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EL FILOSOFO EN SU QUINTA,

o

R E L A C IO N D E L O S P R IN C IP A L E S H ECH O S

A C O N T E C I D O S

D ESDE L A C A ID A D E GODOY

HAS T A

EL ATAQ U E DE VALENCIA.

V A L E N C IA M D CCCVIIL

EN LA IM PREN TA DE SALVADOR FAULÍ.

C O iV L I C E N C I A ,

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i i o s sucesos del dia iban retardando mi, v iage á esta Q uinta , donde y a tiem po hace que pensa- ba retirarm e , para ^ozar del saludable.;clim a de estas montañas , y de aquella tranquila , paz que de ordinario buscamos donde no habita. Pero, en en estos tiempos ¿quién puede resistir á la ten­tación de ve r y de, saber? Vencido de ella me iba deteniendo en la C iu d a d , y me v i com o for­zado á presentarme en las concurrencias, á pesat de la aversion que siempre las .he tenido ,. y a por mi genio m elancólico , y a por no poder .sufrir á ciertos hom bres que con el ayre de, ostentación que ap aren tan , quieren venderse por sabios. N o había ninguna donde no se hablara de las ha-: zanas que los papeles públicos anunciaban del E m ­perador de los Franceses ; pero ¡con quánta di­versidad se discurría sobre este pretendido heroe! Unos le tenian por un valeroso conquistador, otros por un usurpador infam e ; estos lo colocaban en-r tre los Teodosios y los Constantinos , aquellos en­tre los mas enfurecidos perseguidores de la Igle­sia ; qual lo m iraba com o el am igo de la hum a­nidad , y qual com o el mas cruel y sanguinario de los hombres : y lo mas gracioso e s , que cada uno sostenía su partido con argum entos y hechos á su parecer insolubles é. incontrastables ; pero y o , con mi natural tacitu rn id ad , oíalos á todos y ca­llaba , juzgando que el mejor sesgo que podía to­mar en circunstancias tan delicadaínente criticas, era el silencio. - i

C reia y o tjrmemente , y lo creo mas firme­mente ahora , que el. decantado N apoléon no e?

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mas que un raposo astuto y m alicioso : que sus talentos m ilitares consisten en ser perjuro, ladrón, im pío ; en trastornar las cabezas de los hombres con engaños y promesas liso n jeras, y en triunfar de quantos han querido m antener su lealtad : un P roteo que sabe tom ar todas las form as que le parecen oportunas para el logro de sus designiosj que m aneja indistintam ente el vicio y la virtud, e l bien y el m a l , según que le tiene á cuenta, atropellando por qualesquiera leyes naturales , di* vinas y hum anas ; que con la una m ano procura grangearse la am istad del pueblo , y con la otra disipa , destruye y exterm ina quanto puede servir de estorbo á sus intereses : un m alvado que tra­ta de extinguir la linea de nuestros legítim os So­beranos para poseer la E sp a ñ a ; ó d estru irla , pa­ra tenerla mas asegu rad a: un m onstruo en fin , de quien , com o de su M aestro M a q u ía ve lo , se pue­de decir : «Q ue es un fabricador de pensamíen- i#tos d ia b ó lico s, y coad yutor del diablo.«

E ste és el ju icio que tenia form ado y o del Em­perador de los F ra n ceses, pero m e guardaba bien de m anifestarlo á n a d ie ; y tanto m as , quanto que los negocios del E stado se iban em brollando de m odo , que el decidirse por una ú otra parte me parecía igualm ente peligroso. Habíanse introduci­do y a las tropas francesas en España con la tray- dora m ascara de paz y de am istad ; estaban ocu­pando y a tranquilam ente las principales fortalezas; se aquartelaban y a en las inmediaciones de la Ca­pital , no con el designio de alterar ninguna co­sa de nuestra constitución y gobierno , sino para la execucion de un grandísim o proyecto contra la In glaterra , y para hacernos felices , com o lo creía nuestro bondadoso C arlos I V . , y lo anunció á sus Vasallos por su R eal D ecreto dado en Aranjuez

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?á i6 de M arzo : estaban por fin los Franceses ca­si enseñoreados y a de nuestra E s p a ñ a , y los cie­gos panegiristas de Bonaparte tod avia se prom e­tían bienes de este genio revolvedor ; y á sus sol­dados derram ados por la península, los m iraban como las semillas de nuestra felicidad ; pero estas semillas no fueron sino chispas que pegaron fue­go á la m ina que sordam ente abria tiem po hace, el infam e G od oy.

E n e fe c to , llega el m om ento fa ta l , y viendo este perfido que se le escapaba de entre las manos la Soberanía de los A lgarbes , y que la ruina de su fortuna se a c e rc a b a , quiere envolver en ella á sus M onarcas , y forceja por derribarlos del T r o ­n o , pasarlos á A ndalucía con toda la fam ilia R eal, y transportarlos en buques ingleses á las A m eri- cas , baxo el pretexto de salvar sus vidas del fu­ror de los Franceses que venían á arrancar de raiz el y a tronchado árbol de los Borbones ; pero es­ta odiosa tentativa se le vu elve en daño suyo. E l pueblo que tiem po hace rugía en secreto , y bus­caba com o devorar à este feroz tirano de la pa­tria , sabedor de la violencia que hacia á sus So­beranos , se precipita enfurecido contra él , y lo derriba de un g o lp e , causando con su calda un m id o igual al de un trueno espantoso, cuyos ecos resonaron por los mares y m ontes de entram bos m undos, j M isera condícion de la naturaleza hu­m ana! E ste A lm irante hispano , á quien el M o­narca sentó en el m ar , para que á su vo z im pe­riosa calm ara su indom ito furor ; y para que á su heroyco pie hum illara su orgullo el audaz Bre­tón : este A lm irante augusto , á quien m il plu­mas baxam ente aduladoras elevaban poco antes sobre las estrellas 5 yace abatido ahora , confun­dido en el cieno del oprobrio , y tod avia mas en­

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vilecido por otras tantas plumas que le insultan y le ultrajan. N o sé lo que admire mas , s¡ la in­constancia de la fortuna que en un punto abate al que en otro eleva , ó la ligereza de esas plumas detestables , que con tanta facilidad se mueven al soplo de qualquiera viento.

U n acontecim iento tan extraordinario y me­m orable com o este , m e.tra ia inquieto por saber­lo con individualidad , pues nadie hasta entonces m e lo habia contado sino superficialm ente ; y con esta m ira me andaba y o por todas partes buscan­do alguien que me lo desmenuzara com o y o que­ría. Una feliz casualidad me proporcionó un su- geto que habia presenciado aquella tragica escena, y desde luego procuré entrar en am istad con él. N o tardé m u ch o -á m anifestarle mis deseos , ni él se detuvo tam poco en satisfacérm elos ; pues habiendo salido una tarde los dos solos al paseo, nos sentamos en un canapé apartado del concur­so , y me dixo lisa y llanam ente.

§. I.

Caída de Godoy.

E l dia 14 de M arzo se com enzó á susurrar la ñt* ga de nuestros M onarcas proyectada por el A ln iir ra n te , que cubría con el nom bre de v ía g e ; y cun­dieron de m odo estos ru m o res, que el día siguienr te 15 por la tarde se iban form ando y a muchos corrillos por los arcos de Palacio y sus inmedia-r clo n es: sin em bargo toda la fam ilia R eal salió al paseo , menos el R ey que se hallaba algo indis­puesto. C om o todos estaban y a de observación, se notó por la noche , que al salir el A lm irante de Palacio á la hora acostum brad a, encontró coji

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cl Ministro C aballero al tiem po de tom ar el coche, y que despucs de haber tenido los dos una con­versación m uy reservada , tornó á subir el A lm i­rante contra su costum bre , y en seguida subió también el Ministro. Se dice que entonces se le propuso á este , que firmara la orden para el via* ge que estaba y a resuelto irrevocablem ente , pero que no habiendo querido firm arla , se le am ena­zó : mas sea de esto lo que fuese , lo cierto es que al cabo de un quarto de hora salió el M inis­tro m uy de prisa , pero el A lm irante se detuvo aun tres quartos mas.

E sta fue la prim era noche que el Cuerpo de Guardias de Corps , com o tan estrecham ente a- dicto á SS. MM. , com enzó á velar con cuidado, y averiguar hasta el m enor m ovim iento que pu­diera conducir á la m editada fuga para im pedir­la , sin atropellar jam as por el respeto debido á tan altas Magestades ; pero en caso de que estu­vieran tan empapados de las pérfidas ideas del traydor , que porfiaran en su viage , estaban re­sueltos á exponer sus vidas para arrebatar á su amado Principe , y llevarlo al quartel : mas na­da se observó en toda la noche.

A l dia siguiente que era el i6 , salió tam bién al paseo toda la fam ilia Real. Q uando el Princi­pe llegó á la esca lera , y vió que no cabia la gen­te en el zaguanete , se sorprehendió ; pero quan­do rom pieron el silencio , diciendo todos á una voz : V i v a e l P íi i n c i p e , se serenó del todo , y subió en el c o c h e , aunque con bastante dificultad á causa del innum erable gentío. E n todo aquel paseo , cada vez que sus ojos se encontraban con los de los G uardias , parece que les hablaba al corazon , y com o que les decía : Si podia con­iar con su fidelidad : ; qué opresion para un Prín-

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IOcipe ju ra d o ! ; Valerse de los ojos para que hi­cieran el oíicio de la lengua , enmudecida por las espias que le rodeab:"i de continuo! L os Guardias que entendían bien aquel len g u a g e , le correspon. dian con las m as vivas expresiones de confianza y de seguridad ; y de esta suerte iban siguien­do el paseo entre los vitores que se repetían sin cesar.

A la vuelta de Palacio estaba ya el pueblo puesto en dos filas. A l pasar los Reyes , solamen­te se o yó una que otra aclam ación 5 pero al lle­gar el Principe , volaron por el ayre los vivas, los som breros y los capotes. E ra tan activo el fuego del am or en que todos ardían por su Prin­cipe , que no había fuerza para contenerlo ; de suerte que un Oficial de W alonas tu vo aliento pa­ra decir á su tropa estando en form acion : V iv a EL P r i n c i p e ; y tanto estas G uardias , com o las Españolas que estaban form adas en la plazuela de Palacio , tuvieron tam bién valor para repetir sin m overse : V i v a e l P r i n c i p e 5 y de este mo­do el eco de esta dulce voz iba corriendo blan­dam ente de fila en fila.

P o r la noche se juntaron algunos G uardias pa­ra tratar de la fuga que los llevaba tan desvela­dos , y para buscar, el m odo mas proporcionado, de estorbarla. C ad a uno daba su dictam en , pe­ro jam as se convenían todos en el que debían a* brazar , quando un Estrem eño intrepido ( i ) , in­dignado de ver que el suelo que había dado tan-

(i) Se callan los nombres de los sugetos que con­currieron á todas las escenas de este acto , porque el que me lo contó, no sabía sí todos gustarían de que se publicasen : unos por modestia , y otros por el opro* bi-io, que podia resultarles.

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tos heroes á la España , hubiese abortado ahora un monstruo com o G o d o y , deseando exterm inar­lo de entre los vivientes , dixo con resolución: «Todo esto es andarnos por las ram as ; si no »cortamos el tro n c o , trabajam os en balde. Sabe- «mos que el A lm irante es el m obil de una fuga «que va irrem ediablem ente á ser nuestra ruina y «la de la patria ; en asegurándolo, todo está di- «sipado y a : ello es arriesgado ; pero si Vds. me «acompañan , y o me encargo de llevarlo preso «al quartel.» Aunque todos celebraron el proyec­to , no hubo mas que tres ó quatro que quisie­ron arrostrarlo , y se desistió por entonces j mas no por eso dexaron de continuar sus rondas co ­mo las noches anteriores.

C om o cundia tanto lo del viage , y la gente se agolpaba mas de cada instante j por la tarde del dia siguiente que era el 1 7 , se íixó en el Par­te un papel con letra de m ano , en el que se in­tentaba persuadir al pueblo «que no diese fe á un «viage que la m alicia le hacia suponer com o pre- j j c í s o : « pero el p u eb lo , lejos de quedar persuadi­do , entró en m ayores rezelos , y crecieron los corrillos de m odo , que y a no se podian cruzar las calles. Cerrada la noche entró precipitadam en­te en el Cuerpo de G uardia un Exento , y lla ­m ando aparte á otros am igos , entre los quales estaba el Estrem eño , Ies dixo : E l Principe ha dicho que esta noche se lo llevan sin fa lta , y que lo haga saber á los Guardias : con que a s i , am i­go Estrem eño , con V d. contam os el primero. «Á «lo de anoche me atengo (respondió e ste ), si Vds. »se resuelven , y o agarro al A lm irante.« E l ar­dor con que dixo estas palabras y otras que aña­dió mas enardecidas, inflamó vehem entem ente á todos ; pero quando vo lv ió de su q u a rto , adon­

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de habia ido á vestirse , los halló desanimados á todos , á excepción del que traxo el mensage y algunos pocos mas , á cu ya causa se abandonó igualm ente la empresa com o la noche anterior, m as no por esto dexa ron de rondar.

C om o el Principe de la Paz sabia la vigilan­cia de los G uardias , y que el pueblo estaba tam­bién de observación , m andó que sus Húsares lle­vasen presos á quantos paisanos encontraran á des­hora por las calles , com o en efecto aprisionaron á m uchos ; pero estas duras operaciones no ser­vían sino de irritar mas los ánimos de to d o s , y hacer que redoblaran su atención , y se previnie­sen m ejor para quando llegara el lance que se te­m ía. D e hecho , una de las rondas de Guardias de Corps v ió salir de casa del A lm irante cerca de la m edia noche á dos hom bres que llevaban en m edio á una m uger : pensando que era la Rey- na que iba á m archar y a , llegáronse á ellos , y preguntaron : iQ u ién vive'i Uno de los dos bra­ceros respondió : Señores Guardias , retirense Uste­des : y com o estos repitiesen el iquién vive^ tu­vo el fiel bracero la tem eridad de sacar el sable para atropellar con los Guardias 5 pero estos le apuntaron sus pistolas al pecho con el m ayor de­nuedo , insistiendo en que habían de decir quié­nes eran ellos , y quál la Señora que se llevaban. A l ver esta resolución , hubo el buen Caballero de envaynar el sable , y descubriendo el rostro la que pensaban ser la R e y n a , vieron que era una Cortesanita de buen gusto , que venia de rendir la débil fortaleza de su beldad á los pies del gran A lm irante , á quien en semejantes guerras no es dado pelear sin vencer.

A l retirarse los Guardias , uno de los compa­ñeros de la Señ orita , para vengar el agravio que

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á sLi parecer se había hecho á una prenda d;.; tan gran Señor , vo lv ió corriendo á casa do este , y díó parte al Com andante de los Húsares : este que era un m ozalbete atrevídlllo , de mas lengua que m an o s, dió orden para que disparasen contra los Guardias ; y esta tem eridad fue la que apresuró la ruina del A lm irante. E n efecto dispararon los Húsares , aunque no hirieron á ninguno de los Guardias ; pero estos viendose acom etidos tan a- trevidam ente , llam an á los com pañeros que iban de ronda por otras partes , y disparan al ayre una pistola , con cu yo ruido de voces y de ti­ros se alborotan todos : el trom peta toca á la Generala , ponense todos en arm a , y unos tras de otros acuden precipitadam ente á los puntos que creyeron necesarios. E l prim er Xefe que se pre­sentó , m archó á Palacio con la m ayor parte de los Guardias , y el resto que se com ponía de 20 con corta d iferen cia , partieron á la calle de la R eyna , conducidos por el Estrem eño , y tom a­ron aquel boquete con 40 Soldados de W alonas y Españolas que acudieron á la defensa de la bue­na causa.

Q uando este corto num ero de G uardias avan­zaba hácia la casa de G o d o y , prorum pieron to ­dos á una voz : V iva el Rey , y muera el fray- dor : y estas voces nunca oídas hasta enton­c e s , se repitieron infinitas veces entre los paisa­nos que iban acudiendo de tropel. Pero á breve rato llegó un G uardia de Corps con orden del C o ­mandante para que todos los que/«¿li hubiese, tan­to del m ism o Cuerpo com o de W alonas y Espa­ñolas , se presentasen á Palacio. Hicíeronlo en efec­to , mas apenas llegaron á la ' plaza , quando el intrepido Estrem eño viendo que el prim er objeto á que se debía atender era la prisión del A lm i-

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rante , pues si daban lugar á su fuga , se arrui* naba todo el proyecto , y en sus ruinas iba á en­volverse tam bién la patria ; sin esperar permiso de nadie , aprieta las espuelas a l caballo y mar­cha á escape , llevándose tras de sí quantos pai­sanos encuentra. Inflámalos á todos con aquel ar­dor que le inspiraba la lealtad á sus M onarcas ; y al llegar á la casa del A lm irante , com o viese igualm ente otra m ultitud de paisanos en inacción, les dixo : «¿Qué os deteneis? A rr ib a , no h a y que »tem er , ¿qué se dirá de los Españoles , si se pier- «de esta coyuntura ? Despejad , que v o y á subir »en el caballo , y a que nadie lo hace : pronto, »pues antes que am anezca se ha de dar el golpe.«

Mas com o los paisanos tem ian á la tropa que pensaban habia dentro de la casa , no se resol­vieron á entrar , hasta que se le ocurrió a l Estre­m eño m archar en busca de soldados , para que auxiliaran al paisanage , y anim aran su valor. A l room ento encontró con un esquadron de G uar­dias españolas form ado en batalla en el puente de b a rc a s , haciendo frente á la casa de G odoy; y conociendo al A yud ante le dixo con a rd id : »A- «vance Vd. esas tropas , que los Húsares matan «los paisanos con arm a blanca.« C reyó lo el A yu ­dante , y avanzó hasta el picadero : de cu yo a- vance se va lió el Estrem eño para esforzar á los p aisan o s, d icien d oles: »Fuera te m o r , arriba , que »viene un batallón á nuestra defensa.« C o n esto y con ver relucir y a de lejos las bayonetas á la lu z de las innum erables hachas y faroles que ha­bia por todo el sitio , acom etieron á la casa de G o d o y , unos rom piendo los cristales á pedradas, y otros haciendo astillas las ventanas y las puer­tas con hachas y con picos , según que cada uno pudo prevenirse de pronto en aquella ocasion.

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Luego que la asaltaron , se derram aron por lo interior de ella , forzaron las puertas , regis­tráronlo todo , y todo lo confundieron con el al­boroto y ruido. Inm ediatam ente encontraron á la Princesa que , m al arropada , sum ergida en la ­grimas , tem blando y sin saber lo que le sucedia, se habia escondido baxo de la cam a j pero ase­gurándola luego de sus temores , y reanimando- la con vivas y aclam aciones , la entraron en el coche , igualm ente que á su tierna hija , al C a ­pellán D . Joaquin M elgarejo , y á la Cam arera.

E l pesar y la alegria , los llantos y los aplau­sos iban alternando entonces , porque al tiem ­po que los paisanos tiraban el coche en que iba la Princesa acom pañada de luces , y obsequia­da con vítores festivos y voces que repetían , vi­va la inocente , viva la candida paloma ; no muchos pasos detras llevaban otros á D . D iego G o d o y, que lo hallaron escondido en casa de su herm a­n o , llenándolo de golpes y de improperios. Q uan­do llegó á la plazuela de Palacio , lo dexaron en m edio de quatro ó seis personages de alta clase, y él aprovechándose de esta o casio n , avanzó has­ta la p u e rta , diciendo que le dexasen hablar dos palabras no mas con el R ey. V iendo el E strem e- ño qiie nadie se lo impedia , y que si llegaba á estar con S. M. un solo m inuto , seguram ente iba á desvanecerse la grande obra que estaba com en­zada ; rom pió por m edio de todos con el caba­llo dexando la form acion , saltó hasta el centine­la vvalona que estaba dentro de Palacio , v o lv ió ­se luego de frente , y poniéndole al pecho la pun­ta de la espada , le dixo : »Si Vd. avanza un pie »no m a s , le paso de parte á parte : V d. ha de »venir preso al quartel.« C o m o el Estrem eño es­taba solo 5 su Capitan le dixo repetidas veces que

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se apartara de allí , con el fin de abrirle paso á D . D ieg o ; pero bien lejos de obedecerle , llamó á vo z en grito á dos G uardias am igos que esta­ban form ados á la parte de afuera , para que vi­niesen en su ayuda. Sin perder m om ento entra­ron con intrepidez , y llenaron con sus caballos todo el hueco que quedaba ; pero com o á pesar de esto quisiera todavia forcejar D . D iego para es­caparse por enere los c a b a llo s , un G uardia le em­pujo hácia atras con Ím p etu , y siguiendo los tres de frente contra é l , y agolpándose inm ediatam en­te otros G u a rd ia s , lo llevaron preso al quartel de Españolas.

E n tanto que pasaba esto en Palacio , en la casa del A lm irante tod o andaba revuelto , bus­cándolo por todos los escondrijos sin poderlo en­contrar ja m a s ; pero com o la Princesa dixo al tiem­po de sobrecogerla , que el Principe se habia es­condido en una g u a rd illa , nunca desistieron de sus pesquisas ni en aquella noche , ni en todo el dia siguiente , hasta que viendo que todas eran en vano , pensaron que se habria escabullido por entre la m ultitud con algún disfraz, Pero llegó el dia 19 , y á eso de las 10 de la m añana lo en­contró un G uard ia de las W alonas en un escon­drijo de la guardilla , tapado con una estera.

Apenas se vió descubierto , suplicó al G uar­dia que si procuraba o cu lta rlo , le haria feliz 5 pe­ro este despreciando qualquiera felicidad que pu­diera venirle de un trayd o r á su R e y y á su pa­tria , avisó al O ficial , y de seguida se dió parte á SS. MM. E l pueblo que lo supo al instante , se precipitó con tanta furia sobre aquel desventura­do , que á no ser por la priesa en que ellos mis­mos se em barazaban al tiem po de descargar sus golpes 5 y á no ser por la m ediación del Princi-

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pe que acudió luego acom pañado de sus G u ar­dias , seguram ente le hubieran hecho pedazos.

Quando S. A . salió de P a la c io , parece que lle­vaba pintada en su semblante la im agen del m ie­do ; de suerte que dirigiendo su palabra al E stre­meño que tu vo la dicha de ir á su lado , le pre­guntó : ¿Si podía contar con los Guardias^, y el E s­tremeño le respondió con intrepidez : Q ue todo el Cuerpo estaba resuelto á perder la vida en de­fensa de su A lteza ; y que el pueblo estaba igual­mente á su favor. Sin em bargo parece que su co- razon no estaba todavía satisfecho , pues á bre­ve rato le vo lv ió á repetir la misma pregunta; tanta era la cobardía que habia contraido su ani­mo en el largo tiem po de su esclavitud. Pero el Estrem eño con doble entereza de esp íritu , y con el ardor y entusiasmo que le inspiraba su lealtad, respondió : Señor , lo dicho : hasta derramar la n/f/- ma gota de sangre. Estas palabras infundieron tal seguridad en el corazon de su A lteza , que des­de entonces y a no parecía un Principe cobarde, sino un Aquiles intrépido y ardiente.

L legaron á casa del A lm irante , y encontra­ron á este infeliz cubierto de heridas y de san­gre 5 y rodeado de un pueblo enfurecido que pe­día su ca b eza ; pero la presenpia del Principe y el cuidado de los Guardias pudieron evitar su muer-, te , mas no los ultrajes ni los golpes con que procuraban herirle por entre las piernas de los caballos , y del modo que podian. A lgunos que debían su fortuna al A lm irante , ó compadecidos de su desgracia , ó creyendo restituirle otra vez al alto puesto de donde habia caído , intentaron que se conduxera á Palacio ; pero el Estrem eño que no dexaba nunca el lado de su Principe , le persuadió constantem ente «que se llevara al quar-

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«tel 5 pues de aqiü pendía el feliz éxito de la em- »presa ; y adem as que su causa debía cometerse «al suprem o C onsejo de Castilla.« E n efecto el A lm irante fue conducido al quartel.

M archó entonces el Príncipe á Palacio á dar cuenta á los R eyes de lo que acababa de suceder, y sin detenerse tom ó otra vez la vuelta al mis­m o sitio. L u ego que acababa de tom ar asiento, le propuso un sugeto de alto caracter que podia llegarse hasta el pajar para ver al reo , pues se hallaba sum am ente estropeado , y m uy m al he­rido. Iba á hacerlo S. A . m ovido de su natural bondad ; pero el Estrem eño se opuso con respe­tuosa entereza , diciendo : »Que no era decoroso «á tan alto Principe abaxarse tanto : que el reo »era el que debía subir , y que en caso de no »poder hacerlo por hallarse tan m al p a ra d o , que »lo subieran en brazos.«

A si se hizo ; y si el entendim iento hubiera po­dido apartar su vista de los atroces delitos que habia com etido aquel m onstruo , y de los detes­tables vicios en que estaba envuelto ; el corazon se hubiera enternecido al verle tan abatido , tan lleno de sangre , y sosteniéndose con un pañuelo el ojo que estaba casi fuera de su cuenca , can­sada la respiración , y casi sin poder articular pa­labra : ¡pero cóm o era posible m irar á G o d o y sin ver un m onstruo de m aldad I iReyna Carlos IV . ? le preguntó al Príncipe despues de habersele humi­llado á sus pies. = S í , le respondió S. A . = ^Vive la Reyna ? = Sí. ~ Ta pues moriré gustoso. L uego su­plicó que le diesen un poco de agua , porque es­taba ardiendo de sed ; y aquel hom bre acostum­brado tanto tiem po á no aplicar sus labios sino á copas de plata ó de oro , se arroja ahora con an­sia sobre un m iserable jarro que se halló - á ma-

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no en el quartel , bebiendo m ezclada con el agua la sangre que le corria de la cabeza , y caia hilo á hilo dentro del m ism o jarro , sin que aquel des­venturado lo advirtiera. Mandó luego el Principe que lo llevaran á su destino , y lo curasen , co­mo se hizo inm ediatam ente : y su A lteza se res­tituyó á P a la c io , lleno de las aclam aciones de un pueblo que por instantes le adoraba .mas.

Este m ism o m em orable d ia , meditando el R ey lo que acababa de su ced er, y advirtiendo el am o­roso ascendiente que el Principe tenia sobre el pue­blo 5 y considerando por otra parte los achaques de que a d o lecía , y que sus hom bros estaban can­sados y a de llevar el peso enorme de su vasta Monarquía ; hizo la espontanea y seriam ente de­liberada renuncia de su Corona á favor del Prin­cipe , com o se publicó inm ediatam ente , procla­mando de seguida á Fernando VII. por legitim o R ey de España con demonstraciones de jubilo in­auditas.

E sta es , Señor m io (m e dixo el atento C a ­ballero) , esta es la relación de los hechos que Vd. deseaba saber. He contado sencillam ente lo que v i con mis propios ojos , y quisiera dexar á V d. tan contento de haberlos oido , com o y o lo estoy de haber tenido esta ocasion de m anifes­tarle mis deseos de servirle. D íle las gracias con el m ayor encarecim iento , concluim os nuestro pa­seo , y nos retiram os cada uno á su casa.

¡C on qué dulce libertad , rne decia y o á mí m ism o , no podia respirar y a nuestro am ado Prin­cipe ! Proclam ado por sus vasallos con jubilo in- creible satisfecho del a m o r , de la obediencia y fidelidad que le protestaron con dem onstraciones tan extraordinarias , quales jam as ha experim en­tado R ey alguno ; y asegurado al m ism o tiem po

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de los sentimientos de sinceridad y de afecto , de confianza y de am istad que tantas veces le habia m anifestado el Em perador de los Franceses , ¡quán seguro y tranquilo no debia mirarse y a en su au­gusto trono l

§. ÍI.

Siícéjoí de M adrid y Bayona.

¥ á l a verdad : quando nuestro am able Princi­pe , oprim ido y angustiado por las duras vexa- ciones que continuam ente le hacia el m onstruo de Badajoz ; quando su tierno corazon estaba pro­fundam ente sum ergido en un m ar de amargura, viendo el injusto ceño con que le m iraba su ve­nerable seducido Padre , y los agrios desdenes de su desnaturalizada Madre ; quando se veia por to­das partes rodeado de peligros , y expuesto 4 que su preciosa vida fuera segada en ñor , com o lo fue la de su nunca bastantem ente alabada y llo­rada difunta Esposa ; quando para salir de tan­tas y tan terribles pen as, y derribar al coloso que era la causa de ellas , entabló una corresponden­cia intim a con el gran N apoleon , manifestando­le sus deseos de enlazarse con una Princesa de Francia ; ¡qué esperanzas tan lisonjeras no le dio aquel engañoso heroe! ;qué billetes tan expresi­v o s! i y qué de finezas no le prodigaba en ellos ! Prom ete verlo , abrazarlo y abrigarlo : Las her mosas alas del aguila imperial , le dice , te cubrirán todo en rededor. jCon quánta alegría no recibe nues­tro candoroso Principe estas promesas tan hala­güeñas ! ¡y qué no haría para estrechar mas y mas los lazos de una am istad , en la que pen­saba asegurar la felicidad de su Monarquía !

D e heclio , apenas se ve en el T ron o , y sa-

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be que S. M. í. gustaría de poseer la espada que Francisco I. R ey de F ran cia rindió en la famosa batalla de P avía en tiem po de Carlos V . , y se guardaba en la arm ería con el aprecio debido á una alhaja que acordaba el valor de los Españo­les ; dispone inm ediatam ente que se conduzga al alojamiento del gran Duque de Berg : i pero con quánta ostentación y fa u s to ! Entonces se admi­raron quantos lo vieron , y ahora se irritan quan­tos lo ven estam pado en los papeles públicos.

E sta generosa y desmedida expresión hecha al E m p erad o r, las demonstraciones de estim ación y respeto que se tributaban al gran Duque de Berg, y la grata arm oaia que reynaba entre Españoles y Franceses , ¿no debia darnos m otivo para es­perar que unieran sus votos y sus aplausos para celebrar con nosotros el acaecim iento feliz de la ruina de G o d o y , y la exaltación de nuestro Fer­nando al T ro n o ? ¡Pero qué perfidia 1 Los F ran­ceses infieles á sus promesas , y torpem ente in ­gratos al afectuoso tratam iento que se les daba, apresuraron su conspiración para acabar con nues­tros Reyes , con nosotros y con nuestra patria.

Introducen parte de su exercíto en M a d rid , y com ienzan á tom ar cierto ayre de im perio y se­ñorío , qual sí fueran y a los Soberanos de la C o r­te. E l pueblo , que com o todo es ojos y oidos, lo v e y lo escucha todo , com ienza á mirar con desconfianza aquellos m ovim ientos que llevaban todas las apariencias de hostilidad , y form a y a sospechas de la am istad y alianza de sus honra­dos huespedes ; pero sin e m b a rgo , nuestro joven M onarca , cuyo corazon no era capaz de rezelar la mas ligera som bra de alevosía , para calm ar la inquietud de sus vasallos , dispone que el C o n ­sejo pleno m ande publicar un Bando , com o se

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publicó en 2 de A b r i l , para que »vivan libres de 55 todo rezelo ; que las intenciones del Gobierno jjÍTances arregladas á las suyas , lejos de amena- «zar la m enor hostilidad y la m enor usurpación, »son Unicamente dirigidas á executar los planes »convenidos contra el enem igo com ún.« ¡Quán sabrosam ente engañado estabas , joven y desven­turado M onarca !

N o satisfecho aun su noble y generoso cora* zon con tantas pruebas de su am istosa confianza, m anda que se dispongan fiestas para obsequiar á su am igo N apoleon , cu yo arribo estaba y a cer­cano. ¡Q u é aparatos tan m agníficosl ¡qué pom­pa ! ] qué fausto ! E ntre las brillantes funciones que se preparan para su cortejo , m anda S. M. que cada una de las quatro M aestranzas envie su T e ­niente acom pañado de i6 Caballeros , con sus respectivas m ú sica s, para correr parejas y esme­rarse en los juegos que acostum bran ; y para dar­les cierto ayre de novedad , ordena que se pre­senten vestidos á la antigua española con las ga­las y atavíos que corresponden á la gallardía de esta nación m arcial.

Pero ¿quién era capaz de pensar que quanto m as se esm eraba nuestro m agnanim o R e y en los grandiosos preparativos para obsequiar á su ima­ginado protector , tanto m as apresuraba este sus pasos para arruinarle ? L a caida de G o d o y , la abdicación de C arlos IV. y la proclam ación de Fer­nando VIL , que los elogistas de Bonaparte atri­buían á su favorable in flu xo, no hicieron sino des­baratarle los planes que tenia form ados para la destrucción de España , y ponerle en la precisión de trazar otros tod avia más alevosos.

E l noble entusiasmo de esta nación generosa por su am ado Fernando , y el jubilo universal

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con que lo aclam ó por su legitim o y verdadero R ey , acobardan á Bonaparte , y le hacen retirar el p ie , aquel infam e pie que solo queria fíxar en nuestro suelo para enseñorearse de él dolosamen­te , ultrajar sus bellezas , y destruirlo del todo. Muda entonces la escena de rep en te, y desde B a­yona donde hizo levantar el teatro , le presenta á nuestro M onarca la perspectiva mas halagüeña. Las postas se m u ltip lican , las dem onstraciones de afecto son de cada instante mas expresivas , da­le en sus cartas el titulo de R e y de España , la Em peratriz cam ina á m archas dobles hacia B ayo­na , y aquella ciudad se llena por m om entos de pompa , de m agestad y de nobleza. T o d o anun­ciaba felicidad : el sagaz y fraudulento politico re­pite sus instancias , haciendo ver y a próxima su llegada , y sale á recibirlo el Infante D . C arlos, el qual no encontrándolo , com o pensaba , en el ca m in o , se entra en Francia. N uestro joven R ey perfidamente im portunado por el perverso Berg, por el E m b a x ad o r, y por el descarado S a v a ry , le sale él m ism o al encuentro para tener mas pronto el gusto de abrazar á su generoso protector , y j) darle una prueba convincente del alto aprecio «que hace de su augusta persona , y consolidar «mas y mas los vínculos de am istad y estrecha «alianza que felizm ente subsisten entre esta M o- «narquia y el Imperio francés , con reciproca uti- «lidad de sus respectivos pueblos, « según que lo hizo saber á todos sus Consejos por su Real D e ­creto dado en Palacio á 8 de Abril. E n efecto par­tió el dia IO del m ism o mes , dexando estable­cida una Junta Suprema com puesta de todos los Secretarios de E stado , á cuya cabeza colocó por Presidente á su tio el Infante D . A ntonio , auto­rizándole para que en su ausencia (que debia ser

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de corta d u ra ció n , según que el m ism o engaña­do R e y decía) despachara los negocios graves y urgentes que pudieran ocurrir.

L lega á V ictoria , y el pueblo cu yo corazon fiel !e hacia presentir el destíao fatal que le con­ducía á F ra n c ia , y las horribles resultas de aquel v ia g e , se opone á su proseguim iento , corta los tirantes del coche , y no quiere que se entregue de ningún modo á Napoleon. Pero el R e y , gra­duando de excesivas estas pruebas del tierno afec­to de sus vasallos , y creyendo que podían de­generar en falta de respeto ; mandó expedir y pu­blicar su Real D ecreto en aquella misma ciudad con fecha de 19 de A b r i l , haciendo s a b e r , »que »está agradecidísim o al extraordinario afecto de »su leal pueblo y Provincia de A laba , pero que »no puede menos de desengañar á todos y á ca- »da uno de sus individuos de que no tom aría la «resolución im portante de su viage , si no estu- »viese bien cierto de la sincera y cordial amistad »de su aliado el Em perador de los Franceses , y »de que tendrá las mas felices conseqüencias 5 y «asi les m anda que se tran quilicen , y esperen que «antes de quatro ó seis días darán gracias á Dios « y á la prudencia de S. M. de la ausencia que aho- «ra les inquieta.»

C orazon noble y sin doblez , tú mides el de Bonaparte por el tu y o , ¡pero quán enormemente que te engañas ! E l corazon de aquel m alvado es­tá lleno de pliegues que nadie es capaz de des­envolver. T ú m ism o , tú lo ves a h o ra : i mas ay! ¡y quán á costa tu y al y quán á costa tam bién de tus vasallos , cuya suerte . . . . mas no , no quie­ro añadir mas acíbar á tu am argura , corazon generoso.

Lleno S. M. de las promesas especiosas de Na-

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poleon , deslum brado con las halagüeñas perspec­tivas que le presentaba , y todavia mas engaña­do por el perjuro y desvergonzado Savary , que ponia su cabeza á que dentro de quatro dias es­taba otra vez en España con toda la dignidad y pompa que correspondía á la m agestad de su au­gusta persona ; sigue su viage , y entra por fin en Francia. ¡M as a y l ¡qué escena se le ofrece tan diferente de la que se prom etía! en vez de fine­zas y de obsequios no encuentra sino insultos y desprecios. Rodeado de guardias fran cesas, sepa­rado de los de su com itiva . . . . ¡ dulce y adora­do Fernando 1 y a ves descubierto el teatro don­de va á representarse la tragedia mas infausta que ha visto el m undo ; pero aguarda , que todavia no han concurrido todos los personages que de­ben hacer en ella su papel.

C o m o todo esto se iba executando con tran­quilidad y buena arm o n ia , y los Franceses no que* rian sino que el pueblo de M adrid se alborotara, para con este pretexto echar m ano de la violen­cia y del terror , y entregarse al pillage y al sa­queo ; el desalmado M urat tentaba todos los me* dios que le sugeria su m al corazon para sublevar a l pueblo. Hacia que se esparcieran papeles sedi­ciosos por las calles , que se fixaran en los pa- rages mas públicos , y que de todos m odos se insultara al paisanage. D os Oficiales Franceses sor- prehendieron á un Impresor , y con amenazas le hicieron im prim ir un cartel que decia : Viva Car­los IV . y Godoy , y muera M urat. E l Impresor llegó i tirar dos exemplares ; pero fingiendo que se le habia descompuesto no sé que pieza , y que iba en casa de un am igo á buscarla , m archó á dar aviso á un A lcalde de Corte. Presentóse este ea la imprenta con la justicia , fueron sorprehendi-

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dos los Oficiales , M urat dixo que los castigarla; pero el dia siguiente se presentaron en los Cafés y denlas puestos públicos con el m ayor descaro. Por otra parte se derram aba dinero entre el pue- blo baxo á fin de sublevarlo , y hacerle procla­m ar á C arlos IV. : y M urat hacia freqüentes y pri­vadas visitas á la R eyna. E sta Señora lé corres­pondía con suntuosos regalos , concertaba con él m uchos tratados que su buen C arlos firm aba con la m ayor franqueza j y llegó á ta l extrem o el de­lirio de su pasión , que ju ró salvar á M a n u e l, y destronar á su hijo Fernando.

E n .efecto , esta fina enam orada fue fiel á su juram ento , pues al anochecer del dia 19 de Abril e) Excm o. Señor Marques de C astelar recibió un Oficio de la suprerna Junta de G obierno , en qué se le mandaba que aquella m ism a noche entrega­se al preso D . Manuel G o d o y , cu ya custodia es­taba á su. cargo. A quel leal C aballero jun tó in­m ediatam ente consejo de guerra , y se presentó en M adrid para saber por sí m ism o la verdad de aquella orden ; y despues de varios altercad os, y protestas , y dexaciones de empleos que hizo , y no le adm itieron , hubo de ceder y entregar á Manuel : porque en la entrega del preso , le dixo el Serenísimo Señor Infante D . A n to n io , consiste 'el que m i sobrino sea Rey de España. ¡ Q ué dirá la posteri­dad quando lea estos hechos !

T o d o s estos m ovim ientos que iban levantan­do y a una punta del velo que ocultaba la negra perfidia de N apoleon , hacen entrar al pueblo en sospechas, y lo conducen hasta el extrem o de no poder sufrir y a mas. M anda M urat á la Junta que el dia 2 de M ayo debe salir para B ayona la Rey­na de E truria y el Infante D . Francisco , y para esta salida tom a traydoram ente las medidas mas

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oportunas. E l ’ E xercíto francés ocupa por la no­che los puntos mas ventajosos de M a d rid , y se­ñaladamente las avenidas de Palacio ; y el Xefe de las tropas españolas les com unica las ordenes mas estrechas para que no auxilien al pueblo. ¡Qué patriotism o! ¡qué fidelidad! Pero el pueblo enfu­recido y am ontonado en la plaza del Palacio des­de el a m a n ecer, semejante á la prim era erupción de un volcan que se abre la salida por entre una inmensa m ole de piedras y peñascos ; rom pe to ­do em barazo , se abalanza á los coches para de­tenerlos , atropella á quantos Franceses se oponen á su intento , y se traba la sangrienta batalla que hará eternam ente m em orable el dia 2 de M ayo.

Franceses , vosotros lo visteis : un puñado de paisanos se atrevieron á acom eter con furia á vues­tro form idable exercito , cuyas victorias habéis cla­moreado tantas veces : vosotros visteis com o un paisano,cazad or de o ficio , despues de haber m uer­to á 28 de vuestros com pañeros, viendose y a sin municiones en la calle del Carm en , dexa su fu ­sil , tom a un puñal y em biste á un batallón en­tero , donde vendió bien cara su vid a : vosotros visteis com o frente á la casa de la D uquesa de Usuna un carbonero derribó de un garrotazo á un dragón , y despues de haberle quitado el sable, acom etió á una com pañía de granaderos , y des­trozó siete de ellos , hasta que cayó m uerto cu ­bierto de heridas : vosotros visteis com o quatro Madrileños atrincherados á una esquina sostenían á veces una gruesa coluna de vuestros valientes soldados, y la desconcertaban valerosam ente : sí, vosotros visteis com o compañías enteras iban rin­diendo sus armas siempre triunfadoras á los pies de un corto nnm ero de gentes no acostum bra­das al estrepito de la g u e rra , y hechas unicamen*

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te á las dulzuras de la paz que había disfrutado en el seno de su fam ilia hasta que vosotros ve- nisteis traydoram ente á perturbarla. Si se hubie­ra dado lugar á que se reuniese el pueblo y en­trara todo en batalla ; si aquel á cu yo cargo es­taba el m ando m ilitar no hubiera villanamente prohibido las tropas españolas que saliesen á so­correr el paisanage ; la cam iceria habria causado horror á la naturaleza : vuestra ruina hubiera si­do inevitable : sí , porque vosotros no conocíais aun el va lo r de los Españoles.

Penetrado de dolor el supremo Consejo al ver que se derram aba tanta sangre inutilm ente , se presenta en publico , sale por las calles qual amo­roso padre que busca la felicidad de sus hijos , y á su presencia calm a el pueblo sus justas iras: pero ¿qué recompensa dió á esta sum isión respe­tuosa el cruel M urat ? Baxo el pretexto de que llevaban arm as , hizo arcabucear en el Prado a- quella m ism a noche á trescientas veinte personas que los Franceses habían hecho prisioneras quan­do estuvo sosegado el tum ulto ; y esto antes de estar intim ada la prohibición por m edio del ban­do que se hizo despues. i Qué inhum anidad! ¿y es es'ta la felicidad que acarreas á un pueblo ge­neroso que te ha recibido am igablem ente en su seno , y te ha dispensado los m ayores favores? Pero M urat no quería sino infundir terror : por llevar un cortaplum as no m aS , fueron arcabu­ceados m uchos Sacerdotes de am bos cleros : mu­chos artesanos por llevar navajas ó instrumentos de sus oficios : m uchos particulares solo por un fiero antojo ; y todos por el furor de una tro­pa sin hum anidad , sin honor y sin religión.

E n efecto al dia siguiente quando todo esta­ba sosegado y a , pasaba el V iatico por la calle

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de A va p ìes, y com o los soldados franceses que alli habia , se estaban con sus sombreros calados , el Cura se llegó á uno de ellos y le to có blanda­mente , diciendole que se los quitaran ; pero un atrevido so ld a d o , en vez de hacer la debida re­verencia al Santísimo Señor Sacram entado , em ­prende á bofetones al C u ra , y echa á rodar por el suelo el sagrado globo. A lborotóse otra vez el pueblo , pero acudieron inm ediatam ente tropas españolas , y patrullas de G uardias de Corps , y pudieron sosegarlo. Para evitar en adelante otros insultos semejantes , y las terribles resultas que podia haber ; se dispuso que los C uras llevaran siempre el sagrado V iatico oculto baxo del m an­teo 5 y los Sacristanes escondido tam bién el fa­rol. i A qué estado de opresion y de abatim iento reduxeron nuestros carísim os aliados al generoso pueblo de M adrid! ¿ Y á todo esto calla el G o ­bierno ? i Q ué m isterio !

Despues de tantos horrores y de tantos ge­nerös de m aldades , com o com etieron en aquellos dias de luto y de tristeza , ¿qué le quedaba que hacer al Em perador de los Franceses ? D estruir la suprema Junta establecida en M adrid por el R e y Fernando , quitarle la cabeza que S. M. le habia puesto , y substituir en su lugar otra ex- trangera que la gobernara para consum ar los proyectos de iniquidad que estaba tram ando en Bayona. Para esto se obliga tam bién m archar pa.- ra aquella ciudad al Infante D . A ntonio , y el in­solente M urat tiene la osadia de hacerse decla­rar en su misma presencia por Presidente de ella. tQué osadia 1 jy cóm o es que los vocales lo e li­gen , y publican el decreto de tan violenta elec­ción 1 E l bondadoso y am able Infante D . A ntonio tuvo la prudencia de marcharse por la mina pa­

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ra evitar otra revolución , porque |có m o era po. sible que e l pueblo perm itiera que le arrebataran la ultim a prenda que le quedaba para su consue- J o ,.s in que hubiera em bestido rabiosam ente con­tra los Franceses á pesar de su artillería y de sus fuerz'^Sí que M urat llam aba irresistibles ?• , P ero en tan to que sucedeii todos estos tras­tornos en M adrid jq u é hace nuestro amabilísi­m o y añigídísim o Fernando en B ayona? Despues del ceñudo y áspero recibim iento que se le hizo, .quando n o estaba to d avía bien reparado de este prín:ier susto , v e que sucesivam ente va n llegando todas las dem as personas Reales á aquel infausto teatro. ] Q ué sensación tan dolorosa n o le hizo se­m ejante v is ita ! ¡pero qué trastorno en su noble y leal corazon , -quando el m as períido de los hom bres le propone por m edio de su desprecia­ble m isionero Savary e l horrendo proyecto de que renuncie en sus m anos la C o r o n a ! \ Q ué terrible golpe quando le dice que está decretado irrevoca­blem ente el exterm inio de los Borbones , y que- han de en trar á reem plazarlos los B onapartes! L a sangre se le hiela en sus venas , un horror fr ió corre por sus m iem b ro s, el color se le mu­da , y queda inm oble ; pero acordándose de sí m is m o , arroja una m irada de indignación sobre aquel m al nacido , afeale con firm eza la ingra­titud y perfidia de su am o , y le dice con intre­pidez : M o r ir é , pero moriré Rey de España.

D esde entonces queda Fernando sin com uni­cación , qual si fuera un reo de estado , y no se le pierde de vista ; los de su com itiva correa la m ism a fortuna , y nadie v e al rededor de sí sino guardias insultadoras , y genios duros y des­abridos. A tanto cum ulo de penas y m artirios co­m o despedazan el corazon de nuestro M onarca,

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se añaden otras m uy mas crueles. Los R eyes v i‘e- jo s , colm ados de aplausos y finezas , le reprehen­den agriam ente G o d o y puesta en libertad , y revestido de todos sus lionbres , le insulta , y ' lo llena de ultrajes y d esp recios, y todos á una le violentan para que abdique la Corona en su Pa - dre. Este es e l sesgo que N apoleon to m ó , vien­do la resistencia que habia m ostrado para abdiv caria en sus m anos. ¡Pero con qué nialigna as­tucia! D ecide ab iertam en te, que la abdicación qué Carlos IV. hizo de su C orona en A ranjuez á fóvor de su hijo , fue nula por haber sido hecha con violencia..

T ú lo dices , im postor infam e , solo tú lo di­ces. Q uando Carlos IV. protesta que los achaques de que a d o lece , no le permiten soportar por mas tiempo ei grave peso del G obierno de sus re y- nos : quando dice que ha determ inado despues de la mas seria deliberación abdicar su C orona en su heredero y su m u y caro hijo el Principe de Asturias , y que es su voluntad que sea recono­cido y obedecido com o á R e y y Señor natural dé todos sus reynos y dom inios ; quando manda á su Secretario de Estado y del D espacho D . Pedro Ceballos , que para que su R eal D ecreto de Ubre y espontanea abdicación tenga su exacto y debido cum ­plim iento , lo com unique a l Consejo y demas á quienes corresponda : quando publica todo esto á la fa z del universo , ¿creerem os que es violen­ta su abdicación? i y por qué? ¿porque tú lo di­ces? ¿tú que no sabes lo que es verdad?

Reasum ido que hubo C arlos IV. la C o ro n a , rea- sümió igualm ente la potestad de elegir G oberna­dor de su M onarquía ; y com o si en toda ella no hubiera un sugeto capaz de desempeñar este encargo , lo cóm ete á M urat ; y he aqui com o

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el que pasó casi los dos primeros tercios de suvid a en los exerciclos de peluquero , repostero y co cin ero , se halla Lugar-Teniente de España. Cier­tam ente que los amaños del heroe de la Europa son ad m irab les, y asombrosas las transform acio­nes que hace. C arlos IV. recobra sus fuerzas ener­vadas , los achaques de que adolecia desaparecen, y de repente se halla con vig o r para sostener el peso de su Monarquía , y quiere consagrar los últim os dias de su vida al gobierno y felicidad de sus vasallos. Pero el daño está en que este res­tablecim iento fue un restablecim iento efím ero, pues las fuerzas de que se preciaba en el dia 4 de Ma­y o , quando se declaró R e y en B ayona , las vuel­v e á perder en el 8 del m ism o mes , y se v e en la precisión de renunciar la C oron a en favor del E m perador N apoleon , dándole adem as amplias facultades para que pueda colocarla en la cabeza del que se le antoje.

¡Q uán ciego e s tá s , N a p o leo n ! tu desmesura­da am bición te ha obcecado de m odo , que no ves el ensarte de nulidades que com etes en po­cos d ia s , y que te han cubierto y a de perpetua infam ia. ¿Q ué barniz podrás tú nunca dar á tus negros m anejos? ¿P or ventura la Corona de Es­paña es de C arlos IV .? ¿L a tiene acaso por sí mis­m o , ó por derecho de la sangre? ¿Quieres tras­tornar las leyes fundam entales de España? ¿Qué autoridad tiene C arlos IV. para enagenar su C o ­rona , privar de ella á sus hijos , á sus descen­dientes , y á quantos tengan derecho á ella por su nacim iento y por su sangre? Y si C arlos IV. no tiene autoridad ni poder para dartela , ¿qué poder ni autoridad tienes tú para recibirla? Ello es que para com eter unas violencias tan horribles, y dañosas com o estas á la faz de todo el mun-

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d o , es menester un descaro, del que solo N apo­leon es capaz.

L uego que hubo usurpado la C o ro n a , y auto­rizado esta usurpación con los nombres y firmas que arrancó violentam ente de Carlos I V . , de Fer­nando V n . , y de los Infantes D . C arlos su her­mano y D . A ntonio su tio , propone al Consejo de C astilla que adm ita en España un C etro ex- trangero , y este C o n se jo . . . . calla . . . . perm ite que c ircu le . . . . A burrido de ver tanto desorden, me retiré á m i Q uinta.

Mas ¡a y de m í! á pesar de su bella situación, y de las delicias que aqui derrama la naturale­za , y o no podia encontrar alivio. Mi iniíiginacion no me ofrecía sino espectros que me atem oriza­ban , y jam as podia disipar la ilu sió n : tan funesta era la impresión que hablan hecho en mi alm a las pérfidas m aquinaciones del m onstruo de Bada­joz y del tirano de la Europa. A do quiera que vo lvia los ojos , no veia sino objetos de horror que introducían el desorden en mí c o ra zo n , y me hacían experim entar las mas dolorosas sensacio­nes. U na palidez m ortal cubría mi ro stro , las la­grim as corrían largam ente por mis m exillas, mis labios no podían prorum pir sino palabras mal ar­ticuladas , y un frío tem blor corría por todos mis miem bros. Las colinas agrad ables, las cam piñas ricas y floridas y a no tenían aquel aspecto risueño y en can tad o r, que en otro tiem po arrebataba m i alm a y la llenaba de un placer tran qu ilo : los arbo­les me parecían despojados de su grata pom p a, las plantas m architas y palída la yerba : todo presen­taba á mis ojos una naturaleza m u e rta , com o lo estaba la alegria en el fondo de m i corazon. Sí po­seído de mi pasión hablaba alguna v e z , no era tan­to para com unicar mis pensam ientos, com o para

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desahogar mi dolor. Y a que á la violenta explosion de una lealtad oprim ida por tantos años (m e decía y o á mí m is m o ) , cayó precipitado el ingrato y perfido G o d o y , ¿por qué se respetaron sus dias? |P o r qué no se cortó al momen.to la cabeza de este m onstruo? Y aquellos en cuyas manos se encontra­ron los negros hilos con que se urdió la iniqua tra­m a, ¿existen todavia? ¿Existen aun esos infam es ad­m iradores del nefario N ap o leo n , que quisieran des­pojar ios altares , arruinar la Iglesia , exterminar hasta el ultim o Sacerdote com o lo pensaba ei apos­ta ta C h a b o t , y arrancar de raiz la Religión cato- lica com o lo queria el im pío M irabeau? Si existen, ¿por qué se tarda en hacer.d« todos ellos un sa­crificio á la publica felicidad ?

E stas y otras reflexiones sem.ejantes me traían inquieto y sin consuelo, pero pasados algunos dias m e serené algún tanto. L as bellezas de esta feliz mansión com enzaron á presentarse y a á mis ojos con todos sus hechizos : el ayre puro y sutil que reyn a en estas m ontañas, y que por todas partes lleva un perfum e mas grato que la r o s a , daba ya m as facilidad á mí respiración, mas li;^ereza á mis m iem b ro s, y mas serenidad á m i espíritu. ¡Qué dulce tranquilidad! Y ¡qué nuevo m odo de existir experim entaba y o entonces! E levad o sobre la ha­bitación ordinaria de los hom bres , mis pensa­m ientos se elevaban igualm ente y tom aban cierto carácter de grandeza y de sublim idad, qual no po­dia alcanzar en otra parte. D esde aquella elevación miraba y o á lo lejos la dilatada y herm osa vega, donde en m edio de una inm ensa arboleda y de u- na m ultitud de pueblos y caserías se levanta la in m ortal Valencia. N o sa%ia apartar de ella mis ojos, y esperaba con ansia el m om ento en que debía des­pichar la lealtad de su caracter.

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