Post on 19-Jan-2017
R. U. Madre Riquelme - Granada
La misión universal de la Iglesia es: EVANGELIZAR
Toda la Iglesia (todos) estamos llamados a
Evangelizar es…. DAR TESTIMONIO
EVANGELIZAR DANDO TESTIMONIO CON NUESTRA VIDA
DISCÍPULOS Y MISIONEROS
Juan Pablo II en la Encíclica Redemptoris
Missio indica con claridad que la misión
de la Iglesia es siempre la misma, pero su
realización puede ser diferente según las
situaciones.
CAPÍTULO V
LOS CAMINOS DE LA MISIÓN
La primera forma de evangelización es el testimonio
42. El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en
la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El
testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de
cuya misión somos continuadores, es el « Testigo » por excelencia (Ap 1, 5; 3, 14) y el
modelo del testimonio cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y
la asocia al testimonio que él da de Cristo (cf. Jn 15, 26-27).
La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia
cristiana y de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse.
El misionero que, aun con todos los límites y defectos humanos, vive con sencillez
según el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades trascendentales.
Pero todos en la Iglesia, esforzándose por imitar al divino Maestro, pueden y deben
dar este testimonio, que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros.
El testimonio evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las
personas y el de la caridad para con los pobres y los pequeños, con los que sufren. La
gratuidad de esta actitud y de estas acciones, que contrastan profundamente con el
egoísmo presente en el hombre, hace surgir unas preguntas precisas que orientan
hacia Dios y el Evangelio. Incluso el trabajar por la paz, la justicia, los derechos del
hombre, la promoción humana, es un testimonio del Evangelio, si es un signo de
atención a las personas y está ordenado al desarrollo integral del hombre.
43. EL cristiano y las comunidades cristianas viven profundamente insertados en la
vida de sus pueblos respectivos y son signo del Evangelio incluso por la fidelidad a
su patria, a su pueblo, a la cultura nacional, pero siempre con la libertad que Cristo
ha traído. El cristianismo está abierto a la fraternidad universal, porque todos los
hombres son hijos del mismo Padre y hermanos en Cristo.
La Iglesia está llamada a dar su testimonio de Cristo, asumiendo posiciones
valientes y proféticas ante la corrupción del poder político o económico; no
buscando la gloria o bienes materiales; usando sus bienes para el servicio de los
más pobres e imitando la sencillez de vida de Cristo. La Iglesia y los misioneros
deben dar también testimonio de humildad, ante todo en sí mismos, lo cual se
traduce en la capacidad de un examen de conciencia, a nivel personal y
comunitario, para corregir en los propios comportamientos lo que es antievangélico
y desfigura el rostro de Cristo.
- Leemos personalmente los números 42 y 43 y subrayamos lo que más nos llame la
atención.
- Compartimos con el grupo esas frases que más nos han gustado y por qué.
- La Encíclica fue escrita en 1990 por Juan Pablo II, de acuerdo a cómo presenta al “hombre
contemporáneo” ¿crees que es un texto actual? ¿corresponde esa realidad al momento de
ahora? ¿por qué?
- Dice que el “testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión”,
¿estás de acuerdo? Pon algún ejemplo.
- El testimonio personal es importante, pero también lo es el de la comunidad. ¿Crees que
podemos ser testimonio yendo solos y por libre? ¿Crees que somos creíbles cuando
alguien de la comunidad falla?
- La atención a los más necesitados es un ejemplo que conmueve. ¿Por qué es importante
vivir esta realidad de servicio y amor para un cristiano? ¿Es sólo bueno para que los
demás “crean y ser conviertan” o por uno mismo o por qué crees?
Y sucedió que a continuación se fue a una ciudad llamada Naím, e iban con él sus
discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad,
sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que
acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y
le dijo: «No llores.» Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y
él dijo: «Joven, a ti te digo: Levántate.» El muerto se incorporó y se puso a hablar, y
él se lo dio a su madre. El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios,
diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y «Dios ha visitado a su
pueblo». Y lo que se decía de él, se propagó por toda Judea y por toda la región
circunvecina.
Lucas 7,11-17
“Trabajemos para construir una verdadera
CULTURA DEL ENCUENTRO
que venza la cultura de la indiferencia”
«El encuentro es otra cosa. Es lo que el Evangelio nos anuncia hoy: un
encuentro. Un encuentro entre un hombre y una mujer, entre un hijo único
vivo y un hijo único muerto. Entre una multitud feliz, porque había
encontrado a Jesús y lo seguía, y un grupo de gente llorando, que
acompañaba a aquella mujer, que salía por un puerta de la ciudad.
Encuentro entre aquella puerta de salida y la puerta de entrada. El redil.
Un encuentro que nos hace reflexionar sobre cómo encontrarnos entre
nosotros».
En el Evangelio leemos que el Señor sintió una gran compasión. Jesús no hace
como hacemos nosotros cuando vamos por la calle y vemos algo triste. Y
pensamos ‘qué pena’ y seguimos nuestro caminar.
¿CÓMO NOS “ENCONTRAMOS” NOSOTROS CON LAS PERSONAS?
Jesús no pasa de largo, se deja llevar por la
compasión. Se acerca a la mujer, la encuentra de
verdad y luego hace el milagro. Vemos no sólo la
ternura de Jesús, sino también la fecundidad de
un encuentro, todo encuentro es fecundo.
Estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia y tenemos que trabajar
y pedir la gracia de realizar una cultura del encuentro.
De este encuentro fecundo, este encuentro que restituya a cada persona su propia
dignidad de hijo de Dios, la dignidad del viviente.
Estamos acostumbrados a esta indiferencia, cuando vemos las calamidades de
este mundo o las cosas pequeñas: ‘qué pena, pobre gente, cuánto sufre’… y
seguimos de largo.
El encuentro. Si no miro – no basta ver, no, hay que mirar – si no me detengo, si no
miro, si no toco, si no hablo, no puedo hacer un encuentro y no puedo ayudar a
hacer una cultura del encuentro. También en familia vivamos el verdadero
encuentro, escuchémonos los unos a los otros.
En la mesa, en familia, cuántas veces se come y se mira la televisión o se escriben
mensajes con el teléfono. Cada uno es indiferente a ese encuentro. Tampoco en el
núcleo de la sociedad, como es la familia, hay encuentro.
Que esto nos ayude a trabajar por esta cultura del encuentro, como hizo
simplemente Jesús. No sólo ver: mirar. No sólo oír: escuchar. No sólo cruzarse:
detenerse. No sólo decir ‘qué pena, pobre gente’, sino dejarse llevar por la
compasión. Y acercarse, tocar y decir en la lengua en que cada uno sienta en
ese momento - la lengua del corazón - ‘no llores’ y dar al menos una gota de
vida.
¿Qué implica para cada uno de nosotros la “cultura del encuentro”?
¿En tu vida está presente algún tipo de indiferencia?
¿CÓMO PODRÍAMOS MEJORAR?
(Papa Francisco, 13 de septiembre de 2016)
ENCUENTRO
VIDA
AMOR