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0.0 DE JUZGADO DE GUARDIA
Una habitación pequeña. Una mesa grande, cuatro sillas. Tres de ellas ocupadas por
personas que no se atreven a levantar la mirada más arriba de la madera de la mesa. El
hombre de traje, el más joven, pasea alrededor de la mesa, y sus pisadas sonoras ponen
nerviosa a la única mujer de la sala.
Su mirada inquisitoria le hace entender el mensaje. Y obedece… Se sienta.
- ¿Ahora qué? – pregunta el otro hombre de traje - ¿qué es lo que vamos a hacer?
- pues no lo sé bien – contesta colocándose bien el nudo de la corbata – todo depende
del testimonio de su hijo. Es nuestra última oportunidad
- ya he dicho que no voy a hacerlo
- ¿y estás seguro de arruinar tu vida por alguien así? – el arrogante abogado le mira
como se mira a un niño pequeño que no es capaz de decidir por sí mismo
- además, por un muerto de hambre – dice su padre, sin dejar de fumar, sin atreverse a
mirarle a la cara.
Javi no recuerda la última mirada que le regaló su padre.
- Javi – interviene también la madre, intentando disfrazar su disgusto con un tono suave
y aterciopelado – no eches a perder tus estudios, nuestro dinero, toda tu vida por ese
“pillao” que nada te va a agradecer
- lo siento mamá – fue lo único que acertó a decir, recogiendo las lágrimas de esa buena
mujer que no merecía sufrir así – no puedo hacer otra cosa
- sí que puedes – dijo de nuevo el abogado – solo tienes que decir que te robó la moto
- pero es que no me la robó. Es más, todos sabéis que él no estaba allí, que fui yo
- no vuelvas a decir eso – sentenció su padre, mirándole de nuevo, y volviendo a
demostrarle que su orgullo estaba muy por encima de cualquier otro sentimiento. Por
mucho que su hijo lo necesitara.
- Además, Javi – la madre empezaba a dibujar un río sobre su cara - ¿desde cuándo le
conoces? Si no es nadie
- ¿desde cuándo le conozco?... pues hace ya muchos años. Tú lo sabes bien
- ¿yo? – pregunta ruborizada, pigmentando sus mejillas, recibiendo la funesta mirada de
su esposo – yo no le había visto en mi vida. Te lo prometo, Francisco
- vale – interviene de nuevo el abogado, intentando así evitar otra discusión paterno-
filial que no conduciría mas que a perder más tiempo – le conoces de hace tiempo, pero
dudo que sea un buen amigo tuyo
- nunca me ha fallado
- pero si es un tirado, un pobre sin alma, un muerto de hambre
- y una persona
- ¿estás seguro? Vas a echar a perder tu vida por alguien que, posiblemente, mañana no
esté vivo
- sí – sonríe el abogado – ese se mete un chute y se queda en el sitio. Está muy mal
- ¡qué equivocados estáis! – dice con desgana, mirándoles desafiantemente
- ¿me vas a decir que no es un puto yonqui? – pregunta el padre, levantándose de la
mesa, y sacando un Winston 100 del bolsillo de su chaqueta
- aquí no se puede fumar – le regaña la madre
- pues que me detengan también. De todos modos este hijo mío va a acabar conmigo
- pues entonces dame a mí otro, que tengo un mono…
- Emi no se mete mas que alcohol y porros... Es un alcohólico, no un yonqui
- ¡ah, usted perdone! – dice el padre con sorna – mira, niñato, te lo voy a decir otra vez
- tranquilo Francisco – la madre intenta detenerle para que no coja del cuello a su propio
hijo. Ella conoce mejor que nadie esa mirada rabiosa. También la ha sufrido en silencio,
sin compartirla con nadie
- te lo voy a decir muy clarito, gilipollas. Vas a ponerte delante del juez, le vas a decir
que ese mierda te robó la moto, y que tú estabas estudiando en casa de tu amigo Cata
- ¿y si no lo hago?
- si no lo haces dejaré que te pudras en la cárcel, y cuando salgas estarás solo, sin
familia, sin dinero, ¡sin nada!.
0.1 la Alsina
Cinco de la tarde de un mes de Junio caluroso. Época de exámenes finales. Mala época
para un evento deportivo de masas. Estamos ante la ceremonia de inauguración del
mundial de Italia. Era 1990.
Antonio, Charly, Cata, Dani, Jesús,“el compadre”, y Javi, como siempre, pensaban que
se podía ganar por fin. Están emocionados ante un mes emocionante, si no caían en
cuartos, como siempre.
El día estaba preparado para una fiesta, pero la visita de su prima acabó con la fiesta. El
abuelito se muere – le dijo Chelín con los ojos vidriosos.
Javi entró en su habitación buscando una ropa que no sabía dónde estaba. Abrió el
armario, echó el bolso gris sobre la cama, y empezó a colocar ropa sin saber muy bien la
que necesitaría para un fin de semana que se antojaba largo y triste.
Antonio, Jose y Carlos le miraban apoyados sobre el marco de la puerta sin saber muy
bien qué decir mientras Javi metía y sacaba calzoncillos, camisas y pantalones. Nada de
lo que escogía parecía gustarle una vez lo depositaba en el bolso.
- No os preocupéis, estoy bien – les dijo antes de marcharse a la estación de autobuses.
Fue en la estación de autobuses de La Redonda donde apareció Fali por primera vez en
su vida.
Javi estaba esperando en la cola de la taquilla, en el amplio hall de paredes de mármol
grisáceo, y ventanales sucios, cuando alguien le tocó en el hombro.
- Primo – le dijo un tipo desdentado al que faltaban tres o cuatro dientes, un pobre
muerto de hambre, sonriéndole con esos ojos que denostaban una mala noche o un
mono incipiente
- ¿qué quieres? – dijo Javi, algo malhumorado y preocupado
- primo – repitió – primo ¿me puedes “emprestar argo”? es que endispués me voy pa
Motril y me farta guita
- no tengo dinero – contestó Javi, devolviendo su pensamiento al viejo que le
abandonaba, y la vista al reloj situado sobre la taquilla
- venga primo, no seas malaje – volvió a insistir el puto yonqui
- te he dicho que no tengo dinero – contestó malhumorado al notar su sucia mano sobre
la ropa - ¿es que eres sordo?
- ¡cucha er tío! Tampoco es “pa” ponerse “asín”… que solo te “pidío pa la arsina”
- ¿seguro que es para la alsina? – preguntó Javi, enojado con el mundo porque creía que
no llegaría a tiempo de ver a su abuelo antes de morir
- pos claro que sí, “engurruñío”
- mira – le dijo más tranquilo, sabedor de que no tenía porqué montar un lío allí, y que,
además, debía tener cuidado con un tiparraco como el que tenía frente a sí – vamos a
hacer una cosa
- el qué – preguntó limpiándose los mocos sobre la camisa de cuadros sin botones que
vestía
- como tengo varios billetes pagados te saco uno si es lo que quieres. Y podrás irte a
Motril sin ningún problema ¿qué te parece? – le preguntó esperando una respuesta
negativa
- ¿Qué me parece?... pos “cojonuo”, ¿Qué me va a parecer?
- pues nada, te saco el billete ahora mismo. ¿A qué hora lo quieres?
- pos a la “mismitica” que tú, “pa” la arsina que viene
- de acuerdo. Espera allí y cuando lo saque te lo doy – le dijo observando cómo se
alejaba hacia la puerta que conducía a los andenes.
Era curioso cómo todo su aspecto de ser peligroso de momentos antes, se había
metamorfoseado en el de una débil oruguita, con lento caminar, cabizbajo, y con
visibles tiritones. Daba pena. Mucha pena.
Al sacar el billete el yonqui le vigilaba desde la puerta. No se fiaba de él. Mirándole
descaradamente le enseñó el billete y se dirigió hacia él.
- Gracias primo – me dijo cogiendo el billete – “encontao” que pueda te lo pago
- no hace falta hombre – le dije empezando a resultarme simpático a pesar de su nefasto
aspecto – no te preocupes. De todos modos lo paga mi padre
- pos aprovéchate de que lo tienes. Yo no conocí al mío, ¿jae?.
Viendo que se enrollaba y que aún quedaba más de media hora para que el bus partiera,
me despedí diciéndole que tenía que llamar por teléfono. Le mentí, di la vuelta por la
cafetería, saliendo al parque y entré a los andenes por la puerta de los autobuses.
Cuando abrieron las puertas del bus me subí, y tras de mí más gente, todos conocidos,
por lo menos de vista.
Estaba el autobús a punto de salir y Fali no entraba. No sé si me alivié o no por sentirme
estafado. Creo que sí. Por lo menos no tendría que aguantar su olor.
Ese ha vendido el billete – pensé – me la ha pegado bien. ¡Menudo cabrón!.
Pero volvía a equivocarme. Fali, con peor aspecto que antes, subía las escaleras del
autobús, le dio el billete al conductor, y levantó la cabeza intentando encontrar lo que,
para mi desgracia, encontró sin dificultad.
El conductor miraba una y otra vez el billete, intentando ver algo que no cuadrara. Lo
picó, se lo entregó y Fali comenzó a caminar por el pasillo mientras todos los que ya
estaban sentados simulaban estar dormidos para que no se sentara a su lado.
Yo intenté lo mismo. Tarde. Ya me había visto.
- ¡Primo! – me gritó peinándose sus sucios pelos, ayudándose de un escupitajo sobre la
mano - ¿vas solo?... “pos” yo me siento contigo.
Recogiendo saliva de entre sus labios, la extendió por entre sus manos, y se limpió la
cara. Curioso que era el muchacho.
- Lo vamos a pasar de puta “mae” ¿jae? – me dijo sentándose a mi lado mientras la
guapa muchacha que había sentada al otro lado del pasillo lo miraba con un asco difícil
de contener. Pobre muerto de hambre, bastardo del tiempo – decían sus preciosos ojos azules.
- Eeeei - la saludó sonriéndole con su curiosa caja dental
- está buena la pollita ¿jae? – me dijo golpeándome con su codo, proporcionándome un
dolor que me costó disimular
- sí, es guapa – sonreí, mirando por la ventana intentando dejarle claro que mi
indiferencia iría aumentando cuanto más tiempo pasara
- ¿guapa? - gritó, peinándose con sus sucias manos de uñas quebradas - ¿has visto las
tetas que tiene? Si con esas tetas podría estar mamando yo leche hasta “er” día que la
“escaliche”
- ¡qué cerdo! – le dijo la preciosa muchacha, escandalizada, aunque más asqueada por el
nauseabundo hedor que desprendían sus ropas
- ¡digo la tía! ¡pos no “ma” dicho cerdo!... ya no te digo más piropos, “esaboría”
- ¿”tas dao cuén”? – volvió a preguntarme golpeándome con su codo en mi brazo,
haciéndome ver las estrellas - ¡qué esquife!
- tío, ¿no puedes tener un poco de cuidado? – le pregunté muy serio – me has hecho
daño ¿sabes?
- perdona pollo… mira que eres “blandico”. “Toas” las tías buenas están “apollardás”.
Lo que pasa es que esta tiene un buen “fregao” – me dijo sonriendo, mostrándome unos
dientes que jamás imaginé posibles.
En la parte superior no tendría más de cinco, todos marrones. Y en la de abajo, eran
restos de dientes, comidos, tan deteriorados que apenas quedaba la raíz ennegrecida.
- Oye, primo, que muchas gracias por lo que has hecho por mí
- no te preocupes, hombre. Lo paga mi viejo
- nadie había hecho esto antes por mí. Y te “uro” que te lo pagaré “encontaica” tenga
dinero. Tengo un “bisnes” en mente que como me funcione me va a dejar mucha
“guita”… pasta gansa ¿jae?
- me alegro – le dije mirando de nuevo por la ventana, comprobando que, por fin, el
autobús salía de la estación, giraba a la derecha, y recorría “La Redonda”.
El primer trayecto conseguí que me dejara en paz. El truco de mirar por la ventana
estaba dando sus resultados. Y como dicen los entrenadores: Si algo funciona, no
inventes.
Por la ventana iba viendo gente pasear, edificios con ventanas cerradas, y tiendas…
muchas tiendas. Una de pianos, una inmobiliaria, una de motos, una Caja General de
Ahorros, hasta que giramos a la derecha otra vez, y salimos de Granada en dirección a
Motril.
El olor era insoportable. Jamás había olido tan mal, y dudaba que pudiera llegar hasta
Motril sin marearme. La situación había hecho que olvidara el motivo de mi repentino
viaje. ¿Seguiría aún vivo el abuelito?.
Noto que los que van sentados delante miran hacia nosotros con descaro. Lo extraño es
que Fali no plante cara. Pero más extraño es aún que gente tan cobarde se atreva a
mirarle tan descaradamente. En sus caras se ve todo el asco que, seguramente, yo
también estaré demostrando.
Al mirarle comprendo todo. Se ha quedado dormido, con la cabeza totalmente girada
sobre el pasillo, y con babas blancas cayendo de su boca sobre el suelo.
La joven de antes se ha cambiado de sitio y se ha ido al final del autobús. Suerte que
tienen algunos – pienso.
Así, tapándome la nariz, consigo examinarle más detenidamente. Al igual que el resto
del autobús.
- ¿De dónde habrá sacado el dinero para el billete? – se oye la voz del conductor, que le
mira de reojo por el retrovisor. Su mirada se fija en mí, y me hace sentir culpable.
Fali no tendrá más de veinticinco años, aunque su aspecto le lleve hasta la treintena. Su
pelo podría ser rubio si no estuviera tan sucio. Tiene una buena mata de pelo, mal
cortado no hace ni un mes, y una coleta al estilo “bosé”.
En la mejilla izquierda tiene una cicatriz que le atraviesa media cara. Suave, casi
imperceptible, y sus labios están agrietados y con heridas ya curadas y cicatrizadas.
Viste una camisa de cuadros a la que sólo le quedan dos botones, con el bolsillo roto.
Aún conserva la marca “Lee”, y lleva una cadena oxidada, quizás de lata, con una
especie de Virgen del Carmen… o cualquier otra. No soy muy bueno para las imágenes
religiosas que van más allá de un Cristo en una cruz.
Sus pantalones son vaqueros. Parecen grises, pero son azules. Esos sí que no han pasado
por la lavadora ni una sola vez. Ni pasarán.
No lleva calcetines, aunque lo parezca por el color de su piel, y calza unos botines New
Balance, totalmente rotos, “deslenguados” con los que alguien se cansó de jugar al
baloncesto hace ya algún tiempo.
Un repentino frenazo hace que todos nos violentemos. Para nuestra desgracia Fali se
despierta.
- Me he “quedao traspuesto” – me dice golpeándome otra vez con su codo
- tío, joder… que haces daño – le regaño, cada vez más seguro de su falta de
peligrosidad
- perdona, primo – se disculpa observando cómo froto el brazo donde me ha golpeado
con su codo – es que a veces no mido
- no te preocupes, hombre – le digo con tono ya algo más amistoso.
Es precisamente por la manera en que todos le miran que me pongo de su parte. Pero
rápidamente vuelvo a enemistarme con él.
Sacando una colilla de su bolsillo la enciende y desaloja todo el humo en mi cara.
Además del humo, algo de esputo también aterriza sobre mi nariz.
- ¿No puedes apagar el cigarro? – le dice el conductor, que no le quita ojo de encima
- ¿Por qué? ¿es que no se puede fumar aquí?
- no deberías – le digo mientras los primeros indicios de mareo empiezan a asomar por
mi estómago. El olor del tabaco, sus babas, su propio olor corporal… Es demasiado
para mí.
- Tío, me estoy mareando. En serio…
- no te preocupes, hombre, que lo apago ahora mismo – me dice sonriéndome
- ¡Pero que no lo hago por ti, capullo! – le grita al conductor. Este le responde en
silencio, mostrándole uno de sus dedos por encima de su cabeza.
Durante cinco minutos todo sigue tranquilo. Yo sigo mirando por la ventana. Ya
estamos por el Suspiro del Moro, justo a la altura del desvío de Otura, donde se
encuentra la gasolinera BP.
Pero él está aburrido, y yo soy su víctima.
- Primo… primo – me vuelve a golpear con su maldito codo
- dime – le contesto sin mirarle, aburrido
- ¿sabes cuánto tiempo llevaba en Graná?
- no (ni me interesa)
- pues dos semanas. Vine a ver a un colega al “polígamo”, pero ha “estirao la pata”, y
como no conozco a “naide” no he podido bajar en todo este tiempo
- ¿y qué has estado haciendo? – le pregunto, maldiciendo inmediatamente por entrar en
su juego. Mi maldita curiosidad
- “pos na”… “daquí pallá”… dando “güeltas”, pidiendo guita, pero la peña es “mu
agarrá” ¿jaes?
- es que la gente no tiene dinero, tío
- ¿qué dices?... si vivís como reyes en Graná. Os he visto por la noche. Estáis “toas” las
noches en el Barra Fija ese, o en el otro, ¿cómo se llama?. “Pa” eso sí tenéis pasta
gansa.
- ¿Y no tienes familia en Motril? – mi curiosidad otra vez
- sí, un hermano… pero no me habla. Y hace bien. La mujer no me “pue” ver ni en
pintura. Es una “laillosa”. “Aholá” se muera la “mu” puta
- un golpe de mezcla te metía yo a ti en la boca – dice una anciana, sentada dos filas
más adelante, haciendo reír a todos, incluido yo
- “Ñora”… usted a lo suyo, y no “farte”.
- la señora tiene razón – le digo – hay niños en el autobús
- los críos de ahora saben latín – su sonrisa cada vez me resulta menos desagradable
- ¿y tus padres?
- a mi “pae” no lo conocí, y mi “mae” se fue al extranjero con un buscavidas. Creo que
también se murió, pero no lo sé. Se fue a Galicia, o a Teruel… no lo sé muy bien
- ya veo
- me he “criao” en la calle, en el puerto… ¿conoces El Varadero?
- sí, claro
- pues ahí es donde me crié. He estado viviendo robando “pescao” hasta que metieron
los “marditos” guardamuelles y nos echaron de allí
- un primo mío es Guardamuelles
- un cabrón, seguro
- no, hombre… es buena gente
- creéme, ni uno es buena gente. Sólo quieren vigilar y echar a “to” el que moleste
- ese es su trabajo
- pos que se busquen otro, que con ese me dan por culo ¿jae?.
Fue en ese terrible momento cuando todo giró irremediablemente hacia el caos.
Fali, haciendo varios aspavientos y algunos ruidos guturales algo desagradables,
amenazó con vomitar.
- ¡Primo! – le grité - no me digas que vas a vomitar
- ¡hala! – otra vez la anciana - ¡lo que faltaba!
- este se ha “empeñao” en darnos el viaje, María – dice su esposo
- no te preocupes – me dice mirándome con los ojos vidriosos – está “to controlao”. Yo
nunca vomito. ¡Y usted a lo suyo!
- menos mal, qué susto – le digo justo en el momento en que una bocanada de vómito
multicolor sale de su boca. Por ¿suerte?, ha abierto las piernas y está vomitando en el
suelo. Yo sigo impoluto. Asqueado pero milagrosamente limpio.
El olor es repugnante. Ahora el protagonista no es él. Él sigue a lo suyo, desalojando
todo lo que le sobra, agachado, haciendo todo tipo de ruidos guturales y nasales que no
hacen mas que incrementar la sensación de caos del habitáculo.
Todos me miran a mí, haciéndome culpable por lo que hace mi compañero de asiento, y
yo no sé qué decir. En realidad me siento tan culpable como creen.
- Guau tío, me he vuelto como un calcetín – dice golpeándome de nuevo en el hombro
con su codo mientras se limpia la comisura de los labios con la manga de la camisa.
El olor es insoportable, pero a él no parece importarle, Ni siquiera se molesta en no
pisar el vómito multicolor.
La gente, escandalizada, levanta sus pies porque el río de vómito viaja hacia delante al
bajar el autobús por una cuesta. Cuando sube otra más empinada aún, el vómito vuelve
hacia atrás, y una voz grita al conductor para que pare y limpie.
Cuando para todos salimos corriendo del autobús. Todos menos Fali, que sigue sentado
en su asiento, mirándonos extrañado desde el amplio ventanal.
El conductor se acerca, le grita, y Fali se levanta y se encara con él. Un muchacho al
que conocía de mi época de colegio y yo tenemos que entrar para separarlos.
Por suerte la sangre no llega al río. Y digo la sangre porque la hubo. Por lo visto nuestro
amigo, cuando está inmerso en un proceso violento tiende a verter sangre por la nariz.
Cuando lo sacamos del autobús el cabronazo del conductor – perdón, pero no tiene otro
nombre – enseña la camisa a los demás pasajeros diciendo que le ha pegado.
Es entonces cuando vuelvo a defenderlo. No puedo con las injusticias.
Mientras discuto con el conductor veo algo raro en la cara de Fali. Parece como si fuera
a ponerse a llorar. Se ha emocionado.
- Gracias primo – me dijo al subir al autobús – es la primera vez que alguien da la
cara por mí. “Ma llegao mu adentro”.
Aun así, una vez más la injusticia vence porque todos creen al conductor y tienden a
marginarme el resto del viaje.
Pasamos el puente de Vélez y el olor sigue siendo insoportable. Restos de vómito aún
corren por entre nuestros zapatos.
Es cuando llegamos a al altura del puente de Salobreña cuando todos respiramos.
Al entrar en Motril el autobús para frente a La Palma. El conductor invita a Fali a bajar.
- Primo – le digo – será mejor que te bajes ya. Es lo mejor para todos
- Va bueno – me dice levantándose – pero antes deja que te de un abrazo
- No hace falta – le digo, aunque también se lo habría implorado si me hubiera
dado tiempo a escapar.
Fali me abraza. Todos me miran con cara de asco. Yo mismo sé que la mía es igual, y se
despide diciéndome que algún día me pagará todo lo que he hecho por él
- No hace falta, hombre – le digo
- ¿cómo que no? ¿acaso crees que algún cabrón de estos me habría pagado el
billete como has hecho tú? Tú eres legal , y aquí tienes un hermano.
El murmullo fue espeluznante. El autobús salió de nuevo dirección a la parada de la
Calle Ancha y todas las miradas, y comentarios iban dirigidos ahora a mí.
Yo perdía la vista en la Avenida Salobreña y en sus gentes, en el ambulatorio de la
Seguridad Social (nuestro hospital), en su rampa de entrada y en sus extrañas ventanas.
Después mis ojos persiguen a una mujer, cargada de bolsas, que sale del Simago .
Después en el cuartel de la Guardia Civil, con sus puertas verdes abiertas y un guardia
con tricornio brillante vigilando. Es en las Explanadas donde veo a una ex novia
paseando con un ex amigo. Creo que se dirigen al Terraza, y recuerdo los criminales de
carne con tomate.
En el cerro la gente sube y baja… ¿Cuándo se va a terminar esto? ¡Me siento como si
estuviera ante el tribunal de la Inquisición!
Seguimos por el parque, subimos hacia la Rambla de Capuchinos, miro hacia mi calle y
veo gente en la puerta de mi casa. El trayecto de Calle Cruces y llegada a la estación se
me va. Ya sé que mi abuelo ha muerto.
Bajo la calle triste, y a la altura del supermercado la imagen del abuelo me hace sonreír.
La sonrisa se me borra al llegar a mi casa. Mi padrino, a quien hacía mucho que no veía,
me da la noticia.
-Tranquilo… ya se ha ido – me dice dándome dos besos en las mejillas.
0.2 EMPATIZANDO
Fue dos semanas después cuando volví a encontrarme con él. Y el encuentro fue
impresionante.
Primero le vi en la puerta de la discoteca Katena, pero intenté evitar mi entrada mientras
él estuviera por la puerta. Preferí quedarme con mis amigos tomando unas cañas en el
bar mientras le observaba ahí afuera. Estaba solo – siempre lo estaba – pero a él no
parecía importarle. Era feliz a su manera.
Intentó colarse en la disco por lo menos cinco veces, y en todas el resultado era el
mismo. En la disco no le dejan entrar, pero los porteros le tienen cariño.
Siempre gasta la misma broma. Él hace como que entra, les da la mano y le dice: “toma,
para que te hagas una raya”, y le da un trocito de espejo, o una carta de la baraja para
cortarla, o la simple carcasa de un boli “bic”.
Los porteros de Katena, que ya le conocen. No le dejan entrar nunca, pero se las apañan
para sacarle una copita de vez en cuando.
A él no le importa no entrar. Fuera de la disco hay casi tanta marcha como dentro.
Allí fuera es donde la peña se fuma los petardos, se meten sus rallitas, y beben a un
precio mucho más razonable. La pega es que allí nunca están las niñas pijas. Todas
están en la pista mostrando el género.
Cuando le vi alejarse de la puerta, y se perdió entre la multitud, me decidí a entrar. Esa
noche fue algo rara, pero, por lo menos, conocí a una chica que estaba de muerte. Toni
estaba algo alicaído porque se había discutido con su novia, y Charlie, Carlos y Jesús
no habían bajado de Granada por culpa de unos exámenes.
La chica y yo nos miramos toda la noche, pero ninguno fue capaz de dar el primer paso.
Fue a la salida de los servicios donde el encuentro se hizo inevitable.
Después de dos bailes, ya juntos, nos enrollamos, y acabamos en la orilla de la playa,
metiéndonos mano entre las tumbonas, rodeados de tantas otras parejas, algún que otro
mirón, y más de uno que se había pasado con el alcohol y con algo más.
Esa chica era un cañón, y aunque sabía que tenía que irme pronto porque había dejado
solo a Toni, lo pasé tan bien que cuando regresamos a la disco eran ya más de las cinco
de la mañana. Ella se fue con su hermano en la moto. Yo busqué a Toni pero se había
ido hacía un par de horas en su Puch de marchas.
Aburrido salí de la disco para hacer dedo o encontrar a alguien con quien marcharme.
Estuve esperando un buen rato, buscando por todos lados a alguien con quien volver a
Motril, pero no había nadie conocido, y era una hora complicada.
Cansado me puse a andar por entre los pisos en dirección a “las tres erres”. No había
llegado al García 2 cuando el ensordecedor ruido de una moto me hizo volver.
- ¡Primo! – grité al verle conduciendo una Vale roja, con el tubo de escape roto.
Al verme, dio tal frenazo que la moto cayó por los suelos desplazándose muchos metros
mientras él caía también sobre el asfalto.
Sus gritos de dolor eran más sonoros que el chirrido de la moto, que provocaba
llameantes ráfagas de chispas al contacto con el asfalto.
Acongojado le miré observando cómo iba dando vueltas sobre el suelo hasta detenerse
cerca de la obra del Gran Hotel de Motril. Me asusté, pero ya se sabe que un borracho
tiene más vidas que un gato.
Fali se levantó, se sacudió la ropa, y corrió hacia la moto torpemente.
- ¡Ay, primo… la moto de mi colega Choni. Ese me mata. Ay primo, la moto del Choni!
- no te preocupes por la moto – corrí hasta él y me asusté al ver tanta sangre en su
camiseta - ¿cómo estás tú?
- ¿yo?... ¿y qué más da? El Choni “ma emprestao” la moto y me va a matar
- venga, primo, vamos al centro de salud
- que no, que me dejes – gritaba intentando levantar la moto – dios, la moto, la moto
- pero ¿no ves que te falta un dedo? – le dije al ver que una falange de su mano había
desaparecido
- ay la moto, la moto… la moto
- tío, primo – le dije asustado, cogiéndole de los hombros – que te falta un dedo
- ¿qué? – preguntó, mirándome seriamente, agachando a continuación su cabeza y
dirigiendo la mirada hacia los cuatro dedos de su mano, manchada de sangre
- tío, tenemos que ir al hospital
- ¡joder! – gritó golpeando el viento con su pierna derecha - ¡el anillo del Choni! Ese me
mata seguro. Me lo ha dado para que se lo venda a mi vecino. Ese me mata cuando
salga del trullo
- venga hombre, no seas tonto – le dije al ver cómo se daba la vuelta y empezaba a
buscar por el suelo, siguiendo el rastro de la sangre – tenemos que ir al hospital. Estás
perdiendo mucha sangre
- espera, espera – me decía con la voz temblorosa, a punto de desmayarse – tengo que
encontrarlo.
Y así fue. Rápidamente encontró el trozo de dedo, empezó a hacer fuerzas – algo que no
comprendía – hasta que vi cómo sacaba el anillo y dejaba caer el dedo como si fuera un
trozo de pan de sobra. No me lo podía creer. Lo que le importaba era el anillo.
- Por lo menos no he perdido el anillo – me dijo sonriendo – y la moto parece que anda.
No me lo podía creer.
- Ostias primo, ¿qué pasa? – me dijo abrazándome, como hacía siempre que nos
encontrábamos
- Hola tío – le dije quitándomelo de encima – venga, vamos al hospital.
Increíblemente conseguí llevarle al ambulatorio de la Avenida de Salobreña en la moto.
Aunque el manillar estaba totalmente doblado pudimos llegar a Motril. Al parar la moto
en el mismo ambulatorio Fali cayó al suelo de bruces. Llevaba desmayado desde que
salimos de la playa, pero, por suerte, no se había caído.
Cuando llegamos, y el médico vio la situación, nos preguntó por el dedo.
- Joder… nos lo hemos dejado en la playa
- pues alguien tendrá que ir a por él. Y no creo que tu amigo esté en condiciones.
Por suerte lo encontré, y Fali, a partir de ese día, pasó a llamarse el “nuevedeos”.
Yo, durante las siguientes semanas me quedé en Granada para calmar los ánimos de mis
padres.
Por suerte papá estaba de viaje de negocios, pero mamá andaba muy preocupada con
mis salidas nocturnas. Sobre todo cuando me encontró los condones en la cartera. Casi
le da un patatús.
0.3 SU QUELIAunque mi madre no me dejaba salir aproveché que había salido con una de mis tías a
sus visitas semanales a casa del párroco Don Ignacio para visitar a Fali.
La noche anterior – casi el día – le había dejado dormido, babeando, tiritando de frío,
con escalofríos continuos en esa vieja casa que tanto me impresionó.
No podía permanecer impasible. Tenía que intentar ayudarle.
Así, sin pensarlo más, cogí una bolsa del supermercado, cogí una botella de aceite, unas
tripas de salchichón y de fuet, un tarro de mantequilla y una barra de pan.
Aprovechando que mi hermana había metido en su cuarto a uno de sus novios saqué la
moto con cuidado, tiré calle abajo sin arrancarla, y cuando llegué al final solté el
acelerador y el motor empezó a hacer su característico sonido Kit Yasuni.
Al llegar a su casa, que estaba a espaldas de la calle Cementerio, pegué en la puerta.
Pasaron diez minutos hasta que la puerta se abrió, y si no me marché fue porque había
escuchado su voz desde el principio.
- ¡ya voy, ya voy! – gritó una voz desconocida desde el interior.
Al abrir la puerta salió una cabeza despeinada, con amplia nariz en forma de globo y
unos ojos tan pequeños como los del mismo Fali. Sus orejas eran pequeñas, escondidas
tras unos pelos sucios y despeinados. Sin duda era hermano de Fali. Su prosopografía
sería fácil de hacer solo con pensar en Fali.
- ¿Tú quién eres y qué coño quieres? – me preguntó mirándome de arriba a abajo
- hola, soy Javi, soy amigo de Fali – le dije un tanto nervioso por la inspección a la que
estaba siendo sometido
- ¿tú amigo de Fali? – me preguntó sonriendo, mirando mi ropa con una clara sonrisa
burlona – espera un segundo…
- ¡Primo! – le gritó – aquí hay un pollo pijo que dice que es amigo tuyo.
Otros cinco minutos de espera y la puerta volvió a abrirse. Me empezaba a cansar.
- Pasa – me dijo rascándose la cabeza con la velocidad y la destreza del perro de mi
hermana – está en su habitación.
Al entrar el olor era desagradable. Era una mezcla de humedad y basura. Había tanta
humedad que hasta hacía frío. Las paredes estaban mojadas en sus esquinas superiores,
y alguna que otra raja se podía ver escapando de detrás de los cuadros que intentaban
ocultarla.
Al pasar tras una cortina roja, sucia, muy vieja, y que daba asco tocar, me adentré en un
salón pequeño, de no más de cuatro metros cuadrados.
En el centro había una mesa camilla, con un hule de plástico cubierto de restos de
comida, colillas y una botella de vino Castillo de Salobreña. Un sofá muy pequeño,
naranja, con roturas en los dos brazos, hacía de cama de un gato y un perro a los que
nadie había lavado en los últimos años.
El salón no tenía espacio para más. Sólo una silla de anea descansaba bajo la ventana
con macetas colgadas. En las macetas no había nada… ni tierra.
La ventana dibujaba un patio de pared de ladrillos, y pude ver una escalera que subía,
sin duda, a una azotea.
En el tercer escalón había una pelota de cuero muy vieja, desinflada. Un par de
escalones más arriba había un bote roto de Mistol con lo que parecía una escobilla de
váter dentro.
- Ahí lo tienes – me dijo el primo de Fali – está “to ennoclao”. Ha estado toda la noche
cagándose en tó ¿jae?
Fali estaba en calzoncillos, con los sucios calcetines puestos, y dormido.
Me quedé mirando la habitación. Estaba repleta de fotos de cantantes y tías desnudas.
Pude reconocer a Samantha Fox, Sabrina, una artista de culebrones que estaba más
buena de lo que yo pensaba, y muchas más.
Pero el que más aparecía en todas las paredes era Sid Vicious. Estaba, por lo menos, en
cuarenta fotografías. También tenía muchas fotos de los Kiss pintados.
Pero fue su colección de vinilos lo que más me llamó la atención.
A pesar de no tener un solo mueble en condiciones en toda la casa – ni siquiera la cama
donde dormía – tenía un tocadiscos impresionante, un technics 2200tc, igual que el de
las discotecas. En la tapa que cubría el tocadiscos tenía una pegatina cuadrada donde se
podía ver a un punk con cresta gritando a otro: “Eres un punk de postal… un punk de
escaparate”.
Me acerqué a la colección de música y pude contar hasta doscientos discos, todos
ordenados por su nombre y perfectamente colocados.
Tenía discos de Eskorbuto, Parálisis Permanente, Golpes Secos, Alaska, Sex Pistols,
Kiss, Loquillo, Los Rebeldes, Glutamato Yeyé, La Polla Records, y no sé cuántos
grupos más.
La imagen de ese tocadiscos y los discos perfectamente colocados y cuidados me
hicieron verle de otra manera. A pesar de no tener suciedad por toda la casa su cuarto
parecía un santuario.
Junto al tocadiscos tenía un spray para limpiarlo, una gamuza, y varias más para los
discos. También tenía botes de líquidos limpia vinilos. Sin duda era un tipo singular.
Intenté despertarle pero no pude, y viendo que estaba bien, aunque aún cansado, preferí
dejarle dormir y descansar.
Acercándome a la cocina me encontré a su primo haciéndose un cigarrillo con los restos
de todas las colillas que fue buscando.
- Tú no fumas, ¿verdad? – me preguntó sonriendo, con esos minúsculos calzoncillos y
un paquete algo abultado, casi empalmado, intentando asomarse
- no, no fumo
- ya me extrañaba a mí. ¿Y de qué conoces tú a mi primo? Tú no eres de los nuestros
- le conocí en Graná, en la alsina
- ahhh, ¿tú eres el pollo que le ha pagao “er billete”?. Eso está bien, payo, eso está bien
- mira, ¿dónde puedo dejar esto? – le pregunté enseñándole la bolsa que traía de casa
- ¿y eso qué cojones es?
- es algo de comida que le he traído a Fali… y a ti, claro
- pos déjala ahí en el pollo – y así hice, colocando la bolsa en el único hueco limpio que
había en la encimera de madera.
Después me despedí y me dirigí a la puerta. Antes de irme me acordé de que no le había
dicho que tenía que llevar a Fali el lunes al ambulatorio para que le curaran el dedo.
Al entrar de nuevo en el salón, y mirar hacia la cocina pude ver al primo de Fali
comiéndose el fuet a bocados, lo mismo que el pan, y bebiéndose la Coca Cola de dos
litros como si fuera un vaso de agua.
Para no molestarle preferí escribirle una nota y dejársela en la mesa del salón.
Me fui a casa con más tristeza que con la que me hizo ir a visitarle. Y una pregunta se
dibujó en mi pensamiento: ¿verían la nota entre tanta suciedad?, ¿se la comería el perro
cuando despertara?...
O lo que es peor, ¿sabrían leer alguno de los dos?.
1.0 “GRANÁ”
Esa noche había sido muy especial para mí. La adrenalina aún recorría mi cuerpo y me
impedía dormir, aunque tampoco sabía si tenía muchas ganas de hacerlo.
Por primera vez mis padres me habían dejado irme a Granada con mis amigos. La idea
era comprar el último disco de Bon Jovi, y ver una película de estreno en el cine. No
hace falta decir que, aunque apetecieran ambas cosas, no eran mas que una excusa para
ir a Granada y verla de noche. ¿Sería verdad todo eso que nos habían contado todos esos
que ya estudiaban allí?... No podía ser.
Aprovechamos que mi hermano vivía en un piso en el barrio de Pajaritos para
convencer a los progenitores, pero nosotros nos quedaríamos en casa del abuelo de
Jesús.
Ni a mí me apetecía mucho quedarme en su piso – no había sitio – ni a él tampoco le
agradaba mucho la idea de salir con tres niñatos del instituto. Además, por esa época
andaba liado con una tía que era un auténtico festín para nuestros ojos. Se llamaba Eva,
era alta, guapa, con unas tetas descomunales, y un culo que mejor no hablar de él… por
ahora.
Así que, el uno por el otro, engañamos a los padres casi sin quererlo.
La casa del abuelo de Jesús estaba por la zona de Galerías Preciados. Estaba escondida
por entre callejuelas estrechas que teníamos que recorrer hasta llegar a una casa tan
curiosa como vieja.
Esa casa había sido una tienda donde vendían retales de ropas y cosas así, y al dar la
vuelta estaba la puerta de entrada a la vivienda.
Mi falsa imaginación me hace recordarla de fachada colorida, vieja, con una puerta de
tienda antigua y balcón encima.
Cuando entramos a la casa el olor fue lo más llamativo. Era una mezcla de humedad y
frío, pero era agradable… muy agradable.
En el piso vivía el abuelo de Jesús y la mujer que lo cuidaba.
Recuerdo que para estar más tranquilos bajamos de las habitaciones a lo que era la
tienda. Allí había de todo, y pudimos fantasear y pensar en historias de miedo.
Jesús, que se sentía como en casa, no percibía las sensaciones que despertaba en
Antonio y en mí, que no tardamos en pintar historias de miedo que podrían suceder esa
mágica noche en esa casa tan extraña y vieja. Nuestro salvador dormía, mientras tanto,
en una de las habitaciones de arriba. Ajeno a todo… y es que nuestra primera noche en
la capital había sido una auténtica aventura. Más de lo imaginado… mucho más.
Llegamos a Granada – Graná - sobre las doce del medio día, y lo primero que hicimos,
empezando el juego de ser mayores, fue entrar en un bar y tomarnos una cañita con la
tapita correspondiente. El lugar se llamaba “El riachuelo”, y juro que las tapas eran tan
espectaculares como nos habían contado. Aun así, lo mejor la salsita…
Por la tarde caminamos como nunca para ir a Sánchez, en el Darro. Sin duda Granada
era mucho más grande de lo que creía. La idea no era otra que comprar el disco de
moda. En Motril no teníamos tienda de discos y entrar allí era como entrar en un
templo.
Bajamos por una escalera y no veíamos mas que televisores, neveras, equipos hi-fi, y
todo tipo de electrodomésticos. ¡¿Dónde están los discos?!
Cuando llegamos a la zona de música recuerdo que alucinamos. Nos miramos
emocionados al ver tanto vinilo junto, y no tardamos mucho en dar con ese disco gris,
de letras negras con un título raro que aún no sabíamos traducir.
“Slippery when wet”. A mí me recordaba a algo de una pera, pero no podía ser que unos
tipos como los Bon Jovi, con sus pelos y sus pintas, cantaran a una fruta. Además,
nuestro inglés ya nos permitía saber que la segunda parte era “cuando se moja”.
Me moría por escucharlo, pero el encargado de la tienda nos dijo que no podía ser
porque tenía el tocadiscos roto. ¡Menudo cabronazo!.
El disco costó novecientas pelas, y yo sólo tenía dos mil para todo el fin de semana.
Ya por la noche nos fuimos a la zona de marcha de Granada, y recorrimos toda la calle
de Pedro Antonio de Alarcón disfrutando de la diversidad de fauna universitaria.
Allí había de todo… yonquis, punkis, heavies, pijos, niñas guapísimas, hippies… y
mucha policía, lo que nos hizo sentir más tranquilos.
Allí lamenté tener que dar la razón a mi padre, pero es verdad que aún no estábamos
preparados para esa vida que se presentaba tan fascinante como extraña y peligrosa.
Tíos que desconocíamos se acercaban a nosotros con extraños saludos que no habíamos
oído antes.
- ¿tíos, queréis ligar?
- Pues claro – dijimos la primera vez, pensando en esas muchachas que veíamos por esa
calle que nos parecía de Las Vegas
- ¿chocolate, maría, coca…?
Qué corte. Nos sentimos ridículos y no supimos reaccionar. Fue Antonio, que era,
digamos, el más chulito y atrevido de los tres, el que siguió el rollo, intentando hacerse
uno más de ese submundo nuevo para nosotros
- ¿es marino? – preguntó sonriéndome, cogiendo la bola que le mostraba, y
oliéndola, como si no fuera la primera vez que se encontraba en esa situación. Yo me lo
creí. El camello, para nuestra desgracia, lo caló rápidamente.
- ¿Marino? – le dijo mostrando esos dientes parecidos a los de Fali - ¿marino dices? – y
volvió a sonreír, pero su gesto transmutó rápidamente – tú sí que eres marino,
gilipollas… ¿me estás vacilando?
Fue en ese momento, al ver cómo sacaba una navaja de su bolsillo, cuando cogí a
Antonio del brazo y salimos corriendo como almas que lleva el diablo.
Recuerdo que paramos frente a un pub verde, casi al principio de Pedro Antonio, que se
llamaba Van Gogh. ¡Cómo me moló ver el nombre de Vincent en el pub!. No pudimos
contenernos y entramos. El pub era pequeño, alargado y estrecho, y dos preciosas chicas
servían copas junto a un hombre de pelo blanco que pinchaba música. Sonaban los
Cero.
Las paredes colgaban ilustraciones de Van Gogh, como no podía ser de otra manera, y
lo vi tan elegante como misterioso. Sin duda no era a lo que estábamos acostumbrados a
ver por Motril.
Seguimos caminando por ese mundo desconocido que era Pedro Antonio y flipábamos.
Paramos en una tienda de frutos secos a imitar a los universitarios y compramos un litro
de Alhambra fresquita y una bolsa de revuelto.
Caminando por la calle, impregnándonos de ese ambiente caótico, no dejábamos de
mirar a un lado y a otro.
Todo eran pubs, de los que no paraba de entrar y salir gente, y allí estaban concentradas
las chicas más espectaculares que jamás había soñado.
Casi todas vestían minifaldas, camisas abiertas, generosos escotes, y eso ya era más que
suficiente para nosotros. Nada tenían que ver con las chicas de nuestra generación… ni
siquiera de nuestra ciudad.
Fue en un pub llamado La Pantera Rosa donde comprendí todo. Allí me encontré con
Elia, mi vecina, y si no es porque ella me saludó no la hubiera reconocido.
Elia siempre había vivido tres casas por encima de la mía, y, aunque era mayor que yo
un par de años tan solo, siempre había parecido mucho más.
A Elia, que era guapa, siempre la había visto bastante modosita. Es más, nunca me
había fijado en ella a pesar de mi permanente estado febril de adolescente solitario.
Pero esa noche estaba tan espectacular que descubrí que tenía unos pechos tan grandes
como redondos y llamativos. ¿Dónde habían estado escondidos durante estos años?.
Mientras la saludaba no podía dejar de mirarlos, y ella, sonriendo, hasta tuvo que darme
un pequeño coscorrón.
Llevaba el pelo recogido en una cola, una camiseta ceñida que parecía ahogar sus
pechos apretados y una minifalda tan corta que no hacía falta dar vueltas a la
imaginación para averiguar el color de su ropa interior… A juego.
-Estás muy guapa – le dije embobado, casi enamorado
- estás espectacular – dijo Antonio, acercándose a ella con esa mirada que ponía cuando
quería ligar con una chica – guapísima…
- oye – me dijo acercando su aliento a mi oreja – espero que mis padres no sepan esto
nunca. Si se enteran de que visto así, o que estoy de marcha me matan…
Después de amar durante una hora a la nueva Elia, salimos del pub y paramos en el
Emilio, el bar donde ponían porrones de cerveza o de cubalibre a muy buen precio.
Allí, para nuestra sorpresa, nos encontramos con otros amigos de Motril que habían
subido con nuestro amigo Pecas, en su coche. Se acababa de sacar el carnet un día antes
y ya le había cogido el coche a su padre para subirse a Granada. Por supuesto, el padre
no sabía nada. Así era el Pecas.
Entre todos compramos tres porrones de cerveza y nos los íbamos bebiendo en círculo,
colocando un porrón entre cada dos personas. El juego era que tenías que beber hasta
que el otro porrón te llegara. Yo, para mi desgracia, me puse antes del Pecas, por lo que
mis tragos fueron más grandes de los que mi garganta podía soportar. Pero por tal de no
pagar bebí hasta el agua de los floreros.
Después de no menos de diez porrones de cerveza estuvimos con ellos también en
Barra Fija, tomando chupitos, copas a mitad de precio, y bailando música española.
Recuerdo que abusaban de “El último de la fila”.
Por fin estaba en el Barra Fija. Tanto había oído hablar de ese garito que me esperaba
algo espectacular. En las dos puertas la gente se empujaba para entrar y para salir. Un
tipo enorme, al que llamaban Chema, vigilaba la entrada y salida del local, y yo estaba
tan emocionado y nervioso que no me lo podía creer. Había escuchado tantas historias
de ese garito que era como entrar en el Santiago Bernabéu.
Cuando entramos nos quedamos mudos.
El famoso Barra Fija era una cochera, con dos barras, luces en el techo, y una cabina
encima de los servicios. El suelo arlequinado era el único adorno del local.
Poco a poco fuimos comprendiendo el porqué de su fama.
Tenía una puerta a la derecha y otra a la izquierda, y no dejaba de entrar y salir gente.
La gente bailaba y bebía sin parar. Los camareros eran la bomba, e invitaban a chupitos
cuando te pedías una copa. Uno de ellos se subía en la barra y realizaba un espectáculo
impresionante lanzando botellas al aire, y rellenando las copas de forma acrobática.
Pero lo mejor de todo era, sin duda, la música. El pinchadiscos pasaba de 091, a Danza
Invisible, después Loquillo, Los Rebeldes, U2, Nirvana… y la apoteosis llegó con el
Sweet child o mine de Guns and Roses. Sí, el Barra Fija era la bomba.
Ya eran más de las tres cuando nos fuimos al Bay Bay, un sitio que conocía Pecas y
donde tomaríamos la última copa antes de marcharnos.
El Bay Bay estaba metido en un rincón de Pedro Antonio, y también ponían cubalitros
que nos bebíamos con pajitas a muy buen precio. Estaban de moda.
Uno de los nuestros, Francis, empezó a hablar con una tía en la barra. La tía estaba
buenísima pero era algo mayor… No tendría menos de treinta y cinco.
Lo más raro es que estaba su pareja al lado, con otro tipo borracho, de muy mal aspecto,
pero nada parecía importarle que la tipa pasara la mano por la entrepierna de nuestro
amigo poniéndolo – y poniéndonos a todos – a cien.
Era increíble pero la tía hablaba con él mientras su mano acariciaba el muslo de nuestro
amigo, que nos miraba sonriendo, sabiéndose el triunfador de la noche.
Nosotros no nos lo podíamos creer. Todo lo que nos habían dicho de que en Granada las
tías eran muy abiertas y que hacerlo estaba casi garantizado se estaba cumpliendo. Por
lo menos para uno de nosotros. Los demás ya nos encargaríamos de contarlo y, de paso,
de exagerarlo un poquito. El triunfo de Francis lo haríamos propio. Para eso teníamos
una imaginación capaz de cualquier cosa.
Yo aún fantaseaba con Elia, a la que en menos de una hora ya había besado, desnudado
y poseído… Así era mi imaginación.
No podíamos creerlo pero esa rubia, algo hippy, y de ropas algo sucias y viejas, estaba
hablando con él, diciéndole cosas al oído, y riendo, mientras su mano ya estaba
pellizcando, casi con violencia, el vaquero a la altura del miembro de nuestro agraciado
amigo.
Su camisa casi abierta nos mostraba a todos unos pechos pequeños, pero de grandes
pezones que podíamos ver con claridad y casi imaginar entre nuestros dedos. Sin duda
la noche granadina estaba siendo más provechosa de lo que esperábamos.
Aprovechando que ella entró en el baño, Francis se nos acercó y nos comentó que él
dormía en Granada porque esa tía le estaba diciendo que se iban a ir a follar a la
Alhambra, y que iban a estar haciéndolo toda la noche.
Pecas le dijo que tuviera cuidado, que el tipo de al lado era su pareja, pero no le hizo
mucho caso, y se volvió a sentar en su taburete para esperar que llegara.
La pareja siguió con sus peligrosos juegos sexuales, y los demás mirábamos envidiosos
todo lo que hacían.
Francis hablaba con ella con esa mirada perversa de joven encendido, a punto del
incendio, mientras sus manos acariciaban su falda y se metían por entre sus muslos.
Ella, mientras tanto, posaba su mano en su abultada entrepierna, haciéndolo - y
haciéndonos – enloquecer. ¡No podíamos creer lo que estábamos viendo!.
- Chicos – se nos acercó el que, sin duda, era su pareja - ¿ese es vuestro amigo?
- Sí – le dijimos algo nerviosos
- Pues decidle que se vaya ya, que la Mari le va a sacar los ojos. Ya está muy borracha y
no quiero que beba más. Decidle a vuestro amigo que no le pida más copas que lo va
arruinar. No sabéis lo que traga…
Hablamos con Francis, pero no nos hizo caso. Estaba cegado, y lo entendíamos, pero no
era capaz de ver lo que estaba pasando fuera de sus pantalones.
Fue el marido de ella, o su pareja, o quien fuera, quien se acercó, la cogió de la mano, y
le dijo que ya se iban. Ella, muy borracha, le dijo que se fuera sin él, que se quería tirar
al maromito, y él la cogió de la mano violentamente, haciéndola casi caer al suelo
- Venga, Mari, que estás muy borracha ya
- lo siento caballero, pero la señorita está conmigo – dijo el muy gilipollas de Francis,
intentando hacerse el valiente ante su dama en apuros
- ¿la señorita? – empezó a reír, con una risa tan desagradable como sucia
- Déjala en paz – dijo Francis, un mierda de no más de diecisiete, echándole cara a un
cuarentón con más vida a sus espaldas que el mismo Cerro de la Virgen
- Mira niñato – le dijo sonriendo, mostrando esa boca siniestra, y con una voz
avinagrada y ronca – esta es mi mujer, y si quieres una vete y dile a tu papá que te la
compre ¿vale?
¡y una mierda! – le contestó valiente e inconscientemente – esta folla hoy conmigo, que
es lo que quiere.
Y ahí empezó todo el lío. De repente ese tipo sacó una mano más grande que la cabeza
de Francis y le propinó un puñetazo que le hizo recorrer medio pub hasta llegar a la
pared. Yo no me lo podía creer, pero Francis estaba chorreando sangre por su nariz
mientras ese tío gritaba como un poseso diciendo que lo iba a matar.
Entre Pecas, el camarero, y el propio amigo intentaron detenerle. Los demás nos
quedamos bloqueados ante la situación. Yo estaba acojonado.
Pero Francis, que, aparte de tonto del culo, era más chulo que un ocho, se levantó, se
limpió la sangre de la nariz, y aprovechó que el tipo estaba de espaldas para correr hacia
él y darle otro puñetazo en la cara.
Cuando el tipo se levantó supe que nada bueno iba a pasar. Pecas, el más centrado de
todos, y conocedor de la noche granadina, cogió a Francis de la mano y lo sacó del pub.
Los demás corrimos tras él mientras el tipo nos gritaba desde la puerta todo tipo de
improperios ininteligibles.
Francis, caliente y sobreexcitado por la pelea, consiguió escapar de Pecas y corrió en
dirección contraria a nosotros, dirigiéndose otra vez al tiparraco, que también corría por
la calle hacia él.
En menos de diez segundos otra vez estaban golpeándose, y aunque el tipo era más
corpulento y más fuerte, Picos se aprovechó de su borrachera y de su falta de agilidad.
Jamás había visto una pelea así, y no había nadie para detenerla. ¿Dónde estaban todos
los policías que vimos cuando llegamos?.
Entre todos volvimos a separarles. Pecas y el otro amigo intentaban contenerle, y
nosotros reteníamos a Paco contra la fachada de una farmacia.
- ¡Franco, dámela! – gritaba el sucio tiparraco, con los ojos cargados de ira, metiendo la
mano por el interior de la chaqueta de su amigo – dámela que me cargo a este niñato de
papá
- No te la pienso dar… ¿tú crees que merece la pena, gilipollas? – le preguntó muy
serio, cogiéndole de la barbilla con mucha fuerza – no seas tonto
- ¿qué le vas a dar? – preguntamos Pecas y yo, más acojonados, pero nada comparado
con lo que sentimos cuando Franco levantó la solapa de su chaqueta y nos mostró una
pistola guardada bajo sus axilas.
Allí creí morirme. Si ese tipo, alocado y sin control, cogía esa pistola no sólo mataría a
Picos, sino a todos los que estábamos allí, y no supe si correr como un cobarde – que era
lo que me apetecía – o quedarme allí para intentar detener una masacre.
Viendo que el tal Franco no le daba la pistola – ahora lo vigilábamos a él, dejando al
otro de lado – el melenudo comenzó a golpear la luna de un coche con todas sus fuerzas
mientras gritaba, con esa voz siniestra de cantante de Motorhead, que quería un cristal.
- ¡un cristal! – gritaba encolerizado, golpeando con todas sus fuerzas - ¡quiero un cristal
“pa” segarle el cuello a este hijoputa.
Cuando ya creíamos que todo estaba controlado, incluso podían hacerse las paces, el
cabronazo sacó la pipa y nos apuntó a todos, diciéndonos que ya que estaba ahí,
aprovecharía para que le diéramos la pasta que lleváramos encima.
Ahí fue donde todos, incluido el valiente del Picos, nos vinimos abajo e incluso
lloramos como críos. Yo no sé si recé, si tenía los ojos abiertos, o no, pero fue en ese
momento cuando oí un grito.
Abrí los ojos y me encontré a Fali encima del tal Franco, dándole una patada a la pipa, y
diciéndonos que corriéramos. Jesús, Antonio y yo salimos tras él por Pedro Antonio,
hasta llegar a Multicines.
Allí, más calmados, seguimos caminando dirección a casa del abuelo de Jesús, pero con
el miedo aún en el cuerpo.
Fali, que sabía muy bien de nuestro estado, no dijo nada, y se limitó a ir con nosotros
mientras iba mirando para atrás asegurándose que no nos habían seguido.
Las callejuelas estaban muy oscuras. El miedo era uno más de nosotros, y entramos en
la casa como almas en pena.
Allí en la casa del abuelo de Jesús teníamos toda la noche para nosotros, y no teníamos
con qué divertirnos… Tampoco nos quedaban muchas ganas.
Fali, que llevaba varios días sin dormir en una cama, se metió en una habitación sin
decir nada y concilió al perseguido en no más de treinta segundos.
Los demás nos quedamos aún algo asustados por la situación, pero con ganas de algo
más. Era nuestra primera noche fuera de casa.
¿Solución? Nos hicimos un porro de manzanilla. Ninguno fumábamos, y no teníamos
tabaco, así que liamos una bolsa entera de manzanilla, o tila, o té, o sabe Dios qué, y se
acabó la fiesta. Unos celebraban la noche de los pijamas… Nosotros la del retrete libre.
¡Qué dolor de barriga!.
Por la mañana, aún con síntomas de diarrea, fuimos a casa de mi hermano, en el barrio
de Pajaritos, porque un compañero de piso tenía un tocadiscos que era la bomba. Era
pinchadiscos en Katena y tenía un plato Technics. Al poner el disco de Bon Jovi y
escuchar los primeros acordes nos quedamos boquiabiertos. ¡Cómo sonaba ese disco en
ese aparato!...
Por la tarde nos volvimos a montar en la Alsina y bajamos a Motril recordando nuestra
primera experiencia en Granada.
Por suerte para mí Fali, a quien le había prestado dinero para bajarse a Motril, había
cogido un autobús distinto al nuestro. No me apetecía mucho una nueva aventura en
autobús con él. Lo siento.
1.1 “ LA VALE ”
Durante dos cursos había estado locamente enamorado de Ángela. Todos la conocíamos
por “la Anyi”, y juro que era la cosa más preciosa que había visto en mi vida.
Con su pelo lacio y rubio rodeando su cuello, sus fértiles labios humedecidos, y su piel
serena y resbaladiza se había convertido en el relleno de mis fantasías.
La conocía de siempre, pero fue cuando entramos al instituto cuando ese capullo se
convirtió en mariposa. ¡Y qué mariposa!
Aunque, como decía Carles, el tío más salido de todos los conocidos, “mariposa el que
no se empalme viéndola”.
Durante dos años fantaseé con ella a diario. En clase no podía dejar de mirarla y hasta la
seguía por el patio, escondiéndome entre los pilares, tras un banco, o entre otro grupo de
gente. Iba tras ella hasta la conserjería, después por entre las motos, y, finalmente, la
seguía calle abajo hasta el Bloody, sin que ella me viera… Y así, día tras día. Ese era mi
ritual, mi peregrinación diaria.
Puedo asegurar que estaba enamorado como lo que era, un adolescente deseoso de su
primera relación, pero sin mayor experiencia que un par de besos, un toqueteo de tetas,
y algún frotamiento esporádico a través de los pantalones vaqueros.
Pero Anyi se ponía más guapa, y más buena, cada día que pasaba. Por entonces la
merodeaban todos los moscones de cursos superiores, y ella se dejaba seducir aunque no
se dejara llevar por ninguno.
Hasta tercero nunca me había hecho caso más allá de las clases, pero siempre había
visto en ella algo raro, algo que me decía que también le gustaba. No sabría decir
porqué, pero su manera de mirarme no era como hacía con los demás.
Arriesgándome a convertirme en su amigo, y que no me viera mas que como eso, pasé
muchos recreos con ella, muchos viernes jugando a baloncesto en las pistas del Colegio
Francisco Mejías, donde saltábamos la valla.
Estaba prohibido hacerlo, pero eso era ya como un parque público. Ya, ni el guardia
nos regañaba, y así se convirtió en una pista municipal más. Eso sí, la puerta siempre
estaba cerrada con su cadena.
Y tanto tiempo junto a ella no hizo mas que enfermarme más en esa dolencia que
llevaba su nombre.
Durante la mitad del curso de tercero, y sabiendo que no podía aspirar a semejante
hembra, estuve saliendo con una chica del instituto. Era guapa, estaba bien, simpática
también, pero no era la Anyi. Ni mucho menos. Eso sí… tenía las tetas más grandes que
había visto en mi vida.
La verdad es que nunca me había gustado mucho, pero ante la insistencia de mis
amigos, no me pude resistir a salir con ella.
- Tío – me decía Carles – ahí puedes estar metiendo mano todo un día sin parar.
Esa fue la peor época de mi vida. Me refiero al baile descontrolado de feromonas que
había por los pasillos del instituto y que yo parecía recibir por todos lados. Era como si
todas las chicas las fueran alejando de su cuerpo y todas fueran a parar a mí.
Si hasta ahora Carles había sido el salido del grupo, yo no andaba ya muy alejado para
arrebatarle su privilegiado puesto. Por suerte, los demás estaban igual y mi enfermedad
parecía pasar inadvertida.
En esa época todas las tías me parecían buenas. Atrás había quedado mi época poética
en la búsqueda de la belleza… Ahora se trataba de “mojar”, y si para hacerlo había que
liarse con la tía más fea pues se hacía.
Donde antes siempre había imaginado y soñado con una cara angelical, y un pelo lacio y
sedoso, ahora todo eso se había borrado. En mis sueños solo aparecían senos
gigantescos.
Y para tetas grandes la Susi. Todo el mundo hablaba de ellas, y es que, aparte de
grandes parecían muy bien contorneadas.
Aún recuerdo la primera noche que salí con ella. Toda la tarde estuve nervioso,
lavándome una y otra vez porque estaba convencido de que nuestro momento había
llegado.
Los padres de Matías se habían ido a la casa del pueblo ese fin de semana y teníamos la
casa para nosotros. Era un tercero sin ascensor, con un solo vecino por planta, y
empezamos a llamar a gente para hacer una fiesta.
Con lo que no contamos fue con cómo se correría la voz de una forma tan rápida porque
por la noche estábamos en casa de Matías los cinco amigos que habíamos organizado la
fiesta con nuestras chicas y otros veinte o treinta personajes más. Algunos ni los
conocíamos.
Pero Matías estaba tan encelado con Inma que nada le importó. Ante nosotros teníamos
una oportunidad de oro para hacerlo por fin, y nada ni nadie nos la iba a arrebatar.
Carles, ¿quién si no?, nos dijo en una de nuestras tertulias de recreo que había leído en
la revista “Lib” que había unas pastillas que no fallaban.
- ¿Qué quieres decir con que no fallan? – preguntó Antonio mordiendo su ya clásico
bocata de tortilla de patatas con mayonesa
- pues eso, he leído que esas pastillas ponen cachonda a cualquier hembra
- ¿y cómo se llaman esas pastillas? – preguntó Jesús
- pues no lo sé
- este se lo está inventando – dijo Germán- además, ¿de dónde has sacado tú la revista
“Lib”?
- la ha comprado un primo mío. Si queréis os la enseño. La tengo en mi mochila
- venga, venga – dijimos todos, y dejamos los bocatas a medio tomar, y nos metimos en
la clase encerrándonos para que nadie nos molestara.
La revista hablaba de unas pastillas con un nombre muy raro. Se llamaba jambina, y
decía que era cien por cien fiable.
¡Claro, si ponía cachonda a una vaca qué no podía hacer con una joven!.
Por suerte seguimos leyendo el artículo. Aparte de venderse solo bajo receta de un
veterinario, había varias respuestas que nos dejaron la cosa medianamente clara.
En la revista preguntaba un chaval precisamente si la pastillita en cuestión era buena
para las mujeres. Y las respuestas no dejaban la menor duda.
Una decía que sí, pero matizaba a continuación: “sobre todo si eres una persona a la que
le gusta fornicar con cadaveres. LA PUEDES MATAR. Mejor unos tragos, charla al
oído, eso sí, bañado y perfumado.
Otro, algo más sarcástico, contestaba: “no sé, podrías probarlo dándoselo a tu hermana,
tu sobrina(por respeto a las personas adultas no menciono tu madre!) así veras si
funciona en las mujeres, no crees?.
En ese reímos mucho, ante la zozobra del pobre Carles, que no había llegado hasta esa
parte. Como siempre le ocurría había leído solo lo que le interesaba.
Me lo estoy imaginando leyendo “Hay unas pastillas que ponen cachondas a las
vacas…” y salir corriendo a contárnoslo. Carles era así de impulsivo.
Pero la mejor respuesta era de una chica: “Por el amor de dios... ojalá que nunca nunca
nunca me toque salir con alguien que tenga conocimientos acerca de la jombina... que
miedo dais los tíos!.
Aún recuerdo el impacto que la revista causó en mí… y en Antonio, y en Jesús, y en…
todos. Nos la estuvimos pasando durante meses hasta que el padre de Antonio se la pilló
escondida bajo su cama. O eso contó él, porque luego nos enteramos, por medio de su
hermana, que su padre le había pillado in fraganti con ella.
El muy cabrón, en lugar de apechugar y tragar todo, cantó como un barítono, y el primer
nombre que salió de su boca fue el mío.
Mi padre no tardó en enterarse ni un día. Por suerte, la reprimenda no fue como
esperaba, y me sorprendió. Después de todo mi padre no era tan chungo como parecía.
En cambio a Antonio estuvimos sin hablarle un par de días por traidor. Sé que no fue
mucho tiempo pero nuestro sentido del enfado y la venganza aún no estaba muy
desarrollado.
La revista era cutre, en blanco y negro, pero las fotos de las parejas y de las mujeres
eran auténticas. No eran modelos, ni prostitutas, sino mujeres de la calle, como
nosotros, y la mayoría casadas en busca de aventuras.
Ni que decir tiene que leer los artículos fue como descubrir un mundo nuevo que no
sabía que existiera. Recuerdo el que más me impactó, ese que estuve releyendo durante
toda mi febril pubertad.
Sabiendo que, tarde o temprano, la revista desaparecería lo copié en mi Amstrad CPC
con pantalla verde, lo guardé en un cartucho y lo escondí para que nadie pudiera verlo.
En el artículo una mujer de cuarenta y pocos contaba su historia de amor y sexo con un
vecino de nuestra edad, hijo de su amiga. Desde entonces cualquier vecina pasó a ser
sospechosa de contubernio, lenocinio y, sobre todo, infidelidad.
Era increíble pero veía señales por todos lados. Todas empezaban a mirarme de manera
extraña, incluso con deseo, y daba igual que fuera joven o mayor, soltera o casada,
madre o no madre… todas estaban dispuestas a hacerlo conmigo.
Por lo menos en mi imaginación, porque de ahí no pasó ninguna.
En la fiesta de la casa de Matías, como no teníamos pastillas de esas, utilizamos otro
truco de Carles.
Toda la sangría la llenamos de aspirina machacada… la suya claro, porque había dos
ollas con sangría. La de las chicas, y la nuestra. ¿Qué le vamos a hacer?... éramos así de
disimulados.
Aún recuerdo cuando le dimos los vasos a las chicas y bebieron. Yo no pude hacer otra
cosa que reír, máxime cuando las vi a todas con el bigotito lleno de restos de aspirina.
Por suerte no se enfadaron mucho, pero nos tuvimos que acostar otra vez recordando
esa revista que tanto mal había hecho en nosotros.
Durante dos semanas seguimos intentando el acercamiento con las chicas.
Aprovechando que los estudiantes de toda España estábamos de huelga, la mayoría de
las mañanas las pasábamos en casa de Matías con la Susi, la Inma, y otras chicas del
instituto.
Una de esas mañanas conseguí meterme en la habitación con la Susi, y por fin pude
disfrutar de esas tetas con las que tanto había soñado. Cuando se quitó el sujetador yo
no podía creer lo que estaba viendo. Eran las cosas más grandes y gustosas que había
tocado en mi vida, y me pasé acariciándolas toda la mañana.
Ese día podría haberme enamorado de ella. Por primera vez estaba totalmente cómodo
con una chica, hablando, besándonos, y siempre con mis manos en sus pechos.
A ella, lejos de molestarle, le gustaba – y mucho – y a punto estuvimos de desnudarnos
completamente. Pero siempre que intentaba desabrocharle el pantalón ella decía la
misma frase
- eso no, por favor… que entonces no sabré parar y no quiero que me pase como a mi
prima que se ha quedado embarazada.
Sin duda la tipa sabía acongojarme.
Fue cuando salí del cuarto, con los ojos enrojecidos y el pelo alborotado, cuando mi
mundo volvió a hundirse.
Mientras todos vitoreaban, y sus amigas reían y aplaudían, mi mirada se topó con la de
la Anyi, que había llegado sin yo saberlo.
En su mirada vi rabia, dolor, incluso asco, y su pasotismo hacia mí me derrotó.
La Susi, que parecía olerse algo, se abrazó a mí alabando mi forma de besar, y fue
entonces cuando supe que entre la Anyi y yo había algo que nadie sabía… ni siquiera
nosotros.
Mi relación con la Susi no duró más de dos o tres semanas. Ella no estaba dispuesta a
darme lo único que yo quería de ella, y yo no quería perder más el tiempo, ni hacérselo
perder a ella. Yo quería a la Anyi, y ahora sabía – o suponía – que ella también a mí.
Un sábado que acompañé a Antonio a Las Explanadas a ver a su chica, me encontré con
la Anyi. Era la primera vez que nos veíamos desde lo de la casa de Matías, y estaba
esperando el autobús para ir a una de las fiestas que se hacían en la playa, en Katena.
Ella iba a la fiesta con su amiga Mariel, que por entonces estaba medio liada con mi
amigo Antonio, y yo iría con ellos porque me lo había pedido mi colega y porque me
apetecía un montón.
Antonio y yo nos fuimos en la moto de papá. Aprovechando que estaba de viaje de
negocios la cogimos sin que se enterara mamá, que estaba acostada desde temprano por
culpa de sus continuas jaquecas. Como yo no tenía carné la llevaba él.
La Anyi y yo siempre habíamos tenido muy buen rollo, pero ahora todo era distinto.
Ella estaba nerviosa… yo diría que asustada, y no sabía si era porque también sentía
algo por mí o es que veía cómo mis hormonas iban saliendo de mi cuerpo. Yo juro que
las veía saltando por mi cabeza.
Estaba tan buena que nadie podía dejar de mirarla, y eso me molestaba porque oía los
comentarios típicos de los tíos mayores. El peor era el de: ¿qué hace con ese crío?.
Esa noche iba vestida con una minifalda amarilla y una camisa blanca, abierta en sus
dos botones superiores, lo que mostraba un generoso escote que no me dejaba mirarla a
los ojos. Sus piernas también eran un festín.
Ella me notaba nervioso, y me preguntó por ello, y yo reuní todo el valor del mundo
para decirle lo que tantas ganas tenía de hacer.
- ¿qué te pasa que estás tan raro? – me preguntaba una y otra vez
- ¿Que qué me pasa? – le preguntaba yo, nervioso y tembloroso - ¿no lo imaginas?
- pues no
- pues deberías
- pues no – decía ella otra vez, pero yo sabía que sí, y que quería que se lo dijera
- pues sí
- pues no – volvía a decirme, sonriendo nerviosa también.
Entonces me sentí como aquella noche de Agosto, cuando apenas tenía diez años, y me
declaré a Pili, esa niña preciosa que vivía en las casetas.
Yo ya había oído que para salir con una chica había que declararse, pero no sabía muy
bien en qué consistía, ni lo que había que decir.
Antonio – que ya era mi amigo a esa edad, e incluso antes – me dijo que me declarara
- ¿y cómo? – le preguntaba yo
- pues declarándote – contestaba muy chulo – no creo que sea tan difícil.
Así, mirándola fijamente, bajo la luz de la luna, a escasos metros del mar, la cogí de la
mano y me declaré.
- Pili – le dije muy nervioso - ¿quieres que me declare?
- sí – dijo ella, sonriendo también nerviosamente
- pues me declaro – le dije solemne y seriamente
- sí – contestó ella, demostrando saber menos que yo del tema
- ¿ya somos novios? – le pregunté, sin estar aún muy seguro
- sí, ya somos novios. Tú te has declarado y yo te he dicho que sí – y sellamos nuestra
unión con un beso casto en los labios.
Pues así estaba yo frente a la Anyi diez años después. Igual de asustado, y con el mismo
vocabulario… o menos.
Entonces yo, mirándola, pensaba que si ella no quisiera rollo conmigo no me iba a dejar
decírselo y hacer que lo pasara tan mal. Si tanto interés tenía era porque quería algo
más, y ese algo podía ser yo.
Ya tenía tomada la decisión, incluso había respirado fuertemente para tomar más aire,
cuando mi mundo se tambaleó.
- ¡Primo, ya te vale! – me dijo una voz ronca y conocida, y a la que para nada tenía
ganas de escuchar, mientras una amplia palma golpeaba con fuerza en mi espalda
haciéndome caer sobre la Anyi
- ¿Qué pasa, primo? – le respondí con desgana, sin volverme siquiera
- pero primo – volvió a gritarme, dándome la vuelta y abrazándose a mí – dame un
abrazo, coño… ¿y esta pimpollita?
- es una amiga del instituto
- “Airreboire, que dijo Voltaire” – le dijo cogiendo su mano y besándosela, intentando
utilizar el poco francés “macarrónico” que sabía
- ¿cómo has dicho? – preguntó la Anyi, limpiándose la mano
- ¿no sabes francés? – preguntó Fali, peinando su indomable y sucio pelo con sus manos
- ¿y tú estás en el “estituto”?
La cara de asco de la Anyi fue suficiente para saber que mi aventura con ella acababa
ahí mismo. Por lo menos esa noche.
Con la excusa de ir al baño se perdió, y no volví a verla en toda la noche, a pesar de
buscarla una y otra vez por toda la discoteca. La busqué por la pista, por los servicios,
por la parte de arriba, entre los sillones de cuero negro. La busqué por la pista de
verano, por entre los asientos de madera, en la hamburguesería… Después salí hasta el
bar, incluso fui hasta el bar del Zulema (el de Pepe Ovni), pero allí no estaba tampoco.
La Anyi había desaparecido, pero esa noche había visto algo en ella, algo que me decía
que entre nosotros había nacido un futuro romance.
Después, sabiendo que había sido algo brusco con Fali, salí y estuve hablando con él, le
regalé un paquete de tabaco negro, y me contó que estaba trabajando en el campo,
recogiendo habichuelas.
- Me gano tres talegos al día, primo – me dijo muy serio – me he dado cuenta de que
tengo que hacer algo con mi vida
- claro que sí – le dije sin saber muy bien de lo que me estaba hablando
- pero tengo que buscarme otro curro
- eso no es tan fácil. Además, tres mil pelas al día no está mal para empezar
- ya, pero yo necesito un “poquitico” más
- ¿para qué necesitas más?
- pues por la oferta y la demanda
- oferta y demanda… ¿de qué coño estás hablando?
- de la demanda que me ha puesto el hijo puta mi vecino. Que tengo que pagar una
multa y no tengo donde caerme muerto. Además, el Yoni sale ya mismo del trullo y
tengo que pagarle “el amoto” y las cadenas que le he “perdío”
- ¿y la oferta?
- una motico que me vende un tío legal a “mu” buen “presio”
- ¡vete a la mierda!... te estás riendo de mí – y le dejé plantado volviendo a la discoteca
para tomarme la copa que la Anyi no se había querido tomar conmigo.
El resto de la noche fue como otra más, pero había que estar allí hasta la hora que me
dejaban. Además, por suerte, papá no estaba esta noche. Otro viaje de negocios, y mamá
dormía tan bien que no creo que se despertara. Al día siguiente me preguntaría a qué
hora había llegado y yo le robaría un par de ellas al reloj.
Cuando Antonio llegó de la playa de ponerse morado con Mariel salimos de la discoteca
para volver a casa. No podía arriesgarme a que mamá se despertara y viera que la moto
no estaba allí. Si papá se enterara estaría sin salir de casa durante todo un año.
Antonio me iba contando todo lo que habían hecho en la orilla, tumbados en la arena, y
yo recibía toda la información imaginándome con la Anyi. Una vez más habían hecho
casi de todo.
- Nada tío, que no hay manera de quitarle lo de abajo… Parecen de hierro
- pero de lo demás bien ¿no?
- sííííííí – decía sonriendo y con los ojos aún enrojecidos – más que bien. ¿Y sabes que
me ha contado una cosa de la Anyi?
- ¿qué te ha contado de esa tonta? – pregunté haciéndome el duro, aunque por dentro
estuviera a punto de derretirme por una información que consideraba vital
- pues nada… que parece que a esa tonta le haces tilín
- ya… - mi emoción interior, y todo el júbilo que conllevaba, no se manifestó por medio
de ningún gesto o esbozo
- pues créetelo tío… Además, parece que le gustas más de lo que crees. Me ha dicho
Mariel que no soporta a Esther, que le ha cogido un asco…
- no me digas
- como te cuento
- ¡Ostias, la moto! – grité, alejándome del mundo de colores en el que acababa de entrar
al recibir la noticia
- ¡no está! – dijo Antonio
- nos la han robado…
- ¡qué hijos de puta!
- mi padre me mata, Antonio… mi padre me mata.
Como dos desesperados empezamos a buscar la Vale roja entre la treintena de motos
que quedaban aún por allí. Eran las cuatro de la mañana y me habían robado la moto. En
mi mente solo podía ver la cara de papá cuando viera que la moto no estaba en la
cochera.
- ¿Qué te pasa primo? – se acercó Fali, al vernos buscando como desesperados
- primo, que me han robado la moto… Mi padre me mata
- ¿cuándo?... ¿hoy? – preguntó con esa voz quebrada y rota
- claro que hoy…
- no te preocupes primo, mañana la tienes en tu casa
- ¿qué dices, chalado? – le espetó Antonio – anda, déjanos en paz
- primo – me dijo muy serio – no te preocupes… te estoy diciendo que mañana te llevo
“el amoto” a tu queli. Confía en mí
- sí, sí… lo que tú digas – le dije casi llorando mientras unos amigos nos ofrecían su
coche para llevarnos hasta Motril.
¿Qué podía hacer? – me preguntaba - ¿denunciaba el robo o esperaba al día siguiente?.
Mejor volver a casa, buscar una excusa, e intentar no liar más la cosa. Tenía tiempo para
pensar, y Antonio podría ayudarme a buscar una excusa perfecta. Él siempre sabía salir
de esos embrollos.
En casa mamá no se había enterado de nada. El abuelo, por suerte para mí, estaba
pasando un terrible constipado, y también dormía.
A Antonio se le ocurrió la idea de fingir un robo. La idea no era otra que dejar la puerta
de la cochera abierta y que mamá se la encontrara así por la mañana. Al no tener una
idea mejor así lo hicimos.
Sorprendentemente me quedé dormido a pesar del miedo que tenía. De esta no escapaba
y mi padre me daría lo que, sin duda, me merecía. Me habían robado su moto,
cogiéndola sin su permiso, y sin carné. ¡Me mataba!, y con razón.
Por la mañana, como esperaba, mi madre me llamó alarmada.
- Javier, Javier… la moto de papá
- ¿qué es? – fue lo único que acerté a decir
- que hay ahí afuera un quinqui con la moto de papá
- ¿un quinqui con la moto? – pregunté saltando de la cama mientras Antonio roncaba en
la otra cama sin enterarse de nada.
Convenciendo a mamá para que se quedara en la casa, salí al jardín y ahí estaba Fali,
con las mismas ropas de la noche anterior, y con la moto a su lado.
- ¿Qué te dije primo?... aquí tienes “el amoto”. Solo le “farta” el espejo pero le he
puesto este otro
- ¿quién la tenía?
- unos del cerrillo… la banda de Curro Jiménez
- ¿los conoces?
- el curro es mi primo – me dijo sonriendo y mostrando esos dientes negros que, de día,
eran más feos aún
- te debo una, tío… muchas gracias – si no le abracé fue porque sabía que mamá estaría
espiando desde la ventana
- no me debes “ná”… yo soy tu primo, y siempre estaré ahí “pa” lo que te sea menester
- gracias, de verdad, me has salvado la vida
- bueno, me voy, que tengo mucho sueño
- ¿no te has acostado aún?
- qué va… tenía que encontrar a mi primo. “Arreboire que dijo Voltaire” – desde luego
esa frasecita la soltaba en cualquier ocasión.
Y así se marchó, mientras yo devolvía la moto a la cochera donde me esperaba mamá
con cara de pocos amigos. Por suerte Antonio apareció tras ella y no tardó en entrar al
quite y salvarme el pellejo
- hombre, ¿la ha lavado bien?
- ¿qué? – pregunté extrañado
- es un chaval que mi padre tiene recogido en su O.N.G. – le dijo a mi madre mientras
observaba la moto – y limpia motos y coches por dos euros. Se lo dije ayer a Javi y le
pareció bien
- hay que ayudar a los necesitados mamá… eso dices siempre
- pero la ha lavado fatal - decía a mi madre totalmente indignado – mira qué mancha.
Mamá no terminó de tragárselo, pero como sabía que éramos dos “liantes” y que no nos
sacaría nada, prefirió marcharse y dejarlo estar… por ahora.
1.2 mi primera vez
En el instituto, por entonces, sólo se hablaba de “la Esther”, la chica con las tetas más
grandes del instituto, y además era la más fácil de todas y cuantas había. Al menos eso
decían todos los que ya se habían enrollado con ella.
Era la hermana de mi amigo Rafa, y ella había sido la primera chica con la que yo me
había enrollado.
La “putada” de ese rollito era que no pude contarlo porque Rafa, su hermano, me
hubiera matado… Y si no lo hubiera hecho ella.
Y ya me dirás de qué te vale enrollarte con una tía, tocar por primera vez unas tetas,
flipar en colores, y no poder contarlo después a tus colegas… ¡Una auténtica pesadilla!.
Además, tampoco llegué a hacerlo nunca con ella, pero a ella le debo mi primera e
inesperada experiencia.
A “la Esther” la conocía desde que era pequeña. Tan solo era dos años menor que
nosotros, pero al estar en el cole y nosotros ya en el instituto, hacía que la tratáramos
como a una niña, y dejó de entrar en la habitación a jugar con nosotros.
Fue varios años después, cuando ya entró en el instituto, cuando esa oruguita se
convirtió en una mariposa… pero con dos tetas como dos carretas.
En casa de Rafa yo era como de la familia. Sus padres y mis padres eran muy amigos, y
yo andaba por allí como por mi propia casa. Si tenía hambre me acercaba a la cocina y
me hacía un bocadillo yo mismo, si estaba cansado me echaba en el sillón, y hasta me
quedaba a dormir sin tener que avisar siquiera.
Fue un día que mi amigo Rafa no estaba en casa cuando empezó el lío entre nosotros.
Esa tarde no había nadie y me había abierto ella la puerta.
Mi inocencia no me hizo percatarme de nada, y eso que ella no dejó de enviarme
señales desde el mismo momento que abrió la puerta.
Recuerdo que tan solo llevaba una bata rosa, con las piernas desnudas por encima de sus
rodillas. Estaba muy guapa, pero no lo pensé en ese momento. ¿Cómo iba a pensarlo si
era “la Esther”, la hermanita de mi amigo?.
Pero Esther ya tenía catorce, y una mentalidad de chica de dieciocho… por lo menos.
- ¿Está tu hermano? – le pregunté, entrando sin más
- no, no está – me dijo mirándome de una manera muy extraña – estamos los dos solos
- ¿solos? ¿y dónde está el capullo este?
- creo que ha ido con mi madre a hacer la compra. Así que tardará un buen rato. ¿Para
qué lo quieres?
- para hacer un trabajo que nos ha mandado “la pelillos”. Bueno, le esperaré en su
cuarto
- como quieras – dijo, con esa extraña cara que no acertaba a descifrar
- ¿y a ti qué te pasa? – le pregunté extrañado
- ¿qué me iba a pasar? – dijo muy seria – nada hombre, nada… que voy a ducharme.
¿Te apetece frotarme la espalda?
- sí claro… - le dije y me metí en la habitación, busqué nuestro nuevo disco favorito, el
último de Iron Maiden “Somewhere in time”, y lo puse en su plato Technics.
Estaba oyendo el disco, y ojeando las letras cuando oí un ruido en el baño.
Con cuidado me acerqué y vi que la puerta estaba abierta.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi a Esther, completamente desnuda, bajo la ducha.
La mampara transparente no hacía mas que agrandar todas sus turgencias, y me quedé
bloqueado observando todo su cuerpo desnudo.
- ¡Joder con “la Esther” – pensé – parece que tuviera dieciocho por lo menos!.
Esther, esa Esther a la que desconocía, era una descarga brutal de sensualidad, y, sobre
todo, era un castigo para quien, como yo, pudiera observarla pero no tocarla.
Ahí, estático, comprendí que mi vida sería otra a partir de entonces. Desde entonces el
cuerpo femenino sería algo prioritario… por encima hasta del fútbol.
En esos momentos no podía saber lo que sentía, tampoco quería saberlo. Tan sólo me
conformaba con saber que lo que estaba viendo era aun mejor que lo imaginado.
Cada movimiento de sus manos, cada roce de cualquier parte de su cuerpo parecía un
canto a la alegría, un tributo a los dioses, un poema de amor que yo mismo estaba
escribiendo con palabras que no reconocía y que escapaban de mi subconsciente, sin
necesidad de mencionar palabra alguna.
Y es que no podía creer lo que estaba viendo. Ante mí tenía la más auténtica de las
perfecciones, y aun así me conformaba con estar allí, siendo un espectador de lujo.
Cada curva de su cuerpo, cada poro de su piel, cada uno de los dedos que tocaban tan
maravilloso cuerpo parecía algo anormal, algo místico, algo prohibido que yo estaba
robando para hacerlos míos eternamente.
Y todo se rompió cuando ella abrió la mampara y nos encontramos frente a frente. Ella,
completamente desnuda, chorreante, excesiva…
Yo, cual pajarillo desorientado, intentando evitar que pudiera ver, a través de su
exterior, toda la excitación que había provocado bajo mi pantalón.
- ¿Qué...? - dijo ella sonriendo mientras intentaba tapar su cuerpo con una toalla
- Esther… lo siento – balbucí tímidamente mientras con ayuda de mis manos intentaba
disimular mi excitación – yo…
- cierra la puerta, por favor – me dijo ella muy seria, pero tentadora como las damas de
las mil y una noches con las que fantaseaba antes de dormir. En ningún momento perdió
la compostura
- vale, perdón – dije tímidamente, cerrando la puerta y pegando la frente a la madera de
la misma
- pero… ¿es que eres tonto? – gritó ella desde el otro lado de la puerta
- ¿qué? – pregunté yo, abriendo la puerta, y asomando la cabeza de nuevo
- que cierres la puerta pero que te quedes aquí conmigo, tonto – me dijo quitándose la
toalla y dejándola caer al suelo.
Fue en ese preciso momento cuando se oyó la puerta de la casa. Por suerte yo aún estaba
fuera del baño, y pude escapar a la habitación de Rafa sin que me descubrieran.
- ¿Cómo has entrado aquí capullo? – me dijo Rafa al verme
- me ha abierto tu hermana – le dije muy nervioso mientras él me miraba el pantalón y
sonreía
- ya… has pillado la revista ¿verdad?
- ¿qué?
- que has pillado mi revista LIB, de contactos ¿verdad?... la compré ayer. ¿Dónde la has
puesto? Salen unas tías bestiales
- no sé – le dije tímido y asustado aún – donde tú la dejaste.
Toda la semana estuve nervioso, llegando incluso a enfermar a causa de la presión a la
que yo mismo sometí a mi cuerpo y, sobre todo, a mi cabeza.
Tenía que verme con ella a solas, pero no me atrevía. Tan solo tenía quince, a punto de
cumplir los dieciséis, y ella sólo catorce. ¿Estaríamos preparados?...
Bueno, la pregunta era: ¿estaría yo preparado?... Ella sí que lo parecía.
Fue en un recreo cuando ella se acercó a mí. No dejaba de mirarme y disfrutaba con mi
nerviosismo.
- Oye, tú y yo tenemos que terminar algo que empezamos ¿no? Te espero el viernes en
mi casa. Mis padres se van a pasar el fin de semana a casa de mis abuelos, y Rafa tiene
entrenamiento. Te vas a enterar de lo que vale un peine…
Me quedé tan bloqueado que no fui capaz de reaccionar cuando me preguntó Rafa qué
me había dicho su hermana.
- Está de un raro… - me dijo mientras yo la observaba alejándose con sus amigar.
Realmente lo que observaba era ese culo que se dibujaba bajo el vaquero ceñido.
El viernes por la tarde me recorrí toda la ciudad hasta llegar a la farmacia más lejana de
casa. Comprar condones, por entonces, no era nada fácil.
Para que nadie me descubriera me fui a la otra parte de la ciudad, a la farmacia de una
mujer viuda que decían que era bastante liberal, y de la que circulaban todo tipo de
leyendas urbanas que no vienen al caso.
Recuerdo que estuve toda la tarde esperando para reunir valor para entrar. Pero nada.
Éste no aparecía.
Desde las tres hasta las cinco estuve merodeando por allí. Entré en varias ocasiones,
pero en ninguna fui capaz de pedirle los preservativos.
Primero pedí pastillas para el aliento… la segunda vez pedí Peusek, y la tercera tenía
que ser la definitiva o me quedaría sin “guita”. Me quedaba lo justo.
Eran las cinco y diez cuando me decidí a entrar. Rafa se iba a las cinco y media al
entrenamiento de baloncesto, y Esther me esperaba a las seis menos cuarto.
La farmacéutica era una mujer de unos cincuenta – como mucho - no muy guapa, y su
cuerpo parecía bien cuidado a pesar de su corta estatura y la bata blanca que llevaba.
- Hola joven, ¿Qué deseas? – me dijo sonriendo
- ¿joven? – pensé – jo, esta no me los vende. Además, ¿cómo me dijo Paco que se decía
de forma fina?... ¿profi… qué?
- ¿qué quieres cariño? – repitió la farmacéutica, mordiendo el tapón negro de un boli bic
- joder… - pensaba tembloroso - ¿y no será mejor decir condones y ya está?... ¡No, no
seas bruto!
- Quiero profilancios – le dije intentando recordar esa extraña palabra que me había
dicho Paco, y que no acerté a recordar
- ¿profilancios?– me preguntó sonriendo, dándose cuenta de que era mi primera vez en
ese terreno - ¿no querrás decir profilácticos?
- condones, vaya… - le dije muy serio, intentando sonreír, y no parecer muy bruto.
La farmacéutica, intentando disimular su sonrisa, ocultó la cajita en una bolsa y me
entregó el paquete muy sonriente.
- ¿Sabes cómo se usan? – me preguntó, dejándome totalmente fuera de juego
- ¿Cómo? – pregunté algo abatido
- ¿que si sabes usarlos… cómo ponértelos? – volvió a preguntar sonriendo – esto no es
tan fácil como cree la gente. Y es muy arriesgado si se ponen mal
– la verdad es que no sé
- no te preocupes… yo te lo explico. Mira.
Así es que ella abrió el paquete, tomó uno de los condones y se lo puso en el pulgar.
- tienes que asegurarte de que te queda bien ajustado – me dijo sonriendo, cada vez más
maliciosamente, y mirando hacia la puerta para que nadie nos descubriera
.Yo, aparentemente, lucía confundido.
Ella, siempre sonriente, miró hacia fuera de la tienda. Por suerte no pasaba nadie.
- Espérate un minuto – me dijo guiñándome uno de sus ojos, y se dirigió a la puerta y la
cerró con llave
- ya que te voy a enseñar a ponértelos, te enseñaré bien.
Tomándome de la mano, me llevo a la trastienda, se desabotonó la bata blanca y se
quedó en ropa interior.
Su cuerpo, lejos de lo que parecía en un principio, era delgado pero esbelto.
- Joder – fue lo único que conseguí decir, mirándola.
Entonces ella se desabrochó el sostén y lo dejó caer mostrándome dos tetas, no muy
grandes, y algo vencidas por la ley de la gravedad.
- ¿Te gusta lo que ves… te sientes excitado? – me preguntó quitándose también las
bragas y tumbándose sobre una amplia mesa blanca.
Yo estaba tan asustado y bloqueado que todo lo que pude hacer fue asentir con la
cabeza.
- venga cariño – me dijo dejándose caer sobre la mesa – ya es hora de que te pongas el
condón como te he explicado.
- Venga hombre - me dijo mientras separaba sus piernas para invitarme - no tenemos
mucho tiempo. Tengo que volver a abrir la farmacia.
Para ser mi primera vez fue todo mucho más fácil de lo que contaban algunos fantasmas
del instituto. Además, estaba tan asustado y tan apocado que todo terminó en un
santiamén.
Jamás lo imaginé así, y ella, viendo que ya habíamos terminado, se me quedó mirando
con el ceño fruncido….
- ¿ya, campeón?
- sí, lo siento mucho – dije observándola e intentando acariciar su seno adormilado -
¿quiere que probemos otra vez?
- no cariño… no hace falta – me dijo intentando levantarse - tengo que abrir la farmacia
o la gente empezará a sospechar algo. Por cierto, ¿te pusiste bien el condón?'
- claro - le dije, mientras le enseñaba el pulgar – como usted me dijo.
Ella, empujándome, se levantó, se vistió rápidamente y me echó de allí violentamente.
No entendí nada.
Luego, más relajado, comprendí mi error… y, sobre todo, su cara de susto.
Sentado en un banco, junto a la plaza de la farmacia, me quedé fumando mi primer
cigarro, ese que había guardado para Esther.
Y la farmacia – ahora lo recuerdo – estaba justamente frente a la casa de Fali. Es más,
recuerdo verle por allí esa misma tarde. Le recuerdo porque iba vestido con una
cazadora verde con una gran cara de Kiss pintada en su espalda.
Llegué a casa de Esther a las seis y algo. Llegué más valiente de lo que yo mismo
hubiera imaginado. Sin duda, haberlo hecho con esa mujer me hizo sentir mejor, y
olvidar todos mis miedos. Es más, en ese momento, deseaba volver a hacerlo con ella, y
no con Esther, que volvió a parecerme una niña.
Dudando durante varios minutos, decidí no entrar en casa de Rafa. Ya había cumplido el
sueño de todo adolescente, y “la Esther” podía traerme muchos problemas.
En fin, ya tendría otras oportunidades… Y la Esther siempre estaría ahí.