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CAPÍTULO I
ORIHUELA, 1610-1807: EL MARCO URBANO Y
COMARCAL DE LA UNIVERSIDAD
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A últimos del siglo XVI y principios del siglo XVII, el antiguo proyecto del
Arzobispo Fernando de Loazes, de dotar a su Orihuela natal con un centro de estudios
universitarios, estaba a punto de ser una realidad. La ciudad, capital de Gobernación, Baylía
del Reino de Valencia y flamante sede episcopal, aspiraba a convertirse, también, en centro
cultural de un amplio territorio, colmando así viejas aspiraciones: ser el polo de atracción del
espacio comprendido entre Valencia y Granada, arrinconando, de esta manera, a sus más
inmediatas y clásicas rivales, las ciudades de Murcia y Alicante. En 1646, la concesión del
Privilegio Real a un Estudio General que había comenzado su irregular andadura en 1610,
dio solidez al deseo: la capital del Bajo Segura se convirtió en ciudad universitaria
ostentando este rango hasta principios del siglo XIX.
Sin embargo las deseadas previsiones estuvieron lejos de cumplirse. El sueño de
aglutinar una importante comunidad de maestros y estudiantes que diese prestigio a la ciudad
y sirviese para potenciar su economía e influencia política en el linde sur del reino de
Valencia con Castilla, distó mucho de ser una realidad. Orihuela, como ciudad universitaria,
no dejó de ser el marco físico de una de tantas universidades menores que salpicaron la
geografía española durante la época moderna. Las trabas e inconvenientes que se opusieron
al desarrollo del centro educativo fueron, si bien similares a las experimentadas por otros
centros de parecidas características, paralelas a los inconvenientes que lastraron el desarrollo
de Orihuela a partir de la crisis del Seiscientos. La historia, por tanto, de la Universidad, de
sus altibajos, de la falta de adecuación a los presupuestos del reformismo borbónico que la
condujeron a su fin, es la historia, en parte, de una ciudad que optó en los momentos críticos
de las grandes transformaciones económicas del Setecientos, por vivir aferrada a los
esquemas de supervivencia que el siglo anterior había enquistado en la sociedad oriolana sin
muchas vías de solución.
Es por esta razón que resulta imposible, como ya hemos apuntado en la introducción
a nuestro trabajo, abordar el estudio institucional y sociocultural de la Universidad sin hacer
alusión a un marco de referencia más amplio: la ciudad y su hinterland comarcal. El devenir
histórico de Orihuela durante los siglos XVII y XVIII y en especial el de algunas de las
instituciones más características que ejercieron su patronazgo y control sobre la Universidad,
resulta imprescindible para la comprensión de la misma, tanto en sus orígenes como en las
distintas etapas de su desarrollo.
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El objeto del presente capítulo no es otro que el de ofrecer los rasgos más
sobresalientes de la sociedad oriolana durante el transcurso de los dos siglos en que tuvo
vigencia el Estudio General. El marco físico y natural, el elemento humano, la economía y
las relaciones sociales, culturales y políticas de la ciudad son, a nivel forzosamente sintético,
los puntos que hemos elegido para tratar de apuntalar el complejo mundo de la Universidad
en su contexto histórico. Muchos de estos aspectos serán ocasionalmente matizados o
desarrollados con mayor amplitud en capítulos sucesivos, siempre y cuando la incursión en
estos temas justifique una mayor clarificación del objeto central de nuestro estudio. Las
omisiones, el pasar a veces con rapidez sobre aspectos tan importantes como los enunciados,
vendrá forzado por el carácter de este trabajo, pero también por muchas lagunas que la
historia global de Orihuela sigue presentando en la actualidad a pesar de los esfuerzos
realizados últimamente por trabajos tan interesantes como los debidos a las plumas de Juan
Bautista Vilar, Juan A. Ramos Vidal, Jesús Millán y David Bernabé.
EL ESPACIO FÍSICO Y URBANO
El espacio físico
La comarca del Bajo Segura, cuya capitalidad ostenta Orihuela, se encuentra situada
en la parte meridional de la actual provincia de Alicante, coincidiendo, desde el punto de
vista administrativo con los partidos judiciales de Orihuela y Dolores. Geográficamente,
aparece centrada en torno a la vega baja del río Segura que de W. a E., y hasta su
desembocadura en el mar, la divide en dos zonas de distintas características1. Por un lado, la
margen izquierda del río, donde se extiende la llanura cuaternaria que acoge la huerta y que
se extiende hacia el N. y NE. en busca del Campo de Elche. Se trata de la vega pardo-caliza
que se cierra en su parte suroriental por la Sierra del Molar y por la parte noroccidental por la
Sierra de Crevillente. Sólo dos montañas aisladas, estribaciones de la Penibética, paralelas y
sin solución de continuidad, irrumpen en ella: las Sierras de Orihuela y Callosa, a cuyas
1 R. PIQUERES: «El Bajo Segura» en Geografía de la provincia de Alicante, dirigida por A. LÓPEZ GÓMEZ y V. ROSELLÓ VERGER, Alicante 1978, p. 582.
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faldas se levantan las ciudades homónimas2. Es esta la superficie comarcal mimada por la
historia, aquella que suele identificarse con la totalidad física, la parte a la que hacen
referencia con notoria exclusividad las viejas crónicas: la Vega. Martínez Paterna ya en 1632
se complacía al cantar sus excelencias, calificándola de «paraíso en la tierra»3 y
atribuyéndole una serie de cualidades más propias de la novela pastoril, género que
comenzaba a agonizar por aquellos tiempos, que de la realidad menos idílica que vislumbran
los documentos que hoy se exhuman. Cavanilles, siglo y medio más tarde, aunque más
crítico que el anterior, no dejaba tampoco de asombrarse ante su espectáculo:
«Grato es también el aspecto que presenta la huerta vista desde alguna altura: los muchos pueblos
esparcidos por aquel recinto, el laberinto que resulta de la multitud y variedad de acequias y canales, el
río, las arboledas, los sembrados, que entre ellos quedan para que resalte la espesura y el verdor de tanto
árbol, forman un cuadro poco común fuera del Reyno de Valencia»4.
Incluso Teodoro Llorente, que ya veía la decadencia de la vieja capital de
Gobernación, en 1889, no podía eludir la atractiva visión de la campiña:
«Hoy es Orihuela una ciudad algo atrasada en el movimiento moderno. Pobre de industria y comercio,
viviendo casi exclusivamente de la agricultura, huérfana de las familias ilustres que le dieron
importancia y esplendor, aparece desanimada y casi dormida en su campiña floreciente»5.
Fuera de la margen izquierda del río parece no haber nada, a excepción de una
estrecha franja de huerta que corre pegada a la orilla del río. El N. del Segura, por tanto, es la
zona del vergel, donde Paterna dice se cogían cada año 80.000 cahíces de trigo y 30.000 de
cebada, donde se recolectaba tanta seda como en la Vega de Murcia, se criaba el arroz y todo 2 CENTRO DE EDAFOLOGÍA Y BIOLOGÍA APLICADA DEL SEGURA. Estudio agrobiológico y aspectos económicos de los Partidos Judiciales de Orihuela y Dolores (Alicante). Murcia 1969, pp. 49-50. 3 Francisco MARTÍNEZ PATERNA: Historia de la Ciudad de Orihuela y de sus pueblos oritanos; trátase de su obispado, gobernación y baylía general; de los montes, de los ríos y fuentes e islas, de los promontorios, senos y puertos que tiene esta provincia. Por el Doctor ... Presbítero, Teólogo, natural de Orihuela. Orihuela, 1632. La reproducción de este manuscrito perteneciente a la colección particular de Juan Bautista VILAR se encuentra en el Apéndice documental de su obra: Orihuela, una ciudad valenciana en la España Moderna. Murcia, 1981, vol. III, pp. 857-876, p. 859. 4 Antonio Josef CAVANILLES: Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, Población y Frutos del Reino de Valencia, Madrid 1797. Edición facsímil, Valencia, 1975, tomo II, p.284. 5 Teodoro LLORENTE: Valencia, sus monumentos y artes. Su naturaleza e historia. Barcelona 1889. Edición facsímil, Valencia, 1980, tomo II, p. 1.036.
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tipo de árboles frutales6. Esta es la zona también del vino y del aceite, de la miel, la grana, los
cáñamos, el lino, la sosa y barrilla que describía en 1690 Juan Tarancón7; el área donde se
sitúan los núcleos urbanos principales, unos pegados al río, como Orihuela, Bigastro,
Jacarilla, Algorfa, Benijófar, Rojales, Formentera; otros junto al borde de las ramblas que
llevaban aguas, como Benferri y Redován, o de los azarbes y canales, como Callosa, Cox, la
Granja, Albatera, Benejúzar, Almoradí8. El norte es también el territorio donde tuvo lugar la
expansión a partir del siglo XVIII ganando tierras a los saladares y albuferas nororientales
mediante las Pías Fundaciones del Cardenal Belluga, el lugar, en suma, por donde tendría
que venir el cambio de los tiempos y la riqueza.
Mapa de la comarca del Bajo Segura
6 Francisco MARTÍNEZ PATERNA: Op. cit. p. 860. 7 Citado por Jesús MILLÁN en Transición y reacción en el sur del País Valenciano. La formación del capitalismo agrario y los orígenes del carlismo: Orihuela, 1680-1840. Tesis doctoral inédita. Facultad de Filosofía y Letras de Valencia, Dpto. de Historia Moderna, Valencia, 1983, fol. 148. 8 R. PIQUERES: Op. cit. p. 579.
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El sur, por el contrario, es el silencio. La culpa de ello, un capricho de la naturaleza:
el río no atraviesa simétricamente su fosa: se escora, por el contrario, hacia su orilla derecha
donde se eleva, tras la escasa franja de terreno aluvial aludida, un área de suelo gris
subdesértico, salpicado de espacios yesosos, que se superpone a la vega pardo-caliza hasta
concluir, más al sur, en una serie de colinas miocénicas9. Al E. de las mismas quedan, casi
pegadas a la franja litoral, las zonas lacustres de las salinas de La Mata y Torrevieja. Se trata
de una de las típicas áreas marginales de la llanura apuntadas por Braudel para el siglo XVI,
donde la civilización parece detenerse10. Desierta en cuanto a núcleos urbanos de importancia
se refiere, el sur del río quedará como territorio propicio para las actividades
complementarias, la caza, la leña, la piedra para las construcciones... J. F. Peyron, viajero que
en 1773 atravesaba Orihuela con destino a Murcia, señalaba todavía en estas fechas el
contraste que suponía cruzar el río hacia el sur: «Al dejar Orihuela ya no se ven palmeras, los
campos adquieren pronto la apariencia de un vasto desierto...»11. Las zonas de lagunas, como
ha señalado Millán, fluctuarán siempre entre la utilización que se haga de las mismas según
primen los intereses ciudadanos a favor de la pesca o de la sal. Salina o albufera, según se
cierre o no su salida al mar, este área acabará convirtiéndose definitivamente en lo primero
hacia 1760, cuando los intereses de la Monarquía vean más rentable el negocio de la sal. A
partir de ese momento cambiará el paisaje humano: la costa al sur de Guardamar comenzará
a poblarse12. Pero el interior, hasta el límite de la Sierra de Escalona, en cuyas laderas se
puede proveer de la madera de los pinos, habrá que aguardar tiempos mejores, tiempos que
no se corresponden con la historia de la Universidad que vamos a estudiar.
El clima y el río
La causa de la pobreza de la parte meridional de la comarca ha de atribuirse,
necesariamente, al clima. Algo parecido ocurre con las constantes excepciones que
interrumpen la idílica situación de la zona septentrional narrada por los cronistas, los años
9 Jesús MILLÁN: Op. cit. fols. 32-33 y CENTRO de EDAFOLOGÍA, pp. 49-53. 10 Fernand BRAUDEL El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Madrid, 1976. 2ª edc. en español, tomo I, pp. 75-78. 11 Juan F. PEYRON: «Nuevo viaje en España hecho en 1772-1773» en J. GARCÍA MERCADAL, Viajes de extranjeros por España y Portugal, Madrid, 1962, tomo III Siglo XVIII, p. 759. 12 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 40.
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malos que aparecen con inusitada frecuencia llenando las hojas de las crónicas municipales,
de los memoriales, de los libros de las comunidades religiosas. La acción del hombre es lenta
para tratar de modificar los obstáculos naturales. Y si resulta difícil en la época preindustrial
combatir la naturaleza adversa del suelo, más difícil aún resulta luchar contra las
adversidades climatológicas. El Bajo Segura no posee, como buena parte de las regiones y
comarcas españolas, su historia climática. Recurrir a las aportaciones generales de Le Roy
Ladurie13, sirve más bien de poco. El siglo XVII trajo un endurecimiento general del clima
europeo, una época de irregularidades climáticas, de variaciones térmicas súbitas
acompañadas de lluvias fuera de estación y de largas sequías. Los fenómenos adversos
climáticos, acompañados de otras plagas, han servido para que algunos historiadores,
Domínguez Ortiz entre ellos, aporten su explicación a la crisis del siglo XVII español14. Para
un caso tan general, a veces resulta fácil, e incluso verosímil, recurrir a los ejemplos aislados
que parecen coincidir. En el caso de Orihuela, la cuestión es distinta. Sabemos más bien poco
sobre como fueron las cosas antes del siglo XVII, durante la centuria de Hierro y después de
ella. Sólo tenemos dos fuentes de conocimiento fiables: lo que hoy ocurre -que presenta
rasgos de perdurabilidad que podemos considerar como «constantes»- y el registro de las
«anormalidades» del pasado, tan frecuentes a veces como para hacernos pensar en su
recurrencia.
Sobre las constantes es preciso consultar los trabajos de los expertos en estas
materias. El sur de la actual provincia de Alicante aparece como una subzona climática de
rasgos más o menos homogéneos. Se trata de un área extrema por su aridez y por sus
temperaturas elevadas. La media anual es de unos 18º C., lo que sitúa a la comarca a nivel
peninsular como uno de sus polos cálidos. Los inviernos suelen ser suaves, con 10º C. de
media para enero -el mes más frío- y 27º para agosto, el mes más cálido15. Los testimonios
del pasado no difieren de estas apreciaciones: una temperatura anual, envidiable tal vez para
el hombre, aunque nada dijeran acerca de sus efectos secundarios de cara a sus recursos. Los
datos en estos casos son inequívocos. Nadie, salvo, algún excéntrico viajero de otras latitudes
se quejó de la temperatura. Paterna, siempre poético, llamó a Orihuela con orgullo «Vera del
13 E. LE ROY LADURIE: Histoire du clima depuis l’an mil. París, 1967. 14 Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ: Crisis y decadencia en la España de los Austrias. Barcelona, 1969. 15 R. PIQUERES: Op.cit. p. 581.
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Sol» en 163216. El Doctor Orivay, experto en medicina que venía a combatir una discutida
epidemia de peste, destaca en 1679 de «su clima celeste, el temperamento caliente y seco»17.
Sólo Townsend, a fines del siglo XVIII, se quejaba del clima templado oriolano por sus
moscas18. E. F. Lantier y Juan F. Peyron, menos quisquillosos, o porque tal vez se copiaron
el uno al otro -lo que da cierto valor a la opinión- hablaron de «casa de la primavera» con
respecto a Orihuela19.
La cuestión de las precipitaciones es más grave. Inferiores por lo común a los 300
mm. anuales, la comarca aparece clasificada según Koepen dentro de un clima estepario,
cuyo punto más seco es Guardamar en la costa con unos 227 mm. de media20. Las lluvias son
escasas, presentando un máximo en otoño (58'5 mm.) y otro en primavera (47'9 mm.). En
invierno las lluvias no abundan y son más raras aún en el verano. Estas suelen a veces ser
torrenciales con los consiguientes efectos catastróficos: granizo, inundaciones, fuertes efectos
erosivos, etc. Las lluvias otoñales en cambio, tras un verano seco, sí aparecen con
normalidad «son la clave del año agrícola, al coincidir con la siembra de cereales. La
puntualidad de las lluvias y su volumen determinan la cuantía de la siembra y el monto de la
cosecha siguiente»21. Pero los elementos beneficiosos no se han caracterizado precisamente
por su puntualidad a lo largo de la historia. El prelado Don José Tormo, al hablar de 1784 de
las rentas del Seminario Conciliar, decía mencionando el secano que eran «tierras que sólo se
riegan con la agua del cielo, que en este País no es tan frecuente como en otros, por cuyo
motivo los más años se quedan sin sembrar»22.
J.A. Ramos Vidal, que ha repasado las noticias relacionadas con temas climáticos de
Orihuela entre 1694 y 1807, rara vez presenta un año de normalidad en el que el fantasma de
16 Francisco MARTÍNEZ PATERNA: Op. cit. p. 859. 17 Juan Bautista ORIVAY Y MONTREAL: Theatro de la Verdad y claro manifiesto del conocimiento de las enfermedades de la ciudad de Orihuela del año 1678. Zaragoza, 1679, p. 187. 18 José TOWNSEND: «Viaje a España hecho en los años 1876 y 1877» en J. GARCÍA MERCADAL, op. cit. p. 1606. 19 E.F. LANTIER: «Viaje a España del caballero San Gervasio» y Juan F. PEYRON op. cit.; ambos en J. GARCÍA MERCADAL, op. cit. p. 1.192 y 759 respectivamente. 20 R. PIQUERES: Op. cit. p. 581. 21 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 43. 22 Archivo Catedral Orihuela: «Expediente sobre el Seminario 1784», fol. 36 v.
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la sequía o el peligro de las lluvias torrenciales, con los consiguientes desbordamientos, no
incite a las autoridades oriolanas a buscar soluciones sobrenaturales al problema23. Rogativas
y procesiones se suceden año tras año para evitar males extremos. Es cierto que estos datos
encierran una mera acción preventiva: el miedo a que pase de largo el tiempo de las lluvias.
Pero en otras ocasiones esta invocación a las fuerzas sobrenaturales es la constatación de una
catástrofe y la alegría de su desaparición: crecidas del río acompañadas de fuertes lluvias en
1701, 1702, 1721, 1733, 1736, 1741..., largos años de sequía 1729-30, 1737, 1738, 173924.
En este contexto de irregularidad el río lo es todo. Es la fuente de vida que, a pesar de
sus brotes de amenaza en los períodos de crecida, asegura las cosechas en la zona de la
huerta. Mas allá de sus lindes, las tierras más elevadas, de mejores condiciones edáficas
dependen -como ha señalado Jesús Millán– del costoso sistema de riego, debido a las
características climáticas aludidas y a dos factores nuevos: la evapotranspiración potencial de
la zona que alcanza los 900 mm. y los acuíferos subterráneos que poseyendo alta
concentración salina resultan perjudiciales para el cultivo25. No es de extrañar que todavía
Teodoro Llorente a últimos del siglo XIX se sintiese obligado a recurrir al tópico
comparativo del Segura con el Nilo, rememorando la clásica cita de Herodoto26. Salvando las
exageraciones algo hay de verdad en la comparación. Nacido en un área de mayor
pluviosidad -la Sierra del Segura-, alimentado por una serie de pequeños afluentes, Mundo,
Taibilla, Quiper y Guadalentín27, el Segura riega las ricas vegas de Murcia y Orihuela,
aportando un caudal nada despreciable que incluso llevó a murcianos y oriolanos de los
siglos XVI y XVII a pensar en la posibilidad de hacerlo navegable y ganar una puerta hacia
el mar28. Pero su caudal fue también origen de pleitos y litigios entre estas dos viejas
ciudades de su cuenca. La necesidad de la expansión agraria en épocas diversas dio origen
incluso a graves tensiones entre los mismos oriolanos a la hora de disputarse las aguas que
23 Juan Antonio RAMOS VIDAL: Demografía, economía y sociedad en la comarca delBajo Segura durante el siglo XVIII. (Desamortización bajo el reinado de Carlos IV). Orihuela, 1980, pp. 15-20. 24 Ibidem. 25 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 46. 26 Teodoro LLORENTE: Op. cit. pp. 1.019-1.020. 27 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 46. 28 David BERNABÉ GIL: «Oligarquía municipal e intereses agrarios: Orihuela en la coyuntura subsiguiente a la peste de 1648» en Anales de la Universidad de Alicante. Historia Moderna nº 1. Alicante, 1981, pp. 221-251, p. 242; y F. CHACÓN PÉREZ, Murcia en la centuria del Quinientos, Murcia, 1979, p. 61.
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distribuía una compleja red de acequias y canales; la única forma posible de ganar tierras
para el cultivo.
El río es quiérase o no, una constante histórica de Orihuela. Presente en todo trance,
condiciona la vida de sus habitantes y se deja doblegar difícilmente. A través de sus aguas
llega la riqueza pero también, a veces, la desgracia y la muerte en forma de riadas o
accidentes ocasionales. En 1789 todavía, Don Marcelo Miravete de Maseres, un viejo
canónigo ilustrado, cansado tal vez de asistir a cotidianas desgracias, se empeñaba en
disminuir las víctimas que cobraban sus aguas por ahogo, creando una especie de sociedad de
socorrismo y salvamento y divulgando ciertas medidas terapéuticas para auxiliar a los
ahogados29. Años antes, esa preocupación se había manifestado también en ordenanzas de
instituciones tendentes a evitar los baños en sus aguas30.
El núcleo urbano
Quizás el origen del primer asentamiento urbano de Orihuela se deba al río. Pero no
debió ser ajena la coincidencia de que éste pasara justamente por la ladera del monte San
Miguel, prolongación oriental de la Sierra de Orihuela. Allí entre la curva que describe su
cauce, en la margen izquierda, y remontando la falda montañosa, creció la ciudad que hoy
conocemos, estimulada por cuestiones de orden estratégico: su condición de ciudad-camino,
de ciudad fronteriza entre los reinos de Castilla y Valencia. El profesor Vicente Rosselló
trazó hace años la génesis gráfica de su crecimiento. Un núcleo fundamental a pie del monte,
a unos 23 metros de altitud y sin atreverse a sobrepasar la frontera del río hasta últimos del
siglo XVI. Un trazado de calles paralelas al río y a la ladera cortadas por callejas
perpendiculares a ambos límites naturales, como traviesas imaginarias de una prolongación
del camino de Cataluña hacia la Andalucía Oriental. Y en ese núcleo cerrado antaño por
murallas, los viejos palacios señoriales, la Catedral, el palacio episcopal, las inequívocas
29 Marcelo MIRAVETE DE MASERES: Junta de Piedad y Compasión para socorro de los ahogados y de los que caen con aparente muerte repentina. Ideada y llevada a efecto a sus expensas en beneficio de su patria la ciudad de Orihuela, por el Doctor don ... Lectoral de la Santa Iglesia de la misma, y Juez Decano o Presidente del Tribunal de la Santa Cruzada y demás Gracias (para aquella y todo su obispado). Murcia, 1791. 30 «Estatutos del Colegio de Predicadores de Orihuela Estatutos de los 9 Padres de 28 de abril de 1590» artículo 64 en Laureano ROBLES CARCEDO y P. Adolfo ROBLES SIERRA, Op. Documentación para una Historia de la Universidad de Orihuela. Valencia, 1975. Inédito. Ejemplar perteneciente a la Biblioteca del Instituto de Estudios Juan Gil-Albert.
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muestras del carácter levítico de la ciudad: iglesias de Santa Justa y Rufina, de Santiago, los
Capuchinos, y la vieja Universidad sobre el convento de Santo Domingo31.
Durante los siglos XVI y XVII la ciudad creció por sus arrabales pegados a las
laderas y se dio un tímido salto hacia la margen derecha del Segura. Pero si existe una
relación entre la expansión urbana y el crecimiento demográfico, el aumento de la ciudad
debió quedarse detenido después de 1648. Para esta fecha muchas de las calles trazadas por
V. Rosselló (ver plano nº l), encuadradas de modo general entre los siglos XVI y XVII,
habían sido ya construidas y pobladas en torno a la Universidad y el Ravalete, tal y como
ocurre en el caso de las manzanas surgidas en la zona del Arrabal Roig32.
Después de 1648, Orihuela debió frenar su crecimiento urbano, a causa, entre otras
razones, de la dureza de la crisis económica y del especial declive demográfico sufrido por la
comarca. Juan Antonio Ramos Vidal recogió una serie interesante de datos acerca del
desarrollo urbano de la ciudad. Esta poseía en 1660 un total de 886 casas, para pasar a 974 en
1718, 1.225 en 1730, 1.530 en 1786 y 1.546 en 180233. Sólo a partir del primer tercio del
siglo XVIII, coincidiendo con el auge de la nueva expansión agraria, Orihuela vivió la
consolidación del hábitat en la margen derecha del río y vio desaparecer los vestigios de sus
murallas, asistiendo al cierre de la Plaza Nueva o del Mercado, reafirmando los dos puentes
de piedra del siglo XV y, siguiendo el camino trazado por estos dos pasos, avanzó hacia la
llanura para detenerse en los límites de la actual Glorieta. Durante el siglo XIX en cambio,
tal y como evidencia el plano número 1 y como testimonian algunos autores locales34, la
ciudad volvió a estancarse. El tiempo -como decía Llorente- pareció detenerse sobre
Orihuela; una Orihuela de economía básicamente agraria que alcanzó su máximo esplendor
durante el Setecientos, pero que, como ha señalado Jesús Millán, no supo encontrar la vía
adecuada del desarrollo capitalista hacia la industria.
31 Vicente M. ROSELLÓ VERGER: El litoral valenciá. I el medi físic i humà. Valencia, 1969, pp. 152-154. 32 E. GISBERT y BALLESTEROS: Historia de Orihuela. 3 vols. Orihuela, 1903, vol. III, pp. 611-629. 33 Juan Antonio RAMOS VIDAL: Op. cit. p. 33. 34 Juan SANSANO: Orihuela, Historia, Geografía, Arte y Folklore de su Partido Judicial. Orihuela, 1954, p. 118.
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Plano evolutivo de Orihuela. – a. Siglo XIV. b. Siglos XVI-XVII. c. Siglo XVIII. d. 1960. e. Ensanche posterior.
La capital del Bajo Segura fue, no obstante su discreto perímetro, una ciudad
importante durante la época Moderna. Bartolomé Joly35 entre 1603 y 1604, la consideró junto
a Valencia, Alicante y Játiva, como uno de los centros urbanos más grandes del Reino.
Esteban de Silhuette, en 1729 la valoró, así mismo, como un «pueblo grande»36, y Townsed
no dudó en calificarla hacia 1787 de «ciudad rica y floreciente» con una población
aproximada de 21.000 habitantes37. Resulta sorprendente que los curiosos viajeros de antaño
no señalasen la razón de la importancia ciudadana en base a su condición de capital de
Gobernación y cabeza del obispado, y que, excepto Townsend, pasasen por alto el cómputo
de sus habitantes: un problema éste que estuvo siempre muy presente en la mente de los
oriolanos de los siglos XVII y XVIII que vieron siempre en la «abundancia de gentes» un
signo inequívoco de prosperidad, encaminando hacia su consecución muchos de sus
35 Bartolomé JOLY: «Viaje por España» en J. GARCÍA MERCADAL, op. cit. vol. II, p. 71. 36 Esteban de SILHUETTE: «Viaje de Francia, de España, de Portugal y de ltalia» en J. GARCÍA MERCADAL, op. cit. vol. III, p. 238. 37 José TOWNSEND: Op. cit. p. 1.606.
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esfuerzos ciudadanos.
La población
Sobre la población de Orihuela y su comarca durante la Edad Moderna las recientes
investigaciones han desvelado muchas incógnitas que, poco a poco, van esbozando un cuadro
cada vez más sólido y coherente sobre la demografía comarcal y ciudadana. Jesús Millán ha
sintetizado su evolución demográfica entre 1500 y 1800. Según este historiador, y para el
período que abarca la existencia de la Universidad oriolana, habría que distinguir una serie de
etapas más o menos definidas. En primer lugar, un período de crecimiento que iniciándose a
partir de mediados del siglo XVI -es decir, con un cierto retraso en relación a la coyuntura
europea expansiva del Quinientos, y en clara correspondencia con el modelo mediterráneo de
la población española de la época- alcanzaría su punto culminante entre 1565 y 1572. El auge
de las poblaciones moriscas de la comarca (Granja de Rocamora, Albatera, Redován y La
Daya) seguido de cerca por las de realengo (Orihuela, Almoradí y Callosa) se vería
incrementado por la inmigración de moriscos granadinos dispersos tras la rebelión de 1568-
157038.
Hacia 1578 se detectaría el declive del ritmo demográfico coincidiendo con la
reducción de la corriente inmigratoria39. Una segunda etapa vendría marcada por los años
1609-1646. La entrada en el período de crisis, concretizada por la expulsión de los moriscos,
unos fallidos intentos de repoblación y el consiguiente hundimiento de la agricultura
comercial comarcana, estaría en la base del decaimiento poblacional de este período que se
experimentaría con mayor agudeza en los antiguos pueblos moriscos y en el extremo oriental
de la comarca40. La situación de Orihuela-ciudad, en cambio, aunque sufriría los efectos de la
despoblación, sería más favorable, toda vez que «en épocas de crisis la expansión agraria y el
poblamiento rural se contraen, los límites de la huerta se estrechan y la población tiende a
concentrarse en la franja occidental, donde la ciudad sirve de capital y refugio a la vez. La
población se hace en términos proporcionales «más urbana», es decir, menos autosuficiente,
38 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 110. 39 Ibidem. Fol. 113. 40 Ibidem. Fol. 114.
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justo en la época en que la expansión agraria se arruina y los brazos abandonan el
campo...»41.
El período 1646-1692 se presenta, por el contrario, menos perfilado en lo que hace
referencia a la población. En tanto la epidemia de 1648 parece señalar el punto culminante de
la crisis, los efectos catastróficos sobre la población causados por la peste -sobrevalorados tal
vez, aunque importantes- se combinan con la escasez de series documentales fiables que
permitan valorar con exactitud el cambio demográfico experimentado. García Ballester y
Mayer Benítez42 afirmaron en su momento que la peste de 1648 produjo alrededor de 5.000
víctimas en la ciudad sobre una población de unos 10.000 habitantes. Jesús Millán, que pudo
utilizar el censo de 1646, el cual ofrecía un total de 1.733 vecinos, estimó que de ser ciertas
las cifras de García Ballester y Mayer Benítez, Orihuela habría perdido en la catástrofe entre
un 64 y un 58% de su población43. El censo de1649 en cambio, presenta sólo un descenso de
636 vecinos en relación con el anterior44. Si hemos de ceñirnos a él se habrían producido
alrededor de las 3.000 defunciones, es decir, casi un 37% de las personas censadas en 1646
habrían desaparecido45.
Sea como fuese, el caso es que los efectos de la epidemia fueron trágicos tanto para la
ciudad como para la comarca; sobre todo por las secuelas que dejó: endeudamiento del
Consell46, paralización de las actividades económicas, descomposición social, etc. Algunos
de estos efectos se prolongaron hasta enlazar con la última gran epidemia del siglo: la de
1676-1678. En un trabajo reciente47, valoramos la incidencia de esta nueva plaga sobre la
41 Ibidem. 42 L. GARCÍA BALLESTER y J.M. MAYER BENÍTEZ, «La peste de Orihuela de 1648» y «La crisis demográfica y de subsistencias y las medidas sanitarias de carácter colectivo en la peste de Orihuela de 1648» en Primer Congreso de Historia del País Valenciano. Valencia, 1976, III, pp. 391-399 y 401-409. 43 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 119. 44 Ibidem. 45 Ibidem. 46 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. III, pp. 657-658. 47 Mario MARTÍNEZ GOMIS: «La larga espera de la muerte en una ciudad valenciana del siglo XVII. Orihuela
ante la peste de 1676-1678» en Anales de la Universidad de Alicante. Historia Moderna, nº 2. Alicante, 1982,
pp. 135-166.
52
población oriolana. Según los datos recogidos por el Dr. Orivay, testigo directo de los hechos
y por el Obispo D. Joseph Verge48, la ciudad experimentó una nueva pérdida de alrededor de
las 600 almas. Para una población de unos 5.500 habitantes hacia 167649, vendría a suponer
tan sólo una pérdida aproximada del 10%. La coincidencia de esta última catástrofe con los
síntomas de recuperación demográfica observados en la zona con mayor precocidad que en el
resto del área mediterránea datable a partir de 1680 atenuaría el bache demográfico. El
aumento de los bautismos observado en los libros parroquiales de la ciudad hablan ya de una
salida de la crisis entre 1672-168650. Salida que en el ámbito rural comarcano parece tener
incluso un punto de partida anterior. La renovación de la corriente inmigratoria y la
expansión agraria, con los cambios a que nos referimos más adelante, serían los motores
fundamentales de la recuperación demográfica producida a caballo de los siglos XVII y
XVIII51.
En cifras absolutas el balance de la población en el municipio oriolano, según los
escasos censos conocidos, sería el siguiente entre 1565 y 1693:
Año Vecinos
1565 1.693
1583 2.081
1587 2.057
1609 2.520
1649 1.733
1649 1.097
1692 1.112
Fuente: Jesús Millán, op. cit. fol. 101.
Jordi Nadal trazó hace tiempo las características generales de la población española
en el ciclo demográfico moderno52. A lo largo del siglo XVIII una serie de circunstancias,
cuyas causas siguen siendo objeto de estudio, contribuyeron a la disminución de la
48 Ibidem, p. 152. 49 Ibidem. 50 Ibidem. 51 Jesús MILLÁN: Op. cit. fols. 137-138. 52 Jorge NADAL OLLER: La población española. Siglos XVI a XX. Barcelona, 1971, p. 82.
53
mortalidad catastrófica y a la atenuación de las frecuentes crisis alimentarias que
periódicamente anulaban el exceso humano acumulado durante los años normales53. La
desaparición de la peste y de los conflictos bélicos, la política poblacionista de los ilustrados,
y una coyuntura económica más favorable que la de los siglos anteriores, propició el aumento
demográfico español que no alcanzó cotas «revolucionarias», como en Inglaterra, y se dio en
perfecta compatibilidad con una economía de Antiguo Régimen que pugnaba por cambiar54.
Aunque la comarca del Bajo Segura había de tropezar con graves dificultades al
entrar en el siglo XVIII, muchos de los factores adversos que la habían sumido en la crisis
del siglo anterior comenzaron a menguar. La peste desapareció a partir de 1678. Una serie de
medidas sanitarias preventivas contribuyeron a la mejora de la salud pública. Los cultivos de
arroz, por ejemplo, causa de algunas de las enfermedades endémicas más características de la
zona, fueron alejados del perímetro urbano. Las tercianas remitieron y sólo un brote de cierta
envergadura amenazó a la población entre 1767 y 177155. Las bonificaciones de tierra
llevadas a cabo por la obra colonizadora de Belluga también tuvieron un efecto positivo para
la salud al desecarse marismas y almarjales al norte de la desembocadura del Segura. Unas
40.000 tahúllas de tierra fueron habilitadas para el cultivo en esta empresa que asestaba un
duro golpe a la reproducción del paludismo, al tiempo que conseguía estimular la
inmigración como factor importante de cara al incremento demográfico. Cerca de 2.481
personas fueron atraídas entre 1730 y 1754 a las Pías Fundaciones56, contribuyendo de esta
manera a la vuelta a una expansión agraria que había sido la base de la prosperidad comarcal
durante el siglo XVI.
En esta situación muchas de las habituales quejas del siglo XVII, aunque no
desaparecieron del todo, comenzaron a remitir en los documentos que hacen referencia al
Siglo de las Luces, excepción hecha del paréntesis trágico de la Guerra de Sucesión. Ya no
será tan frecuente, encontrar un tipo de lamentaciones similar al provocado por los efectos de
la política belicista de los Austrias: las levas, el albergue de tropas de los años 30 y 40 del
53 Ibidem. 54 Gonzalo ANES: Las crisis agrarias en la España Moderna. Madrid, 1974, p. 142. 55 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 359. 56 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. I, p. 219.
54
siglo XVII, los estragos del Tercio de la Costa durante la década de 168057. La preocupación
poblacionista del siglo XVII se fue debilitando poco a poco tras haber sido una constante de
la historia de Orihuela desde 1573, cuando se solicitó la entrada de moriscos granadinos para
potenciar el cultivo de la seda58. En 1603 y 1605 se había repetido de nuevo idéntica petición
al Virrey, y a partir de 1609, aunque ya no fuera para atender esta demanda, sino para paliar
los efectos de la expulsión, esta política se instaló en casi todos los proyectos reformistas de
la ciudad. En 1643 al solicitar el Consell de Orihuela el Privilegio Real para erigir una
Universidad lo hizo con el pensamiento puesto en «que la present Ciutat es fassa i creixca en
numero de gent e se aumenten les sises e imposicions que te...»59. En 1655 la idea de hacer
navegable el río Segura no ocultaba la intención de que se lograse «más concurso de gente
que consuma los frutos que se coxen en ella...»60. Un memorial elevado al Dr. Salazar para
limpiar y perfeccionar la infraestructura del riego en la huerta obedecía inequívocamente a
subsanar «nuestra perdición (que) no consiste en tener pocas cosechas, sino en no tener gente
que coma o compre lo que cogemos...»61.
Durante el siglo XVIII esta obsesión poblacionista fue remitiendo y se observó el
porvenir con mayor optimismo. La corriente inmigratoria renovada por la expansión agraria
atrajo una media anual de forasteros a la comarca evaluada en 140 personas entre 1716 y
179662 el tránsito y estancia de estudiantes en la ciudad, a partir de 1720, debió animar
determinadas expectativas comerciales. Pero fue, sobre todo, una mayor existencia de
recursos alimenticios, propiciada por las nuevas roturaciones, y la reducción de la mortalidad
catastrófica, lo que abrió las puertas de Orihuela al ciclo demográfico moderno. El
crecimiento, evaluado hoy en un 94'72% entre 1716 y 1794, con un ritmo anual del 0'85%63,
se debió también a una mayor facilidad para superar los baches provocados por factores
57 Archivo Histórico de Orihuela (en adelante A.H.O.): Legajo «Papeles varios de la Universidad correspondientes al siglo XVII y desde 1700», Memorial de los Dominicos al rey 1691. 58 David BERNABÉ GIL: Op. cit. p. 232. 59 A.H.O.: Arm. 159 «Lio 05. número 1». Concordia de la Ciudad año 1643. 60 David BERNABÉ GIL: Op. cit. p. 243. 61 Archivo Municipal de Orihuela (en adelante A.M.O. «Provisiones Reales 1571-1588)». Memorial al Dr. Solazar. Fol. 196 r. 62 Jesús MILLÁN: Op. cit. Fol. 332. 63 Ibidem.
55
adversos, todavía frecuentes: los años malos entre 1706 y 1720 que vivieron la ocupación
militar de la ciudad y las secuelas de la guerra; la epidemia de catarro de 173064; la riada de
173665.
El caso es que Crihuela entró con buen pie en la nueva centuria, pasando de unos
7.000 habitantes en 1712 -1.383 vecinos66- a 9.535 en 1735 -2.119 vecinos67- para situarse en
las 16.649 almas que señala el censo de Aranda en 176868 y rozar las 20.000 entre 1786 y
1787, según el cómputo ordenado por Floridablanca69. Un crecimiento importante, aunque no
tan espectacular como el experimentado por el conjunto del Reino valenciano, cuyo
promedio mínimo fue del 230% frente al 97’72% señalado para la comarca70. Crecimiento
compensador si lo comparamos con la adversa realidad del siglo anterior, capaz tal vez de
contentar a los oriolanos, pero que haría exclamar a Cavanilles a últimos del siglo XVIII, al
referirse al Bajo Segura: «los vecinos son en corto número para cuidar con esmero el citado
término»71. Es posible que en la mente del ilustre geógrafo y botánico estuviesen otros datos
comparativos desvelados ahora por Jesús Millán: la densidad de la comarca durante estas
fechas era de 47’24 h/km2 muy superior a la media española (20’58) y a la del Reino
valenciano (35h/Km2), pero inferior a la de las comarcas de regadío valencianas e incluso a
otras como la del Valle de Albaida –52’2- y Elche -47-, zonas con posibilidades agrícolas
menores72.
La evolución de la población urbana de Orihuela durante el siglo XVIII podría
reducirse a tres períodos. Uno comprendido entre 1700 y 1732, caracterizado por un
crecimiento lento, capaz tan sólo de sostener los saldos positivos alcanzados al final de la
64 Ibidem. Fol. 358. 65 Juan Antonio RAMOS VIDAL: Op. cit. p. 16. 66 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. I, p. 201. 67 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 324. 68 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. I, pp. 206-207. 69 Ibidem, p. 208. 70 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 333. 71 Antonio Josef CAVANILLES: Op. cit. vol. II, p. 359. 72 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 332.
56
centuria anterior y debido fundamentalmente a los efectos de la Guerra de Sucesión; una
etapa de rápido crecimiento entre 1732 y 1769 atenuado por un ligero bache entre 1752 y
1761; y un nuevo período de lento crecimiento entre 1762 y 1781 que daría paso a las dos
últimas décadas del siglo determinadas por un claro declive poblacional que señalaría el final
de la expansión demográfica.
LAS ACTIVIDADES ECONOMICAS
La evolución de la producción agrícola y ganadera
No existen todavía datos cuantificables que nos permitan evaluar con exactitud los
cambios experimentados en la agricultura y las manufacturas entre 1600 y 1800. Las fuentes
documentales conocidas suelen ofrecer series numéricas parciales referidas a determinadas
instituciones generalmente eclesiásticas -no siempre completas- o en su defecto, muestran tan
sólo valoraciones que evitan toda expresión concreta para cargar las tintas sobre los
momentos de crisis o abundancia. El esfuerzo de los historiadores a la hora de estudiar estos
aspectos concernientes a Orihuela ha sido encomiable.
En líneas generales podemos decir que los recursos agrícolas del Bajo Segura citados
ya en 1564 por Viciana73 fueron la base principal de la producción comarcal durante las tres
centurias de la modernidad: el trigo, la cebada, la vid, la seda, el lino, el cáñamo, la sosa y la
barrilla74. A finales del siglo XVII parecen cobrar importancia algunas otras especies tales
como: la alfalfa, los alcaciles y ciertas hortalizas, según se desprende del interés del Cabildo
eclesiástico por aplicar a algunos de estos productos el diezmo del que habían escapado en
otros tiempos, debido a su escasa magnitud75. Será a mediados del siglo XVIII cuando hagan
su aparición los agrios, y cuando el aceite y el arroz adquieran el alcance suficiente para
73 Martín de VICIANA: Crónica de la Inclita y Coronada Ciudad de Valencia, Valencia 1564. (Reedición 1972-1973). 74 Ibidem. 75 Jesús MILLÁN: Op. cit. fols. 148-149.
57
incorporarse con entidad a las listas anteriores76.
La prioridad del trigo y de la seda entre 1600 y 1750 será, no obstante, indiscutible.
Orihuela fue una excelente zona para el cereal de la que dieron cuenta -muchas veces
exagerada- viajeros y cronistas. Una frase que logró fortuna fue el fácil pareado de «llueva o
no llueva, trigo en Orihuela»77. A ella siguieron otras alabanzas, sin ningún tipo de reparo,
tendentes a identificar la ciudad con la abundancia de grano o la bondad del pan: «no es pan
-dírá el Marqués de Langlé-, es bizcocho»78. No dudamos que el pan comido por el Marqués
en la capital del Bajo Segura fuese de tal calidad, pero en 1677 la gente enfermaba en la
comarca de comer pan hecho con harina de garbanzos y con calabaza, o sufría dolencias
gastrointestinales al tener que contentarse con una dieta de «llet y carchofes» como último
recurso contra el hambre79. Es cierto que la noticia también en esta ocasión recuerda un caso
extremo: los años de escasez que precedieron a la peste de 1678. Pero entre uno y otro polo
se encuentra la verdad. Y ésta, si hemos de hacer caso a los últimos trabajos realizados sobre
el tema, posee tintes moderados. Habla, en efecto, de abundancia de trigo; de una expansión
del cereal durante todo el siglo XVI, en la que el grano creció también en la huerta80. Pero a
partir del 1620 se detuvo su empuje. El trigo remitió de nuevo al secano. La correlación
señalada por James Casey entre la conyuntura agraria y la demográfica en tierras
valencianas81 ha de aplicarse de modo especial a este cereal. Su producción en Orihuela fue,
básicamente, para el autoconsumo, aunque no faltaron los años buenos -quizás más
frecuentes en las áreas limítrofes- en que los excedentes pudieron ser comercializados para
abastecer las ciudades vecinas de Elche, Murcia y Alicante. Retirado el trigal a nivel de
subsistencias durante el Seiscientos, no volvió a experimentar un nuevo auge hasta la década
de 1690. A partir de este momento, y hasta los años 1750-60 la producción fue en aumento,
para volver a bajar a raíz de la competencia ejercida por el trigo de mar y la expansión del
76 Ibidem. Fol. 450. 77 José TOWNSEND: Op. cit. p. 1.606.
78 MARQUÉS DE LANGLÉ: «Viaje de Fígaro a España» en J. GARCÍA MERCADAL. Op. cit. vol. III, Siglo XVIII, p. 1.349. 79 Mario MARTÍNEZ GOMIS: Op. cit. p. 146. 80 Jesús MILLÁN: Op. cit. Fols. 154-155. 81 James CASEY: El Regne de València al segle XVII. Barcelona, 1981, p. 81.
58
arroz82. Es muy probable que las dificultades de conservación del grano en la ciudad y zonas
de la huerta contribuyese a mantener una política prudente en la producción encaminada a no
prodigar los excedentes.
En lo que respecta a la seda, Jesús Millán ha observado que fue el «producto clave de
la expansión del siglo XVI» y, también, el motor de la recuperación económica de últimos
del XVII, tras superar el bache de los años centrales de la centuria. Su carácter de producto
comercial, junto con la sosa y la barrilla, permitió que las dos expansiones agrarias fuesen
más allá de lo que estrictamente hubiesen requerido los niveles de población y subsistencia
vigentes entre el campesinado83. La producción sedera que se había duplicado entre 1580 y
1620, sufrió un duro golpe con la expulsión de los moriscos al igual que el resto de la
producción agrícola o quizás más debido a los niveles de especialización que requería su
cultivo. No obstante, en 1677 las cosechas seguían siendo uno de los principales recursos de
los campesinos oriolanos, descartados los productos alimenticios. En este año el Consell en
carta al Virrey, atribuía el hambre y las enfermedades que la población padecía «a la escasez
de la seda que es de donde nuestros vecinos se socorren de algún dinero»84. Los ingresos
derivados de su venta se habían convertido en un elemento complementario de gran
envergadura para la economía campesina y, probablemente, en el único motor que seguía
haciendo efectiva una demanda interior urbana a nivel de manufacturas. No es de extrañar
que, incluso en los años más duros del siglo XVII, la morera se hubiese perpetuado con
especial atención, cifrándose en ella grandes esperanzas.
Buena prueba de ello es el despegue sedero experimentado de nuevo a últimos del
Seiscientos. Los señores y terratenientes oriolanos, cuando volvieron a poner en explotación
las viejas y recién adquiridas propiedades se volcaron hacia el moreral. La razón era muy
distinta a la que había propiciado la resurrección de las áreas panificables. Se trataba de un
producto eminentemente comercial que había que estimular para impedir cualquier añoranza
de una agricultura de subsistencias por parte del campesinado. Obligar a su cultivo mediante
cláusulas en los contratos de arrendamiento o enfiteusis, era el mecanismo adecuado para
garantizar la solvencia de los colonos y para obtener con seguridad unas rentas que podían
82 Jesús MILLÁN: Op. cit. Fol. 444. 83 Ibidem. Fols. 155-156. 84 A.M.O.: Contestador de 1677, Fol. 382 v.
59
revertir en la compra de medios de producción y en el establecimiento de mejoras en las
explotaciones85.
Mientras el comercio exterior, canalizado por el puerto de Cartagena, no se vio
obstaculizado por las restricciones impuestas por el gobierno a la explotación sedera, los
cultivos mantuvieron su auge en la zona. Después, a partir de 1778, ante los vaivenes de la
política proteccionista de la Monarquía, cundió el desánimo y la atención de los
terratenientes se volcó hacia los agrios.
Sería pretencioso, con los escasos datos que poseemos, ir más allá en lo que respecta
a la evolución de la vid, de la sosa y la barrilla, y su papel jugado en la economía oriolana,
sobre todo teniendo que atender al largo período comprendido entre 1580 y 1800. Las
noticias contrastadas permiten tan sólo hablar, como en el caso del trigo y de la seda, de
algunos rasgos generales. El viñedo fue un factor importante para el despegue agrícola del
siglo XVI, disminuyendo más tarde su producción a principios del XVII para dar paso al
moreral. La mala calidad de los vinos comarcanos, cuyo comercio interior fue protegido por
las reglamentaciones municipales, no pudo competir la especialización de Alicante en caldos
más aptos para la comercialización86.
La sosa y la barrilla siguieron trayectorias similares a las de la seda, jugando casi un
idéntico papel en el desarrollo agrario del Setecientos87. Lo mismo ocurrió con el aceite y los
agrios, cultivos más propios de esta centuria en el Bajo Segura. El olivar creció a costa del
trigo y de la viña protagonizando la zona de Callosa su expansión. El naranjo, por su parte,
pasó a convertirse en el producto más rentable de la agricultura comercial viviendo sus años
de mayor auge durante la década de 1770, para en 1793 comenzar a decaer en lo que respecta
al volumen de las exportaciones88. También ascendió durante esta centuria el cultivo del
cáñamo a partir de 1750, estimulado por las manufacturas ilicitanas, en tanto el lino,
producto tradicional, se mantuvo estable quedando reducido al consumo interno. La cebada,
85 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 448. 86 Ibidem. Fols. 158-159. Sobre la especialización de los vinos alicantinos y su exportación, ver Enrique Giménez López, Alicante en el siglo XVIII. Economía de una ciudad portuaria en el antiguo régimen. Valencia, 1981, pp. 150-157. 87 Jesús MILLÁN: Op. cit. fols. 159-160. 88 Ibidem. Fol. 455.
60
el panizo o maíz, fueron, a nivel de los productos propios de una economía de subsistencia,
junto con el arroz, el sustitutivo del cereal en las épocas de crisis e incluso la base de
productos panificables para los pobres, como ya ha quedado dicho más arriba.
A pesar de los avances conseguidos entre 1600 y 1800 en el campo oriolano, los
adelantos técnicos en la agricultura fueron escasos. Un documento encontrado por David
Bernabé, fechado en 1781, bajo el título de «Explicación de cómo se han de cultivar las
tierras a uso y costumbre de buen labrador»89, revela una serie de cuestiones elocuentes al
respecto: a) generalización del barbecho; b) falta de estiércol; c) utilización de los restos de
las mondas de las acequias, convenientemente secadas, para el abono; d) toda una serie de
consejos elementales para la labranza y el riego que denotan, en resumen, la gran lejanía del
campo oriolano con respecto, incluso, a las técnicas primitivas que habían servido de base
para la revolución agrícola en otros países.
La insuficiencia de ganado, «la manca dún equilibri adecuat entre llaurable i pastura...
un inconvenien serios per a la agricultura valenciana» según palabras de James Casey90, fue
una de las causas de este atraso que no estimuló -salvo en el caso de las mondas- nuevas
ideas para regenerar los campos y lograr mayores rendimientos. Durante el siglo XVII,
incluso, escasearon los animales de labor y en 1761, todavía, sólo 651 yuntas se
contabilizaron en un término (ciudad, huerta y campo) cuya superficie cultivada no excedía
las 115.000 tahúllas. La distribución de estos medios de producción era la siguiente: 393
campesinos poseían una yunta cada uno; 89 tenían dos; 16 se hallaban en poder de tres; 3
campesinos gozaban de cuatro; 2 más afortunados detentaban cinco; y sólo 1 alcanzaba las
diez yuntas91.
El mismo padrón de donde se extrajeron estos datos, recoge el resto del ganado
existente: 956 ovejas pertenecientes al abastecedor de carne y 516 ovejas y 60 carneros
pertenecientes a particulares. Un total de 1.532 cabezas que, en relación con los 16.649
habitantes de 1769 -dos años después del padrón- no puede ser un patrimonio más exiguo, a
89 David BERNABÉ GIL: Tierra y Sociedad en el Bajo Segura 1700-1750. Alicante, 1982, pp. 192-195. 90 James CASEY: Op. cit. p. 77. 91 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 466.
61
pesar de las probables ocultaciones que pudo presentar el documento92. Los estudios
realizados por Jesús Millán hablan de una disminución de la pequeña cabaña oriolana del
Setecientos en relación con la centuria anterior. La razón de este saldo desfavorable se
debería al declive de la economía natural campesina, fundamentalmente durante los siglos
XVI y XVII. Declive ocasionado por la expansión de los cultivos y por el cercado de las
dehesas llevado a cabo por el municipio para arrendar las tierras a los pastores serranos y
obtener de este modo ingresos y, sin lugar a dudas, por la privatización del realengo por parte
de los terratenientes en litigio con la ciudad93.
Las manufacturas
No fue tampoco Orihuela una ciudad afortunada durante la época moderna en lo que
respecta al sector manufacturero y comercial. Cavanilles, en 1794, cuando los próximos
centros urbanos de Elche y Crevillente habían despertado a un desarrollo artesanal que se
correspondía con el experimentado por el resto del País Valenciano94, trazaba un cuadro más
bien triste de la comarca oriolana:
«... convendría establecer algunas fábricas, de que apenas hay sobra en los pueblos de la
huerta, no obstante criarse en ella con abundancia seda, cáñamo y lino, y en los montes de la comarca
mucho esparto. La industria, aplicación y riquezas de los de Crevillente deben servir de estímulo a los
de Albatera, y a los vecinos de los demás pueblos. Los hacendados y los que perciben los diezmos de
aquel suelo fértil deberían de introducir y fomentar todo género de fábricas, contribuyendo así a la
felicidad de los pobres, incapaces por falta de medios»95.
La observación del geógrafo valenciano no podía ser más acertada. Tras señalar el
contraste existente entre la abundancia de aquellas materias primas que habían sido la causa
del despegue manufacturero de las poblaciones vecinas y la carencia de industrias, ponía el
dedo en la llaga al mostrar una de las causas principales del atraso: la falta de capital
dedicado al fomento de estas actividades. La situación, sin embargo, no era nueva, sino más
92 Ibidem. Fol. 460. 93 Ibidem. Fol. 479. 94 Manuel ARDIT LUCAS: Revolución liberal y revuelta campesina. Barcelona, 1977, pp. 27-33. 95 Antonio Josef CAVANILLES: Op. cit. vol. II, pp. 289-290.
62
bien el lógico resultado al que llegaba una ciudad y su hinterland que se había volcado
desde mediados del siglo XVI hacia una economía eminentemente agraria y que no había
tenido tiempo de reaccionar tras la crisis del siglo XVII.
Aunque los datos siguen escaseando para trazar un cuadro completo de la evolución
artesanal en la zona, las investigaciones recientes han puesto de relieve el reducido papel que
jugaron las manufacturas en la economía oriolana de los siglos XVII y XVIII. Un padrón de
165196 revela la existencia gremial ciudadana sin destacar ningún tipo de dedicación
hegemónica. Después de patentizar la superioridad del sector agrario (un 36’3%) el
documento da a conocer la gran diversidad que presentan las actividades artesanales,
poniendo de relieve el carácter de la ciudad como mero centro de suministros para los
habitantes del casco urbano y de la huerta durante aquel año. Sólo aquellos oficios
relacionados con los tejidos, la piel y el calzado, presentan una ligera superioridad sobre el
resto de los gremios, lo que no hace sino evidenciar la existencia de una demanda equilibrada
y una relación consumidor-productor más propia de aquellas armónicas ciudades medievales
descritas por Henry Pirenne a principios del Medievo97 que de esta otra perteneciente a los
tiempos convulsivos del Seiscientos. No creemos que sea exagerada la similitud. La
inelasticidad de la oferta se mantuvo a lo largo de todo el siglo XVII, gracias a la rigidez de
las ordenanzas gremiales tendentes a conservar el monopolio de la producción y a evitar todo
intrusismo profesional. La sujección de los oficios al Consell, durante la época foral, no
pudo resquebrajar el sistema pese a los intentos realizados por la oligarquía y los
terratenientes desde el gobierno municipal para favorecer al asentamiento de nuevos
artesanos en la ciudad98. Su llegada, cuando se produjo ocasionalmente, no alteró el viejo
esquema transformando la oferta en elástica y barata como hubiese sido el deseo de los
consumidores. La atonía de la demanda y la falta de financiación velaban por el antiguo
equilibrio que apenas si se resintió a lo largo de todo el XVII. Sólo de esta manera puede
explicarse el fracaso del Consell en su intento de dar facilidades a menestrales forasteros
durante la crisis.
La expansión agraria del siglo XVIII, en cambio como en tantas otras facetas, pareció
96 Jesús MILLÁN: op. cit. Fol. 168. 97 Henri PIRENNE: Las ciudades de la Edad Media. Madrid 1975, 2ª ed. 98 Jesús MILLÁN: op. cit. Fol. 537.
63
ofrecer perspectivas más halagüeñas al sector industrial aunque no se tratase más que de un
efímero espejismo. El número de artesanos de la ciudad aumentó durante los primeros años
del siglo, tal y como puede apreciarse en el cuadro siguiente. Sin embargo, estas cifras
distaron mucho de alcanzar el porcentaje del 54’6% de la población activa alcoyana dedicada
a las manufacturas en 173099, o de igualar el número de artesanos con que contaba Alicante
en 1731-32100.
EVOLUCIÓN DE LA ARTESANÍA LOCAL ORIOLANA
1717 1747 1759 1761 1778 1785
Tejedores - - - - 28 - - - - 31
Tejedores de lienzos - - - - 22 33 33 - -
Arte de la seda 19 65 32 46 34 29
Sastres 16 43 56 38 38 35
Roperos 9 8 6 6 4 15
Zapateros 14 49 50 39 49 33
Curtidores 2 4 9 9 8 7
Alpargateros 17 40 58 44 55 57
Carpinteros 14 46 43 40 59 49
Albañiles 12 30 25 24 35 21
Herreros 8 15 18 17 17 30
Plateros - - 6 7 6 13 12
Fuente: Para 1717 y 1747: David BERNABÉ GIL: Tierra y Sociedad en el Bajo
Segura 1700-1750, Alicante 1982, p. 58. Para 1759, 1761, 1778 y 1785, Jesús MILLÁN:
Transición y reacción en el sur del País Valenciano. Tesis Doctoral inédita. Valencia,
1983, f. 523.
Los 75 zapateros, los 79 albañiles, los 87 sastres que trabajaban en la ciudad portuaria
de Alicante por esas fechas doblaban, por ejemplo, el número de menestrales oriolanos que
se dedicaban a las mismas tareas quince años más tarde, en 1747.
99 R. ARACIL y M. GARCÍA BONAFÉ: Industrialització al País Valencià. El casc d’Alcoi. Valencia, 1974, p. 30. 100 Enrique GIMÉNEZ LÓPEZ: «Aproximación al estudio de la estructura social de Alicante en el siglo XVIII» en ITEM, Revista de Ciencias Humanas nº 1. Alicante, 1977, pp. 9-28.
64
El crecimiento del artesanado en Orihuela no pareció, por lo tanto, ir más allá del
lógico aumento de la demanda experimentado a impulsos de la expansión agraria. Es más, al
darse la Nueva Planta, la reglamentación de los oficios, no dependiente como durante la
época foral del municipio, tendió a endurecerse y a seguir velando por su carácter restrictivo,
tal y como señaló en su momento Juan Bautista Vilar. Un estudio del padrón para el cobro
del equivalente en 1717, realizado por David Bernabé apoya cuanto decimos al poner de
relieve la escasa importancia económica del artesanado local. Raramente las bases
imponibles por salarios percibidos superaron «las 1.000 libras, siendo frecuente que no
rebasaran el nivel de las 500»101. Por otro lado, aunque las 5/6 partes de los contribuyentes
artesanos obtenían sus ingresos del ejercicio de su profesión, el resto debía alternar estas
tareas con otras propias del campo. En esta situación poco boyante, resulta difícil la compra
de materias primas y, más aún, la existencia del productor-comerciante capaz de acumular
capital y lanzarse a empresas de mayor envergadura. Todo hace suponer que las
manufacturas oriolanas durante el siglo XVIII, como había ocurrido ya en la centuria
anterior, fuesen, en gran medida, una actividad complementaria de la agricultura, ejercida por
aquellos que no podían subsistir con una sola de las dedicaciones.
Con todo, el período 1717-1741 aparece como aquel en que Orihuela alcanzó la cota
más alta de población activa dedicada al sector industrial. Si la expansión agraria y
demográfica no fue ajena al aumento de la demanda y del sector, la contracción de la
agricultura a partir de 1778 tampoco debió serio al estancamiento que se observa en la
dedicación a distintos oficios. El caso del Arte de la Seda es tal vez el más elocuente con
respecto a la atonía que comenzó a presidir la industria oriolana a últimos del Setecientos.
Las causas de su auge y decadencia durante este siglo son conocidas. Ya, James Casey señaló
la insuficiencia de las manufacturas sederas valencianas en un momento de auge como fue
1580102. La imposibilidad por parte de la industria autóctona de absorber la producción de
seda hilada fue un hecho que, otra vez, tras el bache del Seiscientos volvió a repetirse en la
centuria siguiente103. La exportación legal, o el contrabando durante los años en que se
prohibió la saca de seda del país, fue la solución adoptada para paliar el desfase entre las
cantidades de materia prima cosechada y la producción manufacturada. La rigidez del
101 David BERNABÉ GIL: Tierra y Sociedad..., p. 54. 102 James CASEY: Op. cit. p. 102. 103 Manuel ARDIT LUCAS: Op. cit. p. 28.
65
gremio, el sistema del putting-out en la hilatura, explica en parte el fracaso en el
establecimiento de auténticas empresas capitalistas en el Reino104.
Orihuela no fue una excepción a la totalidad del antiguo Reino valenciano; todo lo
contrario: fue un caso precoz del fracaso del sistema, aunque presenta rasgos peculiares. A
pesar de que durante la primera mitad del Setecientos logró desbancar en importancia a
Benejúzar -que había sido durante el siglo XVII el mayor centro artesanal sedero de la
comarca- de que el número de artesanos llegó a ser en 1747 uno de los más altos de todo el
sector secundario entre 1717 y 1785, de que se buscó y consiguió la unión con el Arte Mayor
de Valencia para reforzar su posición en la ciudad, la producción fue siempre raquítica, tal y
como muestran las cifras de seda hilada producidas en 1747 (10.576 Libras), 1748 (4.745
Libras) y 1749 (2.148 Libras)105. Una de las causas principales del fracaso de la artesanía
sedera en el Bajo Segura debe atribuirse a la paradójica escasez de materia prima para los
artesanos -a pesar de lo abundante de las cosechas- y a las dificultades para proveerse de
ellas e iniciar la transformación en hilaturas. Juan Bautista Vilar dijo que «el propietario de la
tierra y el negociante comprador del producto fueron en definitiva quienes se beneficiaron
del negocio sedero»106. Jesús Millán ha insistido en la misma cuestión desvelando cómo era
en realidad el negocio: la casi totalidad de la cosecha se vendía en bruto a los comerciantes,
pero el dinero no llegaba a los pequeños campesinos arrendatarios. El Municipio, dominado
por la oligarquía de terratenientes, fijaba el precio de la seda en el día de San Juan,
favoreciendo a los grandes propietarios que compraban a bajo precio, o que se limitaban
simplemente a llevarse la cosecha a cambio de los adelantos en numerario hechos a sus
campesinos. Después, los rentistas, sólo tenían que buscar un buen comprador107.
En estas circunstancias podemos comprender mejor cómo tras el veto reiterado de las
exportaciones llevado a cabo por la Monarquía -1737, 1739, 1772 y 1778108-, el interés de los
grandes propietarios por el cultivo de la morera fue decayendo ante la paulatina inseguridad
que presentaba el negocio. Ninguna circunstancia favorecía, por lo tanto, el desarrollo de la
104 Ibidem, p. 29. 105 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 547. 106 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. II, p. 566. 107 Jesús MILLÁN: Op. cit. fols. 548-553. 108 Manuel ARDIT LUCAS: Op. cit. p. 28.
66
manufactura sedera que entraba de este modo en el ostracismo camino del siglo XIX. Las
rentas derivadas de la comercialización de la seda en bruto habían servido, no obstante, para
facilitar el despegue agrario anterior.
El caso de la seda puede aplicarse a otras actividades manufactureras que no
prosperaron lo suficiente como para reconvertir la economía comarcal: el esparto, el cáñamo,
el lino, la barrilla, etc. Si exceptuamos Callosa del Segura que se dedicó con relativo éxito a
la manufactura textil del lino109, y a la industria alpargatera en régimen doméstico110, el resto
del Bajo Segura, incluida Orihuela, no superó los inicios de la protoindustrialización. Resulta
curioso al respecto la escasa importancia que durante los siglos XVII y XVIII, al margen ya
del núcleo urbano, tuvo la industria rural o doméstica. La razón parece estribar en el hecho
de que Orihuela ciudad, durante el Seiscientos acaparó la población de la Vega en su recinto
y que el hábitat rural fue escaso. Las actividades artesanales, de esta manera, no pudieron
darse fuera del control de los gremios que, por otra parte, podían satisfacer con desahogo la
demanda interior. Durante el siglo XVIII, al invertirse los términos, y poblarse la huerta y el
campo, la inclinación de los mercados oriolanos por importar productos manufacturados del
exterior -paños de Enguera y Alcoy, por ejemplo- en lugar de inclinarse por favorecer la
producción, fue también un factor determinante del fracaso del verlag-sistem como posible
vía de desarrollo.
Para resumir el panorama de la artesanía ciudadana y comarcal basten algunas cifras
elaboradas por Jesús Millán a partir del Censo de Floridablanca111: los artesanos y fabricantes
de la comarca en 1787 apenas representaban un 10% de la población activa, frente a la media
valenciana del 15%. El mismo porcentaje referido a Orihuela ciudad era del 12% para los
menestrales, en tanto el de jornaleros alcanzaba el 69’5%. En Callosa del Segura la
proporción era del 12’7% en el sector artesanal y del 82’1 % para los jornaleros. A excepción
de Bigastro la diferencia a favor del sector primario en el resto de la población comarcal era
todavía mucho mayor.
109 Ibidem, p. 32. 110 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 562. 111 Ibidem. Fol. 570.
67
El comercio y el crédito
El tema de las actividades mercantiles oriolanas, si exceptuamos las noticias
implícitas que han quedado esbozadas al hablar de la producción, carece hasta la fecha de un
estudio sistemático que nos permita esbozar sus líneas generales durante los siglos XVII y
XVIII. Ni Juan Bautista Vilar que realizó un considerable esfuerzo por trazar un cuadro lo
más completo posible de la sociedad oriolana durante la época moderna, ni los trabajos de
David Bernabé ni de Jesús Millán, centrados en aspectos más concretos de esa realidad, han
podido profundizar excesivamente en la cuestión de los intercambios comerciales. La razón,
al margen de la notoria falta de documentos que existen sobre el problema, tal vez radique en
la escasa importancia que los detalles pormenorizados de esta actividad pudieran tener de
cara a completar lo ya sabido: el carácter de centro comarcal proveedor de materias primas
agrícolas para la exportación, negociadas generalmente por mercaderes y tratantes
extranjeros a través de los puertos de Cartagena primero, y de Alicante más tarde; y la
condición de ciudad-mercado de Orihuela para abastecer a un campo y una huerta que ya
hacían lo posible por proveerse a sí mismas, recurriendo a una agricultura de autoconsumo
importante.
Ello explica, en parte, los esfuerzos de Juan Bautista Vilar por hablar más de un
comercio circunscrito a la amplitud del obispado -con núcleos como Elche y Alicante, por
ejemplo- que por hacerlo del mero reducto urbano o comarcal. Sobre esto último, David
Bernabé ha afirmado que a principios del siglo XVIII «el papel del comercio debía ser
escasamente significativo en el conjunto de la economía, dado el pequeño número de
comerciantes mayoristas»112.
La raíz de esta atonía comercial, que puede aplicarse por razones ya conocidas a la
mayor parte del siglo XVII, estaría matizada también por el modo de ser poco emprendedor
de los mercaderes locales cuyas rentas revertían en la tierra, según se advierte por el padrón
de 1717113 y por la presencia de comerciantes foráneos que solían actuar al servicio de
intereses ajenos. Sólo el 3’88% de la población activa en 1717 se dedicaba al comercio. De
ellos un 0’80% -13 comerciantes en total- eran mayoristas, mientras que el resto, en número 112 David BERNABÉ GIL: Tierra y Sociedad..., p. 65. 113 Ibidem.
68
de 50, poseían pequeñas tiendas y tabernas que servían para abastecer a la ciudad114. La élite
comercial se situaba entre estos trece «negociantes» que eran en su mayor parte franceses.
Sus actividades eran dobles: por un lado, vender al por menor «géneros y ropas»,
generalmente procedentes de su país115, y por otra, comercializar en gran escala la seda y
otros productos agrícolas. Veintidós tenderos, 15 taberneros, 6 boticarios, 6 mesoneros, 2
revendedores y 1 vendedor de nieve integraban la totalidad de los comerciantes de menudeo
establecidos en la ciudad, 23 de los cuales no llegaban a las 1.000 libras de líquido imponible
aplicado a sus actividades.
La situación del comercio y la de las manufacturas presenta por lo tanto muchas
similitudes. Aunque desgraciadamente desconocemos para otras épocas los detalles que
muestra el padrón de 1717, sabemos que el número de comerciantes creció
considerablemente entre esta fecha y 1787. En este último año, los mercaderes censados en
Orihuela eran 166116, habiéndose triplicado la cifra de primeros de siglo. Pero ningún indicio
nos mueve a pensar que el aumento se debiera a otra razón que no fuese la justa
correspondencia con el crecimiento demográfico, o a que hubiese cambiado la índole de los
negocios. Es cierto que la comercialización de los agrios, la llegada masiva de estudiantes
entre 1760 y 1770, y otros factores propios de la expansión, pudieron contribuir al
crecimiento de la demanda. Datos de 1754 nos indican, por ejemplo, que en este año, y en
relación con 1717, el aumento del número de tenderos fue de 18, el de boticarios de 4, el de
mesoneros de 2, el de neveteros de 2, y que una serie de actividades comerciales no
registradas con anterioridad, aparecen ahora: 2 libreros, 2 nacaristas, etc.117. La oferta, si
exceptuamos el caso sorprendente de los tenderos, se diversificó más que aumentó. El
número de mercaderes al por mayor no debió crecer excesivamente, aunque tal vez sí su
presencia esporádica o la de sus agentes para comprar las cosechas, tal y como venía
ocurriendo desde el siglo XVII. Sobre este particular es preciso decir que Orihuela siempre
esperó como «agua del cielo» la llegada de los mercaderes procedentes de Cartagena y
Alicante. Si en 1677 se temía que éstos no llegasen a consecuencia del brote epidémico
114 Ibidem, p. 33 y p. 49. 115 Ibidem, p. 46. 116 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. I, p. 292. 117 Juan Antonio RAMOS VIDAL: Op. cit.g pp. 369-398.
69
existente en la ciudad118, años antes, en 1655, y después, en 1700, el Consejo Municipal
intentó acabar con esta dependencia, procurando sentar las bases para lo que hubiese sido el
auténtico despegue comercial de la ciudad: primero, tratando de hacer navegable el Segura
como vía hacia el mar de las exportaciones119, más tarde reivindicando el derecho a
establecer un puerto propio en Torrevieja120. En ambas ocasiones, arrancar el monopolio
comercial a Alicante y tratar de desviar el tráfico meseteño hacia la Vega, estaba en la idea
de los oriolanos que se negaban a aceptar el papel preponderante que estaba alcanzando la
ciudad vecina. Ambos proyectos, como la presencia estable de los grandes mercaderes fue un
sueño que no consiguió ver realizado la capital del Bajo Segura.
Es cierto que los aspectos referentes al mercado interior han sido soslayados en este
apartado. Los problemas de abastecimiento estudiados por David Bernabé y Juan Bautista
Vilar, encaminados como en la mayor parte de las ciudades de la época a proteger los
intereses locales, presentan pocas novedades que justifiquen su inclusión en esta apretada
síntesis. Los problemas derivados de la comercialización del trigo a través del pósito, son de
gran interés toda vez que se inmiscuyen en una serie de irregularidades propiciadas por la
corporación municipal, que atañen a nuestro trabajo; la protección dispensada al consumo del
vino local -de mala calidad- explica muchas cuestiones acerca de la evolución del viñedo en
la comarca; el abastecimiento de pescado -importante en una ciudad próxima a la costa y de
notable presencia eclesiástica que impone el cumplimiento cuaresmal y los días de
abstinencia- son temas que debían haber merecido unos renglones más. Sin embargo, hemos
preferido remitir a los autores citados para completar estos aspectos en aras de tratar sobre un
tema más importante que entra de lleno en el terreno de las relaciones comerciales: el de la
compra y venta de dinero a través del sistema de los censales.
La cuestión de los censales como sistema de préstamo, es sobradamente conocida en
el ámbito valenciano. El espectacular descalabro de los censalistas a raíz de la expulsión de
los moriscos y los trabajos realizados en torno a la repercusión que este acontecimiento tuvo
en la economía del antiguo Reino ha despertado interés por su estudio121. Hoy día conocemos
118 Mario MARTÍNEZ GOMIS: Op. cit. p. 140. 119 David BERNABÉ GIL: Oligarquía municipal..., p. 242. 120 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. II, p. 614. 121 A. GARCÍA SANZ: «El Censal» en: Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura. Nº 37. Castellón
70
perfectamente el papel jugado por este tipo de contratos, tanto en aquellas ciudades donde
existían entidades crediticias sólidas -Valencia o Alicante- como en aquellas otras
desprovistas de tales instituciones.
Desde mediados de siglo XV, los particulares acomodados, la Iglesia a título de
colectividad -Cabildos- o particular, se habían lanzado junto con el clero regular al negocio
del préstamo encubierto que suponía el censal -en realidad un contrato de compraventa de
numerario avalado por propiedades rústicas o inmuebles122- como medio seguro para
incrementar sus rentas. El goteo constante de los interes percibidos, en tanto no se redimiese
la cantidad prestada, la posibilidad de embargo del patrimonio que respaldaba la operación,
trajo consigo que muchos capitales se desviaran de otras inversiones para dedicarse a lo que
antaño había sido una actividad prohibida: el préstamo y la usura. Orihuela, carente de toda
institución crediticia, suplió con creces esta falta al volcarse sobre ella, como en otros
lugares, muchos de sus habitantes acomodados. Si algunos comerciantes, ricos propietarios y
miembros de profesiones liberales con patrimonio, se dedicaron al préstamo en la ciudad, fue
el clero secular y determinadas órdenes religiosas de la urbe, quienes capitalizaron con creces
el negocio.
Un caso elocuente de enriquecimiento a partir de los censales, puede ser el de los
dominicos del Colegio de Predicadores, donde acabaría asentándose la Universidad. La
comunidad, tras recibir del Arzobispo Loazes a últimos del siglo XVI una serie importante de
donativos para subvencionar el Estudio General123, canalizó muchos de sus bienes hacia el
negocio del préstamo, con tanto fortuna que, en 1691 esta institución era la principal
acreedora del Concejo Municipal que había cargado en ella censos por valor de cuarenta mil
ducados de plata124. El caso de los trinitarios -más modesto- es también significativo acerca
de la dedicación de las órdenes religiosas al negocio del crédito. Instalados en Orihuela en 1961; B. ESCANDELL «La investigación de los contratos de préstamo hipotecario (censos). Aportación a la metodología de series documentales uniformes». En Actas de las I Jornadas de metodología aplicada de las ciencias históricas. Vol. III. Santiago de Compostela, 1975, pp. 751-762. 122 A. GARCÍA SANZ: Op. cit. pp. 286-287. 123 Mario MARTÍNEZ GOMIS: «Aportación al estudio de la financiación y rentas de una Universidad Menor: Orihuela siglos XVII y XVIII». En Mayáns y la Ilustración. Simposio Internacional en el Bicentenario de la muerte de Gregorio Mayáns. Valencia, 1981, tomo II, pp. 429-466, p. 431. 124 A.H.O. Legajo «Papeles varios de la Universidad correspondientes al siglo XVII y desde 1700». Memorial de Fray Domingo Rioja al Rey, 1691.
71
1558 en una humilde casa125 y tras recibir el favor de algunas personas piadosas las
donaciones se convirtieron pronto en capital apto para el préstamo. Según una visita de
Amortización tendente a controlar los bienes habilitados por el convento126, reveló que entre
1589 y 1599 había realizado préstamos por valor de 1.317 Libras. Si tenemos en cuenta que
sólo nos referimos a esos años, que la visita fue realizada medio siglo más tarde -pudiendo
haber ocultaciones-, y que fue éste precisamente un período en el que los dominicos tal vez
por la inflación se dedicaron con preferencia más a la inversión en tierras que al sistema de
préstamos, podremos valorar con mayor justeza la cifra ofrecida como ejemplo.
Las investigaciones de David Bernabé en este campo, son de todas formas mucho
más elocuentes en lo que respecta a la importancia del clero oriolano como prestamista. En
1717, como puede apreciarse en el cuadro que reproducimos a continuación, los acreedores
por el negocio de los censales en Orihuela y Catral eran los siguientes:
ACREEDORES EN ORIHUELA Y CATRAL EN 1717 (en Libras)
Cens. Orihuela Cens. Catral TOTAL %
Clero regular 38.326 1.208 39.534 48
Clero secular 13.875 121 13.996 17
Cofr. Obr. P. 2.289 - - 2.289 2’8
Ecles. Part. 5.826 455 6.281 7’6
Clero forast. 2.138 120 2.258 2’7
Laicos Orihuela 13.273 620 13.893 16’9
Laicos forast. 3.401 366 3.767 4’6
Sin especificar .....364.... .....- -.... .....364... .....0’4....
TOTAL 79.494 2.890 83.382 100
Fuente: David BERNABÉ GIL:Tierra y Sociedad en el Bajo Segura (1700-1750).
Todo hace pensar que pasada la crisis del siglo XVII, en especial el momento crítico
125 Juan Bautista VILAR: op. cit. Vol. II, p. 448. 126 Archivo Histórico Nacional (en adelante A.H.N.). «Sección: Clero regular y secular» Legajo 167-168. Anotaciones de bienes habilitados en la visita de amortización al convento de Trinitarios Calzados que se sentenció el 23 de enero de 1741.
72
de la expulsión de los moriscos, los censalistas oriolanos debieron volver al negocio con más
precauciones, pero sin mucho desmayo. Las causas del desastre de 1609 eran sobradamente
conocidas, radicaban en un accidente tal vez irrepetible: la expulsión. Pero el censal era la
única forma de crédito generalizada, capaz de posibilitar las transacciones, y en cierta
medida, de hacer factible la recuperación económica. No podemos olvidar que los deudores
eran en gran medida los agricultores y, como demuestran las cuentas de los dominicos, éstos
se identificaban la mayor parte de las veces con los propios enfiteutas de la comunidad. La
demanda de dinero en una zona en que el numerario escaseaba hasta el punto de haber hecho
subir el interés de los censales al 10% (24 dineros por Libra)127, durante el siglo XVI -el más
alto del Reino de Valencia junto con Alicante- no podía retraerse en exceso. El propio
carácter de la demanda adoptaría en determinadas ocasiones, incluso, la forma de coacción
ineludible para el prestamista. Nos referimos aquí a los continuos créditos solicitados por
parte de la Ciudad a los dominicos durante el siglo XVII. El municipio era un pésimo cliente,
que demoraba de forma reiterada no sólo las amortizaciones, sino también el pago de los
elevados intereses128. A pesar de los múltiples pleitos que el asunto suscitó entre ambas
instituciones, el Colegio de Predicadores siguió prestando a la Ciudad, como lo demuestra el
hecho de que en 1714 ésta siguiese siendo el principal deudor de los religiosos, a quienes
respondían 1.447 Libras y 5 sueldos de pensión anual correspondientes a censales por valor
de 28.945 Libras, cantidad que no aparece incluida en el cuadro anterior dentro del apartado
Clero Regular129. La dependencia política, la búsqueda de formas de coexistencia no
conflictivas con el poder civil -no obstante la diferencia de jurisdicciones- sería, en este caso,
el elemento coactivo al que hacíamos referencia. Pero la misma coacción podría hacerse
extensiva a la realizada por los miembros de la nobleza local, empobrecidos aunque todavía
con prestigio. En 1666, por ejemplo, la Señora Doña Violante Rocamora y Maça, Condesa de
la Granja, tampoco aparecía ante los dominicos como el cliente ideal. Después de pasar
treinta años sin pagar las pensiones de un préstamo de 1.000 libras al Colegio, imponía a éste
las condiciones de amortización bajo la alternativa de no pagar en caso contrario130. Los
dominicos, haciendo de tripas corazón, optaron por aceptar las condiciones de la dama. No
127 Eugenio CISCAR PALLARÉS: Tierra y señorío en el País Valenciano (1570-1620). Valencia, 1977, p. 114. 128 A.H.O.: Legajo «Papeles varios de la Universidad correspondiente al siglo XVII...» Memorial de Fray Domingo... 129 David BERNABÉ GIL: Tierra y Sociedad..., pp. 91-92. 130 A.H.O.: Libro de Consejos del Colegio de Predicadores desde el 12 de febrero de 1625 hasta el 13 de enero de 1754. Fols. 106 v. 107 r.
73
cabe duda de que los tiempos estaban cambiando y de que tras treinta años de penuria la
nobleza podía volver a pagar, aunque fuese tarde y mal.
Si el clero en general controlaba en 1717 el 75% del capital prestado en las dos
ciudades, a la cabeza de la lista seguían encontrándose los dominicos como principales
acreedores de la comarca. Su inversión en censales -incluidas las 28.945 Libras que adeudaba
la ciudad- ascendía a 63.000. Le seguía en importancia el convento de Santa Lucía con
10.832 Libras, mientras que los Jesuitas cerraban la relación con tan sólo 50 Libras de capital
invertido en préstamos131.
La más que probable reducción del crédito censal en Orihuela durante el siglo XVII
afectaría sin lugar a dudas a los pequeños y esporádicos prestamistas que hasta 1609, como
forma de ingreso complementaria, invertían en este negocio. Los labradores y artesanos, que
dice Juan Bautista Vilar «entregaban sus ahorros al Consell a modo de depósito a cambio de
una renta fija»132, serían los que acabarían abandonando esta práctica junto a algunos otros
sin capacidad para resarcirse de las pérdidas. La reducción consiguiente del interés de los
préstamos contribuiría a ello, lo mismo que ocurrió a mediados del siglo XVIII cuando el
Estado obligó a rebajar los intereses de un 5 a un 3%. Por estas fechas, los censales dejaron
de ser una buena inversión en la comarca tal y como comentaba el obispo oriolano Gómez de
Terán:
«ninguno que tenga dinero que imponer, con alguna inteligencia, dará a tres por ciento, porque es
notorio que con el mismo principal que había de dar al tres por ciento, comprando tierras de regadío
saca un seis, siete, ocho y diez por ciento»133.
Algún caso habían de hacer los censalistas al prelado, porque el negocio del préstamo
fue disminuyendo como actividad económica para algunas de las entidades que lo habían
practicado con más entusiasmo. El Colegio de Predicadores, que en sus estatutos del siglo
XVI poseía una cláusula que obligaba por lo menos «a cargar cada año doscientas libras por
131 David BERNABÉ GIL: Tierra y Sociedad..., p. 92. 132 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. II, p. 656. 133 Citado por Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. II, p. 589.
74
propiedad»134, en 1792, ante la solicitud de un crédito por parte del Cabildo Catedralicio
cuya economía se había ido a pique, deliberaba en estos sorprendentes términos:
«que aunque el Colegio hasta ahora se ha resistido a comprar censos, no obstante por ser el Cabildo,
y por la previsión en que se hallaba, se la diesen a censo las expresadas dos mil y quinientas
libras...»135.
La deliberación en cuestión, evidencia que esta actitud negativa hacia los censales
venía ya de lejos, probablemente desde la década de 1760-1770 en que la Pragmática de
Fernando VI de 6 de julio de 1750, que reducía el interés de los censales en Aragón136, había
comenzado a surtir los efectos augurados por el prelado oriolano.
David Bernabé ha documentado el progresivo descenso de las rentas del Colegio de
Predicadores debidas a los intereses del crédito. El 1705, éstos suponían las tres cuartas
partes de los ingresos en metálico de la comunidad, concretamente el 71’6%. En 1734, la
disminución ya había comenzado: el 52’5%, para en 1753 colocarse con sólo un 36%137. El
ejemplo anterior creemos que es significativo y puede hacerse extensivo a la postura de otras
comunidades religiosas dedicadas al mismo negocio. El hecho de que el Cabildo, notable
antagonista del Colegio en multitud de cuestiones, recurriese a su concurso en trance tan
delicado, parece ser un indicio de lo reducida que había quedado la oferta de dinero en
Orihuela por este sistema y de lo remisos que se mostraban quienes todavía disponían de
liquidez para efectuarlo a fines del siglo XVIII. Aunque el capital destinado a los censales se
encaminó desde 1750, como veremos más adelante, hacia la explotación de la tierra como
método ahora más seguro de obtener beneficios, la coincidencia de este momento con las
primeras muestras de contestación a la autoridad de los dominicos en el gobierno de la
Universidad nos mueve a pensar que el lento proceso hacia la secularización de la sociedad
oriolana estaba en marcha. Es muy probable que los censales no fuesen ya un buen negocio,
134 Laureano ROBLES CARCEDO y P. Adolfo ROBLES SIERRA: Op. cit. «Estatutos del Colegio de Predicadores... Estatuto de los Padres...» Artículo nº 23. 135 A.H.O.: Libro de Consejos del Colegio de Predicadores desde el 18 de febrero de 1754 al 26 de mayo de 1795. Fol. 366 r. 136 Jaime CARRERA PUJAL: Historia de la economía española. 5 vol. Barcelona, 1943-1946. Vol. 5, pp. 478-480. 137 David BERNABÉ GIL: Tierra y Sociedad..., p. 174.
75
pero dejar escapar de las manos el mismo, como dejarse arrebatar el control de muchas de las
cátedras universitarias, era iniciar un repliegue en los resortes de la influencia económica e
ideológica ciudadana que se haría sentir en la centuria siguiente en que el papel del clero
regular sería mucho menor que el del secular. La quiebra de la agricultura comercial a partir
de finales del Setecientos, sería un golpe decisivo para quienes habían cortado su vínculo con
el crédito.
LA PROPIEDAD DE LA TIERRA Y LOS GRUPOS SOCIALES
Señores y campesinos
Cuando en 1797 Cavanilles visitó la comarca del Bajo Segura, reparó en la pobreza
de sus habitantes. No dejó datos cuantitativos sobre el tema, pero sus impresiones fueron tan
elocuentes como desalentadoras. Habló primero del «corto número» de vecinos para
ocuparse de las labores agrícolas; se lamentó del carácter indolente de sus gentes -«no todos
aman el trabajo», anotó- y tras reparar en la condición de jornaleros de un porcentaje elevado
de los campesinos, escribió una frase recogida con frecuencia por los historiadores que se
han ocupado de la Orihuela del siglo XVIII: «faltales a infinitos la propiedad, y tal vez por
esto ni se esfuerzan a mejorar su suerte, ni aseguran subsistencias para sus familiares»138.
El resultado del proceso de expansión agraria, con la oportunidad de las nuevas
roturaciones y del impulso colonizador -si exceptuamos la posible dosis de exageración
generalizadora que contienen las palabras de Cavanilles- había sido decepcionante de cara a
una mejora de la situación del campesinado con arreglo al siglo anterior. Pero no fue un
fenómeno tan extraño si tenemos en cuenta las condiciones en que se realizó dicho proceso.
Para Jesús Millán, salvo excepciones, la expansión del siglo XVIII condujo a un
empobrecimiento de las clases populares dedicadas a la agricultura, como resultado de una
de las vías seguidas para el desarrollo del capitalismo agrícola en la zona. El proceso largo y
complicado, arranca precisamente de la crisis del siglo XVII y, a grandes rasgos, tiene su
fundamento en los cambios operados en la estructura de la propiedad de la tierra como
138 Antonio Josef CAVANILLES: Op. cit. vol. II, p. 281.
76
consecuencia de la desmembración del realengo oriolano a costa del surgimiento de nuevos
señoríos durante las dos centurias.
La tesis planteada por Jesús Millán, se basa en parte en la debilidad del Concejo
municipal de Orihuela para regular una política de asentamientos en su término a lo largo del
siglo XVII. Sobre el término de realengo, un amplio territorio que incluía a Crevillente,
Favanella, Albatera, Coix y Rabat, con todos sus montes y tierras, Pedro IV el Ceremonioso
había otorgado el 24 de diciembre de 1364 el privilegio a Orihuela y sus habitantes de un uso
que excedía a lo agrícola: pesca, pasto, recogida de leña, sosa, etc.139. Dicho privilegio venía
a unirse a otro dado por la reina Leonor el 1 de mayo de 1332 que facultaba al Concejo y a
sus jurados para que concediesen tierras y solares a los vecinos. Haciendo uso de esos
derechos, el municipio actuaba como propietario del término cediendo tierras en
arrendamiento e incluso en enfiteusis a los campesinos, para cuyo efecto, en este último caso,
se reservaba el dominio directo140.
Por regla general, en las tierras de realengo, donde estaban establecidos también
como propietarios miembros de la nobleza oriolana y campesinos acomodados, la forma
predominante de explotación fue el arrendamiento, contrastando con la enfiteusis que
practicaban los barones en las tierras de señorío. La expulsión de los moriscos, como en el
resto del País Valenciano provocó la ruina de muchos miembros de la nobleza tal y como
explicó en su momento Ciscar Pallarés141. Orihuela no fue una excepción. Tanto los señores
como los terratenientes padecieron los efectos de la crisis, pero unos tuvieron más capacidad
que otros para reaccionar y tratar de adaptarse a las adversas circunstancias. Jesús Millán
cree que los mecanismos de defensa contra la crisis propiciaron un reajuste en las formas de
tenencia de la tierra142. Muchos propietarios y miembros de la nobleza de realengo, que
obtenían sus rentas de los arrendamientos se vieron arruinados, entre otras cosas porque los
arrendatarios, con la repoblación, marcharon hacia los señoríos donde las condiciones de
asentamiento no fueron muy rígidas debido al escaso potencial humano existente. Los
propietarios ligados a los cargos reales de la Gobernación y Bailía, en cambio, junto a otros
139 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 220. 140 Ibidem. Fols. 222-223. 141 Eugenio CISCAR PALLARÉS: Op. cit. ver en especial pp. 114-154. 142 Jesús MILLÁN: Op. cit. Fol. 241.
77
grupos, aprovecharon la situación para adquirir las tierras abandonadas tras la expulsión en
aquellas áreas periféricas a las cultivadas, y valiéndose de su influencia política trataron de
hacer llegar hasta ellas el riego. Tal es el caso de la familia de los Rosell que creaba el
señorío de Benejúzar en 1622 con jurisdicción alfonsina, y el de los dominicos que
compraron en 1616 el antiguo señorío de Redován que, poblado de moriscos había
pertenecido a una familia ya arruinada por el deterioro de las rentas antes de la expulsión: la
de Don Diego Santángel y Doña Esperanza Depes143. El sistema de arrendamiento no
desapareció, sin embargo, en las tierras más fértiles del término próximas a la ciudad. Lo que
sí ocurrió fue que los contratos que estipulaban esta forma de explotación se hicieron más
ventajosos para los colonos tratando de evitar la huida de mano de obra hacia los señoríos. La
duración de los contratos, aunque seguían siendo a corto plazo -oscilaban entre 6 y 2 años-,
pasó a depender de la voluntad de los arrendatarios; los pagos se hicieron en especie, y los
arrendadores, con tal de mantener en explotación sus fincas, dieron todo tipo de
facilidades144. La huida de campesinos hacia las tierras de señorío pudo, si no detenerse, sí
atenuarse. Pero los señores, como otros propietarios que valiéndose del vacío poblacional y
la necesidad del municipio de repoblar, aprovecharon el momento para establecerse en el
realengo, fundando lugares con el privilegio alfonsino, no tenían demasiada prisa por hacer
frente a esta competencia.
La tierra seguía siendo una buena inversión a largo plazo y no resultaba muy difícil
establecer los 15 vecinos que regulaba el privilegio de Alfonso II en 1328 para obtener
sustanciosas ventajas jurisdiccionales. Es cierto que la jurisdicción alfonsina, no alcanzaba el
mero imperio propio de la jurisdicción baronal145, pero resultaba un arma económica y
coactiva importante que podía ser utilizada en determinados momentos para incrementar las
rentas. Sólo el hecho de estar sometida esta jurisdicción a la del municipio, al haberse
establecido el señorío en el realengo, aparecía como un impedimento para el establiente. Una
doble competencia recaía ahora sobre el territorio egregado y sus colonos, fuente de litigios
sin duda. Pero, tal vez, sin la existencia de la jurisdicción suprema del municipio las
fundaciones alfonsinas no hubiesen prosperado confiado como estaba el Consell oriolano en
poder controlarlas, cosa que con el tiempo resultaría prácticamente imposible.
143 David BERNABÉ GIL: Tierra y Sociedad..., p. 159. 144 Jesús MILLÁN: Op. cit. Fols. 216-218. 145 Antonio GIL OLCINA: La propiedad Señorial en tierras valencianas. Valencia, 1979, pp. 16-17.
78
A finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII, la erección de señoríos
alfonsinos dentro del realengo había sido acompañada por la aparición de otros que fundados
en tierras particulares, habían obtenido con facilidad la jurisdicción baronal, tal y como
ocurrió con el señorío de Benejúzar146. La colonización señorial en líneas generales,
experimentó una nueva oleada: Don Alfonso Rocamora fundó en 1697 el lugar de Molins; el
Cabildo Catedral en 1701, el lugar nuevo de Bigastro147; Formentera, perteneciente al
Marqués de Algorfa, fue fundada a principios del siglo XVIII. Aunque el origen de los
señoríos de la Vega Baja está todavía por datar, sabemos que otras nuevas fundaciones se
unieron a las anteriores por esta época. Aprovechando los primeros excedentes demográficos,
los señores ofrecieron condiciones benévolas de asentamiento a través de la enfiteusis.
Censos módicos en metálico, ausencia de participación de frutos, fue el cebo tendido al
campesinado para forzar una puesta en valor de grandes fincas, reservándose la posibilidad
de establecer condiciones más gravosas y un control más directo de la explotación en el
futuro148. La rentabilidad de las explotaciones mientras tanto quedaba asegurada por la
recolección de sosa en los saladares, y por el arrendamiento de las tierras marginales para
pastos aunque el señor entrase en litigio en este último aspecto con el municipio.
La preferencia del campesinado por la enfiteusis se dejó sentir en la época de
confluencia de ambas centurias. En 1698 los dominicos de Orihuela, señores de Els
Fondons, que eran cultivados por labradores de Novelda, ante un plante de éstos
reivindicando el derecho a la continuidad en su trabajo, hubieron de cambiar el sistema de
explotación vigente en régimen de arrendamiento por la enfiteusis149. En 1729, Jaume
Gallego, propietario de Benejúzar, ante un problema similar tuvo que hacer lo propio150.
Este cambio generalizado a nivel comarcal a favor de la enfiteusis, espoleado más
tarde por la oportunidad de tierras que supusieron las Pías Fundaciones de Belluga, aunque
presenta los aires de una regresión, no era sino un sistema para aprovechar mejor amplios
territorios. Se trataba de la vía señalada por Millán para acceder a la futura propiedad agraria
146 Jesús MILLÁN: Op. cit. Fol. 249. 147 Ibidem. Fol. 252. 148 Ibidem. Fol. 264. 149 Ibidem. Fol. 426. 150 David BERNABE GIL: Tierra y Sociedad..., p. 140.
79
capitalista151; una vía carente de base artesanal, sin el respaldo de una economía urbana, pero
que ofrecía formas eficaces de control sobre el campesinado e, incluso, formas para asegurar
la propiedad plena de aquellas tierras que el señor no estableciese de inmediato.
El cambio que supuso la enajenación del realengo y su conversación en señorío no se
produjo sin traumas. El municipio, aunque tardíamente, reaccionó tratando de evitar lo que
ya era un hecho consumado. La toma de conciencia del Consell se produjo a raíz de las
usurpaciones llevadas a cabo por los señores sobre los pastos que la ciudad seguía
considerando comunales y sobre las especies silvestres que crecían en las tierras contiguas al
dominio que los terratenientes consideraban como reserva. El apoyo en los Fueros
valencianos fue el arma del Consell para detener el proceso desintegrador del término. Pero
la Guerra de Sucesión actuó a favor de los señores. Estos habían contado ya antes, con la
pasividad de la Monarquía; una pasividad complaciente puesto que era ella la que confería
cargos a los barones, les vendía las jurisdicciones y era tolerante con sus deudas. «Desde
1707 la monarquía se inclinó más abiertamente por la vía señorial. Al suprimir los fueros y
prerrogativas municipales, las reivindicaciones de la propiedad comunal iban a carecer de
perspectivas favorables de futuro»152.
Tras la Guerra de Sucesión, con el empuje demográfico, se dio un nuevo paso en la
expansión agraria dirigido hacia aquellas zonas más alejadas de Orihuela: los almarjales, el
carrizal y el bosque. La transformación del medio comarcal tendió a reducir oportunidades
para quienes intentaban vivir de una economía de subsistencias. Si los poderosos se
permitían ampliar los límites de sus propiedades talando el bosque, como hacía el Marqués
de Beniel en 1720 desafiando al municipio153, los asentamientos de campesinos más
humildes llevados a cabo de forma ilegal, fueron escasos y perseguidos incluso por la Iglesia
que intentaba no perder la ocasión de percibir los diezmos.
En este contexto de expansión ha de insertarse el proyecto de las Pías Fundaciones
llevado a cabo por el Cardenal Belluga: el intento más racionalizado y de mayor envergadura
de la colonización rural. Un proyecto cuyos resultados no fueron muy favorables para los
151 Jesús MILLÁN: Op. cit. Fol. 305. 152 Ibidem. 153 Ibidem. Fols. 389-390.
80
intereses de la ciudad de Orihuela, que tras ceder al Cardenal 25.000 tahúllas de su término,
no vio cumplidas todas las condiciones del trato establecido; sobre todo a partir de 1732 en
que Felipe V asumió el Patronato de las fundaciones. Las poblaciones creadas se convirtieron
en villas y no llegaron a regirse por las ordenanzas oriolanas, como estaba estipulado; el
disfrute de las hierbas, reservado también para la ciudad se perdió, y la exención de tributos
durante cuarenta años a los colonos trajo consigo que muchos oriolanos se trasladasen a los
nuevos lugares154. Por otro lado, los campesinos marcharon hacia las flamantes colonias
excesivamente confiados; el sistema de asentamiento por medio de la enfiteusis ya no era tan
benévolo pues suponía la partición de frutos -1/4 de la cosecha- y un pequeño canon por
tahúlla para el mantenimiento de los azarbes y acequias. Algo excesivo, como lo demostraría
el hecho de que en 1745 la partición se redujese a un sexto155.
Todo pareció aliarse contra los pequeños campesinos de la comarca que, privados de
los usos comunales en el almarjal, excluidos de la tierra por expropiaciones y por el peso de
las cargas fiscales, hubieron de sufrir también los efectos de la Guerra de Sucesión que en
nada benefició su situación. Las posibilidades de iniciar por su cuenta la colonización de
pequenas áreas les resultaba cada vez más inviable. Ir a las Pías Fundaciones o a las tierras
de los señores se convirtió, probablemente, en el medio más razonable de evitar la miseria.
Sólo de esta manera podemos comprender que a pesar de los excedentes de tierras
comarcales, el número de campesinos sin propiedades, hubiese llegado a ser alarmante para
Cavanilles.
El proceso de empobrecimiento de la situación no había terminado. Hacia 1750 se
inició en la comarca una nueva fase en el sistema de explotación de la tierra que, junto al
endurecimiento progresivo de la enfiteusis, dio paso de nuevo a la generalización de los
arrendamientos. El momento de aprovechar aquellos espacios del terrazgo que los señores no
habían todavía establecido, llegaba ahora tal y como lo demuestra la evolución sufrida por el
carácter de las rentas percibidas por los dominicos durante los cincuenta primeros años del
siglo en el señorío de Redován:
154 T. LEÓN CLOSA «Aportación al estudio de la Vega Baja del Segura» en Anales de la Universidad de Murcia, XXI, nº 3 y 4. Murcia, 1962-63, pp. 98-140. 155 Jesús MILLÁN: Op. cit. fols. 421-422.
81
EVOLUCIÓN DE LAS RENTAS EN DINERO DEL SEÑORÍO DE REDOVÁN POR
CONCEPTO DE ARRENDAMIENTO (1705-1753)
RENTA
AÑOS ARRENDAMIENTO ÍNDICE
1705 140 Libras 100
1714 240 Libras 171’4
1724 358 Libras 255’7
1734 619 Libras 442’1
1743 1.028 Libras 743’3
1753 1.150 Libras 821’4
Fuente Jesús MILLÁN: Op. cit., folio 589.
Si en 1705 los ingresos en metálico del Colegio de Predicadores por concepto de
arrendamientos suponían sólo un 3’1 %, la última partida de los mismos, en 1753, por el
contrario, alcanzaba la cota máxima de las entradas en dinero, el 26’4%. El volumen de los
censos enfiteúticos quedaba muy por debajo de los anteriores a pesar de haber experimentado
una ligera alza entre estas fechas pasando del 11’8% al 13%156. La causa de este alza habría
que buscarla en la coyuntura favorable del crecimiento agrícola potenciado por el dinamismo
comercial de algunos productos. El hecho de que Jesús Millán, trabajando sobre los
protocolos notariales de la comarca, no haya encontrado contratos enfiteúticos posteriores a
1750157, avala el carácter generalizado que adoptó este cambio de actitud por parte de los
señores encaminados al aumento de sus rentas. El período de 1750 a 1780 sería el momento
culminante para los terratenientes en lo que hace referencia a sacar el máximo de beneficio
de la expansión agraria. Los años comprendidos entre 1780 y 1790 serían, por el contrario,
como ya hemos venido adelantando, el final de esta etapa dorada. El hundimiento de nuevo
de la agricultura comercial se tradujo en la renuncia masiva de los colonos a los
arrendamientos158; unos arrendamientos que nada habían tenido que ver con aquellos otros
del siglo XVII, y que se caracterizarían, a partir de ahora, además de por su corta duración,
156 David BERNABÉ GIL: Tierra y Sociedad..., p. 174. 157 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 494. 158 Ibidem. Fol. 594.
82
por los pagos en metálico en la huerta, por recaer sobre el colono los gastos de explotación y
por un rígido control de la misma por parte de propietarios y señores.
La pobreza anotada por Cavanilles se justifica ahora de un modo más completo.
Incluso la indolencia, el desencanto de los jornaleros, aumentados en número al abandonar su
opresiva situación muchos colonos, tiene su explicación en el marco de una Orihuela donde
el clero ostentaba un papel preponderante. El traspaso voluntario de renta en forma de
limosna o de la «sopa boba» diaria por parte de las instituciones religiosas debió jugar un
papel no despreciable en esa actitud pasiva por parte de aquellos desposeídos que «no
amaban el trabajo». En 1777 el regidor del ayuntamiento de Orihuela ofrecía un testimonio
que no puede ser más elocuente al respecto:
«No se hallará pueblo en España de más pobres mendigos que éste; apenas habrá quien crea que en un
corto vecindario que no llega a 4.000 hay diariamente sobre 1.500 mendigos. Pero es una verdad tan
notoria como que se acredita con la vista, llenas las calles y plazas de pobres que no sólo piden sino
que insultan. El Colegio de Predicadores da sobre 1.000 panecillos diariamente de limosna en la
portería a la hora de la sopa; que al mismo tiempo se da en los tres conventos de San Francisco y
otros...»159.
Los pobres de la comarca fueron, a partir de últimos del siglo XVIII, una excelente
clientela de la Iglesia que, tras la crisis de últimos de la centuria, tuvo también que adoptar
medidas más suaves para con aquellos que aguantaban en sus tierras. Era la única solución
para evitar que la ruina de los campesinos revirtiera sobre los propietarios. La tesis
sustentada por Jesús Millán acerca del proceso de derechización de la comarca y de su
acertamiento hacia el carlismo durante el siglo XIX arranca en parte de esta dependencia de
muchos campesinos hacia la Iglesia. Cuando llegó la Desamortización, «la alianza entre el
clero y los labradores arruinados pudo presentarse sin fisuras» ante la burguesía que
intentaba comprar las tierras160. La Iglesia capitalizaba así los largos años en que, con gran
habilidad, había sabido compaginar a modo de inversión la explotación con el paternalismo.
El conocimiento de los grandes rasgos que caracterizan la evolución de las estructuras
de propiedad de la tierra comarcal y del régimen de explotación, no nos permite sin embargo, 159 Citado por Juan Antonio RAMOS VIDAL: Op. cit. p. 350. 160 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 599.
83
precisar con exactitud cuál fue el volumen de tierras detectadas por los distintos grupos
sociales y perfilar, en base a ello, los pormenores de las relaciones de producción. El trabajo
más concluyente y exhaustivo sobre el tema sigue siendo el de David Bernabé que
centrándose en el Padrón de 1717, y con el auxilio de otros datos complementarios, establece
conclusiones que pueden ser válidas hasta 1753. El siglo XVII, como las centurias anteriores,
a pesar del esfuerzo realizado por Juan Bautista Vilar en su meritoria obra, sigue siendo una
incógnita. El punto de partida es, por lo tanto, el final de la Guerra de Sucesión. Para estas
críticas fechas, sabemos que de un total de 51.492 tahúllas pertenecientes al campo y huerta
de Orihuela, el 33’8% de las mismas pertenecía al grupo social más elevado de los caballeros
y ciudadanos -el 12% de los propietarios-. El 56’7% del terrazgo se repartía entre un 74% de
«labradores». En tanto la reducida presencia de la nobleza local disponía del 47’7% del valor
estimado de las propiedades, los «labradores», más de la mitad de los propietarios, poseían
tierras valoradas en el 42’2%, siendo como se observará de poca importancia la presencia de
los restantes sectores en la propiedad agraria161.
Estas cifras, sin embargo, pueden ser engañosas ya que bajo el concepto de
«labradores» se recogía tanto la presencia del pequeño propietario como la del simple
arrendatario, que debía suponer el 42% del total de «labradores»162. Un total de 216
jornaleros, un 16% de la población activa oriolana, debía sumarse a ese 42% del total de
«labradores» sin tierras ya aludido, matizando que la situación de los primeros era ya, a
principios de siglo, lo suficientemente dramática a juzgar por sus ingresos, como para ser
considerados como «auténticos pobres de solemnidad»163. Sobre el incremento a lo largo de
la centuria del número de jornaleros, Juan Antonio Ramos Vidal164, en base a los Padrones
vecinales de la Sal ha podido ofrecer una serie de cifras absolutas que, a falta de otras series
extraídas de fuentes más rigurosas, ofrecemos como ilustrativas del proceso de
empobrecimiento sufrido por el campesinado oriolano:
161 David BERNABÉ GIL: Tierra y Sociedad..., pp. 36-37. 162 Ibidem p. 60. 163 Ibidem p. 62. 164 Juan Antonio RAMOS VIDAL: Op. cit. p. 360.
84
AÑO NÚMERO DE
JORNALEROS
1733 349
1746 442
1769 502
1773 711
1785 839
El carácter de la fuente que ofrece estos datos no es excesivamente fiable, máxime si
tenemos en cuenta que el censo de Floridablanca de 1787, daba para la ciudad, su campo y
huerta -la misma área abarcada por la relación anterior- un total de 3.127 jornaleros165 lo que
supone un porcentaje equivalente al 69’5% de la población activa oriolana.
Resulta sumamente difícil, como puede apreciarse, superar las valoraciones de tipo
aproximativo en base a cifras concretas. La misma parcialidad del Padrón de 1717 elaborado
para el cobro del equivalente, excluye los bienes del clero que por aquellas fechas estaba
exento del pago de esta contribución. Es preciso recurrir a noticias aisladas, a series que
hacen referencia a momentos concretos -cuando éstas existen- para poder estimar las
propiedades de uno de los estamentos más poderosos de Orihuela durante la Edad Moderna:
la Iglesia. Un intento de evaluación de las propiedades rústicas en el término de Orihuela
para estas fechas da un total de 110.109 tahúllas de superficie cultivada, de las cuales 1/3
pertenecían a la Iglesia -unas 36.703 tahúllas166-. No nos encontramos en disposición de
criticar estas cifras. Sólo podemos completarlas con otras noticias que hablan del dinamismo
del clero a la hora de comprar tierras, o de recibirlas en concepto de donación, incrementando
así su patrimonio. Sabemos, por ejemplo, que durante la segunda mitad del siglo XVI y
primer tercio del siglo XVII, muchos conventos consolidaron sus propiedades en el campo,
imitando tal vez la línea seguida por el Colegio de Predicadores que, entre 1582 y 1616 sentó
buena parte de su poderío económico agrario comprando las heredades de Benijófar (1582),
Matarredona (1592) el señorío de Redován y los Hondones (1616), y recibiendo como
165 Josep Emili CASTELLÓ TRAVER: El País Valenciano en el Censo de Floridablanca (1787). Valencia, 1978, pp. 465-466. 166 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 377.
85
donación la Rectoría de Almoradí (1592)167.
Durante los últimos años del siglo XVII, las compras por parte de la Iglesia debieron
continuar para incrementarse durante la primera mitad del Setecientos. Los trinitarios, según
una serie de datos aislados que hemos logrado obtener, recibieron entre 1667 y 1736, sólo en
concepto de donaciones 84 tahúllas de huerta valoradas en cerca de 5.000 Libras, más otras
parcelas, sin especificar dimensiones, en el secano y los saladares168.
Entre 1737 y 1750, las propiedades adquiridas por la totalidad del clero oriolano
ascendieron a 803 tahúllas de regadío y 437’8 tahúllas de secano, siendo los principales
compradores los dominicos (519’3 tahúllas) y el Cabildo eclesiástico (431’3 tahúllas)169. Las
incorporaciones debieron ser muchas más; los agustinos, que no figuran en la relación
anterior de compradores, adquirieron sólo en 1749 un total de 120 tahúllas y 1/2 de secano,
10 tahúllas de huerta y 6 de olivar170. Todo hace pensar que, a finales del siglo XVIII, las
propiedades rústicas de las comunidades eclesiásticas y religiosas hasta el momento de la
Desamortización de Godoy, habían aumentado. Las 2.751 tahúllas de los jesuitas en el
Campo de Salinas, las 243 tahúllas de huerta en San Bartolomé, que salían a subasta en
1785171 como parte del patrimonio rústico de una comunidad que se asentaba sólo a finales
del siglo XVII en Orihuela, es reveladora en este sentido. Desamortizadas dichas
temporalidades todavía quedaban en régimen de administración 369 tahúllas en el término de
Orihuela -cuya calidad no es especificada- y 82 tahúllas de huerta en Callosa172.
Es posible que los cálculos realizados sobre las tierras pertenecientes al clero oriolano
se queden cortos. Las propiedades de los clérigos a título particular son desconocidas, pero el
volumen de las mismas no sería en absoluto despreciable. En 1743, Don Juan Roca de
Togores y Rocamora, presbítero, había fundado un vínculo de 1.194 tahúllas de regadío en 167 Mario MARTÍNEZ GOMIS: «Aportación al estudio de la financiación... », pp. 431-432. 168 A.H.N.: «Sección clero regular y secular» Legajo 167-168. Visitas de amortización de 23-1-1741 y de 7-6-1791. 169 David BERNABÉ GIL: Tierra y Sociedad..., p. 96. 170 A.H.N: «Sección clero regular y secular» Legajo 101. 171 A.H.N.: «Sección: Jesuitas» Legajo 162. 172 A.H.N.: «Sección: Jesuitas» Legajos 885 y 886.
86
Orihuela, y poseía otras 265 tahúllas en las huertas de Callosa y Almoradí173. En 1764, a la
muerte de otro sacerdote, Don José López Lozano de Alberosal, se le computaban en el
inventario 1.900 tahúllas de secano174. Es cierto que se trata sin duda, de dos casos
excepcionales y que la estratificación económica del clero presentaba notables desniveles,
pero no podemos por ello olvidar la situación de privilegio que gozaban los eclesiásticos y
las posibilidades de enriquecerse que esto entrañaba. El obispo Don Joseph Tormo, que en el
último tercio del siglo XVIII llegaba a Orihuela dispuesto a reformar en lo posible a los
miembros de su Iglesia, se quejaba del excesivo apego a los bienes temporales que tenían
algunos de ellos. Con gran lucidez y dureza, en 1780 lamentaba alguno de estos casos
concretamente el de los canónigos: Don Juan Martínez y Don Antonio Aucejo. Sobre el
primero decía que por métodos poco honestos había «adquirido quasi tanta hacienda quanto
importa la renta de su canonicato»; sobre el segundo se explayaba más extensamente: «no ha
conocido -decía- ni conoce más fin ni más Dios que el enriquecer, y dominado por la
avaricia, comprando heredades y aumentándola atropellando... obliga a los labradores
vecinos de la heredad a que le vendan sus tierras, con violencias, y por menor precio...
Estrecha a los pobres jornaleros a que le sirvan por menos jornal, amenazándoles que si no lo
hacen les privará del agua de una fuente que nace en aquel territorio, y ha servido siempre
para beber las gentes de su partido...»175.
La nobleza
La nobleza valenciana, se caracterizó a lo largo de la Edad Moderna por su
vinculación al patrimonio rústico176. Tanto sus miembros titulados, como el escalón
inmediato inferior, los caballeros generosos, descendían en su mayor parte de los
conquistadores catalanes y aragoneses que tras acompañar a Jaime I en las campañas
militares participaron del reparto de las tierras. En ellas basaron títulos y fortunas. Incluso
aquellos otros que alcanzaron el grado de la caballería «por privilegio», buscaron el respaldo
173 A.H.O.: Protocolo de Bautista Ramón, 1743. Fols. 113-138. 174 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. III, p. 931. 175 Archivo General de Simancas (en adelante A.G.S.): «Sección: Gracia y Justicia» Legajo 1.023. 176 Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ: Las clases privilegiadas en la España del Antiguo Régimen. Madrid, 1973, pp. 174-175.
87
del patrimonio agrario para gozar con mayor plenitud del estatuto de hidalguía, no resultando
extraño que, en muchos casos, fuese precisamente la posesión de tierras el motivo que, junto
a determinados servicios a la Monarquía, favoreciese el ascenso a este grado social.
Junto a nobles y caballeros, un estrato intermedio, hizo de escalón entre los
privilegiados y la plebe: los ciudadanos honrados o ciudadans que, descendientes de los
antiguos burgueses que colaboraron en el gobierno urbano disfrutaban también en el Reino
de una situación especial que los situaba por encima de sus semejantes dedicados a los
llamados oficios viles y mecánicos.
Orihuela no fue una excepción a la norma general valenciana, salvo en algunas
particularidades. La posesión de la tierra fue el origen de buena parte de la estratificación
social, como ya hemos podido observar en las páginas anteriores. El 12% de los propietarios
de 1717, que detentaban el 33’8% de un terrazgo cuyo valor ascendía al 47’7% del total de
las tierras, era el grupo integrado por caballeros y ciudadanos que solían tener sus
propiedades próximas al núcleo urbano.
La situación jerárquica de la nobleza en esta fecha temprana del siglo XVIII, se había
forjado en gran parte a lo largo de la centuria anterior y, por supuesto, no iba a permanecer
estable en lo que restaba de siglo, aunque presentase ya caracteres bastante definidos. El
siglo XVII significó para muchos caballeros generosos el logro ansiado de un «título» tras la
consolidación de sus señoríos. La familia de los Rocamora que sustituyó en prestigio al
desaparecido linaje de los Maça de Lizana, y al de sus enemigos los Rocafull177, fue un caso
ejemplar del ascenso en la categoría nobiliaria experimentado por el grupo. Los matrimonios
entre sus miembros con otros de las viejas familias -los Ruiz, los Masquefa-, siguiendo las
prácticas endogámicas de la época, contribuyeron al fortalecimiento de la nueva nobleza
titulada. Don Gaspar de Rocafull y Biol accedió al título de Conde de Albatera en 1628178. El
mismo Don Francisco de Rocamora y Maça de Lizana consiguió también de Felipe IV el
título de Conde de la Granja179. Otro Rocamora, Don Jerónimo, en 1632, se convertía en
177 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. I, p. 238. 178 Luis MAS Y GIL: Toponimia alicantina en la Nobiliaria española. Alicante, 1976, p. 40. 179 Ibidem, p. III.
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señor de Benferri, Barón de Puebla de Rocamora y Marqués de Rafal180. Un Masquefa fue
nombrado Barón de la Daya en 1622181.
Los años turbulentos del Quinientos en que los señores se habían dedicado a las
luchas de banderías ensangrentando la comarca, quedaron atrás definitivamente. El Siglo del
Barroco en Orihuela, pese a la crisis y a lo que ésta podía tener de subversiva, se caracterizó
por una consolidación del poder nobiliario, no en base a la fuerza de las armas, sino del
patrimonio y del prestigio, con el beneplácito de la Corona que buscaba, como ha escrito José
Antonio Maravall, privilegiar todos los factores del inmovilismo182. Rentistas afincados en
sus posesiones rústicas o en sus palacios de la ciudad oriolana, los nobles titulados de la
comarca -salvo algunas excepciones como los Condes de Albatera y la Granja- se
caracterizaron por un apego a la casa solariega, por su escaso absentismo. A la larga, esa
presencia física en el territorio de origen sirvió de parangón para los estratos inferiores del
grupo de privilegiados que vieron en su situación de respetabilidad y autoridad una meta no
del todo inalcanzable y un ejemplo a seguir. La movilidad social impulsada por la riqueza y
los honores durante el siglo XVI, no tenía desvío posible y se encauzaba de este modo hacia
los niveles de integración deseados por el Estado durante la Centuria de Hierro. Incluso en el
siglo XVIII y tras el triunfo borbónico, la Monarquía siguió favoreciendo en Orihuela el
logro de los nuevos títulos nobiliarios que perpetuasen el viejo esquema estamental: el
marquesado de Arneva, el condado de Pinohermoso...183.
Asimiladas las nuevas fortunas al sistema de reforzamiento de la Monarquía
Absoluta, Orihuela cobijó una nobleza titulada poco ambiciosa de honores y cargos en la
administración del Estado; una nobleza provinciana que medró en su limitado entorno
geográfico velando por la perpetuación y engrandecimiento de los patrimonios, fundando
mayorazgos y tratando de asegurar a sus segundones los puestos principales en aquellas
instituciones que controlaban los resortes del poder local: la administración urbana y la
Iglesia.
180 Ibidem, pp. 137-138. 181 Ibidem, p. 86. 182 José Antonio MARAVALL: La cultura del Barroco, p. 69. 183 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. I, p. 240.
89
Por debajo de este grupo social, estaban los caballeros y ciudadanos, los dos grupos
que dominaban el poder municipal desde antiguo. Caballeros no nobles pertenecientes al
estamento Militar y ciudadanos honrados o de Mano Mayor adscritos al estamento Real,
formaban parte de las respectivas bolsas de insaculados que habían de cubrir los principales
oficios del gobierno urbano: el cargo de Justicia Civil, el de Justicia Criminal y los cinco
Jurados. Asimismo estos dos grupos formaban el grueso del Consell Municipal integrado por
cuarenta individuos. Dieciéis caballeros y dieciséis ciudadanos honrados eran insaculados
para ocupar estos puestos mientras los ocho restantes procedían de la bolsa de los ciudadanos
Mano Menor184.
No están bien delimitados, sin embargo, los perfiles distintivos entre estos sectores de
la oligarquía. Rara vez la documentación alude a las diferencias existentes entre los
caballeros generosos y los de privilegio, ocurriendo lo mismo en el caso de los ciudadanos de
Mano Mayor y de Mano Menor. Juan Bautista Vilar basándose en las apreciaciones de M.
Mandramany y Calatayud, distinguió el bloque de los caballeros y los ciudadanos de Mano
Mayor, integrando en este último grupo a los miembros de las profesiones liberales: letrados
médicos, notarios y demás gentes de estudios185.
David Bernabé, por su parte, advierte para principios del siglo XVIII una distinción
en las actas municipales que, dada la generalización del «don» para la centuria, tal vez no
pueda servirnos de mucho. Se trata de la coincidencia existente precisamente entre el
tratamiento de «don» para los caballeros y la ausencia de tal titulación para los ciudadanos186.
Borrosos o no los límites entre ambos grupos, lo importante es que formaban un núcleo
cerrado, respaldado, como en tantas otras ciudades del Reino, por una serie de normas que
venían a restringir el acceso a las bolsas respectivas de insaculación. Normas comunes que en
Orihuela eran las siguientes: disponer de propiedades inmuebles por valor de más de 2.000
Libras; tener casa propia y no compartida; saber leer y escribir -sólo en el caso de la bolsa de
caballeros y ciudadanos de Mano Mayor-, y poseer caballo187. Quedaban excluidos del
184 A.M.O. Reals estatuts pera el bon Govern de la Ciutat de Oriola. Fol. 1 v. 185 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. I, p. 290; M. MANDRAMANY y CALATAYUD Tralado de la nobleza de la Corona de Aragón y especialmente del Reyno de Valencia. Valencia, 1788, p. 18. 186 David BERNABÉ GIL: Tierra y Sociedad..., p. 40. 187 A.M.O.: Reals estatuts... Fols. 2r.-4r.
90
acceso al estado nobiliario todos aquellos que habían ejercido oficios mecánicos por sí o sus
antecesores.
A pesar de estas restricciones, durante el siglo XVII la permeabilidad social,
anunciada ya a nivel general en Castilla, debida en buena parte a las titulaciones
universitarias, se dejó sentir en Orihuela. Es significativo al respecto la presencia cada vez
más frecuente de doctores entre los oficios de la Ciudad y en el Consell, cosa que ya había
advertido James Casey en la sociedad castellonense de la época188. La titulación de doctor era
una puerta abierta, sobre todo en el caso de los estudios de jurisprudencia, para acceder
directamente al estatus de ciudadano haciendo olvidar, incluso, una ascendencia plebeya. El
hecho de que Orihuela en 1680 exigiera el doctorado en derecho y medicina, y no un mero
bachillerato, para conseguir este privilegio, evidencia que con anterioridad a la fecha, las
facilidades de acceso a la «ciudadanía», habían sido mayores189.
A lo largo del siglo XVII, el número de ciudadanos aumentó como consecuencia de la
implantación y puesta en funcionamiento de la Universidad a partir de 1610. Los grados
académicos otorgados a los oriolanos -controlados, por otra parte, por un sector de la
oligarquía que tenía parte y arte en el Estudio General- fue una de las razones del transvase
social. Pero no fue la única. A mediados del Seiscientos, las normas restrictivas para ocupar
los oficios, que afectaban también a los insaculados -no ser acreedores de la Ciudad, guardar
una conducta intachable en la administración de los bienes, etc.-, dada la corrupción
existente, dejó en ocasiones las bolsas de los candidatos medio vacías. El Virrey hubo de
recurrir entonces a nombrar individuos de probada honradez -y de una situación, sin duda
acomodada- para desempeñar los cargos de consellers190. La corrupción administrativa llegó
a tal extremo que cuando el número de caballeros y ciudadanos con impedimentos se hizo
más numeroso, la Ciudad hubo de solicitar del monarca la facultad para que los nobles
titulados pudieran insacularse en la bolsa de los caballeros, cosa que se consiguió en 1656191.
Lo que se intentaba frenar con esta medida era, la ascensión indiscriminada de las capas
188 James CASEY: «Tierra y Sociedad en Castellón de la Plana 1608-1702» en Estudis nº 7. Valencia, 1980, pp. 13-46, p. 34. 189 James CASEY: El Regne de València..., p. 201. 190 David BERNABÉ GIL: «Oligarquía municipal...», p. 228. 191 Ibidem.
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inferiores al grupo de los privilegiados. Resultaba menos desestabilizador integrar a los
nobles en el Consell que permitir que accedieran a él advenedizos enriquecidos o poseedores
de un título universitario. La restricción de 1680 destinada a cortar el camino de la
ciudadanía a los simples bachilleres o licenciados, vendría como reacción a la época anterior
de mayor permeabilidad social. La estabilidad oligárquica se volvió a conseguir de nuevo y
el grupo cerró sus filas. El número de privilegiados, aunque aumentó, no lo hizo por lo tanto
de una manera desmesurada. La prueba de ello es que en 1717, los caballeros y ciudadanos
ascendían a 86, el 5’31% de la población oriolana sujeta a la capitación del equivalente192.
A partir de este momento las cosas debieron cambiar, teniendo buena culpa de ello la
Universidad, como veremos más adelante. En 1787 el Censo de Floridablanca computaba
234 habitantes calificados como hidalgos, cifra sorprendente si la comparamos con los 64 de
Alicante, 20 de Elche o los 48 que poseía Játiva193. La oligarquía de la época foral se vio
entonces rebasada en la exclusividad del poder político a pesar de que, tras la Guerra de
Sucesión, con la desaparición de la insaculación, la designación real para el nombramiento de
cargos municipales siguió recayendo durante los primeros años del Setecientos sobre el
mismo grupo. Pero fue precisamente durante estos años cuando se fue forjando el cambio al
tiempo que se producía la expansión agraria y que la ciudad intentaba salir de su marasmo
económico a base de impuestos. La búsqueda de exención fiscal, la posibilidad de acceder al
poder municipal en los momentos de incorporación de tierras y de multiplicarse los pleitos y
litigios movió a muchos oriolanos enriquecidos a buscar el título de hidalguía, cuando no a
enmascararse bajo el fuero eclesiástico. El resultado fue la situación observada en el Censo
de Floridablanca, a la que, según Millán, no se llegó sin grandes tensiones por parte de
aquellos que se veían perjudicados por la ascensión social194. Por un lado los campesinos
que, dado el gran número de exentos, habían de pagar mayores impuestos. Sus quejas en
1768 no podían ser más claras:
«... a más de los muchos que tienen eseption, de otros que la gozan con algún título aparente, son
muchos más los que por respeto, contemplación o sin saberse porque se libertan de aloxamiento.
Ningún graduado o doctor de esta Universidad, ningún escribano procurador, ni escriviente, le 19
192 David BERNABÉ GIL: Tierra y Sociedad..., pp. 32-33. 193 Jesús MILLÁN: Op. cit. Fol. 648. 194 lbidem. Fol. 655.
92
tienen...»195.
Por otro lado, el malestar alcanzaba a los miembros de la oligarquía tradicional, que
no se habían aprovechado de la expansión, y que veían cómo un grupo de advenedizos
enriquecidos podía alcanzar, mediante la compra a la Corona, los cargos de regidor o los
títulos de nobleza196. Se desató así un problema nuevo en Orihuela: ¿qué sector de los
privilegiados debía quedar exento o no de las tributaciones? La polémica centrada a
mediados de siglo enfrentó a los simples ciudadanos -cuyo grupo se había visto
incrementado principalmente por los títulos universitarios- con los caballeros, que veían
cómo su estrato inmediato inferior aumentaba de modo amenazador para sus privilegios. En
tanto los primeros pedían una ampliación de la exención impositiva «de utensilios y paja» a
todos los de su grupo197, los segundos se mostraban partidarios de las restricciones con una
doble finalidad: ser ellos el sector excluido y lograr incrementar las rentas de la Ciudad para
evitar impuestos.
En este momento se produjo también la escisión entre los caballeros y los miembros
de la nobleza titulada. Los motivos eran diferentes. Los caballeros -el núcleo de la oligarquía
tradicional- se volcó sobre la defensa del patrimonio rústico municipal, reivindicando los
pastos y las tierras realengas expropiadas. Se trataba, en realidad de una reacción inútil y
tardía ante los hechos consumados. Su falta de decisión en el momento de la expansión
agraria, les había dejado con las rentas justas para sobrevivir durante las subidas de los
precios. El realengo estaba en gran medida en manos de la nobleza, convertida ahora también
en grandes propietarios, por lo que les resultaba difícil aumentar sus propiedades. Esa alta
nobleza, por otra parte, se alejaba cada vez más de la problemática municipal, amparada en
sus privilegios y exenciones ya consolidadas. El único camino de los caballeros, a pesar de
sus antagonismos era imitar a los antiguos señores marcando, a través de su posición de
privilegio, las diferencias existentes con los ciudadanos.
Sin necesidad de revolución agraria alguna, las cosas estaban cambiando en la
Orihuela de mediados del siglo XVIII. El número de doctores en derecho era gigantesco en
195 A.M.O. Libro capitular de 1768. Fols. 266-267. Citado por Jesús MILLÁN en op. cit. fol. 656. 196 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 658. 197 Ibidem. Fol. 656.
93
relación con los últimos años de la centuria anterior; la mayor parte de ellos procedían ahora
de familias de artesanos o pequeños mercaderes que amenazaban con romper las barreras de
la hidalguía. El Ayuntamiento oriolano volvió a la carga -no sabemos hasta qué punto con
éxito- al intentar restringir la entrada en la ciudadanía no ya a los licenciados, sino a los
mismos doctores. Sólo los abogados en los tribunales superiores podrían hacerlo198. Ante los
tímidos cambios, de nuevo, se recurría a las viejas fórmulas tendentes al inmovilismo.
El clero
La presencia de la Iglesia en Orihuela ha sido uno de los factores determinantes de su
historia a lo largo de la modernidad. El obispo y su curia, asentados en la ciudad desde la
erección del obispado en 1566, un irreductible clero catedralicio, y una docena larga de
conventos, amén de tres parroquias, algunos beaterios, ermitas y santuarios, así como una
Universidad capacitada para formar y servir de vehículo de promoción a cuantos clérigos
querían estudiar en ella la Teología y los Cánones, polarizaron un intensa actividad religiosa
durante los siglos XVII y XVIII. La fundación de 1742 de un Seminario conciliar apareció
como otro elemento de atracción para quienes deseaban dedicar su existencia al servicio de
Dios.
Desde principios de 1600, Orihuela se configuró como la segunda capital del clero
después de Valencia con todo lo que ello implicaba en la época que estudiamos. Si
descartamos las funciones piadosas y asistenciales que fundamentaban el estamento, éste se
configuraba como un estado casi dentro del amplio estado del monarca en el que todavía se
insertaban las irreductibles instituciones forales. Es decir, como una fuerza infraestatal más,
según la terminología de Werner Naef199, con sus privilegios, su propia jurisdicción, sus
propios recursos económicos y la capacidad de generar otros y de administrarlos, entrando
198 Ibidem. Fol. 616. 199 En realidad la Iglesia es considerada por NAEF como una fuerza supraestatal junto al Imperio. Para la época que tratamos, sin embargo, aprovechando las cuestiones legalistas, muchas comunidades religiosas actuaban, en la medida de lo posible, en beneficio de sus propios intereses particulares. La pugna entre el poder temporal y el espiritual les permitía bascular entre uno y otro ofreciendo a veces, una resistencia a la Monarquía que poco tenía que ver con los intereses de la Iglesia, sino más bien con aquellos que hacían referencia a sus privilegios dentro de un contexto localista. En este sentido calificamos a ciertos sectores de la iglesia como fuerzas infraestatales durante los siglos XVII y XVIII. (Ver WERNER NAEF, La idea del Estado en la Edad Moderna. Madrid, 1973, p. 8).
94
así en la esfera del poder político e ideológico. Aunque a lo largo del siglo XVII y ya desde
tiempos de Felipe II la política regalista de los reyes había logrado quitar grandes
atribuciones a la Iglesia, ésta seguía siendo, en la medida de lo posible, una hábil fuerza de
resistencia a los deseos integradores de la Monarquía, sabiéndose unir a ella y a las capas
sociales superiores, en tanto que estamento privilegiado, cuando la ocasión lo requiriese y no
fuese en detrimento de sus intereses.
La expansión del clero oriolano data, sin lugar a dudas, del siglo XVI y guarda, en
relación con el resto de España, una gran «paralelismo con la curva de la coyuntura
económica...»200. Fue precisamente en este siglo, tras largo y violento pleito con Murcia y
Cartagena, cuando consiguió desgajarse el obispado oriolano aprovechando la
racionalización administrativa deseada por Felipe II y en virtud, quizás, de una holgada
situación económica que hacía factible las dotaciones pecuniarias del mismo. En esta época
también la Colegiata accedió al rango de Catedral.
Fue asimismo entre 1490 y 1610, cuando los principales conventos de religiosos
comenzaron a erigirse en Orihuela, viniéndose a unir a las primitivas instalaciones fundadas
por mercedarios y agustinos en las centurias anteriores. Franciscanos, dominicos, carmelitas,
trinitarios, alcantarinos y capuchinos llegaron a Orihuela durante este amplio período201,
siendo acompañada su presencia por fundaciones de conventos femeninos -franciscanas de
San Juan, agustinas calzadas y dominicas-, a las que siguió también la erección del beaterio
de Santa Lucía. De la época de los inicios de la segunda expansión agraria data, por el
contrario, la llegada de los jesuitas, entre 1690 y 1696, y la de los antonianos en 1728202. Las
épocas centrales del siglo XVII se vieron, lógicamente, huérfanas de fundaciones, si
exceptuamos la entrada de los hospitalarios o frailes de San Juan de Dios, que llegaron a la
ciudad en 1624. Diecinueve cofradías no profesionales y cinco profesionales se crearon en el
período 1490-1610, dando esto una idea de la intensa participación de los oriolanos en la
vida religiosa y de lo impregnada que estaba su existencia en la materia, según ha mostrado
200 Antonio DOMÍNGUIEZ ORTIZ: «Aspectos sociales de la vida eclesiástica en los siglos XVII y XVIII» en La Iglesia en la España de los siglos XVII y XVIII. Vol. IV de Historia de la Iglesia en España, dirigida por R. GARCÍA VILLOSLADA, Madrid 1979, pp. 5-70, p. 23. 201 E. GISBERT y BALLESTEROS: Op. cit. vol. III, pp. 642-655. 202 Ibidem.
95
de manera exhaustiva Juan Bautista Vilar203. El siglo XVII, menos prolífico por razones
consabidas, vivió la erección de nueve cofradías no profesionales, mientras que en el siglo
XVIII, a pesar de los esfuerzos de muchos prelados ilustrados por evitar la multiplicación de
estas instituciones, en aras de conseguir una religiosidad de tipo rigorista, se fundaron
todavía diez más, como prueba de su apego a las costumbre espirituales del Barroco difíciles
de desarraigar. Seis ermitas, extramuros de la ciudad, donde se celebraba el oficio de la misa,
tres parroquias -la de Santiago, el Salvador y Santa Justa y Rufina- y un amplio muestrario
de lugares y recintos, públicos y privados para la exteriorización del culto -santuarios,
capillas, cruces, imágenes, etc.204-, completan ese cuadro que jalonado por la presencia de la
Universidad en el recinto de los dominicos, y del Seminario tridentino, hablan por sí solos de
la influencia del clero de la Orihuela Moderna.
A lo largo del presente capítulo hemos aludido con creces al poder económico de la
Iglesia oriolana. Nos queda, tal vez, ampliar estos detalles y referirnos a otras cuestiones de
matiz importantes: el número de sus miembros; sus caracteres distintos dentro de la división
entre clero secular y regular; su jerarquización y los niveles de convivencia alcanzados entre
ellos, los fieles, y las instituciones laicas que gobernaban la ciudad. Muchos de estos
aspectos serán desarrollados en los capítulos siguientes con mayor detalle. Pero conviene, no
obstante, hacer una serie de precisiones que sirvan para enmarcar con mayor exactitud la
situación en que queda la Universidad en relación con este estamento.
Los perfiles del clero secular oriolano, como los del resto de la España Moderna,
siguen permaneciendo borrosos, en tanto la existencia de la simple tonsura capacitaba para
verse incluido en los privilegios que deparaba el estado clerical, sin necesidad de renunciar
por ello a una existencia propia de seglar. Los casos del infante Don Fernando, hermano de
Felipe IV, gobernador de Flandes y valeroso militar, nombrado Arzobispo de Toledo; de Don
Juan José de Austria, acumulando prebendas eclesiásticas; o del Conde Duque de Olivares,
canónigo de Sevilla, son, por su espectacularidad, sobradamente conocidas205, pero no los
únicos, ni propios tan sólo de los altos escalones de la jerarquía. Tonsurados y clérigos de
menores pulularon por la Orihuela moderna en busca de prebendas y mercedes de menor
203 Juan Bautista VILAR: Op. cit. consúltese vol. II. 204 Ibidem. 205 Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ: «Aspectos sociales...», p. 29.
96
alcance, mezclándose con sacerdotes, dignidades catedralicias y otros miembros de la Iglesia,
formando un grupo heterogéneo atraído por la cómoda vida ciudadana y por las posibilidades
de promoción, dentro del marco de la diócesis, que podían conseguirse estando al lado de los
centros donde emanaba el poder.
En la cúspide de la jerarquía eclesiástica secular estaba el obispo, que era presentado
por el monarca al ejercer éste el derecho de patronato sobre la sede y sobre los beneficios de
nueva creación. El obispado quedaba integrado así dentro del área metropolitana de
Valencia. Sus rentas ascendían a 10.000 ducados, una cantidad más bien baja si la
comparamos con el resto de las mitras españolas, pero tal vez más que suficiente para las
dimensiones de la diócesis206 y para comenzar una andadura que se presentaba halagüeña en
el contexto de la expansión agraria comercial. Aunque a últimos del siglo XVII estas rentas
apenas alcanzaban las 8.000 Libras207, a mediados de la centuria siguiente sus ingresos
estaban en torno a las 28.000208, cosa perfectamente lógica si tenemos en cuenta la puesta en
explotación de nuevas tierras. En todo momento, al parecer, y si exceptuamos la crisis del
siglo XVII, la mitra oriolana tuvo rentas suficientes como para desenvolverse con cierta
holgura en tareas administrativas, piadosas y benéficas, y para sustentar, quizás, si a ello
hubiesen destinado parte sustanciosa de sus bienes, un buen número de curas y parroquias.
No fue, por el contrario, una sede rica, capaz de despertar grandes apetencias entre el alto
clero. Debido a esta razón, durante buena parte de los siglos XVII y XVIII, el obispado
oriolano fue un lugar de promoción para alcanzar sedes más apetecibles, o el lugar de asiento
definitivo de una serie de prelados con poco futuro en la carrera eclesiástica209. Hombres de
formación universitaria en su totalidad, buenos administrativos y procedentes en su mayor
parte del clero secular -a excepción de cuatro regulares, tres pertenecientes a la orden de
Santo Domingo y otro a la de San Francisco- desfilaron por Orihuela en número de
veinticuatro entre 1566 y 1815210. Destacaron entre ellos hombres como José Esteve,
impulsor del II Sínodo Oriolano; Luis Crespi de Borja, artífice de los estatutos universitarios;
206 Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ: «Las rentas episcopales en la Corona de Aragón en el siglo XVIII» en J. NADAL y G. TORTELLA, Agricultura, comercio colonial y crecimiento económico de la España contemporánea. Barcelona, 1974, p. 26. 207 Ibidem. 208 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. III, p. 795. 209 Ibidem. Vol. II, p. 351. 210 Ibidem, p. 352.
97
y las figuras de Elías Gómez de Terán y José Tormo, ambos ya en el siglo XVIII, como
protagonistas de las principales reformas introducidas en la diócesis siguiendo el espíritu
ilustrado.
No fue la diócesis oriolana una mitra sacudida por largas vacantías; dos años tan sólo
se produjo este fenómeno durante el Seiscientos y otras tantas veces en la centuria siguiente.
No obstante, y aunque este hecho no fuese razón suficiente para ello, la autoridad episcopal
se resintió de modo harto frecuente durante las dos centurias a causa de la oposición que en
todo momento le dispensó el arrogante Cabildo catedralicio; la auténtica oligarquía
eclesiástica de la ciudad. Un antagonismo casi perenne, caracterizó las relaciones entre las
dos máximas jerarquías de la autoridad religiosa oriolana. Las razones particulares del
enfrentamiento fueron múltiples pero por encima de todas subyació una, y fue el carácter
estable, reforzado por la colegiatura, que ostentaba el Cabildo; un Cabildo con rentas
sustanciosas, receptor celoso y estricto de parte de los odiados diezmos en que se
fundamentaba parte de su prestigio y autoridad; un Cabildo que conocía los entresijos de la
política oriolana y que deseaba perpetuar el sistema que les deparaba tan favorable situación.
Frente a él la figura del prelado representó en todo momento el peligro de la reforma, de la
novedad que subvertía la normalidad existente, viniese en forma de reciclaje del clero, de
control de las funciones religiosas o del intervencionismo en las cuentas de la mesa capitular.
El prelado era el elemento foráneo, intruso, que venía mandado por el monarca como
supervisor del derecho de patronazgo que gozaba sobre las prebendas y beneficios
catedralicios.
Seis dignidades y un número variable de canónigos -entre dieciséis y veintidós-
integraron esta oligarquía del clero secular durante los tiempos que tratamos. Por debajo de
ella, en el mismo seno de la comunidad catedralicia, un número variable de racioneros,
beneficiados, capellanes, músicos y subalternos aparecen tan sólo como una comparsa del
poder y la riqueza que controlaban los anteriores. La relación entre ambos grupos era de
dominio y sujección y se fundaba, sobre todo, en la participación desigual en los bienes
catedralicios y en el control que las dignidades y canónigos ejercían sobre la administración
de las rentas. La retribución anual de estos cargos hacia 1600, era la siguiente: 760 ducados
anuales para el Deán, 500 para las dignidades y 300 para los canónigos211. El escalón inferior
211 Ibidem, p. 358.
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que comenzaba en los racioneros estaba lejos de llegar a estas cantidades y, además, no
gozaban en la misma proporción de las copiosas rentas derivadas del diezmo, las primicias y
demás posesiones del Cabildo en el agro oriolano. Esta situación de desigualdad fue fuente
de conflictos y violencias en numerosas ocasiones, viéndose involucrada la figura del obispo,
tarde o temprano, como árbitro y, muchas veces, parte de la discordia.
Los ejemplos citados por Juan Bautista Viiar sobre el particular son múltiples. En
1619 ya hubo uno de estos enfrentamientos entre canónigos y racioneros. En 1737 se repitió
la historia y lo mismo ocurrió en 1742212. En 1758, las violencias llegaron al máximo a raíz
de la erección del Seminario conciliar. El Cabildo que debía subvencionarlo de sus bienes,
deseaba también ejercer un control riguroso sobre la institución en contra de lo dispuesto por
el fundador, Don Elías Gómez de Terán, que había mandado, como prelado de la diócesis,
que fuese gobernado por los sacerdotes Píos Operarios. Miembros del Cabildo subieron
armados hasta el Seminario y dispararon sus armas para intimidad a los sacerdotes, mientras
que, momentos antes, una dignidad aprovechando la ocasión de sede vacante, exclamaba:
«que desharía él una hora quanto se había adelantado a favor del Colegio»213.
No fue éste el único problema por estas fechas; el clero parroquial de la diócesis se
enfrentó también con el Cabildo ante los abusos cometidos por el Vicario capitular en el
tiempo de la vacantía ocasionada por la muerte de Terán. Este cargo, haciéndose eco quizás,
de la baladronada de su compañero en el Cabildo se dedicó, en efecto, a demoler los intentos
reformistas llevados a cabo por el obispo: concedió dimisorias para subdiaconado sin que
existiesen beneficios para ellos, otorgó dispensas de proclamas matrimoniales, sacó del
obispado los libros del Archivo, etc.214. Todavía en 1781 coleaba este asunto cuando el
obispo D. José Tormo hubo de desterrar al Deán, dos canónigos y el Magistral. Asombrado
el prelado de la obstinación del Cabildo, escribía a la Cámara que todas las infracciones eran
cometidas bajo «la máxima del Cabildo nunca muere...»215, frase que habla a las claras de la
postura arrogante e indómita de la institución.
212 Ibidem, pp. 360-361. 213 A. C. O.: Expediente sobre el Seminario, año 1784. Fol. 74v. 214 Ibidem. Fols. 61v.-62r. 215 A.G.S.: «Gracia y Justicia» Legajo 1.023.
99
Pero no todos los pleitos y violencias protagonizadas por el Cabildo tuvieron como
oponentes al bajo clero catedralicio o parroquial y al obispo. Los regulares entraron también
de lleno en la dinámica de las tensiones centradas en la Catedral. En especial, los dominicos.
Los motivos de los enfrentamientos fueron asimismo de todo tipo, desde cuestiones
meramente protocolarias -problemas de orden y prelación en funciones religiosas y
académicas- hasta otras relacionadas con el espinoso tema de los diezmos, pasando por otras
referentes al control del Estudio General. En 1596 se desataba, por ejemplo, un duro
conflicto entre canónigos y dominicos a raíz de la negativa de los segundos a pagar los
diezmos de los que se consideraban exentos por bulas pontificias y otros privilegios216,
asunto del que nos ocuparemos en capítulos sucesivos. En 1664 una cuestión de prestigio, la
precedencia que debían guardar dignidades y canónigos a los doctores de la Universidad,
ocasionaba un grave enfrentamiento que traía como consecuencia el abandono del cargo de
rector por parte de un miembro del clero catedralicio -conforme rezaban los estatutos- y la
casi paralización de la vida académica durante varios años217. En 1691, los miembros del
Cabildo reclamaron a los dominicos el cadáver de Juliana Martínez que había sido sepultada
en la iglesia de los regulares. Ante la negativa de éstos a su devolución en base a la voluntad
testamentaria de la finada, el clero de la Catedral que veía perjudicados sus derechos, entre la
noche del 26 y 27 de junio, fue hacia la casa de la comunidad y «allando las puertas cerradas
de la Iglesia, con violencia las descerrajó y rompió, hecho lo qual desenterró el cuerpo de
Juliana Martínez y se lo llevó a su Iglesia»218. El incidente dio lugar a un enconado pleito del
que dimos cuenta en un trabajo anterior219 y que sólo se resolvió años más tarde, en 1734, a
favor de los Dominicos, que gastaron en él grandes sumas de dinero.
El Cabildo catedral era, por lo tanto, una fuerza política e ideológica importante en la
Orihuela de los siglos XVII y XVIII, celoso de sus derechos y privilegios de todo orden y
con un papel fundamental en la formación del clero diocesano e incluso del resto de las
profesiones liberales que un día podían acceder a las filas de la oligarquía urbana, legistas,
canonistas, médicos, etc. Papel que se aseguraron a través de su participación en el gobierno
216 Mario MARTÍNEZ GOMIS: «Aportación al estudio de la financiación...», p. 432. 217 Archivo Corona de Aragón (en adelante A.C.A.). «Consejo de Aragón» 763/19-1. 218 A.H.O.: Libro de Consejos del Colegio de Predicadores desde el 12 de febrero de 1625 hasta el 13 de enero de 1754. Fol. 135. 219 Mario MARTÍNEZ GOMIS: «Notas sobre tensiones y violencia interclerical en la Orihuela del siglo XVIII» comunicación al II Coloquio sobre los Países de la Corona de Aragón. Pau (Francia), 1981 (en prensa).
100
de la Universidad.
A su lado, el bajo clero parroquial ciudadano, -como el comarcal o diocesano- dentro
de la desigualdad económica que lo caracterizaba debido a las distintas dotaciones y rentas
de iglesias, capillas o beneficios, fue un elemento típico de la Orihuela barroca y
Setecentista. Clérigos absentistas, ordenados de menores, que buscaban un buen patronazgo
al calor de la curia o del Cabildo -las coadjutorías-, de las pequeñas casas nobiliarias o del
ascenso social que podía suponer el pasar por las aulas universitarias, pulularon por la capital
meridional del Reino, otorgándole el carácter levítico que tanto han resaltado cronistas e
historiadores. Según Juan Bautista Vilar, hacia 1600 la ciudad de Orihuela albergaba a más
de la tercera parte de la totalidad del clero secular del Obispado220. Esta proporción aumentó
a raíz de la crisis y debido a la despoblación de los campos. Sólo pasado el primer tercio del
siglo XVIII se dio de nuevo la dispersión del clero secular. Si algo se mantuvo relativamente
estable durante siglo y medio fue el número de parroquias de la diócesis que no subrepasó las
cuarenta y cuatro citadas por Martínez Paterna en 1622221.
En páginas anteriores ya hemos trazado algunas notas sobre la pujanza del clero
regular oriolano. El tema, digno de un trabajo monográfico, no puede tener aquí más cabida
que la dedicada al resto de los grupos sociales y confesionales tratados hasta el momento.
Durante los siglo XVII y XVIII, entre doce y trece conventos estuvieron presentes en la vida
oriolana contribuyendo a resaltar el carácter sacro de la ciudad, su capitalidad indiscutible en
el terreno religioso. Todavía en 1786, aunque Alicante había crecido poblacional y
económicamente más que la vieja sede de la Gobernación, Orihuela poseía trece de los
treinta y seis conventos existentes en la diócesis, cuatro más de los que contaba la rica ciudad
portuaria222. No todos, por supuesto, gozaban del mismo prestigio o poseían idénticas rentas;
no todos ejercieron un nivel de influencia similar sobre la población en los distintos campos
donde podía hacerse sentir su actuación: la religión, la piedad, la educación, la trasmisión da
renta en forma de trabajo o de limosna, etc. Las diferencias dentro del clero regular entre
comunidades, más que dentro del propio seno de las mismas, fueron similares a las existentes
220 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. II, p. 378. 221 Francisco MARTÍNEZ PATERNA: Op. cit. p. 858. 222 A.H.N.: «Sección Estado» Legajo 3.182, nº 163. Plan General de Personas de todas clases y edades de la Diócesis de Orihuela, según la enumeración practicada con la debida exactitud conforme a la Real Orden de 25 de julio de 1786.
101
dentro del clero secular. Cada convento, con el tiempo, decantó sus funciones hacia una
parcela específica, buscando un terreno de actuación propio en las reglas de sus órdenes
respectivas, que le permitiese encontrar su lugar de influencia en la ciudad. No obstante fue
muy frecuente que a lo largo de los dos siglos se produjesen choques y rivalidades entre los
diversos conventos, de la misma manera que ocurrió en otros sectores del clero.
Resulta curioso señalar como las órdenes de más arraigo en Orihuela y aquellas que
mayor ascendencia lograron sobre la población -si exceptuamos a los capuchinos- fueron las
cuatro viejas órdenes mendicantes de origen medieval; los mercedarios, agustinos, dominicos
y franciscanos conventuales. Como en otros tantos casos, la ciudad parecía lugar propicio
para el desarrollo de las viejas fórmulas de captación y proselitismo tanto en lo que hace
referencia a la vida política y económica, como en el terreno de la religiosidad. Las órdenes
reformadas, los observantes, tuvieron una presencia más lánguida y, sólo excepcionalmente,
en algunos momentos, dejaron sentir con alguna fuerza su impronta.
A la cabeza del clero regular, por su potencial económico, por la función docente
desarrollada al frente de la Universidad que se levantaba aneja a la casa de la comunidad
convertida en Colegio, estaban los dominicos. Rivales directos del Cabildo catedralicio por
compartir el gobierno del Estudio General, por conservar intactos sus privilegios y sus
grandes propiedades, los dominicos, señores de Redován y Hondones, actuaron al margen de
sus funciones piadosas como una auténtica empresa económica que debía velar por aquellas
parcelas donde habían depositado sus grandes inversiones: el patrimonio creado a raíz de las
donaciones del Arzobispo Loazes, respaldado por bulas pontificias que lo hacían casi
inviolable; el monopolio de la docencia superior en la Gobernación y obispado, que los
acercaba a los cuadros del poder fáctico y la esfera de la religiosidad como complemento
ideológico para sustentar su poderío; parcela esta última de mayor competitividad, dado el
número de conventos establecidos en la ciudad. Su actuación en estos terrenos la
desarrollaremos en capítulos sucesivos. Sólo retener por el momento, que la defensa de estos
intereses, a la larga, convertiría a los religiosos de Santo Domingo en una comunidad exenta,
cada vez más, de simpatía por parte de los diversos grupos ciudadanos; su rivalidad con
agustinos y jesuitas, principalmente, debida a cuestiones de prestigio y las interferencias en la
actividad educativa, su apoyo a las tesis contrarias al dogma no definido de la Inmaculada
Concepción, les granjearía esas enemistades, a las que contribuyeron, sin duda, los pleitos
mantenidos con el Consell de la ciudad -su deudor por antonomasia- y con el Cabildo
102
Catedral.
El resto de las órdenes religiosas se caracterizó también por una forma concreta de
actuar. Los mercedarios que, a mediados del siglo XVIII, seguían a los dominicos en poderío
económico dentro del clero regular, encaminaron sus esfuerzos hacia la redención de
cautivos chocando en el tema de la recolección de limosnas con los trinitarios, dando lugar a
los consabidos roces y pleitos223. Los agustinos se significaron, en cambio, por su
acercamiento, hasta la llegada de los jesuitas, a las capas del patriciado urbano donde
desarrollaron sus tareas piadosas gozando a cambio de sus favores. Su influencia quedó
patente en el papel reservado por el Consell al prior de la comunidad como consejero en los
asuntos de importancia y en el hecho significativo de que en su iglesia tuvieron capilla propia
y sepultura los Rocamora, los Almodóvar y los Meca, entre otras familias de prestigio224.
Contra esta situación se levantarían los franciscanos, desplazados del lugar de honor en los
actos públicos por los anteriores. La rivalidad entre ambas órdenes fue tal, por esta cuestión
protocolaria, que los seguidores de San Francisco elevaron su convento a categoría de
Colegio bajo la advocación de la Purísima Concepción, sólo con la idea de dejar de concurrir
a los actos públicos como convento tras los agustinos. La maniobra, sin embargo les salió
mal al desatar los recelos del Cabildo Catedral y de los dominicos que vieron un competidor
de la Universidad y no tardaron en frustrar el proyecto obligando a trasladar el Colegio a
Murcia a los pocos meses de su entrada en funcionamiento225. La llegada de los alcantarinos
-franciscano descalzos- a principios del siglo XVII, fue también motivo de disputa para sus
hermanos conventuales. Los carmelitas y los trinitarios, por su parte, como hicieron más
tarde los jesuitas, se distinguieron por su acercamiento al mundo de la docencia impartiendo
cursos de Filosofía y Teología, entrando a mediados del siglo XVIII en competencia con la
Universidad que hubo de prohibir que realizasen actos públicos académicos sin permiso del
rector del Estudio General226, lo que equivalía a reconocer la superioridad de la autoridad
compartida por canónigos y dominicos en el campo de la enseñanza.
No difirió mucho la actuación de los jesuitas en Orihuela con respecto a su manera de
223 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. II, p. 431. 224 Ibidem, p. 439. 225 Ibidem, p. 440. 226 A.H.O.: «Libro de Grados y Acuerdos de la Universidad de Orihuela años 1686-1697». Fols. 310v.-319r.
103
obrar peculiar dentro y fuera de España. Instalados tardíamente, en 1695, lo hicieron, en
cambio, por la puerta grande, gozando del favor del Consell y contando con el apoyo de las
élites ciudadanas que pusieron a su disposición rentas y tierras que servirían de base para la
puesta en funcionamiento de la Casa de la Compañía que se tituló Colegio de la Inmaculada
Concepción, San Joaquín y Santa Ana227. Desde 1692 contaban ya con la dotación
municipal de 230 Libras anuales para el mantenimiento de dos cátedras de Gramática que
habían usufructuado los dominicos y que, hasta el momento de la explusión, gozarían ellos.
Años antes incluso de que el Colegio abriese sus puertas oficialmente, habían ganado ante
la Audiencia valenciana el pleito planteado por los dominicos que se resistían a dejar
escapar de sus manos la enseñanza primaria. En 1717, estaba claro que los jesuitas habían
conseguido algunos de sus propósitos como era, por ejemplo, sustraer a los predicadores y
otros conventos de la ciudad la educación de los hijos del patriciado. En un acto de
conclusiones celebrado por estas fechas se habla a las claras de la situación: el ejercicio
dialéctico se celebraba en honor del Gobernador Civil y Militar de Orihuela y contaba con
la presencia de destacadas personalidades que asistieron a ver la defensa realizada por el
hijo del Alcalde Mayor de la ciudad, uno de los protagonistas de la función académica228.
Los frailes más estimados de modo general por los habitantes de Orihuela no fueron,
sin embargo, ninguno de los citados hasta ahora. Este honor lo recabaron los capuchinos
quienes, a juicio de Juan Bautista Vilar, ejercieron además una influencia más profunda y
continuada sobre los oriolanos229 desde que en 1610 entraron en la ciudad bajo la
protección del Marqués de Caracena. Las razones de esta estima se debieron a su labor de
apostolado incesante en calles y caminos, a la abnegación desplegada en algunos momentos
críticos -en especial durante la epidemia de 1678- y al hecho de haber dado a Orihuela una
serie de individuos de indudable piedad y carisma que mantuvieron un contacto directo con
el pueblo; contacto no excesivamente prodigado por el resto de las órdenes que poseyeron,
no obstante, otros medios más cómodos de hacer proselitismo.
La adscripción que cada convento tuvo a una devoción particular íntimamente
vinculada a los aspectos más espectaculares de la religión barroca fue, quizás, esa manera
227 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. II, p. 457. 228 A.H.O.: «Libro de Grados y Acuerdos de la Universidad de Orihuela años 1715-1721». Fol. 161r. 229 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. II, p. 449.
104
cómoda -que no excluía otras más abnegadas- de recabar una clientela y de conservar una
devoción monopolizada. Así, los dominicos centraron en su Iglesia el culto a la Virgen del
Rosario como remedio para la sequía230; los alcantarínos se pusieron bajo la advocación de
San Gregorio Taumaturgo, patrón de la ciudad y protector de la misma contra las
inundaciones del río231; los carmelitas hicieron lo propio con San Pablo, nombrado por el
Consell de la ciudad, abogado contra la peste desde los trágicos sucesos de 1648232, etc.
Los conventos femeninos -clarisas, dominicas, agustinas- y beaterios completan este
cuadro del clero oriolano que otorgó, sin duda, un carácter peculiar a la ciudad. Para el siglo
XVII desconocemos el número de clérigos que habitaban en Orihuela. Este, en cifras
porcentuales, no debió diferir mucho del cómputo realizado para mediados de la centuria
siguiente, si tenemos en cuenta que en lo referente a la religiosidad, Orihuela siguió anclada
en las viejas costumbres del Barroco y que el poderío de la Iglesia, aunque se resintió, siguió
vigente a lo largo del siglo XIX, potenciándose además por el funcionamiento del Seminario
desde 1742.
En 1769, el clero instalado en la capital del Bajo Segura estaba integrado por 661
personas de un total de 17.183 con que contaba la ciudad según el Censo de Aranda233.
Suponía además, el 40’5% del total del clero diocesano, cifrado en 1.632 almas, siendo, por
tanto, todavía notable la concentración clerical urbana. Hacia 1789, el número de
eclesiásticos se había incrementado en relación con la fecha anterior. 1.714 personas eran
ahora las pertenecientes al estamento en toda la diócesis234. De ellas, 1.108 pertenecieron a
órdenes religiosas (859 a masculinas y 249 a órdenes femeninas) mientras que el resto, 606,
estaban adscritos al clero secular. Solo conocemos para Orihuela ciudad el número de
clérigos regulares que habitaban en sus conventos: un total de 395 personas. Esta cifra
comparada con el total de 661 miembros del clero ciudadano de veinte años antes, nos
permite evaluar a groso modo el número de personas que integrarían el clero secular
ciudadano a finales de la centuria, unas 275 personas aproximadamente. La proporción total
230 A.H.O.: «Libro de Consejos del Colegio de Predicadores desde el 12 de febrero de 1625...». 231 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. II, p. 443. 232 Ibidem, p. 447. 233 Ibidem, p. 694. 234 A.H.N.: «Sección Estado» Legajo 3.182, nº 163. Plan General de Personas...
105
del estamento eclesiástico oriolano era del 2’5% o del 3% sobre el total de la población
ciudadana, más alto que la media calculada por Antonio Domínguez Ortiz para Castilla en la
época de máximo esplendor de nuestra clerecía235, lo que viene a avalar cuanto llevamos
dicho sobre la importancia del clero en Orihuela y sobre un aspecto que no nos cansaremos
de señalar en páginas sucesivas: el anclaje de la sociedad del Bajo Segura en las viejas
fórmulas de convivencia, y su apogeo a los valores tradicionales.
LA ADMINISTRACION GUBERNAMENTAL Y URBANA
El carácter de ciudad fronteriza de Orihuela en la parte meridional del Reino
valenciano, tuvo a lo largo de la historia, mucho que ver, probablemente, con la postura
regresiva que paulatinamente fueron adoptando sus fuerzas sociales ante los elementos de
cambio que, lentamente, fueron operando en otras ciudades valencianas durante los siglos
XVII y XVIII. No fue ésta, por supuesto la única ni principal razón del fenómeno del
estancamiento oriolano. A lo largo de las páginas anteriores hemos intentado esbozar otras
causas de consecuencias más excluyentes: la larga fase depresiva del Seiscientos, las
características peculiares de la expansión agraria posterior, el escaso crecimiento de las
manufacturas y, por último, los vínculos de poder que se establecieron a raíz de estos hechos
reforzando el papel preponderante de los terratenientes y del clero. Ciudad mimada por los
monarcas medievales que le otorgaron privilegios y amplios poderes administrativos sobre
las comarcas del sur valenciano, Orihuela vio, con el paso del tiempo, cómo la vieja situación
estratégica, origen hasta cierto punto de su esplendor en el siglo XVI, iba siendo poco a poco
relegada a un segundo plano por el advenimiento de otros factores que cobraban más
relevancia y que otorgaban a los centros urbanos limítrofes que los detentaban un rango
superior, si no en la teoría foral vigente hasta principio del siglo XVII, sí al menos sobre la
práctica. El auge portuario de Alicante, su canalización del comercio castellano, y el mayor
potencial económico que ello supuso para la ciudad vecina, trajo como lógica consecuencia
de su dinamismo, el deseo de hacer patente esta importancia con otros logros en materia
administrativa: ostentar la cabeza del episcopado y conseguir asimismo la capitalidad de la
235 Antonio DOMÍNGUEZ ORTIZ: Las clases privilegiadas..., pp. 205-206.
106
Gobernación236. Si Alicante fue el rival más poderoso de Orihuela dentro del Reino, Murcia,
al otro lado de la frontera castellana, competidora en todos los órdenes de la capital del Bajo
Segura, fue paulatinamente ahogando a la antigua capital de Gobernación en un espacio vital
más reducido.
Los Decretos de Nueva Planta, tras la Guerra de Sucesión, contribuyeron, mediante la
reforma administrativa, a aislar todavía más a la ciudad reduciendo su importancia política,
que tan sólo quedó intacta en el plano de la jurisdicción eclesiástica.
Los efectos de estos acontecimientos no han sido todavía estudiados, pero es evidente
que el sentimiento de frustración ciudadana, ante lo que deparaban los nuevos tiempos, debió
contribuir a la defensa a ultranza de las posturas más inmovilistas, máxime si tenemos en
cuenta los vanos esfuerzos realizados para evitar que Alicante fuese el puerto único de la
Gobernación; que esta ciudad le arrebatase la capitalidad de la Baylía en 1647237; que
Murcia, por último, en el siglo XVIII pugnase por hacerse con la Universidad oriolana en
unos tiempos aciagos para la institución238.
No podemos detenernos mucho en los pormenores de esta historia. Lo cierto es que la
vieja función administrativa y defensiva de la Gobernación ultra saxonam, creada en 1366
fue, a lo largo del siglo XVII, quedando cada vez más vacía de contenido. Hasta 1707, el
Gobernador con amplias funciones de comandante militar, juez de apelación en causas
civiles y criminales con su cohorte de funcionarios -lugarteniente, subrogado y asesor a la
cabeza- fue la representación de la Audiencia valenciana en un territorio que abarcaba desde
el norte de la huerta alicantina hasta los límites meridionales de la actual provincia de
Alicante. El cargo, aunque técnicamente tenía una duración de tres años, era concedido por el
monarca y en la práctica tuvo caracteres vitalicios, siendo otorgado, hasta la Guerra de
Sucesión, preferentemente a miembros de la nobleza y oligarquía oriolana (los Maça, los
Rocafull, los Rocamora, los Villafranca). A partir de este momento, el proceso de
homologacíón según los patrones administrativos castellano y francés introducidos por
Felípe V, acabaron con esta situación. El Reino de Valencia quedó reorganizado en trece
236 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. III, p. 725. 237 Ibidem, p. 736. 238 A.G.S.: «Sección Gracia y Justicia» Legajo 971. Consejo de 3 de octubre de 1781.
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Gobernaciones y Orihuela vio desgajarse su territorio en tres nuevas circunscripciones: la
Gobernación de Orihuela propiamente dicha, reducida al área comarcana y a parte del Medio
Vinalopó; la de Alicante, y la de Elche. Ni los cambios posteriores de 1720 o de la década de
los ochenta, que dieron paso al ajuste territorial en provincias, alteró ya la superficie que
quedaba bajo la administración de Orihuela convertida ahora en partido239. Pero la separación
a primeros de siglo de Elche y Alicante debió repercutir en Orihuela, que vio cómo estos dos
núcleos urbanos se alejaban de una manera legal -aunque ya lo estuvieran de hecho- de su
tutela. No sabemos hasta qué punto muchos intereses se volcaron con el fin de mantener una
sombra de prestigio perdido, en la conservación del Obispado o en qué medida la ubicación
de la mitra en la ciudad contribuyó a ese maridaje entre la iglesia y el pueblo y algunos
sectores de la oligarquía que condujeron más tarde hacia el carlismo. Lo cierto es que
Orihuela, por un ostracismo difícil todavía de comprender, salió malparada de la Guerra de
Sucesión. No sufrió una represión especial, en comparación con otras ciudades que siguieron
la causa del Archiduque, pero a partir de 1710 ningún oriolano volvió a ocupar el cargo de
gobernador o corregidor en su propio territorio.
El cuadro de la administración oriolana quedaría incompleto si no hiciéramos una
breve alusión al apartado que hace referencia al municipio. Algo hemos adelantado sobre el
particular al hablar de los grupos privilegiados que monopolizaban el Consell, un sistema de
gobierno colegiado similar al de tantas otras ciudades valencianas. El Justicia Criminal, con
las atribuciones de juez y Alcalde Mayor a la vez, ostentó la presidencia del mismo ayudado
por cinco Jurados con competencias administrativas tendentes a mantener el orden público,
recabar los impuestos, regular las cuestiones del abastecimiento urbano, así como a velar por
el cumplimiento de otros servicios del Común. Este grupo reducido de ediles gozó a lo largo
de todo el siglo XVII de grandes privilegios e inmunidades -dinero para gastos de
representación y vestuario, prioridad en todo tipo de actos, disfrute gratuito de raciones de
carne, pescado y demás subsistencias, etc.240-. El sistema de insaculación vigente, del que ya
dimos cuenta, veló por el reparto y perpetuación de estos cargos entre una minoría selecta de
la ciudad que tuviese rentas anuales superiores a las dos mil libras, que gozaba del estatuto de
la caballería o fuese ciudadano y que mantuviese, además, armas y caballo entre otras
condiciones restrictivas. 239 Juan Bautista VILAR: Op. cit. vol. III, p, 731. 240 Ibidem. Vol. II, p. 632.
108
Al lado de este grupo, los Consellers, cuarenta personas pertenecientes a similar
status, completaron con homogeneidad la clase política oriolana, evitando de este modo que
en el seno del gobierno de la ciudad pudiesen tener lugar disensiones o posturas
reivindicativas, como se dieron en otros centros urbanos valencianos durante la época
foral241. Esta falta de permeabilidad -que no excluye, como hemos señalado en otro lugar, la
integración en el grupo oligárquico de aquellos que podían reunir con el tiempo los requisitos
adecuados-; esta carencia de contestación legal al sistema, permitió que se gobernase con
cierta impunidad y que, en materia hacendística, se cometiesen tantos desafueros como
llegaron a realizarse en la Orihuela del Barroco.
Para la historia de la Universidad resulta imprescindible tratar de esbozar el tema de
la hacienda municipal oriolana. Raro es el autor que no haya reparado en el calamitoso
panorama que ofreció la misma entre 1600 y 1730 aproximadamente. James Casey ha
tratado con cierta extensión el problema, comparándolo con el de otras ciudades valencianas
y buscando su raíz en los orígenes de la crisis secular242. Es cierto que ésta y las calamidades
del siglo -las epidemias de 1648 y de 1678- contribuyeron al déficit de las finanzas y el
endeudamiento crónico243. Pero la actitud poco honesta de los gobernantes fue un factor
decisivo en el asunto. En 1691 cuando los dominicos descubrían un saldo favorable en la
hacienda municipal de 4.420 Libras, según las cuentas de la Clavería, denunciaban al
monarca, como tantas otras veces durante la centuria el impago de los censales que la
Ciudad les adeudaba, en términos muy duros:
«Pues si este excesso de recibo, o sobra anual de las rentas la emplease la ciudad en quitar censos,
en quan breves años se pudiera ver libre de la opresión de los censualistas? Pero si en lugar de quitar
censos, el Secretario de la Ciudad se queda con 1.500 Libras, y con cien cahíces de trigo, que la está
debiendo. El Assesor de ella se queda con 400 Libras, que también le debe; y otros muchos que han
manejado dinero de ella se han quedado con cantidades mayores: de lo que da fiel testimonio lo
sucedido el año passado; pues noticioso de esto el Virrey, que oy es de Valencia, mandó a la ciudad
que a los dichos les hiziesse pagar en continente; lo que ni hizieron, ni harán en muchos años porque
sus caudales no bastan en muchos años a resarcir tantas deudas: como, pues, con tanto quebranto 244
241 David BERNABÉ GIL: «Oligarquia municipal...», p. 225. 242 James CASEY: «El Regne de València...», pp. 177-188. 243 Mario MARTÍNEZ GOMIS: «La larga espera de la muerte...», pp. 152-153.
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podrá ir la ciudad en sus rentas en aumento?»244.
La denuncia resumía una situación que venía de lejos: las extralimitaciones de la
oligarquía concejil se prodigaban ya en el siglo XVI, motivo por el cual en 1624 el Dr.
Onofrio Bartolomé Guinart era comisionado por el rey para proceder a la reforma de los
estatutos de gobierno de la ciudad basándose en la «mala administració que i a agut»245. En
1651, en vista de que todo seguía igual, el Visitador Real D. Antonio Juan de Centelles,
introducía nuevas ordenanzas y, tras revisar los libros de cuentas municipales, condenaba a
una serie de caballeros al pago de cantidades expropiadas a la Ciudad durante el tiempo de su
mandato246.
La mala administración era un hecho constatable que tenía sus bases en la torpeza de
los ediles, dado que los presupuestos anuales debían, incluso en un año tan malo como 1652,
producir superávit, pero también constaba, como señalaba el procurador del Cabildo Catedral
«...que los del govierno se quedaban muchas cantidades»247.
No hicieron mucho efecto las reformas, tal y como se desprende de la denuncia de los
dominicos en 1691. El problema de la hacienda municipal se prolongó hasta mediados del
siglo XVIII, pese a las soluciones de emergencia que se intentaron introducir a lo largo de la
centuria anterior y que tendieron a reducir parte del capítulo de gastos, aligerando salarios de
la burocracia concejil e incluso reduciendo el número de empleos248. El recurso a recabar
ingresos extraordinarios -aquellos no derivados de la explotación de los propios y arbitrios-
fue contribuyendo al callejón sin salida del endeudamiento. En 1768 cuenta Jesús Millán que
la ciudad no se había desprendido todavía del pago de los préstamos acumulados a raíz de las
epidemias de 1648 y 1678249. Moratorias dictadas por el Monarca, el empleo de la coacción,
a veces sobre los acreedores, y el temor a que todo se intentase solucionar incrementando la
244 A.H.O.: Legajo «Papeles varios de la Universidad correspondientes al siglo XVII...». Memorial. 245 David BERNABÉ GIL: «Oligarquía municipal...», p. 226. 246 A.M.O.: «Contestador; 1652», fol. 405. 247 David BERNABÉ GIL: «Oligarquía municipal...», p. 230. 248 Juan Bautista VILAR: Op. cit. Vol. II, p. 658. 249 Jesús MILLÁN: Op. cit. fol. 652.
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presión fiscal sobre los contribuyentes, perpetuaron esta situación de irregularidades. A la luz
de las mismas se explican, como veremos, muchos de los problemas económicos por los que
atravesó el Estudio General, parte de cuyas cátedras debían ser subvencionadas del capítulo
de gastos ordinarios, procedente de los ingresos de la sisa del pescado, la sosa y barrilla
concedida por Valencia sólo para este efecto. El acuerdo no siempre se cumplió y la
inestabilidad económica municipal se convirtió en gran medida en la inestabilidad del centro
docente.
Resulta difícil establecer en qué momento del Setecientos se logró sanear la hacienda
municipal. Las noticias que poseemos en este sentido son a veces confusas o contradictorias,
puesto que la existencia de años con balance positivo en las cuentas no son un indicativo de
una debilitación del endeudamiento arrastrado durante años. Juan Bautista Vilar opina que la
simplicación de la burocracia concejil introducida a partir de la Nueva Planta y la creación de
la Junta de Recaudación, Administración y Distribución creada en 1760 para controlar los
gastos e ingresos urbanos, logró erradicar las malversaciones del período de los Austrias y
consiguió una situación financiera buena250. J. Millán es más escéptico al respecto: reconoce
los años de superávit durante la década de los 60 pero se pregunta dónde fue a parar este
dinero que no se encauzó en modo alguno hacía la redención de censales e hipotecas251.
Nosotros hemos recabado noticias que confirman la recuperación económica del Consell
alrededor de 1740, y otras que hablan de la plena disponibilidad de un superávit más o menos
constante en sus arcas durante los años anteriores a 1783. Concretamente, para este último
año se habla de «un sobrante de más de mil quinientos ducados»252. El carácter de la
información, aunque procedente del propio Ayuntamiento, no es excesivamente fiable dado
que se intentaba convencer a Madrid de que se poseían recursos suficientes para sacar
adelante la Universidad amenazada de extinción.
Si exceptuamos por lo tanto, algunos datos contradictorios que pueden aparecer como
fluctuaciones lógicas de la coyuntura expansiva, podemos observar un cierto paralelismo en
el devenir de los ingresos municipales, con el de la agricultura, las manufacturas y la
población durante los siglos XVII y XVIII. La mejor situación financiera del Ayuntamiento 250 Ibidem. Fols. 685-690. 251 Ibidem. Fol. 666. 252 A.M.O.: Copia autorizada de la Real Cédula de 20 de septiembre de 1790. Comprende los Estatutos, Plan de
111
oriolano cambiará de signo durante la última década del Setecientos cuando Orihuela vuelva
a sentir los efectos de la crisis. Será precisamente en este momento, cuando los cambios del
reformismo borbónico en materia educativa, iniciado unas décadas antes, comiencen a
cuestionar la continuidad de la Universidad del Bajo Segura. Coincidirá una etapa de escasa
solvencia económica del municipio con el hundimiento definitivo del Estudio General, que
había experimentado durante el Siglo de las Luces el período más brillante de su historia. La
coincidencia no era, en modo alguno, nueva, como veremos en las páginas siguientes. La
Universidad, íntimamente ligada a las vicisitudes de la vida urbana que hemos tratado de
esbozar en el presente capítulo, seguía viviendo el mismo camino trazado por la sociedad que
la había albergado durante dos largos siglos.
Estudios y régimen literario, económico, etc. de la Universidad Literaria. Orihuela.