Post on 22-Aug-2020
La misericordia:
El rostro de Dios
I. Lectura “34,6 El Señor pasó delante de él proclamando: Señor, Señor, Dios compa-
sivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor y fidelidad; 7 que
mantiene su misericordia por mil generaciones, que perdona la culpa, el
delito y el pecado, pero nada deja impune pues castiga la culpa de los
padres en los hijos y en los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta
generación”.
(Ex 34,6-7)
Para leer con profundidad la Palabra
1. Fíjate en el contexto:
Seguramente has escuchado mu-
chas veces la historia de Moisés.
Fue el gran caudillo y liberador de
Israel al que guió incesantemen-
te a pesar de todas las dificulta-
des. Probablemente la prueba más
dura para él y para todo el pueblo
tuvo lugar cuando, mientras Moi-
sés estaba en oración delante de
Dios en el monte Sinaí, el pueblo
se construyó un becerro de oro al
que adoró como si fuera su Señor
(Ex 32, 1-35). De este modo, Israel
fue gravemente infiel al Dios vivo
y ya no merecía seguir siendo el
pueblo escogido.
Pero Moisés tenía una profunda
amistad con el Señor, de modo
que muchas veces pidió por su
pueblo, hasta que logró que sea
perdonado. En medio de una in-
tensa experiencia de Dios, Moisés
emocionado le pide al Todopode-
roso: ¡Muéstrame tu gloria! (Ex
33,18). Dios le hace saber que na-
die puede ver su rostro y seguir
con vida (Ex 33,20), sin embargo,
con gran condescendencia y amor
pasa delante de Él pronunciando
su nombre y permitiéndole cono-
cer y gustar sus atributos. El texto
que ahora meditamos es precisa-
mente esta respuesta de Dios en
la que le deja conocer a Moisés su
corazón lleno de misericordia.
2. Fíjate en el texto:
A continuación reflexionamos so-
bre algunos puntos fundamenta-
les de la manifestación de Dios a
Moisés:
• El Señor, el Señor: Se trata del nombre sagrado de
Dios (YHWH). Como ya había he-
cho en la zarza ardiente, el Todo-
poderoso pronuncia su nombre
ante Moisés, dándole a conocer su
ser más profundo y poniéndose a
su disposición.
• Dios compasivo y misericordioso: Estos dos atributos de Dios apa-
recen frecuentemente juntos en la
Biblia. Compasivo (rahûm) signi-
fica lleno de capacidad de perdo-
nar. Misericordioso (hanûm) lite-
ralmente significa lleno de gracia,
capaz de pasar por alto las deudas
ante la petición del deudor.
• Lento a la cólera: Literalmente quiere decir “largo de
nariz”. La expresión se refiere a la
manifestación del rostro enojado,
que se vuelve rojo hasta la punta
de la nariz. Que Dios sea “largo de
nariz” significa que la cólera no
llena rápidamente su rostro, que
es paciente, que soporta las caídas
de los suyos por amor.
• Rico en amor y fidelidad: Amor (hesed) significa aquí amor
lleno de misericordia y bondad
mientras que fidelidad (emet) que puede ser traducido también
como verdad, significa estabili-
dad, firmeza solidez. Dios es rico
en amor misericordioso y su amor
es además estable, firme, nunca
cederá.
Como puedes ver, las caracterís-
ticas que Dios da de sí mismo a
Moisés son esencialmente rasgos
de misericordia. Es verdad que
Dios es también justo, que el pe-
cado no le da igual y que tiene
consecuencias, que son represen-
tadas por el castigo hasta la cuarta
generación del v. 7. Sin embargo,
su misericordia es infinitamente
más grande, pues dura no cuatro,
sino mil generaciones. Es la ma-
nera del autor de explicar que la
misericordia de Dios es siempre
más grande.
II. Meditación Para poder aplicar este texto a nuestras vidas te propongo las siguientes preguntas:
1. ¿Qué rostro me he
hecho de Dios?
Moisés sabe que no puede ver directamente el rostro de Dios.
Sin embargo, cuando pasa delante de él, el Señor proclama ante
el liberador del pueblo las características de su ser. Es como si
el Señor “le contara” a Moisés cómo es su rostro. Y le describe
un rostro lleno de misericordia y ternura. Y yo, ¿qué rostro me
he hecho de Dios? ¿Es el rostro de un Padre misericordioso o
de un juez castigador que está a la caza de mis errores para
condenarlos?
2. ¿Soy lento
a la cólera?
Entre los rasgos que el Señor da a Moisés está el de ser lento
a la cólera, es decir, que no se enoja fácilmente con su pueblo,
que les tiene paciencia. Seguramente has experimentado esta
paciencia divina muchas veces. Y tú ¿eres también paciente y
lento para enojarte? ¿pierdes la paz fácilmente? ¿te llenas de
ira rápidamente contra tu hermano sin pasar por alto la más
pequeña falta? Tenemos mucho que aprender de la misericordia
de Dios.
LO QUE DICE LA IGLESIA
“Paciente y misericordioso” es
el binomio que a menudo apare-
ce en el Antiguo Testamento para
describir la naturaleza de Dios.
Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de
la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del
castigo y la destrucción.
Los Salmos, en modo particular, destacan esta grandeza del proce-
der divino: « Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias;
rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia »
(103,3-4). De una manera aún más explícita, otro Salmo testimonia los
signos concretos de su misericordia: « Él Señor libera a los cautivos,
abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los
extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los
justos y entorpece el camino de los malvados » (146,7-9). Por último,
he aquí otras expresiones del salmista: « El Señor sana los corazones
afligidos y les venda sus heridas. […] El Señor sostiene a los humildes
y humilla a los malvados hasta el polvo » (147,3.6). Así pues, la mise-
ricordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta
con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre
que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio
hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene
desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de
ternura y compasión, de indulgencia y de perdón.
(Francisco, Misericordiae Vultus, n. 6)
III. Contemplación Para la contemplación te propongo que en silencio, delante del Señor
repitas lentamente y en voz baja muchas veces el versículo 36 del texto
que hemos meditado hoy:
Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor y fidelidad.
Repítelo como recordando la experiencia
de Moisés ante quien Dios pasó pronun-
ciando estas palabras. Repítelo pensado
en nuestro Señor Jesucristo, rostro de la
misericordia del Padre. La idea es que de-
jando fluir los afectos del corazón, forjes
con claridad en tu interior la seguridad de
que Dios es misericordia y ternura, cerca-
nía y perdón.
IV. Acción En grupo trabajamos las siguientes preguntas:
• En nuestras comunidades ¿Se conoce a Dios como Padre misericordioso o se lo ve más bien
como juez castigador e implacable?
• ¿Comprendemos que la misericordia y la jus-
ticia son dos aspectos complementarios y no
contradictorios del ser de Dios?
• ¿En nuestras vidas, la misericordia de Dios es considerada solo como una idea abstracta o la
vivimos como una realidad concreta en la que
Dios revela su amor?
V. Oración
Oremos a dos coros con el salmo 86, uno de los tantos salmos que alaban la
misericordia de Dios:
Inclina tu oído, Señor, escúchame,
que soy un pobre desamparado;
protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva a tu siervo, que confía en ti.
Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti;
porque tú, Señor, eres bueno y cle-
mente,
rico en misericordia con los que te
invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica.
En el día del peligro te llamo,
y tú me escuchas.
No tienes igual entre los dioses, Señor,
ni hay obras como las tuyas.
Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor;
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios».
Enséñame, Señor, tu camino,
para que siga tu verdad;
mantén mi corazón entero en
el temor de tu nombre.
Te alabaré de todo corazón, Dios mío;
daré gloria a tu nombre por siempre,
por tu gran piedad para conmigo,
porque me salvaste del abismo pro-
fundo.
Dios mío, unos soberbios se levantan
contra mí,
una banda de insolentes atenta con-
tra mi vida,
sin tenerte en cuenta a ti.
Pero tú, Señor, Dios clemente y mi-
sericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí.
Da fuerza a tu siervo,
salva al hijo de tu esclava;
dame una señal propicia,
que la vean mis adversarios
y se avergüencen,
porque tú, Señor, me
ayudas y consuelas.
(Sal 86)
La Palabra confirmada por los santos
Santa Faustina, apóstol de la misericordia de Dios
Santa Faustina nació en Polo-
nia, el 25 de agosto de 1905. Fue
la tercera de ocho hermanos en
una familia pobre y humilde,
pero rica en fe y espiritualidad.
Desde pequeña tuvo inclinación
por la vida religiosa y, después
de muchas complicaciones por
su difícil situación económica,
logró entrar al convento de las
hermanas de Nuestra Señora de
la Misericordia.
A partir de 1931, nuestra santa tuvo una serie de experiencias espiri-
tuales muy profundas en las que nuestro Señor le pedía que propagara
la confianza en su divina misericordia. Como medios para difundir esta
hermosa devoción, Jesús le pidió varias cosas: que pintara una imagen
suya según la visión que había tenido (imagen del Señor de la Misericor-
dia), que promueva la coronilla de la Divina Misericordia, que difunda la
fiesta de la Divina Misericordia y en general que ayude a todas las almas
a confiar plenamente en la misericordia divina.
Además Sor Faustina nos ha dejado su diario, en el que recoge hermosos
textos sobre la misericordia de Dios. Entre ellos encontramos este hermoso
fragmento: “En mi vida interior, con un ojo miro hacia el abismo de miseria
y de bajeza que soy yo, y con el otro hacia el abismo de Tu misericordia”.
Dios quiera que podaos como Sor Faustina descubrir el rostro de Dios,
lleno de misericordia y bondad.