadia lo calmaba para que todos en la playa
no escucharan nuestros problemas.
“Miren, yo sé que me propuse ignorar y demás
tonterías. Pero la verdad es que no puedo seguir con eso.
Él no me hizo nada malo, soy yo la que lo ha tratado mal.
Además, se rió a carcajadas cuando le pregunté si era
casado. Dijo que no era así, como nosotros pensábamos.
Que su anillo era como un compromiso con su padre”,
comenté viendo sus caras. Mi amiga no podía creer lo que
escuchaba. Seguro le parecía imposible que yo me animara
a preguntarle eso a Bastian y se veía contenta ante la
posibilidad de que él no tuviera novia.
“Eso sí que es raro. ¿Compromiso con su padre? ¿Es
de la mafia o de una secta? Me suena a excusa Amy”,
comentó Alexis dirigiendo su vista al mar.
“¿Te gusta Bastian entonces?”, dijo antes de alejarse
a buscar leña para la fogata de la noche.
“Si fuera así, ¿cuál es tu problema?”, grité en su
dirección desafiándolo, pero no respondió. Las personas
que dormían cerca de nosotros me hicieron callar.
“No le hagas caso a Alexis. A mí me parece que
tienes que hacer lo que sientes. Y si estar con él es lo que
quieres, para mí también es así. Ya vamos a convencer a
Al”, dijo mi amiga alentándome. Nos miramos y
suspiramos fuertemente. Ella también había dicho algo
sobre ser fiel a los propios sentimientos, como papá. Dos
personas a las que quería mucho me habían dicho lo
mismo, entonces tenían razón.
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El almuerzo había pasado y varias horas más
también. Nadia se había quedado dormida junto a su
novio, que volvió a hablarme, luego de nuestra pequeña
charla sobre las cosas que le habían sucedido a su padre en
el taller mecánico. Cuando él también se quedó dormido,
comencé a leer un libro que nunca había terminado y me
perdí en sus páginas por completo. Luego de unas horas
más, cuando los personajes actuaban en mi mente, mis
amigos se despertaron, así que otra vez la tarea de terminar
de leerlo quedó inconclusa.
“Hey, aún no hemos entrado al agua. Ya debe estar
tibia. ¡Vamos!”, propuso Alexis y todos nos pusimos de
pie en un instante para seguirlo. Yo no estaba muy segura,
pero no me quedaría a leer, debía aprovechar. Lo difícil
fue dejar el pareo en la reposera. Me sentía tan
desprotegida.
Cuando llegamos, la espuma que arrastraban las olas
estaba a centímetros de nuestros pies. Pude ver un letrero
que decía: CUIDADO CON LOS POZOS.
“¿Qué pozos? No vi ninguno en la arena” dije
creyendo en arenas movedizas o algo por el estilo, dando
gracias de no haber caído en uno de ellos.
“Eh, no, porque no están en la playa sino en el agua.
Cerca de lo profundo. Por eso no se alejen ¿OK? La
corriente suele llevarte sin que te des cuenta”, dijo Alexis,
pero no me provocó ni una reacción su información. Ni
susto ni miedo, nada. No era buena nadadora, pero
tampoco era aventurera, así que me quedaría donde mis
pies aún tocaran la arena bajo el agua y me aferraría al
cuello de quien fuere si algo llegara a pasarme. Los tres
nos quedamos parados con nuestras manos acariciando la
superficie del líquido, el agua nos hacía ir y venir, tenía
que reconocer que la corriente era fuerte.
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Alexis y Nadia quisieron nadar hasta el acantilado
de rocas blancas, pero yo no quise acompañarlos. No
quedaba muy lejos, pero no tenía ganas de mostrar lo mala
que era nadando. Preferí quedarme parada en el agua que
ahora llegaba a mi pecho, lo que significaba que la marea
me había arrastrado mas adentro.
Cada tanto hundía mi cabeza con los ojos abiertos
para ver algunas algas y piedras de colores en el fondo. Así
que seguí con ese juego, dando unos cuantos pasos más
hacia la playa. Bueno, eso creí yo, cuando me di cuenta de
que no estaba apoyando los pies y que había estado yendo
en la dirección contraria. Lo cual me llenó de terror y
comencé a desesperarme, ya que no había nadie cerca.
“¡La va a tapar la ola!”, escuché a alguien gritar.
Cuando levanté mi cabeza, vi que venía hacia mí una
pared movediza que arrasaba con todo a su paso y que lo
haría conmigo también. Me llené de adrenalina y miedo,
traté de apoyar mis pies pero no podía, estaba en un…
¡pozo!, que parecía querer succionarme para arrastrarme a
lo más hondo.
“¡Ayuda, pozo!”, fue lo único que pude gritar,
porque mi boca se había llenado de agua salada.
Lo último que vi en la superficie fue a mis amigos
correr por la arena para zambullirse al rescate, pero
estaban demasiado lejos, eran como hormigas. Unos
segundos después, al no poder ver con claridad ni respirar
bien, supe que estaba bajo el agua, haciendo fuerza para
salir, lo cual me cansaba aún más. Traté de nadar, pero mis
piernas sintieron un gran calambre que no me dejaba
mover. Me estaba hundiendo lentamente, el agua me
llevaba mar adentro. Sentía que iba a morirme de momento
a otro.
Me quedaba poco aire en los pulmones e hice un
gran esfuerzo para contenerlo, pero no aguanté más. Abrí
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mi boca, dejando salir el poco aire que me quedaba y
permitiendo que el agua ingresara en mí. Miré como
hipnotizada los rayos del sol atravesando el agua cristalina.
Luego todo se puso negro y los segundos pasaron. Mi
cuerpo bajaba a un ritmo lento, esperando llegar hasta el
fondo.
Sentí o tal vez imaginé que dos brazos me tomaban
fuertemente, arrastrándome hacia la playa. Gracias a Dios
Alexis podía nadar, me estaba salvando. Al menos eso
pensaba yo que no podía abrir los ojos. O tal vez me
estaba yendo al otro lado y era mi ángel que me
acompañaba. La verdad era que no podía ver ni respirar,
pero escuchaba miles de voces aterradas.
“Apártense, váyanse, no sean morbosos”, lloró una
chica. Sin duda era la voz de Nadia. Escuché que las voces
se alejaban. Algunos decían: “Pobre chica”.
“Ponla en la manta”, dijo Alexis y yo sin poder
reaccionar. Estaba como inconsciente, pero escuchaba las
voces de mis amigos que retumbaban en mis oídos junto
con un zumbido molesto.
“Amy, resiste por favor. No te vayas de mi lado, no
me dejes”, dijo la voz de él, con gran preocupación,
tristeza y llena de impotencia. Alguien me presionaba el
pecho con toda su fuerza. Esas manos, esas cálidas manos
no podían ser de otra persona más que de él.
“Ni se te ocurra hacer eso”, gritó mi amigo con la
voz que ponía cuando me defendía. Le estaba hablando a
alguien más.
“Entonces, si ustedes saben de primeros auxilios,
háganlo, pero rápido, porque se muere. Por favor Alexis,
déjame hacerlo”, suplicó Bastian, tenía que ser él. Seguía
apretando mi pecho. Algo discutían, pero no sabía qué.
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Alguna práctica para salvarme con la que Al no estaba de
acuerdo.
Yo no podía luchar más, estaba demasiado cansada.
Me quería desprender, soltarme de sus manos, estaba
realmente exhausta y a punto de decir adiós. Por suerte
había saludado a mis padres por la mañana, qué lastima
que Martina no estaba levantada para despedirme de ella
también.
Sus dos manos abrieron mi boca suavemente. De
repente, sentí los mismos labios húmedos de ayer, pero
esta vez sobre los míos. Una bocanada de aire ingresó por
mi boca con gran fuerza, mientras dos manos fuertes
seguían apretando mi pecho.
El aire era refrescante, me daba esperanza para tratar
de volver. Sabía a menta y miel mezcladas. Otra vez más.
Y sin darme cuenta abrí los ojos, el sol naranja se estaba
poniendo y dejé salir al final toda el agua de mis
pulmones. Empecé a respirar con dificultad, como una
recién nacida.
Pude ver todo nuevamente, pero sin importar quién
estaba alrededor, enredé mis brazos en su cintura y apoyé
mi cabeza en su duro pecho. Lo único que pude hacer fue
quedarme abrazada a él, con mis ojos aún cerrados, porque
eso calmaba mi miedo. Después de unos minutos, Alexis
aclaró su garganta varias veces y me trajo a la realidad.
“Está bien. Amy, ya estás a salvo. Abre los ojos y
dime que estás bien”, me dijo con su voz suave,
acariciando mi espalda para tranquilizarme. Cuando al fin
pude mirar, lo pude ver.
Su rostro era blanco y perfecto. Sus ojos verdes, a
los que la vida les había vuelto, me miraban tiernamente.
Sus labios rojos esbozaban una hermosa sonrisa. Era él:
Bastian. Mi Bastian. Tuve ganas de sentir sus labios otra
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vez, pero la realidad era otra. Había gente en el lugar y no
podía hacerlo.
“Ya está bien. Se pueden ir, gracias por su ayuda”,
informó Nadia irónicamente a los espectadores. Todos
volvieron a sus lugares, hablando y dando miradas en
nuestra dirección. Seguro iba a ser el comentario de varias
semanas en el colegio. Pero nada me importó, porque
estaba viva.
Me solté de Bastian y abracé a mis amigos
fuertemente. Nadia había dejado de llorar, estaba feliz,
pero un tanto nerviosa. Alexis no dejaba de mirar a mi
salvador. Me sorprendió que no lo hiciera con rabia o
desprecio, sino con ojos de agradecimiento. Bastian se
había ganado su respeto al parecer.
“Gracias por rescatarla. De verdad. Yo nunca
hubiera podido nadar contra semejante ola y llegar a
tiempo”, dijo Al y le dio la mano, Bastian la aceptó. Nadia
me guiñó el ojo. Me di vuelta para ver la situación.
Allí estaba, con su pantalón corto negro empapado,
su cabello aún estaba goteando. Su cuerpo era fuerte, ni
una asimetría se podía ver. Era más alto que mi amigo, sus
músculos un tanto más grandes y tensos. Parecía una
escultura hecha por el mejor artista del mundo.
“Sexy”, susurró Nadia en mi oído, mientras los otros
dos hablaban de algo que no pude escuchar. Me puse
colorada al instante y supe que tenía que agradecerle, pero
no con ellos dos observándome.
Me senté en la silla de playa. Mi voz se había
escuchado áspera. La garganta me molestaba un poco,
entonces les pedí a mis amigos si me podían comprar agua.
Por suerte en la nevera portátil no había más, así que los
dos se alejaron y cruzaron la calle, adonde se encontraban
las tiendas. Al fin podíamos hablar.
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“Muchas gracias. Yo sé que son sólo palabras, pero
no sabes lo agradecida que estoy contigo”, dije mirándolo
a los ojos para que se diera cuenta cuanto apreciaba lo que
había hecho por mi.
“De nada. Es parte de nuestro pacto. Tengo que
protegerte”, comentó sentándose a mi lado. El sol parecía
hundirse en el horizonte para apagar su color naranja, su
fuego rabioso en el mar.
“Es que fue mucho lo que hiciste. En un momento…
sentí que me iba de verdad, no tenía mas ganas de
aferrarme a la vida, de seguir luchando y después con tu
respiración me sentí… salvada”, le dije. No sabía que
significarían esas palabras para él. Pero el ser salvado era
como volver a la vida. Él no me la había dado, pero hizo
que la recuperara y eso era mucho más de lo que cualquier
persona había hecho por mí.
“Estoy feliz de haberte salvado. Me moría si algo te
pasaba. Estuve a punto de enloquecer cuando te vi tan
pálida e inconsciente. Cuando abriste los ojos y supe que
todo estaba bien, me quedé tranquilo al fin”, dijo
acariciando mi rostro con el revés de su mano. Se sentía
tan bien estar a su lado que quería prolongar el momento
para siempre.
“Entonces, ¿esto no cuenta como puntos extra para
dejarme entrar en tu vida? Podría salvarte de peores cosas.
Hoy estaba cerca de ti, pero si fuese parte, si fuese tu
amigo…” dijo él sonriente. Pero no sabía cómo iban a
reaccionar mis amigos a todo esto. No quería arriesgarme a
arruinar las cosas con ellos. Además, ¿qué era eso de
formar parte de mi vida? Sentía que iba más allá de ser
amigos, al menos en mi mente.
“Dame tiempo para pensarlo. Supongo que vas a
tener que irte ahora. No creo que los chicos quieran que
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andes cerca. Ellos… bueno, especialmente Al, a pesar de
que te agradeció recién, no cree en lo de tu anillo”, dije
con mi cara triste. La de él había cambiado bastante.
Estaba mirando detrás de mí, como si hubiera alguien.
“Genial. Mis amigos están detrás de mí y
escucharon todo. Perdiste, Amy”, pensé. Giré para ver y
allí estaban ellos.
“No hay problema, le dije que puede quedarse a
compartir la fogata”, comentó Alexis entrecerrando los
ojos y sacudiendo la cabeza como diciendo: “Te voy a
golpear por haberle dicho eso”. Luego entendí que eso era
lo que estaban hablando, cuando mi amiga me susurró en
la oreja. Al lo había invitado a quedarse.
“¿Cómo hizo Bastian para estar en la playa justo en
ese momento? ¿Me estaba siguiendo?”, las preguntas
quedaron retumbando en mi mente. No tenía ganas de
responderlas.
“Miren… lo del anillo, no es lo que ustedes piensan.
Yo no quiero hacerle daño a Amy, sólo ayudarla, aunque
sé que los tiene a ustedes. Y querer ayudarla no significa
que tengo interés en ella como novia, nada de dobles
intenciones. Tal vez me gustaría ser amigo de ustedes, se
ven divertidos”, comentó él mirándome. Eso me llenó de
dolor, porque me hizo creer las palabras que había dicho.
Se comportó como ayer en el auto, como si enamorarse de
mí no estuviera permitido, como si estuviera rompiendo
alguna clase de regla que yo no conocía.
Mi corazón se partió en pedazos, luego era como si
no lo tuviera o no lo pudiera sentir. Una vez que yo
reconocía que él me gustaba, él había dicho eso, era
doloroso. Pero bueno, tal vez significaba que el trato
seguiría siendo el mismo. Sólo lo dejaría estar cerca.
El fuego iluminaba nuestros rostros. Comimos,
bebimos y escuchamos música. Nos reímos, yo no muy
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animada, contándole todo lo que pasaba en nuestra aula.
Las ganas de Leo de pronunciar en inglés y la imitación de
Al fueron lo más divertido de la tarde. Yo seguía pensando
en que Bastian no estaba interesado en mí, sin poder
concentrarme en la conversación. Bastian cada tanto me
miraba sonriente.
Luego Alexis con un palo, golpeó las leñas
encendidas y pequeñas cenizas naranjas volaron por los
aires cubriéndolo todo. Se esfumaron al instante, como mis
esperanzas en el amor de Bastian.
Las estrellas titilaban en lo alto y la redonda luna
plateada se podía ver sobre el agua, como un espejo.
Cuando se puso fresco volvimos a vestirnos. Los chicos no
lo hicieron, permanecieron tal cual y como estaban.
“Definitivamente es sexy. Qué lastima que no quiere
novia. Ya lo dije una vez, él se lo pierde amiga. Él te
pierde, porque eres hermosa, graciosa, inteligente y buena.
No sé qué más quiere”, dijo mi amiga en el cambiador,
haciendo una lista de mis cualidades. No pensé tener
tantas, pero no acoté nada a lo que había dicho. Era
bastante difícil la situación como para hablar de ella.
Todo ya estaba equipado en el auto. Alexis le
preguntó a Bastian si necesitaba que lo llevaran, pero él
señaló su auto en el estacionamiento. Cuando los chicos
estuvieron dentro, nos quedamos solos unos segundos.
Él estaba de espaldas al auto, cubriéndome, así que
no podían ver nuestras caras. Entonces decidí arriesgarme
de una vez por todas. Tenía que saber si era cierto que yo
no le interesaba. Lo iba a poner a prueba.
“Gracias, gracias, gracias…”, dije susurrando en su
oído. Puse mis manos a los lados de su rostro, como
sosteniéndolo. Me levanté un poco en la punta de mis pies
y llegué a su boca. Otra vez sentí sus suaves y frescos
labios. Su respiración con aroma a menta y miel se quedó
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119MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
en mi boca luego del beso robado. Él permaneció inmóvil,
petrificado.
Me apresuré a subir al auto sin mirarlo. Los chicos
no se dieron cuenta de nada, sino ya hubieran dicho algo.
No me conocí a mi misma en ese momento, pero me
alegraba haberlo hecho, porque sentí en ese beso que él
estaba conteniendo sus ganas. Ya averiguaría el porqué.
El auto hizo marcha atrás, así que mis amigos lo
pudieron ver sin moverse todavía, allí parado bajo la luz
blanca de la luna.
“¿Qué le dijiste para que se quede así?”, preguntó
Alexis. Nadia saludó a Bastian con un grito desde su
ventana abierta.
“Nada. Le agradecí por haberme salvado la vida”,
dije humedeciendo mis labios.
Recordé haber estado abrazada a él, protegida entre
sus brazos. Luego él trayéndome a la vida y ese beso que
había sido el mejor de mi vida. Di gracias a Dios por
haberlo puesto en mi camino, porque Bastian con su sola
presencia me hacía sentir salvada.
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Capítulo Siete: Baile
Los días pasaron silenciosos pero apresurados, como
tratando de que no me diera cuenta de que huían de mi.
Las horas se iban entre trabajos finales, miradas
descuidadas y charlas interminables sobre cosas sin
sentido. Hablaba mucho con Bastian, pero nunca decíamos
lo que en verdad queríamos decir, igualmente me
encantaba estar junto a él.
Cada tanto me escapaba al bosque a charlar de
nuestro día, a ver su rostro, sus ojos y a oler su delicioso
perfume. Nunca dijo nada sobre el beso en Playa Calma y
volví a sentir su inocencia al estar en contacto conmigo.
Entonces me quedó claro que realmente no estaba
interesado en mí. Era algo realmente difícil de entender,
estar tan cerca de él y no poder tocar su blanca piel o besar
sus refrescantes labios. Era complicado estar enamorada y
que la otra persona no te correspondiera.
Pensaba que al final sería doloroso para mí, seguir
hablando con él como amiga cuando realmente quería
sobrepasar ese nivel. De todos modos, para mi suerte, con
todo lo que el fin de año traía consigo, lograba olvidarme
de él por momentos. Pero apenas me distraía, Bastian
aparecía de nuevo en mi cabeza y se hacía sentir en mi
corazón.
Muchas otras veces, el fin de semana se hacía
invisible y eso no me gustaba, al menos hasta que lo veía
otra vez, con sus luminosos ojos color esmeralda
viéndome desde el otro lado del comedor. Ahí volvía a ser
real.
En noviembre con mis amigos y compañeros
dedicamos mucho tiempo al diseño de la decoración.
Comenzamos con los preparativos para la gran fiesta de
diciembre, porque queríamos que fuera espectacular, no
por agradar a los del último año, con quienes casi no
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hablábamos, pero para que no fuera una fiesta aburrida
como solían ser. También para que todos vieran lo que
éramos capaces de lograr.
El gran salón donde el baile y nuestros cumpleaños
tendrían lugar, había quedado más que perfecto. Fue aún
mejor de lo que todos los alumnos de cuarto año de la
secundaria Highland nos imaginábamos.
Habíamos decidido que la decoración se remontara a
cientos de años atrás. Con Nadia habíamos pensado y ya
propuesto a los demás, en transformar el inmenso espacio
que teníamos en la mansión del señor Bingley, donde las
hermanas Bennet solían tener fantásticos bailes. Y al ser
las únicas que habíamos leído Orgullo y Prejuicio, el libro
de Jane Austen y visto la película también, los demás
confiaron en nuestra decisión. Les mostramos un día en el
televisor de la escuela, las imágenes de la película y a
todos pareció gustarle. Gina nos miró con cara de
resignación, seguramente odiándose, porque a ella no se le
había ocurrido nada.
Los deportistas ayudaron con las tareas pesadas,
pues para algo debían servir tantos músculos y las
populares, lideradas por Gina, su abeja reina, sólo miraban
o alcanzaban una u otra cosa que al final no usábamos en
la decoración.
Finalmente, unas varias semanas antes del gran día,
el salón quedó terminado para alegría de todos.
Cuatro arañas de cristal, que no sabía quién había
conseguido, pendían majestuosamente del techo. Las
paredes estaban cubiertas por lienzos blancos en su
mayoría, que imitaban las cortinas de grandes ventanales.
En ambos laterales, había tres cuadros pintados por Clara
Herman que le daban un toque especial y de elegancia.
Pero lo más importante: el gran escenario era lo que nos
había dejado con la boca abierta. Logramos construir la
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fachada de un palacete inglés para imitar la casa del señor
Bingley. Por la gran puerta saldrían los egresados en
pareja, para que todo el mundo los pudiera ver. Bajarían
una escalinata, donde se tomarían la foto de recuerdo.
Unos pasos más adelante, colocamos una fuente de agua
que estaría iluminada y funcionaría esa noche tan especial.
Luego, había una gran pista de baile y en los laterales bajo
los cuadros, largas mesas de manteles blancos donde
estaría la comida.
Ese día habíamos quedado más que satisfechos con
la tarea realizada, porque a pesar de las diferencias,
hicimos un buen trabajo de equipo. Cuando la directora
entró a ver, mejor dicho, inspeccionar, porque antes le
habíamos prohibido hacerlo, casi se desmayó al ver la
magnitud de la decoración de sus queridos alumnos de
cuarto año. Lo que era todo un mérito, ya que el colegio no
había puesto un solo peso para el logro del objetivo.
Ya en diciembre, unos días antes del baile, Nadia
planificó un sábado en el que iríamos a elegir la ropa en las
tiendas.
“A las mejores tiendas de Puerto Azul”, había dicho
ella. Definitivamente la necesitaría, porque hacia mucho
no compraba vestidos para ocasiones tan especiales como
esa. Una fiesta que a pesar de significar la graduación de
los chicos de quinto año, también me hacía sentir que
estaba a un paso de la mía, a poco tiempo de terminar el
colegio.
Tomé bastante dinero que tenía ahorrado para
comprar varios libros, que postergaría obviamente. Mamá
me dio un poco más y salí cuando el auto estacionó en el
lugar de siempre. Pensé que Alexis no nos iba a
acompañar, pero siendo novio de mi amiga, era más que
obvio que le elegiría la ropa a él también.
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Cuando vi su cara en el auto no parecía muy
animado. Seguro le daba vergüenza andar de compras con
chicas. Pero primero: una de esas chicas era su novia y la
otra su amiga. Y segundo: nadie tenía mejor sentido y
gusto que Nadia, cuando de vestir se trataba. Para mi
tampoco era una de las mejores actividades, pero lo
tomaría con calma, como si fuera un corto trámite y
pondría lo mejor de mí, así que los dos mostramos una
cara de “resignación alegre”.
Nunca le había prestado atención al centro de la
ciudad, porque siempre que pasaba por allí iba distraída,
pero ese día me tomé un tiempo para observar.
La gran avenida estaba llena de autos que circulaban
a poca velocidad. Las veredas estaban repletas de personas
indecisas. Las madres tiraban a sus hijos pequeños del
brazo, alejándolos de las tentadoras jugueterías. Las
grandes vidrieras tenían ropa muy a la moda y también
cosas excéntricas. Nunca había mirado más que la librería
cuando iba al centro, que era mi refugio.
Como era de imaginar, el trámite no sería para nada
corto. Nadia nos llevó de una tienda a la otra, haciéndonos
probar miles de prendas, lo que al final se tornó cansador.
“Es mejor saber lo que todas ofrecen, así después
volvemos a la tienda que tenía la mejor ropa”, dijo
guiñando su ojo, como una experta en eso de las compras.
Como si nos hubiera develado un gran secreto.
El traje de Alexis fue lo primero que compramos, lo
vimos en el espejo con todos los accesorios: corbata,
zapatos que combinaban y parecía un modelo de verdad,
seguramente opacaría a cualquier egresado de quinto año.
Si de esa forma nos vestía para un baile ajeno, no me
imaginaba como nos iba a vestir mi amiga el día de
nuestro propio baile.
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La segunda en elegir fui yo, no tardé para nada. Fue
la ropa que vi en la segunda tienda. Me compré un vestido
y zapatos, nada más. La ultima en decidirse fue Nadia, por
supuesto. Tenía la difícil tarea de elegir entre tres vestidos
igual de hermosos. Pero finalmente y después de
combinarlo con los zapatos que se había comprado, se
decidió por uno de ellos.
El trámite había terminado cuando la caja
registradora sonó para cobrarnos lo que habíamos
comprado.
Miré la hora, ya era cerca de la una de la tarde,
entonces fuimos a comer a un lugar con vista hacia a la
calle. En el podíamos ver todo lo que pasaba en el exterior.
Teníamos una cierta fascinación por los comedores de
grandes ventanas.
Así como una semana antes mi amiga se había
adelantado para comprar ropa, el día del baile llegó a casa
a las siete de la tarde, para prepararnos hasta las diez de la
noche, que era cuando la celebración tendría lugar.
Obviamente ese día era mi cumpleaños también, así
que recibí regalos y saludos todo el día. Me mandaron
mensajes de texto muchos de mis compañeros, que no
pensaba que lo harían y, bueno, Leo también. Nando me
escribió un mail y le adjuntó una tarjeta que me gustó
mucho. Hasta mi abuela había venido a visitarnos desde
Santa María. Se quedaría unas semanas hasta después de
las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Nunca antes había
tenido un cumpleaños así, ese había sido completamente
diferente a los anteriores.
Salí del baño acalorada a pesar de haberme bañado,
con la bata blanca puesta y mi amiga ya estaba aprontando
todo su equipo de maquillaje, su material de trabajo. La
ropa estaba sobre la cama y ella la protegía con suma
delicadeza para que no se arrugara.
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“¿Cómo piensas peinarte?”, dijo mirándome
seriamente, como si mi cabello fuera unproblema
nacional.
“Como siempre. ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo?”
dije sentándome a su lado. Las mariposas de vidrio
sonaban, la brisa que entraba por la ventana las hacía
mover.
“¿Por qué?, preguntas. No tiene nada de malo, pero
peinarlo como siempre está bien para todos los días y
entiendo que ames el peinado de Rose Dawson, pero es tu
cumpleaños. Esto es una gran fiesta y tú eres Amy, no
Kate Winslet”, dijo agachándose. No entendí lo que hacía,
sólo revolvía cosas en un bolso negro buscando algo.
Finalmente tomó una plancha para el pelo y me dio una
sonrisa, como una desquiciada que me amenazaba con un
arma.
“OK, pero más te vale que no quede espantosa”,
amenacé, cuando la vi tomar unas tijeras, un tanto asustada
por lo que iba a hacer. ¿Qué estaba pensando? Pronto lo
iba a descubrir.
“No te preocupes, soy una Barbie y sé cómo peinar.
Además tu pelo es hermoso, todo se adapta a tu cara, te va
a quedar bien. Te lo aseguro”, afirmó bromeando con lo de
ser una muñeca.
Me sentó en un banco frente al espejo, como si fuese
una peluquería. Mi pelo ya estaba seco, entonces comenzó
a plancharlo. Lentamente iba quedando lacio, cayendo
sobre mis hombros y espalda, era bastante largo. Mi cara
fue cambiando de a poco, pero no para mal. Era diferente,
pero se veía demasiado bien. Cuando ya estuvo todo
planchado, hasta mi flequillo que caía sobre mis ojos, con
dificultad pude verla tomar las tijeras. Sólo cerré mis ojos,
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respiré hondo y escuché las filosas hojas sonar. Unos
minutos pasaron.
“Ya está. Mejor que en la revista que vi por la
mañana”, dijo mi amiga sacudiéndome para que me mirara
en el espejo.
No lo podía creer. Esa definitivamente no era la
típica yo. Era… cómo decirlo… LINDA, en verdad.
Confirmé que según el corte de pelo las caras de las
personas cambiaban. Mi cabello colorado estaba
espectacular con ese corte, que era sólo mi pelo planchado
y un flequillo recto sobre la frente.
“Genial. Gracias amiga. Es fantástico”, agradecí
abrazándola.
“Thank you”, dijo riéndose. Limpiamos todo porque
era hora de vestirse. Bueno, esa parte no estaba segura si
saldría tan bien, porque yo había elegido mi ropa una
semana atrás sin hacerle caso a las recomendaciones que
ella me daba. Siendo ella la que realmente había acertado
con el nuevo “look”, no estaba confiada de mi elección de
la ropa.
Decidí cambiarme en el baño para que no me viera o
me diera instrucciones. Detestaba que la gente me
estuviera diciendo qué hacer y no quería pelearme con ella.
Cuando estuve lista decidí mostrarle cómo había
quedado. Salí del baño mordiéndome los labios esperando
ver la reacción en su cara. Ella era demasiado expresiva,
así que sólo bastaba verle la cara para darse cuenta si la
respuesta era negativa o positiva.
“Es-pec-ta-cu-lar. Definitivamente tienes que
confiar más en tu instinto. Mírate en el espejo, estás
preciosa. Leo va a enloquecer”, bromeó y golpeé su
hombro.
Me demostró con su cara que era verdad lo que
decía, la respuesta había sido positiva.
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Me paré frente al espejo grande, que estaba al lado
de la biblioteca. Aún no me terminaba de convencer. Lo
que hacía un corte de pelo y ropa linda era increíble.
Había elegido un vestido de encaje negro, corto, que
sólo me cubría desde el pecho hasta por encima de la
rodilla. Era ajustado y denotaba mi cuerpo, que mi amiga
había elogiado aquel día en la playa. Las sandalias eran de
taco alto y se ajustaban con una hebilla plateada por
encima de los tobillos. Estaba realmente bien, más de lo
que me había imaginado y unos centímetros más alta.
Luego faltaba el maquillaje. No me puse en exceso
ya que no me gustaba. Nadia me delineó los ojos para que
resaltara mi color “miel especial”, como ella decía.
“Cierra los ojos”, dijo cerca de mi oído. No sabía
cuál era el motivo, pero lo hice sin dudar. Escuché el ruido
de papel, como si estuviera desenvolviendo algo. A los
segundos sentí algo frío sobre la parte de mi pecho que
quedaba descubierto y una cadena rodear mi cuello.
“Feliz cumpleaños”, exclamó Nadia. Cuando abrí
los ojos, vi la cadena de plata que había sentido antes. Esta
terminaba en un colgante. Era la hermosa silueta de una
mariposa plateada con las alas abiertas. El mejor regalo
que me había hecho hasta el momento.
La vida me estaba dando tanto que temía el
momento cuando me quitara cosas, porque siempre pensé
que debía haber un equilibrio.
“Gracias. No sé qué más decir. Todo lo que haces
por mí es mucho. Gracias”, dije tomando su mano. Esa
mariposa había costado mucho seguramente.
“De nada amiga. Es un regalo de Al y mío. Me
alegro que te guste. Bueno, ahora ayúdame a vestirme. Te
tengo que dar crédito por la elección de ese vestido y
zapatos”, comentó buscando su ropa.
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Nadia había quedado perfecta cuando terminamos.
Le ayudé a rizar su pelo para que quedara ondulado y con
más volumen. Se puso un vestido rojo, corto, que cubría
uno de sus hombros y el otro quedaba al descubierto. La
fina y suave tela caía perfecta sobre su cuerpo. Eligió
zapatos de taco alto en el mismo color, se maquilló un
poco más que yo resaltando aun más su belleza y se puso
aros y un collar que combinaba perfecto, por fin la muñeca
estaba lista.
Nos despedimos de mi familia cuando Alexis pasó a
buscarnos. El auto brillaba porque había sido recién
lavado. En un momento pensé que de verdad íbamos a
opacar a las estrellas del baile que eran los de quinto año,
pero no me importó.
Mi amigo estaba hermoso en un traje de corte
moderno y negro al igual que sus zapatos y corbata, la
camisa azul le quedaba muy bien. Hasta se había peinado
de otra manera que seguramente su novia le había
recomendado. Podía ver en él la misma sorpresa que tuve
al quedar “linda” frente al espejo.
Él bajó del auto corriendo para abrirnos la puerta.
Mamá, Martina, la abuela y papá nos miraban sonrientes
desde la entrada. Apenas me habían visto bajar las
escaleras, pensaron que Nadia me había cambiado por otra.
“Muchas gracias caballero. Estás muy lindo,
hermano”, dije después de bromear con Alexis y dándole
un beso.
“Usted también, señorita Bennet. Feliz
cumpleaños”, bromeó él usando el apellido de Elizabeth de
Orgullo y Prejuicio, el personaje que más me gustaba en
esa novela. En esos meses me habían llegado a conocer
demasiado. Realmente eranmis verdaderos amigos,
porque en poco tiempo pudieron conocerme entera, tal
cual y como era.
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“Los tres estamos geniales. Ahora a divertirse”,
propuso Nadia. El auto se alejó hacia la magnífica fiesta
que nos esperaba en el Highland.
Al bajar del auto estaba un poco nerviosa. Desde
lejos ya se podía escuchar el apagado retumbar de los
parlantes. La música debía estar a todo volumen en el
interior.
La entrada al colegio era digna de una entrega de
premios internacionales. Todos estaban tan bien vestidos
para la ocasión. Largos vestidos que llegaban al suelo,
otros cortos, de todos colores. Los chicos se veían tan
elegantes en sus trajes. Era difícil creer que éramos esa
diferente masa uniforme de ropa desalineada, que se movía
por los pasillos del colegio cuando sonaba el timbre de
entrada.
Gina y Augusto pasaron al lado nuestro y ni siquiera
nos miraron, pero tenía que reconocer que estaban
maravillosos los dos, como una pareja de actores.
Cuando entramos al salón magníficamente decorado
e iluminado, la directora ya estaba hablando. Dándonos la
bienvenida a todos, saludando a los padres de los
egresados y comenzó con un aburrido discurso, que me di
cuenta de que acortó, porque nadie la escuchaba.
Luego, las luces se apagaron y los reflectores
iluminaron solamente la fachada del palacete que
habíamos construido. Hubo risas y aplausos mientras las
parejas comenzaron a descender la escalinata para tomarse
fotos. Algunos preferían hacerlo al lado de la fuente de
agua, en la que el líquido cristalino no dejaba de moverse.
Luego bailaron el vals tradicional. Las mujeres con
sus padres, hermanos y novios. Los varones con sus
madres, hermanas y novias. Nunca me habían interesado
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tanto esas costumbres hasta el momento, pero pensé que
era el mundo en el que vivía y de esa manera había que
hacer las cosas.
Los tres estábamos mirando como los demás
bailaban. Otras parejas se sumaron, entonces Nadia le
pidió a Alexis que lo hicieran también, así practicaban el
vals para el año siguiente. Los animé a hacerlo, rogando
que Leo, quien estaba frente a mí del otro lado de la
multitud, no se animara a venir. Lo había visto dar unos
pasos indecisos hacia donde estaba yo, pero luego desistió
y volvió a su lugar.
De repente me alejé del mundo, de la muchedumbre,
de todo lo real. Un perfume delicioso y conocido abarcó
mi sentido del olfato. Luego dos manos inocentes y cálidas
se posaron en mi cintura e hicieron que los escalofríos
corrieran por mi espalda. Mis amigos estaban congelados y
atónitos en la pista de baile. Ese no podía ser Leo, porque
yo sabía perfectamente quién era.
“Amy. ¿Quieres bailar conmigo?”, dijo con su voz
suave y calma. Seguí mirando a mis amigos. Nadia hacia
miles de muecas, movía su cabeza sin disimular para que
me diera vuelta, así que lo hice.
¿Quién más iba a ser? Bastian, por supuesto. Estaba
perfecto y alto parado detrás de mí, con una mano
extendida como si supiera que mi respuesta sería
afirmativa, que iba a bailar con él. No podía dejar de
mirarlo. Su cabello cayendo lacio sobre su ojo izquierdo.
Vestido con un chaleco negro de moda, camisa blanca,
corbata negra y fina, pantalón y zapatos del mismo color.
La ropa ajustada a su cuerpo hacía parecer que esta estaba
diseñada especialmente para él. Su piel blanca brillaba,
pero no tanto como sus ojos.
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“¿Qué dices? ¿Bailamos?”, preguntó con su mano
aún extendida. Respiré hondo y puse mi mano en la suya
sin dudarlo. Nadia guiñó un ojo y Al se reía.
“Por supuesto caballero”, bromeé, seguro por los
nervios que tenía. Me dejé llevar entre la gente, bajo la
tenue luz de las arañas de cristal, mientras la banda seguía
tocando. El momento no pudo ser más mágico.
“Te advierto que no soy muy buena bailando”,
comenté mirando para ver cómo los demás lo hacían
¿Cómo saber si era buena? NUNCA había bailado.
“No importa, yo tampoco, pero lo importante es
compartir la música y dejarse llevar”, dijo. Me hizo poner
suavemente mi mano izquierda sobre su hombro, colocó
una de sus manos en mi cintura, lo que volvió a
producirme escalofríos y luego nos tomamos la mano
libre. Nos pusimos de acuerdo, él contó hasta tres
mirándome sonriente y todo comenzó a fluir de forma
natural. No era para nada difícil, realmente estaba
bailando.
Los minutos pasaban y nos habíamos quedado en
silencio. Ni uno de los dos se animaba a decir algo. Al
menos yo no lo haría. Hasta que el silencio se rompió.
“¿Sabes? Pensé que iba a recibir una bofetada
cuando te invité a bailar”, dijo mirándome con su mejor
sonrisa en los labios.
“¿Por qué? Soy rara pero no loca. Igual tengo que
admitir que me tomaste por sorpresa”, dije riéndome. No
entendía de qué estaba hablando.
“No es eso. Es que… por un momento pensé que
eras otra. Estás MUY hermosa, tu pelo me gusta, bueno…
ya te lo había dicho, todo me gusta de ti”, comentó
humedeciendo sus labios y pensé que me iba a desmayar.
¿Por qué me hacia esto? Me hablaba de esa forma
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enfatizando que estaba tan linda, pero no le interesaba y ni
se acordaba de mi beso.
“Tú estás MUY lindo también. Me gusta cómo te
vistes, siempre. Y tus ojos son… preciosos. Tú eres…
perfecto”, dije bajando mi mirada y sonrojándome. Me
había dicho que no iba a seguir con esto, pero no podía
evitarlo. Lo tenía tan cerca y él había empezado el juego
del coqueteo, así que debía seguir.
“Gracias. Tú eres la perfecta aquí”, dijo levantando
mi cara con sus dedos, para que lo pudiera ver. Y el
momento en el que sus labios casi tocaron los míos fue
interrumpido, cuando todas las luces brillantes que nos
cegaban se encendieron a la vez.
“¿Qué pasa ahora?”, pregunté mirando a mi
alrededor y vi que todos miraban hacia el palacio. En el
último escalón se encontraban Nadia y Alexis. Mi amiga
con un micrófono en la mano, iba a hablar.
“¡No puedes estar haciendo esto!”, me dije, pero ya
era muy tarde. Sabía lo que mi amiga se traía entre manos.
“Hola a todos. Quiero pedirles que juntos cantemos
para festejar el cumpleaños de una chica que hace un año
está con nosotros: Amelie Roger. Nuestra querida Amy,
quien pensó la idea para la hermosa decoración que
pueden ver”, gritó Nadia con voz estridente. El color rojo
invadió mi cara, todos se dieron vuelta para mirarme.
Mejor dicho, miraban algo que había detrás de mí. Algo
que estaba pasando y yo no me daba cuenta.
Mi familia, abuela incluida, que habían estado
misteriosos toda la tarde, Clara y Héctor también, venían
con una torta llena de velas encendidas. Todos
comenzaron a cantar, no sabía si me conocían, me querían,
me odiaban, o era sólo la hija del intendente, pero cantaron
a viva voz. ¿Puede ser que haya sentido ganas de llorar?
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Nadia y Al volvieron a mi lado. Todos me
saludaron, besaron y abrazaron. Luego se pusieron a hablar
entre ellos.
Sus dos manos se instalaron en mi cintura otra vez,
mientras los otros estaban distraídos aprontando la mesa de
comidas. Su fresco aliento se posó en mi cuello y su voz
dulce en mi oído.
“Feliz cumpleaños. Espero que esta sea la noche
más especial y mágica de tu vida. Te quiero mucho.
Adiós”, dijo solamente y me dejó estática otra vez, como
acostumbraba a hacer. Quise darle las gracias, pero me
quedé unos segundos pensando que él había dicho que me
quería y cuando giré a ver ya no estaba, se había ido,
esfumado a mis espaldas.
Martina me tomó de la mano y me llevó hacia la
mesa de comidas donde estaban mis seres amados. Todos
éramos una familia. La imagen de ellos, el sonido de sus
risas, sus abrazos y su amor, quedaría impresa en mi mente
para siempre.
No sabía si estaba madurando, creciendo, más
sentimental o, ¿por qué no?, más patética. Pero las luces, la
música, el brindis con champagne en copas finas de cristal
que nunca había probado y mi amor imposible alejándose
de mí hicieron que una lágrima rodara por mi mejilla.
La sequé inmediatamente, esperando que el
maquillaje no se hubiera arruinado. Además, Nadia se
acercaba a hablarme y no debía verme así.
“Amy. ¿Dónde está Bastian? Fue genial verlos
bailar”, preguntó mirando en varias direcciones, tratando
de encontrarlo.
“Sólo tuvo que… irse”, comenté tratando de estar
más alegre, pero no podía. Me reincorporé a la fiesta que
mi familia y amigos habían preparado a mis espaldas.
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Al final de la noche ya en mi habitación, me quedé
mirando las estrellas y las torres de la catedral a través de
mi ventana, deseando con toda mi alma ver de nuevo a
Bastian. Por alguna razón, a pesar de que él me había
dejado en claro que siempre estaría cerca, sentí que se
había despedido de mí para siempre.
Capítulo Ocho: Pérdida Irreparable
Los días pasaron más rápido que de costumbre,
como últimamente estaba sucediendo en mi nueva vida.
Tal vez no tenía tiempo ni ganas de darme cuenta porque
pasaba tantas horas con los chicos divirtiéndome, que
perdía la noción del tiempo.
Cuando estaba sola por la mañana, me aburría
mucho, esperando que llegara la tarde. Miraba por la
ventana mientras las nubes se movían lentamente por el
cielo, hasta que veía estacionarse el auto negro. Luego
pasaba toda la tarde con ellos, siempre cenábamos juntos,
así que volvía cuando ya era demasiado tarde por la noche.
En casa no me veían mucho la cara en esos días,
pero al menos tenían a la abuela con quien entretenerse,
mientras yo no estaba. La llevaban a recorrer lugares y
enseñarle las atracciones de Puerto Azul, tratando de
convencerla de que se mudara a vivir con nosotros, pero
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ella se oponía, decía que ya extrañaba mucho a sus perros,
sus flores y todas sus cosas.
Las fiestas: Navidad y Año Nuevo junto con las
vacaciones, fueron momentos en los que sentí la misma
felicidad enorme que había experimentado el día del baile
en el colegio.
Nadia comenzó a insistir con su idea de vestirnos
como “estrellas” para salir a bailar, a lo que mis padres
accedieron, por haber aprobado el año y haberme
comportado tan bien. Pero dentro de todo lo maravilloso
que estaba viviendo algo estaba faltando. Mis ojos querían
encontrar a esa persona, mi nariz quería respirar su
perfume, mis labios querían sentir la frescura de los suyos
y mi corazón lo necesitaba para latir y sentirse aún más
alegre. Tal vez me podrían llamar obsesiva, pero cuando
uno amaba alguien y tan fuertemente, no se rendiría tan
fácilmente.
Mi presentimiento de aquella noche después del
baile se hizo realidad, pues no había vuelto a ver a Bastian
ya casi por un mes, así que realmente se había despedido
de mí, tal vez para siempre.
A veces hasta inventaba excusas para andar cerca de
la catedral o ir a misa, cosa que nunca había hecho en
años, pero ni noticias de él. No quería llegar al punto de
preguntarle al Padre Tomás que había sido de su ayudante,
porque eso se vería muy raro ante los ojos del sacerdote.
Pero a pesar de mostrarme feliz por fuera, me estaba
muriendo por dentro, marchitándome en silencio sin la
presencia de él.
Con tristeza, a medida que los días transcurrían
empecé a olvidarme de cómo era. Se alejaba de mí su
perfecto y bello rostro. Se iba su perfume, con el que me
daba cuenta de que estaba detrás de mí, a pesar de no
verlo. Me estaba olvidando de sus manos calidas, sus
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labios frescos, su aliento con aroma a menta y miel, y de
sus brillantes ojos verdes. La ausencia de su figura en cada
rincón al que volteaba me atormentaba, porque tenía que
reconocer que Bastian ya no estaba cerca de mí. Entonces
mi felicidad no era para nada completa. Llegué al punto de
temer por mi salud mental cuando creí verlo saludándome
desde una de las torres de la catedral, sonriente como
siempre. Solía dejar las ventanas abiertas por la noche,
como si él pudiera escalar hasta el alto primer piso de mi
casa para verme, protegerme y abrazarme otra vez.
Hasta mis sueños lo habían eliminado, ya que el
ángel había vuelto a ser el mismo y no tenía su cara. Era
otra vez un misterioso, alguien que no quería darse a
conocer. Así, entre alegría y ausencia unos días más
pasaron.
Cuando papá me dijo que llevaríamos a la abuela de
regreso a Santa María, me sentí bien, creí que eso no podía
ser tan malo. A pesar de que no vería a mis amigos por
unos cuantos días, sabía que debía darles tiempo para
respirar y estar juntos también, no quería ser una carga
para ellos, por más que me dijeran que no lo era y que les
encantaba estar conmigo.
Creí que el estar lejos de Puerto Azul, el volver a
recorrer las calles de Santa María, me ayudaría a superar la
tristeza de no ver a Bastian, pero no creía en recetas ni
soluciones mágicas. Sabía que lo amaba profundamente
con todo mi ser y que no podría sacármelo de la cabeza, a
pesar de alejarme de la ciudad.
Tal vez en marzo, pensé, cuando las clases
comenzaran otra vez lo volvería a ver detrás de la barra de
comidas. Él estaría sonriente, hermoso y me hablaría, si
aún quería hacerlo.
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137MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
Me despedí de los chicos por la tarde, al igual que
de Clara y Héctor. Los padres de Nadia eran como unos
tíos muy queridos para mí, más que eso aún, así que no
podía irme sin despedirme. Me había acostumbrado tanto a
tenerlos cerca esos últimos meses, que fue difícil verlos
saludándome mientras la gran camioneta roja familiar se
alejaba. Los cuatro se quedaron mirando con los ojos
vacíos hasta que no pude verlos más. ¿Qué extraño era
querer a alguien? Extrañar también lo era y sabía que lo
iba a hacer. Seguramente los llamaría para que me
rescataran del aburrimiento. Ya tenía ese plan en la cabeza,
no me importaba que mis padres se enojaran por ello.
Teníamos que recorrer unos doscientos kilómetros
para llegar a la casa de la abuela. No era demasiado lejos,
pero a papá no le gustaba manejar rápido, así que el viaje
tomaría varias horas.
Martina estaba cantando canciones que había
aprendido en la escuela, los demás se sumaron, así que lo
hice también. Era más divertido de lo que había pensado.
Eran mi familia, no podía aburrirme con ellos.
El calor de los primeros días de enero fue tremendo,
lo que me hizo pensar que algún día el sol lo quemaría
todo. Sin importar que el aire acondicionado estuviera
encendido, bajé el vidrio, porque me encantaba sentir el
viento golpeando mi cara. Era una de esas cosas que me
encantaba. Además podía apreciar mejor los paisajes y los
campos verdes que pasaban frente a mis ojos.
Luego de un tiempo de viaje, el sol poco a poco
comenzó a desaparecer. Nos habíamos alejado bastante de
Puerto Azul cuando los autos comenzaron a encender sus
luces, lo que indicó que la noche estaba llegando.
Después de varios juegos a los que me había unido
para pasar el rato, como decir rápidamente las patentes de
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los autos, Martina y la abuela se quedaron completamente
dormidas. Me dejaron sola para pensar, cosa que no quería
hacer, porque siempre que lo hacía su rostro venía a mi
mente. Mamá y papá escuchaban atentamente un programa
sobre política en la radio y no quise interrumpirlos, así que
me había quedado mirando al frente, inmóvil en mi lugar.
Estaba contenta de que ellos estuvieran conmigo, no
sabía el porqué, pero sentí la necesidad de guardarme sus
rostros. Los miré por varios minutos. Mi madre con esa
ligera sonrisa dibujada en sus labios todo el tiempo me
hacía sonreír y pensar siempre en cosas agradables. Mi
padre tenía unos ojos llenos de sabiduría, por eso siempre
me los quedaba mirando fijamente, como si estos pudieran
decirme algo de mi futuro. Martina y mi abuela eran
parecidas, tenían rostros hermosos y ojos inocentes. Pero a
veces en ellos se encendía la chispa de la travesura. Por
algún motivo quise que esas imágenes me quedaran para
siempre.
Una luz brillante que atrapó la esquina de mi ojo
derecho, me sacó de la concentración. Mi cabeza giró
rápidamente y me quedé sin respirar, aterrada. Los demás
no reaccionaban y no importaba que yo gritara para alertar
a papá.
Vi dos luces amarillas, brillantes y en medio
distinguí la placa de la patente. DIA 666. Esa era. Con el
extraño número que muchos atribuían al señor del mal.
El vehiculo salió de la calle que atravesaba la ruta
principal, por la que íbamos nosotros. Nos embistió con su
lado izquierdo en una maniobra para esquivarnos, lo cual
finalmente pudo hacer. A pesar de habernos impactado se
fue a gran velocidad, escapando, por suerte para él, de un
destino fatal.
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Papá perdió el control y se desvió hasta el centro de
la ruta. Comenzamos a gritar cuando casi chocó a un
camión que venía de frente. Logró sacarnos del medio lo
mas rápido posible, cruzándose frente al gigantesco
transporte.
El terreno no era para nada llano, estábamos en una
gran elevación, así que la camioneta empezó a sacudirse.
Papa trató de frenar, lo que hizo que las cosas empeoraran,
empezamos a rodar cuesta abajo a toda velocidad.
Sólo pude oír los vidrios estallando, el débil metal
retorciéndose y Martina gritó con su aguda voz, hasta que
se apagó en un segundo. Mamá y papá se tomaron de la
mano y yo cubrí mi cara para que los cristales no me
lastimaran el rostro. Después no recordé más nada de ese
horrible momento en el que la camioneta se hizo pequeña.
- 0 – 0 – 0 -
Luego de varios minutos, horas o lo que fuere, sólo
hubo silencio. Nada de ruidos que llegaran hasta mí. Mis
ojos tardaron un poco en abrirse, la penumbra era
aterradora. Sentí mi cabeza mojada, entonces llevé mi
mano a la frente para tocar mi piel húmeda y pude ver que
mis dedos estaban rojos, manchados con sangre.
Primero pensé que ya era de día, porque una luz
amarilla me alumbraba los ojos, pero no era el sol. Era la
luna la que me iluminaba.
Había varias personas a mí alrededor, los ruidos por
fin se dejaron escuchar. Eran voces preocupadas, nerviosas
y pasos apresurados. Unas luces giraban sobre un vehículo
blanco, que supuse era una ambulancia. Miré hacia arriba
cuando cuatro llamas de fuego parecieron consumirse en el
cielo. Definitivamente mis ojos no estaban bien, ya que
todo era borroso frente a ellos.
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Después bajé la mirada, para ubicar a mis familiares.
Entre las personas que no dejaban de moverse, me pareció
ver la cara de Bastian por un segundo, luego giró y se fue.
Estaba enloqueciendo, pero deseaba con toda mi alma que
estuviera allí, cosa que nunca pasó. Realmente lo
necesitaba en ese momento de gran confusión.
Volví a tratar de buscar a mis seres queridos,
cerrando y abriendo varias veces mis ojos para poder ver
mejor. Solo vi que una mujer rubia cerraba la última de
cuatro bolsas plásticas, donde había cuerpos que no se
movían. No tuve que pensar mucho para entender lo que
había pasado.
Me quedé allí tendida en el piso, congelada a pesar
de que era verano, con mi frente ensangrentada, un leve
dolor en mi cuerpo y siendo la única sobreviviente del
accidente, por desgracia.
Me quedé mirando las estrellas en el cielo negro,
tapada con una manta que uno de los enfermeros había
puesto sobre mí. Me pareció estar flotando sobre un
océano frío de aguas negras que mi mente había creado.
No quise hablar, llorar o sentir. Si lo hubiera intentado,
hubiese sido completamente en vano. No quise pensar más
y mis ojos se cerraron.
Cuando volví a mirar a mí alrededor, todo había
cambiado. Traté de encontrarlos a mi lado, pero no había
tenido una pesadilla esa vez. Sabía que no los iba a
encontrar y pensé que sería menos doloroso si no les veía
la cara.
Pude oler el aroma a limón, de un producto para
limpiar el piso que era bastante repugnante y me dio ganas
de vomitar, pero por suerte me contuve. Las cerámicas
blancas estaban relucientes, como en muchos hospitales,
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así que supuse que allí estaba. Sobre la puerta había un
cartel que decía: HOSPITAL DE PUERTO AZUL, al
menos había vuelto a la ciudad.
La cama era suave, el ambiente caluroso y el sol
empezaba a alumbrar el mundo, haciendo que sus rayos
llegaran hasta mí a través de la ventana. Un ventilador
giraba lentamente sobre mi cabeza, me quede mirándolo
por varios minutos.
Luego me di cuenta de que alguien sostenía mi
mano y que la cabeza de esa misma persona, estaba sobre
mi estómago. El cabello rubio de muñeca, no podía ser
otro que el de Nadia, que lloraba casi en silencio sobre mí
tratando de no despertarme.
Alexis estaba dormido en un sofá, cerca de la cama.
Intenté decir algo pero no pude, las palabras no querían
salir. Sólo logré apretar con un poco de fuerza la mano de
mi amiga que enseguida reaccionó. No sentía dolor, no
estaba cansada, pero no quería moverme o hablar. Era
como si no quisiera vivir, pero aún en ese momento tan
difícil, verlos a ellos encendía una chispa de optimismo en
mí.
“Al, se despertó. ¡Al!”, gritó ella haciendo doler mis
oídos. Mi amigo corrió a nuestro lado. Definitivamente me
hacía sentir bien el saber que ellos estaban allí.
El vacío que sentía era impresionante. El dolor, lo
más fuerte que alguna vez había sentido, no era corporal
sino del alma. Era como que cortaba cada parte de mi ser,
pero me di cuenta de que en realidad no podía sentirlo, era
en vano, no existía nada en ese momento. Me había
quedado despojada de sentimientos, no había risas ni
llantos. Creía que si pudiera meter mi mano en mi pecho,
no encontraría mi corazón, porque estaba completamente
destruido, invisible y ausente. Ausencia y más ausencia.
La vida me había dado tantas cosas unos meses atrás, pero
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pareció cobrárselo otra vez. Esa revancha, era lo que había
estado temiendo.
No lloré, ya que no pude, no sabía qué decir, aunque
entendía que toda mi familia había muerto. Quería que me
hablaran de otra cosa para no recordarlos, al menos por un
segundo.
“¿Cómo estás? Sé que es una pregunta estúpida,
pero… dime que no te duele nada. Lamento mucho todo
esto amiga. Es tan triste”, dijo Nadia mirándome y secando
sus lágrimas. Traté de sonreír para que supieran que no me
dolía nada. Era extraño, nada más que un pequeño corte en
la frente del cual me repondría demasiado rápido. Que
injusto había sido para mis padres, abuela y hermana, yo
sólo con un rasguño y ellos habían perdido la vida.
“Sabes que tus…”, comentó Alexis con su vista en
la ventana. Su novia le dio un golpe para que no terminara
la oración. La terminé en mi mente.
“Si, los vi, no es necesario que me lo digan. No
quiero pensar en eso ahora, porque me derrumbaría. Sólo
quiero recordar que pasamos un hermoso momento en el
auto antes del accidente. Fue una buena despedida”, dije
con la garganta seca. Recordé haber mirado sus rostros
para dejarlos en mi memoria. Ahora sólo eran eso:
recuerdos y alguna que otra fotografía.
“Mis padres están en la entrada haciendo unos
papeles. Te vamos a llevar a casa. El doctor dice que no es
nada. Sólo un pequeño corte en la frente, así que ya te
puedes ir”, confirmó mi amiga la idea que yo tenía, que a
mí no me había pasado nada en semejante accidente.
“Muchas Gracias”, fue lo único que pude decir.
Ahora sería una carga para todos ellos. Para Clara y Héctor
también. Tendrían que lidiar con mi mal humor, mis
miedos, mis llantos en la oscuridad, así que decidí ser
fuerte. Tenía que tratar de volver a ser la misma que antes,
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aunque fuera muy difícil tan pronto. Mi familia lo hubiera
querido así.
“Unos meses antes tu… papá, hizo prometer a
Héctor que se haría cargo de ti si algo les pasara a ellos. Y
eso es precisamente lo que van a hacer. Somos tu familia
ahora”, comentó Alexis dudando al decir la palabra
“papá”. Me encantó que haya dicho que ellos eran mi
familia porque me hacía sentir mejor contar con su apoyo.
“Mmm… voy a ser tu hermana por siempre, de los
dos”, dije fingiendo una pequeña sonrisa. Nadia me abrazó
con cuidado y Alexis acomodó mi pelo.
“Tengo sed. ¿Pueden traerme agua?”, pregunté. Los
dos salieron apresurados. Me quedé viendo la puerta
porque no quería que me dejaran sola por mucho tiempo.
De repente, el espacio libre en el marco fue cubierto por
Clara, seguida de Héctor. Ella se acercó lentamente, se
sentó al lado mío y tomó mi rostro con sus manos para
besar mi mejilla.
“Mi amor. Amy, nosotros te vamos a cuidar ahora.
Yo sé que es difícil, pero te vamos a ayudar a superarlo”,
dijo con los ojos llenos de ternura. No supe si fue su beso
maternal, su mirada, Héctor formando parte de mi familia
o si me había estado conteniendo, pero sentí explotar mi
corazón. Este volvió de inmediato a su lugar y mis ojos
lloraron cataratas incontrolables. No paré de hacerlo por
unos cuantos minutos, hasta que el pecho me molestaba. El
dolor parecía irse mientras el agua corría por mi rostro.
Entonces decidí seguir llorando, hasta sentirme mejor, si es
que aún podía hacerlo.
Los chicos volvieron con agua y bebí como si
hubiera estado bajo el sol en un desierto, caminando por
días. Me senté en la cama, porque a pesar de que era
pronto quería dejar de sufrir. Miré a los cuatro: mi nueva
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familia. Por un segundo sentí alegría de verdad y enojo
conmigo misma, pues parecía estar reemplazando a mis
cuatro seres queridos por otros, demasiado rápido.
“Quiero irme ya de este lugar”, dije decidida. Los
demás no se opusieron.
En minutos nos habíamos alejado del hospital, con
rumbo a mi nuevo hogar: a la casa de color arena. Sabía
que ahora venía una parte difícil también. Había que
organizar todo para el funeral y recibir los saludos que
tanto me molestaban. Por suerte, Clara y Héctor se harían
cargo de todos los arreglos. Yo sólo quería dormir, seguir
durmiendo para no sentir el dolor cortante.
“Amy, es hora de levantarse, tenemos que ir al…
funeral”, dijo Nadia tocando mi hombro suavemente.
Primero había pensado en no ir, pero tenía que despedirme
de ellos, como siempre lo hacía. Sería una egoísta si no lo
hacía.
“Está bien, ayúdame a vestirme. Terminemos con
esto como se debe”, dije viendo el cielo nublado afuera. La
ropa ya estaba lista en una silla.
Era un típico vestido negro y no entendí por qué
siempre había que vestir ese color oscuro en esos
momentos. De todos modos, la gente estaba acostumbrada.
Así lo confirmé más tarde al llegar al cementerio. Todos
vestían en ese color formando una gran nube negra.
No quise desayunar unos minutos antes, pues no me
sentía muy bien, aunque las ganas de llorar no habían
vuelto. Héctor me miró, asintió con la cabeza y supe que
era hora de irnos.
Estaba lleno de personas sobre el césped verde.
Muchas de esas caras eran las que veía cuando íbamos en
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auto al colegio. La de todos los ciudadanos que querían a
mi padre.
El auto ingresó lentamente ante la atenta mirada de
todos. Había estatuas de vírgenes, ángeles regordetes con
rizos amarillos, muy diferentes al de mi cuadro, cruces de
todos los tamaños y humedad en las paredes.
Todos me respetaron por suerte, ya que no me
abrumaron con llantos y las vacías expresiones: “lo siento
mucho” o “mí más sentido pésame”, que no tenían valor
para mí.
El sacerdote empezó a recitar sus versos de
costumbre. Estuve con la cabeza sobre el hombro de Clara
todo el tiempo, porque ella me hacía sentir bien. Héctor,
quien sería el nuevo intendente, estaba detrás de mí con
sus manos en mis hombros. Muy cerca estaban Nadia y
Alexis tomados de la mano.
Luego las personas dijeron adiós, nos quedamos
solos. El sacerdote me besó la frente y me dijo algo que no
pude escuchar. Arrojé una rosa sobre cada ataúd y
lentamente los vi descender. Los empleados del
cementerio los cubrieron con tierra. Estaban tan
acostumbrados a su tarea que no parecía ser nada difícil
para ellos. El dolor era ajeno.
Respiré hondo, me quedé pensando en sus rostros,
risas, abrazos y besos, el día del baile y me sentí mejor de
verdad.
“Es hora de irnos”, propuse mirándolos a la cara,
tratando de hacerles saber que ya estaba lista para partir.
“Sí, ya es hora hija”, comentó Clara en voz baja.
Nos alejamos del lugar a paso lento, pero nos alejamos,
pues ya había enterrado a mis muertos y les había dicho
adiós.
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Las nubes negras se dispersaron misteriosamente del
cielo, la claridad comenzó a volver lentamente.
Capítulo Nueve: Alas
Los meses siguientes fueron más calmos, al menos
para mi salud mental. Todos trataban de hacerme sentir
bien, me daban el espacio que quería para estar sola.
Tampoco me hablaban cuando se daban cuenta de que no
tenía ganas de escuchar y me abrazaban cuando realmente
lo necesitaba.
En el colegio nadie mencionó nada sobre el
accidente, ni siquiera Leo se acercó a decir: “lo siento”.
Pude ver en las miradas y sonrisas buenas de los pocos que
me saludaron, que lo hacían de corazón. Hasta las
populares dejaron de molestar por un tiempo.
Luego todo era normal para ellos y para mí porque
la vida seguía su curso como si nada hubiera pasado. No
podía creer que terminaría el secundario ese año, ya estaba
en quinto, la última etapa.
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A pesar de las cosas malas que podían llegar a
deprimirme, iba a hacer todo lo posible para poder
finalizar mi último año en la selva superficial.
Un día tuve ganas de volver a mi antigua casa, pero
sola, no quise que nadie me acompañara, pues era uno de
esos momentos que sentía que debían ser sólo míos. Quise
seguir manteniendo la casa en mi posesión por un tiempo
más. No estaba dispuesta a ponerla en venta todavía,
porque allí estaban todos mis recuerdos, pero Héctor y
Clara me habían convencido de hacerlo. Decían que sería
una prueba, una forma de cerrar esa historia y creí que
tenían razón. Además ya había dos compradores muy
interesados que no querían esperar más.
De la casa de la abuela en Santa María se harían
cargo mis tíos, así que era un problema menos para mí.
Nunca pensé que siendo tan joven iba a tener que hacer
esos trámites, pero me tuve que acostumbrar.
Ese día tenía que empacar todo para llevármelo, sólo
quería fotos, regalos, libros y algunas cosas de valor
importantes o que habían pertenecido a la familia por
generaciones. Los demás muebles serían vendidos junto
con la casa.
Apenas puse un pie en el living que estaba en
penumbra, el vacío desolador me azotó, como
empujándome hacia afuera. No había risas provocadas por
cosquillas, olor a tostadas, ni ruidos. Sobre el sofá estaba
la muñeca que Martina había olvidado y por la que se
había estado lamentando en la camioneta. La tomé sin
pensar, apretándola fuertemente sobre mi pecho.
Llegué a la cocina, encontré el diario que ya era
viejo doblado sobre la mesa donde papá lo había dejado.
Quité las fotografías que estaban pegadas en la heladera
con imanes; no quise verlas por mucho tiempo. Encontré
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sobre la mesada una caja blanca que aún tenía el perfume
de mamá y las guardé allí dentro.
Luego subí las escaleras viendo más fotos familiares
de épocas felices, en portarretratos de marcos dorados, los
cuales quité de la pared también.
La puerta de mi habitación chirrió al abrirse,
dándome la bienvenida a mi viejo mundo inventado, el que
había permanecido intacto y del que tal vez no debía haber
salido nunca.
Me acosté en mi cama y me propuse recordar por
varios minutos, para no olvidar mi antigua historia. Todo,
desde mi primer recuerdo de niña, hasta ese momento. Las
imágenes comenzaron a pasar frente a mis ojos, las cosas
se mostraban en mi mente sin que hiciera el menor
esfuerzo.
En un momento me debí haber dormido, porque
desperté asustada, vi el reloj y dos horas ya habían pasado.
Me levanté apresuradamente y miré hacia la gran catedral.
Sus torres estaban vacías. Fue allí que me acordé de quien
hace seis meses no veía, puesto que se despidió de mí en el
baile de diciembre y ya era junio.
Después de pensarlo entendí que él, cuyo nombre
me era difícil hasta ya pronunciar, también formaba parte
de mi lista de pérdidas irreparables. Su bello rostro ya no
era perfecto en mis recuerdos, porque estaba casi
desdibujado, borroso, como la isla lejana en Playa Calma.
Bastian había renunciado a su trabajo como
ayudante en la cafetería del Highland y no lo veía nunca
en la ciudad. Supuse que se había marchado para siempre.
Me tendría que olvidar de sus dulces labios y de sus manos
cálidas. Aunque era doloroso, de alguna manera con gran
tristeza lo haría, porque había comprobado que yo era
demasiado fuerte y que siempre era mejor superar las
cosas malas.
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Nadia estaba tratando de que consiguiera novio, así
que se pasaba horas hablándome de un tal Lucas, que una
amiga de ella, Zaira, se lo había presentado. Me lo pintaba
como un “príncipe azul”, cuando las dos habíamos dejado
de creer en cuentos de hadas hacía mucho tiempo ya.
Algo me llamó la atención. Un día mientras ella
hablaba sin parar en el almuerzo, me pareció raro que
nombrara a esa chica: Zaira, porque ella no tenía más
amigos, al menos que yo conociera. Cuando le pregunté
por ella me dijo que era una amiga lejana, a la que veía
muy poco.
Luego pensé en Lucas, a quien prácticamente
conocía de tanto que me hablaban de él. Decidí que algún
día y si él lo sentía también, le daría una oportunidad, ya
que no podía seguir esperando a alguien que nunca
volvería a ocupar su lugar. Además, era hora de volver a
reír y divertirme. Era tiempo de ser por fin la Amy de
antes, la que había dejado de ser solitaria, aburrida y
cerrada. El duelo ya estaba hecho.
Después de varias horas de pensar en los días
anteriores, dejé muchas cajas repletas con todas mis cosas.
El cuadro con el ángel que Clara me había dado y mis
mariposas quedaron encima de todo, para que no se
estropearan. En cualquier momento mis nuevos padres
pasarían a buscar mis pertenencias, para llevarlas a mi
nueva casa.
Bajé despacio las escaleras, sintiendo que mi
corazón se seguía aferrando al lugar. Sabía que era hora de
cerrar la historia, como Clara y Héctor me habían dicho.
Recorrí las barandas con mi dedo y noté que el polvo del
tiempo ya empezaba a cubrirlo todo. Pasé por las
habitaciones una última vez para despedirme, cerré la
puerta principal detrás de mí, para nunca volver a una vida
que tampoco volvería a mí.
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El sábado decidimos salir a bailar con mis amigos.
Nadia y Alexis estaban convencidos de que me haría bien,
yo lo creía también o me convencía de eso. Ya varios
meses habían pasado, así que, ¿por qué no intentarlo?
Por la mañana fuimos a comprar ropa, elegí un
vestido blanco que me había gustado bastante. Cuando el
sol se puso, comenzamos a prepararnos con mucha
anticipación, como mi amiga acostumbraba, unas cuantas
horas antes hasta que Alexis nos pasó a buscar.
“No vuelvan tan tarde. ¿Llevan sus celulares y
abrigo?”, gritó Clara desde la puerta, preocupada. Alexis
bajó el vidrio de inmediato.
“No se preocupe suegra, que yo las cuido. Volverán
a casa sanas y salvas”, respondió Alexis, encendiendo el
motor.
“Mamá cree tanto en ti, amor, que todo lo que le
dices la deja conforme”, bromeó Nadia y todos
comenzamos a reír. Pensé que realmente había sido bueno
volver a la vida, porque me estaba sintiendo mejor de
verdad.
“Es mi suegra, no le queda otra opción más que
creerme”, dijo Al besándola en los labios. Recordé el día
en mayo, en el que mis dos amigos convocaron a sus
padres para informarles que eran novios. Fue una linda
cena en nuestra casa y todos dijeron: “ya era hora de que lo
dijeran”.
El lugar al que fuimos estaba lleno de gente,
adolescentes que se reían y bailaban. Había humo de
cigarrillo que no me agradaba para nada y luces que
brillaban en lo alto del techo.
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Pude ver a Gina y Augusto en el centro de la pista,
bailando pegados y mostrándose como siempre, como si
fueran el centro del universo.
Nadia me había obligado a tomar unos tragos
frutales que tenían alcohol y por alguna razón supe que eso
no me haría bien. Ella decía que tenían sólo jugo de frutas,
pero no le creí, aunque Alexis seguía trayendo más vasos.
En un momento entre las risas, tragos, música y
baile, una chica alta, de pelo negro y labios demasiado
rojos, dijo algo en el oído de Nadia. No pude distinguir
quién era, porque no había podido ver bien su rostro.
Luego se alejó, caminando llena de gracia, tal cual y como
había llegado.
“Hey Amy, Lucas está en la barra, invítalo a bailar.
Vamos”, propuso Nadia indicándome con la cabeza donde
estaba él. Cuando lo vi, Lucas estaba mirándome y levantó
su vaso, como llamándome o diciendo: “soy yo, tu
príncipe azul”. Entonces la misteriosa debía haber sido
Zaira. ¿Quién más podía ser?
“Está bien. Lo intentaré, aunque no soy buena con
estas cosas”, dije en voz alta, porque la música era muy
fuerte.
“Te voy a hacer caso, pero no esperes que esto
funcione”, agregué aún más fuerte y los dos se rieron.
Cuando llegué hasta él abriéndome paso entre la
multitud un tanto mareada y con miedo de caerme, pude
verlo con mas detenimiento. Era realmente lindo, su cara
agradable, estaba muy bien vestido, pero no era mi
perfecto Bastian. No tenía su cabello fino, sus verdes ojos
mágicos, su cuerpo que me protegía. Pero tenía que darle
una oportunidad a alguien más, como me había dicho.
De seguro Bastian ni se acordaba de mí y si se había
ido por algo era. ¿Me habría mentido con lo del anillo?
¿Era sólo una excusa como decía Al? En ese momento
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pensé que sí, que él había vuelto con su novia, porque no
iba a arruinar su vida con una chica a quien recién había
conocido.
“¡Fuera de mi mente, Bastian!”, me dije a mi
misma y él desapareció.
“Hola, soy Lucas. Supongo que eres Amy. Nadia y
Zaira me han hablado de ti, así que quería conocerte”,
comentó sonriente. Le devolví una sonrisa hecha con
esfuerzo y comprobé que Zaira era la misteriosa.
“¿Quieres bailar o tomar algo? Este trago es bastante
dulce para mi gusto, pero está genial”, dijo sin parar de
hablar. Mi cabeza estaba dando vueltas y vueltas, me
sentía mareada. Definitivamente no iba a tomar nada más,
ya que las cosas iban a empeorar.
“La verdad es que quisiera respirar un poco de aire
fresco, si no te molesta”, comenté masajeando mi cuello.
Después giré para irme sola.
“Está bien. Te sacaré de aquí si es lo que quieres”,
exclamó él, me tomó con su mano fría y me llevó a través
de la multitud que no se movía cuando intentábamos
caminar.
Cuando llegamos a la puerta de salida, me sentí
realmente aliviada, dejando atrás el ambiente sofocante.
Respiré hondo, llenando mis pulmones de aire limpio,
fresco y nuevo.
“¿Quieres pasear por la ciudad? Tengo el auto en el
estacionamiento. Además, es mejor que todo ese ruido”,
propuso hablando más que yo. No supe porque, pero la
idea no pareció tan mala en ese momento. Además, él
aparentaba ser bueno, sino Nadia no me lo habría
presentado.
“Definitivamente me gusta la idea”, respondí.
Mientras se fue a buscar el auto, escribí un mensaje de
texto a mi amiga, porque Alexis no me lo habría permitido.
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¿Qué pensarían de mí sabiendo que me marchaba con un
chico?
Mi celular sonó segundos después, abrí el mensaje y
leí: OK. Diviértete mucho. Ya sabía a qué se refería con
eso. Hace unos días habíamos estado hablando de esos
temas que me daban vergüenza, pero NO era eso lo que
pasaba por mi cabeza cuando accedí a irme con Lucas.
Él me mostró muchos lugares que no conocía, a
pesar de haber pasado bastante tiempo en Puerto Azul. Me
reí de sus constantes bromas, pues era divertido. Me contó
cosas que hacía cuando era un niño y yo, algunas de mis
anécdotas. El viento fresco de junio me estaba congelando
la cara pero no me importaba, no tenía ganas de cerrar la
ventana, porque eso me mantenía despierta.
No me había dado cuenta de que nos habíamos
alejado un poco de la ciudad, no entendía a dónde íbamos,
pero tampoco pregunté nada. Aunque tenía un mal
presentimiento y con eso nunca me equivocaba. Luego de
unos minutos de andar, el auto estacionó frente a una gran
casa que era desconocida para mí.
“Esta es mi casa. Vamos adentro, te conseguiré un
abrigo, algo de mi hermana que puedas usar”, dijo
tomándome de la mano. Yo nunca le había dicho que tenía
frío, así que no sabía qué decir. No estaba acostumbrada a
salir con chicos, lo que hacía difícil dar respuestas
correctas o comportarme de una manera en que no diera a
entender cosas erróneas. Con Bastian era todo tan
diferente, porque no había doble sentido cargado en el aire,
como esta noche.
“Mis padres no están en casa, si quieres
podemos…”, dijo acercándose y besando mi cuello, en el
living. DEFINITIVAMENTE no era nada inocente la
situación. Menos iba a dar un paso tan importante con él, a
quien acababa de conocer. El día que decidiera dar ese
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gran paso, sería con alguien a quien de verdad amara y
cuando estuviera lista.
“Basta, estás loco. Si es para esto que me trajiste
hasta aquí, estás muy equivocado. No necesitas llevarme
de vuelta, me voy caminando”, dije agresivamente. Él se
quedó parado sin hacer nada, sonriendo, lo cual me
molestó aún más.
En mi desesperación por salir de allí había
confundido la puerta, porque ingresé a un garaje y no salí
al exterior como pensaba. Había dos autos: uno blanco y lo
que parecía ser una camioneta, cubierta con una gran tela
de color verde. Me quedé pensando en lo tonta que era por
haber fallado en mi escape, hasta que algo llamó mi
atención en el vehículo cubierto.
La tela no lograba cubrir la patente. Entonces me
agaché para comprobarlo, pude ver: DIA 666. Me paré
más segura que nunca, quité la cubierta para ver el costado
izquierdo de la camioneta abollado y la luz rota. Llena de
rabia volví donde estaba Lucas, pero no lo encontré. Salí
afuera enfurecida, estaba cerca del auto con sus brazos
cruzados, hacía un poco más de frío, de eso pude darme
cuenta a pesar de la furia que llevaba conmigo.
“Ah, ahí estas. ¿Cambiaste de opinión?”, dijo con su
voz arrogante, aprontándose para acercarse con esa
horrible sonrisa de acosador en los labios.
“No seas patético, por favor. Quiero que me digas
YA qué es esa camioneta destruida en tu garaje”, amenacé
con una mano extendida para detenerlo si decidía
acercarse. Igualmente no lo iba a poder parar, pero me
daba más confianza.
“¿Qué? Ah… de un accidente que tuve, por unos
idiotas que no me vieron subir a la ruta. No sé qué les
pasó, porque no iba a volver a averiguarlo. Por suerte a mí
no me sucedió nada más que la abolladura en la camioneta.
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Seguro se llevaron un buen susto”, dijo el maldito, riendo
contento de haber escapado y ni siquiera volver a
ayudarnos.
“¿De qué susto estás hablando? Se murieron todos,
menos yo. Eres un asesino, muchas gracias por el dato. Ya
tengo las pruebas suficientes”, dije llorando de rabia, con
dolor y comencé a volver caminando por el costado de la
ruta.
“Hey, si vas con la policía, me las vas a pagar caro.
¿Entiendes?”, dijo cínicamente siguiéndome, como si no
era poco haber matado a cuatro personas. El chico rico con
su camioneta nueva haciendo locuras había asesinado a mi
familia. Cargada de ira me di vuelta, lo tomé por los
hombros y con toda mi fuerza le di un rodillazo entre las
piernas, como Alexis me había enseñado. Se quedó
tendido en el suelo gritando de dolor, llorando, aún
amenazándome y me sentí un tanto satisfecha. Luego no
paré de correr aliviada de que él no iba a poder seguirme.
No pude dejar de llorar, sabiendo que él había sido
el causante de mi desgracia y el destino me lo había puesto
cerca. ¿Por qué la vida me quería hacer sufrir? Primero se
llevó a mi familia y ahora me había puesto en una
situación horrible, incómoda y peligrosa.
Decidí que no iba a permitir que más cosas me
pasaran, que por mi culpa mi nueva familia se muriera
también. No podía ni pensarlo. Todo el dolor suprimido
volvió a mí. Este no solo cegó mi vista sino el pensamiento
racional, ya que sabía que iba a hacer algo terrible.
Me vi parada al borde de la ruta y supe en el instante
lo que tenía que hacer. Varios autos pasaron haciendo
volar mi vestido liviano blanco. Entendí que mi sueño se
estaba volviendo realidad, así que era hora de cerrar la
historia de una vez por todas.
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156MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
A lo lejos, vi las luces de un gran camión
aproximarse. Tomé coraje, respiré hondo y me puse en su
camino. Aún estaba demasiado lejos, así que cerré mis
ojos para esperar. El corazón me latía cada vez más fuerte,
pero no me importó. De repente, escuché un sonido que en
mi vida había oído. El ruido de ¿alas? batiéndose en el
aire. Algo me embistió con toda su fuerza tirándome al
piso, al otro lado de la calle. No había sido el camión,
porque este pasó varios segundos después haciendo un
ruido completamente diferente. ¿Qué estaba pasando? Abrí
los ojos inmediatamente para poder ver.
Allí estaba él, respirando deliciosa menta y miel
sobre mi rostro. Sus ojos verdes abiertos, estaban
preocupados y cargados de dolor. Su piel era aún más
blanca bajo la luz de la luna. Su torso estaba desnudo, sus
manos tibias sobre mi pecho y todo el peso de su cuerpo
encima de mí. Detrás de su espalda no estaba la nada, sino
dos gigantes alas de color oscuro.
En ese momento, me di cuenta de algo que era
verdad. Volvió a mí una idea en la que nunca pensaba,
porque la reprimía fuertemente cuando venía a mi cabeza.
Mi Bastian, que estaba allí precioso sobre mí, era mi…
ángel guardián.
No entendí que pasó, pero mis ojos se llenaron de
lágrimas que no me dejaban ver, enredé mis brazos a su
cintura, porque era imposible más arriba con sus enormes
alas. Me sentí tan bien de tenerlo de vuelta que me dormí
al instante, como siempre me pasaba cuando sabía que
estaba a salvo con él.
Después de un tiempo volví a abrir los ojos de
repente, pensando en que todo había sido un sueño
bastante real, pero no. Me asustó el sonido de mi celular y
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157MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
el hecho de que estaba en movimiento. Estaba en un auto
que ya conocía, en el que había pasado una tarde de lluvia
cuando él se ofreció a llevarme a mi casa.
Bastian estaba manejando, con sus ojos fijos en la
ruta poco iluminada. El cielo era un manto negro con
pequeñas gemas brillantes. Su perfume inconfundible
llegaba a mi nariz y me hizo despertarme aún más. No
volteó ni una vez a mirarme, parecía muy enojado.
El irritante teléfono no paraba de sonar, lo que me
hizo sentir ganas de arrojarlo por la ventana, pero no lo
hice. Era Alexis que debía estar furioso, así que me apuré a
contestar, pensando muy rápido en lo que iba a decirle.
“Amy, ¿Dónde te metiste? Son casi las tres de la
mañana. Hace dos horas que no sabemos nada de ti. ¿Estás
bien?”, vociferó, casi haciendo estallar el pequeño parlante
del celular. No le iba a decir lo que había pasado, tenía que
mentirle.
En algún momento se enterarían, porque pensaba
hacer que Lucas pagara por lo que había hecho. Su familia
era igual de culpable, pues estaban encubriendo un
asesinato. Esperaba que la ley se hiciera cargo de ellos,
pero por el momento mis amigos no lo sabrían.
“Estoy bien. No fue buena idea salir con ese…
chico. Por suerte Bastian me encontró. Repito, estoy bien.
Los quiero mucho”, dije y corté, porque mi hermano
empezaría a darme el sermón de mi vida si lo dejaba
continuar.
En ese instante no supe qué hacer, era como que
Bastian ni siquiera me registraba, me ignoraba y eso no me
gustaba para nada.
Luego en un ataque de ira, bajó de la ruta y condujo
hasta un acantilado. Estacionó el auto haciendo volar
polvo por todos lados. Dejó las luces encendidas, salió del
vehículo y empezó a ir y venir con sus brazos en la cintura.
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158MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
Temerosa, salí también, me acerqué lentamente, pues no
quería enfadarlo aún más. Sabía que el sermón que mi
amigo no había podido darme, me lo daría él.
“Tu estás loca ¿No? ¿Qué estabas pensando? Vas a
matarme de preocupación, de tristeza, Amy. ¿Es eso lo que
quieres?”, dijo mirándome seriamente a los ojos,
plantándose frente a mí. Parecía estar lleno de dolor por lo
que estuve a punto de hacer, como si no pudiera ni siquiera
concebir la idea, pero al menos dijo mi nombre otra vez y
me estaba hablando.
“No sabía lo que estaba haciendo, yo…”, dije
mirando el suelo realmente arrepentida de haber caído tan
bajo. De haber sido tan débil, de querer… suicidarme,
porque eso era lo que había intentado hacer. Entonces, no
era tan fuerte como había pensado.
“Eso es exactamente lo que pienso. No sabes lo que
estas haciendo. Fue una pésima, mala y estúpida idea
dejarte sola”, exclamó golpeando fuertemente la rueda del
auto con su pie. Nunca lo había escuchado hablar así y
menos comportarse de esa manera. Realmente le
molestaba lo que yo había tratado de hacer. Se había
puesto muy sobre protector.
“Entonces… ¿Por qué me abandonaste? Con todo lo
que me pasó, te necesitaba de verdad”, susurré con
lágrimas en los ojos. Las palabras hicieron que su cara se
pusiera triste, como si de verdad se reprochara el hecho de
haberse alejado. Se acercó, me abrazó con sus brazos
fuertes en los que me sentía cómoda y besó mi frente
dulcemente.
“Nunca me alejé de ti. Sólo no dejé que me vieras,
pero estaba en Puerto Azul. No quise formar parte de tu
vida o estar demasiado cerca, porque lo que estaba
haciendo no estaba bien. Estaba…”, se interrumpió. Me
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159MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
aparté de su cuerpo, sequé mis lágrimas y me dispuse a
terminar su oración.
“Porque estabas rompiendo las reglas. ¿No es así?
Entonces, ¿porque me dijiste que no tenías novia? Porque
la verdad es que no veo otra manera de romper las reglas
estando cerca de otra chica. Dímelo de una vez y
terminemos con este juego del protector”, logré decir de
una vez por todas. Su sonrisa perfecta volvió a sus labios
que tanto me gustaban. Otra vez le hizo gracia que pensara
que tenía novia.
“Está bien cuando dices lo de romper las reglas, eso
es cierto. Aunque son otras las razones, no es una mujer.
Bueno, no una que ya tenga. Es otra la que me está
causando problemas”, dijo sonriente mirándome. Su enojo
se había ido, esfumado. Me di cuenta de que le costaba
estar enfadado conmigo. Ese último comentario me tomó
por sorpresa, aunque estaba segura de que yo era esa
mujer.
“Perdón, perdón, perdón…”, me disculpé besando
varias veces su mano. ¿Pero entonces qué era en realidad?
“Está bien, no pidas perdón. Por un momento pensé
que no estar cerca de ti era lo correcto. Pero cuando te vi a
punto de hacer esa locura, supe que tenía que volver a
salvarte, cuidarte y protegerte como siempre. Prométeme
que nunca, NUNCA más vas a pensar en hacerte daño
siquiera”, dijo abrazándome otra vez. Mi cabeza ejercía
presión en su duro pecho. Estaba apretada entre el auto y
su cuerpo de roca. Puse mis manos en su espalda y al
instante recordé lo que había visto cuando me salvó de la
muerte. Dejando la investigación de las “reglas rotas” para
otro momento, me dispuse a hablar.
“Espera un momento. ¡No lo puedo creer! Ríete si
quieres o llámame lunática, pero… tenías alas hace unos
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160MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
momentos”, dije buscando con mis manos en su espalda
sin parar. Él no dejaba de reírse ante la supuesta tontería
que yo estaba diciendo.
“Amy, seguro te golpeaste la cabeza muy fuerte.
Además estabas asustada, nerviosa. No digas tonterías”,
comentó él aún sonriente. Me alejé nuevamente de Bastian
y me puse a pensar. Yo había visto sus alas, las había
tocado, así que no me gustó para nada que me tratara de
loca, porque sabía la verdad. Era demasiado verdadero
como para no haberlo visto antes.
“Yo sé tú secreto… ¡Dios mío!, era tan real, siempre
frente a mis ojos”, exclamé casi sin aliento entendiendo un
par de cosas más.
“Es demasiado obvio. Eres mi ángel guardián, por
eso tienes la necesidad de protegerme. Ni hablar de amor,
porque un ángel no puede enamorarse de su protegida,
porque sería un pecado terrible. Es eso, ¿verdad? Lo de
romper las reglas…”, comenté como una investigadora que
llegaba al fin del misterio, dejando salir miles de palabras
en un segundo.
“Amy, yo…”, trató de hablar, pero su cara había
cambiado por completo. Estaba sorprendido, un poco
nervioso, como si nunca le hubiese pasado o le hubiesen
dicho lo que le estaba diciendo. Para cualquiera sería un
disparate, lo parecía en verdad, pero estaba demasiado
segura de lo que estaba diciendo.
Se alejó dando unos pasos hacia los pinos que
crecían cerca del precipicio, respiró hondo y se dio vuelta
para mirarme. La luna lo hacía ver plateado y hermoso.
“No puedo mentirte por más que quisiera. Sería
pecar también. Es verdad lo que viste, todo lo que dices es
cierto. No te asustes por favor, pero… soy tú… ángel
guardián. No se supone que las personas se dan cuenta de
eso o que vean las alas que viste. ¿Por qué eres diferente
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161MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
Amy?”, dijo mirándome, analizándome, como si algo
estuviese mal conmigo.
“Espera un segundo, esto es…”, no pude terminar de
hablar. Me tuve que sentar en el suelo porque mis piernas
temblaban y estaba a punto de caerme. Estaba segura de la
verdad, pero era demasiado fuerte que él me lo estuviera
confirmando.
“He estado a tu lado desde que abriste los ojos,
desde que te reíste por primera vez. Cuando te caíste de la
bicicleta y te lastimaste las rodillas en la casa de tu abuela.
Todas las noches cuando decías mi plegaria te observaba
desde la catedral. Cuando me animaba entraba por la
ventana y me quedaba cerca de tu cama, porque me gusta
verte dormir”, dijo recordando a medida que yo lo hacía
también. Entendí el porqué de las misteriosas ventanas
abiertas. Mis ojos se llenaron de lágrimas, su voz parecía
cantar una melodía hermosa donde decía todas las veces
que había estado tan cerca de mí.
“Estuve en Enero cuando tuviste el accidente, lo que
lamento mucho. En la casa de Lucas escondido y
salvándote esta noche”, pronunció sus palabras con la voz
más dulce que había oído. Se sentó sobre el pasto frente a
mí y tomó mis manos en las suyas que eran cálidas.
Entendí que nunca se había alejado de mí. Había estado
desde el principio a mi lado, invisible sí, pero junto a mí.
Había tantas cosas que no entendía.
Luego pensé en lo que había dicho. Él había estado
el día del accidente también. Fue ahí que recordé por qué
solamente había tenido un rasguño en la frente.
Cuando la camioneta comenzó a dar vueltas y mi
ventana estalló en pedazos, vi que algo venía girando a
toda velocidad, como un torbellino en forma horizontal.
Era Bastian que entró en la camioneta. Sin saber cómo lo
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162MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
hizo se sentó detrás de mí, enredó sus piernas en mi
cintura, sus brazos formaron una cruz sobre mi pecho y su
mejilla se pegó a la mía. Él había estado protegiéndome
como un caparazón, un escudo, por eso no me había
pasado nada y yo bloqueé esa imagen de mi mente o tal
vez Dios lo hizo para que no lo descubriera.
“¿Dónde estaban los ángeles de mis familiares? ¿Por
qué tuvo que morir mi familia?”, pregunté tratando de que
no sonara como un reproche, porque era sólo una duda que
tenía.
“Porque es Dios quién dispone esas cosas, por más
que tengas un ángel que te cuida. Ni yo sé cómo pude
salvarte Amy. Ellos desaparecieron, porque cuando el
protegido muere nosotros nos esfumamos a proteger a
otras personas”, dijo eso con un poco de tristeza. Entendí
que sentía mucho lo que les había pasado a mis familiares.
También supe que las cuatro llamas que vi apagarse en el
cielo fueron los ángeles de ellos. Y que si lo había visto
entre la multitud de médicos y enfermeras que me
rodeaban cuando estuve tendida en el suelo.
“Está bien. Creo que ya estoy recuperada de
semejante golpe, no es necesario que midas tus palabras
cuando hablas de mis familiares”, dije sabiendo que no era
verdad. El dolor seguía prendido en mi corazón. También
me había quedado dando vueltas eso de que Dios disponía.
¿Había dispuesto que yo me quedara viva entonces? ¿Por
qué yo y no mi hermana? Sentí la necesidad de cambiar de
tema.
“Pero entonces, creciste junto conmigo. No me
acuerdo de haberte visto antes”, dije tratando de volver a
las antiguas imágenes de mi niñez.
“Siempre fui así. He tenido dieciocho años por un
largo tiempo. Un año más que tú, me estás por alcanzar”,
dijo sonriente mirando mi cara de sorpresa.
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163MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
“¿Entonces nunca vas a envejecer? ¿Cómo te
convertiste en ángel? ¿Dios los crea?”, arremetí con mis
preguntas. Era todo un misterio, pero comprobaba que
había algo más, una fuerza superior que nos había creado.
Dios existía porque Bastian existía.
“Está bien. Considérate una privilegiada, porque te
voy a decir algunas cosas que nadie sabe y me van a
castigar por esto. Pero como tu protector no puedo evitar
tus preguntas, ni mentirte. Además, esto nunca ha pasado,
que una humana se dé cuenta de quién es su ángel; es algo
que muy rara vez sucede. De seguro serás un caso de
estudio para Dios”, comentó a punto de darme la
información que yo quería. Cuando dijo que no podía
mentirme o que siempre debía contestar mis preguntas,
sentí que era lo mismo con su comportamiento. Por algo
no se había enojado cuando lo trataba mal el año pasado,
cuando lo odiaba, porque era su deber estar ahí y hacerme
sentir bien. Pobre Bastian, me sentí una persona horrible
en ese momento.
“Hace treinta años, cuando tenía dieciocho yo perdí
a mi familia, igual que tú. El problema es que no tenía a
nadie a quien recurrir. Pronto me quedé sin casa, no tenía
trabajo ni dinero. Pasé días sin comer tirado en un callejón.
Hasta que estuve cerca de la muerte por falta de
alimentación”, comentó con sus ojos brillantes.
“Fue ahí que apareció un hombre muy extraño,
porque producía un sentimiento indescriptible en mí. Era
como si llenara todo mi cuerpo de energía y de paz. Él
sentía un amor tan inmenso por todo lo que lo rodeaba que
era difícil de creer. Entonces me dijo que si estaba
dispuesto, había un par de alas para mí. A pesar de que
sonó extraño, no lo dudé ni un momento, le creí porque
era convincente. Y cuando me convertí en un ángel,
realmente me di cuenta de que estaría mejor así que siendo
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164MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
humano”, dijo. Acaricié su cabello y él cerró sus ojos.
Había vivido un gran dolor cuando era humano, eso se
notaba en su voz.
“Esto es tan extraño, pero creo en todo lo que me
dices. Si sólo los demás supieran”, dije con mis manos en
su mejilla.
“Igualmente sé que no puedo decir ni una palabra.
Confía en mí, este es nuestro secreto”, aseguré, porque era
imposible que los demás supieran de eso. Él me lo
confirmó con su cabeza.
“Así que vas a ser siempre joven. ¡Que envidia!”,
comenté sonriente.
“Sí, el tiempo no pasa para nosotros, no crecemos. A
menos que cometa un error, pierda mis alas y vuelva al
mundo de los humanos. Ahí sí, mis años comenzarían a
correr otra vez”, comentó riéndose. Había algo en su voz,
en esa risa que me decía que nunca perdería sus alas, que
siempre sería ángel. Un error habría sido seguir
involucrándose conmigo sentimentalmente. Yo casi había
arruinado su felicidad, su trabajo y su relación con Dios.
Entendí que debía olvidarme de él, que no debía pensar en
Bastian como un posible novio. En ese momento pareció
fácil, pero tendía a mentirme a mi misma.
“Es difícil de creer todo esto, ¿verdad? No me gusta
alardear, pero una prueba más no estaría mal. Además tú
me descubriste. Yo no te dije nada, esa es una regla en tu
favor”, comentó parándose.
Se quitó la remera dejándome ver su hermoso
cuerpo de músculos duros. Aparté un poco la vista porque
me volví a sentir pecadora, sabiendo que ahora no podía
pensar en él de esa manera. Se paró frente a las luces
delanteras del auto que alumbraban su magnífica
estructura y los pinos verdes al borde del acantilado. Me
dio la espalda por unos segundos.
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De sus omoplatos en la espalda se abrieron dos
grietas, grandes cortaduras. Finos hilos de sangre muy roja
bajaron por su piel.
“No te asustes. No duele nada y desaparece rápido”,
exclamó sonriente. Me paré frente a él. Bastian estaba
entre el auto y yo. De repente, dos alas hermosas se
abrieron completamente detrás de él. Eso era precisamente
lo que había visto. Pero no eran como las que se veían en
los dibujos o pinturas. Estas eran oscuras, negras en la
parte superior y luego se degradaban hasta llegar a un
color gris en la parte inferior.
“Son hermosas de verdad. Es maravilloso ver esto.
¡Dios!”, dije acercándome lentamente con la mano
extendida. Cuando posé mi mano sobre ellas, una suavidad
inmensa se hizo sentir en mi piel. Estaban hechas de capas
de plumas superpuestas. Pero no eran plumas comunes,
que haya visto antes o simples plumas de aves.
“Son plumas de ángel”, comenté en voz alta. Bastian
no paraba de reírse ante mi comentario.
Luego las cerró, se escondieron. Miré su espalda,
recorrí el lugar donde habían estado con mis dedos y su
piel estaba sana, no había ni una cicatriz. Él tembló ante el
toque de mi mano y se alejó rápidamente a ponerse la
remera.
“Perdón, voy a dejar de hacer eso”, dije con una
gran tristeza que no mostré. No quería hacer más que
tocarlo, pero sabía que eso no estaba bien. Él me había
salvado tantas veces que tenía que ser una “protegida”
buena y agradecida. Así que no le complicaría las cosas.
Pero en mi corazón, a pesar de que él no lo decía y sufría
en silencio, yo sabía que me amaba con la misma
intensidad y más fuerza aún, porque había estado siempre
a mi lado.
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El celular sonó otra vez interrumpiendo el bello
momento junto a mi ángel guardián, lo tomé rápidamente
adivinando quién era. Era Nadia.
Te estamos esperando fuera de casa. Apúrate así
entramos juntas. Eso decía el mensaje. Mi respuesta fue:
Ya voy.
“Es hora de irnos. Ha sido una larga noche”, dijo
Bastian y me abrió la puerta del auto, encendió el motor
para alejarnos del lugar.
Estaba feliz de tenerlo de vuelta conmigo. Sabía
cuáles serían las restricciones de estar cerca de él, pero
resistiría. No sabía cuánto tiempo duraría eso, pero no me
importaba. ¿Qué tan extraño se vería que una anciana sea
amiga de un chico joven? ¿Qué sentiría él cuando yo no
estuviera? No quise pensar más en eso porque era triste,
había tanto en mi cabeza que pensé que iba a estallar.
“Si sólo no fuera un ángel…”, dijo en voz baja
rompiendo el silencio. Fueron las únicas palabras en el
viaje de regreso. Sabía a lo que se refería, eso me
confirmaba que me amaba, no en el sentido ángel-
protegida, pero me quedé en silencio para no hacerle más
complicada su situación.
Cuando llegamos, vimos el auto de Alexis
estacionado a la vuelta de la esquina. Bastian paró detrás.
“Bueno, yo Amy te prometo que NUNCA más me
voy a hacer daño a mí misma, pero prométeme que
NUNCA te vas a hacer invisible otra vez”, dije con ganas
de tomar su mano, pero no lo hice.
“Trato hecho. Nunca me podría alejar de ti ahora
que lo sabes. Es un placer para mí cuidarte, no lo siento
como un deber. Ahora anda, tus amigos te esperan. Nos
vemos pronto”, dijo y se acercó para besar mi mejilla. Para
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167MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
él parecía ser más fácil controlarse, porque realmente
deseaba ser lo que era, no lo iba a abandonar por mí.
“Sí, tendré que dar un buen par de explicaciones.
Algo voy a inventar, pero el secreto está salvo. Adiós”,
saludé y bajé del auto de una vez, porque si seguía allí no
bajaría nunca más. Era tan difícil el hecho de recuperarlo y
dejarlo ir por unas horas otra vez.
El tocó bocina en forma de saludo y se alejó. Luego
caminé decidida y alegre hasta el auto, cuando los chicos
bajaron.
“¿Que pasó? ¿Dónde andabas? Con quién ya está
claro”, preguntó Alexis tranquilo. Por suerte no sabían
nada de nada, así que todo sería más fácil, mentir sería mas
fácil.
“No pasó mucho”, mentí descaradamente.
“Sólo que el degenerado de Lucas trató de
propasarse”, acoté acordándome, con ganas de agregar la
palabra asesino también.
“¿Estas bien? ¿Qué te hizo?”, preguntó mi amigo
desesperado, listo para salir a buscarlo.
“Tranquilo. No pudo hacer nada. Use mi rodilla en
su entrepierna como me enseñaste, con toda mi fuerza.
Seguro que no se va a olvidar de eso”, dije sonriente.
Nadia me abrazó desesperadamente.
“Perdón amiga. No te lo tendría que haber
presentado. Pero no sabía nada. Nunca le hubiese tenido
que hacer caso a Zaira. Que bueno que Bastian andaba
cerca”, comentó tomándome de las manos.
“Si, él volvía a la ciudad y justo me encontró
caminando al borde de la ruta”, mentí otra vez. Ni me
quería acordar de la locura que estuve a punto de hacer.
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“Por suerte siempre parece estar en el momento
justo. Me alegro de que te haya encontrado”, dijo Alexis
aliviado.
“Ahora vayan a dormir, yo voy a hacer lo mismo”,
exclamó mi hermano. Se despidió de mí y de su novia con
un apasionado beso antes de marcharse.
Las dos entramos a la casa, abrazadas. Eran casi las
seis de la mañana, el sol débil comenzaba a salir. Nos
deseamos buenas noches a pesar de que el día empezaba
para los demás, cada una se fue a su habitación.
Seguramente Héctor y Clara habían buscado mis
cosas mientras no estábamos, porque mi habitación ahora
sí parecía mía. Las mariposas estaban colgadas cerca de la
ventana. El cuadro estaba ubicado sobre mi cama, con el
ángel que me haría recordar a Bastian. Mis libros estaban
en una biblioteca nueva y mi computadora encendida sobre
un escritorio. En la pantalla decía que tenía un mensaje
nuevo de mi amigo Nando de Venezuela. Decidí leerlo
cuando me levantara, pues estaba cansada.
Pensé que necesitaba un tiempo para asimilar todo
lo que me había pasado desde el trágico Enero. Necesitaba
tiempo para mí sola, para estar aislada de lo que conocía,
para entender que iba a ser de mí. Qué postura debía tomar
frente a la vida y otras cuestiones más. Por suerte, las
vacaciones de invierno empezaban en dos semanas, sentí
ganas de irme a algún lugar a descansar.
Después de un momento recordé el aroma de
Bastian, su cuerpo sobre el mío protegiéndome y
salvándome. Estaba feliz porque mi ángel perfecto había
vuelto. Y aunque ya no pudiera ver la catedral desde mi
ventana, sabía que desde algún techo él me estaba mirando
para cuidarme.
Ángel de la guarda, dulce compañía, no me
desampares ni de noche ni de día, no me dejes sola sino
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169MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
me perdería… Dije la plegaria y me quedé profundamente
dormida, segura de que lo vería en mis sueños, como todas
las noches desde que tenía uso de razón.
Capítulo Diez: El Junco
Al día siguiente, cuando me desperté no sabía bien
qué hora era. De lo único que tenía certeza, era que el
domingo había llegado y estaba lloviendo. Me levanté
escuchando las gotas de lluvia golpear furiosamente contra
el techo. Di unas vueltas en la cama tratando de recordar el
sueño que había tenido y me sentí vacía al instante. Por
primera vez en mis diecisiete años no lo había tenido, no
había soñado nada. Lo atribuí a que había superado mis
locuras de lastimarme, otros traumas o porque ya sabía que
Bastian era mi ángel y había vuelto a mi lado.
Me senté en la cama, vi que la luz en la
computadora seguía encendida, me había olvidado de
apagarla cuando llegué. El aviso del nuevo mensaje seguía
titilando y llamando mi atención. Me apresuré a ver qué
era, porque Nando no acostumbraba a mandarme mails, ya
que chateábamos seguido, así que eso tenía seguramente
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170MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
algún grado de importancia. Lo abrí para leer en letra de
color azul lo siguiente:Hola Amy. ¿Cómo estas? Por aquí todo bien y con
calor. Hace días que no te conectas y chateamos. Yo sé
que debe ser difícil lo que te ha pasado, pero espero que
vuelvas. Por más que ya varios meses han transcurrido,
no debe ser nada fácil recuperarse de una pérdida
irreparable como esa.
Te quería contar que mis padres y hermana saben
de tu existencia. Prácticamente te conocen, porque
están aburridos de escucharme contarles cosas sobre ti y
de tu vida en Argentina. Además les mostré la foto que
me mandaste. Espero que no te enojes.
Bueno, me dijeron y aquí vienen las grandes
noticias, que puedes venir a visitarnos cuando quieras.
Siempre que tengas los documentos necesarios y dinero
suficiente.
Espero que puedas hacerlo. ¿No sería chévere que
nos conociéramos? ¿Recuerdas que hablamos de eso
una vez? Bueno, espero tu respuesta.
¡Qué oportuno! Nunca me había aventurado tanto
como irme al extranjero, pero era lo que realmente
necesitaba si quería alejarme a pensar un poco sobre mi
vida. ¿Por qué no irme por unos días? Tenía que planificar
bien las cosas antes, pues había mucho en lo que pensar.
Nando vivía en Venezuela, en un pueblo llamado El
Junco. Me había enviado unas fotos y parecía el lugar más
mágico que había visto en toda mi vida, aún más fantástico
que Puerto Azul. Además el distraerme y conocer gente
nueva me haría bien, estaba segura de ello. El hecho de
respirar nuevos aires para aclarar mi mente no me vendría
nada mal. El tema sería comunicarlo a mi familia. Recé
para que todo saliera bien con ellos.
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171MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
Tenía algunos de los papeles en regla, ya que con
papá nunca se sabía cuando podríamos viajar al exterior.
En una caja tenía bastante dinero ahorrado, así que nada
más me faltaba. Sabía que aún había trámites qué hacer,
así que no podía irme tan pronto como yo quería, debía
esperar un tiempo más.
Puse responder justo cuando Nando se conectó. En
su país era más temprano, pero él ya estaba a la
computadora, como siempre.
“Hey amigo. Recibí tu mail, lo leí recién”, escribí
ansiosa esperando que conteste, deseando que pudiera ser
lo antes posible. No supe porque tenía la urgente necesidad
de irme.
“Hola Amy. Qué bueno. Y… ¿Qué piensas hacer?”,
escribió él. Apronté mis dedos para dar la respuesta,
tratando de que no sintiera que estaba desesperada, lo cual
era verdad.
“¿Puedo viajar en dos semanas hacia allá? Es
cuando terminan las clases aquí. Me iría mañana, pero me
falta un permiso”, propuse. Sólo faltaban dos semanas para
las vacaciones de invierno y todo se estaba dando
perfectamente. Era buena alumna y volvería con energía
para ponerme al día con las tareas que de seguro los
profesores nos darían para acordarnos de ellos, en nuestro
“tiempo de descanso”. Además, no tenía pensado molestar
a la familia de mi amigo por tanto tiempo. Minutos
pasaban y Nando no contestaba. Empecé a mover mi
pierna nerviosamente.
“Acabo de preguntar. Dicen que no hay problema.
Ya van a comenzar a prepararte un cuarto. Aquí están
ansiosos de recibirte”, escribió. Me di cuenta de que les
había hablado mucho de mí como para que estuvieran
ansiosos de verme.
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“Bueno, te cuento que vas a llegar al aeropuerto
Santo Domingo. Allí te estaremos esperando con mi
familia. Nos mantenemos en contacto, como siempre”, fue
lo último que escribió. Le dejé un saludo, pero no
respondió.
Me apresuré a arreglarme y vestirme, estaba
contenta. Bajé las escaleras corriendo, estuve a punto de
tropezar. El mediodía ya había pasado, pues Clara me
ofreció comida que había sobrado. Realmente no tenía
ganas de comer así que sólo tomé una manzana a la que le
di un gran mordisco.
Junté valor y di el aviso cuanto antes. No dijeron
una sola palabra, parecían sorprendidos con mi noticia. Ni
Nadia sabía bien qué decir, lo que era raro, porque casi
siempre tenía algo para decir. Les di el argumento más
convincente, para que no se preocuparan por mí. Seguí
hablando al no obtener respuestas.
“Yo estoy bien de verdad. Es que justo son las
vacaciones y mi amigo me invitó. No tienen que
preocuparse, es de confianza”, expliqué lo que sonaba raro
en oídos ajenos.
“No sé, Amy. ¿Hace cuánto se conocen? Tenemos
que estar seguros de que es alguien serio y de confianza,
como dices”, preguntó Clara preocupada mirando a su
marido y sentí que las cosas se iban a complicar un poco.
“Lo conozco hace un año ya, he visto fotos suyas y
del lugar donde vive. Dice que su familia va a empezar a
prepararme una habitación. Sé que van a decir que son
excusas, pero no es así, yo lo siento. Realmente necesito
hacer esto”, supliqué adelantándome un paso a ellos,
porque sabía que iban a decir que él podía estar
mintiéndome y dándome excusas para parecer confiable.
“Alguien debería acompañarte, creo que es más
seguro”, insistió Héctor, pero no pudo ganarme la pelea
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cuando lo tomé de las manos y lo miré a los ojos. No les
quedó otra opción que aceptarlo, porque les pedí con toda
el alma que me dejaran tener ese tiempo lejos, para
reflexionar. Fueron lo suficientemente buenos como para
entender mi decisión, sabiendo lo que implicaba que una
menor viajara sola. Héctor se encargaría de tramitar la
autorización en la capital, lo que llevaría una semana, así
que sólo debía esperar a las vacaciones, como había
pensado.
“Si quieren llamamos a su casa para que hablen con
sus padres o les muestro las fotos, es un chico bueno
realmente”, dije lista para lo que quisieran hacer. Nadia me
miraba sonriente.
“Amiga, confiamos en ti. Nunca harías algo de lo
que no estás segura y estás tan convencida, que ellos te
dejarán hacerlo”, comentó mi amiga mirando la lluvia por
la ventana. Mis padres me miraron de tal manera, que supe
que contaba con su apoyo.
El lunes por la mañana estuve nerviosa, porque no
sabía cómo decirle a Bastian lo que iba a hacer. Tenía
miedo de que él hubiera escuchado algo, porque siempre
andaba tan cerca y yo no lo veía. Pero a pesar de que lo
busqué en todos lados, a donde miraba no estaba, no lo
podía encontrar. Supuse que tenía que rendir cuentas con
su jefe, porque no apareció tampoco los días siguientes.
No podía creer cuánto lo extrañaba, pero era mejor que
tener que darle explicaciones que no le gustarían y lo
harían enloquecer.
“¿Quieres matarme de tristeza?”, había dicho una
vez, lo que me hacía sentir mal, pero traté de no pensar en
él de esa manera, porque me odiaba cuando Bastian estaba
triste por mi culpa.
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Nadia y Alexis no querían perder ni un segundo a mi
lado, como si me fuera a ir para siempre. Les dejé bien en
claro que volvería para ser su “carga”, como bromeábamos
a menudo.
Dos semanas después, los papeles estaban listos, el
equipaje hecho, el dinero y mis ganas conmigo. Nada me
faltaba para emprender el viaje. Mi amor imposible no
había hecho aparición pública, así que seguí pensando que
estaba ocupado. Muy en el fondo de mi corazón, temí por
una nueva invisibilidad de parte suya, pero él me había
prometido que nunca más se alejaría. Eso me ponía un
tanto tranquila.
“Te vamos a extrañar. No te olvides de escribir
mails, porque no creo que tu celular funcione allá”, dijo
Nadia por la noche en el aeropuerto de la capital. Me
abrazó como si nunca más me volvería a ver.
“Son unos pocos días, una semana como mucho. Ya
voy a volver para hacer todas las tareas con ustedes otra
vez, amiga”, bromeé besando su frente.
“Espero que este tiempo te sirva para estar mejor”,
dijo Héctor con las manos en los bolsillos de un gran saco.
Me acordé que Nando había dicho que donde vivía
no había estaciones. ¡Que extraño era eso! Decía que
nunca hacía frío, así que no había empacado ropa de
invierno, sólo algún abrigo por las dudas.
“Te quiero mucho Amy”, exclamó Clara con
lágrimas en los ojos, como una mamá de verdad se vería
en ese momento.
“Espero que el venezolano no se propase. ¿Se
entiende no?”, amenazó Alexis sonriente completando la
despedida temporal. Le pegué en el hombro y le di un
fuerte abrazo.
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Los saludé desde lejos, en la escalera mecánica que
me llevaba. Luego no los tuve más a la vista.
El avión era inmenso, típicamente blanco, pero no le
tenía miedo. Además, no podíamos tardar tanto en llegar,
no quise ponerme a calcular porque seguro mis cuentas no
serían correctas. Me pondría a leer o escuchar música para
que el tiempo pasara más rápido.
El transporte de alas gigantes despegó haciendo
demasiado ruido, abajo quedaron los miembros de mi
nueva familia, mis problemas, mis tristezas y mi amado
Bastian. Con quien por suerte no había tenido que
enfrentarme, pero él sabría que estaría bien, que no era una
locura esta vez. Además, necesitaba olvidar que lo amaba
tanto, porque era un amor prohibido y él también sabía
eso. Ese era uno de los motivos de mi alejamiento. Era
imposible pensar que era yo la que no quería estar cerca de
él, pero la situación me lo exigía, por mi propio bienestar.
Las horas pasaron bastante rápido a pesar de que
miraba el reloj cada diez minutos. La gente estaba
inquieta, hablaban y reían. Los niños lloraban porque
estaban aburridos y la señora a mi lado estaba tan dormida,
que había comenzado a roncar. Entonces dejé de leer el
libro que tenía entre manos, en el que se describían bellos
paisajes e historias de amor y me puse a escuchar música,
porque era insoportable tratar de concentrarse en la lectura
con los ronquidos de la mujer.
Me quedé dormida y volví a abrir los ojos cuando
nos pedían que ajustáramos nuestros cinturones, porque
íbamos a aterrizar. Eso si me dio un poco de miedo, por el
ruido de las ruedas al tocar el suelo de la pista y el
movimiento brusco. Pero cuando el avión se detuvo unos
minutos después, supe que había llegado a Venezuela sana
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y salva. Ya estaba lejos de las nubes blancas que había
tenido tan cerca, así que todo estaba bien en tierra firme.
Caminé por el gran salón vidriado entre un mundo
de gente que acarreaba equipajes, buscando entre la
multitud esa cara que había visto en las fotos. Hasta que lo
vi allí, con su piel bronceada, su blanca sonrisa y de la
forma en que me había dicho que iba a estar vestido. Lo
acompañaban sus padres y una hermana menor que tenía
un cartel con mi nombre, más una carita feliz que ella le
había dibujado. Pensé que eso sólo ocurría en las películas,
pero la realidad me sorprendió.
“Hola. Bienvenida. Por fin nos conocemos, esto
es… raro. No sé qué decir”, dijo Nando feliz acercándose a
saludar. Rápidamente lo abracé, aunque no sabía si eso
estaba bien o si eran sus costumbres, pero pareció no
importarle. Lo hice porque estaba feliz de verlo, de por fin
saber cómo era en persona. Habíamos chateado tanto que
nos conocíamos mucho, demasiado, pero era muy
diferente tenerlo en frente.
Luego de presentarme con su familia buscamos el
equipaje. Afuera del edificio, el sol parecía azotar todo y el
calor se hacía sentir de verdad en el lugar. No estaba
acostumbrada a esa clase de calor, pero no se sentía del
todo mal.
“Aquí no pasaras frío, Amy, eso es seguro” dijo el
papá de Nando cargando mis bolsos en la parte trasera de
un jeep. Dijo mi nombre como si estuviera acostumbrado a
decirlo o a escucharlo en la boca de su hijo. Cuando todos
estuvimos listos, comenzamos a andar por la calle.
La hermana de mi amigo parecía estar contenta de
tener visitas y me miraba sonriente, así que yo le devolví
una gran sonrisa.
Luego de unas horas de viaje, pasamos por una
ciudad hermosa que me dijeron se llamaba San Cristóbal.
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“San Cristóbal es un valle. Le dicen la ciudad de la
cordialidad, aunque noto a las personas un tanto
indiferentes estos días”, comentó Nando y sus padres
empezaron a reír. Fue cuando pude apreciar su acento. Me
pareció raro, diferente a la forma de hablar en Argentina
obviamente.
El jeep avanzó bajo el sol ardiente. Me di cuenta que
ni el aire acondicionado sería suficiente para aplacar el
calor abrasante, así que estaba bien que el vehículo fuera
abierto, porque el viento golpeaba contra tu cuerpo y era
un tanto placentero sentir el calor.
A medida que avanzábamos, las casas parecían
esconderse entre los grandes valles, entre los altos árboles
de copas verdes. Había ríos de aguas blancas que surcaban
las inmensas selvas. Tomé unas cuantas fotos para tener de
recuerdo. Luego de otras horas pasamos un cartel que
decía: El Junco y supe que habíamos llegado al pueblo de
Nando, la espera había terminado.
Las casas estaban protegidas por montañas y la gran
cantidad de vegetación parecía querer devorarse los
edificios. Miré las caras de la gente, todos tenían la piel
tostada y de color caramelo, como Nando. Les quedaba
atractivo ese color que era producto de una constante
exposición al sol, más el viento cálido que corría por las
calles y rincones de El Junco. Al ver la gente del pueblo,
creí que eran mas cordiales que en San Cristóbal, que mi
amigo tenía razón.
Cuando el jeep se detuvo frente a la casa observé
mejor el panorama, me encantó el contraste de la
residencia de mi amigo, sobresaliente entre la verde
vegetación y las flores rojas. Su construcción era moderna,
para nada típica y colonial como las otras que había visto
en el lugar. La casa se encontraba cerca de la base de las
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montañas, que formaban altas paredes unos metros más
lejos. Era completamente blanca y tenía grandes ventanas
por todos lados, para apreciar el bello paisaje. Lo cual era
lógico cuando se tenía semejante belleza natural para ver
todos los días al despertarse.
“Si no se quieren mojar, mejor se apresuran a
entrar” comentó la mamá de Nando sin querer que sus
palabras rimaran, con su mano extendida, esperando que
las pequeñas gotas le tocaran la mano.
Ella le lanzó la llave a mi amigo, que nos abrió
apresuradamente. Su padre ingresó con el equipaje y luego
se fue a guardar el jeep. Todos corrimos al interior de la
casa, yo por reacción y siguiéndolos porque no me había
dado cuenta de que iba a llover.
“Mira esto Amy, es como un fenómeno”, me llamó
Nando cerca del cristal de la gran ventana. Su hermana me
llevó de la mano.
“En El Junco puedes tener el sol mas radiante, pero
de pronto, una lluvia torrencial te deja empapado, ¿raro
no?”, volvió a decir con la vista en el cielo. El olor a tierra
mojada comenzó a ingresar por debajo de las puertas y
ventanas abiertas a medida que llovía con más intensidad.
“Chévere”, dije en tono de pregunta buscando
aprobación y tratando de no sonar estereotípica. Todos se
rieron, así que estaba bien empleada la palabra.
¿Yo, viendo cosas raras? Ya nada me sorprendía.
Saber que podía ver a mi ángel guardián lo superaba todo,
pero igualmente era un extraño fenómeno natural lo de la
lluvia inesperada. También pensaba que era un alivio para
ellos, como una recompensa por el calor que tenían que
soportar todos los días.
“Hijo, ayúdame a llevar las cosas de Amy a su
cuarto”, propuso su papá acarreando mis bolsos. La niña
estaba contenta de poder ayudar también, así que le di
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gracias tocando su cabeza. Los demás subieron las
escaleras porque las habitaciones quedaban en el primer
piso. Me quedé sola con la madre, que me miraba desde
una gran cocina donde ya se había puesto a lavar algunas
verduras para empezar a cocinar.
“¿Sabes que es más raro que la lluvia?”, preguntó y
me acerqué para que me develara el misterio.
“La verdad, no lo sé”, respondí pensando en las
grandes alas oscuras de Bastian. Pero ella no podía saber
sobre eso, al menos que fuera vidente o algo por el estilo.
“Fernando, Nando, él es reservado. Es un estudiante
muy convencido de lo que hace, por eso es tan bueno”,
comentó. No sabía a qué venía lo que me estaba diciendo.
Algo más debía seguir esa oración.
“Eso es bueno, a mi también me gusta estudiar”, dije
sintiendo que no era eso a lo que la conversación se
refería.
“Sí, es bueno, pero digo… que siendo reservado, me
alegra que hayan podido concretar esto, a conocerse me
refiero. Cuando nos comentó la idea pensamos que era
sólo una idea loca nada más, pero veo que hay verdadera
amistad entre ustedes. No les importan las distancias, eso
es bueno. Eres más que bienvenida aquí, quería que lo
supieras”, dijo poniendo sobre la mesa todo lo que tenía en
las manos. Cuando comentó que mi amigo era reservado,
me acordé de mí misma al principio del año pasado, que
más que reservada era cerrada.
“Gracias, me siento muy bien de estar aquí. Tenía
muchas ganas de conocerlo y a ustedes también”, comenté
sonriente. De repente sentí una mano en mi brazo. Era la
de Alexandra, la hermana de Nando que venía a mostrarme
la habitación.
Atravesamos un pasillo en el primer piso que me
hizo recordar el de la casa de Nadia, mi nueva casa. Éste
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estaba muy iluminado, el techo parecía ser de cristal y la
claridad ingresaba por el. Definitivamente el día que
comprara una casa sería así, igual a la de mí amigo
venezolano.
“Hey, espero te guste. Mira lo que pudimos
conseguir”, dijo él mostrándome varios cuadros con
mariposas que habían colgado en la pared de color rosado.
La habitación parecía recién pintada.
“Genial. No puedo creer todo lo que están haciendo
por mí, muchas gracias. No era necesario”, exclamé
mirando las preciosas mariposas. Él sabía cuánto me
gustaban, pero no esperaba ese detalle. En ese momento
me sentí como en casa de verdad. Aunque aún había algo
que se metía en mi cabeza, por más que trataba su rostro
insistía con aparecer en mi mente.
“¿Qué estaría pensando al no verme en la
habitación? ¿Estaría enojado conmigo otra vez?”, dejé de
pensar porque no quería arruinar mi estadía en este país.
Además, no podía estar triste, ya que había conocido por
fin a mi gran amigo. Parecería una desagradecida con su
familia, que me había permitido venir, si andaba
lamentándome y llorando por los rincones.
“Casi nunca tenemos visitas especiales y menos de
un amiga como tú. Así que todo lo que hagamos para
hacerte sentir mejor es necesario”, comentó Nando con sus
manos al bolsillo, apretando sus labios.
“Hay alguien que requiere tu atención, se desespera
por conseguir tu atención mejor dicho”, dijo mirando a
Alexandra que estaba impaciente por mostrarme su
habitación.
“Entonces allá vamos”, exclamé sonriente, lo tomé
de la mano para que me siguiera. Cuando llegamos al
dormitorio de la pequeña, que me hacía recordar a
Martina, me mostró todas las muñecas que tenía sobre la
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181MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
cama. Sus juguetes, fotos de cuando era bebé y demás
cosas especiales que me dijo a nadie se las había mostrado
antes. Así que me sentí especial.
“Cuando te canses dime y ya”, exclamó él
guiñándome un ojo. Nos sentamos en la alfombra, porque
Alexandra quería que la ayudara a dibujar una mariposa.
Nando se sentó también, pero con un libro que tenía que
leer para la universidad. Estaba estudiando para
convertirse en profesor de inglés, así que leía mucho,
amaba los libros y había leído todos los que yo también
había devorado.
Varios minutos habían pasado mientras hacíamos la
misma actividad. Estaba realmente concentrada ayudando
a pintar el dibujo de la niña, a quien le encantaba mi
compañía. Nando estaba con sus ojos aún puestos en las
páginas de un libro sobre teoría del aprendizaje, que
parecía ser complicado.
El aroma a carne asada, mezclado con los
condimentos que habían usado y las verduras comenzó a
subir al primer piso. La mariposa había quedado lista y
maravillosa, como Alexandra había dicho y cuando respiré
hondo para llenarme del rico olor a comida, la voz del
papá de mi amigo dijo desde abajo: “El almuerzo está
listo”. Esa frase no cambiaba en ningún país del mundo,
era igual de satisfactoria en todos ellos.
Nos pusimos de pie al instante, como bestias
hambrientas que no habían comido en mucho tiempo. Me
avergoncé de mí misma, pero no había probado nada
sustancial desde que dejé Argentina. En el avión sólo comí
algunos bocados, sándwiches y golosinas de los que solían
servir.
Aún no había visto el comedor, pero al entrar
observé que era uno de los mejores cuartos de la casa. Los
muebles: mesa y sillas eran de color negro. Había un gran
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plato ondulado, pintado verde oliva en el centro de la
mesa. En vez de pared, había un gran vidrio que ocupaba
el lugar donde en cualquier casa habría ladrillos y
cemento. Se podía ver a través de él un patio de grandes
proporciones.
Había una gran galería afuera, con asientos
reclinables y una enorme piscina enterrada en el pasto.
Más lejos, había árboles de tronco fino que decoraban un
jardín y luego se podía apreciar un inmenso bosque que
llegaba seguramente hasta las montañas. El lugar no podía
ser más fantástico, era realmente mágico.
La casa no tenía mucha ornamentación, pero era
elegante con las cosas que poseía, creí que lo simple
siempre era mejor.
Pensé que me iba a sentir incómoda durante el
almuerzo, que haría o diría alguna tontería, pero fue todo
lo contrario, porque era como estar en mi propia casa o
como cuando había conocido a la familia de Nadia, todo se
iba dando naturalmente.
Ellos me contaron mucho sobre el pueblo y estaban
muy interesados en saber donde vivía yo. El padre de
Nando quería saber sobre la economía, de lo que había
leído bastante y demás cosas sobre política en lo que no
podía ayudarlo, porque no tenía la más mínima idea.
Cuando comenzó con un discurso negativo sobre el
gobierno en su país, los demás lo hicieron callar.
“Siempre dice lo mismo. Hablemos de cosas más
lindas. No queremos asustar a Amy”, dijo su esposa y tocó
su mano para que se calmara. Luego la conversación giró
sobre el día a día de la familia y anécdotas que
incomodaban a mi amigo, aunque no podía distinguir si se
ponía colorado bajo su linda piel color caramelo.
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Después de la comida ayudé a Ana a lavar los
platos, para dejar todo en orden como cuando había
llegado, a pesar que ella se negó rotundamente.
“Pero si siempre te quejas de que nadie te ayuda,
mamá”, bromeó Nando con su espalda en la pared,
comiendo una manzana demasiado roja.
“Ella es la invitada, no debería trabajar. Tú tendrías
que ayudarme, hijo”, dijo ofreciéndole un plato lleno de
espuma. Mi amigo se escapó a la galería, donde me
esperaría para mostrarme el bosque.
Ana comenzó a cantar y me quedé escuchando su
voz hipnotizante. Definitivamente podría ser cantante,
sonaba tan dulce y apasionada cuando cantaba. Era como
si los demás no existían mientras lo hacía, porque estaba
muy compenetrada. Se movía, ondulando su cuerpo casi
caribeño con bellos movimientos, Alexandra la miraba con
los ojos brillosos y llenos de amor.
Recordé a mi madre y eso me produjo tristeza. El
vacío aún era grande, no sabía si algún día lo llenaría.
Tenía una nueva familia, pero sabía que esa herida tardaría
mucho en sanar o tal vez nunca lo haría. Así que debía ser
fuerte y a pesar de que Ana no me había hecho nada malo,
sentí que tenía que alejarme para no llorar.
“Cantas hermoso, de verdad, fue un placer
escucharte. Voy con Nando ahora. Nos vemos luego”, dije
sinceramente tocando su hombro, escabulléndome por la
puerta trasera hacia el patio, como mi amigo había hecho
unos minutos atrás.
Cuando lo vi esperándome, la vida pareció volver a
mi cuerpo junto con una sensación de alegría. Allí estaba
mi amigo, que a pesar de la distancia siempre me había
escuchado o mejor dicho leído, todo lo que tenía para
decirle. Nuestra amistad era muy grande, “extraña” en
cierto modo para los demás, pero me sentía bien sabiendo
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que lo tenía cerca. Entonces, entendí que había sido una
buena idea haber venido a El Junco.
Capítulo Once: Tiempo
El aroma de las flores y plantas silvestres de los
alrededores era muy fuerte. La lluvia de las horas
anteriores había refrescado el ambiente. A medida que nos
adentrábamos más y más en el bosque, los rayos del sol se
hacían menos visibles, ya que a la gran bola naranja en el
cielo se le hacía difícil iluminar. Le costaba traspasar las
tupidas copas de los altos árboles de grueso tronco.
Por un momento, recordé imágenes de un bosque
que conocía bien en mi país, uno en el que había dormido
abrazada a Bastian. Pero no quería seguir pensando en él
por el momento, bastante difícil sería volver y tenerlo
siempre a mi lado sin poder besarlo y amarlo.
Nando me invitó a sentarme cerca de unas flores de
color lila, de las cuales tomé un puñado. Cuando ya estuve
más acostumbrada a los sonidos del lugar, pude escuchar
el agua de un arroyo cercano que corría chocando contra
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las piedras. Me senté a su lado sin saber qué decir, ya que
era la primera vez que estábamos solos en persona. Por
suerte, él hizo la tarea de comunicarnos más fácil y rompió
el hielo.
“Me pregunto qué pensarán los demás de todo esto.
Lo imagino, creo. ¿Tú qué piensas?”, comentó sonriente
jugando con una ramita seca que había caído de un árbol.
Empezó a escribir su nombre sobre la tierra.
“¿Qué pienso sobre qué? No entiendo…”, dije
dudando, porque el tono de su voz y lo que había dicho,
era lo mismo que todos hacían cuando pensaban en amor.
“Me refiero a que alguien no vuela de un día para el
otro a un país diferente, aunque esté en el mismo
continente. Deben pensar que hay algo entre nosotros”,
respondió riendo, lanzando lejos la rama y borrando con el
pie lo que había escrito. Luego me miró y entendí que
estaba en lo cierto. ¿Por qué los chicos se confundían tan
rápido? Seguro pensaba que sentía algo por él para hacer
semejante viaje. Se estaba confundiendo, al igual que…
yo. Sí, al igual que yo. Desde que había llegado, no supe si
fue el nuevo clima, la simpatía, la alegría de conocerlo o
qué, pero estaba un uno por ciento confundida. El otro
noventa y nueve por ciento de mi corazón ya pertenecía a
alguien que tenía alas, pero que no podía amarme.
“Mira, somos amigos y podemos visitarnos, eso es
normal, aunque vivimos bastante lejos. Y si a los demás
les parece extraño, ese es su problema. Nosotros no
deberíamos pensar en ello”, traté de dejarlo en claro, pero
mi voz no sonó muy convincente. ¿Era posible que me
estuviera creyendo lo que mi amigo decía? ¿Estaba
olvidando a Bastian tan rápido? ¿Estaba tratando de
interesarme en alguien que si me pudiera amar?
“Al menos mi familia tiene otra teoría sobre
nosotros. Y no es la amistad”, comentó mordiéndose un
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labio. La tenue luz trataba de tocarnos pero era débil, todo
se sentía más fresco en la profundidad del bosque. Entendí
el porqué de la alegría de su madre, seguro eso era lo que
pensaba: que éramos novios.
“Espera, yo no quiero que te confundas o creas
que…”, seguí explicando, hasta que su cara se acercó
demasiado y no pude hablar más. La confusión seguía
jugando en mi cabeza, no opuse resistencia a lo que iba a
suceder, aunque sabía que me odiaría luego.
“Déjame intentar algo. Tienes derecho a golpearme
por lo que voy a hacer”, comentó acercándose aún más
lentamente, esperando mi reacción. No se lo impedí, cerré
mis ojos y me dejé llevar. Recordé lo de dar oportunidades
a otros, ya que mi verdadero amor era imposible.
Entonces, ¿por qué no intentar?
Sus labios eran suaves, húmedos y se movían
suavemente, pero no eran los que yo quería besar. Por eso
no duró más que un segundo, hasta que nos apartamos. Me
sentí mal de haberlo hecho, porque estaba traicionando a
Bastian, a mis sentimientos y haciendo que Nando se
confundiera aún más.
“NO”, dijimos los dos en voz alta, luego nos reímos.
Habíamos tratado de crearnos otra realidad, eso estaba más
que obvio. El beso no había estado mal, pero no significó
nada para ninguno de los dos, porque no estábamos
enamorados, así que sólo sería un secreto.
La verdad era que los dos amábamos a otras
personas y por más que quisiéramos mentirnos a nosotros
mismos, esa realidad que queríamos inventar se disolvía en
la brisa cálida, porque era sólo una mentira.
“Perdóname, soy un tonto y un atrevido. No debí
haber hecho esto sin tu permiso, qué vergüenza”, se
disculpó agachando la cabeza. Yo no estaba enojada para
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nada, porque me había ayudado a dejar de estar
confundida.
“Hey, está bien. No pensaba que esto iba a suceder
entre nosotros, pero me sirvió como prueba. Aun sigo
enamorada de Bastian y por lo que veo, tú de Laura”, dije
y sus ojos se iluminaron, porque sabía que todo estaba
bien.
“¡Qué memoria tienes! Si, la sigo amando a pesar de
todo, de su indiferencia ¿Cómo te acordaste de ella?”,
preguntó sonriente.
“Me hiciste escribirle un poema, ¿te acuerdas? Se
puede saber cómo va esa relación, ¿va mejorando?”,
comenté cruzando mis pies y jugando con mis manos.
“Laura no es amante de la literatura, así que el
poema le pareció… lindo, nada más. Le gustan otra clase
de chicos y cosas más superficiales. Pero la verdad es que
me siento muy bien junto a ella, nos divertimos mucho,
casi siempre estamos juntos, pero…”, dijo mirando hacia
las copas de los árboles con cara de resignación.
“¿Has sentido que por más de que todo está bien con
la persona que amas y a pesar de que estás a su lado
siempre, es imposible?”, preguntó y se quedó esperando
mi respuesta.
“Definitivamente sí, amigo. Estamos en la misma
situación. Es bastante doloroso, pero creo que debemos
seguir intentando, porque eso es lo que sentimos en
verdad”, dije sonriente tomando su mano, que me levantó
del suelo.
Comenzamos a caminar hacia la casa, a alejarnos de
los aromas, los ruidos, la tranquilidad y la frescura. En el
camino pensé que estábamos pasando por lo mismo y odié
la palabra “imposible” junto con todo lo que eso
significaba.
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Se podía ver luz entre los árboles, supuse que
estábamos bastante cerca de la salida. Nando tomó mi
brazo de repente y no entendí porque lo había hecho.
“Hora de correr otra vez. Tendrás que acostumbrarte
a esto”, exclamó. Entendí que era la lluvia, eso había
estado viendo cuando miró al poco cielo que se podía ver
entre las hojas en el bosque. Corrimos riendo sin parar.
Llegamos a la galería del patio en un segundo, la
lluvia torrencial azotó todo lo que tenía a su alcance y
estaba al descubierto. Me di cuenta de que nunca tendría
ese sentido natural de saber cuándo iba a llover, ellos
estaban tan acostumbrados.
Nando fue a ducharse y no había nadie más en la
casa que requiriera mi atención, así que me dirigí al cuarto
a usar la computadora que había traído. Tenía un mail de
Nadia, que quería saber todo lo que estaba haciendo.
Entonces decidí contestarle.
Hola amiga,
Llegué bien al pueblo. Es maravilloso, mágico, las
montañas están a unos metros solamente, voy a sacar
fotos así les muestro. Tienes que ver para creer estos
hermosos paisajes.
Nando y su familia son realmente buenos y cálidos
como el clima (que diría que es MUY caluroso)
¿Puedes creer que me consiguieron cuadros de
mariposas? Eso me emocionó bastante.
Ah, no son secuestradores, psicópatas ni asesinos,
para que se queden tranquilos mis padres.
Sólo con una conversación que acabo de tener con
Nando, obtuve las respuestas que había venido a buscar.
Los extraño demasiado a todos, así que cuando
menos lo esperes, muy pronto, estaré de regreso.
Besos. Amy.
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No quise preguntar nada sobre Bastian, su estado o
si estaba enojado conmigo. No sabía si mi amiga aún
seguía con la idea de que nada iba a pasar entre nosotros,
porque él se los había dicho en Playa Calma, pero tampoco
le pondría ideas en la cabeza. Así que decidí no
preguntarle nada. Sólo dejaría que el tiempo solucionara
las cosas para mí.
- 0 – 0 – 0 -
Días, horas y segundos. Más tiempo del que tenía
pensado transcurrió conmigo como invitada en Venezuela.
Me había acostumbrado a la rutina de todos, a sus horarios
de trabajo. Le preparaba el desayuno a mi amigo tratando
de que me saliera lo mejor posible y él me agradecía por
cualquier cosa que le cocinara.
Al estar sola, cuando Nando se iba a la universidad,
me adentraba en el bosque para tomar fotografías, pensaba
y dormía unas horas en un árbol que era mi preferido. Me
sentaba en el pasto escuchando a las aves cantar, deseando
que los fuertes brazos de mi protector estuvieran
abrazándome.
La segunda semana en ese país había comenzado, la
última de vacaciones en Argentina. Conocí a algunos de
los amigos de Nando que no paraban de decirse “pana”,
que significaba amigo y me causaba gracia, pero era tierno
al mismo tiempo. Salimos a caminar por el pueblo con
todos ellos, así que me divertí mucho. Varias personas me
miraban, porque sabían que no era de allí, que venía de
otro país, así que los saludaba cuando se me quedaban
mirando fijamente.
Esa misma noche, había abierto las ventanas para
que la brisa fresca llenara mis pulmones. Me había
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quedado mirando las estrellas que titilaban y escuchaba a
los grillos cantar en lo profundo del bosque.
¿Qué hice? Pensé en Bastian, sólo en él, como hacía
todos los días. En un momento creí verlo escondiéndose
entre las ramas de los árboles. Aunque tal vez no era él,
sino una sombra. Había algo en el ambiente, una extraña
sensación en todo mi cuerpo, como si la creciente
oscuridad se fuera apoderando de las cosas que me
rodeaban. Terminé pensando que no había sido nada
relacionado con Bastian lo que había visto, sino algo
maligno, perverso. Ese algo que siempre estaba al acecho,
esperando el momento oportuno.
La inspiración llegó a mí pensando en todo lo que
había vivido junto a él. Entonces, tomé un papel celeste
que tenía en la mesa de luz y comencé a escribir algo para
él, algún día se lo daría. No borré ni una sola vez, no tuve
ningún error, porque lo que escribí era lo que realmente
sentía, que lo amaba con todas mis ganas y fuerzas.
Cuando terminé, lo besé y lo guardé en mi bolso. Comencé
a sentir frío y miedo por alguna razón. Eran las sombras
que jugaban en las paredes, bajo la cama y en todos los
rincones. Sabía que había algo malo cerca, algo que estaba
a punto de atacarme. De repente escuché tres golpes en la
puerta que me tomaron por sorpresa.
“¿Puedo pasar?”, preguntó la voz inconfundible de
mi amigo y suspiré fuertemente aliviada.
“Sí, seguro”, dije y giré para verlo entrar. Caminó
unos pasos y se sentó en mi cama.
“Amy, ¿no te enojas si te digo algo?”, interrogó en
voz baja. Pensé que volvería al tema que habíamos estado
conversando, que me haría una declaración de amor o algo
por el estilo. Habíamos estado muy juntos esos últimos
días, así que se podía haber confundido otra vez. Pero
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había algo diferente en su forma de hablar, no era lo que
yo pensaba.
“Por supuesto, pana”, bromeé sentándome a su lado
y una sonrisa iluminó su rostro.
“Mira, no es que te quiera echar ni mucho menos,
porque me alegro con el alma de haberte conocido. Yo
espero poder ir un día a Argentina y que tú vuelvas.
Pero…”, lo interrumpí, porque el preludio me estaba
cansando.
“¿Puedes ir al grano, amigo?”, pregunté ansiosa por
saber qué era lo que iba a decirme.
“Bueno. ¿No te parece que ya has pasado bastante
tiempo lejos?”, dijo con toda sinceridad. Nunca lo sentí
como una forma indirecta de decirme que me fuera. Todo
lo contrario, él tenía razón. No supe qué decir, porque
siempre las charlas con él me dejaban pensando. Parecía
darse cuenta de lo que yo sentía, de lo que debía hacer.
“Me parece, al verte tan contenta estos días que ya
conseguiste tus respuestas. Que lo que amas de verdad está
en Puerto Azul. Como amigo es mi deber hacerte ver que
estos días que has extendido tu visita, no son más que una
realidad falsa, como mi beso” comentó acariciando mi
mejilla. Lo miré sonriente, porque gracias a lo que había
dicho dejaría de postergar la vuelta a mi ciudad, lo que
venía haciendo desde el día que puse el primer pie en
Venezuela. Pero me había servido para ver las cosas con
mayor claridad, así que no me lo reprochaba. De todos
modos sabía que sólo había ido allí como una forma de
escapar a mis problemas.
“No te enojes conmigo, por favor”, dijo. Se paró y
caminó con rumbo a la puerta.
“Espera, no estoy enojada. Es que siempre me dejas
pensando con cada cosa que dices, porque es verdad. Me
alegra haberte conocido, sé que vamos a seguir viéndonos,
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pero es hora de volver. Gracias por ser mi amigo, por
hacerme ver las cosas como son”, dije sonriente y él me
devolvió la sonrisa. Los grillos no dejaban de cantar
afuera.
Al día siguiente compré mi pasaje de regreso, feliz y
con muchas ganas de volver. Cuando todo estuvo listo, el
jeep hizo el mismo recorrido que al llegar. Cuando
salíamos de El Junco, uno de los amigos de Nando iba
caminando cerca de la ruta y nos reconoció.
“Adiós, pana”, gritó saludándonos, yo lo saludé con
un grito de la misma manera y levantando mi mano en lo
alto.
En el aeropuerto hubo besos, abrazos, regalos y
promesas de volver a vernos. Nunca me olvidaría de sus
rostros color caramelo, su hospitalidad, cordialidad, alegría
y sonrisas blancas. Tampoco sacaría de mi mente el
espectacular bosque, los bellos paisajes que parecían
pinturas y la casa de cristal. La hora de irme fue anunciada
por los parlantes.
“Nos vemos pronto por Chat, amiga. Tal vez el año
que viene vayamos a Argentina”, dijo Nando en voz alta,
mientras me alejaba después de haberlos despedido. Me di
vuelta para verlos una vez más con el corazón lleno de
nostalgia.
“Chévere. Los voy a estar esperando”, grité a lo
lejos feliz de haber visitado El Junco, del cual nunca me
olvidaría.
El avión despegó haciendo mucho ruido otra vez.
Volví a tomar el libro, sólo me faltaban unas hojas, pero
hacía meses que no podía terminarlo. Suspiré al llegar a la
última línea. No sabía si aún era lo suficientemente madura
para leerlo, pero entendía sobre amores imposibles, que al
igual que en el libro esperaba poder concretar. Sabía que
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después de tanto esfuerzo y pelea obtendría mi
recompensa.
Antes de llegar a mi país, me quedé reflexionando
mientras los demás bajaban del avión. Sentí que muchas
veces las historias que otros escribían, nos enseñaban
cosas.
Aprendí gracias a la lectura de esa novela y mi
experiencia en Venezuela, que era siempre el tiempo el
que tenía la razón y que mi tiempo de ser feliz y amar,
llegaría algún día.
Capítulo Doce: Palacio de Tul
Lo primero que vi en el aeropuerto cuando llegué al
país fueron las caras de ansiedad de mis amigos. Los dos
me esperaban a lo lejos reteniendo las ganas de correr
hacia mí. No dudaron ni un instante y se acercaron a pasos
agigantados por el resbaloso piso.
“Hola hermanita. Al fin llegas. Estábamos cansados
de esperar”, saludó Alexis tomándome de la cintura. Me
levantó en el aire y empezamos a dar vueltas ante las risas
de mi amiga. Cuando por fin me dejó, Nadia me abrazó
fuertemente casi impidiéndome respirar. Nunca hubiera
esperado esas reacciones de mis amigos, mucho menos
que Al fuera tan expresivo.
“Hey, por lo que veo me extrañaron de verdad”, dije
sonriente acomodando mi ropa arrugada por sus saludos.
La gente alrededor caminaba sin dejar de hablar.
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“Obvio que te extrañamos, nena, tenemos
sentimientos, eres nuestra amiga. Por fin regresaste. Ya
nos estábamos aburriendo sin ti”, comentó ella
ayudándome con el equipaje más liviano, puesto que lo
más pesado lo llevaba Alexis, como siempre.
“Tus padres están trabajando. ¿No?”, pregunté al no
verlos allí, porque realmente necesitaba mirar sus caras
esperándome, ya que los míos no lo harían nunca más. No
había pensado en ellos por varios días. Supuse que la gente
se acostumbraba a vivir luego de esas feas situaciones.
Aunque el dolor era más leve, seguía en el mismo lugar,
nunca se iba.
“Sí… como siempre. ¿Dónde más estarían?”, dijo
Nadia no muy interesada en el asunto. Subimos al auto, al
fin estaba en casa con todo lo que conocía a mi alrededor.
Donde vivía Bastian, eso era seguramente lo que más
contenta me tenía. Tendría que prepararme, porque no
sabía cómo había tomado el hecho de mi partida.
Seguramente estaría furioso, pero al ser mi ángel no podía
estarlo por mucho tiempo, siempre correría con esa
desventaja y yo me aprovechaba de él.
Durante el camino hacia Puerto Azul, Alexis
encendió la calefacción del auto porque estábamos en julio
y era invierno. Las vacaciones estaban por terminar, así
que tendría que ponerme a recuperar el tiempo perdido.
Hacer todas las tareas y leer un gran libro que apenas subí
al auto, los chicos me recordaron que la profesora de
literatura había indicado. En ese momento, a pesar de que
amaba los libros no quise pensar en estudio ni en
obligaciones. Cerré los ojos y al instante estaba sumida en
un profundo sueño. El viaje me había cansado bastante por
lo visto.
El sueño que tuve, que volvió a aparecer después de
tanto tiempo sin soñar, fue de lo más horrible. Estaba en el
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bosque de Puerto Azul cerca del colegio, aunque algunas
cosas pertenecían a otro bosque que había conocido hace
unos días, como sus flores y arroyos de agua fresca. Los
dos lugares se superponían creando una imagen alterada.
Estaba parada en el medio de un claro sin saber por
qué estaba allí. Tenía puesto un vestido rojo, gigante y
antiguo, como de una reina. También llevaba un gran
sombrero, que no hacía más que comprobar que la época
no era actual.
Empecé a girar tratando de encontrar lo que estaba
buscando. Varias mariposas imperiales azules volaban
cerca de mí, las quería seguir pero no podía caminar.
De repente, entre las sombras apareció una mujer
extraña, alta, de pelo negro y ojos de color rojo. Las
mariposas se incendiaron, gritaban de forma aguda al caer
al suelo y eso hacía que me dolieran los oídos. Entonces
me llevé las dos manos a las orejas para no escuchar su
dolor. Veía que la mujer movía los labios, así que saqué
mis manos de donde estaban para oír lo que ella estaba
diciendo.
“Qué triste, ¿no? Supongo que era su hora de morir.
Como la de ellos, mira”, dijo con una sonrisa malévola
señalando a dos personas colgadas por el cuello en un
árbol. Eran Nadia y Alexis, estaban muertos.
No podía creerlo, era desesperante, porque quería
acercarme a comprobar que eran mis amigos, pero esa
extraña ejercía una clase de poder sobre mí que me
paralizaba y no podía moverme. Cuando estuvo a punto de
acercarse, apareció Bastian agitando sus inmensas alas y la
arrojó con todas sus fuerzas contra el tronco de un árbol.
Él rodó por el suelo, pero se levantó enseguida, ella
parecía inconciente. Bastian empezó a caminar en mi
dirección dándole la espalda. Inmediatamente, la mujer se
paró sin que él la viera, con una lanza de plata brillante de
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punta fina y afilada en su mano. Lo atravesó sin
misericordia. La punta del arma salió por el pecho, sus
ojos quedaron blancos y sin vida, mientras que su sangre
carmesí bañó mis pies.
“¡BASTIAN, NO!”, grité llorando con una dolorosa
opresión en el corazón que no me dejaba respirar.
“¿Qué pasa Amy? ¿Dónde está Bastian?”, preguntó
Nadia preocupada, cruzándose en una maniobra hasta el
asiento trasero. Aún estábamos en el auto y no podía parar
de sollozar. Me moriría si eso hubiera sido realidad, verlo
sin vida era una idea que no podía permitirme tener.
“Dios, qué pesadilla horrible. ¿Por qué son tan
reales?”, exclamé llorando como una tonta sobre el
hombro de mi amiga. Pude ver que estábamos a punto de
estacionar.
“Pobrecita, Amy. ¿Por qué dijiste Bastian? ¿Qué
soñaste?”, interrogó, mientras Al me miraba por el espejo
retrovisor expectante.
“No sé. No quiero acordarme de eso, fue espantoso.
Además ustedes no la estaban pasando demasiado bien
tampoco”, dije sabiendo que el fallecimiento de mis
familiares estaba jugando con mi mente. Los dos me
calmaron al instante con sus palabras.
El auto por fin se detuvo frente a mi nueva casa.
Entonces me tranquilicé, limpié mi cara, porque no quería
que mis amigos me vieran de esa manera, tan fuera de mí.
Hacía mucho frío afuera, Nadia me había dado una
campera que se había acordado de llevarme. Fuera del
garaje estaban estacionados los dos autos de sus padres, así
que era obvio que no estaban en el trabajo. ¿Podrían haber
vuelto ya? Pero no era largo el viaje de la capital a Puerto
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Azul. ¿Tan rápido había pasado el tiempo? Tenía un
presentimiento de que algo estaba sucediendo.
Alexis abrió la puerta dejando todo el equipaje, pude
ver que Clara corría con cosas en la mano hacia el
comedor que en raras ocasiones usábamos.
“Nos atrapaste. Bienvenida”, dijo Héctor
abrazándome fuerte y me guió hacia el comedor. Habían
preparado un magnifico almuerzo de bienvenida, con la
vajilla fina que nunca se utilizaba. Sobre una de las
ventanas había un cartel que decía: BIENVENIDA AMY.
“Me alegra que estés de vuelta, hija. Te extrañamos
mucho”, saludó Clara dándome un beso.
“Voy a la cocina, no queremos comer carne
quemada”, agregó sonriente y desapareció por la puerta
que comunicaba las dos habitaciones.
Esa clase de cosas, como las fiestas sorpresas, no
eran de mi agrado; pero nada que viniera de ellos me
molestaba. Era increíble cómo me terminaban
convenciendo de todo. Además, eso era muy diferente a
una fiesta. Era algo íntimo, familiar y sin invitados.
Durante el almuerzo no pude comer mucho porque
querían saber todo acerca de mi viaje, los lugares que
había visto, personas y demás. Entonces les mostré las
fotos que tenía, se quedaron maravillados con el paisaje.
Les dije que me había hecho muy bien haber ido, porque
me había dado cuenta de muchas cosas importantes. Todos
se alegraron de que hubiera encontrado las respuestas que
necesitaba.
En un momento, Clara se levantó de la mesa y pude
escuchar que subió corriendo las escaleras. Los demás nos
quedamos expectantes, aunque otro presentimiento me
decía que yo era la única que no sabía nada.
Bajó con algo cuadrado, casi plano, envuelto en un
papel color crema y un gran moño. Haciendo uso de mi
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poco sentido común, pude darme cuenta que era un
cuadro. ¿Qué otra cosa podía ser? ¿Con qué me
sorprendería esa vez?
“Ábrelo ahora y dime si te gusta”, dijo
alcanzándomelo. Cuando logré quitar todo el papel
rompiéndolo, porque decían que traía suerte, vi que lo
tenía al revés. Lo giré para mirarlo, en verdad me dejó
sorprendida nuevamente. Había una bella y gigantesca
mariposa azul, posada sobre una hoja de color verde vivo.
Era espectacular, lo que era de esperar viniendo de
semejante pintora.
“Gracias, es hermoso. Tengo que empezar a pagarte
estos cuadros. Muchas gracias, de verdad”, dije
acercándome a ella para darle un beso.
“No es nada. Cuando Nadia me contó que te habían
decorado el cuarto con cuadros de mariposas en
Venezuela, supe que no podrías traerlos, así que lo pinté
para que lo pongas junto al ángel”, dijo sonriente. Para una
artista como ella era más gratificante la reacción de la
gente al recibir sus cuadros, que el dinero.
Cuando dijo “ángel”, me acordé de Bastian y de las
ganas inmensas que tenía de verlo. Era un sentimiento tan
fuerte, un amor tan profundo que se había apoderado de mi
corazón, de mi alma y de todo mi ser, que lo único que
quería hacer era tenerlo cerca.
Los pocos días de vacaciones que quedaban pasaron
volando, entre libros, trabajos prácticos y tareas que habían
quedado pendientes. Nadia me puso al tanto de todo lo que
había sucedido en la ciudad, las nuevas peleas de nuestros
compañeros de clase, los amores más recientes. Por suerte
no tenía que preocuparme porque alguna popular me
robara a Bastian, pues era imposible que él se enamorara.
Tenía la idea de que ni sabía lo que era ese sentimiento.
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El primer día de vuelta en la escuela volvió a mí la
sensación horrible del año anterior, al ver el colegio, su
fachada, sus puertas abiertas invitándonos a ingresar para
encontrarnos con la sabiduría. Un sentimiento que me
volvió a repetir que no me agradaba para nada la idea de
pasar horas allí.
El hecho de saber que mis compañeros eran Leo,
Gina y Augusto, hacía las cosas menos tolerables aún, pero
sacaría paciencia de algún lugar para soportar sus
comentarios.
Además de todos mis problemas, ahora había un
vacío que yo sabía muy bien qué era. No lo había visto
hacía más de dos semanas. Sentí ganas de acariciar su
cabello y robarle un beso. Seguramente se había enojado y
no quería hablarme. Me estaría cuidando escondido entre
las sombras para que no lo viera o tal vez, desde los techos
mirándome dar vueltas en la cama hasta que lograba
dormirme.
“De vuelta a clase, Amelie. Espero que las
vacaciones te hayan hecho muy bien”, saludó Leo
sinceramente y mi desagrado por él, lo que había sentido
hacia unos segundos, se fue de repente, al igual que por
todos los que estaban en el aula. Recordé que me había
dicho que no debía pensar en el colegio como un drama.
Tenía que estar sonriente y divertirme, para así hacerlo
todo más tolerable.
“Muchas gracias Leo. Espero que te hayas divertido
en tus vacaciones”, me acerqué y le di un beso en la
mejilla. Se quedó inmóvil pero sonriente, pensé que era el
único beso de parte mía que obtendría toda su vida, así que
lo dejé disfrutarlo. Nadia y Alexis se reían en sus
escritorios. Nuestros lugares nos habían estado esperando,
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el mío estaba vacío de un lado, ya que hacía dos años me
sentaba sola.
Los profesores no nos preguntaron si habíamos
hecho los trabajos prácticos o habíamos leído en las dos
semanas libres, porque sabían que éramos buenos alumnos
y suponían que habíamos estudiado. Menos tenía que decir
el de Historia, que se había quedado maravillado con
nuestro trabajo sobre la guerra mundial el año pasado.
Ahora lo usaba de ejemplo para los alumnos de cuarto año
y nosotros: la triple alianza, estábamos más que orgullosos.
Mientras la profesora de literatura llenaba planillas y
formularios atrasados, lo que le llevó unos diez minutos,
una brisa pareció ingresar por la puerta de la nada. Eso
llamó mi atención de inmediato. Varias hojas de papel
volaron pero nadie registró el hecho. Alguien ingresó con
un cuaderno más dos libros bajo el brazo y me quedé
observando atónita, porque no entendía lo que estaba
sucediendo.
“Hola profesora, perdón por llegar tarde. Tuve un
problema con mi auto”, dijo una voz conocida, que hizo
que saltara de mi banco. ¡No lo podía creer!
Como en cámara lenta se dirigía hacia donde yo
estaba, con todas las miradas puestas en él. Era Bastian,
vistiendo una camisa escocesa de hermosos colores. Tenía
jeans negros y zapatillas del mismo color, se acercaba a mí
sonriente sin mirar a nadie más que a mí.
Aún pensaba que era más perfecto que modelo de
revista, con su piel blanca, sus ojos verdes, cabello negro y
flequillo sobre su ojo izquierdo. Estaba como siempre lo
había recordado en esas semanas de ausencia, pero aún
mejor. Mis pensamientos en el extranjero no le habían
hecho justicia a su belleza.
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Se sentó en la silla al lado mío sin decir nada. Yo
estaba con la espalda hacia la pared, mis pies sobre el
soporte de su silla y mirándolo como loca, como si fuera
una visión, sin entender si era verdad o estaba soñando
otra vez.
Nadia y Alexis se dieron vuelta, sonrientes, uno de
ellos dijo: ¡Sorpresa!, pero no supe quién fue, porque ni
voces podía distinguir en ese momento.
Bastian se acercó despacio para besar mi mejilla
suavemente, cerré mis ojos, porque sus besos eran mejor
de lo que recordaba. Sus labios eran reales y frescos,
entonces todo era verdad, no estaba soñando. Su voz me lo
comprobó en el instante en que la escuché, aún mejor de lo
que siempre sonaba.
“Bienvenida Amy. ¡Sorpresa!”, saludó bromeando y
empezaron a reír con mis dos amigos. La profesora los
hizo callar dándoles una mirada aniquiladora.
“¿Desde cuándo lo habían sumado a nuestra
alianza? ¿Me estaba volviendo loca? ¿Qué estaba
pasando?”, las preguntas no tardaron en invadir mi mente.
Pensé que iba a explotar de alegría.
“Perdón por no haberte saludado antes, pero tenía
cosas que hacer, así que esperé hasta hoy”, susurró
mostrándome el dedo con el anillo. “El trabajo”, Dios era
lo que lo había mantenido ocupado. Ese anillo si
significaba que tenía un compromiso con su “padre”, con
Dios nada más ni nada menos.
“No entiendo Bastian. ¿Qué haces aquí? No es justo
usar tus poderes para entrar al último año. Yo me maté
estudiando para llegar aquí”, bromeé hablando en voz baja,
por suerte estábamos al fondo del aula, así que si éramos
prudentes podíamos conversar toda la clase sin ser
descubiertos. Mis amigos tampoco estaban escuchándonos
porque estaban concentrados en el ejercicio que la
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profesora había indicado. Eso era realmente bueno porque
no quería que supieran de que hablábamos y menos de
nuestro gran secreto. Comenzamos a susurrar.
“Todo en regla Amy. Sabes que no puedo mentir.
Mi jefe no lo permitiría”, comentó escribiendo lo que la
profesora decía, con una letra estilizada y hermosa en su
cuaderno.
“¿Entonces? ¿Por qué no te vi estudiando antes?”,
pregunté contenta de no estar más sola en mi escritorio y
que fuera él, quien ocupaba la silla vacía.
“Hace tiempo terminé el cuarto año y luego
abandoné. Se pone aburrido después de varios años.
Bueno, siempre hice la secundaria porque siempre tuve
esta edad. ¿Me imaginas en guardapolvo a los dieciocho?”,
rió. Era verdad entonces, si había usado su influencia.
“Es raro Bastian, porque tienes que aprobar la
primaria para estar hoy aquí. Hiciste trampa igual”,
comenté sonriente.
“Bueno, mi viejo diploma de primaria no sirve para
estas épocas, así que el jefe hizo una excepción con eso.
Pero la primera semana de vacaciones, para distraer mi
enojo por tu partida, rendí todas las materias, aprobé los
exámenes y aquí estoy. En realidad es sólo un pretexto
para cuidarte de cerca, para que no te vayas más”, dijo y
todo sonaba tan real. Dios existía, Bastian hablaba con él.
También se había enojado conmigo por haberme ido,
como yo pensaba.
“Perdón, realmente lo necesitaba para encontrar
respuestas. Gracias por no interponerte y seguirme”,
comenté tocando su mano.
“¿Estas segura de que no te seguí?” dejó las palabras
flotando en el aire. Miré a Bastian casi cerrando los ojos,
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para que vea que ahora estaba enojada. Entonces no habían
sido sombras malignas, había sido él entre los árboles.
“Obvio que te seguí, no pienses que te iba a dejar
sola otra vez. Hice mi mejor intento para que no me veas,
pero tienes una especie de radar para captar ángeles. Ah,
por cierto, no me gustó mucho el beso que te dio tu
amigo”, comentó y me puse roja. Había visto eso, hablaba
como si estuviera celoso, lo que me ponía feliz.
“Perdón. Deja de mirarme así, Bastian. No fue nada
más que una prueba, para saber lo que quiero de verdad”,
dije y lo miré fijamente a los ojos. Él no dijo nada porque
sabía que eso nunca ocurriría, a pesar de que estábamos
jugando demasiado a coquetear, había cosas que nunca
podrían ser.
El timbre sonó, así que la situación incómoda no
duró más que un segundo. Me quedé pensando si mis
amigos sabían la verdad sobre Bastian, pero entendí que
no, él nunca se los diría y yo tampoco. Tal vez algún día
cuando vieran que él seguía siendo igual, sin envejecer, se
preguntarían cosas.
Los cuatro recorrimos el pasillo ante las miradas de
los demás que seguían analizándonos. Pero nada me
importó en ese momento, sólo seguía a mis amigos y no
dejaba de ver a mi ángel.
“¿Sabes una cosa? Nadia y Alexis me ayudaron a
estudiar unos días. Me dieron todos sus apuntes y libros”,
comentó él con su sonrisa tan característica.
“No fue difícil ayudarlo, es muy buen estudiante y
tiene una memoria espectacular”, dijo Alexis mientras nos
sentábamos en nuestra mesa, donde las cuatro sillas habían
sido ocupadas. Miré hacia la barra de comidas, donde una
chica nueva ayudaba a Juan.
“¿Sería un ángel también?”, empecé a reír de mi
idea.
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Recordé que Al una vez había dicho que Bastian
tenía ganas de estar con nosotros, en la mesa, riendo y
abrazándome. La última parte obviamente no se cumplió
como mi amigo había dicho. Lo que era triste para mí y
supuse que para Bastian también. Había podido ver en sus
ojos en el aula, cuando lo miré insinuando que era él lo
que quería de verdad, que de veras tenía ganas de amarme.
También había mostrado celos, lo que era otra cosa más a
mi favor, pero su trabajo era más importante y con
semejante jefe no iba a abandonarlo. No podía culparlo por
eso.
“Supongo que ahora no me vas a obligar a comer lo
que no quiero”, dije mirándolo con una risa burlona. Mi
bandeja estaba repleta de grasosa comida chatarra.
“No te voy a obligar, pero puedo aconsejarte comer
algo más sano”, exclamó sonriente. Tomó la bandeja, se
paró y caminó sin mirarnos. Llegó a la barra, devolvió mi
hamburguesa, papas fritas y gaseosa. Cambió mi menú por
pollo, como siempre, una ensalada de verduras más un
vaso de agua. Lo miré sin poder creerlo, hasta que estuvo
de nuevo ocupando su lugar.
“Conmigo eso no, hermano ¿OK?”, dijo Alexis
protegiendo su “fast food” de todos los días y por la que
daba gracias a Dios.
“¿Desde cuándo es hermano para ti?”, dije
sorprendida ya que no pensaba que tantas cosas habían
pasado entre ellos.
“Desde que yo se lo permití”, imitó mi voz, la que
usé aquel día en el bosque cuando me encontraron
abrazada a Bastian. Aquel día, cuando él me dijo “Amy”,
como si nos conociéramos desde siempre. Pensé en ese
momento por unos minutos. Tenía muchas ganas de volver
a él. De que el tiempo no pasara nunca para poder
quedarme por siempre en sus brazos cálidos.
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Los chicos se estaban riendo de algo, pero no sabía
de qué, porque no había escuchado. Igualmente me uní
para no quedar fuera de la diversión. Así pasó el almuerzo,
lleno de sorpresas, novedades y risas. Me sentí feliz
porque tenía todo lo que quería a mi lado y por primera
vez no me importaron las miradas “asesinas” de todos los
demás, era como si no existieran.
La clase por la tarde fue de lo más aburrida para
todos, pero en vez de unirme a la masa de aburridos, me
quedé analizando cada centímetro de la cara de Bastian,
respirando su perfume. Él estaba concentrado en lo que el
profesor decía, pero en un momento me miró a los ojos.
“¿Te pasa algo?”, preguntó. Y si, casi siendo
atravesado por mi mirada, era obvio que se iba a dar
vuelta. Era un tanto molesto cuando la gente hacía eso,
pero no me importaba hacérselo a él.
“No… nada, sólo te miraba. Eres tan hermoso”,
comenté volviendo mi vista hacia el maestro, que no era lo
mismo que mirar a quien tenía a mi lado. Todavía no podía
creer que lo tenía tan cerca, después de casi haberlo
perdido. Sentí en ese momento que el vacío que mi familia
había dejado, el hueco en mi corazón, se iba llenando de a
poco. A paso lento, pero de todas formas se iba cerrando la
herida. Entonces pensé que no quería que NUNCA le
pasara algo malo a mi nueva familia por mi culpa. No
podría perdonármelo por el resto de mi vida. Y extrañas
ideas se iban formando despacio en mi cabeza, como
tormentas oscuras. Ideas que no eran del todo
descabelladas, al menos para mí.
RING. Otra vez y como siempre que estaba
distraída, el timbre me asustó. Mis amigos se rieron al
verme dar el salto. Todos salieron corriendo, como si no
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pudieran aguantar un segundo más, lo que era entendible
después de un largo día de estudio.
“Quiero pedirles algo, si no se enojan”, dijo Bastian.
No tenía idea de qué sería pero miraba a Alexis y a Nadia,
así que no era un pedido para mí.
“Sí. ¿Qué cosa?”, dijo Alexis buscando las llaves del
auto en su mochila que era un gran lío de cosas que nunca
iba a ordenar.
“Eh… quiero llevar a Amy a un lugar. Es una
sorpresa, luego la llevo hasta su casa sana y salva. Lo
prometo”, comentó ahora mirándome a mí con sus ojos
maravillosos. Era yo lo que él les estaba pidiendo.
“Muy bien. Ahora es tu carga, puedes llevártela”,
bromeó Nadia guiñándome un ojo mientras se alejaban.
“Cualquier cosa, usa el celular”, gritó Al levantando
la mano en la que tenía la llave para saludar. Como si mi
ángel pudiera hacerme algo malo, no necesitaría usar el
teléfono.
“Entonces. ¿Cuál es la sorpresa?”, dije ansiosa
poniendo mis manos en los bolsillos traseros de mis jeans
gastados.
“Ya verás. Ahora vamos a jugar a ser como espías.
Vamos al bosque sin que nos vean los directores”, propuso
tomándome de la mano y arrastrándome rápidamente por
el patio, hasta que nos internamos en el bosque.
Mi respiración estaba un tanto agitada con la
aventura, pero era muy divertido. Además, escuchar a
Bastian reírse en voz alta, mostrando los dientes blancos
era espectacular, me contagiaba su alegría.
Caminamos unos pasos, el silencio era
estremecedor. A medida que avanzábamos todo se hacía
un poco más oscuro. Las hojas secas que cubrían el suelo
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como gruesas alfombras, crujían cuando las pisábamos.
Bastian se detuvo y soltó mi mano.
Conocía ese árbol, allí era donde nos habíamos
quedado dormidos aquel día en el que confundí odio con
amor.
“Hey, gracias por la sorpresa. Es… muy linda”,
sonreí esperando que fuera otra la sorpresa, pero ese lugar
significaba mucho para los dos igualmente. Los
sentimientos de aquella tarde todavía podían respirarse en
la brisa.
“¿Qué? No, esta no es la sorpresa. Falta un poco
para eso, que el sol se oculte más. No seas impaciente,
Amy”, dijo y nos sentamos cerca del árbol. Era peor si me
decía que no esperara, pues más me desesperaba por saber
de qué se trataba. Me senté a su lado respirando hondo,
tratando de ocultar mi ansiedad.
Nos quedamos sin hablar por un momento, sólo
escuchando los ruidos que gradualmente se hacían notar.
“Aquí hicimos un pacto hace tiempo. Quiero saber
cómo es ahora, que lo digas. ¿Soy parte de tu vida o sólo
debo estar cerca?”, preguntó lanzando una piedra a lo
lejos.
No supe cómo o de dónde tomé coraje. No me
importó que él se enojara y me tirara al suelo, pero crucé
una pierna por sobre las suyas que estaban extendidas
sobre el pasto húmedo. Moví más mi cuerpo y me senté
sobre él, mirándolo a los ojos. Acomodé su flequillo,
nuestras caras estaban cerca. Él respiraba fuertemente,
irregularmente, como nunca antes lo había hecho. Estaba
nervioso de verdad.
“Eres parte de mi vida. Creo que eso está más que
claro”, comenté contenta de que no me alejara. ¿Y si Dios
estuviese viéndonos? No me importaba, porque me había
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propuesto convencerlo de lo que sentía. Él sólo estaba
dudando y quería que se diera cuenta de lo que en realidad
sentía por mí. Pero si Bastian me confirmaba que no me
amaba, no lo molestaría nunca más.
Luego su respiración se calmó. Levantó su mano
para acariciarme la mejilla.
“¿Por qué tienes que hacer esto tan difícil, Amy?”,
me preguntó con los ojos llenos de dolor. Los cerró y me
aproximé para besarle los parpados. Su reacción fue un
temblor fuerte, como si escalofríos corrieran por su cuerpo.
“Porque quiero que me digas que sientes lo que yo
siento por ti. Te amo con toda el alma y eso es poco.
Porque es mucho, mucho más lo que te amo”, dije
mirándolo seriamente, al fin dejando salir la verdad a la
luz. El nudo que me oprimía el corazón se desató. Ni yo
me conocía, nunca me hubiese animado a decirle eso a
nadie. No me había puesto roja como siempre, la
vergüenza se alejó de mí.
“Es más difícil aún que me pidas eso. ¿Sabes lo que
es para alguien que nunca sintió lo que sienten los
humanos cuando aman? Nunca me había enamorado antes,
ni aun cuando fui humano”, comentó sacudiendo su cabeza
y riendo.
“El hecho de temblar cuando me tocas, tener ganas
de estar siempre a tu lado, no porque es mi deber, sino
porque quiero. Desear que tus labios estén sobre los míos
todo el tiempo. Es mágico todo eso. Los envidio en ese
sentido y no puedo mentirte. Te amo más que a nada en los
dos mundos que conozco y eso es poco comparado con lo
que te amo”, comentó con su voz llena de dulzura y por fin
supe que era verdad. La electricidad al estar juntos corría
por nuestras almas de la misma manera. Se producían
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cortocircuitos al tocarnos, ya que nuestros corazones latían
a la par.
“Aprecias mucho trabajar para Él, ¿no? Mucho,
como para no dejarlo todo por mí”, dije triste. Traté de
levantarme pero él me sujetó. Una lágrima cayó de mi ojo
en sus labios. Sacó su lengua lentamente para sentir su
sabor a sal. Luego sin pensarlo me besó en la boca para
que dejara de sollozar. Me quedé sin aliento, no sabía
dónde estaba. Tenía sus manos en mi cintura y sus
carnosos labios en los míos. Era algo diferente, excitante y
paralizante. Esa vez no fue un beso robado, él realmente
quiso besarme. Luego dejó de hacerlo. Cada vez el bosque
estaba más oscuro.
“Traté de dejarlo todo miles de veces, pero no es
fácil. Si vuelvo a ser humano hay un riesgo…”, comentó.
Sus palabras hicieron que volviera a pensar de verdad en
los problemas de la realidad.
“Un gran riesgo de que en la transformación olvide
todo. Todo lo que siento por ti o que aparezca en cualquier
lugar del mundo. Pero eso no es tan malo como olvidarme
de ti. Si me alejaran de tu lado, haría hasta lo imposible
por encontrarte otra vez, pero si no me acordara de nuestro
amor, nunca te buscaría, ¿entiendes?”, dijo lleno de
tristeza y comprendí sus porqués. Una lágrima pequeña
rodó por su cara. Cuando puse el dedo para detenerla, se
convirtió en un pequeño cristal transparente que brillaba.
Me quedé alucinada con lo que había visto, pues así
lloraban los ángeles.
“Guárdala. Eso es todo lo que me haces sentir y lo
que provocas en mí. Me pasan cosas sorprendentes que
nunca antes había sentido. Te amo”, comentó abriendo mi
bolso para que guardara mi regalo.
“Gracias por reconocer que me amas. Somos una
pareja rara, Bastian. Todo ha sido diferente con nosotros.
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No debía saber que eras un ángel y tú no debías
enamorarte de mí. Tal vez podamos cambiar las cosas otra
vez”, le dije tratando de darle esperanzas. Tal vez sólo era
cuestión de intentar y si él en la transformación me
olvidaba, me borraba de sus recuerdos, la que sufriría sería
yo.
“Sí que somos raros. Un ángel y una humana. No
pensemos en esa decisión todavía”, agregó jugando con mi
cabello.
“¿Y qué dice Dios a todo esto? ¿No debería haberte
quitado las alas ya al vernos besándonos?, porque seguro
nos ve y nos escucha”, pregunté intrigada. Su cara se
iluminó con el cambio de tema. Por suerte, porque odiaba
verlo sufrir por mí. Otra vez volvían esas ideas feas a mi
cabeza.
“Él es justo, Amy. Nos está dejando elegir y tomar
las decisiones tranquilamente, con tiempo. Hasta que
nosotros nos comuniquemos con él, no va a hacer nada si
no se lo pedimos”, comentó quitándome suavemente de
encima de él. Pensé que era bueno que nos diera tiempo de
pensar bien las cosas.
“Ahora, caminemos un poco hacia la sorpresa”, dijo
sonriente, me tomó de la mano para guiarme a través de las
plantas y árboles. Caminamos sin parar un buen tiempo, el
sol se había escondido. Luego, las estrellas iluminaron el
cielo oscuro.
Llegamos a la base del cerro que siempre había
querido conocer. Pude ver luz en la cima, pero no entendía
el porqué.
“¿Cómo se supone que vamos a llegar hasta
arriba?”, pregunté ya que él sabía que la destreza física no
era mi fuerte, que me sería imposible escalar.
“Puedo volar Amy, voy a ser tu transporte, otro
privilegio más que tendrás”, se rió en voz alta.
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Quitó la ropa que cubría su torso para que salieran
las grandes alas que tanto había extrañado. Después, hice
un lazo con mis brazos alrededor de su cuello, él me rodeó
la cintura con su brazo izquierdo y me levantó unos
centímetros, como si yo no tuviera peso, como si no le
costara.
“Espero que estés lista, porque vamos a despegar
ahora”, indicó. La sensación nunca la podría explicar. Se
escuchaba el ruido de las alas oscuras que aleteaban detrás
de su espalda. Elevarnos mientras el viento acariciaba mi
pelo, producía una sensación rara en mi estómago. Había
que experimentarlo para saber lo que era. Él no paraba de
reír al ver mi cara desconcertada, asustada mejor dicho.
¿Alguien me creería esa historia alguna vez? Todas esas
cosas que me habían pasado no serían normales para nadie.
El cerro no era tan alto como una montaña, pero se
podía ver bastante desde arriba. El gran colegio, el bosque
y a lo lejos, si uno seguía la ruta con la mirada, la
luminosidad de Puerto Azul.
Sobre los arbustos secos, Bastian había colocado
miles de lucecitas amarillas que no se apagaban o titilaban
nunca, estaban siempre prendidas. No quería ni
preguntarme cómo había hecho para que se encendieran en
un lugar en el que no había electricidad.
Me llevó de la mano por el sendero. Se había vuelto
a poner la ropa ya que sus alas estaban cerradas e
invisibles. A unos pasos se podía ver una especie de carpa
construida con una red de agujeros muy pequeños. Dentro,
se veían plantas y una tenue luz blanca, iluminando a
pequeñas criaturas que volaban de aquí hacia allá. Al
llegar no parecía más una carpa, sino un palacio de tul, así
me gustó llamarle.
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“Esta es la sorpresa, espero que te guste”, deseó
corriendo un poco el tul de la entrada para dejarme
ingresar.
Cuando entré, comprobé que había flores de todos
colores y plantas de varias especies que ni sabía que
podían existir. Se podía respirar un perfume delicioso en el
aire. Había cientos de mariposas azules volando por todas
partes. Era un gran regalo el que me había hecho,
maravilloso. ¿Mariposas en invierno? Tampoco iba a
seguir preguntándome eso.
“Me encanta, es muy bello. ¿Ves? Tú lo haces más
difícil para mí haciéndome estos regalos. Después esperas
que no te bese por esto”, bromeé extendiendo un dedo para
que una mariposa se parara en él. Esta movía sus alas muy
despacio.
“No me voy a oponer más a tus besos. Son
irresistibles, como la sustancia dulce que atrae a las
mariposas”, comentó sonriente. Las seguí observando,
movían sus alas al igual que él, igual que los ángeles. No
pude evitar besarlo, él no se opuso, al parecer se estaba
acostumbrando a la idea.
“Te tengo que decir gracias, pero especiales, no de
las que sólo lo dices. Esto es demasiado”, expresé mirando
todo a mi alrededor. El silencio abrumador, las luces sobre
el cerro, las flores, las mariposas aleteando y sobre todo él
al lado mío.
“¿Cómo es eso de gracias especiales?”, preguntó
sonriente pero intrigado, esperando mi explicación. Lo
miré a los ojos.
“Primero: dijiste que me amabas, eso es más de lo
que pensaba escuchar en mi vida. Segundo: las mariposas
son mi ser favorito después de ti y ahora las tengo aquí.
Tercero: tengo una lágrima de cristal que lloraste por mí”,
le dije abrazándolo sin dudar. Empezó a reírse.
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“Por esto es que te amo. Porque eres tan especial,
diferente y hermosa. Pero, ¿te gusta que llore por ti?”, dijo
y pensé que era broma. Pero me di cuenta que él nunca
supo lo que era llorar, al menos no lo recordaba de su vida
anterior. Me había visto a mí hacerlo tantas veces, llorar de
alegría, que tal vez quería ponerse a llorar para que yo me
sintiera feliz. Hasta en eso tenía que consentirme.
“No seas tonto, Bastian. Lo que más detesto es verte
sufrir, tu cara se pone tan triste. Como el día en que te
hablé mal en la cafetería, que te dije que Amy me decían
sólo mis amigos. No sabes cuánto me odié por eso”,
comenté con un poco de rabia aún. ¿Cómo había sido
capaz de tratar así a lo que más amaba? Él besó
delicadamente mi frente.
“Eso es porque eres una chica mala. Pero igual te
amo”, bromeó y volvió a decirme que me amaba. ¿Qué
pasaría si tuviéramos todo el tiempo para estar así? Si
nunca tomáramos la decisión. No me molestaría seguir
viviendo junto a él de esa manera. Pero seguro Dios se iba
a cansar de esperar a que decidiéramos y lo haría por
nosotros. Además, yo seguiría envejeciendo, pero él sería
joven por siempre. Esa idea me asustaba demasiado, no
quise pensar más porque por el momento estaba feliz con
lo que estaba pasando. No me iba a permitir arruinarlo.
“Bueno, es hora de llevarte a casa. Deben estar
preocupados porque no los llamaste. Primero liberemos las
mariposas”, dijo él volviendo a ser el protector que
siempre había sido y lo amaba por eso también, que
siempre estuviera cuidándome.
Nos paramos fuera del palacio que me había
construido. Hizo un movimiento en alto con su mano y el
tul voló por los aires. Ya nada me sorprendía. Las
mariposas salieron volando todas juntas a la vez. Se
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alejaron, azules, hermosas y brillantes bajo la blanca luz de
la luna.
Bastian me tomó fuertemente en sus brazos,
confiado en la oscuridad y en lo lejos que estaba el lugar
de la gente, así que me llevó volando hasta el auto. Esa vez
no tuve miedo, porque sabía que en sus brazos siempre
estaría a salvo.
Capítulo Trece: Noches
El auto se detuvo frente a la gran casa. Las luces
estaban encendidas en varias habitaciones y de seguro me
esperaban para cenar. No tenía ganas de alejarme de
Bastian, no ahora que habíamos dicho lo que nos pasaba
abiertamente. También sabía que no lo podíamos vivir
como un noviazgo de verdad, como yo quería, porque
tenía que ser un secreto.
Él pensaba que había veces que Dios no escuchaba
lo que hablábamos, que eso nos daba más tiempo, aunque
yo no creía que fuese así. Amar a un ángel me hacía estar
en falta con Dios, pero realmente amaba a mi ángel de la
guarda y no iba a negarme la oportunidad de ser feliz a su
lado, no me importaba si al Creador la idea no le gustaba.
“¿Me vas a cuidar esta noche?”, pregunté con
tristeza en la voz, ya que no quería bajar del auto. Los
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vidrios se estaban empañando, afuera debía hacer mucho
frío.
“Sí, como todas las noches desde que naciste. No te
preocupes, voy a dejar que me veas para que te sientas
tranquila”, respondió dulcemente y me besó en los labios.
¿Qué más le faltaba para convencerse? Nuestro amor era
tan fuerte que tenía la idea de que si él dejaba de ser ángel,
no pasaría nada de lo que suponía que iba a suceder. No se
olvidaría de mí ni aparecería en China o en algún lugar
recóndito del planeta tierra, porque los dos nos atraíamos
como inmensos imanes, siempre estaríamos juntos.
“Entonces nos vemos. Te voy a estar esperando”,
comenté y bajé del auto reprimiendo las ganas de besarlo,
pues eso lo hacía mas difícil para mí.
Miré el vehiculo hasta que no estuvo más a la vista,
con la esperanza de que regresara, pero no lo hizo. Ingresé
rápidamente a la casa dejando el bolso al lado de una
lámpara blanca, sobre una mesa que estaba cerca de la
puerta.
Nadia se acercó corriendo hasta mí. Los demás
hablaban en el comedor, se habían acostumbrado a usarlo
y estaban reunidos en él. También se podía escuchar el
sonido que provenía del televisor encendido.
“¿Qué sucedió Amy? Pasaron tanto tiempo juntos
¿Adonde te llevó?”, interrogó ella ansiosa, esperando
todos los detalles. Tendría que resumir lo más posible para
desgracia de mi amiga, porque si nos quedábamos
hablando los demás vendrían a buscarnos para cenar y no
quería que nadie más se enterara de lo que había pasado
entre Bastian y yo.
“Me dio una gran sorpresa, miles de mariposas, de
las que me gustan. Pero lo mejor es que me ama, me lo
dijo amiga. Fue tan…” traté de decir, pero ella me
interrumpió con su voz que se transformaba en risa.
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“Sorprendente. ¿Qué le dijiste? Ya me imagino,
pero quiero escucharlo”, interrogó con sus ojos puestos en
los míos, exigiendo más respuestas.
“Que sí, que lo amo con toda mi alma. Ni yo me
reconocí por la tarde, porque estuvimos en el bosque todo
el tiempo cerca, besándonos. Créeme, fui yo amiga”,
respondí sonriente. Nadia se prendió a mi cuello y me hizo
girar gritando.
“¡Que alegría! ¿Qué pasó para que estén tan
contentas?”, dijo Alexis que llevaba una jarra con agua
desde la cocina al comedor. No iba a ocultarle nada a mi
hermano, sería peor, así que también se lo tenía que decir.
“Amy y Bastian son novios, desde hoy”, dijo Nadia
feliz, sin permitirme hablar, buscando la aprobación de su
novio que se quedó paralizado por un segundo. Eso fue lo
que me asustó, pero luego su cara cambió.
“Wow. Hermana, ya me preguntaba cuándo sería el
día en que lo iban a decir, fueron lento de verdad. A mí no
me engañan, ustedes se gustan desde aquel primer día en la
cafetería”, comentó Al diciendo palabras que nunca había
esperado escuchar de él. Ahora la felicidad era completa,
porque lo podía compartir con quienes más quería, pero
tampoco deseaba que las cosas se hicieran tan grandes, que
se me escaparan de las manos, porque mi relación con
Bastian era un tanto mas difícil. ¿Alexis había dicho que
fuimos lentos? Justo él que tardó años en confirmar su
relación con mi amiga.
“Bueno, es pronto para decir que somos novios, pero
si admitimos que estamos enamorados”, dije cruzando los
brazos sobre mi pecho, con ganas de contarles lo
“especial” y problemático que era amar a un ángel.
Luego pensé en lo que había dicho. Para mí éramos
más que novios. ¿Qué quería decir esa palabra después de
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todo? Lo que yo sentía era demasiado fuerte como para
ponerle un simple rótulo. Seguramente, igual a lo que
Nadia sentía por Alexis, por eso no formalizaron las cosas
tan rápido, porque ella una vez había dicho que no le
gustaban las etiquetas, porque las palabras muchas veces
no podían definir los sentimientos.
“Tengo hambre, necesito comer, vamos al comedor.
Ah… sólo para estar seguros, ni una palabra de esto a
Clara y Héctor”, agregué mirándolos con los ojos
entrecerrados, como cuando les quería dejar las cosas en
claro.
Durante la cena no se pronunció el nombre de mi
ángel, los chicos respetaron mi decisión. Cada tanto se
reían y bajaban la vista al plato, cosa que llamó la atención
de mis padres, pero no entendían nada y tampoco
preguntaban. Sólo me sonrojaba, porque sabía de lo que se
estaban riendo.
Luego de cenar, nos reunimos un rato en la
habitación de Nadia, Alexis ya se había marchado, así que
podíamos hablar más tranquilas. Ella me apoyó en todo
momento, diciendo que si era lo que sentía debía seguir
adelante, pelear por lo que realmente quería. Mientras yo
hablaba, le acariciaba el cabello y después de tanto
conversar se quedó dormida. La cubrí con una frazada,
apagué la luz y me alejé silenciosamente para no
despertarla.
Me cepillé los dientes frente al espejo, pensando
feliz en todo lo que me había pasado, en cuánto extrañaba
a Bastian a pesar de que se había despedido de mí hacía un
par de horas. Me puse mi remera de dormir, mi pantalón
blanco de algodón y caminé hasta la habitación llena de
energía.
Me acerqué a la ventana para comprobar si él
cumpliría su promesa. Lo vi parado inmóvil, en la
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oscuridad varios techos lejos de mi balcón que no tenía
flores como el de mi antigua casa. Abrí la ventana, tomé el
soporte del balcón y el frío me penetró los poros
haciéndome temblar. Agosto fue un mes demasiado frío,
mas que otro invierno que hubiera vivido.
Con la poca luz que lo iluminaba, pude distinguir
que se quitó la camisa y extendió sus alas que casi se
perdían en la oscuridad de la noche porque eran negras.
Inspeccioné bien todo el lugar, la calle, los alrededores,
para que nadie lo descubriera. No sabía si los demás lo
verían de la misma manera en que yo lo hacía. Tal vez la
gente lo podía ver sin alas, lo que era extraño de todos
modos. Un chico volando era raro en cualquier parte del
mundo y ante los ojos de cualquiera. Le indiqué que el
camino estaba seguro.
Voló a toda velocidad hacia mí con su sonrisa
perfecta y nada más que yo en sus ojos. Bajó hasta el
balcón, el viento que produjeron sus alas, hizo que mi
cabello volara. Él me lo arregló como de costumbre, sobre
mi hombro izquierdo. Las alas desaparecieron y lo arrastré
hasta adentro porque me estaba congelando.
Cerré la puerta con llave, para que nadie nos
sorprendiera. Me moriría si alguien nos veía, por más que
fuese Nadia que ya lo sabía. Él, otra vez movió su mano,
como poniendo un escudo invisible sobre la habitación o
haciendo dormir profundamente a mi familia, no sabía
bien qué había hecho, pero algo para protegernos seguro.
Siempre pensé que sus poderes venían acompañados
de luces o cosas raras, pero no, no había nada de
espeluznante en ellos, eran de lo más común.
No iba aguantar pasando frío un segundo más, así
que bajo su mirada analizadora me metí en la cama y me
tapé con la frazada, tratando de que mi cuerpo se calentara.
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“Ven aquí, al lado mío. Tengo frío, te necesito”,
propuse, sabiendo que su cuerpo cerca me daba calor.
Todo era cálido junto él, por eso no tenía frío cuando se
tenía que sacar la ropa para volar. De todos modos se
volvió a poner la camisa que traía en una mano.
“No te propases Amy, no abuses de mi confianza.
Veo que te gusta hacer las cosas difíciles. Aunque con
todo gusto me acostaré junto a ti, no puedo negarme a tus
pedidos”, comentó sonriendo. Se acercó despacio, le hice
lugar para que se acostara sobre la frazada.
“Por más que quisiera no voy a hacerte las cosas
mas difíciles. Pero puedes taparte si tienes frío”, bromee
porque yo sabía que nunca tenía frío.
“Y… ¿Cómo es eso de dormir? A mí me parece de
lo más extraño, ya ni recuerdo cómo era”, preguntó
interesado y me di cuenta de que si siempre me cuidaba, de
día, de noche y a toda hora, nunca dormía.
“Espera un segundo, ¿eso quiere decir que nunca
duermes?”, exclamé sorprendida. Él comenzó a reírse.
Entonces, sólo había fingido aquella vez en el bosque, para
parecer un chico normal.
“Creo haber dormido hasta las dieciocho años, pero
ahora no lo necesito Amy, porque los ángeles nunca nos
cansamos. Me parece interesante, me gustaría saber que
pasa por tu cabeza cuando duermes. Es hermoso verte
dormir. Siempre das muchas vueltas en la cama, como si
estuvieras soñando, aunque no dices nada así que no se
con que sueñas”, comentó cruzándose de brazos.
“Siempre sueño contigo. Bueno, soñaba, cuando no
te podía ver la cara. Después que supe lo que eras, el sueño
no volvió nunca más. Ese cuadro sobre la cama me hace
recordarlo cada tanto”, dije señalando la pintura que Clara
me había dado. La vio unos segundos y volvió a mirarme.
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“Las alas son bastante parecidas a las mías, pero
esas parecen plumas de pájaro. Por suerte no las hizo
blancas. No hay ángeles con alas blancas. Me pregunto a
quién se le habrá ocurrido”, bromeó sacando la mirada del
cuadro.
“Bueno, Clara debería estar orgullosa de al menos
haber hecho una buena versión de un ángel. Y por lo de las
alas blancas Bastian, si no podemos verlos como quieres
que sepamos. Somos inferiores a ustedes, obviamente”,
dije en tono de burla.
“Yo no lo creo así, eso de que sean inferiores
¿Sabes? Los ángeles tienen cierta envidia de los humanos,
porque pueden soñar, amar y llorar. Poseen más
sentimientos que nosotros y por eso voy a vengarme ahora,
en nombre de todos ellos”, amenazó tratando de parecer
malévolo pero no lo consiguió, su cara era demasiado
dulce.
Volteó un poco su cuerpo y empezó a hacerme
cosquillas. Por varios minutos no dejé de reír, hasta que mi
estómago comenzó a doler. La teoría de mamá era cierta,
la pobre Martina se aguantaba mis cosquillas diarias, más
el dolor producido por ellas. Sus rostros aún eran muy
claros para mí. Pensé que se borrarían algún día, pero no,
siempre estaban allí en mis recuerdos. Luego Bastian dejó
de hacerlo para que me repusiera.
“Te amo. Ya te lo dije, pero te amo. No puedo creer
que por fin estemos viviendo esto, desearía que no
terminara nunca”, dijo y se acercó para besarme. Sentí
ganas de saltear unos pasos, de abusar de su confianza
pero él me sujetó en mi lugar de la cama.
“Te amo. Esto no tiene porque terminar. Pero te
amo, lo voy a seguir diciendo aunque te aburras”, le dije
yo besándolo otra vez.
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“Bastian… ¿Cómo es Dios? ¿Es una luz o una voz?
¿Qué es?”, pregunté intrigada, me miró y sabía que se iba
a reír.
“¿Una luz? No, nada de eso. Él es como ustedes y
como nosotros. Parece persona, pero tiene alas, además del
pequeño detalle de que gobierna todo lo que existe con su
poder. No te creas que es tan original, sólo copió su propia
forma para crear a los humanos”, comentó acariciando mi
mejilla. Yo sólo asentí con la cabeza. Todavía era difícil de
creer todo lo que me decía.
El sueño, el cansancio, mas las emociones fuertes
vividas ese día me estaban por poner a dormir, pero antes
quería que me confirmara lo que ya sabía.
“¿Te vas a quedar a cuidarme? Aunque es injusto
que yo duerma y tú no. Por favor…”, supliqué usando voz
de nena para hacerle el pedido.
“Si me lo pides de esa manera, con todo gusto y
como todas las noches. Pero hoy no voy a verte desde
afuera, me quedo aquí junto a ti, para que no tengas frío”,
prometió apoyando sus labios en mi frente.
Puse mi cabeza en su pecho de roca, una mano en su
estómago y él me abrazó. Respiré hondo y me dormí feliz.
Muchas noches pasaron de la misma manera. Llenas
de risas, charlas sin sentido que terminaban conmigo
dormida sobre su pecho sin que nadie se enterara. Todo era
demasiado romántico.
A pesar de que la primavera había empezado y nos
sorprendió con grandes flores que habían crecido en los
jardines, Bastian tuvo que darme una mala noticia. Todo
dejó de ser lindo y bueno.
Su jefe se había comunicado con él unos cuantos
días atrás para confirmarle unas sospechas que tenían hacia
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222MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
algún tiempo. Esa noche, hizo que me sentara sobre la
cama mientras en el exterior los relámpagos iluminaban el
cielo oscuro, siendo el preludio de una tormenta causada
por el calor agobiante que no era normal.
“¿Qué pasa amor? ¿Qué es lo que confirmaron?
Estoy preocupada, nunca te vi así”, pregunté intrigada. Él
estaba demasiado serio, así que debía ser algo grave.
Rogué para que no tuviera que ver con nuestro amor, que
eso le hubiera provocado problemas. Peor aún era la idea
de que Dios se había cansado de esperar nuestra decisión.
No quise pensar en eso.
“Primero tienes que saber algo que no es muy
bueno”, dijo creando más suspenso aún y sabía que eso me
mataba.
“OK. Empieza a hablar y no pares hasta haberlo
dicho todo, porque me voy a morir de la intriga”, propuse,
porque necesitaba saberlo. Asintió con la cabeza y tomó
mis manos entre las suyas.
“Así como Dios nos tiene a nosotros: los ángeles, el
Maligno también tiene sus enviados. Es como un balance
que existe en nuestro mundo. Nosotros protegemos a los
humanos y ellos los tientan”, comentó Bastian
mordiéndose los labios, como preocupado de verdad. Yo
no entendía muy bien las cosas hasta ese momento. El vio
mi cara de desconcierto, pero prosiguió.
“Amy, el día que te paraste en la ruta esperando el
camión, no lo hiciste porque así lo sentías, no tenías ganas
de suicidarte. Alguien estuvo tentándote a hacerlo de
alguna manera. Ha sido muy cuidadosa por ser
principiante. Se escapó muy rápido el día que trataste de
matarte. Estaba escondida entre los árboles”, agregó
pensando, viendo imágenes en su mente para tratar de
saber quién era. Era una mujer, eso había quedado claro,
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ya que dijo que había sido “muy cuidadosa”. Pensé en
Gina, pero descarté la idea al instante, no era tan
inteligente y su maldad sólo se aplicaba a las clases
estudiantiles inferiores del Highland.
“¿Pero por qué quiere tentarme a hacer eso?
Entiendo que sea su trabajo pero…”, pregunté sin poder
terminar la siguiente oración. Bastian se sonrojó por
primera vez en su larga vida.
“Me avergüenza un poco decirlo, pero… todos
nosotros: ángeles y demonios queremos agradar a nuestro
jefe. Día a día sin que ustedes se den cuenta, se libra una
batalla entre el bien y el mal. Y… necesitamos más
aliados, así que quien los consigue obtiene más favores”,
comentó mirándome. En ese momento empecé a entender
algunas cosas, pero no dije nada, para que Bastian siguiera
explicándome.
“Es regla que cuando una persona queda sola en el
mundo, puede pasar a formar parte de los ejércitos.
Nosotros lo hacemos bien, esperamos hasta el día de la
muerte natural de las personas o casos especiales, como el
mío. Ellos los incitan a cometer locuras, así obtienen el
derecho a sus almas”, dijo tratando de hacer simple para
mí la idea de una batalla invisible que llevaba miles y
miles de años librándose.
“Entiendo. Al menos eso creo”, dije, porque en
realidad una chispa de inteligencia se encendió en mi
cerebro.
“¿En serio? Dime”, preguntó Bastian desconcertado
al ver que estaba tan pensativa.
“Por supuesto. Suicidio, quitarse la vida sin que
Dios lo haga es pecado. No iría al cielo, si es que así le
llaman ustedes. Los malos tendrían derecho a mi alma,
pasaría a ser una aliada de ellos, para la batalla”, comenté
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abrazándolo, temblando de miedo, porque pensé en la
locura de aquella noche.
“Exacto. No dudes que Zaira se haya metido en tu
vida en algún momento, para llevarte a tomar esa
decisión”, dijo y luego besó mi cabeza para tranquilizarme.
“Es que eso era lo que soñaba todas las noches
Bastian, tal cual y pasó ese día. Hasta que aparecías a
salvarme. Desdeahí me controlaba ella. Espera un
segundo… ¿Cómo la llamaste?”, pregunté, casi no pude
respirar porque había escuchado muy bien el nombre. Más
chispas de inteligencia encendiéndose en mi cabeza.
“Zaira, es lo único que sabemos de ella. Ni siquiera
sé cómo es, si la hemos visto en el colegio o en la ciudad.
No sé cómo es su aspecto”, comentó mientras me alejé de
su pecho para mirarlo.
“Yo sí sé cómo es esa maldita. Es alta, pelo oscuro
como la noche, blanca y tiene ojos de gato”, exclamé llena
de rabia, pensando en que el peligro empezaba a
relacionarse con mi nueva familia que tanto amaba y que
no iba a permitir que fueran lastimados por estar cerca de
mí, que era un imán para atraer problemas.
“¿Cómo es que sabes eso? ¿La conoces?”, interrogó
él, desorbitado, sacudiendo mis manos para que hablara de
una vez.
“Sí, porque ella a través de Nadia me presentó a
Lucas. Cuando supe que él fue quien causó el accidente y
trató de propasarse conmigo, decidí pararme en la ruta.
Estaba cegada, en verdad no lo quería hacer. Fue ella todo
el tiempo”, dije temblorosa, pensando en que si podía
hacerme actuar como ella quería, entonces era muy
peligrosa.
“Con razón me parecía raro que Nadia tuviera una
amiga de la que nunca había escuchado”, dije hablando de
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algo diferente. Recordando todas las veces en las que había
estado en “contacto” con la empleada del Diablo.
“No lo puedo creer. Pero es una novata, recién la
iniciaron porque ha cometido un error”, dijo Bastian
alegrándose por algo y sabía que vendrían más
explicaciones. No fue necesario preguntar para que me las
diera.
“Ella sólo tiene que poner la tentación en el camino
de los humanos. No debe meterse en sus sueños, ni
siquiera relacionarse con las personas a las que trata de
reclutar, menos con familiares o amigos y lo ha hecho. Así
que ahora como tu protector, tengo derecho a una batalla
con ella, cuerpo a cuerpo”, comentó como si hubiese
estado esperando el momento hace bastante tiempo, el
terror se apoderó de mi corazón. La tormenta se desató con
toda su furia.
“¿Qué? No… Bastian, no vas a pelear, no quiero
que nada te pase. Prométeme que no lo vas a hacer. Ella ha
desaparecido, ya no anda más cerca. Por favor, no lo
hagas” rogué aforrándome a él, a punto de llorar.
“Amy no te lo puedo prometer. Son las reglas, tiene
que haber una pelea. Ella nunca va a esfumarse, es su
trabajo como es el mío destruirla para cuidarte. Además es
una novata y me ofendes ¿Crees que no puedo
aniquilarla?”, dijo él acariciando mi mejilla. Que me
importaba que fuera nueva y él más fuerte. Las mujeres
eran peores, más tramposas que los hombres a la hora de
pelear. Recordé mi pesadilla al llegar a Puerto Azul luego
de mi viaje. Cuando vi a Bastian siendo atravesado por una
lanza, sacudí mi cabeza para que esa horrible imagen se
alejara.
“Estoy cansada de tantas reglas. Al final son tantas
que creo que fueron hechas para ser rotas”, dije enojada,
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ya que me enfurecía el hecho de que siempre había que
cumplirlas.
“Ten mas confianza en mí, amor. Este es el plan…”,
comenzó a preparar la estrategia. No le presté demasiada
atención porque el miedo y el dolor de perderlo eran muy
fuertes.
Él pensaba que yo debía ser la carnada, atraerla
hasta un lugar. Que tenía que ir otra vez a esa ruta y él
estaría escondido en el bosque. En cuanto ella tratara de
herirme, él aparecería para hacer su trabajo. Estaba muy
convencido de que iba a ganar, pero había algo en el plan
que no me convencía. Zaira no era tonta como para no
saber si él venía conmigo. Me hizo recordar a las películas
cuando el secuestrador dice: “si traes a alguien lo sabré y
empeorarás las cosas”. Era obvio que ella se iba a dar de
cuenta que no estaba sola.
Luego acordamos el día y el horario, pero yo
cambiaría un poco ese plan. Nadie más iba a sufrir por mí.
Yo sola me debía enfrentar a esa bruja. Sabía bien que no
iba a poder vencerla, eso era más que seguro, pero al
menos convertirme en una de ella, era mejor que quedarme
a seguir causando problemas y ver morir a todos los que
amaba.
“¿Confías en mi Amy?”, me preguntó abrazándome
fuerte. Estábamos acostados, su respiración en mi cuello
me daba escalofríos.
“Sí, confío en ti”, respondí mintiendo, por lo que me
odiaba. Por suerte no debía decirle toda la verdad, como él
a mí.
La lluvia comenzó a caer torrencialmente sobre mi
mundo. Los truenos me asustaron un poco, más la idea de
Zaira acechando en la oscuridad con su cara iluminada por
los relámpagos.
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Estábamos acostados en la cama, yo con la vista a la
ventana y Bastian detrás de mí con una mano en mi
cintura, respirando aún su refrescante aliento sobre mi
cuello lo que me hacía sentir segura. Finalmente me dormí,
pero para nada feliz como las otras noches.
Capítulo Catorce: Confrontación
Varios días pasaron. El plan seguía en marcha, sólo
faltaban cuarenta y ocho horas para que ocurriera el
desastre, lo cual me llenaba de sensaciones que eran
imposibles de describir. Lo único que sabía era que todas
ellas, más el aroma a peligro en el aire, terminarían por
desequilibrarme completamente.
Nadia y Alexis no se habían dado cuenta de mis
nervios así me comportara de manera hiperactiva, dando
respuestas incorrectas a todas las preguntas que me hacían.
De seguro pensaban que era el amor lo que me tenía así.
Las notas en los exámenes eran buenas así que
gracias a eso no levantaba demasiadas sospechas. Al
menos, en lo que se refería al estudio, porque mi vida en
esas pocas horas que me quedaban era un caos.
El miedo de no seguir los planes que Bastian me
había indicado se había instalado en todo mi cuerpo, pero
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estaba decidida a ponerle fin a todo lo que pudiera hacerle
mal a mi nueva familia. Entendí que esas eran las horribles
ideas que se formaban como tormentas en mi cabeza unos
meses atrás, yo me sacrificaría por todos los que amaba.
Bastian podría seguir cuidando a otra persona, porque lo
haría tan bien como lo había hecho conmigo. No podía ser
tan egoísta de negarle a alguien más su protección.
Rogaba para que mi ángel amado no tuviera el poder
de leer mi mente y descubriera mis nuevos planes. Aunque
me conocía ya hacía diecisiete años, así que no le era
necesario tener esa clase de poder para saber en lo que
estaba pensando. No me había dicho ni una palabra porque
estaba seguro de que íbamos a hacer lo acordado. Sólo se
limitaba a mirarme en forma dudosa en clase, pero no me
preguntaba nada cuando estábamos solos. Tal vez suponía
que estaba nerviosa, ya que no era común que los humanos
se enfrentaran con criaturas malignas.
Lo peor de todo, lo que me atormentó una noche,
fue pensar que Dios sí sabía lo que estaba pasando por mi
cabeza, pero Bastian me había dicho una vez que Él sólo
veía cómo nos comportábamos, lo que hacíamos y no lo
que pensábamos, así que me sentí un poco mejor.
Ese día soleado, me desperté sabiendo que el
momento estaba a punto de llegar. Me iba adelantar un
poco a lo planificado. No esperaría hasta el día siguiente,
que era el que Bastian había dicho.
Supuse que si Zaira podía meterse en mis sueños, si
era realmente su trabajo hacerme su aliada, me encontraría,
aprovechando que andaba sola por el bosque. Seguro mi
perfume la atraía, así que me hallaría rápidamente.
Por la mañana traté de pasar todo el tiempo posible
con mis dos mejores amigos. Antes de ir a la escuela
saludé a Clara y Héctor con dos besos efusivos que decían
simplemente “gracias por haberme querido y ayudado
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tanto”. Supe que si llegaba a hablar comenzaría a llorar y
no quería que ellos se preocuparan, entonces me tragué las
palabras.
En el colegio durante el almuerzo, miré los rostros
de todos los que conocía, para llevármelos donde sea que
me fuera. De forma disimulada y para que no sospecharan,
volví a agradecer a Nadia y Alexis por ser mis amigos,
como aquel día en cuarto año. Pensé durante las materias
de la tarde con mi ángel al lado, en todo lo que me había
pasado hasta el momento. A pesar de que muchas de las
cosas no fueron buenas, di gracias de haber venido a
Puerto Azul, porque hizo que me pasara lo que a cualquier
adolescente como yo le sucedería. Eso había sido lo más
importante, porque logré pinchar mi burbuja y me animé a
vivir.
Todo se había dado mejor de lo esperado, a mi amor
imposible le habían pedido ayudar en la catedral, donde
seguía viviendo y me dijo que me vería más tarde.
Entonces, antes de alejarme en el auto de mis amigos, le
dije que lo amaba y lo besé por última vez. No quise
hacerlo con mucho entusiasmo, con la emoción que me
dominaba, porque se daría cuenta de que algo me estaba
pasando. Eso fue terrible, el hecho de saber que moriría sin
haberme despedido de él como quería en realidad.
No hablé durante todo el viaje con mis amigos.
Apenas llegué a mi cuarto me encerré a llorar porque
perdería a Bastian y a los demás para siempre. Era más que
obvio que iba a morir aniquilada por esa bruja. Pero estaba
segura de lo que iba a hacer. Si Bastian hubiera dejado
todo por mí antes, nunca habría pensado en morir, pero ya
era demasiado tarde.
El dolor por lo que iba a dejar atrás era muy grande,
pero sabía que me encontraría con mi familia en algún
lugar. Los que quedaban en la tierra no serían acechados
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por fuerzas oscuras por mi culpa y esperaba no hacerlo yo
misma cuando fuera maligna. Rogaba con todo mi corazón
no convertirme en una despiadada que sólo quisiera tentar
a la gente que conocía.
Cuando la hora llegó, no tomé nada, me fui vestida
como estaba, antes dejé el papel celeste que había escrito
para Bastian sobre la cama. Cerré mi cuarto con llave, para
que nadie entrara y lo encontrara antes que él, que entraría
por la ventana. Pasé por la habitación de Nadia y me
detuve, porque se escuchaban las risas de ella y Alexis.
Sentí ganas de ir a abrazarlos, pero supe que las cosas se
harían más difíciles aún. Entonces seguí mi camino,
silenciosa por el pasillo tratando de no ser escuchada.
Pensé en ellos todo el tiempo, en sus caras sonrientes y
alegres que siempre habían estado conmigo.
Cautelosamente empecé a bajar las escaleras,
escalón por escalón. Clara y Héctor estaban allí, pero
dormidos en el sofá. Se habían quedado mirando una
película. Se veían enamorados como siempre. Aproveche
la oportunidad para escapar de la casa. Caminé unas
cuadras bajo la noche oscura y tomé el primer taxi que
pasó cerca.
“Hasta el puente viejo, por favor”, indiqué al
conductor. Este me miró desconcertado, porque ya nadie
iba a ese lugar y menos a esa hora de la noche. El puente
viejo estaba cerca del bosque, así que nadie nos vería allí,
por eso lo había elegido, porque no quería testigos.
Por suerte Bastian no me había encontrado antes
para detenerme. Pensé en su bello rostro por un momento,
para sentirme tranquila.
Le pagué al taxista que me miró sin decir nada, pero
sabía que quería preguntar: “¿Esta segura de que quiere
bajar aquí?”, Respiré hondo, cerrando la puerta detrás de
mí. Empecé a caminar, pensando si estaba bien o no lo que
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231MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
iba a hacer. Traté de convencerme de que sí, pero estaba
dudando y ya era demasiado tarde.
Puse un pie en el puente metálico que tenía grandes
barrotes de hierro a sus costados y la pude ver del otro
lado, a unos metros de mí esperando, como si hubiera
sabido mis planes.
Bajo la luz de la luna la pude ver mejor. Tenía
puesta una capa negra, con la capucha en su espalda. Su
pelo era largo, negro y sus ojos de gato brillantes. Tenía
sus dos manos en la cintura, lo que dejaba ver largas uñas
pintadas de rojo. Al verme, una sonrisa espeluznante se
dibujó en su cara blanca. El terror me invadió y supe en
ese momento que me había engañado otra vez, estaba
haciendo las cosas definitivamente mal. Junté valor para
hablar.
“Ya estoy aquí, bruja. ¿Quieres que salte al vacío o
vas a terminar el trabajo tu misma?”, le grité desafiándola
para que se apurara a concluir la tarea. No supe cómo hizo,
porque no la pude ni ver. Pero en un segundo, estuvo
frente a mí con sus dientes blancos apretados y sus ojos
clavados en mi cara. Supuse que la velocidad era uno de
sus poderes.
“Lo haré yo misma con gusto”, exclamó con una
voz hermosa, pero maligna. Comenzó a caminar a mí
alrededor, respirando fuerte, lo que me ponía nerviosa. Me
estaba acechando como una fiera antes de comer a su
presa. Luego se detuvo frente a mí. Levantó su mano, así
que pensé que me iba a aplastar la cabeza. Cerré los ojos
de inmediato.
“Ángel de la guarda, dulce compañía…”, recé lo
más rápido que pude.
En el silencio de la noche y en la tardanza de Zaira
al matarme, escuché el silbido de dos alas agitándose en el
viento. Me arrojé al suelo antes de que ella me atravesara
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232MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
con sus uñas filosas y Bastian voló sobre mi cabeza
embistiéndola, tirándola hacia el otro lado del puente,
donde había estado parada unos segundos atrás. Él se
acercó a mí, con la cara llena de preocupación.
“No debiste hacerlo. ¿Quieres que me muera de
dolor? ¿Por qué no confías en mí? Todo iba a estar bien”,
preguntó besando toda mi cara desesperadamente.
“Lo sé, es que soy una tonta, más que eso todavía.
¿No te has dado cuenta aún? Pero ella no iba a aparecer si
sabía que estabas escondido”, expliqué devolviendo los
besos.
“Tu protegida tiene razón. Es más inteligente que tú,
eso está mas que claro”, bromeó Zaira incorporándose,
sacudiendo su capa llena de polvo. Bastian me puso detrás
de su espalda, haciendo de escudo.
“Basta de hablar y acabemos con esto”, le gritó, los
músculos de su cuerpo se pusieron rígidos. La
confrontación iba a comenzar.
“Tú lo pediste, angelito”, sonrió ella malvadamente.
Hizo de su manos de uñas rojas una garra y Bastian
empezó a elevarse sin quererlo. Comenzó a azotarlo contra
los costados de hierro, mientras yo no paraba de sufrir por
los golpes que él recibía. Zaira se reía porque le estaba
ganando. Le provocaba cortaduras por todos lados que se
curaban en segundos. Pero si ella lo seguía controlando, él
nunca tendría la oportunidad de atacarla.
La malvada corrió a la velocidad de la luz, al lado
del ángel que estaba tendido en el suelo luego del azote
que le había dado. Extendió su mano y una daga de plata
brillante, apareció en ella. Cuando menos se lo esperó, a
punto de dar la puñalada final, Bastian puso sus dos manos
en el pecho de ella, lo que la hizo volar y chocarse
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estruendosamente contra las barras de metal. Cayó al suelo
casi inconsciente y sin poder moverse.
Mi amando caminó hacia mí, porque yo no paraba
de llorar arrodillada en el suelo duro. Vi que ella se paraba,
se acercaba rápidamente a enterrarle la daga en la espalda,
como en mi pesadilla había hecho con la lanza.
“¡Bastian!”, di un grito desgarrador. Él sonrió y voló
a la velocidad de la luz cayendo detrás de Zaira que estaba
un poco desconcertada, porque no se dio cuenta del
movimiento.
Bastian puso sus dos manos fuertemente en la
espalda. Ella cayó cerca a de mí, arrastrándose con los
labios sangrantes. El viento hizo volar mi cabello y me di
cuenta de que no eran sólo golpes, sino una gran fuerza
que la empujaba. Una fuerza que Bastian ejercía sobre su
cuerpo.
Los ojos de mi ángel se pusieron blancos, levantó su
mano derecha con el anillo dorado hacia el cielo mientras
Zaira se desesperaba porque no podía levantarse.
“Deus lux mea est”, dijo él en voz alta y firme. Miré
hacia arriba tratando de saber lo que iba a pasar. Un
pequeño objeto, del tamaño de una gota en la altura, caía a
toda velocidad haciéndose más grande. Luego aterrizó en
su mano finalmente.
Sus uñas fuertes se clavaron en mi pierna izquierda,
lo que me hizo gritar de dolor. Ella no se daba por vencida.
Bastian la apuntó con la bola de cristal.
“Es ahora o nunca, Dios”, dijo el ángel. La cara de
Zaira comenzó a desfigurarse, era aterradora junto con sus
quejidos. Las puntas de sus pies se hacían borrosas, como
si estuvieran diluyéndose en el aire. Se iba transformando
en humo poco a poco, estaba siendo atraída por la esfera
de vidrio.
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“¡Maldición!”, gritó decepcionada de ella misma y
se convirtió toda en aire oscuro. La bola de cristal se tornó
negra y el humo quedó flotando en ella como gotas de
tinta en un vaso de agua, Zaira estaba encerrada.
Bastian la lanzó con toda su fuerza hacia arriba, ésta
desapareció sin volver a caer a la tierra. Entonces supe que
todo había terminado por fin.
Me caí sobre las rodillas otra vez. Él se acercó
volando lentamente, me levantó del piso y me abrazó.
Luego besó mi frente.
“Ya está, amor. Una menos de ellos, y tú que no
confiabas en mí”, dijo contento con la victoria obtenida.
“Te amo”, agregó besándome. Me puso en el suelo,
colocó su mano en mi pierna y las heridas que me había
causado la malvada se curaron. Me había sanado.
“Gracias amor. Te amo. Perdón por todo, por ser tan
desobediente”, supliqué para que me disculpara, para que
perdonara todas mis tonterías.
“Está bien, ya sé que eres desobediente. Por eso me
gustas. Porque crees que todo es posible”, comentó
acariciando mi mejilla.
“¿Qué dijiste cuando cayó la bola de cristal en tu
mano? Eso sí que fue extraño”, pregunté intrigada.
“Ah, eso. Era latín. Dije: Dios es mi luz. Más reglas,
Amy” comentó sonriendo, porque sabía cuanto odiaba las
reglas.
De repente, una fuerza misteriosa lo elevó en el aire
frente a mí, apartándolo por completo, haciendo que sus
alas quedaran extendidas con mucha fuerza, como para
que no las pudiera usar. No entendía que estaba pasando,
pues Zaira había muerto. Alguna fuerza invisible lo estaba
atacando. ¿Qué le sucedía a Bastian?
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Capítulo Quince: La Propuesta
Estaba llena de nervios, miedo y terror. ¿Qué más
nos tenía que pasar? ¿Qué culpa teníamos de habernos
enamorado? Traté de alcanzarlo con mi mano, llorando,
pero me era imposible llegar a él. Temía que el jefe de
Zaira se estuviera tomando una revancha, mostrándonos su
venganza por haber eliminado a su servidora.
De repente, descendió en forma lenta hasta que sus
pies estuvieron en el piso. Sus ojos eran blancos y
aterradores. Supuse que estaba hablando con Dios, porque
siempre que lo hacía sus bellos ojos se quedaban vacíos.
Movía la cabeza en movimientos que no eran
normales, casi robóticos, de un lado al otro tocando los
hombros. Luego sus ojos volvieron a él, a ser verdes, cayó
estrepitosamente de rodillas en la tierra. Por primera vez lo
vi cansado. Me acerqué corriendo ya repuesta de mi llanto,
lo tomé entre mis brazos y besé su rostro unas cuantas
veces.
“¿Qué pasó? ¿Qué fue todo eso? ¿Estás bien,
amor?”, pregunté intrigada casi en susurros. Él no
respondió, se me quedó mirando y sabía que había algo
que no me quería decir, pues conocía de sobra sus ojos.
Ellos sabían algo, Bastian sabía algo, pero lo estaba
callando.
“¿Sabes? Creo que es una gran desventaja no poder
mentirte. Siempre te tengo que decir todo”, dijo sonriente
y resignado, porque era su deber contestarme con la verdad
cuando yo le preguntaba algo.
“Dime lo que tengas que decir. Ya nos han pasado
tantas cosas que no tengo miedo. A menos que te quieran
llevar lejos de mí”, le dije acariciando su cabello. Me
volvió a mirar, humedeció sus labios y se aprontó para
hablar.
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236MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
“Eh… no es nada malo, no te asustes. No estoy de
acuerdo con esto, pero debo comunicártelo. Dios tiene…
una propuesta para ti”, comentó con su voz no muy
convencida. Yo quedé demasiado sorprendida. ¿Dios
quería proponerme algo? ¿Qué? Si los demás supieran
todo lo que me estaba pasando, el mundo creería más en
Él, hasta los ateos empezarían a tener fe.
“¿Qué es, Bastian? Me matas con todo este
misterio”, dije apresuradamente, mordiéndome los labios.
“Bueno. Visto y considerando que tu familia
biológica lamentablemente ya no está, mas lo que ha
sucedido con Zaira… Dios te propone convertirte en…
ángel, para que dejes de sufrir y para que no hieran a tus
amigos. Dijo que lo pienses, que muy pocas veces hace
estas ofertas. Cuando estés lista, debemos ir al cerro a
comunicar la respuesta”, comentó con los ojos tristes y
alejándolos de mí. Recordé que me había dicho que los dos
bandos buscaban aliados, pero nunca sentí que él me haya
usado para transformarme en miembro del ejército de
Dios.
Me quedé completamente fuera de mí. Dios me
proponía ser un ángel, pero por la mirada de Bastian supe
que él me quería convencer de lo contrario, que no le
gustaba la propuesta de su jefe. ¿Significaba eso que lo
dejaría todo por mí? Entonces, si él lo hacía no sería
necesario que me convirtiera en un ángel. Pero como
siempre, no dijo nada, aún seguía dudando y eso me ponía
triste.
“¿Por qué había que dar la respuesta en el cerro?”,
me pregunté, pero supuse que tenía que ver con mas reglas
de las que no quería saber.
Nos alejamos en silencio de ese horrible lugar, hacia
la comodidad de mi cuarto. Cuando llegamos, antes de que
él pudiera darse cuenta, escondí lo que había escrito, pues
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aún estaba el papel doblado sobre la cama, así que no lo
había leído. No entendí porque no quise darle el escrito en
ese momento, decidí hacerlo unos días después, cuando
estuviera lista.
La vida no hacía más que ponerme a prueba.
Pruebas que no eran nada fáciles y siempre se trataba de
decisiones difíciles de tomar. En ese momento, no supe
qué pensar, qué contestar o qué decirme a mí misma. Me
tomaría el tiempo que Dios había dado para analizarlo con
calma, ya que algo así no debía decidirse a la ligera.
Otra vez estaba en una situación que tenía que ver
con abandonar las cosas que más quería, pero también para
protegerlas. Me sentí en una encrucijada, parada frente a
un callejón sin luz ni salida.
En ese momento, en mi habitación estaba feliz,
porque los dos estábamos a salvo y vivos. Bastian no me
regañó por la estupidez que había cometido, porque luego
creyó que había sido una estrategia arriesgada pero eficaz.
Además, era más que obvio que ya se había acostumbrado
a mis ganas de desobedecer.
Esa noche dormí junto a mi ángel nuevamente,
sobre su pecho cálido y desnudo. Podía respirar su
perfume y llenarme de él.
Pensé que era incómodo para él tener que estar
quitándose la ropa a cada rato para poder volar, pero era lo
que tenía que hacer si quería parecer humano, usar ropa
como los demás. ¿Qué harían las mujeres ángeles cuando
querían abrir sus alas? Me daba vergüenza preguntárselo,
tal vez yo misma lo iba a descubrir. Me imaginé a mí
misma con gigantes alas, la idea no era mala, parecía más
bella.
Lo escuché cantarme una hermosa canción de cuna
cada vez que despertaba de mis pesadillas, provocadas por
lo que había vivido. No había sido fácil ese día, pero como
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238MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
siempre en el final de mis noches, estaba junto a él, lo que
amaba más que todo lo que existía en el universo entero.
Los días siguientes me encontraron más pensativa.
En cualquier lugar que estuviera me quedaba con la mirada
perdida. Entonces los chicos comenzaron a preocuparse,
porque casi no les contaba nada de lo que me pasaba,
aunque Bastianme obligaba a hacerlo cuando
almorzábamos en el colegio. Al menos me decía que les
dijera cosas inventadas o superficiales, porque
comenzarían a indagar si yo seguía comportándome de esa
manera extraña.
Varias veces organizamos actividades como salidas
en pareja, pero seguía igual de perdida en mis
pensamientos, porque el tiempo pasaba y debía tomar mi
decisión.
Octubre había llegado a su mitad otra vez y los
preparativos para el baile de fin de año, el viaje de
egresados y demás. Ni eso logró sacarme del estado en el
que estaba, porque tenía cosas más importantes en qué
pensar. Hasta me había cuestionado si era necesario seguir
el colegio, porque hacía unos días pensaba que la
propuesta de Dios era lo mejor.
Una noche cuando Nadia me susurró “te extraño”
frente a Alexis, Héctor, Clara y Bastian, que había sido
invitado a cenar, me di cuenta de que me estaba haciendo
mal y a ellos también.
No sabía qué pensaban mis padres de Bastian,
porque no les dije nada, aunque entendían de sobra que
había más que amistad entre nosotros.
Después de lo que mi amiga dijo, tomé su mano y
no la solté hasta que todos se fueron. No dijimos nada, ella
se levantó de la mesa enojada y subió a su cuarto. No
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239MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net
podía culparla, yo era una zombi que no le prestaba
atención.
Comprendí que Bastian no me cambiaría por su
trabajo y yo no permitiría que a mi nueva familia le pasara
algo, así que decidí no esperar más, porque estaba
lastimando a todos. Además sería un ángel, buena y no
maligna, como casi me pasó unos días atrás.
Un viernes por la tarde, cuando ya tenía las cosas
más que claras, le pedí a mi amado que me llevara al cerro
a dar mi respuesta. Bastian comenzó a indagar, porque
quería saber si estaba segura de mi decisión.
“Lo voy a hacer Bastian. No puedo permitir que mi
familia, que hicieron todo a su alcance después del
accidente, siga estando herida por mi culpa”, dije
acomodando algunas cosas en el escritorio. Quería dejar
todo ordenado antes de irme.
“Primero y antes que nada, quiero que sepas que
tienes una familia en la tierra, no es biológica, pero es más
que eso, porque realmente te aman. Ya no estás sola en el
mundo, así que la regla no aplica en este caso. Si sólo
esperaras más tiempo”, dijo él dándome su idea, la que era
como jugar sucio porque Nadia, Alexis, Clara y Héctor
eran demasiado importantes como para abandonarlos.
“Lo sé. Pero van a seguir con sus vidas. Además
estoy cansada de esperar. ¿Qué debo esperar Bastian? No
estoy obteniendo una cosa ni la otra. Ya lo decidí, quiero
ser un ángel, así puedo cuidarlos”, comenté tomando sus
manos. Él no dijo nada por unos instantes, porque sabía
que mi respuesta era buena.
“Hay algo más, Amy. Cuando seas ángel, te vas a
olvidar del amor, de la forma en que lo sientes cuando
estás conmigo, puede ser que te olvides de mí y de todos
los sentimientos humanos, de cómo se duerme, de cómo
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llorar…”, dijo él. La tristeza se apoderó de mí, porque eso
sería perder mi esencia, pero la decisión estaba hecha. ¿Por
qué no me decía que lo iba a dejar todo de una vez? ¿Tanto
le costaba? Pero ya casi no quedaba más arena en el reloj.
“Te dije que somos una pareja rara Bastian. Estoy
segura de que nada de eso va a pasar. Al menos, si olvido
todo, igual voy a estar a tu lado trabajando para siempre”,
comenté sin alegría. Él me besó en los labios y supe en ese
instante que extrañaría sus besos.
“¿Estas segura de esto? Tienes que estar muy segura
para hacerlo”, preguntó, deseando que me arrepintiera,
pero no iba a cambiar de opinión y él no me daba un
argumento fuerte que superara al mío para que cambiara
de parecer. No decía aún lo que yo quería escuchar.
“Estoy muy segura. Pero si llego a olvidarme de
todo, escribí esto hace mucho y hace unos días lo
modifiqué, pensando en todo lo que vivimos. Toma, es
para ti. Tanta lectura y amor por los libros tenían que sacar
algo bueno de mí”, dije dándole la hoja celeste perfumada,
que tanto había guardado, escrita con mi letra y con
mariposas de papel pegadas.
Él se quedó leyéndolo detenidamente. Terminó y lo
volvió a hacer. Sus ojos se llenaron de lágrimas por
segunda vez en su existencia, pero esta vez no cayeron.
Luego lo leyó en voz alta, casi cantándolo con su
voz dulce y perfecta que lo hacía sonar maravilloso, más
aún de lo que yo creía que era:
“Búscame en el cielo, durante el hermoso
atardecer naranja. Toca mi rostro y hazme
creer que hay un mañana.
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Cántame canciones. Que sea tu bella
canción de cuna, así puedo dormir feliz
sabiendo que estás a mi lado.
Enséñame a abrir las alas, para volar
lejos de las cosas que puedan herirme. Te
seguiré todo el camino sin dudar.
Si muero, tráeme a la vida bajo la lluvia
fría o el sol, que hace al agua del inmenso
océano brillar.
Cúbreme con tus cálidos brazos, mientras
me miras con esos ojos color esmeralda que lo
hacen todo mejor.
Y si por un momento, sin quererlo
llegara a dormirme junto ti, a tu lado soñaría
con despertar.
Te amo. Amy”
“Yo te amo también. Este regalo es mucho más de
lo que esperaba. Más de lo que yo te regalé. Es
simplemente hermoso, recuerdo cada imagen de nuestras
vidas”, dijo besándome, su respuesta no se hizo esperar.
Estaba feliz y eso me ponía contenta a mí. Seguro nadie le
había hecho un regalo así en su larga vida. Dobló el papel
y lo guardó en el bolsillo de sus jeans. ¿Por qué no
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podíamos amarnos para siempre de esa forma tan intensa?
Definitivamente aprendí que los amores imposibles no
eran buenos, aunque te permitían soñar en grande.
“Vamos. Ya tengo mi respuesta, no hagamos esperar
al jefe un minuto más. Ya lo ha hecho bastante. Admiro su
paciencia”, propuse bromeando y tomé su mano. Nos
preparamos para salir de mi cuarto.
Esa noche iba a enfrentar mi destino y tenía miedo,
porque otra vez pensé en todo lo que abandonaba en el
mundo. También sentí dolor, ya que creí que todo no podía
salirme siempre bien, a eso ya lo sabía y como Bastian
había dicho, seguro me olvidaría de él. Al menos le había
escrito lo que sentía, para que me recordara siempre, tal
cual yo había sido. Pero por sobre todas las cosas, que
recordara cuánto lo amé.
Epílogo: Decisión Final
Cuando abrí la puerta de mi cuarto, vi los rostros de
mis amigos: Nadia y Alexis. No sabía qué hacían ahí,
tampoco creía que hubieran estado escuchando, pero me
pondrían las cosas más difíciles aún. Realmente me
sorprendieron sus caras, su amistad en los ojos y las ganas
de entender qué era lo que le pasaba a su amiga, que se
había puesto “rara” otra vez.
“Hola. Amy… ¿te pasa algo? Yo te entiendo, porque
te han sucedido muchas cosas malas, pero casi no nos
hablas como antes. ¿Estas enojada con nosotros?”,
preguntó a punto de llorar, cuando la interrumpí
abrazándola y trayendo a Alexis para incluirlo también.
Me había estado guardando ese abrazo hacia tiempo,
definitivamente no me quería desprender de ellos. Cuando
los solté estaban aún más sorprendidos, porque no
esperaban eso de mí. Bastian sólo miraba, tal vez
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entendiendo lo que significaba la amistad, porque había
llegado a ser un gran amigo de ellos.
“Chicos, ustedes no son el problema. ¿Cómo podría
enojarme con quienes siempre han estado a mi lado? Los
quiero con toda, toda, toda mi alma. Les pido perdón si los
estuve ignorando, pero he tenido cosas en que pensar”,
comenté tratando de que me entendieran.
“Ahora con Bastian vamos a salir un rato, a pensar
en eso. Pero estén seguros de que siempre voy a estar a su
lado. Somos la triple alianza y somos sobre todo her-ma-
nos”, agregué separando en sílabas, lo que los hizo sonreír.
Les di un beso y nos fuimos. No quise mirar hacia atrás.
“OK. Los esperamos. Espero solucionen todo lo que
haya que resolver y que se diviertan también”, deseó Nadia
sonriente. No sería para nada divertido lo que íbamos a
hacer, pero ella no sabía de eso.
Por suerte no tenían conocimiento de que había
tratado de matarme, porque las palabras que les había
dicho, sonarían como un segundo intento, como una
despedida, que realmente lo era. Esperaba visitarlos en sus
sueños, pararme a su lado, invisible y cuidarlos de sus
pesadillas todas las noches que iban a venir.
Subí al auto llorando, mientras Bastian me miraba
diciendo: “No tienes que hacerlo”. Éste arrancó y no podía
dejar de llorar. Fue ahí que él aprovechó, para hacer su
argumento en contra de mi decisión final mucho más
convincente.
“Amy. No estás lista para esto, eso está más que
claro en tus lágrimas. Lo vas a terminar lamentando. Lo
lamentarás por la eternidad y eso no es para nada bueno”,
dijo mirándome a los ojos, muy seguro de lo que estaba
diciendo.
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“¿Por qué? A ti te cambió la vida ser un ángel.
Ahora eres más feliz que antes”, dije en mi defensa, él
apartó su mirada.
“Es diferente. Porque yo no tenía familia ni amigos,
nada. Además puedo ver que amas a tu nueva familia
¿Estás dispuesta a abandonarlos así como así? Pensé que
eras mas fuerte, que lucharías”, comentó cuando
estábamos llegando al bosque cerca del Highland. Sus
palabras me atravesaron como una daga, porque en
realidad yo le estaba escapando a mis problemas.
“Si, los abandonaré, porque creo que es lo mejor
para todos. Estoy dispuesta a dejarlos, para que no sean
heridos por mi culpa”, respondí, tratando de mostrar
convicción en mis palabras.
“Pienso que no debes desprenderte de tu vida.
Además yo te amo tal cual y como eres ahora. Con tus
problemas, divertida y sin poderes”, bromeó sonriente,
tomando mi mano. Si me amaba tanto, ¿por qué no
cambiaba de opinión?
“Y si las cosas se ponen feas otra vez, los dos nos
arreglaremos para salir adelante, eliminando el mal a
nuestro alrededor y de nuestro camino, como lo hicimos
con Zaira”, comentó acariciando mi mejilla, cuando el auto
ya había estacionado. Pero eso no fue lo que más me llamó
la atención, sino lo que dijo después.
A parte de su convincente argumento, subió la
apuesta un tanto más. A pesar de que estaba seguro de que
los resultados serían malos, me dio una alternativa que me
dejó más que contenta y quería volver a decirles a mis
amigos, aunque no sabían nada, que nunca me iría, que no
los abandonaría.
Un mundo de posibilidades se abrió ante mí. El sol
imaginario logró alejar las nubes negras, porque por fin y
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después de pensarlo, él tomó su decisión final, la que yo
había estado queriendo escuchar hacia tiempo ya.
En la base del cerro se quitó la remera y me tomó
entre sus brazos. Sus alas se abrieron y empezamos a volar
como tantas otras veces. El viento se sentía fresco,
acarreaba el perfume de flores silvestres que crecían en las
rocas.
Luego de unos momentos, nos tomamos de la mano
fuertemente, parados donde había estado el palacio de tul,
en la cima del cerro.
“¿Lista?”, preguntó mirándome sonriente. Respiré
hondo pensando en las consecuencias y en todos los
momentos vividos junto a él. Deseé con toda mi alma,
como lo hacía para que el timbre sonara en el colegio, que
nada malo pasara en la transformación.
“Sí, estoy lista”, respondí segura, porque lo que
estábamos haciendo era lo que más queríamos los dos. La
hora por fin había llegado.
Bastian se alejó un poco y volvió a decir algo en
latín. Sus ojos se pusieron blancos y se elevó del suelo
lentamente. Empezó a girar y girar, lo que me dio un poco
de miedo. Seguía hablando, estaba discutiendo. Esperaba
que Dios no se enojara y nos castigara.
Cuando hubo silencio, bajó hasta el piso con los ojos
cerrados. Sentí que iba a desmayarme de los nervios,
dudaba si acercarme a él o no. Cuando estuve a punto de
dar un paso, volvió a abrir sus ojos que ya no estaban más
vacíos.
De repente, sus alas gigantes se extendieron y se
prendieron fuego de la nada. Se desprendieron de él, como
cenizas de color naranja encendidas que volaron por el
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aire, como cuando Alexis golpeó la leña de la fogata en
Playa Calma.
Él se quitó el anillo y lo lanzó fuertemente hacia el
cielo, éste no volvió a caer. Ahora el miedo de saber si me
recordaba me invadía por completo, aunque por suerte lo
tenía cerca. No había aparecido en otra parte del mundo
como pensaba. Sólo lo tendría que hacer recordarme.
“Hola. ¿Te acuerdas de mí? Soy Amy y tu eres
Bastian, nosotros…”, dijecasi tartamudeando y
preocupada, porque me miraba como si estuviese viendo a
una extraña. Sus labios comenzaron a moverse
lentamente.
“Búscame en el cielo, durante el hermoso atardecer
naranja, toca mi rostro y hazme creer que hay un
mañana…”, recitó lo que yo le había escrito y mi corazón
se llenó de una felicidad tan enorme que pensé que iba a
estallar.
Despacio caminó hacia mí, con su torso desnudo,
aún envuelto en cenizas que volaban y sonriente como
siempre. Había dejado de ser un ángel porque me amaba,
pero aún recordaba su trabajo anterior, ya que Dios era
justo. Le daría lo que él más quería y deseaba, pero
también le recordaría que una vez había trabajado para Él
y lo había dejado por mí. Ese era el regalo más grande que
podía haberme hecho.
Me tomó fuertemente de la cintura sin darme tiempo
a decir nada. Me besó con todo su amor, de forma humana,
completamente diferente a las veces anteriores. El cielo
sobre nosotros estaba oscuro, pero lleno de estrellas que
brillaban cada vez con más intensidad.
“Te amo, desde siempre y para siempre”, dije
sonriente volviéndolo a besar, porque no podía creer que
todo había terminado tan bien.
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“Te amo. Desde el principio, desde tus sueños y
hasta el fin de nuestros días” exclamó sonriente también.
Sus años habían empezado a correr desde ese día, ese sería
su cumpleaños. Aún seguía siendo mayor que yo, lo que
me alegraba un poco. No me agradaba la idea de ser más
grande que él.
Miré sus ojos verdes que ya no eran mágicos sino
humanos. Pero estos no habían perdido su color ni su
brillo. Y por primera vez, al ver sus hermosos ojos, supe
que mi vida había retomado su curso al fin.
Pude ver en ellos el baile de diciembre, a los dos
bailando el vals bajo luces blancas. El divertido viaje de
egresados también apareció. El compromiso de Nadia y
Alexis, Héctor y Clara acompañándolos al altar. Observé
mi propio casamiento, más un hermoso bebé esperando
nuestras caricias y besos en una cuna celeste. Pero por
sobre todas las cosas lo vi a él: mi Bastian, siempre al lado
mío, como desde que tenía uso de razón.
Me sentí completa y más que feliz. Recordé a mi
familia en el cielo y a la nueva en la tierra. Entendí que era
bueno reventar burbujas para vivir en el mundo real.
Me acercó a su cuerpo sin dejarme pensar, a lo que
no opuse resistencia y me volvió a besar lleno de pasión
otra vez. Festejamos nuestra victoria.
A nuestro alrededor, misteriosamente volaban
millones de mariposas imperiales azules. Formaban una
ronda cerca de nuestros cuerpos y nunca se cansaban de
girar. Estábamos parados en el centro de un tornado de
alas azules, nos miramos y sonreímos, porque sabíamos
que todo estaba bien. Ambos tendríamos la vida que
habíamos elegido vivir.
Para cualquiera que lo hubiera visto, eran sólo
mariposas. Pero yo creí que eran ángeles, pequeños
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ángeles guardianes que cuidarían nuestro amor por
siempre.
Al menos eso pensé mientras por mis venas corría
sangre envenenada…
ACERCA DE: MATÍAS ZITTERKOPF
ARGENTINA. 1987. Desde pequeño desarrolló interés por la lectura y escritura dehistorias.En el año 2008 se graduó como Profesor de Inglés y actualmente estudia para convertirseen Licenciado en Lengua Inglesa.Matías publica relatos en su blog personal, que es leído y seguido por personas de variospaíses. www.matiaszitterkopf.com.ar
Ángeles y Mariposas es el primer libro de la trilogía juvenil, fantástica y románticallamada: Amor con Alas.
Sus influencias son escritores como: Virginia Woolf, Edgar Allan Poe, C.S. Lewis yStephenie Meyer, entre otros. »»»»»