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1 ANTOLOGÍA LITERARIA PARA 5° BÁSICO NOMBRE:____________________________________________________ CURSO: ________________________________ FECHA:____________________________

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ANTOLOGÍA LITERARIA PARA 5° BÁSICO

NOMBRE:____________________________________________________

CURSO: ________________________________ FECHA:____________________________

OBJETIVOS

Desarrollar el gusto por la lectura, leyendo habitualmente diversos textos.

Leer y familiarizarse con un amplio repertorio de literatura para aumentar su conocimiento del mundo, desarrollar su imaginación y reconocer su valor social y cultural; por ejemplo: cuentos folclóricos y de autor, fábulas, leyendas, mitos,

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historietas, otros.

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De los prodigios y maravillas de una espada que Arturo sacó de una piedraThomas Malory

El reino había estado en grave peligro durante mucho tiempo, ya que cada uno de los señores feudales1 con bastantes hombres a su disposición se sentía poderoso y muchos hasta pensaron en proclamarse rey. Entonces Merlín, el mago, fue a ver al arzobispo de Canterbury y le aconsejó que despachara mensajes a esos señores, así como también a todos los gentileshombres de armas, citándolos a reunirse en Londres para la Navidad, bajo pena de execración; el motivo de la cita era este: que Jesús, nacido esa noche, hiciera con su gran misericordia algún milagro, pues había venido a ser rey de la humanidad, y con ese milagro les señalara quién debía ser el legítimo rey del reino. Atendiendo a este consejo de Merlín, el arzobispo mandó que todos los señores y gentileshombres de armas estuviesen en Londres para Navidad. Muchos de ellos, con penitencias, purificaron su vida, a fin de que sus oraciones resultaran más aceptables a Dios.

Mucho antes de amanecer ya estaban todos instalados en la mayor iglesia de Londres, dispuestos a rezar. Una vez que terminaron los maitines y la misa primera, vieron que en el patio de la iglesia, frente el altar mayor, había una gran piedra cuadrada, como un bloque de mármol, y que sobre su parte central había una especie de yunque de acero de un pie de alto, y ensartada en él de punta, una hermosa espada desnuda, en la que estaban escritas en oro las siguientes palabras:

QUIEN SAQUE ESTA ESPADA DE ESTA PIEDRA Y YUNQUE,ES LEGÍTIMO REY NATO DE TODA INGLATERRA.

La gente, maravillada, fue a contárselo al arzobispo.—Os ordeno —les dijo éste— permanecer dentro de la iglesia y seguir rezando a Dios. Que ningún hombre toque la espada hasta que haya acabado la misa mayor. Y efectivamente, cuando terminaron las misas, partieron todos juntos a ver la piedra y la espada. Al leer su leyenda, algunos, los que querían ser rey, intentaron sacarla. Pero nadie pudo ni siquiera moverla.

—No está aquí —dijo el arzobispo— el que ha de conseguir la espada, pero no dudéis que Dios nos lo dará a conocer. Éste es mi consejo: que designemos diez caballeros, hombres de buena fama, para que resguarden esta espada.

Así se hizo, y se pregonó que cualquiera que tuviese interés podía intentar sacar la espada. El día de Año Nuevo los barones hicieron un torneo y justa para que todos los caballeros que quisiesen justar o tornear pudiesen hacerlo. Y todo

1 Feudales: nombre que se le dio a la propiedad de un lugar, durante la Edad Media.

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esto se dispuso con objeto de tener juntos a señores y comunes, pues el arzobispo confiaba en que Dios le haría saber quién ganaría la espada.

El día de Año Nuevo, cuando terminaron los servicios religiosos, los barones se dirigieron al campo, unos a las justas y otros a los torneos. Y acaeció que sir Héctor, que tenía grandes posesiones en Londres, acudió a la justa con su hijo sir Kay y el joven Arturo, hermano de leche de éste. Sir Kay había sido hecho caballero en la anterior fiesta de Todos los Santos. Mientras cabalgaban camino de la justa, sir Kay echó de menos su espada, que se le había quedado en casa de su padre, y rogó al joven Arturo que fuese a buscarla.

—Con el mayor gusto lo haré —dijo Arturo, y cabalgó deprisa en busca de la espada. Pero cuando llegó a la casa, la señora y todos se habían ido a ver las justas. Entonces Arturo, contrariado, se dijo: “Iré al atrio de la iglesia y me llevaré la espada que hay hundida en la piedra, pues no estará mi hermano sir Kay sin espada este día”.

Una vez ante el atrio de la iglesia se apeó sir Arturo, ató el caballo en la entrada, fue a la tienda y no halló ahí a ningún caballero, ya que estaban en la justa; tomó la espada por el puño y la sacó de la piedra vigorosamente, con facilidad; montó de nuevo, emprendió el camino, fue donde su hermano sir Kay y le entregó la espada.

En cuanto la vio, sir Kay supo que era la espada de la piedra; así que fue a su padre, sirHéctor, y dijo:—Señor, aquí está la espada de la piedra; por tanto debo ser rey de esta tierra.Sir Héctor vio la espada, volvió a la iglesia, se apearon allí los tres, y entraron. Y de inmediato le ordenó a sir Kay que dijese, jurando sobre los Evangelios cómo había obtenido la espada.

—Señor —dijo sir Kay—, por mi hermano Arturo, pues él me la ha traído.—¿Cómo habéis sacado esta espada? —dijo sir Héctor a Arturo.—Señor, al volver por la espada de mi hermano no hallé a nadie en la casa para que me la entregase; y pensando que mi hermano no debía quedar sin espada, vine aquí con presteza y la saqué de la piedra sin esfuerzo.—¿Hallasteis algún caballero junto a esta espada? —dijo sir Héctor.—No —dijo Arturo.—Ahora comprendo —dijo sir Héctor a Arturo— que tú debes ser rey de esta tierra.—¿Por qué yo —dijo Arturo—, y por qué motivo?—Señor —dijo Héctor—, Dios así lo quiere, pues ningún hombre habría sacado esta espada, sino el que será legítimo rey de esta tierra. Ahora mostradme si podéis meter la espada donde estaba, y sacarla otra vez.—Eso no requiere ninguna destreza —dijo Arturo, y la hundió en la piedra. A continuación, sir Héctor intentó sacarla, y no pudo.—Ahora probad vos —dijo sir Héctor a sir Kay. Éste tiró de la espada con todas sus fuerzas, pero no salió—. Ahora vos —dijo sir Héctor a Arturo.—Con todo gusto —dijo Arturo, y la sacó fácilmente. Al ver esto se arrodillaron en tierra sirHéctor y sir Kay—. ¡Ay!, padre mío y hermano mío, ¿por qué os arrodilláis ante mí?—No, no, mi señor Arturo; no me llaméis así. Yo nunca he sido vuestro padre ni de vuestra sangre, pero ahora veo que sois de sangre más alta de lo que yo pensaba —y entonces sir Héctor se lo contó todo, cómo había sido entregado a él para que lo criase, y por mandamiento de quién, y por entrega de Merlín. Arturo se dolió mucho al saber que sirHéctor no era su padre.-Señor —dijo Héctor a Arturo—, ¿querréis ser mi bueno y gentil señor cuando seáis rey?—Si no fuera así merecería reprobación —dijo Arturo— pues sois el hombre del mundo al que estoy más obligado, y a mi buena señora y madre, vuestra esposa, que me ha criado y guardado como hijo suyo. Y si es voluntad de Dios que sea yo

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rey como decís, podréis pedir de mí cuanto yo pueda hacer, que no os defraudaré. No permita Dios que yo os defraude.—Señor —dijo sir Héctor—, sólo os pido que hagáis a mi hijo, hermano vuestro de leche, sir Kay, administrador de todas vuestras tierras.—Así se hará —dijo Arturo—; y más aún, nadie sino él tendrá ese oficio mientras él y yo vivamos.

Fueron entonces al arzobispo y le contaron cómo había sido retirada la espada y por quién. Acudieron allí todos los señores el día de la Epifanía, y trataron de sacar la espada, los que querían probar. Pero delante de todos, no la pudo tomar nadie sino Arturo; muchos señores se enojaron por eso y dijeron que era una afrenta para ellos, y para el reino, ser gobernados por un mancebo que no era de sangre alta. Fue tal la disputa que se dieron plazo hasta la Candelaria, día en que debían reunirse todos los barones allí otra vez. Se dispuso que mientras tanto, los diez caballeros siguiesen velando la espada día y noche, por lo que instalaron un pabellón sobre la piedra y la espada, velando siempre cinco.

Ocurrió que el día de la Candelaria acudieron muchos más grandes señores deseosos de ganar la espada, pero no lo consiguió ninguno. Tal como lo había hecho Arturo en Navidad, volvió a hacerlo ahora y sacó la espada fácilmente, con lo que los barones de nuevo se sintieron agraviados2 y aplazaron la prueba hasta la gran fiesta de Pascua de Resurrección. Y del mismo modo que la había conseguido antes, la consiguió Arturo en Pascua, aunque a algunos de los grandes señores les indignaba que Arturo fuese rey, y aplazaron entonces la prueba hasta la fiesta de Pentecostés. El arzobispo de Canterbury, por consejo de Merlín, mandó llamar entonces a los mejores caballeros que se pudiesen tener, a los que Uther Pendragon (el antiguo rey) había amado más, y en quienes más había confiado en sus días. Y fueron puestos alrededor de Arturo caballeros como sir Baudwin de Bretaña, sir Kay, sir Ulfius y sir Brastias. Todos ellos, con otros muchos, permanecieron junto a Arturo día y noche hasta la fiesta de Pentecostés.

Y en Pentecostés probó a sacar la espada toda clase de hombres, sin que ninguno lograra salir airoso salvo Arturo, que la sacó ante todos los señores y comunes que allí estaban, con lo cual de entre la gente gritó una voz:

—Queremos a Arturo por rey; no queremos más demora, pues vemos que es voluntad de Dios que él sea nuestro rey, y mataremos al que se oponga.

Seguidamente se arrodillaron todos a un tiempo, ricos y pobres, suplicando a Arturo que les perdonara haberlo postergado tanto tiempo. Los perdonó Arturo, tomó la espada con ambas manos y la ofrendó sobre el altar donde estaba el arzobispo, y fue hecho caballero por el mejor hombre de los que allí estaban.

Después de eso tuvo lugar la coronación. Y allí Arturo juró a sus señores y comunes ser rey verdadero, y mantener la justicia mientras viviese.

2 Agraviados: insultados, atacados.

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El Traje Nuevo del Emperador Hans Christian Andersen

Vivió en tiempos pasados un emperador tan, pero tan aficionado a la ropa, que gastaba todo su dinero en trajes nuevos. Cuando inspeccionaba las tropas, cuando iba al teatro o cuando andaba de paseo, su único afán era mostrar sus nuevos vestidos. Se cambiaba a cada rato y así como suele decirse que el rey “está en el Consejo”, de él decían “el emperador está en el guardarropa”.

La capital era una ciudad llena de alegría gracias a los muchos extranjeros que la visitaban. Un día llegaron dos pillos, haciéndose pasar por tejedores y proclamando que sabían tejer la más bella tela del mundo. Los colores y los diseños eran de gran hermosura, pero además los trajes confeccionados con esa tela tenían una maravillosa virtud: eran invisibles para los que no desempeñaban bien sus cargos o carecían de inteligencia.

–Esa ropa no tiene precio –reflexionó el emperador–; con ella podré distinguir a los incapaces de mi gobierno y a los inteligentes de los tontos. Sí, necesito sin falta esa tela.

Así es que adelantó a los pillos3 una considerable cantidad de dinero para que comenzaran a trabajar de inmediato.

Los pillos, entonces, armaron telares, fingieron que tejían, aunque las bobinas estaban absolutamente vacías. Pedían más y más seda fina y oro más fino todavía, y todo iba dar a sus bolsillos mientras trabajaban hasta altas horas de la noche en sus desocupados telares.

–De alguna forma tengo que saber qué han hecho –dijo el emperador.

Se le encogía el corazón al pensar que los tontos y los incapaces no verían la tela. No es que dudara de sí mismo, pero estimó preferible mandar a alguien para que examinara el trabajo antes que él. Los habitantes de la ciudad sabían que la tela tenía una maravillosa virtud y ardían de impaciencia por ver hasta qué punto sus vecinos eran tontos o incapaces.

–Enviaré a mi buen ministro –pensó el emperador– a visitar a los tejedores. Nadie mejor calificado que él para juzgar la tela: se distingue por lo inteligente y por lo capaz.

El honrado y viejo ministro entró al taller donde los impostores trabajaban en sus telares vacíos.

“¡Dios!”, pensó, abriendo los ojos de par en par, “no veo nada”. Sin embargo, prefirió no decir ni una sola palabra.

Los dos tejedores lo invitaron a acercarse para que pudiera admirar el fino diseño y los maravillosos colores de la tela. Le mostraban los telares vacíos y el pobre ministro abría los ojos sin poder ver cosa alguna, sencillamente porque nada había.

3 Pillo: Se dice de la persona pícara que no tiene crianza ni buenos modales.

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“¡Dios mío!”, pensó, “¿seré incapaz? No me atrevo a confesar que la tela es invisible para mí”.

–¡Bueno! ¿Qué opina? –le dijo uno de los tejedores. –¡Bonito, realmente muy bonito! –Contestó, poniéndose los anteojos–. Ese

diseño y esos colores…, hermosos. Le diré al emperador que he quedado muy satisfecho.

–Lo cual nos causa mucho placer –dijeron los dos tejedores, mostrándole colores y diseños imaginarios y dándoles nombres apropiados. El anciano ministro puso la mayor atención para luego repetir al emperador una por una las explicaciones.

Los pillos seguían pidiendo más dinero, seda y oro; eran cantidades enormes las que necesitaban para esa tela. Claro que todo iba a parar a sus bolsillos; el telar siempre vacío y ellos trabajando. Después de pasado algún tiempo, el emperador envió a otro honrado consejero a examinar el tejido y a averiguar si faltaba mucho para terminarlo. Al nuevo delegado le pasó lo mismo que al ministro. Por más que miraba y miraba, nada veía.

–¿No es un tejido maravilloso? –preguntaron los dos impostores, explicándole el soberbio diseño y los primorosos colores que no existían.

“¡Pero yo no soy un estúpido!”, pensaba el hombre. “¿Es que no soy capaz de desempeñarme en mi empleo? Raro asunto, pero ya me preocuparé de no perderlo”.

Elogió la tela y se deshizo en halagos por el gusto en la elección de los colores y en el diseño.

–Nunca he visto una pieza tan magnífica –dijo al emperador, y toda la ciudad habló de la extraordinaria tela.

Por último, el emperador mismo quiso verla mientras todavía estuviese en el telar. Con selecta comitiva, en la cual iban los dos honestos funcionarios, visitó a los astutos pillos que seguían tejiendo aplicadamente, aunque sin seda, sin oro y sin hilo alguno.

–¿No es magnífica? –dijo el primer ministro. –Los colores y el diseño son dignos de Vuestra Alteza –dijo el otro consejero. Con el dedo le indicaban el telar vacío, como si hubieran visto allí alguna

cosa.

“¿Qué es esto?”, pensó el emperador, “no veo nada. ¡Qué espanto! ¿Seré tonto, entonces? ¿Incapaz de gobernar? No me podía haber sucedido nada peor…”.

Pero en voz alta exclamó: –¡Espléndida! Ustedes son testigos de mi satisfacción. Meneó la cabeza como

si estuviera de lo más satisfecho y miró el telar sin atreverse a confesar la verdad. Todos los consejeros, ministros y señores importantes que había en su

comitiva hicieron lo mismo, uno tras otro. Aunque no veían nada, repitieron tras el gran emperador:

–¡Espléndida! –y llegaron a aconsejarle que vistiera la nueva tela para el primer desfile importante que hubiese.

–¡Magnífica! ¡Admirable! ¡Hermosa! –exclamaban a coro y el contento era general, aunque no habían visto nada.

Los impostores fueron condecorados y recibieron el título de Tejedores Hidalgos.

La noche anterior al desfile, ambos tejedores se quedaron en pie y trabajando a la luz de dieciséis velas. Todos veían lo muy ocupados que estaban. Por último, hicieron como si retirasen la tela del telar, cortaron el aire con grandes tijeras, cosieron con agujas sin hilo y acabaron anunciando que el traje estaba listo.

Seguido por sus edecanes, el emperador fue a examinarlo y los muy pillos, levantando los brazos como si sostuvieran algo en ellos, dijeron:

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–Aquí está el pantalón, aquí la chaqueta, aquí la capa. Traje ligero como una tela de araña. No tema que le pese en el cuerpo. Ahí reside la principal ventaja de esta tela.

–Es verdad –contestaron los edecanes, que nada veían puesto que nada había.

–Si Vuestra Alteza tiene la bondad de desnudarse, probaremos el traje ante el gran espejo.

El emperador se sacó la ropa y los bribones hicieron como si le fueran pasando una a una las nuevas prendas. Finalmente le sujetaron la larga capa que dos nobles cortesanos debían sostener.

Él se volvió hacia el espejo y se miró de un lado y del otro.

–¡Por Dios! ¡Qué bien le queda! ¡Qué hechura más elegante! –exclamaron al mismo tiempo todos los cortesanos.

–¡Qué diseño! ¡Qué colores! ¡Qué traje tan magnífico!

El gran maestro de ceremonia entró. –El palio de Vuestra Alteza espera en la puerta para ir al desfile.

–¡Bien! Estoy listo –contestó el emperador–. Creo que el traje no me sienta demasiado mal.

Volvió a mirarse en el espejo para gozar con su esplendor. Los chambelanes encargados de llevar la cola hicieron como que levantaban algo del suelo y lo alzaron entre las manos, sin querer admitir que no veían absolutamente nada.

El emperador marchaba ufano por el desfile bajo su magnífico palio. Toda la gente de la cuidad había salido a la calle o lo miraba por los balcones y ventanas. Y decían:

–¡Qué traje más regio! ¡Qué cola tan adorable! ¡Qué caída perfecta! Nadie reconocía la verdad, temiendo ser tildado de tonto o de incapaz para desempeñarse en su empleo. Nunca traje alguno del emperador alcanzó tales niveles de admiración.

–Me parece que va sin ropa –observó un niñito. –¡Señor, es la voz de la inocencia! –lo excusó el padre. Pero pronto se

elevaron murmullos repitiendo las palabras del niño. –¡Un niñito dijo que el emperador no llevaba ninguna ropa! –¡No lleva ropa! –gritó por fin el pueblo.

El emperador se sintió extremadamente mortificado, pues creía que estaban en lo cierto. Pero tras una reflexión, decidió lo siguiente:

–Pase lo que pase, ¡debo permanecer así hasta el final!

Se irguió con más orgullo aún y sus chambelanes siguieron llevándole la cola que no existía.

1. Edecán: ayudante. 2. Palio: toldo sostenido por cuatro personas que se utiliza en las procesiones.3. Chambelanes: mayordomos, ayudantes. 4. Erguir: levantar, enderezar

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La Abeja HaraganaHoracio Quiroga

HABÍA UNA VEZ en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.

Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.

Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren insectos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.

Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:—Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.La abejita contestó:—Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.—No es cuestión de que te canses mucho —respondieron—, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.Y diciendo así la dejaron pasar.

Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:—Hay que trabajar, hermana.Y ella respondió en seguida:—¡Uno de estos días lo voy a hacer!—No es cuestión de que lo hagas uno de estos días —le respondieron—, sino mañana mismo. Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:—¡Sí, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!—No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido —le respondieron—, sino de que trabajes. Hoy es diecinueve de abril. Pues bien: trata de que mañana veinte, hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.

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Pero el veinte de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío.La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estaría allá adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.—¡No se entra! —le dijeron fríamente.—¡Yo quiero entrar! —Clamó la abejita—. Esta es mi colmena.—Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras le contestaron las otras—. No hay entrada para las haraganas.—¡Mañana sin falta voy a trabajar! —insistió la abejita.—No hay mañana para las que no trabajan— respondieron las abejas, que saben mucha filosofía.Y diciendo esto la empujaron afuera.La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía y se veía apenas.Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, a tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.—¡Ay, mi Dios! —clamó la desamparada—. Va a llover, y me voy a morir de frío. Y tentó entrar en la colmena.Pero de nuevo le cerraron el paso.—¡Perdón! —Gimió la abeja—. ¡Déjenme entrar!—Ya es tarde —le respondieron.—¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!—Es más tarde aún.—¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!—Imposible.—¡Por última vez! ¡Me voy a morir! Entonces le dijeron:—No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.Y la echaron.

Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.

Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.

En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían trasplantado hacía tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.

Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:—¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devoró sino que le dijo: —¿qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.—Es cierto —murmuró la abeja—. No trabajo, y yo tengo la culpa.—Siendo así —agregó la culebra, burlona—, voy a quitar del mundo a un mal insecto como tú. Te voy a comer, abeja.

La abeja, temblando, exclamó entonces: —¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los seres humanos saben lo que es justicia.—¡Ah, ah! —exclamó la culebra, enroscándose ligero —. ¿Tú crees que los seres humanos que les quitan la miel a ustedes son más justos, grandísima tonta?—No, no es por eso que nos quitan la miel —respondió la abeja.—¿Y por qué, entonces?—Porque son más inteligentes.Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando:—¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, apróntate.Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:—Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.

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—¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? —se rió la culebra.—Así es —afirmó la abeja.—Pues bien —dijo la culebra—, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba más rara, ésa gana. Si gano yo, te como.—¿Y si gano yo? —preguntó la abejita.—Si ganas tú —repuso su enemiga—, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?—Aceptado —contestó la abeja. La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.

Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.

—Esto es lo que voy a hacer —dijo la culebra—. ¡Fíjate bien, atención!Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.

La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:—Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.—Entonces, te como —exclamó la culebra.—¡Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una cosa que nadie hace.—¿Qué es eso?—Desaparecer.—¿Cómo? —Exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa—. ¿Desaparecer sin salir de aquí?—Sin salir de aquí.—¿Y sin esconderte en la tierra?—Sin esconderme en la tierra.—Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida — dijo la culebra.El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:—Ahora me toca a mí, señora culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga "tres", búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente: "uno..., dos..., tres", y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.

La culebra comprendió entonces que si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho?, ¿dónde estaba?

No había modo de hallarla.—¡Bueno! —Exclamó por fin—. Me doy por vencida. ¿Dónde estás? Una voz que apenas se oía —la voz de la abejita— salió del medio de la cueva.—¿No me vas a hacer nada? —Dijo la voz—. ¿Puedo contar con tu juramento?—Sí —respondió la culebra—. Te lo juro. ¿Dónde estás?—Aquí —respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.

¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes

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las hojas de las sensitivas. De aquí que al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.

La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.

Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.

Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible.

Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.

Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.

Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel.

Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:—No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo lo que nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, sí hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche. Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos —la felicidad de todos— es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto, los seres humanos llaman ideal, y tienen razón.

No hay otra filosofía en la vida de un ser humano y de una abeja.

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El ruiseñor y la rosaOscar Wilde

-Dijo que bailaría conmigo si le llevaba una rosa roja -se lamentaba el joven estudiante, pero no hay una solo rosa roja en todo mi jardín.

Desde su nido de la encina, oyóle el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.

-¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.

Y sus bellos ojos se llenaron de llanto.

-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa roja.

-He aquí, por fin, el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches, aún sin conocerlo; todas las noches les cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión lo ha puesto pálido como el marfil y el dolor ha sellado su frente.

-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos, reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón.

-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.

-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de cuerda y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará, porque no tengo rosas rojas que darle.

Y dejándose caer en el césped, se cubría la cara con las manos y lloraba.-¿Por qué llora? -preguntó la lagartija verde, correteando cerca de él, con la cola levantada.-Sí, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.-Eso digo yo, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una vocecilla tenue.-Llora por una rosa roja.

14

-¿Por una rosa roja? ¡Qué tontería!Y la lagartija, que era algo cínica, se echó a reír con todas sus ganas.

Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del amor.

De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verle, voló hacia

él y se posó sobre una ramita.-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.Pero el rosal meneó la cabeza.-Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más

blancas que la nieve de la montaña. Ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá él te dé lo que quieres.

Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía entorno del viejo reloj de sol.-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.Pero el rosal meneó la cabeza.-Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las

sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados antes de que llegue el segador con la hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante, y quizá él te dé lo que quieres.

Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.

-Dame una rosa roja -le gritó-, y te cantaré mis canciones más dulces.Pero el arbusto meneó la cabeza. -Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas,

más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré más rosas este año.

-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?

-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.

-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy miedoso.-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de

música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.

-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor-, y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?

Entonces desplegó sus alas obscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el bosque.

El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped allí donde el ruiseñor lo dejó y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.

-Sé feliz -le gritó el ruiseñor-, sé feliz; tendrás tu rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido, en cambio, es que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su hálito es como el incienso.

El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.

Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñor que había construido su nido en sus ramas.

15

-Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!

Entonces el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que ríe en una fuente argentina.

Al terminar la canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuaderno de notas y su lápiz.

"El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas: puro estilo, exento de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su garganta tiene notas bellísimas. ¡Qué lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!"

Y volviendo a su habitación, se acostó sobre su jergoncillo y se puso a pensar en su adorada.Al poco rato se quedó dormido.

Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.

Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.

Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho.

Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.

Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.

La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.

Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa

esté terminada.Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más

sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.

Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.

Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.

Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa

esté terminada.Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas

tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque

cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el

color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.Pero la voz del

ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.

Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en la garganta.

16

Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.

La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del alba.

El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.

El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.

-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.

Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.

A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto

rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre muy enrevesado.

E inclinándose, la cogió.Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando

en su mano la rosa.La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un

carrete, con un perrito echado a sus pies.-Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el estudiante-.

He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuanto te quiero.

Pero la joven frunció las cejas.-Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. Además,

el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.

-¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera.Y tiró la rosa al arroyo.Un pesado carro la aplastó.

-¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.

Y levantándose de su silla, se metió en su casa."¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la

mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica."

Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.