BL LAGO DS CARÜGEBO. - Universidad de...

Post on 15-Sep-2020

2 views 0 download

Transcript of BL LAGO DS CARÜGEBO. - Universidad de...

228 S E M A N A R I O P I N T O R E S C O K S P Á N O L

So Je la Vega en los confines de As tu r i a s , con i n t e n ­c ión de trasladarse d e s p u é s i una fragata inglesa , pe ­r o los elementos p a r e c í a n haberse conjurado t a m b i é n en SU contra; pues no pe rmi i i endo salir al mar le detuvo « a aquel miserable r i n c ó n de la Vega hasta que fue aco-a e t i d o de una ejecutiva p u l m o n í a que en dos dias t e r m i -sl<í sn existencia en 27 de nov iembre de 1811 á los 66 años de su edad.

M u y pronto se d i v u l g ó por toda E s p a ñ a la muerte dfcí E x c m o . Sr. D Gaspar M e l c h o r de Jove Llanos con general sentimiento de la n a c i ó n y pa r t i cu la r de sus I r i -bonales, sociedades y academias cient í f icas ; y las cortes »eBerales y estraordinarias , reunidas en la isla de León , Queriendo dar un testimonio p ú b l i c o á la grata memoria «fe este i lus t re e s p a ñ o l , le declararon por un decreto es­pecial h e n e m é r i t ú de la p a t r i a .

B L L A G O D S CARÜGEBO.

T R A B I C I O S I P O P U X A K .

I N T R O D U C C I O N .

á c i a l o s c o n f i n e s de l fe ' r l i l y frondoso V i e r z o , en e! antiguo reino de León , siguiendo el curso del l i m p i o y dorado S i l , y de-

?ras de la cordi l le ra de montafsas que su izquierda m á r -gea guarnecen, d i ' á t a s e un valle espacioso y risueoo, en­r iquecido con los dones de una naturaleza p r ó d i g a y abuu-J a n í e , abrigado de los vientos y acariciado del sol. T e n -iSído y derramado por su cen t ro , a l cánzase á ver desde la ceja de los vecinos montes un lago sereno y cr is ta l ino, •anidoy terso á manera de b r u ñ i d o espejo, en cuyo fondo « r e t r a t a n los lugares edificados en las laderas del contorno, esmaltados y lucidos con sus tierras de labor rogizas y listadas de co lores ; los nabales en flor que parecen me-iroar en el espacio sus flotantes y amaril las cabelleras, mvao otras tantas nubes de gualda , y los blancos campa-a a r í o s de las iglesias, que la i lus ión ó p t i c a producida por ía blanda osc i lac ión de las aguas convier te á veces en s í e t g a d a s , a l t í s imas y f rági les agujas.

T a n agradable perspectiva sube de punto y embelle'-gese mas y mas s e g ú n se va acercando el observador, porque los cortes y senos de las colinas que rodean el lago forman b a h í a s y ensenadas ocultas, donde las aguas parecen aun mas adormidas y quietas, y donde se p e r c i ­ben i n m ó v i l e s y como encallados barquichuelos del pais, q a o n o este nombre sino el de canoas m e r e c í a n , pues que se redacen á dos troncos desbastados y huecos, grosera-mente labrados , unidos y sujetos por dos travesanos, sin proa, sin vela, sin qu i l l a y hasta sin remos la mayor par te . E n í r e nor te y ocaso l e v á n t a s e la p e q u e ñ a aldea de L a g o sobre n n altozano de suav ís ima i n c l i n a c i ó n que parece ba­jarse á beber las ondas, y sus casas p e q u e ñ a s y revocadas p o r defuera se mi ran como otros tantos cisnes en la rada que por allí entra en t ie r ra un buen espacio. Crecen en s n » huertos y en los del vecino pueblo de V i l l a r r a n d o , « t o a d o un poco mas a r r i b a , frescos y hojosos á r b o l e s qpe d rbu jándoáe en la l iquida l lanura á raiz de Iss cuestas y cimas á r idas y negruzcas del M o n t e de los Caballos «J ie toda aquella ladera domina , le dan toda la apariencia "ÍLíurlT 7 80 cuadro " c o r r . d o en un m . r c o

Por el lado del Or iente e s l á asentado el pueblo de Cavucedo en una fé r t i l cuanto angosta l l a n u r a , y en 1» misma d i r ecc ión y sobre las crestas de los montes mas lejanos se dist inguen las almenas y murallas del castillo d e C o r n u t e l , casi colgado sobre precipicios que hielan de espanto , verdadero nido de aves de r a p i ñ a , que no man­sión de barones y caballeros antiguos.

Los vioedos, sotos y sembrados del pueblolleganhastalas M é d u l a s , famosas en tiempo de los romanos por las minas a b u n d a n t í s i m a s de oro que abrieron y exp lo ta ron en su tér­m i n o , y de las cuales se conservan maravillosos restos; y cerca de sus ú l t i m a s casas y siguiet.do la or i l l a meridional del lago campean grupos de venerables, seculares y be­l l í s imas encinas, cu^as ramas, cual si estuvieran abruma­das de recuerdos, ba|an en festones y colgantes por de-mas vistosos, á modo de á r b o l e s de desmayo ó de guir­naldas verdes y lustrosas ; las m o n t a ñ a s que caen hácia aquella mano es t án algo mas d í s v i ü d a s , y á diferencia de las que enfrente se e n c u m b r a n , por donde quiera y has­ta en la punta mas enriscada de los p e ñ a s c o s hacen alarde de gruesos alcornoques, robles corpulentos y mengua­dos m a d r o ñ o s . Por la par te occidental sujetan las aguas unos á r idos y descarnados p e ñ a s c a l e s , y un poco mas allí exticindense largas filas de c a s t a ñ o s y nogales que rematan la orla del h g o y hacen en el es l ío perpetua y deleitable sombra.

S i á esto se a ñ a d e que m u l t i t u d de lavancos azulados, de descoloridas gallinetas y otras m i l aves a c u á t i c a s na­dan en ordenados escuadrones por la sosegada y relu­ciente l l a n u r a ; si se jun tan y agrupan en la imaginación el humo de las caleras que de ord inar io arden alrededor; el t r i na r y el revolar de los p á j a r o s , los rumores de los ganados, los cantares vagos y cafi perdidos de los barque­ros y pastores, y toda la quie tud de aquella vida pací­fica, concertada, activa y dichosa, fácil s e r á de adivinar que pocos paisages alcan/an á grabar en el alma imáge* ues tan apacibles y h a l a g ü e ñ a s como el lago de Carucedo.

Era una tarde serena de las ú l t imas de marzo, en que el sol se acercaba á mas andar al t e rmino de su carrer»)

cuando un viagero j ó v e n , que largo t iempo habia estado contemplando coa embebecimiento tan r i co panoram»i e n t r ó en una barca donde armado de su largo palo W aguardaba un aldeano de las c e r c a n í a s , mozo , y robusto. Difícil cosa seria deslindar ahora y seña l a r camino al con­fuso t rope l de imaginaciones que se disputaban la aten­c ión de nuestro viagero ; y en verdad que nada tenia <M e x t r a ñ o el ademan de d i s t r a c c i ó n apasionada y roelancólici

en que iba sentado á la punta de aquella p r ¡ m i ' i v a cra' barcacion. Estaba el cielo cargado de nubes de n á c a r q»* los encendidos postreros rayos del sol orlaban de dorada bandas con r i v o s remates de fuego : las cumbres p e U d » '

S E M A N A R I O PINTORESCO E S P A Ñ O L

s o m b r í a s del M o n t e de los Caballos enlutaban el cr is ta l del lago por el lado del N o r t e , y en su estremidad occi ­denta l pasaban con f a n l a s n m g ó i i c o efecto los ú l t i m o s fue­gos de la tarde por entre los desnudos ran os de los cas­taños y nogales, reverberando allá en el fondo un p ó r t i c o ae'reo y milagroso de esplendidas é imaginarias t intas, matizado y de prol i ja y maravillosa c r e s t e r í a enriquecido.

Las manadas de aves a c u á t i c a s r e t i r á b a n s e en buen c o n c i e r t o , y calladas como el sepu lc ro : el á n g e l de ios e n s u e ñ o s dulces y virtuosos b a b i í enfrenado las armas mas sut i les , y apagado todos los rumores del d í a , cual sí b r í n d a s e al mundo un sueño de paz en su lecbo de sombras y perfumes; y una estrella pá l ida y sola que por cima del casi borrado casti l lo de Cornate l haLía co­menzado á despuntar en el conf ín mas remoto del o r i e n ­te, ca'rdeno y cor fuso á la s a z ó n , venia á embellecer aquel indefinible cuadro con la esperanza de una noebe pura y estrellada.

E l Isgo i luminado por aquella luz t i b i a , tornasola­da y fugaz, y enclavado en med o de aquel pais^igs tan v a g o , tan agraciado y tan t r i s t e , mas que otra cosa pa» recia un camino anchuroso , encantado, sol i tar io , mís ­t ico y resplancieciente, que en derechura guinba á aquel cielo que tan claro se ve ía a l lá en su t é r m i n o , y que c r u ­zaba la i m a g i n a c i ó n en su desasosegado v u e l o , compla ­c i éndose en adornar lo con sus galas mas escogidas, y en colorar lo con sus mas hermosos matices.

Delante de tantas maravillas y á solas con una na tu ­raleza tan t i e r n a , tan v i rg ina l y misteriosa, ¡ q u é mucho que los pensamientos de nuestro vingero flotasen indeci sos y sin c o n t o r n o , á manera de espumas, por aquellas aguas sosegadas! ¡ Q u é mucho que su c o r a z ó n latiese con ignorado c o m p á s , si por dicha se acordaba ( y así era) de haber visto el mismo país en su n i ñ e z , cuando su c o r a z ó n se ab r í a á las impresiones de la vida, como una flor al r o ­cío de la m a ñ a n a , cuando era su alma culera campo de luz y de a l e g r h , ver je l oloroso en que el rosal de la es­peranza daba al v ien to todos sus capullos, sin que la t e m ­pestad de las pasiones le hubiese l levado la mas l iviana h o j , , sin que ia iava (lel do|or hub¡e5e secado el mas

tierno de sus ta l los! Hay ocasiones en que siente el hom­bre desprenderse de este suelo y elevarse por los aires la par te mas noble de su ser , y en que arrebatado á vista de un crepúscu lo dudoso, de un cielo c laro y de un l a ­go adormecido, cou los ojos h ú m e d o s y levantados al cíe lo y con el pecho lastimado, prorumpe y dice con el tier-* nísnwo y divino F r . Lu i s de León:

«¡Morad» de grsndeza! ¡ T e m p l o de claridad y de hermoJvr»? E l alma que ú lu alteza

te lo he de

N a c i ó , ¿ q u e desventura la tiene en esta c á r c e l b i j a , e s c u r a ? »

A l tercer verso de tan sentida endecha l legar ía nues­t ro buen v iagero , cuando la voz desapacible del barque­ro 1c a ta jó en su vuelo celestial , d i c i é n d o l c :

« ¡ A h s e ñ o r ! m i r e ; a l l í por bajo de laso h ú b o l e en o t ro t iempo un c o n v e n t o . »

Aunque no m u y satisfecho el joven de ver asi c o r t a ­do el h i lo de sus pensamientos, m i r ó fijamente al bar­que ro , y como viese p in tado en su ros t ro un v ivo deseo de contar le algo mas acerca del convenio inundado y sor­bido por las aguas, le c o n t e s l ó :

— Vamos , tu sabes algo de ese cueato, agradecer s i m e lo refieres.

— Y o , la verdad que le diga , repuso el barquero , no le sé toda la h i s to r ia ; pero si quiere dep rende r l a , raí tío D . Atanasio el cura de jónos un proceso m u y grande de su le t ra todo que trae cuanto p a s ó bien por menudo .

— Pe ro , vamos , le r e p l i c ó su c o m p a ñ e r o , t u algo has de haber oído por fuerza , y eso es lo que te p í lo que me digas.

E n c a r ó s e con él entonces el barquero y estuvo eXá» m i n á n d o l e un buen r a t o , cual si á si p rop io se p r e g u n t a ­se si d e t r á s de aquella levi ta abotonada, de aquel co rba ­t ín y aquella gorra no habria escondida tal cual pun ta de i ron ía y de bur la . Por desgracia el viajero que encon­traba no poco de c ó m i c o en semejante e x á m e n , hubo de dejar asoma;' á sus labios una l igera sonrisa, con que descon­certado y mohino el barquero le dijo con aire de enojo:

— Y o no le puedo decir mas sino que por un pecado muy grande se a n e g ó todo esto.

— Pues v a y a , repuso el o t r o , endereza íiácía ia o r i l l a , que los papeles de tu tio me lo d e c l a r a r á n . s i n duda mejor .

Yogaron con efecto h á c i a a l l á ; a m a r r ó su p i r a g u a e l aldeano, y tomando la vuel ta de Carucedo , v o l v i ó a p o ­co ralo con los papeles de su tio el cura diciendo ai v i a ­gero ; —Si los qu ie re , ah í los tiene, porque en casa solo se leer y o , y escribir t amb;en , a ñ a d i ó con é n f a s i s , que aun voy poniendo m i nombre ; pero como m i t io tenia cuasi revesada la l e t r a , c á n s a n s e m e mucho los ojos. Ademas que el diablo cargue conmigo sí algunas veces le ent ien­do una jota de cuanto dice. —

A g r a d e c i ó l o el viajero el presente con corteses razo­nes, y sobre todo con un c o r t é s peso duro que hizo r e i r el alma del pauano ; el cual dando un mi l lón de vueltas en la mano á su sombrero de paja, y deseando á su c o m ­p a ñ e r o m i l años de vida con un cumpl imien to muy p r o ­li jo y enroscado, sin duda para probar que sabía algo de le t ras , se fué mas contento que el día que e s t r e n ó sus p r imeros zapatos.

P a r e c i ó l e á nuestro viajero por estremo curioso e l manusc r i to , y acortando ciertas sutilezas escolás t icas que el buen don Atanasio no hab ía economizado á fuer de t eó logo , lo a d o b ó y compuso á su manera. Como es muy amigo nuestro y sabemos que no lo ha de tomar á m a l nos atrevemos á p u b l i c a r l o .

ENRIQUE G I L .

S E M A N A R I O P I N T O R E S C O E S P A Ñ O L .

hierro en Suez. AHÍ, cerca del desier to , en el seno de la antigua cuna de las ciencias, el v « p o r vá bien pronto A desplegar sus maravi l las , y 180U0 á r a b e s preparan ya un camino espedito á los productos y á los botnbres de la c ivi l ización Europea. F i n a l m e n t e , un mes separa hoy tan solo á Marsel la de las orillas del Ganjes, y los ú l t i m o s viages del S i r i a s y del Grea l Pes le rn acaban de poner á Londres y L i v e r p o o l ó catorce dias de N u e v a - Y o r k .

Eumedio de tan r á p i d o s adelaulamientos hechos por las d e m á s naciones en este y en otros puntos capitales, nuestra desgraciada E s p a ñ a ha permanecido simple espec­tadora del vuelo prodigioso de una i n v e n c i ó n que ad iv inó el p r imero uno de sus hijos ; y dos ó tres barcos p e q u e ñ o s sobre el Guadalquivir y otros tantos sobre la costa c a n t á ­br ica son los ú n i c c s de este genero sobre cuya popa se vé flotar el pave l lón nacional. ¡ Y sin embargo, d e s p u é s de la I n g l a t e r r a , uo hay nacicn alguna poseedora de mas ricas colonias , ninguna tan ventajosamente situada entre ambos mares para l levar á las mas remotas regiones los frutos naturales y los adelantes de la industr ia Europea!

E L L A G O D E G A R U G B D O [ l ] -

I . L A P R I M E R F L O R D E L A V I D A .

F u é m e l a suerte en lo mejor avara . Sombras fueron de bien las que yo tuve, Escuras sombras en la luz mas clara.

HERRERA.

ú l t i m o s del siglo X V a l zábanse t odav í a las torres del monasterio de monges Bernardos , llamado San Mauro de V ¡ -

l l a r rando , en el recodo que forma en el día el lago de Ca-rucedo por entre norte y ocaso, y á la ju r i sd icc ión y se­ño r ío de su abad estaban sujetos los pueblos de aquel c o n ­to rno . Sin embargo, t en í an á buena dicha v i v i r bajo tan blando y u g o , poique era su seño r un santo hombre l leno de caridad y e v a n g é l i c a s v i r t udes , hasta tal punto que en toda aquella tu rbu len ta é p o c a las d e m a s í a s del po ler no habiau costado una lagrima á n inguno de aquellos vasa­l los .

C o n t á b a n s e dos en t re ellos afortunados sobre todos y felices , porque se amaban con el p r i m e r a m o r , y no pa­recía sino que para eso solo los hab í a juntado all í la suer­te , pues que n inguno hab ía nacido en aquellos f é r t i l e s va ­l l e s ^ ademas un misterio impenetrable envo lv í a en den­sas sombras el or igen de entrambos. D e l joven que t e ­nia po r nombre S a l v a d o r , solo se sabia que siendo aun rapazuelo y con no poco recato hab í a l 'egado á la po r ­t e r í a de San Mauro en c o m p a ñ í a de un v i e j o , al parecer escudero, y desde entonces y sin otra r e c o m e n d a c i ó n que una carta sigilosa para el abad , hab íase criado á la som­bra de aquellos claustros , siendo por sus buenas partes y generosa índo le el amor de los religiosos y en especial del venerable F r . Veremundo Osor io , su santo prelado. Ha­bía cobrado este un c a r i ñ o verdaderamente paternal al joven Salvador , y ora dimanase de esta sola causa , ora

0) Véase el Semanariu del domingo anterior.

ajustase su conducta á las r eg l a» de la ya mencionada e p í s t o l a , lo cierto es que no contento con emplear U ap l i cac ión de su d i sc ípu lo en diversos e l u d i o s , a m a e s t r á ­bale ademas en toda clase de ejercicios guerreros y echa­ba en su alma los cimientos de un cumpl ido caballero y buen soldado. Y era asi, porque en verdad que nunca a l ­ma mas noble a n i m ó tan varoni l y hermosa figura: nunca c o r a z ó n mas valeroso la l ló en el pecho de un hombre . T a ­c h á b a n l e sin embargo los que le trataban, de adusto y de ­sabrido en ocasiones; pero nadie se lo llevaba á ma l , p o r ­que los mas discretos a c h a c á b a n l o al mister io de su v ida , y los d e m á s disculpaban estas mudanzas de genio con los vaivenes p r o p í o s de todo c a r á c t e r apasionado y ardiente.

E l or igen y calidad de M a r í a , qae así se llamaba 1« doncella que amaba nuestro Salvador , no era menos obs­curo n i dudoso. Al l í hab í a llegado con una anciana, de nombre U r s u l a , que se decía su madre , y estas dos m u ­jeres, como sí se creyesen seguras en aquel apartado r i n ­c ó n de la t ierra , h a b í a n s e establecido en el pueblo de Ca-rucedo, comprando en su t é r m i n o algunos bienes y ade­mas un escaso r e b a ñ o que la joven Mar ía apacentaba en aquellos recuestos. Sa lvador , que sin tregua p e r s e g u í a los a n í m a l e s montaraces, la vió y a m ó en la soledad; y esta pas ión que como una ílor c r ec í a al manso ru ido de las cascadas y entre el m u r m u l l o de las arboledas, t o r n ó s e con el iempo á r b o l poderoso que e c h ó en el c o r a z ó n d t entrambos p r o f u n d í s i m a s r a í c e s .

S in embargo , estos amores que en boca de todos a n ­daban, no llegaron á oídos del anciano Osorio tan p r o n ­to como era de esperar , merced al recogimiento de sa v ida : pero la habi tual y me lancó l i c a d i s t r a c c i ó n en que vino á caer su d i s c í p u l o , su hi jo q u e r i d o , no t a r d ó ea revelar le que alguna profunda espina estaba clavada en su c o r a z ó n . Porque es de notar que el alma de nuestro Salvador , sedienta de c a r i ú o y de t e r n u r a , no se e n t r e ­gaba con todo á las bellas y alegres esperanzas de que sembraba el po rven i r la inocente y c r é d u l a M a r í a ; antes bien acostumbrado á la soledad y silencio del c l aus t ro , imagina t ivo y grave de c o n d i c i ó n , y abrumado ademas con el secreto de su nacimiento , secreto fatal que hasta c u m p l i r los veint ic inco años no era l í c i t o arrancar á c ie r ­to misterioso papel que el abad guardaba ; en su c o r a z ó n alternaba el resplandor de la dicha con las sombras de la duda y de la i n c e r t i d u m b r e , y un m i l l ó n de recelos á modo de aves agoreras , poblaban siempre el camino de sus pensamientos. Combatido de tantos y tan dolorosos vaivenes, amaba no obstante cada dia mas , porque si es dulce cosa el amor á los veinte años , en un c o r a z ó n l l a ­gado de amargura se convier te en un consuelo inefable y celestial .

Como qu ie ra , el buen Osorio que solo hab ía llegado al puer to de quie tud al t r a v é s de los escollos y tormentas de las pasiones, leía ha r to claro en la frente de aquel joven el origen de su tristeza y la lucha de encontrados afectos que se disputaban su e s p í r i t u . Las semillas de v i r ­tud y de honor que en él hab í a derramado con mano p r ó ­diga , y que ya comenzaban á dar tan abundantes como sazonados frutos , pon ían su alma al abrigo de toda i n q u i e ­tud en punto á los intentos de Salvador ; porque bien sa­bia que sus senlimieutos podrian acarrearle en buen hora la desdicha, nunca empero la deshonra: no obstante, de­seoso de sondear su llaga , y aun de remediar la , si ya no es que llegaba larde , en un largo paseo que d ieron un dia al caer el sol por la huerta del monaster io, tendida á la sazón por el espacio que ocupan hoy las aguas del la­g o , sin duda hubo de sacar á plaza tan delicado asunto,

j porque la c o n v e r s a c i ó n fue la rga , agitada y u i s t e r í o s a . Volv ían ya lenlamcntc á la a b a d í a , cuando antes de e n -

23(3 S E M A N A R I O P I N T O R E S C O E S P A Ñ O L .

t r a r s e oyó que Salvador decia con respeto al abad:—Si , padre «nio; cuanto me habé i s d i c h o , antes me lo he d i ­cho y o ; el sacrificio que de m i entereza r e c l a m á i s , ya hace t iempo que lo tengo yo resuelto , porque bian sé que el honor es de mas subido precio que la f e l i ­c idad y que la v i d a , y ese misero honor y la vene­r a c i ó n f i l ia l que os debo , me mandan aguardar el fa­l lo del ter r ib le papel ; pero dejar de amarla es i m p o ­sible , a ñ a d i ó con violencia , y mas imposible aun que vos me lo o r d e n é i s . Su amor es para m i como la l u z , como el a i r e , como la l i b e r t a d , y no tengo mas corazones que á m i se inc l inen que el ds un viejo cercano ya del sepul­c ro , y el de un á n g e l que me abre las puertas de ia vida. M i r a d , el o t ro dia soñé que un guerrero me la robaba, y cuando d e s p e r t é , me v i en pie en mi tad de nú aposento, coa los cabellos erizados y en la mano m i cuchi l lo de jno i i l e , con el cual buscaba el c o r a z ó n de m i enemigo. — El buen abad m e n e ó entonces la cabeza suspirando, y a p o y á n d o s e en el brazo de Sa lvador , en t ra ron los des muy despacio por un embovedado y estrecho pasadizo que guiaba á la escalera p r i n c i p a l , donde se separaron.

Larga y desvelada fue aquella noche para el enamo­rado mancebo, que apenas vio los pr imeros destellos de la aurora blanquear en el O r i e n t e , con el arco á ia es­palda y su fiel cuch i l l o al l ado , t o m ó la vuelta de las M é ­dulas en busca de una deliciosa hondonada, donde solía i r María á apacentar su hato. Formaban los p e ñ a s c o s de alrededor una especie de media lana vestida de encinas enanas, de desnudos alcornoques y de urces en flor, y en una fresca gruta que en el costado derecho se d e s c u b r í a , entapizada de musgo y de olorosas v iole tas , estaba sen­tada la bella pastora fi esca y galana sobre todo encareci­miento . Las l íneas p u r í s i m a s de su ova l«do r o s t r o , sus rasgados ojos negros llenos de honestidad y de du lzura , su f rente blanca y apacible como la de un á n g e l , la ne­vada toca que recogía sus cabellos de é b a n o , el airoso dengue encarnado que l igeramente somoseaba su cuello de cisne, y su plegada y elegante saya, le daban una apariencia celestial.

En aquel momento debía de pensar sin duda en sus amores , pues acariciaba con d i s t r a í d a mano á su leal pe r ro y.estaba casi m e l a n c ó l i c a de puro fel iz . Desarru­góse al verla la frente del gallardo cazador, y apre­suradamente se acercaba á su encuen t ro , cuando por c ima de las rocas que en frente de la g ru ta se esten-dian , a c e r t ó á mecer el viento una pluma de águ i l a . Pa­róse entonces y mirando con cuidado, s in t ió que le daba un vuelco el c o r a z ó n al ver debajo de la piurna un gorro de ricas p íe les , y debajo del gorro un semblante adus­to y desabrido que con ojos codiciosos devoraba des­de a l l í las gracias de la descuidada n iña . C o n o c i ó l e al pun to Salvador , que har to conocido h a b í a n hecho á aquel hombre sus desafueros por todas las c e r c a n í a s : p e n s ó en su s u e ñ o , r e q u i r i ó su p u ñ a l , y de sus l á -bios se escaparon confusamente no se que palabras que asi p a r e c í a n arrancad?s por una m o m e n t á n e a c ó l e r a , co­mo hijas de una r e so luc ión firme , inexorable y duradera. Entonces fue cuando los ojos del desconocido se encon­t r a ron con los suyos , y viendo aquel varoni l y denodado .semblante que con tanto « h i n c o le encaraba, bajó lenta-jnente de su r i s co , l a n z á n d o l e antes una mirada de des­pecho, l u l e r n ó s e d e s p u é s eu la espesura, y á poco rato se oyó el son lejano y confuso de un cuerno de caza que locaba á recoger los dispersos cazadores.

Púsose á pensar entonces en su s i tuac ión nuestro valiente mozo , y como por una i n s p i r a c i ó n súb í l a se le viniesen de t .opel á la memoria ciertas palabras sueltas y terr ibles de Gal ic iana U r s u l a , que revelaban no sé que misterios de

p e r s e c u c i ó n y amargura , r e so lv ióse á dar parte de este su. ceso al venerable Osorio antes que á nadie ; pero como su c o r a z ó n acostumbrado á mostrarse todo entero á los ojos ele M a r í a , dífu l í m e n t e p o d r í a recatarle el nuevo secreto que le abrumaba , reso lv ióse á no hablarla en aquel d ía . Por otra parte ocupaban su i m a g i n a c i ó n negros recelos é ¡ a . quie tudes: asi fufe que se q u e d ó rondando á manera da vigi lante sabueso hasta la ca ída de la tarde , en que su amada recogiendo sus ovejas, se e n c a m i n ó al pueblo, no sin mi ra r muchas veces con desasosiego y tristeza al re­dedor cual si se viese burlada en alguna dulce esperanza. S iguió la á lo lejos su apesarado amante , hasta que la vió desaparecer bajo las encinas que adornan la entrada da Carucedo, y en seguida ace l e ró el paso hasta llegar á ta a b a d í a .

Era la hora del c r e p ú s c u l o vespert ino , y aunque ha­bía aun b á s t a m e clar idad en el a i r e , ya tas objetos leja­nos iban perdiendo sus con tornos , envueltos eu los p i i , meros vapores de la noche: solo el castil lo de Cornatei , gracias á ¡as l íneas rigorosas de sus muros y á su situaciou que le hacia descollar sobre el fondo obscuro de los mon­tes lejanos, fsparecia aun claro y d is t in to .

Tocio este paisage miraba el piadoso abad desde la lar-ga azotea de su c á m a r a , cuando e n t r ó Salvador deseo-l o r i d o , s o m b r í o y d e s g r e ñ a d o . — ¿Cómo as i , Salvador? la p r e g u n t ó Osorio sobresaltado ; no parece sino que has re­c ib ido alguna herida m o r t a l , s e g ú n lo pá l ido y turbado que llegas.

— M o r t a l , en v e r d a d , padre m í o , r e s p o n d i ó es te ; mi sueño no era una ment i ra sino un presentimiento de mi le»l c o r a z ó n . Su fantasma ha tomado cuerpo á mis ojos y me la quiere robar.

— C ó m o ! i n t e r r u m p i ó el abad asombrado, ¿ h a y por a q u í quien se atreva á semejante d e s m á n ? ¿ N o saben que á m i b á c u l o de paz a c o m p a ñ a la espada de la justicia? ¿ Q u i é n es el temeri i r io?

E s t e n d í ó Salvador el brazo hác ía el O r i e n t e , y '8 m o s t r ó la masa del castil lo de Cornatei que todavía se al­canzaba á ver en la cresta de la m o n t a ñ a .

— ¡ Don A l v a r o Rebolledo, el castellano de aquella for­taleza! e x c l a m ó el religioso con espanto.

— El mismo, — r e p l i c ó Salvador con una frialdad que da­ba deii iasíado á entender la firme re so luc ión que alimenta­ba sualma.—' Hubo entonces una breve pausa, y era de ver al hombre de la edad y de la prudencia dolorosamente ' r a -bajado por amor de sus h i jos ; y al hombre de las pasiones y de la j uven tud sereno y t r a n q u i l o , como quien ha He-gado á uns de aquellas situaciones extremas y soleiimes, en que es imposible volver a t r á s la p lan ta . E l abad lúe e p r i m e r o á romper el silencio.

— ¿Y q u é has pensado, Salvador? le dijo y a c e n calmi-

SEMANA 11IO PINTORESCO ESPAÑOL. 237

He pensado, rasgados

r e s p o n d i ó este m i r á n d o l e con sus ojos fijamenle, que soy h o m b r e , amante y

sino por m i a l cu rn ia , á lo menos por girzos y caballero, r a z ó n . ,

y por tu alcurnia t a m b i é n , repuso gravemente Uso-r i o ; que puesto que t u nacimiento sea t a m b i é n un miste­r io ' p a ra m í , t o d a v í a la carta del santo abad de C á r d e n a me declara que Dios te hizo noble como la pr imera luz que viste. . .

Salvador a lzó los ojos al c i e lo , donde ya br i l laba una estrella r u i i l a n t e , y en jugó una l ág r ima de g r a t i t u d al versa igualado con su r i v a l . Osorio lo vió y le d i jo :

Escucha, hijo m i ó , estamos á la boca de la caverna del t i T e , y si comparamos las nuestras con las suyas, mas desvalidos y flacos nos hallaremos que el ce rva t i l l o de los montes. Ese hombre , caudil lo de la d e v o c i ó n y bando del poderoso conde de Lernus, s eño r de Ponferrada , puede l lamar en su ayuda m u l t i t u d de hombres de armas de su g u a r n i c i ó n , y aunque y o armase todos mis vasallos, no alcanzar/amos á parar su í m p e t u y soberbia. Ya ves que todo p r o p ó s i t o de venganza nos p e r d e r í a sin remedio.

— Pero , s e ñ o r , r e p l i c ó el mancebo, ¿ n i aun rescoldo y cenizas quedan en el pecho de ese hombre de la santa hoguera del honor?

— N i aun eso queda, c o n t e s t ó el santo abad ; los vicios han empedernido su c o r a z ó n y secado en su alma la fuen­te del bien. Sus vasallos l lo ran h i lo á h i lo en la noche su h u m i l l a c i o H y desven tura , como el antiguo profeta ; y á •nodo de los cautivos israel i tas , por su dinero beben su pgua y coa su dinero compran su pan. S i n embargo si es cierto que aun el i m p í o se pone en pie delante de la ca­beza ca lva , yo i r é al encuentro de ese hombre y le ha­b l a r é en nombre de su Dios, que t a m b i é n es m i Dios.

— ¿Y M a r í a ? repuso con angustia Salvador. — F í a t e de rai prudencia , contento el rel igioso, porque

si algo llegase á entender la pobre U r s u l a , tengo por c ier to que n i tu misu o s ab r í a s el paradero de las dos y las perderiss para siempre.

A l o t ro día muy de m a ñ a n a el santo abad con su bá­culo y su d iu rno e m p r e n d i ó el largo camino que mediaba entre el casti l lo y la a b a d í a . L l a m ó de paso á la puer ta de U r s u l a , y entrando por e la con no poca e s t r a ñ e z a de las dos mujeres , como viese á la doncella á pun to de sa­l i r con su h a t o , a p a r t ó un poco á la anciana y le dijo con sosiego:—No dejéis salir á Mar ía hasta que e s t é yo d a vue l t a , porque se ha levantado ple i to entre el s e ñ o r de Coruatel y rai abad ía sobre el s eño r ío de ciertos t e r r e ­nos , y hasta dejar or i l lado este asunto me p e s a r í a de ver que ninguno de mis subditos quebrantase la tregua que tengo determinada. A H á v o y , y pur la tarde os d i r é l o q u e resuelto dejemos.—

Aunque el acento del piadoso v a r ó n rebosaba t r a n ­qui l idad y ca lma , no por eso de jó de mirar le con ansie dad mientras hablaba aquella mujer . — Padre rnio , le p r e g u n t ó con zozobra , ¿ n o s amenaza a l g ú n nuevo riesgo? ¿ T o d a v í a no e s t á llena la medida de nuestras persecucio­nes? ¿ S e r i a c ier to que nos vemos asomadas á un abismo?

— Couque s e g ú n eso, repuso el prelado s o m í e n d o con cier to aire j o v i a l , ¿ en abismo nos c o n v e r t í s á m i y á mis santos religiosos? Pues en verdad que no deberemos que­daros muy obligados por la t r a n s f o r m a c i ó n . — Y viendo que uí aun así quedaba t r a n q u i l a , a ñ a d i ó con gravedad: — Por ahora no hay que temer, porque esuis bajo mí guarda y amparo :—y en seguida e n d e r e z ó sus pasos hác ia el castillo de Corna le l . Hacia poco que había salido el sol tuando se puso á t repar el agrio repecho á cuyo t é r m i n o ¿e levanta aun en el dia esta fortaleza; y cuando l l e n ó á U barbacana ya estaba bien al to . Los ballesteros que all í \

estaban de guardia , cuando VÍ.MOU llegar á un religioso de pe regr ino , « p i o s u r á r o n s e •* l i a n ,

i comandante cruzando con él ,-1 solo con su bas tón anear la puerta , y -L e n t e levadizo, y gu iándo le por una estrecha y obscura escalera de caraco l , le « c o m p a r o hasta una espec.e de antesala , donde unos hombres de desalmada p r e s e n c ¡ a se e n t r e t e n í a n en jugar á las tres en raya con un copioso ja r ro de vino y unos vasos de e s t a ñ o sobre la meso. Res­pondieron con algo de desabrimiento al saludo del «bad , y p id i éndo le d e s p u é s uno de ellos permiso con tono i r ó ­nico para cont inuar en su pasatiempo, mientras o t ro da­ba party al amo de la v i s i t a , sin curarse mas de su h u é s ­ped que si se tratara de un tonel v. cío , tornaron á su ta­rea. A poco rato vo lv ió el mensagero é in t rodujo al abad en el aposento de D. A l v a r o .

¿Que diablos trae por aqui semejante ebejaruco? p r e g u n t ó uno de aquellos perdonavidas; ¿ s e r á que nues­t ro amo p íense convertirse? T ú , Tormen ta que has h e ­cho de i n t r o d u c t o r , d i , h o m b r e , ¿ q u é gesto puso don A l v a r o cuando le anunciaste la llegada del padre?

— E l mismo que pones t u . Boca N e g r a , cuando por t u acostumbrada torpeza ves que te van l levando el d i ­nero bon i t amente , sin acertar á poner tres en raya una sola vez.

— ¿Con q u é es decir que Dios no le Ra tocado todav í a el c o r a z ó n ? r e p l i c ó con a legr ía Boca Negra ; sea su n o m ­bre bendito y alabado! Porque en verdad os d i g o , mis ovejas, que sí al c a p i t á n se le antojase de repente t o r ­narse hombre de b i e n , no sé lo que habia de ser de n o ­sotros.

— Sin embargo, ¿ q u i é n sabe, repuso o t r o , si este buen fraile h a r á con él lo que el Salvad i r hizo con el buen l a d r ó n ? que aunque en verdad no sea é l como Cris to , t a m ­poco nuestro amo llega [nnal pecado! n i á la sucia del za­pato del buen l a d r ó n .

Rieron los valentones de la ocurrencia, y p » r a r emo­ver estorbos y qui tar amargores de boca, de te rminaron de t i r a r ni fraile , sí o t ra vez v o l v i a , por una ventana que daba á un precipic io de mas de cien varas , y vo lv ie ron á su juego.

A b r i ó s e por fin d e s p u é s de largo ra lo la puer ta de l aposento de D . A l v a r o , y aparecieron en su d in t e l el cas -tellano y el abad. Acalorada d e b e r í a de haber sido la p l á ­t i ca , pues que los semblantes de ambos venian alterados, si Líen el de D . A l v a r o no respiraba sino avilantez y o r ­g u l l o , mienfras el de Osorio revelaba toda la dignidad de u n alma elevada y de una conciencia pura. A c o m p a ñ ó l e el caballero con al t iva c o r t e s í a hasta la escalera de cara­col , y s a l u d á n d o s e a l l i f r iamente v o l v i ó s e . e l uno á su r e ­c á m a r a y e l o t ro salió paso á paso del cas t i l l o , turbado el á n i m o y lleno de m i l negi os pensamientos Sin embar­go , cuando l legó á casa de U r s u l a , compuso y s e r e n ó su venerable rostro para decirle que todav ía no quedaban aclaradas las dudas , y que de consiguiente cuando M a r í a sacase á pacer su r e b a ñ o , lo llevase á las lomas y valles vecinos el monaster io , hasta que por vías amistosas aquel l i t i g io se arreglase. T e n í a n ambas mogeres ciega conf ian­za en las vir tudes del abad , y así se pusieron en sus m a ­nos, como pudieran entregarse en las de Dios. A c e l e r ó en seguida el religioso sus tardos pasos , y ya el sol se poma entre nubes de o r o , de p ú r p u r a y morado , cuando l legó al a t r io de S. M a u r o , donde ardiendo en, inquie tud y vivas ansias le aguardaba Salvadfr .

_ ¿ Q u é nuevas t r a é i s , padre y s e ñ o r m í o ? le p r e g u n . tó con acento t m b a d o , s i l i é n d o l e precipitadamente al encuentro y agorando desdichas á vista de su apesadum-brado cont inente .

— He soltado m i voz en el desier to , c o n t e s t ó el ancia-

238 S E M A N A R I O PlNTOUlvSCO ESPAÑOL.

n o , y n i aun en aquellas b ó v e d a s he encontrado un eco que repi t iera mis palabras de paz y de amor. E l malva­do l ibra su esperanza en sus caballos y sus a rmas ; y harto claro me ha dejado ver sus inicuos planes. Salvador , dijo d e s p u é s resuel tamente, el honor de Mar/a cor re pe l igro a q u i , y es preciso que se marche. — E l joven se r e t o r c i ó las manos de d e s e s p e r a c i ó n . — Y a y o mismo la hubiera a c o m p a ñ a d o hasta ponerla en sa lvo , c o n t i n u ó el santo abad , pero el i m p í o ha tendido sus redes , y no levan­t a r á mano hasta consumar su p e r d i c i ó n . A s i que , m a ñ a ­na al romper el alba m a n d a r é un correo á m i hermano e l abad de Carracedo , que tiene aprestado cier to n ú m e r o de lanzas y peones para ayudar á los reyes en la guerra de Granada , y pedireie que me acorra en este trance con una fuerza poderosa para defender á Mar ía y á su madre en su v ia je , y sacarla de las garras del l e ó n . E n tanto aunque no es de sospechar que á nuestros mismos ojos suceda n i n g ú n d e s m á n , t u deber es guardar á la h u é r f a n a desvalida y mi ra r por e l l a : que Dios y tu derecho sean con t igo .—Dicho esto p a r t i ó aquel santo v a r ó n £ encer­rarse en su celda.

— Que Dios y m i derecho sean c o n m i g o , « r e p i t i ó Sal­vador , y que la mengua y el oprobio caigan sobre el que solo se atreve á desamparadas m u g e r e ? . » —

R a y ó la luz del siguiente dia y ya el mensagero de Osorio caminaba la vuel ta de Carracedo, cuando salía la j ó v e n zagala con sus ovejas en busca de las laderas del nor te , no poco sentida y aun enojada de la indeferencia de su amante , mientras este por su pa r t e , juguete de la esperanza y de la i n q u i e t u d , temblando por Mar ía y a r ­diendo en deseo de venganza, se encaminaba á un en­cumbrado pico que l lamaban los naturales la E s p e r a de l Corzo , y que s e ñ o r e a b a todo el pais. No muy lejos y en l a cumbre de una baja colina h a b í a un delicioso prado na­t u r a l , de u m b r í o s c a s t a ñ o s y espesos m a t o r r a l e s ^ jarue- 1 c i d o , en mi tad de l cual brotaba una copiosa fuente que con sus aguas r e v e r d e c í a aquella a l fombra de esmeralda y flores, l lamada el Campo de la L e g i ó n , recuerdo sin duda de l antiguo dominio de los romanos en aquella t ierra . No bien acababa de apostarse nuestro cazador en su atalaya, cuando por entre los c a s t a ñ o s del Campo de la Legión apa­r e c i ó un r e b a ñ o y detras de él una muger de a é r e o talle y peregrinas formas. Conoc ió la al pun to y m u r m u r ó en voz b a j a . — ¡ Es ella ! — „

— S e n t ó s e la n iña á la m á r g e n de la fuente , y con pensativo y tr iste ademan p ú s o s e á mirar las frescas olas que entre la yerba se p e r d í a n : clara s eña l de que alguna nube e m p a ñ a b a el c íe lo azul de sus ilusiones. M i r á b a l a Salvador embebecido, y sin e m b a r g o , aten­to á su seguridad antes que á los impulsos de su propio c o r a z ó n , e s c u d r i ñ a b a con sus ojos de águi la todas las honduras y coliados • pero solo vio aldeanos desparrama­dos por los montes que sin duda iban á hacer leña. No dejó de l lamarle la a t e n c i ó n su n ú m e r o , pero el arreo le q u i t ó todo recelo. A s i se pa só la mañana , y ya estaba bien entrada la tarde, cuando Salvador viendo que por el camino del cast i l lo no asomaba el menor bu l to , y que to­do estaba t ranqui lo y en reposo, bajó de su risco para i r á consolar la pena de M a r í a , y torciendo á la izquierda presto l legó al pie de la colina por cuya mesa se esten-dia el Campo de la L e g i ó n . Comenzaba á t repar su b lan ­da cuesta, cuando l legaron á sus oídos agudos y las t ime­ros ayes , y como conociese de cuyo pecho s a l í a n , voló en busca de la doncella como c ie rvo bei ido en busca de los arroyos del valle. L l egó desalado á los matorrales que guxruecian la p radera , y se q u e d ó confuso al ver á Don Alvaro, ¿ P o r donde habia venido? pero ¿ q u é le i m ­portaba saberlo? ¿ n o lo tenia all í á solas? Asi es que en

aquel punto le p a r e c i ó mas hermosa su venganTa que |a misma María . Estaba la cuitada á los pies del feroz guer . r e ro , y en vano se esforzaba este en l evan ta r l a , mos­t r á n d o s e hasta c o r t é s y r e n d i d o ; poique la t r i s t e , des­hecha en l l a n t o , con los cabellos en desorden y la toe» caida , desolada y a r r a s t r á n d o s e de rod i l l a s , solo pensaba en desasirse de las nervudas manos de aquel h o m b r e , y para ello le conjuraba por lo mas sagrado. — ¡ O h ! por D ios , por Dios santo , noble caballero , le decia con an ­gustia , so l tadme, ¿ q u é honra sacareis de alropellar asi i una pobre muchacha , vos que d e b í a s p r o t e g e r l a , porque sois fuerte , porque sois noble?. . .sol tadme por amor de vuestra madre , por amor de la mia que se m o r i r í a de verse sola!. . . .soltadme y toda m i vida r o g a r é por vos de rodi l las , y no me a c o r d a r é sino de que fuisteis generoso, y d€ que os dolisteis del desval ido! . . . . .

— M a r í a , r e s p o n d i ó el caballero a l z á n d o l a del suelo c o n violencia ; te amo tanto , que antes que sin t í volve* r í a sin vida á m i cast i l lo .

— ¡ M e n t í s , cobarde, m e n t í s ! repuso la doncella encen­dida en có l e ra ; villano:! mal caballero ! Salvador , Salva­dor m i ó , g r i t ó con d e s e s p e r a c i ó n , ¿ c ó m o no vienes en m i ayuda ?

• ^ A q u i estoy ! r e s p o n d i ó á su espalda una voz bien co­n o c i d a . — S o l t ó D . A l v a r o á l a n iña que casi e x á n i m e fue á caer á los pies de Salvador , abrazando sus rodillas y es­c l a m a n d o : — E l c o r a z ó n me lo daba! E l c o r a z ó n me lo daba que no me f a l l a r í a n Dios y t u b razo , vida mia! . . . . .

— A h o r a piensa en t i , c o n t e s t ó Salvador: por la e n ­c a ñ a d a de los r u i s e ñ o r e s vas segura y d e s e n v o c a r á s en el conven to : a m p á r a t e de sus muros que y o al pun to te s íg0-

—No i r é t a l sin t í , r e p l i c ó ella : aqut mori remos jun ios . — N o es tu vida lo que buscan , sino t u honra , dijo

Salvador. H u y e , añad ió con angustia , porque los band i ­dos de este hombre andan cerca , y sí viese que caias en sus manos, y o mismo te d a ñ a de p u ñ a l a d a s . — L a d o ñ e e * l ia h u y ó .

Q u e d á r o n s e f rente á frente los dos rivales^ m i r á n d o ­se con ojos encendidos. A los pies de D . A l v a r o habia u n capote de aldeano que e sp l i có á nuestro j ó v e n el mis­te r io de esta aventura . Por al t ivez callaba el caba l le ro , y Salvador callaba t a m b i é n , porque apenas era d u e ñ o de los e s t r a ñ o s í m p e t u s que arrebataban su alma. R e p o r t ó s e sin embargo como p u d o , y di jo á su r i v a l : — En verdad, s e ñ o r caballero , que no hay plazo que no se c u m p l a , n i deuda que no se pague. Solos estamos y Dios es nuestro juez.

— ¿ S o i s noble? le p r e g u n t ó Revolledo con i r o n í a . — S i á f é , c o n t e s t ó sin descomponerse Salvador; y

prueba de ello es que pude y aun qu izá deb í pasaros en claro y á mansalva con una flecha , y no lo hice por bus­caros cara á cara.

— V o y á l lamar á mis arqueros para que os prendan, y os hagan volar desde el mas alto t o r r e ó n de m i castillo al r iachuelo que pasa por debajo, y que t i e n e , s e g ú n d i ­cen , un agua tan fresca, que a l l í pod ré i s templar vues­tra c ó l e r a . — A u n q u e Salvador tenia el arco armado , de­jó le hacer; y aplicando el caballero su cuerno de caza á los labios s acó de él un punzante y prolongado gemido. A l pun to , aunque lejano, r e s p o n d i ó o t ro de igual especie. — Bien e s t á , dijo entonces,

— ¿ C o n q u é t ené i s miedo? repuso Salvador p r o r u n i -p í e n d o en sa rdón ica y destemplada carcajada, ¡Vive Dios que me maravi l la ! porque en este mismo sitio acabáis de dar tales muestras de vuestra persona y con tan formida­ble enemigo que el mismo Lancerote os hubiera envidiado por ellas. Sin embargo, la p r e c a u c i ó n es cuerda , porque

S E M A N A R I O P1NTOUESCO BSPAMOL

, me propuse que los cuervos se comiesen vuestro noble c o r a z ó n , antes pensaba hacer que os enterrasen con la debida honra ; pero una vez qoe vuestros arqueros T a n á tomarse ese trabajo, sacad vuestro puñal como yo el m i ó , y armas iguales, y á pr i sa , porque ya veis que tengo poco espacio. No os acobardéis , vive Dios, porque, como decimos por aquí los villanos, de hombre á hom­bre no va nada.—

Perro! dijo el c a b í l l e r o desenvainando su p u ñ a l , y casi ahogado de c ó l e r a ; tengo de arrancarte la lengua y azotarte con ella el rostro:—y diciendo y haciendo se fue para Salvador. Comenzó entonces una porfiada l u c h a , en que por una parte la destreza y la c ó l e r a , y por otra la bravura y agilidad peleaban con igual esfuerzo. Y a hacia un ralo que batallaban sin ventaja , cuando á raíz d é l a colína oyóse ruido de armas y de gente. — T u fin se acerca , dijo Don Alvaro. — Y el tuyo l l egó y a , res­pondió Salvador, y dando un prodigioso y no pensado salto, derr ibó por tierra á su contrario y le hundió el c u ­chillo en el pecho hista la cruz. — {Socorro! socorro T gr i ­t ó don Alvaro r e v o l c á n d o s e en su sangre, en tanto que sus atónitos arqueros acudían á dárselo y Salvador huid por el opuesto lado .—¡Socorror confes ión! repetía con a n ­sia ; y en esto se le c o r t ó el habla y e s p i r ó apretando el puñal con fuerza convulsiva.—Por allí se e scapó el ase­sino, dijo uno de los a r q u e r o s . — E s Salvador el de la abad ía , repkierondos á un mismo tiempo;, y asomándose todos a l l í , ya uo vierou á nadie. A los pocos minutos en­traba Salvador en el aposento de Osorio palpitante y sin al iento.—Y María? le p r e g u n t ó , ¿dónde está. María?

—¿Que es esto, Salvador? e sc lamó el abad espantado. E n breves y desordenadas razones le c o n t ó Sa lva ­

dor lo ocurrido.—Huye , dijo entonces el abad , y e scón­dete en la cueva de las Médulas que llaman la Palomera^ que esta misma noche iré á buscarte y á llevarte noticias de María. Sin aguardar á mas salió el mancebo , c r u z ó rá­pidamente la huerta del monasterio, s a l t ó l a cerca y por un valle que llaman en el día F a y de B a r r e i r a , t o m ó el camino de las Médulas .

A poco rato se dirigían pausadamente á Cornatel los arqueros del casti l lo , conduciendo el cuerpo de su señor en una camilla hecha de ramas

Las once de la noche serían cuando una especie de sombra se d e s l i z ó por la boca de la Palomera.—Salva­dor! d i jo .—¿Quién me llama? r e s p o n d i ó e s t e . — Y o , res­pondió el afligido abad. Hijo m í o , a ñ a d i ó , cumpl iéronse mis desdichados pronós t i cos : Ursula y María han huido sin llevarse mas que sus alhajas, y aunque gentes de mi ccnfianzi las han seguido hasta la barca en que cruzaron el S i l , allí se han perdido del todo sus huellas. Por o í r » parte tu no puedes permanecer en el pais, porque los arqueros de D. Alvaro te han visto y te amaga la ven­ganza de un poderoso. — ¿Con q u é , es decir que en un mismo dia pierdo todo cuanto amaba en la tierra? con­testó Sa lvador .—Todo, respondió aquel varón piadoso, menos la honra y el amor de nuestro padre c o m ú n que está en el c íe lo .

—Salvador sollozaba en la sombra, y el viejo sentía part írse le el a l m * . — ¿ H a n llegado ya los hombres de a r ­mas de Garracedo ? preguntó por 6n el joven. — Esta no­che han llegado.—¿Y cuando parten paia Andaluc ía? — Mañana volverán á su monasterio y pasado saldrán de allí la vuelta de C ó r d o b a . — C o u ellos me voy , padre mío: quiero morir bajo los estandartes de la cruz.

Con esto salieron He la cueva silenciosos y tristes , y por trechas y veredas desusadas llegaron á la abadía. ' A la mañana siguiente antes de rayar el dia salió Salvador con sus nuevos c o m p a ñ e r o s , no sin recibir antes las lá­

grimas y bendiciones del buen abad , amen de un bolsillo bien provisto que según dijo le habían entregado »1 con­fiarle su e d u c a c i ó n . C u a n d o llegaron á la cima del Monte

los Caballos volv ió el suyo Salvador para mirar por última vez aquellos sitios.

Derramaba el alba sus pálidas claridades por detrás del castillo de Cornatel , esmaltaba los rojos y agudos picos de las Medulas , y apenas blanqueaban á su escasa luz las torres de San Mauro : todo lo demás aparecía borrado y _onfuso. Pensó entonces en aquel santo hombre, guarda y amparo de su n i ñ e z , en aquel amor perdido, en aquellas esperanzas convertidas en humo, y con los ojos anublados e s c l a m ó : — ¡ O M ¿cuándo vo lverán á mi corazón la fres­cura y verdor que se han caído de é l ? — E n j u g ó s e en se­guida las l á g r i m a s , serenó el semblante y apretando lo* hijares de su palafrén , fue á reunirse con los soldados.

• ENRIQUE G H .

£ A F E R I A D E BEAITCAXBE.

eaucaire , s i tuad» sobre la orilla derecha del R ó d a n o en el extremo del puente L e -guiño que la une con T a r a s c ó n , es bas­

tante menor que esta úl t ima c iudad, con la cual tiene muchos puntos de semejanza que resaltan á primera vis­ta. E n frente del castillo de Tarascón , sobre una emi­nencia á la izquierda , tiene también Beaucaire un cast i ­llo , donde van 4 visitar los extrangeros una capilla que fundó S . Luis »1 pasar por Beaucaire para ir á Aguas-Muer ta» , donde se embarcó para la T ierra Santa.

Seria Beaucaire una ciudad desnuda de toda impor­tancia & no ser por la feria que se celebra en ella todos los años. Esta feria asciende á una época antiquís ima. Guando'la civi l ización no había facilitado todavía las re la­c ione» comerciales f cuando carecían los mercaderes de todas la» ventajas que le» dan en el día la seguridad de las correspondencias, los adelanto» de la legis lación y el uso de las letras de cambio, eran estos mercados de absolu* ta necesidad, puesto que en e l los , como en las bolsas actuales , 9« reunían los mercaderes de todos los pueblos cercanos para negociar en una semana las especulaciones de todo un año. L a feria de Beaucaire , como otras mu<-chas en Franc ia y en E u r o p a , ha sobrevivido á causa de su importaucia especial á las necesidades generales que presidieron á su establecimiento.

Hácia fines de Junio , Beaucaire , silenciosa é ignora­da durante todo el resto del a ñ o , se anima repentina­mente de un modo extraordinario. A las orillas del R ó ­dano se extiende una vasta llanura cercada de árbo les , donde se construyen 400 barracas para depositar en ellas las- mercancías . L a ciudad se prepara á recibir en su se­no el comercio que va á invadirla ; los habitantes deso­cupan sus habrtacíones , y se acomodan como pueden eu los caramanchones y eu las boardillas, porque las casas que durante el resto del año valen apenas cien escudo; (oOO francos), se alquilan á veces por 1000 francos cuan­do llega a época de la feria. Por eso los comerciante, de León han comprado de algún tiempo á esta parte muchas casas en Beaucaire. 1 8

Las mercancías llegan eu los primeros d¡aS de Julio,

2 4 2 S E M A N A R I O PINTORESCO ESPAÑOL.

« n a sér íe de e s t á t u a s los reyes de E s p a ñ a -desde A t a ú l f o hasta Fernando el V i , y en los resaltos de les á n g u l o s h a b í a otras que representaban varios rc;-yes de Navarra , P o r t u g a l , A r a g ó n , Méjico , e l P e r ú , y otros soberanos y caciques ind ios , pero unas y otras se qu i ta ron hace t iempo y existen en las inmensas b ó ­vedas del palacio. Todo el edificio tiene seis puertas p r inc ipa les , cinco en la fachada del sur , que es la p r i n -c i p a l , y una llamada del P r í n c i p e en la fachada de o r i en ­te. Las otras dos fachadas no tienen puertas. El pal io es cuadrado con 140 piss de á r e a , poco m a s ó menos, y ro­deado de un p ó r t i c o abierto de nueve arcos en cada l a ­do. E l segundo piso es una ga le r í a cerrada de cristales q u e d á entrada á las habitaciones reales y capi l la . E n t r e los arcos del patio hay cuatro e s t á t u a s que representan los emperadores romanos naturales de E s p a ñ a , Trajano, A d r i a ­no , Honor io y Teodosio, obras de D . Fel ipe de Castro y D . Domingo O l i v i e r i , cuyas e s t á t u a s estuvieron antes donde ahora las columnas debajo del b a l c ó n p r i n c i p a l . La escalera grande es muy suave, y consiste en un solo t i r o hasta la meseta ó descanso que hay á la media a l t u ­r a , volviendo d e s p u é s otros dos paralelos hasta la p u e r ­ta de entrada por el salón de Guardias ; toda la esca­lera es de m á r m o l manchado de negro : enfrente de ella hay una e s l á t u a de m á r m o l de C á r l o s 111, y en los i n ­termedios de las balaustradas dos leones t a m b i é n de már ­mol blanco. Por ú l t i m o , toda la fábr ica de este edif i ­cio es de una solidez estraordinaria por el espesor de sus paredes, por la profundidad de sus c imien tos , por U solidez de sus b ó v e d a s , y por el n ú m e r o de sus co-lumoag. Todo es de p iedra , y en é l no se e m p l e ó mas madera que la necesaria para puertas y ventanas, c u ­j a mayor parte es de caoba ; y el aspecto esterior de

este hermoso palacio ofrece una vista imponente y m i * jestuosa. As í le hubo de parecer á N a p o l e ó n cuando al su­b i r la escalera de esta real casa en los pr imeros dUs de diciembre de 1808 dijo poniendo la mano sobre uno de los leones de la balaustrada: « J e la tiens en fin, cette Es-pagne s i des i r e ' e .» Y luego v o l v i é n d o s e á su hermano, el in t ruso rey de E s p a ñ a , le fe l ic i tó en estos t é r m i n o s : «Mon

f r e r e , vcus serez mieux loge' que m o i , »

XiL L Ü G O D E C A H U G E D O -

T H A D I C I O S I P O P Ü t A a .

I I L A F L O R S I N H O J A S .

V juicas vanivatum et omula vr.uilai.

^ A i el corszon de Salvador no saliese tan ro­to y ensangrentado de su pr imera prueb». sin duda se hubiera estremecido de « n t " '

siasmo y de a legr ía al verse llamado al sublime juicio Dios , de que iba á ser teatro la Vega de Granada, y en qu la cruz y la media luna se aprestaban á pelear por el I'8 perio del mundo y de los siglos; pero s í , como dice uD moso poeta , «la flor y verdor de la vida mor ta l pasa co» * dia , y por mas que torne a b r i l , no torna á verdear m florecer » no e s t r a ñ a r e m o s que el cazador de San

S E M A N A R I O P I N T O R E S C O E S I ' A N O I - 243

caminase la vuelta de Andnluc ia pensativo y d is te en medio de sus regocijados c o m p a ñ e r o s . L l a m á b a s e Juan Ortega de Prado el que aquel tercio acaudillaba ; y era natural del Vierzo : soldado de gran c o r a z ó n y altos pen-s imiec tos , endurecido en las fatigas de la m i l i c i a , cod i -

' cioso de honra antes que de b o t í n . Afic ionóse por cstre-mo de la gentileza y b r ío de nuestro Salvador , y cautiva­do de su t ra to apacible y c o r t é s , de su h i d a l g u í a , y has­ta de su misma t r i s teza , e s t r e c h ó con él amistad y bue­na correspondencia, en t é r m i n o s , que no poco suav i zó sus pesares y dolorosos recuerdos , ensanchando á sus ojos el camina de las armas y de U m i l i t a r nombradla . Como quiera , la saeta estaba fija y cnurbolada en su p e c h o , y á todas partes llevaba su dolor consigo; pero una espe­ranza lejana que á manera de c r e p ú s c u l o dudoso a l a m ­braba su alma por v e n t u r a , y ademas su na tura l denue­do y noble sangre le e n c e n d í a n en ansia de pelear.

Aguijado de tan generosos í m p e t u s , l l egó con sus c o m p a ñ e r o s á C ó r d o b a á pr incipios de febrero de 1482. Estaba la t i e r ra toda alborotada y embravecida con la p é r d i d a y desastre de Zahara , acaecida en los ú l t i m o s dias del a ñ o an te r io r , y á fuer de capitanes esperimeuta-dos a p r o v e c h á b a n s e Diego de M e r l o , asistente de Sevilla á la s a z ó n , y D . Rodr igo Ponce, m a r q u é s de C á d i z , del general encendimiento , juntando ori l las del Guada lqu iv i r buen golpe de gente con que tomar justa sa t is facción del d a ñ o y agravio recibidos. No d e s p e r d i c i ó Juan Ortega la ocasión que se le venia á las manos, antes con gran d i l i ­gencia e n c a m i n ó l e con su tercio á Sev i l l a , donde se p r e ­sen tó al m a r q u é s de Cádiz , que no poco se h o l g ó de l levar en su c o m p a ñ í a tan buena lanza, y le d e s p i d i ó con suma c o r t e s í a . H a b í a n venido nuevas de que la v i l l a de Alhama ten ía flaca g u a r n i c i ó n , y esa desapercibida, y de te rmina­dos de entrar la de rebato , con gran p r e c a u c i ó n y caute­la salieron ambos gefes de Sev i l l a , l levando consigo dos m i l y quinientos de á caballo y cuatro m i l peones.

P a l p i t á b a l e el pecho de e s t r a ñ a manera á Salvador al ver cumpl ido uno de sus mas ardientes deseos. Caminaban con gran priesa y recato por sendas escusadas y tan á s ­peras , que la fatiga casi llevaba apagada la sed del bo­t ín y el odio á aquella gente d e s c r e í d a , cuando l legaron al fin del tercero día á un valle por todas partes cerca­do de recuestos y altos col lados, donde los soldados su­p ie ron que estaban á media legua de A l h a m a , con lo cual les vo lv i e ron las esperanzas y el b r í o . C o n c e r t á r o n s e el de Cádiz y el asistente s ó b r e l a manera de dar el ataque, y acordaron que Juan de Ortega y M a r t i n G a l í n d o ( s ó i d a -do t a m b i é n de gran fama) se adelantaran con trescientos soldados p l á t i c o s y escogi ios , y vieran de apodcrai se del cast i l lo. Escusado nos parece decir que Salvador caminaba de los pr imeros al lado de su c a p i t á n , y que llevaba uno de los cargos mas atrevidos de tan atrevida empresa. Era una de aquellas noches templadas y serenas que est ien­den sus estrellados pabellones sobre la dichosa A n d a l u c í a , cuando nuestros aventureros se acercaban recogidos y s i ­lenciosos al castillo de A l b a m a . H i c i e r o n alto guarecidos de unas matas de á r b o l e s que all í cerca c r e c í a n , y en tan­to M n t i n G a l i n d o , Ortega y Salvador , ¡ l e g á r o n s e por diversos lados á raíz de la misma m u r a l l a , para ver si a l ­g ú n rumor por dent ro se escuchaba ; pero el fuerte cas­t i l l o a seme jábase á un vasto sepu lc ro , y n i los pasos del cent inela , n i el re l incho del caba l lo , daban á conocer la estancia de los guerreros. Estuvo nuestro j óven largo ra ­to con el oido atento y cuidadoso, sin escuchar sino los latidos de su c o r a z ó n : nada tu rbab ) el silencio del i n t e ­rior ni de Us afueras. A r r o d i l l ó s e entonces é bizo una f e r ­vorosa plegsi la á la ina'dre de Dios , de quien siampre babia sido muy d e v o l o , p i d i é n d o l e denuedo contra los

enemigos de su n o m b r é Este nombre santo • ' • ' ) " , c ^ 1 s labios o t ro de dulce y doloroso recuerdo , y pensando q « . tal vez iba á mor i r sin que b a ñ a s e su I n ^ n ni «na so­la l ág r ima , s in t ió a p r e t á r s e l e el corn/.on.

V o l v í a n en . s t o d c su ronda Ortega y Mnr t -n 0 * 1 * * . d o , y como le hal laran de binojos todavía , dí)o!c el p r i ­mero en tono bajo y un tsnto i r ó n i c o : — « ¿ O s o i r r r e n por caballero de la V i r g e n , Salvador, que «si os pone»,-, á o r a r antes de la ba ta t ín ? Pues por la de la Encinn , que c r e í que hab ía i s tenido logar para eso en San ¡Vlauro!» — Pesóle de la burla á Salvador , pero nada d i j o ; sino que llegando con gran priesa á donde el grueso de la gente es­taba , y arrebatando una escala, a r r imó la en seguida á la mural la y sub ió con valerosa d e t e r m i n a c i ó n , mientras O r ­tega y Gal indo h a c í a n lo propio por su lado. E s p a r c i é ­ronse los tres por los adarves mntando tal cual centine­la dormido que encont raban; pero Salvador ganoso de aventajarse á todos en aquella memorable f a c c i ó n , e c h ó por una escalera que guiaba al p a l i o , con i n t e n c i ó n de ab r i r la puerta á los de afuera y allanar la r e n d i c i ó n de! cas t i l lo . H í z o l o así bajando brioso por medio de aquella oscuridad y temeroso s i lencio , y ya casi alcanzaba el l o ­gro de su i n t e n t o , cuando al pasar jun to al cuerpo de guardia que estaba cerca del r a s t r i l l o , a c e r t ó á salir un moro descuidado y medio desnudo. S in t ió r u m o r de pisa­das y p r e g u n t ó con voz entera «¿qu ién v á ? R e s p o n d i ó ­le Salvador" h i r i é n d o l e de una punta que le hizo dar en t i e r r a , gr i tando con las ansias de la r m i e r t e : ~ A l arma! a l a r m a ! ios enemigos tenemos dent ro . — D e s p e r t ó s e á las voces la gua rd i a , y saliendo de t ropel , cer raron con Sal­vador que por su par te solo sentia el malogro de su e m ­presa. Procuraba ganar terreno hác ia la p u e r t a , pero cer­c á b a n l e por todas partes sus enemigos, y aunque sus g o l ­pes ca í an tan recios que no hab ía adarga que los parase, era poco lo que adelantaba. C o n o c i ó sus deseos el moro que allí mandaba, y g r i t ó entonces con todas sus fuerzas: — « E l r a s t r i l l o ! bajad el r a s t r i l l o ! » — P e r o no f iándose de nad ie , a b a l a n z ó s e á la escalera con in tento de hacerlo por si p r o p i o , mientras los d e m á s , viendo los d e s m e d i d o » esfuerzos que hacia Salvador para ganar la pue r t a , redo­b la ron asi mismo los suyos. Apurada era su s i tuac ión porque el estruendo que sonaba en los pasadizos del cas­t i l l o har to claro le daha á entender los peligros que sin duda c o r r í a n sus c o m p a ñ e r o s , y una vez ec í iado el ras­t r i l l o , p o d í a n los de dent ro acudir á la m u r a l l a , volcar las escalas, y entonces s o h les quedaba ana muer te g l o ­riosa y la pesadumbre de ver desvaratada una bazaña de tan venturoso p r i n c i p i o . A c o r r a l á b a n l e en tanto mas v mas sus enemigos, y aunque habla ya tres tendidos de­lante de é l , ciegos de i ra y de v e r g ü e n z a los d e m á s , a l ro -pellabaa por todo temor con menosprecio de sus vidas E n este t iempo el gefe de la guard ia , puesto ya sobre un t e r r a p l é n supe r io r , les gr i taba.r—Aprelsdle ' , que va á caer el r a s t r i l l o y es nuestro! —cuando dando una Rran voz y d i c i e n d o — « M a h o m a , v a l m e ! » — c a y ó con la cabe­za hendida por el medio del t e r r a p l é n abajo. En segui­da y á modo de t o r b e l l i n o , sal ían por la puerta de la escalera dos guerreros que If/Am mal parados delante de si unos cuantos moros , y que sin reparar en el n ú m e r o a r remet ie ron con los contrarios de Salvador. Eran los ta­les M a r t í n Galindo y Juan de O r t e g a , y a p r o v e c l i á n d o . e nuestro mancebo de tan út i l d i v e r s i ó n , c o r r i ó á la puer ­ta del ca s t i l l o , a b r i ó l a de par en p a r , y dio larga e n t r a ! da á os de afuera que de r o n d ó n se p r e c i p i t a r o n ; r o m , picudo y destruyendo cuanto se les ponía por delante H e u m é r o n s e entonces los tres amigos, y puestos á la ca­beza de los suyos , poco tardaron en matar ó prender e l resto de la g u a r n i c i ó n , quedando d u e ñ o s y señores del

244 S E M A N A R I O P INTORESCO E S P A Ñ O L ,

y rucia i s l imios

Castillo. A l clia siguiente d e s p u é s de una porfiad b a t e r í a , entraron asimisiuo en el pueblo los » acaudillados por los mijtuos capitanes de la noebe ante­r ior , que se aveulaj.uoB maravi l losamente á lodos Jos dem as.

Puso esta p é r d i d a en gran conslerni ic ion á la mor is ­m a , como que viau á los enemigos en t i c o r a z ó n de sus t i e r ras ; y sobre ella se compusieron endecbas y r o m a n ­ces de t r i s t í s ima tonada. E l viejo rey Albohacen j u n t ó aceleradamente un e jé rc i to de tres m i l de á caballo y c i n ­cuenta m i l peones, y con ellos c a m i n ó la vuelta de A l b a ­nia. C o m b a t i ó l a encarnizadamente durante muchos dias, j aun l legó á sacar de madre el rio de que se provee aquella v i l l a , pero nada pudo cont ra el esfuerzo de los cristianos. Dis t ingu ióse Salvador en todos los lances y es­caramuzas, poco contento de la alta prez que ganara de an temano, de modo que el m a r q u é s de Cádiz c o b r ó l e gran e s t i m a c i ó n y le hizo muchas honras.

Como quiera el apr ie to de nuestra gente era tal , que toda la A n d a l u c í a se a l b o r o t ó y c o n m o v i ó . C o n t á b a s e por el mas poderoso entre los s e ñ o r e s de esta t ier ra á D o n Enr ique de Guzman , duque de Medina-Sidouia , y en é l t e n í a n puesta todos la esperanza , si bien ñaca por andar r evue l t a y enemistado con el de Cád iz , pero era har to hidalgo para anteponer part iculares enojos al procomunal y á la ley de la c a b a l l e r í a : así fue que sacando el estan­darte de Sevilla y j u n t á n d o s e con D . Rodrigo Tel lez G i ­r e n , maestre de Calatrava j D . Diego Pacheco , m a r q u é s de Vi l lena , y otros s e ñ o r e s , a c u d i ó al socorro de sus her­manos. A l z a r o n el cerco los moros y se r e t i r a ron sin pe­l e a r , mientras los cercados sa l ían al encuentro de sus l i ­bertadores con l á g r i m a s de a l e g r í a en los ojos. E l de C á ­diz fuese con los brazos abiertos para D. E n r i q u e , y con palabras en sumo grado concedidas y corteses pusieron t é r m i n o á las desavenencias que t r a í a n divididas las dos Casas, sellando el pacto con el general (•Iborozo. Pasaron alarde al o t ro dia del e j é r c i t o c r i s t i ano , y á su vista fue­r o n armados caballeros por el de Cádiz Juan Ortega y Salvador , c a l z á n d o l e s las espuelas el de Medina-Sidonia .

• .

- •

Por lo que toen á M<irl iu Ga l iudo , que ya lo era de San­tiago, h i c i é ron l c presente de una banda de huuur y de un r i q u í s i m o allange cogido en e l saco de A l h a m » . Todos aquellos señores les hum aron á poi fía , s a l u d á n d o l o s co­mo á hombres los mas arriscados y valientes que en aque­lla facc ión se hubiesen mostrado. E l de Cá.l iz sin embar­go no fue d u e ñ o de sí p r o p i o , y har to m o s t r ó la p r e d i ­lecc ión que le m e r e c í a Salvador , en los encarecimientos con que lo p r e s e n t ó á los d e m á s caballeros, maravil lados de ver tan relevantes prendas en tan cortos a ñ o s . Sacó entonces nuestro joven dos cartas de l seno y e n t r e g ó una al maestre de Calatrava y otra al m a r q u é s , aguardando en silencio el resultado. A los pocos renglones que hubie­ron l e í d o , v in ieron entrambos á abrazarle diciendo e l maestre: — i C ó m o as í l ¿ P o r q u é el deudo cercano del v a ­leroso Veremundo O s o r í o , del mejor amigo de m i padre, no viene á manifestarse á quien tanto le desea?—No menos c o r t é s se m o s t r ó el de Cádiz que amaba t a m b i é n y respe­taba a l santo abad, á quien alcanzara en el mundo d u ­rante su j u v e n t u d . Salvador a d i v i n ó al pun to todo, pues­to que nada supiese de antemano. E l amor del piadoso ce­nobita a c o m p a ñ á b a l e aun a l l í , y si le hab ía adornado coa un apell ido i lustre que en él se e x t i n g u í a , hab ía lo hecho para que el mundo le acogiese con mas honra . S i n t i ó e l nuevo caballero una e m o c i ó n p r o f u n d a , y sin embargo r e s p o n d i ó al maestre y al m a r q u é s que habla querido aguardar á que su brazo y su prosapia le abonasen a l mismo t i e m p o ; pero que sus favores de tal modo esce-dian el valor de ent rambos , que no sabia como mos t ra r ­les su agradecimiento. — Escuchad , Salvador, le dijo e l maestre d e s p u é s de mi ra r le con a t e n c i ó n Urgo ra to ; a u n ­que n i vuestra cuca n i vuestros hechos os subiesen tan a l ­to , t odav ía hay en vuestra persona un no se q u é que habla en favor vuestro. Mucho me hab ía i s de honrar si me recibieseis por vuestro « m i g o y c o m p a ñ e r o de a rmas , y no tengo reparo en p e d í r o s l o , porque supongo, a ñ a d i ó con dona i re , que no sois enemigo de mi noble orden , n i que os d e s d e ñ a r é i s de vestir un dia su santo h á b i t o . — E l de C á d i z , que lo o y ó , dijo á Sa lvador :—El Maestre me ha ganado por la mano , y har to mas g a n a r é i s en los es­cuadrones de Calatrava que no en mis banderas; pero sin embargo debé i s saber, a ñ a d i ó a p r e t á n d o l e l a m a n o , que D . Rodr igo Ponce de L e ó n os estima y honra de ta l ma­nera , que le e n c o n t r a r é i s con sus hacieiidds y su brazo siempre que le h u b i é i eis menester. Los d e m á s caballeros h i c i é r o u l e t a m b i é n por su parte grandes of rec imien tos , jr d e s p i d i é n d o s e del bizarro Juan de Ortega , sal ió de A l b a ­nia con D . Rodr igo Tel lez G i r ó n , de l cual no se vo lv ió á separar.

Resplandeciente era la aurora de la carrera m i l i t a r de Salvador , y n i él mismo pudiera esperar g a l a r d ó n tan a l ­t o . T r a t á b a l e el maestre con una amistad llena de m i r a ­miento y aun de t e r n u r a , que masque otra cosa- pa recia f ra terna l c a r i ñ o ; los caballeros de Calatrava t e n í a n l e asi­mismo en mucho , y la g lor ia le e n t r e a b r í a las puertas de oro de su encantado a l c á z a r . S in embargo no era fe l i í i de cont inuo se le v e n í a n á la menior ia las i ieotes praderas de San M a u r o , las soledades llenas de los acentos de su a m o r , y aquel vergel de recuerdos dulces y marchi tos que animaba la i m á g e n de Mar ía á modo de mariposa be­l l ís ima y e r ran te : tan c ie r to es que el amor en una alma nueva se convier te en una pas ión imperiosa y esclusiva que todo lo sujeta y subordina á su inf lu jo .

l i i b i a n despachado un correo el de Cá' l¡¿ y el maes­t re al venerable Osor io , d á n d o l e cuenta de las h a z a ñ a s de Salvador y de la acogida que le h a b í a n hecho ; y e l mensageroque vo lv ió a l poco t iempo trajo cartas de g ra ­cias para los dos, y una mas larga para nuestro mancebo.

S K M A N M U O P l N T O I U v S C O IM'ANOL 245

Decía le en ella que apesar de sus vivas (lilig.encias no ha ­bía podido dar con el paradero de Ursu la y AI .tría . pero que no por eso pensaba allojar en sus pesquisas. H a b l á b a ­le ademas con efusiun y orgtdlo de la a l eg r í a que recibiera con las nuevas de su p r imera c a m p a ñ a , y concluia con saludables consejos y paternal t e rnura . E-la carta que Salvador a b r i ó y l e y ó con indecible ansiedad, a m o r t i g u ó aquella esperanza pá l ida y débi l ya de suyo que relucia en su alma , y a b r i ó de nuevo las llagas de su c o r a z ó n . Afor tunadamente vo lv ió á resonar en A n d a l u c í a el e s t r é ­p i to de las armas, y á traer oportuna d i v e r s i ó n á sus pesa­res. S u c e d i ó por entonces el cerco de L o j a , y sabido es que habiendo entrado los moros de rebato de los reales crist ianos, c a y ó her ido mor ta lmente de dos flechas el maestre de Calatrava. Con el espanto d ie ron los nuestros las espaldas, y cobrando á n i m o los moros ar remet ieron con no vista furia contra el e s c u a d r ó n de la orden que al pun to se a g r u p ó en torno del c a ído maest re , y mantuvo solo la pelea hasta sacarle del campo ; empresa con q u é Salió al cabo Sa lvador , no sin rec ib i r antes dos heridas. Aquel la misma noche e s p i r ó D , Rodr igo Tel lez G i r ó n : l á s t ima grande para todo e l e j é r c i t o por ser personage de altas prendas, y en la flor de su edad, que no pasaba de los ve in t icua t ro a ñ o s . N i aun en la muer te d e s m i n t i ó la pa r ­t icular amistad que h a b í a mostrado á Salvador , y e s p i r ó t e n i é n d o l e asido de la mano y e n c o m e n d á n d o s e l o muy en­carecidamente á G u t i e r r e de Padilla, . c lavero mayor de la ó r d e n .

Cuanto sintiese Salvador esta m u e r t e , y cuan hondo le pareciera el vac ío que en su c o r a z ó n dejaba, no hay porque ponderar lo ; baste decir que haLia mirado al ma i s t r e con un afecto e s t r a ñ o y mis te r ioso , que venia á ocupar en su pecho el lugar de los dulces c a r i ñ o s de fa­m i l i a , y que su falta ensanchaba sin medida aquel o r b o n -te de soledad que por todas partes d e s c u b r í a . A l día s i ­guiente a lzó el rey sus reales y se r e t i r a ron en buena o r ­denanza de sobre Loja . A c u d i ó el m a r q u é s de Cádiz á con­solar á, Salvador en cuanto se lo p e r m i t í a n los riesgos del camino , y t o r n ó á hacerle los mas cordiales o f rec imien­tos f pero D . Gut ie r re de Padilla le d ió á entender que los adelantos y cuidado de aquel mozo eran ya deuda de la o r d e n , promesa de que no se a p a r t ó j a m á s .

No le seguiremos por nuestra par te en todos los azares J peligros de esta porfiada guerra, durante la cual ninguna luz le t i ageron sobre la suerte de M a r í a las diversas cartas que desde San Mauro le enviaba el santo abad R e c i b i ó una cuando pusieron los reyes el cerco á la ciudad de Gra­nad» ,. edificando á su frente la v i l l a de Santa F é ; y en ella le decia que habi.i vue l to a t r á s de los l inderos mis ­mos del sepulcro hasta donde le l levará , una dolorosa en­fe rmedad , pero que recobrado a l g ú n tanto hab ía tornado á sus pesquisas sin alcanzar por eso mas que antes ^ y por ú l t i m o , que iba p e r d i é n d o l a esperanza de lograr n i n g ú n i n d i c i o , y BUII de vo lver á ver á su hi jo q u e r i d o , según la postracioii en que hab ía quedado. De esta suerte los años empujaban hác ia la huesa al hombre que le hab í a servido de padre ; el maestre que como hermano le habla mirado descansaba ya en su fondo, y aquel amor que un día le Hrviera de nor te y de f^nal , d e s a p a r e c í a en las som­bras del misterio ó de la muerte qu izá . M i r ó d e t r á s de s í ; al l í la soledad y el v a c í o : vo lv ió los ojos hác ia adelante; al l í los combates y su estruendo : a l e g r ó s e de verlos tan cercanos, y p r e c i p i t ó s e en ellos con de l i r io .

Hab ía se escaramuzado reciamente una t a r d e , y Sal vador se e m p e ñ ó tanto en aquella ocas ión , que vino á dar en una especie de emboscada donde ma» de veinte moros le embist ieron á la vez. M a t á r o n l e el caba l lo , y aunque, haciendo espaldas de una p a i e d , se defendía vale

rosamente, c i » y» «'» n iucr tc segura, cuando saliendo i galope de un bosquccillo de naranjos un cubti l loro c r i s ­tiano , c e r r ó de tal suerte con los moros, que dando con dos en t ie r ra y atropellando á los d e m á s , los puso en des­pavorida fuga. Cogió e n t ó n e o s de la br ida el caballo d t uno de los muer tos , y e n t r e g á n d o s e l o á Sal vador , ambos salieron de aquel lugar la vuelta de Santa F é . Camina­ban en silencio, y nuestro joven maravi l lado examinaba con suma a t e n c i ó n y curiosidad el arreo y apostura de su mis ­terioso c o m p a ñ e r o Era este alto de cue rpo , l levaba baja

celada de su casco, una banda morada c u b r í a l e parte del pelo y espaldar, y t ra ía en el escudo por divisa un na­vio con las velas tendidas y en alta mar . Llegaban y a muy cerca de los reales , cuando Salvador r o m p i ó el s i ­lencio d i c i endo .—En verdad , s e ñ o r caba l le ro , que m e ­rec ía i s no ya un h á b i t o el mas calificado de E s p a ñ a , sino un reino por vuestra bizarra conducta . A l z a d , os r u e ­g o , la v isera , si que ré i s hon ra rme m o s t r á n d o m e el ros ­t ro de m i l i b e r t a d o r , y aun su nombre para grabarlos en m i memoria eternamente. — « M i reino no es de este m u n ­do, » repuso el desconocido con voz grave y sonora , y aunque he estado cerca de esta g e n e r a c i ó n muchos a ñ o s , ellos no han conocido mis c a m i n o s . » — S o r p r e n d i d o se que ­d ó Salvador al oír estas palabras b íb l i cas y solemnes, p r o ­nunciadas con un acento indecible de fuerza y de verdad . E l guer re ro p r o s i g u i ó con tono lleno, de afabilidad y de dulzura . — Pero vuestra cortesia me obliga t a n t o , que, puesto que en acorreros mas haya sido m i ganancia que la vuestra para hacer alarde de semejante acc ión , no solo os d e s c u b r i r é m i ros t ro sino que t a m b i é n es d i r é m í n o m ­bre . L l á m a n m e C r i s t ó b a l C o l o n . — Esto diciendo a lzó la celada y m o s t r ó á Salvador un semblante reposado y l l e ­no de autor idad. Eran sus ojos garzos, rub io su cabel lo, y su mirada de á g u i ' a caudal y poderosa. H a b í a en aque­l la cabeza un na sé que de i n s p i r a c i ó n , de fortaleza y de genio tan robusto y p ronunc iado , que Salvador se s i n t i ó penetrado de a d m i r a c i ó n y respe to , y como flaco rapas delante de un coloso. E n t r a r o n en esto en Santa F é , y se separaron cortesmente l levando nuestro mozo el á n i m o preocupado y l leno de la idea de aquel hombre mis te r io ­so. P r e g u n t ó á un caballero de Calatrava qu i én era C r i s -tova l Colon, y coi . tdle al mismo t iempo la aventura. Dios* á re i r el caba l le ro , y le d i j o : — E s el loco mas hidalgo y mas valiente que he v i s t o ; pero son tan sandios los p r o ­yectos que revuelve en su i m a g i n a c i ó n , que le han mer ­mado el seso. H a b é i s de saber que pretende descubrir na­da menos que un nuevo m u n d o , y ha presentado los p r o ­yectos á la c o r t e ; pero aunque ha fascinado á algunos, los mas le han l á s t ima por su desatino.

Poco se c o n t e n t ó Salvador de oír hablar con tan esca­so comedimiento de un hombre á quien sin saber por que tenia en mucho ; amen de que se le hacia d u i o de creer que la locura ejerciese t a m a ñ a super ior idad. Era su ca­r á c t e r naturalmente entusiasta, y so color de dar las g ra ­cias á C o l o n por su ayuda , pero en realidad para descor­rer algo del velo que le e n c u b r í a , e n c a m i n ó s e á su posa­da. Hay lazos secretos y s i m p a t í a s que ligan á las almas elevadas, y l«s r e ú n e n en un p u n t o , bien así como una m í s e r a luz atrae á dos mariposas que vuelan en distintas direcciones. Por otra parte Salvador hab ía cu l t ivado las ciencias entre los monges de San Mauro , y por una i n t e n ­ción pronta y feliz c o m p r e n d i ó los planes gigantescos del gran C r i s t o v a l : de modo q-ue el predominio del genio y el ascendienle de la r azón le caut ivaron al mismo t i e m ­po, con su s e d u c c i ó n i r res is t ib le . Desde entonces p r o h i j ó con ardor aquella idea milagrosa , y fue para «1 gran C o ­lon como un hermano ó como un h i jo .

En t re tanto a m a n e c i ó el dia venturoso de la rendí-

2 4 0 S I ' M A N A I U O I M N T O I U ' S C O ÉS^ANOL.

clon de G r n m d a . F.ra cosa de ver la pompa y mngeslail de los reyes y sus lujos , las armas y el ai reo de los g ran­des, la tristeza de los moros , y el júb i lo colmado d é l o s crist ianos. E n t r ó el rey en el castil lo de la Alhambra se­guido de la flor de la c a b a l l e r í a e s p a ñ o l a , y d e s p u é s de iiecba o rac ión en acc ión de gracias, Fray Hernando de Ta­layera , Arzobispo electo de «que l la c i udad , puso la cruz arzobispal , que delante de si llevaba el de T o l e d o , en lo mas alto de la tor re p r inc ipa l y del homenage con el es­tandarte r e a l , y el de Santiago á los lados. Siguióse un alarido inmenso de a legr ía que llegaba á los cielos: todos los ojos estaban arrasados en l á g r i m a s , y los corazones p a r e c í a q u e r é r s e l e s salir del pecho á aquellos soldados va ­lerosos. V o l v i e r o n los reyes á sus reales d e s p u é s de r e c i ­b i r el parab'en y homenage del nuevo r e i n o , y aquella misma tarde entre los diversos premios que se r epa r t i e ­r o n , puso D . Fernando de su propia mano el h á b i t o de Calatrava á Salvador, y Doña Isabel le r e g a l ó una cadena de oro ; lisonjero g a l a r d ó n de su valeutia y denuedo.

No era cumpl ido sin embargo su gozo , porque los r e ­cuerdos que e n t e n e b r e c í a n su c o r a z ó n , casi cerraban el paso á la luz de esperanza y de gloria que des te l l í iban aquel dia las cumbres de la Sierra Nevada ; pero aun de este leve resplandor que le l legaba, pa rec í a ofenderse la suerte. Depart iendo estaba con Colon sobre el intentado v í age , cuando un correo que l l egó al rey de Ga l i c i a , le trajo la ú l t i m a carta de F ray Veremundo O i o r í o . L leno de t r i b u l a c i ó n n o t i c i á b a l e el anciano como hab ía descubierto el paradero de M a r í a , pero que mas se holgara de no ha­ber lo logrado j a m á s , pues que su t r i s te amante la hab ía perdido para s iempre, y deb ía rogar á Dios por el la . Des­de muy a t r á s se hab í a arraigado semejante idea en el á n i ­mo de Salvador, pero ta realidad desnuda y yerma a c a b ó de romper en su pecho un resorte que imaginaba ya que­brado , y c o r t ó el ú l t i m o h i lo que podía guiarle en el la • be i i u to de la vida. V i ó seca de repente la fuente del c o n ­suelo ; m i r ó en torno de sí y ha l lóse solo; b u s c ó el estruen­do de las batal las , y por donde quiera p a l p ó el silencio de la paz; nada encontraba finalmente donde saciar el a n ­sia de su alma calenturienta y desquiciada. C o l o n , que c o m p r e n d í a su amargura , le h a b l ó entonces de un viage por ten toso , de peligros y de h a z a ñ a s a l lá en el conf ín de la t i e r r a , de una gloria duradera mas que el inundo y que las edades; y la mente exaltada de Salvador gu ió sus alas hácia estos campos de luz que aquel grande hombre le mostraba.

D e s p u é s de m i l trabajos y penas salió por fin Cristo-val Colon del puer to de Palos de Moguer el dia 3 de agos to de 1492 , enderezando su rumbo hác ia Canarias, y aunque hasta allí pudo l levar sosegados los á n i m o s de su gente , su viage en adelante fue un tegido de sublevacio­nes y de pe l igros , en que á no haber contado con e l co­r a z ó n de Salvador , se hubiese hallado de todo pun to solo. La inmensidad de aquellos mares solitarios donde el ojo y el brazo del mismo Dios eran los uniros que pudiesen verlos y ampararlos, y la amistad de aquel hombre e x t r a o r » d i n a r i ü que caminaba al t r a v é s de los abismos en busca de una t ierra desconocida, der ramaron en el alma vacia y desconsolada de nuestro mozo un consuelo inefable y grande como su do lo r . Caminaban entre tanto, y su cami­no parec ía sin fin. Los á n i m o s mezquinos de aquella gen-te sin fé

e n c e n d i é r o n s e por ú l t i m o en tales t é r m i n o s , que ya n i la elocuencia y serenidad del a lmír . - in te , n i el de­nuedo de Salvador , p o d í a n impedir les que volviesen las proas hác ia E s p a ñ a . Colon en semejante ext remidad les p r o m e t i ó y j u r ó de hacerlo así con ta l que á los tres diíts no encontrasen t i e r r a ; pero apenas los conjurados 1c de­jaron solo cou su ún ico amigo, cuando desatinado y alzan­

do los ojns y las manos al c ic lo , e x c l a m ó con el acento de la (tese p u r a c í n n — ¡ O h Dios m í o , Dios m í o ! ¿ M e vedareis como á Moisés la entrada en la t ierra p r o m c i í d a , á mí que nunca he dudado de vuestra grandeza, á mí que no he tenido mas consuelo en mis t i ibulaciones que una idea de gloria para vos y para mis hermanos? ¡ O h Dios m í o , Dios m i ó ! — S a l v a d o r fuera de sí se vo lv ía y r e v o l ­vía á todas par tes , como si pidiese ausilio al espacio y al s i lencio , cuando de repente y con el r o s t i ó inflamada Bs ióde l brazo al a lmi r an t e , y le m o s t r ó una bandada de p á j a r o s que b a t í a n sus alas h á : í a e l l o s . — V e d l a s , le dijo con entusiasmo: ved las palomas del arca santa! Dios os las e n v í a sin n ú m e r o cuando á N o é vino una sola. —Eran en efecto todas avecillas de poco v u e l o , claro indicia de t i e r ra cercana: pero aquel plazo fatal de los tres días era como la espada de Damocles para el desolado Colon .

Aquel la misma noche á cosa de las diez velaban ambos amigos en el cast i l lo de popa, cuando l l a m ó el a lmirante la a t e n c i ó n de Salvador s e ñ a l á n d o l e una luz como de an­torcha que á lo lejos re lumbraba . Subia el resplandor, bajaba y escondíase como si lo llevase una persona en la mano , y los dos lo observaban pa lp i tando , hasta que Co­lon e x c l a m ó con voz de t r ueno : — E l Nuevo M u n d o ! E l Nuevo M u n d o ! He aquí que las tinieblas c u b r í a n su faz, y yo lo he sacado de las t inieblas! Yo soy el e sp í r i t u de Dios que era llevado sobre las aguas! — A l decir esto cen­telleaban sus ojos de tal modo y estaba tan sub l ime , que Salvador c a y ó invo lun ta r iamente de rodil las delante de aquel h o m b r e exclamando t a m b i é n : — S í , c a p i t á n , sois grande como el e sp í r i t u del S e ñ o r que cabalgaba en el t o r b e l l i n o . — A v e r g o n z ó s e Colon entonces de aquel m o ­vimiento de o r g u l l o , y dijo alzando á S a l v a d o r : — N u n c a el vaso de barro se l e v a n t a r á contra el alfaharero que lo f o r m ó : del Señor es la redondez del orbe y la p l e n i t u d del m a r , y nosotros no somos sino gusanos delante de é l , ~ A b r a z á r o n s e en aquel punto los dos amigos, y largo rato estuvieron asi sin hablar palabra. Dos horas d e s p u é s ya las tr ipulaciones cantaban el Te Deum en a c c i ó n de gracias.

L a t ierra que vieron al amanecer era la isla de G u a -n a h a n í , á quien Colon puso por nombre San Salvador, tanto en memoria del Dios que le habia salvado, como de su generoso c o m p a ñ e r o . T o m a r o n t ierra en seguida en medio de los i s leños asombrados, y Colon p l a n t ó e l es­tandarte real y la cruz entre las aclamaciones de los suyos, que entonces le edorsban como á un Dios. Aquel los sal-vages p a r e c í a n de cond ic ión blanda y pacífica , y Salvador se i n t e r n ó en la isla , porque su c o r a z ó n necesitaba l a t i r i solas. Ostentaba aquella t ie r ra todas las galas de la v i r g i ­nidad y de la j u v e n t u d : sus p á j a r o s , sus á r b o l e s , sus ( lo ­res , todo era nuevo y milagroso: sus arroyos c o r r í a n mas dulcemente que los pensamientos de una n iña de q u i n ­ce años : era aquello la p r i m e r sonrisa de la naturaleza, lía s u e ñ o de esperanza, de amor y de ven tu ra . Todos los pensamientos de su vida pssada a g o l p á r o n s e entonces de t ropel á la memoria do Sa lvador , c o r r i ó de sus ojos l a r ­ga vena de l l a n t o , y con el pecho hinchado de sollozos e x c l a m ó : — M a r í a ! M u í a mia ! ¿ P o r q u é no nacimos los dos en este pa ra í so , lejos de los poderosos de la tierra? Nuestras horas se des l i za r í an como estos cristalinos a r ro ­yos , é i r í a m o s á dar en el O c é a n o del sepulcro con toda nuestra fulícidaH d inocencia. Angel de luz que es tás j a u ­to al t rono de Dios! I l é m e aqui solo y errante en esl is playas apartadas, el c o r a z ó n sin amor y el a l m a s iJ teSpfl" ranza! ¡ O h Mar ía , M a r í c ! — M u r m u r ó en voz mas ba j i y se s e n t ó l lorando en la soledad con i tu ler ib le amargura . Recobróse ! por (in al cabo de una buena piezo, y e n j u g á n ­dose las l á g r i m a s fas á r e u n i ' se con sus c o m p a í i e r o s y con

SEMANARIO PINTOBESCO ESPAÑOL, 2 1 7

Crisloval C o l o n , de quimi no se s e p a r ó Iwtsla su c a l á s l r o -fe bien conocida de lodos. Sabido es que los gr i l los y una seulencia de muerte fueron el galaidou de sus servicios, Y auoque el rey le rec ib ió con d i s t inc ión d e s p u é s , y se enojó por d e m á s de la barbarie del juez Bobadilla , n i cas­tigó á este n i d e v o l v i ó á Colon sus honores y p r e r o -

galivas. . • j i i i Salvador p e n s ó entonces en la justicia de los hombres

y en las mentirosas glorias del m u n d o : la h ié l que por tanto t iempo habia ido filtrando en su c o r a z ó n se derra­mó de él y e m p o n z o ñ o su alma. V i ó agostada aquella r i ­qu í s ima cosecha de fama y de honor que habia soñado ; se son r ió amargamente y e x c l a m ó meneando la cabeza: ¡ « V a ­nidad de vanidades y todo ts vanidad! » V o l v i ó entonces su c o r a z ó n al padre de las miser icordias , y diciendo un á Dios eterno al desgraciado C o l o n , t o m ó el camino de San Mauro de V i l l a r r a u d o , resuelto á aguardar la muer te bajo sus b ó v e d a s silenciosas.

ENRIQUE G I L .

C R I T I C A L I T E R A R I A -

S E 9 . R A M O M C A M P O A B I O B . ( i ) .

scasas Como son hoy las ocasiones de s í n -^ j cero encomio , que se le ofrecen al escr i -

f«< tor imparc ia l y desapasionado, aprove-ehamos gustosos esta que se nos presenta de hacer j u s t i ­cia al talento de uno de los j ó v e n e s mas aprovechados de nuestros dias, y de l lamar la a t e n c i ó n del p ú b l i c o , que asaz perezoso y soño l i en to , ha siempre menester del acicate de la c r í t i c a para fijar su d e s d e ñ o s a vista sobre ei que descuella r i co en obras y en p o r v e n i r , en ese tan d i ­fícil como anchuroso campo de la l i t e ra tu ra .

Hay una circunstancia que de por si a b ó n a l a s poe­sías del Sr. Campoamor ; que una c o r p o r a c i ó n , un in s ­t i tu to a r t í s t i c o y l i t e ra r io las haya impreso de su cuen­ta , dando asi p r i n c i p i o á la positiva p r o t e c c i ó n que ha de dispensar en adelante al saber y al gen io , c o n t r i b u ­yendo á la difusión de las obras que sean dignas de es­ta honra. F á l t a n o s ahora averiguar si la del j ó v e n poeta, objeto del presente a r t í c u l o , es digna de la prelaciou que h * obtenido, y si el Liceo ha andado cuerdo en dar p r i n ­cipio á su loable empresa, por el tomo que á la vista t e ­nemos. Corolario indispensable ha de ser del favorable fallo que arr iba emi t imos , la a p r o b a c i ó n del pensamiento p r á c t i c o de aquel i n s t i t u to .

Abramos ahora el l i b r o al acaso y leamos la p á g i n a que se nos presente. Tiene por t í tu lo la c o m p o s i c i ó n en que hemos tropezado L a guirnalda , y es un f an tá s t i co en­sueño del poeta que cree ver á aquella suspendida de los nires, y aguardando á que la i m n o de una hermosa se la ciña blandamente á sus sienes. G ó z a s e con in fan t i l placer describiendo ora las oscilaciones de la floridi cadena, ora pensando quien s e r á la fortunada v i rgen que para si la logre:

Palma del mejor modelo «era esa guirn.ilda l ienuosa, que al a!ie ondea graciosa mintiendo el iris del Cielo. Listadas do azul y gualda

( l ) Un tomo en 8.° V é n d e s e en la p o n e r í a del Liceo.

sus bc lU» llores (jtoUrODI jamás las p i j a » i( K¡crOn U p c c R r i n a Run nald...

v e d las •• '"r"li"7r;;»-: ' , ¡ c o m o vacando la mecen! l e d ¡que conformes ,.areceh entre los lirios las rosas!

¡nómhi»! U * ^ I W i i M f e H * * * •: • •

Y cuan gallardas las llores d a n , con gentil movimienlo, capullos y hojas al viento, frescura , esencia y colores! S i alguna entre tanta bella, aspira al don soberano, levante airosa la mano y cifia su sien con ella. M a j cuide no se la cií ía sin ser de beldad modelo, pues p a g a r á , vive el Cie lo , su inadvertencia de n i ñ a . Y fresca y suave y pura sobre los aires flotando, desde hoy la dejo esperando la R e i n a de la hermosura.

Quien asi sueña gratamente , quien tan bellos del i i ios a l imen ta , ese no debe haber perdido ninguna de las i l u ­siones de la infancia , nada de ese r ico tesoro que un dia y o t ro van mermando , hasta quedar como uu tr is te r e ­cuerdo que mart i r iza al alma , porque manifiesta cuanto es amarga la realidad d e s p u é s de las dulces fan tas ías que con nosotros crecieron en la cuna.

Nada hay de escepticismo en las frescas composic io­nes de Campoamor: su alma henchida de fe y de pureza, solo ve las rosas del m u n d o , porque aun no ha sentido sus espinas j mecido asi por las h a h g ü e ñ a s esperanzas que engendra, canta el inc ie r to vuelo de la mariposa, y e l afán de la n i ñ a , que i m á g e n del hombre corr iendo en pos de la f e l i c idad , se afana ganosa de coger el matizado i n ­secto: a q u í el poeta es filósofo, tal vez por i n s t i n t o , y donde no vió mas que la vana por f í a de una n i ñ a , hal la el pensador un punto de graves y amarga-s meditaciones.

Y tiernas flores hollando, y frescas auras batiendo , la niña sigue corriendo, la mariposa volando.

Corona este pensamiento final el de toda la compos i ­c i ó n , y termina dignamente aquella delicada alegoi í a , que presenta dos faces, no menos bella la una que la o t r a ; la apariencia y el f o n d o , la idea y el d e s e m p e ñ o ; que igualmente honran al filósofo que al poeta. C r é a s e este en sus del i r ios un mundo á la vez ideal y pos i t i vo , que tiene de lo p r imero la forma y de j o segundo la espresion; en cada f l o r , en cada a r r o y o , en cada onda levís ima y t ransparente , halla m i l gratas i m á g e n e s , que con eenlido acento, con suave franqueza, describe ligera y minuc io ­samente. N u t v o rey de A r c a d i a , posee verjeles, y p r a ­deras y dilatados bosques; en ellos no moran ya las pas­toras de o t ro t iempo: en ellos no suena ya la flauta amoro­sa de F i l eno , n i la z a m p o ñ a rús t i ca (!e B a t i l o ; si el teatro es el m i smo , los actores lian cambiado de trage y de nom­bre , que e s t r a ñ o anacronismo fuera pintarnos al blondo y amoroso pastor apacentando su r e b a ñ o , cuando otra tan diferente realidad tenemos. N o ; hoy el poeta no vti esas que podemos l lamar visiones; hoy nos cuenta á nosotros, torpes y d e s c r e í d o s cortesanos , los placeres y la poesía de la naturaleza , que es do suyo sobrado magnifica para necesitar de actores humanos, y sonlo de ella los rios, las á u r a s , las flores, los insectos, las aves, las marav i l l a» todas de >• c r e a c i ó n , j Y como al escuchar todas eajs bel 'c-

2 5 0 S K M /\ N M U O IM N l O H V.SCA» K S P AMOIi.

E L L i k G O D E C A R U C E D O -

T I I A D I C I O N P O P U t A I S . .

I I I . H I E R R O Y C A S T I G O .

Solo \ una mujer amabal . . . . que fué vordad oreo yo, por<luc todo sr acabo, j e&lo solo n(< se acaba.

C\LBEao!f. — L a vida es s u e ñ o .

n una hermosa m a ñ a n a de pr imavera del a ñ o 1495, un caballero de Calalrava armado de todas armas se a p e ó en la p o r t e r í a de

San Mauro de V i l l a r r a u d o , y ya pisaba el u m b r a l , cuan­do a c e r t ó á ver delante de si la pasmada figura del pa­dre A c e b e d o , p o r t e r o de la a b a d í a , que con a t ó n i t o s ojos le miraba. — ¿ T a n mudado vuelve un antiguo ami­go que no le conoce el padre Acebedo? le dijo el recien l l e g a d o . — ¿ Q j i é n os hab í a de conocer , Sa lvador , respon­dió el buen religioso a b r » z á n d o l e , tan ga lán y gen t i l como venía con esa cruz de caballero al l ado?—Har ta priesa me d i para ganarla con aquellos pe r ros , repuso Sal vador con aparente jovial idad ; pero decidme ¿y el santo Osario? «ñad ió , procurando encubr i r su zozobra.—¿Pero sabéis que Tenis flaco y malparado en tales t é r m i n o s que nadie d i -r í» que erais vos? ¿Está is e n f e r m o ? . . . . J e s ú s ! y es este aquel mozo tan gallardo? vaya! si parece que la vejez le ha cogi­do de improviso en lo mejor de su camino!—Pero el ve­nerable abad?... r e p l i c ó Salvador con impaciencia. — ¡ A y , h i j o ! c o n t e s t ó el buen p o r t e r o , e s t á tan postrado con la carga de los años , que apenas se puede d e d r q u e v i v e . Ha mandado levantar una especie de e rmi ta con su vivienda en la Hondonada del JSaranco, y a l l i pasa las horas en la soledad sin venir nunca al monasterio. Estos dias pasados hab'aba mucho de vos y de la pesadumbre que le causa­r í a m o r i r sin que le c e r r á s e i s los ojos. Pero os poné i s tan p á l i d o ! . . . ¿ q u e r é i s tomar alguna cosa?—No, nada, r e p l i ­có Salvador , procurando ocultar su t u r b a c i ó n ; solo os p i ­do que le p r e v e n g á i s acerca de m i llegada , porque pod i i a hacerle mucho d a ñ o m i repent ina v i s t a .—Si por c ier to , d i jo el padre Acebedo, voy a l l á vo lando , pero venid vos t a m b i é n á aguardar la ocas ión de abrazarle en la huer ta

E n c a m i n á r o n s e en efucto los dos hác ia a l l á , y el hon­rado por te ro con su priesa y su a l e g r í a u r d i ó con tanta sen-eillez como torpeza una fábula , por entre cuyos hilos el buen abad vió har to claro lo que aquello quena d e c i r ; y l evan l á t i dose con no vista y maravillosa presteza, se enca­m i n ó á la puerta gr i tando: — Salvadui ! hijo m i ó ! por q u é no vienes?—Corr ió este desalado al encuentro csclanian-d o : — O h , padre mió? padre m i ó ! v « " el misino din te l se abrazaron ambos sin ser poderosos á decir una palabra. Repuestos por fin y s o s e g ó l o s al cabo de una buena pieza, h a b l ó de esta suerte aquel v a r ó n piadoso — E l c i e ! o h a o i . do miserac iones , y ahora d e s p u é s de haberte abraznclo y a puede venir la muer te . Como los d i i s del hombre pasau semejantes á la flor del heno , y los míos cstnn contados, anhelaba ver le para descubrir le el secreto de t u familia y nacimiento. Largos años le aguardo; pero como r¡o v o l ­v ías y el pla/.o iUa ya vene do , y á mi diligencia estaba encomendado el abr i r el p l i ego , r o m p í el sello y lo v i l o ­do . Si en tu c o r a z ó n se anida la v»n idad mundana , r e g o c í ­jate y alza la cabeza , porque eres hijo de los poderosos de

la t i e r r a . D o ñ a Ueatriz de Sandov»l fue l u madre , y el que le e n g e n d r ó mi c o m p a ñ e r o de j uven tud y dulce amigo Don Pedro G i m n , maestre de Cal i t l rava. — ¿ C o n q u é se. g o n e s o , p r e g u n t ó Salvador con ansiedad , el iu»eslre Don Rodr igo Te l l cz G i r ó n , que m u r i ó en el cerco de Loja , era m i hermano? —Si por c ier to : la misma sangre corr ia por vuestras venas.—Con q u é era m i hermano! r e s p o n d i ó Sal­vador con una voz i n t e r rumpida de sollozos, con q u é era m i hermano y m u r i ó en mis brazos, y no pude estrechar­le en ellos y decirle « ¡ h e r m a n o m i ó ! » ¿ C ó m o fui tan sor­do , que no e s c u c h é la voz de la naturaleza que tan al to hablaba en mi c o r a z ó n ?

Salvador no habia Horado n i aun al despedirse de Cris-tóva l C o l o n : sus ú l t i m a s l á g r i m a s hablan cor r ido en las so­ledades del Nuevo M u n d o , como testimonio de los dolores de un mundo antiguo. Desde entonces la esperanza vo ló de su c o r a z ó n : de su misma t r i s teza , solo quedaron heces amargas y desabridas, y al tocar con sus dedos el bello c a d á v e r de su amor y de sus i lusiones, solo e n c o n t r ó un esqueleto descarnado y f r ió . Como qu i e r a , la r e v e l a c i ó n de aquel secreto habia pulsado en su alma una cuerda que imaginaba r o t a , y que r e s p o n d i ó en son doliente á las pa­labras del abad : tan cier to es que a l l á en el fondo de l co­razón humano siempre hay un eco que responde á los dolo­res. Salvador habia nacido de un amor que no r e c i b i ó l a b e n d i c i ó n de la ig'esia , en la é p o c a revuelta y desdichada del reinado de E m i q u e I V ; sus padres mur ie ron cuando n i ñ o , y los zel )S de la madre de Don Rodrigo G i r ó n , que temblaba que el maestrazgo de Calatrava, concedido á su h i j o , no pasase á su he rmano , le a c o m p a ñ a r o n desde la cuna con ta l constancia , que de seguro hubiese ca ído bajo sus golpes , si el buen abad de C á r d e n a , pa i i en te de su m a d r e , no le hubiese puesto al abrigo de los i g n o r a d o » valU s de Carucedo. Era su suerte la de conocer la vida por sus amarguras , y los amores d é l a t ie r ra por los v a ­cíos que su p é r d i d a deja en e l alma.

Pasado un buen espacio, y como el abad le viese ya mas sosegado, le h a b l ó del po rven i r que le aguardaba, de los deberes de su nacimiento y de la fortaleza y magnani­midad propia de los hombres , y en especial de los caba­lleros. Salvador le r e s p o n d i ó : — Escuchadme, padre m í o , porque m i r e so luc ión es seria y p rofunda , y quiero que la conozcá i s . Ya sabéis que en mis dulces años a m é con la pureza de los á n g e l e s á un ánge l que vino á consolary e m ­bellecer estos val les , y que aquel amor se d i s ipó como el roc ío de las praderas. Entonces me l a n c é por el camino de la g lor ia , y delante de la vencida Granada el rey rne v i s -lió el h á b i t o que veis; pero m i alma estaba enferma de so­ledad y de ansia de mayor nombradla . B u s q u é con u n hombre enviado de Dios un nuevo mundo al t r a v é s de la inmensidad y de los abismos de! O c é a n o , y la t i e r r a p r o ­metida d e s p l e g ó á nuestros ojos todas sus galas y riqueza. La vista de aquellas playas solo trajo l á g r i m a s á mis p á r ­pados, vac íos á m i c o r a z ó n y d e s e n g a ñ o s á m i en tend i -m i e r t o . Por p remio de nuestros trabajos el gran ¡Colon y yo hemos tenido gr i l los á los p í e s , y la cuch i la del ve r ­dugo sobre nuestra cabsza. Ya lo veis , padre m í o ; el amor es una flor del cielo que se agosta en esta t ie r ra empapada ei) l á g r i m a s , y la gluria no pasa de una dorada ment i r a . ¿Creé i s por ventura que un c o r a z ó n tan l laga­do como el mío se c u r a r á con el humo de las vanidades mundanas? ¿ N o era mas bello el nombre que l a b r é con m i espada, que el que la suerte t a r d í a rae ofrece ahora como por una bur la c rue l? Yo he venido á buscar el c o n ­suelo al pie de los altares y r n el seno de la o r a c i ó n : m i rcsohi r iou es i nva r i ab l e , y si m a ñ a n a mismo me a b r í é -seis las pnei las del s mlua r io y recibieseis mis v o t o s , te­ned por c ier to que la bendsebu de m i padre ba ja r ía so-

S U M A N A i u o P I N T O A E S C O B S P A N O L . 251

bre mi c»beza , cubierta con la cogulla de SHD Bemaido. Sigiilóse una larg» pausa á esta declai «cion, sin que ni

el reli^osOt D' *' caballero te diesen priesa á romper el silencio.—Salvador, le dijo por fin el anciano, nim avillo-do me dejas con tu reso luc ión , y aunque no seré j o quien le la reprenda, menos le encubriré las dudas que me asaltan. Dudas tremendas por cie.to; porque si el despe­cho 7 no la res ignación te traen al silencio del claustro; gi en ve¿ de un corazón humilde llevas á las aras de Dios ano lastimado de orgullo y de d e s e s p e r a c i ó n , por ventu­ra encontrarás la pelea donde pensaste hallar el descanso. C r é e m e , hijo mío, Dios no envia sus ánge les de consuelo sino á las almas que se desprenden y desatan de las afi­ciones de la tierra. Dime , ¿si llegases á encontrar un dia á U muger que amaste, no maldecirías de la hora en que naciste?

Brilló entonces en los ojos de Salvador uno de aque­llos re lámpagos que dan muestres de las tempestades inte­riores, y dijo con suma zozobra: .—¿Pero no me dijisteis que m u r i ó ? — S í : murió para tí y para todos, aunque su alma vivirá eternamente para Dios! rep l i có el anciano prontamente.—Pues entonces, añadió Salvador con sor­do acento, tanto mejor, y por caridad dadme vuestio santo h á b i t o , que sino me juzgáis digno de él lo iré á pe­dir á la puerta de otro cualquier monasterio. — E l prela­da vacilaba t o d a v í a , hasta que el mancebo le dijo con en­t e r e z a . — ¿ Q u é teméis? ¿ N o veis que mi frente ha comen­zado ya á encalvecer, y que no hay ilusiones, ni enga­ños por dulces que sean, que resistan á treinta y tres años de pesares r — E l religioso entonces como vencido, alzó los ojos al cielo y e s c l a m ó : — H á g a s e la voluntad de Dios!

A los pocos días tomó Salvador el hábito de San B e r ­nardo en la iglesia de la abadía , y asimismo p r o f e s ó ; co­sa en que vino el santo O so rio vencido d e s ú s ruegos, y usando de las facultades que tenia para dispensar el no­viciado. Fáci l es de conocer la admiración que causaría á todos los monges semejante suceso, tanto mas cuanto que el nacimiento del nuevo hermano ya no era un misterio, y que ademas todos le hablan visto llegar adornado con la cruz de una de las órdenes militares mas gloriosas de España . Miraron como un predestinado al hombre que en la flor de su edad de aquel modo tenia en menos la hala­güeña fortuna con que el mundo le brindaba , y desde en­tonces le mostraron una especie de respeto que su auste­ridad y d e v o c i ó n aumentaban y engrandecían sobre m a ­nera. De a l l i á pocos dias rcaec ió la muerte del vener&ble F r . Veremundo Osorio, que pasó á mejor vida consumi­do de caridad y con toda la paz y el sosiego del justo, y en su lugar y como testimonio de veneración á su memo­ria, eligieron porsucesor suyo á F r . Salvador Tel lez G i i o n .

E l nuevo abad trataba con dulzura verdaderamente paternal á todo el mundo: el rigor y la penitencid solo consigo propia les usaba, y su mano no contenta con en­jugar las lágrimas que la muerte de su predecesor había hecho correr eo el pais, derramaba sin cesar beneficios y consuelos. A pesar do tanta caridad , los monges antes es­quivaban su compañía que la solicitaban. A veces encon­trábanle paseando en un claustro solitario, y aunque pa­sasen junto á él ni los sentia ni los salodhba , tan embebi­do andaba en sus meditaciones. Otras veces los que mas cerca de él estaban en el coro oíanle pronunciar eo vez de los vers í cu los sagrados, palabras incoherentes y sin sentido, cuya signif icación no comprendian, pero que por el acento con que sallan de su boca, sucedía que los dejaban helados de espanto. li^bitualmente permanecia •ncerrado en el orato io de la cámara abacial , donde se gaardaba la imágen de una Dolorosa de que afios antes

habían hecho merced «I momistciioj y m rodillml.» ch í n a ­le de ella pasaba las horas. Parecia talidu aquella virgen del pincel afectuoso y puro de Alberto D u r o i o , «sí por la casta suavidad do la espresion , como por la correcc ión suma del dibujo y la delicada belleza de las l íneas . Había desaparecido de su rostro toda la flor de lozanía y de j u ­ventud con que los pintores han solido adornar á María , no quedi»b>.n mas que los misterios del dolor en aquella frente pálida y marchita, y la gracia y U m á g u pi iui i t i -va , propia de la madre de Dios, oscurecidas por las n u ­bes del pesar. Salvador, que según pudimos ver en el asa l tod, ! castillo de Albania, era muy devoto suyo, a t a -dió á demandarle su amparo y á mostrarle las heridas de su pecho: y en verdad que durante algunos dias c r e y ó que la reina de los ánge le s le miraba con amor, porque encontraba un inesplicable consuelo en contemplar su dul« c ís ímo semblante, manantial para su alma de suaves y desconocidas imaginaciones, que tanto se asemejaban al tecuerdo de las dichas pasadas, como á la esp> ranza de las venideras. Y sin embargo, «.bsorto en la contempla­ción de aquella i m á g e a soberana, poniéndola á manera de tal ismán sobre sus mas enconadas Hagas, y amándola con toda la efusión de su alma , sentía su corazón aparta­do de la paz del justo, y como codicioso y zeloso del a m ­paro de aquella pur í s ima virgen. Mas de una vez se p r e ­g u n t ó con la sangre helada de terror si las memorias da su vida pasada no venían á mezclarse, disimuiad-s é i n ­visibles en sus relig os>as meditaciones ; y si en aquel sem­blante angé l ico no le representaba la fantasía otro sem­blante que por largo tiempo se había aposentado en su a l ­ma.—Pero d ó n d e , se replicaba sosegándose , d ó n d e aque­lla belleza infantil y florida? ¿dónde aquella frente en qu« la alegría pusiera su asiento? Combates son estos del e n e » migo c o m ú n , añadía ya con c a l m a ; velemos y estemos en pie porque anda alrededor de nosotros como león r u ­giente buscando v íc t imas que devorar. Res i s támos le c o a pecho fuerte, y andemos con valor nuestra jornada, pues que peregrinos somos en la t i e r r a . — A s í lo ponía en v e r ­dad por obra; pero sus combales interiores hacían su sem­blante cada día mas adusto y sombr ío , y daban á su vos cierto eco duro y destemplado que alejaba las gentes.

U n año se había pasado desde que le nombraron abad, y las cosas estaban en el estado que dejamos dicho, cuan­do una tarde que oraba delante de la Do luí osa de su ora­torio, acontec ió que nuestro conocido el padre Actbedo asomó presuroso por el cancel de la cámara, y se dirigió al lá . Abr ió la puerta con mucho l iento, y vio al prelada de hinojos en la tarima del altar, tan embebecido que no le s int ió . — S í : razón tenia aquel santo varón, decía en vo» baja y desconsolada ; los espíritus de la calma no han ve­nido á m í , y donde me fingí el descauso he palpado la ¡n-cei tidumbre y la pelea. ¡ O h virgen pura ! ¿uó está limpio todavía mi corazón de las aficiones terrenas, y moriré sin que cierre mis ojos un sueño de p a z ? — L a sol. dad del l a ­gar , la luz oscura y apagada que entraba por una estre­cha y aguda ventana de vidrios de colores, y que apenas dejaba ver el bullo confuso del abad delante de la borra­da ímógen de la virgen , y el acento desolado de aquellas breves palabras, amedrentaron al buen portero ; asi e i que volv ió atr^s, hizo ruido y l lamó al prelado, temeroso de enojarle si le sorprendía . Salló este con aquel aspecto giave y recogido que tanto imponía á sus monges, y la p r e g u n t ó : — Q u é traéis , padre portero?—Padre nuestro, respondió este i n c l i n á n d o s e , de dos dias á esta parte c u n ­de en los alrededores una superst ic ión estraña. D í c e s e que una m^ga, ó bruja , ó no sé que v i s i ó n , \ iene por lat noches á la fuente de Diana , y laq araedientadus tiene á los paisanos que hasta loa misinos criados dtl mouMUna

2 5 2 S E M A N A R I O IM N K ) H V.Si.i) KS1« A N<) I

se escusao de l levar a l l i sus bueyes.—¿Y >io haibfl» VOI p iocurado desvanecer semejantes menliras? p r o g u n l ó el abad con tono severo .—Si , padre nueslro , r ep l i có^ el p o r l e r o ; pero ¿ d e q u é puede servir m i humilde op in ión delante de supersticiones tan añe jas? — Bien e s t á , contes­tó el p re lado : id con Dios , que yo atajare semejaules des­varios.

Por el camino que antiguamente guiaba á las Medulas , y que, s e g ú n digimos en la p r imera p a r l e , es un valle que en el dia l laman F o y de B a r r e i r a , se encontraba á la mano derecha la l inda y graciosa fuente de Diana en uqa especie de r e t i r o del icioso, que brindaba al pasagero con la sombra de sus á r b o l e s y la frescura de sus aguas. Los años y los hombres la habian , e m p e r o , destrozado, y so­lo se conservaba el pedestal de la e s l á t o a derecho en me­dio del p i l ó n a p o r t i l l a d o , y el torso m u l i ado de la Diosa misma ca ído por t ier ra á pocos pasos de distancia, y ves­t ido de musgo y de yervas silvestres. En aquel lugar ha­bían pasado las pr imeras p l á t i c a s de amor entre Salvador y M a r í a , y sin embargo a c e r c á b a s e aquel sereno y r e ­puesto á semejantes s i t ios , porque a l l i mismo hab í a ido á desafiar impor tunos recuerdos , y a l l i mismo e n t e n d i ó de jarlos vencidos.

A lumbraba la luna desde la mi tad de los cielos es­p l é n d i d o s y azules, cuando Salvador l legó á la fuente. Sus argentados rayos pasaban t r é m u l o s por entre los sauces que amparaban el manant ial sagrado en o t ro t iempo , y con e l leve movimien to de sus hojas fingían un encaje a é r e o de reluciente plata que al dibujarse en la rizada superficie del p e q u e ñ o estanque, formaba un e s t r a ñ o m o -s á i c o , l leno de formas caprichosas y vagas. Reinaba al re­dedor silencio p r o f u n d o , y solo el m o n ó t o n o m u r m u l l o del agua y el canto lejano y r i q u í s i m o del r u i s e ñ o r t u r b a ­ban la calina de las soledades. Como nada se divisaba por a l l í , el monge se s e n t ó sobre la e s t á t u a de la Diosa, cuan­do un r u m o r semejante al del aura de la noche , sonó á su l a d o , y v io pasar á la maga que, sin reparar en é l , sé sen tó á la o r i l l a de la fuente y se puso á mover las l i m ­pias ondas con su mano. Maga deb ía de ser en verdad, porque n i su b'anco y tendido v e l o , n i su estatura aven tajada, n i su esbelto y delicado t a l l e , n i su ropaje estra­ñ o eran de humana c r i a tu ra . L e v a n t ó s e Salvador como so­bresaltado , y c o r n e n z ó á observar los movimientos de aquella f a n t á s t i c a c r ia tura que vuel ta de espaldas hác ia é l pronunciaba al parecer misteriosas palabras, que se per ­d í an entre el ru ido de la fuente. L e v a n t ó s e á poco ra to , y e a c a m i n á n d o s e hác ia donde estaba el abad, q u e d ó este helado de un religioso t e r ro r , viendo delante de sí la v i r g e n misma de su ora tor io . V e n i a andando lentamente, y cuando ya l l e g á b i cerca p r o n u n c i ó con tr iste y apagada voz estas palabras del Cantar de los Cantares. — « S o s t e -nedme con flores, coreadme de manzanas, porque desfa­llezco de amor .» — N o era la v i rgen ! Salvador d ió un g r i to de aquellos que hielan la sangre, y c a y ó sin sentido sobre la e s t á t u a de Diana.

Cuando v o l v i ó en sí h a l l ó i la maga de rodil las jun to á él r o d á n d o l e la cara con agua de la fuente. L e v a n t ó s e entonces acelerado, quiso h u i r , y corno si la mano del destino le s u j e t á r a , p e r m a n e c i ó i nmóv i l mirando con ojos desencajados aquella blanca y m e l a n c ó l i c a v i s i ó n , hasta que al fin e sc l amó con una voz que p a r t í a las e n t r a ñ a s . — M a r í a ! M a r í a ! ¿Por q u é t u sombra en estas soledades? ¿Qué has venido á pedir á los hijos de los hombres ?— ¿Quién eres t u , r e s p o n d i ó ella con una par t icu la r sonrisa: l ú , cuya voz me trae á la memoria la i m á g e n de mis pa­sadas a l e g r í a s ? . . . . A q u í m i s m o , c o n t i n u ó yendo y viniendo con desatentados pasos; a q u í mismo fu i tan alegre y tan dichosa ! Pero todo p a s ó y hoy ando sola por medio de los

bosques y en el silencio de la noche , como la sombra de los mue r to s , y la corona se ha caido de m i cabeta. S i l -vador entonces fuera de s í , se a c e r c ó á ella y lo asió una mano sin que hiciese el menor ademan, antes le miraba con una in fan t i l y prol i ja curiosidad —Esto es verdad! d i -jo Salvador; mis manos estrechan esta mano! esto no es un antoje de mi loca fan tas í a . ¿Con q u é eres t ü , M a r í a ! la misma María? — N o soy la misma, r e p l i c ó ella con grave­dad , porque antes era Mar í a la dichosa, la bien querida y hoy soy M a r í a la desdichada y la l lorosa. Y sin embar­go, a ñ a d i ó con una loca alegi ía , ha r to mas dichosa soy que antes , porque aquellas redes de h ie r ro me ahogaban, y ahora respiro el aire de la m a ñ a n a en las a l t u r a s , y veo ponerse el so l , y salir las estrellas, y me siento en la o r i ­lla de las fuentes á p la t icar con los á n g e l e s que bajan e n ­tre los rayos de la luna para consolarme. ¿ P e r o q u i é n eres tú que me has hablado con palabras tan dulces como las del hombre que a m é en mis primeros a ñ o s ? — E s que soy y o ! yo ! Salvador! m í r a m e bien! ¿nó me c o n o c e s ? — ¿ Q u i é n ? tú Salvador! repuso ella palpando su cabeza ; ¿ d ó n d e es-tan , pues , tus hermosos cabellos c a s t a ñ o s ? ¿ d ó n d e t u ar­co y tus flechas? ¿ d ó n d e tu arreo de cazador y la gen t i l e ­za de tu persona?. . . .Y luego añad ió como reflexionando: tú no puedes ser , porque Salvador baja t a m b i é n algunas veces en los rayos de la luna y trae una ropa resplande­ciente, y no ese t r is te h á b i t o que t u v i s t e s . — E s t á loca, l o ­ca ! Dios mío ! e s c l a m ó Salvador r e t o r c i é n d o s e los brazos. — L o c a ! loca! repuso ella r ep i t i endo maquinaltnente sus palabras; bien pudiera ser que lo estuviese, porque h e l l o ­rado y sufrido tanto que las l á g r i m a s han consumido m i juven tud y m i a lma .—Dicho esto p ú s o s e á caminar al r e ­dedor de la fuente cantanto en voz baja v e r s í c u l o s de Job y de J e r e m í a s . Tra ia vestido el h á b i t o d é las novicias de San B e r n a r d o , y una corona de flores marchitas en la ca­beza ; estaba flaca, descolorida y mac i len ta : de tanta l o ­zanía y beldad solo quedaba el óva lo p u r í s i m o de su cara y sus rasgados ojos: y la Dolorosa del monasterio pudiera pasar por traslado de aquella marchi ta hermosura . Salva­dor estaba all í á un lado s o m b r í o y a m e n a z a d o r . — S e g ú n eso , dijo con amargura , mis meditaciones , vigilias y p l e ­garias han sido incienso quemado en los altares de la tier­ra ! S e g ú n eso mis armas se han vue l to contra m i , y las piedras del santuario se han alzado para her i r raí proster­nada c a b e z a ! — M a r í a pasaba entonces por delante de é l cantando el v e r s í c u l o de Job. — « H a b l a r é con amargura de m i alma : d i r é á Dios, « n o quieras c o n d e n a r m e : » m a ­ni f iés tame por que me juzgas a s i ! » — T e n i a r a z ó n el santo O s o r í o , dijo el monge d e s p u é s de una breve pausa; muer ­ta estaba para m í , pero no para los pesares. Y yo la l l o ­raba perdida en las soledades del Nuevo M u n d o cuaudo ella me llamaba qu izá desde el silencio del c laustro! . . .Es ve rdad , añad ió m i r á n d o l a ; las penas han secado el tal lo de la flor y el soplo de la muerte se l l e v a r á sus h ijas ama­r i l l e n t a s , como el viento de la noche sus palabras desor­denadas y d u l c í s i m a s . — L a monja p a s ó de nuevo entonan­do el verso de Job. — « P o r q u é me sacaste de la matriz? oja­lá hub!ese perecido para que yo no rae viera. Hubiera s i ­do como sí no fuera, desde el v ient re trasladado al sepul -ero » — Y en seguida se p a r ó de'ante del abad y dijo con voz apagada.— « ¡ O h , vosotros todos los que pagáis por los caminos, atended y ved sí hay dolor seraejiute á m i do ­l o r ! » — S i g u i ó s e á estas palabras un profundo silencio en que el eco lejano y dis t in to de las rocas i v p i t i ó « seme jan ­te á m i d o l o r ! » — ¡ O h ! s í ; m u r m u r ó Salvador con voz sorda, dolores hay que no caben en el co razón del h o m ­b r e , y que solo d e b e r í a n llegar en las alas del á n g e l de la muer t e .

Mar/a se h a b í a vue l to á sentar en el borde do la f ueu -

S l i . M A N A l U O M M U U I U A B G Ü K . S I ' A N O L . 253

te ymiraba á la luna con dis l racciou profunda. Recio r o m -bale pasaba en tanto en el alma del monge, y clara mues­tra daban de él su agi tac ión incesante y viva y las som­br ías ojeadas que lanzaba a l r e d e d o r . — ¿ Q j e be de hacer, dijo por ú l t i m o en voz alta? ¿La he de abandonar cuan­do Dios la ha pr ivado de su razón y el mundo de su am­paro? M . r í a , a ñ a d i ó a c e r c á n d o s e á e l l a ; es preciso que dejes este sitio y vengas conmigo. — M i r ó l e ella fijamecte y le c o n t e s t ó : — S i i ré t a l , porque me hablas como quien se apiada de los in fe l i ces , y no me e n c e r r a r á s entre las redes de h ie r ro i ¿ n o es verdad? M i r a ; yo necesito ver ]os campos, las aguas y la luna , porque en su luz bajan Jos e s p í r i t u s blancos que me hablan de mis pasadas a le­g r í a s . — E c h a r o n á andar en s i lenc io , y dado que la loca lo i n t e r r u m p í a alguna vez volv iendo al c á n t i c o de las sa­gradas poesías , y se paraba á sacudir las golas de roc ío que á manera de l íqu idos diamantes colgaban de las ramas de los abetos, t odav í a l legaron á la puerta del raonas'e-r i o , cuando no bien el alba comenzaba á reir . P a r ó s e sin embargo la infeliz asustada, y di jo con desconsuelo : — ¿ Sa­bes que me m o r i r é si me vuelves á las rejas de hierro?

— S í , r e s p o n d i ó el abad con c a r i ñ o ; y por eso te l l evo á u n o s campos llenos de flores y alumbrados por una luna resplandeciente. — L l a m ó en seguida al por te ro y a b r i ó este la puerta de par en pars ¿ p e r o cual fue su asombro al ver aquel fantasma de mujer que cruzaba el á m b i t o de la p o r t e r í a con paso lento y t r is te ademan? dió un g r i t o de h o r r o r , y se a r r i m ó á la pared para no c a e r . — ¿ E s t á i s en vos , P. Acebedo? le dijo e l abad a g a r r á n d o l e . — ¡ A h ! sois vos padre nuestro? r e s p o n d i ó el asustado por t e ro con indecible a l e g r í a ; ¿ c o n q u é parece que vuesa paternidad la ha conver t ido al gremio de nuestra santa i g l e s i a ? — ¿ Q u é es tá i s a h í hablando de c o n v e r s i ó n n ¡ de iglesia? r e p l i c ó el abad , no poco e n o j a d o . — S í , padre nues t ro ; á la maga ó b r u j a , ó lo que es que ha pasado por delante de m í . . . . —Necio sois en v e r d a d : ¿ n o r e p a r á i s que es hermana nuestra , y que viste nuestro santo h á b i t o ? E s t á loca la i n ­feliz y sin duda se h a b r á escapado de a l g ú n convento .— T a l vez e s t a r á endemoniada, y entonces entre los dos con sendos estolazos y conjaros la podremos l i b r a r del ene­migo malo y . . . . — A d e l a n t e p a f á r a en sus remedios, sí una co lé r i ca mirada de su prelado no le atajase á lo mejor. — I d , le dijo este f r í a m e n t e , y preparad el R e t i r o del A b a d , porque all í quiero que descanse esta desdichada, que tal vez la solpdad y el sitio la c u r a r á n har to nrujor que vues­tros consejos.—El pobre por te ro c a m i n ó á priesa para c u m p l i r lo que se le mandaba, no sin m u r m u r a r de la sab idur í a de los prelados que siempre han de tener r a z ó n , po r mas que á los subditos les sobre.

E l r e t i r o del Abad era la morada solitaria que habia mandado construi r el santo Osorio para pasaren ella los ú l ­timos dias de su vida, y cons i s t í a en una reducida vivienda y una capilla en que se h a b í a n prodigado los pr imores del arte gó t i co . Dominaba esta graciosa fábr ica la H o n d o ­nada de l N a r a n c o , y á su v o z , aunque mas allá de la cer­ca de c lausura , la e n s e ñ o r e a b a n los negruzcos y descar­nados peñascos que en el día s i rven de l í m i t e occidental a l Lago de Carucedo. L l e g á b a s e al p e q u e ñ o edificio po r un largo y frondoso empan ado , y desde sus miradores se divis iban los frescos y floridos vergeles de la a b a d í a , las verdes colinas de los alrededores, y la masa grave y severa del monaster io; mientras á los p íes y en una de l i ­ciosa hondura se d i s t i n g u í a n grupos de granados y cere­ros , cuyos troncos d e s a p a r e c í a n entre romeros y retamas 'jue por su parte h a c í a n sombra á u n reducido n ú m e r o de colmenas, cuyas abejas sin cesar susurraban entre las f lo­res. El ú i i i r o á r b o l co rpu len lo que al l í c r e c í a era un r o ­busto c a s u ñ o , en cuyo ramage anidaban las t ó r t o l a s y

pa loma» torence». E n Bum» , era un sido aquel qi«« «*» prestaba á los b iBlcr ios de I» . . . e d i . y de l . e r o , - , mien to , como & la c o n t e m p l a c i ó n de las escenas grahrlcs V elocuentes de la naturaleza. . , . .

A este lugar condujo Salvador á M a r í n , y se s e p a r ó de e l l a , d i c i é n d o l e . — T o d o lo que ve9 puedes disfrutar y co r re r cuando quisieres : t a m b i é n la luna platea estas soledades, y aquí tienes un altar para pedir á Dio» que vengan á tí esos á n g e l e s que te consuelan.— Dicho esto se alejó en c o m p a ñ í a del padre Acebedo , que por su par­te hab í a cumpl ido con los deberes de la caridad t rayendo del monasterio leche y frutas para alimento de la loca. Esta se hab í a quedado contemplando la salida del sol por entre los montes del Or ien te sin echar de ver la falta de sus c o m p a ñ e r o s , que por su par te l legaron á la abad ía sin hablar pa labra ; el abad á causa de la to rmenta que trabajaba su a l m a , y el po r t e ro amedrentado de su c e ñ o y ademan s o m b r í o .

Nuestros lectores se s e r v i r á n volver a t r á s con nos­otros, y recordar el día en que M a r í a y sa desdichada m a ­dre salieron aceleradamente de Carucedo , sin que s u p i é ­semos quienes eran , adonde iban , n i que p r o p ó s i t o s eran los suyos. H o y que de todo estamos enterados, gracias al buen genio que a c o m p a ñ a la curiosidad de los his tor iado­res , podemos anunciar que Mar ía era hija de u n podero ­so señor , de A s t u r i a s , que D . Alonso de Q u i r ó s se l l a m a ­ba , y que de secreto se casó con nuestra U r s u l a , donce­lla de buen l inage , pero tan in fe r io r á su esposo en bie­nes de for tuna y en cal idad, que toda su parentela se des­a b r i ó con é l por d e m á s y comenzaron á denostarle sin recato n i miramiento . T a n adelante l l evó las injurias en su deudo le jano , que D . Alonso le p r o v o c ó á singular c o m ­ba te ; pero la f o r t u n a , que tan c e ñ u d a se le mostraba; tampoco de esta vez le f a v o r e c i ó , y q u e d ó muer to en e l campo dejando á su mujer y á su hija de pocos meses cercadas de viudez y horfandad esp&utosas. Temiendo que Ursu la reclamase algnn día la herencia de su b i j a , aquel linage orgulloso la p e r s i g u i ó y ve jó en tales t é r m i n o s , que la infeliz abandonada de lodos y por donde quiera rodea­da de lazos y de asechanzas se vino á refugiar al valle de Carucedo , a t r a í d a de la fama de las vir tudes del d i ­funto abad. Ya sabemos el t r is te fin de aquel descanso que imaginaba sól ido y seguro, y que la pobre mujer v i e n ­do á su hija expuesta á las persecuciones de u n hombre desalmado y poderoso, h u y ó sin esperar consejo de na­die y en alas de su t e r ro r á buscar la p r o t e c c i ó n de un caballero digno de este non b r e , y que la amparase de sus perseguidores. Pero las tr ibulaciones h a b í a n minado su v i d a , y la muerte la s o r p r e n d i ó en un pueblo de las m o n t a ñ a s de L e ó n , l lamado San M a r t í n del V a l l e . Con cuanta amargura cerrase los ojos esta desdichada, no hay porque encarecer lo , b sle decir que dejaba á su hija de­samparada y sola en el m u n d o , y juguete de los malvados. Sin embargo , como á veces la fuente del consuelo brota en el arenal mismo del d o l o r , a c o n t e c i ó que la abadesa de un convento de religiosas Bernardas , que babia en aquel p u e b l o , la as is t ió con todo el esmero de la caridad cristiana , y la p r o m e t i ó de mirar por su b i j a , con lo cual m u ñ o mas resignada, eucarguido á esta que buscase en el claustro un puer to cont ra las tempestades mundanas.

M a r í a por su pa r t e , vuelta en sí de tan acervo golpe, d e c l a r ó el estado de su c o r a z ó n á la piadosa abadesa, su nueva m a d r e , y esta muje r , compadecida de la pobre h u é r f a n a , e n v i ó un roensagero al venerable Osorio n i -diendole noticias de Salvador en una carta recatada. D u ­raba todav ía la guerra de Granada , y el buen religioso postrado por una larga enfermedad, estaba ya abandona! do por m u e r t o , cuando llegó el mensagero de 1« abadesa

254 SKMANAHIO I'IMOIUÜSCO KfiPAKÜL

de San M .1 i in. Viendo fuslrad.i el objelo de S Í vÍHge, procura esle al menos, como discreto, indagar el para­dero de Salvador, que para lodos era un ndslerio. Sin embargo , como donde quiera bay geule que lodo lo sabe, no fal ló quien le dijo que los arqueros de I ) . Alvaro R e -•olledo le babiau preso y asesinado en su fuga, en ven­ganza de la muerle de su señor . Como quier que solo si-BÍestros indicios recogiese en sus pesquisas, dió la vuelta á San M a r t i n , y á los pocos dias tomó María el velo y p r o f e s ó , cumplido su noviciado. Este velo sanio, empero, no ca lmó la ñebre de sus dolores, y aquel corazón que no coacebia mas que el amor, que solo para amar babia nacido, se secó cuando la esperanza se derratuó de él Gomo de vasija quebrada. E r a por cierto sobrado recio el combate que sin cesar trabajaba á aquella tierna y del i­cada cr ia tura , asi es que su razón se resint ió al cabo de poce tiempo , y vino por fin á perderla del todo. S in em­bargo, su locura era dulce y apacible, y de continuo h a ­blaba de las alegrías perdidas , de las aguas y de la luna. Vétase la pasear á veces repitiendo vers ículos de los libros «agrados que aplicaba casi siempre á su s i tuación , y solo se mostraba placentera mirando al astro de ta noche y comunicando, s e g u n d é e l a , con los ángeles blancos que venían á hablarle de las esperanzas del cielo. As i se pasó mucho tiempo, hasta que un dia su demencia pareció to­mar otro carácter mas sombrío , y cornenzó.á 1 orar amar­gamente quejándose de que aquellos rauntes la ahogaban, j d i c í e u d o q u e iba á morir. Estaba el tnonasteiio de San Martin asentado en un valle angosto, cercado de peñascos

{' de silvestre aspecto , y como su s i tuación encrudeciese a manía de la loca, la abadesa de terminó trasladarla al

de San Miguel de las Dueñas en el V í e r z o , que todavía se levanta , orilhis del rio Boeza en la feraz ribera de Bcm-bibre , y en situación deliciosa. Aquel país ameno y pintoresco aquietó por algún tiempo su ansiedad , pero poco tardó en decir que aquellas rejas la sofocaban, hasra que upa noche escaló el muro de la huerta, y vagando por los montes, l l egó al termino de S^n Mauro, sin otro a l i ­mento que raices y /rutas silvestres.

Volvamos ahora á Salvador, que c e ñ u d o , callado y á paso lento entró en la cámara abacial. E n c e r r ó s e en su •posento, y paseándose desatentado y como loco, y po­niéndose la mano sobre el c o r a z ó n : — ¿ C o n qué es verdad, e x c l a m ó , que siempre la he traído fija y clavada aquí como un dardo del infierno? ¿Con qué á ella me encomen­daba de hinojos ante los muros de Aihama , por ella llo­raba en los bosques de Guanah^uí , y delante de ella he venido á postrarme en el retiro del claustro? L a piedra busca su centro , sin poderlo evi tar; los ríos se arrastran al O c é a n o , y el hombre cumple su destino. E n vano vela y despedaza su cuerpo , porque la hora l lega, y todo se a c a b a ! — E n real¡ds.d era su suerte en demasía miserable, y no es de estrañar que dudase y se desesperase.

De esta suerte se pasaron algunos dias, y los monges de San Mauro se preguntaban unos á otros : — ¿Qatí ten­drá nuestro buen prelado, que los ojos se le hunden, el rostro se le seca y de dia en día se consume? ¿Para qué asistirá siempre »1 coro sí acaso está enfermo, ni para que caminará de esa suerte el primero por la senda de la pe­ni tencia?—Enfermo estaba en verdad, y no poco, por­que su espíritu era un verdadero campo de batalla,'y sus fuerzas desfa.llecian de tanto pelear. A l contrario la monja se mejoiaba y sosegaba de dia en d í a , y muchas veces se le oía cantar con tono menos triste. V i s i t íba la siem­pre Salvador en compañía de a lgún religioso, y sus pala­bras , sí bien llenas de dulzura, eran graves y comedidas, verdad es que mas tarde, y en la soledad de su celda, se revolcaba por «1 suelo como San G e r ó n i m o en el desierto,

pero sus monges nada adivinaban ; tal era su circunspec­ción y reserva.

L» f ga de María a larmó , como era natural , á Us r e ­ligiosas de San Miguel, y por todas partes despxcbaron avisos y menswg<M'os en busca suya. Uno de ellos , d e s p u é s de haber corrido todas las m o n l a ó a s de la Guibna , l l e g ó por fin á San Mauro y e n t r e g ó al abad una carta , d á n ­dole ademas cuenta de su meusage. Púsose aquel pá ido como la muerle; pero reponiéndose al p u n i ó , respomiió al meosagero que la religiosa extraviada estaba a l l í , pero que de tal modo adelantaba en el recobro de su razón, que había resuelto guardarla por unos dias mas , después de lo cual é l mismo la acompañaría con dos monges y la dt» jaría en su casa. Otro tanto dijo por escrito á la abadesa, y con esto d e s p a c h ó al raensagero que sin perder tiempo dió la vuelta é. San Miguel. Largo tiempo p e r m a n e c i ó el abad sentado en su taburete, revolviendo en su encen­dida imaginación raíl encontrados y locos proyectos, como quien está en vísperas de una de aquellas crisis tremendas que deciden de la vida entera. — ¡ E s o no! dijo por fin le­vantándose como un león herido ; apartarla de mi es i m ­posible! He registrado los lugares mas secretos de mi co­razón , y en ninguno encuentro fuerza para llevar á cabo tan horrible p r o p ó s i t o . — S a l i ó en seguida de la celda , y solo y con acelerados pasos se e n c a m i n ó al Retiro del Abad. No estaba en él María , pero al punto la d iv i só sentada al pie de un romero y cerca de una cohhena, mirando con a tenc ión ia actividad de las sol íc i tas abejas. L l e g ó s e álel la y !c dijo: — Mar ía ! mírame bien! ¿ n o te trae mí voz á la memoria el recuerdo de tus días alegres.?— S í , re spond ió ella con ingenuidad; ya te lo he dicho otra vez. — Pero, no me conoces, añadió él con ansia! ¿ n o cono­ces á tu S a l v a d o r ? — M i d i ó l e la doncella de alto á bajo con sus lánguidos y hermosos ojos, y le r e p l i c ó : — No; tu no eres Salvador; porque mi amante había nacido para llevar el arco de los cazadores, ó e-l casco de los guer­reros y no el hábito de los monges.—Salvador se q u e d ó por un rato suspenso, y en seguida con la velocidad del rayo t o m ó el camino de la abadía. E n verdad que sí h u ­biera reparado en ta escena que á su alrededor se ofrecía , tal vez hubiera reflexionado mas la estrana resoluc ión que acababa de tomar , porque el cielo estaba cubierto de par­das y pesadas nubes, el aire caliente y espeso; los c i er ­vos corr ían bramando por las m o n t a ñ a s , volaban los p á ­jaros como atontados , y en las entrañas de la tierra o ían­se una especie de rugidos sordos y amenazadores. Otra no menor tempestad, empero, rugía en el alma del desdi­chado, y así sin hacer caso del trastorno que parec ía amagar á la naturaleza, l l e g ó á su ce lda, v i s t ióse por deb. jo de sus hábitos el irage de cazador que usó en sus primeros anos, o c u l t ó asimismo entre sus ropas el arco y flechas y su gorra con plumas , y tomando en las ma­nos su antiguo rabel , e n d e r e z ó de nuevo sus pasos hácia la Hondonada del Naranco. Poco tardó en oírse entre las retamas el son del instrumento que acompañaba una c a n ­ción de caza; y M a r í a , como si despertase del letargo de su locura , se l v a u t ó t r é m u l a , palpitante y escuchando con ansiedad, basta que por fin e x c l a m ó : —Salvador! Salvador ! — Salió este entonces con el gentil arreo de ca ­zador , y la doncella delirante y fuera de sí vino á caer desmayada entre sus brazos. Mucho tardó en volver en s í , hasta que por úl t imo repuesta ya , tornó á abrazar á Salvador dic iéndole con inefable t e r n u r a : — S s l v a d o r l alma m í a ! — M a r í a ! amada de mi corazón ! respondía este, cuando la gorra de cazador se le desprendió de la frente y descubrió la c»beza rasurada y el cerquillo de un mon • ge. L a doncella al verlo desa lóse de sus brazos como pu­diera de los lazos de uoa serpiente; miró con zozobra en

SKMANARIO PINTORMCO E S P A Ñ O L . 255

torno suyo y vio el h á b i l o de Salvador c a í d o eu l re los brezos: r e p a r ó enseguida eu su p rop io ropage ; l aa^ó uu« mirada errante y clesencaj-ida al c o n v e n t o , y como con «que l sacudimiento repeut iuo recobrase su r a z ó n , mi l ideas tan claras como espanloaas se agolparon en su m e n t e , y e x c l a m ó c u b r i é n d o s e la cara con ^mbas manos. — ¡ Ob des­graciado, desgraciado! ¿ C ó m o bas podido abusar »si de l in for tun io de una loca ofrecida á D ios , t u que t a m b i é n has becho tus votos deiante de los altares? ¿ C ó m o has podido arrojar á tus pies ese h á b i t o que para saul idcar le tomaste? V u é l v e m e á mi claus ' ro solitai i o , y dé j ame mo­r i r coa m i iuocc ncia ! —Salvador se q u e d ó confuso y como anonadado por un r a t o , m o r d i é n d o s e los lábios y con ios ojos clavados en t i e r r a , hasta que con lesulucion deses­perada le dijo , s e ñ a l á n d o l e sus h á b i t o c ^ i d o : — S i ; lo he hollado porque me separaba de t i , y porque lodo io a t ro -p e l l a r í a para l legar donde t u estas ! ¿ Sabes que d e s p u é s que te p e r d í he sido poderoso y afamado , y que la n o m ­bradla y la riqueza me parecieron sin t í lodo desprecia b!e? ¿Sabes que por hu i r de t u memoria me acogí como t u á un a l t a r , y que el al tar me r e c h a z ó , y que el des­t ino con í m p e t u i r res is t ible me ha lanzado á tus pies? Pues b i e n ! c ú m p l a s e m i estrel la! ya nunca me s e p a r a r é de t í , y al que quisiera d iv id i rnos le a r r a n c a r í a e l c o r a z ó n con mis manos! — En esto un bramido sordo se o y ó a l l á en el seno de los montes , y la doncella dijo acong i jada.— ¿ N o temes que lu t ie r ra seab;a debajo de tus pies, y que tus palabras le separen de m i por toda la e t e r n i d a d ? — A u ­m e n t ó s e entonces el ru ido s u b t e r r á n e o , y el suelo comen­zó á temblar bajo sus pies: — ¡ O h ! a ñ a d i ó la v i r g e n con las manos jun tas ; v u é l v e m e al santo asilo de donde me a r r a n c ó m i locu ra , que tenemos al cielo i r r i t ado y la muer te nos cerca por todas p a r t e s ! — N o ; r e s p o n d i ó Sal­v a d o r , ciego de amargura y de despecho; j a m á s me se­p a r a r é de t i l y venga la muerte á sorprenderme á t u lado con ta l que ruede yo en tus brazos por los abismos ú a fin de la e t e rn idad !—No bien acababa de pronuncia r estas palabras, cuando es ta l ló el t e r remoto con la mayor v io ­lencia : v ínose á t ier ra estrepitosamente el R e t i r o del Abad í c ayóse igualmente la cerca de la c lausura , y de los p e ñ a s c o s que e n s e ñ o r e a b a n la hondonada, b r o t ó con f r a ­gor ho r r ib l e una catarata semejante á las del d i l u v i o , que se d e s p e ñ ó inundando y a r r a s t r á n d o l o l o d o . — ¡ O h , Dios m i ó . Dios m i ó ! e x c l a m ó María cayendo de r o d i l l a s , i per-don para nosotros! — T o m ó l a Salvador en sus brazos y a b a l a n z ó s e á subir el repecho; pero un trozo del edificio que rodando venia , a r r a s t r ó consigo á los dos desdichados que desaparecieron bajo el r emol ino de aquella s ú b i t a inuudycion . Los monges asustados del t e r remoto y del e s t r é p i t o de la catarata que ya i n v a d í a los sotos y la h u e r ­ta del monaster io , salieron de t rope l y subieron al Campo de la L e g i ó n , donde de rodil las y con las manos juntas rogaban á Dios. A q u e l d i luv io s u b t e r r á n e o continuaba en tanto vomitando su enorme columna de agua, y en menos de una hora ya toda la abadía presentaba la superficie t u r ­bia y alborotada de un lago to rmentoso , por donde de t recho en trecho asomaban las cimas de los á r b o l e s mas altos y las torres de la ig les ia , como los m á s t i l e s de un navio colosal sorbido por las olas.

Entonces fue curmdo un e s l r a ñ o e s p e c t á c u l o atrajo las miradas de lodos los monges, y era que un ropage blanco y negro como sus háb i t o s flotaba sobre las aguas, como el manto dol s e ñ o r cuando caminaba con pie enjuto sobre l á m a r i r r i t a d a , m i c n t i as un cisne de blancura resplan-deciente, a l zándose del ngua y p o s á n d o s e en la cima de las rocas de donde brotaba la i n u n d a c i ó n , c a n t ó con una dulzura y tristeza infini tas como si á m o r i r fuese j d e s p u é s a« lo cual l e v a n t ó e l vuelo y se p e r d i ó en las nubes.

A c o r d á r o n s e al ver esto del prelado á quien algunos h i -b ían visto encaminarse al R e l i r o del A b a d , y de la pobre loca; y sobre ellos y sobre la a p a r i c i ó n del h á b i t o y del cisne se for i i i a ron e s l r a ñ a s conjeluros que cada uno glo­saba y coloreaba á gusto de su imag inac ión , si b ien todos estaban acordes en que un gran pecado d e b i ó p roduc i r t a ­m a ñ o t rastorno. De todas maneras, los monges conster­nados y privados de su as i lo , se r e t i r a ron á Cariacedo, r ico monasterio situado en la ribera del Q ü a ; y en el país q u e d ó la t r a d i c i ó n que acabamos de con ta r .

C O N C L U S I O N .

Y es l á s t ima en verdad que todo ello no pase de aum de aquellas maravillosas consejas que donde quiera s irven de recreo y de al imento á la i m a g i n a c i ó n del vulgo, a n ­siosa siempre de cosas milagrosas y ext raordinar ios s u ­cesos; porque el asunto despojado de la hojarasca t e o l ó ­gica de « mí l i o D. Anastasio el Cura » que dec ía el b a r ­quero ; y salva la flogedad y desa l iño del curioso viagero, no deja de ofrecer i n t e r é s . Por lo d e m á s el Lago de C a -rucedo tiene el mismo or igen que la mayor par le de los ot ros , y lo ún i co que lo i n producido son las vert ientes de las aguas encerradas en un valle sin salida. Por otra parte es mas que probable que ya en t iempo de los r o m a ­nos existiese, porque las c e r c a n í a s e s t á n llenas de vest i ­gios de estos valerosos conquistadores, y suyo, y no de otra m a n o , parece el conducto s u b t e r r á n e o po r donde esta hermosa balsa de agua descarga en el Sil par te de sus c a u ­dales, v que desemboca por debajo del pueblo que l l a m a n P e ñ a Rub ia . T a l es la verdad de las cosas desnuda y fría como casi s iempre se muestra .

ENKIQÜE Gifc.

A L F I R M A M E N T O

C o r r a la luz por tus eternos i n u n d o » E n tu bóveda inmensa disipada! S u cabeza frenét ica , humillada

E l p l i é l a g o d o b l ó ; Y sus abismos l íqu idos , profundos P l e g ó ante ú n l e ñ o en su eslensiou p e n i ¡ d « Y cual Curioso toro , ya vencido, D ó c i l al triste yugo se p r e s t ó .

Mas lú al hombre n l r e v í d o desafias C o n la bárbara voz del rudo viento;-Y se esiremcce el m í s e r o al acento

D e l trueno celestial: f.e niegas el abrigo de tus soles, E l ardiente volcan de tus estrellas; T a n SOÍO alcanza de sus luces bellas l l e í l e jo errante , rayo sepulcral .

L a virgen eres tu del universo, • líl hombre en tus senderos no camina; TSo profana la b ó v e d a divina

S u b á r b a r o furor. De tu seno de luego se despiden Mil c ó m e l a s , mil soles , mil estrellas; Que van luego á perderse , cual centella* Bníd el inmenso trono del Creador.

Yo he sobado vivir como el a r c á n g e l , Llahilanlc del puro finnamenlo; Dirigiendo cien m u n d o » de mi »>ieulo

D e catiro j rubí .