libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido...

15
josé javier esparza EL REINO DEL NORTE una intriga de ambición, amor y muerte en la asturias del siglo IX La esfera de los libros

Transcript of libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido...

Page 1: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

j o s é j av i e r e s pa r z a

EL REINO DEL NORTE

una intriga de ambición, amor

y muerte en la asturias del siglo IX

REINODELNORTE.indd 5REINODELNORTE.indd 5 20/02/14 17:3820/02/14 17:38

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 2: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

15

1

20 de marzo de 842

La cámara del rey olía a muerte familiar y doméstica, a vida que se va entre suspiros y ayes resignados, a luto que llega

porque Dios así lo ha dispuesto y nada puede torcer su voluntad. Alfonso II de Asturias, el rey Casto, ochenta y dos años, se extin-guía. Había llegado el final.

—Gomelo, ¿estás ahí?—Aquí estoy, mi señor —contestó el obispo de Oviedo con

toda la dulzura que le permitían su boca seca y su garganta acon-gojada.

—Gracias, amigo mío —susurró el rey moribundo—. Se-guid cantando. No dejéis de cantar.

Nadie cantaba, pero, en realidad, ¿quién sabe? Quizá, pensa-ba Gomelo, los ángeles del cielo estaban ya entonando los himnos para recibir a su esforzado hijo, al campeón de la cristiandad, y solo él podía escuchar la música de los coros celestiales.

Gomelo, encogido sobre sí, como envuelto en el secreto de sus barbas blancas, musitaba oraciones en la penumbra de la cá-mara del rey. Atardecía, y la luz incendiada del ocaso entraba tam-bién moribunda, degollada por el parteluz que separaba los dos arcos del ventanal. En la pared frontal se desplegaba el gran estan-

REINODELNORTE.indd 15REINODELNORTE.indd 15 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 3: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

16

darte de la cruz roja sobre fondo blanco, la bandera que el rey Casto había enarbolado mil veces en la batalla. Sobre una repisa se erguía la Cruz de los Ángeles, aquella joya creada por orfebres lombardos —o quizá fueran ángeles, sí— con la que Alfonso ha-bía querido dejar su mensaje de fe a las generaciones futuras y que ahora había hecho llevar a su cámara para que le acompañara en el trance de la muerte. Al lado de la cruz, una elaborada lámpa-ra votiva de cuño visigodo arrojaba brillos tímidos, miedosa de iluminar tan triste estampa.

El anciano arquitecto Tioda, en pie como Gomelo junto al lecho del monarca, reflexionaba en silencio. Él había levantado ese palacio donde ahora se hallaban, piedra sobre piedra. Un cómodo palacete fuera de las murallas de la ciudad, distante casi un estadio de la iglesia de San Julián, y donde el rey gustaba de recluirse cuando no le agobiaban las obligaciones del trono. Tioda miraba al rey con el amor que un artista profesa a su mecenas. En Tioda había depo-sitado Alfonso la misión de convertir Oviedo en una capital digna de un reino. ¡Cuántas horas no habrían gastado ambos, durante tantos años, debatiendo planos, recorriendo terrenos, discutiendo precios, soñando alcázares y templos a la altura de Roma, Cons-tantinopla o Aquisgrán! Ahora el motor de aquella empresa gran-diosa se extinguía. Quedaba la piedra: el esplendoroso conjunto de iglesias, las dos catedrales con su porte majuestuoso, la muralla de la ciudad episcopal abierta en puertas de imponente presencia, el fulgor rojo de la puerta Rutilante, con ese arco que nada tenía que envidiar a las obras de Bizancio, bajo el poderoso emblema de la cruz, el signo de la salvación. Quedaba, sí, la piedra.

Otros hombres —y solo hombres— completaban la nómi-na de testigos de la larga agonía de Alfonso el Casto. Allí estaba, con Gomelo y Tioda, el también anciano Teudano, en su día gene-ral victorioso de los ejércitos de Asturias, ahora encorvado y seco, como una lanza en astillero, sentado en un arcón a los pies de su señor. Y solo un caballero más joven: Hernán de Mena, el hijo del

REINODELNORTE.indd 16REINODELNORTE.indd 16 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 4: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

17

difunto Zonio, que fue otro de los más fieles guerreros del rey. «Todos ancianos», pensaba Hernán. Era, en efecto, la imagen de una época que terminaba.

Cincuenta y dos años con la corona sobre las sienes. Ningún rey de Asturias había ocupado durante tanto tiempo el trono. Cuando él empuñó el cetro, el reino del norte era un caos de ban-derías, una cárcel encajonada entre montes, un infierno sin otro horizonte que servir de botín a los poderosos musulmanes del sur. Ahora, medio siglo después, el trono de Oviedo era una fuerza que se extendía desde el Atlántico hasta los montes vascos, que había recuperado la memoria de la España goda, que había saltado a los llanos del sur para sembrar mares de cereal y que incluso había golpeado vigorosamente a los ejércitos de Córdoba. Sobre todo, ahora, año de Nuestro Señor 842, año 880 de la Era Hispá-nica, el reino sabía por qué debía luchar.

Una jaculatoria a Santiago salió espontáneamente de los labios del rey. El hallazgo de la tumba del apóstol lo había cam-biado todo. Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol-vió a los cristianos del norte la fe en su propia misión. Quiso la Providencia que el milagroso descubrimiento aconteciera bajo el cetro de Alfonso. «El Señor revela a las naciones su salvación», decía aquel salmo que tanto gustaba al abad Juan de Valpuesta y a Beato de Liébana. ¡El sepulcro de Santiago! Toda la cristiandad contuvo el aliento aquel día. El mismísimo Carlomagno se apre-suró a establecer lazos con Oviedo. Nunca el reino de Asturias fue tan orgulloso y fuerte. Ese era su legado; el legado de Alfonso el Casto.

En su lecho de muerte, entre las sombras de aquel frío atar-decer de finales de marzo, la vista nublada, los pulmones vacíos, la cabeza fugitiva, el rey moribundo se esforzaba por recordar. Pala-bras inaudibles manaban ahora de su boca como una letanía. ¿Re-zaba? ¿Buscaba pausa o consuelo en su dolor? El obispo Gomelo acercó el oído. No. Lo que los labios resecos del rey estaban des-

REINODELNORTE.indd 17REINODELNORTE.indd 17 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 5: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

18

granando era su propio linaje, como quien busca una cuerda a la que asirse para afrontar la travesía final.

—Primero fue Pelayo, mi bisabuelo, vencedor de Covadon-ga…

Primero fue Pelayo, sí. Después de este vino su hijo Favila, muerto en lucha con un oso. Más tarde…

—… Más tarde el primer Alfonso, mi abuelo, yerno de Pe-layo…

Alfonso, su abuelo, casado con la hija de Pelayo, Ermesinda, supo ganarse a los señores que gobernaban las tierras desde el Finisterre hasta los montes de los vascones. En realidad, fue él quien construyó el reino y salvó a la cristiandad. Por eso le llamaron Alfonso el Católico. Cuando murió, a este Alfonso el Ca-tólico le heredó su primogénito Fruela, padre del rey que ahora agonizaba. Después… Después debería haber reinado él, el se-gundo Alfonso, e incluso llegó a ser coronado, pero el reino estaba herido de muerte por las querellas entre las grandes casas. Mu-chos querían mal al rey Fruela. Por eso le mataron.

—¡Padre! ¿Estás ahí? —gritó súbitamente Alfonso, y su voz clamaba con acentos de ultratumba que erizaron los escasos cabellos del obispo Gomelo.

El delirio del monarca agonizante buscaba en vano la som-bra de su padre. Una espantosa mancha roja cubría el alma de Alfonso cada vez que invocaba la memoria del rey Fruela. Sus recuerdos apenas le traían otra cosa que un fragor de gritos y ar-mas en la noche, el rostro pálido y aterrado de su madre, doña Munia; una precipitada huida fuera de palacio, una larga cabalga-da bajo un cielo negro de lluvia y muerte, un beso a las puertas de un monasterio… Escenas que volvían vívidas a su mente, pero que no lograban materializar la tragedia sin rostro ni forma que en aquel lejano tiempo se abatió sobre toda la familia. El espíritu cansado del rey revivía la noche de la fuga, la vigilia del primer exilio, la huida en un burdo carromato rumbo a una improbable

REINODELNORTE.indd 18REINODELNORTE.indd 18 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 6: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

19

salvación. Y ahora el rey se veía a sí mismo como aquel niño asus-tado, setenta años atrás, interrogando a su madre con la perpleji-dad de quien ha visto cómo el mundo se desploma con estrépito.

—Madre, ¿por qué han matado a mi padre? Madre… La imagen de su madre era una de las pocas cosas

que Alfonso, en su agonía, recordaba con limpieza. Munia, aque-lla mujer entregada a Fruela como prenda de paz por los vascones sometidos, había terminado convirtiéndose en el único amor del duro rey. Por ella y para ella había levantado Fruela la ciudad de Oviedo sobre la primitiva fundación de San Vicente. Munia fue a la corte prácticamente como sierva y, en vez de la esclavitud, en-contró la felicidad. Aquella lejana noche, en el carromato, fugiti-vos, los ojos del niño Alfonso, dos platos grises, la interrogaron con la misma urgencia con que uno busca la mano de Dios. La mujer tuvo que ahogar un sollozo para contar a su hijo la verdad. Munia habló lento, como el hielo que cae despacio sobre los cam-pos y los quema con su gélido abrazo:

—Tu padre tenía un hermano. Vimarano, se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre adularon a Vimarano y le hicieron creer que podría obtener el trono. Se aseguraron de que la traición llegara a oídos de tu padre. Fruela, loco de ira, dio crédito a las habladurías. Vimarano, valiente en el campo de batalla, pero inepto para intrigas y maquinaciones, fue una marioneta en manos de los conspiradores. Una noche tu pa-dre y Vimarano discutieron. Fruela perdió el control. Sacó una daga y lo mató. Yo le vi llorar después, desconsolado, sobre el ca-dáver de su hermano. Tanto se arrepintió que acogió bajo su pro-tección al niño que Vimarano dejaba huérfano. Pero ahora los conspiradores han terminado cobrándose la pieza. Han matado a tu padre para vengar la muerte de Vimarano; una muerte a la que ellos mismos, hipócritas, le empujaron.

—¿Quiénes son los conspiradores? —preguntó el niño Al-fonso con la seriedad de un pequeño rey.

REINODELNORTE.indd 19REINODELNORTE.indd 19 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 7: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

20

Munia, conmovida, no calló: —Tus tíos. Los hijos del guerrero Fruela Pérez, el hermano

del viejo rey Alfonso el Católico. Fruela Pérez fue todo nobleza, pero sus hijos son todo perfidia. Fruela Pérez, como tu padre el rey Fruela, dedicó su vida a combatir al moro. Pero los hijos de Fruela Pérez quieren pactar con Córdoba. Eso es todo. Ese Aure-lio, un canalla redomado. Ese Bermudo, el diácono, con su hipócri-ta tonsura. También ese Mauregato, hermanastro de tu padre… Ellos lo han hecho. Ahora Aurelio reinará. Buscará matarte a ti como ha matado a tu padre. Por eso hemos de huir.

Un primario fanal, oscilando de un lado a otro con el tra-queteo del camino, iluminaba el interior del carromato y dejaba ver en una esquina, envuelto en mil tocas, el cuerpo menudo de una niña de pocos años.

—¿Qué será de Jimena? —preguntó Alfonso.Munia miró largamente a aquella niña antes de contestar.

Jimena había llegado a la familia de una manera extravagante. La trajo una campesina en una cesta. La ofrendó al rey. Fruela la tomó en sus brazos y se la mostró a Munia: «Esta niña es hija póstuma de Vimarano. Ilegítima. Pero cuidaremos de ella como hemos cuidado de su hijo». Desde entonces la niña Jimena, que así la quiso llamar la propia Munia, vivía con la familia real.

—También a ella la pondré a salvo —contestó la mujer.Alfonso, agonizante en su lecho, veía ahora entre las som-

bras de su mente el cuerpo grande y hermoso de su madre, los cabellos claros, los ojos grises que él había heredado, el rostro bondadoso, la boca dulcísima que depositó en sus mejillas un beso antes de entregarlo al cuidado de los monjes en Samos, aquel mo-nasterio recostado sobre la sierra del Édramo, a orillas del Sarria. Munia, solemne, se desprendió de sus sortijas, dos zafiros geme-los engastados en oro que su esposo le había obsequiado como prenda de amor. Una de las joyas la colgó en torno al cuello de Alfonso. La otra, sobre el pecho diminuto de Jimena. El niño Al-

REINODELNORTE.indd 20REINODELNORTE.indd 20 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 8: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

21

fonso se quedó allí, en el pórtico del monasterio, solo en la noche, apabullado por la sombra maciza de la montaña preñada de luna, tomado de la mano por el abad Argerico. Una sensación de pro-fundo desamparo le invadió mientras Munia, ocultando unas im-pertinentes lágrimas, partía con la pequeña. Alfonso nunca volvió a ver a su madre. Tampoco a Jimena.

La corona, como Munia predijo, fue a parar al felón Aurelio, dispuesto a entregar esclavos y botín a los musulmanes a cambio de una paz precaria. Pero paz, ¿para quién? Los astures, los cánta-bros y los gallegos no estaban acostumbrados a esa vida de escla-vitud. Por eso se rebelaron los siervos. Cuentan que a Aurelio le envenenaron. No merecía otra cosa. Así la corona acabó en las sienes del magnate Silo, casado con una tía del entonces joven Alfonso, Adosinda, sangre de Pelayo. Fue la buena tía Adosinda la que sacó al muchacho de su encierro de Samos y le llevó a la cor-te, que entonces estaba en Pravia. Allí aprendió Alfonso el arte de gobernar. Allí incluso fue coronado, sí, cuando murió Silo y él contaba poco más de veinte años. Pero había demasiadas volunta-des en el reino dispuestas a impedir que el linaje de Pelayo volvie-ra al trono. Una revuelta de grandes señores llevó al poder a Mau-regato, aquel bastardo de Alfonso el viejo. De nuevo los puñales y el olor de la sangre. De nuevo la sombra de la muerte detrás de cada esquina. Y el joven Alfonso tuvo que huir una vez más, aho-ra a tierras de los vascones, entre la rústica parentela de su madre, doña Munia. Murió Mauregato y llegó al trono Bermudo, otro hijo de Fruela Pérez. Pero tan graves fueron los descalabros de Bermudo que los guerreros del norte cruzaron el reino de punta a punta para buscar al joven Alfonso en su exilio vascón y ofrecerle el cetro. Y así Alfonso fue rey.

—¡Mi espada…! ¡Mi espada…! —suplicaba el anciano en su agonía.

Allí estaba su espada. Bajo la Cruz de los Ángeles. Lo prime-ro que hizo Alfonso cuando ciñó la corona fue recuperar aquella

REINODELNORTE.indd 21REINODELNORTE.indd 21 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 9: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

22

joya que su madre le había entregado en prenda de despedida, el zafiro que durante años había colgado de su cuello, y ordenar que un buen orfebre la engastara en el pomo de su espada. De esta manera el aliento de doña Munia había acompañado a su hijo, perenne, durante todo su largo reinado. Medio siglo con la espada en la mano y la corona sobre las sienes.

Pelayo, Favila, Alfonso, Fruela, Aurelio, Silo, Mauregato, Ber-mudo, Alfonso II… Nueve reyes. El noveno era él. Desde aquel le-jano día en que unos guerreros desesperados acudieron a redimirle de su destierro. Y todo eso, toda esa sangre de reyes, se fundía aho-ra con el sol rojo de la tarde, en la negrura de un ocaso triste y si-lencioso, solo adornado por los ocasionales cánticos de aquellos án-geles que, aunque el obispo Gomelo no los escuchara, seguían cantando sus himnos de bienvenida al campeón de la cristiandad.

��

El eunuco Nasr Abu el-Fath postró su corpachón de buey a los pies del emir Abderramán.

—Las bendiciones de Alá sean contigo, mi señor. Un emisa-rio ha traído noticias del norte: el rey Alfonso, que Alá le dé supli-cio eterno, agoniza.

El emir, calmo, sentado a la turca en un rico escaño, se aca-rició lentamente la barba. No terminaba de acostumbrarse a ese trono que el músico Ziryab, emigrado de Bagdad, había mandado confeccionar para estar a tono con las modas cortesanas del califa-to. A sus pies, el rostro oculto por un lujoso velo, la hermosa Ta-rub perforaba al recién llegado con su mirada hechicera. Abderra-mán se irguió y caminó hacia el eunuco.

—No es la primera vez que nos viene un emisario con nue-vas de ese género. ¿Cómo puedo saber que ahora es verdad?

El eunuco Nasr levantó la mirada. Sabía bien cuándo podía hacerlo. Sus ojos claros, dos bolas en una cabeza redonda y calva,

REINODELNORTE.indd 22REINODELNORTE.indd 22 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 10: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

23

delataban su origen cristiano; criado desde niño como esclavo, castrado para hacer carrera en la corte, su cerebro había suplido con creces aquellas otras carencias de su cuerpo. Con voz atiplada y melodiosa, Nasr respondió:

—Porque esta vez, mi señor, las noticias vienen de nuestro principal amigo en el norte. Mirad…

Al decir esto esgrimió el eunuco un pergamino que, las pal-mas abiertas, sirvió al emir como si de una ofrenda litúrgica se tratara. Abderramán asió desganado el mensaje mientras, con ademán displicente, ordenaba a Nasr ponerse en pie. El emir leyó con esfuerzo. Le costaba orientarse en ese extraño latín que toda-vía hablaba la mayor parte de sus súbditos andalusíes. Sus largas barbas negras, encarnadas a base de abundante alheña, oscilaron de un lado a otro al tiempo que sus ojos de carbón deletreaban la firma del mensaje: Nepociano, el viejo confidente de la corte cor-dobesa en el norte.

—¿Esto significa lo que yo creo? —preguntó el emir al eu-nuco.

—Absolutamente, mi señor —respondió Nasr—. El rey Al-fonso se muere. Su estado ya es irrecuperable. Y nuestro amigo Nepociano se apresta a hacerse con el poder en la corte de Oviedo.

A espaldas del emir, la mujer que aguardaba sentada al pie del trono se estremeció. Tarub, la hermosa concubina de Abderra-mán, la favorita de entre tantas otras mujeres, la madre del pe-queño Abdalá, tenía algo que decir. Ella, sin embargo, también sabía cuándo callar.

—¿Quién le sucederá en el trono? —preguntó el emir, aje-no a las cavilaciones de su amada.

—Se ignora, mi señor. No deja herederos. Ya sabes que es célibe. Por otro lado, esta gente no suele transmitir la corona de padres a hijos; con frecuencia son los aristócratas los que eligen al rey. Y justamente aquí está lo que más nos interesa. Parece que el monarca agonizante, para eliminar el trámite de la elección, hará

REINODELNORTE.indd 23REINODELNORTE.indd 23 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 11: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

24

nombrar a alguien de la familia real, si bien son muchos los can-didatos. Ahora bien, los señores de la tierra querrán hacer valer su peso. Y entre ellos…

—¡Nuestro amigo Nepociano! Sí, veo clara la jugada. Lla-mad a Yahya el alfaquí —ordenó el soberano de Córdoba—. Quie-ro que hablemos despacio de este asunto.

Abderramán hundió nuevamente su mirada en el pergami-no de Nepociano. ¡La muerte de Alfonso el Casto! ¡Por fin! Hacía casi veinte años que el emir había subido al trono y ese cristiano ya estaba entonces ahí. Había amargado también el reinado de su padre, Alhakán, e incluso el de su abuelo, el viejo Hisham. En in-numerables ocasiones trataron las huestes de Córdoba de aca-bar con aquel perro, pero Alfonso siempre se las arreglaba para salir con bien. Los mejores generales de Córdoba se habían es-trellado una y otra vez con el muro de montañas y castillos que el reino de Asturias había elevado en el norte. Tampoco las in-trigas palaciegas, financiadas con oro cordobés, fueron capaces de apartar a ese hombre de su trono. Con razón el viejo emir Alhakán decidió cambiar de estrategia: no más campañas masi-vas, no más ejércitos lanzados en busca de una batalla final, sino aceifas pertinaces y letales, incursiones de saqueo constantes, to-das las primaveras, algunas veces hasta dos aceifas por año, para aplastar a sus gentes, arrasar sus campos, raptar a sus mujeres y a sus hijos, robar su ganado, doblegar su orgullo, privarles del aire que respiraban y obligar a esos impíos politeístas a una vida de miseria y dolor.

Abderramán había seguido el mismo camino que su padre. Después de una campaña masiva, inevitablemente frustrada, optó por golpear cada primavera sin tregua, devastar la frontera, bo-rrar toda vida al norte del río Duero, con la constancia homicida de las tormentas de arena. Cada vez que los problemas internos del emirato se lo permitían, allá marchaban los ejércitos de Cór-doba. Y aun así, aquel pequeño reino de montañas verdes y nieves

REINODELNORTE.indd 24REINODELNORTE.indd 24 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 12: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

25

tenaces seguía pariendo todos los años nuevas gentes que volvían a la frontera, que repoblaban las tierras, que sembraban los cam-pos calcinados, que elevaban sus iglesias blasfemas en las puertas mismas de la muerte.

Hubo una vez que Abderramán se sintió victorioso. Solo ha-cía cuatro años de aquello. Encomendó a uno de sus hijos, Al-Hakam, propinar a los politeístas un castigo que no pudieran olvi-dar jamás. El oriente del reino de Asturias, aquellas tierras llanas de Álava, apenas tenían otra protección que unos pocos castillos mal guarnecidos. Los ejércitos de Córdoba entraron a saco. Miles de cristianos —hombres, niños, mujeres, ancianos— perecieron bajo las espadas musulmanas. Con las cabezas decapitadas de los muertos formaron túmulos tan altos como colinas; tanto que dos jinetes no podían verse de un lado al otro de aquellas siniestras masas sanguinolentas. Las cabezas de los blasfemos fueron lleva-das a Córdoba para admiración de las gentes. Así lo escribió el cro-nista. Pero el escarmiento sirvió de bien poco, porque aquel mismo verano las hordas cristianas atacaron las campiñas de Guadalajara sembrándolo todo de ceniza y desolación. Lo que nadie podría ne-gar al viejo Alfonso, ciertamente, era tenacidad.

Solo en una ocasión se habían cruzado personalmente los dos hombres, el emir de Córdoba y el rey de Oviedo. Fue poco después de la última aceifa. El propio Abderramán se había puesto en cabeza de sus huestes para flagelar al reino de los cristianos en Galicia. Sin duda el mismísimo diablo debió de prevenir a Alfon-so, porque fue el hecho que, en un momento determinado del ca-mino, la columna cordobesa se topó con el ejército cristiano al completo. Solo más tarde supo Abderramán que los cristianos se habían movilizado para dar caza a un rebelde de Mérida llamado Mahamud. Mal tipo, aquel Mahamud: primero traicionó a Córdo-ba y después traicionó a Oviedo. Y así se vieron frente a frente los dos ejércitos en marcha, sin preparación alguna para el combate, pero ambos temiendo que el otro aprovechara el desconcierto

REINODELNORTE.indd 25REINODELNORTE.indd 25 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 13: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

26

para atacar. No hubo tal. Abderramán recordaba con nitidez el aspecto del ya muy anciano Alfonso y sus fieles, bajo aquellas banderas blancas con una cruz roja, mirándole fijamente, desple-gando huestes de jinetes para la defensa y al mismo tiempo to-mando el camino de retirada.

No, no hubo batalla. ¿Para qué correr riesgos inútiles? Con Abderramán marchaba aquel día su heredero, el pequeño Moha-med, cuya vida había que proteger a todo trance. Por otro lado, tan larga ausencia de Córdoba estaba haciéndose ya insoportable. Sí, debía reconocerlo: no podía vivir sin Tarub. Aquella mujer le ha-bía hechizado. Tarub significa precisamente «hechizo»; por eso el emir la había bautizado así. ¡Pero qué gozoso era aquel embrujo que vivificaba su cuerpo y elevaba su alma! Tan fuerte era la nos-talgia de su vientre, de sus labios, de sus incandescentes ojos ne-gros, que el emir ordenó al poeta Ibn Samar que le compusiera unos versos. Abderramán aún podía recitarlos con toda exactitud, porque hay cosas que no se olvidan:

Te he despreciado por visitar al enemigo y llevar contra él un gran ejército. ¡Qué desiertos he recorrido en mi camino y qué desfiladeros he atravesado uno tras otro! Quemado por el viento abrasador del mediodía, tan ardiente que parecía poder fundir las piedras, me he hecho con el polvo una coraza y mi bello rostro está transformado por el agotamiento.

La hermosa Tarub sacó al emir de su ensimismamiento.—Mi señor —un largo dedo de mujer se deslizó por el cue-

llo de Abderramán—, el alfaquí Yahya ha llegado.El emir se giró. Vio al anciano Yahya ben Yahya, ese saco de

huesos retorcidos, postrado como ordenaba el ritual cortesano. El alfaquí era uno de los hombres más influyentes en Córdoba desde mucho tiempo atrás; uno de los que más empeño había puesto en buscar, monasterio por monasterio, cualquier vestigio escrito del

REINODELNORTE.indd 26REINODELNORTE.indd 26 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 14: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

27

viejo reino godo para aniquilarlo y así destruir la memoria de la cristiandad. Sobre la frente lucía Yahya el característico callo de quien se ha inclinado muchas veces ante Alá, la «marca de la ora-ción». A su lado, el eunuco Nasr mantenía su habitual actitud entre obsequiosa y expectante.

—Seguidme —ordenó el soberano de Córdoba—. Tú tam-bién, Tarub.

Abderramán cruzó el salón del trono y salió a un hermoso jardín de palmeras y limoneros; una prefiguración del que los fieles encontrarán en el paraíso. La primavera se anunciaba ya en los brotes de las ramas y en la calidez del sol. El emir no entendía por qué los alfaquíes más intransigentes, como el propio Yahya que ahora le acompañaba, se negaban a plantar árboles en los jar-dines de las mezquitas. ¿Acaso no eran manifestación de la gloria de Alá y anuncio de su recompensa eterna? ¿Acaso el propio nombre del paraíso de los fieles, yanna, no significaba exacta-mente «jardín»? Al emir le gustaba departir allí, en el secreto um-broso de los árboles, bajo el rumor cantarín de las fuentes, cuando los asuntos a tratar exigían cierta reserva. En medio de un seto, el músico Ziryab le había hecho construir un elevado sitial y, a sus pies, escalones para que se sentaran sus interlocutores. Allí se aco-modó ahora Abderramán; a su derecha, Tarub. Frente a él, sumi-sos, Yahya el alfaquí y el eunuco Nasr.

—Habla, Yahya —ordenó el emir. —Mi señor, Alá te guarde muchos años y derrame sobre ti

mares de bendiciones —principió el alfaquí—. Hace largo tiempo que anhelamos exterminar a los impíos politeístas del norte, lim-piar de blasfemos el territorio y extender la ley del islam hasta el límite de los mares. «Matadlos hasta que la idolatría no exista y esté en su lugar la religión de Alá», ordena el profeta. Ahora que muere Alfonso, ¡Alá escupa sobre él!, nuestros soldados arderán en deseos de asolar sus tierras y derruir sus templos blasfemos para elevar en su lugar las mezquitas de la fe verdadera y reducir

REINODELNORTE.indd 27REINODELNORTE.indd 27 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s

Page 15: libros · Aquel sepulcro perdido en un bosque gallego devol- ... pos y los quema con su gélido abrazo: ... se llamaba. Un buen hombre, franco y cabal. Los enemigos de tu padre ...

28

a la esclavitud a esos asnos salvajes. Porque como dice el Libro santo, «las peores bestias, ante Alá, son los infieles». Poneos al frente del ejército, mi señor. Marchemos contra ellos. ¡Es el mo-mento! —concluyó Yahya, inclinando su cabeza sobre el pecho estrecho y descarnado.

—Con tu permiso, mi señor —terció Tarub, bajando sumi-sa la mirada incandescente—. Yo comparto las sabias palabras del alfaquí. Es hora de desencadenar una tormenta de fuego so-bre el norte. Pero creo que tú no debes arriesgar tu valiosa vida en esa apuesta —objetó amorosa la mujer—. Haces más falta aquí, en Córdoba, donde no carecemos de problemas. ¿Por qué no poner al frente de ese gran ejército a tu hijo y heredero, el noble Mohamed?

Abderramán pudo haber advertido algo inquietante en la mirada de la hermosa Tarub; algo incluso siniestro. Sí lo percibió, desde luego, el eunuco Nasr, que miraba a la favorita del emir con inusual fijeza. Pero el soberano de Córdoba era incapaz de ver nada inquietante, menos aún siniestro, en aquella mujer de ojos negros y boca de fresa a la que adoraba como a una diosa del amor.

—¿Y tú, Nasr? —preguntó Abderramán. —Yo aprecio mucho lo que Yahya y Tarub defienden, mi

señor —susurró el eunuco—; propósitos que sé guiados por la devoción a Alá y por las mejores intenciones —una vez más, ape-nas unos segundos, los ojos de Nasr se posaron fijamente sobre la concubina—, pero no puedo estar de acuerdo con esa idea. El ver-dadero poder no consiste en hacer la propia voluntad, sino en lo-grar que los demás la hagan por uno. ¿Para qué arriesgar fuerzas en un país hosco y convulso? Lo más probable es que ahora mis-mo las hordas de los distintos nobles estén ya matándose unas a otras. Por otro lado, tenemos al amigo Nepociano. Él siempre ha sido partidario de entenderse con Córdoba. De su mensaje se de-duce que cree posible hacerse con el trono. ¿Por qué gastar fuerzas en una empresa que otro puede afrontar por nosotros?

REINODELNORTE.indd 28REINODELNORTE.indd 28 13/02/14 18:2513/02/14 18:25

La e

sfer

a de

los

libro

s