Enseñanzas del papa francisco no.99

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Enseñanzas del Papa Francisco. No.99

El 6 de abril dijo comentando el Evangelio

del día: …“Y mientras ellas corren para llevar la noticia a los discípulos, encuentran a

Jesús mismo que les dice: ‘Id y anunciad a mis

hermanos que vayan a Galilea,

allí me verán’”.

“Galilea es la ‘periferia’ donde Jesús había iniciado su predicación; y desde allí volverá a partir el Evangelio de la Resurrección,

para que sea anunciado a todos, y cada uno pueda encontrarle a Él, el Resucitado, presente y obrante en

la historia”.

… “es el anuncio que la Iglesia repite desde el primer día: ¡Cristo ha resucitado!”. “Y, en Él, por el Bautismo,

también nosotros somos resucitados, pasamos de la muerte a la vida,

de la esclavitud del pecado a la libertad del amor”.

“Esta es la Buena Noticia que somos llamados a llevar a los otros en cada ambiente, animados por el Espíritu Santo. La fe

en la resurrección de Jesús y la esperanza que Él nos ha llevado es el don más bello que el cristiano puede y debe

ofrecer a los hermanos. A todos y cada uno”.

“La buena noticia de la Resurrección debería transparentarse en nuestro rostro, en nuestros

sentimientos y actos, en el modo cómo tratamos a los otros”.

“Nosotros anunciamos la resurrección de Cristo cuando su luz ilumina los momentos oscuros de nuestra existencia y

podemos compartirla con los otros: cuando sabemos reír con quien ríe, y l lorar con quien llora; cuando caminamos junto a

quien está triste y está a punto de perder la esperanza, cuando contamos nuestra experiencia de fe a quien está en la búsqueda de

sentido y de felicidad”.

El 6 de abril dijo después de rezar el Regina Coeli:

…“el camino espiritual de oración intensa, de

participación concreta y de ayuda tangible en defensa y protección de nuestros

hermanos y hermanas, perseguidos, exiliados,

asesinados por el solo hecho de ser cristianos”.

“Pido que la comunidad internacional no permanezca si lenciosa e inerte ante tal crimen inaceptable que constituye una preocupante deriva de los derechos

humanos más elementales”.

El 8 de abril dijo en Audiencia General: …En las catequesis sobre la familia completamos hoy la

reflexión sobre los niños, que son el fruto más bello de la bendición que el Creador ha dado al hombre y a la

mujer. Ya hemos hablado del gran don que son los niños, hoy lamentablemente debemos hablar de las “historias de

pasión” que viven muchos de ellos.

Tantos niños desde el inicio son rechazados, abandonados,

les roban su infancia y su futuro. Alguien osa decir, casi para justificarse, que ha sido

un error hacerlos venir al mundo.

¡Esto es vergonzoso! ¡No descarguemos sobre los niños nuestras culpas, por

favor!

Los niños no son jamás “un error”.

Su hambre no es un error, como no lo es su pobreza, su fragilidad, su abandono, tantos niños abandonados por las calles; y no lo es

tampoco su ignorancia o su incapacidad, tantos niños que no saben qué es una

escuela, y no lo es tampoco todo esto

A lo sumo, estos son motivos para amarlos más,

con mayor generosidad. ¿A qué sirven solemnes

declaraciones de los derechos del hombre y de

los derechos del niño si luego punimos a los niños

por los errores de los adultos?

Aquellos que tienen el deber de gobernar, de educar, pero, diría, todos los adultos, somos responsables de los niños

y de hacer cada uno lo que pueda para cambiar esta situación.

Me refiero a la pasión de los niños. Cada niño emarginado,

abandonado, que vive en la calle mendigando y con todo tipo de expediente,

sin escuela, sin cuidados médicos es un grito que llega a Dios y que acusa el sistema que nosotros adultos hemos construido.

Y lamentablemente,

estos niños son presa de los delincuentes,

que los explotan para indignos tráficos y comercios,

o adiestrándolos para la guerra y la violencia.

Pero también en los países l lamados ricos tantos niños viven dramas que los marcan duramente, a causa de la crisis de la

familia, de los vacíos educativos y de condiciones de vida a veces

deshumanas. En todo caso son infancias violadas en el cuerpo y en el alma.

¡Pero a ninguno de estos niños el Padre que está en los cielos lo

ha olvidado! ¡Ninguna de sus lágrimas está perdida! Como tampoco se debe perder nuestra responsabil idad, la responsabil idad social de las

personas, de cada uno de nosotros y de los Países.

Una vez Jesús reprochó a sus discípulos porque alejaban a los niños que los padres le l levaban, para que los bendijera. Es conmovedora la

narración evangélica: “Le trajeron entonces a unos niños para que les impusiera las manos y orara sobre ellos. Los discípulos los reprendieron, pero Jesús les dijo: ‘Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos. Y después de haberles

impuesto las manos, se fue de all í” (Mt 19,13-5).

¡Qué bella esta confianza de los padres y esta respuesta de Jesús!

¡Cómo quisiera que esta página se transformara en la historia normal

de todos los niños! Es verdad que gracias a Dios los

niños con graves dificultades encuentran muy a menudo padres extraordinarios, dispuestos a todo

sacrificio y a toda generosidad.

¡Pero estos padres no deberían ser dejados solos!

Deberíamos acompañar su fatiga, pero también ofrecerles momentos de alegría compartida y de alegría despreocupada, para que no estén

ocupados sólo por la routine terapéutica.

Cuando se trata de los niños, en todo caso, no se debería escuchar aquellas fórmulas de defensa legal de oficio, tipo:

“después de todo, nosotros no somos un ente de beneficencia” o también “en el propio privado, cada uno es l ibre de hacer lo que quiere” ; o

también:“lo sentimos, no podemos hacer nada”. Estas palabras no sirven

cuando se trata de los niños.

Demasiado a menudo sobre los niños recaen los efectos de vidas desgastadas por un trabajo precario y mal pagado, por horarios

insostenibles, por transportes ineficientes….Pero los niños pagan también el precio de uniones inmaduras y de separaciones irresponsables,

son las primeras víctimas;

Sufren los resultados de la cultura de los derechos

subjetivos exasperados, y se transforman luego en los

hijos más precoces. A menudo absorben

violencia que no están en condiciones de “digerir” y

bajo los ojos de los grandes están obligados a

acostumbrarse a la degradación.

También en esta época nuestra, como en el pasado,

la Iglesia pone su maternidad al servicio de los niños y de sus

familias. A los padres y a los hijos de este nuestro mundo lleva la bendición

de Dios, la ternura materna, el reproche

firmey la condena decidida.

Hermanos y hermanas, piénsenlo bien: ¡Con los niños no se juega!

Piensen en que cosa sería una sociedad que decidiera,

de una vez por todas, establecer este principio: “es verdad que no somos

perfectos y que cometemos muchos errores. Pero cuando

se trata de los niños que vienen al mundo,

ningún sacrificio de los adultos será juzgado demasiado costoso o

demasiado grande, con tal de evitar que un niño piense que es un error, que no vale nada

y que es abandonado a las heridas de la vida y a la

prepotencia de los hombres”.

¡Qué bella sería una sociedad así!

Yo digo que a esta sociedad se le perdonaría mucho, de sus innumerables errores. Mucho, de verdad.

El Señor juzga nuestra vida escuchando aquello que le refieren los ángeles de los niños que “ven siempre el rostro del Padre

que está en los cielos” (cfr. Mt 18,10).

Preguntémonos siempre: ¿Qué le contarían a Dios de nosotros estos “ángeles de los

niños”?

El 12 de abril dijo el Papa Francisco en parte de su homilía:

San Juan estaba presente en el Cenáculo con los otros discípulos al anochecer del primer día de la semana, cuenta cómo Jesús entró,

se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros», y «les enseñó las manos y el

costado» (20,19-20), les mostró sus llagas.

Así ellos se dieron cuenta de que no era una visión,

era Él, el Señor, y se llenaron de alegría.

Ocho días después, Jesús entró de nuevo en el Cenáculo y mostró las llagas a Tomás, para que las tocase como él quería, para que creyese y se convirtiese en testigo de la

Resurrección.

También a nosotros, hoy, en este Domingo que san Juan Pablo II quiso dedicar a la

Divina Misericordia, el Señor nos muestra, por medio del Evangelio, sus llagas. Son llagas de misericordia.

Es verdad: las llagas de Jesús son llagas de misericordia.

Jesús nos invita a mirar sus llagas, nos invita a tocarlas, como a Tomás, para sanar

nuestra incredulidad. Nos invita, sobre todo,

a entrar en el misterio de sus llagas,

que es el misterio de su amor misericordioso.

A través de ellas, como por una brecha luminosa, podemos ver todo el misterio de Cristo y de Dios:

su Pasión, su vida terrena –llena de compasión por los más pequeños y los enfermos–, su encarnación en el seno

de María.

Y podemos recorrer hasta sus orígenes toda la historia de la salvación:

las profecías –especialmente la del Siervo de Yahvé–, los Salmos, la Ley y la alianza, hasta la l iberación de Egipto,

la primera pascua y la sangre de los corderos sacrificados; e incluso hasta los patriarcas Abrahán,

y luego, en la noche de los tiempos, hasta Abel y su sangre que grita desde la tierra.

Todo esto lo podemos ver a través de las llagas

de Jesús Crucificado y Resucitado y, como María en el Magnificat, podemos

reconocer que«su misericordia llega a

sus fieles de generación en generación» (Lc 1,50).

Ante los trágicos acontecimientos de la historia humana,

nos sentimos a veces abatidos, y nos preguntamos: «¿Por qué?».

La maldad humana puede abrir en el mundo abismos, grandes vacíos: vacíos de amor, vacíos de bien, vacíos

de vida.

Y nos preguntamos:

¿Cómo podemos salvar estos abismos? Para nosotros es

imposible; sólo Dios puede colmar estos

vacíos que el mal abre en nuestro corazón

y en nuestra historia. Es Jesús, que se hizo hombre y murió en la cruz, quien llena el

abismo del pecado con el abismo de su misericordia.

San Bernardo, en su comentario

al Cantar de los Cantares, se detiene justamente en el

misterio de las llagas del Señor, usando expresiones fuertes, atrevidas, que nos hace bien recordar hoy. Dice él que «las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los

secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de

piedad, nos dejan ver la entrañable

misericordia de nuestro Dios».

Es este, hermanos y hermanas, el camino que Dios nos ha abierto para que podamos salir, finalmente, de la esclavitud

del mal y de la muerte, y entrar en la tierra de la vida y de la paz. Este Camino es Él,

Jesús, Crucificado y Resucitado, y especialmente lo son sus llagas llenas de misericordia.

Los Santos nos enseñan que el mundo se cambia a partir de la conversión de nuestros corazones, y esto es posible

gracias a la misericordia de Dios.

Por eso, ante mis pecados o ante las grandes tragedias del

mundo, «me remorderá mi conciencia,

pero no perderé la paz, porque me acordaré de las

l lagas del Señor. Él, en efecto, “fue traspasado

por nuestras rebeliones” (Is 53,5). ¿Qué hay tan

mortífero que no haya sido destruido por la muerte de

Cristo?» (ibíd.).

Con los ojos f ijos en las l lagas de Jesús Resucitado, cantemos con la Iglesia: «Eterna es su misericordia» (Sal 117,2). Y con estas palabras impresas en el corazón, recorramos los caminos de la historia, de la

mano de nuestro Señor y Salvador, nuestra vida y nuestra esperanza.

El 12 de abril dijo después del rezo del Regina Coeli:

…“Un tiempo intenso y prolongado para acoger la inmensa riqueza del amor

misericordioso de Dios será el próximo Jubileo Extraordinario de la Misericordia, cuya Bula de

convocatoria promulgué ayer por la tarde en la Basílica de San

Pedro”…

Dirijamos la mirada al Señor y a la Virgen Madre,

para que “nos ayude a ser

misericordiosos con los otros como Jesús lo es con nosotros”.

En twitter dijo:Señor, ayúdanos a vivir la virtud de la

magnanimidad, para poder amar sin l ímites.

Señor, concédenos la gracia de las lágrimas, para llorar por nuestros pecados y recibir tu perdón.

Si el Evangelio arraiga profundamente en nuestras vidas, seremos capaces de llevarlo a los demás.

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Y que permanezcamos unidos en el amor a Jesús.