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1 PUNTOS SOBRESALIENTES DEUTERONOMIO 11 AL 13 SEMANA 27 DE OCTRUBRE 14 ¿Cómo podemos poner en practica la exhortación de que se dio a los israelitas de “adherirse” a Jehová? Pregunta numero 10 del repaso Justo aNtes del momento en que los israelitas debían entrar en la Tierra Prometida, Moisés les dio este consejo: “Tras Jehová su Dios deben andar, y a él deben temer, y sus mandamientos deben guardar, y a su voz deben prestar atención, y a él deben servir, y a él deben adherirse” (Deuteronomio 13:4). Tenían que seguir a Jehová, temerle, obedecerle y adherirse a él. Con respecto a la palabra hebrea que aquí se traduce “adherirse”, cierto biblista señala que “denota una relación muy estrecha e íntima”. El salmista afirmó: “La intimidad con Jehová pertenece a los que le temen” (Salmo 25:14). En efecto, disfrutaremos de esta preciosa y estrecha relación con Jehová si él es real para nosotros y lo amamos tanto que temamos desagradarle de algún modo (Salmo 19:9-14). 18 Disciplinar de tal modo que produzca beneficios es un arte. Jehová nos mandó a los cristianos que disciplináramos “en justicia” (2 Tim. 3:16). ¿Qué significa eso? Que debemos guiarnos por los principios bíblicos, como el que hallamos en Proverbios 18:13: “Cuando alguien responde a un asunto antes de oírlo, eso es tontedad de su parte y una humillación”. Así pues, cuando los ancianos tienen que hablar con un hermano acusado de un pecado grave, deben investigar el caso para conocer todos los detalles (Deut. 13:14). Solo así podrán “disciplinar en justicia”. 3 A veces, los recordatorios de Jehová transmiten mensajes de advertencia. En el caso de los israelitas, los profetas les avisaban una y otra vez de lo que podía sucederles. Por ejemplo, cuando estaban a punto de entrar en la Tierra Prometida, Moisés les advirtió: “Cuídense por temor de que su corazón sea atraído seductoramente, y de veras se desvíen y adoren a otros dioses y se inclinen ante ellos, y la cólera de Jehová ciertamente se encienda contra ustedes” (Deut. 11:16, 17). En la Biblia encontramos una gran cantidad de recordatorios útiles que Jehová le dio a su pueblo IMITEMOS A DIOS 12 Para reflejar la gloria de Jehová, debemos imitarlo (Efe. 5:1). Una forma de hacerlo es adoptar sus puntos de vista. Si viviéramos sin tomar en cuenta sus

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PUNTOS SOBRESALIENTES DEUTERONOMIO 11 AL 13 SEMANA 27 DE OCTRUBRE 14

¿Cómo podemos poner en practica la exhortación de que se dio a los israelitas de “adherirse” a Jehová? Pregunta numero 10 del repaso

Justo aNtes del momento en que los israelitas debían entrar en la Tierra Prometida, Moisés les dio este consejo: “Tras Jehová su Dios deben andar, y a él deben temer, y sus mandamientos deben guardar, y a su voz deben prestar atención, y a él deben servir, y a él deben adherirse” (Deuteronomio 13:4). Tenían que seguir a Jehová, temerle, obedecerle y adherirse a él. Con respecto a la palabra hebrea que aquí se traduce “adherirse”, cierto biblista señala que “denota una relación muy estrecha e íntima”. El salmista afirmó: “La intimidad con Jehová pertenece a los que le temen” (Salmo 25:14). En efecto, disfrutaremos de esta preciosa y estrecha relación con Jehová si él es real para nosotros y lo amamos tanto que temamos desagradarle de algún modo (Salmo 19:9-14).

18 Disciplinar de tal modo que produzca beneficios es un arte. Jehová nos mandó a los cristianos que disciplináramos “en justicia” (2 Tim. 3:16). ¿Qué significa eso? Que debemos guiarnos por los principios bíblicos, como el que hallamos en Proverbios 18:13: “Cuando alguien responde a un asunto antes de oírlo, eso es tontedad de su parte y una humillación”. Así pues, cuando los ancianos tienen que hablar con un hermano acusado de un pecado grave, deben investigar el caso para conocer todos los detalles (Deut. 13:14). Solo así podrán “disciplinar en justicia”.

3 A veces, los recordatorios de Jehová transmiten mensajes de advertencia. En el caso de los israelitas, los profetas les avisaban una y otra vez de lo que podía sucederles. Por ejemplo, cuando estaban a punto de entrar en la Tierra Prometida, Moisés les advirtió: “Cuídense por temor de que su corazón sea atraído seductoramente, y de veras se desvíen y adoren a otros dioses y se inclinen ante ellos, y la cólera de Jehová ciertamente se encienda contra ustedes” (Deut. 11:16, 17). En la Biblia encontramos una gran cantidad de recordatorios útiles que Jehová le dio a su pueblo

IMITEMOS A DIOS

12 Para reflejar la gloria de Jehová, debemos imitarlo (Efe. 5:1). Una forma de hacerlo es adoptar sus puntos de vista. Si viviéramos sin tomar en cuenta sus criterios, lo deshonraríamos y nos perjudicaríamos nosotros mismos. El mundo que nos rodea está bajo la influencia del Diablo, así que debemos aprender a odiar con intensidad lo que Jehová odia y amar profundamente lo que él ama (Sal. 97:10; 1 Juan 5:19). Necesitamos tener la absoluta convicción de que la única forma correcta de servir a Dios es hacer todas las cosas para su gloria (léase 1 Corintios 10:31).

13 Jehová odia el pecado, y lo mismo debe decirse de nosotros. Por tanto, en lugar de ver cuánto podemos acercarnos a un pecado sin cometerlo, tenemos que poner tierra de por medio. Por ejemplo, un pecado del que debemos alejarnos al máximo es la apostasía, pues nos haría indignos de glorificar a Dios (Deu. 13:6-9). Así pues, evitemos por completo a los apóstatas y a quienes, afirmando ser cristianos, deshonran a Dios, aunque sean miembros de nuestra familia (1 Cor. 5:11). No ganamos nada intentando refutar las afirmaciones de los apóstatas o de quienes critican a la organización de Jehová. De hecho, ni siquiera estaría bien tratar de enterarnos de sus argumentos —sea que aparezcan en publicaciones escritas, en Internet o en cualquier otro medio—, pues eso pondría en peligro nuestra espiritualidad (léanse Isaías 5:20 y Mateo 7:6).

DAVID COMPRENDÍA LOS PRINCIPIOS EN QUE SE BASABA LA LEY

12 También son dignos de imitar la comprensión que David tenía de los principios reflejados en la Ley y su deseo de regirse por ellos. Analicemos lo que ocurrió cuando expresó que tenía muchas ganas de “beber del agua de la

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cisterna de Belén”. Tres de sus hombres entraron por la fuerza en la ciudad —ocupada entonces por los filisteos— y volvieron con el agua. Sin embargo, “David no consintió en beberla, sino que se la derramó a Jehová”. ¿Por qué? Él mismo explicó: “¡Es inconcebible, de parte mía, en lo que respecta a mi Dios, hacer esto! ¿Es la sangre de estos hombres lo que debería beber a riesgo de sus almas? Porque fue a riesgo de sus almas que la trajeron” (1 Crón. 11:15-19).

13 Como conocía la Ley, David sabía que la sangre no debía ingerirse, sino derramarse ante Jehová. También entendía el porqué, ya que la Ley indicaba que “el alma de la carne [es decir, su vida] está en la sangre”. Pero si aquello era agua y no sangre, ¿por qué se negó a beberla? Porque comprendía el principio en que se basaba ese requisito legal: que Jehová considera sagrada la sangre. En vista de que estos tres hombres habían arriesgado su vida, David llegó a la conclusión de que beber esa agua habría sido una falta de respeto a la sangre de ellos. Por lo tanto, le resultaba inconcebible beberla. Más bien, razonó que debía derramarla en el suelo (Lev. 17:11; Deut. 12:23, 24).

Acérquese a Dios

“Oh Jehová, tú [...] me conoces”

“NO PUEDE ponerse sobre un individuo un peso mayor que el de saber que no le importa a nadie o que nadie lo entiende.” ¿Se identifica usted con estas palabras? ¿Cree que a nadie le preocupa lo que usted está pasando, y mucho menos cómo se siente? En tal caso, le animará saber que Jehová es diferente. A él le importan tanto sus siervos que presta atención al más mínimo detalle de su vida. Así lo confirman las palabras del rey David que aparecen en el Salmo 139.

David estaba convencido de que él era importante para Dios. Por eso dijo: “Oh Jehová, tú me has escudriñado completamente, y me conoces” (versículo 1). ¡Qué hermosa y a la vez gráfica forma de expresarlo! El verbo hebreo que se traduce “escudriñar” también puede referirse a excavar en busca de minerales (Job 28:3), explorar una zona (Jueces 18:2) o investigar una causa legal (Deuteronomio 13:14). Jehová nos conoce tan bien como si hubiera examinado hasta el último rincón de nuestra vida. Es interesante que David dice “me has escudriñado”, lo que indica que Dios presta atención personal a sus siervos. Los examina a conciencia para conocer a cada uno por separado.

La Noche de Adoración en Familia nos devuelve las fuerzas

11 Ustedes, padres, tienen el deber de hablarles a sus hijos acerca de Jehová y su voluntad (Deu. 11:18, 19). ¿Ya han establecido un programa para enseñarles acerca de nuestro amoroso Padre celestial? Él les ofrece ayuda para cumplir con la seria responsabilidad de cuidar de la espiritualidad de su familia. ¿De qué manera? Suministrándoles una abundancia de libros, revistas, videos y grabaciones con nutritivo alimento espiritual.

Donaciones obligatorias y donaciones voluntarias en la antigüedad

En la Biblia hallamos instrucciones claras dadas a la nación de Israel sobre la cantidad que Dios les mandaba dar (Levítico 27:30-32; Números 18:21, 24; Deuteronomio 12:4-7, 11, 17, 18; 14:22-27). Estos mandatos no eran abusivos. Jehová prometió a los israelitas que, a cambio de obedecer sus leyes, él los haría “rebosar [...] con prosperidad” (Deuteronomio 28:1, 2, 11, 12).

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En otros casos, los israelitas podían donar voluntariamente lo que quisieran, fuera mucho o poco. Por ejemplo, cuando el rey David planificó la construcción de un templo a Jehová, sus súbditos donaron “oro [por valor de] cinco mil talentos” (1 Crónicas 29:7). Comparemos esto con lo que Jesús observó cuando vino a la Tierra. Él “vio a cierta viuda necesitada echar [en las arcas del templo] dos monedas pequeñas de ínfimo valor”. ¿Podemos hacernos una idea de la cantidad que donó? Pues bien, para que equivaliera al salario de un día, ¡tendría que haber puesto sesenta y cuatro veces esa cantidad! Aun así, Jesús señaló que aquella pequeña ofrenda le había sido grata a Jehová (Lucas 21:1-4).

Nuestros lectores quieren saber

¿Aceptan los testigos de Jehová el Antiguo Testamento?

Los testigos de Jehová creen firmemente que la Biblia está inspirada por Dios y aceptan tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento. (Los Testigos prefieren las denominaciones “Escrituras Hebreas” y “Escrituras Griegas Cristianas”, que aluden a los idiomas principales en los que se escribieron.)

Sin embargo, a algunas confesiones cristianas les cuesta aceptar el Antiguo Testamento. Afirman que presenta a un Dios despiadado que aprueba guerras, asesinatos y otras crueldades; un ser muy diferente del Dios amoroso, justo y noble del Nuevo Testamento. Otros argumentan que el Antiguo Testamento trata sobre la religión judía, por lo que tiene poco valor para los cristianos. Pero dado que Dios manda en Deuteronomio 12:32 que no se añada ni se quite nada de su Palabra, ¿son estas razones válidas para rechazar el Antiguo Testamento, que equivale a tres cuartas partes de la Biblia?

En algún momento del año 50 de nuestra era, el apóstol Pablo viajó a la ciudad griega de Tesalónica. Allí “razonó con [sus oyentes] a partir de las Escrituras, explicando y probando por referencias que era necesario que el Cristo sufriera y se levantara de entre los muertos” (Hechos 17:1-3). Poco después, Pablo elogió así a los que se hicieron creyentes: “Cuando ustedes recibieron la palabra de Dios, que oyeron de parte de nosotros, la aceptaron, no como palabra de hombres, sino, como lo que verdaderamente es, como palabra de Dios” (1 Tesalonicenses 2:13). Para ese entonces, de los veintisiete libros de las Escrituras Griegas Cristianas, parece que solo estaba escrito el Evangelio de Mateo. Así pues, las “referencias” que Pablo usó para razonar “a partir de las Escrituras” tuvieron que ser versículos de las Escrituras Hebreas.

Pero eso no es todo. En las Escrituras Griegas hay unas trescientas veinte citas directas de las Escrituras Hebreas y varios centenares más de citas indirectas. ¿Por qué tantas? “Porque todas las cosas que fueron escritas en tiempo pasado fueron escritas para nuestra instrucción, para que mediante nuestro aguante y mediante el consuelo de las Escrituras tengamos esperanza.” (Romanos 15:4.) Estas palabras dejan claro lo beneficiosa que es toda la Biblia, desde la primera hasta la última página, aun en nuestros días.

Por otro lado, al ir revelándose progresivamente el propósito divino, lo más lógico era ampliar la Palabra de Dios. Dicha ampliación, sólidamente fundamentada en las Escrituras Hebreas, son las Escrituras Griegas. Pero estas no restan valor a las Escrituras Hebreas. Al contrario, como explica Herbert Farmer —profesor de Teología de la Universidad de Cambridge—, los Evangelios “no pueden entenderse si no se conoce la historia del antiguo pueblo del pacto, que se nos presenta en el Antiguo Testamento”.

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La Palabra inspirada de Dios no necesita correcciones. Aun así, ella misma dice que “la senda de los justos es como la luz brillante que va haciéndose más y más clara hasta que el día queda firmemente establecido” (Proverbios 4:18). En efecto, al añadir las Escrituras Griegas al canon bíblico, Dios no estaba restando valor a las Escrituras Hebreas. Más bien, estaba ‘haciendo la luz más clara’, es decir, estaba revelando más detalles sobre el cumplimiento de su propósito. Así pues, ambas partes conforman “el dicho de Jehová [que] dura para siempre” (1 Pedro 1:24, 25).

Dos meses de siembra

Con la llegada de las primeras lluvias, puede que Abías se alegrara de sentir la lluvia fresca sobre la piel. Su padre seguramente le habría explicado lo importante que es la lluvia para la tierra (Deuteronomio 11:14). El suelo, endurecido tras meses de sol, se ablandaría y estaría listo para arar. Los antiguos labradores dirigían hábilmente un arado de madera, quizás uno con punta de metal, tirado por un animal. El objetivo era hacer surcos rectos en el terreno. Dado que los agricultores israelitas concedían gran valor a la tierra, sembraban hasta en pequeñas parcelas y en las laderas de las montañas, si bien en estas últimas sería necesario emplear herramientas de mano.

Una vez que el suelo ablandado se araba, ya se podía sembrar el trigo y la cebada. Es interesante que la siguiente anotación en el calendario de Guézer menciona que la siembra de estos cereales tomaba dos meses. El sembrador quizás llevara el grano en un pliegue de la ropa y esparciera la semilla con un amplio movimiento del brazo.

La venidera liberación

Dentro de muy poco tiempo, el Reino de Dios en manos de Jesucristo destruirá este mundo malvado y liberará a los rectos y los exentos de culpa (Proverbios 2:21, 22; Daniel 2:44). ‘Todos los enemigos de Jehová perecerán, y los que lo aman serán como cuando el sol sale en su poderío.’ (Jueces 5:31.) Estemos entre los que aman a Jehová aplicando lo que hemos aprendido del libro de Jueces.

La verdad fundamental que se demuestra una y otra vez en los relatos de los jueces es esta: la obediencia a Jehová redunda en abundantes bendiciones, mientras que la desobediencia tiene consecuencias desastrosas (Deuteronomio 11:26-28). Es crucial que seamos “obedientes de corazón” a la voluntad revelada de Dios (Romanos 6:17; 1 Juan 2:17).

De gran valor para nosotros

Cuando Moisés relató cómo recibió la Ley en el monte Sinaí, dijo a los hijos de Israel: “Vean que estoy poniendo ante ustedes hoy bendición e invocación de mal: la bendición, a condición de que obedezcan los mandamientos de Jehová su Dios que les estoy mandando hoy; y la invocación de mal, si no obedecen los mandamientos de Jehová su Dios y en efecto se desvían del camino acerca del cual les estoy mandando hoy” (Deuteronomio 11:26-28).

Preguntas de los lectores

¿Aceptan los testigos de Jehová fracciones menores de la sangre?

La siguiente respuesta es una reimpresión de lo publicado en el número del 15 de junio de 2000.

La respuesta fundamental es que los testigos de Jehová no aceptamos sangre. Creemos firmemente que la ley de Dios sobre la sangre no está sujeta a reformas para adecuarla a opiniones cambiantes. No obstante, surgen cuestiones nuevas porque ahora la sangre puede procesarse y es posible extraer cuatro componentes principales y

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fracciones de estos componentes. A la hora de decidir si los acepta, el cristiano no debe pensar únicamente en los posibles beneficios y riesgos médicos. Debe interesarle saber lo que dice la Biblia y el posible efecto en su relación con el Dios todopoderoso.

Las cuestiones fundamentales son bastante sencillas. Para comprender por qué, analicemos algunos fundamentos bíblicos, históricos y médicos.

Jehová Dios dijo a Noé, nuestro antepasado común, que la sangre debía considerarse algo especial (Génesis 9:3, 4). Las leyes que Dios dio posteriormente a Israel reflejaron la santidad de la sangre: “En cuanto a cualquier hombre de la casa de Israel o algún residente forastero [...] que coma cualquier clase de sangre, ciertamente fijaré mi rostro contra el alma que esté comiendo la sangre”. Los israelitas que rechazaran la ley de Dios podían contaminar a los demás, por lo que Él añadió: “Verdaderamente la cortaré de entre su pueblo” (Levítico 17:10). Tiempo después, en una reunión celebrada en Jerusalén, los apóstoles y ancianos decretaron que debemos ‘abstenernos de sangre’. Hacerlo es igual de esencial que abstenerse de la inmoralidad sexual y la idolatría (Hechos 15:28, 29).

¿Qué significaba ‘abstenerse’ en aquel entonces? Los cristianos no consumían sangre, ni fresca ni coagulada; tampoco comían carne de un animal no desangrado. También estarían excluidos los alimentos que contenían sangre, como la morcilla. Ingerir sangre de alguna de estas maneras violaría la ley de Dios (1 Samuel 14:32, 33).

A la mayoría de las personas de tiempos antiguos no les perturbaba consumir sangre, como sabemos por los escritos de Tertuliano (siglos segundo y tercero de nuestra era). En respuesta a las falsas acusaciones de que los cristianos ingerían sangre, Tertuliano mencionó que algunas tribus sellaban alianzas bebiéndola. También hizo esta observación: “[Hay] aquellos que, para curarse de la enfermedad comicial [la epilepsia], beben con avidez en los espectáculos del circo la sangre fresca que mana de las gargantas degolladas”.

Los cristianos consideraban incorrectas aquellas costumbres (aunque algunos romanos las adoptaran por razones de salud). “Ni siquiera la sangre de los animales tomamos en los convites”, escribió Tertuliano. Los romanos ponían a prueba la integridad de los cristianos verdaderos con alimentos que contenían sangre. Tertuliano añadió: “¿Cómo hay que entender, pues, que creáis que ansían sangre humana los [cristianos,] que confesáis aborrecen sangre de bestia?”.

En nuestros días, pocas personas pensarán que han de tener en cuenta las leyes del Dios todopoderoso si el médico les recomienda administrarse sangre. Obviamente, los testigos de Jehová deseamos vivir, pero nos hemos comprometido a obedecer la ley de Jehová sobre la sangre. ¿Qué implica eso en vista de los procedimientos médicos actuales?

Cuando se generalizaron las transfusiones de sangre completa, después de la II Guerra Mundial, los testigos de Jehová comprendimos que estaban en contra de la ley de Dios, y así lo seguimos creyendo. No obstante, la medicina ha ido cambiando con el tiempo. En la actualidad, la mayoría de las transfusiones no son de sangre completa, sino de uno de sus componentes principales: 1) glóbulos rojos, 2) glóbulos blancos, 3) plaquetas o 4) plasma (suero sanguíneo), la parte líquida. Dependiendo del estado del paciente, los médicos podrían prescribirle glóbulos rojos, glóbulos blancos, plaquetas o plasma. Las transfusiones de los componentes principales permiten que una sola unidad de sangre sirva para varios pacientes. Los testigos de Jehová sostenemos que aceptar tanto sangre completa como alguno de estos cuatro componentes básicos violan la ley de Dios. Es significativo que mantener esta postura

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basada en la Biblia nos ha protegido de muchos peligros, entre ellos enfermedades como la hepatitis y el sida, que se pueden contraer por medio de la sangre.

Ahora bien, dado que es posible asimismo obtener fracciones de los componentes sanguíneos principales, surgen algunas preguntas sobre tales fracciones. ¿Cómo se usan, y qué debemos analizar los cristianos cuando hayamos de tomar una decisión al respecto?

La sangre es compleja. Hasta el plasma, constituido por agua en un 90%, transporta una gran cantidad de hormonas, sales inorgánicas, enzimas y nutrientes, incluidos minerales y azúcar. También transporta proteínas, como la albúmina, factores de coagulación y anticuerpos para combatir las enfermedades. Los expertos aíslan y usan muchas de las proteínas del plasma. Por ejemplo, a los hemofílicos, que sangran con facilidad, se les suministra el factor de coagulación VIII. Y a las personas expuestas a determinadas enfermedades, puede que los médicos les receten inyecciones de gammaglobulina extraída del plasma sanguíneo de personas ya inmunizadas. Hay otras proteínas del plasma a las que se dan usos médicos, pero las que se han mencionado sirven para ilustrar cómo un componente sanguíneo principal (el plasma) puede procesarse para obtener fracciones.

Igual que pueden extraerse diversas fracciones del plasma, es posible procesar los demás componentes principales de la sangre (glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas) a fin de aislar las partes más pequeñas. Por ejemplo, de los glóbulos blancos pueden obtenerse los interferones y las interleuquinas, que se emplean en el tratamiento de algunas infecciones virales y de algunos tipos de cáncer. Las plaquetas se procesan con el fin de extraer un factor para la cicatrización de las heridas. Y se avecina la aparición de otros medicamentos elaborados (al menos inicialmente) con fracciones de los componentes de la sangre. Esos tratamientos no implican transfusiones de componentes sanguíneos principales; por lo general conllevan el uso de partes o fracciones de ellos. ¿Podríamos aceptar los cristianos estas fracciones como tratamiento médico? No podemos dar una respuesta. La Biblia no da detalles, por lo que los cristianos debemos tomar ante Dios nuestra propia decisión en conformidad con nuestra conciencia.

Algunos rechazarán todo derivado sanguíneo (incluso las fracciones cuyo propósito es proporcionar inmunidad pasiva temporal al paciente). Así es como entienden el mandato de Dios de ‘abstenerse de sangre’. Razonan que la ley dada a Israel exigía que la sangre que salía de una criatura se ‘derramara sobre el suelo’ (Deuteronomio 12:22-24). ¿Por qué es pertinente este punto? Pues bien, para preparar la gammaglobulina, los factores de coagulación elaborados a partir de la sangre, etc., hay que recoger y procesar la sangre. Por tanto, algunos cristianos rechazan esos productos, igual que rechazan las transfusiones de sangre completa o de sus cuatro componentes principales. Debe respetarse su postura sincera y acorde con su conciencia.

Otros cristianos toman una decisión distinta. También rechazan las transfusiones de sangre completa, glóbulos rojos, glóbulos blancos, plaquetas o plasma, pero permiten que los médicos los traten con una fracción extraída de los componentes principales. Aun en este caso puede haber diferencias. Quizá un cristiano acepte una inyección de gammaglobulina, pero no necesariamente dé su conformidad a una inyección que contenga un elemento extraído de los glóbulos rojos o los blancos. Ahora bien, ¿qué motivaría, en líneas generales, a un cristiano a aceptar fracciones de sangre?

La sección “Preguntas de los lectores” de La Atalaya del 1 de junio de 1990 indicó que algunas proteínas del plasma (fracciones sanguíneas) de las mujeres embarazadas pasan de su sangre al sistema sanguíneo independiente del feto. Así, este obtiene las inmunoglobulinas de su madre, gracias a lo cual adquiere una valiosa inmunidad. En un

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proceso aparte, cuando los glóbulos rojos del feto alcanzan el final de su vida normal, se procesa la fracción de estos que transporta el oxígeno. Parte se convierte en bilirrubina, la cual cruza la placenta y se transfiere a la madre, que la elimina junto con sus productos de desecho. Algunos cristianos tal vez lleguen a la conclusión de que como algunas fracciones sanguíneas pasan de una persona a otra en este medio natural, ellos pueden aceptar una fracción de sangre obtenida a partir del plasma sanguíneo o de los glóbulos.

¿Significa el que puedan diferir las opiniones y las decisiones tomadas en conciencia que se trata de un asunto intrascendente? No. Es una cuestión seria. Pero hay un hecho básico. Todo lo antedicho indica que los testigos de Jehová rechazan las transfusiones tanto de sangre completa como de sus componentes primarios. La Biblia ordena a los cristianos que ‘se abstengan de cosas sacrificadas a ídolos, y de sangre, y de fornicación’ (Hechos 15:29). En cambio, cuando se trata de fracciones de los componentes principales, cada cristiano, tras meditar profundamente y con oración, debe tomar su propia decisión en conformidad con su conciencia.

Muchas personas están dispuestas a aceptar cualquier tratamiento que parezca ofrecerles beneficios inmediatos, aun cuando presente riesgos conocidos para la salud, como es el caso de los productos sanguíneos. Los cristianos sinceros procuramos tener una visión más amplia y equilibrada, en la que entran en juego otros aspectos aparte de los físicos. Los testigos de Jehová agradecemos los esfuerzos por suministrar una asistencia médica de calidad y sopesamos los beneficios y los riesgos de todo tratamiento. Pero cuando este supone la administración de productos derivados de la sangre, tenemos muy presente lo que dice Dios y nuestra relación personal con el Dador de la Vida (Salmo 36:9).

13:6. No permitamos que nadie nos aleje de la adoración de Jehová.

Mostremos gratitud a Jehová

Al igual que sucedió durante la construcción del templo y en el caso de las congregaciones cristianas primitivas, los fondos para estas provisiones proceden exclusivamente de donaciones voluntarias. No obstante, conviene recordar que nadie puede enriquecer a Jehová, el Dueño de todo lo que existe (1 Crónicas 29:14; Ageo 2:8). Las contribuciones, pues, constituyen una muestra de nuestro amor a Jehová y del deseo de fomentar la adoración verdadera. Dichas muestras de generosidad son, como dice Pablo, “una expresión de gracias a Dios” (2 Corintios 9:8-13). Jehová nos anima a contribuir porque así evidenciamos un buen espíritu y un buen corazón para con él. Quienes son generosos y confían en Dios serán bendecidos y prosperarán espiritualmente (Deuteronomio 11:13-15; Proverbios 3:9, 10; 11:25). Jesús aseguró que además seríamos felices cuando dijo: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hechos 20:35).

Los cristianos altruistas no esperan a que surjan tiempos de necesidad; más bien, buscan oportunidades para obrar “lo que es bueno para con todos, pero especialmente para con los que están relacionados con [ellos] en la fe” (Gálatas 6:10). Pablo fomentó la generosidad piadosa con estas palabras: “No olviden el hacer bien y el compartir cosas con otros, porque dichos sacrificios le son de mucho agrado a Dios” (Hebreos 13:16). Al Creador le complace mucho que utilicemos nuestro tiempo, fortaleza y recursos económicos para ayudar a los demás y promover la adoración verdadera. Sin lugar a dudas, Jehová es un Dios que ama el espíritu generoso.

Preguntas de los lectores

Dado que la sangre se elabora en la médula ósea, ¿podría el cristiano recibir un trasplante de médula?

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En la mayoría de los casos, este trasplante se realiza extrayendo médula de un donante (frecuentemente un familiar) e inyectándola o infundiéndola al paciente, con la esperanza de que el injerto llegue a las cavidades de la médula y funcione luego de forma normal. Este procedimiento solamente suele plantearse en casos críticos (tales como anemia aplásica o leucemia aguda), ya que se reconoce que hay ciertos peligros implicados en la preparación para recibir el trasplante, así como en el tratamiento subsiguiente.

Como se indica en la pregunta, los glóbulos rojos (o hematíes) se forman en la médula de ciertos huesos, tales como las costillas, el esternón y la pelvis. Por consiguiente, es comprensible que, a la luz de la prohibición bíblica referente a la sangre, se plantee la pregunta de si podría el cristiano recibir un injerto de médula humana.

La Biblia estipula con toda claridad que los siervos de Dios tienen que seguir “absteniéndose [...] de sangre” (Hechos 15:28, 29; Deuteronomio 12:15, 16). Ahora bien, dado que los hematíes se forman en la médula (de color rojizo), ¿colocan las Escrituras a esta en la misma categoría que la sangre? No. De hecho, la tratan como cualquier otro tipo de carne comestible. Isaías 25:6 dice que Dios preparará para su pueblo un banquete que incluye “platos con mucho aceite, llenos de médula”. Los procedimientos normales que se siguen en la matanza y desangrado de un animal nunca eliminan de la médula todas las células sanguíneas. Pero una vez desangrado, es posible comer cualquiera de sus tejidos, lo que incluye la médula.

Claro, la médula humana que se utiliza en los trasplantes procede de donantes vivos y contiene cierta cantidad de sangre. Así pues, cada cristiano tendría que decidir por sí mismo si, según su conciencia, el injerto de médula equivaldría a simple carne o a tejido sin desangrar. Además, como dicho injerto es un trasplante, deben analizarse las cuestiones bíblicas implicadas en los trasplantes de órganos humanos (véase “Preguntas de los lectores” en La Atalaya del 15 de septiembre de 1980, pág. 31). Por último, en un artículo de la obra Principios de medicina interna, de Harrison (12.a edición, 1991, pág. 1822), el doctor E. D. Thomas señala que “las transfusiones de plaquetas [...] deberán emplearse” en el caso de algunos receptores de trasplantes de médula, y que a muchos se les administra “concentrados de hematíes”. Por lo tanto, cada cristiano tendrá que plantearse qué otras cuestiones afrontará si acepta un trasplante de médula (Proverbios 22:3).

Aunque cada persona debe decidir qué hará en este asunto, le ayudará a hacerlo saber lo que dice la Biblia referente a la sangre y la médula.

¿Se deben cumplir siempre los votos que se hagan a Dios?

En las Escrituras, un voto es una declaración solemne hecha a Dios en la que se promete llevar a cabo algún acto, presentar una ofrenda, aceptar un servicio o determinada circunstancia, o abstenerse de ciertas cosas que en sí mismas no son ilícitas. En la Biblia se mencionan votos condicionales, es decir, promesas de que se seguiría un proceder específico si Dios hacía algo primero. Por ejemplo, Ana, la madre del profeta Samuel, “pasó a hacer un voto y decir: ‘Oh Jehová de los ejércitos, si [...] no te olvidas de tu esclava y realmente das a tu esclava prole varón, yo ciertamente lo daré a Jehová todos los días de su vida, y no vendrá navaja sobre su cabeza’” (1 Samuel 1:11). Además, según las Escrituras, los votos son promesas voluntarias. Ahora bien, ¿hasta qué grado deben cumplirse los votos hechos a Dios?

El rey Salomón del Israel antiguo aconseja: “Siempre que hagas un voto a Dios, no titubees en pagarlo”, y añade: “Lo que prometes en voto, págalo. Mejor es que no hagas voto que el que hagas voto y no pagues” (Eclesiastés 5:4, 5). La Ley que se dio a Israel mediante Moisés manifiesta: “En caso de que hagas un voto a Jehová tu Dios, no debes ser

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lento en cuanto a pagarlo, porque Jehová tu Dios sin falta lo requerirá de ti, y verdaderamente llegaría a ser pecado de parte tuya” (Deuteronomio 23:21). Resulta obvio que un voto a Dios es un asunto serio. De modo que quien lo haga debe tener una buena razón y no ha de albergar dudas respecto a si podrá cumplirlo. De lo contrario, es preferible no dar ese paso. No obstante, una vez hechos, ¿se deben cumplir todos los votos?

¿Qué sucedería si alguien descubriera que su voto no está en armonía con la voluntad divina? Supongamos que dicho voto relacionara de alguna forma la inmoralidad con la adoración verdadera (Deuteronomio 23:18). Por supuesto, tal promesa no debería cumplirse. Bajo la Ley mosaica, por ejemplo, el padre o el esposo de una mujer podían anular los votos que ella hiciera (Números 30:3-15).

Pensemos en el caso de alguien que ha hecho a Dios el voto de permanecer soltero pero después se encara a un dilema, pues él cree que cumplir lo prometido casi le está llevando al punto de violar las normas divinas respecto a la moralidad. ¿Tendría que seguir afanándose por mantener su voto? ¿No sería mejor que lo rompiera para no hacerse culpable de inmoralidad, y le suplicara a Jehová su perdón y misericordia? La decisión es solo suya, y nadie más puede decidir por él.

¿Qué ocurre si la persona que hizo el voto se da cuenta más tarde de que actuó sin reflexionar? ¿Debería intentar cumplirlo a pesar de todo? A Jefté no le resultó fácil, pero acató escrupulosamente la promesa que había hecho a Dios (Jueces 11:30-40). El que alguien no pagara su voto podría llevar a que Jehová se ‘indignara’ y arruinara sus logros (Eclesiastés 5:6). Tratar a la ligera el asunto de pagar un voto tal vez resulte en la pérdida del favor divino.

Jesucristo dijo: “Simplemente signifique su palabra Sí, Sí, su No, No; porque lo que excede de esto proviene del inicuo” (Mateo 5:37). El cristiano no solo ha de esforzarse por pagar sus votos a Dios, sino también por resultar digno de confianza en todas las promesas que haga, ya sean a Dios o al prójimo. Imaginemos que dos personas establecen un acuerdo que en principio parece bueno, pero al analizarlo mejor, una de ellas ve que es una insensatez. ¿Cómo actuaría ante tal dilema? No debería tratar la situación a la ligera. No obstante, tras meditarlo en profundidad, la otra persona quizás decida liberarlo de su compromiso (Salmo 15:4; Proverbios 6:2, 3).

¿Cuál debería ser nuestra preocupación fundamental, ya se trate de votos o de cualquier otro asunto? Esforzarnos siempre por mantener una buena relación con Jehová Dios.

¿Ha heredado sus creencias?

Es posible que desde la niñez le hayan inculcado las creencias de su familia. Este factor podría ser provechoso; de hecho, Dios desea que los padres enseñen a sus hijos (Deuteronomio 6:4-9; 11:18-21). El joven Timoteo, por ejemplo, se benefició enormemente de escuchar a su madre y a su abuela (2 Timoteo 1:5; 3:14, 15). Las Escrituras enseñan respeto por las creencias de los progenitores (Proverbios 1:8; Efesios 6:1). No obstante, ¿pretendía el Creador que creyéramos en algo solo porque nuestros padres lo hicieran? En realidad, el apego irracional a las creencias y los comportamientos de generaciones anteriores puede ser peligroso (Salmo 78:8; Amós 2:4).

Cierta mujer de Samaria que se había criado en la religión de su nación conoció a Jesucristo (Juan 4:20). Aunque este respetó su libertad de elección, le hizo notar lo siguiente: “Ustedes adoran lo que no conocen”. En realidad, muchas de las doctrinas que ella profesaba estaban equivocadas, por lo que él le dijo que para adorar a Dios correctamente, “con espíritu y con verdad”, tenía que cambiar. En vez de aferrarse a creencias que sin duda les eran preciadas, ella y

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otras personas como ella deberían, con el tiempo, hacerse “obediente[s] a la fe” revelada a través de Jesucristo (Juan 4:21-24, 39-41; Hechos 6:7

La bendición de Jehová nos regocija

20 Sería maravilloso que pudiéramos estar alegres por el resto de nuestra vida. A este respecto, Moisés suplica: “¡De veras vuélvete, oh Jehová! ¿Hasta cuándo será?, y siente pesar respecto a tus siervos. Satisfácenos a la mañana con tu bondad amorosa [o “amor leal”], para que clamemos gozosamente y nos regocijemos durante todos nuestros días” (Salmo 90:13, 14, nota). Dios no comete errores; aun así “siente pesar”, ‘se vuelve’ de su cólera y de infligir castigo cuando, tras avisar de lo que se propone hacer, se produce en los pecadores arrepentidos un cambio de actitud y conducta (Deuteronomio 13:17). Por eso, aunque cayéramos en un pecado grave, Jehová ‘nos satisfaría con su bondad amorosa’ si demostráramos arrepentimiento sincero, lo que nos permitiría ‘clamar gozosamente’ (Salmo 32:1-5). Además, si llevamos una vida recta, sentiremos el amor leal que Dios nos tiene y ‘nos regocijaremos todos nuestros días’, sí, el resto de la vida.

La Palabra de Dios nos es de provecho

No cabe duda de que la Biblia es una fuente confiable de instrucciones viables en el mundo de hoy. Para beneficiarnos de ella, hemos de esforzarnos constantemente. Debemos leerla, estudiarla y meditar en ella con asiduidad. Pablo aconsejó: “Reflexiona sobre estas cosas; hállate intensamente ocupado en ellas, para que tu adelantamiento sea manifiesto a todos” (1 Timoteo 4:15; Deuteronomio 11:18-21). Dios nos garantiza que nos irá bien si nos empeñamos en poner en práctica el consejo que nos ha dejado en la Biblia. Promete: “Confía en Jehová [...]. En todos tus caminos tómalo en cuenta, y él mismo hará derechas tus sendas” (Proverbios 3:5, 6).

Preguntas de los lectores

En vista de los mandatos bíblicos sobre el uso debido de la sangre, ¿qué opinan los testigos de Jehová de los procedimientos médicos que utilizan la propia sangre de la persona?

Todo cristiano debe considerar seriamente lo que la Biblia dice y no decidir solo en función de preferencias personales o de alguna recomendación médica. Es un asunto entre él y Jehová.

Jehová, a quien le debemos la vida, decretó que la sangre no debía consumirse (Génesis 9:3, 4). En la Ley que dio al antiguo Israel, limitó el uso de la sangre por representar esta la vida, y dispuso: “El alma [o vida] de la carne está en la sangre, y yo mismo la he puesto sobre el altar para ustedes para hacer expiación por sus almas”. ¿Qué debía hacerse con el animal que se mataba para comer? Dios dijo: “En tal caso tiene que derramar la sangre de est[e] y cubrirla con polvo” (Levítico 17:11, 13). Este mandamiento se repitió en varias ocasiones (Deuteronomio 12:16, 24; 15:23). La obra judía The Soncino Chumash dice: “La sangre no debe guardarse, sino derramarse en el suelo para que no pueda consumirse”. Ningún israelita debía apropiarse de la sangre de otra criatura ni almacenarla ni usarla, pues la vida de esta pertenecía a Dios.

La obligación de guardar la Ley mosaica terminó cuando murió el Mesías. Sin embargo, Dios sigue considerando sagrada la sangre. Impulsados por el espíritu santo de Dios, los apóstoles mandaron a los cristianos que se ‘abstuvieran de sangre’. Ese mandato no debía tomarse a la ligera. En sentido moral, era tan importante como abstenerse de la fornicación o de la idolatría (Hechos 15:28, 29; 21:25). Cuando en el siglo XX se popularizaron las

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donaciones y las transfusiones de sangre, los testigos de Jehová entendieron que esa práctica contravenía la Palabra de Dios.

A veces, el médico recomienda al paciente la extracción de parte de su sangre semanas antes de la operación (donación autóloga preoperatoria) para que, en caso necesario, pueda transfundirle su propia sangre almacenada. Sin embargo, extraer, almacenar y transfundir la sangre contraviene directamente lo que se dice en Levítico y Deuteronomio. La sangre no debe almacenarse; debe derramarse, devolverse a Dios, por así decirlo. Es cierto que la Ley mosaica no está en vigor hoy. No obstante, los testigos de Jehová respetamos los principios divinos que contiene y estamos resueltos a ‘abstenernos de sangre’. Por lo tanto, ni donamos sangre ni la almacenamos para transfundirnos posteriormente una sangre que debía haberse ‘derramado’. Esta práctica está en conflicto con la ley de Dios.

Otros procedimientos o análisis en los que se utiliza la sangre de la persona no vulneran de manera tan clara los principios divinos. Por ejemplo, muchos cristianos permiten que se les practiquen análisis de sangre, pues luego esta se desecha. En otras ocasiones, los médicos recomiendan procedimientos más complejos que implican el uso de la sangre de la persona.

Por ejemplo, en algunas intervenciones quirúrgicas se utiliza la hemodilución. En este proceso se desvía fuera del cuerpo parte de la sangre y se diluye la que queda. Luego se introduce de nuevo en el paciente la sangre que se encuentra en el circuito extracorpóreo, elevando así el recuento sanguíneo a un nivel próximo al normal. De igual modo, a veces se recupera la sangre que mana hacia el interior de una herida, se filtra y se restituyen los glóbulos rojos al paciente (recuperación de células). En otros casos se dirige la sangre a una máquina que realiza temporalmente la función de un determinado órgano (por ejemplo el corazón, los pulmones o los riñones). Luego se restituye al paciente la sangre que está en la máquina. Existen otros procedimientos en los que se desvía la sangre a un separador (centrifugador) para eliminar los componentes nocivos o defectuosos. O el objetivo también pudiera ser aislar cierta cantidad de un componente sanguíneo para aplicarla a otra parte del cuerpo. Asimismo se realizan pruebas en las que se retira cierta cantidad de sangre para mezclarla con un medicamento y luego retornarla al paciente.

Los detalles pueden variar, y no cabe duda de que se idearán otros procedimientos, tratamientos y pruebas. No nos toca a nosotros analizar cada uno de estos y decidir al respecto. El cristiano debe determinar por sí mismo qué se hará con su sangre durante una intervención quirúrgica, prueba médica o terapia. Debe preguntar al doctor o al analista con suficiente antelación qué se va a hacer con su sangre durante el procedimiento. Luego debe decidir según su propia conciencia (véase el recuadro).

Los cristianos deben tener presentes su dedicación a Dios y su obligación de ‘amarle con todo su corazón y con toda su alma y con todas sus fuerzas y con toda su mente’ (Lucas 10:27). A diferencia de la mayor parte del mundo, los testigos de Jehová tienen en muy alta estima su buena relación con Dios. El Dador de la vida nos exhorta a confiar en la sangre derramada de Jesús. Leemos en Su Palabra: “Por medio de él [Jesucristo] tenemos la liberación por rescate mediante la sangre de ese, sí, el perdón de nuestras ofensas” (Efesios 1:7).

Es preciso servir con buena disposición

Jehová quiere que le sirvamos de buena gana y con entrega. Nunca nos obliga a efectuar su voluntad. Satanás, por el contrario, no se detiene ante nada con tal de forzar —o siquiera inducir— a la gente a hacer lo que él desea.

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Es cierto que la Biblia usa términos como deberes, mandamientos y requisitos al hablar del servicio a Dios (Eclesiastés 12:13; Lucas 1:6). Sin embargo, el mayor motivo para servirle ha de ser el amor (Éxodo 35:21; Deuteronomio 11:1).

¿Dónde se originaron las tradiciones?

Los israelitas entraron en una relación de pacto con Jehová Dios en el monte Sinaí en 1513 a.E.C. Recibieron los estatutos de ese pacto mediante Moisés (Éxodo 24:3). La observancia de estas disposiciones les permitiría demostrar que eran ‘santos como Jehová su Dios era santo’ (Levítico 11:44). Bajo el pacto de la Ley, la adoración a Jehová incluía el ofrecimiento de sacrificios mediante un sacerdocio nombrado. La nación debía tener un lugar central de adoración, que con el tiempo se estableció en el templo de Jerusalén (Deuteronomio 12:5-7; 2 Crónicas 6:4-6).

La Ley mosaica proporcionó la estructura general para la adoración que Israel, como nación, rendía a Jehová. Sin embargo, hubo detalles que no se declararon de forma explícita. Por ejemplo, la Ley prohibía trabajar en sábado, pero no hacía una distinción definida entre el trabajo y otras actividades (Éxodo 20:10).

Si Jehová lo hubiera visto oportuno, podría haber suministrado disposiciones detalladas que abarcaran todas las preguntas imaginables. Pero él creó a los seres humanos con una conciencia y les permitió tomar la iniciativa de servirle con cierta flexibilidad dentro del marco de Sus estatutos. La Ley estipulaba que los sacerdotes, los levitas y los jueces se encargaran de los casos judiciales (Deuteronomio 17:8-11). A medida que se incrementaron estos casos, se fijaron ciertos precedentes, y algunos sin duda se transmitieron de una generación a otra. Los métodos para atender los deberes sacerdotales en el templo de Jehová también se pasaron de padres a hijos. Al aumentar la experiencia colectiva de la nación, también aumentaron sus tradiciones.

No obstante, la Ley escrita dada a Moisés aún ocupaba el lugar central en la adoración de Israel. Éxodo 24:3, 4 declara: “Vino Moisés y refirió al pueblo todas las palabras de Jehová y todas las decisiones judiciales, y todo el pueblo respondió con una sola voz y dijo: ‘Todas las palabras que ha hablado Jehová estamos dispuestos a ponerlas por obra’. Por consiguiente, Moisés escribió todas las palabras de Jehová”. Fue con respecto a estos mandamientos escritos que Dios estableció su pacto con los israelitas (Éxodo 34:27). De hecho, las Escrituras no hacen ninguna mención de una ley oral

Estudiemos regularmente la Palabra de Dios en familia

“No de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová.” (MATEO 4:4.)

EN EL pasado Jehová Dios recordó con frecuencia a los cabezas de familia la responsabilidad que tenían de enseñar a sus hijos. Tal enseñanza no solo los prepararía para esta vida, sino también para la vida futura. Un ángel que habló en nombre de Dios señaló a Abrahán su responsabilidad de enseñar a su casa a fin de que esta ‘guardara el camino de Jehová’ (Génesis 18:19). A los padres israelitas se les mandó que explicaran a sus hijos cómo Dios había liberado a Israel de Egipto y le había dado su Ley en el monte Sinaí, situado en Horeb (Éxodo 13:8, 9; Deuteronomio 4:9, 10; 11:18-21). A los cabezas de familia cristianos se les exhorta a criar a sus hijos “en la disciplina y regulación mental de Jehová” (Efesios 6:4). Incluso si solo uno de los padres sirve a Jehová, debe hacer cuanto pueda por enseñar los caminos de Dios a sus hijos (2 Timoteo 1:5; 3:14, 15).

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2 Lo anterior no significa que el estudio de familia sea únicamente para hogares con hijos. Aunque no haya niños en la casa, el que esposo y esposa tengan un estudio de familia demuestra su aprecio por los asuntos espirituales (Efesios 5:25, 26).

3 La enseñanza ha de ser constante para que produzca el máximo provecho, en armonía con la lección que Jehová enseñó a Israel en el desierto: “No solo de pan vive el hombre, sino que de toda expresión de la boca de Jehová vive el hombre” (Deuteronomio 8:3). En función de sus circunstancias, algunas familias pueden programar un estudio a la semana, y otras pueden tener sesiones diarias más cortas. Sin importar el método que escoja, no deje el estudio a la casualidad. ‘Compre el tiempo’ que sea necesario; es una buena inversión. La vida de su familia está en juego (Efesios 5:15-17; Filipenses 3:16).

“Judaísmo helenizado”

La primera expresión, “judaísmo helenizado”, supone una verdadera contradicción. La religión original de los hebreos, instituida por el Dios verdadero, Jehová, no debía contaminarse con creencias religiosas falsas (Deuteronomio 12:32; Proverbios 30:5, 6). Sin embargo, desde el mismo comienzo, la pureza de su adoración corrió el peligro de corromperse con las prácticas y las ideas religiosas falsas que la rodeaban, tales como las de origen egipcio, cananeo y babilónico. Lamentablemente, Israel permitió que su adoración verdadera se corrompiese en sumo grado (Jueces 2:11-13).

Siglos más tarde, cuando la antigua Palestina llegó a formar parte del Imperio griego, entonces bajo el mando de Alejandro Magno, en el siglo IV a.E.C., esta corrupción alcanzó límites sin precedentes, dejando tras de sí un legado corrosivo y perdurable. Alejandro reclutó a judíos para su ejército, y la relación que estos tuvieron con sus nuevos conquistadores ejerció una gran influencia en el pensamiento religioso judío. Las ideas helenísticas se introdujeron en la educación judía. Se cree que el sumo sacerdote Jasón fundó una academia griega en Jerusalén en el año 175 a.E.C. para promover el estudio de Homero.

Cabe señalar que un escritor samaritano de la segunda mitad del siglo II a.E.C., intentó presentar la historia bíblica como historiografía helenizada. De hecho, los libros apócrifos judíos, tales como Judit y Tobías, aluden a los mitos eróticos griegos. Varios filósofos judíos trataron de reconciliar la Biblia y el judaísmo con la ideología griega.

El mérito de dicha reconciliación se atribuye principalmente a Filón, un judío del siglo primero de nuestra era que se apropió de las doctrinas de Platón (siglo IV a.E.C.), de las pitagóricas y las estoicas. Las ideas de Filón influyeron profundamente en su nación. El escritor judío Max Dimont resumió así la infiltración intelectual de la filosofía griega en la cultura hebrea: “Enriquecidos con el pensamiento platónico, la lógica aristotélica y la ciencia euclidiana, los eruditos judíos abordaron la Torá con nuevos instrumentos. [...] Procedieron a añadir la razón griega a la revelación judía”.

Con el tiempo, los romanos conquistaron el Imperio griego y tomaron Jerusalén, lo que propició cambios aún más significativos. Para el siglo III E.C., las doctrinas filosóficas y religiosas de los pensadores que intentaron desarrollar y sintetizar las ideas de Platón adoptaron su forma definitiva, que hoy se conoce como neoplatonismo. Esta escuela de pensamiento iba a tener una gran influencia en el cristianismo apóstata.

¿De quién es la obligación?

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Cuando los ancianos saben de un mal grave, abordan a la persona implicada para darle la ayuda y la corrección necesarias. Es su obligación juzgar a tales personas dentro de la congregación cristiana. Se mantienen vigilantes con respecto a la condición espiritual de esta, y ayudan y amonestan a todo el que da un paso imprudente o incorrecto. (1 Corintios 5:12, 13; 2 Timoteo 4:2; 1 Pedro 5:1, 2.)

Ahora bien, ¿qué ocurre si no somos ancianos y nos enteramos de que otro cristiano ha cometido un mal grave? Las pautas se encuentran en la Ley que Jehová dio a la nación de Israel. Esta decía que si una persona era testigo de acciones apóstatas, sedición, asesinato u otros delitos graves, tenía el deber de informarlo y testificar sobre lo que sabía. Levítico 5:1 dice: “Ahora bien, en caso de que peque un alma por cuanto ha oído maldecir en público y es testigo, o lo ha visto o ha llegado a saber de ello, si no lo informa, entonces tiene que responder por su error”. (Compárese con Deuteronomio 13:6-8; Ester 6:2; Proverbios 29:24.)

Aunque hoy los cristianos no estamos bajo la Ley mosaica, podemos guiarnos por sus principios subyacentes. (Salmo 19:7, 8.) Por tanto, ¿qué deberíamos hacer si nos enteráramos de que un compañero cristiano ha cometido un mal graveSirva con gozo

14 Ser teocrático también significa servir a Jehová con gozo. Jehová es el “Dios feliz”. (1 Timoteo 1:11.) Quiere que sus adoradores le sirvan con gozo. Los que son rigoristas en cuanto a las reglas deben recordar que una de las disposiciones reglamentarias que Israel debía “tener cuidado de poner por obra” era la siguiente: “Tienes que regocijarte delante de Jehová tu Dios en toda empresa tuya”. (Deuteronomio 12:1, 18.) Todo lo que hagamos en el servicio de Jehová debe ser un gozo, no una carga. Los superintendentes pueden hacer mucho por ayudar a los hermanos a estar contentos de hacer lo que pueden en el servicio de Jehová. Por otro lado, si los ancianos no tienen cuidado, pueden robar el gozo a algunos hermanos. Por ejemplo, si comparan a unos con otros, encomiando a los que han alcanzado o superado el promedio de horas que la congregación dedica a dar testimonio y criticando indirectamente a los que no lo han logrado, ¿cómo se sentirán los que quizás tengan una razón válida para informar mucho menos tiempo? ¿No los haría sentirse culpables innecesariamente y los privaría de su gozo?

El propósito de las audiencias judiciales

15 Cuando surge un problema serio entre individuos, los ancianos sabios primero determinarán si los implicados han tratado de resolver el asunto en privado, en armonía con el espíritu de Mateo 5:23, 24 o Mateo 18:15. Si esto no ha surtido efecto, tal vez el consejo de uno o dos ancianos baste para solucionar el problema. Es necesario tomar acción judicial solo cuando se ha cometido un pecado craso que podría llevar a la expulsión. (Mateo 18:17; 1 Corintios 5:11.) Tiene que haber base bíblica bien fundada para formar un comité judicial. (Véase La Atalaya del 15 de septiembre de 1989, página 18.) Cuando se forma un comité, se debe seleccionar a los ancianos mejor capacitados para atender el caso particular que haya surgido.

16 ¿Qué tratan de lograr los ancianos mediante las audiencias judiciales? En primer lugar, es imposible juzgar con justicia a menos que se sepa lo que verdaderamente ocurrió. Como en Israel, los asuntos serios tienen que ‘escudriñarse cabalmente’. (Deuteronomio 13:14; 17:4.) Así que uno de los objetivos de la audiencia es averiguar los hechos del caso. Pero esto puede y debe hacerse con amor. (1 Corintios 13:4, 6, 7.) Una vez que se establezcan los hechos, los ancianos harán cuanto sea necesario para proteger a la congregación y mantener en ella las altas normas de Jehová y el libre fluir de su espíritu. (1 Corintios 5:7, 8.) Sin embargo, uno de los propósitos de la audiencia es salvar, siempre que sea posible, al pecador que está en peligro. (Compárese con Lucas 15:8-10.)

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La mujer bajo la Ley mosaica

La Ley que Jehová dio a la nación de Israel protegía los derechos de las vírgenes. (Éxodo 22:16.) Salvaguardaba el “derecho debido de las hijas”. (Éxodo 21:9.) A las esposas se les tenía que mostrar ‘estima’ y no se les debía ‘tratar traidoramente’. (Deuteronomio 13:6; Malaquías 2:14, 15.) Tenía que respetarse la dignidad de las esposas en asuntos que tuvieran que ver con lo sexual. (Levítico 18:19.) No se debía abusar sexualmente de las mujeres. (Levítico 18:8-17.)

Al escribir en su libro Religion and Sexism, la teóloga Phyllis Bird declara: “Las leyes de Israel diferían más notablemente de otros códigos de leyes que se conocían debido a su extraordinaria severidad en lo que tenía que ver con las transgresiones sexuales [...] El punto de vista de Israel sobre el lugar apropiado de las relaciones sexuales y los castigos severos que se imponían sobre los ofensores sexuales probablemente reflejaban una antítesis deliberada a las prácticas de los pueblos vecinos (especialmente los cananeos) [...] En Israel las ofensas sexuales eran ofensas religiosas. No eran asuntos privados, sino más bien asuntos de vital interés a la entera comunidad”. Aquellas leyes estrictas ciertamente protegían los derechos de las mujeres.

En Israel, los hombres y las mujeres eran considerados iguales ante la Ley si se les hallaba culpables de adulterio, incesto, bestialidad o algún otro delito. (Levítico 18:6, 23; 20:10-12.) Las leyes concernientes a los beneficios sabáticos, las fiestas, los votos de nazareato y otras provisiones aplicaban igualmente al hombre y a la mujer. (Éxodo 20:10; Números 6:2; Deuteronomio 12:18; 16:11-14.)

En el libro de Proverbios, la Biblia exalta a la “esposa buena”, la “esposa capaz”, la “esposa discreta” y “la mujer verdaderamente sabia”. (Proverbios 18:22; 12:4; 19:14; 14:1.) El capítulo 31 de Proverbios describe a la “esposa capaz” y muestra lo mucho que su esposo confía en ella y los privilegios que él le concede para atender asuntos importantes en la familia. No cabe la menor duda de que cuando en Israel se seguía la Ley, las mujeres no recibían maltrato alguno.

La expulsión... desde qué punto de vista verla

“Oh Jehová, . . . ¿quién residirá en tu santa montaña? El que está andando sin tacha y practicando la justicia.”—Sal. 15:1, 2.

JEHOVÁ es justo y santo. Aunque es misericordioso y comprensivo para con las criaturas humanas imperfectas, espera que los que le adoren reflejen su santidad mediante esforzarse por sostener Sus justas normas.—Sal. 103:8-14; Núm. 15:40.

2 El israelita que deliberadamente violara los mandatos de Dios, como los que prohibían la apostasía, el adulterio o el asesinato, habría de ser cortado del pueblo, ser muerto. (Núm. 15:30, 31; 35:31; Deu. 13:1-5; Lev. 20:10) Esta firmeza con que se sostenían las normas razonables y justas de Dios era para el bien de todos los israelitas, pues ayudaba a mantener la pureza de la congregación. Y servía para disuadir a cualquiera de esparcir corrupción entre el pueblo que llevaba sobre sí el nombre de Dios