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MÚSICA PARA GÓNGORA
Mariano LAMBEA CSIC-IMF
Resumen La música fue, sin duda alguna, la mejor aliada de los romances de Luis de
Góngora para difundir la revolución poética que, junto a Lope, emprendió a principios del siglo XVII. Esa íntima comunión entre poesía y música dio como fruto un género poético-musical sin precedentes: el romancero lírico. Cabe, por ello, aproximarnos al juego entre las dos artes, música y poesía, contando, desde la ladera poética, con unos romances del poeta cordobés, y desde la musical, con las obras de los compositores más destacados de la época.
El hecho de que don Luis de Argote y Góngora (1561-1627) trocara el orden de
sus apellidos y diera preferencia al esdrújulo y musical Góngora materno, en detrimento
del llano y menos armonioso Argote paterno, muestra bien a las claras en qué
consideración tenía el poeta cordobés a las palabras que poseyeran cualidades de
acentuación, ritmo y música. Sin embargo, descubrir la predisposición a la musicalidad
en la obra de un poeta tiene exactamente la misma importancia que descubrir agua en el
mar, puesto que toda poesía es ritmo, música y armonía antes que lección, significado y
concepto. Góngora gustaba de la música, entendía de ella y la tenía en grande afición y
estima, como después veremos. Su caso puede ser similar a otro poeta andaluz ilustre,
que alcanzaba, incluso, a la práctica musical de la interpretación y la composición; me
refiero, claró está, a Federico García Lorca, discípulo, por más señas, del maestro
Manuel de Falla, también andaluz universal.
El título de esta conferencia es “Música para Góngora”, un octosílabo con dos
palabras esdrújulas que quiere acercarles a Vdes. a algunas de las músicas que se
compusieron para realzar, sublimar o distinguir los versos gongorinos en la época en
que fueron escritos. Y los compositores de la época áurea de nuestras letras y artes que
musicaron poesías de Góngora fueron los más afamados y notorios de su tiempo,
contemporáneos del poeta o algo posteriores, maestros de capilla muy solicitados y,
algunos de ellos, incluso, miembros de la Real Capilla y Cámara de Felipe III y Felipe
IV. Citaremos, entre otros, a Juan Arañés, Juan Blas de Castro, Manuel Correa, Gabriel
Díaz Besón, Juan Hidalgo, Juan del Risco, Mateo Romero, conocido como el Maestro
Capitán, y Tomás Sirera. Hasta “Felipe III, se dice que llegó a poner música a un
romance de Góngora” (al menos, así lo afirma Antonio Carreira en su edición de las
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obras completas del poeta, publicada recientemente en la Fundación José Antonio de
Castro).1
Con el paso de los siglos, y seguramente dejándonos algún músico en el camino,
en 1915 el compositor Enrique Granados (1867-1916) publicó sus Canciones
amatorias, para voz y piano, entre las que se halla la deliciosa Iban al pinar, que forma
parte del estribillo
Serranas de Cuenca iban al pinar, unas, por piñones, y otras, por bailar.
En 1927 había de ver la luz la versión musicada por Manuel de Falla del Soneto
a Córdoba para soprano con acompañamiento de piano o arpa.
Y, dicho sea de paso, también en nuestros modernos y desconcertados tiempos, y
desde la ladera de la música ligera o popular, algunas poesías de Góngora, como “Ciego
que apuntas y atinas” con el estribillo “Déjame en paz, amor tirano” o la famosa letrilla
“Ándeme yo caliente y ríase la gente”, han merecido la atención de artistas como Paco
Ibáñez, cantautor nacido en 1934, y siempre muy comprometido políticamente (todos
recordamos su célebre canto “Andaluces de Jaén, / aceituneros altivos, / decidme en el
alma: ¿quién, / quién levantó los olivos?” de Miguel Hernández).
Pero el objetivo principal de esta conferencia no es tratar de los compositores
que escribieron música para obras de Góngora, aunque, a veces, tendremos que hacer
alguna referencia a ellos. Ni tampoco tratar de los conocimientos musicales que, sin
duda, el poeta poseía y que quedaron recogidos en su producción literaria. El
musicólogo Miguel Querol, fallecido en el pasado mes de agosto, editó, en 1975, un
libro titulado Cancionero Musical de Góngora,2 en el que ya nos dio cumplida relación
de los compositores y del bagaje de referencias y términos musicales empleados por el
poeta.
Precisamente, la nomenclatura musical utilizada por Góngora nos hace pensar,
con bastante fundamento, que el arte musical forzosamente le había de ser familiar. Es
posible que fuera infante de coro en Córdoba, y después, ya en sus años de juventud,
abocado a su formación eclesiástica, habría de conocer la música por sus estudios de 1 Luis de GÓNGORA. Obras completas, I. Ed. de Antonio CARREIRA. Madrid: Fundación José Antonio de Castro, 2000, p. XIII. 2 Cancionero musical de Góngora. Ed. de Miguel QUEROL GAVALDÁ. Barcelona: Instituto Español de Musicología, CSIC, 1975.
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humanidades cursados en la Universidad de Salamanca, centro modélico en la
formación de músicos, en la que enseñaba el famoso organista y teórico Francisco
Salinas, célebre, además, por la inmortal Oda a Salinas que le dedicó Fray Luis de
León. Asimismo, Góngora, desde el cargo eclesiástico de racionero que ocupaba en la
catedral de Córdoba, trabaría conocimiento y relación con compositores de su tiempo,
como Francisco Guerrero, maestro de capilla de la catedral de Sevilla. Así lo cita en su
romance «Tendiendo sus blancos paños», en aquella cuarteta que dice:
cuanto porque el español, en las lides que lo mete, hace más fugas con él que Guerrero en un motete.
Pero, sin duda, con el compositor que mayor relación mantuvo el poeta fue con
Juan del Risco, maestro de capilla de la catedral de Córdoba, entre 1612 y 1617, y autor
de la música de algunos de los veinte villancicos que don Luis escribió y que se
cantaron en las festividades de la Navidad y del Corpus, respectivamente, del año 1616,
en la mencionada catedral. Es lástima que la música de del Risco no se nos haya
conservado.
Por último, el propio testimonio del poeta, el más importante, muestra su afición
a la música, y es la réplica que hizo a la reprimenda sobre su conducta, no siempre la
más adecuada para un eclesiástico, que le propinó el obispo, acusándole en estos
términos: “vive como muy mozo y anda de día y de noche en cosas ligeras, trata
representantes de comedias y escribe coplas profanas”. Así replicó Góngora al obispo:
“que ni mi vida es tan escandalosa ni yo tan viejo que se me pueda acusar de vivir como
mozo. Que mi conversación con representantes y con los demás de este oficio es dentro
de mi casa, donde vienen como a la de cuantos hombres honrados y caballeros suelen, y
más a la mía, por ser [yo] tan aficionado a la música”.3
Volviendo al cancionero recopilado por Querol, este musicólogo nos ofrece el
fruto de sus investigaciones, llevadas a cabo durante veinticinco años, sobre las poesías
de Góngora musicadas. Querol confrontó el contenido de los cancioneros poético-
musicales, y todos los papeles sueltos que pudo hallar de música y poesía con texto en
castellano, conservados en diferentes archivos y bibliotecas nacionales y extranjeros,
con las obras completas de Góngora, contabilizando hasta una cuarentena de piezas 3 Ibidem, p. 19.
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musicadas con textos gongorinos. Esta tarea mantuvo ocupados a una docena de
compositores, incluidos los inevitables anónimos. Han pasado casi treinta años desde
que Querol publicó su cancionero, y, como es lógico, es posible que nuevas
investigaciones en otras fuentes poético-musicales que se vayan descubriendo desvelen
más obras y compositores que aumenten la nómina de las atribuciones realizadas hasta
el presente.
Pero, como decía antes, el objetivo principal de esta conferencia no es tratar de
los compositores que se sintieron atraídos por las obras del poeta ni de los términos de
la lexicografía musical diseminados en su corpus poético. Esto ya está hecho y es
interesante e importante, pero yo quiero ir más allá, yo voy a hablarles a Vdes. de la
relación existente entre poesía y música. Como todos sabemos, música y poesía van de
la mano en la historia del arte y la cultura, y, particularmente, en la época que nos
ocupa. En este sentido, recuérdense las palabras que Lope de Vega dejó escritas en la
Ierusalén conquistada, a propósito de su amigo, el músico Juan Blas de Castro: “si
vivieren tus puntos [notas musicales] tendré vida, si vivieren mis versos tendrás fama”.4
Ésta es una de las muchas referencias que demuestran la perfecta compenetración y
mutua dependencia que se percibía en la música y la poesía de aquella época dorada. No
cabe duda, pues, que se hace del todo necesario ahora, desde nuestra Academia, recurrir
al concepto de interdisciplinariedad para abordar el estudio y la comprensión de unas
obras de arte que combinan poesía y música en idéntica proporción, dando lugar a una
síntesis artística superior. Y por interdisciplinariedad hemos de entender el trabajo en
común entre musicología y filología. Buena prueba de ello ha sido la celebración,
durante el pasado mes de abril, en Madrid y Cuenca, del vigésimo segundo Seminario
Internacional Edad de Oro, organizado por la Universidad Autónoma de Madrid, y
dedicado, en esta ocasión, a la literatura y la música en los Siglos de Oro. En este foro
se dieron cita tanto filólogos como musicólogos que expusieron trabajos de diverso
contenido y enfoque. Por ejemplo, yo, junto con mi colega, la filóloga Dra. Lola Josa,
Profesora de Literatura de la Universidad de Barcelona, leímos una ponencia sobre Las
“trazas” poético-musicales en el romancero lírico español, en la que planteamos la
metodología interdisciplinaria como recurso imprescindible para llevar a cabo la edición
crítica de dos importantes cancioneros poético-musicales del siglo XVII: el Libro de
Tonos Humanos, que se conserva en Madrid, en la Biblioteca Nacional, y el Cancionero 4 Citado por Luis ROBLEDO en su libro Juan Blas de Castro (ca. 1561-1631). Vida y obra musical. Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 1989, p. 34.
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Poético-Musical Hispánico de Lisboa, que se guarda en la Biblioteca del Palacio
Nacional de Ajuda, en la capital portuguesa. Y es el caso también, que interesa a la
presente conferencia, tener noticia de que, en ese Seminario se presentaron dos
ponencias sobre Góngora y la música, a cuya lectura, lamentablemente, no pude asistir.
Una es la ponencia de Luis Miguel Vicente, titulada La música y la danza como
metáforas en la poesía de Góngora; y la otra es de Juan José Pastor Comín, titulada
Góngora y el espejo barroco: o la música como sombra poética en los textos
gongorinos. Esto demuestra el interés que suscita entre los estudiosos la obra de don
Luis puesta en música. Habrá que esperar a la publicación de las actas, prevista para la
primavera de 2003, para conocer el alcance de estas dos interesantes aportaciones.
Yo soy musicólogo y, como he dicho anteriormente, trabajo al alimón con una
filóloga, especialista en poesía áurea, que resuelve todos los problemas formales y de
contenido que surgen cuando abordamos la transcripción, el análisis y el estudio de
poesías musicadas. Las obras de Góngora puestas en música conocidas hasta el presente
pertenecen sólo a dos géneros: romances y letrillas. No conocemos ningún soneto ni
ninguna otra obra de arte mayor que hayan servido de inspiración a los músicos.
La crítica literaria y filológica posee una larga tradición de estudios que han
analizado hasta el más mínimo detalle los recursos estilísticos del poeta. Sabemos, por
las aportaciones fundamentales de Dámaso Alonso y otros estudiosos, que la lengua de
Góngora se caracteriza por sus alusiones mitológicas, por sus bellísimas metáforas, por
el uso y acumulación del cultismo, por su léxico colorista, por sus sorprendentes
hipérbatos, por las hipérboles más inusitadas y por la extraordinaria musicalidad de sus
aliteraciones; todas estas características reunidas conforman y declaran lo que se ha
dado en llamar estilo gongorino, el cual se ha erigido en el máximo exponente del
culteranismo barroco.
Ahora bien, cabe cuestionarse el hecho de que, si bien la filología ha
decodificado la técnica poética gongorina, ¿qué ha hecho la musicología respecto a la
musicalización de los textos que tratamos, respecto a esa sutil y, a veces, inaprensible
trama que existe en la relación entre poesía y música? Nada que yo sepa. Habrá que
esperar a las ponencias indicadas anteriormente.
Por otra parte, si leemos la preceptiva musical del Siglo de Oro, observaremos
con cuanto énfasis y solicitud se afanan los tratadistas en discurrir sobre esta relación,
apuntándole al compositor algunos consejos y sugerencias. Citaré el siguiente párrafo de
6
Juan Bermudo (ca. 1510-ca. 1565), teórico musical nacido en Écija, extraído de su
tratado Declaración de instrumentos musicales, impreso en Osuna, en 1555:
“[…] todo lo que dice la letra que con el canto se pueda contrahacer, se contrahaga en la composición. […] si fuere una palabra triste debe poner un bemol. Si fuere una doctrina que suspende, tales puntos [notas musicales] se deben poner que, en todo y por todo, sean muy conformes a la letra. El que fuere gramático, poeta y retórico entenderá más de lo que en este caso digo.”5
El resultado de la aplicación de estos postulados vendría a significar la
representación musical de la expresión textual a través de procedimientos intelectuales o
pictóricos.6 Con ello se obtenía la constatación de que la música era capaz de
‘representar’ los afectos o sentimientos del texto o ‘pintar’ los fenómenos de la
naturaleza descritos en él. En esta época de su historia, la música aún no tiene
configurado un lenguaje autónomo capaz de expresarse libremente al margen de un
texto poético. En principio, todo texto poético contiene en sí mismo la posibilidad de su
musicalización, la cual es perceptible para el compositor en dos niveles de apreciación:
nivel formal (acentuación, métrica, ritmo y rima) y nivel semántico (concepto, exégesis,
retórica). Por otra parte, considero que para que la íntima relación existente entre arte
literario y arte musical pueda materializarse a la perfección en obra de arte superior, se
ha de dar un proceso de dependencia de los elementos técnicos del lenguaje musical al
sentido del texto poético. Así lo manifestaba el teórico bergamasco Pedro Cerone, en su
tratado El melopeo y maestro, editado en Nápoles, en 1613; cito textualmente:
Resum[i]endo en pocas palabras la sustancia de lo que tengo dicho en muchas y diversas ocasiones, discurr[i]endo de las calidades que ha de tener la perfeta compostura, digo que para ser cumplida, ha de tener estas partes: buena consonancia, buen aire, solfa graciosa, diversidad de pasos, imitación bien puesta, que cada voz cante con donaire usando pasos sabrosos. Y la parte más esencial es hacer lo que la letra pide; es, a saber, alegre o triste, grave o ligera, lejos o cerca, humilde o levantada, de modo que [la música] haga el efeto que la letra pretende, para levantar a consideración los ánimos de los que están oyendo.7
5 Juan BERMUDO. Declaración de instrumentos musicales. Osuna: Juan de León, 1555, fol.
CXXVr, col. II. Hay edición facsímil de Macario Santiago KASTNER. Kassel und Basel: Bärenreiter-Verlag, 1957.
6 Manfred F. BUKOFZER. La música en la época barroca. De Monteverdi a Bach. Madrid: Alianza Editorial, 1986, p. 20.
7 Pedro CERONE. El melopeo y maestro. Tractado de musica theorica y pratica (Ed. facsímil de la de Nápoles: Iuan Bautista Gargano y Lucrecio Nucci, 1613). Bologna: Forni editore, 1969, vol. II, p. 695.
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Partiendo, pues, de estos parámetros, voy a ejemplificarles a Vdes. algunas
composiciones sobre textos de Góngora, observando su comportamiento poético y
musical, y tratando de decodificar su expresividad musical, puesta al servicio de la
poesía.
La primera composición que ejemplificaré es una pieza de compositor anónimo
que se halla en el Cancionero Poético-Musical Hispánico de Lisboa, cuya edición del
primer volumen estamos preparando mi colega y yo. Se trata del célebre romancillo La
más bella niña, con el no menos famoso estribillo Dejadme llorar / orillas del mar. Es
un texto triste en el que se cuenta la historia de la joven enamorada que se halla sola,
ante la marcha de su prometido a la guerra, y que explica a su madre las cuitas de su
amor perdido en tan tierna edad. Su texto es el siguiente8:
La más bella niña de nuestro lugar, hoy vïuda y sola, y ayer por casar,
5 viendo que sus ojos a la guerra van, a su madre dice, que escucha su mal: «Dejadme llorar
10 orillas del mar. »Pues me distes, madre, en tan tierna edad tan corto el placer, tan largo el pesar,
15 y me cautivastes de quien hoy se va y lleva las llaves de mi libertad, dejadme llorar
20 orillas del mar. »En llorar conviertan, mis ojos, de hoy más, el sabroso oficio del dulce mirar,
25 pues que no se pueden mejor ocupar, yéndose a la guerra
8 Luis de GÓNGORA. Obras completas, I. Ed. de Antonio CARREIRA. Madrid: Fundación José
Antonio de Castro, 2000, pp. 4-6.
8
quien era mi paz. Dejadme llorar
30 orillas del mar. »No me pongáis freno ni queráis culpar, que lo uno es justo, lo otro, por demás;
35 si me queréis bien, no me hagáis mal: harto peor fuera morir y callar. Dejadme llorar
40 orillas del mar. »Dulce madre mía, ¿quién no llorará, aunque tenga el pecho como un pedernal,
45 y no dará voces, viendo marchitar los más verdes años de mi mocedad? Dejadme llorar
50 orillas del mar. »Váyanse las noches, pues ido se han los ojos que hacían los míos velar;
55 váyanse, y no vean tanta soledad, después que en mi lecho sobra la mitad. Dejadme llorar
60 orillas del mar».
Este romancillo es de las obras más tempranas del poeta, pues está fechado hacia
1580, o sea, cuando Góngora apenas contaba 20 años de edad. En este tipo de poemas,
en los que el texto refiere estados de dolor y lamentos por amor, la música es
considerada, generalmente, como un discurso afectivo en el que la melodía se erige en
el recurso expresivo más importante, aunque esté ensamblada en un conjunto
polifónico, como es el caso de esta composición, la cual fue escrita para cuatro voces.
Una cantidad razonable de composiciones poético-musicales de finales del siglo XVI y
primeras décadas del XVII presentan referencias tradicionales, populares o
popularizantes, tanto en la música como en la poesía. En relación a la poesía, algunas de
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ellas incluyen un estribillo tradicional, como La más bella niña, que trae el delicioso y
expresivo estribillo Dejadme llorar / orillas del mar, perfectamente documentado y
catalogado en el Corpus de Margit Frenk.9 Y en relación a la música, podemos decir,
que, por lo general, toda poesía de corte tradicional o popular suele ir acompañada de
una música, también de adscripción popular, o, al menos, de una versión musical
inspirada a partir de ella. Pasemos a demostrarlo en la transcripción de esta pieza
perteneciente al Cancionero Poético-Musical Hispánico de Lisboa (nº 64). A mi juicio,
en la primera sección de esta composición, es decir, en la correspondiente a las coplas,
hay referente o sabor tradicional en las líneas melódicas de los dos tiples (especialmente
en el primero), tanto por sus giros melódicos, como por su interválica característica, sus
valores breves y sus reducidos ámbitos: una quinta para el tiple primero y una sexta para
el segundo. No sucede lo mismo en el tenor, la voz más grave de la pieza, con un
ámbito de novena y una concepción melódica específica, más fundamentada en su
función armónica como bajo. Nada podemos saber de la voz intermedia (un alto) en su
origen, puesto que se ha perdido y que he tenido que reconstruir con la mejor voluntad,
teniendo en cuenta algunas observaciones derivadas de la concepción popularizante, que
según mi opinión, tienen las dos voces superiores. He aquí la transcripción.
9 Margit FRENK. Corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV a XVII). Madrid:
Editorial Castalia, 1987, p. 275.
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Hemos señalado características externas y formales de estas líneas melódicas.
Penetremos ahora en la misma sustancia musical, concretamente, en la voz del tiple 1º,
en la que no creo apropiado cantar natural el DO del compás 6 (tal y como consta en el
manuscrito)10, sino sostenido por semitonía subintelecta. De esta manera, haciendo
sostenidos todos los DO, excepto los tres del compás 8, se consigue una uniformidad
interválica muy expresiva, se crea como una especie de tensión alrededor de ese DO#
que contrasta bellamente con los tres DO naturales que siguen, en los cuales se relaja
dicha tensión. Este contraste se asocia íntimamente con las ideas de melancolía y
tristeza que expresa el texto en los versos finales de todas las coplas: “y ayer por casar”,
“que escuche mi mal”, “tan largo el pesar”, “de mi libertad”, “morir y callar”.
Vayamos ahora al estribillo de esta pieza: Dejadme llorar / orillas del mar. Se
trata de un minúsculo cantarcillo con una condensación lírica excepcional. A pesar de su
brevedad precisa, paradójicamente, mayor cantidad de música (38 compases frente a los
9 de las coplas). Esto es debido a las continuas repeticiones de los versos y al mayor
interés que tiene el compositor en mostrar sus habilidades técnicas e imaginación
musical. También podemos decir que, en las estrofas del romancillo, el compositor se
muestra más discursivo en su musicalización, mientras que en el estribillo opta por ser
más poético y más lírico. Se establece entonces un juego, o un contraste, entre la
introversión de las estrofas del romance y la extroversión del estribillo. Por otra parte,
puede observarse aquí la artificiosidad de esta música, donde predomina la elaboración
compositiva. La traducción musical del llanto por amor (lamento), que es el motivo
lírico y literario que aquí se expone, se realiza mediante melodías descendentes, notas
de larga duración e intervalos musicales menores. Todos podemos observar el tono
lastimero general que trasluce esta música.
Trataremos ahora de otra pieza, concretamente de la silva titulada «Corcilla
temerosa», que Góngora escribió en el año 1582. Su texto es el siguiente11:
Corcilla temerosa, cuando sacudir siente al soberbio aquilón con fuerza fiera la verde selva umbrosa,
5 o murmurar corriente entre la hierba, corre tan ligera
10 En el manuscrito consta FA, pero he transportado la pieza a la cuarta justa descendente. 11 Luis de GÓNGORA. Obras completas, I. Ed. de Antonio CARREIRA. Madrid: Fundación José
Antonio de Castro, 2000, pp. 27-29.
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que al viento desafía su voladora planta: con ligereza tanta,
10 huyendo va de mí la ninfa mía, encomendando al viento sus rubias trenzas, mi cansado acento. El viento delicado hace de sus cabellos
15 mil crespos nudos por la blanca espalda, y habiéndose abrigado lascivamente en ellos, a luchar baja un poco con la falda, donde, no sin decoro,
20 por brújula, aunque breve, muestra la blanca nieve entre los lazos del coturno de oro; y así, en tantos enojos, si trabajan los pies, gozan los ojos.
25 Con aquel dulce brío que me da el soplo escaso del viento al descubrir su planta bella, sigo, esforzando el mío, su fugitivo paso,
30 no más por alcanzalla que por vella; ella, mi intento viendo, vuelve a mí la serena süave luz, y enfrena mi dulce alcance, el mismo efecto haciendo
35 sus luces soberanas en mí que en Atalanta las manzanas. Yo, pues, ciego y turbado, viéndola como mide con más ligeros pies el verde llano
40 que del arco encorvado la saeta despide del Parto fiero la robusta mano, y viendo que en mí mengua lo que a ella le sobra,
45 pues nuevas fuerzas cobra, apelo de los pies para la lengua, y en alta voz le digo: «No huyas, ninfa, pues que no te sigo. »Enfrena, oh Clori, el vuelo,
50 pues ves que el rubio Apolo pone ya fin a su carrera ardiente; ten de ti misma duelo,
15
deponga un rato solo el honesto sudor tu blanca frente.
55 Bastante muestra has dado de crüel y ligera, pues en tan gran carrera tu bellísimo pie nunca ha dejado estampa en el arena,
60 ni en tu pecho crüel mi grave pena. »Ejemplos mil al vivo de ninfas te pondría (si ya la antigüedad no nos engaña), por cuyo trato esquivo
65 nuevos conoce hoy día troncos el bosque y piedras la montaña; mas sírvate de aviso en tu curso el de aquella, no tan cruda ni bella,
70 a quien ya sabes que el pastor de Anfriso con pie menos ligero la siguió ninfa, y la alcanzó madero». Quédate aquí, canción, y pon silencio al fugitivo canto,
75 que razón es parar quien corrió tanto.
Esta silva no ha sido musicada, pero en el Libro de Tonos Humanos (vol. I, nº
21), fechado en 1655/1656, consta un romancillo con estribillo, cuyos dos primeros
versos dicen “Ligera y temerosa, / fatigada corcilla”. Según mi colega, que aduce
pruebas concluyentes, este romancillo lírico es un hipertexto por transformación de la
silva referida anteriormente, es decir, es el resultado de una elaboración artística en la
que se altera la forma métrica, la cual pasa de silva a romancillo, pero, en cambio, no se
altera el contenido poético. No sabemos si fue el mismo Góngora quien reelaboró su
propio material, o si el romancillo es obra de otro poeta, que, inspirándose en la silva,
vino a demostrar el influjo e influencia de Góngora. Hasta se puede pensar en un
hipotético homenaje de algún epígono del ingenio cordobés. Sea como fuere, dos cosas
están claras: primera, la «Ligera y temerosa» anónima del Libro de Tonos Humanos no
existiría sin la «Corcilla temerosa» gongorina, y, segunda, el poeta que la escribió, sin
duda, poseía conocimientos musicales o, por lo menos, trabajó en estrecha colaboración
con el compositor, como intentaré demostrar seguidamente. El texto es el siguiente:
16
Ligera y temerosa, fatigada corcilla, por el bosque te llevas, por el aire caminas. 5 Pues ya la prisa será correr hacia la herida. Amante y presurosa, lastimadas fatigas, 10 por la cumbre las selvas, por el agua las g[u]ijas. La flecha voladora, venturosa desdicha, en el aire que lleva 15 es donaire la vida. Con alas vas airosa, aliñada avecilla, por el monte ligera, por el aire mentida. 20 Con plumas engañosas, lisonjeras se aliñan por el bruto que vuela, por el ave que pisa. Alientos mentirosos, 25 no cobradas porfías, en desmayos al vuelo, en desaires al día. Pesares y venturas amorosa codicias, 30 en la fuga que logras, en el campo que miras. Del arco, más hermosa te coronas vencida de las flechas de Clori, 35 con el ala divina. Pues ya la prisa…
17
La música es del padre fray Bernardo Murillo, de posible origen andaluz, del que
apenas se conocen datos sobre su vida y formación musical, pero del que sabemos que
fue un compositor activo en el Convento del Carmen, en Madrid. Pocas veces un
compositor dispone de un texto con una estructura rítmica tan uniforme como el que nos
ocupa.
Navarro Tomás afirma que “la originaria y básica correspondencia entre poesía y
canto muestra que cualquier verso simple, de unidad definida, posee además del acento
final otro apoyo rítmico situado en una de sus primeras sílabas”;12 y, efectivamente,
podemos comprobar esta afirmación en la pieza que nos ocupa, en la que, además del
acento final que se halla en la penúltima sílaba de cada heptasílabo, el apoyo rítmico
inicial recae sobre la segunda sílaba, en el primer verso, y sobre la tercera, en los
restantes (se considera la preposición “por” y todos los monosílabos del inicio de los
dos últimos versos de cada cuarteta como vocablos prosódicamente acentuados pero de
“papel secundario”):13
ESQUEMA ACENTUAL Li ge ra y te me ro sa, fa ti ga da cor ci lla, por el bos que te lle vas, por el ai re ca mi nas. 1ª 2ª 3ª 4ª 5ª 6ª 7ª
Es muy importante hacer hincapié en que este esquema acentual se repite en
cada una de las ocho cuartetas del romancillo. Con ello, este anónimo poeta consigue
una estructura rítmica absolutamente armónica en todo el poema (obviamos el estribillo,
porque ahora no nos interesa para lo que hemos de explicar). La música, por su parte, es
rítmicamente uniforme para cada uno de los primeros versos, sin apoyos rítmicos
sobresalientes, puesto que refleja la tendencia descriptiva del contenido poético de los
mismos. Da la sensación de que el primer verso y su música cumplen una función de
preámbulo, de mínima introducción de lo que vendrá después, y lo que viene después
son esos tres versos restantes, en los que sí se dan apoyos rítmicos que dinamizan el
discurso musical, y que, gracias a ello, reflejan la huida de la corcilla (por ejemplo, no
12 Tomás NAVARRO TOMÁS. Métrica española. Barcelona: Editorial Labor, 1995, p. 35. 13 Consideramos la preposición “por” del inicio de los dos últimos versos como vocablo
prosódicamente acentuado pero de “papel secundario” (Ibidem, p. 28).
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todas las notas son corcheas y hay unas pausas muy significativas). He aquí la
transcripción de la primera sección del romancillo:
19
Resulta evidente que la clave del juego existente entre arte poético y arte musical
en el romance lírico español reside, precisamente, en cómo un arte en movimiento –la
música– anima, en el sentido más etimológico de la palabra, un arte estático como la
poesía.14 Sin embargo, hemos de seguir precisando más aspectos de este rico maridaje
poético-musical. El padre Murillo, consciente de que el tercer verso de cada estrofa (con
sus imágenes de movimiento) determina clarísimamente el diseño interno del poema,
decide recurrir, asimismo, a una pausa musical retórica para este tercer verso (compás
3), consiguiendo una división en dos partes que separa los complementos del verbo de
movimiento, esté elidido o no. Conviene observar, también, la anáfora (figura retórica
que logra enfatizar el sentido del verso a través de la repetición de palabras) que tiene
lugar en los versos tercero y cuarto de las cuartetas 1ª, 2ª, 4ª, 5ª, 6ª y 7ª, ya que el
compositor contrasta musicalmente esta figura retórica poética con una segunda pausa,
de mayor duración que la anterior (compás 4), con lo cual la música consigue distanciar
temporalmente, mediante las pausas, lo que la poesía enfatiza por repetición, mediante
la anáfora. O sea, que el recurso que tiene la música para enfatizar el sentido del texto,
en este caso concreto, es la pausa. Esto es decodificar el lenguaje musical en relación
con el texto poético. Los filólogos han hecho ya su trabajo decodificando la poesía
áurea; ahora nos toca el turno a los musicólogos para demostrar que nuestro arte
también posee recursos estilísticos y retóricos para enfatizar la expresividad artística.
La tercera y última composición que vamos a ejemplificar es una letrilla
religiosa de Góngora titulada ¿A qué nos convidas, Bras?, fechada en 1609. He aquí el
texto15:
[EN LA FIESTA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO]
Gil ¿A qué nos convidas, Bras? Bras A un Cordero que costó treinta dineros no más, y luego se arrepintió quien lo vendió. 5 Gil ¿Bastará a tantos?
14 Remitimos a los capítulos de “La poesía” y “La música” de La música y la poesía en
cancioneros polifónicos del siglo XVII. Libro de Tonos Humanos (1655-1656). Ed. de Mariano LAMBEA (música) y Lola JOSA (poesía). Barcelona: CSIC, 2000, vol. I., pp. 19-29 y 65-84, respectivamente.
15 Luis de GÓNGORA. Obras completas, I. Ed. de Antonio CARREIRA. Madrid: Fundación José Antonio de Castro, 2000, pp. 283-284.
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Bras Sí, Gil, y es de modo que lo comerá uno todo, y no lo acabarán mil. Gil Toca, toca el tamboril, 10 suene el cascabel, y vamos a comer de él. Bras De rodillas inclinado, no con báculo, no en pie, llega al Cordero, que fue 15 por el otro figurado: cómelo, Gil, que mechado de tres clavos lo hallarás. Gil ¿A qué nos convidas, Bras? Bras A un Cordero que costó 20 treinta dineros no más, y luego se arrepintió quien lo vendió. Bras De hierro instrumento no, de palo sí, lo asó ya; 25 tan mal con el yerro está quien dellos nos redimió. Amor dio el fuego, y juntó leños que el fénix jamás. Gil ¿A qué nos convidas, Bras? 30 Bras A un Cordero que costó treinta dineros no más, y luego se arrepintió quien lo vendió.
Antonio Carreira, el reciente editor de las obras completas del poeta, dice que
hay en la producción lírica de Góngora
“un grupo de letrillas que destacan por su gracia extraordinaria: nos referimos a las que, dedicadas al Corpus o a la Navidad en 1609 y 1615, constan de un diálogo en el que intervienen negros, gitanos, moriscos, o incluso un portugués empeñado en que Cristo era su paisano. Los disparates y los anacronismos se mezclan con los estribillos rítmicos, de forma que el resultado es una deliciosa ensalada; no hay, en todo el siglo de oro, poesía religiosa de mayor frescura y desparpajo, bien significativa de que Góngora, clérigo sin vocación, no veía en lo numinoso un perpetuo recordatorio de la bajeza humana y su necesidad de redención, sino algo esperanzador, y, en el fondo, festivo.”16
16 Ibidem, p. XIX.
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Tenemos, pues, noticia de que un villancico con esta letra se cantó en la catedral
de Córdoba, en la festividad del Corpus Christi del año 1616, quizá musicado por el
maestro Juan del Risco, y, de momento, perdido, como hemos referido anteriormente.
Sin embargo, la música que se nos ha conservado de esta letrilla es obra de Tomás
Sirera, de quien desconocemos muchos datos de su biografía, pero del que sabemos que
fue maestro de capilla de la catedral de Gerona, entre 1630 y 1642. De este músico se
conservan muy pocas obras, sólo tres villancicos, y los tres en la Biblioteca de
Catalunya. Sus títulos son: ¿Qué vienes de ver, Teresa? (M. 749/23), Tened a la justicia
(M. 774/15) y el citado ¿A qué nos convidas, Bras? (M. 749/24).
Siempre quedará vedada para la investigación musicológica la posibilidad de
confrontar la versión de Juan del Risco con la de Tomás Sirera, con lo interesante y
apasionante que hubiera sido observar sus diferencias, sus similitudes, la manera
particular con que cada compositor afrontó la musicalización del mismo texto. Pero,
hemos de conformarnos con lo que ha llegado hasta nosotros, que no es poco, puesto
que esta obra es la más compleja, ambiciosa y elaborada de todas las que se
compusieron sobre textos gongorinos. Lo prueba el hecho de su extensión y de la
plantilla vocal a la que va destinada: 219 compases de buena música reservados a ocho
voces repartidas en dos coros, con fragmentos a solo, en diálogo y a cuatro voces, hasta
llegar a la máxima utilización de los efectivos, es decir, las ocho voces.
Si en el primer ejemplo de esta conferencia, el romancillo La más bella niña,
pudimos observar ciertas características melódicas que nos aproximaban a la música
tradicional, en esta letrilla no podemos decir lo mismo: aquí hay una elaboración
musical debidamente planificada y expuesta, y muy alejada del espíritu popular. En
efecto, en la melodía inicial de este villancico no se observa influjo popular, y sí, en
cambio, la mano de un compositor profesional; nótese el ámbito melódico, la interválica
y determinados giros melódicos como son esas sucesiones ascendentes y descendentes
en notas rápidas, ajenas por completo a la esencia musical popular o tradicional. He aquí
una reproducción parcial del manuscrito original conservado en la Biblioteca de
Catalunya, bajo la signatura M. 749/24:
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Por otra parte, si en el segundo ejemplo de esta conferencia, el romancillo Ligera
y temerosa, habíamos visto la perfecta comunión y mutua interdependencia formales
entre poesía y música, aquí, sin embargo, se dan unos desajustes, fruto de la transmisión
de los textos o de la labor del copista, que conviene estudiar. Si observamos el texto,
veremos que hay un diálogo entre dos personajes típicos de la poesía áurea: los pastores
Bras y Gil. En cambio, el copista nos oculta este diálogo al principio de la obra (véase la
reproducción anterior), puesto que la trasladó al papel suelto en un solo pentagrama.
Después de la pregunta “¿A qué nos convidas, Bras?” (que se repite), lo lógico hubiera
sido que la respuesta “A un Cordero que costó” y los siguientes versos hubieran ido en
otro pentagrama o en otro papel, porque lo que resulta confuso es que el tiple 1º
pregunte y se responda a sí mismo, ya que no se trata aquí de un texto introspectivo o de
un soliloquio. En una posible interpretación de esta obra no debería obviarse la
dramatización musical que exige su estructura en diálogo.
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El lector hallará en Digital CSIC la transcripción a notación moderna de este
villancico de Tomàs Sirera. Véase Digital CSIC: http://hdl.handle.net/10261/35715.
Ofrecemos aquí las primeras páginas de nuestra transcripción:
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¿A qué nos convidas, Bras? es un ejemplo clarísimo que nos invita a reflexionar
hacia dos direcciones, los cuales convergen en un mismo punto, que es el de la correcta
interpretación de la obra. La primera nos obliga a preguntarnos en qué condiciones le
llegarían los textos manuscritos a los maestros de capilla, y a cuestionarnos también de
qué manera se transmitirían las poesías en el barroco, o sea, con todas sus
deturpaciones, omisiones, correcciones, añadidos y demás accidentes del acto de la
copia. Todo lo cual nos ayuda a relativizar, en estos términos, el contenido de la fuente
poético-musical que se nos ha conservado. La segunda dirección es la que, partiendo de
esta relativización, hace que el musicólogo no mire el manuscrito como una verdad
absoluta e inalterable, sino que debe ofrecer su versión, siempre y cuando esté
fundamentada en argumentos válidos y demostrables, llegando a la conclusión de que la
partitura es una especie de manual de instrucciones donde no todo está dicho de manera
unívoca y definitiva, y, por lo tanto, que conviene descifrar adecuadamente. La
convergencia de estas dos direcciones está clara, ya que la labor del musicólogo tiene un
único fin: la interpretación de la obra por parte de los conjuntos vocales e instrumentales
especializados en música antigua, y para ello debe ofrecerles las partituras en las
condiciones más fidedignas y fieles posibles con el espíritu de la época.
Concluyendo esta conferencia diremos que hemos intentado demostrar la íntima
relación existente entre la poesía y la música en los Siglos de Oro, de manera
generalizada, y en algunas obras del gran ingenio cordobés, de modo más particular y
detallado. Las características que tienen ambas artes en influenciarse mutuamente
constituyen un ámbito de estudio de singular importancia y trascendencia, para
comprender mejor una de las facetas más ricas de nuestro patrimonio cultural histórico.
Y una faceta de especial relevancia la constituiría el estudio detallado y completo de las
poesías de don Luis llevadas al pentagrama. Invitamos, pues, a que en un futuro
inmediato, filólogos y musicólogos trabajen interdisciplinariamente y aquilaten más
detenidamente el significado y verdadero alcance de aquella música que se compuso
hace siglos y que hoy la podemos redescubrir estudiándola, analizándola, editándola,
interpretándola y escuchándola, y en fin, grabándola y haciéndola nuestra, aquella
magnífica e inolvidable “Música para Góngora”.