1. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. · la ideología política, partidaria de la libertad y del gobierno...

20

Transcript of 1. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. · la ideología política, partidaria de la libertad y del gobierno...

1. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL.

Con las revoluciones liberales la burguesía ha conseguido el poder

político, no es una casualidad ni un capricho, lo necesita para llevar

a cabo una serie de transformaciones económicas que cambiarán

radicalmente la vida de la humanidad y que no hubieran sido

posibles con el poder absoluto del rey. Las transformaciones son, en

esencia, el paso del trabajo manual a la producción en la fábrica.

La revolución industrial, que es como se llama este proceso, se inicia

en Gran Bretaña, país que tiene unas condiciones idóneas para ello:

ha realizado la revolución agrícola, es un sistema parlamentario,

tiene capitales, mano de obra, fuentes de energía, innovaciones

mecánicas, ingenieros, transportes desarrollados…

La revolución industrial se va a dar en dos fases. La primera (primera

revolución industrial) de mediados del siglo XVIII a mediados del XIX,

caracterizada por el uso de la máquina de vapor para mover las

máquinas. La segunda (segunda revolución industrial) a finales del

XIX y primera mitad del XX caracterizada por las nuevas fuentes de

energía (petróleo y carbón) y por otras innovaciones.

Conocemos como revolución industrial a la aceleración de la

producción que se inició en Inglaterra a finales del siglo XVIII y

principios del XIX con la utilización de máquinas.

Tradicionalmente la revolución industrial se divide en dos fases, y así

las vamos a estudiar:

a) La primera revolución industrial que es la que se da a finales del

XVIII y hasta mediados del siglo XIX.

b) La segunda revolución industrial, se da a finales del siglo XIX y

principios del XX, en ella aparecen la electricidad y el petróleo

como principales fuentes de energía.

Las consecuencias fueron enormes, afectaron a todos los ámbitos

de la vida y no sólo al económico, por sus consecuencias hay

historiadores que la comparan con la revolución neolítica,

recordemos la trascendencia que tuvo para el hombre de la Edad

de Piedra el descubrimiento de la agricultura y la ganadería. Su

iImportancia es tal que va a marcar toda la política de los países en

los siglos XIX y XX.

I. La primera revolución industrial en Inglaterra.

La situación de partida: el Antiguo Régimen.

Ya veíamos en el tema anterior la situación económica que se vivía

durante el Antiguo Régimen, la economía era eminentemente agraria

y la supervivencia dependía de que hubiera buenas o malas

cosechas. El panorama industrial era muy limitado, aunque existía ya

la mentalidad capitalista en los empresarios (máximo beneficio al

menor coste posible e idea de competencia), a menudo coexistía

con estructuras gremiales que perduraban desde la Edad Media. La

industria más extendida era la artesanal y de carácter familiar; desde

el punto de vista de la tecnología casi no había máquinas y por

tanto la producción era meramente manual. El desarrollo industrial

contaba con importantes frenos para su desarrollo; entre estos frenos

estaba en primer lugar el poco crecimiento demográfico que hacía

que no aumentara la demanda de productos; en segundo lugar la

desorganización financiera y la falta de capital; y en tercer lugar la

intervención de los poderes públicos que con altos impuestos

impedían el desarrollo productivo.

La Revolución Agrícola.

Antes de que se desarrolle la revolución industrial se producen en el

campo inglés una serie de transformaciones importantes que

suponen el aplicar al campo la mentalidad capitalista. Hasta

entonces la forma de cultivar la tierra en Inglaterra consistía en que

todos los propietarios tenían la tierra en común, la trabajaban todos

y los beneficios se repartían a partes iguales. Los inconvenientes eran

muchos: un propietario no podía invertir más en su tierra ya que los

beneficios se repartían entre todos, no existía libertad para sembrar

lo que se quisiera, había que someterse a lo que decidiera la

mayoría; en esta situación la productividad era muy baja. El cambio

surge cuando el Parlamento Inglés autoriza por una ley (Enclousure

Act) el cercado de los campos. Las consecuencias serán enormes:

1º) Para empezar los agricultores que no tengan dinero para cercar

su finca tendrán que venderla y la comprarán los que sí tengan

medios, se produce así una concentración de la propiedad. La

burguesía, que tiene dinero, se va a hacer con grandes extensiones

y aplicará en ellas su mentalidad capitalista.

2º) Una vez cercadas el propietario es libre para invertir y cultivar lo

que le dé la gana. Se aplicarán innovaciones como el abonado de

los campos con lo que se acaba con el tradicional barbecho y la

rotación trienal de cultivos, así toda la tierra estará siempre cultivada;

se seleccionan semillas de buena calidad; se seleccionan razas

ganaderas que se especializan en carne, leche... Se utilizarán

maquinarias en las faenas agrícolas.

3º) Como consecuencia de todo lo dicho aumenta la producción

de forma espectacular, la agricultura produce alimentos para todos

y los beneficios económicos son enormes, esos beneficios se

reinvierten en la agricultura y el capital sobrante se utilizará en la

industria.

4º) Con la mecanización del campo y la concentración de

propiedades sobra mano de obra y se va a producir el éxodo de

la población del campo a la ciudad, en las ciudades habrá mano

de obra abundante para ser empleada en la industria.

El crecimiento de los medios financieros.

Para que se produzca la industrialización es necesario que haya una

gran concentración de capitales, las máquinas y la infraestructura

para instalar una industria son tan costosas que con el capital de

una sola familia es imposible comprarlos, es necesario echar mano

de instituciones que adelanten ese capital, nos referimos,

evidentemente, a los bancos. En la Inglaterra de finales del XVIII y

principios del XIX se ha producido esa importante acumulación de

capitales, ya hemos visto como la Revolución Agrícola ha generado

capitales importantes, por otro lado la tradicional actividad

económica de la burguesía británica, el comercio, genera también

una importante concentración de capitales; estos capitales serán

invertidos en la creación de un sistema bancario ordenado y

efectivo, sistema indispensable para iniciar cualquier inversión

importante.

Consecuencias de la Revolución Industrial.

Serán importantísimas. En primer lugar podemos hablar de

consecuencias económicas y podemos decir que la producción ha

aumentado muchísimo con el empleo de la mecanización, esto

además ha abaratado el coste de los productos; vemos, en

definitiva, cómo se ha pasado del taller artesanal a la fábrica. Se

produce también una separación definitiva entre los propietarios de

los bienes de producción (los dueños de la fábrica) y los

asalariados, separación que no era tan evidente en los talleres en

la época del Antiguo Régimen.

Desde el punto de vista social también se han producido

importantes transformaciones que trataremos en el siguiente tema. La

burguesía va a acceder al poder político y de clase dominada

pasa a dominante, acabando así la sociedad estamental

tradicional e iniciándose la sociedad de clases.

La Revolución Industrial trajo consigo la explotación de los

trabajdores (también mujeres y niños) por la burguesía. Aunque la

Revolución Industrial ha aportado productos abundantes y baratos

el enriquecimiento sólo ha afectado a los empresarios, los

trabajadores van a trabajar bajo condiciones de vida durísimas y

esto va a influir en el surgimiento de los movimientos obreros.

El auge del capitalismo.

Cuando a partir de las revoluciones liberales se asienta

definitivamente la burguesía en el poder, tiene ya el poder

económico y el poder político, va a crear leyes económicas que

lógicamente van a favorecer sus propios intereses; tales leyes se

basan en la no-intervención del Estado en la economía, la ley de la

oferta y la demanda como base de la regulación del mercado

donde la mano de obra es tratada como una mercancía más.

Señalar también que es la época del gran capital, que sin enormes

inversiones es imposible hacer frente a la renovación tecnológica

que exige la competencia, las empresas de carácter familiar van a ir

desapareciendo y los grandes bancos van a adquirir cada vez más

protagonismo. El volumen de intercambios comerciales va a

experimentar también un gran desarrollo. Si tomamos como referencia

dos años, 1870 y 1914 veremos como el comercio internacional casi

se ha cuadriplicado. De todas las transacciones comerciales

aproximadamente el 75 % eran El automóvil revolucionó los medios

de realizadas por Europa. Este desarrollo comercial venía dado

también por la profundización en los avances de esta II revolución

industrial que generó productos elaborados en grandes cantidades

y a precios muy asequibles.

Señalemos también que Europa (y Estados Unidos) se especializan

en la producción de productos industriales mientras que, debido al

desarrollo de los transportes, África, América del Sur y Asia serán

solamente productores de materias primas, materias primas

indispensables para la industria europea y por la obtención de las

cuales los países europeos se enfrentarán en guerras.

Los grandes costes de capitales que se necesitaban para ampliar

las empresas, así como el tratar de obtener mejores beneficios

controlando distintos sectores productivos, hicieron que muchas

empresas se concentrasen para mejorar su situación frente a la

competencia, esta concentración podía ser de dos tipos, o bien

vertical que consistía en la agrupación de empresas que intervenían

en la elaboración de un producto desde sus orígenes hasta el

producto acabado, o bien horizontal, empresas de un mismo

producto se unen para luchar contra la competencia.

2- LA ILUSTRACIÓN2

No puede considerarse todo el complejo movimiento intelectual

llamado Ilustración como una simple manifestación del empirismo.

Entran en ella otros elementos distintos, y muy principalmente los que

proceden del racionalismo idealista y, en última instancia, del

cartesianismo. Pero podemos incluir el pensamiento «ilustrado» en la

corriente empirista, por dos razones: en primer lugar, porque el

empirismo inglés depende, en buena parte, del racionalismo

continental, como hemos visto, y no excluye, sino al contrario, supone

la influencia de este; en segundo lugar, porque la Ilustración, en la

escasa medida en que es filosofía, se preocupa más de las

cuestiones del conocimiento que de las metafísicas, y sigue los

caminos empiristas, extremándolos hasta el sensualismo absoluto. Por

otra parte, los elementos más importantes de la Ilustración, el deísmo,

la ideología política, partidaria de la libertad y del gobierno

representativo, la tolerancia, las doctrinas económicas, etc., tienen

su origen en el pensamiento empirista de los siglos xvi a xvni.

La época de la Ilustración —el siglo xvni— representa el término de la

especulación metafísica del xvn. Después de casi una centuria de

intensa y profunda actividad filosófica, encontramos una nueva

laguna en que el pensamiento filosófico pierde su tensión y se

trivializa. Es una época de difusión de las ideas del periodo anterior.

Y la difusión tiene siempre esa consecuencia: las ideas, para actuar

en las masas, para transformar la superficie de la historia, necesitan

trivializarse, perder su rigor y su dificultad, convertirse en una

superficial imagen de sí mismas.

Entonces, a cambio de dejar de ser lo que en verdad son, se

extienden y las masas participan de ellas. En el siglo xvni, una serie

de escritores hábiles e ingeniosos, que se llaman a sí mismos, con

tanta insistencia como impropiedad, «filósofos». Estas ideas, al cabo

2 MARÍAS, J; HISTORIA DE LA FILOSOFÍA, Biblioteca de la Revista de Occidente. Madrid, 1941.

de unos años, llenan el ambiente, se las respira, se convierten en el

supuesto sobre el que se está.

Nos encontramos en un mundo distinto. Europa ha cambiado

totalmente, de un modo rápido, casi brusco, revolucionario. Y esta

transformación de lo que se piensa determinará poco después la

radical mudanza de la historia que conocemos con el nombre de

Revolución francesa.

La Ilustración en Francia

Desde fines del siglo xvn y durante todo el siglo xvm se opera en

Francia un cambio de ideas y convicciones que altera el carácter

de su política, de su organización social y de su vida espiritual. De

1680 a 1715 se producen las mayores variaciones sustanciales;

desde entonces, todo será una labor de difusión y propagación de

las nuevas ideas; pero el esquema de la historia francesa ha

cambiado ya. De la disciplina, de la jerarquía, de la autoridad, de

los dogmas, se pasa a las ideas de independencia, de igualdad,

de una religión natural, incluso de un concreto anticristianismo. Es el

paso de la mentalidad de Bossuet a la de Voltaire; la crítica de

todas las convicciones tradicionales, desde la fe cristiana hasta la

monarquía absoluta, pasando por la visión de la historia y las normas

sociales. Es una efectiva revolución en los supuestos mentales de

Francia; y, como Francia entonces es el país rector de la comunidad

europea, de Europa toda. (Véase el magnífico libro de Paul Hazard:

La crisis de la conciencia europea.)

LA ENCICLOPEDIA

La Ilustración quiere reunir todos los conocimientos científicos y

hacerlos asequibles a los grandes círculos.

Los problemas rigurosamente filosóficos —no digamos ya

teológicos— pasan a segundo plano. La «filosofía» se refiere ahora,

principalmente, a los resultados de la ciencia natural y a las doctrinas

empiristas y deístas de los ingleses; es una vulgarización de la porción

menos metafísica del cartesianismo y del pensamiento británico, a la

vez. Por una parte, el pensamiento es racionalista y, por consiguiente,

revolucionario: pretende plantear y resolver las cuestiones de una

vez para siempre, matemáticamente, sin tener en cuenta las

circunstancias históricas; por otra parte, la teoría del conocimiento

dominante es el empirismo sensualista. Las dos corrientes filosóficas,

la continental y la inglesa, convergen en la Ilustración.

El órgano adecuado para esta vulgarización de la filosofía y la

ciencia es la «Enciclopedia». Y, en efecto, el primer representante

típico de este movimiento, Fierre Bayle (1647-1706) es el autor de

una: el Dictionnaire historíque et critique. Bayle ejerció una crítica

aguda y negativa acerca de numerosas cuestiones. Aunque no

negaba las verdades religiosas, las hacía completamente

independientes de la razón, y aun contrarias a ella. Es escéptico, y

considera que la razón no puede comprender nada de los dogmas.

Esto, en un siglo prendado de la razón, tenía que abocar a un

apartamiento total de la religión; de la abstención se pasa a la

negación resuelta; γ los enemigos del cristianismo utilizan luego

ampliamente las ideas de Bayle.

Los Enciclopedistas.

Pero mucha más importancia tuvo la llamada Enciclopedia o

diccionario razonado de las ciencias, artes y oficios, publicada de

1750 a 1780, a pesar de las prohibiciones que intentaron oponerse

a su impresión. Los editores de la Enciclopedia eran Diderot y

d'Alembert; los colaboradores eran las mayores figuras del tiempo:

Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Turgot, Holbach y otros muchos. La

Enciclopedia, que a primera vista no era más que un diccionario, fue

el vehículo máximo de las ideas de la Ilustración. Con cierta

habilidad deslizaba los pensamientos críticos y atacaba a la Iglesia

y todas las convicciones vigentes. De los dos editores, d'Alembert era

un gran matemático, y escribió, aparte de su colaboración científica,

el Discurso preliminar, con un intento de clasifición de las ciencias.

Diderot fue un escritor fecundo, novelista, dramaturgo y ensayista,

que terminó en una orientación casi enteramente materialista y atea.

Voltaire.

Frangois Arouet de Voltaire (1694-1778) fue un gran personaje de

su época. Su fama fue extraordinaria, y le valió la amistad de

Federico el Grande de Prusia y de Catalina de Rusia. Su éxito y su

influencia fueron incomparables en el siglo xviii. Ningún escritor fue tan

leído, comentado, discutido, admirado. El valor real de Voltaire

responde desigualmente a esta celebridad. Tenemos que distinguir

en él tres aspectos: la literatura, la filosofía y la historia.

Voltaire es un escritor excelente. La prosa francesa ha llegado en él

a una de sus cimas; es enormemente agudo, ingenioso y divertido.

Sus cuentos y sus novelas, en especial, acusan un espléndido talento

literario. Filosóficamente es una cosa muy distinta.

Ni es original ni profundo. Su Dictionnaire philosophique está

impregnado de las ideas filosóficas del siglo xvn, que comparte en

lo que tienen de más superficial: el empirismo, el deísmo y la imagen

física del mundo, popularizada. Voltaire, pues, no tiene verdadero

interés filosófico. Sus críticas irreligiosas, que en su época fueron

demoledoras, nos parecen hoy ingenuas e inofensivas. Tuvo una falta

de vista total para la religión y el cristianismo, y su hostilidad es el

punto en que se revela más claramente la inconsistencia de su

pensamiento. No es solo que ataque al cristianismo, sino que lo hace

con una superficialidad absoluta, desde una posición anticlerical, sin

conciencia siquiera de la verdadera cuestión.

La aportación más interesante y profunda de Voltaire es su obra

histórica. Escribió un libro sobre la gran época anterior titulado Le

siécle de Louis XIV. Pero su principal obra historiográfica es el Essai

sur les mozurs et l'esprit des nations. Aquí aparece por primera vez una

idea nueva de la historia. Ya no es crónica, relato de hechos, o

sucesos, simplemente, sino que su objeto son las costumbres y el

espíritu de las naciones. Aparecen, pues, los pueblos como unidades

históricas con un espíritu y unas costumbres; la idea alemana del

Volksgeist, del «espíritu nacional», es, como ha mostrado Ortega, la

simple traducción del esprit des nations. Voltaire encuentra un nuevo

objeto de la historia, y esta da en sus manos el primer paso para

convertirse en auténtica ciencia, aunque no logra superar el

naturalismo.

Montesquieu

El barón de Montesquieu (1689-1755) significó una aportación

distinta al pensamiento de la Ilustración. Es también un ingenioso

escritor, sobre todo en sus Lettres persones, donde hace una crítica

llena de gracia y de ironía de la sociedad francesa de su tiempo.

Pero, sobre todo, es escritor político e histórico. Su obra capital es

L'esprit des lois. Su tesis es que las .leyes de cada país son un reflejo

del pueblo que las tiene; el naturalismo de la época hace que

Montesquieu subraye especialmente la influencia del clima.

Montesquieu conoce tres formas de constitución, que se repiten en

la historia; en primer lugar, el despotismo, en que no cabe más que

la obediencia temerosa, y luego, dos formas de Estado, en las que

descubre un motor de la historia, distinto para cada una de ellas. En

la monarquía, el motor principal es el honor; en la república, la virtud.

Cuando estos faltan en su régimen respectivo, la nación no marcha

como debe. Montesquieu, mediante esta teoría, da un complemento

decisivo a la idea de la historia en Voltaire: un elemento dinámico

que explica el acontecer histórico. (Cf. Ortega: Guillermo Dilthey y la

idea de la vida.)

ROUSSEAU

Rousseau, a pesar de sus conexiones con los enciclopedistas, tiene

un lugar aparte en la historia del pensamiento. Nació Jean-Jacques

Rousseau en Ginebra, en 1712. Era hijo de un relojero protestante y

tuvo una infancia de precoz excitación imaginativa.

Después su vida fue errante y azarosa, con frecuentes indicios de

anormalidad. Sus Confessions, un libro en que exhibe,

románticamente, su intimidad, son el mejor relato de ella. Alcanzó un

premio ofrecido por la Academia de Dijon con su Discours sur les

sciences et les arts, en el que negaba que estas hubiesen

contribuido a la depuración de las costumbres. Este estudio lo hizo

famoso. Rousseau considera que el hombre es naturalmente bueno,

y que es la civilización quien lo echa a perder. Su imperativo es la

vuelta a la naturaleza. Este es el famoso naturalismo de Rousseau,

fundado en ideas religiosas, que arrancan de su calvinismo originario.

Rousseau prescinde del pecado original y afirma la bondad natural

del hombre, a la que debe volver. Estas ideas inspiran otro trabajo

suyo, el Discours sur l'origine de l'inégalité parmi les hommes, y las

aplica a la pedagogía en su famoso libro Entile. Rousseau

representa una fuerte reacción sentimental contra la sequedad fría y

racionalista de la Enciclopedia, y escribe una novela apasionada y

lacrimosa, que tuvo un éxito inmenso: la Julie, ou la Nouvelle Hélótse.

Con este naturalismo se enlaza la idea de la religión. Rousseau se

convirtió al catolicismo, luego nuevamente al calvinismo y terminó en

una posición deísta; la religión de Rousseau es sentimental; encuentra

a Dios en la Naturaleza, ante la que experimenta profunda

admiración.

Pero las consecuencias más graves las ha tenido la filosofía social

de Rousseau. Su obra acerca de este tema es el Contrato social.

Los hombres, desde el estado de naturaleza, hacen un contrato

tácito, que es el origen de la sociedad y del Estado. Estos se fundan,

pues, para Rousseau, en un acuerdo voluntario; el individuo es

anterior a la sociedad. Lo que determina el Estado es la voluntad;

pero Rousseau distingue, aparte de la voluntad individual, dos

voluntades colectivas: la volante genérale y la volante de tous. Esta

es la suma de las voluntades individuales, y casi nunca es unánime;

la que importa políticamente es la volante genérale, la voluntad de

la mayoría, que es la voluntad del Estado. Esto es lo importante. La

voluntad mayoritaria, por serlo, es la voluntad de la comunidad como

tal; es decir, también de los discrepantes, no como individuos, sino

como miembros del Estado. Este es el principio de la democracia y

del sufragio universal. Lo importante aquí es, por una parte, el respeto

a las minorías, que tienen derecho a hacer valer su voluntad; pero, a

su vez, la aceptación de la voluntad general por las minorías, como

expresión de la voluntad de la comunidad política. Las

consecuencias de estas ideas han sido profundas. Rousseau murió

en 1778, antes de iniciarse la Revolución francesa; pero sus ideas

contribuyeron esencialmente a moverla y han influido largamente en

la historia política europea.

3-LAS REVOLUCIONES LIBERALES

En el presente vamos a ver cómo la burguesía va a conquistar el

poder político a través de una revolución. Pero no lo tiene fácil, los

partidarios del régimen tradicional se oponen, y tras la caída del

poder de Napoleón (en donde ha desembocado la revolución)

tratan de reimplantar el Antiguo Régimen. Intento efímero pues la

burguesía volverá a la carga en una serie de oleadas

revolucionarias en la primera mitad del siglo XX. 1820, 1830 y 1848

son los intentos de conseguir el poder, tras ellos el absolutismo habrá

desaparecido en Europa. En todas esas revoluciones encontramos

dos componentes: el liberalismo político (separación de poderes,

monarquía parlamentaria o república, elecciones…) o el

nacionalismo (exaltación de la nación y sus señas de identidad para

diferenciarse de sus vecinos). Este último ingrediente predomina en

los procesos de unidad territorial culminados en 1870 en Italia y

Alemania.

Fueron varios los lugares donde la burguesía inició el proceso

revolucionario para hacerse con el poder. El primer ejemplo

importante fue la lucha por su independencia de las colonias

inglesas en América del Norte, la burguesía llevaba la voz cantante

y de este proceso salió una nueva nación: Estados Unidos.

Pero este acontecimiento, a pesar de ser importante, no es

demasiado significativo ya que en América no había nobleza y clero

contra el que luchar, ni la autoridad directa y próxima de un rey

absoluto. Por ello nosotros nos centraremos en los casos europeos,

en la Revolución Francesa de 1789 y las posteriores oleadas

revolucionarias que sacudieron a Francia y a todo el Viejo

Continente.

LA REVOLUCIÓN FRANCESA DE 1789.

Causas

Entre ellas tenemos que distinguir dos tipos, por un lado las llamadas

causas estructurales, es decir, aquellas que se remontan a mucho

tiempo atrás y que se basan en lo desfasado del Antiguo Régimen;

y por otro lado las causas coyunturales o aquéllas que se dan en

una coyuntura o momento concreto, es decir, justo antes del estallido

revolucionario.

a) Causas estructurales.

Económicas. La burguesía tiene el poder económico, pero no goza

de libertad para el desarrollo de sus actividades productivas ya que

el rey le impone un rígido control en el marco del mercantilismo y un

número elevado de impuestos; aspira a un régimen político que le

dé total libertad para comerciar... Sociales. La forma de concebir la

sociedad no ha cambiado desde la Edad Media, es una sociedad

injusta en la que dos estamentos que representan a una minoría de

la población controlan gran parte de la tierra y gozan de privilegios.

La burguesía, un grupo social que ha crecido mucho en los dos

últimos siglos, aspira a una sociedad más igualitaria y sin privilegios, y

organizada según sus intereses.

Ideológicas. La burguesía ha asumido los principios de los

ilustrados.

Recordemos que las ideas de los ilustrados sometían todo a la crítica

de la razón. Los reyes ilustrados tomaron algunas ideas de estos

pensadores pero no otras que iban contra su poder. Es en este

grupo de ideas (división de poderes, monarquía parlamentaria,

derechos del hombre, igualdad ante la ley...) donde va a encontrar

la justificación de sus pretensiones.

Políticas. El rey seguía teniendo un control total y absoluto de todos

los poderes del Estado y los ministros que nombraba pertenecían

mayoritariamente a la nobleza y al clero, estamentos en decadencia

y casi siempre arruinados. Esto contrastaba con la pujanza de la

burguesía, un grupo en expansión que controlaba el comercio y la

industria y que aportaba al estado gran parte de sus ingresos. La

burguesía, haciéndose eco de las ideas ilustradas, se va a ir

alejando de la monarquía y se planteará como objetivo conquistar

el poder y transformar la monarquía absoluta en parlamentaria.

b) Causas coyunturales.

Se dan inmediatamente antes del estallido revolucionario de 1789.

Toda Europa y Francia en particular padecieron en 1787 una

terrible crisis de subsistencia (malas cosechas y subidas

espectaculares de los precios con las consiguientes hambrunas y

muertes) que produjo un hondo descontento popular tanto en el

campo como en las ciudades.

Debido a las malas cosechas el Estado no recauda casi impuestos

y se da una crisis financiera que, básicamente, consistía en que el

Estado gastaba mucho más de lo que ingresaba. La solución que

encontraron varios ministros de economía como Brienne o Calonne

era que la nobleza y el clero pagaran impuestos como hacía el

tercer Estado.

Etapas del proceso revolucionario.

a) Las vísperas de la revolución.

Lógicamente estos dos estamentos no estaban dispuestos a pagar

y se produjo lo que se llamó la Revuelta de los privilegiados, un

levantamiento de la nobleza y el clero solicitando al rey la

convocatoria de los Estados Generales, una reunión de los tres

estamentos que no se producía desde 1614, y que en esa

asamblea se decidiera si pagaban o no impuestos. Esta exigencia

tenía trampa pues aunque el Tercer

Estado tenía más representantes que los otros dos, el voto no era

por cabeza sino por estamento y así la nobleza y el clero tenían dos

votos frente a uno del pueblo. El 5 de mayo se abre solemnemente

la gran reunión de los Estados Generales. La discusión más

importante –y la clave de la cuestión- era la forma de votación, el

número de componentes era el siguiente: clero 291, nobleza 270 y

el Tercer Estado 578.

El clero y la nobleza pedían un voto por estamento, el tercer estado

un voto por persona. Tras agrias polémicas durante varias semanas

el rey disuelve la reunión el día 20 de junio sin haberse llegado a

ningún acuerdo.

b) La Asamblea Constituyente (1789-1791).

Los representantes del Tercer Estado y algunos miembros de la

nobleza y el clero se retiran al local del Juego de

Pelota, se constituyen en Asamblea Nacional, es decir, en los únicos

representantes de la nación y se disponen a redactar una

constitución para el país que garantice la división de poderes y

establezca la monarquía parlamentaria. El rey titubea, no sabe qué

hacer, quiere evitar un derramamiento de sangre. En ese momento el

pueblo de París, instigado por los burgueses se levanta el 14 de Julio

y toma La Bastilla, cárcel donde el rey tenía a los que se oponían a

su poder o no pagaban los impuestos.

Es el inicio de la Revolución. El rey, la nobleza y el clero, ante el cariz

que toman los acontecimientos no tienen más remedio que admitir la

situación y reconocer a la Asamblea Constituyente como

gobernante legítimo y aprobar las leyes que ésta decida. Entre la

obra de esta Asamblea está la aprobación de la Declaración de

los derechos del hombre y del ciudadano, donde se reconoce el

derecho a la libertad, a la igualdad y a la propiedad; la soberanía

nacional, es decir, que la nación es la dueña de sus destinos y no el

rey; la separación de poderes; la supresión de los privilegios de la

nobleza y el clero; la Constitución Civil del Clero por la que los

religiosos se convertían en funcionarios del Estado y al que debían

fidelidad... Casi todos estos principios se plasmaron en la

Constitución de 1791 que además establecía el sufragio censitario

(sólo podían votar los ciudadanos que tuvieran más ingresos). A

pesar de todo el rey conservaba mucho poder en esta Constitución,

ya que tiene el poder ejecutivo o facultad para elegir a los ministros

del gobierno.

c) Asamblea Legislativa (1791-1792).

Es una etapa moderada. Entre los distintos partidos o tendencias se

van a consolidar dos: por un lado los girondinos que representan a

la alta burguesía de las provincias, y por otro los jacobinos que

agrupan a la baja burguesía y tiene un alto componente radical; a

estos dos grupos habría que añadir las masas populares de París los

-sans cullottes- que cobrarán especial protagonismo en la etapa

siguiente. En el plano jurídico se aprueban leyes que desarrollan más

la Constitución de 1791. Una gran cantidad de nobles huye del

país. En esta etapa Francia declara la guerra a Austria, el rey,

disfrazado, intenta huir en agosto de 1792 para unirse a los

austriacos y así derrotar a la Revolución, es descubierto y destituido;

debido a estos acontecimientos en septiembre se proclama la

República.

d) Convención (1792-1794).

Una vez disuelta la Asamblea la flamante República Francesa estará

gobernada por una Convención que recibe el poder ejecutivo que

antes estaba en manos del rey. En esta Convención vamos a

encontrar dos momentos distintos: en el primero gobiernan los

girondinos y en el segundo los jacobinos.

Gobierno girondino. El hecho más destacado de su gobierno es la

ejecución de Luis XVI tras considerarle traidor a la patria. Este hecho

ocasiona que todos los demás países europeos declaren la guerra

a la Francia revolucionaria. En el campo una nueva crisis de

subsistencia y el reclutamiento masivo de campesinos para la guerra

producen un gran descontento que se extiende a las ciudades. En

este ambiente los jacobinos aliados a los sans-cullottes se hacen

con el poder.

Gobierno jacobino. La revolución se radicaliza y entra en la etapa

más sangrienta, etapa que recibe el nombre de Terror, los opositores

políticos son guillotinados y le represión de Robespierre no respeta

ni a los miembros de su propio partido. En el plano político se

aprueba la Constitución de 1793 que presenta la novedad de

elegir a los representantes por primera vez a través del sufragio

universal.

e) Directorio (1795-1799).

La situación a la que los jacobinos tenían sometido al país no podía

durar mucho tiempo, la alta burguesía (propietarios, profesionales

liberales...) da un golpe de Estado y se hace con el poder. La gente

estaba ya cansada de sangre y pedía paz y tranquilidad.

Se redacta en esta época la Constitución de 1795, que presenta,

como es lógico, un carácter moderado y el retorno al sufragio

censitario o restringido. En esta ley el poder ejecutivo se entrega a

cinco directores, y de ahí le viene el nombre al periodo. En el

aspecto militar Francia ha ido derrotando a todos los ejércitos

europeos y ha ensanchado sus fronteras, cuenta con un general de

gran talento: Napoleón Bonaparte, que cada vez adquirirá más

importancia y poder.

f) Consulado (1799-1804).

Napoleón, cada vez con más poder y popularidad tras sus victorias,

da un golpe de Estado el 9 de noviembre de 1799 y acaba con el

Directorio, el poder ejecutivo sería ejercido por tres cónsules, uno de

ellos, el primero, Napoleón. En ese mismo año se impulsa la

Constitución de 1800 que consagra el fin de la Revolución y una

cierta reconciliación con el Antiguo Régimen, en ella no hay

separación de poderes ni la típica Declaración de los Derechos del

Hombre. La aproximación a los partidarios del Antiguo Régimen se

ve claramente en la firma de un acuerdo con la Iglesia, que deja de

ser perseguida y se convierte en fiel aliada de Napoleón.

Paralelamente continúa sus campañas victoriosas contra Austria,

Prusia y Rusia. En el orden interno se convierte en un gran reformador

al impulsar una mayor centralización administrativa, impulsar un nuevo

sistema educativo con la creación de los primeros institutos de

enseñanza secundaria, y elaborar un código civil que tendría un

gran impacto en toda Europa.

En el año 1802 el joven general consigue ser nombrado Cónsul

Vitalicio, es decir, para toda la vida, su idea de perpetuarse en el

poder es evidente, nadie hacía sombra a este dirigente. Dos años

después a través de un plebiscito o referéndum se proclama

emperador. La Revolución que se inició contra el poder absoluto de

un hombre, Luis XVI, desemboca en un poder todavía más fuerte en

la figura de Napoleón

Bonaparte.

Liberalismo y nacionalismo.

La Revolución Francesa y las tropas de Napoleón habían extendido

por Europa ideas que eran imposibles de borrar y que se

identificaban automáticamente con la burguesía: liberalismo y

nacionalismo.

El liberalismo es una doctrina básica e irrenunciable de la mentalidad

burguesa, se basa en la libertad absoluta del individuo para

expresar sus ideas, reunirse, conservar sus propiedades... sin que

ningún poder pudiera acabar con ellas. En lo político el liberalismo

recibe el nombre de liberalismo político y es una síntesis de las ideas

de los ilustrados: división de poderes, parlamentos elegidos por la

nación como poder legislativo, sufragio censitario, monarquía

parlamentaria o república como forma de gobierno... En el aspecto

productivo el liberalismo recibe el nombre de liberalismo económico

que resume el pensamiento de los ilustrados basado en que el

estado no intervenir en economía, solamente la ley de la oferta y la

demanda deben regular el mercado; estos principios fueron

formulados en el XVIII por Adam Smith.

Junto al liberalismo aparece otra idea constante en el pensamiento

burgués: la idea de nación. Hasta la Revolución no existía un

sentimiento especialmente fuerte por pertenecer a un pueblo o a

una comunidad, había una mentalidad más universalista. Es a partir

de 1789 cuando se empieza a hablar de la nación como conjunto

de ciudadanos con unas características comunes, y esa nación es

la dueña de sus destinos y no el rey como hasta entonces. Los

ejércitos franceses llevaron por Europa la idea de nación. Una vez

llegados a este punto hemos de aclarar dos conceptos que se

utilizan a veces como sinónimos pero que son distintos: nación y

estado. Nación: es el conjunto de individuos que pertenecen a una

comunidad que tiene una lengua, una religión, costumbres, derechos

e historia comunes.

Estado: es una unidad política con fronteras internacionales

reconocidas.

Muchas naciones están divididas entre varios estados distintos y, en

otros casos, muchas naciones viven dentro de estados en los cuales

no se sienten a gusto, el objetivo de todas estas naciones es

constituirse en estados independientes. Estas ideas se llevarán a la

práctica en la siguiente oleada de revoluciones que además del

liberalismo encontraremos el nacionalismo como componente

fundamental. El nacionalismo quedará plasmado en el romanticismo,

movimiento cultural y artístico que se basa en las pasiones del

hombre frente a lo racional de etapas anteriores.

4- INTRODUCCIÓN A LAFILOSOFÍA MARXISTA4

I. MARX Y EL MARXISMO

Con el nombre de marxismo, entendemos el sistema de pensamiento

ideado por Karl Marx, con la ayuda de Federico Engels, que ha

influido mucho en el pensamiento y en la sociedad desde mediados

del siglo XIX. Más tarde este sistema fue continuado por Lenín

(marxismo-leninismo), así como por Stalin, Mao-Tse-Tung, etc. Además

de los partidos comunistas, hay también numerosos pensadores

socialistas democráticos, que aceptan en parte los principios del

marxismo.

El influjo del marxismo se ha dado no solamente en las ideas, sino en

la vida práctica. Pues a lo largo de la mayor parte del siglo XX, y

con supervivencias en los comienzos del siglo XXI, muchos millones

de personas han sufrido en diversos países la privación de los

derechos humanos más elementales bajo regímenes comunistas, y

otros han tenido que padecer las consecuencias de la violencia

revolucionaria y del materialismo marxista. El marxismo no es,

simplemente, un sistema económico entre otros, sino una filosofía, una

ideología, una “cosmovisión” (concepción completa del mundo, del

hombre y de la vida).

Karl Marx nació el 5-V-1818 en Tréveris (Renania, Alemania). Sus

padres pertenecían a la clase media y eran de raza judía. Abrazaron

el protestantismo, parece que por conveniencia. Karl Marx estudió

en el gimnasio de Tréveris, en la Universidad de Bonn (Leyes) y en la

Universidad de Berlín, donde todavía conservaba mucho prestigio e

influjo el filósofo Hegel. En 1838 hizo su tesis doctoral sobre el

materialismo de Epicuro. En 1841 la presentó en la Universidad de

Jena. En esta tesis aparece ya su concepción materialista de la vida,

y su rechazo de la religión (al inicio de su obra puso las palabras

del “Prometeo” de Esquilo: “En una palabra, odio a todos los dioses”).

4 Balbín, R,M. INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA MARXISTA

Por esas fechas se entusiasma con la filosofía materialista de

Feuerbach. En 1842 se dedica al periodismo en Colonia, pero al

poco tiempo tiene que dejarlo y abandonar Alemania. Trata de

continuar su periódico en Paris, pero tiene también que dejarlo, por

dificultades financieras. De 1843 a 1846 se dedica en Paris a los

estudios de Historia, Economía y Política. Conoció a los anarquistas

Bakunin y Proudhon. Tuvo gran amistad y trabajó con Federico Engels

en la publicación de sus libros y en la promoción de proyectos

revolucionarios. En 1848 publica el Manifiesto del partido comunista.

En 1859 la Crítica de la economía política. En 1867 El Capital. Fue

expulsado de París y en Inglaterra funda en 1864 la Primera

Internacional (Asociación Internacional de Trabajadores). El 14 de

marzo de 1883 muere en Londres, en la miseria, sin haber logrado

terminar su máxima obra: El Capital.

En aquella época imperaba, en Renania y en toda Europa, el

liberalismo político: proclamación de la completa libertad de cada

individuo frente al Estado, declaración de los derechos del hombre,

soberanía popular. En nombre de la libertad de los ciudadanos el

Estado no interviene en los problemas de la sociedad, y se producen

gravísimas injusticias. Aunque la burguesía ha realizado una

revolución política contra la antigua aristocracia, hay en ésta época

una profunda depresión social: la revolución industrial ha producido

concentración de capital y la aparición de una legión de obreros

que trabajan en condiciones inhumanas, con míseros salarios y sin

posibilidad de sindicalizarse.

El marxismo denuncia estas injusticias, como otras personas e

ideologías de la época, pero va más allá: más que remediar

injusticias concretas le interesa realizar la revolución total. Crítica a

los otros socialismos de la época, a los que llama “utópicos o

reformistas”, proponiendo por su parte un socialismo “científico”. Entra

en pugna, con los movimientos obreristas contemporáneos,

rechazando el reformismo y también el anarquismo.

La crítica de los abusos capitalistas y de la miseria proletaria se lleva

a cabo dentro de una ideología totalizante y ambiciosa; se rechaza

la apropiación individual de las mercancías industriales, ya que su

producción es colectiva. Y se afirma que la inexorable

concentración del capital lo lleva a su propia ruina.

El ambiente intelectual es por aquel entonces positivista y

materialista: Augusto Comte reduce todas las ciencias a la ciencia

experimental que permitirá un progreso irreversible para la

humanidad, Charles Darwin y Hubert Spencer afirmarán el origen

evolucionista, a partir de la materia, del hombre y aun de toda la

realidad.

Es notable la influencia en el marxismo de varias construcciones

filosóficas anticristianas: de Strauss (la religión es un mito), de Bauer

(la religión es “la desgracia del mundo”), de Feuerbach (la religión es

una creación del hombre). Destaca especialmente el influjo de

Hegel, quien realizó una construcción idealista de vastas

proporciones; habla de un Absoluto, de apariencia religiosa, pero

sin dogma, moral, culto ni iglesia. Toda la realidad es para él un

movimiento único y total de la Razón (creaciones culturales de la

humanidad), al término del cual se encuentra el Espíritu Absoluto. Ese

movimiento se lleva a cabo a golpe de contradicciones (dialéctica)

y tiene tres fases que se van repitiendo constantemente: tesis, antítesis

y síntesis. Toda la realidad sería un producto de esa Razón

supraindividual, que estaría dotada de un dinamismo propio y no

recibido de nadie.

Cuando ha sido necesario el comunismo marxista se ha presentado

como partido democrático, buscando la vía democrática al poder

(vía democrática para que el poder deje de ser democrático). Se

ha actuado dentro o fuera de la ley, según conviniera. El marxismo

revolucionario se proclama salvador y lo promete todo; porque si

triunfa nadie podrá reclamarlo. Cuando triunfe la táctica comienza

la estrategia: la exportación de la revolución a otros países.

II. EL MATERIALISMO DIALÉCTICO

Desde fines del siglo XVIII la humanidad ha presenciado un acelerado

cambio de sus condiciones de vida: ha habido importantes

descubrimientos científicos y tecnológicos. Se ha abierto una nueva era a

través de la investigación científica, la exploración del espacio, los

sorprendentes avances de la cibernética. A la vez la ciencia del siglo XX

fue aprendiendo a tener una conciencia más clara de sus limitaciones,

cosa que no tenía la ciencia del siglo XIX, y en concreto Marx y Engels,

cuando idearon el materialismo dialéctico, sistema de gran rigidez y

dogmatismo, que trata de explicar en su conjunto el universo material. El

análisis marxista de la realidad se auto-presenta como científico, necesario,

ineludible. Las alienaciones, que rebajan al hombre, se producirían

inexorablemente para ser también inexorablemente suprimidas por la

revolución. El capitalismo se hundiría por sí mismo, para dar lugar a la

dictadura del proletariado y la sociedad sin clases.

El hombre procedería completamente por evolución, a partir de las fuerzas

de la materia. La materia es, además, dialéctica. Esto quiere decir que está

formada por contradicciones internas, conflictos de aspectos contrarios,

por ejemplo: electricidad positiva y negativa, acción y repulsión, macho y

hembra, burguesía y proletariado. Un aspecto cualquiera de la realidad

(tesis) vendría negado por su contrario (antítesis) y este sería superado a

su vez por una nueva negación (síntesis). La contradicción sería condición

necesaria del progreso. Y la dialéctica explicaría también todas las

transformaciones de la sociedad. La dialéctica se llevaría a cabo

mediante tres leyes: que la realidad esté compuesta de aspectos

contradictorios (ley de los contrarios), que un ser en movimiento progrese

necesariamente hacia su propia negación (ley de la negación), y que un

desenvolvimiento cuantitativo y continuo en una realidad termina con

frecuencia por producir una forma enteramente nueva (ley de la

transformación).

III. EL MATERIALISMO HISTÓRICO. CRÍTICA DE LAS ALIENACIONES

El materialismo histórico constituye la explicación marxista de la historia y de

la sociedad. En principio es una aplicación particular de una teoría

general de la realidad (materialismo dialéctico).

Las alienaciones suponen separación y ruptura del ser humano con

respecto a sí mismo. Serán eliminadas mediante la revolución. De esta

manera Marx ve al hombre perdido y engañado, ajeno a sí mismo: en las

mercancías o productos industriales, en las clases sociales, en la estructura

estatal, en el pensamiento filosófico, en la religión.

La religión constituye para el marxismo la alienación más irreal, la que más

aleja al hombre de sí mismo. Es pura ilusión, “pura miseria”, “abyección”,

“pérdida radical de sí”; “el suspiro de la criatura abrumada, el corazón de

un mundo sin corazón”, “el opio del pueblo”. De ese modo la “crítica de la

religión es la condición de toda crítica”. Y eso porque constituiría una

evasión al más allá, una justificación conservadora de los males de este

mundo, que lleva a caer en un ensueño (opio). Cambiando las condiciones

sociales, la religión será completamente superflua y no existirá más. Nada

de ella será asumido en la futura sociedad comunista. “La crítica de la

religión conduce a la doctrina de que el hombre es para el hombre el ser

supremo”.

El pensamiento abstracto, la filosofía, sería otra ilusión alienante: una

alienación intermedia entre la religión y la política; la apariencia de

conocer las cosas como son: en su ser, esencia, naturaleza, pero de modo

teórico, abstracto, irreal. “Es en la práctica donde el hombre tiene que

demostrar la verdad”; “los filósofos no han hecho más que interpretar el

mundo de diversas maneras; lo que importa es transformarlo”.

Otra alienación es la política, que se denuncia al criticar la filosofía

hegeliana del derecho y del Estado. Este último no sería sino un instrumento

de dominación y opresión en manos de la burguesía: una conciliación

ilusoria de los contrapuestos intereses de clase.

La alienación social consiste en la explotación de la mayoría

(proletariado) por un grupo de privilegiados (burguesía). Es preciso que los

proletarios adquieran conciencia de clase y que lleven a cabo la

revolución. El motor del progreso social será la lucha de clases, que ha de

ser radical; como absoluta es la oposición entre la burguesía y el

proletariado. La burguesía, mediante la explotación, prepara sus propios

sepultureros. La antítesis total de la burguesía es el proletariado, que

carece de dinero, de cultura, de tradición, de virtudes. Ese es un privilegio

revolucionario: ser pura negación. Sólo puede subvertirse totalmente el

status burgués con la negación dialéctica (revolución). La síntesis

superadora será la sociedad comunista sin clases.

La alienación económica es la causa radical de los males humanos, y por

tanto también de las otras alienaciones. La verdadera estructura de la

sociedad viene constituida por las relaciones económicas de producción.

La sociedad, la política, la filosofía, la religión, etc., son solamente

superestructuras, dependientes totalmente de la estructura económica: “el

molino movido a mano nos da una sociedad con señor feudal; el molino

mecánico, la sociedad del capitalismo industrial”’.

Hay así una oposición dialéctica entre la producción, que es colectiva, y

la apropiación de sus beneficios, que es individual. De un modo inexorable

ello producirá una concentración creciente del capital y el aumento del

número de los proletarios. Así llegará la crisis del sistema y la revolución

proletaria, acto total y definitivo. La dictadura del proletariado será la

“expropiación de los expropiadores”.

Después se llegará a la sociedad comunista del futuro, sin clases y sin

alienaciones: “una sociedad donde el libre desarrollo de cada uno es la

condición del libre desarrollo de todos”, una comunidad armónica y sin el

poder estatal. “El hombre se habrá convertido en una pasión hacia el

hombre”.

Reinará el ateísmo, por haber desaparecido las bases socio-económicas

de la religión. El hombre será politécnico combinando el trabajo manual e

intelectual, integrado plenamente con la naturaleza. Tendrá su realización

completa, al ser dueño de su trabajo y de las condiciones de su existencia

material, sin estar sometido a ninguna explotación.

La cosmovisión marxista ofrece así como meta la realización de algunos de

los más poderosos sueños humanos, ofreciendo a los desposeídos una

ilusión, unas soluciones drásticas, una herramienta revolucionaria.

IV. RELIGIÓN, FILOSOFÍA, MORALIDAD

La crítica marxista de las alienaciones concibe como más radical la

alienación económica, sobre la cual se apoyarían todas las demás. La

religión sería la alienación más alta, abstracta y perturbadora de la

realidad. Hay sin embargo, en él preocupación religiosa, o más bien una

transposición de las verdades religiosas a las realidades materiales y

terrenas: la revolución será una salvación, llevada a cabo por un mesías

crucificado (el proletariado), para llegar a un paraíso futuro (sociedad

comunista sin clases).

El ateísmo militante o anti-teísmo marxista es un producto “teórico” y

“apriorístico”. Su verificación por la praxis (criterio marxista) sólo podría darse

en la futura y retórica sociedad comunista. Hoy por hoy el ateísmo marxista

es un simple postulado: Dios estorba para poder acometer el proyecto

marxista de divinización atea del hombre. Marx afirma con aplomo que la

religión desaparecerá por sí misma cuando cambien las condiciones

económico-sociales. Pero los marxistas no parece que hayan estado muy

convencidos, al combatir a la religión, y concretamente al cristianismo,

utilizando todos los medios a su alcance. Los marxistas genuinos puede

que modifiquen sus doctrinas económicas, pero no su ateísmo.

La vida humana sin Dios carece de sentido. ¿Qué dignidad, por ejemplo,

tiene el trabajo humano en un horizonte solamente material?, ¿para qué

esforzarse, si la muerte terminará pronto con todo? El materialismo envilece

a la persona humana y a todos sus logros y cierra los ojos ante los

interrogantes últimos y más profundos de la vida.

Además no es verdad que la religión enseñe sólo a los pobres sus deberes

(resignación). Enseña a todos, pobres y ricos sus deberes y sus derechos.

El creyente no tiene por qué ser pasivo ante los problemas de este mundo;

precisamente porque sabe que su destino en la otra vida depende

directamente de cómo haya practicado el bien en esta vida terrena.

En íntima relación con la filosofía está la moralidad. Para Marx no hay

verdades eternas, principios éticos absolutos. La moralidad depende

totalmente del devenir histórico, y refleja los intereses de clase. Engels afirma

que los principios y leyes éticos dependen de la infraestructura económica,

del régimen de la propiedad privada y la producción. Pero no es que

cambien las normas morales, sino la realidad a que se aplican.

Hay una ley moral universal, que se presenta como un imperativo

categórico a la conciencia de cada uno: ej.: no mentir, no matar.

Lenin y otros marxistas hablan de una “ética comunista”, que en la etapa

revolucionaria es todavía una “moralidad proletaria” y en la futura

sociedad comunista una “genuina moralidad humana”. La “ética comunista”

se contrapone a la “moralidad burguesa”, y está basada en la disciplina,

en la responsabilidad, en la lucha revolucionaria. Bueno es lo que ayuda

al triunfo de la revolución; malo lo que lo dificulta.

5- LOS AVANCES DE LAS TEORÍAS ECONÓMICAS5

EL LIBERALISMO KEYNESIANO

Las obras más importantes de John Maynard Keynes (1883-1946)

son Las consecuencias económicas de la paz, 1929; Tratado de la

moneda, 1930; Teoría general de la ocupación, el interés y la

moneda, 1936. De­seoso de salvar el sistema de empresa privada,

Keynes consideraba absur­das las pretensiones del librecambismo

desenfrenado y era de la opinión de que su trabajo provocaría un

gran cambio y que daría la vuelta a los fundamentos ricardianos del

marxismo. Antiguo alumno de Marshall, do­tado de un notable

sentido práctico (se enriqueció gracias a afortunadas

especulaciones de bolsa), brillante polemista y conocedor de

amplios sec­tores de la matemática, Keynes influyó de manera

decisiva y directa en la política de su país. Su mérito principal

consiste en haber solucionado la mayor crisis del capitalismo sin

necesidad de apelar al marxismo.

La economía clásica sostenía que un sistema económico, si se lo

dejaba funcionar libremente en condiciones de competencia libre,

produciría el bienestar de todos y crearía una situación de pleno

empleo. Mientras tanto, en 1924 había en Gran Bretaña un millón de

personas sin empleo, y a comienzos de los años treinta en Estados

Unidos uno de cada cuatro trabajadores estaba sin trabajo. Una

situación de este tipo no podía resol­verse, en opinión de Keynes,

mediante la vieja idea según la cual se crearían nuevos puestos de

trabajo rebajando los salarios. Keynes expo­ne: «No es en absoluto

plausible la afirmación según la cual el desempleo en los Estados

Unidos en 1932 se debía al hecho de que los trabajadores se

negasen obstinadamente a una reducción de los salarios nominales

o al hecho de que exigiesen con similar obstinación un salario real

superior al que la productividad del mecanismo económico estaba

en condicio­nes de ofrecer.» Lo cierto era que un sistema

económico, libre para fun­cionar de acuerdo con sus propias leyes,

no lleva necesariamente al bien­estar de todos y al pleno empleo, 5 REALE, Giovanni; ANTISERI, Darío; Historia del Pensamiento Filosófico y Científico. 3 Tomos, Editorial

Herder, Barcelona, España, 1992.

como demostraban (y continúan demos­trando) los hechos. En

efecto, Keynes puso de manifiesto que el nivel de empleo está

determinado por el aumento del consumo y las inversiones. Por

consiguiente, si disminuye el consumo o disminuyen las inversio­nes,

crecerá la cantidad de desempleados. Los economistas clásicos

ha­bían pronunciado grandes alabanzas del ahorro. Sin duda, el

ahorro es una virtud privada; denota espíritu de sacrificio e

inteligencia previsora. Sin embargo, si todos ahorramos y nadie

invierte, se pone lógicamente en funcionamiento un círculo vicioso

por el cual al ahorrar no se consume; la falta de consumo lleva una

acumulación cada vez más notable de bienes invendidos que

permanecen en los almacenes; el exceso de producción genera el

paro de las fábricas; el paro de las fábricas significa la pérdida

inmediata de puestos de trabajo, además de la imposibilidad de

nuevas inversiones. Por todos estos motivos, Keynes ataca el ahorro

de tipo deci­monónico, porque para él es evidente que aquella

«virtud privada» se transforma, desde el punto de vista de la

sociedad, en un «vicio público». Es preciso que el individuo consuma,

que gaste su dinero en bienes, aun­que sea pagándolos a plazos.

El aumento del consumo pondrá en movi­miento la máquina

económica de la nación, dado que, para satisfacer la demanda

creciente, los empresarios invertirán más, lo cual implica dos

consecuencias importantes: por un lado, aumentarán los puestos de

traba­jo, y por el otro se utilizarán de una manera cada vez más

amplia los recursos nacionales (materias primas, instalaciones,

carreteras y ferroca­rriles, mano de obra, etc.). Este es, pues, el

camino para salir de la crisis: aumentar el consumo y las inversiones.

Y si los individuos privados no consumen, entonces se vuelve

necesaria la intervención del Estado. Key­nes afirma que la tarea de

establecer el volumen de las inversiones «no puede dejarse con

tranquilidad en manos privadas». El Estado no puede ser un simple

espectador de las conductas económicas de los ciudadanos

privados, ni tampoco -como sostienen los marxistas- tiene la función

de eliminarlas. «Consideramos, por lo tanto, que el único medio

capaz de garantizar -aproximadamente, al menos- el pleno empleo

consiste en una socialización bastante amplia de la inversión. Esto

no quiere decir que haya que excluir todos aquellos compromisos y

aquellas diversas fórmulas de toda clase que permiten al Estado

colaborar con la iniciativa privada. Sin embargo, dejando de lado

este aspecto, no parece haber ninguna razón evidente que justifique

un socialismo de Estado, que lleve a cabo la mayor parte de la vida

económica de la sociedad. Si es capaz de determi­nar el volumen

global de los recursos consagrados al aumento de los medios

productivos y de garantizar el tipo de interés básico que se pague

a sus poseedores, el Estado habrá cumplido con todo lo necesario,

sin nin­guna duda.» Podemos leer tales afirmaciones en la Teoría

general del empleo, el interés y la moneda. El problema del empleo,

por lo tanto, puede ser solucionado sin que sea necesario pasar

desde la propiedad privada a la propiedad colectiva de los

medios de producción. Ante crisis como la de 1929 y los años

posteriores, los gobiernos no pueden estar mano sobre mano. Tienen

que intervenir. Keynes afirmaba que si el go­bierno hubiese pagado

a los desempleados por cavar hoyos en las carrete­ras y después

rellenarlos, habría llevado a cabo una acción económica­mente

inteligente, puesto que habría hecho circular dinero y, como

conse­cuencia, habría activado el consumo y habría puesto en

funcionamiento el sistema productivo.

De todo lo dicho, se aprecia claramente cuáles son las indicaciones

que brinda Keynes a los gobiernos. Hay que reformar el capitalismo:

el Estado debe intervenir en la economía y asumir «determinados

controles centra­les que ahora se dejan, en conjunto, a la iniciativa

individual». Esto no significa para Keynes que haya de abolir la

iniciativa privada; sólo quiere decir que, ante la iniciativa privada,

no hay que abolir el Estado. «El Estado tendrá que ejercer una

función directiva sobre la propensión al consumo, en parte a través

de los impuestos, en parte a través de las tasas de interés y quizás

también de otros modos.» Esta política intervencionis­ta del Estado

en las cuestiones económicas fue criticada por la vieja guar­dia, y

mientras que la nueva izquierda -por ejemplo, Roosevelt y los

hombres del New Deal- hizo suyas las teorías de Keynes, la derecha

eco­nómica se opuso a él en todas partes. En efecto, la reforma del

capitalismo propuesta por Keynes parecía demasiado avanzada y

demasiado temera­ria a ojos de los conservadores. Keynes sostuvo

que la disminución de la tasa de interés habría hecho que

desapareciesen los rentistas, cosa que había que lograr. Esto

hubiese llevado a una supresión de la desigualdad excesiva entre

las rentas. En esto consisten las propuestas keynesianas para abolir

«los dos vicios esenciales del mundo económico»: la desigual­dad y

el desempleo, salvando las instituciones democráticas, y la libertad

y la riqueza moral (además de la material) de la iniciativa privada.

FUNDAMENTOS DEL NUEVO MUNDO6

Si, en nombre del futuro de la cultura, se debe proclamar que el

hombre tiene derecho a "ser" más, y si por la misma razón se debe

exigir una sana primacía de la familia en el conjunto de la acción

educativa del hombre para una verdadera humanidad, debe

situarse también en la misma línea el derecho de la nación; se le

debe situar también en la base de la cultura y de la educación.

La nación es, en efecto, la gran comunidad de los hombres qué

están unidos por diversos vínculos, pero sobre todo, precisamente,

por la cultura. La nación existe "por" y "para" la cultura, y así es ella la

gran educadora de los hombres para que puedan "ser más" en la

comunidad. La nación es esta comunidad que posee una historia

que supera la historia del individuo y de la familia. En esta

comunidad, en función de la cual educa toda familia, la familia

comienza su obra de educación por lo más simple, la lengua,

haciendo posible de este modo que el hombre aprenda a hablar y

llegue a ser miembro de la comunidad, que es su familia y su nación.

En todo esto que ahora estoy proclamando y que desarrollaré aún

más, mis palabras traducen una experiencia particular, un testimonio

particular en su género. Soy hijo de una nación que ha vivido las

mayores experiencias de la historia, que ha sido condenada a

muerte por sus vecinos en varias ocasiones, pero que ha sobrevivido

y que ha seguido siendo ella misma. Ha conservado su identidad y,

a pesar de haber sido dividida y ocupada por extranjeros, ha

conservado su soberanía nacional, no porque se apoyara en los

recursos de la fuerza física, sino apoyándose exclusivamente en su

cultura. Esta cultura resultó tener un poder mayor que todas las otras

fuerzas. Lo que digo aquí respecto al derecho de la nación a

fundamentar su cultura y su porvenir, no es el eco de ningún

"nacionalismo", sino que se trata de un elemento estable de la

6 Fragmento del discurso del Papa JUAN PABLO II en la UNESCO. París, lunes 2 de junio de 1980

experiencia humana y de las perspectivas humanistas del desarrollo

del hombre. Existe una soberanía fundamental de la sociedad que

se manifiesta en la cultura de la nación. Se trata de la soberanía por

la que, al mismo tiempo, el hombre es supremamente soberano. Al

expresarme así, pienso también, con una profunda emoción interior,

en las culturas de tantos pueblos antiguos que no han cedido

cuando han tenido que enfrentarse a las civilizaciones de los

invasores: y continúan siendo para el hombre la fuente de su "ser" de

hombre en la verdad interior de su humanidad. Pienso con

admiración también en las culturas de las nuevas sociedades, de las

que se despiertan a la vida en la comunidad de la propia nación —

igual que mi nación se despertó a la vida hace diez siglos— y que

luchan por mantener su propia identidad y sus propios valores contra

las influencias y las presiones de modelos propuestos desde el

exterior.

Al dirigirme a ustedes, señoras y señores, que se reúnen en este lugar

desde hace más de treinta años en nombre de la primacía de las

realidades culturales del hombre, de las comunidades humanas, de

los pueblos y de las naciones, les digo: velen, con todos los medios

a su alcance, por esta soberanía fundamental que posee cada

nación en virtud de su propia cultura. Protéjanla como a la niña de

sus ojos para el futuro de la gran familia humana. ¡Protéjanla! No

permitan que esta soberanía fundamental se convierta en presa de

cualquier interés político o económico. No permitan que sea víctima

de los totalitarismos, imperialismos o hegemonías, para los que el

hombre no cuenta sino como objeto de dominación y no como

sujeto de su propia existencia humana. Incluso la nación —su propia

nación o las demás— no cuenta para ellos más que como objeto de

dominación y cebo de intereses diversos, y no como sujeto: el sujeto

de la soberanía proveniente de la auténtica cultura que le

pertenece en propiedad. ¿No hay, en el mapa de Europa y del

mundo, naciones que tienen una maravillosa soberanía histórica

proveniente de su cultura, y que sin embargo se ven privadas de su

plena soberanía? ¿No es éste un punto importante para el futuro de

la cultura humana, importante sobre todo en nuestra época cuando

tan urgente es eliminar los restos del colonialismo?

Esta soberanía que existe y que tiene su origen en la cultura propia

de la nación y de la sociedad, en la primacía de la familia en la

acción educativa y, por fin, en la dignidad personal de todo hombre,

debe permanecer como el criterio fundamental en la manera de

tratar este problema importante para la humanidad de hoy, que es

el problema de los medios de comunicación social (de la

información vinculada a ellos y también de lo que se llama la "cultura

de masas"). Dado que estos medios son los medios "sociales" de la

comunicación, no pueden ser medios de dominación sobre los otros,

tanto por parte de los agentes del poder político, como de las

potencias financieras que imponen su programa y su modelo. Deben

llegar a ser el medio —¡y de qué importancia!— de expresión de esta

sociedad que se sirve de ellos, y que les asegura también su

existencia. Deben tener en cuenta las verdaderas necesidades de

esta sociedad. Deben tener en cuenta la cultura de la nación y su

historia. Deben respetar la responsabilidad de la familia en el campo

de la educación. Deben tener en cuenta el bien del hombre, su

dignidad. No pueden estar sometidos al criterio del interés, de lo

sensacional o del éxito inmediato, sino que, teniendo en cuenta las

exigencias de la ética, deben servir a la construcción de una vida

"más humana".