Post on 22-Oct-2015
El muralismo y la Revolución Mexicana
Por Luz Elena Mainero del Castillo
Investigadora del INEHRM
Las grandes conmociones sociales
producen alteraciones definitivas en
la vida de las comunidades
humanas, alteraciones materiales,
generalmente dolorosas, que sin
embargo, propician cambios y
aperturas en el pensamiento, las que
a su vez generan modificaciones
profundas en las estructuras
sociales. Así sucedió en México con
la revolución de 1910, que marcó un
cambio profundo en la vida de una
sociedad que buscaba y necesitaba
una transformación en todas sus
estructuras. El movimiento armado,
a pesar del alto costo que tuvo para
la población y para el país en su
conjunto, abrió nuevas posibilidades
antes no contempladas, cuyo
contenido se enriqueció a partir de
las más variadas fuentes, creándose
proyectos que la llegada de
gobiernos estables permitió hacerlos
realidad. Entre estos proyectos
quedaba incluido el cultural y
artístico, cuya principal
manifestación fue el movimiento
muralista.
El muralismo se convirtió en el
fenómeno artístico de mayor
importancia del arte mexicano del
siglo XX, y es el que finalmente lo
proyectó al resto del mundo,
independizándolo de manera
definitiva de la estética europea. Ya
desde principios del siglo pasado, los
jóvenes artistas mexicanos, en un
momento de franca rebeldía y a
pesar de haberse educado todos
ellos dentro de la Academia,
comenzaron a buscar un cambio en
la forma de hacer arte, rechazando
todos los convencionalismos en la
pintura y promoviendo la búsqueda
de un estilo propio. Los muralistas lo
lograron, y no sólo cambiaron la
forma de hacer arte, sino que, a
través de los murales, narraron la
epopeya revolucionaria de la que
México acababa de salir, y dieron a
conocer un país popular, tradicional
e indígena que había permanecido
oculto para muchos durante el siglo
XIX.
El muralismo, la más importante
herencia artística de la Revolución
Mexicana, se distinguió por estar
relacionado muy estrechamente con
las ideas políticas y sociales de sus
autores, naciendo una unión sin
precedente entre el arte y la política.
Es una pintura de denuncia con una
enorme carga ideológica socialista,
ya que los temas que trata son de
índole revolucionaria, exaltando la
lucha de clases y denunciando la
opresión, por lo que es una pintura
que se caracteriza por su alto
contenido social y por describir el
surgimiento de una nueva ideología
y de una nueva identidad nacional
cuyo origen encontramos en el
movimiento revolucionario de 1910,
en sus ideales, sus luchas y sus
tragedias, en sus exigencias, sus
logros y sus conquistas.
Si bien en México ya existía la
pintura mural desde tiempos
remotos, el muralismo como tal
inició en 1921, al término de la
Revolución Mexicana y durante el
gobierno de Álvaro Obregón, y
culminó en 1955, cuando perdió
fuerza como movimiento artístico
articulado que cumplía una función
política y social específica.
Desde su nacimiento, el muralismo
mexicano se caracterizó por tres
valores fundamentales: lo nacional,
lo popular y lo revolucionario, y en la
conjunción de esos tres valores el
movimiento logró una fructífera
cohesión.
La historia del renacimiento mural
mexicano es, en muchos sentidos,
una historia larga y compleja, llena
de contradicciones y paradojas, de
mitos y leyendas. Para algunos fue
un movimiento artístico dominado
por tres hombres: Diego Rivera, José
Clemente Orozco y David Alfaro
Siqueiros, cuya obra llegó a definir
la esencia del movimiento. Para
otros, el muralismo es parte de una
revolución cultural que incluyó a
muchos otros autores y que floreció
en México después del movimiento
de 1910. Sin embargo, desde ambas
perspectivas, el nacimiento del
muralismo dio como resultado la
creación de toda una mitología del
arte revolucionario que sirvió como
catarsis para éste.
El movimiento mural mexicano, que
se extendió a lo largo de cinco
décadas, desde principios de los
años veinte hasta los años
cincuenta, aunque en el caso de
Siqueiros, hasta principios de los
años setenta del siglo pasado,
representa uno de los
acontecimientos más significativos y
de mayor empuje del arte público
del siglo XX. Nunca antes un
movimiento artístico había estado
tan íntimamente relacionado con los
acontecimiento que se sucedían, al
grado de crear una conexión vital
entre arte y sociedad, entre el
muralismo y el México
posrevolucionario.
Durante este periodo de tiempo,
México experimentó una enorme
transformación, de una sociedad
revolucionaria, nacionalista,
semianalfabeta y en su mayoría
rural, a un país desarrollado,
moderno y en gran medida
industrializado. La manera en que
los murales de estos tres pintores
reflejaron la realidad cambiante de
México y de su población, y la
manera en que el pueblo percibió
esos murales a lo largo de estas
décadas de cambio, nos lleva a
reflexionar sobre la función que el
arte puede llegar a tener dentro de
una sociedad, que en el caso del
muralismo, deja de ser meramente
estético para cumplir una función
social, en la que se denuncia la
opresión a la que estuvo sometido el
pueblo y se alaban los logros de una
revolución que le permiten liberarse
de ella.
En 1921, México estaba saliendo del
estado de convulsión y violencia que
conllevó el movimiento armado
iniciado en 1910, del que surgió un
país anhelante de encontrar su
propio camino. Este contexto es el
que hace posible el nacimiento del
muralismo, un movimiento complejo
en el que participaron gran cantidad
de artistas, entre los que hubo
fuertes diferencias estéticas y
diversas visiones, y en el cual cada
uno desarrolló una personalidad
diferente; sin embargo, todos estos
autores compartieron aspiraciones
comunes, entre ellas, el plasmar un
renovado espíritu nacionalista.
En sus obras, estos tres artistas
buscaron glorificar los éxitos de la
revolución y la historia precolonial
de México. Se les veía como artistas
que cumplían una función social,
pues en un país donde se leía poco,
jugaban un papel importante como
educadores y como propagadores de
ideas, y su arte era el vehículo
perfecto para ello. Esto llevó a que
se convirtiera en un arte
patrocinado por el gobierno. Nunca
antes un movimiento artístico había
sido a la vez oficial y revolucionario.
La monumentalidad era inevitable,
no únicamente por los espacios
donde se desarrolló, casi todos ellos
de arquitectura colonial, sino porque
su fin era destacar y engrandecer los
logros de la revolución y resaltar el
surgimiento de una identidad
nacional de la que el mexicano debía
sentirse orgulloso. El punto de
partida, y la preocupación principal
de los muralistas, fue crear un
diálogo visual con el público que
fuera asequible al pueblo mexicano.
Además de ser un movimiento que
glorificaba los logros de la
revolución, el muralismo tuvo
también una connotación
indigenista, ya que buscó la
rehabilitación del indígena como
factor importante para el nacimiento
del México moderno, lo que llevó a
sus autores a pretender revisar la
historia nacional desde una nueva
perspectiva.
Todos los artistas que participaron
en él coincidían en la necesidad de
socializar el arte, rechazando la
pintura tradicional procedente de los
círculos intelectuales y proponiendo
la producción de obras
monumentales para el pueblo, en las
que quedara retratada la realidad
mexicana, los valores y costumbres
de su gente, sus luchas sociales, su
búsqueda de libertad y justicia, y
otros aspectos de nuestra historia.
Un tercer aspecto del muralismo es
que retomó la nueva ideología
marxista que surgió a partir de la
Revolución Rusa de 1917, con su
lucha de clases que colocaba a los
obreros y al proletariado como los
nuevos protagonistas del progreso
de la humanidad, y a los capitalistas,
a la burguesía y a la clase
dominante como los grandes males
de la sociedad.
En cuanto a la técnica, los muralistas
redescubrieron el empleo del fresco
y de la encáustica, y utilizaron
nuevos materiales y procedimientos
que aseguraban larga vida a las
obras, pues estas se realizaban
principalmente en los exteriores.
El introductor de nuevas técnicas y
materiales fue Siqueiros, quien
empleó como pigmento pintura de
automóviles (piroxilina) y cemento
coloreado con pistola de aire.
Algunos artistas llegaron a utilizar
mosaicos en losas precoladas y
losetas quemadas a temperaturas
muy altas, empleándose también
bastidores de acero revestidos de
alambre y metal desplegado,
capaces de sostener varias capas de
cemento, cal, arena y polvo de
mármol de hasta tres centímetros de
espesor. La imaginación para el
empleo de nuevas técnicas y
materiales no tuvo límite.
La idea de pintar muros como en los
tiempos antiguos fue de Gerardo
Murillo (Dr. Atl) y del grupo de
pintores que lo siguieron, quienes
desde 1910 le exigían al gobierno
porfirista les concediera acceso a los
muros de algunos edificios para
poder expresarse fuera de la
Academia. Este anhelo se
materializaría años más tarde, al
término de la Revolución Mexicana,
cuando durante el gobierno de
Álvaro Obregón (1920-1924), José
Vasconcelos, titular de la nueva
Secretaría de Educación Pública, que
sustituía a la porfiriana Secretaría de
Instrucción, creada a fines del
gobierno de Díaz por Justo Sierra y
desaparecida durante el mandato de
Venustiano Carranza, retomó el ideal
liberal de que la educación es el
motor del progreso y echó a andar
un ambicioso proyecto educativo en
el cual el arte desempeñaría un
papel relevante. Fue él quien ofreció
los primeros muros a los pintores
mexicanos para que plasmaran la
historia, los mensajes y los
postulados de la revolución. Es así
como la Secretaría de Educación
Pública sería la estructura a partir de
la cual se definiría el proyecto
educativo y cultural de la
Revolución.
La Escuela Nacional Preparatoria, en
el antiguo colegio jesuita de San
Ildefonso, se convirtió en el
laboratorio del movimiento. Más
tarde se utilizaron los muros de
Palacio Nacional, los interiores del
Palacio de Bellas Artes, de la Escuela
Nacional de Chapingo, la Escuela
Nacional de Medicina y la Secretaria
de Educación Pública, entre muchos
otros edificios.
El muralismo no fue una
manifestación artística acogida con
gran entusiasmo por toda la
sociedad. Para muchos fue un
escándalo que en los emblemáticos
y venerables edificios virreinales
quedara plasmada una ideología
revolucionaria salpicada de ideas
socialistas, pero los tiempos habían
cambiado.
Los artistas tenían absoluta libertad
para elegir los temas, pero la idea
era mostrar el mundo nuevo que
surgía de las ruinas y de la
destrucción que había seguido a la
revolución, así como plasmar el
papel vital del indígena en nuestra
historia, revelando, asimismo, la
importancia de la nueva ideología
marxista que nacía con la revolución
de 1917. Estos temas fueron
abordados de manera muy
particular por cada artista: de forma
idealista y utópica por Rivera, más
crítica y pesimista por Orozco, y de
manera más profunda y radical en
Siqueiros. De lo que no debía quedar
duda era que el muralismo era un
arte comprometido y solidario con la
realidad social de los individuos. Lo
que se le criticaba era que mostraba
una visión maniquea y simplista de
la historia.
¿Por qué el tema de la Revolución
Mexicana fue abordado de forma tan
diferente por los tres artistas? Por la
sencilla razón de que los tres la
vivieron de manera muy particular.
Diego Rivera (1886-1957) vivió todo
el conflicto armado en Europa, hasta
donde le llegaban noticias de lo que
sucedía en México; por lo mismo, la
visión que tiene de ella es tan
idealizada. Rivera no representa los
horrores de la guerra porque no los
vivió, únicamente plasmó en sus
obras los logros sociales derivados
de ella.
Diego conoció a Siqueiros en París
en 1919, y el encuentro entre ambos
fue decisivo, ya que éste le habló de
la lucha armada que se desarrollaba
en México, en la cual él había
participado activamente, y pronto lo
interesó en la creación de un arte en
el que quedara plasmado el mundo
nuevo que iba surgiendo de la
revolución, en un arte nacionalista y
monumental, abierto y accesible a
todo público.
Fue en los muros de la Secretaría de
Educación Pública donde Rivera
pintó acerca de los logros obtenidos
en la revolución, y donde plasmó
temas que hacen referencia al
anhelo del pueblo mexicano por
liberarse de todo aquello que lo
oprime y lo explota. Diego era un
ateo convencido, por lo que en sus
obras representa la alianza obrero-
campesino-soldado, que conforma la
nueva triada revolucionaria en la
que él siempre creyó y con la cual
concluiría la transformación histórica
de México, pues era la única capaz
de crear una nueva sociedad.
En los muros de la Universidad
Autónoma de Chapingo buscó honrar
a Zapata y a su movimiento, dejando
claro su total compromiso
revolucionario al plasmar la
ideología del movimiento zapatista y
su lucha por la tierra, y a los
trabajadores en su empeño por
mejorar sus condiciones de trabajo
para salir de la miseria.
Rivera también realizó varios
murales en el Palacio de Cortés en
Cuernavaca, en los que denunció la
opresión y explotación a la que eran
sometidos los indígenas en las
haciendas azucareras de Morelos.
Diego Rivera logró elaborar un arte
profundamente popular y asequible
incluso para los grandes sectores
menos cultivados del pueblo, con
alusiones y símbolos muy claros y
explícitos, y con profusión de
detalles, personajes y objetos que se
apiñan en sus murales, logrando una
gran maestría en el diseño y
extremado equilibrio en el
ordenamiento de todos esos
elementos, lo que los convierte en
obras sumamente atractivas en el
aspecto visual, en especial por el
colorido que maneja.
La mayoría de los murales de la
Escuela Nacional Preparatoria fueron
realizados por José Clemente Orozco
(1883-1949), quien en sus obras
representa el origen del México
mestizo, los ideales de renovación y
la tragedia humana de la revolución.
Así como Rivera plasma los ideales y
los logros de ésta, Orozco pinta la
visión dramática y trágica que tiene
de ella y del hombre. Es el único que
habla de México como un país
mestizo producto de la fusión de dos
razas; así, representa a Cortés y a la
Malinche como origen de este
mestizaje, pero en una unión cuya
armonía depende de la subyugación
del indígena al español.
Para Orozco, al igual que para
Rivera, el obrero y el campesino
representan el futuro sobre el cual
se fincará el nuevo orden. Su crítica
a la sociedad burguesa también es
muy fuere; es un artista muy intenso
y muy crítico, pues en su obra pone
en evidencia los excesos, vicios y
abusos de una sociedad que deja de
lado a los más desvalidos,
plasmando todo con una gran fuerza
expresiva.
En sus obras, Orozco no presenta
ningún mundo moderno idealizado,
como sí lo hace Rivera, sino un
mundo caótico, devastado por la
violencia, la mecanización y por la
debacle espiritual y la
descomposición moral, sin mostrar
nada del optimismo nacionalista
prevaleciente entonces.
Su arte culminó en la segunda mitad
de la década de los años treinta de
siglo pasado, cuando produjo, entre
otras obras notables, los valiosos
murales de la antigua capilla del
Hospicio Cabañas, en Guadalajara,
estimados por muchos como una de
las más grandes obras del arte
americano y en donde plasma su
visión dramática de la conquista
española de México, así como a ese
mundo indígena, con sus sangrientos
sacrificios, a punto de ser
transformado por medios militares y
espirituales.
David Alfaro Siqueiros (1896-1974)
fue el muralista más activo
políticamente hablando, pues a los
18 años se unió al ejército
constitucionalista de Venustiano
Carranza que luchaba en contra del
gobierno de Huerta, por lo que vivió
la revolución en primera fila. Sus
viajes por México lo expusieron a la
cruda realidad de la lucha diaria que
enfrentaban los trabajadores y los
campesinos para sobrevivir, lo que lo
inclinó por el marxismo-leninismo;
sin embargo, sus ideas lo llevaron a
ser encarcelado siete veces y
exiliados otras tantas. Dada su
extensa participación política, es
admirable su rendimiento
académico.
Siqueiros fue dibujante en La
Vanguardia, órgano periodístico del
ejército constitucionalista, así como
minero y obrero. Posteriormente, en
1919, viajó a Europa, entrando en
contacto con Diego Rivera.
Los elementos que lo caracterizan
en su trabajo son la perspectiva
exageradamente dramática, las
figuras robustas, el uso audaz del
color y la influencia en su obra de
varios movimientos: expresionismo,
futurismo y surrealismo. Mucha de
su obra la encontramos en el Palacio
de Bellas Artes, en el Hospital de la
Raza, en el Instituto Politécnico
Nacional y en el Polyforum Cultural
Siqueiros.
Entre los temas que Siqueiros
maneja se encuentran los alusivos a
la constante búsqueda de la libertad
y al rompimiento con todo aquello
que ata y esclaviza al hombre; la
condena que hace del capitalismo y
del fascismo, y la esperanza puesta
en las fuerzas de la revolución, en el
progreso y en un mundo colectivo e
integrado que estará en manos del
trabajador, el único capaz de guiar a
la sociedad hacia el futuro.
En su obra, Siqueiros exaltó también
a los héroes libertarios actuales y del
pasado, teniendo un lugar especial
Cuauhtémoc, el héroe libertario por
excelencia. En el Museo Nacional de
Historia fue donde abordó por
primera vez el tema de la revolución.
El contenido histórico, político y
crítico del muralismo es innegable;
esto lo convirtió en un arte
comprometido, solidario y
directamente vinculado a la realidad
social que vivía el país; en un arte
profundamente nacional con
resonancias universales; en un arte
monumental con profundas raíces
que se hunden en la herencia
cultural del México antiguo y en el
resurgimiento nacional que la
revolución produjo. Es la exaltación
del pueblo mexicano en su lucha por
la justicia social y por la libertad.
La intención de los artistas era que,
cuando el mexicano observara esos
murales, tuviera clara conciencia de
su identidad, se sintiera orgulloso de
lo logrado en la revolución y
germinara en él ese espíritu de
confianza en el nuevo orden social y
político que surgía, en ese México
que era capaz de renacer de sus
cenizas.
El muralismo es un movimiento que
ha sido muchas veces descrito como
socialista, oficial y revolucionario; sin
embargo, va mucho más allá, pues
se convirtió en la expresión del
anhelo universal de libertad y
justicia, describiendo también las
raíces de un pueblo, su etnicidad y
su sentido de origen compartido.
Pero lo más importante, representó
el inicio de un proceso de
rehabilitación cultural y de la
reafirmación de una identidad
nacional. Este es el verdadero valor
que los Tres Grandes del muralismo,
Rivera, Orozco y Siqueiros, dejaron
expresado en su arte monumental.