11_Grupo de Investigaciones y Estudios Medievales (GIEM)
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Mesa redonda: Del
cristianismo antiguo al
cristianismo medieval. Grupo de Investigaciones y
Estudios Medievales (GIEM)
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“Del cristianismo antiguo al cristianismo medieval”
Aldo Marcos de Castro Paz, Federico Dufau Tucker, Jorge Estrella, Pablo Gugliotta,
Rodrigo Emmanuel Juan, Gerardo Rodríguez
Grupo de Investigaciones y Estudios Medievales (GIEM)
Facultad de Humanidades, UNMdP
En esta mesa Del cristianismo antiguo al cristianismo medieval propondremos
interpretaciones contemporáneas de autores clásicos, nuevas miradas sobre cuestiones
conocidas, búsqueda de temas y enfoques nuevos. Esto es lo que perseguimos en
nuestras investigaciones: analizar y discutir las fuentes tardoantiguas y medievales
desde construcciones analíticas contemporáneas, provenientes de las diferencias
disciplinas que integran el campo de las Ciencias Sociales y Humanas, que instan a
prestar atención a las formas de producción, reproducción, circulación y uso de
diferentes tipos de testimonios escritos. Así, las visiones tradicionales –y algo
inocentes- de las fuentes como expresión translúcida del pasado quedan desdibujadas en
una mirada que se detiene en la opacidad y que no sólo observa artefactos sino que
piensa el sentido en relación con los conceptos de uso y apropiación.
El proyecto ofrece un cruce intercultural e intertextual que tiene como punto de
partida una variada base documental y una rica bibliográfica a la que sometemos a un
riguroso estudio heurístico y hermenéutico con la finalidad de descubrir nuevos matices
de sentidos, señalar lagunas en las investigaciones precedentes, identificar las
tradiciones históricas, literarias, filosóficas, religiosas, jurídicas que forman el sustrato
de cada obra y de las diferentes hermenéuticas que dieron cuenta de ellas.
Textos y contextos consolida un grupo de investigación y una propuesta
metodológica específica iniciada en el año 2007, etapa que permitió al Grupo de
Investigaciones y Estudios Medievales (GIEM) del Departamento de Historia de la
Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata convertirse en
referencia de estudios de carácter interdisciplinario en nuestro país y proyectarse a
través de relaciones personales e institucionales con reconocidos investigadores
argentinos y extranjeros. En particular, el GIEM trabaja estrechamente vinculado con
los integrantes del Centro de Estudios e Investigaciones de las Culturas Antigua y
Medieval (CEICAM) del Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional
del Sur.
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Textos y contextos propone nuevas lecturas y nuevos enfoques de temas
específicos de la tardoantigüedad y el medioevo cuya originalidad radica en los marcos
teóricos y analíticos construidos para dar cuenta de las diferentes fuentes seleccionadas:
investigamos problemas filosóficos e históricos en su dimensión interpretativa,
abordándolos desde distintas ópticas, que nos permitan recuperar la red de conexiones
entre el nivel ideológico y simbólico y el nivel de las estructuras sociales, políticas y
culturales.
Los temas propuestos para esta mesa son los siguientes “Algunas cuestiones en
torno al Evangelio de Juan”, a cargo de Federico Dufau Tucker, “La construcción de la
ortodoxia en el siglo IV: los aportes de Prudencio”, a cargo de Rodrigo Emmanuel Juan,
“Comentarios sobre la cristianización de Noruega”, a cargo de Pablo Gugliotta y
“Hermenéutica del icono: por qué y para qué”, a cargo de Aldo Marcos de Castro Paz.
En nuestras investigaciones consideramos que:
la reconversión de la cultura clásica en cultura cristiana constituye uno de los
sustratos culturales del mundo occidental;
la invención del pasado conforma la esencia del trabajo de literatos, filósofos e
historiadores, desde el siglo III al siglo XVI;
las tradiciones orales, folclóricas, se encuentran presentes en las diferentes etapas de
redacción posteriores, lo que evidencia un juego constante de circulación /
apropiación / resignificación de textos (hagiográficos, historiográficos, literarios,
jurídicos);
las relaciones entre mentalidades, representaciones, imaginario e ideología son
multiformes y dan lugar a las más variadas formas de justificación de lo instituido
como de resistencia instituyente.
Estas consideraciones nos permiten mostrar el dinamismo de los tiempos
medievales en contraposición a las concepciones aún vigentes que se refieren a ellos
como tiempos refractarios y anquilosados a la vez que poner de relieve la profunda
relación dialéctica entre la Edad Media y los períodos históricos que la antecedieron y
precedieron, teniendo en cuenta las apropiaciones y resignificaciones operadas en el
ámbito social, económico, político y cultural.
Cada uno de nosotros desarrollamos nuestras investigaciones en tres etapas:
heurística, que supone el primer análisis del repositorio bibliográfico así como la
primera aproximación a las fuentes seleccionadas con el objeto de señalar los diferentes
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estados de la cuestión que permitan proyectar las investigaciones individuales;
hermenéutica, que consiste en la elaboración de los diferentes marcos teóricos, a efectos
de aplicar, en las fuentes seleccionadas, los métodos y las perspectivas analíticas
escogidas y una etapa de síntesis, en la cual resumimos los principales aportes
generados a partir de nuestras miradas del mundo medieval.
Chris Wickham sostiene que la idea del declive del Imperio Romano de
Occidente como inicio de la “larga y oscura Edad Media” debe ser “revisita”, dado que
Roma está presente y acompaña a las sociedades y proyecciones político-culturales por
lo menos hasta el año mil, en especial bizantinas, carolingias y otónidas. Y si Roma
iluminó con su pasado a estas sociedades medievales fue sin dudas Virgilio el poeta que
se constituyó en el faro de esta larga y duradera tradición, como bien han demostrado
Jan Ziolkowski y Michael Putnam.
Este faro virgiliano permitió, de alguna manera, aunar la tradición clásica con el
cristianismo, dada las similitudes y semejanzas entre la literatura latina y el proyecto
bíblico, en particular a partir de la reconversión del héroe romano en héroe cristiano.
Virgilio gozó, fundamentalmente, de la admiración de Agustín de Hipona, quién
veía en el poeta de Mantua al encargado de lograr la armonía entre el espíritu de las
letras clásicas y el nuevo espíritu del evangelio. Pero, además, porque lo consideraba un
poeta encantador y a su Eneida, una obra sublime, tanto por su belleza literaria como
por su profundo contenido épico. Es en Virgilio y su obra que el hiponense aprendió la
mitología, muchas de las ceremonias empleadas en la consagración de los templos y de
los hombres a los dioses, el amor a la patria y las virtudes nobles. San Agustín conoce y
cita todas las obras de Virgilio, especialmente la Égloga IV, en que se anuncia el
nacimiento de un niño que traerá la paz, va a gozar de gran aceptación entre los
cristianos, aunque san Jerónimo toma distancia de estos intentos por releerlo desde una
perspectiva cristiana, llegando a decir que son tantos los intentos que a Virgilio podría
llamárselo “cristiano sin Cristo”.
Tiempos de apropiaciones y de cambios, de profundas certezas y de
desgarradoras incertidumbres, estos siglos de la llamada “tardoantigüedad”, se revelan
como ámbito de debates teóricos e historiográficos en una constante renovación desde
sus planteos iniciales en la década de 1950.
Estas ideas de relecturas y diálogos entre las diversas tradiciones constituyen la
base del reciente libro editado por Benjamin Goldlust y François Ploton-Nicollet. Sin
embargo, no todos los estudiosos de la literatura, de la historia, de la filosofía, de la
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religión de aquéllos siglos coinciden en esta visión de diálogo y encuentro, señalando
como complementos necesarios las tensiones, los conflictos, los enfrentamientos
sustentados en muchos casos en miradas excluyentes, tal como proponen Rubén Florio
o Polymnia Athanassiadi. Estas identidades se fundan en el proselitismo y las
persecuciones, la centralización del poder secular y alianzas con la Iglesia, las tensiones
internas al cristianismo, el paganismo y el judaísmo, la censura y la "brutal reescritura
de la historia en términos religiosos".
Del cristianismo antiguo al cristianismo medieval constituye, pues, una
muestra de algunas de nuestras conclusiones, siempre parciales y provisorias.
Comenzamos por plantear los contextos en que la crítica sitúa la producción joánica
para abordar luego cuestiones inherentes a la conformación de la ortodoxia cristiana, en
un recorrido que abarca los cuatro primeros siglos de la era cristiana.
1) “Algunas cuestiones en torno al Evangelio de Juan”
La tradición de la Iglesia ha atribuido la autoría del cuarto evangelio a Juan, uno
de los doce apóstoles de Cristo, hermano de Santiago, ambos hijos de Zebedeo. Luego
de la muerte de Jesús se habría trasladado a Asia Menor, con María, instalándose en
Éfeso, donde está atestiguada su memoria desde fines del siglo II. Se le atribuyen
también el Apocalipsis y tres cartas que componen el canon del Nuevo Testamento.
Sin embargo hay que tener en cuenta que los cuatro evangelios son anónimos y
la tradición luego se los adjudicó a Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Lo mismo pasa con
las tres cartas referidas. No así con el Apocalipsis cuyo autor dice llamarse Juan, aunque
en ningún lugar aclara que el fuera discípulo de Jesús.
El Evangelio de Juan tiene a su vez características peculiares que lo diferencian
de los tres sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), que pueden estudiarse en forma paralela
a la vez que señalarse dependencia y similitud en las narraciones. Por ejemplo, la forma
de enseñar de Jesús es la de un predicador ambulante que se expresa en forma sencilla
utilizando muchas veces parábolas para que lo comprenda la gente corriente de pueblo,
su predicación transcurre mayormente en Galilea para concluir su misión y martirio en
Jerusalén.
En tanto, en el cuarto evangelio el tono de sus discursos son más extendidos y su
tono es grave, elevado y solemne. Expresa de forma clara la divinidad de Jesús y su
peculiar relación con el Padre. Introduce un término extraño a los sinópticos pero no al
judaísmo de Alejandría: el Logos y afirmaciones metafísicas como la preexistencia del
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Hijo antes de la Creación. Se ve un dualismo marcado: la luz-las tinieblas; ser de Dios o
ser del mundo, en la que muchos autores han querido ver una concepción proveniente
del gnosticismo. Las narraciones del ministerio de Jesús transcurren en Jerusalén, salvo
raras excepciones y a esa ciudad sube tres veces a celebrar la Pascua. Los sinópticos
solo mencionan una vez.
Además hay diferencias con respecto a la fecha en que es detenido Jesús. Para
los sinópticos es cuando están celebrando la Pascua. En Juan es en vísperas de esta
festividad.
Los Padres de la Iglesia, al examinar las escrituras, advirtieron, obviamente,
estas diferencias pero convencidos del origen apostólico de las escrituras intentaron
minimizarlas, señalando que Juan intentó escribir sobre los aspectos que no habían sido
tratados por los otros autores, para completarlos o bien que se centró en los aspectos
espirituales ya que los terrenales habían sido ya tratados. También habría completado
los acontecimientos de su ministerio en Jerusalén pues los otros habrían comenzado su
relato más tardíamente en lo que respecta a su vida pública.
La crítica moderna tiende a desestimar estos argumentos. Incluso uno de los
interrogantes que se plantea si el cuarto evangelista llegó a conocer los evangelios
sinópticos.
Desde el siglo XIX el racionalismo empieza a estudiar exhaustivamente la vida
de Jesús según criterios científicos. Estos enfoques provienen casi en su totalidad del
liberalismo protestante y del laicismo. Los trabajos más destacados se desarrollan
mayormente en Alemania y en menor medida en Francia e Inglaterra. La tendencia
general será, sobre todo desde mediados de siglo, negar historicidad al Evangelio de
Juan, prefiriendo los sinópticos. Su utilización como fuentes también requerirá de sus
debidas reservas, sobre todo cuando tratan hechos sobrenaturales, que se van a desdeñar
o se les dará algún tipo de explicación científica que ha sido interpretada en su época
como milagro.
Estos investigadores verán al Evangelio de Juan como el paso de una fe más
sencilla (la de los sinópticos) y más acorde a la verdadera predicación del Nazareno a
una elaboración teológica de un autor alejandrino o gnóstico del Asia Menor. Por lo
tanto seria una teología elaborada fuera de Palestina en algún momento del siglo II (a
principio, mediados o fines según la apreciación de diferentes autores). Podemos citar
como ejemplos a David Friedrich Strauss, Alfred Loissy, Joseph Klausner o Charles
Guignebert.
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Ernest Renan, que realizó trabajos arqueológicos en Palestina, difiere
parcialmente. Afirma que el cuarto evangelista demuestra poseer un conocimiento
bastante exacto de la topografía del lugar que juzga inverosímil pueda provenir de un
gnóstico del Asia Menor que nunca pisó la región. Para él la narración de los hechos
acaecidos es más creíble en muchos puntos en Juan que en los sinópticos. Pero al
mismo tiempo desecha que la teología subyacente sea testimonio fidedigno de lo que
verdaderamente enseñó Jesús. También desecha el racionalismo de esta época como
testimonio histórico lo que pueda provenir de la casi totalidad de los evangelios
apócrifos. Unos por ser muy fantasiosos y muy exuberantes en milagros. Los otros por
su origen gnóstico que serían el resultado de una teología extraña al pensamiento más
típicamente judío de Jesús.
Joseph Klausner, historiador judío, enfatiza el judaísmo de Jesús y que es inútil
querer buscarle maestros griegos o de la India. En general, estos autores subrayan que
sería importante encontrar el evangelio de los hebreos, precisamente por su origen
palestino y a partir de él establecer contactos y conexiones.
Indicaremos seguidamente algunas teorías referidas a las influencias presentes
en el Evangelio de Juan, según propone el reconocido biblista argentino Luis Heriberto
Rivas: la filosofía griega, el gnosticismo, el judaísmo helenista, la literatura hermética y
el judaísmo palestinense.
a) La filosofía griega. A fines del siglo XVIII el inglés Evanson en su estudio sobre
los evangelios, reconoce en el testimonio de Juan conceptos propios del pensamiento
helénico (la vida eterna, la verdad, el Logos), que atribuyó a la obra de un filósofo
platónico del siglo II o III. Esta influencia en el lenguaje también puede explicarse por
la difusión del pensamiento griego tras las conquistas de Alejandro Magno o bien por la
diáspora judía, que experimenta una helenización muy fuerte, particularmente en Egipto
y Asia Menor.
b) El gnosticismo. Historiadores alemanes del siglo XIX, perteneciente a la célebre
escuela de Tubinga, entre ellos F.C. Baur y H.J. Holtzmann, llegaron a la conclusión de
que las raíces del Evangelio de Juan eran las doctrinas gnósticas.
A principios del siglo XX, Rudolf Bultmann, uno de los más influyentes
teólogos protestantes, consideraba que su autor podría haber sido un ex gnóstico. De
estas doctrinas provendrían varias de las ideas centrales de Juan: la preexistencia de
Cristo, que viene al mundo a transmitir el conocimiento y luego vuelve a El; los
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dualismos carne-espíritu, el mundo y la carne presentados como algo negativo y hasta
contrarios a Dios (hay que elegir entre ser del mundo o ser de Dios).
Estos autores fundamentaron sus ideas en los autores gnósticos del siglo II, de la
escuela de Valentín: Ptolomeo y Heracleón, que hicieron los comentarios más antiguos
del evangelio.
Se argumenta en contra de esta hipótesis que el dualismo de Juan no es igual al
de los gnósticos. Pues el mundo no es visto siempre como algo negativo ni hay
connotación negativa alguna de la materia y el cuerpo. El mismo Jesús resucita en
cuerpo y alma. Otros autores, como Raymond Brown, sostienen que el gnosticismo
floreció más tardíamente que el Evangelio de Juan, tal como lo demuestra el Evangelio
de Tomás, contemporáneo a Juan y muestra de un apenas incipiente de gnosticismo.
Además, como sostiene Rivas, al haber combatido los Padres de la Iglesia en
forma continua estas doctrinas, resulta inadmisible que hubieran aceptado este
evangelio en el canon si hubiera tenido este origen y pareciera ser más adecuado
suponer que los gnósticos conocieron y utilizaron el evangelio de Juan para sostener y
desarrollar sus doctrinas.
Finalmente hay que hacer notar que si bien el florecimiento del gnosticismo
habría sido más tardío algunas ideas afines que quizá podríamos llamar pregnósticas se
desarrollaron en etapa temprana. Pues Juan habría escrito este evangelio y la primera
carta atribuida a él para combatir la herejía de Cerinto y fundamentar la venida de Cristo
y combatir con aquellos que la negaba. La idea de la encarnación sería inadmisible para
un gnóstico y aunque es uno de los temas centrales del evangelio se ve en la necesidad
de aclarar y explicar.
c) El judaísmo helenista. Algunos autores creyeron que el autor era un judío
helenista, en particular de Alejandría. Allí se destacó un gran filósofo judío Filón. Este
tuvo gran influencia del pensamiento griego y empleó el método alegórico para
interpretar las sagradas escrituras, así como los griegos habían desarrollado una lectura
alegórica de sus epopeyas. El concepto de Logos es desarrollado con amplitud por Filón
de Alejandría.
Debido a esto, Guignebert y otros historiadores piensan que el cuarto evangelio
es obra de un judío alejandrino que vivió en Asia Menor.
Aunque es correcto advertir estas semejanzas también hay diferencias no menos
notables. En el cuarto evangelio se utilizan imágenes como alegoría en parte para
representar a Cristo (el cordero de Dios, el buen pastor, el pan de vida). Lo que hace
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Filón es una lectura continua del antiguo testamento en clave alegórica. El Logos ofrece
características distintas y nunca aparece en la mente del filósofo alejandrino unir los
conceptos de Logos y Mesías en una sola persona.
d) El judaísmo palestinense. El judaísmo palestinense refiere al que se desarrolló en
la zona de Palestina. Esto no quiere decir que no sufriera alguna influencia helenística.
Hay sitios e imágenes del cuarto evangelista que se consideran propias de Palestina, así
como el conocimiento del lugar se ha podido verificar por la arqueología.
Nos interesa particularmente hacer notar una similitud con ciertos conceptos de
los sectarios de Qumram, que se hicieron evidentes tras el descubrimiento de los rollos
del Mar Muerto. Expresiones como “Espíritu de Verdad”, “Luz de la Vida”, etc. que se
atribuían a los gnósticos. Tiene una similitud sorprendentemente mucho mayor con
estos. Más que una influencia directa pudiera ser que en ese ambiente circularan esas
ideas y expresiones religiosas.
Tampoco se puede desechar que el autor tuviera alguna vinculación con esta
comunidad o alguna otra similar o estuviera bien informado de ella.
Por todo lo expuesto, teólogos e historiadores plantearon el tema como “el
misterio del discípulo amado”. En este contexto, las filiaciones del evangelio se
remontan san Ireneo de Lyon: “Y después Juan, el discípulo del Señor, que se recostó
sobre su pecho escribió ese evangelio cuando estaba en Efeso”. Eso es lo que viene
afirmando desde hace siglos la tradición.
Poco después de san Ireneo, san Clemente de Alejandría, Orígenes y Tertuliano
también se lo adjudicarán a Juan y hasta el siglo XVIII no se discutirá más. Guignebert
sostiene que ese error se debió a Ireneo de Lyon, quien probablemente confundió a un
tal Juan el presbítero (que también habría sido discípulo de Jesús, pero no de los doce
apóstoles) con el apóstol Juan. Considera que es probable que ese Juan el presbítero, sea
el verdadero autor del evangelio, pero prefiere hablar en términos de anonimato de ese
autor.
Algunos autores modernos prefieren atribuírselo al discípulo amado,
tradicionalmente identificado con Juan o a un redactor que recoge las tradiciones del
discípulo amado. A su vez este discípulo amado es muy reverenciado por su comunidad
y que guarda su recuerdo y se identifica con este enigmático discípulo de Cristo. Esta
comunidad está ubicada en algún lugar del Asia Menor pues allí se lo identifica desde el
siglo II.
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Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que Juan era una persona poco instruida
y sin cultura por lo que no parece posible fuera escrita por él una obra de esas
características. Otras identificaciones con personajes del Nuevo Testamento no han
encontrado mayor aceptación en la comunidad académica.
Para la cuestión del autor del evangelio, Rivas, apoyándose en varias
investigaciones importantes como la de Raymond Brown, llega a la conclusión,
provisoria pero bien fundamentada, referida a que hay que distinguir entre varias
personas que se han identificado con una sola tradicionalmente:
- El discípulo amado vivía en Jerusalén porque conocía bien la geografía del lugar
y esta familiarizado con las fiestas judías que se desarrollaban allí. Este no sería uno de
los doce, por lo tanto no sería el apóstol Juan, hijo de Zebedeo. Este discípulo luego de
presenciar la crucifixión de Jesús formó una comunidad que se identificó con él y a la
cual el le transmitió su tradición de Jesús.
- El evangelista sería una persona diferente del discípulo amado. Un miembro de
la comunidad de formación judío-helenística que recogió todas las enseñanzas del
discípulo amado (Quizá tampoco podría descartarse que fuera un secretario de él que
puso sus enseñanzas por escrito).
- Un redactor final incluyó material que el evangelista no había incluido
primeramente y que creyó seria conveniente añadirle. Así se explicarían ciertos
desórdenes en el relato y evidentes añadidos posteriores pero que parecen ser del mismo
autor.
Es interesante observar los paralelismos entre el discípulo amado y Pedro para
evaluar su relación con la Iglesia Universal. Durante la última cena el discípulo amado
está recostado sobre el pecho de Jesús mientras Pedro está más alejado. (Jn 13,23). El
discípulo amado está en el momento del suplicio de la cruz, mientras todos los demás
apóstoles por temor han desaparecido. A él le confía Jesús su madre (Jn 19, 25-27).
Cuando entran al sepulcro a investigar que ha ocurrido con el cuerpo de su Maestro, al
ver las vendas en el piso el protagonista descubre que Cristo ha resucitado mientras
Pedro aparece desconcertado (Jn 20,6). Cuando están varios apóstoles en la barca
pescando él es el primero en reconocer que quien les habla desde la costa es Jesús
resucitado (Jn 21,7). A su vez, en el momento de que van a ver el sepulcro vacío él llega
antes que Pedro, pero permite que el pase primero, lo que implica que respeta su
autoridad (Jn 20,4). También Cristo resucitado le encomienda a Pedro apacentar sus
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ovejas, lo que implicaría su reconocimiento como líder de la Iglesia Universal (Jn
21,15-17).
La comunidad del Discípulo Amado está en comunión con la Iglesia Universal,
respeta su primacía pero conserva sus peculiaridades que la identifican.
2) “La construcción de la ortodoxia en el siglo IV: los aportes de Prudencio”
En la actualidad, la investigación se centra en el proceso de construcción de la
ortodoxia cristiana en el transcurso del siglo IV, proceso en el cual tiene una relevancia
fundamental la figura de Prudencio. Si bien en un principio tratamos de discutir en torno
a los grandes temas como la religión en si misma o las continuidades entre paganismos
y cristianismos, la mejor decisión fue comenzar a analizar a un autor de época.
Es por ello que elegimos la obra de Prudencio, autor hispano de una formación
intelectual privilegiada. Esta formación le permitió ascender en la escala social y
política de la época e incluso formar parte de la administración romana e incluso de la
corte imperial: estuvo presente en los momentos en que se definía la ortodoxia nicena, y
nos legó un corpus (seis obras completas) en el que refleja las controversias de esta
época.
Del corpus hemos tomado especialmente dos obras: Peristephanon (Coronas
poéticas en honor de los mártires) compuesto por catorce poemas que celebran la gloria
de los mártires y Contra Symmachum, poema apologético en dos libros, escritos en un
momento en que en Roma se producía una reacción del paganismo, reacción
encabezada ideológicamente por Símaco y que contaba con el apoyo de varias familias
de la nobilitas romana. Estos dos libros son los que más han atraído la atención de los
historiadores por tratarse de las obras que tienen un contenido político más marcado,
mientras que el resto de su obra se centra más en cuestiones de discusión religiosa y
filosófica.
En ambos libros se demuestra a través de la discusión (ya sea en un juicio o a
través de la argumentación) la superioridad del culto cristiano sobre la irracionalidad y
los vicios del paganismo. En el Peristephanon en particular se trata de imponer la idea
del martirio como una muerte deseable, y por sobre todo, como el acto máximo de
superación del paganismo.
Para los cristianos la muerte a través del martirio constituye el ejemplo perfecto
de la imitatio Christi, es decir una muerte sufrida y que los acerca a su objetivo
máximo. Esta imitatio Christi transforma a los primeros cristianos en objeto de culto,
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precediendo a los santos y a los obispos, de manera que podríamos ver en ellos un
intento, ya sea de las bases populares o de los sectores de elite que componen la iglesia
cristiana en el siglo IV, de instaurar un culto que permita la unión de lo sagrado y lo
terrenal, como posteriormente será el ampliamente difundido culto a los santos.
Para Prudencio los mártires son héroes cristianos. Esto queda demostrado en su
obra ya que los denomina de esa manera, pero sobre todo porque retoma esquemas
arquetípicos de la literatura pagana para representarlos. La discusión en esta época
estaba planteada, como queda demostrado por los escritos de Ambrosio y Agustín
principalmente y en ella se debatían dos concepciones en cuanto a la cultura pagana: la
de eliminarla totalmente o la de apropiarse de lo bueno que tuviera a través de un
proceso de resignificación. Por lo que sabemos y a través de la tesis de Rubén Florio
podemos afirmar que la postura tomada fue la segunda, tal como se refleja en los relatos
prudencianos.
Debemos marcar que la instauración del culto a los mártires se da en un proceso
de diferenciación del cristianismo de los cultos al sol y las religiones mistéricas. Y,
sobre todo, se da tras constantes debates entra la intelectualidad pagana y la cristiana,
debates que conforman el contexto filosófico y cultural de los siglos III y IV. El
conflicto cristiano-pagano del siglo IV aparece reflejado en la literatura cristiana
contemporánea como un combate entre cristianismo y religiones mistéricas. Los
motivos por los que los cultos mistéricos fueron objetivo preferente de los ataques
cristianos radican, en primer lugar, en la necesidad del cristianismo de diferenciarse de
unos cultos con los que guardaban una gran similitud y en los que encontraban unos
serios competidores. En segundo lugar, porque proporcionaban a los apologetas, dado el
exotismo y la singularidad de sus manifestaciones cultuales, la batería argumental que
precisaban para combatir un paganismo que precisamente acusaba al credo cristiano de
irracional. Este ataque a las religiones mistéricas por parte de los escritores cristianos se
basó en destrozar las proposiciones de aspectos en común entre la doctrina cristiana y
estas y se cimentó por sobre todas las cosas en el carácter de redentora que posee la
muerte de Cristo. No es casualidad que el culto a los mártires, que posee similitudes en
cuanto al carácter redentor de esta muerte, se defienda sustancialmente en esta época y
comience a alentarse de manera acelerada por los autores cristianos involucrados en
estos debates contra los paganos y por sus sucesores.
En el debate sobre los motivos que se esconden tras esta inclusión del culto a los
mártires y en la defensa que esta práctica recibe por parte de los autores cristianos
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pueden mencionarse otras razones, tales como “la democratización del culto”, carácter
que diferenciaría notablemente a las prácticas cristianas de las llevadas a cabo por las
religiones mistéricas, de carácter meramente elitista; las relaciones clientelares a las que
estaba acostumbrada la población romana, relaciones que reconocían la figura de
intercesor. El culto de los mártires se democratiza a través del santo patrono, que basa
sus propias características en las nociones mismas de las relaciones de clientela: lealtad
del protegido, “amistad” y deber de protección por parte del patrón respecto a aquel que
se ha encomendado a él. En una sociedad al borde de la desintegración en la que los
individuos estaban angustiados por la idea de perder su identidad y su libertad, los
santos podían restituir la confianza y ofrecer perspectivas de salvación a la vida
cotidiana.
Si bien algunos autores consideran importante la influencia de la crisis como uno
de los elementos que coadyuvaron a la adopción de este culto, nos permitimos por lo
menos matizar esta afirmación. No creemos que la situación de la crisis del siglo III
haya sido uno de los motivos que llevaron a la adopción del culto, principalmente
porque no creemos que la crisis sea propiedad de esta época y esto sin entrar siquiera en
el debate acerca de la influencia de la situación socioeconómica sobre la adopción de los
cultos y la cuestión meramente religiosa.
Como conclusión, debemos tener en cuenta que la obra de Prudencio,
supuestamente escrita con posterioridad al endurecimiento de la ortodoxia cristiana,
sostenida en las medidas antipaganas tomadas por Teodosio pero que también
podríamos extender a las graves disputas religiosas, como el duro choque entre
Ambrosio y Símaco por el altar de la victoria. Incluso podríamos pensar que pudo haber
sido escrita en tiempos en que Prudencio ocupaba un puesto en la corte imperial en
Milán e interactuaba con personajes de la talla de Ambrosio y Dámaso, baluartes de la
ortodoxia cristiana. Es por ello que consideramos al Peristephanon, como a toda la obra
de Aurelio Prudencio, un reflejo del pensamiento de esta ortodoxia, que comenzó a
afianzarse en el campo literario y cuyas textos comenzaron a reemplazar en las
bibliotecas de los privilegiados (los únicos que podían tenerlas) a los grandes clásicos
de la literatura grecolatina, de los que aprovechó la belleza de su forma pero revirtió
completamente su contenido, llevándolo a expresar el mensaje de una minoría religiosa
que recién lograba constituirse en bases sólidas y que lograría perdurar a través de la
cultura cristiana por más de mil años.
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En este primer momento de la mesa planteamos algunas cuestiones relativas al
proceso de conformación del canon y de la ortodoxia cristiana en el transcurso de los
siglos I al IV. Ambos procesos fueron largos, conflictivos. Hacia el siglo VI aún se
discutían en Oriente definiciones inherentes al dogma y en los diferentes concilios las
posturas nicenas y monofisitas seguían manteniendo fuertes disputas.
No obstante ello, la difusión del cristianismo (o de los cristianismos) se planteó
desde los propios inicios y ser vio reflejada en la labor apostólica de los seguidores
inmediatos de Jesús. Los procesos que permitieron la difusión de la nueva religión
fueron variados y se adaptaron a los diferentes tiempos y a las diferentes culturas. De las
posturas anacoretas de san Antonio a la cristianización propuesta por san Patricio, de la
conformación del monacato reglado a la labor de obispos y monjes en plena Edad
Media los caminos recorridos y las formas adoptadas por la cristianización fueron
múltiples. Un ejemplo de ello lo demuestra el proceso de conversión de los pueblos
nórdicos.
3) “Comentarios sobre la cristianización de Noruega”
El proceso de cristianización de Noruega puede rastrearse a través de unas
fuentes muy particulares: las Sagas. El tema presenta muchas dificultades -desde la
misma naturaleza de sus fuentes escritas hasta su veracidad para el análisis histórico- y
ha sido objeto de intensos debates.
Las llamadas Sagas escandinavas constituyen un corpus literario único en la
Edad Media. Se trata de textos producidos entre los siglos XII y XIV, por diversos
autores, en su mayoría desconocidos, que relatan hechos de diversa índole: desde la vida
de reyes y santos hasta conflictos entre familias, viajes, vidas de personajes importantes,
sucesos sobrenaturales, etc., en donde se fusionan claramente lo verosímil con la
creencia y la superstición; lo histórico y la invención literaria.
Se diferencian generalmente según su temática aunque este orden suele coincidir
con el origen cronológico, siendo las más importantes las Sagas de los reyes
(Konungasögur), que incluyen la Heimskringla de Snorri Sturluson y dos obras
anónimas que se consideran antecedentes de esta, Morkinskinna y Fargskinna, así como
la obra del sobrino de Snorri, Ólafr Þórðason, que incluyen la Íslendinga Saga y la
Hákonar saga Hákonarsonar, todas estas escritas en el siglo XIII. Por otro lado, las
llamadas Sagas de los tiempos antiguos o Fornaldasögur abundan en elementos
mitológicos y hacen poca referencia a hechos comprobables, dada la antigüedad de
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estos. Aún así, este grupo incluye obras de importancia para el análisis de la mitología
nórdica y la literatura: Hrólfs saga kraka y la Völsunga saga pueden ser nombradas
como las más renombradas entre estas. Otro grupo importante son las denominadas
Íslendingasögur o Sagas de los islandeses, las cuales hacen hincapié en las historias de
familias y personajes de Islandia. Entre ellas se encuentran muchas de las sagas más
importantes, como la Brennu-Njáls saga, Egils saga Skalla-Grímssonar, Eyrbyggja
saga, Færeyinga saga, Grettis saga, Grœnlendinga saga y Laxdæla saga.
Las sagas han tenido diversa aceptación entre los historiadores durante el siglo
pasado. Su carácter literario, matizando elementos fantásticos con hechos verosímiles,
le ha valido la desconfianza de muchos especialistas, cuando la arqueología comenzó a
presentar una evidencia mucho más sólida que estos textos, muchos de los cuales
sobrevivían solo en fragmentos. Esta valoración negativa estuvo ligada a las hipótesis
generadas en torno al origen de estas obras: de un origen oral desconocido, estos relatos
se mantuvieron de este modo a través de las generaciones gracias a una tradición oral
hasta su transcripción en los siglos XII, XIII y XIV. Obviamente, la tergiversación
posible en tal proceso que abarcaría al menos 500 años hace imposible que el relato
conservara sus características originales. Esto sumado a la posibilidad de que el autor de
la obra escrita modificara lo que transcribía según su lógica (cristiana) y sus intereses,
hicieron que la fiabilidad de las sagas fuera prácticamente inexistente. Esta tendencia
comenzó a ser revertida hacia los años ‘70 del siglo pasado con el desarrollo de la
historia cultural y la historia de mentalidades. Este nuevo enfoque se concentró en el
período de transcripción de las sagas, para el cual estas sirven como reflejo de la
intención de sus escritores, así como su relación con su entorno político, social y
religioso, con lo cual, las sagas tomaron nuevamente una gran importancia. Cuando
comenzaron a cuestionarse las ideas acerca de los orígenes, se incrementó la tendencia a
favor de la aceptación de las sagas como textos válidos históricamente: la idea de una
tradición oral como creadora de estos relatos dio paso a la de una tradición previa
escrita, que se habría iniciado con el Cristianismo en el siglo XI en Islandia y que
contaría con obras como el Íslendingabók o el Landnámabók, de Ari Þorgilsson, y las
ya mencionadas obras antecesoras de la Heimskringla de Snorri Sturluson,
Morkinskinna y Fargskinna.
La saga que más popularidad ha adquirido es sin duda la ya nombrada
Heimskringla. Esta crónica de reyes noruegos, escrita por Snorri Sturluson (aunque su
autoría no ha sido corroborada totalmente) a principios del siglo XIII, relata la vida y
199
acciones de los reyes noruegos desde orígenes míticos hasta el reinado de Magnus
Erlingsson (Magnus V). Se ha analizado esta obra en cuanto a sus menciones acerca de
la religión, que aparece en todo momento en estrecha relación con el desarrollo político:
Snorri ha sido presentado por muchos especialistas como un particular historiador, con
una relación cambiante tanto con la monarquía noruega como con la aristocracia
islandesa, de la cual él formaba parte como uno de los hombres más ricos del país.
Considerando el desenlace de sus alianzas y conflictos que incluyeron su participación,
como el conflicto entre Skule Barðarsson y el rey Håkon Håkonsson (Håkon IV), es
posible observar en la obra de Snorri el desarrollo político que se quiere exaltar: desde
unos orígenes míticos que encumbran a la monarquía con los dioses que representan a
las antiguas creencias paganas nórdicas pero se presentan como humanos, hasta la
transformación de los principales protagonistas desde una antigüedad o primitivismo
político, ligado al violencia, los conflictos constantes, la ausencia de ley escrita y de una
religión institucionalizada (todos estos, elementos identificados comúnmente con el
período pagano) hacia una occidentalización, que va de la mano de la diplomacia, las
alianzas y, por supuesto, la relación con la Iglesia. Este proceso se evidencia a través de
reyes como Haraldr Hárfagri (Harald I), Håkon den Goðe (Håkon I), Olaf Trygvasson
(Olaf I) y Óláfr Haraldsson (Olaf II).
Visiones sobre la religión y la cristianización. La cristianización constituyó al
proceso de transformación religiosa en uno de los más importantes para la
consolidación de los territorios escandinavos como reinos “occidentalizados” y a la
conversión como un punto de inflexión en un proceso que se presenta como general a
toda Escandinavia, y de carácter dinámico y lineal.
Con respecto a la religión nórdica, puede considerarse como uno de los inicios
de la historiografía contemporánea sobre religión en Escandinavia el trabajo de Rudolph
Keyser, el cual describe los principios más importantes de las creencias paganas
nórdicas, aunque considerándolas como un culto unificado: el paganismo nórdico. Es
también uno de los primeros textos en donde se aborda el tema de la magia, la
adivinación y otras supersticiones, asociadas a esta “religión” pagana. Esta idea será
retomada posteriormente por su discípulo Peter A. Munch.
Siguiendo esta línea, William A. Craigie se centró en los cultos a Óðinn y Thor,
y en los rituales de sacrificio (Bløt) como principal acción de culto pagano. La
desaparición de estos cultos también aparece como progresiva, si bien tiene ciertas
resistencias, y junto con estas, según Craigie, desaparecieron las creencias paganas.
200
En 1943, el primer libro de Hilda Roderick Ellis Davidson, (1943) plantea un
enfoque radicalmente diferente. En él aparecen nuevos temas que marcarían futuras
investigaciones: en primer lugar, la institucionalización de la religión se presenta como
un aspecto dominante del proceso de conversión, acercando la “difusión” del
Cristianismo al poder político, la intencionalidad de dicha conversión, y la ambigüedad
de las fuentes entre Cristianismo y Paganismo debido al lapso entre la conversión oficial
de Noruega e Islandia y la transcripción de las sagas.
En los años 60, el trabajo Gwyn Jones da también un importante lugar a la
conversión: resalta el hecho de la tolerancia religiosa, factor que modifica
sustancialmente el contexto en que se desarrolla la expansión del cristianismo en
Escandinavia, contrario a la idea de conflicto en la coexistencia de ambos cultos, o aun
mas, la existencia de un choque entre ambas culturas. Con respecto a las creencias
paganas, considera que se trata de una serie de cultos que no tienen otra cohesión más q
la tradición. El punto más importante de su perdurable heterogeneidad es la inexistencia
de una clase sacerdotal como se la conocía en el continente.
Con el auge de la historia cultural, la producción de trabajos sobre religión
Escandinavia se ha multiplicado: autores diversos como Thomas DuBois, John Lindow,
Margaret Clunies Ross, Margaret Cormack, Alexandra Sannmark, Anne Heirichs,
Stephen Mitchell, Sirpa Aalto o Sverre Bagge han abordado este aspecto de la sociedad
escandinava medieval en sus principales cuestiones: religión, poder político,
supersticiones y magia.
Debates en torno al tema:
a) Monarquía: siguiendo la Heimskringla, la relación entre iglesia y monarquía se
había se había considerado de avance continuo del Cristianismo sobre las creencias
antiguas basado en la imposición por la fuerza, visión que fue luego negada para dar
paso a una idea de consenso, si bien no total, pero sí mucho menos conflictivo de lo que
se creía. Ahora bien, ninguna de estas nociones propone cuestionar la idea de un avance
continuo del cristianismo: cuando las resistencias son mencionadas, se resuelven
mediante la violencia; la imposición de la voluntad de monarcas fuertes y poderosos
hace decantar el destino de los opositores inevitablemente entre el exilio y la muerte. La
imagen literaria que Snorri pretende crear sobre los primeros reyes noruegos cristianos
prevalece.
A partir del caso noruego, existe una coincidencia entre los especialistas al
considerar que: el rey garantiza la aceptación formal de la nueva fe mediante la
201
imposición. La iglesia legitima el poder del rey. Este "interés en común" entre ambas
partes, iglesia-aristocracia noruega, es utilizado conscientemente desde el continente
para asegurar una conversión y por ende, pacificación de estos pueblos. Pero los
resultados de esta “alianza” en la práctica se pueden esclarecer a la luz de los resultados
de las políticas de los reyes noruegos que impulsaron la conversión a la nueva fe. En
primer lugar, el rey Håkon den goðe muere hacia el año 960 intentando imponer el
cristianismo en el país, religión a la que se había convertido en su infancia en Inglaterra.
Snorri se refiere a la influencia de la iglesia anglosajona, que se había convertido
en la más importante en Escandinavia, aunque Noruega tendría el Arzobispado de
Nidaros en 1152. Olaf Trygvasson por su parte, será el rey que comience a utilizar la
fuerza como método de conversión “masiva”. Sus métodos evidencian un indudable
apoyo de muchos hombres para imponer la conversión de la población de numerosas
regiones de Noruega mediante la demostración de una violencia extrema como lo
demuestra la descripción de la destrucción de ídolos y las amenazas hacia los
campesinos.
Olaf Trygvasson es presentado como el rey que logra la conversión oficial de
Noruega hacia el año 1000, pero su reinado, que había comenzado hacía solo 5 años,
termina en ese año con su muerte en la batalla de Svolder. Muchas de las leyes de de
Håkon den goðe serían retomadas por Olaf II (Haraldsson) hacia 1020, pero tampoco su
reinado es lo suficientemente largo como para afianzar los resultados de sus políticas:
muere en la batalla de Stiklarstaðir en 1030.
Recién el rey Magnus V, 120 años después, logró cierta legitimación frente a sus
opositores haciéndose coronar por el arzobispo de Nidaros, lo cual no le valió para
terminar su reinado y murió en Sognefjord en 1184. Las constantes reformas e
imposiciones hacen de la conversión un proceso muy difuso que contó claramente con
retrocesos, tanto en las dificultades de establecimiento de la iglesia como legitimadora
de la monarquía como del mismo poder real para imponer la aceptación de la nueva fe.
Los dos procesos que mencionábamos al principio no se retroalimentan ni se benefician
mutuamente.
Extendiéndonos en marco espacial y cronológico, las fuentes sobre las misiones a
Suecia (inexistentes para el caso noruego) nos presentan una imagen análoga a lo recién
mencionado. La Vita Anskarii o la Vida de San Anskar, escrita por su sucesor, San
Rimbert, relata los viajes del primero, nombrado 1º Apóstol del Norte, a Suecia en el
año 829, luego de una visión que lo instaba a esparcir la fe cristiana por donde fuera
202
posible. Luego de haber establecido una misión en los reinos sueco y danés y haber
vuelto a Bremen, vuelve a Suecia, en donde encuentra que se han reintroducido
creencias paganas en detrimento de las cristianas. Asimismo, el Arzobispado de Bremen
recibe varios ataques y saqueos por parte de los daneses. Este documento nos permite
observar desde una perspectiva muy diferente, las intenciones y las interacciones entre
ambas culturas, y las dificultades de la coexistencia religiosa. Es así que se hace
necesario considerar el proceso de conversión en un marco cronológico más amplio (se
consideraban 200 años desde la conversión oficial a la cristianización real en Noruega).
Será necesario abarcar además todo el período de las guerras civiles (o sea desde 1000 a
1263) para considerar una relativa estabilidad política en Noruega que le permitiría a
futuros reyes contar con fuerza y tiempo suficiente como para difundir el cristianismo y
asegurar una “total” conversión, período que culmina en el último año de reinado de
Håkon IV con la anexión de Islandia a la corona noruega y el fin de los conflictos de
sucesión. Período que Snorri Sturluson nunca llegaría a ver.
Para ampliar esta visión del cristianismo se debería contemplar a la población
escandinava en sus distintos niveles, ya pensando en su participación activa en las
transformaciones de esta región durante este período que podríamos definir en etapas de
aceptación-conversión-imposición pero con los respectivos “retrocesos”, algo que solo
podría ser posible en base a fuentes escritas en la medida en que se multiplicaron los
textos de legislación eclesiástica y secular, pero parece ser una tarea prácticamente
imposible antes del siglo XIII.
b) Marco legal. Con respecto al marco legal, este se consolida con la aparición de
la escritura y se van a unir en dos textos, el Gulathingslov y el Jónsbók, para Noruega e
Islandia respectivamente. En el caso del Gulathingslov, su origen es desconocido, y fue
reformado en varias etapas: 1) Håkon den goðe es nombrado como creador de dichas
leyes, a pesar del antecedente de Halvdan Svarte. 2) Olav Trygvasson establece leyes
generales del Cristianismo y san Olaf compone el derecho cristiano, junto al obispo
Grim Kjell. 3) Magnus Erlingsson (1161-1184). Realiza reformas referentes al derecho
cristiano vigentes hasta fines del siglo XIII. En él se determinan la obligación de asistir
a determinadas fiestas cristianas, así como a la þing, y las reglamentaciones sobre la
construcción y mantenimiento de iglesias, ocasionando su contravención, severas
multas que van desde un pago hasta la pérdida de todas sus propiedades. Con respecto a
la realización de actos claramente no cristianos, identificados con los sacrificios, la
hechicería y la adivinación, los castigos son más severos, ya que, además de perder sus
203
posesiones son declarados fuera de la ley, por lo que ven en peligro su vida, ya que la
ley no los ampara.
En cuanto al Jónsbók, este se compila hacia 1280 por Jón Einarsson, uniendo toda
la legislación oral preexistente, pero dejando en manos de las autoridades eclesiásticas
(ya para este momento, al arzobispo de Nidaros), debido al control político que el reino
de Noruega ejercía sobre Islandia desde 1262, por lo que tiene referencias a la
aceptación del mismo Dios por parte del rey y la iglesia, corresponden ya a la
modalidad de los reyes noruegos para la conversión, que no admite la aceptación de
otras creencias. Aún así, estos textos no nos dicen nada sobre la efectividad de estas
leyes sobre la población en general, tanto noruega como islandesa. Sería necesario
consultar, de haberlos, documentos que den evidencia del pago real de las multas, de la
expropiación de bienes y del establecimiento de outlaws, de lo que las sagas,
especialmente la Heimskringla hacen muchas referencias pero sin gran precisión. De no
ser así, se optaría por proceder a comparar estos códigos de leyes con otros documentos
posteriores de la mis misma índole, para observar la evolución de las leyes, algo que
podría indicarnos la efectividad que tuvieron las anteriores.
c) Acerca del “paganismo” y la magia. Habíamos establecido que las creencias
paganas antiguas no poseían cohesión alguna, salvo la conservación de tradiciones
locales. Estos localismos permitieron una difusión desigual de la nueva fe, ya sea
mediante las misiones o mediante la imposición real, la tendencia de resistencia o
aceptación, sumada a la posibilidad física de oposición de cada localidad, determinó en
gran medida, la aceptación forzosa en muchos casos, de la nueva fe. Esto fue visto por
los autores cristianos e incluso por el mismo Snorri Sturluson, de forma generalizada: se
crea el concepto de “el paganismo nórdico”, que será desde el principio de la
Heimskringla asociado a Óðinn.
En base a dicho concepto, el paganismo estará asociado, en la literatura, casi
siempre con aspectos negativos. Es aquí cuando la asociación entre paganismo, magia,
tipos de sacrificio y supersticiones se entremezclan de forma confusa y contradictoria.
Al paganismo se lo relaciona constantemente con la magia y la superstición en
las sagas, prácticas que se asocian a distintos grupos marginales, como los fineses: la
denominación “Finn” como mago/brujo/hechicero y los relatos de la Heimskringla
acerca de los poderes ocultos de fineses y lapones establece una fuerte separación en el
mundo nórdico con respecto a esas “otras tribus”, algo que, no concuerda con el paisaje
de sincretismo cultural descrito por Thomas DuBois, basado la continuas relaciones de
204
interdependencia comerciales e mutua influencia, no ausentas de conflictos, que
mantuvieron los escandinavos con pueblos Fino-ungrios, fineses del báltico y proto-
sami.
También las mujeres serán asociadas frecuentemente con la magia, dando en
muchos casos una descripción negativa de la finalidad del personaje: relacionada con la
ambición de poder y la venganza, uno de los casos mejor retratados por Snorri es el de
la reina-hechicera Gunnhild. Snorri no presenta, así, una imagen de posesión, como
luego instauraría el Malleus Maleficarum: la hechicera es sabia, astuta, consciente de
sus actos y sobre todo de sus objetivos.
Podríamos conservar esta visión de la magia en la obra principal de Snorri, pero
sin embargo, esta se entremezcla con otras formas de magia que son descriptas de modo
radicalmente diferente y con una valoración que desestructura los preconceptos que
podría habernos generado lo expuesto anteriormente. Augurios, profecías y actos de
magia pre-cognitiva son realizados por hombres diversos, asociados a la sabiduría; la
aparición de los muertos para develar el futuro sin mención a actos previos de
invocación (culto a los antepasados), la invocación del Dios cristiano en ayuda de los
guerreros de reyes noruegos cristianos presenta una similitud con la invocación de
dioses de las costumbres paganas antiguas, y la diferencia entre milagros y actos de
magia no presentan prácticamente ninguna distinción o mención en cuanto a su
naturaleza.
d) Conclusiones. Es así que el proceso de transformación religiosa que tuvo lugar
en Noruega, así como en toda Escandinavia, abarcó un período muy extenso, que
excede a toda imposición a la conversión, o política secular o eclesiástica e incluso a la
institucionalización de la monarquía y de la iglesia. Desde las primeras misiones y los
primeros contactos con el Cristianismo, este comenzó a difundirse en Escandinavia, y la
aceptación popular varió en cada localidad dependiendo de su relación con los cultos
preexistentes, y a la vez, difirió en su impacto en los sectores de la aristocracia y los
campesinos. Los conflictos políticos en Noruega, que como vimos abarcaron un período
muy extenso ya que, salvo breves interregnos, no cesaron desde los primeros intentos
de centralización hasta mediados del siglo XIII, no permitieron la realización del ideal
de muchos reyes y miembros del clero de una conversión paulatina pero progresiva de
toda Noruega. Por otro lado, si bien no hay dudas sobre las pervivencias de las
creencias antiguas, quedará pendiente la conclusión de la magnitud que las imposiciones
reales sobre la población, la capacidad y causas de los “retrocesos” y reacciones de los
205
opositores aún paganos; por otro lado, también será necesario profundizar sobre el
desarrollo de la justicia y la legalidad, su eficacia en la práctica, la aplicación real de
castigos y el grado de efectividad de los mismos.
Las formas de cristianización supusieron además de avances territoriales e
ideológicos la construcción de signos y símbolos que permitieran consolidar, reconocer
la nueva religión y en especial tu ortodoxia. Silencios, palabras, grafismos y colores
fueron puestos al servicio de esta difusión, tal como lo demuestra el trabajo que realiza
Aldo Marcos de Castro Paz.
4) “Hermenéutica del icono: por qué y para qué”
El hombre medieval es un hombre simbólico gravitando en un mundo
teocéntrico, bélico, regio y magno.
Cuando este hombre -en pos del espíritu didáctico y catequético eclesial-
necesita significar para los demás, que generalmente son analfabetos, crea un código
que sea el soporte del mensaje de transmitir “la buena noticia” (evangelio). Este es un
código cifrado que tiene su eje vertebrador en el símbolo, producto de una convención
de la asamblea, el punto, la línea, la curva y la forma, el color y el número inscriptos en
éstos, significan.
El propósito pedagógico fundará la fe y será el sustrato de la sociedad y de las
mentalidades que habrán de animar el vigor y la lozanía del mundo medieval, germen
de Europa. Surge necesariamente un nuevo orden de significación aplicado a un corpus
religioso determinado, el icono; en él concurren las vertientes de la tradición pitagórica
y agustiniana.
¿Qué es el icono? “como lo habíamos oído, así lo hemos visto” Sal 48,9.
Es un espacio de encuentro entre lo eterno y lo temporal, entre Dios y el hombre.
Es una presencia teológica (manifiesta la Figura del Increado), central (es el eje del
cosmos y del corazón del hombre, reflejo de éste), hierática (sin expresión sensitiva),
frontal (con su estricto sentido de divinidad), estática (con un dinamismo que no es
aparente), bidimensional (porque sólo tiene el propósito de representar el espíritu y no
el volumen de los sentidos, de clara reminiscencia clásica) y magnífica (figura la
inmensidad más incomprensible).
206
Es el lenguaje visual del dogma, en él todos los elementos de expresión de la
verdad revelada coadyuvan a expresar no para los sentidos sino para el espíritu aquellas
verdades de la Fe que desea enfatizar.
Es un evangelio para los ojos, porque “lo que la palabra es para el oído, es el
icono para los ojos” (san Juan Damasceno, siglo VIII), de manera tal que lo que expresa
la Escritura (evangelios canónicos y apócrifos y textos de la Patrística), el iconógrafo –
que escribe los iconos- deja indeleble sobre la tabla, espacio que circunscribe la imagen.
Es dado comprobar la coincidencia que existe entre la representación visual gráfica y el
texto escrito subyacente en éste. El Logos Carne, la palabra hecha figura, la
imagen santificadora del oído y la imagen santificadora de la vista. El icono se convierte
así en un punto de confluencia entre la palabra proferida y la palabra escrita,
instrumento de evangelización para letrados y legos, contempladores y profanos.
El análisis hermenéutico del icono consiste en acceder a la comprensión,
explicación y significación del mismo: qué es, cómo es y qué enuncia (expresa).
¿Por qué? Porque es un libro cerrado –misterioso- que es necesario saber abrir.
¿Para que? Para conocer (leer) su mensaje.
Análisis del icono de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro (Creta, siglo?-
Roma, siglo XV).
Es un icono de la Théotokos, madre de Dios, llamada Odegitria en la
clasificación iconológica mariana universal, porque pertenece al grupo de
representaciones “que indican el camino”. El brazo y la mano de María conducen al
Hijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6).
Es tan venerable su antigüedad y precedencia en esta tipificación, que se lo
conoce como procedente de la escuela de san Lucas: éste es uno de los cuatro
evangelistas que integran el tetramorfos y dado que debió “pintar” la infancia de
Jesucristo a partir de los relatos que recibió de labios de su misma Madre, se lo
considera evangelista, pintor y médico. Esta aseveración no siempre coincide con la
datación que podría hacerse de la tabla, pero sí representa el aspecto misterioso que
aludiéramos antes.
La Madre viste una túnica roja y está cubierta con un manto azul. El rojo era el
color de las vírgenes en el mundo hebreo y el azul, destinado para las madres en los
tiempos de Cristo. Ambos signos cromáticos decretan que María es “virgen” y “madre”,
cualidades privativas del dogma de la Maternidad divina, la Inmaculada Concepción y
207
la Virginidad perpetua, confirmados y proclamados en los concilios y refrendados por
la Tradición y el Magisterio eclesiástico a lo largo de los siglos.
El corpus del icono -para su mejor análisis- puede dividirse en los cuatro puntos
cardinales, a la manera de una cartografía plana.
Jesús-Niño se levanta desde el Este, lado por donde sale el sol cada día; la zona
de la primavera (verdor) y de la vida que florece: es un “niño”, origen de futuro y
esperanza del orbe: “…en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz”
Sal. 35, 10 (Cf. Evangelio de Valentino, XIV y LVIII).
Lleva una túnica verde sostenida con un ceñidor rojo y protegido con un
manto marrón: está vestido con el “agua” de la humanidad; ajustado con el cíngulo del
“fuego” y abrigado con el manto de la “tierra” que viene a redimir; mientras el “aire”
está representado en la paloma inserta en la garganta, engrosada por la presencia de la
Palabra creadora, el punto de la modulación del mensaje salvífico.
208
Aire, agua, fuego t y tierra son los 4 elementos del mundo visible y los 4
elementos del mundo sensible para la academia clásica griega, cifra que se reitera en las
edades de la vida del hombre, los momentos del día, las fases de la luna, las estaciones
del año y los ríos del paraíso (cf. Aristóteles, De gen II; Dante Alighieri, La Divina
Comedia, c. XXXIII, 115-118 y c. XXss. Gn 2, 10. S. Agustín, Confesiones, XIII,
XXXVII, 288; III, VIII, 41; XIII. XI, 262; XI.XXX, 217; VI.XVI, 94).
El Evangelio de Valentino LVI, 16-34 refiere: “…Y Jesús les dijo: Mirad. Y
levantaron los ojos, y vieron una luz extraordinaria tal como no hay en la tierra. Y
Jesús dijo: Mirad y ved. ¿Qué veis? Y ellos contestaron: Vemos el fuego, el agua, el
vino y la sangre. Y Jesús dijo: En verdad os digo que yo no he traído, al venir al
mundo, más que ese fuego, y esa agua, y ese vino, y esa sangre. Porque he traído el
agua y el fuego de la región de la luz de las luces. Y he traído el vino y la sangre de las
regiones de Barbetis. Y después mi Padre me ha enviado el Espíritu Santo bajo forma
de paloma. El fuego, el agua y el vino son para curar todos los pecados del mundo. Y la
sangre es para la salvación de los hombres. Y yo la recibí bajo la forma de Barberis, la
gran potencia de Dios. Y el Espíritu atrae a sí todas las almas y las lleva a las regiones
de la luz. Y por eso os he dicho que he venido a traer el fuego sobre la tierra, esto es,
que venía a castigar con fuego los pecados del mundo. Y por eso dije a la Samaritana:
Si tú conoces los dones de Dios, y a aquel que te ha dicho: Dame agua para beber, tú
misma le habrías pedido el agua de la vida, para que fuese para ti un manantial
constante hasta lo eterno. Y por eso os he dado el cáliz de la vida. Porque es la sangre
de la alianza, que será vertida por vosotros, para la remisión de los pecados. Y por eso
fue hundida en mi costado una lanza y brotó agua y sangre. Estos son los misterios de
la luz, que remiten los pecados y son los nombres de la luz. Y cuando Jesús hubo dicho
esto, todos los poderes siniestros volvieron a sus regiones”.
Cosmos, orden y belleza conllevan la presencia del número armonizándolos.
La escuela pitagórica expresaba que “Los números son la esencia del universo”.
“Todo lo cognoscible tiene un número, pues no es posible que sin número nada pueda
ser concebido ni conocido” (Aristóteles, Metafísica, 985b, 986ª). Según los valores
numéricos adjudicados por ésta, su sola presencia abarca y sintetiza el fuego de la
mónada (1), el aire de la díada (2), el agua de la tríada (3) y la tierra de la tétrada (4).
Si sumamos 1 + 2 + 3 + 4 = 10, la década, tetractys, síntesis de la perfección del
universo y de la Ley mosaica (diez mandamientos de la Ley de Dios para el mundo
hebreo y cristiano).
209
La década señala asimismo dos números de íntima relevancia contextual en la
figura del Verbo hecho Carne (Jn 1,14): el 1 y el 0. El 1 es figura de la unicidad
indivisible representada visualmente por el Sol; el 0 es símbolo de la eternidad.
Círculo, centro, mónada y eternidad se juntan en la Persona del Verbo encarnado (Jn
10,30): la inmensa rotunditas.
Es más, el cuerpo del infante adopta la sinuosidad propia de una S, figura que
representa visualmente la característica luminosa y solar del Logos, Palabra encarnada.
Estas cualidades de unidad e inmortalidad sólo pueden ser referidas a la segunda
persona de la Trinidad, de donde puede inferirse que toda la presencia y vestimenta del
Dios-Niño es una manifestación del Verbo del Padre eterno.
1) Los núcleos iconológicos
En el icono del Perpetuo Socorro nacido en el ámbito de la riqueza espiritual de
Oriente, se desarrolló en Occidente, fue difundido en Europa, África, Oceanía y toda
América por los Padres Misioneros Redentoristas fundados en 1732 por san Alfonso
María de Ligorio, doctor de la Iglesia-, pueden destacarse cinco núcleos semánticos de
altísima significación críptica (oculta):
estrella de la cabeza de la Virgen
centro de la orla de la túnica
manos entrelazadas
sandalias
brazo izquierdo (del lado del que mira)
La estrella del manto que cubre la cabeza de la madre destaca valencias
significativas en cuanto. El nombre hebreo de María significa “estrella”, “madre”,
“señora”, “mar”, cuyas implicaciones analógicas son de viable discernimiento en este
contexto icónico. Es más, María es llamada “lucero del alba” porque anuncia la salida
del Sol sin ocaso, el Sol de Justicia de las naciones profetizado por Isaías y Malaquías
(Ml 3,20) y encomiado por la patrística medieval; el advenimiento de Cristo, llamado
“luz de todo hombre que viene a este mundo” por el Discípulo amado (Jn 1,8, cf.
Evangelio de Taciano, I).
La “estrella” brilla en el “mar”; es más, el lucero brilla con la luz que le
proporciona el sol, dependencia de la Madre respecto del Hijo. San Bernardo explana el
sentido de esta luminaria mística.
210
Esta estrella es además una cruz oculta, el Chrismon, distintivo de los primeros
cristianos en el mundo bizantino.
En efecto, para significar el nombre y anagrama de Cristo, los primeros
catecúmenos superponían la + a la letra x del nombre griego, quedando así integrada la
estrella de 8 puntas, con un inequívoco valor crístico toda vez que asimilaban el nombre
de Cristo con el de vida. Y así “verde” será la vestimenta de la Vida (clorofila), de los
médicos que salvan la “vida” (por esa razón vestían de este color durante todo el
medioevo, y san Cosme y san Damián, mártires y doctores, llevan capa de este
cromatismo curativo).
Vestir de color verde será cubrirse y portar el color vivificante de Cristo, dador
de la Vida: “Yo soy la Vida” (Jn 14,6): de ahí la importancia de este cromatismo en la
túnica del Niño, en la cofia y el revés del manto de su Madre. Los aborígenes de algunas
zonas de la América hispana pintaban la cruz de color verde para significar que la Vida
de los hombres pende del “árbol de la vida”.
El número 8 señala además el valor de la transubstanciación, alusión adoptada
en la Edad Media para diagramar los templos y las pilas bautismales “de la
regeneración” espiritual: 8 son las bienaventuranzas (Mt 5,1-12) y de 8 pétalos es la
Rosa Mystica que representa a la Madre de Cristo en las simbologías tradicionales.
El centro de la orla de la túnica materna tiene un círculo que se centra en un
punto, símbolo del Dios Uno, origen de todo, el Ingénito; mientras que el Unigénito y
el Paráclito están asimismo presentes en la totalidad iconológica (el Niño y su hálito
creador situado en la garganta). Poder creador o motor inmóvil del universo, símbolo de
lo estable, el Dios único expresado en latín por el vocablo solus, de donde deriva la
palabra Sol.
Es el punto de confluencia de las dos líneas que unen los extremos de la tablilla
y pasan por el “centro”. Este armoniza con la valencia pitagórica del círculo (el 0) y del
punto (el 1), número que es virgen y madre porque engendra los demás números y
siempre permanece igual. Es el origo, símbolo de la totalidad del infinito -lo único
uno- que descendiendo sobre la tierra (cuadrado, principio femenino, pasivo y material),
se funde con ella.
Las manos entrelazadas se corresponden con la tipología propia del icono del
Perpetuo Socorro o Virgen de la Pasión. Pertenece a una serie llamada “de la Horrorosa
Visión”, pues en su decurso se describe cómo en Niño –que dormía plácidamente en
brazos de su madre- es despertado por los arcángeles Miguel y Gabriel que le presentan
211
los instrumentos de la Pasión: la lanza que le atravesará el costado, la esponja con la que
probará la hiel y vinagre, la cruz rusa con 3 travesaños para el cartel del I.N.R.I. (Jesús
Nazareno Rey de los Judíos), los brazos y el podium para los pies (de 8 puntas como la
estrella), y los cuatro clavos con los que será fijado al madero. Los emisarios se inclinan
ante la majestad de Cristo y de Virgen.
Las alas de los seres celestiales son verdes, color de la sanación que preanuncia
el sacrificio del Calvario, la total limpieza espiritual y eterna del hombre.
El Niño, horrorizado en su humanidad, con sus dos manos se toma del dedo
pulgar de la Madre, síntesis afectiva de toda su persona (como sucede aún en todos los
niños de la primera edad).
Las sandalias denotan la doble naturaleza del Verbo: como Dios, es libre, y va
calzado; como Hombre, es esclavo, y va descalzo. Además, el descalzarse conlleva la
idea de “pacto” en el pueblo judío, según lo atestigua el Libro de Ruth (Antiguo
Testamento, valor que intensifica el concepto de “convención” entre Dios y los
hombres.
Esta alianza se verifica asimismo a nivel cromático en la tez de María, “de la
arcilla de Adán” y del oro refulgente del Niño, mucho más que de la estirpe real de
David, Hijo del Altísimo.
El brazo de la madre es un espacio vacío desprovisto virtualmente de toda
significación, porque no detenta ningún elemento que pueda parecer de importancia.
Pero si observamos bien, podremos aguzar los sentidos y ver cómo los pliegues del
manto tienen unas colgaduras y flecos que no son un simple adorno sino que obedecen
a una costumbre judía.
En el ámbito de esta “geometría sagrada” que confiere el espacio místico, los
cordones y canutillos –lluvia de la gracia, vista y memoria de la Palabra-, perpetúan los
flecos rituales judíos al momento la oración: “Grábame como un sello en tu brazo,
como un sello en tu corazón, porque es fuerte el amor como la muerte” (Ct 8,6-7).
En efecto, el uso de los flecos está prescripto por la ley, tefilín de la Palabra
revelada (cf. Dt 11,18), refieren a la observancia de la misma, memoria visual de los
preceptos de Yahvé. El manto luce las franjas (talith) con flecos (tsitsith) pendientes
de las cuatro puntas del manto, que evocan en el pueblo judío el cumplimiento de los
preceptos de lo alto: “Habla a los hijos de Israel y diles que ellos y sus descendientes
se hagan flecos en los bordes de sus vestidos, y pongan en el fleco de sus vestidos un
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hilo de púrpura para que, cuando lo veáis, os acordéis de todos los preceptos de
Jahvéh” (Nm 15,37-40, cf. Mt 22,11-14; Ap 22,14; Is 61,10).
El contexto que crea toda la pintura está determinado por la presencia absoluta
de la luz.
La ausencia de sombra en los iconos es de notoria importancia: ésta está
sugerida por los pliegues que en todo caso se pintan con líneas doradas que no reflejan
la sombra sino el efecto de la más pura luz, signo y símbolo de la presencia eternal.
Esta que da corporeidad no física sino espiritual a las figuras representadas, es el
dorado del fondo y el de las vestimentas: todo está signado por el efecto de la luz,
presencia activa de la divinidad.
2) Significación de los elementos geométricos
Otro componente que resta identificar y cualificar in situ, es la presencia del
punto, la línea -recta o curva- y la forma.
El punto –expresión gráfica del número 1 creador, como dijimos- está
actualizado en la orla de la túnica de la Virgen María.
La línea recta se encuentra en las estrellas (la crística o de Belén de 8 puntas y la
estrella cuadrada que fue anexada en Roma en 1866), en los instrumentos de la Pasión
que detentan los arcángeles, en los flecos y colgaduras rituales del manto.
La línea recta se torna curva en la guarda que rodea el manto de María, surcado
por 3 rayas transversales, al igual que la dicha orla de la vestidura roja y los trazos
verticales del tocado virginal. El manto materno se curva cual una nave –hortus
conclusus- para conducir al Hijo desde la sola luz del Este hacia la zona Sur de las
relaciones humanas (de la vida pública o enseñanza del mensaje), coincidente con las
sandalias del predicador. Estas lo conducen hacia el Oeste (caída del sol), que es la
muerte de cruz, el cumplimiento total de esa misma Voluntad paterna.
La cruz con líneas rojas en la aureola del Niño asimismo puntea y determina la
muerte y muerte de cruz, al igual que los ornamentos laterales de ésta que señalan al
Cordero de Dios (Ap 5ss: Agnus Dei = Aries).
Dos elementos circulares –las aureolas- reiteran las señales de la eternidad e
infinitud rodeando las cabezas, símbolos del orbe (esfera) del empíreo que inhabita el
ser del hombre. La aureola mayor de la Madre formada por hojas de acanto, tiene la
particularidad de contar con flores y espinas (alegrías y dolores), síntesis gráfica de la
profecía del anciano Simeón (Lc 2,33-35). La aureola del Niño reitera su carácter
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mesiánico, ratificación que se encuentra en los nombres de ambos escritos con tinta roja
y que designan las personas de Cristo y de su Madre.
Todos estos elementos marcan y determinan paradigmas fuertes de
cumplimiento de la voluntad del Altísimo en su unigénito (iluminar las tinieblas,
consumar el anonadamiento de la cruz, cumplir la misión dada por lo alto y salvar al
género humano de la muerte eterna: “Yo soy el Verbo, hijo de Dios, que tú has parido,
como te lo había anunciado el ángel Gabriel, y mi Padre me ha enviado para salvar al
mundo” (Evangelio Árabe de la Infancia, I; cf. LV. Historia Árabe de José el
Carpintero, XIII, XVIII y XIX).
Con estos signos de observancia y acatamiento se da conjuntamente el imperio y
primacía del color verde de la salud que Jesucristo vino a traer a “la humanidad caída
en sombras de muerte” (cf. Jn 1,1-10): el manto materno hecho del azul del mar
conlleva el color de la Vida que, como en la cofia, determinan el “fruto” (color verde)
de la Redención.
El Concilio de Nicea afirma: “…porque estamos dotados de sentidos, no
podemos tender a las cosas inteligibles sino por medio de símbolos sensibles, sea por la
contemplación de la Escritura, sea por la representación de la imagen. De este modo
nos acordamos de todos los prototipos y somos introducidos en ellos. Percibimos la una
por el oído y la otra por los ojos; ambas, sin contradicción, se explican mutuamente, se
esclarecen la una a la otra y reciben los mismos honores”.
En el marco pedagógico de la espiritualidad simbólica medieval hemos llegado a
la conclusión de qué es, cómo es y qué enuncia la pintura greco-bizantina de la
Virgen del Perpetuo Socorro. Que es el análisis hermenéutico del icono.
En síntesis, ofrecemos nuestra lecturas sobre obras y personajes de la
Antigüedad Tardía y de la Edad Media y proponemos nuestras formar de abordaje de las
mismas a partir de un amplia documentación y una profusa bibliografía, que los
asistentes podrán encontrar en detalle a las obras que editamos, tanto a través del Grupo
de Investigación y Estudios Medievales como del Centro de Estudios e Investigaciones
de las Culturas Antigua y Medieval.
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Referencias bibliográficas:
Cattedra, Olivia y Rodríguez, Gerardo (comps.), Actas del I Simposio
Internacional “Textos y Contextos: diálogos entre Historia, Literatura,
Filosofía y Religión”, celebrado en Mar del Plata el 12 de abril de 2010, CD-
ROM, Mar del Plata, GIEM - UNMdP, febrero de 2011.
Cattedra, Olivia y Rodríguez, Gerardo (comps.), Actas del II Simposio
Internacional “Textos y Contextos: diálogos entre Historia, Literatura,
Filosofía y Religión” celebrado en Mar del Plata el 18 de abril de 2011, CD-
ROM, Mar del Plata, GIEM - UNMdP, mayo de 2011.
Cuadernos Medievales. Cuadernos de Cátedra 1: “El saber como instrumento de
las construcciones identitarias”, textos a cargo de Rubén Bevilacqua, Laura Carbó,
María Luján Díaz Duckwen y Gerardo Rodríguez, Mar del Plata y Bahía Blanca,
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Cuadernos Medievales. Cuadernos de Cátedra 10: “Del cristianismo antiguo al
cristianismo medieval”, a cargo de Rubén Bevilacqua, Gisela Coronado-Schwindt,
Nelly Egger de Iölster, Aixa Fernández Arcidiácono, Juan Cruz Fernández, Rodrigo
Emmanuel Juan, Liliana Pégolo y Gerardo Rodríguez, Mar del Plata y Bahía
Blanca, Grupo de Investigación y Estudios Medievales y Grupo de Estudios
Medievales, UNMdP, noviembre de 2010.
Cuadernos Medievales. Cuadernos de Cátedra 11: “Del cristianismo antiguo al
cristianismo medieval: diálogos entre historia, derecho, teología, filosofía, literatura
y religión”, a cargo de Aixa Fernández Arcidiácono, Ricardo García, Gabriela
Marrón, Carolina Montero, Alejandro Morin, Andrea Vanina Neyra, Martín Ríos
Saloma y Gerardo Rodríguez, Mar del Plata y Bahía Blanca, Grupo de Investigación
y Estudios Medievales y Grupo de Estudios Medievales, UNMdP, junio de 2011.
Cuadernos Medievales. Cuadernos de Cátedra 2: “Los visigodos: enfoques y
perspectivas actuales”, artículos, selección de textos y traducciones a cargo de
Rubén Bevilacqua, María Luján Díaz Duckwen, Juan Pablo Dalgalarrondo, Juan
Cruz Fernández y Gerardo Rodríguez, Mar del Plata y Bahía Blanca, Grupo de
Investigación y Estudios Medievales y Grupo de Estudios Medievales, UNMdP,
agosto de 2006.
Cuadernos Medievales. Cuadernos de Cátedra 3: “La Edad Media revisitada”,
215
artículos, selección de textos y traducciones a cargo de María Guillermina
Antonucci, Rubén Bevilacqua, Laura Carbó, María Luján Díaz Duckwen, Rubén
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Blanca, Grupo de Investigación y Estudios Medievales y Grupo de Estudios
Medievales, UNMdP, febrero de 2007.
Cuadernos Medievales. Cuadernos de Cátedra 4: “Cristianos – Germanos –
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Bevilacqua, María Luján Díaz Duckwen, Pablo Echevarría, Inés Estrella, Jorge
Rigueiro García y Gerardo Rodríguez, Mar del Plata y Bahía Blanca, Grupo de
Investigación y Estudios Medievales y Grupo de Estudios Medievales, UNMdP,
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Cuadernos Medievales. Cuadernos de Cátedra 5: “Del cristianismo primitivo al
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Susana Fioretti, Patricia Grau-Dieckmann, Alicia Ramadori y Gerardo Rodríguez,
Mar del Plata y Bahía Blanca, Grupo de Investigación y Estudios Medievales y
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Cuadernos Medievales. Cuadernos de Cátedra 6: “Textos y contextos o cómo
abordar fuentes medievales”, artículos, selección de textos y traducciones a cargo de
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Bahía Blanca, Grupo de Investigación y Estudios Medievales y Grupo de Estudios
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