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1- LA ILUSTRACIÓN

No puede considerarse todo el complejo movimiento intelectual llamado

Ilustración como una simple manifestación del empirismo. Entran en ella

otros elementos distintos, y muy principalmente los que proceden del

racionalismo idealista y, en última instancia, del cartesianismo. Pero

podemos incluir el pensamiento «ilustrado» en la corriente empirista, por

dos razones: en primer lugar, porque el empirismo inglés depende, en

buena parte, del racionalismo continental, como hemos visto, y no excluye,

sino al contrario, supone la influencia de este; en segundo lugar, porque la

Ilustración, en la escasa medida en que es filosofía, se preocupa más de las

cuestiones del conocimiento que de las metafísicas, y sigue los caminos

empiristas, extremándolos hasta el sensualismo absoluto. Por otra parte,

los elementos más importantes de la Ilustración, el deísmo, la ideología

política, partidaria de la libertad y del gobierno representativo, la

tolerancia, las doctrinas económicas, etc., tienen su origen en el

pensamiento empirista de los siglos xvi a xvni. La época de la Ilustración —

el siglo xvni— representa el término de la especulación metafísica del xvn.

Después de casi una centuria de intensa y profunda actividad filosófica,

encontramos una nueva laguna en que el pensamiento filosófico pierde su

tensión y se trivializa. Es una época de difusión de las ideas del periodo

anterior. Y la difusión tiene siempre esa consecuencia: las ideas, para

actuar en las masas, para transformar la superficie de la historia, necesitan

trivializarse, perder su rigor y su dificultad, convertirse en una superficial

imagen de sí mismas. Entonces, a cambio de dejar de ser lo que en verdad

son, se extienden y las masas participan de ellas. En el siglo xvni, una serie

de escritores hábiles e ingeniosos, que se llaman a sí mismos, con tanta

insistencia como impropiedad, «filósofos». Estas ideas, al cabo de unos

años, llenan el ambiente, se las respira, se convierten en el supuesto sobre

el que se está. Nos encontramos en un mundo distinto. Europa ha

cambiado totalmente, de un modo rápido, casi brusco, revolucionario. Y

esta transformación de lo que se piensa determinará poco después la

radical mudanza de la historia que conocemos con el nombre de

Revolución francesa.

La Ilustración en Francia Desde fines del siglo xvn y durante todo el siglo

xvm se opera en Francia un cambio de ideas y convicciones que altera el

carácter de su política, de su organización social y de su vida espiritual. De

1680 a 1715 se producen las mayores variaciones sustanciales; desde

entonces, todo será una labor de difusión y propagación de las nuevas

ideas; pero el esquema de la historia francesa ha cambiado ya. De la

disciplina, de la jerarquía, de la autoridad, de los dogmas, se pasa a las ideas

de independencia, de igualdad, de una religión natural, incluso de un

concreto anticristianismo. Es el paso de la mentalidad de Bossuet a la de

Voltaire; la crítica de todas las convicciones tradicionales, desde la fe

cristiana hasta la monarquía absoluta, pasando por la visión de la historia y

las normas sociales. Es una efectiva revolución en los supuestos mentales

de Francia; y, como Francia entonces es el país rector de la comunidad

europea, de Europa toda. (Véase el magnífico libro de Paul Hazard: La crisis

de la conciencia europea.)

La Enciclopedia

La Ilustración quiere reunir todos los conocimientos científicos y hacerlos

asequibles a los grandes círculos. Los problemas rigurosamente filosóficos

—no digamos ya teológicos— pasan a segundo plano. La «filosofía» se

refiere ahora, principalmente, a los resultados de la ciencia natural y a las

doctrinas empiristas y deístas de los ingleses; es una vulgarización de la

porción menos metafísica del cartesianismo y del pensamiento británico, a

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la vez. Por una parte, el pensamiento es racionalista y, por consiguiente,

revolucionario: pretende plantear y resolver las cuestiones de una vez para

siempre, matemáticamente, sin tener en cuenta las circunstancias

históricas; por otra parte, la teoría del conocimiento dominante es el

empirismo sensualista. Las dos corrientes filosóficas, la continental y la

inglesa, convergen en la Ilustración. El órgano adecuado para esta

vulgarización de la filosofía y la ciencia es la «Enciclopedia». Y, en efecto, el

primer representante típico de este movimiento, Fierre Bayle (1647-1706)

es el autor de una: el Dictionnaire historíque et critique. Bayle ejerció una

crítica aguda y negativa acerca de numerosas cuestiones. Aunque no

negaba las verdades religiosas, las hacía completamente independientes

de la razón, y aun contrarias a ella. Es escéptico, y considera que la razón

no puede comprender nada de los dogmas. Esto, en un siglo prendado de

la razón, tenía que abocar a un apartamiento total de la religión; de la

abstención se pasa a la negación resuelta; γ los enemigos del cristianismo

utilizan luego ampliamente las ideas de Bayle.

Los Enciclopedistas. Pero mucha más importancia tuvo la llamada

Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, artes y oficios,

publicada de 1750 a 1780, a pesar de las prohibiciones que intentaron

oponerse a su impresión. Los editores de la Enciclopedia eran Diderot y

d'Alembert; los colaboradores eran las mayores figuras del tiempo:

Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Turgot, Holbach y otros muchos. La

Enciclopedia, que a primera vista no era más que un diccionario, fue el

vehículo máximo de las ideas de la Ilustración. Con cierta habilidad

deslizaba los pensamientos críticos y atacaba a la Iglesia y todas las

convicciones vigentes. De los dos editores, d'Alembert era un gran

matemático, y escribió, aparte de su colaboración científica, el Discurso

preliminar, con un intento de clasifición de las ciencias. Diderot fue un

escritor fecundo, novelista, dramaturgo y ensayista, que terminó en una

orientación casi enteramente materialista y atea.

Voltaire. Frangois Arouet de Voltaire (1694-1778) fue un gran personaje

de su época. Su fama fue extraordinaria, y le valió la amistad de Federico el

Grande de Prusia y de Catalina de Rusia. Su éxito y su influencia fueron

incomparables en el siglo xviii. Ningún escritor fue tan leído, comentado,

discutido, admirado. El valor real de Voltaire responde desigualmente a

esta celebridad. Tenemos que distinguir en él tres aspectos: la literatura, la

filosofía y la historia. Voltaire es un escritor excelente. La prosa francesa

ha llegado en él a una de sus cimas; es enormemente agudo, ingenioso y

divertido. Sus cuentos y sus novelas, en especial, acusan un espléndido

talento literario. Filosóficamente es una cosa muy distinta. Ni es original ni

profundo. Su Dictionnaire philosophique está impregnado de las ideas

filosóficas del siglo xvn, que comparte en lo que tienen de más superficial:

el empirismo, el deísmo y la imagen física del mundo, popularizada.

Voltaire, pues, no tiene verdadero interés filosófico. Sus críticas irreligiosas,

que en su época fueron demoledoras, nos parecen hoy ingenuas e

inofensivas. Tuvo una falta de vista total para la religión y el cristianismo, y

su hostilidad es el punto en que se revela más claramente la inconsistencia

de su pensamiento. No es solo que ataque al cristianismo, sino que lo hace

con una superficialidad absoluta, desde una posición anticlerical, sin

conciencia siquiera de la verdadera cuestión. La aportación más

interesante y profunda de Voltaire es su obra histórica. Escribió un libro

sobre la gran época anterior titulado Le siécle de Louis XIV. Pero su principal

obra historiográfica es el Essai sur les mozurs et l'esprit des nations. Aquí

aparece por primera vez una idea nueva de la historia. Ya no es crónica,

relato de hechos, o sucesos, simplemente, sino que su objeto son las

costumbres y el espíritu de las naciones. Aparecen, pues, los pueblos como

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unidades históricas con un espíritu y unas costumbres; la idea alemana del

Volksgeist, del «espíritu nacional», es, como ha mostrado Ortega, la simple

traducción del esprit des nations. Voltaire encuentra un nuevo objeto de la

historia, y esta da en sus manos el primer paso para convertirse en

auténtica ciencia, aunque no logra superar el naturalismo.

Montesquieu. El barón de Montesquieu (1689-1755) significó una

aportación distinta al pensamiento de la Ilustración. Es también un

ingenioso escritor, sobre todo en sus Lettres persones, donde hace una

crítica llena de gracia y de ironía de la sociedad francesa de su tiempo. Pero,

sobre todo, es escritor político e histórico. Su obra capital es L'esprit des

lois. Su tesis es que las .leyes de cada país son un reflejo del pueblo que las

tiene; el naturalismo de la época hace que Montesquieu subraye

especialmente la influencia del clima. Montesquieu conoce tres formas de

constitución, que se repiten en la historia; en primer lugar, el despotismo,

en que no cabe más que la obediencia temerosa, y luego, dos formas de

Estado, en las que descubre un motor de la historia, distinto para cada una

de ellas. En la monarquía, el motor principal es el honor; en la república, la

virtud. Cuando estos faltan en su régimen respectivo, la nación no marcha

como debe. Montesquieu, mediante esta teoría, da un complemento

decisivo a la idea de la historia en Voltaire: un elemento dinámico que

explica el acontecer histórico. (Cf. Ortega: Guillermo Dilthey y la idea de la

vida.)

Rousseau. A pesar de sus conexiones con los enciclopedistas, tiene un lugar

aparte en la historia del pensamiento. Nació Jean-Jacques Rousseau en

Ginebra, en 1712. Era hijo de un relojero protestante y tuvo una infancia

de precoz excitación imaginativa.

Después su vida fue errante y azarosa, con frecuentes indicios de

anormalidad. Sus Confessions, un libro en que exhibe, románticamente, su

intimidad, son el mejor relato de ella. Alcanzó un premio ofrecido por la

Academia de Dijon con su Discours sur les sciences et les arts, en el que

negaba que estas hubiesen contribuido a la depuración de las costumbres.

Este estudio lo hizo famoso. Rousseau considera que el hombre es

naturalmente bueno, y que es la civilización quien lo echa a perder. Su

imperativo es la vuelta a la naturaleza. Este es el famoso naturalismo de

Rousseau, fundado en ideas religiosas, que arrancan de su calvinismo

originario. Rousseau prescinde del pecado original y afirma la bondad

natural del hombre, a la que debe volver. Estas ideas inspiran otro trabajo

suyo, el Discours sur l'origine de l'inégalité parmi les hommes, y las aplica a

la pedagogía en su famoso libro Entile. Rousseau representa una fuerte

reacción sentimental contra la sequedad fría y racionalista de la

Enciclopedia, y escribe una novela apasionada y lacrimosa, que tuvo un

éxito inmenso: la Julie, ou la Nouvelle Hélótse. Con este naturalismo se

enlaza la idea de la religión. Rousseau se convirtió al catolicismo, luego

nuevamente al calvinismo y terminó en una posición deísta; la religión de

Rousseau es sentimental; encuentra a Dios en la Naturaleza, ante la que

experimenta profunda admiración. Pero las consecuencias más graves las

ha tenido la filosofía social de Rousseau. Su obra acerca de este tema es el

Contrato social. Los hombres, desde el estado de naturaleza, hacen un

contrato tácito, que es el origen de la sociedad y del Estado. Estos se

fundan, pues, para Rousseau, en un acuerdo voluntario; el individuo es

anterior a la sociedad. Lo que determina el Estado es la voluntad; pero

Rousseau distingue, aparte de la voluntad individual, dos voluntades

colectivas: la volante genérale y la volante de tous. Esta es la suma de las

voluntades individuales, y casi nunca es unánime; la que importa

políticamente es la volante genérale, la voluntad de la mayoría, que es la

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voluntad del Estado. Esto es lo importante. La voluntad mayoritaria, por

serlo, es la voluntad de la comunidad como tal; es decir, también de los

discrepantes, no como individuos, sino como miembros del Estado. Este es

el principio de la democracia y del sufragio universal. Lo importante aquí

es, por una parte, el respeto a las minorías, que tienen derecho a hacer

valer su voluntad; pero, a su vez, la aceptación de la voluntad general por

las minorías, como expresión de la voluntad de la comunidad política. Las

consecuencias de estas ideas han sido profundas. Rousseau murió en 1778,

antes de iniciarse la Revolución francesa; pero sus ideas contribuyeron

esencialmente a moverla y han influido largamente en la historia política

europea.

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2- LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.

Con las revoluciones liberales la burguesía ha conseguido el poder político,

no es una casualidad ni un capricho, lo necesita para llevar a cabo una serie

de transformaciones económicas que cambiarán radicalmente la vida de la

humanidad y que no hubieran sido posibles con el poder absoluto del rey.

Las transformaciones son, en esencia, el paso del trabajo manual a la

producción en la fábrica. La revolución industrial, que es como se llama este

proceso, se inicia en Gran Bretaña, país que tiene unas condiciones idóneas

para ello: ha realizado la revolución agrícola, es un sistema parlamentario,

tiene capitales, mano de obra, fuentes de energía, innovaciones mecánicas,

ingenieros, transportes desarrollados…

La revolución industrial se va a dar en dos fases. La primera (primera

revolución industrial) de mediados del siglo XVIII a mediados del XIX,

caracterizada por el uso de la máquina de vapor para mover las máquinas.

La segunda (segunda revolución industrial) a finales del XIX y primera mitad

del XX caracterizada por las nuevas fuentes de energía (petróleo y carbón)

y por otras innovaciones.

Conocemos como revolución industrial a la aceleración de la producción

que se inició en Inglaterra a finales del siglo XVIII y principios del XIX con la

utilización de máquinas. Tradicionalmente la revolución industrial se divide

en dos fases, y así las vamos a estudiar:

a- La primera revolución industrial que es la que se da a finales del XVIII y

hasta mediados del siglo XIX.

b- La segunda revolución industrial, se da a finales del siglo XIX y principios

del XX, en ella aparecen la electricidad y el petróleo como principales

fuentes de energía.

Las consecuencias fueron enormes, afectaron a todos los ámbitos de la vida

y no sólo al económico, por sus consecuencias hay historiadores que la

comparan con la revolución neolítica, recordemos la trascendencia que

tuvo para el hombre de la Edad de Piedra el descubrimiento de la

agricultura y la ganadería. Su iImportancia es tal que va a marcar toda la

política de los países en los siglos XIX y XX.

I. La primera revolución industrial en Inglaterra. La situación de partida:

el Antiguo Régimen.

Ya veíamos en el tema anterior la situación económica que se vivía durante

el Antiguo Régimen, la economía era eminentemente agraria y la

supervivencia dependía de que hubiera buenas o malas cosechas. El

panorama industrial era muy limitado, aunque existía ya la mentalidad

capitalista en los empresarios (máximo beneficio al menor coste posible e

idea de competencia), a menudo coexistía con estructuras gremiales que

perduraban desde la Edad Media. La industria más extendida era la

artesanal y de carácter familiar; desde el punto de vista de la tecnología

casi no había máquinas y por tanto la producción era meramente manual.

El desarrollo industrial contaba con importantes frenos para su desarrollo;

entre estos frenos estaba en primer lugar el poco crecimiento demográfico

que hacía que no aumentara la demanda de productos; en segundo lugar

la desorganización financiera y la falta de capital; y en tercer lugar la

intervención de los poderes públicos que con altos impuestos impedían el

desarrollo productivo.

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La Revolución Agrícola. El crecimiento de los medios financieros.

Para que se produzca la industrialización es necesario que haya una gran

concentración de capitales, las máquinas y la infraestructura para instalar

una industria son tan costosas que con el capital de una sola familia es

imposible comprarlos, es necesario echar mano de instituciones que

adelanten ese capital, nos referimos, evidentemente, a los bancos. En la

Inglaterra de finales del XVIII y principios del XIX se ha producido esa

importante acumulación de capitales, ya hemos visto como la Revolución

Agrícola ha generado capitales importantes, por otro lado la tradicional

actividad económica de la burguesía británica, el comercio, genera también

una importante concentración de capitales; estos capitales serán invertidos

en la creación de un sistema bancario ordenado y efectivo, sistema

indispensable para iniciar cualquier inversión importante.

Consecuencias de la Revolución Industrial.

Serán importantísimas. En primer lugar podemos hablar de consecuencias

económicas y podemos decir que la producción ha aumentado muchísimo

con el empleo de la mecanización, esto además ha abaratado el coste de

los productos; vemos, en definitiva, cómo se ha pasado del taller artesanal

a la fábrica. Se produce también una separación definitiva entre los

propietarios de los bienes de producción (los dueños de la fábrica) y los

asalariados, separación que no era tan evidente en los talleres en la época

del Antiguo Régimen.

Desde el punto de vista social también se han producido importantes

transformaciones que trataremos en el siguiente tema. La burguesía va a

acceder al poder político y de clase dominada pasa a dominante, acabando

así la sociedad estamental tradicional e iniciándose la sociedad de clases.

La Revolución Industrial trajo consigo la explotación de los trabajdores

(también mujeres y niños) por la burguesía. Aunque la Revolución Industrial

ha aportado productos abundantes y baratos el enriquecimiento sólo ha

afectado a los empresarios, los trabajadores van a trabajar bajo

condiciones de vida durísimas y esto va a influir en el surgimiento de los

movimientos obreros.

El auge del capitalismo.

Cuando a partir de las revoluciones liberales se asienta definitivamente la

burguesía en el poder, tiene ya el poder económico y el poder político, va

a crear leyes económicas que lógicamente van a favorecer sus propios

intereses; tales leyes se basan en la no-intervención del Estado en la

economía, la ley de la oferta y la demanda como base de la regulación del

mercado donde la mano de obra es tratada como una mercancía más.

Señalar también que es la época del gran capital, que sin enormes

inversiones es imposible hacer frente a la renovación tecnológica que exige

la competencia, las empresas de carácter familiar van a ir desapareciendo

y los grandes bancos van a adquirir cada vez más protagonismo. El

volumen de intercambios comerciales va a experimentar también un

gran desarrollo. Si tomamos como referencia dos años, 1870 y 1914

veremos como el comercio internacional casi se ha cuadriplicado. De todas

las transacciones comerciales aproximadamente el 75 % eran El automóvil

revolucionó los medios de realizadas por Europa. Este desarrollo comercial

venía dado también por la profundización en los avances de esta II

revolución industrial que generó productos elaborados en grandes

cantidades y a precios muy asequibles.

Señalemos también que Europa (y Estados Unidos) se especializan en la

producción de productos industriales mientras que, debido al desarrollo de

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los transportes, África, América del Sur y Asia serán solamente productores

de materias primas, materias primas indispensables para la industria

europea y por la obtención de las cuales los países europeos se enfrentarán

en guerras.

Los grandes costes de capitales que se necesitaban para ampliar las

empresas, así como el tratar de obtener mejores beneficios controlando

distintos sectores productivos, hicieron que muchas empresas se

concentrasen para mejorar su situación frente a la competencia, esta

concentración podía ser de dos tipos, o bien vertical que consistía en la

agrupación de empresas que intervenían en la elaboración de un producto

desde sus orígenes hasta el producto acabado, o bien horizontal, empresas

de un mismo producto se unen para luchar contra la competencia.

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3- FUNDAMENTOS DEL CAPITALISMO

El Positivismo

El positivismo es una corriente compleja de pensamiento que dominó gran

parte de la cultura europea en sus manifestaciones filosóficas, políticas,

pedagógicas, historiográficas y literarias (entre estas últimas se cuentan,

por ejemplo, el verismo y el naturalismo), en un período que cubre

aproximadamente desde 1840 hasta llegar casi al inicio de la primera

guerra mundial. Una vez superada la tempestad de 1848 -si exceptuamos

el enfrentamiento de Crìmea en 1854 y la guerra franco-prusiana de 1870-

la época positivista fue una era básicamente pacífica en Europa. Al mismo

tiempo, constituyó la época de la expansión colonial europea en África y en

Asia. En el seno de este marco político culmina en Europa la transformación

industrial, lo cual posee enormes consecuencias para la vida social: la

utilización de los descubrimientos científicos transforma todo el sistema de

producción; se multiplican las grandes ciudades; crece de modo

impresionante la red de intercambios comerciales; se rompe el antiguo

equilibrio entre ciudades y zonas rurales; aumentan la producción y la

riqueza; la medicina vence las enfermedades infecciosas, antiguo y

angustioso flagelo de la humanidad. En pocas palabras, la revolución

industrial cambia radicalmente la forma de vivir. La idea de un progreso

humano y social imposible de detener galvaniza el entusiasmo general: de

ahora en adelante dispondríamos de los instrumentos capaces de

solucionar todos los problemas. Estos instrumentos consistían -en opinión

de muchos sobre todo en la ciencia y en sus aplicaciones a la industria, y

luego en el mercado libre y en la educación.

Además, en lo que concierne la ciencia, durante el período que transcurre

entre 1830 y 1890, mantiene con frecuencia unos vínculos muy estrechos

con el desarrollo de la industria, vinculación que posee un carácter

bilateral, lo cual permite avances muy significativos en sus sectores más

importantes. La física se enorgullece de los resultados de las

investigaciones de Faraday sobre la electricidad y de Maxwell y Hertz sobre

el electromagnetismo; también en la ciencia física se producen los trabajos

fundamentales sobre termodinámica, se crece el saber químico. Koch,

Pasteur y sus discípulos desarrollan la microbiología y obtienen éxitos

resonantes. Se edifica la fisiología y la medicina experimental. Es la época

de la teoría evolucionista de Darwin, y la torre Eiffel de París y la apertura

del canal de Suez simbolizan un avance en la técnica y en el progreso

humano

Una estabilidad política básica, el proceso de industrialización y los avances

de la ciencia y de la tecnología constituyen los pilares del medioambiente

sociocultural que el positivismo interpreta, exalta y favorece. Sin ninguna

duda, no tardarán en hacerse sentir los grandes males de la sociedad

industrial (los desequilibrios sociales, la lucha por la conquista de los

mercados, la condición miserable del proletariado, la explotación laboral

de los menores de edad, etc) el marxismo diagnostica estos males de un

modo distinto a como lo hacen los positivistas. Éstos no ignoran dichos

males, pero pensaban que pronto desaparecerían, como fenómenos

transitorios que serían eliminados por el aumento del saber, de la

instrucción popular y de la riqueza.

El positivismo se integra en tradiciones culturales diferentes: en Francia se

inserta en el interior del Racionalismo que va desde Descartes hasta la

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Ilustración. En Inglaterra, se desarrolla sobre la tradición Empirista y

utilitaria, y se relaciona a continuación con la teoría Darwinista de la

Evolución. En Alemania, asume la forma de un rígido cientificismo. En

cualquier caso, a pesar de la diversidad del positivismo existen unos rasgos

fundamentales de carácter común que permiten calificarlo como una

corriente unitaria de pensamiento:

a- A diferencia del idealismo en el positivismo se reivindica el primado de

la ciencia: sólo conocemos aquello que nos permite conocer la ciencia y

único método de conocimiento es el propio de las ciencias.

b- El método de las ciencias naturales también se aplica al estudio de la

sociedad.

c- En el positivismo se afirma que el método científico es el único

instrumento capaz de solucionar en el transcurso del tiempo todos los

problemas de la sociedad.

d- La época del positivismo se caracteriza por un optimismo general que

surge de la certidumbre de un progreso imparable (concebido en

ocasiones como resultado del trabajo humano) que avanza hacia

condiciones de bienestar generalizado en una sociedad pacífica y

solidaria entre los hombres.

e- El positivismo combate al idealismo y al espiritualismo porque va en

contra de toda metafísica.

La economía clásica: Adam Smith y David Ricardo

David Ricardo (1772-1823) fue autor de la obra Principios de economía

política y de tributación (1817). Ricardo junto con Adam Smith (1723-1790)

fue el representante más prestigioso de la economía política clásica. Smith

en la Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las

naciones (1776) había sostenido que:

a- Únicamente el trabajo manual es productivo, ya que crea bienes

materiales que poseen un valor objetivo intercambiable.

b- Los científicos, los políticos, los gobernantes, los profesores, en

definitiva, todos los productores de bienes inmateriales, sólo colaboran

indirectamente en la formación de la riqueza nacional, por lo cual la

riqueza de una nación será tanto más grande cuanto menor sea el

mundo de los ociosos.

c- Alcanza la cumbre de la sabiduría cuando el Estado, dejando libre a cada

individuo para que consiga el máximo bienestar personal, asegure

automáticamente el máximo bienestar a todos los individuos.

Esta es la esencia del liberalismo de Smith: «El estudio de su beneficio

personal conduce a que cada individuo prefiera también la ocupación que

resulta más provechosa para la colectividad. Su intención no es contribuir

al interés general; él sólo mira sus propios intereses, y en este caso, al igual

que en muchos otros, se ve conducido por un ~mano invisible hacia la

realización de un objetivo ajeno a sus intenciones.›› En resumen, existe una

armonía natural, un orden natural, en el sentido de que la consecuencia no

intencionada del egoísmo de cada uno es el bienestar de todos; en efecto,

cuando existe una posibilidad de lucro, los hombres de empresa se

apresuran a sacarle provecho, produciendo los bienes que pide el mercado.

Sólo unos pocos ganarán mucho, pero 'los demás se apresurarán a producir

los mismos bienes, y al aumentar así la oferta, los precios se igualarán con

los costos.

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La perspectiva de Ricardo es menos optimista que la de Smith. También él

sostiene que el valor de un bien es igual al trabajo que se utiliza para

producirlo, aunque haya que tener en cuenta en la determinación del valor

del producto el costo de los instrumentos utilizados. Las mercancías tienen

el valor del trabajo necesario para producirlas, mientras que el valor del

trabajo es la suma del valor de los bienes necesarios para producirlo y

reproducirlo. Teorizador del librecambio en el interior de las naciones y

entre nación y nación, Ricardo admitía que el mejor precio de las

mercancías era el que se establecía en un mercado libre, mediante el juego

de la oferta y de la demanda, pero se niega a considerar que el mejor salario

es el que se determina mediante la misma técnica. El valor de una

mercancía se fija a través del trabajo necesario para producirla. Sin

embargo Ricardo señala que la ecuación V = T no se aplica en el caso del

trabajador, que no siempre queda en posesión del valor de lo que produce.

Llegamos así al problema de la renta inmobiliaria (la renta que percibe el

propietario por el mero hecho de ser propietario de un terreno). La renta

inmobiliaria sería nula si existiese una infinita disponibilidad de terreno. Sin

embargo, el aumento de la población obliga a hacer que se cultiven no sólo

los mejores terrenos, sino también aquellos menos prósperos y más

alejados del mercado. Esto obliga a que, para obtener frutos de estos

terrenos menos aptos para la agricultura, haya que trabajar más.

Por consiguiente, esto aumentará en el mercado el precio de los productos

agrícolas en conjunto, ya que los precios de los terrenos fértiles se elevarán

hasta el de los productos procedentes del terreno menos fértil. Así

aumentarán los beneficios obtenidos en los terrenos fértiles y próximos al

mercado, e irán a parar en forma de renta a los bolsillos del propietario del

terreno fértil. Por eso quien trabaja no percibe el valor de su trabajo, el que

no trabaja percibe cada vez más y los precios aumentan. Por todas estas

causas la renta es antisocial, en opinión de Ricardo. Sin embargo, no por

esto aumentarán los precios de las mercancías manufacturadas, «para cuya

producción no se requiere ninguna cantidad adicional de trabajo», como

escribe Ricardo en los Principios. Él está convencido de que «si aumentan

los salarios entonces el lucro tendrá necesariamente que disminuir». Esto

constituye otra grieta en el imponente edificio del orden natural

mencionado por Adam Smith. La crítica actual contempla con mucho

respeto la obra científica de Ricardo. Marx habrá de enfrentarse con

muchos de los temas y problemas planteados y debatidos por Ricardo.

Las ciencias morales, la economía y la política

En 1848 aparecen Los principios de economía política, en los que Jon Stuart

Mill representa los resultados que dicha ciencia había conseguido gracias a

la obra de Smith, Malthus y Ricardo. Sin embargo, por lo que respecta a la

distribución de la riqueza, considera que las leyes de la distribución

dependen de la voluntad humana, y por lo tanto del derecho y de la

costumbre. La distribución es «obra exclusiva del hombre» que «puede

ponerla a disposición de quien quiera y en las condiciones que más le

convenga». Por otro lado, en la política que hay que seguir para mejorar las

condiciones de los trabajadores, Mill rechaza la teoría que llama «de la

dependencia y de la protección», según la cual «el destino de los pobres y

todo lo que les concierne como clase, deberia hallarse regulado -en su

propio interés, pero no por ellos mismos». Mill se 'muestra opuesto a dicha

teoría por la razón de que «todas las clases privilegiadas y .poderosas

siempre se han servido de su poder en beneficio exclusivo de su propio

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egoísmo». Mill defiende la «teoría de la independencia››, según la cual «el

bienestar del pueblo debe provenir de la justicia y del autogobierno». No

son las clases privilegiadas sino los trabajadores mismos quienes deben

tomar las medidas necesarias para la mejora de su propia situación, mejora

que hay que conseguir no a través de vías revolucionarias sino por medios

pacíficos (por ejemplo, con la cooperación). La preocupación fundamental

de Mill es conciliar la justicia social con la libertad del individuo.

Esto es lo que impide que Mill se adhiera al socialismo: en su opinión, éste

pone en peligro la libertad individual. En pocas palabras, para Mill los

métodos de las reformas sociales y de los actos de gobierno hallan «en la

existencia humana una plaza fuerte sagrada, en la que no debe

entremeterse ninguna autoridad». Las Consideraciones sobre el gobierno

representativo se publican en 1861. Mill suscita en esta obra un problema

muy interesante. Consiste en impedir que la clase que posee la mayoría

«esté en condiciones de obligar a las demás clases a vivir al margen de la

vida política, y de controlar el camino de -la legislación y de la

administración en interés exclusiva de ella». En realidad, no se excluye en

absoluto el que una mayoría pueda gobernar de manera tiránica. El

problema de fondo' de la- democracia representativa es el de «evitar este

abuso sin sacrificar las ventajas características del gobierno popular». Mill,

a este propósito, defiende «una democracia representativa, en la que

todos estén representados y ;no sólo la mayoría;"en la que los intereses,

las opiniones y las? aspiraciones de la minoría siempre se vean escuchados

-y en la que tengap la posibilidad de obtener, gracias al peso de su

reputación y a la solidez de sus principios, una influencia superior a su

fuerza numérica; una democracia en la que se positivismo inglés combinen

la igualdad, la imparcialidad y el gobierno de todos para todos».

Webber y la ética protestante y el espíritu del capitalismo

Tanto en su voluminoso tratado sobre Economía y sociedad (en el capítulo

«Tipos de comunidad religiosa››) como en los Escritos sobre sociología de

la religión, Weber estudió la relevancia social de las formas religiosas de

vida. El punto de partida de la historia religiosa de la humanidad fue un

mundo poblado de elementos sagrados, y en nuestros días el punto de

llegada consiste en loque Weber llama el desencantamiento del mundo

(Entzauberung der Welt). Raymond Aron comenta: «El mundo en el que

vive el capitalista, en el que vivimos todos, soviéticos y occidentales, está

hecho de materia o de seres que se encuentran a la disposición de los

hombres, que están destinados a ser utilizados, transformados,

consumidos, y que carecen de toda seducción carismática.›› En substancia,

lo que caracteriza a la .civilización contemporánea es precisamente -en

opinión de Weber- este desencantamiento del mundo. «La ciencia nos hace

ver en la realidad externa únicamente fuerzas ciegas que podemos emplear

a nuestro servicio, pero no puede sobrevivir ninguno de los mitos y

divinidades que poblaban el universo, según el pensamiento primitivo. En

este mundo en el que ya no hay encantamientos, las sociedades humanas

evolucionan hacia una organización cada vez más racional y cada vez más

burocrática.»

No podemos detenemos aquí en el examen de los interesantísimos

problemas planteados en el gran tratado Economía y sociedad. Sin

embargo, hay que mencionar el famoso libro de Weber sobre La ética

protestante y el espíritu del capitalismo, de 1905. Weber define el

capitalismo mediante la existencia de empresas que tienen como finalidad

el máximo lucro que pueda conseguirse a través de una organización

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racional del trabajo. La característica distintiva del capitalismo consiste en

la unión entre la voluntad de lucro y la disciplina racional.

Una empresa capitalista se propone la acumulación indefinida de bienes

apelando a la organización burocrática (la cual, por otro lado, no puede

dejar de desarrollarse en la sociedad moderna –sostiene Weber-'sea cual

fuere la forma que asuma la propiedad de los medios de producción).

Weber se halla persuadido de que el capitalismo moderno debe su fuerza

propulsora a la ética calvinista. Las nociones calvinistas al respecto son las

que se encuentran en el texto de la Confesión de Westminster de 1647 y

que Weber resume en estos cinco puntos:

a- Existe un Dios absoluto, trascendente, que creó el mundo y lo gobierna,

y que el espíritu finito de los hombres no está en condiciones de captar.

b- Este Dios, omnipotente y misterioso, predestinó a cada uno de nosotros

a la salvación o a la condenación, sin que nosotros podamos mediante

nuestras obras modificar un decreto divino ya establecido.

c- Dios creó el mundo para su gloria.

d- El hombre, haya de 'condenarse o de salvarse, tiene el deber de trabajar

por la gloria de Dios y de crear el reino de' Dios en esta tierra.

e- Las cosas terrenas, la naturaleza humana y la carne pertenecen al

mundo del pecado y de la muerte, y la salvación del hombre no es más

que un don totalmente gratuito concedido por la gracia divina.

Estos elementos se encuentran dispersos en otras concepciones religiosas,

pero la combinación entre ellos -señala Weber- constituye algo original y

único, con consecuencias que poseen de veras una enorme relevancia.

Para los calvinistas «la certitudo salutis, en el sentido de la reconocibilidad

del estado de gracia, debía asumir una importancia del- todo

predominante, y dondequiera que se afirmó la doctrina de la

predestinación, apareció el problema referente a si había signos ciertos que

permitiesen reconocer la pertenencia a los electi». Pues bien, los calvinistas

vieron el signo de la certidumbre de la salvación en el éxito mundano

dentro de la propia profesión. En esencia, las sectas calvinistas acabaron

por encontrar en el éxito temporal, sobre todo en el éxito económico, la

prueba de la elección divina. En otras palabras, el individuo se ve impulsado

a trabajar para superar la angustia en la que le mantiene la incertidumbre

de su salvación.

Como a esta altura ya resulta evidente, trabajar racionalmente en función

del lucro y no gastar los beneficios sino reinvertirlos de manera continuada

es una conducta imprescindible para el desarrollo del capitalismo. En ello

consiste, pues, la afinidad espiritual existente entre una actitud protestante

y la actitud capitalista. Como decía Marx en El Capital: «Acumulad,

acumulad, esto dicen la ley y los profetas.›› Según. Max Weber, la ética

protestante ofrece una explicación y una justificación de aquella extraña

conducta, que no se da nunca en las civilizaciones no occidentales,

caracterizada por la búsqueda del máximo lucro, con el propósito de

reinvertirlo y no de disfrutarlo.

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4- FUNDAMENTOS DEL MARXISMO

Con el nombre de marxismo, entendemos el sistema de pensamiento

ideado por Karl Marx, con la ayuda de Federico Engels, que ha influido

mucho en el pensamiento y en la sociedad desde mediados del siglo XIX.

Más tarde este sistema fue continuado por Lenín (marxismo-leninismo), así

como por Stalin, Mao-Tse-Tung, etc. Además de los partidos comunistas,

hay también numerosos pensadores socialistas democráticos, que aceptan

en parte los principios del marxismo. El influjo del marxismo se ha dado no

solamente en las ideas, sino en la vida práctica. Pues a lo largo de la mayor

parte del siglo XX, y con supervivencias en los comienzos del siglo XXI,

muchos millones de personas han sufrido en diversos países la privación de

los derechos humanos más elementales bajo regímenes comunistas, y

otros han tenido que padecer las consecuencias de la violencia

revolucionaria y del materialismo marxista. El marxismo no es,

simplemente, un sistema económico entre otros, sino una filosofía, una

ideología, una “cosmovisión” (concepción completa del mundo, del

hombre y de la vida). Karl Marx nació el 5-V-1818 en Tréveris (Renania,

Alemania). Sus padres pertenecían a la clase media y eran de raza judía.

Abrazaron el protestantismo, parece que por conveniencia. Karl Marx

estudió en el gimnasio de Tréveris, en la Universidad de Bonn (Leyes) y en

la Universidad de Berlín, donde todavía conservaba mucho prestigio e

influjo el filósofo Hegel. En 1838 hizo su tesis doctoral sobre el materialismo

de Epicuro. En 1841 la presentó en la Universidad de Jena. En esta tesis

aparece ya su concepción materialista de la vida, y su rechazo de la religión

(al inicio de su obra puso las palabras del “Prometeo” de Esquilo: “En una

palabra, odio a todos los dioses”).

Por esas fechas se entusiasma con la filosofía materialista de Feuerbach. En

1842 se dedica al periodismo en Colonia, pero al poco tiempo tiene que

dejarlo y abandonar Alemania. Trata de continuar su periódico en Paris,

pero tiene también que dejarlo, por dificultades financieras. De 1843 a

1846 se dedica en Paris a los estudios de Historia, Economía y Política.

Conoció a los anarquistas Bakunin y Proudhon. Tuvo gran amistad y trabajó

con Federico Engels en la publicación de sus libros y en la promoción de

proyectos revolucionarios. En 1848 publica el Manifiesto del partido

comunista. En 1859 la Crítica de la economía política. En 1867 El Capital.

Fue expulsado de París y en Inglaterra funda en 1864 la Primera

Internacional (Asociación Internacional de Trabajadores). El 14 de marzo de

1883 muere en Londres, en la miseria, sin haber logrado terminar su

máxima obra: El Capital. En aquella época imperaba, en Renania y en toda

Europa, el liberalismo político: proclamación de la completa libertad de

cada individuo frente al Estado, declaración de los derechos del hombre,

soberanía popular. En nombre de la libertad de los ciudadanos el Estado no

interviene en los problemas de la sociedad, y se producen gravísimas

injusticias. Aunque la burguesía ha realizado una revolución política contra

la antigua aristocracia, hay en ésta época una profunda depresión social: la

revolución industrial ha producido concentración de capital y la aparición

de una legión de obreros que trabajan en condiciones inhumanas, con

míseros salarios y sin posibilidad de sindicalizarse. El marxismo denuncia

estas injusticias, como otras personas e ideologías de la época, pero va más

allá: más que remediar injusticias concretas le interesa realizar la

revolución total. Crítica a los otros socialismos de la época, a los que llama

“utópicos o reformistas”, proponiendo por su parte un socialismo

“científico”. Entra en pugna, con los movimientos obreristas

contemporáneos, rechazando el reformismo y también el anarquismo. La

crítica de los abusos capitalistas y de la miseria proletaria se lleva a cabo

dentro de una ideología totalizante y ambiciosa; se rechaza la apropiación

individual de las mercancías industriales, ya que su producción es colectiva.

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Y se afirma que la inexorable concentración del capital lo lleva a su propia

ruina. El ambiente intelectual es por aquel entonces positivista y

materialista: Augusto Comte reduce todas las ciencias a la ciencia

experimental que permitirá un progreso irreversible para la humanidad,

Charles Darwin y Hubert Spencer afirmarán el origen evolucionista, a partir

de la materia, del hombre y aun de toda la realidad. Es notable la influencia

en el marxismo de varias construcciones filosóficas anticristianas: de

Strauss (la religión es un mito), de Bauer (la religión es “la desgracia del

mundo”), de Feuerbach (la religión es una creación del hombre). Destaca

especialmente el influjo de Hegel, quien realizó una construcción idealista

de vastas proporciones; habla de un Absoluto, de apariencia religiosa, pero

sin dogma, moral, culto ni iglesia. Toda la realidad es para él un movimiento

único y total de la Razón (creaciones culturales de la humanidad), al

término del cual se encuentra el Espíritu Absoluto. Ese movimiento se lleva

a cabo a golpe de contradicciones (dialéctica) y tiene tres fases que se van

repitiendo constantemente: tesis, antítesis y síntesis. Toda la realidad sería

un producto de esa Razón supraindividual, que estaría dotada de un

dinamismo propio y no recibido de nadie. Cuando ha sido necesario el

comunismo marxista se ha presentado como partido democrático,

buscando la vía democrática al poder (vía democrática para que el poder

deje de ser democrático). Se ha actuado dentro o fuera de la ley, según

conviniera. El marxismo revolucionario se proclama salvador y lo promete

todo; porque si triunfa nadie podrá reclamarlo. Cuando triunfe la táctica

comienza la estrategia: la exportación de la revolución a otros países.

El Materialismo Dialéctico

Desde fines del siglo XVIII la humanidad ha presenciado un acelerado

cambio de sus condiciones de vida: ha habido importantes

descubrimientos científicos y tecnológicos. Se ha abierto una nueva era a

través de la investigación científica, la exploración del espacio, los

sorprendentes avances de la cibernética. A la vez la ciencia del siglo XX fue

aprendiendo a tener una conciencia más clara de sus limitaciones, cosa que

no tenía la ciencia del siglo XIX, y en concreto Marx y Engels, cuando

idearon el materialismo dialéctico, sistema de gran rigidez y dogmatismo,

que trata de explicar en su conjunto el universo material. El análisis

marxista de la realidad se auto-presenta como científico, necesario,

ineludible. Las alienaciones, que rebajan al hombre, se producirían

inexorablemente para ser también inexorablemente suprimidas por la

revolución. El capitalismo se hundiría por sí mismo, para dar lugar a la

dictadura del proletariado y la sociedad sin clases. El hombre procedería

completamente por evolución, a partir de las fuerzas de la materia. La

materia es, además, dialéctica. Esto quiere decir que está formada por

contradicciones internas, conflictos de aspectos contrarios, por ejemplo:

electricidad positiva y negativa, acción y repulsión, macho y hembra,

burguesía y proletariado. Un aspecto cualquiera de la realidad (tesis)

vendría negado por su contrario (antítesis) y este sería superado a su vez

por una nueva negación (síntesis). La contradicción sería condición

necesaria del progreso. Y la dialéctica explicaría también todas las

transformaciones de la sociedad. La dialéctica se llevaría a cabo mediante

tres leyes: que la realidad esté compuesta de aspectos contradictorios (ley

de los contrarios), que un ser en movimiento progrese necesariamente

hacia su propia negación (ley de la negación), y que un desenvolvimiento

cuantitativo y continuo en una realidad termina con frecuencia por

producir una forma enteramente nueva (ley de la transformación).

El materialismo histórico. Crítica de las alienaciones

El materialismo histórico constituye la explicación marxista de la historia y

de la sociedad. En principio es una aplicación particular de una teoría

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general de la realidad (materialismo dialéctico). Las alienaciones suponen

separación y ruptura del ser humano con respecto a sí mismo. Serán

eliminadas mediante la revolución. De esta manera Marx ve al hombre

perdido y engañado, ajeno a sí mismo: en las mercancías o productos

industriales, en las clases sociales, en la estructura estatal, en el

pensamiento filosófico, en la religión. La religión constituye para el

marxismo la alienación más irreal, la que más aleja al hombre de sí mismo.

Es pura ilusión, “pura miseria”, “abyección”, “pérdida radical de sí”; “el

suspiro de la criatura abrumada, el corazón de un mundo sin corazón”, “el

opio del pueblo”. De ese modo la “crítica de la religión es la condición de

toda crítica”. Y eso porque constituiría una evasión al más allá, una

justificación conservadora de los males de este mundo, que lleva a caer en

un ensueño (opio). Cambiando las condiciones sociales, la religión será

completamente superflua y no existirá más. Nada de ella será asumido en

la futura sociedad comunista. “La crítica de la religión conduce a la doctrina

de que el hombre es para el hombre el ser supremo”. El pensamiento

abstracto, la filosofía, sería otra ilusión alienante: una alienación

intermedia entre la religión y la política; la apariencia de conocer las cosas

como son: en su ser, esencia, naturaleza, pero de modo teórico, abstracto,

irreal. “Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad”;

“los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversas

maneras; lo que importa es transformarlo”. Otra alienación es la política,

que se denuncia al criticar la filosofía hegeliana del derecho y del Estado.

Este último no sería sino un instrumento de dominación y opresión en

manos de la burguesía: una conciliación ilusoria de los contrapuestos

intereses de clase. La alienación social consiste en la explotación de la

mayoría (proletariado) por un grupo de privilegiados (burguesía). Es preciso

que los proletarios adquieran conciencia de clase y que lleven a cabo la

revolución. El motor del progreso social será la lucha de clases, que ha de

ser radical; como absoluta es la oposición entre la burguesía y el

proletariado. La burguesía, mediante la explotación, prepara sus propios

sepultureros. La antítesis total de la burguesía es el proletariado, que

carece de dinero, de cultura, de tradición, de virtudes. Ese es un privilegio

revolucionario: ser pura negación. Sólo puede subvertirse totalmente el

status burgués con la negación dialéctica (revolución). La síntesis

superadora será la sociedad comunista sin clases. La alienación económica

es la causa radical de los males humanos, y por tanto también de las otras

alienaciones. La verdadera estructura de la sociedad viene constituida por

las relaciones económicas de producción. La sociedad, la política, la

filosofía, la religión, etc., son solamente superestructuras, dependientes

totalmente de la estructura económica: “el molino movido a mano nos da

una sociedad con señor feudal; el molino mecánico, la sociedad del

capitalismo industrial”’. Hay así una oposición dialéctica entre la

producción, que es colectiva, y la apropiación de sus beneficios, que es

individual. De un modo inexorable ello producirá una concentración

creciente del capital y el aumento del número de los proletarios. Así llegará

la crisis del sistema y la revolución proletaria, acto total y definitivo. La

dictadura del proletariado será la “expropiación de los expropiadores”.

Después se llegará a la sociedad comunista del futuro, sin clases y sin

alienaciones: “una sociedad donde el libre desarrollo de cada uno es la

condición del libre desarrollo de todos”, una comunidad armónica y sin el

poder estatal. “El hombre se habrá convertido en una pasión hacia el

hombre”. Reinará el ateísmo, por haber desaparecido las bases socio-

económicas de la religión. El hombre será politécnico combinando el

trabajo manual e intelectual, integrado plenamente con la naturaleza.

Tendrá su realización completa, al ser dueño de su trabajo y de las

condiciones de su existencia material, sin estar sometido a ninguna

explotación. La cosmovisión marxista ofrece así como meta la realización

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de algunos de los más poderosos sueños humanos, ofreciendo a los

desposeídos una ilusión, unas soluciones drásticas, una herramienta

revolucionaria.

Religión, Filosofía, Moralidad

La crítica marxista de las alienaciones concibe como más radical la

alienación económica, sobre la cual se apoyarían todas las demás. La

religión sería la alienación más alta, abstracta y perturbadora de la realidad.

Hay sin embargo, en él preocupación religiosa, o más bien una

transposición de las verdades religiosas a las realidades materiales y

terrenas: la revolución será una salvación, llevada a cabo por un mesías

crucificado (el proletariado), para llegar a un paraíso futuro (sociedad

comunista sin clases). El ateísmo militante o anti-teísmo marxista es un

producto “teórico” y “apriorístico”. Su verificación por la praxis (criterio

marxista) sólo podría darse en la futura y retórica sociedad comunista. Hoy

por hoy el ateísmo marxista es un simple postulado: Dios estorba para

poder acometer el proyecto marxista de divinización atea del hombre.

Marx afirma con aplomo que la religión desaparecerá por sí misma cuando

cambien las condiciones económico-sociales. Pero los marxistas no parece

que hayan estado muy convencidos, al combatir a la religión, y

concretamente al cristianismo, utilizando todos los medios a su alcance.

Los marxistas genuinos puede que modifiquen sus doctrinas económicas,

pero no su ateísmo. La vida humana sin Dios carece de sentido. ¿Qué

dignidad, por ejemplo, tiene el trabajo humano en un horizonte solamente

material?, ¿para qué esforzarse, si la muerte terminará pronto con todo?

El materialismo envilece a la persona humana y a todos sus logros y cierra

los ojos ante los interrogantes últimos y más profundos de la vida. Además

no es verdad que la religión enseñe sólo a los pobres sus deberes

(resignación). Enseña a todos, pobres y ricos sus deberes y sus derechos. El

creyente no tiene por qué ser pasivo ante los problemas de este mundo;

precisamente porque sabe que su destino en la otra vida depende

directamente de cómo haya practicado el bien en esta vida terrena. En

íntima relación con la filosofía está la moralidad. Para Marx no hay

verdades eternas, principios éticos absolutos. La moralidad depende

totalmente del devenir histórico, y refleja los intereses de clase. Engels

afirma que los principios y leyes éticos dependen de la infraestructura

económica, del régimen de la propiedad privada y la producción. Pero no

es que cambien las normas morales, sino la realidad a que se aplican. Hay

una ley moral universal, que se presenta como un imperativo categórico a

la conciencia de cada uno: ej.: no mentir, no matar. Lenin y otros marxistas

hablan de una “ética comunista”, que en la etapa revolucionaria es todavía

una “moralidad proletaria” y en la futura sociedad comunista una “genuina

moralidad humana”. La “ética comunista” se contrapone a la “moralidad

burguesa”, y está basada en la disciplina, en la responsabilidad, en la lucha

revolucionaria. Bueno es lo que ayuda al triunfo de la revolución; malo lo

que lo dificulta.

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FUNDAMENTOS DEL NUEVO MUNDO

Si, en nombre del futuro de la cultura, se debe proclamar que el hombre

tiene derecho a "ser" más, y si por la misma razón se debe exigir una sana

primacía de la familia en el conjunto de la acción educativa del hombre para

una verdadera humanidad, debe situarse también en la misma línea el

derecho de la nación; se le debe situar también en la base de la cultura y

de la educación.

La nación es, en efecto, la gran comunidad de los hombres qué están unidos

por diversos vínculos, pero sobre todo, precisamente, por la cultura. La

nación existe "por" y "para" la cultura, y así es ella la gran educadora de los

hombres para que puedan "ser más" en la comunidad. La nación es esta

comunidad que posee una historia que supera la historia del individuo y de

la familia. En esta comunidad, en función de la cual educa toda familia, la

familia comienza su obra de educación por lo más simple, la lengua,

haciendo posible de este modo que el hombre aprenda a hablar y llegue a

ser miembro de la comunidad, que es su familia y su nación. En todo esto

que ahora estoy proclamando y que desarrollaré aún más, mis palabras

traducen una experiencia particular, un testimonio particular en su género.

Soy hijo de una nación que ha vivido las mayores experiencias de la historia,

que ha sido condenada a muerte por sus vecinos en varias ocasiones, pero

que ha sobrevivido y que ha seguido siendo ella misma. Ha conservado su

identidad y, a pesar de haber sido dividida y ocupada por extranjeros, ha

conservado su soberanía nacional, no porque se apoyara en los recursos de

la fuerza física, sino apoyándose exclusivamente en su cultura. Esta cultura

resultó tener un poder mayor que todas las otras fuerzas. Lo que digo aquí

respecto al derecho de la nación a fundamentar su cultura y su porvenir,

no es el eco de ningún "nacionalismo", sino que se trata de un elemento

estable de la experiencia humana y de las perspectivas humanistas del

desarrollo del hombre. Existe una soberanía fundamental de la sociedad

que se manifiesta en la cultura de la nación. Se trata de la soberanía por la

que, al mismo tiempo, el hombre es supremamente soberano. Al

expresarme así, pienso también, con una profunda emoción interior, en las

culturas de tantos pueblos antiguos que no han cedido cuando han tenido

que enfrentarse a las civilizaciones de los invasores: y continúan siendo

para el hombre la fuente de su "ser" de hombre en la verdad interior de su

humanidad. Pienso con admiración también en las culturas de las nuevas

sociedades, de las que se despiertan a la vida en la comunidad de la propia

nación — igual que mi nación se despertó a la vida hace diez siglos— y que

luchan por mantener su propia identidad y sus propios valores contra las

influencias y las presiones de modelos propuestos desde el exterior.

Al dirigirme a ustedes, señoras y señores, que se reúnen en este lugar desde

hace más de treinta años en nombre de la primacía de las realidades

culturales del hombre, de las comunidades humanas, de los pueblos y de

las naciones, les digo: velen, con todos los medios a su alcance, por esta

soberanía fundamental que posee cada nación en virtud de su propia

cultura. Protéjanla como a la niña de sus ojos para el futuro de la gran

familia humana. ¡Protéjanla! No permitan que esta soberanía fundamental

se convierta en presa de cualquier interés político o económico. No

permitan que sea víctima de los totalitarismos, imperialismos o

hegemonías, para los que el hombre no cuenta sino como objeto de

dominación y no como sujeto de su propia existencia humana. Incluso la

nación —su propia nación o las demás— no cuenta para ellos más que

como objeto de dominación y cebo de intereses diversos, y no como sujeto:

el sujeto de la soberanía proveniente de la auténtica cultura que le

pertenece en propiedad. ¿No hay, en el mapa de Europa y del mundo,

naciones que tienen una maravillosa soberanía histórica proveniente de su

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cultura, y que sin embargo se ven privadas de su plena soberanía? ¿No es

éste un punto importante para el futuro de la cultura humana, importante

sobre todo en nuestra época cuando tan urgente es eliminar los restos del

colonialismo?

Esta soberanía que existe y que tiene su origen en la cultura propia de la

nación y de la sociedad, en la primacía de la familia en la acción educativa

y, por fin, en la dignidad personal de todo hombre, debe permanecer como

el criterio fundamental en la manera de tratar este problema importante

para la humanidad de hoy, que es el problema de los medios de

comunicación social (de la información vinculada a ellos y también de lo

que se llama la "cultura de masas"). Dado que estos medios son los medios

"sociales" de la comunicación, no pueden ser medios de dominación sobre

los otros, tanto por parte de los agentes del poder político, como de las

potencias financieras que imponen su programa y su modelo. Deben llegar

a ser el medio —¡y de qué importancia!— de expresión de esta sociedad

que se sirve de ellos, y que les asegura también su existencia. Deben tener

en cuenta las verdaderas necesidades de esta sociedad. Deben tener en

cuenta la cultura de la nación y su historia. Deben respetar la

responsabilidad de la familia en el campo de la educación. Deben tener en

cuenta el bien del hombre, su dignidad. No pueden estar sometidos al

criterio del interés, de lo sensacional o del éxito inmediato, sino que,

teniendo en cuenta las exigencias de la ética, deben servir a la construcción

de una vida "más humana".

Fragmento del discurso del Papa JUAN PABLO II en la UNESCO. París,

lunes 2 de junio de 1980