Post on 25-Jun-2015
EditorialIY ahora con ustedes, lectoras y lectores, la página nunca bien
ponderada pero siempre esmerada, la sección menos peleada,
la hoja peor utilizada: La Editorial
IIDesde que comenzaron con la revista, los editores habían
perdido el sueño. Por las noches llegaban los fantasmas de
los textos rechazados.
IIIEl cuento se llevaba siempre los aplausos, el poema las fe-
licitaciones; en cambio, pasaba siempre inadvertida nuestra
amiga La Editorial.
IVNadie leía sus textos, por eso le encargaron escribir La
Editorial.
VIYo voy a leer la editorial, nunca hablamos de escribirla.
VIY Dios dijo: serás independiente. Entonces los editores se
convirtieron en blogueros, caza recompensas, mercadólogos,
administradores, publicistas, impresores, artesanos y vende-
dores ambulantes.
Consejo editorial
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ÍndiceConsejo editorial
Alfonso Montoya, Alina Hernández (Denisse Navarro), Jaime Woolrich, Jorge Rubio, Kin Navarro Reza, Ulises Granados Chaparro, Svetlana P. Garza
Colaboradores deeste número
Diego Kochman, Jezreel Salazar, Livi Jazmín, Rey Fernando Vera García, Emilio B. Frosel, Christian Gaudí, Javier Pulido-Luna, Luis Flores, Mario Eduar-do Ángeles González, Tania S. Garay, José Quintero, Rodolfo Ruiz Vázquez, Camile Hutt, Franz Calderón.
Diseño gráfi coMaría José Farías Barbamajo.farias.plastica@gmail.com
Ilustración Portada: Alexis Noel RodriguezCuatrolinografi a sobre manta1.20x70 75x75
Interiores: Gonzalo FontanoGimena RomeroCrexmaniak www.myspace.com/puzz_comix
Curadora de Fosfenos Amanda Ortíz Garza
Documentos de licitud en trámite
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Fuego cruzadoDiego Kochman
“¡Fuego!” Solicitó la dama con un cigarrillo entre sus dedos.
“¡Fuego!” Gritó el hombre al ver cómo se incendiaba su casa.
“¡Fuego!” Ordenó el capitán al pelotón de fusilamiento.
Sucedió que la dama murió acribillada a balazos en su sui-
te privada, el hombre miró estupefacto como le acercaban
un encendedor frente a las cenizas de su casa y un baldazo
de agua empapó al capitán ante las carcajadas de sus sol-
dados. Resulta que la amada del escritor de este cuento se
marchó para siempre, y fue en ese estado de absoluta per-
turbación cuando aparecieron los finales de estas historias.
ColaboradoresDiego Kochman
… y en esta extensa pradera descansan los valien-
tes que le permitieron a Guillermo Tell adquirir
la experiencia sufi ciente para poder presentar su
espectáculo en público. Ilust
raci
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no
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Evocación de CaínJezreel Salazar
Durante años he mantenido el secreto. Escribo a la espe-
ra de los últimos instantes con la irreprimible urgencia de
testimoniar lo acontecido. No creo en el arrepentimiento.
Llevé una vida dichosa y plagada de satisfacciones. En cierta
época conocí el goce y los excesos; no viajé por el mundo pero
miré un atardecer iluminado por luciérnagas. De algún modo
aprendí la riqueza de los malentendidos (disfrutaba irrumpir
a la mitad de una conversación, escuchar cierta frase y derivar
conclusiones exageradas). También sufrí la humillación y el
íntimo dolor de la cólera. Tuve miedo a la complacencia y
siempre me pareció un desvarío no mirar dos veces a una
mujer que portara vestidos largos o pecas. Como mi abuelo,
comprendí la importancia de recobrar el signifi cado de la
prudencia y de mi linaje. No puedo quejarme de mis ante-
cesores, destinados a abrirse paso mediante golpes muchas
veces insensatos. Viví con la convicción de que las verdades de
la sangre eran inquebrantables y durarían más que cualquier
pasión efímera. En esto me equivoqué. Asesiné a mi hermano
acaso por aquella mujer. Todo fue un vértigo irrepetible y ya
inalterable. La memoria es un disfraz rencoroso o , en todo
caso, un eufemismo: nos devuelve el retrato de alguien que no
somos, bosqueja en el espejo la máscara que nos permite creer
que algo fuimos. Así recuerdo a la distancia mi vida como
un prolongado impasse: fue habitar unos corchetes. Estuve
en un tiempo fuera del tiempo. Algo similar a cultivar un
vacío. Sólo me queda esperar la llegada de mi hora. No habrá
castigo. El temor de morir proviene del miedo a que la vida
se extienda para siempre.Ilustración : Gonzalo Fontano
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La señorita anectodariaLivi Jazmín
Algunos acuden a ella debido a su falta de tiempo pues pasan
el día entero en esos edifi cios de cristal y espejo, majestuosos,
pero en cuyo interior sólo ocurren historias color ceniza.
En ocasiones llegan con anécdotas carentes de gracia o de
suspenso, entonces ella añade algunos elementos, suprime
otros, realiza pequeñas pero sustanciales modifi caciones; por
ejemplo, añade el ofi cio de gángster a una vecina o el de
egiptólogo a un tendero. Otras veces los clientes descartan
completamente sus anécdotas por considerarlas demasiado
sosas, de modo que hay que escribirlo todo: personajes, lu-
gares, acontecimientos; en esos casos ella no cobra más, sino
que rebaja el precio (ya módico de por sí) pues le complace
trabajar con libertad. Por fortuna, casi todos vuelven sa-
tisfechos a sus ofi cinas donde leen el papel, lo doblan, lo
desdoblan, vuelven a leerlo y fi nalmente guardan en una
gaveta las anécdotas compradas. Llegan los días estivales,
que es el tiempo en que ellos viajan. Entonces sacan el papel
de la gaveta, lo repasan, lo llevan consigo y una vez lejos de
su ciudad comienzan a hablar sobre aparecidos en almenas,
fi estas sobre barcos, duelos con armas inverosímiles, roman-
ces de cantina. Y cuentan el avistamiento de dos lunas, o de
brujas en medio de tinieblas. Y narran las tardes en veredas
con casas de teja color carmelita, fl ores y duendes que trenzan
el cabello de los niños mientras duermen.Ilustración : Gonzalo Fontano
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Un día cualquiera uno toma un avión
hacia ningún sitio. He pensado mucho
en la gente que conoce los aviones de
vista y los mienta todavía como seres fantásticos
que, cuando se ven, es necesario sacar cámaras
de fotos y decirle a los hijos “mira el avión el
avión” para que los niños se maravillen con
esos artefactos. Me ha tocado conocer a otros
que simplemente al escuchar el estruendo
de los motores se persignan o lanzan alguna
maldición; incluso ha habido caso de aquellos
que se han construido lanzas especiales para
arrojárselas, aún más, yo conocí a un famoso
cazador de aviones que iba de pueblo en pueblo
y de ciudad en ciudad ofreciendo sus servicios
montado en un pobre burro viejo derribando
aviones. Nunca he visto caer alguno, pero mi
padre me decía que en su época todo era más
fácil. No sé a qué se refería, pero seguramente
en su época, las aviones simplemente alzaban
el vuelo para caer unos metros adelante.
En defi nitiva imagino a las personas que
nunca se han subido a un avión. Cuando lo
hice por primera vez, me decepcioné un poco.
Nada fue como lo hube imaginado. Las aza-
fatas no eran lindas y no se dieron encuentros
casuales que cambiaran mi vida. Y si el avión
cayó, porque se derrumbó en pleno vuelo y
vino a dar a esta inútil isla, el acontecimiento
fue de lo más simple. Algunas personas sus-
piraron y otras de plano se dieron la vuelta
sobre sus asientos y esperaron con calma.
Naturalmente, el único sobreviviente fui yo,
era de esperarse. Cómo sucedió, no parece
La islaRey Fernando Vera García
a Mónica González Díaz
Allí donde se encuentre tu tesoro, estará también tu corazón.
San Mateo, 6:19
Ilustrado por Crexmaniak
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tener importancia; hubo una turbulencia es-
porádica y después yo estaba quitándome el
cinturón de seguridad y bajando con calma de
los pedazos de avión restantes a una soleada
y desenfadada isla perdida. Había trozos de
gente por todas partes: piernas, brazos, cade-
ras, tripas y cabezas aún con el gesto de ¡caray,
el avión se cayó!
Un acontecimiento así pudo haber sido
trascendental. No siempre caen aviones a la
mitad de la nada. Yo incluso llegué a pensar
en su funesta solemnidad gravitacional pero
rápidamente me despojé de tan absurdos e
inútiles pensamientos.
A diferencia de lo que se ve en las pelícu-
las, en una isla de buenas a primeras uno no
se convierte en Robinsón Crusoe ni aprende
de los animales y mucho menos logra comér-
selos. Ya quisiera atrapar a un escurridizo pez.
Tampoco logré hacerme de una simpática ca-
sita de palmeras ni di con alguna confortable
caverna. Así que me metí entre la chatarra del
avión que aún conservaba dos o tres asientos
mullidos y tapizados y un poco de comida que
se echó a perder en pocos días.
¿Qué se supone que deba hacer uno solo en
una isla desierta? Sobrevivir, quizá resulte de-
masiado sencillo; aún así lo hice, aunque debo
anotar que sin mucho gusto y sin verle lo ne-
cesario. Así, me comí primero los desperdicios
del avión. Y cuando ya no había más, me comí
los restos todavía buenos de mis compañeros
de vuelo y cuando me los hube terminado, co-
mencé a comerme el avión mismo. Sólo dejé
dos o tres láminas para cubrirme.
Una tarde mientras intentaba convencer a
un cangrejo de la nobleza del suicidio, se me
vino a la mente la idea de comenzar a rezar. No
lo había hecho desde hacía mucho y el escena-
rio era el idóneo. Despedí de un puntapié a mi
necio amigo crustáceo. Me eché de rodillas y
comencé a pedir porque después de todo orar no
es más que pedir y Dios debe ser el más grande
dispensador. Pero entre los formulismos ma-
lintencionados y las ruinosidades retóricas, caí
en cuenta que después de todo no había nada
que pedir, ni para qué orar. Así que me regresé
a mi avión e invité a otro cangrejo a charlar
conmigo. Platicamos un buen rato acerca de lo
que era el tiempo. Y mi amigo levantaba una
tenaza gorda cuando estaba de acuerdo y una
chica cuando no lo estaba. Así, ambos discutía-
mos acaloradamente. Yo me quebré la cabeza
intentando convencerlo de la inexistencia del
presente y la realidad sustancial del pasado; él
simplemente se quebró de aburrimiento y de su
concha rota salieron diminutos cangrejos que se
desperdigaron sobre la arena entre risas.
Las noches han sido buenas. A veces llo-
ro, algo me hierve dentro del pecho como una
llama negra y pienso en un nombre insustan-
cial y verde. Qué será. Por las mañanas, me
espera otro cangrejo y yo le cuento de lo inútil
que es el hombre estando solo; él me mira con
sus ojos de canica y chapucea por su hocico
poligonal alguna burla marina en mi contra.
Pero aun así le continúo hablando.
Habían pasado muchos meses desde que
devoré a mis compañeros. Y quise aprender a
cazar. Y cacé algunas piedras que en las islas,
en realidad, no son abundantes. Me las comí,
tomé un poco de agua de mar y me eché a
dormir. Para entonces el viento había picado
la techumbre que me hiciera con las últimas
láminas del avión, así que no tenía de otra salida
que enterrarme sobre la arena y dormir.
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Un día apareció un barco. Le hice señas
desesperadas sin motivo alguno. Enviaron
una barca por mí. Al llegar a la cubierta, un
sombrío capitán se me acercó cacareando un
discurso incomprensible. Bienvenido al cru-
cero suicida, dijo. Y dio orden a un grumete
de que me condujera a una habitación vacía.
Y allí me quedé, hasta que en la noche, el
sombrío capitán comenzó a decir, sin más y
sin aviso ni cortesía, que en mi situación el
pensaría en escoger alguno de los paquetes
que ofrecía el crucero. Comprendí entonces
que su benevolencia, que nunca pedí pues ya
he dicho que no sé cuál fue la razón de haber
llamado al barco, había sido una treta para
venderme algo. Tomé mi persona, me eché
al mar y regresé a mi isla donde ya me espe-
raban mis amigos cangrejos con las tenazas
abiertas.
Desde la última vez que pasó el crucero
cerca de la isla han ido apareciendo nuevas
oportunidades de rescate. Han llegado heli-
cópteros, submarinos, incluso unos astronautas
me vieron desde la luna hablar con un can-
grejo. Pidieron que se mandara un explorador
espacial por mí. Pero yo me negué. Me había
acostumbrado a mi condición y cuando los
primeros cartógrafos me pidieron que reconsi-
derara mi reintegración a la vida civilizada, yo
dije “no quiero”. Después llegaron ingenieros
civiles y me ofrecieron un auto, pues cons-
truirían un puente que uniría China con mi
Isla. Yo les dije “¡no quiero!”. Luego vinieron
los camiones y construyeron unos aeropuertos
y casas, gente de muy lejos llegó y yo seguí
inamovible en mi pedazo de playa. Lo que me
dolió fue que una mañana no estaba ningún
cangrejo, todos habían ido a trabajar a las
fábricas traídas por los camiones que llega-
ron por el puente que hicieron los ingenieros
civiles a partir de las lecturas cartográfi cas
de los primeros cartógrafos. Se habían ido a
trabajar y no los vi más. Entonces comprendí
que estaba solo, que era un náufrago impo-
tente, varado y solo. Me acerqué a la playa,
llevando en el pecho una llama negra y un
nombre insustancial y verde para hacer señas
desesperadas al horizonte con la esperanza de
que algún barco ocasional pasara y me sacara
de esta soledad.
Verano, 2009
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Hacía tanto frío que era obvio que llora-
se. Ha muerto. Un paro cardíaco, un
pulmón condenado a ser una colmena
de microbios, un montón de frío rondándole
de cerca. Carajo, esta noche no hay nada que
caliente las manos. Se había abandonado a las
miradas curiosas e hipócritas, al golpe sordo del
silencio en el rostro, al antiguo juego de reco-
nocer por su voz a los familiares perdidos hace
años y al lacónico desfi le de las horas cuando se
está frente a un muerto. Pero ahora estaba libre,
afuera, solo en la vieja casa de heno.
El lugar estaba hecho una pocilga; paja,
aserrín y polvo se estiraban sin remedio en los
cuartos; había alimento podrido y rutas de mi-
núsculos objetos que alguna vez reunidos con-
formaron radios, escobas, juguetes, enrejados.
Recordó los días en que venía a ese mismo lugar
a alimentar guajolotes y gallinas, a levantar ra-
tones envenenados de sus desatinadas y groseras
tumbas, a regar por fuera el alpiste para ver el
descenso de las aves. Casi podía oírlas descen-
der ahora en el cuarto contiguo. Encontró una
foto bajo una lápida de aserrín. Ahí estaba su
padre, cuando era muy joven, colmado ya desde
entonces de su reconocible y pulcra elegancia y
a su lado el mítico general “Miguel Mendoza,
derecho con los amigos, derecho con los enemi-
gos”, recitaba alegre buscando alcanzar el tono
ya perdido que daba su padre.
Escuchaba un crujir continuo en el cuarto
de al lado, como de algún objeto que, a pesar
de los años, siguiera en movimiento. Era algo
tan extraño que no pudo resistirse y se acercó
pausadamente. Cuando entró se percató de su
error: el cuarto no tenía electricidad, debía tener
tanto tiempo cerrado que quizá viudas negras
y un grupo más o menos numeroso de ratas lo
hubieran hecho su morada para aprovechar lo
poco de valor que aún quedase. Se rasgó la rodi-
AguardienteEmilio B. Frosel Ilustrado por Crexmaniak
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lla con algún objeto pesado. Si eran ratas, con la
limitada iluminación, no había manera de darles
alcance. Si era otra cosa, que podría ir desde un
gato hasta un tejón hambriento o un tlacuache,
no era tampoco la hora de intentar correrlo de
la habitación. Quién sabe si no tendría ya crías.
Fastidiado por tales conjeturas, emprendió el
regreso, cuando escuchó claramente reproducirse
el mismo sonido esta vez en el cuarto principal,
que recién había dejado. Bien sabía que el frío
es una bestia que palpita y toma posesión sin
permiso, pero esta vez había más que sólo frío.
Se acercó y el ruido se fue haciendo inex-
plicablemente más intenso. Oía caer vasos, el
azotar de la puerta y un golpeteo insistente en
las paredes. Jaime siguió avanzando pero se
detuvo en seco, sorprendido por el tamaño de
las sombras que revoloteaban sobre el fi lo de
luz de la puerta entrecerrada. Alguien abrió
de golpe. Jaime se escondió tan rápido como
le fue posible detrás de unas cajas. Poco le
importaba ya que a su lado pudiera haber una
madriguera de ratas o un insecto ponzoñoso.
Ya lo único que escuchaba en ese momento
eran los alaridos y el remover de objetos de
fi eras de los recién llegados. Algo lo sujetó de
una pierna y lo jaló con fuerza; él se sujetó del
tubo del lavabo. Sólo escuchaba su nombre,
“Jaime, Jaime”, que era como una pesadilla.
Lo sacaron. Jaime quedó entonces de frente
a su padre, muerto hace años.
–¿Qué pasó, ya no vienes a saludar a tu pa-
dre?– le gritó. Había otro detrás de él, que daba
voces bajas e incomprensibles. Jaime se levantó
de un solo impulso y echó a correr. Se escondió
en el viejo gallinero y lloró mientras insistente-
mente oía afuera que lo llamaban por su nom-
bre. Jaime, Jaime. Se aferró a algo y comenzó
a rezar. Sentía un objeto, ligero y cálido en sus
manos. Era una botella vacía de vidrio. Dentro
tenía sólo un horrible muñeco que representaba
a la muerte. En ese mismo momento volvieron
a sujetarlo.
–¡Están muertos, están muertos! –gritaba
suplicando a los que lo jalaban.
–¡No andamos muertos, sólo andamos de
parranda! –parafraseó su padre. –¿Hay alguna
manera de hacerte salir de ahí? ¡Ah, muy bien
si así lo quieres! ¡Soy tu padre y te ordeno que
enfrentes a la muerte!
Había dos personas muertas frente suyo. Ya
no intentaban sacarlo, sólo estaban ahí, aguar-
dando a que saliera. Reían y contaban toda
suerte de bromas mientras Jaime permanecía
todavía inclinado en una de las esquinas del
viejo gallinero. Rezó varios padres nuestros con
la botella en las manos. Se fue tranquilizando
poco a poco y salió.
–¡Chupa, hijo mío! –Le dijo su padre, vuelto
loco de la risa, mientras le servía un trago.
Regresaron a la habitación principal y se
sentaron los cuatro: el general Mendoza, Mario
(padre de Jaime), él mismo, que no bebía pero
igual estaba ahí con su trago, y la muerte, recli-
nada, a gusto, en su botella de vidrio. Su padre
prácticamente no podía mantenerse sentado,
como si fuera presa de una terrible fi ebre y se
levantaba a rodear al grupo, a treparse de algún
viejo anaquel y tirar papeles viejos, a colgar las
manos de alguna de las vigas de madera y hacer
barras con ella. El general, en cambio, no se
movía en absoluto, lo cual parecía más propio de
un muerto. Babeaba ligeramente y dejaba caer
de forma penosa la cabeza, como un péndulo
descompuesto sobre el pecho.
–¿Es cierto que murió traicionado por su
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propia gente? –preguntaba apenas pero ya mu-
cho más tranquilo Jaime.
–No hay nada que no sea cierto en su mito
–decía su padre, hablando con bastante esfuerzo
mientras hacía una barra –Tiene más… fortu-
na… muerto… que vivo. Pero que nos hable él
en persona, es una bestia cuando habla –se bajó
fi nalmente Mario de la viga, se acercó a su com-
pañero y lo zarandeó impetuosamente, exigién-
dole les relatara su historia. El general respondía
dando voces bajas y notablemente incomprensi-
bles. Finalmente acabó recuperándose.
–General –Jaime hablaba cuidando sus
palabras, con preocupación visible. –¿Cómo es
estar muerto?
–La muerteeee… es derecha con los amigos
y derecha con los enemigos –concluyó, poniendo
en el suelo su vaso, rotundo.
–Tiene toda la razón –secundó enérgico
Mario–. No hay nada qué temer, temer es para
los vivos. Yo, personalmente, lo digo como tu
padre que soy y perdónamelo de antemano, me
siento más feliz muerto que vivo; siento que des-
perdicié mucho mi tiempo; ojalá pronto viniera
tu madre a acompañarme. No hay por qué cul-
parla, siempre fue más lenta para todo. Témela
a ella, no me temas a mí, que estoy muerto. La
muerte es una calaverita de dulce, mírala, ahí
está.
–No es de dulce, es de papel maché –con-
cluyó el general dejando caer su vaso sobre el
suelo, rotundo.
–Para quien te pregunte, dile que es dul-
ce. Que es como emborracharse. –Jaime ins-
tintivamente alejó su vaso. –Sí, mientras más
tiempo llevas muerto más borracho te sientes.
¡Mira a Mendoza! Ya festejó su medio siglo de
muerto. –Mario volvió a llenar los tres vasos de
aguardiente y el general, que parecía en todo lo
demás un muerto común y corriente, levantó
la mano y después de brindar dejó su vaso de
plástico vacío.
Jaime se quedó mirando a la muerte que
le sonreía a un costado, frágil como una niña
reina que no sabe de su destino en su pequeño
envase de vidrio y, fi nalmente, fue alegrándose.
Levantaron a Mendoza y organizaron una ca-
cería de ratones. Buscaron en todos los cuartos
pero en vano. Ya no parecía tan descuidada la
casa. De hecho encontraba objetos que nunca
antes había visto. Mario decía que ellos, al estar
muertos, “no podían ver a lo vivo como lo vivo
con lo muerto y lo vivo con lo vivo y lo muer-
to con lo muerto”. –Pero yo no estoy muerto
–decía Jaime. –Deberías, es una aventura fas-
cinante –le respondía muy serio su padre.
Se pusieron entonces a descabezar muñe-
cos. Así se entrenaban los generales en el cielo,
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aseguraba Mendoza. Eran demasiado duros
para las arpas y los villancicos, aseguraba, serio
y rotundo. Inevitablemente empezaron a pro-
barle diminuta ropa al muñeco de la muerte. Le
consiguieron un bebé sin cabeza como lazarillo,
un fórmula 1, suéteres y demás lencería ajustada
de Ken y overalls de Roger Rabbit.
Siguieron bebiendo. Con pintura de pare-
des le hicieron bigotes y shorts y prosiguieron
a confi gurarle un avión de papel que llevaba
dibujada las fi rmas de los tres integrantes, pa-
sajero, copiloto y aeromozo, así como un muy
escueto diseño de su propio rostro, sólo un cír-
culo con ojos y labios sonrientes. Ellos mismos
terminaron pintándose. Se hicieron cuencas
alrededor de los ojos, se delinearon las falanges
en los dedos y los dientes en los labios; Mario
le regresó también su magnífi co mostacho al
general, que, según contaban, debía rasurarse
porque es ley que en el cielo todos menos El
Señor anden lampiños.
Para cuando se terminaron el alcohol el
padre de Jaime procuraba un zapateado ruso
sobre la ya de por sí vapuleada mesa de madera
y aseguraba que convertirse en un fantasma era
lo mejor que le había pasado; que cómo no nació
muerto, tanto que se hubiera evitado.
–Pero, ¿no crees papá que cuando cumplas
tu condena vas a dejar de ser fantasma?
–Sí, hijo, pero Dios quiera que mi condena
sea inmensa y terrible.
– ¿Y cuántos más estarán muertos, padre?
–La última cuenta iba arriba del 90% del
pueblo –decía riendo Mendoza panza arriba en
el suelo.
Decidieron salir a visitarlos. No les vendría
mal pegarle un buen susto a alguien. El rui-
do que proferían con sus canciones y silbidos
cruzaba la soledad entera del poblado. No se
detuvieron tampoco ante la idea de disfrazarse;
se pusieron viejos vestidos raídos y sombreros
que se completaban con sus caras llenas de mal-
trechos dibujos a imitación de la muerte. Jaime
se imaginaba dentro de la botella con su muerte
prendida al brazo. Se deslizaba sobre el empe-
drado al ritmo de Sobre las olas. Sentía caer arroz
y confeti en su cabeza y a los costados. Frente
a ellos había una casa. Coros de Iglesia y una
música nada reconfortante se empezaba tam-
bién a escuchar conforme se acercaba. Había,
no obstante, una presencia hermosa que rodeaba
todo aquello. Jaime decía que traía a la muerte
cerca porque le daba buena espina. Le deseó en
silencio unas largas trenzas, un vestido blanco,
unos labios delgados y le sonrió.
Llegaron fi nalmente a la casa. Estaba la
puerta entreabierta. Al entrar, Mendoza y
Mario se toparon con un nutrido grupo de gente
todavía despierta, que volteó instantáneamente.
Los muchachos se quedaron quietos. Se acercó
una señora pálida y delgada, con un reboso.
–¿Qué es esto, David, qué locuras estabas
haciendo, dónde estaban? –la señora levantó la
voz y su tono era amenazante. Ellos seguían
quietos.
–Con Jaime –David recibió una cachetada.
La gente murmuraba insultante y hosca. La se-
ñora, su madre, se alejó sollozando. Ellos empe-
zaron a caminar al fondo de la sala mientras los
demás iban quedándose en silencio. En el fondo
de la estancia vieron a cuatro personas de pie
en el centro. Algunos lloraban. Mientras más
se acercaban, iban distinguiendo una mesita
colocada del otro lado al que ellos se dirigían.
Alcanzaron por fin a ver encima la botella,
una calavera de papel maché, sonriente y no un
hombre, todavía un muchacho que pareciera
soñar en algo bueno y sonríe, dentro del ataúd.
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Escribo en el pasado y también me hallo
en el presente, estamos todos juntos en la
mesa, sentados. Alguno desea salir por
esa puerta blanca con un par de envases en las
manos y regresar, después de una escueta ca-
minata, con las botellas llenas para tomarlas y
platicar los temas infi nitos de siempre y escuchar
música impuesta por cualquiera, en lugar de leer
esto; yo quiero lo mismo pero no puedo, por-
que escribo y es imposible adelantar las horas;
tampoco puedo ahora, en el presente, porque
yo soy el pobre que está leyendo. Otros vienen
con un afán distinto, quizá el de aprovechar ese
par de horas que tienen libres para sentir que
no pierden el tiempo, que lo aprovechan, sólo
ustedes saben cómo. Mientras tanto, tiemblo y
deseo adivinar lo que piensan, lo que entienden,
si es que algo hay de eso. Temo a sus lenguas.
Equivoco un par de veces la lectura, tropie-
zo, repito dos palabras, me doy cuenta que una
coma está mal puesta. Los errores se esconden
de mi vista para saltar justo en este momento,
esos malditos se hacen furtivos sólo para aver-
gonzarme, para hacerme sentir un verdadero
estúpido. Las frases continúan y sus cabezas se
llenan de espacio, a mi ritmo, con la narración
intrascendente, de la misma forma en que la hoja
blanca se va llenando con letras, con hormigas
que se forman en fi la cuando las escribo. Alzaré
la cara para tratar de adivinar lo que piensan.
Sólo malas señales. Espero que el sudor de
mis axilas no aumente. Aunque sea el presen-
te y aquí me escuchen y me sientan, también
estoy en el pasado mientras redacto para esta
ocasión próxima, para el ahora venidero; en
ambos tiempos estoy atrapado mientras trato
de interpretar el futuro, de adivinarlo. Con esto
me sorprendo en una especie de limbo y toda-
vía no sé si los alcanzo a ustedes porque quizá
también los haya perdido. Ojalá me escuchen
Miércoles Christian Gaudí Ilustrado por Crexmaniak
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y puedan responderme: ¿En qué tiempo me
encuentran?
La respuesta no importa tanto, porque el
tiempo siempre cambia y lo único que perma-
nece es el ahora, porque “siempre es hoy”.
Tengo miedo porque algunos vendrán
sobre mí, saltarán como fi eras sobre mi carne
y entre ustedes pelearán por rebanar el mejor
pedazo, por hacer la mejor burla y por airear
mis huesos. Ya mataron algunas de mis hor-
migas con sus plumas, las aplastaron convir-
tiéndolas en manchones negros, les sacaron las
entrañas al apretarlas con puntas, con tinta,
con sus dedos. Entiendo que seguirán hacien-
do más borrones y convertirán, muy pronto,
el papel en vasto cementerio y que ésta ya no
será sólo una vil copia. Espero que al menos
dos ya hayan dibujado en los márgenes blancos
con esos trazos barrocos que usan siempre y
que hayan construido un mejor sepulcro, todo
orlado, en donde no sé qué entierran: ¿a las
hormigas, ideas o a mí?
Siempre hay fi suras, no importa qué haga
para evitarlo, siempre encontrarán errores.
Desde este lugar (atrás en el tiempo) puedo
escucharlos y sentir que todo se desquebraja,
que se cae; ustedes, no conformes con asesinar,
provocan un temblor para tirar todo aquello
que sigue en pie. Destruyen, vienen armados
con gramática, con estética, con prejuicios y
glosolalia.
Soy un paranoico, no miro otra cosa en los
carros astrales más que tribulación. Les pido
que si no fumo, me alcancen un cigarrillo. Sí,
denme cáncer; no se aburran, sé que cada pá-
rrafo podría ser el fi nal y que toda la cosa se
podría acabar con este punto.
No, continuaré un poco más, soy auto-
complaciente y me gusta estar atrapado aquí;
estoy pero no sé en dónde, la duda nace con las
alternativas: ahora que leo y fumo; antes, en
donde escribo titubeando y, aquél el lugar en
que me pienso, ahí donde me adivino.
Bueno, tienen razón, debo terminar, deja-
ré de ser sombra (silueta que dibuja las paredes
con mi contorno). Se alivian, viene el incómo-
do silencio, ese que al mismo tiempo es fugaz y
a la vez perenne y después de él, la destrucción
total. Mientras sus ojos se despegan, poco a
poco, dejo el tiempo y vuelvo a mi carne. Ya
es hora: Silencio.
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Visitación de NezahualcóyotlJavier Pulido-Luna
Amo la lengua: pájaro
de más de cuatrocientas bocas.
Ilustración : Gimena Romero
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Morena rubia o transparenteJavier Pulido-Luna
Morena rubia o transparente
lo que menos importa
son los zapatos.
Sé que tienen la piedad
y la ternura a fl or de manos
sé que mueren a veces
a brazos vacíos
suspendidas de un aliento que entonces
se edifi ca en otra boca.
Cuánto habré sufrido ayer
de verlas caer en cama de abandono. Pasión y gramaticalidadJavier Pulido-Luna
Anduvimos
amándonos
en toda la extensión del gerundio.
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Lo llamamos MarJavier Pulido-Luna
Lo llamamos Mar pero no viene
emprende siempre primeros pasos
pero el repliegue de sus aguas
lo devuelve al sitio donde yace
vivo como un fruto que madura
su cristalina pulpa azul
sus innúmeras semillas peces.
Lo morderá la costa cualquier tarde
fermentará de barcos
lo morderá la costa cualquier tarde.
Ilustración : Gimena Romero
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Soneto a contrarrimaLuis Flores
Amor, agrediré cada palabra
porque tengo una torrencial urgencia
de romper este pésimo silencia
y exigir tu fi gura y tu mirabra.
Antes pacientemente me guardabra
los ruiditos, la voz, la murmurencia,
pero no conseguí tu cercanencia
sino la soledad más despiadabra.
Por eso, a pleno amor, a pleno aire,
a plena maldición de Baudelaire,
con gritos y con hígado te evoco.
Oh, mira, estoy urgente y doloroco,
ven ya porque después será muy taire
y besa la sequía de mi boco.
ProfesiónLuis Flores
No vamos al zoológico ni al cine,
no vamos al museo ni a la playa,
no vamos al hotel ni mucho menos
al mundo construido de oro y mármol;
salimos a las calles, ella es dulce,
vendemos pan, es toda la poesía,
las calles están sucias, ella es dulce,
el mundo es elegantemente amargo,
es toda la poesía,
vendemos pan
y es dulce.
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AcasoLuis Flores
Si el amor, vaso de vidrio, se nos cae;
si, niño en el mercado, se nos pierde;
si, cáscara o jabón, se nos resbala;
si se nos va, tren sin permiso;
si se nos, cicatriz, desprende ahora;
si se, llaves de la casa, nos olvida;
o si, rana que se asusta, se nos salta.
¿En dónde quedará noviembre en besos?
¿En dónde se desvió la eternidad?
¡En dónde, amor tamaño, nos morimos!
Entonces, un segundo,
un segundo de ventaja
pedir al desamor,
o mucho menos,
que el amor en un segundo
nos meterá en su siempre
para de pronto entrar,
para de nuevo.
Ilustración : Gimena Romero
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De nuevo
que cuando no se vuelven vino,
se hacen pasas;
lo hacemos porque está, qué triste, hecho
un cascajo repartido
en rutinas, problemas, calendarios;
ya se le han levantado algunas láminas,
ya no sabe morder o pellizcar,
ya no está gordito, provechoso,
ya no electrocutante, largo, tenso;
¿o se pulverizó?, ¡se ha deshinchado!
Quizá sólo se trate de una crisis,
acaso exagerada, diminuta,
pero hacemos el amor,
pero lo hacemos
porque yo lo siento aguado,
porque ya desde hace un mes
se nos vienen cayendo
las piedritas.
Hacemos el amor,
¿no estaba hecho?
No, no estaba hecho ya,
no estaba allí desde el inicio
de todas las especies, las matanzas;
no estaba allí, corriente, devorante,
ancho como la sed, como un estómago;
lo hacemos porque acaso se deshizo,
se descarapeló terriblemente
por sus enfermedades, su carencia
de furias, laberintos, moretones;
hacemos el amor
¿por qué lo hacemos?,
porque se nos desvió la eternidad,
porque no,
no estaba allí para tomarlo
con un jarrón, un beso, una idiotez;
le pasó lo que a las uvas
Luis Flores
Ilust
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Esto me pasa por ponerme atenciónMario Eduardo Ángeles González
Cada vez
Que me siento
Me siento más
De fortuna
Desafortunado
Y
Cada vez
Más capacitado
Por mis propias discapacidades
Vivo con un pie
De fuera
Y no soy cojo por gusto
Tengo una
Memoria alborotada
Que le reclama
Sus cosas a la conciencia
Y que me pone
Chinito el corazón
Me dan brincos en la piel
Y dolores en la nuca
Soy de hiel irritada
Falsedades en la sonrisa
Y demostraciones vanas
Me le voy de frente
A todo
Y
Me voy yendo
Me voy yendo
Solo
Pero sin prisas
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Me he descubierto y me dio miedoMario Eduardo Ángeles González
He descubierto
Que tengo miedo
Me tengo miedo
Y que le tengo
Miedo a mi miedo
Me tengo los nervios
Deshechos
El colon me agita
Los sesos me sudan
Me revuelve la ansiedad
La angustia me tiembla
Y se me suelta el corazón
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El he estado de derechoMario Eduardo Ángeles González
He estado en estados lamentables
Rellenándome la astucia
De pura cosa bonita
He estado en el sin quehacer
Y dejado que me hagan de todo
He estado vacío
He estado consciente
He estado sin estado
Y nadie se dio cuenta
Ilustración : Gimena Romero
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La vida rozaMario Eduardo Ángeles González
Una vida se puede
Acabar con el alcohol
Cuando le llega
El abandono
Se puede construir
Con delicadeza
Cuando no se tiene
Mejor quehacer
Se puede lucir
Con disimulo
En el mejor de
Los casos
Y
Afortunadamente
Se puede
Prescindir de ella
Contra su propia
Voluntad
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Alexis Noel Rodriguez Aguaaaaas xilografía sobre manta
2.00 x 1.20
Alexis Noel Rodriguez Guíaacrílico sobre tela
1.10 x 70
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Alexis Noel Rodriguez Siempre esperando... xilografía sobre manta
2.20 x 80 cm
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Alexis Noel Rodríguez Seislinografía sobre manta
10 x 25 cm
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Para todos los freaks: el retorno de BubaTania S. Garay
En este año que termina dejando atrás acontecimientos horrorosos que no
mencionaré ahora (para eso están los noticieros), gracias a una serie de casuali-
dades absurdas, asistí al Primer Encuentro de Edición Gráfi ca Independiente
Historietas 3.0 en el Centro Cultural España y me llevé una grata sorpresa
al tropezar con el libro de poesía del desaparecido José Quintero y su inse-
parable compañera Buba, llamado Flor de Adrenalina. Para los que no saben
o están muy pollitos para recordarlo, es un artista de culto 100% chilango,
con estudios en dibujo publicitario y fi losofía, preocupado por la política y
la cultura en México. Es miembro fundador de la revista Gallito
Comix y su personaje más conocido es Buba, historieta aparecida
por primera vez en La Jornada en 1989 . El Taller
del Perro publicó una compilación en 1998,
posteriormente, reeditada y publicada por
la editorial Vid.
Flor de Adrenalina (2009)
fue publicado por Resistencia,
editorial dedicada a la publi-
cación de proyectos que no
tienen espacio en grandes
editoriales, tanto de poe-
sía como de narrativa,
acompañados de propues-
tas plásticas; de esta manera la
editorial ha construido un con-
cepto literario-plástico de libros.
Reseña
Ilustrado por José Quintero
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Lo interesante de su propuesta es la originalidad de las obras impresas, ya
que crea una hermandad entre la literatura y el diseño gráfi co, dando como
resultado publicaciones únicas.
La pequeña Buba, creación suprema de la mente trastornada de Quintero,
es considerada ya como un ícono del cómic en México y ha pasado del mundo
Underground a la Web con la publicación del poemario electrónico Las trece
muertes de Buba que en un inicio fue pensado como un libro para niños, pero
debido a su contenido mortuorio, fatídico y sarcástico, toda madre de familia,
miembro de la comunidad de la vela perpetua, se lo prohibiría a cualquiera
de sus hijos. Yo, en cambio, se lo daría a leer a mis hijos sin bronca para que
se cultiven y aprendan a ser vivillos desde chiquillos y a reír con la muerte,
sin temor, que al fi nal, todos vamos para allá.
Flor de Adrenalina es una excelente oportunidad para explorar la faceta
de Quintero como poeta y monero. La poesía de Quintero se centra en temas
recurrentes como la muerte, la vida y el amor, sin dejar de lado su estilo crítico,
ácido y chocarrero en conjunto con los dibujos de Buba. Escritura sencilla,
sin pretensiones, formas clásicas, nostalgia desbordante.
Como triste la piel del mes de abril que a media noche pesa.
Como esa luz de amanecer que duele cuando besa.
O el desdén con que La Muerte va pudriendo la
Belleza.
Como este miedo de morir (como esta cruel certeza)…
(Pág. 85)
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Si te encuentras atrapado en los noventa y comprabas La Mosca en la pared
(en donde aparecía la tira cómica de Buba) este nuevo libro te traerá buenos
recuerdos, si no es así te arrancará una carcajada o un gesto y si alguna vez
has amado a un perro lo más seguro es que te haga llorar, y tal vez te duela si
te entristece la realidad de este México agonizante que nomás no se cura.
Otro aspecto importante del libro es la conjugación cómic-poesía con el
fi n de promover la lectura entre los jóvenes, hoy en día tan necesaria para
alimentar el alma de los mexicanos siempre ahogados por la crisis. El pró-
logo recomienda el libro para gordos a punto del suicidio, sin embargo creo
que también es altamente recomendable para borrachos mala copa, escritores
frustrados, gordas jamonudas, niños abusones con baja autoestima, en fi n, apto
para todo aquel que sepa o no sepa leer. Ahora bien, si no eres fan de la poesía,
no importa, pues las gráfi cas de la Buba que ilustran los poemas a la perfección,
dan a entender de qué se trata sin necesidad de un gran esfuerzo mental.
Buba volvió para no irse y ahora vuelve en forma de poema. Si estás in-
teresado en conseguir el libro, conocer más sobre el autor o Buba, o si sientes
morbo por saber de qué carajos te platico, o lo que sea, puedes consultar:
http://planetabuba.blogspot.com
http://www.editorialresistencia.com
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Reino AnimalJosé Quintero
¿Te acuerdas de la vez que iba borracho
y te acaricié los senos sin decir “agua va”?
Fue un pequeño paso para el hombre,
pero un gran salto para el Reino Animal.
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I
Herido por balas de salva, mezclando
Quake III con tristeza;
sentiste el abrazo del alba como una
camisa de fuerza.
Y alzaste tus mustias plegarias desde el
corazón de los ciegos
a la voluntad planetaria del Cristo de los
videojuegos.
II
Herido de un mal de la mente, de un
yerro que se reproduce;
de un orden de fe intermitente y un caos
que cópula y seduce.
Y alzaste tu fe lacrimosa –copiosa en
troyanos y virus-,
a la sanación milagrosa del Cristo de los
antivirus.
El cristo de los videojuegos José Quintero
III
Herido de estar malherido. Herido por
balas virtuales;
como un gladiador deprimido rumbo al
coliseo de animales.
Abriste tu boca morbosa y alzaste tus
mórbidos ruegos
A la voluntad caprichosa del Cristo de los
videojuegos.
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Trazando un nombre en el piso con el dedo índice José Quintero
“Si tan sólo pudiera darte un beso,
nada más que un beso, un beso en la mejilla.
Si tuviera el valor de decirte que te quiero”.
Y se lamió, como los perros, el vacío de su
costilla.
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I. Utopía
Estamos regidos por leyes que establecen con
rigidez lo correcto y lo erróneo en el compor-
tamiento social. Pongamos una situación hi-
potética: un hombre vende en la plaza dibujos
que él mismo ha hecho con mucho esfuerzo,
pero con poca gracia. Los caminantes ino-
centes están obligados a escuchar al dedica-
do pintor cuando éste les muestra uno de los
muchos trabajos que guarda en su carpeta y
les dice su precio. Si a un transeúnte le cau-
san sumo desagrado los trazos del artista, a
lo mucho podrá decirle con honestidad lo que
piensa, pero si siente la imperiosa necesidad
de escupir o de dar un puñetazo al dibujo,
antes ha de prever la violenta reacción del
pintor y, aun cuando tal reacción no se diere,
la intervención de la ley, que demostraría in-
objetablemente el delito del transeúnte y, dado
el caso, la justa defensa del pintor.
El artista posee plena libertad para expresar-
se… pero, ¿qué las personas no merecen que no
se les insulte con torpes intentos de grandeza?
No estoy limitando la libertad de expresión, al
contrario, la extiendo a tal punto que no sea
monopolio del artista. El arte no es un monó-
logo, sino un diálogo, y el creador debe estar
dispuesto a ser correspondido con la misma
amplitud expresiva que tuvo su obra. Así como
es muy sencillo encontrar en los museos cu-
riosidades como, no sé… un vaso de cristal
sobre un libro negro, todo con el título de La
evolución diáfana de Espronceda, tendría que ser
igual de común que el arte fuera aplastado por
las aburridas botas y por los puños de los que
pagan para cultivarse y sólo reciben a cambio
montañas de arbitrariedad. Si Pollock se dio
el lujo de divertirse vaciando pintura sobre un
lienzo como un niño desenfrenado, el espec-
tador que sienta que este artífi ce le ha tomado
el copete está en su derecho de vomitar encima
El AnarcoSobre la libertad de la crítica pictórica
¡Ojalá hubiera un tribunal de apelación para
casos del gusto o de la crítica!
Georg Cristoph Lichtenberg
Rodolfo Ruiz VázquezIlustrado por Crexmaniak
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de sus cuadros con la misma facilidad con que
fueron concebidos. No se piense que una res-
puesta de este tipo está limitada para aquellas
obras que parecen los hijos mal cocinados de
la mediocridad y la holganza; incluso aquellas
instituciones del arte como la Gioconda o el
David, que han gozado de siglos de boquia-
bierta admiración, deben ser despojadas de su
intrincada seguridad para permitir el paso a los
grafi teros subversivos, a cubetas de ácido. Pero
tampoco se asuma que las respuestas necesitan
ser violentas SIEMPRE; gemir en un tono
agudo y molesto para desconcentrar a los que
visitan el Calendario azteca es otra posibilidad
de acción.
Si este ensayo le parece inútil o fastidioso a
alguien, puede bañarlo en queroseno o aventar-
lo al Usumacinta (al menos tengo otra copia).
De haber una libertad así, un artista
guardaría más cautela a la hora de exhibir sus
gracias. La humildad creativa sería una virtud
(obligada) de todo pintor. El verdadero artis-
ta daría a conocer su creación sin escrúpulo
o temor alguno, aun sabiendo que sus largas
horas de trabajo estarían expuestas a un apo-
calíptico futuro en manos de una destrucción
que podría carecer de cualquier fundamento
crítico y ser simplemente el desenfado de un
hombre que hubiera perdido el ahorro navide-
ño. Pero si una obra fuera fruto de veinte años
de esfuerzo, el artista, por más valiente que
fuera, no osaría arriesgarla a los caprichos del
público. A mi parecer, sucedería lo siguiente:
los buenos artistas —o los artistas con mucho
dinero— pagarían a los imitadores —o a los
genios necesitados— para que reprodujeran sus
obras, y guardarían el original de las manos del
albedrío crítico. Este primer control surgiría
no del dictamen de una autoridad sino de la
precaución del propio artista ante la libertad
ilimitada de expresión.
Es posible que en este escenario los már-
genes indefi nidos de la libertad de expresión
desembocaran en un libertinaje estruendoso.
No importa: sin una institución que regulase
las críticas violentas, el mismo público, pasado
un lapso, se vería en la necesidad de analizar
sus deseos más instintivos y de moderarse
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con el orden del pensamiento, que de algu-
na manera sirve al hombre para que goce de
mayor comodidad y para que alargue su vida
lo más que pueda. La sociedad abandonaría
la censura arbitraria. Con vistas a establecer
una crítica más controlada y con fundamentos
estéticos, tal vez surgiesen tribunales para de-
terminar qué arte tendría el permiso de seguir
exhibiéndose y cuál estaría irremediablemente
destinado a la hoguera. Sin embargo, creo que
estos tribunales no tardarían en ser disueltos
por la misma sociedad: la gente, capaz a estas
alturas de vivir en armonía sin la amenaza de la
ley, entendería que si las obras se juzgaran por
medio de axiomas y con base en juicios mani-
queos que sólo vieran lo correcto o lo incorrecto,
el arte estaría condenado a regresar al punto
de inicio, cuando un cristal de espeso blindaje
protegía la misteriosa sonrisa pincelada por ese
genio del renacimiento. Para las sociedades re-
organizadas, eso signifi caría un retroceso, ya
que cualquier tribunal de gusto sólo terminaría
por encasillar la imaginación e instaurar una
preceptiva que, si bien gozara de un excelente
ojo crítico, no tardaría en alentar revueltas cuyo
único objetivo fuera desafi ar sus preceptos.
Situémonos en un futuro que cumpla mis
expectativas: si la Gioconda fuera disuelta en
una tina con leche, si los museos fueran in-
festados con enjambres, las personas pronto
se darían cuenta de que son necesarios los Da
Vincis, los Friedrichs, los Pollocks… Arribado
tal momento, lo “clásico” no se apreciará por
el aura de este apelativo sino por un gusto
auténtico. Este aprendizaje podrá alcanzarlo
un tribunal del gusto o de la crítica no esta-
blecido, que esté compuesto simbólicamente
por toda la sociedad en un acuerdo tácito.
En un tribunal simbólico, los jitomatazos,
los escupitajos y los silbidos agudos habrán
de seguir permitiéndose como parte de una
crítica amplia y libre, pero probablemente ya
nadie los practicará. Sin una autoridad contra
la que manifestarse, las expresiones menciona-
das quedarán sobrando. Claro que es preciso
pasar por el libertinaje y por las respuestas
impulsivas antes de llegar a este punto. Sólo
de esa manera se alcanzará una anarquía cons-
ciente de lo que el ser humano disfruta, en la
que se exhiban los horribles Girasoles de Van
Gogh no por respeto a la estúpida tradición,
que para entonces habría impulsado su precio a
una cantidad inestimable, sino por el gusto por
los trazos deformes que las sociedades requie-
ren de vez en cuando para estimular su asco y
su fascinación a la vez. Y después de que esta
obra goce de las adulaciones de un millón de
críticos, será quemada por el consenso de todos
antes de que los aburra de nuevo. La perfección
de la perspectiva conseguida por los maestros
del Cinquecento regresará como la prueba de que
el ser humano es capaz de dar a un lienzo el
aire de la realidad misma; luego, cuando este fi n
ya no sea importante, tan sólo se necesitará un
peine con el título de La vergüenza 1763-TGK
para satisfacer a los visitantes de las amplias
galerías, a quienes ya no les interesarán los
vergonzosos esfuerzos por pintar una cúpula
con apantallante realismo.
II. Los dolores del arte
Creo que he llegado a mi propuesta de-
masiado rápido… mis anhelos son demasiado
impetuosos, lo cual es un buen signo. He ha-
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blado ya de la comunicación bilateral (por usar
un califi cativo muy de moda en la jerga polí-
tica de los últimos años) que debe existir en
el mundo del arte entre artista y público. He
usado el ejemplo de un vendedor de cuadros
en una plaza para demostrar la irritación que
puede causar una obra. Sin embargo, quizá
muchos no compartan mi opinión respecto
del mismo ejemplo, pues aunque este artista
puede representar una ofensa para algunos
como yo, estoy seguro de que pasará casi
desapercibido para otros que gocen de la más
templada tolerancia; incluso habrá aquellos
que, con el fi n de mostrarse orgullosamente
adoradores de todo el arte y capaces de en-
contrar la belleza y el esplendor de la vida
hasta en los trazos más toscos, contemplen
con interés y compasión velada sus feos di-
bujos. Como vemos, hay gustos para todos.
Cada quien tendrá su criterio y su ideología.
Pero hay otros casos en que las torturas por
las que tiene que pasar el público son llamadas
del cuerpo que ni un atleta podría ignorar. ¿Si
hiciera una lista de los odiosos pormenores
que exige ver un cuadro en un museo? Me
limitaré a breves pero precisos escenarios en
que cualquiera que haya asistido a una casa
de arte con la voluntad de gozar de la cultura
y de aprender, seguramente sintió una deses-
peración explosiva en su interior.
No exploraré las razones del alto precio de
la entrada (el cual ya sería motivo sufi ciente
para poner la balanza a mi favor), pues estaré
asumiendo que se reparte entre curadores, vi-
gilantes, miembros de intendencia y guías, de
los cuales éstos últimos, conscientes o no de la
inutilidad de su trabajo, tienen que justifi car-
la para alimentar a la familia que sustentan.
Empezaré con las largas fi las en la entrada de
los museos. No somos pocos los que, movidos
por las lecciones de la escuela o por los comen-
tarios hechos por la gente con opinión avalada
en materia de cultura, hemos sido llevados al
museo con las ansias de descubrir la majes-
tuosidad de un cuadro. Si bien preferiríamos
estar dormidos o construyendo colibríes con
servilletas rojas de papel, creemos que la visita
al museo terminará por darnos algo tan gozoso
y útil que hará de una fi la tan desesperada-
mente lenta un mal necesario. Crédulos hacia
los deleites del arte, pletóricos de esperanza y
de sudor, protegemos nuestro lugar bajo el sol,
cuidándonos de que nadie quiera pasarse de
listo e intente esquivar los pocos metros que
hemos guardado durante largas horas, arries-
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gándonos a cachar un cáncer de piel. Estamos
dispuestos, si alguien se atreve a meterse en
la cola, a vociferarle los insultos que primero
nos lleguen a la lengua (no sería sorprendente
que en el febril calor estival alguien gritara a
un mete-fi las: “¡sálgase del sombrero, alter ego
de Kubrick!”).
Las piernas se han entumecido en la zig-
zagueante cola. Cuando entramos al museo,
los pasillos se extienden en olímpica distan-
cia; aquí puede empezar el sufrimiento, pero
todavía guardamos un poco de ímpetu para el
delicioso sabor del saber que nos espera, nos
espera, nos espera…
Cada cuadro parece la repetición del an-
terior: Paisaje con luna llena, Paisaje con luna en
cuarto menguante, Paisaje con luna de invierno;
Virgen con niño, Virgen con niño II, Virgen con
niño y sándwich de salami. Tratamos de atender
escrupulosamente cada cuadro con la dedicación
más hipócrita, inspeccionando detalle por deta-
lle, ya que seguramente, pensamos, de esta ma-
nera encontraremos alguna respuesta perdida,
alguna clave que los historiadores han buscado
por los siglos de los siglos sin haber dado con
ella todavía: la llave de la inmortalidad. Hay
quienes caminan por los pasillos con piernas
atléticas, inspirados por la lectura de El código
da Vinci, con el que aprendieron que un cuadro
puede estar lleno de signifi cados y que una visita
a un museo puede ser aprovechada para resol-
ver con una lupa misterios de gran relevancia
para la humanidad. “¡No mames, encontré un
mondadientes y un mecanismo de reloj junto
a la pezuña del toro de Guernica! ¿Acaso son
símbolos de la limpieza y del orden riguroso
que habían de ser característicos del régimen
de Franco pocos años después del bombardeo?”.
Los pies gritan de dolor mientras el intelecto
fi nge un orgasmo. ¡Ojalá instalaran recorridos
mecánicos con asientos cómodos a lo largo de
las galerías! De no ser por las mujeres hermo-
sas que acuden con la misma disposición de
instruirse que los demás, ¿qué otro consuelo
tendríamos en las fatigosas salas?
¿Estoy insinuando que los museos son una
plaga que merece desaparecer? No, en absoluto.
Si no, ¿qué haríamos un sábado de aburrimien-
to, con qué plática interesante cortejaríamos a
la persona que pretendamos? Pero, por mucho
que deseemos aprender, no es recomendable por
ningún motivo arriesgar una mañana de diarrea
para ver una exposición de estridentistas, a me-
nos que estén seguros de que el museo cuenta
con instalaciones sanitarias de primer nivel.
Me ha llegado una idea para hacer de las
galerías lugares más atractivos: ¡poner música
en grandes bocinas, dar alcohol a los visitantes,
hacer una fi esta entre las millonarias obras!
Me detengo para hacer una crítica más: me
parece necesario cambiar el nombre de “museo”.
Si la “Musa” inspiró a los artistas, esa inspiración
seguramente se perdió en el momento en que
dieron la última pincelada o quizá mucho antes.
¿Por qué insinuar que el “museo” es un lugar
donde la inspiración sigue rondando, cuando
seguramente el visitante más frecuente podrá,
a lo sumo, memorizar las reseñas de los folletos,
pero jamás obtendrá la fama de Warhol? Que el
nuevo nombre sea: Añweronv.
Bueno, ya me he extenuado en mis
observaciones.
Si Lichtenberg dice que a una obra debe
dársele el último toque, es decir, quemarla,
tal vez debió empezar con sus cuadernitos de
aforismos.
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Hace un par de años, en un entrevista para
www.sekuencia.com, Alonso Arreola había
anunciado que los próximos pasos que daría
en su carrera como solista, después de separarse de La
Barranca, estarían enfocados hacia la música instru-
mental, proyecto que hizo visible con su producción
Música horizontal (2007), en la que, en colaboración con
varios músicos empresarios como Michael Marning,
Trey Gunn, David Fiuczynski y Jaime López, dejó en
claro sus intereses tanto musicales como mercantiles:
hacer música instrumental que explore las posibilida-
des del bajo eléctrico y distribuirla a bajo costo con la
fi nalidad de llegar a más público, pues, como afi rmó en
la misma entrevista “para ganar la batalla hay que darla
por perdida”. Más adelante, en la misma entrevista,
también reconoce que, aunque al formato en disco aún
le queda tiempo de vida, las ventas han disminuido
notablemente, por lo que lo más conveniente era hacer
llegar el disco a la mayor cantidad de gente posible,
eludiendo negociaciones con distribuidoras y hasta con
tiendas de discos.
El camino de Arreola como músico independien-
te ha pasado por varios lugares. Por un lado, Música
horizontal es un disco con gran fuerza cuya expresivi-
dad radica en que las estructuras rítmicas y armónicas
buscan sus propios rumbos, pues no
se limitan dentro de los parámetros
que pudiera imponerle el formato
de la canción, aunque la propuesta
de esta producción se inclina clara-
mente hacia el rock fusionado con
elementos del jazz y el funk; por otra
parte, Arreola también ha musicali-
Alonso Arreola: música para ser niños, ma non troppo
Ilustrado por Gimena RomeroUlises Granados
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zado Th e kid, de Charles Chaplin, en el ciclo Bandas
sonoras de la Cineteca Nacional, tanto con la Barranca
como al lado de su hermano, Chema Arreola; y para
el 2009, Arreola presentó un nuevo disco en el que
logró exhibir con mayor claridad su gusto por la mú-
sica instrumental contemporánea, muy alejada de sus
trabajos previos: Música para ser niño. Detrás de sus
proyectos sonoros, siempre ha existido la idea de hacer
posible que la música llegue a todos y que su difusión
no sea un problema debido a los altos costos que la
industria discográfi ca exige.
Con su nuevo disco, Arreola parece terminar un
camino que poco a poco lo ha ido separando del rock
y lo aproxima en la misma medida a lo que ha estado
buscando desde que se separara de La Barranca. Al
mismo tiempo, muestra otra cara del mismo músico:
una melancólica. Al escuchar el disco completamente,
de la A (que es de arrullo) a la N (que es de niño), se
puede percibir su nostalgia por la niñez, la percepción
de su infancia desde el adulto que hace la música y, en-
tonces, más que una búsqueda por revivir sus primeros
años, se vuelve una evocación pública que bien pudiera
comunicarnos con ese tiempo que de-
jamos pasar tan inadvertidamente, con
la sensación de no ser más ese niño.
En palabras de Milan Rúfus:
Es como si tú, polizón,
quisieras bajar de tu tiempo, igual
[que de un avión,
derecho a una nubecilla.
Jurando que aguantará
eso pesado que eres,
eso por siempre sin alas.
Para escuchar y contactar a Alonso
Arreola:
labalonso@yahoo.com.mx
www.labalonso.com
www.myspace.com/labalonso
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Introducción
La música Klezmer es un estilo de música judía que co-
menzó en Europa del Este en la época medieval. El
signifi cado de la palabra Klezmer proviene de las palabras
hebreas kley (vasija) y zimmer (canción) es decir, “vasija
del canto” o “portador del canto”. El término fue usado
en Yiddish para referirse a los músicos que la hacían,
hoy en día la palabra Klezmer se utiliza para referirse al
estilo musical. En la música Klezmer, los instrumentos
adquieren una cualidad conmovedora con características
humanas tales como la risa y el llanto.
El Klezmer en Europa del Este
La música Klezmer se originó en la cultura judía de
habla Yiddish de Europa del Este; usualmente se in-
terpretaba por un grupo de tres a seis músicos. Los
músicos o los Klezmorim viajaban de pueblo en pueblo
para tocar en bodas, en las fi estas de Purim1y en las
ferias. Los instrumentos comúnmente utilizados eran
el violín, el clarinete, la fl auta, el chelo y tambores.
1 Festividad judía celebrada anualmente en el 14 del mes judío Adar, se conmemora el milagro relatado en el Libro de Esther.
Las leyes limitaban el tamaño de las
bandas y las horas que podían tocar.
El violín era el instrumento más po-
pular debido a que algunos pueblos
prohibían instrumentos estruendosos
tales como el clarinete, las trompetas
La vida de la música KlezmerCamile HuttTraducción: Alina HernándezIlustrado por Gimena Romero
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y los tambores. La música era secular, informal y, en
su mayoría, improvisada ya que los Klezmorim raras
veces poseían estudios musicales formales y no podían
leer partituras.
El ofi cio de Klezmer se trasnsmitía de padre a hijo.
Los klezmorim no tenían raíces, viajaban de Shtetl a
Shtetl2 para encontrar trabajo; de hecho, la etiqueta de
Klezmer se usaba de manera negativa para referirse a
alguien quien tenía una limitada educación musical y
un estilo de vida errante.
A pesar de su reputación endeble, la música Klezmer
fue muy importante para la vida judía de la Europa del
Este. Los instrumentos musicales se prohibieron en las
sinagogas después de la destrucción del segundo templo3
en el año 70 d.C. y el Klezmer dio a las bodas y a los festi-
vales la alegría que necesitaban; hay un dicho Europa del
2 Pueblo o villa con población judía en su mayoría. 3 El Segundo Templo fue la reconstrucción del Templo de Jerusalén en el 518 a.C. En el año 70 a. C. fue destruido por los romanos. El muro de las lamentaciones representa su único vestigio.
Este que dice: “una boda sin Klezmer es
peor que un funeral sin lágrimas”.
El Klezmer en el arte
La importancia del Klezmer en la vida
de los Shtetl aparece en el arte de fi nales
del siglo XIX y en los albores del siglo
XX. Sholem Aleichem hizo referen-
cias al rol del Klezmer en muchos de
sus cuentos, por ejemplo, el conocido
personaje de “el violinista en el tejado”
es una adaptación por Joseph Stein de
los cuentos de Tevye el Lechero de
Aleichem. Uno de sus cuentos, titulado
“Stempeniu: Un romance judío” habla
de un renombrado Klezmer llamado
Stempeniu descendiente de una familia
de larga tradición musical, que llega a
un pueblo a tocar para una boda.
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También podemos ver el Klezmer en muchas de las
pinturas de Marc Chagall como por ejemplo “El violi-
nista”, que muestra a un violinista sobre los techos de
una villa y en segundo plano a tres aldeanos mirándolo
con estremecimiento; En “Novia con cara azul” vemos el
rol prominente de los klezmorim en las bodas judías pues
representa a varios músicos alrededor de la novia.
El declive de la música Klezmer
Durante las persecuciones antisemitas de fi nales del
siglo XIX e inicios del XX, muchos judíos huyeron
de Europa del Este a América y la música Klezmer
con ellos. Desafortunadamente, sus hijos no estaban
interesados en la vieja música de la tierra natal de
sus padres; en cambio, escuchaban la música popular
Estadounidense. La Segunda Guerra Mundial puso fi n
al modo de vida judío europeo y con ella a la cultura
del Klezmer, reduciéndola al recuerdo.
El resurgimiento del Klezmer
Por fortuna, en los setenta, jóvenes músicos comenza-
ron a explorar la tradición musical del Klezmer. Una
banda llamada Klezmorim formada en California tocó
alrededor de los Estados Unidos y Europa. El interés se
renovó y se hicieron esfuerzos para recuperar el estilo
auténtico de la música Klezmer, por medio de viejos
registros escritos en Europa y algunas grabaciones de
inicios del siglo XX.
La tradición del Klezmer en los Shtetl judíos ya no
se encuentra; pero al menos la música continúa viva.
Sitios de interés:
http://kennor.blogspot.com
http://klezmer-es.blogspot.com/
Referencias:
Sholem Aleichem Stempenyu: A
Jewish Romance (Th e Art of the
Novella). Paperback, 2007
Neugroschel, Joachim. Th e Shtetl: A
Creative Anthology of Jewish Life in
Eastern Europe. Paperback, 2009.
Sapoznik, Henry. Klezmer! Jewish
Music from Old World to Our
World. Schirmer Books,1999.
http://www.budowitz.com/pages/shor-
thistory.html
http://www.cleary.dircon.co.uk/klez-
mer.htm
http://www.davkamusic.com/sfke/
klezmer_history.htm
http://www.ibiblio.org/yiddish/Book/
Neugroschel1/jn-shtetl-stempeniu.
html
http://www.klezmershack.com/arti-
cles/aboutklez.html
http://www.larkinam.com/
MenComNet/Business/Retail/
Larknet/ArtKlezmorimInterview
http://www.users.drew.edu/jbazewic/
hst/klexmer.html
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LetraPalabraSilencioFranz Calderón
Ilustración : Gonzalo Fontano
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Título sobre blanco.
FADE IN:
EPÍGRAFE:"Al despertar, encontraba sumensaje en la mano de la mañana.
Como no aprendí a leer, no sé loque me diría.
Siga el sabio entre sus libros,nada le preguntaré.
Y, ¿acaso el sabio podríacomprenderlo?
-Rabindranath Tagore, La Carta-
FADE OUT
1.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. NOCHE.
Vemos el rostro de DIANA (jóven de 25 años, morena) sobre elbrazo de un sillón, aparentemente dormida, envuelta en unacobija. A su lado, en el sillón, hay un espacio vacío queparece haber sido abandonado momentos antes. Descubrimosentonces a un hombre cuyo rostro no vemos, de pie al ladodel sillón, inmóvil. El hombre camina fuera de cuadro. Vemosentonces en primer plano un portalápices con una pluma y unlápiz, así como una papelera donde hay apiladas muchas hojasde papel blanco. Al fondo, la puerta del cuarto, de la quesale el hombre y se sienta frente al escritorio. Pone sobreéste una hoja de papel. Del portalápices toma una pluma. Alintentar escribir, ésta no pinta. Devuelve la pluma y sacaun lápiz que tiene goma, pero no punta. Algo desesperado,encuentra un sacapuntas y lo usa en el lápiz, dejando labasura caer sobre el escritorio. Escuchamos que comienza aescribir.
ENTRELAZADO CON:
2.- INT. SALA DE ESPERA DEL ÁREA DE CREMACIÓN. DÍA.
Entramos en la sala de espera, viendo muchos atuendos, todosnegros. Encontramos a DIANA sentada en una silla, perdida enpensamientos, con el rostro hinchado de llanto, la mirada enel vacío.
(CONTINUED)
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47
CONTINUED: 2.
SANTIAGO¿Diana?
Diana alza la cabeza, para mirar a SANTIAGO.
SANTIAGO...soy Santiago...
Vemos por primera vez el rostro de SANTIAGO, hombre reciénentrado en los 30, moreno, de aspecto extremadamente serio.Durante el diálogo, sus palabras no muestran compasión niemoción alguna. Sus ojos no parpadean.
SANTIAGO...trabajé con tu papá. (Pausa) Fueun buen hombre.
DIANA(pausa)
Gracias.
SANTIAGOSi hay algo que pueda hacer...
DIANA(sonríe débilmente mientrasniega con la cabeza)
Muchas gracias.
Santiago busca qué más decir, calculador.
SANTIAGO¿Ya comiste?
DIANAMmh... no.
SANTIAGODéjame invitarte algo.
DIANAGracias, pero no tengo hambre.
SANTIAGOVamos. A lo mejor te distraes unpoco.
DIANA(luego de una breve pausa,asiente con la cabeza)
Ok.
DIANA se levanta y ambos comienzan a caminar.
(CONTINUED)
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48
CONTINUED: 3.
SANTIAGO¿La policía ha averiguado algo?
DIANANo.
SANTIAGOTengo amigos en la federal. Siquieres les hablo, a ver si sabenalgo.
DIANAQué amable... ¿porqué no loplaticas con mi hermano?
SANTIAGO¿Gerardo? No tengo el gusto deconocerlo.
DIANA(busca con la mirada)
¿Ves ese grupito de ahí? El másjoven.
Vemos a GERARDO, hombre moreno de 28 años. SANTIAGO loobserva cuidadosamente.
SANTIAGOAh, él.
CORTE A:
3.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 2. DÍA
Vemos en primer plano una foto donde aparece DIANA con suhermano y otras personas. Al alejarse la cámara, vemos quees SANTIAGO quien está viendo la foto, sosteniendo el marcoen su mano. Lo coloca sobre un mueble. Mientras sucede esaacción, escuchamos el diálogo:
GERARDO(V.O.)
A Diana no le he dicho nada. Nipienso decirle. Está convencida deque fue un asalto.
Vemos a SANTIAGO, que voltea entonces hacia GERARDO, quientrae dos tazas de café. Le da una a SANTIAGO. GERARDO tieneuna barba de una semana.
(CONTINUED)
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49
CONTINUED: 4.
GERARDO(rogando)
Y no quiero que... se asuste. Házmeun favor. No le digas nada de estoa ella... Me voy a mudar a sudepartamento. No quiero que andesola.
SANTIAGO observa a GERARDO, confundido. Por primera vez lovemos parpadear. GERARDO se queda reflexivo largamente.
SANTIAGO¿Has... hablado con alguien más deesto?
GERARDONo... pero estoy casi seguro de queel Salas tuvo algo que ver. Casiseguro.
SANTIAGOPuede ser...
CORTE A:
4.- EXT. VÍA PÚBLICA. DIA
Vemos el tráfico de la ciudad con el cielo nublado. Entra acuadro el teléfono público, sin que veamos quién estáhablando. Escuchamos que alguien marca.
SANTIAGOSí.
Descubrimos que es SANTIAGO quien habla.
SANTIAGO¿También?
Su rostro muestra una ligera molestia. Mira hacia elhorizonte, como bocetando su siguiente acción.
SANTIAGOBien...
SANTIAGO cuelga el teléfono.
CORTE A:
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5.
5.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. NOCHE.
Vemos la puerta del apartamento de Diana. Tocan a la puerta.
DIANA¡¿Quién?!
SANTIAGOSantiago.
DIANAEstá abierto.
SANTIAGO entra. DIANA sale de una puerta, corre hasta él ylo abraza. SANTIAGO se pone nervioso.
DIANA¡Santiago, ayúdame! ¡Desde antierno sé nada de Gerardo, y nadie loha visto! Estoy preocupada... ¿Y silo de mi papá no fué un asalto?
SANTIAGO va a sacar su pistola cuando DIANA lo interrumpe:
DIANAAbrázame...
SANTIAGO duda unos segundos. Lentamente, se decide aabrazarla con la otra mano. Lo hace fríamente y terminapronto. DIANA lo suelta, mirándolo algo decepcionada.Apenada, retira la vista pero SANTIAGO la sigue observando.Guarda la pistola.
CORTE A:
DIANA y SANTIAGO aparecen sentados en un sillón, ellahablando, envuelta en una cobija, él mirándola. Ella hablade lo que le está aconteciendo y lo que siente, por elasesinato de su familia, tiene miedo, se siente perdida.Todo ello sólo se refleja en su rostro al hablar, pues noescuchamos su diálogo. DIANA le llama a Gerardo, pero nocontesta y ella comienza a llorar de nuevo, másintensamente. Sigue hablando con SANTIAGO. Luego, cansada,se recuesta. Le echa encima a SANTIAGO el extremo de sucobija. Luego, se queda dormida. SANTIAGO retira la cobija yse levanta del sillón. Durante estas acciones escuchamos lavoz en off de SANTIAGO:
SANTIAGO(V.O.)
Pospuse mi trabajo por ver esascosas que te pasaban en el rostro.Entendí que yo no era capaz de
(MORE)
( )
(CONTINUED)
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51
CONTINUED: 6.
SANTIAGO (cont’d)sentirlas. Te entendí viva y a micomo un muerto que mata.
CORTE A:
SANTIAGO está parado al lado del sillón, con la pistola enla mano, observándola. Guarda la pistola y apaga la luz.Sale del cuarto.
SANTIAGO(V.O. cont’d)
No puedo explicar porqué hice loque hice.
CORTE A:
6.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. NOCHE.
SANTIAGO sigue escribiendo una carta para DIANA, sentadofrente al escritorio.
SANTIAGO(V.O. cont’d)
A Salas le estorbaban y me mandarona mí. No hay nada más que decir,nada que le dé sentido a todo ello.Las palabras nunca sonsuficientes...
CORTE A:
7.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. DÍA.
Vemos el rostro de DIANA sobre el brazo del sillón, nosabemos si está dormida o muerta.
SANTIAGO(V.O. cont’d)
y ahora el tiempo presiona. Salasme pagó por tres muertos, pero elúltimo sera él mismo.
DIANA abre los ojos, despertándose. Mientras escuchamos losiguiente, se levanta y se da cuenta que SANTIAGO no estáacostado a su lado.
SANTIAGO(V.O. cont’d)
Si lo logro, me iré del país.Procura hacer lo mismo.
(CONTINUED)
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CONTINUED: 7.
DIANA¿Santiago?
CORTE A:
8.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. NOCHE.
De vuelta a la noche anterior, SANTIAGO dobla la carta queacaba de escribir y busca dónde dejarla. Ve un mueble y ladeja encima, a la vista. En el mismo hay una foto de DIANAsonriendo. Vemos su rostro enjuto, observándola reflexivo.Parece recordar algo. Voltea hacia el escritorio, donde estáel lapiz con que la escribió. Se queda mirándolo un momento.
CORTE A:
9.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. DÍA.
DIANA se para del sillón. Pasa al lado del mueble pero vemosque no está ahí la carta. Ve el lápiz, encima del escritorioy luego en el bote de basura una hoja de papel hecha bola.Camina hacia el bote y al desarrugar la hoja, cae la basuradel sacapuntas. DIANA ve el contenido de la carta, que no esrevelado a nosotros. Al instante vuelve a arrugar la hoja yla devuelve al bote, indiferente. Escucha un ruido y voltea.
10.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. NOCHE.
Volvemos al último cuadro de la escena 8, pero ahora podemosver a SANTIAGO tomar una decisión un tanto repentina. Caminahacia el escritorio, donde toma el lápiz y lee rápidamentela carta. Voltea el lápiz y escuchamos que comienza a borraralgunas líneas. Luego más. Al final decide borrarlacompletamente. Gira el lápiz para comenzar a escribir. Sedetiene un momento, luego barre con la mano la basura delsacapuntas, poniéndola en la hoja. La arruga hasta hacerlabola y la echa en el bote de basura. Saca otra hoja. Sequeda un momento reflexivo. Sin escribir nada devuelve lahoja a la pila. Se levanta del escritorio mientras nosquedamos en la hoja blanca.
CRÉDITOS
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