Post on 11-Jul-2015
El día primero de la semana, María Magdalena vino muy de madrugada, cuando aún era de noche, al sepulcro, y vio quitada la piedra…
Corrió y vino a Simón Pedro y al otro discípulo a quien amaba Jesús y le dijo: Han tomado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Juan 20, 1-9
Tras la muerte de Jesús, los discípulos quedan abatidos y pasan momentos de duda y desolación. Se encierran en la casa.
Pero las mujeres salen: de madrugada, van al sepulcro a ungir el cuerpo del Maestro.
En aquel tiempo la
palabra de una
mujer apenas tenía
crédito.
Pero la fe cristiana
descansa en el
testimonio de unas
mujeres valientes.
María Magdalena,
la que fue
rescatada por
Cristo, es la
primera a quien se
aparece Jesús.
Lo reconoce
cuando él la llama
por su nombre:
¡María!
María conservaba una llamita en su interior. Todavía amaba.
Y esa luz creció hasta convertirse en sol, cuando Jesús le salió al encuentro.
¡Maestro!
Jesús le da una
misión: María se
convierte en apóstol
de los apóstoles.
Una mujer es la
primera en
comunicar la buena
nueva de la
resurrección.
Juan y Pedro corren al sepulcro. Juan, el
discípulo amado, «vio y creyó».
A partir de ese momento, sus vidas darán
un vuelco.
La resurrección de Cristo es la la roca
granítica que fundamenta la fe cristiana.
«Si Cristo no hubiera resucitado, vana
sería nuestra fe», dice san Pablo.
Gracias a Cristo, hoy podemos experimentar, ya en la tierra, una primera
vivencia de resurrección. Podemos paladear la eternidad. Dios es un Dios de
vivos…
En el Bautismo todos morimos y
resucitamos con Cristo.
Iniciamos, ya aquí, esa vida nueva que
no se acaba.
En la Eucaristía Jesús nos introduce en
la vida de Dios. Y en la liturgia pascual
celebramos esa Vida con mayúsculas.
Somos partícipes de esta experiencia.
Está vivo. No todo
se acaba en la
vulnerabilidad, en
la limitación, en la
levedad del ser.
No todo finaliza
con la muerte.
Cada encuentro
con Jesús es una
resurrección.
Hemos de ser
cristianos
pascuales. La
resurrección
debería
transformarnos e
inundar de luz
nuestro corazón
humano. Toda la
vida cambia…
No lo hemos visto,
pero tenemos la
certeza. Esta
experiencia pasa
por el corazón, no
se puede medir
científicamente.
Pero nos cambia,
como cambió a los
apóstoles.
Esta noticia no
puede dejarnos
igual.
Ha de dar un giro a
nuestra vida.
Dios nos brinda su
mayor regalo: una
vida nueva,
regenerada y
lavada del mal.
La muerte da paso a la vida. La oscuridad
se convierte en luz; el odio se transforma
en amor. De la noche pasamos a un día
iluminado por el Sol de Cristo.