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Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra,
y sopló en su nariz aliento de vida
y fue el hombre un ser viviente.
(Génesis 2:7)
Introducción
La respiración nace de uno mismo, del interior, es el cuerpo el que inicia el soplo de vida,
tomando su alimento principal, el prana, en su manifestación de aire. El éter o prana es la raíz
de todo lo vivo, de todos los elementos, es su fundamento espiritual transmitido a la materia,
al cuerpo global de la conciencia "animada". En la filosofía taoísta se denomina "chi" al soplo
que todos los seres comparten como unidad viva. Respirar es sinónimo de vida. Meditar la
respiración es indagar en la esencia primera de nuestro estar en el mundo, es ser consciente
de un proceso -inhalación y exhalación- que comienza en el nacimiento y que nos acompaña
toda la vida. Así lo expresó Krishnamacharya: "Inhala y Dios se acerca ti. Mantén la
inhalación y Dios permanece contigo. Exhala y tú te aproximas a Dios. Mantén la exhalación,
y te entregas a Dios."
Entramos así en la dimensión espiritual de la respiración, como medio o vía de acercamiento
a lo divino, de interiorización consciente de lo sagrado. Y, ¿qué mejor medio para ello que la
observación de la respiración? El sabio hindú Ramana Maharshi apuntaba como medio para
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el conocimiento de la naturaleza real de uno mismo la indagación del Yo a través de la
pregunta: “¿Quién soy yo?”. A partir de esta pregunta el indagador reconoce de forma
inmediata y espontánea su ser. Pues el Ser es la manifestación suprema localizada en el
corazón, más allá del tiempo y del espacio. Ramana Maharshi decía que el primer
reconocimiento del ser es el pensamiento o la sensación de Yo, localizado en el lado derecho
del pecho. Sentir y saber que Yo Soy es la esencia de la manifestación individualizada. A
partir de ahí el mundo se presencia como la conciencia, sin división entre Yo y el Mundo (o
lo externo), pues todo es uno, no-dos. Cuando a Ramana Maharshi le preguntaban sobre la
respiración como medio de autoindagación del Ser, él afirmaba que también era posible
ayudarse de este método de observación de la respiración, pues no deja de ser la expresión de
la fuerza vital diciendo, en su ritmo de aire: Yo Soy, Yo Soy.
Ante la pregunta “¿quién soy yo?” no existe pensamiento alguno que pueda responderla, tan
sólo nos queda el reconocimiento Yo Soy, pero sin identificarse con "esto" o "aquello". Yo
no soy esto o aquello, simplemente Soy, y para este reconocimiento esencial no hace falta
siquiera palabra alguna, pues se sabe, se reconoce, en el silencio. A través de la magnánima
elocuencia del silencio. El Yo Soy se advierte sin palabras, sin dudas y sin dualidad. Toda
manifestación, en el hinduismo, conlleva una vibración primigenia, un sustrato, una semilla,
el mantra Om. El mantra que puede oírse en el silencio, en el corazón, en el universo. Es la
sílaba primera, el original sonido, la voz constante de la luz, la brillante palpitación de todo
canto. El Om (Aum) representa los tres estados ordinarios del ser humano: vigilia, sueño con
sueños y sueño profundo. Decir o escuchar Om equivale a unificar la trinidad, a fundirse con
el Uno Viviente.
Hay un segundo mantra que podemos traer a escena y que comparte una trascendencia
fundamental con el Om, tanto por su espontánea presencia y realidad en nosotros como por su
significado. Me refiero al Soham (Hamsa), dos sílabas que se corresponden con la
respiración, pues los yoguis afirman que es el sonido que hace la respiración en su inhalación
(SO) y exhalación (HAM) de forma natural, sin necesidad de pronunciarlo, pues se oye al
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paso y salida del aire por las fosas nasales, y que significa: Yo Soy Él. Así cuando respiramos
estamos diciendo Yo Soy Él, o yendo a las fuentes bíblicas: Yo Soy El Que Soy, que es lo
que significa Dios o Yahveh (YHWH, en hebreo). Al respirar, por tanto, escuchamos lo que
somos, sabemos, saboreamos, vemos lo que somos, lo sentimos y lo realizamos.
Indagaremos en la respiración como medio principal para la meditación. Pues, si la respiración
está presente y meditar es el arte de ser consciente o de estar presente, la conciencia de la
respiración es intrínseca a toda forma de meditación consciente.
La meditación del buda
Siddharta Gautama (también conocido como “Buda”), fue un profundo indagador del ser, fue
alguien que comprendió su verdadera naturaleza real y que trascendió los límites
autoimpuestos del “samsara” (rueda de nacimientos y muertes) por medio de la meditación.
Así se dio cuenta de que la creencia de que existe un “ego” es la causa de nuestro
sufrimiento, pues el “ego” se sustenta en el deseo de devenir y siempre estará buscando algo
que lo complete. Pero la realidad última es que no hay nadie que necesite ser completado. La
meditación, por tanto, más que ser una búsqueda se revela como la cesación de toda
búsqueda, como la clara comprensión de nuestra esencia de totalidad.
El buscador es lo buscado, el meditador es la meditación misma, no hay sujeto y objeto sino
que la conciencia impersonal clarifica la verdad de lo que somos. Por conciencia impersonal
entendemos el estado perfecto de no diferenciación de la esencia constitutiva de las almas.
Este estado, que nos acerca a lo eterno, que nos ubica en el origen de nuestra identidad
auténtica, más allá de lo fenoménico, abre las puertas de una dimensión inexplorada por la
conciencia personal, aquella que se reconoce como un ente separado del resto. Por esta razón
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se asigna a los estados de profunda meditación una cualidad unitiva, una capacidad expansiva
donde se entra en relación con fuerzas espirituales que originan una experiencia del amor sin
forma, omnipenetrante y trascendental, capaz de alimentar y hermanar toda la existencia con
su esplendor y fragancia incesante e ilimitada.
Buda, en los “Sutras”, textos que recogen sus enseñanzas, dejó claros los pasos que llevó a
cabo para la realización del ser (las cuatro nobles verdades, el óctuple sendero...), y sirvió de
ayuda a numerosos buscadores que, a través del “budismo”, se orientaron en su propia
búsqueda interior escuchando el resonante saber del asceta de Lumbini. La enseñanza más
importante, a mi entender, del buda, fue la que marcó una revolución en la comprensión de la
búsqueda misma, en tiempos en que los gurús y brahmanes eran la autoridad innegable de
toda práctica espiritual. Buda insistió una y otra vez en que la única prueba fiable de una
verdadera meditación del alma la tiene uno mismo. Uno mismo es el discípulo y su propio
maestro último. Como un buen científico del espíritu exhortaba a sus discípulos a corroborar
por sí mismos lo que les decía, pues no hay otro medio fiable para el conocimiento de uno
mismo que el que busca conocerse escuche en sí mismo la prueba de la verdad de su ser.
Buda ofreció herramientas, clarificó el “dharma” (camino espiritual), ejemplificó con su vida
el valor del desapego y el desapasionamiento, regaló enseñanzas en el silencio de una flor
entregada a Mahakashyapa y habló con la suave y dulce fragancia de los pétalos del loto más
puro y bello. Fue un espejo en el que el discípulo pudiera mirarse y reconocerse a sí mismo.
No reconocer solamente al maestro, sino ver en el maestro al maestro interior que nosotros
portamos, y que nosotros podemos tallar, como una piedra preciosa, por medio de un cultivo
compasivo, equilibrado y en armonía con la vida, con la naturaleza y con la verdad que
palpita en el verdadero vivir, esto es, el que se asienta en el instante, en el momento presente,
más allá de la ilusión que sobre imponen “maya” y su “samsara”. Una realidad, por tanto,
prístina, trasparente, es la que Buda compartió, elevando al corazón a su trono primigenio, a
su potestad definitiva, por encima del egoísmo individualista, generador de ilusorio
sufrimiento.
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Buda llegó un día, con una flor en la mano. Iba a dar un sermón. Pero no dio ningún sermón, sólo se sentó en
silencio y miró su flor. Todos se preguntaban qué hacia. Esto siguió durante diez minutos, veinte, treinta
minutos... Entonces, todos comenzaron a sentirse inquietos. Nadie era capaz de saber lo que hacía. Se habían
reunido al menos diez mil personas para escucharlo hablar. Y el sólo permanecía sentado, mirando la flor.
Mahakashyapa rió. Buda lo miró y dijo: ''Mahakashyapa, ven a mí. Le entrego la flor a Mahakashyapa y dijo:
''Todo aquello que puede decirse, se lo he dicho a todos. Y todo aquello que no puede decirse, se lo he
entregado a Mahakashyapa. (“Yo soy la puerta”, Osho).
Y así nació el zen, a través de Bodhidharma, quien se consideró un heredero del linaje de
Mahakashyapa. Nació el zen a través de un silencio, a través de una respiración consciente y
sentida. La respiración es la expresión susurrante del silencio y la vida, unificando
movimiento y quietud en callado mantra, en vivificante armonía de vacuidad danzante.
Las enseñanzas de Buda trascendieron una mera doctrina teórica porque son eminentemente
prácticas. A parte de las consideraciones sobre el karma, el dharma, el samsara, las
reencarnaciones, etc., lo que realmente hizo del budismo una escuela "liberadora" fue
precisamente la insistencia en los puntos que llevaban directamente a la práctica desnuda de
la verdad, algo que el zen simplificó todavía más, a través de Dogen y otros maestros. La
práctica del zen se reduce a sentarse y respirar, sentarse y sentirse, sentarse y ser. La vía del
zen es la vía cotidiana del ahora caminando liviana por la conciencia de presencia. Sólo así el
cielo de la conciencia ve más allá de las nubes la claridad que la unifica.
Buda decía que cuando comienza la inhalación uno se da cuenta de que comienza la
inhalación y cuando termina la inhalación uno se da cuenta de que termina la inhalación. Del
mismo modo cuando comienza la exhalación uno se da cuenta de que comienza la
exhalación, y cuando la exhalación termina se da cuenta de que la exhalación termina.
Conciencia clara, respiración consciente, visión correcta... Ese fue el camino de Buda,
recogido en el Maha Satipatthana Sutra y otros textos canónicos. El método llamado de la
meditación vipassana (visión clara) se enfoca en esta actitud de conciencia ecuánime y
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amplia. A diferencia de los métodos previos de meditación budista llamados de calma mental
(samatha) mediante la concentración (dharana), la meditación vipassana supone la plena toma
de conciencia sin objeto, totalmente desvelada por el ahora integrador.
Buda, en el sutra antes citado, enumera algunos métodos o medios para la práctica de la
atención en la respiración, medios que ya encontramos en la vasta literatura yóguica referida
al "pranayama" o control de la respiración; por ejemplo, en el famoso tratado de hatha yoga
llamado "Yoga Vasishtha", con técnicas precisas de retención de la respiración y otras
muchas; o los textos tántricos del shivaísmo de Cachemira, como el “Vijñana Bhairava
Tantra”, etc. Si bien, como luego veremos, la finalidad del yoga es la de lograr controlar la
mente con el fin de conseguir la cesación de los movimientos mentales que obstaculizan la
unión yóguica, podemos ver que para Buda esto sólo es un paso inicial o de entrenamiento
que ha de desencadenar siempre en la toma de conciencia, en una visión clara que no controla
sino que observa, que es consciente. Así, la finalidad no es controlar la mente para llegar a la
quietud sino darse cuenta de la transitoriedad de los estados mentales (impermanencia) e
incluso de la necesidad misma de querer controlar la mente para la propia autosatisfacción de
estados más placenteros.
Sin un fin de lograr algo, el ser alcanza espontáneamente su estado natural, cuando se libera de
toda necesidad de acción (karma) para lograr su felicidad. La acción fluye de forma natural, en
un hacer sin hacer (lo que nos acerca al concepto taoísta del Wu-wei: no acción). En el Karma
Yoga incluso, el yoga de la acción desinteresada, podríamos hallar un deseo que mueve a ese
tipo de acción, esto es, la liberación de karma. Buda, iba aún más allá, pues sostenía que no
hay ningún "yo" y por lo tanto ningún karma que le fuera propio. La identificación con un
"yo" es lo que genera al "yo" con sus identificaciones egoístas. El deseo de liberación es visto
así como un deseo del ego, puesto que, si no hay "yo", ¿quién se tendría que liberar?
Llegados a este punto, podemos formular una pregunta que nos invite a seguir indagando, y
es la siguiente: ¿qué aporta la respiración consciente a la meditación? Sin duda, mucho.
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Dándonos cuenta de que el estado de conciencia vital, tal y como lo percibe un individuo,
conlleva un flujo dual de inhalación y exhalación, la meditación o la contemplación aterriza,
por decirlo así, en la atestiguación de ese proceso, un proceso que como acentúan los yoguis,
se corresponde con nuestra energía vital, con el prana que respira y vivifica el cuerpo. Una
técnica recomendada por Buda era la del conteo de respiraciones, para aumentar la conciencia
del proceso respiratorio. Otra era la antes mencionada de darse cuenta de cuando se inhala y
cuando se exhala, de si la inhalación o exhalación es larga o breve, acelerada o pausada, etc.
Como un científico de sí mismo, Buda invitaba a tomar nota de esos movimientos y sus
cualidades observables y objetivas. Otra técnica interesante, también apuntada por los yoguis,
es la observación del lapso entre inhalación y exhalación y entre exhalación e inhalación. Es
decir, ese instante sin movimiento, ese punto en el vacío de donde surge el respirar y de
donde al expirar otro nuevo vacío será abrazado por un nuevo hálito viviente. Ese lapso de la
respiración carece de dualidad, como el silencio, supone el nexo entre el flujo contante del
movimiento de expansión y contracción. Un instante sin tiempo, parecido al no tiempo de lo
eterno, generador, como Brahma; y culminador, como Shiva. Es el momento del éxtasis, del
nirvana o aniquilación de gozo, que permite de nuevo la creación y su mantenimiento
(Visnú). Como se dice en el hinduísmo, Brahma crea, Visnú nutre y Shiva culmina.
Culminación como el orgasmo, como la energía kundalini ascendiendo al encuentro en la
Shiva-shakti del tantra, como la exhalación que tras la inhalación realizada, abraza el vacío y
danza con lo eterno, originando de nuevo en unión amorosa.
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Energía Kundalini
Mi noche es para ti,
es para que asciendas mientras Yo desciendo.
Y entonces, ahí, nos encontremos.
(Señor Shiva a través de Shakti Ma)
La iluminación es un destello de la conciencia. Así de sencillo, así de natural. Porque la
iluminación es un proceso natural, aunque esta palabra pueda parecer que se refiere a algo
sobrenatural. Toda vida tiene un proceso. Es un proceso de crecimiento que nos lleva a ir
madurando, aprendiendo, experimentando, sintiendo… Diversas enseñanzas son las que la
vida nos ofrece, a veces a base de dolor y sufrimiento y otras a base de alegría y dicha.
Muchas veces el sufrimiento es lo que precede a la sabiduría. Muchas veces la verdad es
recordar aquello que habíamos olvidado, porque en todo proceso de evolución espiritual es
necesario ir adquiriendo un grado de equilibrio en todos los aspectos, una compensación, un
ritmo que no deja nada de lado, que todo lo aúna en una armonía que sustenta un caminar
consciente.
El proceso de despertar de la energía Kundalini es un desarrollo íntimo, porque supone
despertar todo ese potencial nuestro que llevamos dentro y que de forma natural adquiere
nuevamente el autoconocimiento. Ese autoconocimiento es dar luz a la ignorancia, porque
ésta vela, oscurece, la verdad de la conciencia. Es decir, la ignorancia no nos indica que no
existe esa verdad, sino que la verdad está tras ella, por eso llamamos a la ignorancia el velo
de maya, esa apariencia que cubre la realidad, sin embargo la realidad está ahí, puede ser
vista claramente quitando ese velo.
Decimos que hay un ascenso en el despertar espiritual, decimos que la energía Kundalini
tiene la forma de una serpiente enroscada que, a medida que crece ese proceso de despertar
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va desenroscándose y ascendiendo en torno a los chakras, desde la base de la columna
vertebral (muladhara) hasta el séptimo chakra (sahasrara) en la cabeza. Decimos que ese
ascenso ha de ser consciente, desde el primer momento hasta su culminación, pasando por
todas las fases, adquiriendo ese conocimiento, esa verdad, que conlleva todo el proceso de
despertar. Se dice que puede haber un despertar espontáneo, pues la iluminación es un
destello espontáneo de la conciencia, o múltiples destellos espontáneos que llegan a
conformar cada momento, cada instante, cada segundo en una realidad iluminada, es decir,
consciente de la verdad que la ordena, presenta y realiza.
¿Cómo puede ocurrir ese proceso si no es, por tanto, mediante la atención, mediante la
observación directa del hecho espiritual? Un darse cuenta del espíritu quizá al cerrar los ojos,
al ver esa inmensidad sin límites que aparentemente es infinita oscuridad y que –sin embargo-
puede atisbarse como infinita luz, espaciosidad, inmensidad interior. Libertad. Hay un
destello en esa observación. Hay una chispa que enciende el proceso, una vez que nos
enfocamos ahí. Así la energía Kundalini sube con nosotros, de nuestra mano. Nos muestra el
camino y se lo mostramos a ella, y así no tiene lugar el caos ni el desbordamiento, porque hay
una continua y profunda observación del ser.
¿Qué es esta verdad espiritual? ¿A qué podemos llamar verdad espiritual? ¿Cómo podemos
nombrar aquello que no tiene forma? ¿Cómo podemos dar forma a aquello que no tiene
nombre? En el silencio hay muchas respuestas, porque el silencio no tiene nombre ni forma.
Es un lapso creativo, es un momento del no lugar, del no momento.
Empecemos pues, escuchando al silencio y dejando que el silencio nos escuche a nosotros.
En esa realidad no forzada, que simplemente ocurre. Es ahí cuando la verdad tiene lugar,
cuando no es una operación racional, deductiva o inductiva, lógica o ilógica incluso, no es
nada de eso. Es una quietud que observa el movimiento, un movimiento que se observa en la
quietud. Todo se describe así por sí mismo y en sí mismo.
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Toda experiencia espiritual es un llegar a ser lo que somos, y ese ser que somos se descubre
ahí dentro, en cada corazón, en cada conciencia abierta, receptiva a ese despertar que ha de
surgir por sí solo, como proceso que culmina y que da nueva vida, que transforma nuestra
existencia hacia un nivel distinto de comprensión más allá de lo que cualquier proceso mental
pueda intentar comprender e interpretar.
En la respiración tenemos un foco de observación, un movimiento constante del prana, del
aire vital que toma el aire del mundo, la energía universal, la shakti, para alimentar al alma
individual. Ambas son la misma cosa, igual que la inhalación y la exhalación son también
una misma cosa, un mismo proceso que llamamos respiración, donde no podría existir la una
sin la otra, al igual la energía vital y la energía espiritual o universal crean un ritmo, una
armonía que cuando nos integramos conscientemente en ella la reconocemos; y ella –al
tiempo- por sí misma, guía el proceso de reconocimiento de la Conciencia.
Prana
El movimiento de la respiración de expansión y contracción simboliza el recorrido de
Kundalini hacia su punto culminante del séptimo chakra, donde shakti (energía divina
femenina) va al encuentro de shiva (energía divina masculina) y juntos descienden de nuevo
al primer chakra, al punto vital u origen del prana (hara), unos dos dedos por debajo del
ombligo. Kundalini-shakti es la fuerza primordial de vida que constantemente va al encuentro
de Shiva para lograr el matrimonio Shiva-shakti. Es el flujo vital, el recorrido de lo individual
a lo cósmico, del alma separada hacia su unión consciente y completa con su todo amado y
buscado.
El prana no es la respiración sino la energía de vida que da lugar a la respiración, pero que
también es la causa de que haya vida en las plantas, animales, minerales, planetas, estrellas,
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etc. E incluso antes del prana está la fuerza original y misteriosa, pues como dice una famosa
upanisad: “Lo que el prana no revela, pero que es revelado por el prana, eso y sólo eso,
conócelo como el Brahman” (Ken upanisad). Este Brahman nos recuerda al misterio que se
escucha en los versos del Tao Te King. En este mismo upanisad leemos lo siguiente: “Los
ojos no pueden aproximársele, ni tampoco el habla ni la mente. Por lo tanto, no le conocemos
ni sabemos cómo enseñarlo. Es diferente de lo conocido y diferente de lo desconocido. Así lo
oímos de nuestros predecesores que nos enseñaron.” Por tanto, la respiración tiene como
causa el prana experimentado como movimiento, y el prana a su vez tiene como causa un
misterio, un origen, un tao innombrable. Como leemos en el Lie Tse, un famoso tratado
taoísta, “lo que no ha nacido es el origen de todas las cosas”, es la unidad original no nacida,
lo femenino misterioso. Lo que vemos son “las manifestaciones del Tao” pero el Tao no
puede ser visto ni oído.
Partimos de los principios de yin y yang para hablar de las cosas, para configurarlas, para
entenderlas. La calma y el movimiento, la quietud y la acción, el flujo constante de la vida es
la manifestación como sustancia que tenemos de la Unidad Original. Antes del yin y el yang
el chi o vapor original no ha sido dividido, vive en su esencia espiritual y es acaso atisbado
por el hombre en los estados de profunda contemplación y meditación, en las danzas
extáticas, en los samadhis y satoris…
El estado del sabio se corresponde con la magnánima comprensión o vivencia de ese origen
indiferenciado, y es por ello que puede transmitirlo, apuntar con su dedo a la luna del misterio
profundo que late en su corazón. En otra parte del Lie Tse se nos dice: “Si entendéis lo que
significa mantenerse sin esfuerzo, no habrá nada que no podáis hacer”. Este principio de la
espontaneidad de espíritu apunta directamente a la salud y a la armonía del ser, en su estado
natural.
Como antes dijimos, la acción sin acción o sin esfuerzo era la clave para la liberación budista
o despertar, pues suponía una clarificación de la individualidad entendida como un alguien
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que tiene que hacer algo, es decir, de un “yo” separado que ha de buscar su unidad. En el
estado eterno la unidad es realizada, la búsqueda es ya continuo encuentro presente, y la
danza entonces surge sola, está viva siempre, bella, eterna, fresca, elegante, sanadora, liviana,
inocente, transparente…
La vivencia del ego supone un gasto de energía que, cuando además ha olvidado mirar
directamente a su fuente primigenia, es constante pérdida, enfermedad y sufrimiento. Quizá
la inmortalidad radique en esa conciencia no individual que no necesita malgastar el prana
celeste que le ha sido regalado precisamente por buscarlo fuera, por creer que es limitado y
que muere. Cuando la fuente está dentro, ¿por qué agotarse buscando fuera y abandonar el
manantial interno de salud que está conectado al cielo original del espíritu?
En los “Brahma Sutras”, texto canónico del hinduísmo, leemos la siguiente anotación: “Y la
principal energía vital (prana) (es un efecto del Absoluto)” (Sutra 8). Es el prana, por tanto, lo
que alienta al espíritu por medio de la respiración, y como ese dedo que señala a la luna es la
respiración esa mirada atrás, al infinito, a su origen, al misterio de donde proviene. El prana,
a su vez, está en todas las células, todo respira en el cuerpo, y a su vez todo está sincronizado
con la naturaleza. El embrión, antes de formarse los pulmones, se alimenta del prana materno
y del universo, de las mareas, de la luna, del sol… Todas sus células están conectadas con la
vida como espíritu cósmico, pues de ahí ha nacido, pues su Madre Misteriosa, ese espíritu del
valle, ha insuflado aliento de vida a su criatura, a la flor de su creación.
La luna influye en el movimiento de las mareas, la luna inhala en su ascenso hasta llenarse,
jugando con el sol, en luz y sombra, y exhala hasta ser nueva, hasta llegar a ese punto en el
vacío donde parece que se ha ido, ese lapso de la respiración, ese ausencia que es presencia
intuida y que también podría cantar aquellos versos de San Juan de La Cruz:
¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
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Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.
El juego de los contrarios, la vivencia del absoluto y la nada, de la noche oscura y del
amanecer en “ansias inflamado”, el rayo de amor que no cesa y que nos mueve hacia la vida.
Y la mirada sosegada de la contemplación, en la quietud no nacida, testigo del movimiento,
espectador de la obra del cielo y de la tierra.
Danza de sanación
Hay una sanación del espíritu a través del movimiento, con la respiración como compás del
espíritu, que nos lleva a contemplar y a danzar mirando al Tao. Es esa mirada al origen, esa
danza que baila con lo eterno que no se puede nombrar, pero que se puede sentir, y que nos
abraza, mueve, eleva hasta su clara cumbre. “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad
asentada sobre un monte no se puede esconder”. (Mateo 5:14). Una ciudad, como habló
Jesús, en la cima de una montaña no se puede ocultar, pues resplandece por la luz del cielo,
es bañada por la verdad del espíritu y es abrazada por el amor que la alimenta y cuida. Esa
montaña representa el lugar donde tiene la comunicación con el cielo, esa mirada a lo alto
que nos vincula con nuestra ciudad original, con nuestra madre tierra y cielo.
En esa danza sanadora uno entra en el estado sin estado que los versos del Tao describen
como la esencia primordial que no puede ser nombrada. Es el Tao Te King un baile a
escondidas con el Amado Tao, un decir sin decir, un susurrar tácito, un entender sin entender.
Sólo podemos respirar este misterio, saborearlo, ser uno con Él.
Jesús dijo: “Y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a Ti, con la gloria que tenía contigo antes
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de que el mundo fuera” (Juan 17:5). Ese antes de que el mundo fuera simboliza esa vuelta al
origen, al principio generador, a la raíz de lo manifestado, a la paz inmutable que es felicidad
y dicha sagradas. En otro versículo de San Juan, leemos: “En verdad, en verdad os digo: antes
que Abraham naciera, yo soy” (8:58). Los cabalistas establecen una relación etimológica
entre Abraham, primer patriarca de la tribu de Israel; y Brahma, generador del mundo, Dios
como manifestación creadora en el hinduismo. Todo lo que vemos es Brahman, Brahman en
la multiplicidad que genera el velo de maya o ilusión. Todas las cosas son Él, y el juego de la
creación (lila) es el sueño por el cual lo buscamos, aparece y se esconde. El yoga de la
devoción (bhakti) ve a Dios, a Krishna, en todas las cosas y canta constantemente su nombre.
Y la respiración es ese canto callado, ese mantra silente que dice Yo Soy Él, esa voz que
escuchamos en lo interior de nosotros, como aire y alimento llegado de Dios.
Qi Gong
Existe un Ser maravilloso, perfecto,
Existía antes que el Cielo y la Tierra.
¡Cuán tranquilo es! Es único e invariable,
toda la Vida proviene de él, lo envuelve todo
con su Amor como un manto y pese a todo,
no reclama para sí ningún honor.
No conozco su nombre, así que lo llamo
“Tao, el Camino”, y me regocijo en su poder.
(Lao Tse)
El Tao es humilde, no reclama nada para sí. Nosotros podemos seguir su estela mirando su no
comienzo, su poder libre de todo añadido que quisiéramos añadir, pues sólo se reconoce en
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esa humildad que no se puede agarrar, ni sostener, acaso ser sostenidos por ella vibrando en
el vacío de su unidad intangible e inocente a través del Qi Gong Li, o habilidad del soplo que
posibilita la unidad. J.L. Padilla nos da la siguiente traducción de Qi Gong Li: “El trabajo de
la respiración que posibilita el fortalecimiento de la salud” o el “Arte o la habilidad de, a
partir del soplo, mantener la fuerza”. Qi significa “soplo”, Gong, “habilidad” y Li, “unidad” o
fuerza unificadora. Volver hacia la fuerza original y para ello, vaciarse, dejarse llevar por la
fuerza, dejar que ella humildemente nos reconduzca hacia la Fuente.
El Qi Gong es el arte sanador del espíritu, es la senda de conexión con el “soplo vivificante”
y el reconocimiento de su fuerza, no nuestra, sino de su origen misterioso. Es un camino
hacia la salud y armonía de espíritu, una manera de contemplar el estado de Tao y fundirse
con él, de dejar a un lado la idea de fuerza individual y pasar a formar parte de la Fuerza,
como servidores de su Mismidad. Ella misma es la Suprema Sabiduría, la que otorga la
libertad del vuelo y la senda que la orienta, la que abre los caminos y despeja las nubes,
permitiendo la visión clara, la unicidad abierta y receptiva, y nos permite ser servidores de
una fuerza mayor que nos sostiene sin pedirnos nada a cambio, solamente que abramos los
ojos en el reconocimiento sincero de que ella es nuestra propia esencia eterna.
En la vacuidad podemos ser contenidos por la Fuerza Misteriosa, vacíos de nosotros mismos,
de esa energía entendida como fuerza individual que se separa de la Fuente. Dejando ese
espacio hueco, vacío, permitimos que lo eterno irradie y se extienda en nosotros, como el
universo y las estrellas. Toda la luz y oscuridad, el movimiento y la quietud entran en ese
espacio que está más allá de todo, inmanifestado, innombrable.
La proximidad de la “Nada” es la vacuidad, o –por decirlo en otras palabras- la vacuidad es la Fuerza
circundante de la Nada”. Ese vacío, esa “Nada”, o esa Fuerza alrededor de la “Nada” es lo que va a
permitir ser creativo, porque justamente la obra creadora, la Creación, es aquella que se sucede a partir de la
Nada. (“Qi Gong”, J.L. Padilla).
No se puede retener lo que es libre en esencia; el Amor, lo que viene del Cielo. Sólo nos
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abrimos receptivos a su escucha, le tendemos la mano con una humilde inclinación de
reverencia, para así descubrir el regalo insondable de su Realidad Creadora, de su música
callada y sensible. El Qi Gong es el arte de ese movimiento sutil que danza con la Esencia en
entrega sanadora, el movimiento de la vida, el soplo vivificante de todo lo creado. En
comunión de gozo con el soplo, el qi (chi) o prana, nos unificamos con la raíz de lo vivo y
miramos, como las ramas del árbol, al cielo que se alza sobre nosotros.
La habilidad del movimiento del Qi es, básicamente, el arte de vivir, supone la armonía y
sincronía con la Naturaleza, el regreso al hogar que creíamos haber abandonado, el Ser. “Sin
esfuerzo, de forma natural, es el estado más alto”, dijo el sabio hindú Nisargadatta. No hay
otro modo de fluir con la vida que despojándonos de todo obstáculo que nos impida ser Uno
con el fluir de la vida mismo, ser Uno con el Todo. En la vacuidad somos servidores de lo
Alto, vibramos en la nota que la Creación ha dispuesto para nosotros, y permitimos la
Armonía Universal. Un canal vacío permite el paso completo de la luz, de la energía, del
amor en consonancia con su fuerza original, con su sentido y dirección, con su causa y
destino.
Que la danza del vacío nos llene y enamore de la luz celeste vital en cada respiración,
devolviéndola al Universo, en constante y eterno Soplo de gratitud, paz y amor sincero.
José Manuel Martínez Sánchez
www.lasletrasdelaire.blogspot.com