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TOPOFILIA Número Especial
7mo Coloquio Internacional Ciudades del Turismo 2017
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Mesa: Pueblo Mágicos: imaginarios, patrimonio y territorio
Laura Amalia Aréchiga Jurado
El patrimonio cultural: los santuarios temporales, centro de devoción y
esparcimiento
Dentro del patrimonio intangible, las manifestaciones de la religiosidad popular
tienen un papel predominante en la cosmovisión y en los rituales de las
comunidades. Al norte de la entidad de Morelos, se establecen durante el ciclo
pascual, diferentes santuarios temporales donde se rinde culto a la imagen de
Cristo en su deferente representación. Particularmente en Totolapan, las
expresiones religiosas se manifiestan a través de peregrinaciones, danzas,
alimento y promesas, entre otros. Para analizar lo anterior se plantea, desde una
perspectiva etnográfica, resaltar estos aspectos inmersos en las relaciones de
intercambio y reciprocidad.
Palabras clave: patrimonio intangible, santuario, peregrinos, intercambio y
reciprocidad.
El patrimonio cultural
La insistencia de un grupo de pobladores de Totolapan, Morelos por rescatar los
túneles o bóvedas, que de acuerdo a la tradición oral, se interconectan con el
convento de San Guillermo es una propuesta de aquellas personas que desean
preservar y salvaguardar los espacios históricos, referentes identitarios de su
territorio. Son las edificaciones religiosas representativas en la entidad de Morelos
cuyos vestigios aún conservados representan la huella de los misioneros que
evangelizaron a las poblaciones indígenas durante siglo XVI. ¿Rebeldía u
obstinación sobre la insistencia de evidenciar los vestigios que integran la
edificación conventual? ¿Qué pesa más, la salvaguarda del patrimonio cultural o la
construcción de un nuevo mercado municipal? Estamos ante una disyuntiva en la
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que a pesar de los cambios inminentes que la globalización genera, aún se
mantiene el interés –por parte de grupo de pobladores de Totolapan- por
salvaguardar el conjunto conventual que si bien es considerado como parte del
Patrimonio Mundial de la Humanidad por parte de la UNESCO, de manera
intrínseca conserva un patrimonio cultural intangible o inmaterial manifiesto a
través de las fiestas patronales que celebran los pobladores. En este sentido, tal y
como refiere Lourdes Arízpe, el patrimonio inmaterial se constituye de prácticas
perceptibles ante la mirada pero representan una serie de códigos aprendidos y
compartidos a través de las prácticas rituales y culturales (2009:8), donde los
referentes identitarios se constituyen por creencias, representaciones,
colaboración, reciprocidad, entre otros.
Los conventos de Morelos, símbolos del patrimonio cultural
Al norte del Estado de Morelos, en las laderas del volcán Popocatépetl, se
localizan diferentes edificaciones conventuales de las cuales catorce han sido
consideradas, desde 1994, como parte del Patrimonio Cultural de la Humanidad
por la UNESCO. Entre ellos se encuentran los conventos de San Mateo
Atlatlaucan, la Asunción en Cuernavaca, Santo Domingo de Guzmán en
Hueyapan, Santiago Apóstol en Ocuituco, de la Natividad en Tepoztlán, San Juan
Bautista en Tlayacapan, San Guillermo en Totolapan, San Juan Bautista en
Yecapixtla, San Juan Bautista en Tetela del Volcán, Inmaculada Concepción en
Zacualpa de Amilpas y Santo Domingo en Oaxtepec.
Los monasterios datan del siglo XVI y sus características presentan estilos
arquitectónicos representativos de los misioneros franciscanos, dominicos y
agustinos que evangelizaron a las comunidades indígenas; de ahí su importancia
histórica y cultural para integrarlos en el Patrimonio Mundial de la Humanidad por
la UNESCO.
Las construcciones monásticas se establecieron a lo largo y ancho de la
Nueva España; inicialmente su edificación fue sencilla y austera, sin embargo con
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el paso de los años tomaron las dimensiones que actualmente conocemos.1 En
el estado de Morelos, la distribución geográfica de los conventos facilitó la
interconexión y la estadía de los misioneros, quienes se ocuparon de la conversión
indígena al cristianismo y del debilitamiento de las instituciones indígenas y el
sacerdocio. Según Claudio Favier en las construcciones se respetó la antigua
ubicación urbana; esto favoreció “el mantenimiento de la concepción antigua de la
ciudad que reproducía el espacio/tiempo cósmico” (1998: 157, 160). De igual
manera, se conservó un patrimonio oral que contribuyó al mantenimiento de
antiguas técnicas y conocimientos inmersos en la cosmovisión indígena.
En los conventos agustinos de Totolapan, Atlatlahucan, Ocuituco,
Zacualpan de Amilpas y Tlayacapan, entre otros, sobresale la iconografía cristiana
cuyas pinturas además de adornar los muros de los edificios, se utilizaron como
apoyo visual para reforzar el conocimiento de la enseñanza cristiana de la orden.
De acuerdo con Ricardo Melgar (2002: 164): “Los instrumentos de la
evangelización agustina fueron, sin lugar a dudad, la celebración del Santísimo
Sacramento y de la Santa Cruz, así como un despliegue de música y canto
peregrinacional durante la cuaresma”. La devoción a la cruz, según fray Juan De
Grijalva (op.cit. 163), se hacía acompañar con una oración en las esquinas de los
barrios donde había cruces altas. Los sacramentos (principalmente el bautismo)
se ofrecían a los indígenas, sobre todo en cuatro fechas representativas: Navidad,
Pascua, Pentecostés y San Agustín (Ricard, 2004: 176). Sin embargo, la imagen
de Cristo crucificado también muestra el elemento evangelizador de la orden, así
lo demuestran los cristos registrados por Sardó como el de Chalma, el de Villa de
Atlixco, el de Ixmiquilpan (Sardó, 1979: 73-85), así como los crucificados de la
entidad de Morelos en Totolapan, Atlatlahucan, Tlalnepantla, entre otros.
1 En su libro Conventos Coloniales del estado de Morelos, Chanfón Olmos trata los aspectos generales que
dan significado a la estructura de los monasterios, desde el antecedente medieval hasta el florecimiento de las
órdenes mendicantes. De igual manera analiza la influencia de la cultura indígena en la edificación de los
conventos novohispanos (1994: 19).
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El culto a la imagen de Cristo en su diferente advocación, marcó el estilo y
contenido de las diferentes órdenes mendicantes, “el despliegue del santo
entierro, las cinco llagas, el crucificado y el Calvario en el universo ceremonial
morelense revelan la huella franciscana” (Melgar, 2002: 169-170). Por lo que se
refiere a “los cristos aparecidos que subsisten en los imaginarios de los pueblos
nahuas y mestizos de Morelos, manifiestan una particular deuda con los territorios
de la evangelización agustina y, en menor medida con los franciscanos y
dominicos” (ídem).
El culto a Cristo se propagó, en diversos lugares de la República, a través
del teatro, la pintura, las artes plásticas y la oratoria sagrada. A los agustinos
también se debe el impulso de las prácticas devocionales representadas no solo a
través del via crucis, en los rosarios, en los novenarios que eran avalados y
reforzados por las cofradías (Rubial, 1998: 214), sino también el culto a Cristo
representado durante el ciclo Pascual (en el que se incluye Semana Santa,
Cuaresma y Pentecostés). Sobresale en este periodo el establecimiento de
diversos santuarios temporales cuyas prácticas rituales se hallan inmersas en el
principio del intercambio y la reciprocidad.
Región devocional cristócentrica del norte de Morelos
La parte septentrional y centro de la entidad de Morelos ha sido participe, desde
épocas muy remotas, de relaciones sociales, producto de factores comerciales,
políticos y religiosos. Ambos elementos, económico y ritual, han permanecido
engarzados de distintas maneras a través de los santuarios establecidos durante
el Ciclo Pascual, cuyo trasfondo principal gira en torno a las ceremonias religiosas
dedicadas a la imagen de Cristo.
A partir de los factores comerciales y religiosos que constituyen parte
fundamental de las relaciones sociales y simbólicas de estos centros sagrados,
Bonfil Batalla (1971) estableció la región de Cuautla (por estar esta ciudad en la
parte central de la entidad de Morelos), para destacar el entramado comercial y
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religioso que se desarrolla durante este periodo. En este tiempo se presenta un
auge comercial donde se intercambia gran variedad de productos de tierra fría y
de tierra caliente a través de los circuitos regionales de mercados.
Continuando con esta misma ruta planteada por Bonfil pero desde la
perspectiva de la religión popular, Ramiro Gómez Arzápalo (2009) propone
organizar (para este periodo de cuaresma) la región de Chalma a través de un
cuadrante imaginario formado por los santuarios de Chalma y Amecameca, del
Estado de México, y de Tepalcingo y Mazatepec del Estado de Morelos. Dentro de
este cuadrante imaginario se ubican pueblos que “intervienen en una compleja
organización de fiestas y ferias en derredor de sus santos […], donde estos cuatro
santuarios funcionan como referentes espaciales, y sus santos parecen estar en
una posición jerárquica mayor, por todos reconocida” (2009: 89-90).
Sin embargo, otros referentes se articulan con este proceso histórico donde
los aspectos geográficos y culturales han contribuido a establecer la región
cristocéntrica del norte de Morelos, concepto que he acogido de Miguel Morayta y
Ricardo Melgar (2003). Dicha región se establece durante el periodo del Ciclo
Pascual (el cual comprende la cuaresma y pentecostés), la cual se extiende
desde el extremo este del Estado de México donde se localiza el santuario de
Chalma hasta el borde oeste de esta entidad, donde se ubica el santuario de
Amecameca. Al interior de este entorno al norte del Estado de Morelos se
establecen los santuarios temporales del Señor de la Columna en Jiutepec, del
Señor de la Exaltación en Tlayacapan, del Señor del Pueblo en Cuautla, del
Señor de Tepalcingo o Jesús de Nazareno en Tepalcingo, del Señor de
Tepalcingo en Atlatlahucan, de Cristo de la Vidriera en Miacatlán, del Señor del
Pueblo en Amayucan, de Cristo Aparecido en Totolapan, del Señor del Calvario
en Ocuilán y de Preciosa Sangre de Cristo en Tlalnepantla.
Cada centro ceremonial conforma regiones devocionales diferentes
articulada a través de una organización ceremonial en torno a la imagen de cristo
en su diferente advocación, tal es el caso del santuario de Totolapan por ejemplo,
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donde fundadores de las peregrinaciones que visitan a Cristo Aparecido ya
mostraban vínculos con los pobladores de esta localidad a través de la relación
comercial. En el ámbito ritual, las expresiones religiosas conforman las relaciones
de intercambio y reciprocidad en el culto a Cristo.
Las relaciones de reciprocidad
Las relaciones de intercambio y reciprocidad constituyen una de las formas de
convivencia que manifiestan el patrimonio cultural intangible. Este tipo de relación
presente en todos los aspectos de la vida: económico, político y religioso, es una
manera de mantener lazos de convivencia y organización, lo que consolida los
referentes identitarios de la comunidad.
En el ámbito de la religión, la reciprocidad se establece a través del vínculo
entre el individuo, grupos sociales y lo sagrado. Es un código compartido donde el
intercambio se asume de manera integral, donde lo económico y social pueden
manifestarse en distintos ámbitos ceremoniales. La reciprocidad se rige por un
código moral cultural (Barabas, 2006) de conducta trasmitido; es un acto que
obliga a devolver lo solicitado; no se trata de la fuerza mágica y espiritual referida
por Mauss, sino la obligación de ofrendar porque está “en juego valores
fundamentales de la sociedad: el honor, la palabra empeñada, el prestigio, el
compromiso, el respeto”, la salud, el trabajo, el bienestar familiar, etcétera.
Una de las particularidades que caracteriza las relaciones de intercambio y
reciprocidad en la religión es la ofrenda, entendida como una práctica social cuya
voluntad conlleva a la acción ritual cuyo objetivo es alcanzarla relación simbólica y
directa con lo sagrado con el fin de obtener el “beneficio simbólico o material de
estos seres sobrenaturales” (Broda, 2009: 47).2 Este acto no solo incluye la acción
de disponer y colocar ciertos objetos ordenadamente (Ídem) -aun así este tipo de
ofrenda refleja un “significado material y una connotación simbólica que refleja
conceptos claves de la cosmovisión, proyectados en el espacio”- (Broda, 2013:
2 De acuerdo con Johanna Broda, la ofrenda es un tema que “constituye un paradigma del ritual y la
cosmovisión” (2009: 45).
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641), sino también comprende toda actividad humana que, como señala Good
(2004c: 308), conlleva a “la preparación y ejecución, el esfuerzo y trabajo
colectivo de montar y llevar a cabo la acción ritual”; tal es el caso de las
peregrinaciones, danzas u oraciones ofrecidas a lo sagrado cuyo principio de
endeudamiento, coincido con la autora, es lo que caracteriza este tipo de acción
ritual (Ibid: 2013: 75).
No toda acción ritual es una ofrenda, como las oraciones normadas por la
iglesia, a menos que interceda una petición o demanda;3 por ello, “los elementos
que la componen tienen su particularidad y requieren un análisis por separado”
(2004c: 309). Se trata de un convenio complejo que nos remite a considerar
algunas similitudes con antiguas prácticas religiosas en las que destacan dos
concepciones: “la necesidad que tienen los dioses de la colaboración de los
hombres y la posibilidad de éstos de alcanzar la comunicación con el otro mundo a
través de las ofrendas” (López-Austin, 1997b: 212). En este caso en particular, la
ofrenda es el principal acto ritual que mantiene las relaciones de intercambio y
reciprocidad en el culto a Cristo Aparecido de Totolapan, Morelos cuya celebración
principal se lleva a cabo el Quinto viernes de cuaresma.
El santuario de Totolapan, Morelos
Al noreste del estado de Morelos se localiza Totolapan, un municipio que se
encuentra entre los 1900 msnm., cuyo entorno sobresale por sus diversas
elevaciones y barrancas que constituyen el paisaje de la cabecera municipal.
Asimismo, constituye este paisaje el convento de San Guillermo, una edificación
cuyo valor simbólico se diversifica, entre otros elementos, a través de las prácticas
religiosas efectuadas por los individuos en relación con las imágenes católicas.
Los antecedentes históricos del convento, según Kubler (1982), se
remontan hacia los años de 1530-1540 cuando los agustinos se establecieron en
3 En algunos grupos indígena de Oaxaca, la abstinencia es otra forma de relación con lo
sagrado que si bien no constituye parte de la ofrenda, se integra en las relaciones de intercambio establecidas
entre los humanos y los ejemplares sagrados, como le denomina Alicia Barabas (2006: 173).
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Totolapan después de permanecer ocho años en el monasterio de Ocuituco,
donde abandonaron el lugar debido al disgusto suscitado con fray Juan de
Zumárraga, quien retiró a los misioneros debido a los trabajos forzados sometidos
a los indígenas para construir el monasterio antes que la iglesia. Entonces los
agustinos resolvieron dejar el pueblo, pero llenos de furia desmantelaron la iglesia
y se llevaron todo al convento de Totolapan: la campana, los ornamentos, los
cerrojos y demás árboles frutales que habían plantado en la huerta del monasterio
(Ricard, 2004).
El convento de San Guillermo, así como otros que conforman el estado de
Morelos, se edificó siguiendo una línea imaginaria con el fin de conectarlos con los
otros monasterios, lo que permitió la unión del grupo con la ciudad de México y el
sur (Rubial, 1989). Este tipo de vínculo garantizó la seguridad, el aposento y la
coordinación en los métodos de evangelización entre los misioneros de la misma
orden. No obstante, las vías de enlace sirvieron como puntos estratégicos para
asegurar el control militar, político y cultural (Favier, 1998, 80).
Hoy en día, el convento de San Guillermo alberga en el interior de su
iglesia diferentes imágenes entre las que figura, en el altar mayor de la iglesia, el
Cristo Aparecido. Según Moyssén (1967), el Cristo fue hecho de caña de maíz y
papel; sin embargo para Teresa Loera del centro INAH, Morelos la hechura de la
imagen corresponde a la del kiote de maguey. Sobre la técnica de la médula de
caña de maíz fue una práctica utilizada por los indígenas antes de la conquista,
pero tuvo un gran auge en las esculturas empleadas en las procesiones de
Semana Santa durante el siglo XVI y aún en la actualidad; el ligero peso de las
figuras hacían más ágil su traslado sobre la vía pública.
De acuerdo con la Crónica de la orden N.P.S. Agustín en las provincias de
la Nueva España, de fray Juan de Grijalva (1985), fue en 1543 cuando a las
puertas del convento llegó un indio y le entregó a Fray Antonio de Roa el crucifijo
que tanto anhelaba, el santo Padre:
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[…] bajó casi sin pulso a verle; y llegando lo desenvolvió de una sábana en que lo
traían envuelto y sin preguntarle de donde era, ni que pedía por él le dio muchos
besos en los pies y en su sagrado costado; y le dijo grandes ternezas y
requiebros. Subióse al coro, y dando muchas gracias a Dios por tan soberano
beneficio, le puso en reja, que era por donde le quería (Ibidem: 225).
El prior del convento y los frailes admiraron la imagen; posteriormente buscaron al
indio en el convento, en los caminos y en el pueblo pero no lo encontraron, por lo
que el suceso fue atribuido como obra de un ángel (Grijalva, 1985; Cabrera y
Quintero, 1981, López, 1969). No obstante, en 1583 el crucifijo fue trasladado al
convento de San Pablo, en la ciudad de México, con la finalidad de calmar la
epidemia que comenzó en 1581; esta calamidad ocasionó la muerte de 24
religiosos agustinos o la intención de dotar al Colegio de reciente fundación de una
imagen milagrosa” (Otaola, 2008). Sin embargo, el Cristo fue enviado al convento
de San Agustín donde permaneció hasta 1861; posteriormente se devolvió a la
iglesia del convento de Totolapan, donde se venera cada quinto viernes de
cuaresma.
El convento de San Guillermo Totolapan y las relaciones de reciprocidad con
lo sagrado
La edificación conventual del monasterio de Totolapan, muestra hoy en día, una
estructura arquitectónica con características propias de la orden misionera
establecida en este lugar durante el siglo XVI-XVII. Asimismo, el convento
constituye un paisaje sagrado a través del significado simbólico atribuido a cada
uno de los espacios que conforman la estructura arquitectónica, la que se
compone también de elementos culturales diversificados y articulados a la
imagen del Cristo Aparecido.
Como he referido, la llegada del crucifijo a Totolapan sucedió debido a un
hecho milagroso (así lo refiere el mito colonial de la imagen) cuyo suceso quedó
revelado en las pinturas suspendidas en la parte norte y sur de cada uno de los
muros de la entrada del templo. Ambos lienzos fueron pintados por Francisco
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Vallejo (1722-1785)4 y describen gráficamente uno, el acogimiento del crucifijo
por parte de Fray Antonio de la Roa; y otro, las diversas penitencias a las que se
sometió el santo padre para venerar al Cristo en el proceso de evangelización.
El convento de San Guillermo ha sido objeto de diversas modificaciones
que se observan en diferentes espacios del recinto. Muchos de los cambios fueron
realizados por los sacerdotes franciscanos bajo la supervisión del personal del
INAH (Ledesma, 2009), sin embargo, en alguno de ellos se puede observar un
daño considerable, como los desgastados gráficos que cubren los techos de los
corredores y muros del recinto o la figura de San Agustín, “obispo de Hiponea,
con mitra y báculo y la Ciudad de Dios en la mano izquierda, bordeado por
cenefas, frisos y medallones con santos” (Negrete; 2006: 98). De igual manera, se
desconoce si aún persiste la pintura mural donde aparece escrito el Padre Nuestro
en náhuatl referido por Toussaint (2003).
Antiguamente en la entrada del monasterio antecedía una cruz atrial, sin
embargo, hoy en día se prescinde de ella porque fue objeto, junto con otras piezas
históricas de la entidad, del saqueo realizado por varios visitantes nacionales e
internacionales que llegaron no solo a Totolapan, sino a la entidad de Morelos.
No obstante, el convento de San Guillermo aún sobresale por su
arquitectura y también por sus espacios donde se realizan la interconexión
simbólica con el Cristo a través del ritual. Los espacios que conforman el
monasterio son significativos por el valor sagrado otorgado por las personas que
veneran a la imagen de Cristo Aparecido; por eso, el aspecto del templo se
transforma durante la fiesta del quinto viernes de cuaresma. Primero, la fecha
misma establece como santuario al convento y segundo, diversas peregrinaciones
se desplazan caminando, en autobús, en bicicleta o a caballo a ese lugar sagrado
o santo, cuyo fin es encontrarse con la divinidad o lo sagrado (Barabas, 2003, Prat
i Caros, 1989).
4 Otaola, Javier; (2008: 29).
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Constituyen a la peregrinación diversos aspectos entre los que se
encuentra la manda o promesa que da origen a la corporación; en palabras de
Favier Orendain: “La peregrinación nace de la promesa o manda de un individuo
que tiene prisa para solucionar un problema vital. La masa se va aglutinando en el
camino según confluyen los peregrinos por senderos nuevos y desconocidos”
(Ídem); sin embargo, lejos de homogeneizar la instauración de los grupos
peregrinos también los factores económicos, sociales e históricos influyen en la
formación grupal.
Asimismo, las imágenes peregrinas o manditas, pequeñas réplicas del
Cristo Aparecido, también manifiestan el intercambio y la reciprocidad por medio
de la visita que realizan al santuario, pero también a través de los diversos
milagros (distintivos de metal que representan diferentes partes del cuerpo), que
simbolizan el milagro de la sanación física. Las imágenes peregrinas son
trasladadas (de manera individual pero dentro de la peregrinación) y con alcancías
(que contienen la contribución financiera de los peregrinos) para el santuario de
Totolapan.5
Las relaciones de intercambio y reciprocidad en el culto a Cristo Aparecido
que anteceden a las peregrinaciones se manifiestan meses antes de la
celebración, a finales del mes de diciembre hasta el mes de febrero; en este
periodo los mayordomos de la imagen se desplazan a cada una de las localidades
de donde provienen los grupos corporativos para encontrarse con los
representantes de cada agrupación y ofrecerles, a nombre de la imagen, la
invitación para la fiesta; este acto está mediado por los mayordomos de la imagen
quienes hacen el papel de intermediarios de la divinidad, es decir, del Cristo
Aparecido. A cambio, los representantes de cada corporación los reciben
brindándoles un refrigerio con el fin de agradecer el ofrecimiento y asegurar así,
la reciprocidad religiosa. Días después, los representantes de cada peregrinación
5 La imagen peregrina de Santa Rosa Xochiac es conocida como “el limosnerito” ya que es la imagen
que llevan a los hogares para recaudar dinero y así sufragar los gastos de la danza en la fiesta del Cristo
Aparecido.
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se trasladan a Totolapan para apartar la misa correspondiente al Quinto viernes de
cuaresma, la cual es oficiada por los sacerdotes de la iglesia en la celebración
festiva de la imagen.
Entre las peregrinaciones que acuden al santuario de Cristo Aparecido
figuran del barrio de San Miguel y de San Ignacio Iztapalapa, y también de Santa
Rosa Xochiac del Distrito Federal; asimismo participan peregrinos de Juchitepec,
Tepetlixpa, San Salvador Atenco, Santa Catarina Ayotzingo y, últimamente,
Tenango del Aire, todos ellos pertenecientes al Estado de México; de igual manera
acuden de Acatzingo, del Estado de Puebla, de Ocotepec y Santa Catarina, del
Estado de Morelos. Cada corporación se representa a través de sus encargados,
mayordomos o fiscales según sea el caso.
Es importante destacar la reciprocidad efectuada entre la peregrinación de
Ocotepec y San Salvador Atenco a quienes generalmente, Totolapan, les
devuelve la visita a su fiesta patronal (Información personal, Señor Sergio Yáñez
Rivas, marzo, 2011).
Las danzas es otra forma donde se establece el principio de reciprocidad. Si
bien cada grupo corporativo muestra un trasfondo histórico relevante, también
integra relaciones de intercambio y reciprocidad con lo sagrado. Constituyen las
danzas en la celebración religiosa los Doce Pares de Francia, los Arrieros, la
Danza Azteca, las Pastoras, entre otros. Cada corporación se identifica, como
localidad o como asociación (para el caso de las danzas), portando un estandarte
y una imagen peregrina, los que colocan en el interior del templo. En términos de
Turner (1980), la culminación liminal se efectúa cuando los estandartes se juntan;
este rito es significativo para indicar la fusión del tiempo ordinario con lo sagrado.
Acto seguido los mayordomos de Totolapan y el sacerdote les brindan la
bienvenida y los conducen al interior del templo, donde se llevan a cabo las
numerosas misas ofrecidas por los sacerdotes (a petición de las corporaciones)
durante los cuatro días que dura el festejo a la imagen.
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La danza de los Doce Pares de Francia es de las más representativas y de
mayor atractivo del lugar. Es de origen medieval y se ubica alrededor del siglo XII;
se identifica con la “celebrativa de las victorias de los cristianos sobre los
musulmanes (ya fueran árabes, moros o turcos) (Weckmann, 1996: 518).
En la Nueva España, la danza se articuló al proceso de conquista y los
frailes las integraron para fomentar los mensajes cristianos. A su vez “los
indígenas “se apropiaron de ella a su manera y la reinterpretaron a partir de la
propia cosmovisión y desde su propia cultura dancística-teatral” (Flores, et. al.
2013: 63).
Cada uno de los integrantes de la danza pone lo mejor de sí porque, además
del gusto que se tiene por bailar, generalmente conlleva una obligación implícita a
través de la promesa, cualquiera que esta sea.
La promesa depende del papel (que tenga)… porque, por ejemplo, yo aquí ya llevo
siete años participando: tres años de ángel y tres de dama y un año de reina, que este
año hago el segundo, ocho años participando. Muy pronto voy a cumplir mi promesa, y
pues ya me voy a despedir. No se acaba cuando uno quiere, sino depende de la
promesa. Se participa como homenaje al Santa Cristo Aparecido con mucha devoción,
que para mí es lo importante y principal: danzar para él con mucho gusto y con mucho
amor por todas las cosas que me ha concedido (Ibíd.: 106, cita a Azucena Ramos
Reyes, 2012).
La música también es uno de los elementos constitutivos de la fiesta de Totolapan
por ello la mayordomía contrata diferentes tipos de bandas que deleitan con sus
instrumentos (desde la mañana) para celebrar a la imagen, la que debe estar
contenta, refieren los pobladores. Otra clase de música es la de los mariachis,
quienes contratados por la mayordomía de la cabecera municipal, solo entonan
canciones para la imagen en el interior de la iglesia.
La quema de salva es otro de los elementos constituidos en el intercambio y
la reciprocidad. Simbólicamente la quema de la salva tiene varios significados,
entre ellos, comunicar el inicio de la misa o bien la llegada de alguna
peregrinación, no obstante los toritos y los castillos también conforman parte
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importante en el espectáculo de la fiesta. El estallido del cohete junto con el
repique de las campanas y la audición musical forman parte de la serenata
ofrecida a Cristo Aparecido, así lo refirió el señor Arnulfo Amaro en la celebración
de la imagen (comunicación personal, marzo, 2011), por eso durante los días de
fiesta no puede faltar el sonido estremecedor de la salva.
El carácter de los cohetes como ofrenda envuelve dos aspectos
importantes, el primero manifiesta las relaciones de reciprocidad con el Cristo, una
forma de entablar un vínculo de comunicación con lo sagrado; y el segundo
implica la alianza ritual entre localidades a través de la promesa cuya reciprocidad
equilibrada se manifiesta a través de las comunidades que ofrendan la salva; por
su parte los mayordomos principales participan ofreciendo una cena a todas las
personas que contribuyeron en la quema del cohete; dicho vínculo es una manera
de generar la convivencia, el compadrazgo y la solidaridad.
El alimento es otro de los elementos constitutivos en el ámbito de la
reciprocidad establecida entre el individuo o grupo social y la imagen de Cristo;
este vínculo reproduce la reciprocidad de alianza ritual, no obstante del factor
económico que se articula a través de la aportación que sufraga los gastos del
alimento ofrecido a los individuos.
El alimento simboliza le interrelación con lo sagrado, las buenas relaciones,
y contrariamente, la reciprocidad negativa. De acuerdo con el registro etnográfico
de la fiesta del Quinto viernes de cuaresma, tres momentos caracterizan la
reciprocidad religiosa en el alimento:
1) A través de la invitación que realizan los mayordomos a los grupos
peregrinos para que asistan a la fiesta de la imagen. Esto es, con varios
meses de anticipación, la mesa directiva de la mayordomía y otros
mayordomos se dirigen a cada una de las localidades a donde
pertenecen las peregrinaciones con el fin de invitarlos, a nombre del
Cristo Aparecido, a la celebración; a cambio, los representantes de la
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peregrinación les ofrecen el alimento agradeciéndoles la atención
brindada.
2) A través de los mayordomos de la imagen peregrina que constituye la
corporación de la peregrinación del barrio de San Miguel; estas
personas se encargan de ofrecer el alimento a los peregrinos: desayuno,
comida y cena del día jueves; así como el desayuno y comida del Quinto
viernes de cuaresma; asimismo, al mayordomo entrante le corresponde
ofrecer el alimento el día sábado y domingo. Este acto es una de las
diversas maneras de “servir al Señor”, refirió uno de los mayordomos de
la imagen (comunicación personal, marzo, 2012).
De manera similar, los mayordomos de la imagen mayor de la
peregrinación de San Ignacio ofrece, el mayordomo a cargo, desayuno y
cena del día jueves, y desayuno del día viernes; por su parte los
mayordomos entrantes brindan la cena del día viernes, desayuno y cena
del sábado y domingo, y almuerzo del día lunes (información personal,
Señora Felicitas Granados y Señor Pablo González, abril, 2014).
3) A través de los 45 o 49 grupos familiares de Totolapan comprometidos,
a través de la manda o promesa hacia la imagen, para brindar el
alimento a las peregrinaciones, a las danzas y a los músicos; debido a
ello los grupos no participan en las cuotas que realiza la mayordomía del
Cristo. Los gastos son solventados por el grupo familiar: padres,
hermanos, esposas, hijos, cuñadas, cuñados, etcétera. De este vínculo
se desprende la reciprocidad de alianza ritual, la cual consiste en los
vínculos de amistad o compadrazgo creados entre los grupos
corporativos.
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Brindar el alimento es reconocer y agradecer la visita de los grupos
peregrinos, sin embargo, en el ofrecimiento está inmersa la relación de
reciprocidad entre los individuos con el Cristo a través de la manda.
Ejemplo de ello es el caso del señor Mario Vivanco quien junto con su
esposa ofrecen cada año el alimento a los doscientos o trescientos
peregrinos del barrio de San Miguel, Iztapalapa. Todo comenzó hace siete
años cuando la esposa del señor Vivanco enfermó, entonces ella “hizo
como una manda, como aquí le dicen, a pagar una manda: “Ella es devota
del santito de aquí… y tenía una enfermedad y cuando la operaron prometió
que si todo salía bien prometía hacer esto…“, y fue así como iniciaron a
ofrecer el alimento a los peregrinos. El señor Mario Vivanco y su esposa
viven desde hace 30 años en Estados Unidos pero cada año regresan a
Totolapan para cumplir con el compromiso al Cristo y a la peregrinación
(comunicación personal, marzo, 2013).
De igual manera la señora María de la Luz Zamora Pérez ofrece al
almuerzo, a excepción del 2013, a la danza de El Reto (por sus hijas que les gusta
la danza) y a la banda, debido a los milagros brindados por el Cristo.
Uno de los elementos constitutivos que también se constituye a partir del
intercambio y la reciprocidad son los cargos sociales manifiestos a través de las
mayordomías cuyas funciones constituyen parte importante en el sistema de
cargos de la localidad.
La organización social de las mayordomías es un tema que constituye parte
fundamental en el sustento de la celebración religiosa a Cristo porque, de manera
similar se constituyen como agrupaciones tanto a nivel interno de la localidad (la
mayordomía de Cristo Aparecido), como externo (a través de las
peregrinaciones). Aunque cada una de las peregrinaciones difiere en su forma de
organización, las funciones del mayordomo son semejantes en cuanto existen
códigos compartidos de comunicación con la imagen.
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El intercambio equilibrado a través de las mayordomías se manifiesta por
medio del cargo que asume un miembro de la familia con el fin de ofrecer su
servicio para la imagen sagrada; en algunos casos, aceptar el compromiso
conlleva una petición o demanda hacia el santo patrono.
En el ámbito local, la fiesta del Quinto viernes se sustenta por la
mayordomía de Cristo Aparecido, la cual se conforma por una mesa directiva y
aproximadamente 200 personas a (generalmente padres de familia) originarios de
los cuatro barrios de Totolapan cuyo objetivo es sufragar la mayor parte de los
gastos de la celebración; además de ello, son los responsables de la logística,
La diversión y el asueto en el santuario
De manera complementaria a la práctica ritual se manifiestan prácticas
relacionadas con el esparcimiento y la diversión. Los peregrinos acuden a los
centros devocionales a rendir culto, pero igualmente representan días de asueto
en los que la diversión muestra una concepción propia del esparcimiento: en el
tianguis se disfruta de la gran variedad de productos provenientes de diferentes
localidades aledañas. Se venden huaraches y bolsas de palma de Guerrero,
muebles de madera de Michoacán, cerámica de Quiroga, entre otros. Asimismo,
gran variedad de puestos de comida ofrecen alimento a los visitantes: pan de
Tlaxcala y Ozumba, cecina de Yecapixtla, tamales de pescado, chileatole, pulque
de Atlautla, huauzontles, entre otros.
La venta de objetos religiosos también hacen su presencia en el comercio,
sin embargo, los sacerdotes han intentado prohibir a los comerciantes la venta de
la imagen de Cristo Aparecido porque, según ellos, “no se debe lucrar con la
imagen del Señor”; sin embargo, muchos de los visitantes consiguen la estampa
del Cristo de manera clandestina o bien, con las monjas que las venden (junto con
otros productos) en el convento, ya que el deseo del peregrino es llevarse el
recuerdo de la imagen y del santuario.
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De igual manera sobresalen los negocios de bebidas alcohólicas en cuyas
cervecerías con rocolas se escucha gran variedad de música, la cual deleita
principalmente a los jóvenes sin ninguna restricción. No obstante, el zacualpa,
aguardiente de caña, es la preferida de la población.
Los juegos mecánicos y de destreza es el principal atractivo para los
infantes quienes disfrutan la diversión de estos juegos infantiles. Para los jóvenes
y adultos, las noches de baile es la atracción para reunirse, bailar y escuchar las
bandas de música.
Los fuegos pirotécnicos en la plaza central son el atractivos de los cientos
de peregrinos y de los pobladores de Totolapan quienes se regocijan del
espectáculo ofrecido al Cristo Aparecido.
Conclusiones
Los monasterios conventuales de Morelos símbolos de identidad, han sido
incluidos en el Patrimonio Cultural Material de la UNESCO debido a las
características arquitectónicas, históricas y religiosas que los representa. Las
edificaciones también integran actos rituales, festividades, formas de convivencias,
procesos identitarios, los cuales constituyen el Patrimonio Cultural Intangible que
persiste ante los embates de la globalización. Las características materiales
incorporan procesos complejos donde los rasos evangelizadores se
complementan con la reconfiguración simbólica y los procesos de sincretismo que
han dado como resultado una diversidad de actos rituales constituidos en el
ámbito de la reciprocidad.
Los diferentes elementos que establecen la estructura ritual de este paisaje
constituyen el monasterio, donde se involucran “diferentes actos de ofrendar con
un doble sentido: para ser protegidos por el santo de los males reales y simbólicos
que pueden venir durante el año, tanto individuales como a la comunidad; y por la
alegría de dar para agradar.
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Los días de fiesta, como bien refiere Giménez (1978), expresan la ruptura
con el tiempo cotidiano porque además de recordar el tiempo pasado, lo recupera
renovándolo y reactualizándolo; debido a ello, también revive el tiempo mítico. A
través de la fiesta, continúa el autor, también se establece el intercambio social,
económico y simbólico, reproduciendo así el intercambio y la reciprocidad con lo
sagrado.
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