Post on 21-Mar-2020
TLÁLOC ¿QUÉ?
Boletín del Seminario
El Emblema de Tláloc en Mesoamérica
Año 3 N° 9 Enero-Marzo 2013
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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
José Narro Robles
Rector
Estela Morales Campos
Coordinadora de Humanidades
Renato González Mello
Director del Instituto de Investigaciones Estéticas
María Elena Ruiz Gallut
Titular del proyecto
María Elena Ruiz Gallut
América Malbrán Porto
Enrique Méndez Torres
Editores
América Malbrán Porto
Diseño editorial Certificado de reserva de derecho al uso exclusivo
del título, Dirección General de Derechos de Autor,
Secretaría de Educación Pública, número ( en
trámite ) . Certificados de licitud de título y de con-
tenido, Comisión Certificadora de Publicaciones y
Revistas Ilustradas, Secretaría de Gobernación,
números, ( en trámite ) , ISSN ( en trámite ) .
Las opiniones expresadas en Tláloc ¿Qué? Boletín del
Seminario El Emblema de Tláloc en Mesoamérica son
responsabilidad exclusiva de sus autores.
Tláloc ¿Qué? Boletín del Seminario El Emblema de
Tláloc en Mesoamérica es una publicación trimestral del
Proyecto El Emblema de Tláloc en Mesoamérica, del
Instituto de Investigaciones Estéticas de La Universidad
Nacional Autónoma de México, Circuito Mario de la
Cueva s/n, Ciudad Universitaria, C.P. 04510, México
D.F. Tel. 5622-7547 Fax. 5665-4740.
seminario.tlaloc@gmail.com
Portada y viñeta: Lámina 14 Códice Nutall. Nutall, Zelia , Códice Nutall. Reproducción del Facsí-
mile Editado por el Museo Peabody de la Universidad de Harvard. La Estampa Mexicana. México. 1974.
Consejo Editorial:
Jorge Angulo Villaseñor
Marie-Areti Hers
Alejandro Villalobos
Patrick Johansson K.
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CONTENIDO
Presentación Tláloc en la Cuenca del Río Magdalena Beatriz E. de la Torre Yarza La sociedad agrícola teotihuacana Martín Cruz Sánchez
El Glifo-Emblema del Dios de la Tormenta-Tláloc en
Tlayacapan, Morelos
Raúl Francisco González Quezada
Sesiones del Seminario
p. 6
p. 9 p.31 p. 46 p. 63
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PRESENTACIÓN
Con este primer número del año 2013 damos inicio al tercer año de la publicación de
nuestro órgano de difusión. En él se conjuntan tres artículos que dan continuidad al es-
fuerzo compartido de profundizar y dar a conocer parte de los trabajos que se realizan
en el seno del Seminario Tláloc.
Beatriz E. De la Torre Yarza da forma al estudio titulado Tláloc en la Cuenca del Río
Magdalena, donde la autora analiza el territorio y la presencia de importantes cauces de
agua en la zona montañosa del sur de la ciudad de México y su nexo con la actividad
volcánica en distintos sitios arqueológicos de la región. Para ello utiliza ejemplos diver-
sos provenientes de códices y otros testimonios culturales, en los que presenta nombres
de montañas, señala los efectos de las erupciones en el área, datos que contrasta con
rituales y ceremonias, tanto pasadas como actuales.
El análisis de la geografía local, mostrada en la imágenes que acompañan al documen-
to, da pie para ubicar la relevancia de un paisaje sagrado estrechamente asociado con
los cerros, fuentes acuáticas, ríos y volcanes, así como para apuntar las conexiones
agua/fuego con el inframundo mesoamericano, expresadas también, desde su propues-
ta, en la pintura mural de Teotihuacán.
La sociedad agrícola teotihuacana, trabajo que presenta Martín Cruz Sánchez, analiza
el tema la agricultura en Teotihuacán vinculada fundamentalmente con el crecimiento
demográfico de la urbe. Sus consideraciones entrelazan datos sobre el medio ambiente
y del clima y sus repercusiones en tal actividad, así como información sobre el aprove-
chamiento de los recursos naturales y el desarrollo de una tecnología hidráulica. El pen-
samiento religioso ligado a las prácticas ceremoniales sirve aquí para proponer que la
ancestral labor agrícola, sustento también de la consolidación histórica y cultural teo-
tihuacana, encontró voces en el arte de la ciudad para mostrar su importancia.
Por su parte Raúl Francisco González Quezada escribe el texto denominado El glifo-
emblema del Dios de la Tormenta-Tláloc en Tlayacapan, Morelos, en el cual analiza los
elementos iconográficos de un objeto ubicado como parte del trabajo arqueológico en la
zona, elementos que identifica como parte del conjunto sígnico del llamado Dios de la
Tormenta: tres círculos, bigotera y quinterno.
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Dicho análisis sirve al autor para hacer una revisión de las mismas formas que aparecen
en otros contextos y para presuponer que la presencia de tales expresiones en el sitio
no pueden asegurar una continuidad de los significados entre el Clásico y el Posclásico
y que en el caso presentado más bien podrían señalar un reutilización de los mismos
con un sentido social y meramente local.
María Elena Ruiz Gallut
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TLÁLOC EN LA CUENCA DEL RÍO MAGDALENA
Beatriz E. de la Torre Yarza1
E l Río Magdalena es un importante
cauce cuyas aguas brotan en la cima
de las montañas que forman parte de
la Sierra de las Cruces, a los pies del Cerro
Las Palmas, al sur-poniente de la Cuenca de
México (Figs.1 y 2). Conforme hace su recorri-
do por las laderas de las montañas hacia la
parte baja, va siendo alimentado constante-
mente por múltiples ojos de agua y pequeños
arroyos. Ya en el pie de monte se suman a las
aguas de éste las del río Eslava que baja del
sur, por la cordillera del Ajusco, y desde la
misma Sierra de las Cruces se le unen varios
cauces a lo largo de su recorrido hacia el no-
reste incrementando su caudal, el cual era de-
positado anteriormente en el inmenso lago de
Tezcoco. Entre estos afluentes están el río San
Jerónimo, el Providencia, la barranca de Tex-
calatlaco, los ríos Chico, San Ángel, Guadalu-
pe y, más al norte, los importantes cauces de
Barranca del Muerto y del río Mixcoac, que ba-
jan del lado del Desierto de los Leones. La ma-
yoría de estos ríos han sido entubados ya, y a
muchos se les modificó su cauce original, al
1. Lic. En Geografía en la UNAM y el Diplomado en Museonomía en el INBA. Ha trabajado por más de diez años en la Investigación Histórica y Cultural de la Delegación La Magdalena Contreras de la cual es Cronista desde el 2005.
Fig.1. Cascada en el río Magdalena. Foto de la autora
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época colonial desde La Magdalena Atlitic has-
ta Coyoacán, aprovechando las aguas de este
río.
Tanto en las partes altas de las montañas co-
mo en la zona baja, en las orillas del cauce de
este majestuoso río, se han encontrado vesti-
gios de adoratorios dedicados a las deidades
del agua, principalmente a Tláloc y a los tlalo-
ques.
En las cercanías y a lo largo del río Magdalena
hubo, desde la época prehispánica, varios
asentamientos humanos importantes y estos
grupos humanos construyeron diversos cen-
tros ceremoniales y adoratorios. Como vestigio
de ellos, podemos enumerar a Cuicuilco, Zaca-
construirse las redes hidráulicas, con el creci-
miento de la ciudad, la gran mayoría de ellos
reciben diferentes nombres según los distintos
sitios que atraviesan a lo largo de su curso.
El río Magdalena fue fundamental para el de-
sarrollo social y económico de la población de
una vasta región del surponiente de la cuenca
de México desde épocas remotas. Su cuenca
ha sido una zona privilegiada para el desarro-
llo y explotación de diferentes productos fores-
tales, cultivos agrícolas, cría de ganado menor,
establos, explotación y trabajo de piedra basál-
tica y de canto rodado entre otras actividades;
aunado a esto, la producción textil y papelera
que se desarrolló intensamente a partir de la
Fig.2. Lugar de nacimiento del río en la Sierra de las Cruces. Foto de la Autora.
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truenos, las centellas, el granizo, las tormen-
tas; elementos imponentes, benéficos, aunque
destructivos o perjudiciales en demasía, refle-
jadas en la falta de abasto para la misma po-
blación y por la inundación de terrenos en zo-
nas habitadas.
Bernardino de Sahagún en su Historia General
de las Cosas de la Nueva España, anota:
“Este dios llamado Tláloc Tlamacazqui era
el dios de las lluvias.
Tenían que el daba las lluvias para que re-
gasen la tierra, mediante la cual lluvia se
criaban todas las yerbas, árboles y frutas y
mantenimientos: también tenían que él en-
viaba el granizo y los relámpagos y rayos, y
las tempestades del agua, y los peligros de
los ríos y de la mar.
El llamarse Tláloc Tlamacazqui quiere decir
que es dios que habita en el paraíso terre-
nal, y que da a los hombres los manteni-
mientos necesarios para la vida corpo-
ral” (1982: Libro I, Cap. IV).
Las construcciones y objetos encontrados son
testimonio y vestigios de la presencia de los
diferentes grupos culturales que se establecie-
ron en la zona a través del tiempo y de sus re-
laciones con otros en tiempo y espacio diverso.
En la representación del Tlalocan en los mura-
les de Teotihuacan, aparece la imagen de una
gran corriente de agua, pero también otra que
podría corresponder a una de magma.
tepetl, San Miguel, Ocotepec, Mazatepetl, Aco-
conetla, Aculco, Tizapán, Tetelpan, Tenanitla,
Copilco, Axotla, Coyoacán y Churubusco, en-
tre otros.
La población de esta comarca se encontraba
dispersa en las colinas, sobre las laderas de
las sierras que cierran por el sur poniente la
Cuenca de México, y en las partes más ade-
cuadas para instalar sus viviendas y obtener
los recursos necesarios para la subsistencia.
Algunos de estos asentamientos y una gran
extensión de fértil terreno quedaron cubiertos
por las corrientes de magma del volcán Xitle
hace aproximadamente 2000 años; y, a conse-
cuencia de esto, la población emigró a otros
sitios al norte de la Cuenca como lo fue Teo-
tihuacan, de acuerdo con investigadores como
Sanders, Parsons y Santley (1979).
Esta zona cubierta de espesos bosques de en-
cinos y coníferas, lugar privilegiado con una
importante y significativa flora y fauna, provee-
dora de una abundante cantidad de agua pura
y sana, fue determinante para que desde tiem-
pos remotos la población de la comarca desti-
nara espacios que servirían como adorato-
rios, lugar de ofrendas y culto para las diver-
sas deidades de la naturaleza.
Deidades de los cerros, del agua, de la fertili-
dad, de las montañas, de sus bosques y recur-
sos, de las cuevas, de los fenómenos meteo-
rológicos como: la lluvia, los relámpagos, los
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Tláloc es benévolo, es el dador del agua indis-
pensable para los mantenimientos del hombre,
aunque puede manifestar su enojo con fuertes
tormentas, granizo, heladas o nevadas que
destruyen las cosechas, provocan inundacio-
nes, arrastran y destruyen los cultivos y los
asentamientos humanos. O por el otro lado,
como fuego que surge del vientre de las mon-
tañas, es la dualidad agua-fuego (Angulo co-
municación personal).
Tláloc aparece representado a veces sólo por
su rostro y en otras de cuerpo entero, en pintu-
ras murales, en cerámica, en esculturas, vasi-
jas, petrograbados, y también ilustrado en
códices. Como ejemplo de estas representa-
ciones tenemos a Tláloc en el Códice Borgia
(1898), que aparece, en el tonalámatl, como
Signo del día, Regente, Señor de la Noche,
Nombre de una trecena, Regente de otra tre-
cena, y en algunas otras láminas del famoso
códice (Fig.3).
Existe un importantísimo centro ceremonial de-
dicado a esta deidad al oriente de la Cuenca
de México, el Monte Tláloc, pero también hacia
el sur poniente de esta cuenca, en las altas
cordilleras que sirven de barrera meteorológi-
ca, en donde vierten gran parte de sus aguas
las masas de nubes que anualmente vienen de
distintos rumbos, zona en la que descargan
sus imponentes relámpagos y rugientes true-
nos, cumbres en las que se observan las dan-
Elementos que surgen de las entrañas de las
montañas, de la Sierra del Ajusco. Por el Xitle
brota material incandescente que cubre una
gran extensión de tierras fértiles del Sur de la
Cuenca de México en las que se asentó el im-
portante centro ceremonial de Cuicuilco. Este
magma, que sale del interior de la montaña
hacia el cielo en forma intempestuosa, prende
fuego a su paso y cubre el suelo con una grue-
sa costra de lava, que convierte la zona en am-
plios Pedregales.
Montañas rellenas de fuego, montañas rellenas
de agua, en donde se manifiestan con su fuer-
za las deidades del fuego Huehuetéotl y el del
agua Tláloc en esta importantísima región de la
Cuenca de México, lugar de florecimiento del
grupo cuicuilca.
Existe la posibilidad de que este grupo humano
fuera uno de los que predominaron en Teo-
tihuacan y dejaran plasmados en sus murales
el paisaje y los recursos naturales de la zona
geográfica de donde procedían, y las manifes-
taciones meteorológicas y geológicas con las
que se presentaban sus dioses.
Tláloc está representado con atribuciones de
serpiente, como corriente de agua, de nubes,
pero también de fuego, como dios del agua y
del fuego, de la lluvia, del granizo, de los
relámpagos y truenos así como de esa podero-
sa fuerza ígnea de los volcanes que emana del
interior de las montañas, del Inframundo.
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ordinarios” (Durán T.II, Cap.VIII, p.171,
lám. 28).
Estos cerros correspondían al inmenso territo-
rio que antaño tuvo Coyoacán, con una gran
cantidad de montañas que conforman las sie-
rras del Ajusco y de Las Cruces que delimitan
la Cuenca de México hacia el surponiente.
Tláloc aparece en el Mazatepetl, Cerro del Ve-
nado, el venado quizás como nahual de
Tláloc, referido a la orientación poniente.
Tláloc, como regente de uno de los signos de
los días: Mazatl, venado. También en el Códi-
ce Borgia (Op.cit.) el venado aparece vincula-
do con el fuego, tal vez con el fuego emanado
de ese volcán, con seres que provienen del
cielo y con Tláloc como lluvia de fuego.
Tláloc, signo de los días tiene como regente a
Tonatiuh, el Sol, como fuego que cae del cielo,
como tormenta eléctrica, pero podría ser tam-
bién en forma de gases y rocas ardientes que
alcanzan grandes alturas por las fuertes explo-
siones volcánicas que presenciaron los pobla-
dores de Cuicuilco en esta zona. Fuego que se
eleva hacia el cielo y cae, o escurre, en forma
candente.
Son varios y renombrados los arqueólogos que
han descubierto y trabajado diferentes vesti-
gios prehispánicos en esta importante zona de
los alrededores de la cuenca del río Magdale-
na, entre ellos están: Manuel Gamio (1920),
Daniel Castañeda, Francisco González Rul,
zarinas y violentas centellas, cargas eléctricas
en forma de bolas de fuego, también aquí está
presente Tláloc.
Esto lo constatamos con el texto de Diego
Durán, de su Historia de las Indias de Nueva
España e Islas de Tierra Firme, que dice:
“Sin estos había otros muchos cerros que
pararme á contallos sería necesario hacer
un nuevo libro de mucho volumen pero
basta decir de estos principales y nombra-
dos entre los cuales podremos contar el
que está en Coyoacán que era no menos
temido y reverenciado donde iban todos
los de aquella comarca á hacer sus adora-
ciones y sacrificios y á cumplir sus ordina-
rios votos los cuales votos eran continuos y
Fig.3 Tlaloc guerrero en la página 25 del códice Borgia. 1898
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Cerro de San Miguel Arcángel
En la cúspide del volcán San Miguel (Fig.4) co-
nocido como Cerro de San Miguel existió un
importantísimo adoratorio prehispánico. Este
sitio localizado en la Sierra de las Cruces hacia
la parte alta del Santo Desierto de los Leones,
fue referido por sus fundadores carmelitas (De
la Madre de Dios, 1986).
Al visitar el sitio uno puede percatarse y admi-
rar como este adoratorio está en un punto que
ocupa un lugar espectacular y de gran signifi-
cado cósmico–religioso, sitio imponente a 3870
msnm desde donde se contemplan, las altas
cumbres volcánicas del Nevado de Toluca, del
Ajusco, del Popocatépetl y del Iztaczíhuatl,
también hacia el oriente se domina una gran
parte de la inmensa Cuenca de México y
Eva Edith Areizaga Macías, Eva Edith Areizaga
Macías, Joel Santos y Francisco Rivas (García
García, 1989 y Rivas y Santos, 2000).
Sitios y vestigios arqueológicos
Entre los sitios que se sabe existieron o de los
que permanecen algunos vestigios arqueológi-
cos como templos y adoratorios, puntos en
donde se encontraron algunas ofrendas a las
deidades prehispánicas como jarritas Tláloc,
vasijas, platitos, figuras antropomorfas, cajas o
urnas de piedra, en esta región del sudoeste
de la Cuenca de México, y principalmente con
relación a Tláloc, el dios que vive en la monta-
ña, en la cueva, el dios de la lluvia, de los true-
nos, de los relámpagos, de las nubes, de la fer-
tilidad están los siguientes:
Fig.4 Chimenea volcánica del San Miguel. Foto de la Autora.
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El hombre siempre ha mostrado una gran sen-
sibilidad e interés por el conocimiento y respe-
to a la naturaleza, a la que ve como morada de
las divinidades y a las que honra con ofrendas
y sacrificios en sitios significativos y extraordi-
narios como éste.
En la cúspide, de este magnífico sitio se en-
cuentra la ermita del Arcángel Miguel, pequeña
construcción de forma octagonal que posible-
mente fue construida sobre un adoratorio pre-
hispánico (Fig.6).
El nombre del Arcángel Miguel, el fuerte, el
vencedor del demonio, vencedor del demonio
de la idolatría, es frecuente encontrarlo en las
cumbres más altas; no en vano en aquellos
hacia el poniente el Valle de Toluca (Fig.5).
Desde ahí se observan, todavía, hacia los cua-
tro puntos, los maravillosos bosques en las la-
deras de las montañas, mismos en los que na-
cen infinidad de manantiales y arroyos.
Esta protuberancia geológica, relevante espa-
cio geográfico en la cima de la sierra, en el
mismo parteaguas entre la Cuenca de México
y el Valle de Toluca, cercano a los inimagina-
bles manantiales que surgen en la cúspide de
la montaña para formar el río Magdalena, era
un hecho que llamaba la atención del hombre
desde tiempos remotos, al observar cómo en la
cumbre de la sierra, de su interior, del vientre
de la montaña brotaba el agua.
Fig.5. Vista desde San Miguel. Foto de la Autora.
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o como agua obscura, cargada de nutrientes,
de tierra negra, de material fértil, material pre-
cioso y propicio para formar y alimentar suelos
para los cultivos indispensables para el susten-
to de la población, agua sagrada que surge del
vientre de la montaña y que es arrastrada
hacia la parte baja de la sierra, en donde este
limo se acumula.
Ángel María Garibay K., en su obra Teogonía e
Historia de los Mexicanos, cita:
“El año 176 creció tanto el agua de la lagu-
na, especialmente el río de Cuyuacan, que
se anegaron todas las casas, y llegó a la
primera cinta del (templo de) Huitzilopochtli
y las casas que eran de adobe cayeron, y
dicen que venía el agua negra y llena de
culebras, y que lo tuvieron por mila-
gro” (Garibay, 1979: 252).
¿O es quizás el agua proveniente de los ne-
gros y obscuros conglomerados de masas nu-
bosas que el viento, Ehecatl, reúne de mane-
ra intensa en la zona y se precipitan extraordi-
nariamente sobre estas montañas?
José Ignacio Dávila Garibi en su obra Toponi-
mias Nahuas anota:
“Atlitic, compuesto por las partículas: Atl =
Agua; itic = el centro de la zona donde
abunda alguna cosa, interior, vientre; c =
en (locativo)
En los nombres geográficos la partícula
itic señala interior, el centro de la zona
sitios dedicados a adorar a las principales dei-
dades prehispánicas, a las que había que sus-
tituir al imponer la nueva religión.
¿A qué dios se ofrendaba y adoraba en este
sitio? ¿A Huitzilopochtli? ¿A Tezcatlipoca Ne-
gro? ¿El mismo que posiblemente habitaba en
la cueva de Chalma? ¿O era Tláloc el de ros-
tro negro?
Podría relacionarse a esta agua negra, como
agua sagrada, agua proveniente de esta dei-
dad que nos sugiere el topónimo de ATLITIC,
Fig.6. Ermita octagonal del Arcángel Miguel. Foto de la Autora.
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mo que en el flanco poniente de la Sierra de
las Cruces como es el bien conocido adorato-
rio de origen prehispánico de Chalma, espa-
cios que corresponden a una misma y muy
amplia región cultural.
En las faldas de la sierra del Ajusco existen
también túneles o cavidades formados por las
corrientes de magma, roca líquida a muy altas
temperaturas, bajo las capas de roca ya solidi-
ficada del exterior, que se utilizaron también
como sitios de culto.
Mazatepetl
El Mazatepetl es un pequeño volcán que se
distingue hacia el poniente de la Cuenca de
México, escoltando a la Sierra de las Cruces.
El nombre de Mazatepetl, Cerro del Venado,
corresponde en la concepción indígena al
rumbo poniente que es hacia donde se en-
cuentra esta protuberancia en la Cuenca de
México.
El cerro del Venado o Mazatepetl, también co-
nocido en la actualidad como “El Judío”, que a
pesar de estar registrado como un parque na-
tural dentro del Distrito Federal y ser zona eji-
dal, está casi en su totalidad invadido por vi-
viendas y solo la cima en la que se localiza el
centro ceremonial fue rescatado por el INAH.
En la cumbre de este cerro se encuentra un
sitio arqueológico de gran importancia en la
zona (Fig. 7).
donde abunda alguna cosa, donde nace -
en este caso el agua- (Dávila Garibi, 1930).
Para Dávila Garibi el topónimo “Atlitic” significa
entonces: “Lugar en donde nace y abunda el
agua” que corresponde plenamente con las ca-
racterísticas y geografía del lugar, con ese
vientre de la montaña de donde brota y na-
ce el agua.
El pueblo situado a la salida del río, por la Ca-
ñada de Contreras, recibió el nombre de Santa
María Magdalena Atlitic en el siglo XVI.
El nombre de la Delegación La Magdalena
Contreras, creada en 1929, se compuso con el
de la santa patrona del lugar y del apellido de
la familia Contreras, dueños de una importante
hacienda textil que se ubicó en este lugar en el
siglo XVII.
Hacia los dos flancos de las Sierras, la del
Ajusco y la del Chichinautzin hacia el Sur, y la
de las Cruces al poniente de la Cuenca de
México, que colindan con esta zona, se en-
cuentran varias cuevas, cavidades o túneles
que comunicaban con el Inframundo del pen-
samiento indígena, lugares propios para comu-
nicarse y relacionarse con las deidades del
monte, del agua, de la fertilidad, espacios que
servían como adoratorios, lugares sagrados en
donde habitaban estos dioses prehispánicos.
Hacia el flanco sur de la Sierra del Chichinaut-
zin, hacia el estado de Morelos, se encuentran
ejemplos de estas cuevas-adoratorios, lo mis-
18
Al frente de la estructura principal y entre las
dos laterales sobresale un afloramiento de ro-
ca que tal vez pudo servir de plataforma a otro
elemento o a un altar al centro de la pequeña
plaza.
Llama la atención cómo sus constructores
aprovecharon el afloramiento de la roca madre
para labrar y levantar con ella parte de la plata-
forma de la estructura principal, parte de los
primeros escalones y de una escultura ya des-
truida que fueron esculpidos y trabajados en
esta masa pétrea de la cima del pequeño
volcán (Fig.8). Como parte de este afloramien-
to rocoso, al frente de las escalinatas se obser-
van los restos de una escultura que fue des-
La ocupación del sitio corresponde entre
las fechas 1250 - 1480 d. C. (periodo Posclási-
co) en el que la civilización mexica consi-
gue su mayor esplendor.
Este vestigio arqueológico se localiza en los
19°19´17.28” latitud norte y los 99°15´14” lon-
gitud poniente, a una altitud de 2775 msnm.
Las escalinatas de la pirámide principal están
orientadas a los 270°, dirección al poniente,
que se corresponde con una orientación equi-
noccial.
La estructura “B”, al frente de la primera, mira
hacia el norte, situada en los 19°17´50” N y
99°13´52” W, la “C” del frente mira hacia el sur,
180°.
Fig.7. Sitio Arqueologico Mazatepetl. Foto de la Autora.
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da con el fuego y la erupción magmática de los
volcanes, pues aparece en sitios cercanos a
ellos, y está representada por un anciano por-
tando una gran vasija- sahumador sobre su
cabeza.
En el atrio del templo del pueblo de San Ber-
nabé Ocotepec, al que pertenecían también las
tierras del Mazatepetl, se encuentran vestigios
prehispánicos: una vasija y un tlachtemalacatl
o aro del juego de pelota, ambos trabajados en
piedra.
En un grupo de rocas que se localizan hacia la
parte oriente de la pirámide hay múltiples y di-
versas figuras grabadas, entre ellas hay varias
en forma de escalerillas y gran cantidad de
truida casi en su totalidad, quedan sólo rastros
de las patas y la cola, que aparentan ser de
una tortuga pero que posiblemente pudieran
corresponder al desplante de un felino, tal vez
un jaguar, señor del monte y nahual de Tláloc,
como lo menciona Francisco Rivas, arqueólogo
que trabajó el sitio, en su informe de los traba-
jos realizados hacia el año 2000, y quien sugie-
re que se trata de un ser imaginario compuesto
por elementos de una tortuga y de un jaguar.
También en la zona se encontró una figura de
Xiuhtecuhtli (Rivas, Op. Cit.), señor del fuego,
asociado a Huehueteotl, deidad también pre-
sente en esta importante región, cuyo centro
fue Cuicuilco. Esta deidad ha estado relaciona-
Fig.8 Sitio Arqueológico Mazatepetl. Foto de la Autora.
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En una de estas rocas se aprecian unas
“pisadas” grabadas en ella, éstas miran hacia
los 126° y están situadas en los 19°18´25” Nor-
te y los 99°14´56” Poniente.
Tláloc, además, está presente en forma majes-
tuosa en la ladera del Mazatepetl, su rostro
está grabado en una gran roca de forma cóni-
ca, como la representación prehispánica de
una montaña o una cordillera (Fig. 9). Es una
importante imagen del dios de la lluvia, cuya
faz mira también hacia los 270° y se sitúa a
los 19°19´3” Norte y 99°14´30” Oeste.
Esta valiosa imagen de la deidad ha subsistido
a pesar de haber quedado enclavada en medio
de un conglomerado de casas que invadieron
perforaciones como diminutas ollas (Fig. 8).
Estas pequeñas cavidades aparecen frecuen-
temente en varios sitios de México, y su signi-
ficado todavía se ignora. Se ha pensado que
pudieran corresponder a constelaciones, posi-
ciones astrales (Rivas, 2009), marcadores rela-
cionados con otros sitios arqueológicos, ubica-
ción de manantiales; otras hipótesis sugieren
que servirían como diminutos recipientes para
recibir la lluvia, agua sagrada donada por el
dios de la lluvia, Tláloc, para colocar en ellos
alguna bebida ceremonial, o tal vez, para ver-
ter en ellos la sangre del sacrificio humano rea-
lizado para agradar y satisfacer a los dioses,
en espera de sus favores (Broda, 1997:60).
Fig. 8. Detalle en rocas labradas en Mazatepetl. Foto de la Autora
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las laderas de la zona arqueológica del Maza-
tepetl, sin el respeto y cuidado que ello ameri-
ta.
Coconetla
Coconetla significa: lugar de los niños, o Aco-
conetla: lugar de las aguas de los niños.
Con este nombre se conoce esta prominencia
montañosa espectacular; sus altas paredes
verticales sobresalen entre las montañas de la
Sierra de las Cruces, cuya ladera sur mira
hacia el cauce del magnífico río Magdalena,
zona conocida como Cañada de Contreras
(Fig. 10).
En este lugar han sido encontrados también
varios objetos relacionados con ofrendas para
esta deidad, en una rocas existen dos petrogli-
fos de Tláloc de hechura “reciente” (Fig. 11).
¿Será este punto, al poniente, uno de los si-
tios no identificados, de los que mencionan los
primeros cronistas, como Sahagún y Durán,
en el que se realizaban los sacrificios de niños
para Tláloc?
En el Libro II, Cap. I de Sahagún tenemos:
“El primero mes del año se llamaba entre
los mexicanos atlcahualo, y en otras partes
quauitleoa… en el primer día de este mes
celebraban una fiesta en honra, según al-
gunos, de los dioses Tlaloques que los ten-
ían por dioses de la pluvia; y según otros
de su hermana la diosa del agua Chalchitli-
Fig. 9. Tláloc de la región montañosa.
Foto de la Autora.
22
ban pronóstico de que habían de tener mu-
chas aguas ese año.
También en este mes mataban muchos
cautivos a honra de los mismos dioses del
agua…” (Sahagún,Libro II, Cap.I, 1982).
Por ser uno de los lugares más significativos
de la zona, podría ser así: por su geografía, su
estructura, su espectacular vista y dominio del
paisaje, por tener sus despeñaderos hacia el
imponente río y por persistir todavía en este
sitio vestigios de la deidad.
En este sitio se encontraron diversos objetos
como parte de ofrendas a esta deidad, realiza-
das en épocas remotas, entre ellos jarritas o
vasijas Tláloc, platitos, una imagen de rana
cue;
En este mes mataban muchos niños: sacri-
ficábanlos en muchos lugares y en las
cumbres de los montes, sacándoles los
corazones a honra de los dioses del agua,
para que les diesen agua o lluvias.
A los niños que mataban componíanlos con
ricos atavíos para llevarlos a matar, y llevá-
banlos en unas literas sobre los hombros, y
las literas iban adornadas con plumajes y
con flores: iban tañendo, cantando y bailan-
do delante de ellos.
Cuando llevaban a los niños a matar si llo-
raban u echaban muchas lágrimas, alegrá-
banse los que los llevaban, porque toma-
Fig. 10. Vista panorámica de Coconetla. Foto de la Autora
23
yo.
Los vecinos de esta comunidad mencionan
que el motivo que originó esta ceremonia fue
pedir a Dios las lluvias necesarias para sus co-
sechas, puesto que hubo una temporada de
gran escasez.
Las ceremonias prehispánicas de petición de
lluvia para obtener un buen temporal para la
siembra, el crecimiento y florecimiento de los
cultivos y lograr una buena cosecha se reflejan
en las fechas en que se hacen actualmente
los rituales: 3 de mayo, día de la Santa Cruz
para la petición de agua, se celebra en diferen-
tes sitios. Las fiestas patronales de los 4 pue-
blos de la Delegación La Magdalena Contre-
con las anteojeras de la deidad y gran canti-
dad de padecería de cerámica, entre otros.
Referían sus pobladores (los abuelos de los de
hoy) que antiguamente se llevaban a este lu-
gar ofrendas el 3 de mayo, pero también men-
cionan que durante la celebración a los muer-
tos, en los primeros días de noviembre, se de-
positaban en lo alto de esta cumbre tamales,
mole, atole y flores, entre otros alimentos y re-
galos para “los niños”.
Desde tiempo atrás se colocó en este sitio una
cruz en donde se oficia anualmente una misa a
la que asisten principalmente los pobladores
de Santa María Magdalena Atlitic, quienes la
organizan y hacen un convivio el día 3 de ma-
Fig. 11. Tlaloc en la Coconetla. Foto de la Autora.
24
…Todos estos juegos y fiestas se hacían
en un bosque que se hacía en el patio del
templo (mayor) delante de la imagen del
ídolo Tláloc , en medio de dicho bosque hin-
caban un árbol altísimo, el más alto que en
el monte podían hallar al cual ponían por
nombre Tota que quiere decir nuestro pa-
dre… es que iban todos los ministros y
mancebos de los templos y recogimientos,
escuelas, colegios y pupillos y todos sin
quedar chico ni grande, mozo ni viejo iban
al monte de Cuihuacan (Coyoacán) y en
todo él buscaban el árbol más alto hermo-
so y coposo que podían hallar y el más de-
recho y grueso…” (Sahagún, Libro II, Cap.
III 1982).
Mientras que en Pensamiento y Religión en el
México Antiguo, Laurette Séjourné refiere, en
cuanto a las fiestas a los dioses del agua lo
siguiente:
“En las calendas del primer mes… mataban
muchos niños, sacrificábanlos en muchos
lugares y en las cumbres de los montes,
sacándoles los corazones a honra de los
dioses del agua (…) En el primer día del
tercer mes hacían fiesta al dios llamado
Tláloc…En esta fiesta mataban muchos ni-
ños sobre los montes (…) En el primer día
del cuarto mes hacían una fiesta a honra
del dios…de los maíces…y mataban mu-
chos niños (…) En el sexto mes… mataban
ras: San Bernabé (11 de junio), Santa María
Magdalena (22 de julio), San Nicolás (10 de
septiembre) y San Jerónimo (30 de septiem-
bre) para que florezcan y prosperen los culti-
vos, y las fiestas de los muertos (1 y 2 de no-
viembre), corresponden al cierre del temporal y
la recolección de las cosechas.
Hasta hace unos años (cuando todavía había
campos dedicados al cultivo) el 15 de mayo,
día de San Isidro Labrador también se hacía
una importante ceremonia y recorrido de los
agricultores por el pueblo de La Magdalena
con sus yuntas y carretas adornadas, y de re-
greso a su cercana capilla.
La fiesta prehispánica de Etzalcualiztli que se
celebraba el 11 de junio, posiblemente fue re-
tomada y aprovechada por los frailes evangeli-
zadores, como lo hicieron en otros sitios, para
nombrar a este pueblo San Bernabé, por coin-
cidir esa fecha con el día en que se festeja a
ese Santo y continuar esta celebración encu-
bierta por el cristianismo.
También en Sahagún encontramos otra refe-
rencia a Coyoacán que dice:
“Al tercer mes llamaban tozoztontli: en el
primer día de este mes hacían fiesta al dios
llamado Tláloc, que es dios de las pluvias.
En esta fiesta mataban muchos niños sobre
los montes; ofrecíanlos en sacrificio a este
dios y a sus compañeros para que los die-
sen agua.
25
pero volvieron a ser abandonadas. Para el año
de 1987 hubo otra intervención por parte del
INAH, institución que comisionó al Arqueólogo
Francisco González-Rul para hacer el estudio
del sitio, información que nos proporciona
García (García García, 1989).
El sitio arqueológico, si es que fuera de mayo-
res dimensiones, posiblemente fue destruido
desde la época colonial al realizarse las obras
de construcción de la presa, además de que
había la intención de desaparecer los centros
de culto a las deidades indígenas, como lo era
Tláloc en esta región.
La Otra Banda y Copilco
En la parte baja del río Magdalena, próxima a
Copilco, en la colonia La Otra Banda que co-
rresponde al tramo en donde se encontraba la
bella caída de agua o Cascada de Tizapán,
San Ángel, plasmada en una de las obras de
José María Velasco y Casimiro Castro (Fig.12),
se encontraron varios objetos muy interesantes
como parte de ofrendas a las deidades del
agua; entre ellos un cofre de piedra, que mues-
tra en el interior de su tapa a los tlaloques, es-
tos están alrededor de un chalchihuitl, pintado
cada uno de diferente color: negro, blanco,
amarillo y rojo, acordes con los cuatro rumbos
del universo hacia los que están dispuestos, o
como lo anota Johanna Broda “En el Códice
borbónico, en el capítulo de los ilhuitl, Tlaloc
muchos cautivos y otros esclavos compues-
tos con los ornamentos de estos dioses lla-
mados Tlaloques” (Séjourné, 1957:19).
Sitio arqueológico de Aculco
Durante el siglo XVII, para evitar las inundacio-
nes de la Ciudad de México, además de la
apertura del Canal de Huehuetoca, se ordena-
ba también construir represas para regular el
agua de los ríos del sur de la ciudad, que ali-
mentaban la laguna. Una de éstas fue la llama-
da Presa del Rey que se situó sobre el cauce
del río Magdalena en la confluencia con el río
San Jerónimo, en terrenos de la hacienda de
Anzaldo.
Al construir la cortina de la presa cercenaron el
área quedando la mayor parte de la estructura
de la pirámide aguas abajo y el resto del sitio
dentro del vaso de la represa.
Estas estructuras prehispánicas se encontra-
ron hacia el año de 1934 cuando la Secretaría
de Obras Públicas realizó nuevos trabajos en
esta presa.
Intervino en ello la Secretaría de Educación
Pública, que encargó al Instituto Panamericano
de Geografía e Historia el total descubrimiento,
consolidación e identificación de dicha zona.
Tales obras fueron ejecutadas por el ingeniero
y arqueólogo Daniel Castañeda, quien las en-
tregó a la SEP a través del profesor Noguera,
Director de Monumentos en el año de 1935,
26
Gamio en Copilco (1920), se encontraron res-
tos humanos y otros objetos de antiguas ofren-
das que quedaron como vestigios de una cul-
tura que quedó sumergida bajo las coladas de
lava de las erupciones del Xitle.
Fig. 12. Cascada de Tizapan.
Litografía de Casimiro Castro., 1869
aparece cuatro veces sobre una montaña y tie-
ne los cuatro colores de los tlalo-
ques” (2007:41), que según la Leyenda de los
Soles abrieron con sus rayos la montaña de la
abundancia para que comiera la humanidad de
nuestra era, el maíz de cuatro colores
(Velásquez, 1992:121). Esta caja se encuentra
en el Museo Nacional de Antropología e Histo-
ria (Fig.13).
Más adelante, sobre la ribera de este río, en
las excavaciones realizadas por Don Manuel
Fig.13. Caja de Tizapan. Museo Nacional de Antropología.
Foto. América Malbrán Porto
27
ra, sino una imagen del máximo lujo, ya
que está constituida toda de agua y de ella
salen dos ríos, en los que nadan algunos
de los felices habitantes de ese paraí-
so” (Alfonso Caso, 1942).
Ese mundo que creemos mítico o fantástico,
surgido de la imaginación y las leyendas de
esa población ¿corresponde quizá a éste otro
que sí es real? ¿Podría ser éste el lugar en
donde ellos tuvieron su asiento anteriormente y
que debieron abandonar por la erupción del
Xitle?
A 2000 años de distancia, tenemos todavía
la oportunidad de ver y sentir en la zona
montañosa de esta región este paisaje, de vi-
¿El Tlalocan?
En el mural de Teotihuacán que Alfonso Caso
identificó como el Tlalocan, (Fig. 14) encontra-
mos elementos semejantes a los que se obser-
van y corresponden con el paisaje del suroeste
de la Cuenca de México, zona ocupada por los
habitantes de Cuicuilco hasta la erupción del
Xitle, que cubrió con su magma una enorme
extensión.
“En el cielo de Tláloc, el Tlalocan, se en-
cuentran todos los elementos simbólicamen-
te relacionados con el agua: mariposas,
pájaros, plantas y flores (…) En el centro de
la composición, como dijimos, aparece una
montaña; pero no es una Montaña cualquie-
Fig.14. Reproduccion del Tlalocan en el Museo Nacional de Antropología. Foto América Malbrán Porto
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brar con su imponente y hermosa naturaleza,
con la fuerza de sus espectaculares tormentas
eléctricas, sus torrenciales lluvias, los innume-
rables brotes de manantiales: un paisaje que
es real y es aún hoy un verdadero paraíso.
La “montaña rellena de agua y de donde
brotan dos ríos”
¿Corresponde a esta cadena montañosa y a
las corrientes que forman el Río Magdalena?
Esos lugares que fueron plasmados en sus
obras artísticas en el otro sitio que les dio mo-
rada: Teotihuacan ¿habrán sido anteriormente
su morada? Desde luego, pensamos, cabe la
posibilidad de haber sido no solamente la mo-
rada de sus dioses, sino la de ellos mismos.
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31
Martín Cruz Sánchez
E l propósito de este trabajo está encaminado en destacar el papel social que desempeñó la
agricultura en Teotihuacán entre el año 150 a.C hasta el 450 d.C, es decir, de la
fase Patlachique hasta Tlamimilolpa Tardío. De acuerdo con los datos recabados por Re-
ne Millon, sabemos que en el Preclásico Terminal la población teotihuacana oscilaba entre los 5 mil
a 10 mil habitantes y que aumentó notoriamente de 75 mil a 125 mil gentes hacia el Periodo Clási-
co (Millon, 1973). Las cifras de considerable magnitud originaron cuestionamientos de diversa índo-
le con respecto al crecimiento demográfico en Teotihuacán ¿Cómo explicar su poblamiento? Nu-
merosos investigadores señalaron múltiples factores: Para Linda Manzanilla (1993) el fenómeno
demográfico teotihuacano se debió a dos razones principalmente: uno de carácter migratorio y otro
vinculado con el medio ambiente.
En cuanto al primero, menciona que la erupción del volcán Xitle provocó un fenómeno migratorio y
al mismo tiempo un reacomodo poblacional, en la cuenca de México, de grandes proporciones, si
consideramos que para el Preclásico tardío la población de Cuicuilco era poco más o menos de cer-
ca de 20 mil a 40 mil almas (Millon, Op.Cit.). Gran parte de la población cuicuilca se desplazó al
sector noroeste de Teotihuacán1, área ocupada por pequeñas aldeas agrícolas (Manzanilla, 1993:
16-19; véase también Pérez Campa, 2007).
Respecto al segundo argumento, el medio ambiente brindó a los habitantes recién llegados distin-
tas ventajas económicas entre las que estarían el aprovechamiento de los recursos que había en el
lugar. Aunque para sorpresa de la autora, el sitio no era el más idóneo para habitar (carecía de
agua y de terrenos útiles para el cultivo pues eran de tezontle y basalto) y sin embargo los aprove-
charon para la edificación de las pirámides del Sol y de la Luna. Al comienzo de los dos primeros
LA SOCIEDAD AGRÍCOLA TEOTIHUACANA
ENTRE EL 150 A.C AL 450 D.C.
1. Linda Manzanilla menciona que Cuicuilco era uno de los centros más grandes del Formativo terminal y fue despobla-do porque el área sufrió una devastación ecológica. Los reacomodos demográficos surgidos a raíz de este fenómeno provocaron la migración de gente de Texcoco hacia el valle de Teotihuacán, ya poblado por algunas aldeas agrícolas. Esta migración masiva originó un nuevo patrón de asentamiento en el que la población se concentró mayoritariamente en el centro urbano y el resto se tornó totalmente rural (Manzanilla: 1993,18).
32
el Posclásico cuando volvieron a incrementar-
se las lluvias. En el Clásico las especies arbó-
reas sobrevivieron sólo sobre los escarpes ele-
vados, mientras buena parte de las laderas ba-
jas y algunas porciones de la planicie, fueron
ocupadas por una alfombra de gramíneas
acompañadas de diversos elementos arbusti-
vos del género Acacia (Angulo, 2001: 73).
En cuanto a ésta última aseveración, podemos
compararla actualmente con el paisaje rural en
Teotihuacan por la semejanza que muestra
con épocas anteriores, donde los campos des-
tinados a la labranza están circundados por
pequeños arbustos, magueyes, nopales y piru-
les entre otras especies.
Los datos que proporciona Angulo son de par-
ticular interés para nuestro ensayo porque des-
taca la importancia social y religiosa que tuvo
la agricultura en Teotihuacán (ibíd.: 65-186).
Refleja la necesidad de los teotihuacanos por
resolver el reto de producción agrícola a mayor
escala, no obstante la adversidad de los cam-
bios climáticos en la región y sus alrededores.
Mediante el trabajo comunitario la población
atrajo mayores beneficios a la urbe. Las labo-
res del campo, impregnadas por un pensa-
miento religioso desplegado por la elite teo-
tihuacana, fueron uno de los temas que con
mayor frecuencia observamos en el arte sacro
de esta ciudad. A través de la arquitectura, la
pintura mural, la escultura y la cerámica los
siglos de la era cristiana construyeron la Calza-
da de los Muertos y por consiguiente la gente
que vivía en el sector noroeste se desplazó y
estableció a lo largo de esta avenida siguiendo
un patrón axial norte-sur de poblamiento. Con
el tiempo, Teotihuacan siguió aumentando de
tamaño hasta alcanzar 20 km2 de superficie e
invadió la llanura aluvial del río San Juan, ante-
riormente destinada para el cultivo (Manzanilla,
Op.cit.: 18).
Otros investigadores mesoamericanistas consi-
deraron que al crecimiento de la población ur-
bana contribuyó el clima. Jorge Angulo (2001)
apoya esta visión en un trabajo inédito de Lau-
ro González Quintero quien al respecto aseve-
ra que durante las etapas formativas pre y pro-
to teotihuacanas, conocidas como Cuanalan y
Patlachique, en la Cuenca del Valle de México
la temperatura era templada y las condiciones
climáticas de pluviosidad fueron relativamente
elevadas hasta los inicios de la era cristiana.
Pero que a partir de las etapas Tzacualli y Mic-
caotli (1200 d.C) el clima se deterioró de mane-
ra paulatina con lo cual el lago de Chalco des-
apareció. A consecuencia de ese incremento
térmico el descenso pluvial en la planicie se
hizo visible pues otros lagos se evaporaron y el
de Texcoco redujo su extensión, como resulta-
do de este periodo de sequía la concentración
salina sufrió un aumento en el periodo Clásico
y los niveles de salinidad descendieron, hasta
33
ción de esteras y cestos. Pero también los
bancos de arcilla en el valle de Teotihuacán
fueron útiles en la elaboración de cerámica. La
roca volcánica y grava, materias primas para la
edificación, sirvieron para múltiples recintos
urbanos (Winning, 1987: 25-29).
Algunos más, como David R. Starbuck, seña-
lan que los recursos forestales y la fauna vin-
culados con las laderas montañosas también
proporcionaron a los teotihuacanos otros bene-
ficios por encima de cualquier práctica agríco-
la. Argumenta que los teotihuacanos aprove-
charon los recursos forestales como el pino y
el roble, plantas silvestres y animales como el
venado cola blanca, el conejo, el guajolote y el
perro, además de aves acuáticas migratorias
(Starbuck, 1987; véase también McClung,
1993).
En consecuencia todos estos factores se com-
binaron e hicieron posible que Teotihuacán
fuera un importante emporio económico, políti-
co, social, cultural y artístico como ningún otro
pueblo mesoamericano contemporáneo a éste.
A través de los datos arqueológicos hoy tene-
mos la certeza de que esta urbe controlaba y
conseguía localmente importantes artículos de
comercio: sal mineral, obsidiana y excelente
material, incluyendo piedra dura, para la cons-
trucción. También dominaba el acceso a las
materias primas, con una superioridad en la
organización y el control del transporte. Los
teotihuacanos expresaron su vínculo con las
divinidades propiciatorias de la vida, de la lluvia
y la fertilidad por encima de cualquier otro as-
pecto temático que sin duda alguna rigió la
existencia de los hombres.
Es de suponer que ante la escasez de lluvias
de temporal, los teotihuacanos enfrentaron el
reto de producir mayores alimentos a pesar de
las limitaciones del agua y aprovecharon los
recursos disponibles en la zona y áreas aleda-
ñas e hicieron acopio de todos los conocimien-
tos tecnológicos en ingeniería hidráulica y los
aplicaron al campo y a la producción agrícola.
Hay quienes destacan la importancia que tuvie-
ron los recursos naturales para que Teotihu-
acán se posicionara como un emporio econó-
mico y mercantil de primer orden. Michael W.
Spence considera que la proximidad de las mi-
nas de obsidiana de Otumba y de la Sierra de
las Navajas en Pachuca constituyó uno de los
recursos de gran impacto en la economía de
Teotihuacán por la utilidad que ésta ofrecía en
la elaboración de distintos artefactos (Spence,
1987: 429-450).
Otros autores como Hasso von Winning consi-
deraron que la existencia de manantiales de
agua dulce ubicados en la región suroeste del
valle fueron aprovechados por la gente de esta
antigua metrópoli. La cercanía del sistema la-
custre de Texcoco posibilitó a los teotihuaca-
nos la extracción de sal y caña para la elabora-
34
Hasta aquí mencionamos algunos factores que
contribuyeron de distinta manera al aumento
de la población en Teotihuacán. Y centraremos
nuestro interés en el que consideramos de ma-
yor peso: La agricultura vinculada con la reli-
gión pues el impacto social en Teotihuacán se
hizo evidente.
Insistimos que para el periodo que nos ocupa
la agricultura fue, junto con la religión, prepon-
derante en la vida de los teotihuacanos por en-
cima de cualquier otra actividad humana. Fun-
damentamos nuestra opinión con base en los
datos arqueológicos, botánicos y de pintura
mural que citamos en este ensayo.
A) La agricultura
La producción de alimentos proporcionó segu-
ridad no sólo a la existencia cotidiana de la po-
blación sino también al Estado teotihuacano.
La agricultura estuvo vinculada con el pensa-
miento religioso del grupo dominante ya que, a
través de este mecanismo de control social,
evitó potenciales levantamientos de la pobla-
ción derivados de la hambruna que posible-
mente conocieron los pueblos mesoamerica-
nos a lo largo de su historia. Satisfecha esta
necesidad inmediata seguramente realizaron
otras actividades distintas a las del campo. Su-
ponemos que cuando los sembradíos requer-
ían de mayores cuidados la elite teotihuacana
centraba toda su atención y energía en el cam-
comerciantes teotihuacanos desplazaron pro-
ductos terminados tales como la cerámica Ana-
ranjado Delgado, navajas de obsidiana y vasos
estucados que no sólo producían en las zonas
urbanas de esta ciudad mesoamericana sino
también en otras regiones que estaban bajo su
dominio como Matacapán, en Veracruz y Kami-
naljuyú, en Guatemala. A través del comercio
Teotihuacán atrajo la atención e interés de pro-
pios y extraños procedentes de las regiones de
Oaxaca, de la costa del Golfo y posiblemente
también mayas (Rattray, 1987; véase Parsons,
1987: 27-75).
Rubén Morante López señala que la posición
privilegiada del valle de Teotihuacán como ruta
de acceso directa entre la Costa del Golfo y la
Cuenca de México posibilitó no sólo su creci-
miento demográfico sino también el político y
económico. La diversidad de climas y produc-
tos naturales separó e integró al mismo tiempo
estas regiones durante su historia. Los flujos
humanos y los productos fueron en ambas di-
recciones, a través del Golfo de México, inte-
grando otras zonas de Mesoamérica, entre
ellas las mayas y zapotecas e incluye también
los llamados bienes culturales de tipo informati-
vo y tecnológico fueron empleados en la agri-
cultura como resultado de los intercambios ma-
teriales y culturales que se dieron entre el Alti-
plano Central y la Costa del Golfo (Morante,
2004: 23-43).
35
una caña de maíz. El ingenio de los pintores
sin duda es extraordinario por la sencillez del
trazo y la precisión con la cual rescata los ele-
mentos más significativos que identifican a es-
ta gramínea: el fruto semiredondo, casi ovala-
do con la característica natural de que esta
planta es trepadora. La belleza del dibujo es
excepcional porque miramos la exactitud con
la cual los tlacuilos pintaron asimismo los fru-
tos del maíz, con sus respectivas mazorcas
mostrando las hiladas continuas del valioso
grano y el pelo sobresaliente en el extremo
exterior.
po, vigilando y controlando a los agricultores
para que efectuaran las acciones necesarias y
lograr de este modo una buena producción. El
esfuerzo final llegaba cuando se acercaba el
levantamiento de la cosecha, hasta ese mo-
mento el trabajo colectivo rendía sus frutos.
Debo advertir que seguramente el Estado
teocrático teotihuacano ideó mecanismos de
control social tan efectivos como para lograr el
control de los estratos de la población menos
favorecidas. Suponemos también que las labo-
res agrícolas en campo abierto fueron exclusi-
vas de los hombres y que tal vez las mujeres
como el resto de los demás miembros de la
familia, ancianos y niños solo participaron
cuando los productos del campo fueron lleva-
dos a la urbe o una parte a sus hogares,
brindándoles la oportunidad de emprender
otras actividades que rindieran distintos satis-
factores económicos y materiales.
B) Cultivos
Ligada a la agricultura está el conocimiento de
las especies o géneros que podían sembrar en
la región, tomando en cuenta el medio ambien-
te y el clima. Al respecto mencionamos que los
tlacuilos fueron hábiles al representar en la
pintura mural de Teotihuacán plantas de maíz,
frijol y calabaza, alimentos que constituyeron
la base de su alimentación (Fig.1). Se trata de
una planta de frijol trepando sobre el tallo de
Fig. 1. Planta de frijol trepando sobre una de maíz.
Pintura mural de Tepantitla, Teotihuacán. Tomada
de Jorge Angulo, 2001, Tomo II, 117.
36
los habitantes conocían muchas técnicas y en
la pintura mural encontramos evidencia de que
así fue (Fig. 2). Tal como podemos observar
en el muro suroeste de Tepantitla. En el que
vemos tierras labradas cuyo sentido contra-
puesto se asemeja al tejido de una estera o
tapete. No nos queda la menor duda de que
esta representación pictográfica parte de una
realidad tangible a nuestros sentidos tal como
hoy se mira en los campos de nuestro país.
Pero más que un gusto estético, el pintor re-
flejó una realidad práctica y útil como es el
hecho de aprovechar al máximo la humedad
obtenida por las lluvias estacionales o, como
en el caso de este mural, de un sistema de rie-
Emily McClung menciona que las plantas culti-
vadas por los teotihuacanos eran tres varieda-
des de maíz, el frijol negro, el frijol ayocote, va-
rias especies de calabaza, el chile, el jitomate,
el amaranto, los quelites y la tuna. Consumían
frutos como el capulín, el tejocote y quizás el
zapote blanco. Recolectaban papa silvestre,
tule, verdolaga y huizache (McClung, Op.cit.,
27-30).
C) Tecnología
Consideramos que los conocimientos tecnoló-
gicos aplicados a la agricultura también favore-
cieron la densidad de la población en Teotihu-
acán. Arqueológicamente se ha demostrado
Fig. 2. Muro suroeste
de Tepantitla, Teotihu-
acán. Tomado de
Uriarte, 2001, Tomo II,
246.
37
todo si consideramos que el crecimiento de la
población iba en aumento.
D) Religión
Mediante una ideología religiosa basada en un
complejo de deidades agrícolas propiciatorias
de la vida y del bienestar de toda la humanidad
la elite teotihuacana logró producir más de lo
necesario. La presencia de sacerdotes en dis-
tintos niveles de la vida de los hombres fue ne-
cesaria. En distintos contextos arqueológicos
observamos la presencia de diversas deidades
agrícolas vinculada con Tláloc (Cabrera,
2001a: 131-138, véase De la Fuente, 2001b,
259-311). Por su parte, Noel Morelos García
señala al respecto que en la organización del
complejo ceremonial teotihuacano se maneja-
ron múltiples representaciones con rasgos
compartidos. Que estos posiblemente se re-
produjeron de manera sistemática hasta que
fueron parte inseparable del mito y la cosmovi-
sión teocrática. Y que conforme se consolidó el
Estado teotihuacano, se estableció a la vez un
centralismo religioso que originalmente fue di-
verso y amplio, pero que poco a poco se cen-
tralizó en una sola imagen ¨divina” que es la
que pasa al Posclásico en la forma de Tláloc
(Morelos, 1987: 59-67). A la deidad de la Lluvia
la identificamos por sus típicas anteojeras cir-
culares, colmillos y dientes además de estar
asociada con otros elementos acuáticos: chal-
go permanente denominado apantli o canal
donde observamos la trilogía mesoamericana.
Más debo advertir que de acuerdo con los da-
tos arqueológicos los teotihuacanos emplearon
distintos sistemas de riego a saber: irrigación
por inundaciones, Irrigación permanente inclu-
yendo los cultivos en chinampas, terrazas y el
cultivo por temporal basado en las lluvias
(McClung, 1984; véase Rojas: 1988,133-154).
Rojas menciona que la clasificación de los sis-
temas de riego, estos han sido agrupados por
los autores según diversos criterios, las más de
las veces considerando el tipo y la naturaleza
del agua que los nutre y el método de distribu-
ción de ésta. Distinguen los siguientes: 1. Rie-
go permanente por canales, de manantiales y
ríos perennes. 2. Riego temporal de ríos per-
manentes. 3. Riego temporal por inundación o
avenidas, con o sin canales. 4. Riego a brazo.
5. Riego permanente tipo chinampas y campos
drenados, se combina riego manual y por filtra-
ción. 6. Otros sistemas, como los depósitos
pluviales en cimas, galerías filtrantes, etcétera
(Rojas, op.cit.: 133).
En otras secciones de este mural los pintores
manifestaron el aprovechamiento de los ojos
de agua o manantiales para la agricultura, lo
cual es de gran interés para nuestro estudio
porque hace referencia a las técnicas agríco-
las empleadas por los teotihuacanos para obte-
ner mejores resultados en la producción, sobre
38
mo parecen sugerirlo los artífices teotihuaca-
nos en un mural de Teopancaxco, en Teotihu-
acán (Cabrera, 2001b: 158; 2001, Tomo I: 203-
256, véase Pasztory, 1993:135-158; Manzani-
lla, 1993:19).
Se trata de dos sacerdotes ricamente atavia-
dos desplegando oraciones a sus dioses. Su-
gerimos que los tocados que llevan sobre su
cabeza, vistos de perfil asemejan el rostro de
un felino y el de una serpiente, ambos con ele-
mentos acuáticos estelares. Las encías muy
similares a las del dios Tláloc. Suponemos que
estos yelmos estuvieron asociados con los ele-
mentos tierra-agua y por consiguiente con la
fertilidad. Las vírgulas emergen de la boca en-
treabierta de ambos personajes. Presentan
puntilleantes gotas de agua y flores. La co-
rriente de agua representada con diminutas
gotas va intercalada con algunas semillas. Una
línea curva con ganchos en espiral da el as-
pecto de conchas marinas cortadas de perfil.
Ambas figuras convergen al centro en direc-
ción a un altar de base trapezoidal, en cuya
cima se mira un disco solar con diseños ge-
ométricos entrelazados cuyo borde ostenta los
“rayos” solares. En la cenefa exterior de dicha
pintura mural hay diversos géneros de “plantas
con frutos de formas redondeadas, cuadradas
y ovaladas y algunas conchas que se interca-
lan a lo largo de la guía (Cabrera, 2001b: 158)
Como esta imagen hay otras tantas referentes
chihuites, caracolas, estrellas, etcétera (Fig. 3).
Más cabe advertir que en el arte de Teotihu-
acán muchos estudiosos han asociaron indis-
criminadamente con el dios de la Lluvia varia-
das imágenes y figurillas con bigoteras, chal-
chihuites, orejeras circulares, anteojeras, círcu-
los concéntricos sin dar oportunidad de recono-
cer la existencia de otras deidades que segura-
mente estuvieron vinculadas con la agricultura
y la fertilidad, aunque de ellas desconozcamos
su nombre.
Otras imágenes de carácter religioso (Fig. 4)
tuvieron el propósito de elevar plegarias a las
divinidades de la lluvia, posiblemente aludien-
do el comienzo anual del ciclo agrícola tal co-
Fig. 3. Tláloc sembrador según Arthur Miller. Za-
cuala, Teotihuacán. Tomado de De la Fuente
2001:323).
39
relos propone que hay más que una deidad
central –Tláloc-, de la que se deriva una cos-
movisión, se presenta una integración comple-
ja de formas asociadas a la agricultura. Esta
integración supone a la vez la asociación con
símbolos básicos y auxiliares como el agua y
el fuego, aunque también se ha propuesto que
hay una trascendencia simbólica del complejo
de deidades relacionadas con la fertilidad de la
tierra, hacia las formas humanas primero y
hacia las animales después (Morelos, op.cit.:
60). En efecto, contrariamente a lo que pudiera
pensarse de que solo existió una divinidad de
la lluvia en Teotihuacán, estamos seguros de
que hubieron otras, posiblemente femeninas,
asociadas con la agricultura y su presencia se
debe probablemente a la naturaleza dual de
los dioses dentro de la cosmovisión de los pue-
a las divinidades de la lluvia, de la agricultura y
la fertilidad, como la que vemos al inicio del
artículo de Pasztory. Se trata de un fragmento
de pintura mural fechado entre 600-750 d.C.
pertenece al acervo arqueológico de The Art
Institute of Chicago. En él se observa un sacer-
dote de la lluvia, procedente de Teotihuacán.
El personaje está arrojando flores y orando por
agua, el sacerdote aparece frente a un atado
de cañas que simbolizan la terminación de un
ciclo de tiempo y el inicio de un nuevo periodo.
Este ideograma complejo, que se repetía a lo
largo de las paredes de un aposento, formaba
parte de una letanía para pedir agua y fertili-
dad. Lo incluimos en este trabajo por la seme-
janza que tiene con la figura anterior.
A partir de la evidencia arqueológica in situ,
además de la pintura mural teotihuacana, Mo-
Fig. 4. Teopancaxco. Cuarto I, mural 1.Sacerdotes frente a disco solar, según Peñafiel en Gamio 1922.
Tomado de Cabrera, 2001c:157.
40
pago. De sus manos descienden enormes co-
rrientes de agua y debajo de su cuerpo el
líquido vital nutriendo las tierras destinadas pa-
ra la labranza.
Eduard Seler enfatiza que el dios de la lluvia
está representado de distintas formas y atribu-
tos, y el cromatismo empleado en ellos puede
tener varios significados. El tlacuilo representó
a Xiutecuhtli como dios del fuego pero también
como dios de la lluvia del sur. En segundo lu-
gar a Tlahuizcalpantecuhtli como deidad del
planeta Venus, deidad de la lluvia del oeste.
Quetzalcóatl, dios del viento pero también divi-
nidad de la lluvia del este. Tezcatlipoca, dios
de la noche y divinidad de la lluvia del norte. Al
centro, Xochipilli, dios solar, dios de la lluvia
del centro o de la altura. Por lo tanto concluye
que “la pintura facial es distinta en cada rostro,
de modo que estos cinco dioses de la lluvia
están representados como encarnaciones de
otros tantos dioses diferentes. La tierra por de-
bajo de las figuras está dibujada en la forma en
que los códices del grupo Borgia suelen dibujar
un campo labrantío (Seler, 1988, Tomo I: 263-
265).
F. Construcciones
Insertamos aquéllas que imágenes asociadas
con la distribución del agua en la urbe (Fig. 6)
Tal vez se trate de “casas de aguas” destina-
das para el abastecimiento de este líquido em-
blos indígenas.
E. El color
Seguramente los colores empleados por los
artífices teotihuacanos tuvieron connotaciones
religiosas y posiblemente también vincularan el
aspecto femenino o masculino de sus divinida-
des con el propósito de destacar sus cualida-
des o atributos para cada acción en el destino
de los hombres.
La pintura facial de dioses y hombres es diver-
sa. Por ejemplo, en Tepantitla hay una deidad
femenina pintada de color verde, como otra
que existe en el borde de una puerta dentro
del mismo recinto pero que en esta ocasión es
la típica representación de Tláloc. Aunque am-
bas ostentan el mismo color se trata de dos
diferentes divinidades. En apariencia esto pa-
rece significar que incluso el factor cromático
de las representaciones formó parte del código
simbólico del complejo religioso agrícola
(Idem.).
Pero no sólo en el arte de Teotihuacán obser-
vamos estas diferencias. También en los códi-
ces vemos esta regla (Fig. 5) Lámina 28 del
Códice Borgia (1898). En ella vemos cinco re-
presentaciones diferentes del dios de la Lluvia,
Tláloc, con el rostro cubierto de distinto color.
Todos sosteniendo de la mano una olla efigie
con el rostro de Tláloc mientras que con la otra
sujetan una serpiente con el símbolo del relám-
41
Fig. 5. Lámina 28 del Códice Borgia. 1898.
42
sacro de esta antigua metrópoli mesoamerica-
na.
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pleadas para el consumo humano o bien, para
la agricultura (De la Fuente, 2001a:113). Se
trata de dos construcciones vistas frontalmen-
te, de forma cuadrangular, compuestas por dos
cuerpos arquitectónicos en cuyo centro hay
una apertura. Ambas poseen almenas en la
parte superior. A ambos lados de estas cons-
trucciones tenemos varias líneas onduladas
que manifiestan el movimiento de las aguas
provenientes de ojos de agua o manantiales.
A manera de conclusión, diremos que gran
parte de la pintura mural de carácter religioso
estuvo enfocada en la agricultura, en la fertili-
dad, en el ciclo agrícola y, sobre todo, en las
deidades asociadas con el agua y la lluvia de
allí que consideremos a la como una actividad
de gran impacto social y su vínculo con el arte
Fig. 6. Zona 2, Templo de los caracoles emplumados.
Tomado de De la Fuente, 2001a:113.
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46
Raúl Francisco González Quezada1
A l interior de los procesos de trabajos del Proyecto de Investigación y Conservación de la
Zona Arqueológica El Tlatoani, Tlayacapan, Morelos, realizados desde 2012, convivimos
por largo tiempo con una familia de entusiastas de la historia local. Ellos conservan en su
hogar ciertas piezas arqueológicas que, con seguridad, son solamente unas cuantas entre cientos o
miles de piezas que se encuentran en manos de los vecinos de esta comunidad. De entre ellas, nos
llamó fuertemente la atención una escultura circular que, en ese momento, servía de base para una
maceta, en el solar de la casa de su poseedor, con un signo que reconocimos presente en Teo-
tihuacan y en Xochicalco.
Su estado de conservación es precario y el proceso de deterioro se ha agravado derivado del uso
que le propinan sus poseedores. Las pláticas densas y continuas con ellos han buscado el conven-
cimiento para que se le otorgue un cuidado más cercano a la conservación que nos permita contar
con la pieza por más tiempo. Ellos reconocen la responsabilidad de su custodia pero el proceso de
registro formal de la pieza aún no se realiza. A pesar de ello, pudimos realizar el registro técnico ar-
queológico de la misma.
Las versiones del lugar preciso del que fue extraída nunca se aclararon con firmeza, al parecer pro-
viene de la zona urbana de la zona arqueológica de Tlayacapan, ubicada en la sección baja inme-
diata de la falda oriental de la Sierra de Tepoztlán, en esta zona de Tlayacapan, justo en relación
directa con los cerros El Tlatoani y Huixtlaltzin. Ambos cerros cuentan con zonas arqueológicas en
sus respectivas cimas. Precisamente El Tlatoani es el sitio al que le hemos dedicado ya, dos mo-
mentos de investigación arqueológica.
En el año 2012 los esfuerzos de investigación y conservación se centraron solamente en la sección
alta del cerro El Tlatoani. En ese espacio logramos determinar momentos ocupacionales a partir, al
EL GLIFO-EMBLEMA DEL DIOS DE LA TORMENTA-TLÁLOC
EN TLAYACAPAN, MORELOS
1. Investigador en el Centro INAH-Morelos. Mtro. En Arqueología por la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
47
pecto al Epiclásico sólo contamos, por ahora,
con una muestra de materiales cerámicos aso-
ciados a este momento, sin elementos arque-
ológicos arquitectónicos o de otro tipo asocia-
dos.
En las recientes excavaciones arqueológicas
del mes de mayo de 2013, una de las preten-
siones fue conocer los elementos relacionales
de los espacios sociales de la cima del cerro El
Tlatoani con la sección baja inmediata oriental
de la sierra donde suponemos se localizaron
los órdenes urbanos previos a la invasión es-
pañola, así como con espacios más lejanos de
la sección central urbana para la eventual loca-
lización de asentamientos agroartesanales. Al
intervenir el área urbana donde pretendíamos
explorar arquitectura monumental en un princi-
pio, pudimos identificar un espacio arquitectó-
nico con al menos dos momentos constructi-
vos. El más tardío tuvo una ocupación presu-
miblemente asociada al Posclásico Temprano
(1000 al 1100 d.C.), mientras que la anterior
muestra una ocupación durante el período
Clásico.
Se trata quizá de un espacio palaciego, asocia-
do a la gestión político-administrativa. De éste
último se definieron huellas de revestimiento
de tierra sin cal en los muros, testigos de pilas-
tras y pisos enlucidos de tierra que en conjunto
indican la construcción de cuartos que even-
tualmente tendrían cubierta de la cual no que-
menos, del año 600 d.n.e. en la estructura ar-
quitectónica localizada en la cima, así como
espacios ocupados en las terrazas de ascenso
cuya cronología los ubica hacia el 1,000 y
1,100 d.n.e.
Determinamos que las funciones sociales ge-
nerales de la ocupación del cerro variaron de
un primer momento identificado hacia el final
del Clásico con un pequeño templo erigido en
la cima del cerro, muy dependiente de la mor-
fología natural del cerro, mientras que hacia el
Posclásico Temprano logramos identificar un
pequeño templo y algunos espacios de habita-
ción, terrazas debajo de la cima, donde even-
tualmente se habrían realizado procesos pro-
ductivos artesanales, sin que tengamos al mo-
mento toda la secuencia completa para definir
talleres.
Hacia el Posclásico Tardío el área se man-
tendría ocupada, pero el espacio construido se
transformaría. Las terrazas se normalizaron
cubriendo espacios habitacionales y de ges-
tión, dejando plana la superficie de la mayoría
de ellas, eventualmente se convirtieron en una
especie de espacio de acceso restringido de
carácter militar o al menos de defensa hacia la
cima. Los cuartos habitacionales se concentra-
ron en las terrazas más altas y se amplió en
varias ocasiones el orden arquitectónico en la
cima. Este espacio sería abandonado sola-
mente a partir de la invasión española. Res-
48
se localizaron 139 orejeras de piedra verde
asociadas a 4 tumbas con múltiples entierros
en el complejo de sacrificio masivo, relaciona-
do claramente al efecto de procesos militaris-
tas hegemónicos en el espacio construido
(Sugiyama, 2007:143). En la Pirámide de la
Luna se han localizado en tres de los siete mo-
mentos constructivos de ampliación, magnas
ofrendas de artefactos, ecofactos y hombres
asesinados en procesos también vinculados al
desarrollo militarista; asimismo se han encon-
trado en asociación con estos sujetos, orejeras
de piedra verde. Cabe mencionar que los indi-
viduos a los que les fue detenida la vida eran
fundamentalmente hombres entre 14 y 60 años
de edad, muchos de ellos eran foráneos a la
ciudad y dos de ellos fueron claramente deca-
pitados (Sugiyama y López 2007; Spence y
Pereira 2007).
El fechamiento por radiocarbono y la determi-
nación del índice de Isótopos de estroncio de
los restos óseos del entierro nos permitirá de-
terminar la cronología y la procedencia del su-
jeto decapitado e inhumado en Tlayacapan
que tentativamente por el momento considera-
mos que pertenece al Clásico, y eventualmen-
te tenía nexos importantes con desarrollos de
estrategias bélicas militaristas y de afirmación
hegemónica simbólica local a través del asesi-
nato y la ofrenda ritual.
Es de este espacio, quizá, de donde fue extraí-
daron rastros. Su muro perimetral es en talud y
limita en lo alto con una cornisa que sostenía
un entablerado. Al interior, asociada a este mo-
mento del Clásico, localizamos una cista fune-
raria con un individuo que, por las calidades de
su ajuar funerario y la ubicación de su inhuma-
ción, podría tratarse de un sujeto que participó
de alguna manera con la clase hegemónica de
la sociedad tlayacapanense de su época. Su
atavío consta de orejeras y un collar con cuen-
tas de piedra verde, otros artefactos también
de este material, así como una serie de vasijas
pertenecientes al Complejo Cerámico del
Clásico Tardío morelense.
Al individuo inhumado en Tlayacapan, que os-
tentaba orejeras de piedra verde, le fue sepa-
rada la cabeza, muy probablemente decapita-
do en vida o quizá retirada del cuerpo en mo-
mentos muy cercanos al proceso de descom-
posición del sujeto después de muerto. De co-
rroborarse que se trata de decapitación enton-
ces nos encontramos ante un “sacrificio”, es
decir, un asesinato asociado al ejercicio del po-
der hegemónico local. Considerando que el en-
tierro es muy probable que pertenezca a perío-
do Clásico, se trataría de una práctica análoga
quizá, a las practicadas en los grandes ele-
mentos arquitectónicos hasta ahora investiga-
dos en Teotihuacan, tanto en la Ciudadela co-
mo en la Pirámide de la Luna. En la Pirámide
de la Serpiente Emplumada o de Quetzalcóatl
49
muestra en altorrelieve tres círculos semejan-
tes en magnitud y parsimonia ejecutados en
altorrelieve cuyo centro ha sido horadado; en
la sección media divide a este círculo el diseño
en bajorrelieve de una línea que ondula en tra-
yectoria horizontal al centro y semicircular de
abajo hacia arriba simétricamente en cada ex-
tremo; bajo ésta, un signo cruciforme en bajo
relieve con un círculo al centro en altorrelieve.
El círculo intermedio sirve de marco al círculo
interior, mientras que el externo se encuentra
segmentado en cuadrángulos semejantes en
tamaño (Figs.1y 2).
Este signo ya ha sido reiteradamente descrito
e interpretado por diversos autores, se le ha
denominado quinterno (Winning, 1987), insig-
da la pieza que ahora describimos. De forma
circular en su origen, alcanza en la actualidad
37 cm. de ancho por 48 cm. de largo y un
máximo de 6 cm de espesor. Muestra signos
tallados en ambas caras. Tras un registro fo-
tográfico y un dibujo pudimos advertir con ma-
yor precisión la configuración de los signos. En
el artefacto de lítica pulida se puede advertir
que se ha ejecutado el mismo signo en ambas
caras del artefacto, en una de ellas el diseño
casi se ha perdido mientras que en la otra aún
se puede descubrir su configuración. Los com-
ponentes icónicos del signo se ordenan en tres
círculos concéntricos. El interior marca un diá-
metro que abarca casi la mitad de toda la su-
perficie de la cara, en su sección superior
Fig.1 Fotografías con luz rasante de la escultura.
Foto. Enrique Méndez.
50
con las sociedades que habitaron las tierras
del actual estado de Morelos se han supuesto
de manera sistemática desde el llamado Clási-
co Tardío (450-650 d.n.e.), a partir de la fase
Tlamimilolpa Tardío, y Hasso von Winning
había considerado que en Teotihuacan el sig-
no provenía de las fases Xolalpan y Metepec
(Gutiérrez, 1990:22), por lo que la analogía for-
mal de este signo en Tlayacapan puede prove-
nir de estas fases cuando más temprano. En la
urbe teotihuacana se han encontrado en múlti-
ples soportes semióticos este signo, tanto en
cerámica, escultura en piedra y en pintura mu-
ral en Tetitla, Totometla (Fuente, 1995:191;
Juárez, 2010), Xalla (Manzanilla, 2008) y en
nia del Dios de la Tormenta (Langley, 1986) y
glifo del llamado Tláloc B o Tláloc de la Guerra,
El Jaguar y también el Relámpago, según
Pasztory (1974).
El signo fue identificado hace décadas y el pri-
mer punto donde se analizó fue en el área ma-
ya, Edward Thompson lo relacionó metafórica-
mente con la turquesa, lo precioso y el agua
(Langley, Op.Cit.:279); Alfonso Caso lo asoció
al nivel de metáfora con el glifo turquesa y dia-
gramáticamente con los cinco puntos de mun-
do en Teotihuacan (Caso, 1967). Este signo se
remonta a la época del Clásico y su origen al
parecer se encuentra precisamente en la Ciu-
dad de Teotihuacan. Las relaciones de ésta
Fig.2. Dibujo naturalista elaborado por la P. A. Berenice García Vázquez.
51
Fig.3. Signos del glifo de Tláloc B procedentes de Teotihuacan, los primeros cuatro de izquierda a de-
recha fueron tomados de Caso (1962); el quinto es Tomado de Langley (1992, detalle de la figura 7), el sexto
proviene de Totometla, acá se nota claramente que es el escudo del llamado Tláloc B (Tomado de Juárez
2010:76); el séptimo caso es una figurilla procedente de Zacuala (Tomada de Winning 1987). El octavo ejem-
plar es un artefacto procedente de la estructura 2 de Xalla designado como “iconografía del Dios de las Tor-
mentas” (Tomado de Manzanilla (2008:120). Signo esgrafiado en el fondo de una vasija con base anular del
tipo anaranjado delgado procedente de Oztoyahualco (Tomado de Millon, 2008:767-768).
52
Más tarde Langley (2002) reduciría la identifi-
cación de los signos como regularidades sígni-
cas a 100 signos, con posibilidad de hasta un
85% de analogía formal y quizá de contenido
de significación con otros signos presentes en
otros puntos de América Media.
Tras estos trabajos de Langley, Pasztory du-
daría sobre la posibilidad de establecer límites
precisos entre el Tláloc A y el B (Pasztory,
1997:68,104). En general, estos autores han
adoptado la denominación de Dios de la Tor-
menta para Teotihuacan (Storm God). Paszto-
ry indica que este Storm God estuvo relaciona-
do no solamente con la fertilidad y el rayo, sino
también con la guerra y el sacrificio. Esta dei-
dad habría existido, desde la fase Tzacualli, en
primeros atisbos sígnicos donde aún no se fi-
guraría la totalidad de sus componentes sígni-
cos y fácilmente se convertiría en el Tlaloc del
Posclásico Tardío (ibid.:95, 250).
El uso particular del quincunce o quinterno ba-
jo la bigotera ha sido asociado en general co-
mo signo panregional en el desarrollo de Amé-
rica Media y su sistema de valores, relaciona-
do con los cinco puntos fundamentales del
cosmos, en un elemento metafórico de un pro-
ceso cosmogónico cuyas unidades generales
parecen compartir múltiples sociedades de
América Media dentro de su sistema de valo-
res (López Austin, 2010).
A este elemento cruciforme Langley (2002:
Oztoyahualco (Millon, 2002) (Fig.3).
En la década de 1970 Esther Pasztory propuso
una clasificación de Tláloc en los signos pre-
sentes en Teotihuacan estableciendo dos tipos
que han tenido fuerte eco en múltiples investi-
gaciones posteriores, prácticamente hasta la
actualidad. Nombró a aquellos ejemplos de
Tláloc vinculados con el agua de lluvia, el
relámpago y el cocodrilo como Tláloc A, éste
mostraría un nenúfar en la boca, la bigotera
hacia abajo y cinco colmillos. Como Tláloc B
reconoció a aquellos ejemplares vinculados
con las armas, revelaría tocado de tres borlas,
presencia del quinterno, la bigotera hacia arri-
ba y tres o cuatro colmillos (Pasztory, Op.cit.).
La presencia de las tres borlas y el sentido mili-
tar de las representaciones en lugares fuera de
la ciudad de Teotihuacan, llevó a Hasso von
Winning (1984:7) a considerar que el Tláloc B
estaba involucrado como signo de comercian-
tes y militares fuera de Teotihuacan.
Poco más de una década después se presentó
el trabajo de James Langley (Op.cit.) donde se
dio a la tarea de generar conjuntos (clusters)
de signos a través de un análisis de atributos
en Teotihuacan. Esto le permitió identificar 229
signos que para comienzos del presente siglo
se asumirían en incremento de complejidad
derivado de los descubrimientos en el Patio de
los Glifos de La Ventilla (Langley, Op.cit. y
1992).
53
Schele y Parker 1993:301). Millon (Op.
Cit.:283) argumenta que en Copán y Tikal exis-
ten representaciones de un pendiente nasal
asociado al Dios de la Tormenta, análogo al
pendiente que fue localizado en la Pirámide de
Quetzalcóatl en Teotihuacan en la “ofrenda
masiva” de asesinados en esa estructura, lo
cual demostraría tenuemente el vínculo de es-
ta deidad ligada con la guerra y el “sacrificio”
introducida desde Teotihuacan hasta el área
Maya (Fig.4).
De Escuintla, Guatemala, procede un espejo
de pirita, asociado a las fases Xolalpan y Mete-
pec de Teotihuacan con la representación de
un “personaje-mariposa” que porta al centro el
mismo singo (López Luján, Neff y Sugiyama,
283) lo denomina quincross. Se le ha traducido
al español como quinterno y alude en este ca-
so, al numeral cinco. Langey lo habría preferi-
do sobre el signo denominado Kan cross locali-
zado en el área Maya. El signo Kan cross es-
taría asociado a los colores amarillo y verde-
azul, simbolizaría sangre (cfr. Stross, 1985)
aparte de agua y Langley (Ídem.) propone que
en Teotihuacan también simbolizaría un ele-
mento análogo al presentar dos ejemplos de
signos donde el quinterno se intercambia por
gotas de sangre.
Schele y Parker encuentran el signo del quin-
terno asociado a la Guerra en Tikal, mencionan
que en Teotihuacan el quinterno está relacio-
nado en la pintura mural al sacrificio (Freidel,
Fig.4. A la izquierda el “emblema” del
Tláloc de la Guerra en una figurilla que
porta un estandarte procedente de Tikal.
El segundo es el final del marcador del
juego de pelota en Tikal ( redibujado de-
Langley 2002:282,) Los tres últimos ejem-
plares son signos asociados a
“estandartes” en Teotihuacan sin especifi-
car material o procedencia exacta
(Redibujado de Freidel, Schele y Parker
1993:301).
54
hasta el momento no hemos localizado ningún
juego de pelota y quizá algún espacio suficien-
temente amplio entre las terrazas donde se
despliega la zona arqueológica habría podido
funcionar como tal, con el uso de marcadores
móviles.
En el Popol Vuh Hunahpú y Xbalanqué juegan
momentos míticos incoativos en el juego de
pelota (Coe 1989:162-163, 171). En un vaso
de la Colección de Kerr se observan en este
proceso del juego mítico con un estandarte
que parece rematar ambos lados del espacio,
a pesar de ser solamente uno, sin embargo, en
la secuencia circular de la vasija podría consi-
derarse que existe el estandarte como remate
2002) (Fig.5).
El signo de Tlayacapan tiene como soporte se-
miótico la escultura en piedra y no tiene la fun-
ción de observarse solamente desde una de
sus caras, sino en ambas. Aunque la pieza no
está completa quizá se trate, al igual que la
pieza encontrada en Tikal, de un finial de mar-
cador de juego de pelota (Fig.6). Este tipo de
marcadores sirven como parte de una estrate-
gia de colocación de juegos de pelota tempora-
les, puesto que se combinan con una serie de
piezas que en sistema de caja-espiga se apilan
rematando en la sección alta con un finial,
quizá como fue el de Tlayacapan, si acaso ésta
hubiera sido su función. Cabe mencionar que
Fig.5. Personaje-mariposa con el
glifo del quinterno y el Dios de la
Tormenta al centro. Tomado de
López Luján, Neff y Sugiyama,
2002:745.
55
esa por definir elementos calendáricos y escri-
turales en Xochicalco, cuando interpreta el sig-
nificado del quinterno asume que no se trata
de un día o año, pero asume que tendría algu-
na referencia con los signos que aparecen en
Teotihuacan (Caso 1962:73-75).
El signo en las estelas de Xochicalco, quizá
transformación formal y continuidad de conte-
nido simbólico del glifo del quinterno.
En las faldas de la Sierra de Tepoztlán, al otro
lado de la sierra en que se localiza Tlayaca-
pan, se encuentra la zona arqueológica de Cin-
teopa, excavadas originalmente por Carmen
Cook de Leonard. Esta investigadora aseveró
a cada lado de cada gemelo divino. Este rema-
te podría funcionar de manera análoga como el
marcador del juego de pelota Teotihuacano.
En 1961 César Sáenz excava la Estructura “A”
de Xochicalco y localiza tres estelas. El signo
del quinterno se localiza en la estela 1, en el
signo marcado como B 7, y también en la este-
la 3, en los signos marcados como B 4 y B 7.
Sáenz los relaciona con el sol, con Venus, lo
refiere a la pintura mural teotihuacana y afirma
que podría tratarse del Día 4 E, por presentar
cuatro círculos y cercanía con el glifo E zapote-
co (Sáenz 1961:45,50-51,56 y 60). A raíz del
de este descubrimiento Alfonso Caso se inter-
Fig.6. La imagen de la izquierda es un fragmento del mural 2 del pórtico 2 de Tepantitla, en Teotihuacan don-de se muestra según Baudez (2007) el juego de balón con bastones, en la sección superior derecha se pue-de observar el marcador de juego de pelota (Fotos América Malbrán Porto y Bernal, 1978 respectivamente)
56
punto del peregrinaje. Arqueológicamente las
relaciones entre Tepoztlán y Tlayacapan están
por dilucidarse a detalle, pero los nexos deben
ser ineludibles, arquitectura sobre peñas, ocu-
paciones desde el Preclásico Tardío al menos,
únicos dos puntos donde han sido localizados
contextos primarios del Posclásico Temprano
hasta el momento en el estado de Morelos,
unen fuertemente a estas dos zonas que se
encuentran en distintos puntos de la misma
serranía.
Las almenas son cinco y están elaboradas con
la pasta del tipo cerámico denominado Blanco
Granular. A pesar de ser análogas en la repre-
sentación de un “sacerdote” con anteojeras de
en el límite de la metáfora, que si Amatlán se
trataba del lugar real del nacimiento de Quet-
zalcóatl y a la fecha incluso le ha sido cambia-
do el nombre a la comunidad por el de Amatlán
de Quetzalcóatl (Zamora 2007). En las excava-
ciones de un “adoratorio” se localizaron una
serie de almenas cerámicas con signos análo-
gos a los localizados en Teotihuacan, pero con
estructura simbólica propia (Canto 1998:1-3).
Entre Amatlán y una comunidad del norte de
Tlayacapan llamada actualmente San José de
los Laureles, existe una relación ceremonial
viva, las peregrinaciones hacia Chalma se
hacen a través de la sierra desde San José
hasta Amatlán y ahí los reciben como primer
Fig. 7. Almena de Cinteopa,
ejemplar del museo comunitario
de Amatlán. Tomado de DD M
Staff Junio 5 de 2013. Diario de
Morelos
57
ado hasta el momento hasta 15 zonas arque-
ológicas con elementos rupestres pictóricos.
En la cima del Cerro Grande o Cihuapapalot-
zin, un equipo formado por el Arqueólogo Enri-
que Méndez Torres y el P.A. Adrian Fuentes
Aguirre orientados por guías locales de la fami-
lia Carmona, localizaron un conjunto de signos
practicados en tinta plana roja. En uno de ellos
se observa con mucha claridad icónica un sig-
no del Dios de la Tormenta-Tláloc (Fig.8), aso-
ciado a otros como Venus y el Ojo de Reptil. Al
signo le han sido añadidas líneas rojas en la
parte baja que eventualmente podrían asociar-
se a chorros de sangre, en el sentido analógico
de los elementos encontrados anteriormente
en Teotihuacan.
Tláloc frente a un templo con talud-tablero, con
un bastón en cada mano de los cuales penden
corazones sangrantes, el ejemplar que se ex-
hibe en el museo local es ligeramente diferente
(Fig.7). Éste tiene en su tocado emplumado un
rectángulo formado por lo que parece ser la
piel de una serpiente, en el cual encierra cinco
quinternos. Esto sería parcialmente compatible
con los contenidos sígnicos de los llamados
Tláloc de Jade del pórtico 11 de Tetitla que tie-
nen en sus tocados un elemento de cuchillos
sacrificiales sangrantes (cfr. Millón 2002:285-
286).
En un proceso paralelo de búsqueda y registro
de pintura rupestre en la sección tlayacapanen-
se de la Sierra de Tepoztlán se han identifica-
Fig.8. El signo del Tlaloc B
en una pintura rupestre de
Tlayacapan del Clásico-
Epiclásico. Foto de Enrique
Méndez Torres y dibujo de
Berenice García Vázquez.
58
cubrieron bajo toros de columnas en edificios
virreinales y sobrevivieron en la memoria de
algunos durante algún tiempo, antes de que la
ausencia del ritual y los efectos de la invasión
los colocaran en el olvido (Véase Matos y
López Luján 2012:74).
Quizá en Tlayacapan haya sucedido un proce-
so análogo entre el Clásico Tardío y el Posclá-
sico Temprano, como eventualmente podemos
observar en algunos ejemplos cerámicos como
los recurrentes ejemplares de Tláloc que han
La presencia en distintos soportes semióticos
del mismo signo nos permite aventurar la im-
portancia del contenido sígnico de este ele-
mento en Tlayacapan, del Clásico Tardío al
Epiclásico (450-650 d.n.e. al 1100 d.n.e.). Se
trataría del signo que preferimos denominar
como el Glifo-Emblema del Dios de la Tormen-
ta-Tláloc. Nos mantenemos coincidentes con la
idea de no nombrar Tláloc a esos atisbos de lo
que Langley y Pasztory han decidido denomi-
nar Dios de la Tormenta para el Clásico por no
contar con todos los elementos de lo que des-
pués denominaríamos como unidad de des-
cripción antropológica, no sólo arqueológica
hacia el Posclásico como Tláloc. No se trata
por otro lado de todo el orden incónico canóni-
co de Tláloc, sí es que hay uno de manera lapi-
daria, ni del Dios de la Tormenta en sus múlti-
ples configuraciones, solamente de una sec-
ción, de un emblema, esto es en términos
sígnicos, el emblema es solamente un índice.
Gutiérrez Solana (Op.cit.) hace un ejercicio de
interpretación donde muestra la posibilidad de
que en el Centro de México el Glifo-Emblema
del Dios de la Tormenta-Tláloc del Clásico se
haya transformado hasta el llamado Tláloc-
Tlaltecuhtli de los mexica tenochca, conservan-
do el tocado con tres círculos, la bigotera y el
quinterno. De estos existen magníficos ejem-
plares como el localizado en la sección basal
de la Coatlicue, o incluso aquellos que se en-
Fig.9. Tlaltecuhtli masculino, se puede observar el
tocado con tres círculos y al centro el quinterno.
Museo del Templo Mayor. Tomado de Matos y
López 2012:437.
59
mo periferia, a fuerzas hegemónicas como
Xochicalco, el Cuauhtenco, y al final a la Triple
Alianza, esto debió modelar el contenido de
signos que emergieron en los centros hegemó-
nicos y el que se les otorgó en la periferia tla-
yacapense.
En efecto, se observa que existe en Tlayaca-
pan un momento en el Clásico Tardío asociado
a la decapitación, análogo a la postura de la
Metrópoli teotihuacana frente al militarismo, la
guerra y los asesinatos sancionados por el or-
den religioso. Que el juego de pelota también
estuvo asociado a procesos de “sacrificio
humano” y que el Emblema del que hablamos
sugiere estar relacionado con ello, con el juego
sido localizados en la cima del cerro Tlatoani,
como aplicaciones cerámicas de vasijas mayo-
res. En éstas se mantiene sistemáticamente la
presencia de tres puntos en su tocado.
Icónicamente, existe relación formal entre las
representaciones del signo y su función simbó-
lica en los lugares de América Media donde se
ha reportado la presencia del Glifo-Emblema
del Dios de la Tormenta-Tláloc, sin embargo,
no podemos aventurar que se trata de disper-
siones simbólicas donde sus contenidos de re-
presentación quedan intactos. El sistema de
representación de las sociedades de Tlayaca-
pan en el decurso del Clásico al Epiclásico y
hasta el Posclásico Temprano, se enfrentó co-
Fig.10. A la izquierda, el signo del Dios de la Tormenta de la escultura de Tlayacapan, perteneciente al Clási-
co-Epiclásico, y a la derecha la posible transformación de los elementos de Tláloc en una figurilla recuperada
en las excavaciones del Cerro El Tlatoani realizadas en 2012, perteneciente al Posclásico Temprano. Dibujo
de Berenice García Vázquez.
60
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de pelota, el “sacrificio” y con la sangre. Sin
embargo la presencia de este signo en la peri-
feria muestra algo distinto en su orden contex-
tual local.
La presencia del llamado Glifo-Emblema del
Dios de la Tormenta-Tláloc en Tlayacapan no
puede tratarse de un ejemplo más del “núcleo
duro mesoamericano”. El avance en la explica-
ción de la distinción tlayacapense debe surcar
lo local, la experiencia social en sus múltiples
modos de vida asociados a sus peñas, a su
condición hidrográfica, a su estrategia para
asegurarse la reproducción como comunidad.
La forma análoga disfraza la distinción local
que hemos comenzado a desentrañar en los
procesos de investigación en la región que si-
guen avanzando y nos permitirá al fin des-
encubrir el rostro de los Tlayacapan tlaca.
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63
Sesiones del Seminario
Mtro. Francisco Villaseñor y Arqlgo. Stan Declerq
Dr. Jorge Angulo Villaseñor, Arqlgo. Enrique Méndez Torres y Mtra. Jennie Quintero
Mtra. Blanca Paredes Gudiño
Miembros del Seminario
64
Invitación a publicar
Se invita a todos los investigadores interesados
en temas relacionados con Tlaloc y demás dei-
dades de la lluvia y la fertilidad a enviar sus artí-
culos de no más de 15 cuartillas, en letra Arial a
12 puntos, interlineado 1.5.
Las imágenes se mandaran por separado en
resolución de 300dpi. Se aceptará un máximo
de 10 imágenes. Todas las imágenes se lla-
marán Fig. y deben estar referidas en el texto.
Los subtítulos deberán ir en negritas en minús-
culas.
Todas las figuras deben tener su respectivo pie
de foto y autoría.
Las citas tendrán el formato Oxford. Ej.
(Maudslay, 1886:22 )
Toda correspondencia deberá dirigirse a la Dra.
María Elena Ruiz Gallut al Instituto de Investiga-
ciones Estéticas, Circuito Mario de la Cueva,
s/n. Ciudad Universitaria, C.P. 04510, México
D.F. Tel. 5622-7547 Fax. 5665-4740.
De igual manera los artículos podrán mandarse
a la siguiente dirección electrónica:
seminario.tlaloc@gmail.com.
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