Post on 25-Jul-2015
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El latinoamericanismo y el Canto General
Para algunos "lectores exigentes", el Canto General es una obra dispareja.
La Cordillera de los Andes es también una obra dispareja,
señores "lectores exigentes". Nicanor Parra
No resulta fácil abordar el tema del latinoamericanismo en el Canto
General. En primer lugar, porque el concepto de “latinoamericanismo” en la
época en que Neruda compuso su monumental poema no coincide del todo
con el concepto dominante de nuestros días. Y en segundo lugar –aunque el
primero, sin duda, en orden de importancia–, porque el Canto es, ante todo, el
testimonio poético de un autor que se encuentra en proceso de maduración
ideológica, un autor militante que inició la obra a fines de la década de 1930
concibiéndola como un Canto de Chile y luego fue transformando su propio
plan, en concordancia con nuevas perspectivas y conocimientos adquiridos en
los años de actividad y militancia política, exilio, clandestinidad, contactos
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con pueblos y culturas del continente, hasta convertir su proyecto inicial en un
Canto General de América –y no solamente de América Latina–, un inmenso
mural en el que aparecen retratados con brillantes colores y sombras ominosas
los pueblos y sus tiranos, los héroes y los anti-héroes, las trabajadores
sencillos y los opulentos sátrapas de todo el continente. El término mural es
apropiado porque el propio Neruda reconoció el poderoso influjo de los
muralistas mexicanos Orozco, Siqueiros y Rivera en el proceso ideológico que
lo condujo a dar forma al Canto General. En efecto, en 1940, como cónsul
general en México, conoció y admiró a los grandes muralistas, especialmente
a Rivera y Siqueiros quienes –no por casualidad– habrían de ilustrar la
primera edición del Canto General.
Hitos ideológicos en la génesis del Canto
Conviene, pues, establecer algunos hitos en la génesis del Canto. Si bien es
cierto que la estancia en México abrió para Neruda una perspectiva
continental de los problemas sociales y políticos, todavía continuaba
trabajando en el plan de un Canto de Chile. Fue en 1943, con ocasión de su
visita al Perú y a las ruinas de Machu Picchu, cuando se precisó la idea de
realizar, para el continente americano, el gran mural poético de nuestras
glorias y tragedias, desde la perspectiva del pueblo trabajador. Así lo cuenta
Neruda:
Allí comenzó a germinar mi idea de un Canto General americano. Antes había persistido en mí la idea de un canto general de Chile, a manera de crónica. Aquella visita cambió la perspectiva. Ahora veía a América entera desde las alturas de Macchu Picchu. Este fue el título del primer poema con mi nueva concepción. (Pablo Neruda, conferencia "Algo sobre mi poesía y mi vida", primera charla de un ciclo que el poeta dio en la
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Universidad de Chile en 1954, al cumplir sus 50 años. Se publicó en la revista Aurora, Nº1, julio de 1954.)
Sin embargo, el Canto a las Alturas de Machu Picchu no fue escrito de
inmediato. Tomó forma definitiva dos años más tarde, poco antes de comenzar
el período de proscripción y clandestinidad para el poeta:
Escribí Macchu Picchu en la Isla Negra, frente al mar. (Ibid.)
En 1945 Neruda había sido elegido senador –con su apellido real, Reyes–
por las provincias mineras del Norte. Pocos meses más tarde (8 de julio) se
afilió al Partido Comunista, a cuyas filas perteneció por todo el resto de su
vida. Puede afirmarse, entonces, que el Canto General es concebido
precisamente en el momento en que el poeta define su ideología y su
militancia política. La participación en la lucha popular va exigiendo y
precisando nuevas formas poéticas:
Mi contacto con las luchas populares iba siendo cada vez más estrecho. Comprendí la necesidad de una nueva poesía épica, que no se ajustara al antiguo concepto formal. La idea de un largo poema rimado, en sixtinas reales, me pareció imposible para los temas americanos. El verso debía tomar todos los contornos de la tierra enmarañada, romperse en archipiélago, elevarse y caer en las llanuras. (Ibid.)
En septiembre de 1947 Neruda tomó una licencia para dedicarse por entero
a su Canto General. Pero los acontecimientos políticos se precipitaron. El
presidente González Videla, sorpresivamente, expulsó a los comunistas de su
gabinete, rompió su alianza con este partido y decretó su ilegalidad. Comenzó
el período de la clandestinidad y el exilio para el poeta.
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El cuerpo principal del Canto General, pues, tomará forma definitiva entre
febrero de 1948 y febrero de 1949. La primera edición será publicada en
México, a comienzos de 1950. Escrito en la clandestinidad –y en la soledad–,
el Canto deberá ser compuesto, por fuerza, sobre la base de insuficientes
materiales de consulta, libros de historia de corte tradicional, fuentes
fragmentarias, obras que hoy nos parecen de dudosa catadura, como se puede
ver por la lista que nos ofrece el trabajo de Sergio Infante en esta misma
publicación. Pese a todas estas limitaciones, el poeta logra su propósito
esencial: poner en primer plano a los pueblos, a los trabajadores, el mundo
indígena, los campesinos, los obreros industriales, los mineros, cantar sus
dolores y sus esperanzas y contraponerlos a la injusticia y la arrogancia de los
opresores. En mi opinión, este es el mérito central de la obra desde el punto de
vista de su contenido. El desorden aparente, la “desigualdad”, el
“amontonamiento” de figuras y los anacronismos característicos de los
muralistas mexicanos, no son entonces resultado de “negligencias poéticas”
sino la forma necesaria de expresión de este inmenso paisaje histórico y
social:
No podía hacer sólo un libro sobre cosas sublimes, sobre altas montañas y altos héroes. Tenía que cambiar el tono, como cambia la vida y la tierra del continente. Tenía que detenerme en lo minúsculo y para esto escogí un tono de crónica, un estilo deliberadamente prosaico, que contrastara con las esplendorosas visiones. Escribí paso a paso, como quien anda por calles torcidas, contando las piedras y los accidentes callejeros. No quise empequeñecer mi poesía sino entregarla con la vida. (Ibid.)
Más tarde, tanto en sus Memorias como en diferentes entrevistas y
conferencias, Neruda precisaría que “la Crónica no debe ser quintaescencia, ni
refinada ni cultivista. Debe ser pedregosa, polvorienta, lluviosa y cotidiana.
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Debe tener la huella miserable de los días inútiles y las execraciones y
lamentaciones del hombre”.
Aunque siempre fue un trabajador metódico, disciplinado, Neruda
confesaba que vivió por primera vez la experiencia de trabajar ocho horas
diarias escribiendo poesía, durante el período de composición del Canto
General. Sabemos, por sus notas de trabajo y su correspondencia, que la
elaboración de un poema podía exigir largo tiempo, años, desde su primer
bosquejo hasta el momento de su publicación. Por tal razón me parece
bizantina la erudita discusión cerca de cuál es “el poema más antiguo” que
Neruda incluyó en el Canto General. Se ha precisado la fecha de publicación
de dos de ellos en 1938, cuando el poeta todavía no había planeado un canto
general de América. Pero la fecha de publicación solamente nos dice que
fueron concebidos tal vez varios años antes, es decir, cuando el poeta se
encontraba aún en medio de la Guerra Civil Española, y cuando, por su
contacto personal con Gabriela Mistral, conocía el proyecto del Poema de
Chile que ella habría de realizar muchos años más tarde. (Véase al respecto el
estudio de Grinor Rojo “Diría que está en la gloria...”, cap. VII, disponible en
http://www.gabrielamistral.uchile.cl/estudios/grinor-cap07.html).
Más importantes son, en mi opinión, los hitos ideológicos en la génesis del
poema. Neruda nos ha hablado de uno de ellos, fundamental, “una
revelación”, en la conferencia que he citado varias veces aquí. En 1938, de
regreso de España, fue invitado a pronunciar una charla ante una asamblea de
cargadores de la Vega Central. Él se limitó a leerles los poemas de España en
el corazón. Los trabajadores lo escucharon en un absoluto, impenetrable
silencio, y cuando terminó, dice el poeta, “se produjo el hecho más
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importante de mi carrera literaria”:
Algunos aplaudían. Otros bajaban la cabeza. Luego todos miraron a un hombre, tal vez el dirigente sindical. Este hombre se levantó igual a los otros con su saco a la cintura, con sus grandes manos en el banco, mirándome me dijo: "Compañero Pablo, nosotros somos gente muy olvidada, nosotros, puedo decirle, nunca habíamos sentido una emoción tan grande. Nosotros queremos decirle...".
Y rompió a llorar, con sollozos que lo sacudían. Muchos de los que
estaban junto a él también lloraban. Yo sentí la garganta anudada por un sentimiento incontenible.
Se habla mucho de si la poesía debe ser esto o aquello, si debe ser
política o no política, pura o impura. Yo no sé leer estas discusiones. No puedo tomar parte en ellas. La retórica y poética de nuestro tiempo no sale de los libros. Sale de
estas reuniones desgarradoras en que el poeta se enfrenta por primera vez con el pueblo. No se trata de que nadie le exija nada. Cuando yo leo las observaciones sobre mi poesía tengo que poner en la balanza muchos hechos. Sería largo contarlos.
¿Qué página puede pesar más en esta balanza que esa impresionante
reunión humana? Comencé entonces a pensar no sólo en la poesía social. Sentí que estaba
en deuda con mi país, con mi pueblo. (Pablo Neruda, conferencia citada.) Nuestra América en el Canto General
La expresión Nuestra América, tan ampliamente difundida desde el
admirable ensayo de José Martí, ha sido empleada repetidas veces por voceros
y representates del liberalismo democrático para confrontar dos Américas, dos
culturas, dos “pueblos” al parecer condenados por la historia para no
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entenderse jamás, para luchar y excluirse, para vivir en la negación y el recelo
recíprocos: la América de ellos, anglosajona, y la América nuestra, latina y
mestiza. No fue esta la interpretación de Martí, tampoco es la de Neruda:
Nuestra América es, ante todo, la América de los orígenes, la América de la
originalidad, no de la copia. No comienza con las raíces latinas, comienza con
las antiguas raíces indígenas, con los millones de hombres y mujeres que
vivieron en el Continente Americano durante muchos milenios antes de que
llegara el europeo. Ella es tanto Inca, o Azteca, o Mapuche, como Sioux,
Apache o Navaja. Y esa raíz profunda, milenaria, es la que une a toda la
verdadera América Nuestra, la de todos los oprimidos, trabajadores, creadores
de las riquezas y de las culturas, en el Sur y en el Norte.
Nuestra América es vasta e intrincada. Y a lo largo de su línea espiral, a lo largo de sus desmesurados ríos, debajo de los montes y en los desiertos, e incluso en las calles de las ciudades recientemente excavadas y puestas al descubierto, aparecen todos los días estos testimonios de oro. Son estatuillas antropomorfas, aztecas, olmecas, quimbayas, incas, chancayas, mochicas, nazcas, chimúes. Son millones de vasijas de cerámica y de madera, enigmáticas figuras de turquesas, de oro, trabajadas, tejidas: son millones de obras maestras rituales, figurativas, abstractas. Son escuelas y disciplinas, estilos excelsos, que representan la crueldad, la adoración, la humillación, la tristeza, la locura, la verdad, la alegría. Todo un mundo que palpitaba con las grandes fiestas desaparecidas en torno a los enigmas de la vida y de la muerte, con los acontecimientos que alimentarán la poesía y la teogonía, en homenaje a la resurrección y consagración de la primavera, con su infinita sabiduría sexual, con el goce de la tierra en todas sus tentaciones y sus frutos, o ante el misterio del silencio absoluto y de las posibles resurrecciones. Nuestros museos de Méjico, de Colombia y de Lima, están repletos de estas figuras, que jamás fueron degradadas ni aniquiladas bajo tierra. Precipitadamente fueron arrebatadas, sepultadas a lo largo de un camino cualquiera, fueron excomulgadas en todos los púlpitos coloniales, y al igual que sus creadores fueron perseguidas por centuriones y matarifes. Mas, debajo de la tierra y del agua, tras siglos de oscuridad, continúan apareciendo, continúan dando su imperecedero
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testimonio de múltiple grandeza. (Pablo Neruda, presentación del libro Civilización andina de Roberto Magni y Enrique Guidoni, traducido al español por Juan Blanco Catalá. Mas - Ivars Editores, S.L. Valencia, 1972. Texto escrito en Condé sur Iton, Francia, enero 1972.)
Para Martí, la conquista fue una desgracia y un crimen histórico, aunque
seamos su hijos. Para Neruda, la conquista y la colonia son una inmensa
fractura:
Alguien se preguntará ¿qué relación existe entre las antiguas culturas americanas y las modernas? Reconozco que la condición de colonia le impuso a nuestra América no solamente una obstinada dominación, sino una fractura incalculable. La matriz fue violentada y extinguida: los vínculos se hicieron secretos, se debilitaron bajo el terror, se dispersaron en remotas aldeas y finalmente se extinguieron. Sólo en algún mercadillo o feria reaparecieron los vasos, los juguetes, y unos pobres tejidos. En cuanto a la escultura, la arquitectura, la poesía, la narración, el baile, todo esto se lo tragó la tierra, se aletargó con la colonia, para dormir un sueño que aún perdura. (Ibid.)
Martí condena el pensamiento colonial, de copia, que domina las sociedades
americanas modernas. Neruda denuncia la traición a la propia identidad que
implica copiar lo ajeno sin haber siquiera conocido lo propio:
Por lo que a la poesía concierne, los poetas americanos, salvo laudables excepciones, se han alejado con horror de nuestra densidad cósmica y se han propuesto seguir el ejemplo, no de Jorge Manrique, Soto de Rojas, o Quevedo, sino de Monsieur Péret o Monsieur Artaud. La novela americana, con García Márquez y otros valientes protagonistas de hoy, ha dado un gran salto, continuando la comunicación interrumpida. El primer anuncio de una insurrección o de una resurrección: de una posible grandeza. (Ibid.)
Así pues, no se trata de la negación de las raíces hispánicas –que también
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son nuestras, y no en pequeña medida– sino de la integración americana de
los elementos que conforman nuesra propia historia. Es en este desarrollo
ideológico que debemos considerar, me parece, el carácter pionero del Canto
General. Ahí está, por primera vez en nuestra poesía, la muchedumbre de
pueblos que constituyen la trama convulsionada y violenta de nuestras
sociedades. Allí están los mineros de las pampas salitreras, los campesinos del
sur de Chile, los llaneros de Colombia y Venezuela, los indígenas de todo el
continente, los trabajadores de Norte y Suramérica, y están no solamente
como protagonistas de un enorme drama inconcluso, sino esencialmente como
agonistas, es decir, como seres que luchan colectivamente, se transforman y
van tejiendo a través de dolores, victorias y derrotas, un destino común.
Es verdad que podemos hoy criticar en el poema de Neruda muchas cosas.
El drama del pueblo Mapuche es presentado casi con la misma visión de don
Alonso de Ercilla. Ciertos dictadores proteccionistas del siglo XIX reciben el
mismo feroz tratamiento que les fue propinado por los fanáticos
librecambistas de su época. El valor de las democracias formales liberales
parece sobreestimado, como si ellas, por sí solas, pudieran garantizar la
felicidad de los pueblos. Los sátrapas contemporáneos del poeta –González
Videla, Laureano Gómez– adquieren una voluntad y una maldad propias,
como si no fueran simples marionetas del gran capital imperialista. Pero es
preciso tener en cuenta que tales concepciones eran de curso común en la
izquierda latinoamericana de aquellos días; que el poema fue escrito en plena
Guerra Fría, cuando la primer trinchera de combate consistía en defender las
frágiles democracias frente a los cuartelazos financiados y organizados por la
gran potencia norteamericana; y que el poeta, como ya he tratado de mostrar
en este trabajo, se encontraba en pleno proceso de maduración ideológica. En
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este contexto, resulta en cambio espectacular la incorporación del poema “Que
despierte el leñador” en el cuerpo del Canto General. Este acto implica una
invocación que, aún hoy, buena parte de la izquierda latinoamericana se niega
a escuchar: la de la integración de las luchas de los trabajadores de Norte y
Suramérica por la transformación revolucionaria del continente. Si en el
terreno estrictamente poético, literario, el poema evoca la voz profética de
Walt Whitman, en el campo de lo político implica una toma de posición audaz
y es, en mi opinión, el más fuerte aporte de Neruda a la precisión del concepto
de Nuestra América.
Así pues, por encima de las deficiencias historiográficas, de las
interpretaciones discutibles y de los caminos a medias recorridos, quedan las
enormes virtudes de un Canto que, bajo la apariencia de un “vasto paisaje” –
como lo llama su autor–, nos pone ante los ojos el gran deber americano. Hace
más de cuarenta años expresó Nicanor Parra conceptos que hoy tienen más
vigencia que nunca:
Resumiendo este somero análisis podría decirse que la misión llevada a feliz término por Pablo Neruda a lo largo de 40 años de investigación espiritual ha consistido en suprimir los falsos problemas individuales que oscurecen artificialmente la visual y en el planteamiento seguido de la correspondiente solución de los problemas propiamente tales. De todo lo cual pareciera surgir la enseñanza de que la plenitud del individuo es la resultante natural de su integración correcta a la lucha social. Fuera de ella, fuera de la lucha social, todo es dolor, todo es tinieblas todos los caminos conducen a la locura. (Nicanor Parra, Discurso de bienvenida en honor de Pablo Neruda, en Pablo Neruda y Nicanor Parra, Discursos, Santiago, Nascimento, 1962:19.)
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El poeta y su consecuencia
No creo posible juzgar el Canto General sin tener en cuenta al poeta mismo
como persona, como político, como militante. Se ha dicho que los escritores
son al mismo tiempo padres e hijos de sus obras, es decir, que el proceso de la
creación literaria produce transformaciones en el escritor mismo, en su
experiencia vital y en su conducta. Quien revise en detalle la actividad política
de Pablo Neruda durante su actuación como senador de la República y el
inicio de la composición del Canto, podrá observar la febril impaciencia del
senador en la denuncia de los atropellos que sufrían los trabajadores de la
pampa salitrera (sesión del 12 de febrero de 1947), los campesinos a quienes
se prohibía el derecho de sindicalización (sesión del 3 de junio), los mineros
del carbón en huelga (sesión del 14 de octubre), y luego de la inicua traición
de González Videla, los propios camaradas del poeta que han sido relegados al
campo de Pisagua:
[...] Señor Presidente, se habla mucho de lo que ocurre en nuestra tierra. En todas partes del continente, se desea saber noticias. Ya sabemos cómo las proporciona el Gobierno. Por eso, creo rendir un homenaje y, al mismo tiempo, dar noticias fidedignas, leyendo esta lista de relegados en la que cada una de sus líneas esconde una tragedia.
Detrás de cada nombre de ésta hay una fuerza, una ternura y una lealtad traicionadas; junto a él está el recuerdo de personas ausentes, de madre, esposa e hijos que no están con ellos. Cruelmente fueron separados sin interrogárseles, acumulados como vacunos en trenes y hay una fuerza, una ternura y una lealtad traicionadas; junto a él está el recuerdo de personas ausentes, de madre, esposa e hijos que no están con ellos. Cruelmente fueron separados sin interrogárseles, acumulados como vacunos en trenes y en camiones y depositados a lo largo del país. Estos son los relegados de Pisagua y a ellos rindo homenaje. (Sesión del 13 de enero de 1948, sobre Facultades Extraordinarias al Presidente de la República)
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El poeta militante no es, pues, el oscuro sicario intelectual que escribe “por
orden del partido”, como se ha dicho con sobra de mezquindad e ignorancia.
Es el intelectual orgánico que tiene consecuencia con su poesía y cuya poesía
tiene consecuencia con sus principios. En cada discurso parlamentario Neruda
se jugaba la seguridad y la tranquilidad en momentos que ya se había desatado
la feroz persecución contra sus camaradas de partido, y lo hacía con las
mismas palabras directas y sencillas del Canto que estaba componiendo. En la
misma sesión del 13 de enero de 1948, el senador conservador Rodríguez de la
Sotta interrumpió al poeta, que hacía el recuento de la represión, para decirle
con sorna: “Si quiere enterar tiempo el Honorable Senador, sería mejor que
recitara una de sus poesías. Sería más entretenido, por lo menos”. Ignoraba el
señor de la Sotta que justamente era eso lo que Neruda estaba haciendo:
poesía. Porque la poesía y la lucha social eran una y la misma cosa para el
gran poeta de América. Y esta poesía existencial, vivida y combatida, es lo
que hace del Canto General una obra de dimensiones formidables. “Mi libro
más ferviente y más vasto”, dijo Neruda de él.
Y es, sin duda, el canto más ferviente y más vasto de la poesía
latinoamericana.
Carlos Vidales Estocolmo, mayo 19 de 2004
* Todas las notas y referencias están incluidas en el texto.