La anunciación es una antigua fiesta cristiana, que se ha celebrado bajo diversos nombres: Fiesta...

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La anunciación es una antigua fiesta cristiana, que

se ha celebrado bajo diversos nombres:

Fiesta de la Encarnación; Inicio de la Redención;

Anunciación de María o de Cristo; el actual,

Anunciación del Señor.

La fecha del 25 de marzo es de origen oriental;

a partir del siglo séptimo.

Roma la recogió y extendió a todo Occidente.

Juan XXIII describe la anunciación como "el punto

más luminoso que une el cielo a la tierra, el mayor acontecimiento de los

siglos".

Sin embargo, confirmando que las maneras de actuar

divinas no se parecen a las humanas,

la Palabra eterna de Dios se encarnó discreta y silenciosamente,

al margen de la historia oficial.

El silencio es el marco en que Lucas, hace su

relato:

"En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por

Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una

virgen que estaba comprometida

con un hombre perteneciente

a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

El ángel entró en su casa y

la saludo diciendo: ¡Alégrate!,

llena de gracia, el Señor está contigo" (Lucas 1,26).

La meditación cristiana, ha señalado con justicia

que este cuadro maravilloso de lo sucedido en Nazaret

está narrado desde el punto de vista de María, la Virgen

fecunda; es el evangelio que la liturgia escoge para proclamar en la

misa del día.

Mateo (1, 18-25), en cambio, coincidiendo con

Lucas en lo fundamental, adopta el punto de vista de José

para describir la generación de Jesucristo.

Pero ambos relatos giran sobre

el gozo que conforman la fe y la fidelidad.

Fe de María y fe de José en la palabra que reciben por medio del mensajero

celestial.

Fidelidad de Dios a sus antiguas e imperecederas

promesas de redención.

La liturgia de la palabra recuerda precisamente este

compromiso de Dios en Isaías 7, 10-14 cuando el rey Acaz recibe

el anuncio de la concepción virginal del “Dios-con-

nosotros” o Emmanuel.

La doncella que el profeta tiene en vista al componer

su oráculo es la misma ciudad

de Jerusalén; ésta, a pesar de

su pequeñez, "da a luz un hijo"

que restaurará a Israel, reparando las maldades

cometidas por el impío Acaz.

Para componer la antífona de entrada y la antífona de aleluya, la liturgia se vuelve hacia dos textos

fundamentales de la Sagrada Escritura.

La primera, citando la carta a los hebreos, dice:

"Cuando el Señor entró en el mundo dijo:

Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad".

Y en la segunda el aleluya, canta con un versículo

del evangelio de san Juan:

"La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros,

hemos contemplado su gloria".

La Palabra, el Hijo de Dios, cumple la voluntad del

Padre, que consiste en salvar

de la muerte, la injusticia y el pecado, no sólo a Israel, sino a la humanidad entera.

En el centro de este misterio prodigioso, el “Si” de María sintetiza toda la libertad

humana y expresa su más auténtico sentido.

Quedan reveladas así, al mismo tiempo, la infinita hondura del amor de Dios,

que en Cristo se hace semejante

a nosotros para rescatarnos mediante lo

que nos perdía, y la grandeza del destino

del hombre, llamado a compartir la vida misma de

Dios.

La encarnación que hoy venera

la Iglesia nos propone una estrategia vital que san Ireneo de Lyón resumía en

pocas palabras:

"No se puede redimir lo que no se asume".

Cristo viene a salvar desde adentro,

metiéndose en la historia, no como un observador,

sino como un protagonista.

No de otro modo hemos de actuar los cristianos.

La encarnación del Señor, acción del mismo Espíritu que cubrió con su poder a

María, sigue desarrollándose, y la Iglesia reconoce su

origen en aquella desconocida

aldea de Nazaret donde

nuestra naturaleza recuperó su vocación del principio:

“La unión perfecta con Dios amor”.

Oración

Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo.

Bendita tú eres entre todas las mujeres,

y bendito es el fruto de tu vientre Jesús.

Santa María madre de Dios,

ruega por nosotros pecadores, ahora, y en la

hora de nuestra muerte.

Amén

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