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8/13/2019 Naishtat Mesa 39
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Catstrofe y esperanza. Pensar un presente barroco a partir de Benjamin y Bloch
Francisco Naishtat1Resumen:
La percepcin del futuro parece cambiar de signo entre Benjamin y Bloch: mientras que
el primero desestima el futuro como fuente de sentido de la poltica y desplaza a un
pasado en espera de redencin (Erlsung) la matriz de sentido de nuestra accin, el
segundo enfatiza la funcin constitutiva y esencial del futuro en relacin a nuestra
accin, desde el momento en que no considera el presente sino hacia
adelante(vorwrts), bajo la modalidad del proceso y del afecto correspondiente de laesperanza (Hoffnung). Mientras que este afecto del futuro llega incluso a traducirse para
Bloch en un dejar a los muertos enterrar a los muertos (Prinzip Hoffnung, vol. I), en
Benjamin son los muertos, precisamente, y sus fantasmas, el principio de un anhelo de
los vivos por un reencuentro capaz de generar la anhelada suspensin poltica del
tiempo que resulta en el tiempo-ahora (Jetztzeit). Seran entonces Benjamin y Bloch el
anverso y el reverso irreconciliables de un momento histrico dramtico, que se coloca
bajo la figura de la catstrofe y organizacin del pesimismo en uno y bajo el optimismode la esperanza y de la utopa en el otro? Cmo se explica sin embargo que Benjamn
haya guardado hasta el final una admiracin profunda por la obra leda de Bloch
(fundamentalmente Geist der Utopie) , a la que cita hasta en sus investigaciones ms
tardas de los Pasajes? En este trabajo se intenta traducir la tensin en una
dialectizacin que, a partir de la radical re-semantizacin blochiana de la utopa y la
esperanza, y de la no menos radical re-sementazicin benjaminiana del pasado y la
memoria, deje expuesta las afinidades y no solo los contrastes entre ambos sentidos del
futuro.
1Doctor en Filosofa por la Universidad de Buenos Aires, Habilitacin (Habilitation)
por la Universidad de Paris 8-Vincennes- St. Denis, Investigador Independiente del
CONICET, Profesor Titular Ordinario de la UBA, Director de Programa (Directeur de
Programme) del Collge International de Philosophie.
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Catstrofe y esperanza. Pensar un presente barroco a partir de Benjamin y Bloch
1.Ya ha sido comentado el desplazamiento que opera casi impercepctiblemente Walter
Benjamin sobre las categoras schmittianas de soberana (Souvernitt), decisin(Entscheidung) y estado de excepcin (Ausnahmezustand) en su obra sobre el dramabarroco alemn (Ursprung des deutschen Trauerspiels, 1925)2: mientras que segn laTeologa Poltica de Carl Schmitt (1922) es soberano quien decide del estado deexcepcin (Souvern ist wer ber den Ausnahmezustand entscheidet), Benjaminsostiene que la funcin de la soberana barroca (barocke Souvernitt, donde lo barrocoreenva a un mundo comprendido como catstrofe (Katastrophe), es decir, sumido en lacrisis desatada por el quiebre radical de la tradicin, la ausencia de la trascendencia, la
opacidad de horizonte y la desesperanza y fragilidad de las criaturas humanas) es ms
bien prevenir o expulsar (Auszuschliessen) el estado de excepcin, con el fin derestaurar un cierto orden. Sin embargo, agrega Benjamin, ahondando ms la brecha que
lo separa de Schmitt en el momento mismo en que acusa admirativamente recibo de su
nocin de soberana, este mismo soberano es incapaz (unfhig) de cumplir con sufuncin, revelndose as una anttesis (Antithese) entre la funcin o facultad delsoberano (Herrschvermgen) y su poder (Herrschermacht), que es constitutiva de lasoberana barroca, caracterizada as por la figura de un prncipe (Frst) enteramentefragilizado e impotente, en un contexto en el que el significado hipocrtico o teleolgico
de una crisis como fase meramente transitoria y superable ha cedido su lugar a un
concepto ontolgico de la crisis como catstrofe, como el volverse-regla-de-la-
excepcin, lo que reflejar quince aos ms tarde la clebre tesis 8de sus tesis Sobre elconcepto de historia3.Ahora bien, si en 1940 Benjamin importa estas categoras del Ursprung en sus
tesis (las categoras de la excepcionalidad-permanenteo excepcionalidad-indiscernible-de-la-regla en la tesis 8 y la categora de Katastropheen la tesis 9) llevando al contextopoltico marcado por el triunfo del fascismo en Europa unos trminos usados en el
contexto del anlisis del drama barroco del siglo XVII, no es para hacernos pensar que
nuestro frgil prncipe barroco, vctima de intrigas permanentes, se encarna ahora en el
poderoso dispositivo del fascismo, sino ms bien para sugerir que la socialdemocracia
europea ha sido precisamente la antesala incapaz de prevenirlo. El papel del prncipe-
criatura, vctima trgica de la intriga, le cae aqu al poder poltico que sirvi de
2Cf. Walter Benjamin, Ursprung des deutschen Trauerspiels, Frankfurt am Main, Gesammelte Schriften, Band I.1,Suhrkamp Verlag, 1978, pp. 245-251. Versin esp. El origen del drama barroco alemn, Madrid, Taurus, 1990, pp.50-57. Sobre la relacin entre W. Benjamin y C. Schmitt a propsito de la soberana, la carta de W. Benjamin a
Schmitt del 12/9/1930 en Walter Benjamin, Gesammelte Briefe, Band III, 1925-1930, Frankfurt am Main, Suhrkamp
Verlag, 1997, p. 558. Asimismo videlos artculos siguientes: Samuel Weber, Taking Exception to Decision: WalterBenjamin and Carl Schmitt, Diacritics, Otoo-Invierno de 1992; Horst Bredekamp, Walter Benjamin to CarlSchmitt, via Thomas Hobbes, Critical Inquiry, Vol. 25, N 2, Angelus Novus: Perspectives on Walter Benjamin,1999, pp. 247-266; Giorgio Agamben, Stato di Eccezione (capitolo quarto),Gigantomachia intorno a un vuoto,Torino, Bollati Boringhieri, 2003, pp. 68-83, Francisco Naishtat, Walter Benjamn: Teologa y teologa poltica. Una
dialctica hertica, en Actas de las VII Jornadas de Investigacin en Filosofa, Nov. de 2008, FHCE, UniversidadNacional de La Plata.3Cf. Walter Benjamin, ber den Begriff der Geschichte, Gesammelte Schriften, op. cit, Band I.2, pp. 690-70,
version esp. Walter Benjamin,La dialctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia(trad. C. P. Oyarzn),Santiago de Chile, Arcs, 1995, pp. 45-68.
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vestbulo al fascismo y no el fascismo propiamente dicho, que aparece ms bien como
el crudo dispositivo de la excepcionalidad permanente. Por ende tendramos aqu un
tringulo signado por tres vrtices: la soberana barroca, el mundo-catstrofe y eldispositivo de la excepcin permanente.
Dispositivo de excepcin permanente
Soberana barroca Mundo-catstrofe
Fig. 1Tringulo barroco
La pregunta que nos planteamos es entonces si podemos hacer un uso productivo
de este tringulo ideal-tpico, que aqu llamaremos tringulo barroco, para caracterizar
o diagnosticar nuestra propia condicin contempornea, signada por soberanas
fragilizadas, dispositivos globales e intensivos de gubernamentalidad o de gobernanza,
y un mundo-catstrofe sin una perspectiva ni una visin de horizonte, en el que ms
bien la globalizacin se traduce en disminucin de claridad y de sentido, en paralelo al
incremento de visibilidad instantnea y ubicua, que es la puesta en imagen y en
circulacin digital simultnea del mundo fragmentado. Ciertamente, la gobernanza
mundial y sus procesos intensivos tienen poco en comn con el fascismo, que procede
de los nacionalismos autoritarios y del poder personal e incondicional del soberano. De
este modo, si en el esquema de la tesis 8 de Benjamn el fascismo es el nuevodispositivo soberano que se sustituye a la soberana barroca y que se caracteriza por la
transformacin de la excepcin en regla, en nuestro mundo globalizado, las soberanas
limitadas y frgiles de los estados nacionales no han sido sustituidas por una nueva
forma de soberana a escala mundial al estilo de un Imperiumtodopoderoso, sino quems bien deben convivir con dispositivos impersonales de gubernamentalidad y de
gobernanza a escala global que las limitan y fragilizan sin destruirlas ni reemplazarlas,
sino ms bien achicando asintticamente su base de poder. Por ende no se trata aqu ni
de sustituir la gubernamentalidad a la soberana (en el sentido de la biopoltica de
Foucault) ni de reabsorber la gubernamentalidad en la soberana, en el sentido de laplicede Rancire o del aparato de gobierno de Arendt, sino de pensar la tensin entre
la soberana y la gubernamentalidad en un contexto signado a la vez por la permanenciade las crisis y la consiguiente impotencia de las soberanas para evacuarlas. En este
esquema las crisis no remiten solamente a la dimensin econmica sino que recubren
toda manifestacin que reviste la forma de una amenaza a la vez asinttica y
permanente. Son de este tipo no slo el desbocamiento de los mercados financieros,
sino asimismo el cambio climtico y sus efectos de recalentamiento global, en los que la
amenaza, lejos de tener visos de solucin, se expande a la vez acelerada y
asintticamente, haciendo pensar en la pelcula Birds de Alfred Hitchcock (Lospjaros). El tringulo de las Bermudas de la globalizacin contempornea estara por
ende marcado por las soberanas nacionales en crisis, el mundo-catstrofe y los
dispositivos de gubernamentalidad, que lejos de sustituirse simplemente a la soberana
cohabitan con la misma, colonizando y aprovechando sus propios dispositivos
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administrativos y de seguridad interior, pero desbordando al mismo tiempo las fronteras
nacionales:
Dispositivos de gubernamentalidad
Soberanas nacionales Mundo-catstrofe
Fig. 2 Tringulo barroco de la globalizacin contempornea
Un rasgo tpico de esta triangularidad es la tensin despejada por Agamben en su
ensayo Stato di Eccezione (2003) entre la forma de ley(forma-di-legge) y la fuerza deley (forza-di-legge), que el filsofo italiano escribe como se sabe con una tachadura(legge)4, para sealar el abismo entre el ejercicio eficiente de los dispositivos degobernanza derivados de las clusulas de excepcionalidad y de urgencia, y las formas de
legitimidad emanadas del derecho (forma-di-legge). Ahora bien, podramos llevar estatensin a los trminos de nuestro tringulo y sealar que los dispositivos globales de
gobernanza tienen eficacia pero carecen de los mecanismos de legitimidad de la
formacin del derecho que son tpicos del marco nacional del derecho constitucional
democrtico.
Agamben, es cierto, analiza esta tensin en el contexto mismo de las clusulas de
excepcionalidad que las mismas constituciones democrticas de los estados nacionales
contienen, pero no es necesario remitirse a nociones como el estado de sitio o losdecretos de necesidad y urgencia parta detectar en la formacin de la gobernanza y de
sus procedimientos efectivos unos dispositivos que tienen fuerza de ley sin revestir la
legitimidad de los ordenamientos nacionales democrticos. Los organismos financieros
internacionales, las calificadoras de riesgo-pas, los mercados mismos son hoy un factor
de gobernanza sin una cara visible, y ante el cual los estados nacionales se han vuelto
vulnerables, de modo que tras la jerga de una globalizacin democrticamente
controlada o de un capitalismo global domesticado se esconde en realidad una
cuadratura del crculo.Si nos atenemos solamente a los aspectos econmico-polticos, la idea misma de
una globalizacin democrticamente controlada debera en efecto satisfacer
simultneamente, como seala Habermas, tres principios que parecen difcilmenteconciliables: mantener la competitividad econmica en el mercado mundial, no
sacrificar el nivel de bienestar de la poblacin y respetar el estado de derecho (en
trminos de Dahrendorf: competitividad econmica, cohesin social y libertad
poltica)5. Lo que est claro es que el equilibrio entre estos tres factores se rompe
siempre por los eslabones ms frgiles, el bienestar social y el estado de derecho. La
competitividad econmica subordina la cohesin social y avasalla la libertad poltica.
Podemos percibir este fenmeno en la docilidad con la que los parlamentos europeos en
estos das se han transformado en rganos de los poderes ejecutivos para la decisin de
4
Giorgio Agamben, Stato di Eccezione, op. cit., cap. 2, pp. 44-54.5Reyes Mate, Globalizacin y poltica, www.mondialisations.org/germ2001/pages/index2.html
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las polticas de ajuste econmico, dando pie a una inversin de poder entre los rganos
legislativos y ejecutivos, que Agamben destaca como tpicos de una tendencia bien
arraigada en nuestras sociedades polticas contemporneas.
La situacin despejada conduce a preguntarnos si hay una reformulacin de la
poltica que rompa el embrujo de este tringulo de las Bermudas. Queda claro que elsintagma de que antes desebamos cambiar el mundo y de que ahora debemos
conformarnos con cambiar el pas6 se asemeja a una denegacin en un contexto de
intensificada globalizacin como el contemporneo, donde la interdependencia global,
cualquiera sea la dimensin considerada, hace imposible abstraer la situacin de un pas
de la situacin del mundo. Pero al mismo tiempo, la expresin aludida de Cristina
Kirchner es sintomtica de una codificacin post-histrica de nuestra condicin
contempornea, en la que cualquier transformacin radical del mundo se asemeja a una
utopa que cae fuera de la gramtica poltica presupuesta en los lenguajes que
vehiculizan hoy las ideas polticas. Esto nos lleva a continuacin a tratar la cuestin de
la esperanza, la utopa y la poltica en un marco atravesado por lo post-histrico. Nos
interesa despejar las figuras o los tropos7que dan forma a la esperanza poltica cuando
han cado las teodiceas de la historia.
2.La esperanza, en cuanto temporal, profana, concreta es un existencial, si se nos permitetomar en prstamo esta palabra a Heidegger, y la distinguimos aqu de la esperanza
propia de las teodiceas histricas. Nos interesa aqu la esperanza como modalidad
afectiva de nuestra existencia finita, una disposicin de nuestro estar en el mundo. La
esperanza en este sentido de horizonte de la accin- conjuga la dialctica entre la
muerte orgnica, como destino biolgico de la temporalidad natural del individuo, y lo
que con Arendt podemos llamar vida activa, es decir la dimensin de sentido de nuestravida finita como praxis poltica. La esperanza concreta es por ende un afecto8,contrapuesto al miedo o a la indiferencia que son propios de un futuro privado de
sentido, declinado como mito y destino, juguete de los dioses, de la naturaleza o de la
muerte. Desde este punto de vista, la esperanza-afecto, antes que mera expectativa
pasiva, es sobre todo una cierta comprensin de nuestro estar en el mundo como sujetos
de accin limitados por la condicin temporal. Es una apertura activa al sentido de la
accin a travs de la cuestin bsica y existencial por el quin mismo de la praxis finita.
Slo a aquellos que han perdido la esperanza les es dado esperar- escribe Walter
Benjamin al final de su ensayo sobre las afinidades electivas de Goethe9. La esperanza
no es una especulacin, una expectativa teleolgica sobre el fin de los tiempos. Es ms
bien accin y comprensin en un mismo envin, como rendija inscripta en cadainstante del tiempo por la que ingresa el milagro, no como teodicea, sino como
redencin (Erlsung), es decir, el encuentro con la ruina del pasado que suspende elpresente
10. La esperanza profana es as portadora de la utopa activa y concreta que
6Discurso de la entonces senadora Cristina Kirchner en la apertura del II Congreso Internacional de
Filosofa, San Juan, 2007.7Sobre el tema de los tropos y el relato historico, Hayden White, El contenido de la forma. Narrativa,discurso y representacin histrica, Barcelona, Paids, 1992.8Ernst Bloch,Das Prinzip Hoffnung,Erster Band, Frankfurt am Main, Suhrkamp Verlag, 1959. Versinesp.El principio esperanza, vol. 1., Madrid, Trotta, 2004.9
Walter Benjamin, Goethes Wahlverwandtschaften, Gesammelte Schriften, op. cit.10Walter Benjamin, ber den Begriff der Geschichte, op. cit.
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nace del presente y de los sueos incumplidos que nos vienen del pasado; la posibilidad
que abre el presente, por una parte, y la revivificacin del deseo del pasado no llegado a
ser, por otra, se contraponen a la utopa abstracta que queda fuera del alcance de la
accin. La circularidad hermenutica que resulta permite auto-comprendemos como
vida activa y apertura de sentido, es decir, elaborar la comprensin de nuestra praxis atravs de los otros, del entorno intermundano e intratemporal: entre loscontemporneos, mediante la polifona del dilogo, y entre los antepasados y las
generaciones venideras, mediante la trama narrativa que nos permite reactivar la carga
de responsabilidad histrica a travs de la sedimentacin de una tradicin.
Lo contrario de esta figura de sentido es el extraamiento, la enajenacin, figuraque describe, por una parte, cmo el mundo contemporneo se nos vuelve opaco y
cerrado a pesar de su (hiper)visibilidad y de las oportunidades marginales de accin
individual y, por otra parte, cmo la parte incumplida del pasado, es decir, de los
proyectos no alcanzados de la humanidad, ingresan en un halo de olvido, hacindosenos
extraos sus sueos y utopas, de modo que el tiempo histrico queda envuelto en la
fatalidad a travs del relato de lo efectivamente consagrado como destino nico y
mitolgico. Esto nos aparta del horizonte de la comprensin, volvindonos extraos los
unos a los otros, deshaciendo la solidaridad histrica con los antepasados y las
generaciones futuras, arrojndonos en la temporalidad como en un medio ininteligible
que nos asla de los dems, incluso all donde ms densamente dependemos los unos de
los otros, y nos inscribe en una acelerada fuga hacia adelante, enajenada en la serialidad
de las cosas.
Hace ya tiempo que la circunstancia presente del capitalismo, intensiva y
extensivamente globalizado, se caracteriza por dos pautas que contradicen el horizonte
de esperanza profana planteado en los trminos existenciales supradichos. Por una parte,
el capitalismo global ha exacerbado los mecanismos de fetichizacin de la mercancadescritos por Marx y elaborados por Lukcs. La fetichizacin hace de la mercanca un
objeto tan adorado como evanescente, que tan pronto posedo queda despreciado, y el
amor por l desplazado al siguiente de la moda, en una serie que no se agota nunca y
que se asemeja al tonel de las Danaides: el trabajo enajenado, vano y cruel del Averno
de la mitologa, que no conforma sentido sino la permanente fuga serial sin unidad
actual, de donde toda esperanza de satisfaccin queda excluida. La posesin capitalista
no puede conformar sentido porque su propia estructura es la de la fuga serial en el
mecanismo que es propio del hechizo, del deseo siempre insatisfecho y sometido al
capricho de la moda inagotable y de la novedad fulgurante del mercado. Este
mecanismo no se reduce a la vida econmica sino que abarca, como lo muestra muy
bien Benjamin en su Libro de los Pasajes (Das Passagen-Werk)11
, al conjunto de laforma moderna de vida, pensada no tanto como efecto de la infraestructura econmicaen trminos de un determinismo causal, sino como expresin (Ausdruck) de estaltima
12.
La segunda circunstancia de nuestra condicin contempornea es que la
contracara dialctica del capitalismo moderno, es decir, la esperanza profana de
contenido revolucionario caracterstica de los siglos XIX y de la primera mitad del XX,
11Walter Benjamn,Das Passagen-Werk, G.S., op. cit., Band V, Frankfurt am Main, 1982, Paris, Die
Haupstadt des XIX. Jahrhunderts, pp. 45-59. Vase aqu la seccin que Jean-Michel Palmier consagra ala nocin de fantasmagora en su colosal estudio sobre Walter Benjamin, en Jean-Michel Palmier, Walter
Benjamin. Le chiffonnier, lAnge et le Petit Bossu, Pars, Klincsieck, 2006, 447-536.12Walter Benjamin,Das Passagen-Werk, op. cit., K 2, 5, pp. 495-496.
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con todas sus facetas utpicas y fracasos histricos, ha ingresado en una franja de olvido
e incomprensin que la hace cada vez ms distante e ininteligible para las jvenes
generaciones, a pesar de la intermitencia de los rituales y del hbito melanclico de los
festejos y aniversarios. Las utopas han quedado sepultadas junto a las ideologas del
progreso, es decir, la creencia de que el progreso de la economa e industria capitalistasengendra, revolucin mediante, un progreso social y poltico de iguales o mayores
proporciones. Tambin las catstrofes histricas del s. XX y el desprestigio y pattico
fracaso final del socialismo real a finales del siglo anterior, han terminado de hundir
en el stano de la memoria histrica el sentimiento utpico y las esperanzas
revolucionarias de las generaciones precedentes.
La poltica aparece desde entonces en el mundo global como una funcin de
administracin de la poblacin y de gobernanza de la economa capitalista. Hace ya
tiempo que tanto los gobiernos como las oposiciones de las democracias del planeta han
dejado de distinguirse sustancialmente, y que ambas partes asumen las mismas premisas
de gubernamentalidad13
de la sociedad. Los polticos se desviven por proponer mejores
condiciones de adaptacin a la estructura intensiva global del capitalismo, las izquierdas
intentando paliar los efectos marginales y las externalidades escandalosas del sistema, y
las derechas buscando acelerar con xito el ritmo de intensificacin capitalista, asumido
cnicamente, en la semntica de la derecha, como locomotora revolucionaria de la
historia, como si lo que nos viene impuesto con la apariencia del destino y la necesidad,
pudiera revestir a su vez el carcter de lo revolucionario: paradjicamente, pero
significativamente, la derecha se apropia con cinismo del lxico de la revolucin y deja
a la izquierda en el lugar conservador de lo pasado de moda.
En tales condiciones pareciera que a la esperanza no le cabe otro destino sino
recluirse ms all de lo profano, de la mano de las religiones de salvacin. Los
fenmenos bien conocidos del integrismo religioso, bien se trate del islamismo o de lassectas fundamentalistas de cualquier credo tienen en comn sus teodiceas ultraterrenas,
es decir, la remisin del sentido del mundo al reino de los cielos. La salvacin
ultraterrena es una utopa que no procede del proceso de la praxis. Tampoco arroja una
comprensin de nuestro estar en el mundo en la condicin delzon politikos, del animalpoltico. Desde este punto de vista, la forma poltica que reviste la teodicea es el retorno
a la teocracia, como esperanza tutelada, violenta y abstracta, ya que ni procede de lapraxis ni admite la pluralidad dialgica que es propia de la toma de la palabra. Para una
poca que ha comido del rbol de la ciencia, como seala Weber14
, debemos
comprender que al sentido lo ponemos nosotros mismos. Cuando la religin intenta
elevarse a algo ms que una particularidad cultural y trasponer el prtico de la poltica,
es decir, volverse una pauta comn para lo pblico, slo puede hacerlo al precio de laviolencia y la negacin de la poltica, en el sentido de la polifona del discurso. Solo el
autoritarismo y la violencia pueden investir la esfera pblica del carcter de lo religioso
y anular de este modo sus potencialidades performativas15
.
13Michel Foucault, Scurit, Territoire et Population. Cours au Collge de France. 1977-1978,Pars,Gallimard, 2004, pp. 91-119.14
Max Weber, Die Objektivitt sozialwissenschaftlicher und sozialpolitischer Erkenntnis,
Gesammelte Aufstze zur Wissenschaftslehre, Tbingen, J.C.B. Mohr, 1968, pp. 146-214.15 Seala Walter Benjamin en su clebre Fragmento teolgico-Poltico: () nada histrico puede pretender
relacionarse de por s con lo mesinico. Por eso el reino de Dios no es el telosde la dynamis histrica; no puede serpuesto como meta. Histricamente visto, no es meta, sino fin. Por eso el orden de lo profano no puede construirse
sobre el pensamiento del reino de Dios, por eso la teocracia no tiene sentido poltico, sino nicamente un sentidoreligioso. Haber negado la significacin poltica de la teocracia con toda intensidad es el mayor mrito del Espritu
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Desde luego, no hemos dado estas pinceladas grises para proponer in fine una
renuncia lisa y llana al discurso de la esperanza poltica. Renunciar a la misma sera
como renunciar al sentido y por ende recluir la poltica en la dimensin de la
gubernamentalidad, una poltica que no hace ni abre mundo sino que vuelve al
mundo cada vez ms opaco y cerrado. Toda poltica con sentido debe tener una visin yuna proyeccin y no puede por ende renunciar a la cuestin de la esperanza. Pero
tampoco puede instrumentalizarla ni tutelarla retricamente a partir de clusulas
teleolgicas. En tales circunstancias complejas, cmo se plantea la cuestin de la
esperanza desde un punto de vista poltico? Cmo reactivar un discurso de la esperanza
sin recaer en las mltiples trampas que acechan su red conceptual (fetichismo,
progresismo historicista, teocracia, sujeto metafsico de la historia)?
Deseo referirme aqu brevemente a los movimientos sociales y las acciones
colectivas en la llamada postmodernidad,pero no tanto para destacar algo que ha sidomachacado, es decir, cmo el final del relato historicista ha impactado, por
retroalimentacin hermenutica, en la fragmentariedad de los modos de subjetivacin de
los colectivos y en la ausencia de totalizacin, sino intentando extraer de estas acciones
y movimientos alguna inherencia sobre la esperanza. Si en los mismos se observaba ya
una secuencia que va de la idea de sujeto de la historiaa la relatividad estructura-actor,para desembocar finalmente en la nocin de posiciones de sujeto16, en las que lossujetos colectivos aparecen bajo el modo de la contingencia y de su irreductible
pluralidad, podemos ver en el marco de la globalizacin otro fenmeno, consistente en
formas de protesta que ya no pasan solamente por las luchas de las diferencias y del
reconocimiento, sino por el retorno en boomerang de una aeja forma de lo colectivo, si
se me permite la expresin, que es la lucha por la igualdad o, en trminos rancerianos, si
no balibarianos17
, la verificacin agonal de la igualdad en las escenas de conflicto,
cuya expresin y gramtica son las luchas de los sin: sin trabajo, sin tierra, sinpapeles, sin techo, etc., de una manera que no deja de evocar de manera discontinua
e indirecta, las luchas de la plebe y de los proletarios romanos, las revueltas campesinas
y de los pobres al inicio de las ciudades-estado europeas, como la insurreccin de
Thomas Mnzer en Alemania, las de los cavadores y niveladores ingleses en el s. XVII,
la del manifiesto de los Iguales al final de la revolucin francesa, etc. Permtaseme en
este punto reproducir un pasaje de Tugendhat muy ilustrativo:
Aqu nos vemos confrontados con la distincin cualitativa ms importante
que existe entre los individuos en la modernidad. Me refiero a la distincin
entre ricos y pobres, entre los que tienen recursos y los que no los tienen.
Aunque se trata de una diferencia gradual , podemos prescindir de esteaspecto , porque es suficiente, al hablar aqu de pobres, referirnos a los que
estn en lo que se suele llamar la pobreza absoluta, los que no tienen trabajo
ni recursos18
de la Utopa (Geist der Utopie) de Bloch.. Benjamin, W., Fragmento teolgico-Poltico, en Walter Benjamin,Ladialctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia, op. cit., p. 181.16
Cf. Entretien avec E. Laclau y E. Balibar , en Quel sujet du politique ?,Rue DescartesN 67, Pars,2010, pp. 78-101.17
Jacques Rancire,Aux bords du politique, Pars, Folio, 1998, Etienne Balibar,La proposition de
lgalibert, Paris, Presses universitaires de France, 2010.18Ernst Tugendhat, Problemas, Barcelona, Gedisa, 2002, p. 30.
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Tambin en las figuras y tropos en que es encuadrado poticamente el presente se
pueden trazar algunas pautas: si la mirada de los colectivos en clave de lucha de las
diferencias poda asociarse, al albor de los ochenta, con el nfasis de las perspectivas
vanguardistas y esteticistas posmodernas en la fragmentariedad de los juegos de
lenguaje, en el multiculturalismo, en la pluralidad de las formas de vida, en el fin de losmetarrelatos y en la ausencia de totalizacin, por su parte, los movimientos sin, es
decir, sin tierra, sin techo, sin trabajo, indocumentados, etc. ya no cuadrarn
enteramente en la tonalidad ldica de este tipo de figuras basadas en la
desmultiplicacin de los pequeos relatos19
, ya que ponen de manifiesto dimensiones
traumticas de injusticia social y de exclusin poltica, en una tonalidad trgica que
expresa la acuciante desigualdad en gran escala, lo que genera, para decirlo en trminos
de E. Laclau, cadenas equivalenciales, de las que son ejemplos los reclamos de
igualdad a escala global. No es sorprendente, entonces, percibir, desde finales de los
noventa, y al interior mismo de las tradiciones marxista y pos-marxista de la filosofapoltica, que haba acompaado los movimientos de las minoras con sus reflexiones en
torno a la diferencia y la subjetivacin, un giro en favor de un nuevo vocabulario, como
la nocin de los sin parte en Jacques Rancire20, la nocin de Homo Sacer enAgamben
21 o la nocin de Multitud en Virno y en Negri22. En cualquiera de estos
casos, es perceptible un retorno a la idea de injusticia y privacin, no como partedefectiva de una promesa teleolgica, sino como registro de huellas y ruinas de otras
formas trgicas de lo poltico y de sus modos de subjetivacin, vinculadas a la
exclusin, y que ahora son reencontradas en la modernidad tarda. Es conocida la
filiacin que Rancire traza entre los proletarios romanos y los sinparte, o entre lasluchas delplethos y el demosateniense; tambin es sensible la matriz romana del homosacer en Agamben, o la matriz renacentista y spinozista de la nocin de multitud en
Paolo Virno, como una alternativa a la formacin nacional y soberanista depueblo.Se alternan as, en el marco de la postmodernidad, casi sin solucin decontinuidad, dos formas de accin colectiva post-revolucionaria y post-histrica: Las
luchas expresivas de las diferencias y las luchas de los excluidos por la justicia y la
igualdad. La idea de justicia, que flota as unida a la lucha contra la privacin, aparece
entretanto como un exceso respecto de lo dado, para emplear una expresin deDerrida
23, que permite verla no ya como un sistema reificado de derechos, sino como la
reaparicin de la praxis, disruptora de la poltica en el seno de un ordenamiento social
sedimentado. La idea de justicia, en este sentido, es siempre una apertura poltica, y
desarregla el juego de la gubernamentalidad como adaptacin, en sus formas
biopolticas o bioeconmicas. En este sentido, la justicia es portadora de lo que se
excede al mito; para Benjamin, es la apertura al mundo de la tragedia contra el mundode lo mitolgico, es decir, el mundo de Antgona contra el mundo codificado de la ley
instituida. Desde esta perspectiva, podemos sospechar que la justicia, como reclamo,
viene a clavar una cua trgica entre la tonalidad ldica de la postmodernidad y la
19Es sugerente en este sentido el provocativo ttulo que Eduardo Grner ha dado a uno de sus recientes
ensayos: El fin de los pequeas historias (vide E. Grner,El fin de las pequeas historias. De losestudios culturales al retorno (imposible) de lo trgico, Buenos Aires, Paids, 2002.20
Jacques Rancire,La Msentente. Politique et philosophie, Pars, Galile, 1995.21Giorgio Agamben,Homo SacerI: Il potere sovrano e la nuda vita, Torino, Einaudi, 1995.22Paolo Virno, Gramtica de la multitud, Buenos Aires, Colihue, 2003. Antonio Negri y Michael Hardt,
Multitude, Pars, 10/18, 2004.23Jacques Derrida, Force de Loi, Pars, Galile, 2005.
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tonalidad mtica y naturalista de la globalizacin y su gobernanza biopoltica. La justicia
hace as plausible una dimensin de la esperanza profana que no queda absorbida por
una teodicea del progreso automtico ni de de la salvacin ultraterrena. Esta suspende lo
vigente mediante el tropo trgico y conflictivo de una utopa concreta.
3.La utopa concreta (konkrete Utopie) no es para Bloch un ideal asintticamenteaproximable como la Ciudad de Diosde San Agustn o como todava podra serlo enKant lapaz cosmopilitatal como emerge de su tratado de 1784. No se trata de un telosinfinito que nos sirva como gua para la accin del modo en que en Kant la idea de
plan secreto de la naturaleza permite acomodar regulativamente la diversidad del
material histrico que segn Kant, sera solamente sonido y furia sin semejante telosregulativo. Es bastante claro que los juicios teleolgicos en el sentido del telosasinttico quedan afectados por la mordaz crtica contempornea de que vienen a
legitimar la violencia y el mal en la historia. Tampoco es la utopa concreta un
universal determinante al estilo de una teora bien ajustada de la justicia que funcionara
aqu como un juicio terico de alcance universal que permitira subsumir cada una de
las situaciones particulares dispares, del mismo modo en que un concepto cientfico de
alcance general se aplica a sus casos. No se trata en este sentido de una teora normativa
como puede serlo la teora rawlsiana de la justicia o la teora habermasiana de la
democracia deliberativa o de la situacin ideal de habla. Estos juicios universales
normativos podrn ser construcciones conceptuales perfectas pero no hacen ningn
honor al hecho de que el juicio prctico opera ya desde siempre en una situacin
particular que lo encuadra pudiendo generar situaciones normativas diametralmente
nuevas. En verdad la idea de utopa concreta nos parece funcionar en Bloch de un
modo que podemos aproximar con el juicio esttico, tal como lo comprende Kant en sutercera Crtica..
Cuando proferimos un juicio de belleza para juzgar una obra de arte, no
comprendemos segn Kant la belleza ni como una teora universal al estilo de las teoras
cientficas (juicio determinante) ni como un telosasinttico al estilo de una meta infinita(juicio teleolgico), sino que simplemente juzgamos la obra de arte particular a partir de
una idea reflexionante, es decir, una idea que lidia creativamente con la singularsima
situacin de dicha obra de arte solamente a partir de lo que Kant llamaba en su tercera
Crtica el sensus communis, es decir, un saber hermenutico que es de carcter a la vezabierto e interpretativo. Desde este punto de vista la belleza concreta implicada por el
juicio esttico no produce una idea de contenido necesario ni determinante aunque
pretende una cierta universalidad situada, a saber, que el juicio sea compartido por los
otros. Es este juicio esttico y no una teora de la belleza lo que hace posible siempresegn Kant la crtica de arte. Ahora bien, si trasladamos como hace Arendt el juicio
esttico a la poltica concreta, quiz podamos alcanzar una idea ms cabal de lo que
Bloch comprende por una utopa que funcionara en relacin a nuestra situacin de
planeta tierra como un telescopio, es decir, como una arma para criticar la situacin
concreta. No se trata ni de una utopa negativa, como la idea de destruccin planetaria o
de peligro apocalptico, que activara la crtica como responsabilidad (en el fondo lo que
hace Hans Jonas) ni de un ideal positivo asinttico como la escatologa agustiniana del
reino de Dios o de la salvacin en el Juicio final. Desde este punto de vista, la utopa
concreta es un elemento que es estructuralmente solidario de la crtica pero en el
sentido de una intervencin incisiva y singular desde la concrecin de caso. La igualdad
no queda por ende tropificada como juicio determinante ni como telos histrico sino
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como verificacin permanente en todas las escenas en las que irrumpe y se produceperformativamente.