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Estimados lectores y colaboradores En nombre del equipo de redacción y en el mío propio, presentamos el número
13 de la revista Terral (que se edita desde el año 2010).
El cuadro de portada “Las bañistas” de Lorenzo Saval, pintor, escultor,
editor, poeta, director de la revista Litoral…, es una gentileza del autor.
Quiero compartir con vosotros esta cita que me llegó vía internet:
“Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de
quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia
quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos
se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que
las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que
están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es
recompensada y la honradez se convierte en un auto-sacrificio, entonces
podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada”.
La cita, que me pareció oportuna, es de Alissa Zinovievna Rosenbaum,
filósofa y escritora estadounidense, más conocida en el mundo de las letras
bajo el seudónimo de Ayn Rand. Nació el 2 de febrero de 1905 en San
Petersburgo y falleció en marzo de 1982 en New York.
¿Hemos llegado a esta situación en nuestro país? ¿Está nuestra sociedad
enferma? Hagámonos preguntas, y busquemos las respuestas.
Por mi parte no quiero aportar más pesimismo del que ya existe. Confiemos en
los muchos trabajadores, estudiantes, profesionales de las artes y las ciencias,
escritores, pensadores, investigadores..., que, en condiciones difíciles, trabajan
para encontrar soluciones y alternativas a la crisis.
Que este número de Terral sirva para empujar lejos los vientos del desánimo,
la apatía y la corrupción.
Lola Buendía – Directora de la Revista Terral – ISSN 2253-9018
www.revistaterral.com
Revista Terral Número 13_ Diciembre de 2013
©Todos los derechos reservados
ISSN 2253-9018
Colaboradores en este número:
Edición: Lola Buendía López – Enrique Bodero Moral
Equipo de redacción: Enrique Bodero – Lola Buendía – Ramón Alcaraz Erena Burattini
Cuadro de portada: “Las bañistas” de Lorenzo Saval
Diseño de portada: Enrique Bodero
Editorial: Lola Buendía López
Cine: Ramón Alcaraz – Ángel Silvelo
Opinión: Erena B. Burattini
Crítica literaria: Ángel Silvelo_ Ricardo Guadalupe
Poesía: Mercedes Ridocci_ Enrique Clarós_Marta Rodríguez_Erena B. Burattini _ Ángel Silvelo
Relatos: Andrés Ortiz Tafur_ M. Dolores Rubio_ María José Moreno
María Barrionuevo (cuento infantil)
Ser escritora: Mar Solana
Flamenco: Rafael Silva Martínez – Lola Buendía
Arte: José Manuel Velasco
El viajero: Lola Buendía – Pepa J. Calero
La otra realidad: Mariano Vázquez Alonso
Diseño digital: Lola Buendía – Carmen Guerrero
Maquetación: Lola Buendía López
Diseño Web: Ana García – 644 26 28 80
CINEXPLICABLE
CINEXPLICABLE
(Ramón Alcaraz García. www.tallerliterario.net)
¿Sabías que Peter O’Toole vivió en el desierto como un beduino para preparar su mítico Lawrence de Arabia?
El magnífico papel de Lawrence es uno de los que no podemos concebir sin que
hubiese sido interpretado por el irlandés Peter O’Toole. Su lugar de nacimiento no está
muy claro, ya que hay partidas que certifican que nació tanto en Irlanda como en
Leeds. Su infancia fue dura, internado durante ocho años al iniciarse la Segunda
Guerra Mundial en un colegio católico de monjas, donde recibió severos castigos tanto
por la disciplina impuesta como por el hecho de que era zurdo.
Tras algunos pasos en televisión y cine, le llegó la oportunidad de caracterizar al
personaje que le daría fama mundial: el teniente coronel inglés Thomas Edward
Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia; en un película basada en hechos
reales que se convirtió en referente de la historia de la cinematografía.
Como ya ocurrió con otras grandes películas, el papel fue rechazado en principio
por actores como Marlon Brando y Albert Finney. O’Toole fue la última opción, con la
desconfianza del director porque solo había hecho tres papeles secundarios; pero el
actor se metió en él de una forma apasionada, hasta el punto de vivir como un beduino
en Jordania y Marruecos. Algunos asesores en el rodaje, que habían conocido y
tratado personalmente al verdadero Lawrence, se emocionaban al verlo y decían que el
coronel había vuelto de la mano de O’Toole; también era notable el parecido físico de
ambos.
Peter habría ganado sin duda el Oscar de ese año, para el que estuvo nominado;
pero se enfrentó a una de las mejores interpretaciones del siglo XX, la de Gregory Peck
con su Atticus Finch de Matar a un ruiseñor. Junto a 1939, 1962 fue uno de los años
que reunió a varias producciones memorables: Lawrence de Arabia, Matar a un
ruiseñor, Días de vino y rosas, ¿Qué fue de Baby Jane?, El milagro de Ana Sullivan,
Dulce pájaro de juventud, Lolita... La gran triunfadora fue Lawrence con 10
candidaturas y 7 premios. Sin embargo, Peter O’Toole estuvo nominado 8 veces a ese
galardón y jamás lo logró; y en 2003 aceptó el oscar honorífico que premiaba toda su
carrera.
El American Film Institute sitúo esta película en el puesto número 7 de las 100
mejores. Como curiosidad, este es el inicio de su lista: Ciudadano Kane, El padrino,
Casablanca, Toro salvaje, Cantando bajo la lluvia, Lo que el viento se llevó, Lawrence
de Arabia… Aunque a esa institución se le critica que solo tenga en cuenta películas
norteamericanas.
Además de Jordania y Marruecos, fue rodada en Sevilla (Plaza de España, Casino,
Plaza de América, Reales Alcázares…) y Almería (playa de Las Carboneras, Parque
Natural de Cabo de Gata, desierto de Tabernas, parque Nicolás Salmerón…). Por
ejemplo, en Almería se rodó la entrada de las tropas árabes en Ákaba (Áqaba). De esta
forma, Almería pasó a ser un lugar de frecuentes rodajes, incluidos los famosos
spaguetti-western.
Otras de sus curiosidades es que es una de las pocas películas sin ningún papel
femenino, ni principal ni secundario; e incluso apenas aparece ninguna mujer, excepto
la presencia de algunas chicas en el entierro de Lawrence y fugazmente alguna mujer
árabe en la figuración.
Toda la película está rodada en exteriores, menos una sola escena de un primer
plano que dura unos segundos, en la que se muestra el abrasador sol del desierto. Al
intentar grabarla, la película se quemaba, y por eso se filmó en interior y la trataron
convenientemente para el montaje. Hemos de tener en cuenta que durante los rodajes
en el desierto se soportaban temperaturas de más de 50 grados, a lo largo de casi dos
años de trabajo filmando en condiciones especialmente duras. Fue prohibida en la
mayoría de países árabes por considerarla una falta de respeto a su cultura. En
cambio, en Egipto se convirtió en un gran éxito, por considerar que exaltaba el
nacionalismo árabe.
Sirva esta reseña para homenajear al actor recientemente fallecido, que siguió
trabajando en cine y teatro hasta casi cumplir sus ochenta años.
Sección Cine
LA VIDA DE ADÈLE: LA COLISIÓN ENTRE REALIDAD Y FICCIÓN... ENTRE AMOR Y DESEO.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel
Vulnerar las reglas básicas del lenguaje fílmico para situar a la cámara delante
de la piel de la protagonista, y con ello, penetrar dentro de lo que no se nos
puede mostrar sino diseccionado materialmente el cuerpo humano, es la
técnica que AbdellatifKechiche ha empleado para enseñarnos las entrañas de
sus obsesiones, porque quizá no haya otro camino más directo para reafirmar
la colisión entre realidad y ficción... entre amor y deseo, y así, intentar que
todos se vuelven uno. Como diría Marguerite Duras, la obsesión por la piel, su
piel (en este caso de la protagonista AdèleExarchopoulos) es el leitmotiv en el
que el cineasta tunecino se basa para narrarnos ese tortuoso camino que nos
lleva de la adolescencia a la juventud o del simple deseo al verdadero amor.
Una obsesión que se materializa en la preeminencia de los primeros planos
que se regodean en lo más banal de nuestra vida diaria, y que llegan a ser
asfixiantes en muchas ocasiones, y que el director contrapone (para
proporcionarnos algo de oxígeno) con pequeñas pinceladas naturalistas o
intelectuales a lo Eric Rohmer. Contrapuntos que, sin embargo, intentan
tocarse en una estructura narrativa basada en el montaje de diferentes escenas
de la vida diaria de Adéle y su historia de amor con LèaSeydoux, a través de
interminables y falsos planos secuencia (con un profundo aroma a montaje
teatral más que cinematográfico), pues el espacio narrativo que nos transmite
Kechiche es muy distinto al predominante en el cine actual. Su universo es un
mundo de largas caricias, de miradas perdidas, de ausencia de prisas y de
destellos incontrolados en una aparente vida normal (si acaso hasta
monótona), de una joven que se muestra tan natural como confundida ante el
infinito mundo de los sentidos. En ese aparente silencio que rodea a La vida
de Adèle no hay lugar, sin embargo, para la improvisación, pues a pesar de la
animadversión del director a la hora de ensayar las escenas antes de rodarlas,
o de su negativa total a medir la luz antes de dar al play de la cámara, los dos
meses iniciales de rodaje se convirtieron en cinco meses y medio, lo que llevó
al equipo de rodaje y a las actrices a un hartazgo sólo puesto al descubierto
tras recibir La Palma de Oro en Cannes; una recompensa que, no obstante,
habla por sí sola de las virtudes y múltiples hallazgos de esta película. En La vida de Adèle no estamos únicamente ante la batalla encarnizada de dos
cuerpos desnudos en la búsqueda del placer más extremo (retratado en un
plano secuencia de casi diez minutos), sino que también asistimos al gran
debate del amor y la vida. De esta confrontación nace La vida de Adèle como
una nueva forma, quizá la única, de ver y sentir los deseos y las
contradicciones inherentes al ser humano; un debate sin tregua y para el que
Kechiche ha necesitado de casi tres horas para mostrarnos una gran historia
de amor.
Las dos partes en las que se divide la película,
representan muy bien la formación de ese
caparazón milagroso que es el amor, capaz por
sí mismo de aislarnos del mundo más oscuro y
real, y trasladarnos a ese edén que, como un
universo paralelo, nos muestra a un deseo tan
ciego como caprichoso, tan sutil como
necesario... ahí es donde se muestra
prodigiosa y sublime AdèleExarchopoulos, heroína en una constante
confrontación contra la proximidad de una cámara que la persigue hasta la
saciedad, pero ella, lejos de mostrarse insegura o inaccesible, nos brinda una
majestuosa actuación como rara vez podremos volver a ver en el cine. Su
seguridad está presente en cada mirada, en cada gesto, en cada lágrima, en
cada grito de placer y en cada poro de su piel; piel que se transforma en la
mejor frontera del amor y el deseo, de la luz y la oscuridad... Si algo ensalza a
Adéle, y por ende a esta película, es la dignidad de su protagonista, a prueba
de centenares de tomas y caprichos enfermizos de su creador. Ella es la
columna vertebral en la que se sustenta esta tesis sobre el amor y la vida; una
tesis que nace de la colisión entre realidad y ficción... entre amor y deseo.
Ángel Silvelo, funcionario de carrera del Cuerpo de Gestión de la
Administración Civil del Estado, es autor de las novelas Fragmentos (Primer
Premio Certamen Cultural URJC 2001, Lulu.com 2007), Dejando pasar el
tiempo (Editorial Visión Net Editores 2012) y colaborador de la revista cultural
www.civiNova.com, donde publica reseñas literarias, de cine, música y arte, al
igual que en el periódico digital www.Qué.es, en el que tiene dos blogs.
Asimismo, edita un blog cultural www.angelsilvelo.blogspot.com y colabora en
el portal www.escritores.org, en la web www.canal-literatura.com, en la
plataforma www.paperblog.com y en la revista Terral www.revistaterral.com.
Entre otros, ha ganado los siguientes premios literarios:
- 1º Premio Certamen Cultural de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid
2001.
- Finalista del VI Concurso Crítico de Cine de la Guía del Ocio (Madrid 2003).
- 3ª Premio del XIII Certamen Relatos Breves “Día de la Mujer 2009”, Ayto.
Navalmoral de la Mata.
- 1º Premio II Certamen Narración Corta UNED Cartagena 2010.
- 2º Premio IX Edición Premio Nacional Relatos Cortos Mujeres Progresistas
de Badajoz 2010.
- 1º Premio 7ª Edición Certamen de Narrativa Ciudad de Chinchilla 2011.
- 2º Premio en el XIX Concurso Relatos de Igualdad del Ayto. de Miranda de
Ebro 2011.
- 1º Premio Club Taurino Mazzantini de Relato Taurino, Llodio 2011.
- 1º Premio en el VIII Concurso de Cuentos 2011 “Cultura es libertad”,
Asociación Residentes Afroamericanos de Vitoria.
- 1º Premio XII Concurso de Relato Breve UNED Plasencia 2012.
- 1º Premio IX Certamen de Relatos Breves “Cristina Tejedor” de la Diputación
de Palencia 2012.
Sección Opinión
Nuevas Leyes Erena B. Burattini
Me sorprendí al oír hablar del proyecto de una nueva Ley de Protección
Ciudadana. Supuse que querrían protegernos de posibles atentados o de
alguna epidemia contagiosa. Descartadas estas hipótesis me pregunté ¿de qué
o quienes pretenden protegernos entonces? Tampoco es que nos
encontremos en guerra. Aunque es verdad que estamos inmersos en una
profunda crisis que está teniendo algo en común: el racionamiento, como es el
caso de la educación, la sanidad, el trabajo, y por supuesto también se raciona
el futuro.
Es extraordinario, por tanto, que ante esta dura crisis los políticos tengan
presentes a los ciudadanos, y que se elabore una ley que los proteja. Seguro
que como medida primordial contendrá artículos destinados a evitar el saqueo
y el despilfarro de las arcas públicas, que los ciudadanos engordamos. Esta
medida tendría un buen efecto anti-racionamiento. Si se obviara este aspecto
será que necesitan aún más asesores para evitar despistes de tamaño calibre.
Mientras escribo estas líneas caigo en la cuenta de que lo trending topic
en política es hablar en clave, sí, decir una cosa por otra, supongo que con el
fin de mantener activas las neuronas ciudadanas. Siguiendo entonces este
juego adivinatorio -doy solo un ejemplo entre tantos otros: cuando bajan los
sueldos el ministro afirma que suben–, tendríamos que pensar a qué se refiere
en realidad esta ley que pretende, al menos por su nombre, defender al
ciudadano en tiempos de paz.
¿Será una ley que promueva conductas cívicas que dejen atónito al
mundo ante nuestros exquisitos modales pase lo que pase? A medida que
escribo se me va haciendo la luz. Este juego de hablar al revés tan en boga me
está activando la sesera. Ahora comprendo que esta ley no se refiere al
ciudadano de a pie, va destinada al Ciudadano con mayúscula en defensa del
ciudadano minúsculo. ¡Ay!
Prefiero pasar página, y comentar otra ley en trámite, la de
Transparencia, que ya deja entrever que más que transparente la luz nos
llegará tamizada con bellas palabras. Y no es que nuestros gobernantes sean
fotofóbicos. ¿Qué les pasa entonces?
En fin, resultan muy curiosos los tiempos que nos están tocando vivir. A
menudo dudo si mis neuronas se han resecado puesto que me cuesta entender
y digerir lo que sucede a diario. Para más inri me toca ahora reaprender la
historia. No sabía que detrás de la primera gran revolución de la humanidad,
me refiero al paso del nomadismo al sedentarismo, así como de los siguientes
descubrimientos, avances tecnológicos y cibernéticos que más progreso han
traído a nuestra humanidad, se encuentra la ideología del PP, según afirma la
alcaldesa de Madrid.
¡Nunca es tarde para actualizarse!
Crítica literaria
Los valles olvidados: un viaje iniciático hacia la esencia de la vida
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel
Como dice muy bien Ramón Alcaraz en el prólogo de libro, Los valles olvidados es una novela de viajes y metáforas. Viajes iniciáticos hacia la
esencia de la vida; y metáforas que adornan de una forma poética las
emociones de unos personajes que transitan por unos valles perdidos en la
noche de los tiempos. Lola Buendía ha tenido
la valentía de novelarlos, y lo ha hecho
dibujando con su pluma pequeños retazos de
su sentir y su padecer que, lejos de situarlos en
la senda de la desgracia ante la ausencia de
comodidades, los sitúa en un día a día apegado
a una tierra que les transmite sabiduría, placer
y sustento. En este sentido, Los valles olvidados se encuentran a medio camino entre
el realismo más hostil y ese otro realismo
mágico con el que se aderezan la rudeza del
olvido y las leyendas de unas gentes que se pierden en su árbol genealógico
como las estrellas lo hacen en la oscuridad del firmamento. Al leer esta
novela, nos llegan ecos de Miguel Delibes o Camilo José Cela a la hora de
rebuscar en las entrañas del ser humano ese último sentido de la existencia
que, por muy descorazonador que nos parezca a todos aquellos que
residimos en las grandes ciudades, poseen la certeza que sólo proporciona
la quietud del paso del tiempo y la naturaleza en su estado más puro. Ahí
radica el gran valor de esta novela (que fue premiada por la Diputación de
Jaén en el año 2008), en la luz que nos proporciona (a veces cercana al
estudio etnográfico) de unos personajes únicos en sí mismos, pues en la
mayoría de los casos, su autenticidad se halla en ese diamante en bruto
llamado sencillez.
El leitmotiv de esta historia sobre hombres y mujeres, naturaleza y animales
y lugareños y extranjeros, es la cultura, quizá la única herramienta que
todavía a día de hoy es capaz de inculcar un poco de esperanza a nuestro
futuro. Y ese en esa fuerza en la que se van a apoyar, Elena (álter ego de la
autora) y Pablo, cuando inician una nueva vida al afrontar con la esperanza
que sólo te proporcionan los ideales, la reapertura de la escuela Las
Encinas; un edificio público en mitad de la serranía de Jaén que a su vez
hace las veces de capilla. Una semblanza que nos pone de manifiesto el
juego ambivalente de los símbolos de la cultura occidental, con la religión y
la educación muchas veces enfrentadas. Y como mítica y universal
observadora de todo ello, la naturaleza, que se desdobla perfectamente en
pantanos, ríos, senderos, setas, cabras, ovejas y costumbres, que en Los valles olvidados salen magistralmente retratados por una escritora, Lola
Buendía, que se auto impone una vasta labor de rastreo en las costumbres
de las gentes de la serranía de Jaén, para ofrecernos esa otra mirada de la
vida, que alcanza sus momentos más brillantes cuando la autora se deja
llevar por el hilo conductor de las anécdotas y leyendas de unos personajes
que van anidando en cada uno de los relatos que componen esta novela,
perfecta alquimia que conjuga el presente y el pasado, lo rural con lo
urbano…, y así, hasta llegar a la perfecta conjunción de una época no tan
lejana en nuestra memoria, lo que nos lleva a replantearnos cómo éramos
no hace tanto tiempo y cómo somos ahora.
Crítica Literaria
Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi
Ricardo Guadalupe
Qué poco sabemos de nuestros vecinos los portugueses. Si se preguntara a
los españoles por la dictadura salazarista, me atrevería a decir que la gran
mayoría se sorprendería al escuchar que duró casi 50 años del siglo pasado.
Menos mal que novelas como la de Antonio Tabucchi, que curiosamente es
italiano y no portugués, vienen a refrescarnos la memoria.
Sostiene Pereira se desarrolla en agosto del ’38, en una Lisboa en estado de
sitio y con el fascismo y los regímenes totalitarios imponiéndose en Europa. Es
este el marco que utiliza la novela para hacer un alegato contra el inmovilismo.
Porque, como dice uno de los personajes, “hay que distinguir entre fanatismo y
fe”.
Pereira, el protagonista, es un periodista viudo y católico que ha llevado una
vida tan anodina que no encuentra de qué arrepentirse, llega a sentir “una
nostalgia de arrepentimiento”. Pero algo cambia cuando conoce a Monteiro-
Rossi, se ve conquistado e influenciado de manera decisiva por los atributos
propios de un espíritu joven: vitalidad, desinhibición, inocencia, sinceridad,
apasionamiento, osadía, inconsciencia, negligencia, sencillez, cercanía,
dependencia… Monteiro-Rossi es para Pereira el hijo que nunca tuvo.
Y aunque le advierte de que seguir las razones del corazón le va a traer
complicaciones, también le reconoce algo que se va a convertir en el lema de
la novela: que las razones del corazón “son las más importantes”.
Y esto debe ser que el autor se lo aplica a sí mismo, puesto que aprovecha el
personaje de Monteiro-Rossi para criticar sin complejos a escritores partidarios
del fascismo, como Marinetti o D’Annunzio. Del mismo modo que elogia a los
escritores católicos franceses Mauriac y Bernanos, que se alinearon a favor de
los republicanos españoles, yendo más allá este último al atacar con
vehemencia el batallón Viriato, el contingente militar portugués que fue a
España a combatir junto a Franco.
La admiración de Tabucchi por los autores franceses se deja notar asimismo a
través de las traducciones que Pereira realiza para la sección cultural del
periódico, donde publica cuentos de Balzac, Maupassant, Daudet… Todos
ellos escritores del siglo XIX, reflejando a mi parecer un ascendiente similar al
que ahora en el presente siglo podemos experimentar por los escritores del
veinte.
Sostiene Pereira está escrita en forma de declaración, de ahí su título. Esta
técnica dota de verosimilitud al texto, así como de proximidad, ya que nos
acerca el pasado desde un tiempo presente. Su lenguaje es sencillo y ameno.
Y está recubierto con una capa de fino humor de principio a fin.
Mención aparte merece la fantástica nota del autor a la 10ª edición italiana, en
la que Antonio Tabucchi explica de primera mano el proceso creativo de la
obra. Así se descubre, entre otras cosas, el porqué de su peculiar forma de
narrar Sostiene Pereira. Pero no será en esta reseña donde se desvele.
Sostengo yo.
(“Relatos con abrelatas” es el tercer libro que ha publicado Ricardo
Guadalupe con la editorial Octaedro)
http://octaedro.com/OCTctlartb.asp?id=es
Sección Poesía
Al ritmo de las risas del averno
Mercedes Ridocci
Entre el fango y la humedad,
entre llamas de tinieblas,
la fiera humana transita por las caóticas y sombrías gargantas
de su subterráneo mundo.
Por angostos peldaños trepa hacia la grada del poder.
A su paso lanza tósigo veneno sobre calidoscopios de múltiples y simétricos
espejos.
Su imagen multiplicada, diminuta y asfixiada, reverbera en infinitos fragmentos
vidriosos
temblores de una danza enajenada
al ritmo de las risas del averno.
Sección Poesía
MIEDO
MARTA RODRÍGUEZ IBORRA
Selló cada una de las ventanas, puertas y grietas, y se encerró dentro, en la casa transparente vacía de objetos e imperfección.
Ciega se quitó la chaqueta y el vestido y los tiró al suelo y los pisó.
Abrió su alma desnuda al silencio, a la falta de luz natural, al vacío, a las palabras, al corazón del espacio, a la inteligencia del breve recuerdo.
Se dejó caer junto a la ropa sucia y ella misma se quitó los zapatos. Fue así cómo la oscuridad del tiempo se abrió hacia ella. Ella sintió miedo.
Sección Poesía
NADA Enrique Clarós
Entro en tu nombre,
en el algoritmo genético
que define un esqueleto
rodeado de carne.
Y ya todo es recuerdo
como un cementerio de nubes
pálidas como el talco
sin nadie que las sueñe.
Con los ojos teñidos por el mar
llenos de atardecer,
acompaño el temblor del rocío,
y con la desesperanza de la ola
que fallece en la arena,
me pregunto,
cuándo los labios
se olvidaron de aquel beso.
EL CIELO Enrique Clarós
En ocasiones siento
un vértigo premonitorio,
el cielo se ha partido
y una monstruosa brecha
nos deja al descubierto,
bajo la inclemencia áspera
de la infinita negrura,
expuestos al frío glacial
y su absoluta soledad,
al abismo de vórtices
en el que solo nos queda
la eterna noche astillada
bajo la que yacemos desnudos.
Sección Poesía
Rimma Kasakova (1932-2008) Erena B. Burattini
Poeta rusa nacida en Leningrado (hoy San Petersburgo). Formó parte de la
joven generación de los años cincuenta.
La poesía -en realidad todo el arte- representa la vida en general con sus
oscilaciones y rupturas, y la poesía rusa no fue
una excepción. La Revolución de Octubre (1917) y
la guerra civil rompieron las estructuras políticas,
económicas y sociales. Así también la poesía
clásica rusa se abrió a nuevos temarios de gran
variedad, afectando a las formas poéticas que
adoptaron ritmos más adecuados a la nueva
realidad. Es de destacar dentro de esta variedad el
factor de unidad, ya sea para reflejar la lucha del
proletariado, la revolución o la guerra civil. Este
método unitario, entre realista y romántico, terminó
por denominarse método del realismo socialista.
Más tarde, la Segunda Guerra Mundial marcará otro hito, aportando otro
argumentario con nuevo estilo. A esta generación de los cincuenta pertenece
Rimma Kasakova, junto a poetas tales como Bella Ajmadúlina o Evgueni
Evtushenko, entre otros. Esta generación representa una ruptura con la
temática anterior. Apuestan por la verdad en contra de un dogmatismo y
anticonformismo, con un gran afán desmitificador. Es la búsqueda de una
poesía sincera, original y fresca en sus formas, que tuvo gran aceptación. Se
logra un florecimiento en la poesía nunca visto antes en país alguno, al decir de
los estudiosos. Esclarecedora de esta Edad de Oro es la frase de Evtushenko:
“Estoy orgulloso de haber sido testigo de una época en que los versos se
convirtieron en acontecimientos populares”.
Este es el ambiente literario en que se desenvuelve esta poeta. Estudia Historia
en la Universidad Estatal de Leningrado. Sin embargo, en sus inicios trabaja
como conferenciante y correctora en unos estudios cinematográficos. En esa
época escribe sus primeros versos que publica en 1955.
En ese contexto de búsqueda de una base moral para resolver los problemas
cotidianos, Kasakova no presenta altibajos en su escritura. Su obra es el
resultado de una creación constante en pos de “la conquista de aquellos
centímetros que después no retroceden” (Evtushenko). Defendió su
independencia y su lenguaje propio.
Según algunos críticos ella no habría llegado a ser una excelsa poeta, de no
haber reflejado en su obra toda esa poesía que existe fuera de los versos: en la
gente, en la Naturaleza, en las relaciones humanas, esto es, en el entorno, en
lo cotidiano.
Sus versos son diáfanos y sencillos. Su romanticismo está teñido de desilusión,
que no de desengaño.
Rimma Kazakova pertenece a aquella generación que en la niñez siguió con
abierto interés la guerra civil en España. Esta circunstancia deja huella en su
personalidad, que se manifiesta en su predilección por lo español, por su
idioma y su gente. Sin embargo, esto no se refleja en su poesía.
Te perdono invariablemente
mis días de soledad,
y no me arrimo a otras orillas
aunque sean maravillosas.
Pero alcanzada esa sensatez,
presuroso hacia el fuego doméstico,
¿te perdonas a ti mismo, te perdonas,
esos mis días de soledad?
Sección poesía
LA PALABRA Y EL TIEMPO II
LA POESÍA COMO FUENTE DE LA CULTURA POPULAR
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
La primera vez que escuche este CD, salté sin mucho esfuerzo hasta mi
adolescencia, cuando en el colegio, mi profesor de literatura, nos ponía en un
tocadiscos los poemas de Miguel Hernández o García Lorca cantados por Joan
Manuel Serrat o José Luis Perales; un eco, el de los recuerdos, que a veces
forja con hierro incandescente en nuestro subconsciente momentos eternos de
nuestras vidas que creíamos olvidados. Como dice el propio Luis Alberto de
Cuenca en la breve introducción del disco: “poesía y canción nacieron juntas en
el albor del mundo”, a lo que podríamos añadir, que igualmente juntas navegan
por nuestra memoria con el don de los buenos recuerdos; un territorio que
como también nos apunta el poeta es un: “país de nunca jamás donde vivimos
los poetas, hechos canción ahora nuevamente, reintegrados a la casa común
donde siempre han vivido música y poesía”. A lo que cabría añadir que, en este
caso, asistimos a la más pura manifestación de la poesía como fuente de la
cultura popular, pues ésta en sí misma bebe y sacia su sed de su saber y
sentir. La poesía es en sí misma las matemáticas de la literatura, que sólo las
mentes más privilegiadas logran cultivar con la dignidad y el rango que tan
noble arte se merece, pero que unida a la música, se hace sueño, pues la
palabra deja de ser verbo para transformarse en algo más sutil y enigmático
que es capaz de apoderarse de la vigilia de nuestros pensamientos. “Cantar es
ser” nos apunta Rainer Maria Rilke en la continuación al prólogo del disco, y
cantar bajo el signo de unos poemas es ser y poder ser, pues juntas
materializan el más puro sentimiento del Hombre, pues dota de cuerpo a los
sentimientos. Y no sólo eso, porque otro de los grandes aciertos del disco son
las melodías elegidas para interpretar los poemas, pues lejos de alejarlos en la
nebulosa de lo intangible, nos los acercan con ritmos perfectamente
reconocibles y asumibles por cualquiera, pues todos esos sonidos forman parte
de nuestra cultura popular más profunda; esa que vence al paso del tiempo y
se comporta como vehículo de transmisión de un país, que año tras año y siglo
tras siglo, va acumulando más sabiduría. España, país de grandes poetas y
músicos, que en La palabra y el tiempo II podemos disfrutar, y no sólo eso,
porque también, podemos auto complacernos con estas pequeñas dosis de
autoestima de las que tanto estamos huérfanos últimamente, pues la cultura en
sí misma es la mayor manifestación de lo que fuimos y lo que podemos ser, sin
olvidarnos por ello, del infinito poder intrínseco que posee el ser humano a la
hora de expresar sus sentimientos y la bondad y los pesares de la vida.
En definitiva, gracias a la perseverancia y amor por la cultura de
Santiago Gómez Valverde, podemos disfrutar de la fusión entre música y
poesía en un segunda edición de La palabra y el tiempo II, una propuesta
musical y poética que convierte en canciones poemas universales escritos por
autores insustituibles de la literatura universal hispana. El disco ha sido creado,
musicado y dirigido por el propio Santiago y producido por Paco Ortega, con
la participación activa de Juan Carlos Mestre y Luis Alberto de Cuenca. Los
poetas musicados son, entre otros: Luis de Góngora, Lope de Vega, Gustavo Adolfo Bécquer, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Luis Alberto de Cuenca, Felipe Benítez Reyes, etc. En cuanto a los
cantantes que ponen voz a los poemas, podemos destacar a Paco Ortega, Pablo Guerrero y Valderrama, así como, Francisca Aguirre, Felipe Benítez
Reyes, Eloy Sánchez Rosillo y Joaquín Pérez Azaústre, recitan sus propios
versos.
En este enlace podéis ver un video de la propuesta musical de los poemas. http://www.youtube.com/watch?v=Q0JI2kV543w
Sección relato
La mujer barbuda. Primer relato Andrés Ortiz Tafur
info@editorialeldesvan.com
No te quieres morir y estás muerta. Sin necesidad de arrancarte las huellas de las
yemas de los dedos ni desfigurarte las facciones más características del rostro. Como
antes: igual que los maquis y los bandoleros.
Un elefante viejo se hace el distraído, se queda atrás y resuelve cambiar de
rumbo, separarse del resto de la manada; y llega a un cementerio mágico, en donde
sólo hay esqueletos de otros elefantes y un río de aguas
cristalinas, montañas, árboles y cielo. Eres un elefante,
que tras muchas incursiones ha encontrado su sitio. Así te
presentas, sin que nadie te pregunte; porque no existe
nadie, sólo casas en ruinas, esqueletos, la huella
silenciosa de gente que, en algún momento, permaneció
viva aquí, en este lugar, en tu cementerio.
Te resistes a permanecer callada, a perder la
costumbre de comunicarte. Y empiezas a hablar contigo.
Pronto asumes tu problema, el motivo de tu huida. No eres
idiota. Nunca lo has sido. Tienes barba. No eres atractiva. El mundo no te percibe
atractiva. Y es al mundo a quien le compete dilucidar ese tipo de cosas. Y, ante eso, no
has encontrado mejor salida que marcharte a un sitio que forma parte del mundo, pero
en el que no hay nadie, salvo tú.
Una noche te despiertas sobresaltada. Te ha venido una idea. No eres la única
persona fea en el mundo. Y este lugar, tu cementerio, cuenta con muchas otras casas
en ruinas; otra gente puede venir y reconstruirlas; gente con una nariz a punto de
rozarle la barbilla, gente con los ojos extraviados y con una única ceja; gente con un
solo ojo, con una sola oreja, o con la boca torcida; gente fea.
Te decides a poner un anuncio. En él declaras que eres un elefante, un elefante
vivo, que ha encontrado el cementerio de los elefantes muertos; ese enclave misterioso,
de leyenda. Describes minuciosamente las puestas de sol, los amaneceres, el ruido del
viendo, del agua, el de las aves; y el silencio de las montañas, de los caminos y el del
candil y el sillón y el fuego. Incluso tomas y publicas instantáneas del valle, de la colina
en donde se alzan las casas, de las ventanas de madera, a falta de cristales y de un
tejado. Al final, sólo al final, explicitas que la única condición que impones, a quienes
deseen recibir una copia de tu mapa, es que deben tratarse de personas feas.
Al cabo de un par de días recibes cientos de peticiones. Todas contienen una foto;
tu exigencia. Es entonces cuando cometes tu primer fallo; no lees los mensajes, vas
directa al archivo adjunto y, a partir de la imagen que ves, haces la selección. Te
conviertes en la juez de tu mundo: tú decides; y lo haces usando los mismos criterios
que provocaron tu huida. Otra noche, también de madrugada, vuelves a desvelarte y
caes en esa cuenta, en tu propia injusticia. Das marcha atrás; destruyes las carpetas y
comienzas de nuevo a abrir los correos.
Algunas de las razones de quienes quieren irse a vivir contigo te resultan
maravillosas, te conmueven. Lástima que en ciertas ocasiones el aspecto de la
fotografía no acompañe; no son lo suficientemente feos; no te valen.
Al final, después de darle infinidad de vueltas, te decantas por diez candidatos.
Son muy feos, tanto como tú, otros elefantes; y sus razones te convencen: son tan
maravillosas como las de la gente guapa que te viste obligada a rechazar por ese
motivo, sólo por ese motivo.
Aun así, crees que debes responder a todos los que han mostrado interés en
llegar a ti, a tu sitio. Y comienzan los problemas. La gente no entiende que seas tan
elitista. Dicen que ellos no tuvieron elección, que nacieron así, que es cuestión de
genética, que el hecho en sí les sugiere la irrupción de un nuevo holocausto; y te
proclaman que nada les gustaría más que despertarse al día siguiente siendo feos, si
ello les permite habitar en tu paraíso. Algunos incluso te proponen sacarse un ojo, o
rajarse de arriba abajo la cara, o cortarse las dos orejas. Alguno, incluso, lo lleva a cabo
y te envía una fotografía con su nueva imagen: espantosa, mucho peor que la tuya.
Llevan razón. Así lo sientes. Te has vuelto a equivocar. Estás completamente
segura de ello y vuelves a echar marcha atrás. Frenas todo el asunto. Necesitas
pensar. Y te das unos días.
El candil, el sillón y el fuego y, sobre todo, el ordenador te han mantenido
demasiado sujeta. Sales de tu casa reconstruida, al exterior de tu cementerio.
Encuentras irrepetibles los horizontes, las nubes bajas que abrazan a las montañas del
fondo, el tapiz que forman los árboles en las laderas, el río, siempre susurrante,
siempre ahí, corriendo y sin marcharse a ningún sitio. No puedes ser tan egoísta. No
puede ser para ti sola, ni para quien tú elijas —piensas—. Y en un impulso, entras de
nuevo en la casa, te sientas frente al ordenador y colocas un nuevo anuncio con la
dirección exacta del paraíso, archivando de esa manera todas tus exigencias anteriores
y cometiendo el que será tu segundo y definitivo fallo. Ya no habrá tiempo ni
oportunidad para otro.
A las pocas horas ya no caben más coches en la era y los que llegan después se
ven obligados a aparcar en las anchuras del carril. Hay de todo: gente
inmaculadamente fea, lo que tú ansiabas al principio; gente de aspecto insulso, que no
llaman la atención por nada; gente atractiva, a veces sólo por su forma de moverse o de
mirar; gente guapa, muy guapa; y gente que sólo pasa a echar un vistazo, con el perro,
los niños y la fiambrera. Todos coinciden en lo mismo: se trata del lugar más increíble
nunca visto.
El resto de la historia es de sobra conocida: un promotor inmobiliario logra que
recalifiquen como urbanizables unos terrenos anexos a la pequeña aldea, justo donde
tú planificabas plantar hortalizas y tubérculos para que la economía fuera sostenible y
en los que ahora se levantan varias hileras de pequeños chalets pareados; un tipo con
don de gentes, que se hace con la presidencia de la comunidad, y que no soporta el
calor, ni las piedras del río y que se topa con un espacio ideal en donde hacer un gran
hoyo para la construcción de una piscina enorme, para todo el vecindario, sin
distinciones, para que no se pierda la matriz alternativa y solidaria de tan singular sitio;
y el niño, el maldito niño que se las da de gracioso y advierte el vello de tu cara y decide
ponerte el sobrenombre de “La mujer barbuda”. El mundo.
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Sección relatos
La cremallera MD Rubio de Medina
No nos iban demasiado bien las cosas, pero mi marido era reservista y
un día llegó una carta certificada. Lo enviaban a Afganistán, a los alrededores
de Kabul donde parece que se rompían demasiados motores y James era buen
mecánico de barcos. No entendí mucho de esa historia, Afganistán está tierra
adentro, creo que no tiene mar con barcos. Luego supe que, como todos los
países, tiene ríos, entonces comprendí para qué necesitaban a un mecánico de
barcos.
Cuando supimos del golpe de tuerca que daba la vida y la profesión de
James, fue como si el contador de nuestra historia se pusiera a cero y
empezáramos de nuevo a enamorarnos, a querernos. Desde la llegada de la
carta hasta el día en que subió al avión de carga, solo transcurrieron quince
días. Dos semanas son como un minuto cuando se quiere revivir un
enamoramiento que duró cuatro largos años, hasta el día que James se
emborrachó en una estación de descanso de un cruce de carreteras y
amaneció en la cama de la camarera. Tuvimos algún instante de cordura para
atravesar el puente de Brooklyn y contemplar el East River antes de que se
fuera. James lloró contemplando los remolcadores, las rayas lejanas de los
barcos. Pasó parte de su infancia sobre la cubierta del remolcador lleno de
remaches de su familia.
Imaginaba que jamás le daría mi perdón por el affaire de la camarera
hasta que descubrí que el futuro que tenía delante no era el que abarca una
pensión como divorciada, sino el infierno de Afganistán. Cuando nos
despedimos, alentó toda mi fe con una declaración de principios: «Volveré
Mary, volveré con esta bolsa». Metió en ella la primera fotografía que le di, una
donde tengo quince años menos. ¡Cómo no, el paisaje del fondo era la
sorprendente quietud del East River y los remolcadores!
Cuatro meses después recibí una llamada de teléfono. Un voz triste,
respetuosa, dijo: «¿Hablo con Isabella Fitzgerald?». «No, disculpe, habla con
Mary Yorston», dije. Al otro lado taparon el micro del teléfono, no lo suficiente,
oí mascullar: «¿Cómo se llama su mujer?» Luego el desconocido debió de
tapar bien el teléfono porque hubo un silencio, roto por un carraspeo. Alguien
se aclaraba la voz. Luego otra pregunta: «¿Es usted Mary, la esposa de James
Yorston?». —Esas llamadas tristes y respetuosas se habían repetido en el
vecindario. Eran como los rumores sobre violaciones de jovencitas rubias, una
leyenda urbana—. Mi interlocutor interpretó mi silencio como un asentimiento:
«Pasaremos en unos instantes para entregarle una bolsa.»
Creo que miré el reloj, pero he olvidado la hora. Volví a lo que estaba
haciendo antes de la llamada, estaba aderezando una hamburguesa con la
salsa de spaghetti de Paul Newman. En lugar de recordar a James, pensé si la
salsa era de antes de que se apagaran los ojos azules de Newman. Mary, o
sea yo, no era de las que creen que es verdad lo que ponen en los tarros, esas
cosas de los ingredientes, los espesantes, las fechas de envasado y de
caducidad.
Fueron rápidos. Llamaron al timbre. En la puerta dos tipos con monos
azules que tiraban de una especie de camilla con ruedas, dentro de una bolsa
negra cerrada con una cremallera, un bulto alargado.
«Esto es suyo», y el gordo de los dos tipos, el de la gorra de béisbol de
los Giants de Nueva York, me pasó un portafolios y un rotulador de los Reds
para que estampara mi firma. Les pedí el favor de que me la dejaran sobre la
alfombra del comedor.
Los del mono azul se fueron hace tres o seis horas, quizás se fueran
ayer. Es como volver a enamorarte, el tiempo pasa tan deprisa que no sabes
en qué día estás. Tampoco tengo valor para retirar de la mesa la hamburguesa
y la salsa de Newman. Entonces la he recordado: he necesitado tiempo para
reunir valor. Esta vez no es como enamorarse, el tiempo pasa lentamente,
como cuando tienes una espantosa migraña. Al fin lo he reunido. He marcado
el número de la camarera. He dicho: «Isabella, soy Mary Yorston, necesito
ayuda para abrir una cremallera». No soy tan insensible, aunque ella es la
zorra que se tiraba a mi marido, la he prevenido. «Es difícil, está atascada».
Cuento infantil EN LO ALTO DEL ARMARIO María Barrionuevo Almansa
Juan entró en la habitación y miró hacia lo alto del armario. Sabía que sus padres
no le molestarían. Ocurría siempre que venían visitas. Y aquella noche venían. Sus
padres preparaban recetas en la cocina. Así que Juan sabía que cuando había cenas
especiales lo dejaban en paz; a veces, por mucho, muuucho rato. Volvió a mirar a lo
alto del armario. Luego se vio reflejado en uno de los espejos que cubrían sus puertas.
Observó la cerradura sin llave, y los tiradores dorados. El armario era viejo, como todo
lo que había en aquella habitación que nadie utilizaba. Juan sabía que para su madre
eran cosas muy importantes, sobre todo las que se guardaban dentro del armario. A
Juan no le dejaban siquiera acercarse, el armario era intocable. Había visto algunas de
aquellas cosas: una tetera de porcelana pintada a mano, que la madre de Juan sacaba
cuando venía la tía Elisa; una vajilla con los filos dorados, en las que él nunca había
comido; y un cofre, un cofre lleno de piedras preciosas que mamá sacaba y metía una y
otra vez cuando perdió el anillo de la abuela.
Juan sabía que el anillo estaba en lo alto del armario. Se lo dijo a su padre,
porque mamá lloraba mucho cuando lo perdió, pero no le hicieron caso. Juan nunca
conoció a la abuela Inés, ya se había ido para siempre cuando él llegó. Entendió que
mamá debió quererla mucho; si no, no se hubiese puesto tan triste cuando perdió el
anillo. Lo que no entendió Juan es por qué no le hicieron caso a él y sí a papá cuando
dijo que el anillo había vuelto a la abuela, y que ahora lo llevaba puesto, y que por eso
brillaba tanto esa estrella ahí fuera. Y mamá dejó de llorar. Y papá los sacó al patio, y
señaló al cielo, y mamá sonrió un poco. Y era verdad que había una estrella que
brillaba con mucha fuerza, más que las demás. Pero Juan sabía que el anillo no estaba
en aquella estrella, que estaba en lo alto del armario. Había muchas cosas, muchas
más cosas dentro del armario que él nunca había visto, y que no estaba seguro de ver
algún día. Pero a Juan, más que lo de dentro, le interesaba lo que había encima. El
armario formaba ondas vegetales en la parte superior. Lo que se guardaba detrás
quedaba bien oculto. Es “art decó”- decía mamá. Mamá sabía todos los nombres de las
artes. Juan solo sabía decir pintura, estatuas y edificios. Mamá sabía hasta fechas,
nombres de personas y palabras que a Juan le sonaban muy raras, como románico o
rococó. Los padres de Juan eran aficionados a las iglesias. En vacaciones, cuando iban
al norte, siempre visitaban muchas iglesias. Y por eso Juan sabía lo de románico. Él
prefería los castillos. Además, no entendía esa manía de sus padres por las iglesias si
luego nunca iban a misa y en el colegio se negaron a que estudiara religión.
Juan estaba seguro que en lo alto del armario había de todo. Todo lo que no se
puede tener, como por ejemplo un detector de traidores. Si él fuese capaz subiría a lo
alto y cogería el detector para dárselo a su padre. Sabía que a su padre lo traicionaron
una vez. Se lo oyó decir a él mismo. “Imagínate, después de tantos años y me ha
traicionado”. Por lo visto, el traidor fue Benítez, un compañero
del trabajo de papá. Juan lo sabía porque papá no paraba de
repetirlo. Se lo contó a mamá, a los tíos, a los abuelos, a
Paquita la panadera y a Gregorio el del parking. Y siempre
añadía lo mismo, “Es que no me lo puedo creer”. Y Juan creía
que por eso lo contaba tanto, para creérselo. Sí, en lo alto del
armario había un detector de traidores. Juan se lo daría a su
padre.
También había una pistola para congelar marcianos. La había pedido a los Reyes
Magos ese año, y el anterior. Pero los Reyes Magos siempre se olvidaban de traerla.
Juan los disculpaba, bastante trabajo tenían los Reyes para no cometer ni un error, ni
siquiera uno pequeñito. Juan sabía que los Reyes Magos se equivocaban a menudo, y
a él no le importaba. Pero lo de la pistola para congelar marcianos era demasiado, y
Juan pensó que a lo mejor a los Reyes no les gustaba la idea de congelar marcianos.
Porque vamos, eran tres. Y que uno se despistase un poco, vale, pero los tres era
mucha casualidad. Así que Juan no volvería a pedir la pistola para congelar marcianos,
porque además sabía que estaba en lo alto del armario.
Como el puzzle. Ese magnífico puzzle que le hubiese gustado tener. El que vio en
un escaparate de Oslo. Con sus montañas altas, altísimas, blanquísimas y un lago. Y
un montón de gente agachada bajando por la montaña, sujetos a unas tablas que no se
hundían en la nieve. Parecía que iban a mucha velocidad. Y a Juan le encantó, como le
gustaban los toboganes del parque. Pensó que aquello sería mil veces mejor que un
tobogán, pero cuando pidió a su padre que se lo comprara, su padre dijo que aún era
muy pequeño para un puzzle de 1000 piezas. Y Juan se tuvo que aguantar, y mostrar
interés por los puzzles de piezas tan grandes como su mano, del pato Donald y el ratón
Mickey. Juan sabía que sus padres muchas veces no le entendían. Pero no importaba,
él tampoco los entendía a ellos muchas veces.
En lo alto del armario estaba su puzzle de Oslo. Y el mapa del tesoro de Isla
Tortuga, seguro que también estaba. Si él pudiera, subiría y cogería el mapa. Claro que
luego tendría que marcharse en busca del tesoro. Sus padres se pondrían muy tristes.
Siempre decían que no sabrían qué hacer sin él. Y Juan no quería que sus padres no
supiesen qué hacer un día tras otro. Se aburrirían muchísimo. Juan sabía lo que era
aburrirse, por eso no quería que sus padres se aburriesen. Él se aburría en clase de
matemáticas. En el colegio lo llamaban cálculo, pero él decía matemáticas. Una y otra
vez el profesor repetía lo mismo: “Cinco patitos amarillos en un conjunto, salen dos,
¿cuántos patitos amarillos quedan?...”. Y él lo entendía a la primera, pero otros niños
tardaban más en entender. Juan no decía nada, porque esos otros niños eran los
mismos niños con los que jugaba en el recreo, los mismos que le invitaban a sus fiestas
de cumpleaños y que él invitaba a la suya. En fin, que esos niños eran sus amigos, y
sus amigos eran lo más importante. Sabía que en lo alto del armario estaba la fórmula
para no aburrirse en clase de matemáticas, la misma fórmula que él trató tantas veces
de conseguir juntando zumo de piña, con yogur de fresa y un poco de coca cola. Todo
el mundo decía que la coca cola tenía una fórmula secreta. Pero a Juan no le servía
para volverse invisible.
Juan volvió a mirar hacia arriba, pensó en lo alto que quedaba lo alto del armario.
Además de la pócima mágica, el puzzle de Oslo, la pistola para congelar marcianos y el
detector de traidores, había un chisme. Juan no sabía su nombre, pero sí sabía que
servía para solucionar problemas gordos. De los de verdad, como decía mamá. Porque
el hambre en el mundo era un problema gordo y de verdad, no que el lápiz de cera de
color azul cielo se hubiese partido por la mitad. Juan aquella idea no le consoló ni una
pizca en aquel momento, cuando lloraba como un descosido porque Jaime le había roto
su lápiz de cera color azul cielo. Le pareció tremendo porque tía Elisa le acababa de
regalar aquella magnífica caja de lápices de cera de todos los colores. Su problema era
tan grande y tan de verdad como el del hambre en el mundo. Y su mamá le dijo que no,
que no porque su problema tenía solución, que ya le compraría un lápiz de cera color
azul cielo si tanto le importaba, pero que el hambre en el mundo era mucho más difícil
de solucionar que un lápiz roto. Y Juan razonó y se calmó un poco. Pero lo cierto es
que mamá nunca le compró un nuevo lápiz de cera color azul cielo, y que el suyo
estaba aún partido por la mitad en su maravillosa caja de colores, regalo de tía Elisa.
Así que en lo alto del armario habría un lápiz de cera color azul cielo nuevo,
nuevísimo para él, y un chisme solucionador de problemas mundiales. Un aparato que
tendría un botón para apretar y al que dirías un problema, por ejemplo, el hambre en el
mundo, y el aparato pensaría un rato con lucecitas que se encienden y se apagan, y
luego encontraría la solución. Aunque a decir verdad a Juan ese problema no le parecía
tan difícil de resolver. Por qué había hambre en el mundo cuando el Sr. Ildefonso, el
tendero de la frutería, siempre se quejaba de que le sobraba fruta, y qué menudo asco
lo de los centros comerciales y las grandes superficies. Y que dónde se iba a llegar si
se alimentaban a familias enteras con tomates de cámaras frigoríficas, que esos no
tenían ni vitamina ni no sé que cosa de caroteno que tiene el tomate y que debe de ser
muy importante porque te libra de enfermedades. Decía Juan que podría ir un avión
todos los días desde la tienda del señor Ildefonso a los poblados de África, a llevar la
fruta que le sobrase. Y su mamá le respondió que aquello que había pensado Juan era
muy bonito, pero que no era tan sencillo y que ya lo entendería cuando fuese mayor.
“La verdad, no sé si me va a dar tiempo a entender tantas cosas cuando sea mayor”,
pensó Juan.
Y los documentos importantes. Esos también estaban ahí. Más importantes que
los que papá y mamá traían del trabajo. Que no se podían perder, ni mancharse. Y que
por eso Juan no podía ni tocar, como el armario. Juan se molestaba, no comprendía
por qué los mayores cuando oían la palabra niño siempre se imaginaban a locos bajitos
cubiertos de barro hasta las orejas, echando babas por la boca y con chicles pegados al
culo. A Juan le gustaban sus manos limpias, por eso se las lavaba a menudo porque le
gustaban limpias. Así que no comprendía qué podía él manchar. Las manchas
quedaban en el lavabo, a veces salpicadas en el espejo, pero ¿no era allí donde tenían
que estar? Sus manos siempre limpias. Total, que en lo alto del armario había
documentos importantes, más que los que traían papá y mamá del trabajo. Tan
importantes como el de cómo construir un submarino. Y Juan construiría uno para irse
con su amigo Alberto a explorar los fondos marinos y perseguir calamares gigantes. Y
había muchos otros, más importantes incluso que los que venían de Colombia y de la
India, donde mamá y papá tenían apadrinadas dos niñas. Juan había visto sus fotos,
eran muy guapas, y mamá le dijo que si quería él también podría apadrinar una, de la
China tal vez. Entonces Juan se enfadaba y les hacía aquella pregunta a sus padres
que les daba tanta risa y, que una vez más, él no le veía la gracia. “¿Y por qué no
tenéis vosotros una niña y así yo podría tener una hermanita?”. Y papá y mamá se
reían y empezaban a pasarse la pelota y Juan se liaba más. “Eso pregúntaselo a tu
madre”, decía papá. A lo que mamá respondía sobresaltada “¿A mí? Pero serás
caradura, eres tú quien tiene que decidirse” Y así se tiraban un rato y mientras Juan
seguía sin hermanita. Sabía que su hermanita estaba en lo alto del armario, junto al
documento importante, y que si subía recogería el documento y a su hermanita, solo
para él. “Seguro que ahora es diminuta”, pensó Juan, “más pequeña que una pulga”. Sí,
su hermana estaba allí arriba, esperando que Juan subiese a por ella. Quería una
hermanita para sentirse el hermano mayor y enseñarle muchas cosas. Para tener a
alguien que le hiciese caso alguna vez, y no ser él siempre el que tenía que obedecer a
todo. Y sobre todo quería una hermanita para que sus padres le dejaran tranquilo de
una vez. Sabía que las hermanitas traían tranquilidad a los hermanos mayores. Lo
sabía por Alberto, que desde que nació su hermana, empezaron a dejarle a hacer
cosas que antes nunca le dejaban. Y que ya no lo seguían a cada paso cuando se
montaba en los columpios. Incluso podía subirse a los árboles y no le decían nada.
“Una hermanita te da libertad”, decía Alberto. “Ya lo creo que sí”, repetía encaramado a
la rama de un árbol que era su barco pirata. “Te libras de los besos y los achuchones
de las visitas, de esas caras tan raras que ponen y esas vocecillas tontas. Créeme, es
una gozada”, explicaba Alberto. “A veces creo que hasta se olvidan de mí”, terminó por
puntualizar con una cara extraña.
Y a Juan aquella idea le atraía, pero también le asustaba. Estaba seguro de que
deseaba una hermanita para poder subirse a los árboles, pero no estaba tan seguro
que quisiera que su tía Elisa dejara de besarle. Claro que con una hermanita podría
mirar cuentos en la cama hasta la hora que quisiera, pero tampoco quería que su
madre se olvidase de ponerle el desayuno. Nadie le interrumpiría en sus juegos a la
hora del baño; pero dejaría de perseguir ballenas con papá, y no tendría a nadie para
ponerle el pijama. Empezaría a oler mal, y perdería a sus amigos del colegio. La
verdad es que eso de tener una hermanita puede que tuviese más inconvenientes que
ventajas. Sobre todo, no quería que se olvidaran de él. Entonces pensó Juan que si
tuviese un hermanito a lo mejor sería distinto. Juan sabía que los mayores se
comportaban de un modo muy diferente cuando trataban con niñas o cuando trataban
con niños. No entendía la razón, los mayores son tan extraños, quizás con un
hermanito a él tampoco dejarían de besarlo. Al final resolvió que le daba igual, una
Almendrita o un Pulgarcito, Juan sabía que en lo alto del armario alguien le esperaba.
Ahora a quien esperaban era a él. El timbre de la puerta acababa de sonar, y su
madre ya le llamaba a voces por el pasillo. “Juaaan, ven a saludar a nuestros amigos”.
Y Juan miró el armario por última vez aquel día. “Saludar a ssusss amigos”, pensó. “Yo
nunca le pido que salude a los míos, eso lo hace porque ella quiere”. Salió de la
habitación y cerró la puerta. Hasta que no subiese a lo alto del armario, pocas cosas
iban a cambiar. “De todas formas tampoco están tan mal”, reflexionó. Más bien al
contrario, Juan era feliz. Decidió que eso de subir a lo alto del armario lo dejaría para
más tarde, para mucho tiempo más tarde, y siguió su camino por el pasillo hasta llegar
al salón, donde le recibieron los amigos de sus padres, con las caras raras y las
vocecillas tontas.
Sección: Cómo ser escritora
SOBRE EL ENGAÑO AL LECTOR O LAS MENTIRAS DEL ESCRITOR
Mar Solana
Primera parte
«La literatura es magia, es aparecer entre la gente sin estar físicamente, es entrar en las almas sin tener que tocar la puerta». Doménico Cieri Estrada.
Salvo aquellos que deben ser fieles a los hechos, cronistas históricos, sociales o periodistas; los escritores de cuentos, relatos y novelas “engañamos” al lector, sí… Pero, ¿qué significa esto?, ¿somos (nos creemos) una especie de magos de las palabras? El escritor, en general, crea mundos ficticios, personas imaginarias y se inventa lo que escribe, pero si esas mentiras están bien argüidas, el lector transigirá, le gustará entrar en ese universo de fantasía que desplegamos para él.
Ramón Alcaraz, escritor, guionista, editor y experimentado profesor de diversos talleres de escritura, afirma:
«El concepto ‘engaño’ es aquí relativo, ya que en realidad el lector admite
la ‘trampa’, que el relato lo lleve por donde no había imaginado, para ser
sorprendido al final; pero hay que hacerlo bien (argumentar tu ficción con
elegancia…) Digamos que es un problema de coherencia, de no contradecirse
dentro de una historia… Es decir, ‘engañar’ es un concepto relativo; podemos
‘engañar’ al lector narrativamente hablando, pero siempre con coherencia
dentro de lo que inventamos. Si el lector no aprecia o descubre ese ‘engaño’
con error, sino como recurso, significa que se ha hecho bien, y entonces lo
admite y le gusta. Tendríamos también que analizar cada caso, pero es algo
muy evidente para los lectores».
Por ejemplo: supongamos que leo una novela con una línea argumental muy
interesante… Emily, el personaje principal, es una mujer ligera de cascos,
frívola y licenciosa. En apariencia, no es retorcida o manipuladora; pero es fría
y le gusta calcular las distancias. Disfruta mucho flirteando con hombres más
jóvenes, pero el sexo lo reserva para hombres maduros y experimentados con
los que su voluptuosidad se desborda como la crecida de un río sin presas. La
trama, un misterioso asesinato, gira en torno a esta mujer. A medida que
avanzas en la lectura, te enamoras (literal) del personaje de Emily. Algunos
imaginarán vivir esa misma pasión en sus encuentros sexuales y proyectarán la
sombra de sus propios deseos latentes, reprimidos o encubiertos por la
educación. Las mujeres querrán imitar la fogosidad de Emily y los hombres
imaginarán un encuentro con ella… Seguimos adentrándonos en la narración,
en el complejo bosque de palabras: aparece el cadáver de un hombre joven,
muy atractivo, totalmente desnudo flotando en el río… Emily es la primera
sospechosa, sin embargo (si recordamos) ella sólo tonteó con los jóvenes, el
contacto más íntimo lo reservaba para caballeros más mayores. Desde este
punto de vista, la podemos ir salvando de la quema porque, en el fondo, nos
gusta Emily; es frívola, pero de ahí a ser una asesina, va un trecho. De repente
y sin que el lector (o sea, nosotros) hayamos leído una evolución evidente en el
personaje, una transformación causal, Emily se convierte en una mujer timorata
de la noche a la mañana que detesta a los hombres y encima se va a sentar en
el banquillo de los acusados… Es evidente que como lectores y seguidores
incondicionales de Emily nos sintamos “engañados” por el escritor. Engañados
y defraudados, las dos cosas. El mundo de ficción creado por la trama y los
personajes no están bien argumentados. ¡Piii-piiii-piiiii! (suena el avisador).
Quizás el escritor, con objeto de apurar la historia, se comió unos cuantos
capítulos en los que la fría Emily se enamoraba hasta la locura de un atractivo
muchacho, veinte años menor que ella. El zagal, frívolo y descastado como
ella, no siente lo mismo y cuando Emily le declara su amor, él la humilla y la
abandona… Quizás, con estos devenires extraviados u omitidos, podría ser
más creíble un cambio drástico en la protagonista, de licenciosa a pacata y
además cabreada con el género masculino; incluso el lector sería capaz de
admitir que fuera ella la asesina aunque con ello tuviera que derribar los ideales
que se había fabricado sobre esta mujer… Con esta historia, además de
engañados, nos sentiríamos también desilusionados. Emily es el traje a medida
que el sastre de las palabras va diseñando para el lector; un dobladillo aquí,
unos cuantos bolsillos por allá, un buen forro… Queremos que ese traje nos
encaje a la perfección, no puede suceder que, por ejemplo, los bolsillos
cuelguen flácidos y veamos varias costuras sin rematar porque el sastre tenga
prisa o quiera ahorrarse los pasos necesarios para acabar bien su trabajo. No
sólo admitimos que Emily es un personaje inventado, cosido paso a paso, es
que además nos gusta; por eso la invención debe ser coherente para que el
traje nos quede perfecto. Debemos entender por qué, de repente, Emily se
vuelve una mujer reservada y cambia su actitud con los hombres. El lector
necesita saber qué le ha ocurrido, el sastre no puede (ni debe) saltarse
costuras… Si todas las mañanas me tomo el café en el mismo bar, me lo sirve
un camarero que siempre me da los buenos días y es muy amable conmigo; si
una mañana me mira con cara de pocos amigos y además me lo sirve frío, lo
normal es que me pregunte qué le ha podido suceder para que, sin explicación
alguna (para mí), cambie su actitud conmigo. Pero tengo la suerte de contar
con otra camarera que me lo cuenta: la otra mañana se me derramó el café, le
pedí otro como si tal cosa y ni siquiera le di las gracias por intentar atrapar con
toda su paciencia aquella mancha marrón que se escapaba por mi asiento. Las
personas, aunque sean invenciones dentro de un mundo también fantástico,
deben ser cien por cien creíbles, igual que en el mundo real; no se cambia de
la noche a la mañana sin una buena razón, a no ser que se tengan problemas
mentales, claro, y no es el caso de Emily o de nuestro amable camarero.
Como dice Gilbert K. Chesterton, un escritor inglés del siglo pasado: «Una
buena novela nos dice la verdad sobre su protagonista; pero una mala nos dice
la verdad sobre su autor.»
Curriculum de Mar Solana
Esta escritora madrileña con raíces abulenses y alma de cántabra, lleva
veinte largos años con sus lunas y amaneceres, ejerciendo la Psicología. Como
le apasionan las metáforas, ella dice que su profesión tiene que ver con la
«doma de caballos salvajes» o de las emociones que necesitan coger de nuevo
las riendas de su destino.
En junio de 2009 publicó su primer libro en coautoría: «Juan
Cano Solana: 1915-1936. Un poeta en tiempos de guerra».
Tiene más de una docena de micro relatos y cuentos publicados
en sendas antologías por la Editorial Fergutson, Hipálage, la Asociación
Cultural Anceo y la web literaria mundopalabras. Asimismo, le han publicado
varios de sus cuentos en la sección infantil deTerral, una revista digital con un
gran número de seguidores. En la actualidad, escribe para dicha revista en un
nuevo apartado. Así mismo es colaboradora de Canal-Literatura desde la
sección: «Palabras desde mi Luna».
En noviembre de 2013 editaron uno de sus cuentos infantiles: El payaseteNicolette, en el proyecto solidario «Ilusionaria III» coordinado por el
escritor y guionista Juan de Dios Garduño.
Le gusta pensar que es escritora, no porque sea su profesión o
se gane la vida con ello, sino porque se imagina como un alfarero, artesano de
los de antaño, dueña de un inmenso taller de letras y que en lugar de barro,
moldea y pule palabras, ánforas de sus historias.
A su padre le debe mucho, sobre todo el profundo amor a la
lectura y a los libros; y a su madre la imaginación de cuentacuentos y la magia
para soñar despierta…
Sección Flamenco
PRIMERAS REFERENCIAS ESCRITAS: LOS COSTUMBRISTAS (II)
Rafael Silva Martínez
Vamos a finalizar con esta segunda entrega las referencias de los primeros
escritores, nacionales o extranjeros, que nos dejaron sus impresiones sobre el
mundo flamenco (incluso preflamenco) que ellos conocieron. Nos basamos,
entre otras fuentes, en la
Enciclopedia “Arte
Flamenco”, de Ángel
Álvarez Caballero, quien
nos da amplias referencias
sobre ellos. Por ejemplo,
podemos citar al viajero
británico Richard Ford,
quien recorrió nuestro país
hacia 1830, nos dejó su
espléndido texto “Cosas de
España”, y ahondó en
sugerencias estilísticas varias, para dejarnos sus impresiones hasta sobre
algunos cantes concretos, como la caña. Fue considerado por Gerald Brenan
como “el primer hispanófilo”, lo cual da idea de la importancia de la información
que nos dejó escrita. Y otro gran punto de referencia para los viajeros
extranjeros, escritores, poetas y dibujantes de tipo costumbrista fue Granada.
Por ejemplo, Walter Starkie nos deja un variopinto retrato en su texto
“Andanzas por el Sacromonte”.
Quizá antes que ningún otro, el escritor Teófilo Gautier, quien ya en 1840
andaba por nuestro sur empapándose del pintoresquismo propio de la zona, lo
cual dejaría después impreso en sus libros. Así cuenta cómo vio en alguna
calle del Albaicín, sobre el empedrado en punta, bailar el zorongo a una niña de
ocho años completamente desnuda, mientras su hermana, “escurrida, flaca,
con ojos de ascua en un rostro de limón, estaba acurrucada junto a ella, en el
suelo, con una guitarra en las rodillas, a la que arrancaba, con el pulgar, un
sonido muy semejante al estridor ronco de las cigarras”. Como puede
apreciarse, es la típica estampa de la gitanería dedicada, ya por aquél
entonces, a la caza del turista. Continúa Gautier contándonos que con ellas se
encontraba su madre, ricamente vestida, y el cuello cargado de collares de
cristal, quien “llevaba el compás con el pie, calzado de una pantufla de
terciopelo azul, que sus ojos acariciaban con complacencia…”.
Otro escritor que tenemos que traer a colación fue el francés Alejandro Dumas
(padre), quien estuvo por
Andalucía hacia 1846, y también
narró en un libro famoso (aunque
no muy veraz según se dice),
sus peripecias viajeras. Entre
ellas, una fiesta organizada para
él y sus acompañantes en una
venta que había en el Carmen
de Siete Suelos (reciben el
nombre de Carmenes las
viviendas instaladas en el Camino del Sacromonte), en La Alhambra, en la que
intervino toda una familia gitana al completo: el padre, un hijo, y dos hijas
ataviadas para la ocasión. La primera sorpresa de los viajeros fue que, cuando
acudieron allí a la hora convenida, en la venta se había congregado un buen
número de aficionados, “avisados por el ventero de que extranjeros ilustres
iban a procurarse el placer de una danza de gitanos”. Dumas escribió sobre tal
danza: “Sonaron los primeros acordes de la guitarra y los iniciales repiqueteos
de las castañuelas; el padre empezó a cantar la misma canción gitana que
constantemente se oye en España, y de la que jamás he logrado que un
músico me anotase la melodía, y que lo acompaña todo, el trabajo, el sueño, la
danza. Y una de las hijas, acompañada del hermano, empezó a bailar…”.
Bailaron los dos hermanos, y el escritor confiesa que tuvo la impresión de que
aquello había sido incestuoso.
El siguiente testimonio digno de atención data de 1849 y es el de un pintor
sueco llamado EgronLundgren, quien organizó una gran fiesta de gitanos para
obsequiar a sus amigos, entre los que había muchos alemanes. Lundgren dejó
asimismo un detallado relato de aquélla fiesta. Por su parte, el Barón Charles
Davillier (1823-1883), hispanista, anticuario e incansable viajero por España,
acompañado por el pintor, retratista y grabador Gustav Doré, también
anduvieron por Granada en 1862, y estuvieron en el Sacromonte granadino en
más de una ocasión. Ya entonces era ésta una visita obligada para los turistas,
atraídos por bailes de gitanos que se organizaban en cuanto aparecían los
“clientes”. Y así como en el caso de “Un Baile en Triana”, Estébanez Calderón
nos retrata el ambiente de una típica fiesta flamenca y gitana, en este caso,
Davillier y Doré nos documentan los ambientes típicos del espectáculo de las
cuevas granadinas, esto es, la Zambra (aunque, de hecho, este nombre no se
menciona jamás en sus escritos).
Menciona el barón los incesantes redobles
de los panderos y la música de las
guitarras, y cómo él y sus amigos
participaban en la danza, emparejados
con gitanas. Una de ellas en especial
impresionó al escritor: “Era una gitana de
unos quince años, de aspecto tímido y
melancólico. Una espesa cabellera
hermoseaba su cabecita, y grandes
pestañas velaban sus grandes ojos negros,
de extraña fiereza. Sus piececitos desnudos y sus manos de niña revelaban
una gran pureza de raza, y habrían sido la envidia de la belleza más
aristocrática. En cuanto se puso a dar los primeros pasos, fuimos sorprendidos
por la asombrosa flexibilidad de su talle. Sus movimientos no tenían nada de la
impetuosidad que mostraban sus compañeras. Apenas cambiaba de sitio,
agitando sus brazos con una gracia perezosa y dando a su cuello encantadoras
inflexiones. A decir verdad, sólo bailaba con las caderas y, sin embargo,
ninguna otra danza alcanzó su grado de expresión”.
Y más adelante continúa: “Al cabo de un instante el baile fue armado. Las
improvisadas bailarinas, magníficas en su desenvoltura bajo sus miserables
harapos, hacían sonar sus castañuelas de impaciencia, esperando a las
guitarras y a las panderetas que eran buscadas en las cuevas vecinas. Pronto
comenzaron las guitarras a rasguear y a bordonear bajo los dedos de los
cantaores, que entonaron con voz nasal de falsete unas extrañas melodías.
Una vieja gitana, el verdadero prototipo de las brujas, y que en efecto se
encontraba entre las más ilustres del Sacromonte, se había sentado al pie de
un muro sobre el cual se ostentaba el esqueleto disecado de un enorme
murciélago, accesorio que aumentaba
aún más su aspecto ligeramente
satánico. Cogió un gran pandero, y su
bronceado parche pronto resonó bajo
sus dedos, acompañando al repiqueo
de las sonajas. ¡Anda, vieja! ¡Anda,
revieja!, le decían las jóvenes,
animándola. Ya la pandereta se puso
a zumbar con más fuerza bajo el
pulgar nervioso de la gitana”.
El descriptivo relato del barón Davillier continúa, y existen muchas pinturas,
retratos y grabados de su acompañante, Doré, que corroboran gráficamente
todo el detalle de los espectáculos a los que asistieron. Bien, hasta aquí lo que
se refiere a lo aportado al conocimiento del Flamenco por los escritores
costumbristas, y en el siguiente número, nos detendremos ya en una obra
fundamental donde las haya, como es la “Colección de Cantes Flamencos”,
publicada en 1881 por Demófilo (Antonio Machado y Álvarez, padre de los
Machado), y que ya sí puede ser considera una obra de absoluta referencia
flamenca.
Rafael Silva Martínez Teléfonos: 667 52 22 83 / 95 238 36 27 Correo Electrónico: rafael_is_40@yahoo.es Polifacético estudioso y conferenciante del arte flamenco. Ha impartido Charlas, Coloquios, Recitales y Conferencias en múltiples ámbitos: Institutos, Peñas flamencas, Universidades… A veces, ambas actividades (conferencia y recital) han sido simultaneadas en el mismo acto. PUBLICACIONES, LIBROS Y ARTÍCULOS
• Como escritor y colaborador habitual de la Revista “Calle del Agua”, en sus 8 números publicados, soy responsable de la Sección Fija “ESTUDIO FLAMENCO”, sección de investigación y debate, que intenta reflejar aspectos históricos, literarios y musicales del Arte Flamenco.
• También es responsable de la Sección de Flamenco de la publicación digital
Terral, nueva publicación electrónica ( http://revistaterral.com/ ), dedicada a varios temas culturales.
• Autor del libro “La Málaga Cantaora de Hoy”, presentado para su publicación
dentro del marco de celebración de la Bienal “Málaga en Flamenco”, en su primera edición de 2005. Este texto recoge entrevistas con algunos de los artistas más significativos del flamenco malagueño actual.
OTROS PROYECTOS
• Autor del proyecto “El Flamenco a la Universidad”, presentado ante el Aula de Flamencología de la UMA en 1997, para impartir Ciclos de Flamenco a los estudiantes universitarios.
• En la misma línea del anterior, presento el proyecto “El Flamenco a las Aulas”,
ante la Excma. Diputación Provincial de Málaga, dentro del marco de celebración de la Bienal “Málaga en Flamenco”, a celebrar en 2005. De forma semejante al anterior, este proyecto pretende llevar la enseñanza de nuestros palos flamencos básicos al ámbito de la Enseñanza Secundaria Obligatoria.
• También ha participado en los Jurados de algunos Concursos de Cante
Flamenco organizados en la provincia de Málaga, el último de los cuales ha sido el III Concurso de Cante Flamenco para Jóvenes, organizado por la Federación de Peñas Flamencas de Málaga
• Igualmente, he participado en la organización, formando parte de la tertulia, de
un programa de radio sobre Flamenco, para una emisora virtual de Internet.
Sección flamenco Letras flamencas de ayer y de hoy
Lola Buendía
Siempre me ha fascinado el mundo del flamenco y especialmente la copla,
porque creo que expresa el sentir del pueblo andaluz como ninguna otra forma
de poesía. Nacida del pueblo, constituye el mejor patrimonio de tradición oral.
Sus letras, expresadas con una gran economía de palabras: las justas, hacen
que su mensaje llegue a todos, con independencia del nivel cultural que
posean.
La mayoría de las letras flamencas giran en torno al amor, al culto por la
madre, a la injusticia social, sobre el dinero y la pobreza, el fatalismo y el
destino, la honra y deshonra…
Las letras de las que hoy quiero hablaros tratan precisamente de la
honra y deshonra, según se entendía en la España tradicional y en la
Andalucía de hace un siglo. Característica del siglo XVII en todas las
manifestaciones artísticas: teatro, poesía, es el concepto de honra y hace
depositaria de ella a la mujer. Cervantes cantó en la Gitanilla esta virtud, que
juzgaba cien por cien gitana. Lope de Vega la comparaba con el agua y queda
reflejada en algunas de las coplas:
Agüita que se derrama
Nadie la pué recoger
Ni humo que va por el aire
Ni el honor de una mujer.
“De igual manera, en el orden social en
que arraiga el flamenco en España, la honra de
la mujer está considerada como un valor sin el
cual no es posible salida alguna, no sólo para la
mujer que la pierde sino, sobre todo, para el
marido o novio que quedaría en una situación
insostenible ante su familia y ante la comunidad”. (Revista Candil, Nº 30).
Al paño fino en la tienda
Una mancha le cayó
Y se vendió más barato
Porque perdió su valor.
La mujer, gitana o andaluza, lo sabe. Sabe de la imposición tiránica, las
consecuencias que podrían derivarse: marginación, desprecio, soltería…
La mujer que rompe el plato
Sin ser hora de comer
Por muy bonita que sea
No le sale mercader.
Una mujer queda deshonrada al realizar acciones de conducta sexual
fuera del código habitual establecido; en cambio, un hombre no. Al contrario,
diríamos que aumenta su prestigio ante dicha comunidad, de fuerte carácter
machista.
Tímidamente comienzan las quejas de las mujeres ante tamaña
injusticia, que llega a prohibirle a ella lo que se le consiente al hombre:
Suerte negra, suerte perra,
La suerte de la mujer,
Que lo que el alma le pide
Se lo prohíbe el deber.
Nuevas letras se han incorporado al mundo actual del flamenco, sin
embargo los cantaores prefieren seguir cantando las mismas coplas – ¿Será
por los derechos de autor, o por el trabajo de adaptarlas al compás? Ignoro la
causa, pero creo que se enriquecería el flamenco con estas aportaciones,
donde aparecen nuevos temas y una manera distinta de entender las
relaciones amorosas, aportando un nuevo punto de vista: el de la mujer, que
tan escaso ha sido en las letras flamencas.
Quiero aportar, a manera de réplica satírica a las arriba publicadas, una
muestra de lo que hoy las mujeres queremos y podemos decir; en ellas el
concepto de la honra aparece con un sentido nuevo: el libre albedrío de la
mujer y la respuesta al compañero: “el que quiera honra que se la gane”.
Porque le faltó el aceite
Su esposo la rechazó
¿Qué dirán los moralistas
En los tiempos de neón?
La manchita en el pañuelo
La gitanita mostraba
Como prueba de su honra.
Mira si hemos cambiao
Que las manchas del vestío
Se guardan pa los juzgaos.
Anoche puse a secar
Mis alas en el balcón
El rocío de la mañana
De nuevo me las mojó.
Mujer agarra con tiento
Ese timón de tu barca
Y que no lo rompa el viento
Cuando se rompa la amarra
Si quieres llegar a puerto.
Autora de las letras: Lola Buendía
Bibliografía: R. Molina y A. Mairena. “Mundo y Formas del Cante Flamenco”.
“El honor de la pareja en la primitiva sociedad flamenca”. J. L. Buendía.
Sección El Viajero
EN BLOOMSBURY DE LONDRES
CON VIRGINIA WOOLF
Pepa J. Calero
“Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir
ficción”, (Virginia Woolf. Una habitación propia).
Finales de septiembre. Comienza a perfilarse el otoño bajo los árboles
urbanos que pueblan la ciudad de Londres.
Me encuentro a las puertas del museo británico, el British, junto a grupos
de turistas, parejas, escolares, ancianos y enamorados cercanos a la verja,
lejos de las escaleras, ahora prohibidas para sentarse. Pienso en mi adorado
Stefan Zweig y su tristeza manuscrita en su pluma en la sala de lectura del
museo, bajo su techo dorado y azul garabateando su inevitable final.
Estoy en el barrio de Bloomsbury, el latido intelectual y artístico de
Londres. Con la universidad de Londres, London University, un prestigioso
centro docente con sus propios museos;la iglesia de St George, soberbia, cuyo
pórtico inspirado en el Templo de Ballbek en Líbano es una preciosidad; y las
coquetas y elegantes plazas georgianas que pueblan este espacio.
Entre sus calles, escaparates vetustos de anticuarios y librerías de viejo,
el tiempo parece detenido, como una añeja postal. Descanso un momento, en
uno de los bancos de Gordon Square, corazón de Bloomsbury, zona de
encuentro y reuniones de los escritores y artistas de aquella época de
entreguerras.
A principios del siglo XX una inquieta e inconformista burguesa dejó su
lujoso barrio de Kensington para venir a vivir aquí. Es una zona tranquila.
Resulta fácil de imaginar a los amigos de Virginia Woolf, rebeldes,
reaccionarios contra la moral victoriana, en sus largos paseos con sus
agradables conversaciones y esa vida dulce y amable que les tocó vivir.
“El 46 de Gordon Square jamás habría significado lo que significó de no
haberlo precedido el 22 de Hyde Park Gate. Era una casa de innumerables
habitacioncitas de forma peculiar, construida para que en ella se acomodaran
no una sino tres familias”
El Viejo Bloomsbury. V. Woolf
El principio del siglo XX, convulso, ajado, parece detenido entre sus
coquetas plazas, sus apacibles calles sembradas de casas con amplias
ventanas. En el 46 de esta sosegada plaza, se encuentra la placa azul
indicativa del hogar de Virginia Wolf. Aquí se hallan placas dedicadas a
bailarinas, economistas, poetas y un sinfín más de celebres personajes. Junto
a mí, caen las hojas amarillentas de los árboles. A unos metros, un par de
chicos risueños, alegres cruzan la esquina norte en bicicleta.
“Cuando se la ve hoy, Gordon Square no es la más romántica de las
plazas en Bloomsbury. No tiene ni la distinción de la Fitzroy ni la majestad de la
Mecklenburg. Es clase media próspera y totalmente del periodo Victoriano
medio. Pero les aseguro que en octubre de 1904 era el rincón del mundo más
bello, más excitante, más romántico. Para comenzar, era asombroso estar ante
la ventana de la sala y ver todos aquellos árboles; el árbol que lanza sus ramas
al aire y luego las deja caer en diluvio; el árbol que brilla tras la lluvia como el
cuerpo de una foca y no mirar a la anciana señora Redgrave lavándose el
cuello al otro lado de la calle. La luz y el aire, tras la espesa penumbra roja de
Hyde Park Gate, fueron una revelación”.
El viejo Bloomsbury. Virginia Woolf
En la casa de tres pisos con entresuelo, era fácil contar con una
habitación propia para escribir. La mujer que luchó contra su ambivalencia
sexual en un tiempo gris, hipócrita, de modales exquisitos y pensamiento
refinado era una persona sensible a las debilidades, a los pequeños dramas del
ser humano. Cuesta creer que le prohibieran el paso en la Biblioteca Británica
por no ir acompañada de un hombre. Valiente y osada, defendía la honestidad
de su oficio con una pasión abrumadora.
Muy cerca alcanzo Bedford Square, una de las plazas mejor conservadas
de Londres. Una hoja de periódico solitaria danza entre los bancos de madera.
Centro del mundo editorial hasta los años 80, aquí vivió Anthony Hope, autor
de El prisionero de Zenda,y a pocos metros la imponente casa que inspiro a
George Orwell el ministerio de la verdad de su novela 1984.
Atraviesa la plaza una señora de pelo cano y moño bajo arrastrando
despacio un carrito de la compra y una mirada nostálgica. Lleva una rebeca
marfil sobre una camisa blanca y falda marrón. Podía ser Clarissa, el personaje
principal de la señora Dalloway, con su monólogo narrado, sus diálogos
directos e indirectos y esa aura de cotidiana huida temporal. El tiempo, siempre
el tiempo, que late en la eterna preocupación de este singular personaje. Mario
Vargas Llosa describía esta historia como, “la vida intensa y suntuosa de lo
banal”.
La zona está poblada de pequeños cafés, encantadoras pastelerías,
tiendas de barrio y diminutas librerías.
Sentada bajo un elegante árbol de ramas podadas, contemplo las casas
donde vivieron estas gentes de antaño, soñadoras, rebeldes, inconformistas,
mientras releo uno de los artículos que Virginia escribió sobre las casas de
Londres, antes de decir hasta siempre a este plácido lugar.
“En Londres, las casas particulares tienden a parecerse como gotas de
agua. La puerta principal se abre a un recibidor penumbroso del que parte una
angosta escalera. La puerta del rellano conduce a un espacioso salón con
sendos sofás a cada lado de la chimenea encendida, seis sillones y tres
ventanas alargadas que dan a la calle”.
Londres, Virginia Woolf.
Sección El Viajero
Siguiendo la Ruta de los Cátaros (II)
Lola Buendía López
En el capítulo I de Terral 12 ya os anticipaba “la cruel persecución que
sufrieron los llamados “Hombres buenos” a lo largo de la primera mitad del
siglo XIII y que los borró de la faz de la historia hace más de setecientos años”.
Desde Foix mis acompañantes y yo partimos hacia el castillo de Montsegur, el
lugar idóneo escogido por los cátaros para establecer su cuartel general
cuando ya las persecuciones de los
cruzados se hicieron bien patentes.
Veamos algunos de los antecedentes
históricos de esta cruel persecución.
En 1203 el papa Inocencio III nombró a
Pierre de Castelnau, su legado en el
condado de Toulouse, para combatir la herejía cátara. Anteriormente habían
fracasado en su misión los cistercienses enviados a predicar en dicha región,
dado que la herejía gozaba de la simpatía del pueblo hacia los llamados
“Buenos hombres” y contaba con el apoyo de algunos nobles.
En enero de 1208 fue asesinado el legado Castelnau en Saint –Gilles. El papa
aprovechó la ocasión para convertirlo en mártir y acto seguido llamó a la
Cruzada contra los albigenses. El 24 de junio de 1209, los cruzados salieron
de Lyon para tomar una ruta que seguía el curso natural del Ródano. Su punto
de mira era la región de Oc.
Montpelier sucumbió el 20 de Julio. Las hogueras comenzaron a teñir el cielo
de rojo.
Raimond Roger entró en la fortaleza de Bézier para intentar evacuar a los
cátaros allí protegidos, pero ninguno quiso abandonar la ciudad. El asedio fue
terrible. Antes del atardecer conquistaron la plaza. El gran prior había
aleccionado a los cruzados ante la pregunta de cómo distinguir a los buenos de
los herejes: ¡Matadlos a todos, y Dios ya separará a los buenos!
Con la masacre de Bézier (20.000 víctimas) se inició en 1209 una larga serie
de trágicos acontecimientos que durante 30 años someterán a sangre y fuego
una gran parte de Occitania.
Llegamos, avanzada la mañana, ante el impresionante e inquietante castillo de
Montségur. El calor del mes de Julio, con el sol en su punto más alto, me hacía
desistir de escalar los 1207 metros que apuntaba el catálogo turístico. En la
explanada, donde aparcamos, había algunos turismos y un par de autobuses
con matrícula de Barcelona.
Luego me dije: He llegado hasta aquí para ver y sentir el misterio, y el
esoterismo- según algunos viajeros y escritores- de este bastión, sede de la
iglesia cátara y refugio de los proscritos, aquellos señores que fueron
desposeídos de su tierras por la intolerancia y otros intereses políticos. Subiré.
Me envalentoné y comencé a recorrer los empinados senderos de tierra
haciendo paradas para tomar resuello, animada por el apoyo de mis queridos
acompañantes.
Una vez terminada la escalada del pilón de azúcar, el castillo no resulta una
excepción al compararlo con otras fortalezas cátaras. Me refugié del sol, bajo
una escalera de madera para beber agua y descansar. Saqué la
documentación que portaba del especialista Fernand Niel, que ha dedicado un
estudio importante al castillo de Montségur. “No podemos imaginar que
colocaron allí arriba esos bloques, con una precisión que raya la perfección,
para disponer de un edificio desprovisto de sentido”. Niel pudo demostrar que
en cada uno de los solsticios, o en los equinoccios, unido a los ortos del sol, los
doce signos del zodíaco correspondían con una de las notables alineaciones
del castillo. A este edificio se le proporcionó una arquitectura esotérica, de
acuerdo con las intenciones de los Perfectos. Creemos que fue un templo
religioso al que se le confirió un aspecto militar.
Entramos en las ruinas a través de su puerta
monumental. En el patio interior un grupo de
turistas seguía las explicaciones de un guía,
lamentablemente para nosotros en francés, que
hubo de llamar la atención a otro grupo que invadía con ruidos y voces el
ceremonial exigido por el mágico lugar. A través de una puerta en la muralla
accedimos a una zona, dispuesta en curvas de nivel, donde se ubicaron los
asentamientos de las aproximadamente quinientas familias cátaras y unos
doscientos perfectos y perfectas. Encaramados a un torreón llegamos a
contemplar una impresionante vista que abarcaba 360 grados de sierras y
valles de un verdor y riqueza forestal hermosísimos. Abajo se situaba el pueblo
de Montsegur con sus casas alineadas lo que le confiere un típico aspecto
arquitectónico. En otras épocas fue un cantón en el que la industria textil era
floreciente. Llegó a reunir un millar de habitantes a finales del siglo XIX. El
museo ofrece gran variedad de objetos arqueológicos, testimonios de la vida
diaria de los cataros del siglo XIII: piezas de cerámica, útiles diversos,
monedas, adornos de vestiduras… y una amplia bibliografía especializada en
su librería.
He de decir que no sentía el esoterismo bajo mis pies, cansados de la
ascensión, pero me sobrecogía la historia de su asedio. Con el sol a mis
espaldas recordaba cómo fue el terrible acoso sufrido por aquellas gentes.
El asedio comenzó en mayo de 1243 bajo el mando de Hugues desde Arcy.
Duró 10 meses con un invierno especialmente duro. Fracasó un intento de
salida de los asediados, y el 2 de marzo de 1244 tiene lugar la rendición de la
plaza fuerte. Se acuerda una tregua de 15 días al cabo de la cual los cátaros
tendrán que elegir entre abjurar de su fe o morir abrasados.
Los cátaros no estaban dispuestos a abjurar de su fe, e intentaron una evasión.
Fueron descubiertos y comenzó un sangriento ataque de los cristianos a la
fortaleza. Según la leyenda, cuando el fin estaba próximo, “dos buenos
hombres”: Pierre Bonnet y Matheus, aprovechando la noche, escaparon por los
senderos secretos portando grandes sacos. Se cree que la comunidad les
había encargado salvar el tesoro material de su religión, que al parecer era de
gran riqueza en oro y piedras preciosas. Con ellas a salvo llegaron a
Sabarthés, donde entregaron la mercancía al Perfecto de Castelverdún.
Nadie pudo encontrar el tesoro jamás, dando pie a la leyenda en cuanto a su
ubicación.
El 16 de marzo de 1244 los franceses subieron al castillo de Montségur y
sacaron a la fuerza a casi todos sus ocupantes. Al llegar al pie del montículo
llevaron a los prisioneros a una zona vallada donde ya habían preparado una
gigantesca hoguera. Este lugar se continúa llamando el “Camp dels Cremats”,
donde fueron quemados cientos de inocentes.
Actualmente, en el camino de acceso al castillo, una estela recuerda este
martirio de los cátaros.
Algunos de ellos consiguieron refugiarse
en el castillo de Quéribus, situado en la
frontera septentrional del antiguo reino de
Aragón. La corona francesa no podía
tolerar esta situación y obligará por la
fuerza a abandonar la ciudadela en 1255.
Los pocos cátaros que siguieron con vida buscaron refugio en las cuevas de
los Pirineos, donde llegaron a ser más de un centenar.
Montségur, Peyrepertuse, Quéribus, Carcassone, Termes, Puyvert,
Puylarens…Son los castillos que continuamos visitando para completar un viaje
donde vivieron y padecieron unos hombres y mujeres que su único pecado fue
el de enfrentarse a la poderosa Iglesia católica, y eligieron estas escarpadas
fortalezas para vivir sus estrictas normas, similares a las de los primeros
cristianos. Os recomiendo la “ruta de los cátaros” (no es el nombre apropiado)
tan hermosa en naturaleza como rica en historia.
Sección arte
ARTE PARA RECOMENDAR
JOSE MANUEL VELASCO. DICIEMBRE 2013
De repente diciembre, la Navidad ya está prácticamente aquí, vacaciones, lotería, cenas de empresa, cenas familiares…y algo de tiempo para compartir con los seres queridos. Aprovecho para desearos unas felices fiestas y que comencéis el año con esperanza en que todo cambie a mejor en adelante, ya que a peor es casi imposible. Continuando esta vena crítica, voy a comenzar citando al magnífico escritor Arturo Pérez-Reverte quien, en uno de sus últimos artículos, ha señalado que " existe un arte moderno brillante y buenísimo que merece ser visto, difundido y pagado", pero ha recalcado que: " algunos galeristas conchabados con los críticos adecuados pueden convertir en un artista supermillonetis a un jeta, a un incompetente o a un mediocre…Estamos hartos de ver este tipo casos viles en el mercado del arte, lo que supone algo injusto para los artistas de verdad". Como ejemplo de esta farsa ha citado al británico Damian Herst y sus famosas "vacas", quien a su juicio es "un sinvergüenza amparado por galeristas y por golfos". Por ello, Pérez-Reverte no entiende que haya que apreciar a un tipo como Damian Herst y despreciar a un grafitero "que va a jugarse la vida y encima es bueno". Así lo ha señalado el escritor en un encuentro con los medios con motivo de la presentación de su novela “El francotirador paciente'” (Alfaguara), una historia relacionada con el mundo de los grafiteros. No voy a juzgar su opinión, pero, en cierta medida, algo de razón tiene y creo que puede ser un motivo de reflexión y debate…pero lo dejo ahí y que cada cual saque sus propias conclusiones.
Y hablando de grafitis, no puedo estar más de acuerdo con esa realidad, que poco a poco va tomando forma, que es el Soho de Málaga, la zona comprendida entre el río Guadalmedina y la plaza de la Marina y entre la Alameda Principal y el Muelle de Heredia. El SOHO es un centro comercial abierto al arte y la cultura en el que poco a poco vamos viendo magníficos resultados, sobre todo de arte urbano. Merece la pena pasear y ver los extraordinarios grafitis de los artistas Dadi Dreucol, Faith 47, Roa, Boa Mistura, DFace o del norteamericano Obey.
Paseos que en Málaga ofrecen cada vez más oferta cultural, de la que esta vez haré bastantes recomendaciones, y a la que habrá que añadir, en un futuro próximo, una sede del Centro Pompidou de París. Felicitar a quien corresponda por ese acuerdo creado con el Centro Pompidou de París, que abrirá su primera sede fuera de Francia en Málaga en el 2015. La sede se ubicará en el edificio cultural situado en la esquina de los muelles 1 y 2 del Puerto de Málaga, conocido como el Cubo, con una superficie de 6.300 metros cuadrados. Para coordinar las primeras actuaciones en el sentido arquitectónico y artístico, el Ayuntamiento ha designado como su responsable al director de la Fundación Pablo Ruiz Picasso - Museo Casa Natal de Málaga, José María Luna Aguilar a quien tengo el placer de conocer y contar con su amistad. Además, como admirador de mi trabajo, junto con Antonio Gala, hizo un escrito-presentación de mí obra en de una de mis exposiciones en Madrid. Desde aquí mi mas enhorabuena por el acierto.
Seguimos en Málaga donde no podéis dejar de ver “Presencias 35-Málaga Plástica 2013” en la galería de la Diputación de calle Pacífico. Aquí podréis hacer un recorrido del panorama artístico actual malagueño.
Continuando el recorrido, podemos acercarnos a La Térmica de Málaga para ver la exposición de fotografías de retratos de las estrellas de Hollywood del artista Sid Avery, llamada “Esplendor en Hollywood”, Muy interesante, con imágenes de la vida cotidiana de los actores, que nos muestran una perspectiva diferente, más humanizada, de muchos de nuestros mitos cinematográficos.
También, en el Museo del Patrimonio de Málaga recomiendo ver la primera retrospectiva del artista malagueño Rafael Alvarado, “Retratos confidenciales”, en la que nos muestra retratos colectivos, retratos de su abuelo e imágenes de juventud y madurez. Una exposición más que recomendable.
Y bordeando la costa, nos podemos desplazar hasta Benalmádena donde en su magnífico Centro de Exposiciones podremos admirar y deleitarnos con la maravillosa retrospectiva del pintor, escultor, editor, conferenciante, director de la revista Litoral… Lorenzo Saval. Para definirla me quedo con una cita de Antonio
Jiménez Millan expuesta en una de las cartelas de la exposición: “Un ámbito imaginario en el que conviven la música y el silencio, el azar y el cálculo, la sorpresa y el roce de lo cotidiano, el misterio y la revelación”.
Son 140 obras agrupadas por temas, como las mujeres o el mar, para dar continuidad al discurso. Se pueden ver desde sus primeros trabajos en formato collage, hasta obras recientes que han sido terminadas expresamente para esta cita. Sorprenden , también, especialmente las esculturas como parte de ese mundo mágico y maravilloso al que nos tiene acostumbrado Saval y que enriquecen aun más el proyecto en donde se juega con el espacio, con los efectos ópticos y con las sombras. El mismo ha comentado: “que se siente muy a gusto con la obra al verla en una de las exposiciones más bonitas que ha hecho”. La Exposición se completa con montajes audiovisuales en los que se ve su obra, su estudio y sus métodos de trabajo. Espero que la disfruten y les guste tanto como a mí.
Y para finalizar nuestro paseo por Málaga, en la Sala Siglo de Unicaja, una gran muestra de los magníficos artistas Lope Martínez Alario, Javier Peinado y José Manuel Velasco que con el título “Tres Visiones Contemporáneas”, se podrá ver hasta el 9 de Marzo.
Nos vamos ahora a Madrid, donde muchos haremos alguna escapada estas navidades. Y aquí recomendar en el Museo Casa de la Moneda la muestra “Inicios” del artista cántabro Juan Navarro Baldeweg. Con “Inicios” hace referencia a dos aspectos. Uno literal, pues la exposición recoge obras de los años sesenta, cuando iniciaba su carrera artística. El otro, es el propio argumento de la exposición: ver cada obra de arte como un inicio. Navarro Baldeweg ve en cada obra algo nuevo, un brillo que surge, una luz que aparece sobre un objeto inerte, como otros muchos, pero que acoge una energía que no es usual. Pintor, escultor y arquitecto, en su obra no hay un predominio de una disciplina sobre otra, sino que se van pasando el testigo en ellas. Cuando lleva un tiempo sin practicar alguna, siente la necesidad de trabajar en aquella que tiene más abandonada. Se podrá ver hasta el 2 de febrero de 2014.
Y, en la inevitable visita que siempre hay que hacer al Museo del Prado, no perderse una exposición realmente cautivadora, original y que no deja de ser en el fondo un homenaje a su historia y al origen de su edificio como museo de Historia Natural a través de la exposición “Historias Naturales. Un proyecto de Miguel Ángel Blanco”. El Museo abría sus puertas por primera vez al público como Museo Nacional de Pinturas y Esculturas un 19 de noviembre de 1819, hace ahora 194 años. Sin embargo, el primer origen del edificio neoclásico diseñado por Juan de Villanueva, que hoy sirve de sede al Museo del Prado, fue el de Gabinete de Ciencias Naturales, tal y como lo ordenó Carlos III, en 1785. Son veintidós intervenciones en las salas de la colección permanente que proponen aunar arte y naturaleza. 150 piezas –animales, vegetales o minerales- seleccionadas por el artista procedentes de las colecciones públicas españolas de historia natural como el Museo nacional de Ciencias Naturales, Real Jardín Botánico o el Museo de la Farmacia Histórica dialogan con veinticinco obras de las colecciones del Prado e “interfieren” ante ellos guiando al visitante en una nueva expedición “científico-artística”. Se podrá ver hasta el 27 de Abril de 2.014.
Nos desplazamos ahora a Valencia, en el IVAN, si os gusta la abstracción, se expone una antología de la obra abstracta de Rafael Canogar (Toledo, 1935). Uno de los artistas más reconocidos internacionalmente del panorama artístico español de las últimas décadas. En esta exposición refleja las distintas etapas de su trayectoria artística y la evolución de la
abstracción en su pintura. Están sus primeras abstracciones matéricas de los años cincuenta; su etapa de pinceladas marcadas que protagonizaron sus creaciones a finales de los setenta, la obra objetual de los noventa, que evolucionaría en las
primeras décadas del siglo XXI, dando especial protagonismo a la organización del espacio y el juego entre los diversos elementos y fuerzas concurrentes en sus composiciones.
En 1957, junto a otros pintores, defensores igualmente de la vanguardia informalista como Manuel Millares, Antonio Saura, Luis Feito, Pablo Serrano, Manuel Rivera, Antonio Suárez y Juana Francés, y los críticos Manuel Conde y José Ayllón crearon el importantísimo grupo “El Paso”. La obra de Rafael Canogar le ha hecho merecedor de importantes distinciones, como el Gran Premio de la Bienal de Sao Paulo (1971) o el Premio Nacional de Artes Plásticas de España (1982). El Museo Reina Sofía de Madrid le dedicó una gran retrospectiva en 2001. Desde 1998 es miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Se podrá ver hasta el día 2 de febrero 2014.
Y vamos a terminar en el Museo Guggenheim Bilbao en donde, con la exposición “Del objeto a la escultura (1964-2009)”. del gran artista catalán, Antoni Tàpies , se nos muestra la primera revisión completa y en profundidad de una de las facetas más reveladoras de un artista fundamental de la segunda mitad del siglo XX: su producción de esculturas a lo largo de casi cinco décadas. La exposición reúne cerca de cien obras, desde sus primeros objetos y assemblage de
mediados de los años sesenta y setenta, hasta las tierras chamoteadas y bronces más recientes, incluyendo la última escultura que firma el artista en el año 2009. Organizada de manera cronológica y temática a lo largo de la segunda planta del Museo, la exposición combina piezas de rasgos monumentales con otras de pequeñas dimensiones, alternando el desarrollo temporal de las mismas con el análisis de los temas, materiales y técnicas utilizadas por el artista, permitiendo al espectador una certera aproximación al universo escultórico de Antoni Tàpies: desde su idea del muro hasta la representación recurrente de objetos cotidianos como sillas, camas, calaveras o libros. Se podrá ver hasta el 17 de Enero.
Bueno, espero que mis recomendaciones os den alguna idea para pasar el tiempo estas navidades y que os hagan pensar en ese espíritu crítico que nunca hay que perder y que nos hace crecer. Así que reitero mis felicitaciones a todos y me despido hasta el año que viene.
Sección La otra realidad
HABLEMOS DE LA ASTROLOGÍA (II)
Mariano José Vázquez Alonso
Elemento fundamental de la astrología es el horóscopo, término que procede
de la voz griega "horoskopos", que significa ascender o ascendiente. El
horóscopo se basa en los cuatro
pilares astrológicos: los planetas, el
zodíaco, las casas y los aspectos. No
obstante, para los astrólogos
profesionales un horóscopo es un
mapa de las posiciones planetarias,
según cómo aparecen los astros en el
momento del nacimiento de la
persona, basándose en el punto
geográfico en el que se produjo aquel.
En principio, los cálculos que se realizan, al menos los fundamentales, son
astronómicos; pero los astrólogos intentan encontrar posiciones planetarias en
relación con el zodíaco (franja del firmamento definida por el recorrido hecho
por el sol sobre un trasfondo de estrellas fijas) con ciertas subdivisiones
especiales, a las que se denominan "casas". Estas casas se calculan de una
forma un tanto variable, según las distintas escuelas astrológicas. Una vez
perfilado el horóscopo, el astrólogo tratará de llevar a cabo las interpretaciones
necesarias, basándose en las posiciones planetarias y en determinadas
relaciones de ángulos existentes entre ellas.
La eclíptica recorre las doce constelaciones que conforman el zodíaco: Aries,
Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio,
Acuario y Piscis.
Cada uno de estos doce signos zodiacales abarca treinta grados de la
eclíptica, hallándose relacionado con un determinado planeta, que recibe el
nombre de "regente". Algunas escuelas astrológicas dividen cada signo en tres
periodos de diez días. Téngase asimismo en cuenta que cuando se dice que
una persona nació bajo un determinado signo zodiacal, se quiere significar con
ello que el día de su nacimiento el Sol se hallaba dentro de los treinta grados
de ese mencionado signo.
Por otro lado, si representamos el firmamento como el plano de un círculo, y lo
dividimos en cuatro partes mediante una línea horizontal y otra vertical,
situaremos a la Tierra en el punto de intersección de estas dos líneas. La línea
horizontal recibe el nombre de "horizonte", y la vertical "meridiano". En el
transcurso del día el Sol recorre las cuatro partes. A medianoche se encuentra
en el punto más bajo del meridiano y empieza a salir por el punto del este, que
recibe el nombre de "ascendente". A mediodía se encuentra en el punto
superior del meridiano, y se pone por la parte oeste del horizonte, o
"descendente". Ahora bien, cada una de estas cuatro partes se subdivide en
otras tres, de idéntico tamaño, que reciben el nombre de moradas o "casas".
(En el próximo número hablaremos del papel que desempeñan estas moradas o casas en la trayectoria del proceso vital de la persona).