Post on 05-Feb-2018
El fervor religioso desatado en todas partes por la predicación del nuevo orden militante
de la Contrarreforma, en Palermo, encontró fuerte expresión en la fundación de
Confraternidades, Compañías y Congregaciones. Organizaciones similares ya existían
en el Medioevo, pero en el cinquecento, en respuesta a los flagelos de la carestía y
pestilencia, un gran número de ciudadanos, desde príncipes a los más humildes
artesanos, sentían la exigencia de reunirse en grupos que respetaran la Regla de las
diferentes Congregaciones y ser guiados por un consejero espiritual. El virrey fue un
activo promotor de este impulso, sobre todo entre la nobleza. En el inicio del siglo XIX,
Gaspare Palermo, emitía este juicio, sobre los motivos de la política social que alentaba
estas creaciones: “El siglo XVI fue aquel en el que en Palermo fue instituido el mayor
número de reuniones provenientes de Compañías y Confraternidades, que gozaban de la
protección del virreinato de aquel tiempo. En ellas se asistía a la sagrada función y
oficios que con solemnidad se practicaban en fechas precisas del año, a las cuales, los
cofrades concurrían y colaboraban con la ordinaria contribución a la Compañía. No es
posible sostener, que sólo el interés religioso y el devoto impulso de hacer progresar la
religión mantuvieran estas prácticas. Por tanto podemos suponer que tal sistema tendía a
desplegar el plano de la secreta instrucción política, que del Gabinete de la Corte de
España emanaba para este Reino”. Fue San Francisco de Paula, quien fundó la primera
Compañía de nobles en Palermo. Instituida en 1533, para dar ayuda duradera a los
enfermos. De esta reunión de nobles surge la Noble Compañía de la Caridad de San
Bartolomeo de los incurables, cuya misión era servir alimentos a los enfermos del
hospital homónimo. Sólo los nobles, el virrey y el arzobispo eran admitidos. En el 1541
el virrey y el Senado de Palermo fundaron la Compañía del Santísimo Crucifijo para
asistir a los condenados a la horca. El conjunto de compañías creadas, compuestas por
personas de “rango civil”, tales como comerciantes ricos, artistas, abogados, miembros
del clero, etc, se dedicaban a obras de caridad, a prácticas devocionales, recolectar
limosnas para la celebración de misas para ánimas purgantes o para la participación en
grandes procesiones y en particular en la del Santísimo Rosario, en el mes de octubre de
cada año, recordando la batalla de Lepanto. Hay que señalar además el elemento
práctico de estas compañías, el mutuo socorro de los cofrades en una sociedad privada
de asistencia pública.
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Santa Cita, conmemoración de la batalla de Lepanto.
El desarrollo de esta actividad no se dio siempre en un clima sereno, dada la turbulencia
de los tiempos y también del carácter palermitano. La devoción y el humano deseo de
premiar a los cofrades, sobre todo del mismo rango civil, llevó a un notable
enriquecimiento del patrimonio artístico palermitano. Es importante subrayar este rol de
colocación social porque para los componentes, la suntuosidad del interno de la propia
sede tenía la misma función de representación que el palacio para la familia
aristocrática. El elenco de obras de arte que allí se situaron es notable: Caravaggio en el
Oratorio de San Lorenzo, Van Dick en el del Santísimo Rosario y en Santo Domingo;
Guercino y Maratta en Santa Cita y el Rosario. Siendo pocas las iglesias palermitanas
que puedan tener semejante patrimonio artístico.
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Pietro Novelli, Santa Cita. Oratorio de Santa Cita
Palermo, como todas las ciudades de antigua fundación, tiene un pasado complejo y
muy variado. Cuya sustancia todavía hoy es claramente visible y es fácilmente
perceptible sólo el ápice o la reliquia de una multiforme sumatoria. Los oratorios para
su análisis, se colocan bajo la óptica de reatribuir el justo sentido a episodios
arquitectónicos y eventos históricos seculares, aparentemente marginales y de los cuales
hoy se ha turbado el significado correcto. La propia denominación, no es casual o
genérica, salvo raras excepciones ella reconoce a la Compañía y las Congregaciones su
sentido laico. Tal como decimos en páginas anteriores las asociaciones laicas con fines
espirituales y asistenciales tienen origen remoto en Palermo. Hoy se conoce la primera
Confraternidad fundada en el siglo XIV; existiendo además otro tipo de agregaciones
bajo el nombre de Congregaciones y Compañías. Organismos asociativos que en su
origen mantenían diferencias, hoy perdidas, por su uso verbal simplificado. Los
oratorios eran lugares privilegiados, exclusivos y tipológicamente caracterizados en
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razón de su función de aula asamblearia y de lugar de culto. Los diferenciaba una
precisa tipología arquitectónico-funcional. No siendo sólo por los elementos exteriores
que se podían distinguir y catalogar estas “iglesias particulares con título de oratorios”,
suntuosamente decoradas.
Estucos de Giacomo Serpotta en Santa Cita
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Con Giacomo Serpotta, llamado al final del octavo decenio del Seiscientos a renovar el
interior del oratorio palermitano, entra con prepotencia en la gran historia del arte
europeo, si así se puede decir de un artista cuya obra se caracteriza por ser suave y
elegante, el estuco. La relativa ausencia de vínculos litúrgicos en el oratorio hacía
posible un tipo de decoración hecha de movimiento plástico continuo, en el cual se
intercalaban pausas narrativas. Los estucos del oratorio de Serpotta creaban un
espectáculo dramático e íntimo. Hubo de tener cuidado hasta los más mínimos detalles.
Giacomo Serpotta (Palermo, 1656 -1732, hijo de escultores llevó al refinamiento más
extremo la técnica del estuco (mezcla de yeso y polvo de mármol con el que se modela
el bulto para, una vez seca, poderse esculpir con facilidad y ser objeto de pulido que le
da una apariencia de marfil), siendo a menudo más considerado como decorador que
como un verdadero escultor.
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Oratorio de Santa Cita
Empezó con el Oratorio de San Fidelio (1678) su larga carrera como decorador al estuco
interior de los edificios sagrados en la ciudad de Palermo, que vivió bajo los Borbones
un florecimiento de las artes, gracias a su mecenazgo. Entre sus obras de decoración hay
que clasificar a los oratorios de Santa Cita, en el Rosario del San Domenico, el de San
Lorenzo en la iglesia de San Francisco de Asís. Serpotta trabajó mucho en Alcamo
donde se pueden admirar numerosas y magníficas obras repartidas entre la Iglesia del
Santo Crucifijo (llamado Badia Nuova) y la Iglesia de los Santos Cosme y Damián
(conocido como el monasterio de las Clarisas).
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Relieves del Oratorio de Santa Cita
Como buen barroco su obra se une íntimamente a la arquitectura y alcanza su
culminación en los oratorios, una curiosa fórmula arquitectónica que se ajustaba
perfectamente a su estilo. La personalidad de Serpotta muy por encima de los, si bien
importantes, artistas sicilianos de su tiempo, destaca sus relieves que se expanden en las
paredes de los edificios como ramas sinuosas y sensuales, que refleja en parte los
motivos de la escultura barroca, pero interpretándose de una manera muy personal y con
un gusto inusual, que era claramente un preludio al estilo rococó. Sus famosos
«teatrini», los nichos reales de gran profundidad y alta complejidad, representan un
genio innovador que cambió la faz de la decoración del estuco en el período barroco.
Son un ejemplo las del Oratorio del Santo Rosario en Santa Cita, donde los misterios se
volvieron alegres y tristes, igual que la extraordinaria aunque mutilada por el robo y el
vandalismo, del Oratorio de San Lorenzo, la concentración de la bóveda en la vida de
los santos Francisco y Lorenzo.
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Oratorio del Santísimo Rosario
Dichos oratorios eran estructuras adyacentes a iglesias mecenados por la nobleza y alta
burguesía para sus reuniones para el rezo del rosario sin la interferencia de los párrocos.
Más salones de baile que iglesias, se basaban en una nave salón en donde se reunían
dichas cofradías que tenían en el rezo de dicho Rosario una verdadera excusa para
verse, hacerse ver y diferenciarse del resto de la sociedad.
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Oratorio del Rosario
Sobre lo dicho parece evidente que sobre cualquier tipo de dramatismo, estos
eran escenarios de elegancia, refinamiento y exquisitez, siendo su perfecto intérprete
Serpotta, un autor que está anunciando claramente el espíritu rococó tanto en la
interpretación de los temas como en sus formas compositivas. Hecho que le ha valido el
apelativo del Watteau palermitano.
Oratorio de Santa Cita. Palermo
Fundamentalmente tres serán los temas tratados: en forma de relieve adosado a los
muros los oratorios solían dividir ambas paredes para los misterios gozosos y dolorosos
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del Rosario. Escenas de gran complejidad compositiva y pequeñas figuras se encajan en
teatrini que nos recuerdan (al menos en su origen visual) a los famosos escaparates que
hicieron furor en el barroco.
El recorrido iconográfico en los oratorios generalmente procede con el punto de vista de
quien entra en un aula, o si se prefiere con óptica del Gestor de la Asociación. El fresco
de la bóveda con el Santo titular y casi siempre orientado, como la figura del pavimento
mayolicado, y como la historia del Santo destinatario o como el Misterio del Rosario,
que sale hacia el presbiterio, donde se acoge el icono principal, la pala o estatua que sea,
o eventuales otras imágenes correspondientes.
Hacia la época de la primera intervención de la mano Serpottiana el estuco no era poseedor de la
dignidad suficiente como para ser considerado un sujeto decorativo del todo autónomo. Esto ocurre al
menos en Palermo, donde Serpotta es definido como el principal artista del estuco en Europa y uno de
los maestros escultores italianos de setecientos. Giacomo realiza una verdadera revolución estilística y
cultural tal que en un espacio corto de tiempo eclipsa a muchas generaciones precedentes de escultores
de los cuales fue deudor y reelaborador .
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Dentro de estos ambientes un tanto frívolos no nos puede sorprender que, incluso, en
los pies de los sobre relieves nos puedan aparecer bajo este modelo formas (en
principio) tan poco religiosas como la propia batalla de Lepanto, por supuesto que
interpretada en clave optimista y exquisita, con pequeños apliques de pan de oro que
hacen de la escena algo casi de orfebre, de tallista de marfiles.
Otro segundo tema serán las series de las virtudes, elegantes damas que parecen a punto
de ponerse a danzar con suavidad, elegantemente ataviadas y con una carnalidad y
sensualidad que recuerda tanto a los rococós franceses de los que fue coetáneos.
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Las Virtudes
Por último, y acaso sus realizaciones más conocidas, todo el ambiente se encuentra
lleno de ángeles cantores y tañedores de música (con sus postizos en madera
sobredorada) y putti que juegan despreocupados en las paredes que se vuelven sutiles
entre luz y cortinajes fingidos.
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