Post on 05-Dec-2014
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Comentarios a “Economía a contramano” de Alfredo Zaiat
Por Federico Sturzenegger
@fedesturze
Alfredo Zaiat es, definitivamente, alguien que sabe lo que hace. Lo digo porque, a diferencia de un
documento reciente de la Gran Makro, el cual terminaba defendiendo políticas contrarias a las
implementadas por la Presidenta, Zaiat es bien consciente de lo que tiene que defender. Se puso,
por ello, como objetivo, el interesante desafío de escribir un libro que defienda el corralito de
pesos, el atraso cambiario, la política del Indec, la alta tasa de inflación, la reforma de la carta
orgánica del Banco Central, el uso de reservas para pagar deuda, el direccionamiento del crédito
en el sector financiero y las estatizaciones. Menuda tarea, en un momento en el que el modelo
destruye empleo, las exportaciones caen y la economía está estancada con inflación creciente. Por
supuesto que la crítica al neoliberalismo y a una ortodoxia complaciente con los grupos de poder
es un latiguillo usado múltiples veces, el cual resulta un aliado comunicacional importante para el
lector afín a un pensamiento similar y que por su repetición me hizo recordar al recurso que usó
hace unos días Lady Gaga gritando “Buenos Aires” cada par de estrofas para animar al auditorio.
Indudablemente, el libro tiene aciertos y muchos. Me gustó su férrea defensa de que el tipo de
cambio no está atrasado comparando el costo de vida de Buenos Aires con el de otras ciudades
del mundo. Resulta extraordinario cuando comenta que Martínez de Hoz fue el precursor de
manipular las cifras del Indec con su índice de precios “descarnado” (sin carne). Es valiente cuando
reconoce como un error el multar y procesar a la consultoras que elaboran índices de precios,
cuando reconoce una inflación del orden del 20%, o cuando crítica los intentos de contener la
inflación con los controles unipersonales del Secretario de Comercio. También considero que
acierta en un todo cuando elabora la inutilidad del concepto de reservas excedentes en la post
Convertibilidad o cuando defiende el pago de deuda con reservas internacionales (dos temas que
he defendido en soledad dentro del Pro y ante economistas más ortodoxos).
Es decir, definitivamente, hay muchas cosas para rescatar. Y, obviamente, muchas otras con las
que no estoy de acuerdo. Creo que aquí lo más interesante y constructivo es discutir sobre estos
puntos, más que volver a elaborar sobre las coincidencias.
Desde un punto de vista metodológico, el libro usa con reiteración el recurso de las citas. Esto es,
mencionar opiniones de mucha gente que abona el discurso o la idea que se propugna dando por
sentado que esto es una argumentación. Encuentro este recurso un poco débil. Por un lado,
porque algunas citas están descontextualizadas. Por ejemplo, Zaiat cita a mi ex colega de Harvard
Dani Rodrik, que dice que los países exitosos no han seguido los lineamientos de la ortodoxia, pero
omite mencionar que la política que más propugna Rodrik son los tipos de cambio ultra
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competitivos, que es justo lo contrario de lo que defiende Zaiat (asesoramos juntos al Presidente
de Sudáfrica, así que sé lo que digo). O, por ejemplo, cita la tesis doctoral de Rafael Correa, donde
dice que hay que inflar y no ajustar, pero sin mencionar que Correa es un presidente que tiene su
economía totalmente dolarizada! Para ser claros: en el Ecuador del revolucionario Correa no existe
la moneda local sino que circula sólo el dólar (que Zaiat intenta dibujar como un monstruo en
decadencia). En algunos momentos se presentan enunciados como “el software neoliberal
siempre es el único que se reconoce como legítimo, a pesar de sus patentes fracasos”. Pero esta
cita, planteada como una verdad revelada, corresponde a un sitio de internet de economistas
heterodoxos que tienen un manifiesto que firmaron apenas algo más de 6.800 personas. En el
ínterin, millones de personas votan esas políticas, supuestamente fracasadas.
Sin embargo, este uso de las citas bien podría considerarse un recurso literario válido y opinable,
sobre el cual no tenemos que explayarnos más. Pero no es así cuando las cifras son erróneas o los
períodos son tomados adrede para generar un determinado resultado, aún sabiendo que
proyectarlo a la actualidad generaría otra conclusión, o cuando el análisis metodológico es
incorrecto.
Un ejemplo de errores en los datos es mostrar un crecimiento de 0,9% para el año 2009, cuando
se sabe que fue más cercano a ‐3,5%. O decir que el plazo fijo es una mejor inversión que el dólar,
mostrando datos hasta 2011, a sabiendas que al incluir el año 2012 resultaría en números
totalmente distintos (entre 2003 y 2011 la devaluación fue del 40% pero hasta el 2012 cercana al
100% si tomamos como referencia la cotización del dólar “blue”). Otro error es computar el
rendimiento de la venta de oro realizada en los años ´90 sólo considerando la variación de precios,
sin tener en cuenta el retorno que se obtuvo con la inversión de esos fondos. También es erróneo
mencionar que los créditos que el BCRA obligó a los bancos a prestar con un interés del 15% les
deja a las entidades un margen del 4%, cuando se sabe que la tasa de captación de fondos ya está
por encima del 15%. Y así, podrían seguir enumerándose otros cálculos equivocados.
La discusión analítica
Con todo, lo más sustancioso del libro de Zaiat es la discusión analítica. Aquí plantea algunos
interrogantes interesantes. Por ejemplo, argumenta que el dólar es una obsesión compulsiva de
los argentinos (USD 50.000 millones circulando localmente) y se pregunta por qué Brasil no tiene
el mismo fenómeno o por qué persistió en Argentina, aún durante el largo período de baja
inflación de la Convertibilidad. Son preguntas interesantes, que entiendo tienen su respuesta en
las altas tasas de interés reales ‐en reales‐ que Brasil decidió mantener, así como en el ‐
probablemente equivocado‐ intento explícito de mantener una economía bimonetaria durante la
Convertibilidad. Pero de allí a pensar que la dolarización no tiene nada que ver con la
incertidumbre que el argentino asocia al peso, resulta un salto conceptual que no queda
demostrado. Más aún, plantear que la tenencia de dólares es un fenómeno que involucra sólo a
unos pocos (pareciera que se ve obligado a decir eso para dotar de una lógica “progresista” al
cepo cambiario), es un argumento que se choca con el propio número de circulante que el mismo
Zaiat nos ofrece.
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Zaiat argumenta, también correctamente, que una devaluación implica una redistribución
negativa del ingreso y que hay que evitarla a toda costa. Esto, sin embargo, choca con su propia
visión de que un tipo de cambio competitivo es una “estrategia para alentar la industrialización”,
el cual es planteado más adelante en el libro, a la vez que este punto se omite a la hora de explicar
el atraso cambiario. En la visión de Zaiat, la devaluación sólo genera inflación y ganancias para los
grupos industriales concentrados. Una duda que queda por responder es si Carlos Menem,
Domingo Cavallo o José Alfredo Martínez de Hoz hubieran recibido una felicitación de Zaiat por
evitar un acomodamiento cambiario en sus respectivas gestiones. Suponemos que sí. Sin embargo,
en esta discusión, el efecto del atraso cambiario sobre el empleo es ignorado completamente.
Para justificar el atraso cambiario, Zaiat plantea que la devaluación no es aceptable por su impacto
inflacionario (aunque luego no critica la inflación en el capítulo dedicado a este tema). Este
argumento, requiere, sin embargo, explicar por qué la devaluación de 300% en 2002 no generó
una inflación equivalente (la inflación en la 1ra mitad del 2002 fue del 40%). Zaiat argumenta que
las condiciones macroeconómicas eran diferentes, aunque hubiera podido explicar el resultado
fácilmente si hubiera visto que la cantidad de dinero también aumentó un 40% durante ese
período.
En la visión de Zaiat, además, una devaluación sólo incrementa las rentas de los sectores
monopólicos, por lo cual, si hubiera que devaluar, habría que hacerlo de manera sectorizada,
priorizando a los sectores más ineficientes. Pero esta visión, si bien tiene alguna aplicabilidad al
concepto de la renta a la tierra, no tiene asidero en la industria competitiva donde no existen
rentas. Y si existieran estos problemas de sectores monopólicos en el sector industrial la solución
primaria sería forzar la competencia en el sector, no reducir los incentivos a que se desarrolle con
los precios correctos.
Más exótica es su defensa del cepo, diciendo que es –simplemente‐ similar a las restricciones
impuestas por el control de lavado de dinero en Brasil y Chile, donde las operaciones de cambio
están obligatoriamente bancarizadas. Pero hay un trecho larguísimo, un camino casi
infranqueable, entre bancarizar una operación y prohibirla lisa y llanamente. Para Zaiat estas cosas
son lo mismo. O, quizás, no se anima a explicitar como se coarta la libertad económica de los
argentinos.
En el campo del Indec, Zaiat se mueve claramente con culpa. Sabe que índices confiables son un
activo que todo país debe tener. Si bien sorprende con una declaración respecto de que los índices
de precios estaban artificialmente inflados para pagar más deuda por CER (¿tenían en mente el
canje del 2005 quienes diseñaron el índice a principios de los ´90?), su argumento en defensa del
Indec se basa en que los índices de las consultoras son peores que los oficiales (algo que resulta
obvio, ya que usan menos datos), que no pueden utilizarse los índices de las provincias que
correlacionaban fuerte con el IPC bien medido porque el nuevo índice de precios mide otra cosa
(sic) o, directamente, que en todo el mundo se descree de las estadísticas oficiales.
Es cierto que los índices de precios tienen problemas y que medir la calidad y variedad introduce
sesgos (yo personalmente he trabajado mucho en el tema, encontrando importantes sesgos en la
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medición de Argentina previos al 2007). Pero lo cierto es que una cosa es tener un error de
muestreo, o usar menos datos, y otra cosa es poner en un índice números que no se condicen con
la realidad. Zaiat con valentía reproduce los reproches a este accionar por parte de un panel de la
UBA. Pero luego lo desestima, o ignora, como si con mencionarlo ya hubiera cumplido con su
conciencia.
Sin lugar a dudas, el capitulo más flojo es el dedicado a la inflación. Todo el capitulo está orientado
a demostrar que la inflación nada tiene que ver con la emisión monetaria, sino con la estructura
productiva de la Argentina o con el precio internacional de los alimentos. Curiosas explicaciones.
La primera, porque la estructura productiva de Argentina no cambió tanto desde los años ´90 y, sin
embargo, no había entonces inflación. La segunda, porque ‐de ser cierta‐ debería entonces verse
reflejada en todos los países latinoamericanos o, más aún, del mundo. Pero sólo Argentina y
Venezuela tienen estos niveles de inflación en Latinoamérica, ubicándose nuestro país entre los
únicos 7 países del mundo con una tasa de inflación superior al 20%.
Ahora bien, cuando va a testear la hipótesis que dice querer refutar (la relación entre emisión e
inflación), hace un ejercicio extraño. Muestra que los niveles de monetización en Argentina son
bajos relativos al PBI (algo obvio, ya que en un país con alta inflación la gente no quiere tener
moneda local). Pero eso nada dice respecto de la hipótesis que se quiere plantear. Lo que debería
haber mirado era el crecimiento en la cantidad de dinero, particularmente, durante la presidencia
de CFK. Habría visto, entonces, que mientras la base monetaria creció 170%, los precios lo hicieron
en otro tanto. Pero está claro, si Zaiat hubiera verificado y presentado este número, la base
argumental del capítulo se desmoronaba. Pero para que no se crea que esto fue una particularidad
de estos últimos años, vale mencionar que la emisión desde 1980 a esta parte fue de
48.000.000.000% y los precios se movieron 45.000.000.000%. Sólo en la imaginación de Zaiat,
Kiciloff y Cristina la inflación nada tiene que ver con emisión.
En lo que respecta a su capítulo sobre la deuda, Zaiat muestra el crecimiento en el stock de deuda
durante distintos gobiernos, pero inexplicablemente deja afuera a CFK. Claro, incluirla hubiera
mostrado una dinámica similar a la de otros períodos. Pero esto sería un pecado menor, ya que el
nivel de endeudamiento se mide típicamente como porcentaje del PBI y su reducción es uno de los
logros más importantes del kirchnerismo.
Para describir al sector financiero como un cuco, Zaiat comenta que el canje de deuda fue
reprimido por los mercados, los que en represalia vedaron el acceso al financiamiento. Pero esta
hipótesis no se sostiene en la realidad. El canje generó un periodo de gran optimismo con
Argentina, que incluso llegó a tener un muy bajo costo de fondeo, similar al de Brasil (Argentina
llegó a financiarse a 200 puntos básicos sobre los bonos del Tesoro norteamericano, a fines del
año 2006). Pero ese encantamiento post restructuración (lejos del costo que presume Zaiat) se vio
interrumpido por la manipulación del Indec, por el que se implementó el primer default (por
licuación del CER) en la historia en una economía en crecimiento. En definitiva fueron nuestras
propias políticas las que nos sacaron del mercado financiero internacional.
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Sobre el final de este capítulo, Zaiat hace un panegírico del no acceso a los mercados de capitales.
Yo en general estoy de acuerdo y apoyé mucho en estos años la política del desendeudamiento.
Sin embargo, en 2012, no puedo dejar de marcar que los costos del financiamiento internacionales
han bajado tanto, que parece una picardía no acceder a estos mercados para las múltiples
inversiones que el país necesita. No estoy solo en este cambio. En años recientes, han sido
gobiernos de izquierda como los de José Mujica y Evo Morales quienes han aprovechado los bajos
costos internacionales para acceder a los mercados, justamente con ese fin. En este sentido, mi
reflexión es que nunca una idea es buena siempre e independientemente de las condiciones. Sin
embargo, como ya dijimos, el libro no busca un análisis abierto, sino una defensa cerrada de las
políticas implementadas.
Tiendo a compartir la preocupación de Zaiat sobre una clase dirigente rentística y aprovechadora
del Estado. Pero discrepo totalmente con la propuesta de Zaiat para remediar el problema.
Mientras que para mí la solución es el trabajar férreamente para asegurar la competencia en
todos los mercados y evitar comportamientos rentísticos, Zaiat reconoce la necesidad de
favoritismo hacia algunos grupos y eventualmente las estatizaciones. Dice “las tensiones que
fueron irrumpiendo con grupos económicos denominados amigos del gobierno…resultaba que no
eran tan amigos, o en realidad, de lo que se trataba era de una política pública, no de amistad, con
empresarios nacionales, en la búsqueda de una imaginaria burguesía local”.
Reconoce que esta política fracasó, por lo que propone como solución la dominación de los grupos
o –directamente‐ la estatización. Pero esto lleva a absurdos tales como la defensa de Aerolíneas
Argentinas, una política que financia con impuestos regresivos una empresa que usan los más ricos
y que es hoy un coto de caza de puestos bien remunerados para agrupaciones políticas. Ese es un
ejemplo concreto de que hay un largo trecho entre el enunciado del progresismo y su puesta en
práctica (Uruguay vendió este año pasado su línea aérea de bandera, Pluna, ante los altos costos
que acarreaba).
En síntesis, el libro de Zaiat es una buena referencia sobre un libro que presenta una
argumentación militante de las políticas de un gobierno, haciendo caso omiso sobre si son aciertos
o fracasos.