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La gata que quería volver a casa – 2ª parte 4. Un gato nadando a lo perro

A la mañana siguiente tía Chon sacó de nuevo su triciclo y Suzy se encaramó en el cestillo. —No sé si llevarte conmigo —dijo tía Chon—. ¡Ayer volviste tan sucia! —Chez moi —repitió Suzy preguntándose por qué tía Chon no arrancaba. —Bueno, bueno —dijo tía Chon—, pero a ver si hoy te portas bien. Pedaleó hacia sus tiendas. El viento se había calmado y, cuando doblaron la esquina del

paseo marítimo, vieron el mar liso y claro como un cristal. No había acabado tía Chon de aparcar su triciclo cuando ya Suzy se había tirado del cesto. —¡Qué prisas! —exclamó tía Chon viendo cómo la gata salía corriendo hacia el mar—.

¡Vaya gatita corretona! La corretona gatita buscaba con la mirada algún barco. En un día tan tranquilo como

aquél no podía por menos de haber algún barco que se dirigiera a Francia. Había algunas barcas de pedales que se deslizaban de un lado para otro. Pero Suzy había

aprendido mucho. Sabía que aquel ir y volver no le interesaba. Ella necesitaba una embarcación que saliera a altamar.

¡Y allí había una! Una motora rápida que arrastraba a una jovencita. La chica patinaba por el agua sobre dos tablas largas y estrechas. ¡Qué velocidad! Una motora como aquélla podía llevarla a Francia en un periquete.

Suzy se dirigió hacia el extremo del embarcadero, donde una motora se disponía a partir y otra chica se preparaba para que tirara de ella.

Suzy se quedó mirándola. Había abrigado la esperanza de que alguna de aquellas motoras la remolcara a ella. Pero los esquís eran demasiado grandes para sus patas.

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La chica se agarró a una cuerda que colgaba detrás de la motora. Suzy tampoco podría agarrarse a la cuerda con sus pequeñas uñas.

Lo único que podía hacer era... montar con la chica. Dio un salto y aterrizó sobre los hombros de la muchacha. Pero a ésta no le gustó lo más

mínimo. —¡Largo! —gritó—. ¡Pero qué diablos...! Miró de reojo hacia atrás para ver qué era aquel objeto peludo que se le había venido

encima, pero no se atrevía a soltar la cuerda para espantarlo porque iban a arrancar de un momento a otro.

—¡Largo, quítate de ahí! —repitió tratando de empujar a Suzy con la barbilla, pero Suzy no estaba dispuesta a dejarse echar de allí fácilmente.

Luego ya fue demasiado tarde. Con un gran bramido la motora salió disparada del embarcadero. La chica se sujetó fuertemente a la cuerda mientras se esforzaba por mantener el equilibrio sobre los esquís con Suzy enroscada en sus hombros.

En el embarcadero había montones de gente contemplando el espectáculo de los esquiadores acuáticos. Cuando vieron a Suzy se echaron a reír.

—¡Un gato esquiador! —gritaban—. ¡Mirar eso! La gata esquiadora estaba pasando verdaderos apuros para no caerse. ¿A qué se podría agarrar? La chica tenía una larga melena, así que Suzy se las arregló para

enredar en ella una de sus uñas y afianzarse de este modo. —¡Ay! — gritó la pobre chica, pero no podía hacer nada. Suzy estaba empezando a divertirse. Era excitante ir tan deprisa y sin mojarse. A lo más,

algunas pequeñas salpicaduras. ¡Qué forma tan bonita de volver a Francia! Pero no tardó en darse cuenta de algo. ¡La otra motora había dado la vuelta y ponía

rumbo al punto de partida! ¿Haría la suya lo mismo? Sí, su motora comenzó a virar. ¡Qué decepción! —Chez moi —gimió Suzy al oído de muchacha. Aquello fue demasiado para la chica. Dio un respingo, perdió el equilibrio y, un minuto

después, ella y Suzy se encontraban en el agua luchando con las olas, mientras la motora regresaba sin ellas al embarcadero.

Suzy se dirigió también hacia allí. ¡Descubrió que podía nadar! ¡Un gato nadando a lo perro!

Entretanto la tripulación de la motora se dio cuenta de que había perdido a su esquiadora y volvió a recogerla.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el piloto a la chica al ayudarla a subir a la embarcación. —¡Ese maldito gato! —contestó la chica—. Ha sido por su culpa. —¿Qué gato? —inquirió el hombre—. No veo ninguno. —¡Oh, el pobrecito debe haberse ahogado! —la esquiadora parecía de pronto

arrepentida—. Estaba tan ocupada tratando de mantenerme a flote que no me he enterado de qué ha sido del animalito.

—¡Míralo! —dijo el otro tripulante—. Va nadando. Ya casi llega al embarcadero. En efecto, Suzy, empapada y tiritando, trepaba por el embarcadero. La gente aplaudía y la

esquiadora se sintió tan aliviada de que el gato no se hubiera ahogado, que le perdonó la faena.

Suzy se escurrió entre la gente y corrió a casa de tía Chon.

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—¿Dónde has estado, gatita? —preguntó Biff. —¡No hace falta preguntar! —dijo tía Chon viendo con horror cómo la empapada Suzy

ponía perdida la alfombra—. Viene aún más sucia que ayer. Frotó a Suzy de pies a cabeza con una gruesa toalla y la envolvió en una manta eléctrica

para que se secara. Luego le dio de comer un guiso de conejo. —Aunque no te lo mereces —comentó la tía Chon. Suzy se lo comió sin dejar nada. No era pescado, pero estaba muy rico. —Merci —dijo limpiándose los bigotes. —¡Qué maullido tan gracioso tienes! —exclamó tía Chon—. Pero eres una gata muy

traviesa. Y acarició su piel mientras Suzy ronroneaba. Pero Suzy echaba de menos a Gaby y sus caricias a contrapelo.

5. El camino más húmedo A la mañana siguiente, cuando tía Chon se puso a leer el periódico, lo primero que vio fue

una foto de Suzy haciendo esquí acuático. —¡Con que eso es lo que estuviste haciendo ayer, gatita! —dijo tía Chon—. No me

extraña que vinieras tan mojada. Creo que hoy será mejor que te quedes en casa. Pero cuando tía Chon sacó su triciclo, Suzy se subió de un salto al cestillo como de

costumbre. —Chez moi —pidió a tía Chon con una mirada suplicante. —Bueno, bueno, vámonos —accedió tía Chon. Según pedaleaba hacia las tiendas del paseo marítimo, un matrimonio reconoció a la

gata. —¿No es ésta la gata que ayer hizo esquí acuático? —dijo la señora—. ¿Así que es suya,

tía Chon? —Se ha extraviado —contestó tía Chon —. Yo cuido de ella. —Es una estupenda nadadora —añadió su marido—. Esperemos que no se le ocurra

poner en práctica alguna de sus sorprendentes ideas con el acontecimiento de hoy. —¿Qué acontecimiento? —preguntó tía Chon. Pues un nadador que pretende cruzar a nado el Canal de la Mancha. Demasiado trecho

para una gatita. —¿Has oído, gatita? —dijo tía Chon—. Nada de travesías por el Canal. Pero Suzy no la entendió y, no bien hubo aparcado tía Chon el triciclo, Suzy saltó del cesto

como solía y salió corriendo hacia la orilla del agua. Por supuesto, buscaba algún barco. Descubrió uno pequeño, junto al cual se encontraba

un hombre muy alto. Era el nadador que pensaba atravesar el Canal. Un amigo le estaba untando todo el cuerpo de una sustancia grasienta que le ayudara a conservar el calor durante el largo recorrido.

Suzy no mostró demasiado interés por todo aquello hasta que oyó que alguien decía: —¡Buena suerte, Jim! ¡Qué llegues bien a Francia! ¿Francia? ¿Había oído bien? ¡Aquel hombre se dirigía realmente a Francia!

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Nada de extraño, pues, que cuando el nadador llevaba nadando algunos minutos descubriera en el agua junto a él una pequeña gata.

El hombre nadaba muy despacio, pues el trayecto que tenía por delante era muy largo, pero aun así era demasiado rápido para Suzy, que tenía que patear como una loca para no quedarse atrás. No podría continuar así durante mucho rato.

—Vuelve a casa —gruñó el hombre. Suzy no le comprendió. ¡Si eso era justamente lo que intentaba hacer! —¿Qué has dicho, Jim? —le preguntó su mujer, que le seguía en la barca. —Llevamos compañía —contestó Jim—. Mira. La mujer creyó que se trataba de tiburones o algo parecido. —¡Dios mío! —exclamó—. ¿Dónde? —Ahí, un gato —respondió Jim. —¿Un gato? —la mujer escudriñó las olas. Entonces vio a Suzi. Suzi sacaba la cabeza todo lo que podía, con las orejas dobladas hacia abajo para que no

le entrara agua en ellas. La mujer se echo a reír. —Pareces una pata con su cría, Jim —dijo su mujer—. Quieres que la suba a la barca? —Déjala —contestó Jim—. Lo está haciendo muy bien. Me gusta que me acompañe. Así fue como Suzi cruzó nadando un trocho del Canal. Pero empezaba a sentirse muy cansada y a rezagarse. El hombre la espero y la cogió en

brazos. —Toma —dijo a su mujer—. Súbela. Está retrasando mi marcha. Suzy se vio sacada del agua y montada a bordo. —Chez moi —gimió furiosa. Corrió al borde del bote, se zambulló en el agua y comenzó a

nadar de nuevo. Jim casi se atragantó. Es difícil reírse mientras se nada. La mujer volvió a pescar a Suzy y

esta vez la atrapó con un cacharro contra el fondo del bote. —Parece tan estúpidamente empeñada como tú en cruzar el Canal a nado —dijo la

mujer. Suzy no se hallaba a gusto con aquel cacharro encima, pero estaba tan agotada que no

tenía fuerzas para seguir luchando. Así que, muy enfadada, se tumbó. —Así está mejor —dijo la mujer—. Eres demasiado pequeña para nadar un camino tan

largo. Te quedarás aquí conmigo. La secó con una toalla, sin soltarla ni un momento. Suzy comprendió que, a fin de cuentas, el bote seguía al nadador, de manera que

también en él llegaría a Francia. Y era sin duda más cómodo ir en la falda de aquella mujer que nadando. Así que se

acurrucó feliz. La mujer miró al reloj. —Estás haciendo buen tiempo, Jim —la gritó—. Cogeremos la marea. Pero había hablado demasiado pronto. En aquel momento se levantó un viento muy

fuerte y el mar empezó a encresparse. A Jim le resultaba cada vez más difícil avanzar y, poco después, apenas podía moverse. La mujer tuvo que parar el motor del bote para esperar a su marido. La misma embarcación era sacudida por olas cada vez mayores. La mujer volvió a colocar a Suzy debajo del cacharro para ponerla a salvo.

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Jim siguió luchando aún algunos instantes contra las olas, pero aquello no tenía ya sentido. Debía de haberse equivocado con respecto a la hora de la marea.

Cuando finalmente la mujer ayudó al hombre a subir al bote. Suzy no podía creerlo. Y cuando el bote puso rumbo de vuelta a Inglaterra, la tristeza de Suzy no tuvo límites.

—Chez moi —gritó lastimeramente—. Chez moi. —Lo siento, gatita —dijo Jim—. Creí que me ibas a traer suerte. No te preocupes. Lo

volveré a intentar mañana. Lo único que le importaba a Suzy era que no iban a Francia. —Chez moi —repitió. —Me está diciendo que lo siente —comentó Jim a su mujer. Se puso un grueso jersey y unas medias y luego se tomó una taza de café. Como el bote

estaba ahora más cargado, no zozobraba tanto, así que Jim cogió a Suzy y la llevó el resto del viaje en brazos haciéndole toda suerte de mimos.

—Tiene agallas la pequeña —dijo a su mujer—. Quizá no pueda cruzar a nado el Canal, pero seguro que sí podría cruzar el Támesis. Y luego aparecería en el Libro Guinness de los records: «Primer gato que atravesó nadando el Támesis en un tiempo record de cinco minutos.» ¿Qué te parece, gatita?

Y mientras la hablaba así, la acariciaba detrás de las orejas. Suzy ronroneó y se quedó dormida.

Al despertar, ya estaban de vuelta en el embarcadero. —Mala suerte, Jim —le decía la gente—. ¿Lo volverás a intentar? —Mañana mismo, si hace buen tiempo —contestó Jim—. Y me llevaré a mi gata mascota. Miró alrededor. —Pero, ¿dónde se ha metido? Suzy se había escabullido entre la multitud y regresó a todo correr a casa de tía Chon. —¿Dónde has estado, gatita? —preguntó Biff. —A juzgar por su aspecto, cruzando a nado el Canal —dijo tía Chon—. Eres un caso,

gatita. —Un caso —repitió Biff—. Un caso. Listo Biff. Tía Chon secó a Suzy como el día anterior y le puso de comida un trozo de pollo, que Suzy

devoró sin dejar rastro. No era pescado, pero estaba muy rico. —Merci —dijo limpiándose los bigotes. —Merci —repitió Biff—. Un caso. Y Suzy ronroneó. Pero echaba de menos a Gaby y sus caricias a contrapelo.

6. Suzy a punto de naufragar

A la mañana siguiente Suzy esperaba pacientemente en el vestíbulo junto a la puerta

mientras tía Chon se sujetaba el sombrero al moño. Hoy era un sombrero distinto al de otros días, un sombrero con flores. Tía Chon vio a Suzy reflejada en el espejo.

—No sé a qué esperas —le dijo—. Hoy es domingo y voy a la iglesia. No pienso llevarte conmigo.

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Pero sí la llevó. Suzy se acomodó en el cestillo tan pronto como tía Chon sacó el triciclo, dispuesta a no moverse de allí por más que dijera o hiciera tía Chon.

—Está bien —dijo finalmente tía Chon —, puedes venir. Pero te quedarás fuera durante la misa.

—Chez moi —replicó Suzy contenta. Tía Chon tomó un camino distinto al de otros días, un camino que las llevó fuera de la

ciudad. La iglesia estaba en lo alto de una colina y, en el último trecho, tía Chon tuvo que bajarse del triciclo y empujarlo. Suzy no se enteró, sentada como iba en su cestillo mirando el paisaje. Al otro lado del promontorio sobre el que se encontraba la iglesia podía verse una bahía y en ella... barcos, barcos muy grandes.

No había acabado tía Chon de aparcar el triciclo en el pórtico de la iglesia, cuando ya Suzy salía disparada como un cohete por el promontorio.

—Espero que no vuelvas a las andadas —dijo tía Chon. Suzy tomó un atajo por el acantilado, cruzó la playa y subió por unas escaleras a un gran

muelle. Una elegante motora decorada con banderas de colores estaba a punto de partir. Suzy tuvo el tiempo justo de saltar a bordo y esconderse detrás de un montón de cuerdas.

La motora cruzó la bahía dejando tras sí una estela de blanca espuma. En la embarcación iba un montón de hombres uniformados y hasta un almirante, pero naturalmente esto Suzy no lo sabía. ¡Lo único que sabía era que se dirigían a Francia!

¿Pero se dirigían de verdad a Francia? La motora se acercaba a un barco muy extraño que tenía forma de salchicha. ¡Ah, quizá fueran en ese barco a Francia!

Se unió a la procesión de los que embarcaban en aquel navío. Los marineros de éste se encontraban ya formados en cubierta para que el almirante les pasara revista. Uno de ellos metía un espantoso ruido con una especie de canuto enorme.

El almirante se contoneaba solemne ante las filas de marineros. Suzy, decidida a no quedarse atrás, trotaba con no menos solemnidad detrás de aquél, como si el pasar revista fuera algo que hiciera todos los días. La vista al frente, el rabo erecto, levantando limpiamente sus patas con calcetines a rayas, Suzy recorría la cubierta casi tan majestuosamente como el mismo almirante, y eso que ella no tenía como él galones dorados.

Los marineros hacían esfuerzos para contener la risa. ¡No era cosa de todos los días ver a un gato pasar revista!

Cuando ésta tocaba a su fin, Suzy empezó a impacientarse un poco. ¿A qué venía aquel paseo? ¿Por qué no se ponían en marcha de una vez rumbo a Francia?

De pronto todo el mundo se puso a hacer algo. El almirante montó en la motora para regresar a la costa. Suzy no quería de ningún modo volver, así que corrió a ocultarse detrás de una especie de torrecilla.

Después de que hubo partido la embarcación del almirante, el capitán del navío dio una orden:

—¡Listos para inmersión! Por supuesto, Suzy no sabía lo que aquello significaba. Los marineros se apresuraron a cerrar puertas y escotillas. En un instante Suzy era el

único ser vivo que quedaba sobre la cubierta del barco. Toda la tripulación había desaparecido. ¡Con tal de llegar a Francia, a Suzy no le importaba hacer el viaje sola! Pero, ¿qué era aquello? ¡El barco se estaba hundiendo! Suzy vio con horror que el agua

subía cada vez más cerca de donde ella estaba.

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Pronto la mayor parte del barco estaba sumergida. Suzy se encaramó a lo alto de la torrecilla, pero ésta también se hundía poco a poco.

¡Pobre Suzy! Se agarró al extremo del tubo aquel, lo único que sobresalía por encima de las olas, mirando aterrada el inmenso mar a su alrededor. ¡Qué lejos estaba la costa!

Dentro del submarino el capitán echó un último vistazo a través del periscopio. —¡Qué raro! —dijo—. No se ve nada. Algo bloquea el periscopio. —A ver —dijo el primer oficial—. ¡Santo cielo! ¡El gato del almirante! Tendremos que

emerger. —¿Un gato? —se extrañó el capitán. —Sí —repuso el primer oficial—. El que nos pasó revista. Creí que el almirante se lo había

llevado con él. ¡Qué descuido! ¿Emergemos? —Sí —suspiró el capitán—. Alguien tendrá que llevar a tierra a ese animalito. Así Suzy se vio de nuevo levantada lentamente por los aires, mientras el barco volvía a

aparecer sobre la superficie del agua. ¡Menos mal! pero, ¡qué barco tan raro, que subía y bajaba de semejante manera! A Suzy

no le gustaba nada todo aquello. Así que no se enfadó demasiado cuando un marinero la bajó de allí y la metió en un bote

salvavidas. Este tenía un motor fuera borda y los llevó rápidamente al muelle. Antes de que el marinero tuviera tiempo de amarrar el bote, ya Suzy había saltado a

tierra y corría a casa de tía Chon. —Ya empezaba a temer que te hubieras perdido en el mar — dijo tía Chon al ver entrar a

Suzy—. Casi me desgañito en la iglesia cantando aquello de «Líbranos, Señor, de los peligros del mar».

Y esto último lo dijo cantando con voz trémula, siendo coreada por Biff con voz más trémula todavía:

—De los peligros del mar... Listo Biff. —Sí, muy listo, Biff —dijo tía Chon. —Del mar, del mar. Listo Biff. Del mar —a Biff le gustaba cantar. Tía Chon puso un plato de menudillos de pollo delante de Suzy, que había estado en

peligro de hundirse en el mar. No era pescado, pero estaba muy rico, y Suzy se lo comió todo. —Merci —dijo limpiándose los bigotes. —¡Qué maullido tan gracioso! —dijo tía Chon. —Merci —repitió Biff y volvió a cantar—: Del mar, del mar. Listo Biff. Del mar. Tía Chon y Suzy estaban más que hartas de aquel himno a la hora de irse a la cama. Antes de retirarse, tía Chon acarició a Suzy: —Buenas noches —le dijo. Suzy ronroneó. Pero echaba de menos a Gaby y sus caricias a contrapelo.

Sigue (…)

Jill Tomlinson La gata que quería volver a casa Valladolid, Editorial Miñón, 1981