Post on 08-Mar-2016
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Hansel y Gretel
Cuento Tradicional Infantil
Adaptación Hilda Luisa Díaz-Perera
Ilustraciones de Yuri Mendoza
Grupo CAÑAVERAL, Inc.
Conocer nuestra cultura es conocernos a nosotros mismos.”
Grupo CAÑAVERAL, Inc. La música es cultura. Conocer nuestra cultura es conocernos a nosotros mismos.
Hansel y Gretel Cuento Tradicional Infantil-TGC-101001-BK Adaptación: Hilda Luisa Díaz-Perera Ilustraciones: Yuri Mendoza
Publicado y Distribuido por: Grupo CAÑAVERAL, Inc. 1510 9th Street, S.W. Naples, FL 34117 ACCESO GRATIS: 1-888-226-8273 (1-888-CANTARÉ) TELEFÓNO: (239) 455-8407 FAX: (239) 353-7091 SITIO INTERNET: http://www.hispanicmusic.com y http://www.josemarti.org CORREO ELECTRÓNICO: info@hispanicmusic.com ©2005 por Hilda Luisa Díaz-Perera. Derechos reservados. Este libro no puede ser reproducido ni transmitido, por partes o en su totalidad, en ninguna forma (grabaciones, fotocopias, escaneo, internet, existentes o por inventarse, etc.) sin la
Serie Infantil “Había una vez…”
Hansel y Gretel
Cuento Tradicional Infantil
Adaptación Hilda Luisa Díaz-Perera
Ilustraciones de Yuri Mendoza
Grupo CAÑAVERAL, Inc.
Conocer nuestra cultura es conocernos a nosotros mismos.”
DEDICATORIA
Para mis nietos. ¡Nunca olviden el español!
Abita
HANSEL Y GRETEL
Había una vez un leñador viudo, muy pobre, que vivía en una
pequeña choza de madera a la orilla del bosque. El leñador tenía dos
hijos rubios como el sol. El niño se llamaba Hansel y la niña se llamaba
Gretel. Hansel y Gretel querían mucho a su papá, porque no tenían
mamá.
Los tres formaban una familia feliz, y aunque eran en verdad
muy, muy pobres, en la pequeña choza siempre se sentía el amor y la
felicidad. Las flores crecían silvestres alrededor de la humilde casita,
como si se sintieran felices de estar cerca de la familia del leñador.
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Los animales del bosque llegaban sin miedo hasta la puerta. Hansel
y Gretel los esperaban allí para jugar con ellos y darles de comer.
El padre a veces miraba a sus hijos y pensaba:
— ¡Mis pobres niños no tienen mamá! ¿Qué sería de ellos si
algo me pasara a mí? Debo casarme para que en esta casa haya el
calor de una esposa. Debo buscar una buena mujer, para que mis
hijos crezcan con una mamá que los quiera y que los cuide.
Y así fue. Un buen día el leñador se casó y trajo a la nueva
esposa a vivir a su choza cerca del bosque. Al principio la madrastra
de Hansel y Gretel parecía querer a los niños. Les hacía dulces y
galletitas que ellos comían golosamente y compartían con las
ardillas. Limpiaba la casa, cocinaba, lavaba la ropa y se le oía cantar
de sol a sol. El leñador se sentía satisfecho y pensaba:
— ¡Qué dicha! ¡Mi esposa es una buena mujer y además quiere
mucho a mis hijos!
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Pero, ¡qué lejos de la realidad estaba el pobre leñador! A los
pocos meses la mujer del leñador comenzó a quejarse por todo: que
la choza era muy pequeña, que los niños la volvían loca, que el leñador
trabajaba demasiado, que el dinero no alcanzaba para mantener a
toda la familia, que no había ¡ni para los ratones!
—Ten paciencia, — le decía el leñador, — las cosas van a cambiar
muy pronto. ¡Ya verás!
Pero ella le contestaba en mala forma:
— ¿Paciencia? ¿Dijiste paciencia? ¡Cómo se ve que te la pasas
fuera y no aquí encerrado como yo, con estos chiquillos que me
vuelven loca!
— Joaquín, — le decía a su marido, — tus hijos son una carga.
Están todo el día come que te come y nosotros no tenemos ni un
centavo.
—¡Mira, mira, — mira los trapos conque me visto! ¿Crees que
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estos harapos son para una mujer como yo? ¡Anda, dime! — gritaba
furiosa.
— ¡Calla, mujer, por Dios, que te van a oír en el pueblo!
Pero la mujer seguía gritando y quejándose. El leñador se
quedaba callado, muy triste, y salía al jardín para no escucharla. Se
encogía de hombros, tomaba el hacha, y se adentraba en el bosque.
Allí se pasaba el día cortando árboles y recogiendo ramas secas que
luego vendía en el pueblo por un puñado de monedas.
Un buen día, al regresar del bosque tarde en la noche, el
leñador encontró a su mujer esperándolo en la puerta de la choza.
El pobre hombre venía cansado de trabajar y los chillidos de la
esposa lo ensordecieron:
— ¡No quiero tener a estos niños aquí! — gritaba la mala mujer.
— ¡Pero amor! — decía él — ¿qué voy a hacer?
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— ¡Ya te diré lo que vamos a hacer! Mañana mismo, los llevas
al medio del bosque y los dejamos allí. ¡No los quiero ver más nunca!
¿Oíste bien?
— ¿Pero cómo me vas a pedir eso?
— ¡Ni una palabra más! ¡Esos niños se van de esta casa mañana
mismo!
Hansel y Gretel que no podían dormir, escucharon los planes
de la madrastra. Gretel comenzó a llorar.
—Gretel, no llores— dijo Hansel en voz baja para que no lo
escucharan, —¡ya verás, nada nos va a suceder! ¡Duérmete y
déjamelo todo a mí!
Hansel se puso el abrigo y salió al jardín por la puerta de
atrás, con cuidado de no hacer ruido. Bajo la luz de la luna se veían
las piedrecitas que brillaban como si fueran pequeñas estrellas.
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Hansel llenó de piedrecitas los bolsillos de su abrigo.
A la mañana siguiente, antes que saliera el sol, la madrastra
despertó a los niños diciéndoles:
— ¡A levantarse ya! Vamos a ir al bosque a cortar leña.
La madrastra le dio a cada uno un pedazo de pan y les
advirtió:
— Guarden este pan para la comida. Si se lo comen antes se
quedarán con hambre pues no hay más.
Los cuatro caminaron hacia al bosque y a cada cierto tramo,
Hansel soltaba una piedrecita, sin que la madrastra y el leñador se
dieran cuenta. Cuando llegaron al medio del bosque era el mediodía.
El leñador les dijo a sus hijos que recogieran un poco de ramas secas
para hacer un fuego. Los niños obedecieron y cuando las llamas
estaban ya bastante altas, la madrastra les dijo:
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—Ahora acuéstense a descansar mientras nosotros
recogemos la leña. Cuando hayamos terminado vendremos por
ustedes.
Hansel y Gretel obedecieron a su madrastra e hicieron
exactamente lo que ésta les mandó. Se sentaron junto al fuego, y a
las doce del día se comieron el pan. Los niños pensaban que sus
padres estaban en verdad cortando leña, pues podían escuchar a lo
lejos los golpes de un hacha derribando un árbol. Aburridos y
cansados, Hansel y Gretel pronto se durmieron profundamente.
Cuando al fin despertaron era ya de noche y Gretel comenzó a
llorar. ¿Cómo regresarían? ¿Cómo saldrían del bosque? Hansel,
como siempre, consoló a su hermana:
—Esperemos a que salga la luna, Gretel, y entonces podremos
regresar sin ningún problema.
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Y efectivamente, al salir la luna, Hansel tomó a Gretel por la
mano, y juntos anduvieron el camino que Hansel había hecho con las
piedrecitas. Caminaron toda la noche y al romper el día llegaron a la
choza de su padre. Tocaron a la puerta y les abrió la madrastra
enojada que los regañó:
— ¡Niños malcriados! ¿Cómo es posible que se hayan pasado
toda la noche durmiendo en el bosque? ¡Pensábamos que no
volverían a casa más nunca!
¡El padre estaba muy contento! ¡Sus hijos habían regresado!
Al poco tiempo, los niños volvieron a escuchar las quejas de la
madrastra:
— ¡Se nos ha acabado toda la comida! ¡Sólo queda la mitad de
un pan! ¡Después no sé qué vamos a hacer! Tendremos que
deshacernos de los niños. Los llevaremos bien adentro del bosque y
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allí los dejaremos. ¡Así no podrán encontrar el camino a la casa!
Hansel había escuchado todo lo que su madrastra había dicho.
Se levantó, se puso su abrigo y trató de abrir la puerta de atrás
para salir a buscar las piedrecitas. Pero su madrastra la había
cerrado con llave y Hansel no pudo abrirla. Hansel le aseguró a su
hermanita:
— ¡No te preocupes, Gretel, que ya encontraremos una
solución!
A la mañana siguiente la madrastra vino a despertar a los niños
y a cada uno le dio un pequeño pedazo de pan. Mientras se iban
adentrando en el bosque, Hansel iba tirando migajas del pan que le
había dado su madrastra, para marcar el camino y después regresar.
Esta vez, la mala mujer los llevó muy adentro del bosque, oscuro y
solitario. Hansel y Gretel nunca habían estado allí. Hicieron una
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fogata grande y la madrastra volvió a decirles:
—Quédense aquí niños y pórtense bien. Nosotros vamos a
cortar leña y en la noche cuando vayamos a regresar, vendremos por
ustedes.
Al mediodía, Gretel compartió su pequeño pedazo de pan con
Hansel que había usado el suyo para marcar el camino a casa.
Después se acostaron a dormir. Cuando se despertaron era ya muy
tarde, estaba muy, muy oscuro y se dieron cuenta que nadie los había
venido a buscar. Hansel dijo:
—¡No llores hermanita. Esperaremos un rato a que salga la
luna para poder ver las migajas de pan que nos llevaran a casa.
Pero al salir la luna no encontraron ni una migaja de pan porque
los pajaritos del bosque se las habían comido.
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Aún así, Hansel y Gretel pensaron que podrían encontrar la
choza. Caminaron mucho, un día entero y hasta tarde en la noche,
pero mientras más caminaban, más se adentraban al bosque. Ya
tenían mucha hambre y mucho sueño. Por fin llegaron al pie de un
árbol muy frondoso y se acostaron a dormir.
A la mañana siguiente, oyeron un hermoso pajarito, blanco
como la nieve, que cantaba dulcemente en una de las ramas del
árbol. Cuando el pajarito terminó de cantar, abrió sus alas y salió
volando. Hansel y Gretel lo siguieron hasta que llegaron a una
pequeña casita.
El pajarito se paró en el techo. Al acercarse, se dieron
cuenta que las paredes de la casita estaban hechas de pan, el techo
de bizcochos, y las ventanas de azúcar transparente.
— ¡Qué suerte, Gretel! ¡Esta casa está hecha de dulces!
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¡Y con el hambre que tenemos! ¡Yo me voy a comer un pedazo del techo! — ¡Y yo un pedacito de ventana!
Empezaron a comer un pedacito aquí y otro allá y de pronto
escucharon una voz que venía de adentro y que les decía:
“Come, come el ratoncito,
¿quién se come mi techito?
Y los niños contestaron:
“Es sólo el vientecito,
es sólo el vientecito.”
Los niños siguieron come que te come porque tenían
mucha hambre. Hansel se subió al techo y partió un gran pedazo
para comérselo y Gretel bajó un cristal redondo de una ventana para
chuparlo como si fuera un caramelo. De pronto la puerta de la
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casita se abrió y salió una anciana apoyándose en una muleta. Hansel
y Gretel se sintieron llenos de miedo y dejaron caer al suelo lo que
tenían entre las manos.
— ¡Ah! ¡Mis queridos niños! ¡Pobrecitos! ¿Cómo han llegado
hasta aquí? ¡Pero, entren, entren! ¡Se pueden quedar conmigo!
¡Nunca serán una carga!
La anciana tomó a cada uno de los hermanitos por la mano y
los condujo al interior de su casa. Allí, sobre la mesa, encontraron
una maravillosa comida. Tomaron leche y comieron panquecas, con
azúcar, manzanas y nueces. Después de comer, los llevó a un
pequeño cuarto donde había dos camitas blancas, y Hansel y Gretel
se acostaron en ellas y se durmieron profundamente.
Pero la anciana que no era ni buena ni bondadosa, sino una
bruja muy mala, había construido la casita de bizcocho para atraer a
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los niños como Hansel y Gretel que se perdían en el bosque. Cuando
ya los tenía dentro, los cocinaba y se preparaba un gran banquete.
Los ojos de la bruja eran rojos y no podía ver muy bien, pero
sí tenía un buen sentido del olfato, como las bestias, y sabía cuándo
había seres humanos rondando su casita. Al darse cuenta que
Hansel y Gretel se acercaban, soltó una terrible carcajada y dijo
triunfante:
— ¡Ya son míos y no se me escaparán!
Temprano en la mañana, la bruja entró al cuarto donde
dormían los niños plácidamente, sus cachetes rosados sobre la
almohada.
— ¡Qué maravillosa cena la que me voy a preparar con estas
criaturas!
Entonces agarró a Hansel con su mano huesuda y lo metió en
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una pequeña jaula y aunque el niño lloraba y gritaba de nada le sirvió.
Después buscó a Gretel y sacudiéndola le dijo:
— ¡Levántate, haragana! ¡Ve a buscar agua y cocínale algo a tu
hermano! ¡Está metido en la jaula y debe comer mucho para que
engorde! ¡Cuando esté bien gordito, me lo comeré completito!
La pobre Gretel comenzó a llorar desconsoladamente, pero no
le quedó más remedio que hacer lo que la bruja le exigía.
Y desde ese momento las mejores comidas se preparaban para
Hansel mientras que la pobre Gretel sólo recibía pan viejo. Todas
las mañanas la bruja se acercaba a la jaula y le decía al niño:
— ¡Déjame verte! ¡Déjame verte el dedo a ver si pronto
estarás lo suficientemente gordo para comerte!
Hansel no era tonto. Siempre le enseñaba un hueso
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pequeño, y la mujer que no veía bien, se preguntaba cómo era posible
que con la comida que le daba, aquel niño no acababa de engordar.
Al cabo de cuatro semanas, la bruja perdió la paciencia y no quiso
esperar más:
— ¡Mañana me como a Hansel esté gordo o esté flaco!
¡Oh qué tristeza sintió la pobre Gretel al oír a la bruja!
Lloraba y lloraba al pensar en la horrible suerte de su hermanito!
— ¡Cállate te digo, niña! Tus quejas y lamentos no cambiarán
nada, ¡ya está decidido!
A la mañana siguiente, Gretel se levantó, hizo el fuego, buscó
el agua y la puso a hervir.
—Primero hornearemos el pan. Ya yo lo amasé y el horno se
está calentando.
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— ¡Métete, métete a ver si está listo para hornear el pan!
Una vez que Gretel estuviera adentro la bruja planeaba cerrar la
puerta para cocinarla y comérsela también. Pero Gretel se dió
cuenta de las intenciones que tenía la bruja y le dijo:
—Yo no sé cómo hacerlo. ¿Por qué no me enseñas?
— ¡Estúpida! — gritó la bruja, — el hueco de la puerta es
grande. ¡Fíjate que hasta yo me puedo meter!
La bruja se agachó y metió la cabeza dentro del horno. Gretel
aprovechó el momento y sin pensarlo dos veces, con toda su fuerza
le dio un buen empujón para meterla más adentro, cerró la puerta y
bajó la barra para que la mala mujer no se pudiera escapar. La
bruja gritaba y gritaba, pero Gretel salió corriendo y abrió la jaula
donde estaba Hansel.
Los dos hermanos se abrazaron felices. ¡Ya eran libres!
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¡La mala bruja nada les podía hacer! Entonces como no tenían
nada a qué temerle, registraron toda la casa y encontraron en cada
rincón unos cofres llenos de perlas y piedras preciosas.
¡Esto era mucho mejor que las piedrecitas! Hansel se llenó los
bolsillos de su pantalón con las piedras preciosas. Gretel, pensando
que ella también podría llevarse algo, llenó su delantal.
—Ahora Gretel, ¡a correr! ¡A escaparnos del bosque de la
bruja!
Después de caminar un largo rato, llegaron a un inmenso lago
pero no había piedras ni un puente para cruzarlo.
—Ni tampoco hay un bote, — dijo Gretel, — pero ahí viene un
pato blanco. Le pediremos que nos cruce a la otra orilla.
Así lo hicieron y el pato los ayudó a cruzar el lago. Hansel y
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Gretel siguieron caminando y a medida que caminaban todo se iba
haciendo más y más conocido, hasta que por fin, a lo lejos, vieron la
choza de su padre. Empezaron a correr hasta que llegaron a la
puerta.
Allí estaba el papá que los recibió muy contento, dándoles be-
sos y abrazos, ya que no había tenido un minuto de paz desde que
había dejado a sus hijos en el bosque. La mala madrastra se había
ido muy lejos de allí. Entonces Gretel abrió su delantal y al suelo
cayeron las perlas y las piedras preciosas. Hansel también sacaba
puñados del tesoro de sus bolsillos. Desde entonces no hubo más
pobreza en aquella choza. Vivieron para siempre, el padre y sus dos
hijos llenos de amor y felicidad... y colorín, colorado este cuento se
ha terminado y el tuyo no ha comenzado…
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“Ser cultos para ser libres.” José Martí
Hansel y Gretel Adaptación de
Hilda Luisa Díaz-Perera fue terminado de imprimir en
Naples, Florida, EEUU el 5 de enero del 2005