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Sus padres, Lorenzo y María, lejos de oponerse a este deseo, facilitaron a su hijo el acceso al seminario. Un pariente suyo, el Presbítero Gaudencio Bianchi, que conocía la buena índole del niño, cuyo carácter él mismo había modelado, le obtuvo una beca en un colegio de Como, el colegio Gallio.

Inmediatamente se distinguió Luis por su bondad y su aplicación en los estudios. Era además muy piadoso y tenía una devoción especial a la Virgen Inmaculada. Muchos años después, uno de sus preceptores de disciplina daría de él este testimonio: “Era un San Luis Gonzaga”.

Sin embargo, Luisito extrañaba los atardeceres, los abetos, el torrente Rabbiosa, la nieve, las correrías con los amigos... y además, qué diferencia entre el calor de la familia y la helada disciplina del colegio. Nos lo cuenta él mismo: “Cuando, al acostarme la primera vez, no oí la dulce voz de mi madre, se me encogió el corazón. Comprendí que al pajarito del valle lo habían puesto en una jaula. Qué duro me resultó habituarme a una disciplina severa y, a veces, amenazante.”

Entre sus asistentes se contaba e l Seminar is ta Juan Baut is ta Scalabrini, que iba a ser luego el santo obispo de Placencia y fundador de la Congregac ión re l ig iosa de los Misioneros de San Carlos para los emigrantes italianos en las Américas. A pesar de la diferencia de edad, existía entre ambos tan gran afinidad espiritual que llegaron a quererse como hermanos.

EL ESTUDIANTE

Julio/Agosto/2014

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Una Pastoral de la salud con olor a

oveja