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ENTRE FANTASÍA Y REALIDAD Ex libris 14 de HUMBERTO VELÁZQUEZ MUÑOZ

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ENTRE

FANTASÍA Y

REALIDAD

Ex libris 14 de

Ỹ HUMBERTO VELÁZQUEZ MUÑOZ

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Humberto:

Deseo que celebremos muchos años el día de los Reyes Magos. Quisiera que escribieras el libro de tu vida.

Con todo cariño.

Mila 6-Enero-96

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ÍNDICE

PRIMERA PARTE:

1.- El inicio. 005

2.- Marta. 011

3.- Misericordias. 017

4.- Caridad. 023

5.- Manuel. 031

6.- Misael. 038

7.- Maribel y su familia. 046

8.- Agustín. 054

9.- Ganímedes. 061

10.- Pablo. 068

11.- Diana. 076

12.- Juan. 084

13.- Matías. 091

14.- Luis. 097

15.- Olga. 104

16.- Nicolás. 109

17.- Tras las pistas de Luz. 117

18.- Mario. 122

19.- Miguel. 129

20.- Misael arrestado. 137

21.- Marisa. 144

22.- Una pequeña escaramuza. 152

23.- Fidel. 159

24.- Juan custodiado. 167

25.- La situación se define. 173

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SEGUNDA PARTE:

26.- Pablo en riesgo de expulsión. 181

27.- La amenaza de una invasión. 188

28.- Marisa cuatro años después. 195

29.- Alicia y Paula. 201

30.- Hay que arriesgar más. 209

31.- Una exploración decisiva. 216

32.- La joven sin nombre. 223

33.- Quince años antes. 231

34.- Importantes decisiones. 237

35.- Tomás. 244

36.- Sebastián y la captura. 251

37.- Don Ángel de Luz. 257

38.- La mazmorra. 264

39.- Gabriel. 270

40.- Marta quince años después. 277

41.- La situación evoluciona. 283

42.- La Asamblea General. 292

43.- El nuevo Mayordomo. 299

44.- Nuevo encuentro con Pablo. 306

45.- Preparación de la defensa. 313

46.- El fin del cisma. 320

47.- La invasión de las colonias. 327

48.- El ataque. 333

49.- La implicación de toda la humanidad. 340

50.- El triunfo. 345

51.- Desenlace y despedida. 354

52.- Un final que es un principio. 362

Total: 368 páginas.

(3 de agosto de 2014 a 18 de enero de 2015) (Fin de la transcripción y revisión: 21 de mayo de 2015)

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Un momento concreto de un día concreto en un tiempo concreto de un lugar concreto, en el que un hecho singular de consecuencias trascendentales está a punto de ocurrir; pero, como todo lo verdaderamente importante, viene a acontecer en la cotidianidad más rutinaria y vulgar de la vida corriente.

Yo, como de costumbre, había asistido a la misa del día, y me había quedado un rato más para hacer oración, y disfrutar así de ese tiempo extra de intimidad favorecida por el sosiego del momento. Aprovechando que me había quedado solo en la capilla, me levanté para buscar la partícula eucarística que sólo yo había visto salir disparada, como la chispa de un fuego, mientras el sacerdote repartía la comunión, por si hubiera ido a parar al suelo. La busqué… y allí estaba, mínima, impoluta, como sobrepuesta en el suelo (señal de que no había sido pisada). La recogí con dos dedos y la consumí.

Volví a mi sitio. Reflexioné sobre el hecho, y en cómo en lo más pequeño e insignificante puede hallarse escondido lo más grande, y cómo todo ello puede pasar desapercibido a los ojos y al entendimiento hasta ser completamente despreciado. Luego salí.

En la mesita de fuera reparé en que habían dejado algunos libros ya usados para disposición de quien los quisiera (detalle en el que no me había fijado al llegar), y, enseguida, los ojos se me fueron a uno cuyo título rezaba: «Escribir. Manual de técnicas narrativas», de Enrique Páez (de quien yo ni siquiera había oído hablar). Y pensé: «Pero si no tengo tiempo para leer… Si todavía tengo muchos libros pendientes… Para qué quiero otro…» Pero el libro parecía decirme: «¡Llévame!» Y yo respondía: «Pero esto es para quien vaya a escribir un relato o una novela, y yo jamás escribiré una novela. No es lo mío. Yo… el ensayo, ¡y gracias! (y algún cuento corto).» Y, así, más excusas. Pero el libro parecía insistirme: «¡Llévame!, por favor ¡llévame!»

«Bueno, me lo llevaré, un libro más a la cola de pendientes que nunca acabaré por leer.»

Y allí fue a parar: a una estantería sin sitio, sobre el último al que le había ocurrido lo mismo hacía ya unos meses. Y me dediqué a otras cosas.

Pero ocurrió algo inesperado… que el libro ahora parecía decirme: «Léeme». «¡Pero qué méritos tenía para colocarse el primero, si era un recién llegado!» —pensé—, y no le hice más caso.

Esa misma tarde-noche me encontré con un hueco en mis tareas (cosa inaudita) que podía ocupar iniciando la lectura de algún libro. ¡Pero no iba a coger el nuevo, habiendo otros que tenían más méritos, llevaban más tiempo y me interesaban más! Y volví a ignorar su insistente y discreto llamado.

Opté por el que estaba a su lado, uno de los once tomos que componen el escrito de María Valtorta «El Hombre-Dios», que también había cogido de la misma mesita unos meses antes, y que tenía interés en leer habida cuenta de lo

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bien que me habían hablado de tal escrito, que recogía las revelaciones recibidas, sobre la vida pública de Jesús, por María Valtorta.

No había llegado al último tercio de la primera página cuando ya me había percatado de que aquello no tenía nada de revelación, y sí de novela fantaseada. Tales eran los anacronismos espirituales introducidos por una mente piadosa del siglo XX en el siglo I, y puestos en boca de Jesucristo, que me dejaron completamente decepcionado. Seguí leyendo una o dos páginas más, pero se me hizo tan cuesta arriba, que abandoné la lectura. Yo no quería leer una novela sobre Jesucristo, y menos una fantasía hecha pasar por revelación (lo que siempre esconde una manipulación, aunque sea inconsciente por parte de la autora).

Y entonces sí, el libro recién llegado ocupó el puesto del abandonado.

No fue gran cosa lo que leí, pero sí lo suficiente como para continuar con su lectura al día siguiente, ahora ya en un hueco buscado y no casual.

En las generalidades iniciales ya descubrí que yo no tenía las pretendidas cualidades del escritor y particularmente del novelista. Yo no pretendía ganarme la vida con la literatura, ni siquiera disfrutaba con el mero hecho de escribir, sino que yo escribía para comunicar algo, para transmitir una enseñanza, y no para proyectarme yo a través de una fantasía ni para hacerme un nombre (aunque no pueda evitar el convertirme en protagonista de mi propia obra al ser yo el que escribe y tener que hablar de lo que experimento). Yo no tengo una fantasía desbordante ni sé “mentir” a través de ella; sólo sé trasponer realidades a modo de parábolas, metáforas o alegorías, pero con un trasfondo de realidad aunque sea una realidad abstracta. Tal es así que, hasta muchas veces, sé averiguar el trasfondo simbólico de los sueños. Pero no sé utilizar el “fuego de artificio” vacío ni las historias hueras e intrascendentes ni siquiera los adornos falaces ni los detalles superfluos. Todo tiene que tener un sentido y una relación con todo lo demás. Y, ¡para colmo!, todo escritor debe tener una gran memoria… Yo… ¡una gran memoria! Yo… que utilizo la deducción para superar todas mi deficiencias de retentiva. Por eso, aunque quisiera, no podría ser un buen mentiroso, porque no me iba a acordar de mis propias mentiras para mantenerlas y lograr un buen engaño.

En definitiva: Ni podía ni sabía ni quería escribir una novela. Y, además, ni siquiera tenía un argumento o una idea motriz.

Pero una cosa sí me asustaba, que había observado que en el fondo de mí estaba buscando ese argumento requerido, y, si lo encontraba, eso sería “malísimo”, porque ya me conocía y sabía que, si surgía algo que a mi parecer mereciera la pena emprender, no iba a parar hasta lograrlo, y no quería “obsesionarme” con eso. Escribir una novela no era para mí.

Bueno… como no me valía cualquier argumento, y encontrar uno adecuado para mí, con la suficiente extensión, era poco menos que imposible… me despreocupé. Y con esas me fui a la cama.

Apenas se intuía la aurora de esa mañana, cuando, sin llegar a despertarme del todo, en el duermevela, vino a mi mente el asunto del día anterior sobre el argumento buscado. Entonces, alguien se hizo presente en mi imaginación, y me dijo:

—¿Cómo quieres que me llame?

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—Juan (respondí, como si ya lo supiera de antemano).

—Pues, Juan, es mi nombre. Verás, estoy aquí porque quiero, o mejor dicho, queremos que escribas nuestra historia, la historia de nuestro mundo, la de nuestra época.

—(¡Vaya, como en los personajes en busca de autor de Pirandello! Si no lo veo no lo creo —pensé para mí.)

—Y preciso lo de “nuestra época”, porque me estoy refiriendo al futuro lejano de la Humanidad, cuando hayan transcurrido más de mil años.

—(¡Bueno… la que me había caído! Porque sabía perfectamente lo que me quería decir.) «Bueno, pero bien debes saber que yo no tengo capacidad para eso. ¿Es que no hay buenos escritores que sepan realizarlo?»

—Buenos escritores sí, pero capaces de acertar no. Tú bien sabes que todas las especulaciones que se han efectuado hasta ahora son del todo falsas, porque todas se han llevado al margen de Dios. Son historias sin Dios en un mundo sin Dios, y no hay nada más falso que eso, circunstancia por la que no podrán acertar jamás.

—Ya, pero lo que yo pueda saber de tu época y que ellos no conozcan son cuatro cosas mal contadas y que caben, todas juntas, en un solo párrafo. Si todavía fuese al pasado me podría documentar… ¡pero al futuro!

—¿Y por qué crees que estoy yo aquí? Para solventar ese problema. Con mi presencia se ha abierto una puerta entre mi época y la tuya por la que podrás pasar voluntariamente cada vez que quieras.

—A ver… a ver… ¿qué es eso de “la puerta”?

—Sí, “la puerta” está en tu imaginación y en tu fantasía, y es a través de ellas por la que debes acceder.

—¡Pues peor me lo pones! ¿Cómo puedes pretender… fidelidad a una historia auténtica… valiéndome de “la loca de la casa” que diría Santa Teresa?

—No, no lo entiendes. La “loca de la casa” también está al servicio de Dios si así se la utiliza. Todo lo de Dios es constructivo, bueno y benéfico cuando se coloca en su lugar. El aire es bueno para respirar, pero cuando está viciado contamina los pulmones y perjudica a todo el cuerpo. Pues lo mismo la fantasía, si está purificada y controlada, se convierte en el mejor “teletransportador” que existe, porque para eso ha sido creada; permitiendo trasladar la percepción sin mover el cuerpo de donde estaba, y cuando eso ya se domina…: también el cuerpo. ¿Cómo te crees, si no, que se consiguen las bilocaciones, por ejemplo? O, empleada para el mal… ¿Cómo crees que la tentación se hace presente en las personas? Lo que pasa es que en vuestra época aún no lo habéis descubierto.

—Pero, vamos a ver… ¿Me vas a decir que yo, a través de mi fantasía, voy a entrar en un mundo absolutamente desconocido para mí y voy a ver la realidad tal cual es y no la voy a manipular inconscientemente?

—No, no te lo voy a decir porque la vas a manipular seguro. No es que no se pueda, pero nadie de tu época podría aunque quisiera. Pero no es eso lo que nos interesa.

—A ver… Explícate, entonces.

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—Esto es lo más difícil. Ten en cuenta que han pasado más de mil años. Y te digo más de mil porque ni siquiera te puedo dar una cifra exacta que ni yo mismo sé. Podrían ser entre mil trescientos y mil novecientos años. Y te preguntarás a qué se debe eso…

—Me has adivinado el pensamiento.

—Pues es que estamos en la desembocadura de la historia, y la historia, el tiempo histórico, es como un río de largo recorrido que cuando se aproxima a su final, a su desembocadura, se abre en un delta con varios brazos simultáneos, y el flujo se amansa en preparación para disolverse en el mar y descansar en él. Así, el tiempo histórico, también se va “remansando”, como reconcentrándose, permitiendo, a la vez, las simultaneidades de distintas épocas, al modo como los distintos instrumentos de una orquesta ejecutan sus particulares melodías en una armoniosa simultaneidad. La historia, toda la historia, ya no se aprecia como una sucesión de melodías, una tras otra, sino como una conjunción simultánea de las mismas. Es decir, el pasado comienza a hacerse también presente, e igualmente el futuro; lo que nos avisa de que el eterno presente se avecina. Espero que me hayas seguido, porque lo de la disolución de la historia es una de las “cuatro cosas” que sabías, ¿no?

—Con dificultad…, pero sí, creo que me he enterado.

—Como comprenderás, nadie que no seas tú, iba a poder adentrarse en este mundo tan complejo.

—Ya veo, ya. De hecho, mi padre, cuando en una película dan un simple salto en el tiempo, aunque sea lineal, ya se pierde y no sabe seguir el argumento. ¿Y tú crees que yo voy a saber explicar todo eso a los demás y que me entiendan?

—Bueno…, es que la historia no está dirigida para la gente de tu época, sino para la de las siguientes; y, en especial, para la mía.

—Vamos a ver, Juan, ¿entonces tú lo que pretendes es que escriba una profecía?

—No, en el sentido de los antiguos profetas bíblicos, pero sí una fantasía profética especialmente dirigida a nosotros que somos los que sabemos interpretar ese tipo de recursos literarios o estilísticos.

—¡Pero cómo voy a hacer yo eso!, ¡si no tengo ni idea!

—Pero es que no se trata de que tengas idea o no. No eres tú el que estableces quién la puede interpretar y quién no. Tú simplemente lo haces, y nosotros sabremos dar la interpretación justa.

—Bueno, bueno, bueno… se me agolpan las preguntas: ¿Pero qué beneficio tenéis con que yo haga eso? ¿Para qué vale? Si lo hago, ¿cómo se va a conservar todo ese tiempo? ¿Cómo va a sobrevivir a mi muerte? ¿Por qué no lo hacéis vosotros y lo dejáis en esta época, que mejor resultará? Además… ¿intervenir en el pasado no es modificar el futuro?

—Para, para, para… Vamos por partes: Intervenir en el pasado, efectivamente modifica el futuro, pero en vuestra época tenéis una idea equivocada o imperfecta sobre el concepto de tiempo y el de historia, que los confundís y son cosas distintas. El tiempo es el orden en el espacio, sin más; y la historia o tiempo histórico, son, simplemente, unas coordenadas de tiempo

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espacio y materia; no sólo de tiempo. Y todo ello, de tal manera, que lo que se modifica en un punto afecta a toda la estructura general, es decir, que no sólo afecta al futuro, sino también al pasado. O sea, que lo que tú ves en cada momento de la historia ya es el resultado de todo lo acontecido en la misma, aunque tú sólo veas lo que se manifiesta en ese momento o “porción” concreta.

—Pues creo que no me he enterado.

—Bueno, no importa. Por decirlo de otra manera: Sí, efectivamente, hay que ser prudentes a la hora de intervenir en otras épocas, pero cuanto más cerca del final menos problemas hay porque más “presente” se va haciendo todo. ¿Que por qué no lo escribimos nosotros? Porque nosotros no sabemos darle la perspectiva profética adecuada, no podemos ver nuestra realidad con tus ojos ni a través de tu época sin introducir nuestra impronta personal, lo que, en nuestra época, sería detectado a la primera, al igual que tú has hecho con el escrito de María Valtorta.

—(¡Hasta esa anécdota tonta tenía sentido para que yo comprendiera ahora lo que me quería decir!)

—Y todo para qué: Pues, “para qué”, supone conocer toda la historia. No es algo que se pueda explicar en dos palabras y que lo entiendas. Tienes que aprender a mirar por nuestros ojos, es decir, conocer nuestra realidad. ¡Ah!, y lo de sobrevivir a tu muerte y la conservación… tú no te preocupes, es cosa nuestra. Tú sólo tienes que adentrarte en nuestro mundo e ir escribiendo tu experiencia. No temas, no estarás solo, siempre habrá alguien al otro lado que te acogerá y te guiará; ya comprobarás que estamos encantados con ello y que no te lo pedimos porque sí.

—Pero, me supongo que si quiero amenizarlo para que el escrito no resulte un ladrillo, acabaré metiendo cosas que no son, y eso confundirá a quien pueda leerlo.

—Ya contamos con eso, pero es que no estás escribiendo una revelación ni una crónica histórica, sino simplemente una fantasía en la que no tienes por qué ser fidedigno a una realidad futura. Tú sólo recalca eso a quien te pregunte y te librarás de muchos problemas. No te olvides de que los últimos destinatarios somos nosotros, nuestra época, y nosotros ya sabremos discernir. ¡Ah!, y que… “cuantos más limpios tengas los ojos, verás con más claridad”.

—Muchas gracias. Entendida la metáfora.

Bueno… qué problemón, qué problemón más gordo. Y así… sin comerlo ni beberlo. Yo, que no quería escribir una novela ni nada parecido, y me va a tocar escribir un novelón. El que decía que no tenía argumento, y que encontrar uno adecuado iba a ser poco menos que imposible… Pero no me pienso agobiar. No quiero que este escrito monopolice mi vida. Lo haré poquito a poquito a ratos perdidos, y tardaré lo que tenga que tardar. (Pero sabía que me engañaba.)

Cuando regresé de misa de ese domingo 3 de agosto de 2014, busqué un soporte donde comenzar la narración, y me acordé de un libro en blanco con tapas de mapamundi que me regaló mi amiga Mila (que en paz descanse) para el día de Reyes de 1996, y que llevaba esos dieciocho años durmiendo el sueño de los justos. Lo abrí, leí su dedicatoria: «Quisiera que escribieras el libro de tu vida». Por fin podía darle una utilidad.

Y tras el título «Entre fantasía y realidad», inicié el relato.

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La función del «Manual de técnicas narrativas» había sido, simplemente, la de actuar de “gatillo” provocador del “disparo” narrativo.

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Habían pasado unos días sin que me atreviera a curiosear lo que había tras esa puerta a la que eludía acercarme, pero, por fin, llegó el momento en que decidí que, al menos, podía asomar la cabeza para fisgar un poquito.

Cuál fue mi sorpresa cuando ni siquiera pude aproximarme a la puerta: Todo había desaparecido. Ya no era capaz de imaginar nada y mi fantasía no funcionaba. ¡Pero es que no podía ni imaginarme ni una mosca! ¿Cómo era posible?

Se me había averiado mi instrumento de trabajo, mi “teletransportador”, y sabe Dios si iba a poder recuperarlo alguna vez. Podía, incluso, haberlo perdido para siempre; no sería el primero al que eso ocurre.

Se acabó todo… O quizá fuera cuestión de paciencia y de aguardar a que se recuperase por sí mismo.

Se me ocurrió que, mientras esperaba, para tener algo adelantado y no desaprovechar el tiempo, podía planificar mis visitas al “otro lado” y valorar qué cosas necesitaba saber al respecto. Y a ello me puse. Pero… un nuevo bloqueo mental me hizo imposible la tarea.

¡Tampoco podía planificar y dar estructura al escrito! ¡Pero qué estaba pasando!

Decididamente la historia había nacido muerta. Había muerto tras su primer aliento de vida.

«Lo siento por los del “otro lado”» —pensé— «pero se van a quedar sin historia.» Y…, entonces, caí en la cuenta:

Otra de las “cuatro cosas” que sabía de esa época es que, en ella, existía alguien que se escondía tras una falsa apariencia, al que era necesario desenmascarar, pero que lucharía con todas sus artes para impedirlo: ¡Y esa era la cuestión!, que mi bloqueo correspondía a una de sus artes. Lo mismo que Juan había llegado hasta mí, él también lo había hecho, y había anulado mi medio de acceso; por eso el bloqueo resultaba tan extraño. Pero, ¿cómo me había descubierto? ¿Cómo me había encontrado?

¡La fecha! ¡La fecha que anoté el día pasado es la que le había servido de pista! ¡Qué imprudente! Yo mismo le había dado los datos a través de mi propio escrito.

Pensé en tacharla para que no se viera… pero el mal ya estaba hecho y eso ya no serviría para nada.

Ahora sí que estaba atado de pies y manos y con vigilancia férrea. No sólo no me iba a dejar acceder a su época, sino que, aunque pudiera burlarlo, yo mismo, y a mi pesar, iba a poner en peligro a todos mis contactos del otro lado, a los que él podría localizar a mi través.

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O no… «La fecha de destino es incierta, el lugar indeterminado. Sólo depende de los datos concretos que yo fije en el papel para establecer la localización. Luego… si yo no los doy todos, no tendrá la información suficiente.»

Pero, aunque a partir de ahora tuviera esa cautela, ya era demasiado tarde, porque yo no poseía los conocimientos necesarios que me permitieran zafarme del bloqueo. Yo no podía luchar contra él con sus mismas artes, y, si lo hacía, tenía todas las de perder.

Viendo que no sabía por dónde salir, le dije a Dios: «Mira, si es cosa tuya, y tu quieres que lo escriba, tendrás que “mojarte” y hacer algo.»

Fue acabar de decirlo, y sin saber cómo, encontrarme cruzando ese umbral que daba acceso al otro lado.

Una bella joven, de pelo largo y negro, embutida en una especie de mono blanco que desdibujaba sus formas femeninas, me aguardaba con una franca y acogedora sonrisa.

—Hola, bienvenido. Soy Marta.

Pero como no fui rápido en responder, dada la sorpresa del momento, ella prosiguió.

—Te esperábamos casi con ansiedad. Muchas gracias por venir. Me imagino que habrás venido a mi casa, que es la tuya, porque lo que te interesaba conocer, consciente o inconscientemente, era nuestra vida sencilla y cotidiana. Pues aquí tienes mi casa.

E hizo ademán de que lo observara todo con detenimiento, aunque ella continuó hablando.

—Bueno, es mi casa porque yo vivo en ella: En concreto ésta es mi habitación. Pero no sólo yo habito la casa. Aquí residimos tres: Misericordias, Caridad (a la que llamamos “Cari”) y yo; y las tres somos maestras. Me supongo que será por eso que nos has elegido, para que sepamos informarte bien y de forma didáctica.

—Pero yo no tengo noción de haber elegido nada en concreto —atiné a responder.

—Ya, pero sí lo has hecho, porque, si no, no te encontrarías aquí.

—Alguien ha tenido que elegir por mí o ayudarme en esa supuesta elección, porque no te he pillado desprevenida, señal de que sabías que venía.

—Sí…, en parte tienes razón. Pero lo que no se te ha ocurrido pensar es que todos esperamos tu llegada, no sólo yo. Tanto los que la quieren como los que no la quieren saben que ibas a venir. Lo que ninguno conocíamos era ni cuándo ni cómo ni dónde; pero ¡que venías! era seguro. Entonces lo que quedaba para cada uno era aguardar con perseverancia, y la muestra de esa espera activa, de esa esperanza, es la puerta abierta que te permite entrar en nuestra casa. Por eso, allá donde llegues siempre serás bien acogido, porque donde no te esperen no podrás hacerte presente; al menos si el asunto y las condiciones de la puerta sólo dependen de lo que quiera el receptor de la visita.

—¡Uf! Me parece que todo es mucho más complicado de la idea que yo me había hecho en un primer momento. Me cuesta trabajo entenderlo.

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—No, ya verás como no, a medida que te vayas acostumbrando. Por cierto…, no me has dicho nada de tus impresiones al contemplar este espacio.

—La verdad es que estoy sorprendido, favorablemente sorprendido, porque resulta francamente acogedor, luminoso. Se parece más de lo que hubiera imaginado a mi propia habitación, a pesar de haber transcurrido tantos siglos. Eso sí, tiene menos cosas y está más limpio.

(Ella se rió ante este último comentario socarrón.)

—Sí, me supongo que la apariencia de las cosas ha cambiado bastante poco. Los cambios son más en profundidad. Ten en cuenta que se ha evolucionado fundamentalmente en el terreno espiritual y, en consecuencia, en el ámbito cultural, en segundo término el social, y por último en el físico, por eso es en ese último donde menos diferencias notarás. Pero… por ejemplo: ¿De qué crees que es el armario? ¿De qué está hecho?

—De madera. Al menos ése es su aspecto. Aunque si me lo preguntas es que el asunto debe de tener truco.

—Tócalo.

(Lo toqué y lo rocé con los dedos para cerciorarme.)

—Parece madera, pero no es madera. Es menos adherente. No sabría decir.

—Es una especie de plástico, más ligero y resistente que la madera, que soporta el agua y el fuego sin daño; pero al que se le da ese acabado de madera tan agradable. La madera ya no se utiliza para construir nada, salvo para objetos decorativos artesanales. Así dejamos tranquilos a los árboles para que desarrollen su función biológica y adornen con su belleza y cualidades nuestro mundo.

—¿Entonces, papel, no usaréis?

—Sí, algo usamos; pero de forma testimonial, como quien utiliza una reliquia, un recuerdo de sus ancestros, y no quiere desprenderse de ello. Proporciona una sobriedad y una prestancia que huele a sabiduría antigua que valoramos muchísimo. Por eso son contados los libros en papel que tengo aquí, pero el que no podía faltar es el libro de los libros: la Biblia.

(Se acerca a una pequeña estantería del armario ocupada por unos pocos libros, de la que toma el ya mencionado, y, estrechándolo contra su pecho, añade:)

—Es como poder abarcar físicamente lo inabarcable. Como quien besa un icono pudiendo besar a su través a quien representa.

(En esta ocasión se le fueron los ojos a posar su mirada emocionada en el icono de la Virgen con el Niño que presidía su habitación. Y ahí quedó suspendida por un instante.)

La luz del día que, penetrando por la ventana, inundaba la habitación tras reflejarse en el blanco de las paredes y el techo de la misma, y que, a través del hueco de la puerta abierta, se difundía por el resto de la casa, se oscureció rápidamente por unos momentos. Una nube debía de haberse interpuesto en su camino desde el sol. Esto provocó en Marta el recuerdo de que debía continuar mostrándome cosas de su mundo, o mejor dicho, de su época.

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—Mira que bien me viene esta disminución de la iluminación ambiente, para que te muestre cómo es nuestra iluminación artificial en los hogares.

(Y tocándose una plaquita que llevaba en su vestimenta, toda la superficie del techo comenzó como a fosforescer, produciendo una luz que se parecía mucho a la natural; a la vez que me explicaba:)

—Esta plaquita es un control remoto universal que me permite controlar unas cuantas cosas de la casa, o de cualquier otra en la que esté, y que no sólo vale para encender o apagar la luz y controlar su intensidad, sino también para oscurecer o aclarar los transparentes de las ventanas… quiero decir los cristales, aunque ya no sean de cristal como en tu época.

(Y, efectivamente, los cristales se oscurecieron hasta volverse completamente opacos, con lo que pude apreciar la buena calidad de la iluminación interior. Seguidamente volvió a restablecer la iluminación natural, mientras yo le comentaba:)

—Resulta una idea estupenda. Os libráis de persianas, visillos, cortinas y demás aditamentos que hay que limpiar, lavar, cuidar, etcétera, etcétera.

—Y también nos libramos de más cosas. Las paredes que ves también están construidas con materiales distintos a los que usabais en vuestra época. Son aislantes, y permiten mantener una temperatura en el interior diferente a la exterior. Aunque haga mucho frío o mucho calor fuera, aquí siempre hay un microclima que nosotros podemos elegir.

—Pero, si se estropea, arreglar la pared debe de suponer un problemón.

—No, no se estropea, porque se basa en fenómenos físicos que se mantienen constantes en la naturaleza, y no en los artificiales provocados por la intervención humana, que son los que sufren las averías.

—Y, se me ocurre ahora, el suministro de energía para la iluminación y todas vuestras necesidades ¿cómo lo solucionáis?

—¡Huy! Eso fue un avance grandísimo de hace siglos que nos ha facilitado la vida muchísimo hasta el día de hoy. Utilizamos unos reconversores que recogen la energía ambiente y la transforman en manejable: Así, por ejemplo, es el caso de la eléctrica, aunque ésta no sea la única. A esos reconversores, que actualmente pueden alcanzar tamaños diminutos, los llamamos teslas, en recuerdo de Nicolás Tesla que fue el primero, que se sepa, a quien se le ocurrió la idea. El invento resultó una revolución porque permitió la independencia energética, el acceso general a la misma y su uso limpio e inagotable para la vida corriente.

—¡Cuánto bien haría si eso se pillara en mi época!

—Y el bien lo hará, pero antes deberá cambiar la Humanidad de mentalidad, y aceptar y asumir la gratuidad para que ello pueda efectuarse. Porque los avances se producen solamente cuando la Humanidad está preparada para ello y no antes: Un verdadero avance, colocado en un tiempo no apropiado, es rechazado y se convierte en un acto fallido.

—Entonces, la verdadera alma máter de la revolución es la gratuidad, más que los inventos en sí.

—Efectivamente, ahí se esconde el secreto: en la gratuidad fruto del amor, que permite pensar en los demás y no en uno mismo y el beneficio propio.

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—Y me imagino que vuestra época será muy rica en inventos útiles y benéficos para todos…

—Pues no te creas… La mayoría de ellos son “cosa antigua” y ya tienen sus siglos. Ahora vivimos un tiempo de cierta aridez y desidia, aprovechándonos de los réditos del pasado. También, es verdad, que se vive bien y no tenemos necesidades perentorias que solventar, y eso adormece la inventiva.

—¿Eso quiere decir que tenéis robots o androides que os solucionan las cosas de la casa: las tareas domésticas?

(Se rió abiertamente, y siguió hablando sin desdibujar la sonrisa en un claro desenfado.)

—No, de eso nada. Ni siquiera lo queremos. Ya desde antaño se planteó el problema y se decidió que los androides se reservaran para cosas de verdadera necesidad y no para bobadas. En Gog y Magog si los hay, pero en la Ciudad no los empleamos.

—¿En Gog y Magog? ¿Qué es eso?

—Bueno, eso pertenece a la historia mundial, y como aquí la que mejor lo sabe explicar es Misericordias que estará al llegar, pues cuando venga ya te lo aclarará ella. Yo, por continuar con las tareas y asuntos de la casa, te diré, por ejemplo, que la ropa no la lavamos como hacíais vosotros. La limpiamos y desinfectamos en un armario de vapor, del que sale lista para ser usada en un santiamén. Sólo requiere la precaución de que la ropa sucia debe de ir colocada. Sin embargo, con respecto a recoger el polvo, como su acumulación simboliza el paso del tiempo histórico, y eso no se puede evitar, la solución al problema no ha sido del todo “redonda”, pero… ¡algo es! Lo más sencillo y práctico de entre lo que hay es un atrapador de polvo, que se enciende un rato una vez al día y atrae todo el polvo en suspensión que se encuentra en el aire, con lo que evita que se deposite en las superficies. Es decir, propiamente no limpia sino mantiene limpio.

—¿Y el aseo personal?

—Generalmente cada habitación lleva asociado un pequeño cuarto de aseo que cuenta con un aseador de torbellino, un evacuador y un lavabo autoabastecido. Ya veo la cara que pones. Me explico: El aseador de torbellino es un receptáculo o cubículo en el que se produce un torbellino de aire húmero a la temperatura elegida, seguido de otro de aire seco que te deja el cuerpo “como los chorros del oro” en un periquete. El evacuador, como su propio nombre indica, es el lugar para hacer las necesidades fisiológicas, que no tiene contacto con ningún sistema exterior y que gestiona los residuos, de forma que extrae el agua de todo lo líquido, que reutiliza para el arrastre y la limpieza, y lo sólido lo trata y compacta como detritus de residuo orgánico, que se recoge en bolsas especiales de basura para que sea incorporado al ciclo de la basura normal. Todo esto de forma completamente aséptica. Y el lavabo autoabastecido es un lavabo tradicional, al estilo de los que usabais vosotros, que puede estar conectado al sistema de agua corriente general o no; pero que si no lo está, autogestiona el agua de modo semejante al evacuador. Como verás todo pensado para ahorrar el máximo de agua posible y que el cuarto de aseo pueda ser instalado en cualquier parte. Todo esto se ideó cuando se buscaba no depender de quien controlase el sistema de agua, para evitar que, a

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través de eso, pudieran controlarte la vida y obligarte a hacer cosas que no querías hacer o a llevar una vida que no querías llevar. ¡Vamos!, es la misma filosofía de independencia y autogestión de la energía y de todo lo demás, que nos permitió salir de la esclavitud y el sometimiento a intereses espúreos.

—A mí todo esto me resulta muy interesante, porque son todo inventos destinados a facilitarte la vida, a librarte de dependencias esclavizantes que te pueden ocupar la vida y distraerte de lo que verdaderamente cuenta en ella, que es el amar y la construcción de la sociedad en busca del bien común. Me parece maravilloso y evangelizador aunque sea sin palabras.

—Sí, la verdad es que así resultó en su tiempo. La gente más desorientada se fijaba en ellos, e, indirectamente, les hacía reparar en quienes los ideaban y desarrollaban, lo que suscitaba en su interior la consabida pregunta: ¿Por qué éstos viven así, y hacen lo que hacen? Y ya sabes que ése es el medio más seguro de presentar a Dios.

—Oye, ¿y la cocina? Porque eso suele dar mucho trabajo.

—Bueno, más que la cocina, la limpieza de la cocina. Porque cocinar es un trabajo creativo, y, a quien le gusta hacerlo, disfruta con ello. El problema fundamental es la limpieza posterior.

—Pues tienes razón, que limpiar es lo que nadie quiere.

—Como lo que más ensuciaba era andar con fuegos y con humos, y con las salpicaduras correspondientes…, se ideó el horno cocinero, que consiste en un espacio cerrado en el que se introduce el alimento a cocinar y al que se le indica lo que se desea realizar: calentar, cocer, freír, etc., y ya se encarga el horno de efectuar la tarea, gestionar el humo, el vapor, la presión y demás, y autolimpiarse. Es comodísimo y se puede colocar en cualquier parte, porque, como ya te dije, todo aquí funciona con teslas y es autónomo. ¡Ah!, y para limpiar los objetos, utilizamos un armarito que emplea el mismo sistema de torbellino de vapor que ya te he mencionado.

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3

Una voz femenina se dejó oír.

—Ya estoy aquí.

—Ya ha llegado Misericordias —aclaró Marta—. Ven que te la presento.

Salimos de la habitación y nos detuvimos en la sala común. Desde allí Marta alzó la voz en un tono de adivinanza infantil.

—Tengo una sorpresa.

Misericordias salió de lo que deduje sería la cocina. Su rostro de madurez avanzada, y su mirar seguro y penetrante, se imponían sobre el castaño rizado de su pelo y el blanco de su atuendo similar al de Marta.

—¡Hombre!, pero si has venido. ¡Dichosos los ojos que te ven!

—Qué exageración. (No tuve por menos que responder, viendo su acogida tan afable.)

—No, no es exageración. No sabes las ganas que tenía y la ilusión que me hace —añadió Misericordias.

—Estábamos aguardando a que vinieras para abordar el tema de la historia —apostilló Marta—. Yo ya le he contado algunas cosas de nuestro modo de vivir cotidiano pero sin entrar a mayores.

—Venga, pues vamos a sentarnos —respondió Misericordias.

—Yo no quiero importunar. (Intervine.) Primero haced lo que tengáis que hacer. Que ya habrá tiempo después.

—Ya está todo hecho —resolvió Misericordias, sentándose sin más entorno a la mesa.

Marta y yo hicimos lo mismo. Misericordias no se anduvo con rodeos, y preguntó como afirmando:

—A ver, qué quieres saber. Por dónde empiezo.

—Saber… muchas cosas (respondí); pero empezar… me gustaría saber cómo han llegado las cosas hasta aquí desde mi tiempo.

—Desde “mi tiempo histórico” —me precisó Misericordias—, desde “mi época”. Ya sabes que tiempo e historia no son lo mismo.

—Ya, ya; es que me ha salido así por costumbre (aclaré).

—Tengo que advertirte que no puedo, porque no debo, contarte nada que te concierna a ti o a tu época concreta, porque eso coartaría tu libertad, incluso la de tus coetáneos. Sólo puedo referirme a cosas que ya sabéis porque fueron anunciadas de antemano. Y del resto, si lo vas a escribir, no puedo tampoco dar datos exactos sobre determinados hechos por la misma razón, ahora en relación a quien lo vaya a leer. Así que no te ofendas si hay interrogantes a los que no te respondo. Además, tampoco yo lo sé todo.

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—No, por favor, cuéntame lo que bien te parezca y sea menester.

—Bien, verás: Lo primero referirme al acontecimiento trascendental que pone fin a tu época y origen a todo lo que sigue, ya que si no lo mencionara no se entendería nada. Se trata de la segunda venida de Jesucristo. Sí, no me pongas esa cara. Segunda venida que todos conocían pero que, en el fondo, nadie esperaba. Ya te he dicho que no voy a entrar en detalles, pero sí puntualizar que incluso los que sí decían esperarla y la anunciaban como inminente, como miraban donde no era, porque ni sabían ni cuándo ni cómo ni dónde, pues tampoco atinaron y les pilló igualmente desprevenidos, y sólo se percataron a hecho pasado.

—Vamos, que nos va a pillar el toro de todas maneras (apostillé).

—Sí, así mismo. Pero eso curará muchas vanidades y autosuficiencias, y colocará a la gente en la disyuntiva de tener que elegir, mostrando de esta forma la verdad de sus corazones. En fin, que así se cumplió la profecía realizada por la Virgen Santísima en Fátima: «Al final mi Corazón Inmaculado triunfará». ¿Y qué pasó después? Porque el mundo no se acabó como el común de la gente pensaba, porque había que preparar la instauración de la Jerusalén Celestial, para que el paso entre la tierra y el Cielo fuera progresivo y no brusco; y así se inició la etapa final del fin de los tiempos y la disolución de la historia en la que estamos, y, probablemente llegando también a su final.

—Pero en todo este tiempo habrán pasado muchas cosas… (Intervine.)

—Sí, a eso voy. No todo el mundo aceptó esa segunda venida, ya sabes que, en las cosas que Dios hace…: la libertad ante todo; y todos esos, que en principio fueron mayoría, siguieron viviendo como hasta entonces lo habían hecho. Y lo mismo, curiosamente, o quizá no tanto, también ocurrió en la Iglesia. Pero en ella ya se había iniciado la transformación en Nueva Jerusalén, a la que, sorprendentemente, se añadieron, casi los primeros, todos los judíos, que se integraron en masa en la construcción de esa nueva perspectiva social que no dejaba de ser lo que había sido siempre. Y se fueron constituyendo núcleos o células de convivencia coordinadas todas ellas entre sí, conformando una ostensible unidad que convencía a los indecisos, y que, poco a poco, fue barriendo todos los cismas y disensiones, y arrasando constructivamente, en especial, en el continente asiático. Así acabó por constituirse la Ciudad de Dios, o simplemente la Ciudad, como la conocemos todos. Ya que esta forma de ser y vivir logró terminar con las divisiones en países y en estados por toda la tierra, estableciéndose el concepto final de Ciudad mundial, y la visión general de todo el planeta como una gran ciudad en la que las zonas pobladas eran consideradas como barrios y las despobladas como parques. Habían transcurrido mil años. Un largo periodo de expansión que cambió el mundo. La sede de lo que podríamos llamar el Ayuntamiento mundial se instaló en Los Ángeles, en la región norteamericana de California, aunque la gestión se encuentre muy descentralizada y deslocalizada porque se valora la unidad y no la dependencia, circunstancia que permite potenciar las posibilidades de lo local.

—Estoy alucinado… Y todo eso… ¿con ejércitos?, ¿con presiones u obligaciones?

—Con nada de eso. Porque en la Ciudad no está quien no quiera estar. Todo es voluntario. Por eso la Ciudad fue creciendo por simpatía y emulación,

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construyendo sobre el bien y la paz, y teniendo como bandera la gratuidad; lo que acababa por conquistar los corazones, y no precisaba ni violencia ni armas ni nada parecido.

—Pero los que no compartieran esa forma de ver las cosas, los dominarían, los explotarían o les robarían sus cosas…

—A todo hubo que enfrentarse. Pero cuando no valoras lo que tienes sino lo que eres, pocas cosas te pueden quitar los que valoran al revés: sólo lo que tienes y no lo que eres. A ellos no les interesa lo que eres, y no te pueden robar lo que no tienes. Porque cuando quieren robarte lo que eres, realmente lo que acaban haciendo es convertirse en uno de nosotros. Así que, o están con nosotros, o nos dejan en paz para ir a lo suyo.

—¿Y el odio ciego y visceral?

—Para eso tenemos la psicología espiritual, que ellos desconocen puesto que su objetivo es el tener. Pero, en principio, ¿qué haces cuando te ataca una fiera salvaje? Pues escapar y defenderte como puedas, que luego ya utilizarás tus armas. Ante la fuerza bruta, tú no te puedes transformar en una fiera para emplear sus mismas armas, estarías en desventaja. Tú tienes que usar tus armas, no las del enemigo.

—Oye, y si hay gente recalcitrante que no quiere estar en la Ciudad, como dices que la Ciudad abarca toda la tierra, ¿dónde van?

—Ésa es una buena pregunta. Al principio, este problema no se planteaba, puesto que “el resto del mundo” era muy amplio, y por él podían campar a sus anchas los disconformes; pero cuando ese “resto del mundo” fue haciéndose cada vez más pequeño, hubo que tomar una decisión. Alguien se acordó de que Australia fue utilizada en los tiempos antiguos como lugar de deportación por parte de los británicos, y sugirió volviera a ocupar ese papel, creando allí una especie de “reserva” de inadaptados. Como podrás suponer aquella propuesta sentó fatal a los australianos, pero sirvió para suscitar la idea en un sector descontento de fundar allí una anti-Ciudad, completamente independiente y según el modelo de los antiguos estados y reinos, y así surgió el estado libre de Gog, nombre tomado de la Biblia como opuesto o contrario a Israel y a la Nueva Jerusalén.

—Ah, por eso antes, Marta, ha hablado de Gog y Magog.

—Lo mencioné para indicar que allí había androides, mientras que en la Ciudad no los empleamos —aclaró a Misericordias—. (Y dirigiéndose a mí, añadió:) Pero bien ya supondrás que hay muchas más diferencias.

—Me imagino, me imagino (respondí).

Misericordias prosiguió:

—Pero fueron pasando los años, y merced al proselitismo de Gog, su territorio se fue extendiendo por toda la región australiana, lo que obligó a muchos de los nuestros a emigrar al resto de continentes, dada la intolerancia de Gog. Aunque, aún hoy día, permanecen allí algunas colonias nuestras en condiciones muy penosas. Sin embargo, los goguianos, no se conformaron con adueñarse del continente austral, sino que pretendieron saltar al resto, especialmente a Asia, sin conseguirlo, a pesar de sus adelantos y sus retrocesos en ello. Pero donde sí prendió la mecha de Gog, fue en la región oriental de

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Europa, donde pretendieron resucitar a la Gran Rusia, y allí se fundó la confederación de estados de Magog. Nombre igualmente tomado de la Biblia, por las mismas razones.

—¿Entonces…, Gog y Magog son la oposición a la Ciudad mundial?, ¿sus enemigos? (Pregunté a Misericordias con cierta preocupación.)

—En cierto modo sí, aunque la coexistencia por el momento sea pacífica, tendiendo a deteriorarse. Además, hasta ahora, Gog y Magog no se han llevado bien, porque sus formas organizativas son diferentes. Magog ha pretendido emular a los grandes imperios de la Humanidad, y, de hecho, tiene algunas pequeñas colonias aisladas en nuestros territorios. Mientras que Gog no tiene colonias porque su modelo es el liberal anarquizante que no facilita esa vinculación a distancia. En lo que sí están de acuerdo es en su rechazo a la Nueva Jerusalén como Ciudad de Dios.

—Magog —intervino Marta—, al ser una confederación permite una mayor variedad de modelos organizativos y da más opciones a los disconformes para encontrar su lugar, por lo que los magoguitas suelen ser más equilibrados o menos intransigentes que los goguianos, que se muestran más extremistas e intolerantes. Por eso las misiones que tenemos en Magog son mejor aceptadas. Gog es más belicoso que Magog.

—Aunque no siempre fue así —aclaró Misericordias—, porque al principio de su instauración, hará unos quinientos años, la cosa se puso muy peliaguda, y hubo que plantar cara decididamente a una enorme campaña de desinformación y manipulación que organizó, que amenazaba con socavar los cimientos de la Ciudad. Afortunadamente conseguimos desmantelarla y sus intenciones quedaron al descubierto, con lo que su avance se frenó en seco, lo que propició su cambio de actitud hasta el día de hoy.

—Por lo que veo en todas las épocas “cuecen habas”. (Comenté irónicamente.)

—Sí, pero, por completar el refrán: “en la tuya calderadas” —puntualizó Misericordias—. Porque las zozobras de tu época no se volverán a vivir en toda la historia de la Humanidad hasta la fecha. De hecho, los alrededor de mil años que duró la expansión de la Ciudad, si desechamos la fundación de Gog, fueron los más maravillosos espiritualmente hablando que recogen los libros de historia. Precisamente por eso tuvo esa expansión global. Sin embargo, a raíz de la fundación de Magog, todo se ha ido complicando y torciendo paulatinamente. Aunque también por ese tiempo aconteció un hito cuyas consecuencias todavía no han visto el final.

(Como ella se detuvo un momento, la pausa azuzó mi interés por saber, y pregunté sin dar más tiempo.)

—¿Y qué es, o en qué consiste ese hito tan trascendente?

—Pues es el descubrimiento de la posibilidad de realizar auténticos viajes en la historia. Ya hacía tiempo que determinadas personas habían aprendido el arte espiritual de bilocarse, incluso de multilocarse, y habían ido enseñando y transmitiendo ese saber a los demás, con lo que cada vez más gente lo conocía y controlaba. Hasta que se les ocurrió probar con pequeños saltos en la historia. Como el asunto salió bien, probaron con grandes saltos… y se produjo el gran hallazgo. La historia se convertía en un nuevo mundo a evangelizar, y nacieron

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los misioneros de la historia. Y así tenemos una concejalía o ministerio o un dicasterio, que de las tres formas puede llamarse, consagrado en exclusiva a controlar ese difícil tema, y cuyo centro logístico se encuentra en Los Ángeles, en la misma capital.

(Volvió a detenerse un momento como si algo pasara por su mente que la distrajera o tuviera que sopesar, y continuó con su exposición.)

—Pero este descubrimiento, una vez fue conocido en Gog, provocó en ellos un deseo de emulación que no les fue posible desarrollar de la misma manera, dado su enfoque distinto de la espiritualidad, y que les llevó a encauzarlo de una forma más física. Así acabaron por lograr su objetivo, y ellos también, con ayuda de máquinas, consiguieron adentrarse en la historia; ahora de dos maneras: Mediante proyecciones y captaciones en el espacio-tiempo que emulaban las bilocaciones pero sin lograrlo del todo, al modo como ocurría con el teléfono en tu época. Y, la otra manera, mediante viajes interestelares atípicos, es decir, utilizando el espacio-tiempo interestelar para saltar en la historia en vez de para realizar un viaje típico por él. Perdona que no me sepa explicar mejor con pocas palabras.

—Pero, a pesar de lo complicado, creo que me hecho una idea; porque eso en mi época se expresaría como utilizar los agujeros de gusano presentes en el espacio interestelar, pero con otro enfoque. Con lo que, con apenas alejarse de la atmósfera terrestre, ya lo conseguirían.

—Efectivamente, al principio fue así; pero luego ya no necesitaron ni salir de la atmósfera terrestre para lograrlo. El problema es que nosotros nos tuvimos que dedicar a posteriori a deshacer los entuertos que ellos dejaban con sus investigaciones. Lo que muchas veces ya no se podía. Seguramente que a tus oídos también llegarían las historias de los extraterrestres… Pues ya sabes de donde vienen, de Gog.

—¡Qué desalmados! (Exclamé sin poderme contener.) Cuanto daño han hecho y cuanta confusión han sembrado.

—Aunque no todo el mundo en Gog es así. Y todos tienen posibilidades de conversión hasta el último momento. Por eso mantenemos misioneros allí, para recuperar todo lo que se pueda.

—Y Magog… ¿hace lo mismo?

—No directamente, pero colabora con Gog en ello.

—¿Y lo de los bichos raros y seres extraños que cuentan?

—Experimentos biológicos de Gog, que juega con la historia y con las creencias como le viene en gana, siendo el origen de todo tipo de leyendas como dioses de la remota antigüedad, y experimentando con la historia como le apetece. Cuando nosotros nos dimos cuenta de lo que estaba ocurriendo, tuvimos que releer entonces toda la historia de la Humanidad desde esa clave, y constituir el sistema de vigilancia histórica: una especie de policía de la historia; que no es que solucione mucho, pero que hace lo que puede. También es verdad que nuestra perspectiva de las cosas es diferente a la suya, y nosotros nos preocupamos más por las personas que por los acontecimientos, y nuestra atención es más personalizada; lo que pasa es que eso lleva a implicar de algún modo en ello a toda la población de la Ciudad.

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—¿Y eso en qué consiste? ¿Cómo os organizáis?

—Mira, eso te lo va a responder mejor Cari, que es la especialista en medio social, y que tiene que estar al llegar. Yo, si te parece, voy a concluir algunos aspectos de la historia que creo resultarán de tu interés.

—Me parece bien. Lo que vosotras veáis. Yo aquí sólo estoy para aprender.

—Cuando surgió todo este lío de la historia, y la Ciudad tuvo que decidir sobre su implicación e intervención resuelta en la misma, hubo sectores dentro de ella que se mostraron en total desacuerdo con dicha intervención y optaron por no colaborar, aunque sí se mantuvieron integrados en todos los demás aspectos de la vida en la Ciudad. Esto provocó una reacción por parte de otros sectores, que achacaban lo ocurrido a una debilidad en la oración y en el culto, propugnando un reforzamiento en el papel de los sacerdotes y una preponderancia del culto externo en la vida de la Ciudad; con lo que el clericalismo antiguo inició su resurgimiento. Pero no paró ahí la cosa sino que, transcurridos unos pocos lustros, una facción entre aquellos sectores díscolos considerados como pseudocismáticos, decidió confederarse con Magog, y aquello fue la puntilla. Ése es el origen de esas pequeñas colonias aisladas en nuestro territorio que mencioné anteriormente. La reacción esta vez consistió en un aumento del control espiritual que se hizo más “policial”, un afianzamiento del clericalismo, y una reconcentración y aumento de poder en el gobierno de la Ciudad. Sin embargo, esta última reacción resulta algo extraña al espíritu de la Ciudad, por lo que a algunos nos produce una sensación de… sorpresa incrédula o de incomodidad incalificable. Porque ésa es la situación en la que nos encontramos ahora.

—Por lo que dices, y sin saber más datos, da como un tufillo a que Magog pudiera estar infiltrándose en la Ciudad.

—¿Verdad? —Afirmó Misericordias con expresión de sentirse comprendida.

—Pero es que no hay ningún dato que lo confirme —terció Marta—, y no nos atrevemos ni a comentar esta intuición fuera de las personas más allegadas, por si a nosotras también nos toman por cismáticas. Antes se hablaba de todo con libertad y naturalidad, pero ahora… no sé qué pasa.

—Pues que ha aumentado el control impositivo y presentís esa coacción. (Respondí resueltamente.)

—Sabes tú verlo mejor que nosotras —concluyó Misericordias.

—Es la experiencia de mi época que vosotras no tenéis.

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4

Sin que nos percatáramos en nuestra conversación, había entrado en la casa Caridad, que nos sobresaltó con su exclamación.

—¡Bendito sea Dios! que has venido. ¡Qué sorpresa más alegre!

Y acercándose hasta donde estábamos, añadió:

—Hola, soy Cari, la que faltaba de la casa.

Y dejando los objetos que llevaba, se sentó a la mesa, y prosiguió:

—Porque me imagino que te habrán hablado de mí…

Caridad parecía la afabilidad personificada, con su pelo negro algo encanecido a pesar de su edad intermedia entre la de Marta y la de Misericordias, aunque con su misma vestimenta, pero con una mirada una tanto pillina que curaba cualquier desenfado y te hacía sentir como en tu propia casa.

Marta intervino:

—Pero no le hemos dicho más que tu nombre y que tú le hablarías de nuestro medio social.

—Yo le acabo de hacer un breve resumen de la historia que media entre su época y la nuestra —aclaró Misericordias—, así que vienes a punto para continuar tú.

—Y ¿por dónde empiezo? ¿Qué quieres saber? —Me inquirió Caridad.

—Pues no sé… Por donde tú quieras (respondí). Por ejemplo: ¿Cómo vivís? ¿A qué os dedicáis?

—Pregunta nada fácil de responder… —precisó Cari—, porque todo está relacionando con todo, y hay que saber unos aspectos y otros para entenderlos todos. En fin… un principio fundamental que da la clave de todo y que siempre hay que tener presente para explicar y comprender cualquier cosa es el de que, cada persona, cada individuo, tiene o debe tener muy asumido que es, simultáneamente, lo más pequeño y lo más grande, el origen y la meta, la minucia más pequeña y el todo más grande, la partícula más insignificante y toda la Ciudad, incluido Dios con Dios mediante su gracia. Esta percepción es el quid básico para entender todas las relaciones y comportamientos. El sentido de pequeñez, de minucia, es el que proporciona la cualidad y la virtud de la humildad; mientras que el contrario es el que nos otorga la responsabilidad y el amor. ¿Me sigues?

—Hasta ahora, creo que sí.

—Pues la integración de ambas perspectivas es la que nos hace a todos ser humildes y responsables, amantes perseverantes de todos y todo. ¿Qué consecuencias tiene eso? Que sobre ello se puede construir toda una sociedad organizada como si fuera un cuerpo vivo, un cuerpo humano. Cuerpo que es, precisamente, nuestro modelo inspirador. Cada persona actúa como si fuera una pequeña hormiguita metida en un inmenso y monótono hormiguero, pero,

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simultáneamente, se siente todo el hormiguero, responsable de todas y cada una de las demás hormigas del mismo y de todas sus funciones y estructuras. Es decir, saltando de la metáfora a la realidad, cada una de nosotras, tanto Marta como Misericordias como yo, o cualquier otra persona de la Ciudad, trabaja y vive desde su pequeñez para el bien común de sus cercanos y de toda la Ciudad, pero no sólo de la Ciudad, sino de toda la Creación; y lo hace sabiendo que toda la Creación, la Ciudad y los más cercanos dependen de ella para su bien. Y no sólo trabajamos con nuestras manos, sino que ponemos nuestra vida y nuestro espíritu al servicio de todos, porque eso es lo que mueve y sostiene el mundo: toda la Creación.

—Me dejas de piedra. (No tuve por menos que contestar.)

—¿Por qué? Si esto no es nada del otro mundo. Bueno, sí, un poco sí. Pero es que no es otra cosa que tomar conciencia de tu lugar en el mundo, de tu ser y destino en la Creación.

—Es —apostilló Marta— sentirse punto integrante de una circunferencia, a la vez que toda la circunferencia con su círculo incluido.

—No, si entenderlo creo que lo entiendo (intervine de nuevo). El problema es integrar los dos polos de forma equilibrada, y asumir la tremenda responsabilidad que te cae encima.

—Pero ten en cuenta —terció Misericordias— que no estás solo en ello, que Dios está ahí; que el proceso no se puede realizar sin Él. No es una opción que tú puedas desarrollar por ti mismo, sino que has de estar abierto y receptivo a la acción de Dios. Tú libremente dejas hacer, y Dios, libremente, hace; lo que lo transforma todo en mucho más sencillo.

—Bueno…, será; si tú lo dices. (Concluí.)

—No, “será”, no: ¡es! —afirmó rotundamente Cari—. No es una cuestión de posibilidad futura, sino de realidad presente. Quieras o no quieras, seas consciente o no, el efecto en la Creación es ése. Y, mientras no aceptes tu papel en ella, la Creación entera se verá resentida y sufrirá esclavitud; porque tu liberación supone la de ella. Te recuerdo la cita de San Pablo en su Carta a los Romanos que me sé de memoria: «Los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará. Porque la creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios», de nosotros, de todos nosotros. Y continúa: «En efecto, la creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquél que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.» ¿Ves? ¿Es o no es lo que te decía?

—Lo es (respondí). La verdad es que nunca había visto esa cita desde ese ángulo. Me he quedado sorprendido.

—Pues como decía —prosiguió Cari—, esa perspectiva es la base de todas las actitudes y decisiones que veas en la gente de la Ciudad. Y eso no es algo que se pueda imponer, sino que tiene que salir de la más profunda libertad del corazón. Ésa es la razón por la que en la Ciudad no hay nadie a la fuerza ni obligado a quedarse. Ni es algo que se pueda simular por mucho tiempo sin que te lo noten. Y la razón por la que existen Gog y Magog, como ya te habrán explicado. Nosotros, todos nosotros, tenemos la conciencia de ser el motor y el

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sostén, por voluntad de Dios, de toda la Creación, y a eso nos dedicamos como las partículas y componentes de un organismo vivo.

—Pero, en concreto, ¿cómo se manifiesta eso en la vida diaria? (Interrumpí un poco ansioso.)

—A ver: Cada persona tiene una tarea o tareas que desarrollar que no le han venido impuestas sino que han sido acordadas, consensuadas. Por ejemplo: Nosotras somos maestras porque era algo que nos gustaba, a lo que nos sentíamos llamadas, vocacionadas. Nos preparamos para ello, y lo ejercemos donde era necesario y más conveniente, y por propia decisión nuestra acordada con los responsables que lo coordinan. Nos asignaron esta casa como nos podían asignar otra, porque todas las casas pertenecen a la comunidad, a la Ciudad, es decir, a cada una de nosotras, y como tal las administramos. Y como todo es nuestro, nada es nuestro exclusivamente, con lo que la propiedad privada en el sentido que tú conoces no existe. Existe la administración privada, al igual que cada cual administra sus dones y talentos connaturales en función del bien común. Con lo cual, el resto de la comunidad, de la Ciudad, se preocupa de suministrarnos todo lo que necesitamos, a la vez que, sin ser condición sine qua non, cada una de nosotras se preocupa de servir según sus capacidades al resto de la comunidad y a la Ciudad entera. Modo de vida que, si caes en la cuenta, es expresión del dogma de la Comunión de los Santos, que en tu época estaba sin desarrollar. Además estamos juntas las tres porque ninguna está casada ni tenemos previsto estarlo porque tenemos propósito de celibato. Propósito que no voto, ya que el propósito es una opción voluntaria puesta en la voluntad de Dios, de la que sólo depende, sin condicionarla a una obligación o a un figurar humano. Los casados, y especialmente los casados con niños, tienen sus casas para ellos. Y los solteros o solteras, pero sin propósito de celibato, que no vivan con sus familias, también tienen las suyas propias.

—(Hice intención de hablar pero Cari me adivinó el pensamiento.)

—Claro, las solteras por un lado y los solteros por otro. Juntos pero no revueltos. Cada cosa a su tiempo y en su justo lugar. Aunque una cosa te va a sorprender a este respecto: La proporción de célibes en la Ciudad es considerablemente mayor que la de casados y solteros no célibes en conjunto. Ésa es la causa por la que en los últimos siglos ha ido disminuyendo la población mundial considerablemente. Ése es otro de los signos que nos indican que el final se acerca.

—Seguro que en Gog y Magog no tienen ese problema. (Comenté socarronamente.)

—Pues sí, y no sé si te diría que mayor que aquí. Porque ellos lo que no quieren es tener hijos. De hecho, la población mundial, de tu época a la nuestra, ha disminuido muchísimo. Si a eso se le añade que las técnicas de producción alimentaria mejoraron exponencialmente, podrás colegir que la alimentación no es ningún problema hoy en día. Lo que tenemos que vigilar es su exceso.

—Entonces, el uniforme que lleváis ¿qué significa? ¿Tiene algo que ver con vuestra opción de celibato?

—No, no tiene que ver con nuestra opción de celibato; y, en teoría, tampoco es un uniforme. Me explico: No hay obligación de vestir de una

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determinada manera, pero el tiempo y las circunstancias han ido imponiendo un tipo de ropa más práctica y cómoda; y como la ropa perdió la función de ostentación, presunción o provocación que tenía en la antigüedad, pues se simplificó espontáneamente muchísimo. Aunque no en toda la Ciudad se viste igual, porque también depende del clima de la región. Pero, vamos, lo más extendido es el mono que ves, que vale casi para cualquier clima y posee todas las funciones requeridas en una ropa práctica. Lo que sí puede variar es el color, que no es que tampoco venga obligado, pero que, por facilitar la identificación, se acabó por establecer un código de colores según la función más genérica desarrollada por cada uno. Así, el color de la docencia y las actividades de atención a los demás es el blanco, el de las actividades manuales o mecánicas es el azul, el de las actividades agrarias o alimentarias: el verde; el de las creativas e intelectuales: el amarillo; el de las misiones especiales: el naranja; el de las de control y vigilancia: el rojo; y el de las de tipo espiritual: el morado. Los sacerdotes que antes utilizaban el blanco, desde hace poco han pasado a emplear el negro, cambio que no acabamos de entender, dicho sea de paso; porque el negro sólo lo utilizan los altos coordinadores.

—Pues precisamente por eso. (Intervine.) Porque eso es lo que se quiere transmitir a la vista de todos.

—¿Piensas que se les quiere dotar de autoridad de gobierno?

—No es que lo piense, es que estoy convencido. Porque eso concuerda con lo que antes me contaba Misericordias con respecto a los cambios en el gobierno de la Ciudad.

—Esto es un pueblo más bien pequeño, pero en los sacerdotes que conozco yo no he encontrado ningún cambio.

—Ya, pero es que no es en las personas donde está el cambio, sino en el gobierno. Por cierto, ¿cómo se establece ese gobierno?

—Lo mismo que te contaba sobre cómo consensuábamos nuestras tareas, así también se consensúan los representantes locales de las distintas áreas funcionales, y tiene que producirse una dificultad extrema para que aquello acabe en votación. Entre los representantes locales de una región se eligen los regionales también llamados de distrito, y entre estos últimos, ya los concejales de la Ciudad, incluido el alcalde general que recibe el nombre de mayordomo, por ser el mayor de la casa, y que representa la unidad de la Ciudad. Pero todos los representantes, en los tres niveles, tienen una función coordinadora de servicio, no una función de mando como en tu época. Porque las personas no pierden la autoridad al delegarla.

—¿Y el Papa?

—La verdad es que ya no se llama así. Ni siquiera es el mayordomo el que ha asumido sus funciones, sino que es el concejal de culto el que tiene la última responsabilidad espiritual, y el que sería su equivalente.

—¿Y no hay conflicto entre el concejal de culto y el alcalde general?

—Hasta ahora ninguno. Incluso, últimamente, el mayordomo ha asumido excepcionalmente las funciones de concejal de culto.

—Y a raíz de eso es cuando los sacerdotes han empezado a vestir de negro, ¿no?

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—Pues sí.

—Ya.

—Pero es que había que reforzar la espiritualidad para evitar que Magog se infiltrara más en la Ciudad.

—Sí, ya me ha dicho Misericordias. Por cierto, ¿cómo lleváis las relaciones con Gog y con Magog, y las fronteras y esos asuntos?

—Las relaciones siempre han sido difíciles, pero todos los conflictos se suelen resolver diplomáticamente. Hay intercambio de embajadores y mantenemos algunas colonias en ambas reservas. Bueno, nosotros las consideramos así, pero a ellos les molesta muchísimo esa denominación, y quieren que se les llame “estados libres”. Magog es una confederación que realmente se comporta como un imperio, y Gog es una república dictatorial en una mezcla de difícil equilibrio, que me atrevería a decir, subsiste gracias al odio que nos tiene y que continuamente alimenta; por eso es milagroso que hayan logrado pervivir algunas colonias en ese medio tan hostil. En cuanto a las fronteras… Pues, realmente, son límites de formas de vivir, porque no hay barreras ni controles ni aduanas ni nada. Las poblaciones que pertenecen a la Ciudad están vinculadas a ella y funcionan como una unidad incluso aunque se encuentren aisladas, como es el caso de las colonias; mientras que las que no lo están tienen otro funcionamiento, semejante al de las épocas anteriores de la historia; por eso nosotros las consideramos reservas históricas, por su modo ancestral de vivir. Pero como ambos modos de vivir son incompatibles, la separación se marca sola, aunque acojamos de visita a todo aquél que quiera conocer el nuestro.

—¿Y vosotros, no vais de vista a la otra zona, aunque sea por curiosidad?

—Sí, pero cuando no queda más remedio. Me explico: Como allí todo es tan diferente, con un comportamiento tan distinto y costumbres ajenas a nuestro modo de pensar, pues es como si viajáramos, por así decirlo, a la antesala del infierno. Allí se utiliza el dinero y todos sus equivalentes, cosa que aquí no usamos. Todo es a cambio de algo o para obtener algo. Se ven comportamientos inauditos para nosotros. Allí hay miseria y pobreza extrema junto a riqueza desmesurada y salvaje que aquí ni conocemos y nos ofende en lo más profundo de nuestro ser. Allí vales por lo que tienes o eres capaz y no por lo que eres. En fin…, que allí nadie va por gusto.

—Y, sin embargo —terció Misericordias—, nosotras tenemos la obligación de ir porque figura en el plan de estudios como actividad extra de fin de ciclo formativo. Como complemento en su formación, los más mayores deben experimentar cómo es la vida fuera del ámbito de la Ciudad, por lo que se programa un viaje al año, bien a Gog o a Magog.

—Al que nadie quiere ir —apostilló Marta.

—Al que nadie quiere ir, ni alumnos ni instructores —prosiguió Misericordias—, pero que está recomendado en el plan de estudios porque sirve de vacuna para los chavales y no tan chavales.

—Sí, pero al que ni siquiera la mayoría de los padres que en su día realizaron el viaje aceptan que sus hijos vayan —concluyó Cari.

—Eso es verdad —aceptó resignada Misericordias.

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—El caso —continuó Cari— es que algunos de ellos, con un carácter más curioso o que se han hecho falsas ilusiones, sí desean ir, y tenemos que organizar el viaje, juntando integrantes de aquí y de allá, y al que tenemos que asistir algunos instructores, como es lógico. ¿Y qué pasa? Que cuando llegamos allí y lo ven, quieren volverse inmediatamente. ¡Y eso que recalamos en nuestras colonias o en alguna misión, sin perder el contacto por completo con nuestro medio!

—¡Pues menudo viaje para quien le pille en la otra punta del mundo! (Comenté.)

—Bueno, pero los viajes no son como en tu época —repuso Cari—, ahora son mucho más rápidos y seguros, ¡y eso que no usamos todos los medios que emplean en Gog, por ejemplo! Aquí se acordó hace mucho quedarnos con medios más tradicionales que te permiten disfrutar más del viaje y darle sentido de tal. Aunque, efectivamente, los medios de transporte que tú conoces pasaron a la historia como vulgarmente se dice. Ahora utilizamos para todo, casi exclusivamente, los que emplean generadores de ondas antigravitatorias, que, como flotan, permiten movernos con toda libertad. Desde que se perfeccionó el sistema, ya hace muchos siglos, vino a sustituir a todo lo conocido hasta entonces. Ésa ha sido la causa de que la mayoría de carreteras y vías férreas hayan sido devoradas por la naturaleza, y las reliquias que se conservan presenten un estado pésimo, ya que nadie se preocupa de ellas.

—¡Pero, entonces, habrá cambiado la fisonomía de La Tierra! (Exclamé asombrado.)

—Sí, así es. Porque no sólo han desaparecido las carreteras y vías férreas, sino todos los tendidos eléctricos, y prácticamente no queda en pié ni una edificación de tu época. La erosión no ha dejado de actuar en estos cerca de dos mil años, y la vegetación tiene otra distribución, por lo que no te sería fácil reconocer los paisajes.

—¡Madre mía! Eso no me lo imaginaba. No sé por que me había hecho la idea de que lo que cambiaban eran las personas y no las cosas ni los paisajes. Va a ser verdad que esto es otro mundo. ¿Entonces habrán cambiado también las lenguas?, ¿los idiomas?

—Hasta el punto de que ya sólo es “el idioma”. Ya sólo hay una lengua franca en todo el mundo, incluidos Gog y Magog, conocida universalmente como “el idioma”.

—¿Y cómo es que yo os estoy entendiendo y puedo dialogar con vosotras?

—Pues porque esa lengua es la tuya, aunque evolucionada; lo que ocurre es que tú no notas los cambios porque tu fantasía los filtra y adapta.

—¿Pero cómo es posible, si mi idioma no era el preponderante de mi época ni contaba con apoyos ni predicamento entre los poderosos?

—Pues ya ves: precisamente por eso, porque se fue abriendo paso desde abajo, desde la humildad, desde la generosidad y la donación; y fue capaz de ir asumiendo en sí las distintas perspectivas aportadas por los otros idiomas. De hecho, su expansión, previa a la Ciudad, fue uno de los cauces que favorecieron la difusión de la misma.

—¿Entonces, los demás se han perdido?

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—No. Los demás están, de alguna manera, incluidos en él. Ha descubrir eso ya aprendieron nuestros lingüistas. Por eso no se vio como un drama cuando, uno tras otro, los distintos idiomas pasaban, de ser lenguas vivas, a lenguas muertas; porque el objetivo primordial común de todos los idiomas: la comunicación, se preservaba y ésta era cada vez más rica.

—¿Y Gog no hizo nada para ser diferente potenciando alguno de los otros?

—Es que cuando se produjo la fundación de Gog, el fenómeno ya había ocurrido y era prácticamente imposible volver atrás.

—Estaba yo pensando —intervino Misericordias— que podrías visitar las reservas y así lo ves tú de primera mano, porque seguro que a ti no te afectan tanto como a nosotras. Tú tienes que estar más acostumbrado debido a las condiciones de tu época.

—Sí. (Respondí.) Seguramente las visite. Pero a mí lo que me gustaría es localizar a Juan, porque creo que me debe contar las verdaderas intenciones por las que me pidió escribiera la historia de esta época; porque me huele que hay algo detrás que no alcanzo a ver.

Cari intervino con gesto de incertidumbre.

—¿Juan? ¿Qué Juan? Es que yo no sé a quién te refieres. No sé vosotras… —añadió mirando a sus compañeras.

Misericordias negó con la cabeza y Marta se encogió de hombros. Yo precisé:

—Juan es el nombre de quien me invitó a venir a escribir la historia de vuestra época, aunque de él sólo conozco la voz. Pensé que le conoceríais, puesto que me habéis reconocido nada más verme, y sabíais que venía.

—Ya te dije —apuntó Marta— que todo el mundo sabía que venías porque conocemos la existencia de tu libro, pero no porque lo hayamos leído ni nadie nos haya advertido al respecto: simplemente esperábamos que lo hicieras, y por eso te hemos reconocido. Pero el libro en que lo cuentas se prohibió en tiempos de mis bisabuelos para no condicionar nuestra libertad y capacidad de opción, y de él sólo sabemos lo que nos ha llegado por tradición oral de nuestros familiares.

—Así que —prosiguió Cari— preguntarnos por un tal Juan a nosotras, viene ser como si nosotras te preguntáramos a ti por un Juan de tu época, siglo arriba siglo abajo.

—Sí, un disparate, lo comprendo. (Acepté resignado.) Pero es que, como parecía que hablaba en representación de todos…

—No sé qué decirte que pueda ayudarte —casi susurró pensativa Misericordias—. Ten en cuenta que, si es alguien de entre nosotros, no te va a mentir; así que tendrá que ser algún representante, supongo.

—Bueno, no os preocupéis, ya saldré por donde sea. (Repuse.) Ya se me ocurrirá algo mientras escribo todo lo que hemos hablado, porque, como no lo escriba pronto, se me olvida la mitad.

—Ya sabes que aquí estamos para todo lo que necesites —puntualizó gentilmente Cari.

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—Sí, lo sé, y lo tendré en cuenta. Pero me voy a tener que ir para poder iniciar la tarea…

—No olvides que estamos unidos siempre en la oración —sentenció Marta.

—¡Unidos en la oración! (Confirmé yo, y me encontré, sentado en mi habitación ante mi libro de pastas de mapamundi y papel reciclado, dispuesto a poner por escrito mi experiencia.)

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Transcurrieron varios días, y yo tenía que tomar una decisión porque debía proseguir con mis indagaciones, pero me sentía perdido y no sabía qué dirección tomar ni con qué intenciones; y tampoco podía lanzarme a la aventura sin más. Así que opté por confeccionar una lista de posibilidades que me permitieran visualizar mejor la situación y los pasos a seguir. Así que acabé decidiendo que lo que más me convenía en ese momento era visitar el centro del gobierno de la Ciudad, su ayuntamiento; podríamos decir: su capital mundial.

Otra vez me costó trabajo adentrarme en mi fantasía, pero afortunadamente, sin la dificultad aparentemente insalvable de la anterior. Crucé el umbral, y me encontré en una especie de despacho, dada su distribución, en el que un hombre de mediana edad, sentado junto a una mesa leía atentamente lo escrito en una tablilla del tamaño de una hoja de papel de formato amplio. Al principio no se percató de mi presencia, lo que me permitió observar cómo el texto se deslizaba sobre la superficie de la tablilla a medida que lo leía, aunque la vista no me alcanzaba a averiguar su contenido. Algo debió sobresaltarle, porque levantó la vista con cierta brusquedad hasta encontrarme con la mirada, y tras un instante, exclamó:

—¡Ah!, ¡ya sé quién eres! Bienvenido, yo soy Manuel, y aquí estoy para lo que gustes.

Y adelantó su mano a la vez que se incorporaba, a lo que yo respondí ofreciéndole la mía mientras él proseguía:

—Por favor, toma asiento. Ha sido toda una sorpresa tu llegada. No es que no te esperase, pero me has pillado un tanto desprevenido, demasiado distraído con mis cosas, perdona.

—No hay nada que perdonar, por favor. (Contesté, sin acabar de percatarme de la profundidad de lo que él pretendía decirme.)

—Como ya sé a lo que vienes —continuó—, me gustaría que tú me fueras preguntando para así yo saber qué asuntos y en qué orden tengo que satisfacer tu curiosidad y facilitar tu tarea.

—Bueno, yo pretendía llegar a Los Ángeles para enterarme cómo se desarrollaba el gobierno de la Ciudad. No sé si habré acertado.

—Sí, has acertado. En Los Ángeles estás, pero yo sólo soy un simple funcionario de la Concejalía General o Ministerio de Alerta, donde nos dedicamos a detectar cualquier imprevisto o situación difícil en la Ciudad y a tratar de ponerle remedio. Desde aquí coordinamos todas las concejalías regionales de todos los distritos, y emitimos las directrices necesarias para el buen funcionamiento general.

—Supongo, que, si he venido a parar aquí, será porque en su persona se reúnen las condiciones idóneas que yo necesito.

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—Por favor, “en tu persona”. Trátame de tú, te lo ruego.

—Sí, eso pensaba hacer, pero me ha salido de la otra manera. Será que el color rojo del mono me impresiona.

—Lo siento, es que los colores se pusieron en su día para facilitar a la gente la identificación mediante las funciones, pero quizá eso haya alterado el trato personal y cercano, fundamental en toda relación humana y que debe estar por encima de cualquier otra cosa.

—Sí, eso yo también lo creo, que la persona es muchísimo más que su función; y que el amor debe prevalecer sobre todo, y que, precisamente, es el amor el garante del respeto al otro.

—Veo que estamos de acuerdo. Pues tú dirás por dónde empiezo.

—No sé… Por ejemplo: Cuántas concejalías generales hay, y cuál es la función de cada una.

—Las concejalías generales actualmente son diez, ya que su número puede variar según se van adaptando a las necesidades, y también ser diferentes a las establecidas a nivel local o regional, por la misma razón. A las concejalías generales también se les da el nombre de ministerios o dicasterios, para distinguirlos así de las de los otros dos niveles organizativos. Una de las que tienen más movimiento y requiere una mayor estructura logística es la Concejalía de Abastos, que es la que se preocupa por abastecer, y valga la redundancia, de todo lo necesario para su vida a cada habitante de la Ciudad; y aunque la gestión directa se lleve a nivel local, la coordinación general, y la preocupación porque no haya carencias en ninguna parte y todo funcione correctamente depende de este Ministerio. Otra concejalía relacionada con ésta es la de Comunicaciones, que engloba en sí todos los aspectos de las mismas, desde los transportes de mercancías y humanos, hasta los medios informativos y de relaciones entre las personas que precisen intermediación técnica.

—Por cierto, ahora que hablas de medios informativos, ¿tenéis periódicos o radios, por ejemplo?

—Periódicos de papel como los de tu época no. Pero sí se publican informaciones y noticias diversas por escrito que tú puedes consultar en cualquier punto de la Ciudad a través de una tablilla como ésta —indicándome la tablilla que leía al llegar yo—. Y cuando digo informaciones también me refiero a todos los libros escritos hasta la fecha. Tú sólo tienes que buscar en este inmenso archivo, lo cual es bastante fácil, y ya está.

—¿Y todo eso es gratuito?

—Por supuesto. El dinero despareció de la Ciudad desde su mismo inicio. Sólo se conserva, como tal o un equivalente, en Gog y en Magog. Aquí se funciona sólo con la gratuidad libre y voluntaria. Eso es lo que nos permitió dar el gran salto organizativo como no se ha visto igual en toda la historia del mundo.

—Es admirable.

—Y eso se perpetúa gracias a un excelente sistema formativo, coordinado por la correspondiente Concejalía de Formación. Y todo merced a que se cambió el enfoque ateo o prácticamente ateo de tu época, por el de mirar el mundo como fruto de la maravillosa obra creadora de Dios, resaltando así el hecho de

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que toda obra habla de su autor y no le puede negar, puesto que no existiría sin él. Eso también fue una revolución, y nos permitió un desarrollo humano espectacular. Circunstancia por la que se creó la Concejalía de Desarrollo para encauzar toda esa creatividad puesta para el bien común y que nos ha permitido llegar hasta aquí. Paralelamente a ello, y también como su consecuencia, se estableció la Concejalía de Bienestar, que se preocupa por hacer confortable la existencia, pero sin poner el ahínco en la perpetuación de la vida temporal, que se considera pasajera, como «una mala noche en una mala posada» según palabras de Santa Teresa de Jesús, sino en que su paso por ella sea lo más llevadero posible, y es la que se encarga de la conservación de la salud, el cuidado de los enfermos, y la atención y asistencia social y urbana. Y, por supuesto la Concejalía de Culto, que es la que está encargada de que no nos olvidemos de que el motor de todo y el que da sentido a todo es Dios, y de que debemos mantener una relación fluida con Él, en ella es en la que se quedó recogido todo el orden eclesial de antaño; y, de hecho, el Concejal o Ministro de Culto, aún se le nombra familiarmente como El Papa, y los concejales de distrito siguen siendo los obispos o inspectores o supervisores de la fe.

—Pero yo (interrumpí) había oído que, últimamente, el alcalde general, vamos, el mayordomo, había asumido las funciones de Concejal de Culto.

—¡Ah, sí! pero eso es con carácter excepcional, y la Concejalía de Culto no ha dejado de existir ni ha cambiado en nada. —Afirmó resueltamente sin descubrir el calado de mi aseveración. (Así descubrí que él no recelaba nada de aquel hecho.)

—Como —prosiguió— tampoco se ha visto afectada la Concejalía de Coordinación, que ése el nombre de la Alcaldía General, representada por el Mayordomo, por tal situación; ya que al encargarse de la coordinación general también tiene a su cargo las relaciones diplomáticas con Gog y Magog, y nuestras misiones y colonias allí.

—Vamos, el Ministerio de Asuntos Exteriores de mi época. (Puntualicé con gracejo.)

—Pudiera ser —dijo sonriente. Y añadió— Y aún nos quedan tres ministerios más: La Concejalía General de Naturaleza, que atiende a todo lo relacionado con ella, tanto a la biología, como a la geología o al clima; la que controla todos nuestros parques naturales, que son todas las zonas despobladas de la Ciudad, y el equilibrio del medio. También tenemos la Concejalía de Historia, que realiza una función semejante a la de Naturaleza pero relativa a toda la historia del mundo, vigilando por el bien de la Humanidad, e intentando enmendar, en la medida de lo posible, los desmanes de Gog en ella.

—Eso tiene que ser muy interesante (comenté), al menos para mí resulta del todo novedoso.

—Y no sólo interesante, sino arriesgado y complicado. Precisamente mi amigo Misael, que fue compañero aquí durante algún tiempo y luego se trasladó allí, me cuenta cosas curiosísimas. A lo mejor te gustaría conocerle. ¿Quieres que te lo presente?

—Sí, por favor, me encantaría.

—¡Ah!, pues, si quieres, nos vamos ahora y continuamos charlando de camino.

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—Estupendo.

Y mientras se levantaba y yo le seguía, añadió:

—Bueno, y me queda esta Concejalía General de Alerta, que su misión es la de vigilancia como ya te dije al principio.

—Vamos, que sois como la policía de la Ciudad.

—No exactamente, porque aquí no se producen las barbaridades que ocurrían en tu época, y, si hay alguna, es algo del todo excepcional; aunque sí somos lo más parecido a la policía y la justicia de tu mundo, pero, fundamentalmente, somos fuerzas de socorro y prevención.

Apenas nos habíamos adentrado en el pasillo al que abocaba el despacho, cuando se detuvo en seco, y dijo, volviéndose:

—Espera, no puedes ir vestido así, porque vas a llamar la atención; y tengo como un pálpito de que eso puede traer problemas. Quien te reconozca que sea por ti mismo y no por tu apariencia —masculló.

Y agregó:

—Aguarda en el despacho que ahora vuelvo. Voy a buscarte un mono. —Y se alejó en sentido contrario al que habíamos iniciado.

No tardó mucho en regresar con un mono de color marrón.

—Creo que éste te valdrá perfectamente, y como es marrón, un color indiferente para quien no quiere expresar su ocupación principal, me parece el más adecuado. Te lo puedes colocar encima de tu ropa porque, como es isotérmico, no vas a notar más calor por ello; y no necesitas ni quitarte tu calzado, que como comprobarás lo soporta cumplidamente.

El mono-buzo, que sólo dejaba visibles las manos y la cabeza, me encajó a las mil maravillas.

Retomamos el camino por el largo pasillo sembrado de puertas a ambos lados, muchas de ellas abiertas, sin que los ocupantes de los despachos reparasen en nosotros; bien porque no miraban, o, si lo hacían, no parecían reconocerme.

Llegamos sin mediar palabra a una amplia escalera, y me dijo:

—Es sólo un piso, bajemos mejor por la escalera en lugar de usar el elevador.

Justo en el piso de abajo, de frente a la escalera, se encontraba la puerta de la calle, que sobrepasamos con igual mutismo. Una vez fuera, Manuel me aclaró:

—No he abierto la boca, porque me ha parecido que era mejor que nadie se fijase en nosotros, y hablar era una forma de alertar de nuestra presencia.

Miré a mi alrededor y no parecía que hubiera cambiado de época, sólo el material de los edificios circundantes era lo único que yo adivinaba como diferente; porque la distribución de las edificaciones, de no más de cuatro pisos de altura, me recordaba la que yo conocía de un campus universitario.

Manuel me consultó:

—Si te parece, nos vamos dando un paseo, porque nuestro destino está aquí cerquita.

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—Me parece ideal. Y así me vas contando lo de si usáis radio o televisión o cosas así, que tengo curiosidad por saberlo.

—El concepto de radio como información a través de un sonido lo seguimos manteniendo como en tu época, aunque los medios técnicos de difusión y transmisión hayan cambiado radicalmente. Ahora empleamos, los mismos medios que has visto para la tablilla informativa, para todo, lo que permite el acceso universal, como ya te dije, en todas las partes de la Ciudad; pero se siguen manteniendo unas pocas emisoras con programación al estilo clásico. De sonido, lo que tú conoces por radio, sólo tenemos tres canales generales y uno local. En los generales, en uno predomina la programación informativa de noticias, en otro la educativa, y en el tercero la musical y espiritual; mientras que el local atiende a las particularidades y peculiaridades de la zona. Y en el aspecto audiovisual, a lo que tú denominas televisión, pues la oferta programada se reduce a tres canales: En el que predominan las noticias, el de contenido más educativo, y el local. Pero todos los canales, tanto los de sólo audio como los audiovisuales, tienen una clara intención constructiva, porque el entretenimiento ocioso se considera destructivo, como bien se demostró en tu época. Además, los canales audiovisuales, como demandan una completa atención por parte de quien los disfruta, están mucho más cuidados. Por eso se idearon unas sencillas gafas de proyección virtual que permiten al usuario centrase en lo que ve y oye, aunque sin arrebatarle del todo su realidad ambiente para no confundirle, y que no vaya a creerse que está en otro sitio donde no está.

—Pero me imagino que el sistema autogestionado tendrá mucho más demanda que el programado.

—Por supuesto. Aunque se mantiene el programado porque hay determinadas situaciones humanas que lo requieren. Y para nosotros, transmitir una alerta, por ejemplo, resulta mucho más inmediato. Pero la buena gente que tenemos en la Ciudad es el principal activo de la misma, sin ella los medios técnicos u organizativos no serían nada.

—Ahora que dices lo de la buena gente… Hay una cosa que me intriga: Cuando la gente ya no es tan buena… o hace alguna pifia… o, simplemente, no quiere vivir de esta manera y se hace rebelde… ¿qué ocurre?

—En la Ciudad tenemos un principio: Que nadie que no quiera estar o no se adapte a vivir en ella debe permanecer en ella; con lo cual, la única solución que se ofrece es el destierro, si es obligado, o el exilio si es voluntario; y el medio de hacerla efectiva es la deportación. ¿Qué lugar está fuera de la Ciudad? Pues solamente Gog y Magog; aunque hay también quien propugna como una opción la deportación a las épocas más remotas de la historia, como ya está efectuando Gog en plan experimental. Pero antes de llegar al extremo del destierro, se emplea el remedio más eficaz: la corrección fraterna. Una forma de actuación que llevamos en la sangre y que mamamos desde pequeños, aprendiendo a corregirnos los unos a los otros como expresión del amor más auténtico que se hace servicio, y así, como dice el Evangelio, nos “lavamos los pies” unos a otros. ¿Pero qué pasa si esa corrección fraterna no es aceptada por una de las partes? Pues que el asunto se amplía y se extiende a un círculo de personas más periférico en relación a la que no acepta la corrección y no emprende el camino de la enmienda. Si aun así este círculo no logra influir en ella, el ámbito de influencia vuelve a engrandecerse. Y si esto no es eficaz ya se

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le plantea directamente la posibilidad del destierro para que la valore. Si lo acepta, nos encontramos ante un exilio. Si no lo acepta pero tampoco cambia, se dicta el destierro; situación que ya gestiona la Concejalía de Alerta, aunque todo esto se lleve a cabo sin salir del nivel o estrato local o regional, y sólo lleguen al Ministerio los casos más difíciles. Pero todas las deportaciones, ya sean obligadas o voluntarias, han de quedar registradas, con vistas a la planificación de recursos y a una posible vuelta. Como verás son todos los pasos prescritos en el Evangelio.

—O sea, que el destierro o el exilio no son definitivos, sino que ya prevéis un posible retorno.

—Así es. Tenemos también presente lo que narra la parábola evangélica del hijo que exigió la herencia a su padre y se marchó a un país lejano donde vivió perdidamente, y oteamos el horizonte para detectar si el hijo perdido recapacita y desea volver a su casa.

—Y si es así, ¿qué hacéis?

—Para eso contamos en primera línea con nuestras colonias, nuestras misiones y nuestra representación diplomática, que detectan el cambio y animan a que se solicite la reincorporación o reingreso a la Ciudad. Tras esto, el solicitante ha de pasar un periodo de prueba para que, tanto nosotros como él, nos cercioremos de la autenticidad del cambio; y si se ve factible por ambas partes, se le vuelve a empadronar en la Ciudad como si fuera uno más. ¿Qué vuelve a hacer de las suyas? Pues se repite el proceso.

—¿Y si no es un deportado, sino que es un goguiano o un magoguita de nacimiento el que quiere solicitar el empadronamiento?

—El proceso es semejante. Lo único que puede variar es la duración del periodo de prueba, que dependerá de lo rápido que aprenda y de su disposición.

—¿Y si fuera una familia completa?

—Bueno, el proceso es personalizado, y a los niños se les trata como a niños, y se les otorga las mismas posibilidades de maduración que a los de aquí; pero en los adultos no se puede permitir que se nos cuele ninguno porque eso nos acarrearía muchísimos conflictos. Por eso los matrimonios mixtos no pueden aceptarse en la Ciudad, porque para vivir en la Ciudad hay que elegirla, y, si se anteponen otras cosas, es mejor que se queden con las otras cosas. Siempre les queda la posibilidad de integrarse en una de nuestras misiones en las que la situación intermedia es posible, y pueden tener un tiempo amplio y dilatado para su maduración.

—Y, pongamos el caso, de si alguno de estos… deportados o extranjeros…

—“Foráneos” los llamamos.

—Pues si uno de estos foráneos ¿quisiera venir de turismo o ver a un familiar?

—Pues puede venir perfectamente, pero por sus medios. Una vez en la Ciudad, como no puede pasar desapercibido aunque quiera, precisamente por su forma de llegada. Se le identifica y se le advierte de las condiciones de estancia a las que se tiene que someter, o, si no, volverse por donde ha venido, y que su plazo de estancia es temporal. ¿Qué su estancia entre nosotros da ocasión a que solicite el empadronamiento? Pues tiene que pasar el periodo de

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prueba correspondiente. ¿Qué no lo solicita y se cumple su periodo de estancia sin haberse marchado? Pues, como está perfectamente localizado, se le deporta obligatoriamente.

—¿Y si se os cuela un delincuente de esos salvajes?

—Primero, que aquí no hay delincuencia, con lo cual se le detecta rápidamente. Segundo, que aquí no tenemos dinero ni comercio ni bienes atesorables que sacarles un rendimiento privado, por lo que resulta un aburrimiento para los delincuentes, que, salvo que estén locos o sean psicópatas, delinquen para obtener un beneficio privado. Y si tienen un trastorno psiquiátrico, son puestos inmediatamente en manos del sistema sanitario para que se encargue de su tratamiento. Y, tercero, si es solamente por maldad, se le deporta, advirtiendo a su reserva de origen sobre su circunstancia; y no podrá volver a pisar la Ciudad mientras no se autentifique su conversión. De todas maneras nuestra misión consiste, fundamentalmente, en prevenir el mal evitando sus consecuencias, y sería un fallo de nuestro sistema de alerta que consiguiera perpetrar alguna fechoría.

—Entonces, no tenéis cárceles.

—No, no las necesitamos. Puede haber algún retenido en espera de deportación obligatoria, pero como ésta nunca se demora, el asunto es rápido. Lo más parecido a una cárcel son las instituciones psiquiátricas de aislamiento, es decir, los manicomios para enfermos peligrosos; pero sólo mientras persista este peligro se mantiene este aislamiento personalizado.

Con la entretenida charla llegamos a nuestro destino, un edificio bastante parecido al que habíamos dejado, pero con mucha más animación en sus alrededores y en su interior. Ahora la mayoría de los monos que se veían eran de color naranja, y, la gente, de toda edad y raza. Algunos se me quedaban mirando como sorprendidos, con expresión de quererme conocer pero sin llegar a saber de qué les sonaba mi cara. Otros no mostraban especial interés por mi presencia, pero sí saludaban a Manuel, que respondía a su saludo. Pero nadie llegó a pararnos para establecer conversación.

En la misma planta baja tomamos uno de los pasillos y nos internamos en el edificio, pero no por eso disminuyó la animación circundante que parecía seguirnos, aunque en pura lógica deduje que éramos nosotros los que nos habíamos incorporado a un camino común. Ya al final del mismo, cuando parecía que nos íbamos a adentrar en una gran sala en la que dicho pasillo concluía, Manuel, señalando una de entre las puertas que se abrían a los laterales del mismo, dijo:

—Hemos llegado. Es aquí. Vamos a ver si está en el despacho o hay que buscarle por el salón.

Y golpeando la puerta cerrada, añadió en un tono más alto:

—Misael, soy Manuel, ¿puedo pasar?

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6

Una voz se oyó desde el interior:

—Adelante, adelante.

Manuel empujó la puerta, que se descorrió hacia un lado, y penetró en la estancia, y yo tras él. La puerta volvió a cerrarse automáticamente una vez hube atravesado el umbral, a la vez que Manuel me presentaba:

—Mira a quien te he traído.

Misael, un hombre más joven que Manuel, se levantó sorprendido para tenderme la mano, acompañando el gesto de una amplia sonrisa.

—Encantado de que estés aquí. Ya sé quien eres, te he reconocido. Yo soy Misael, del Servicio de Vigilancia de la Historia, a tu servicio. Muchas gracias por haber venido. Perdona que te lo diga pero ya era hora. Se me ha hecho muy larga la espera de tu llegada.

A mí, todas aquellas manifestaciones de afecto me resultaban exageradas, a pesar de que fuera ostensible su franqueza, y no sabía cómo responder sin molestar o ser inapropiado, por lo que me limité a balbucear.

—Gracias, pero no sé qué decir.

—Pues, en principio, vamos a sentarnos —ofreció gentilmente Misael señalando los asientos—, y, como sé a lo que has venido, en lugar de andarnos por las ramas, vamos directamente al grano, y ya puedes empezar a preguntarme todo lo que desees saber.

—Para mí todo esto es tan novedoso que no sé ni por dónde empezar… ¿En qué consiste este servicio?, por ejemplo.

—La verdad —respondió Misael— que su nombre lo define bastante bien: Es un servicio, algo que se hace para servir de ayuda, no sólo a nosotros, sino a toda la Humanidad a lo largo de su historia; y esa ayuda está enfocada como vigilancia preventiva para detectar todas las intervenciones inesperadas de Gog en ella, para, a través del Servicio de Intervención en la Historia, otro departamento dentro de este mismo Ministerio, intentar paliar o minimizar sus consecuencias dañinas en la misma.

—Y todo eso, ¿cómo lo lleváis a cabo?, ¿cómo funciona?

—Eso es más complejo de explicar: Cuando se descubrió que cada uno de nosotros, no sólo era responsable de sus actos y sus intenciones, sino que eso afectaba a toda la Creación como si fuera una onda que la recorre por entero, al igual que la onda generada por una piedra que se arroja en un lago, que se extiende en todas direcciones y no se detiene hasta alcanzar la orilla del mismo, dedujimos que una parte o faceta más de esa Creación era la historia, la historia del mundo; y que si nuestra intención, nuestro bien o nuestro mal interior, podía afectar a toda ella, es que ésa era la vía de comunicación entre todo y que, precisamente, a través de esa voluntad personal situada en la

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intimidad de nuestro ser, podríamos acceder a ella y viajar de alguna manera por ella, lo mismo que lo hacía esa onda de bien o mal a la que me refería antes. Así descubrimos que la historia se podía escrutar y curiosear desde nuestro interior como un observador neutral que vigilase los acontecimientos, con lo que eso se utilizó para ampliar todos nuestros conocimientos de la historia y destapar todos los mitos y mentiras que nos habían venido contando las supuestas pruebas históricas, que en algunos casos estaban manipuladas. Cuando más adelante se descubrió que la bilocación también se podía aplicar a la historia, se llegó a la conclusión de que también se podía intervenir en ella, ya activamente, introduciendo modificaciones. Pero como nada en la Ciudad se hace de forma oculta, porque se hace para todos, pues Gog no tardó en enterarse, lo que sirvió para que ellos desarrollaran un sistema, ahora físico, de viajar en la historia; y como ellos no se caracterizan por tener muchos escrúpulos de conciencia, precisamente, comenzaron a investigar con todo descaro en la historia; comprobando, para sorpresa de todos, que la historia que vivíamos era siempre el resultado final de todas la manipulaciones introducidas en ella y que no había líneas históricas paralelas ni nada parecido; con lo cual se dijeron “¡ésta es la nuestra!” y empezaron a intervenir aquí y allá sin ningún pudor, aunque, según ellos, siempre sopesan las consecuencias. Y ahí radica el origen de este Servicio de Vigilancia. Todas las personas que han desarrollado adecuadamente esa habilidad de escrutar la historia y que se han querido incardinar en este Servicio, se dedican a ir analizando pequeñas porciones de la historia para descubrir en ella las intervenciones ajenas a su sincronía natural, al igual que se hace para descubrir distintas manos redactoras en un texto antiguo, por ejemplo; y a comunicarlas al Servicio de Coordinación de la Historia, que es el departamento encargado de valorar las consecuencias y, en caso pertinente, decidir la intervención.

—¡Tiene que ser dificilísimo! (Exclamé.)

—A la par de complicado en extremo, además, de que nosotros no lo sabemos todo y continuamente estamos aprendiendo y descubriendo hallazgos nuevos. Por ejemplo: Ahora nos estamos encontrando rastros que no concuerdan con las intervenciones de Gog ni con las nuestras, y no tenemos noticia de que Magog también esté metido en este asunto de forma independiente de Gog, con lo que estamos bastante desconcertados, y aún no sabemos cómo encauzar la investigación.

—¿Y no serán gentes de otros planetas? (Pregunté con ingenuidad.)

Misael se rió abiertamente, mientras Manuel esbozaba una sonrisa comprensiva. Misael me respondió:

—Perdona que me haya reído sin disimulo, no pretendía ofenderte. Comprendo que estás influido por las ideas de tu época, pero es como si a ti te dijeran con seriedad que habían sido los duendes o las camuñas, que te resultaría cómico. Hace muchos siglos, no es cosa de ahora, que se descubrió que la posible vida que se pretendía buscar en el universo con un origen distinto al de La Tierra, no era diferente sino la misma. Sólo había un origen para la vida, y no teníamos que salir de La Tierra para encontrarlo. Y todo lo que se pudiera hallar de vida en el universo, aunque fuera de apariencia distinta, sólo eran irrupciones del futuro en el pasado. Ahora, transcurridos todos esos siglos, sabemos a ciencia cierta que todo eso son experimentos de Gog con retoques nuestros. Es decir, que los cocos, las camuñas y los duendes no existen como

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tales, sino que todo es producto de la misma imaginación. No sé si me he explicado…

—Sí, claro, el problema soy yo. Pero creo que lo he captado.

—Además —prosiguió— el universo estelar, por así llamarlo, en tu época aún no estaba bien comprendido, y no se sabía que, por explicarlo con mucha simpleza, si viajas por el espacio galáctico, lo que haces es moverte físicamente por la historia, por lo que puedes llegar a momentos evolutivos diferentes de La Tierra, todos simultáneamente presentes, aunque a distancias siderales unos de otros. Bueno, creo que lo he complicado más en lugar de explicarlo.

—No, no. A mí me ha dado más luz.

—Pero es que la cosa se puede complicar aún mucho más si acabas por percatarte de que la realidad física exterior del universo, no es sino una proyección de la realidad interior de cada uno.

—Eso sí me ha dejado descolocado.

—Ya, pero es que, gracias a ese principio, es por lo que nosotros podemos viajar en la historia, y lo que hace posible la bilocación y la multilocación. El secreto de todo eso se encuentra en nuestro interior, no en el exterior. Aunque no todo el mundo sea capaz o haya aprendido a controlarlo. Pero podrás comprobar por ti mismo cómo hay mucha gente capacitada para hacerlo con sólo visitar el salón de aquí al lado, que, si quieres, podemos ir a ver ahora mismo.

—Como te parezca bien. (Respondí resueltamente,)

—Pues venga, vamos, y así seguimos hablando mientras lo ves.

Y sin mediar más palabra, se levantó y encaminó hacia la puerta. Manuel y yo le seguimos.

Efectivamente, en el amplísimo salón en el que acababa el pasillo que nos había permitido llegar hasta el despacho de Misael, una multitud de gente de todo tipo, con predominio de ancianos, se encontraba sentada o acomodada ocupando todo el salón. Todos tenían en sus manos una tablilla como la que había visto en el despacho de Manuel o en el de Misael, a la que tocaban de vez en cuando, sin perder por ello su aspecto reconcentrado, aunque tuvieran que abrir los ojos para ello, si los tenían cerrados. Misael me explicó:

—A esto que ves le llamamos “campo de vigilancia”. Hay muchos distribuidos por la Ciudad. Éste en concreto, situado en el mismo Ministerio, es el que se ocupa de indagar los asuntos más urgentes o delicados que les vamos encomendando; comunicando sus hallazgos a través de la tablilla que, ves, cada uno tiene. Podrían estar cada uno en su casa realizando su tarea igualmente, pero comprobamos que, juntos, se ayudan en la concentración los unos a los otros y el resultado es mucho más preciso.

—Me llama la atención que abunden los ancianos.

—Eso se debe a varias razones: La primera porque son los más experimentados, y sirven de ejemplo a los que se inician; la segunda porque son los más numerosos al haberse invertido la pirámide poblacional; la tercera, porque llegan a esa edad en muy buenas condiciones, lo que les permite

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mantener una vida activa hasta el final; y cuarto, te llama la atención porque en tu época se jubilaban y abandonaban sus trabajos habituales, pero es que aquí no se jubilan nunca porque el concepto de trabajo es diferente al tuyo. Uno de los cambios sustanciales que se produjo en el origen de la Ciudad fue el cambio en el concepto de trabajo, que en lugar de ser tomado como un castigo divino, comenzó a entenderse como una misión de Dios, como una tarea en beneficio de la Humanidad por encargo de Dios, lo que nos hace sentir como continuadores de su acción creadora a su servicio. Por eso se utiliza más la palabra “tarea” que la de “trabajo”, para indicar con ello esa vocación que todo trabajo esconde. Así, toda persona tiene una misión de vida, desde que nace hasta que muere, y que va descubriendo y realizando a lo largo de ella; por eso la tarea, la misión, forma parte de la misma vida, que no se entiende sin ella; y es por eso que cada persona no deja de tener una tarea en la Ciudad hasta que no se muere; tarea que vive con pasión, porque, en ella precisamente, expresa y desarrolla su vida. Como verás, la inutilidad de tu época, aquí no se contempla, porque todo es útil para Dios.

—Pues si todo el mundo tiene una vida útil y productiva, se sentirá completamente realizado, y me imagino que no se querrá morir ni a tiros. (Comenté humorísticamente.)

—¡Bien al contrario! Cuando se busca a Dios en todo lo que se hace, cuando todo se realiza como misión de Dios, lo que, al final, verdaderamente importa es Dios mismo y no sus cosas, con lo que el anhelo es volver a Él con la tarea realizada: descansar en Él. Como decimos nosotros: “ir a la Jerusalén del Cielo a realizar una tarea mejor”. Es por eso que aquí nadie pide que le alarguen la vida artificialmente, ni que se la acorten de igual manera. Lo que Dios disponga está bien. Ni utilizamos los tratamientos tan intervencionistas que emplean en Gog o en Magog.

—Sí, ya, porque el objetivo no es alargar la vida sino hacerla confortable.

—Eso mismo. Pero además, en todo este asunto hay un factor que no suele comentarse, pero que, aunque se lleve con discreción, es muy corriente. Es el sacrificio voluntario ofrecido a Dios como señal de amor a la Humanidad, en especial a los más alejados de Dios porque están en pecado. Y te lo comento para que, la apariencia de confort que parecen traslucir todas las cosas aquí, no te engañe. El confort se ofrece, pero el sacrificio queda en cada uno, y probablemente si no prestas mucha atención puedes no percatarte de ello. Tienes que mirar los pequeños detalles para percibirlo.

—Gracias. No se me había ocurrido pensarlo.

—Claro, porque eso no se hace para que sea visto por los demás, sino sólo por Dios; pero eso, justamente, es la señal de autenticidad de todo, y lo que permite mantener la Ciudad en auge, porque muestra que está construida sobre el amor y no sobre otra cosa. Como ves los cimientos de la Ciudad son muy sutiles y, precisamente por eso, muy consistentes.

—Me estás dejando de una pieza.

—Simplemente te estoy invitando a mirar en los “sótanos” de la Ciudad, lo que en una visita “turística” no te iban a enseñar; y, sin embargo, cuando se repara en ello, se descubre que allí se guardan los tesoros más valiosos de la misma.

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—Estoy pensando —terció Manuel—, que podíais venir a casa a comer, así seguíamos con la conversación, y —dirigiéndose a mí en concreto— conocías a mi familia, porque no te he dicho que tengo seis hijos.

—¡Me encantaría conocerlos a todos! (Exclamé con entusiasmo.)

—Yo —respondió Misael— antes tengo que consultarlo a ver si puedo, porque ya tenía mi reserva en el comedor de aquí.

De un bolsillo de su mono sacó una tablilla más pequeña, y tras tocar su superficie, un rostro, que me pareció femenino dado mi ángulo, apareció en ella. Una voz se oyó salir de la tablilla.

—Hola Misael, ¿qué pasa?

—Hola Raquel. Quería saber si podía anular mi reserva para comer, porque me ha surgido otra opción.

—Sí, no te preocupes; ya sabes que solemos tener apuntados de última hora casi siempre, así que podremos aprovechar tu comida.

—Muchas gracias. Nos vemos.

—No hay de qué. Adiós.

La imagen de la mujer desapareció de la tablilla, y esta última volvió al bolsillo del que había salido, mientras que Misael nos decía:

—Listo. Pues ya nos podemos ir yendo.

Y dirigiéndose a mí me explicó, a la vez que desandábamos nuestros pasos para salir del edificio:

—No se puede causar un trastorno a la cocina cuando te has comprometido, por eso hay que pedir permiso si cuando vas a anular la reserva es demasiado tarde. Es que en toda la Ciudad los comedores son públicos, destinados a que nadie tenga que preocuparse por la comida si no quiere; lo único que tienes que avisar con tiempo dónde vas a comer para que cuenten contigo y puedan gestionar los alimentos adecuadamente. Manuel, como es casado y se ha organizado así para poder comer con su familia, recibe los alimentos en crudo para que ellos los gestionen; pero, los célibes como yo, solemos usar los comedores mucho más a menudo. Porque, además, están enfocados de una forma familiar, para que, vayas al que vayas, te encuentres como en casa. Al fin y al cabo ése es el espíritu de la Ciudad, en la que todos somos y pretendemos ser familia espiritual.

—Por cierto —intervino Manuel— que yo voy a llamar a Maribel para que cuente con dos invitados; porque, aunque ya es un poco tarde, siempre podrá hacer algún apaño. No es que sea una situación infrecuente, pero pocas veces es tan improvisada.

Y mientras Manuel utilizaba el mismo sistema empleado por Misael para avisar, este último continuó hablándome.

—Me hubiera gustado que conocieras a un buen amigo mío que se llama Gabriel, que seguro que se iba a alegrar una enormidad de verte, pero como acaba de cambiar de tarea, o mejor dicho de cargo, y ha pasado, de estar en el Servicio de Intervención, a ser nuestro ministro, pues está de acá para allá asumiendo sus nuevas funciones y visitando los distritos. Quizás más adelante

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sea posible, porque te aseguro que se alegrará, y ya verás como me reconviene cuando se entere.

—Pero, yo… hablar… nada menos que con ¡un ministro!

—No te vayas a creer, que el cargo no hace al hombre. Eso sería en tu época. En la Ciudad, los cargos, son servicios para los que los ciudadanos comisionan a los elegidos, pero los ciudadanos no renuncian a su responsabilidad por ello, con lo cual no asumen una obediencia ciega, sino que adoptan un acatamiento reflexivo; realizan un acto de confianza. Si el elegido no ejerciera según la moral alguno de los aspectos de aquello para lo que había sido comisionado, perdería su autoridad para ese aspecto concreto y la gente no le obedecería; por lo que el elegido para un cargo no puede ejercer su capacidad coactiva por el hecho de serlo, ya que, en tal caso, lo perdería. Ésa es la causa por la que los cargos no pueden cambiar en déspotas a quienes los desempeñan. Más bien al contrario, los convierten en más humildes y comprensivos. Precisamente por eso, lo que más valoramos a la hora de elegir a alguien, no son sus cualidades o habilidades humanas, sino su santidad. Ésa es la mayor garantía de confianza.

—Me admira, me admira muchísimo (repetí). Ojalá eso existiera así en mi época.

—Pero, entonces, no sería tu época; y cada momento tiene su enseñanza que aportar, y que ha de ser aprendida si se quiere progresar constructivamente.

Ya en el vestíbulo del edificio, mientras proseguíamos el camino de salida, señalándome otro pasillo que partía de allí, me dijo:

—Por ahí se va al Servicio de Intervención, que, en lugar de tener un gran salón como el del “campo de vigilancia”, posee varios pequeños con una finalidad semejante, ya que la intervención requiere menos personal.

—¿Y en qué consiste una intervención?

—Hay muchas formas de realizar una intervención, tantas como formas de realizar un pequeño cambio en una circunstancia histórica. La más sencilla es la de incluir una sugerencia en el pensamiento de una persona, si la sugerencia es aceptada por el receptor el cambio se ha efectuado, y todo lo demás que ocurra son consecuencias, generalmente previstas, de ese pequeño o mínimo cambio. Se procura que la mayoría de intervenciones sean de este tipo.

Estábamos atravesando el umbral de la puerta cuando reparé que Manuel se tocaba la plaquita del mono. Unos pasos más adelante nos detuvimos a esperar, mientras Misael proseguía con su respuesta.

—Pero si la intervención sugerida no es eficaz o no es factible, se pasa a otro tipo de efectos más patentes; por ejemplo: Cambios de objetos que hagan el efecto de la pretendida sugerencia, provocar coincidencias con la misma intención, realizar algún cambio en la naturaleza, en fin… Si con todo esto aún no fuere suficiente, se pasa a las materializaciones, comenzando por las más sutiles: Verbalizaciones interiores, verbalizaciones exteriores, apreciaciones visuales interiores, exteriores, y, por último, las bilocaciones, bien como apreciación inmaterial, es decir, lo que sería una bilocación incompleta en la que sólo se aprecia una imagen etérea; o, si no, ya, una completa, para transmitir a quien nos ve la sensación de tangibilidad. Esta última es la que nos permite

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llevar cosas, objetos, de un lado a otro: si queremos llevar algo o si queremos traer algo.

En ese momento, uno de los vehículos flotantes que a veces pasaban, y que me recordaban a los carruseles de feria por su endeble estructura, se detuvo a nuestro lado. Manuel comentó:

—Nuestro taxi. Misael ponte tú detrás mientras nosotros nos colocamos delante.

Y así nos situamos, ocupando tres de los seis asientos con que contaba. Manuel pareció hablar al éter.

—Hola, soy Manuel, el que ha llamado. Los tres vamos a mi casa.

No hizo falta mediar más palabras, y el vehículo se puso en camino. Yo estaba tan sorprendido que exclamé:

—¡Pero si nadie conduce!

Lo que provocó la risa en mis interlocutores. Manuel me explicó:

—Es un taxi automático controlado a distancia desde una central de operaciones. Yo he avisado que necesitaba un taxi a través de esta plaquita que, ves, llevo en el mono, y el servicio de gestión centralizado me ha enviado el más cercano que estuviera disponible a la posición señalada por la placa. Como yo estoy perfectamente identificado, saben donde vivo, con lo que con decir “a mi casa” no tengo que dar más explicaciones; pero como el sistema de gestión interior del taxi ha localizado que hay dos personas más conmigo, tengo que explicar que también van conmigo a la misma dirección. ¡Ah!, y no te dejes engañar por la apariencia de fragilidad del vehículo, porque eso forma parte de la sensación de confortabilidad durante el viaje, y permite disfrutar del paisaje sin dejar de ofrecer la máxima seguridad al viaje.

Efectivamente, podía contemplar la población de Los Ángeles desde el aire sin sentirme encorsetado, pero, a la vez, notaba que una presión me sujetaba, y que se hacía más intensa cuando tenía que compensar la inercia del vehículo.

Yo no había estado nunca en Los Ángeles de mi época, pero por lo que había visto en las películas, seguía siendo una gran extensión de edificaciones de baja altura. Lo que no acerté a vislumbrar es el núcleo de rascacielos que yo recordaba. Y lo pregunté.

—¿No había un núcleo de rascacielos por alguna parte?

—Eso era en tu época —afirmó Manuel—. Ahora, en este tiempo, son escasísimos los rascacielos que puedes encontrar en toda la Ciudad mundial. Sólo se utilizan cuando hay problemas de terreno y se quiere meter mucho en poco sitio, o se quiere centralizar algo en vertical. Pero, como son incómodos y poco humanos, se dejaron de utilizar hace muchos siglos. Porque para recrearse viendo la panorámica desde la altura, ya tenemos estos vehículos que pueden quedarse suspendidos en un punto de igual manera, y sin tanta parafernalia.

—Me creo que en la Ciudad no tendréis vehículos privados…

—No, no sólo no son necesarios, sino estarían mal vistos —volvió a responderme Manuel—. Existen varios tipos de taxis, y luego los colectivos para las excursiones, siempre automáticos y de control centralizado. Si, por ejemplo, nosotros, que somos una familia de ocho personas, queremos ir un día a

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pasarlo en el campo de los alrededores de Los Ángeles, sólo tenemos que indicar el número a la hora de pedir el taxi, y nos envían uno de doce plazas, que con sólo indicarle el lugar o las coordenadas del mismo, nos lleva y aguarda con nosotros hasta que le demos la orden de regresar; pero si pretendemos ir a un lugar muy alejado, en el ámbito de otro núcleo de población, tenemos que utilizar el transporte general interlocal, y luego, allí, los taxis locales.

—¿Y eso no da lugar a picaresca?

—Son del todo excepcionales los casos. Ten en cuenta que, por principio, la gente está muy concienciada y ha aprendido a responder de sus actos; circunstancia que permite detectar rápidamente los casos atípicos. No te olvides de que la conciencia de que uno es responsable de todo y de todos es común, y nadie se pone a jugar inconscientemente con esas cosas.

El vehículo vino a descender ante una casa unifamiliar, semejante a las de la zona, todas ellas ubicadas en medio de un jardín. Nada más apearnos, el vehículo se marchó tan solo como había venido.

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Aunque el vehículo se había movido silenciosamente, nuestra llegada había sido detectada desde la casa, y su puerta se abrió para recibirnos. Una niña pequeña, acompañada de otra más mayor, salió corriendo desde la casa gritando: «Papá, papá»; a la vez que un mozalbete y una mujer se asomaban a ella. Su padre se agachó con los brazos abiertos para recibir a la pequeñina, mientras la otra acompasaba su paso para no llegar antes. Cuando el padre acogió a la pequeña, se abrazó también la otra. Misael y yo contemplábamos la escena enternecidos, como quien echa en falta en su vida esos momentos únicos.

Pasada esa primera emotividad, y mientras se disponían a continuar el camino hasta la puerta, Manuel dijo a sus hijas:

—¿No saludáis a estos amigos que han venido conmigo?

La pequeña, toda vergonzosa, emitió un lacónico «Hola», mientras que la mayor saludaba a Misael por su nombre y a mí me decía: «Hola, señor».

La mujer se adelantó dos pasos cuando ya llegábamos a la puerta, y me tendió las dos manos para saludarme, mientras me decía:

—Muchísimas gracias por venir a mi casa, yo soy Maribel, la esposa de Manuel, y la madre de todos estos y de los que están dentro.

—Encantado. (Respondí, cuando ella ya miraba a Misael para decirle:)

—Hola, Misael.

A lo que él respondió de igual manera, con esa sencillez de las personas que ya se conocen mucho. Manuel intervino para decirme:

—Misael ya conoce a todos, pero tú no, así que pasa que te los presente.

No habíamos hecho más que atravesar el umbral, cuando ya comenzó a cumplir lo prometido.

—Maribel, mi esposa; Lucía, la más pequeña con cuatro añitos de edad; le sigue Elisa, con nueve; Diego, que tiene doce. Y los mayores que están por aquí dentro.

El interior de la casa no era muy diferente al que ya conocía de mis tres amigas maestras, salvo que era un poco más grande. Y, efectivamente, en la sala comedor nos esperaban los tres hijos mayores. Éstos ya me saludaron tendiéndome la mano. Manuel continuó con la presentación.

—Ésta es Ana, que tiene dieciséis años. Mario, con diecinueve. Y, el mayor, Andrés, con veintiún años, ya un hombre hecho y derecho.

Mientras se producían los saludos, y percibía el sincero ambiente acogedor que se transmitía en ello (lo que me llamaba la atención si lo comparaba con los saludos forzados que yo había experimentado en situaciones parecidas de mi tiempo), observaba también el atuendo de mis anfitriones y el ambiente de hogar que se respiraba. La sencillez y sobriedad de todo era palpable, pero la

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chispeante alegría que lo acompañaba también. Todos en la casa utilizaban el mono de rigor, hasta la más pequeña, pero lo que variaba en ellos eran los colores, porque no se trataba de los usuales que yo conocía, sino que eran variados, y, en los pequeños, hasta de fantasía, lo que resultaba más acorde con su edad.

Manuel comentó:

—El haber avisado ha servido para llegar a mesa puesta.

Y así era, porque la mesa ya estaba preparada para la comida, con lo que todos nos sentamos a su alrededor, mientras Maribel traía la comida de la cocina. Yo, prácticamente, no notaba diferencias con mi tiempo, y así lo comenté.

—Me parece que no hubiera cambiado de época. Me da la impresión de que las costumbres se conservan.

—¿Y por qué se va a cambiar lo bueno de las cosas? —Me respondió Maribel con una pregunta, mientras servía a los comensales— ¿De qué manera mejor íbamos a comer? ¿Qué puede haber de diferencia con cerca de dos mil años atrás? Pues…: Los vasos preparados para que no se derramen si se te ocurre tirarlos… Que no nos manchamos para nada las manos porque todo ya viene preparado de la cocina… Que, además del tenedor, también usamos pinzas… Y no sé qué más. Si hasta Lucía sigue usando su babero.

Todos miramos risueños a Lucía, que se sintió protagonista y acarició su babero. Pero yo decidí provocar un poquito a Maribel para ver qué me respondía.

—Pues no sé, pero si te vieran a ti realizando ese papel de ama de casa y madre de familia, ¿no sé qué dirían ciertas mujeres de mi época?

—Opiniones, seguro, fruto de la frustración y manipulación de una época. Pero ten en cuenta que yo he elegido el papel social que quería. En la Ciudad nadie te obliga a nada y todas las posibilidades de realización personal te son ofrecidas, luego si estoy aquí es porque he preferido ésta a todas las otras. Porque la felicidad en este mundo, aunque sólo sea parcial, sólo te la puede dar Dios, nunca tu medio social ni obrar según como piensan los otros. Además, las mujeres tenemos una forma de ver las cosas y de abordar los asuntos diferente a la de los hombres, y eso de manera natural, nos guste o no. Lo mismo que los hombres tenéis la vuestra, también de forma natural. ¿En base a qué voy a pretender yo hacer las cosas diferentes? Cuando nos casamos Manuel y yo, como pretendíamos formar una familia, y la familia, toda la vida de Dios, es decir, toda la historia de la Humanidad, se ha conformado alrededor de la mujer, y mi familia no iba a ser una excepción, si queríamos que realmente fuera una familia y no otra cosa; pues yo opté por el papel de madre de familia, lo que lleva parejo el otro de ama de casa; aunque hoy en día ese segundo aspecto quede reducido a la mínima expresión gracias a que los medios técnicos te facilitan muchísimo todas esas tareas más mecánicas. Pero la cohesión y el punto de encuentro que da una madre en el hogar no lo da nada. ¡A ver, hablar vosotros!

Toda la familia asintió unánime. Maribel añadió:

—Y el ver crecer a tus hijos, ¡eso no se paga con nada! Ni siquiera los sinsabores y las malas noches pueden ensombrecer todo lo bueno que te aporta la vida en familia.

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—Ya veo que eres una madre de familia convencida. (Concluí.)

—Del todo —continuó—. Yo puedo entender a quien ofrece su vida al Señor en el celibato, pero lo que no comprendo es a los que se casan para luego recibir a regañadientes a los hijos o no atenderles con el afecto debido. Porque, aunque te parezca mentira, en la Ciudad todavía se dan esos casos, que son propios de otras épocas o de las reservas de Gog y Magog. ¿Qué excusas pueden poner si la atención la tienen asegurada y no les va a faltar de nada?

—El problema es el de siempre —apostilló Manuel—, el egoísmo que todos llevamos dentro y que sale cuando menos te lo esperas. Y más en esta sociedad en la que nos hemos vuelto muy acomodados. Eso está facilitando que vaya aflorando en todos nosotros un problema de tibieza que estaba como escondido.

—Sí, tienes razón —intervino Misael—; porque yo, últimamente, vengo observando eso mismo, y empiezo a percatarme de esa tibieza que dices en las gentes de mi alrededor. Como tenemos todas las necesidades cubiertas y nuestro medio más o menos controlado nos está empezando a dar todo igual.

—Pues ya sabéis lo que dice el Apocalipsis —sentenció Mario—: «Porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca».

—Tú siempre tan oportuno —repuso Maribel—. Pero la verdad es que asusta. Ojalá y eso no se lo tuviera que aplicar nadie.

—Pero me temo —prosiguió Misael— que vamos a tener que irnos despertando si no queremos que se nos aplique la cita de Mario. Porque una vez detectado el problema, el paso siguiente es buscarle solución atajando la causa.

—Una vez en mi escuela abordamos ese tema… —intervino Andrés, que mirándome me aclaró—: Es que estoy terminado la especialización en Ciencias Médicas. Y… se planteó que la lucha contra el sufrimiento humano, propia de nuestra especialización, tenía el inconveniente de que podía conducir a una desensibilización del hombre, a una especie de tibieza sensitiva, que podía anularle su capacidad para detectar los problemas. Y que el dolor, y, en consecuencia, el sufrimiento, tenían el valor de ser marcadores que alertaban sobre la existencia de tal problema, que había que detectar para poder solucionarlo.

—Sí, sí —continuó Misael—, ése es el quid de la cuestión, que a lo mejor tenemos la vida demasiado resuelta, o que quizá abusamos demasiado de ello, y eso puede que nos anestesie y no seamos capaces de detectar el verdadero problema espiritual.

No acababa de decir estas palabras cuando un gesto nos advirtió de que debía interrumpir la conversación. Explicó:

—Disculpad. Tengo que contestar una llamada.

Y sacó la tablilla de su bolsillo.

—¿Qué pasa, Samuel?

—Misael, perdona que te moleste, pero es que hemos detectado un problema en 2014 que…

—Espera, espera, espera, no sigas, que estoy con alguien que no debe escuchar esos detalles.

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Maribel intervino.

—Puedes ir a hablar con tranquilidad a la habitación del fondo, pero cierra la puerta.

—Gracias —respondió Misael, levantándose de la mesa hacia donde le había indicado Maribel.

Manuel comentó con simpática ironía:

—Es que eso de estar salvando el mundo tiene sus inconvenientes.

Yo le pregunté:

—Me imagino que quien no podía escuchar los detalles era yo, ¿no?

—Sí, claro; porque para nosotros ese año corresponde a una época muy lejana, sin embargo ésa es tu época, y todo lo que tú puedas averiguar sobre ella va a influirte en tu vida en ella, por lo que, para que puedas enterarte de algo, primero hay que valorar el alcance de esa influencia. Porque, además, como bien supondrás, lo que uno decida en su vida, nos afecta a todos. No somos seres aislados en mitad de la nada.

—¿Entonces, 2014 pertenece a tu época? —Me inquirió Ana.

—Sí, justamente yo vengo de ese año en concreto, aunque yo haya nacido en el siglo XX.

—Lo pregunto —aclaró— porque a nosotros nos han explicado, que en esa época y en esos años…

—Ana —cortó bruscamente su padre—, ¿no acabas de oír que no puede o no debe saber nada de su época porque eso le coarta en su libertad y nos condiciona a todos? Entonces… no le puedes decir nada que le dé una información. ¿No lo entiendes?

—Sí, sí, perdona, no me he dado cuenta.

—Le puedes hacer preguntas neutras sobre su vida o sobre la forma de vivir de su época, y tú le puedes contar lo mismo de la tuya, pero nada más, y sin referencias cruzadas.

—Pero si está aquí, eso ya le va a influir seguro, y muchísimo.

—Pero esa influencia ya ha sido valorada y sopesada por quien le ha invitado, y las consecuencias ya están previstas. No es lo mismo.

—Pues a propósito de quien me ha invitado (intervine), a mí me gustaría saber quién es, porque sólo sé que se llama Juan.

En ese momento regresó Misael, que me comentó mientras volvía a su sitio.

—Al final sí hubieras podido escuchar la conversación, porque, aunque es un asunto que te concierne directamente a ti, como ya lo has vivido y solventado, no te va a condicionar en nada el que hablemos de ello. Se trata del inicio de tu llegada a aquí, cuando ibas a atravesar por primera vez la puerta de acceso y te fue imposible porque sufriste un bloqueo; pues resulta que ese bloqueo tiene un origen inducido y extraño que no sabemos etiquetar, porque ni pertenece a Gog ni es nuestro, lo que nos ha dejado desconcertados.

—¿Y no se puede estar produciendo (repliqué) lo que enseña el dicho de «los árboles no dejan ver el bosque»?

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—No entiendo —dijo Misael, mientras Manuel expresaba lo mismo con su rostro.

—Me refiero a que, cuando se está metido en el problema, la cotidianidad de la vida te impide verlo, es decir: ¿No será que el problema lo tenéis vosotros dentro?

—¡Qué dices! —Exclamaron casi al unísono los dos amigos llenos de asombro.

—Es que esos problemas son los más difíciles de ver (aclaré).

—Pero, ¿cómo se nos va a pasar eso por alto? —Prorrumpió Manuel con escepticismo dubitativo.

—Pues no lo sé (respondí), pero si hablábamos antes de la tibieza, y que la tibieza desactivaba o desensibilizaba; pues ésa puede ser la causa de que baje el nivel de alerta; por ejemplo.

—Pues vas a tener razón —afirmó pensativo Misael, tras un instante de silencio.

Y mirando a Manuel añadió:

—Vamos a tener que organizar un sistema de comprobación interno para averiguar qué está pasando.

—¿Tan claro lo ves? —Le respondió Manuel.

—No tengo ninguna prueba ni sospechas muy fundadas, pero sí muchos pequeños detallitos que con esta opción adquieren una cualidad nueva y recobran mucho valor. Pero tengo que comprobar otras cosas, que debo mirarlas ahora con otra perspectiva. Ya te contaré.

—Sí, por favor, porque si es así, vamos a tener que ser muy discretos. Y vosotros —dirigiéndose al resto de la familia— no comentad esto con nadie porque no sabemos nada ni conocemos su verdadero alcance.

—Yo tengo una intuición (apostillé): Picad alto.

—Miedo me das —repuso Manuel.

—Es sólo mi experiencia interior en la que me baso, no tengo otra cosa. Pero, si sirve de pista, el bloqueo que me impedía atravesar la puerta para llegar, al que aludía antes Misael, sólo despareció cuando recurrí a Dios directamente; y yo presentí que Él tomaba partido a nuestro favor, por lo que deduzco que no debe tratarse de ninguna broma.

—Por cierto —agregó Manuel—, antes nos decías que sólo sabías el nombre de quien te había invitado a venir aquí…

—Sí, y es que me sospecho que la invitación tiene gato encerrado, y que hay algo más detrás que en ese momento no me desveló.

Y les narré el episodio de la invitación de Juan ya relatado aquí. Y añadí:

—Por eso intento localizar a Juan para que me aclare sus verdaderas intenciones al traerme aquí.

—No sé quién pueda ser ese Juan —me adelantó Misael, pero lo puedo averiguar. Dame tiempo y te lo comunico.

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—Pero cuando lo quieras saber… ¡dónde estaré yo! (Repliqué.)

—No te preocupes, que te puedo localizar perfectamente. Ten en cuenta que trabajo en el Servicio de Vigilancia de la Historia.

—¿Y por qué no acabáis de comer? —Terció Maribel—. Porque con tanta charla los niños han acabado de comer y vosotros todavía no. —Y me dijo— Anda, pregúntame algo, y mientras yo te lo cuento, acabáis vosotros de comer. —Y añadió, señalando a sus dos hijos mayores—. Igualito que a estos cuando eran pequeños.

Yo, con una sonrisa que reconocía su tratamiento maternal, respondí:

—Pues cuéntame qué hacéis en un día normal: cuál es vuestra jornada habitual.

—Nada más levantarnos, lo primerito, nos aseamos y salimos todos pitando a misa, hasta los más pequeños, que los llevamos dormidos si es el caso. Lo primero: el desayuno espiritual. Después toca el desayuno físico, para el que solemos regresar a casa; aunque, a veces, si avisamos, nos quedamos en el comedor del mismo centro social donde se encuentra la iglesia. Luego, cada cual a sus tareas. Los pequeños al colegio, los mayores a las escuelas especializadas. Manuel al Ministerio, y yo, con la benjamina, en casa para retocar o solventar lo que haya quedado pendiente en ella. Si puedo, hago la oración de la mañana entonces. Bueno, la oración litúrgica común que hacemos, se sigue llamando “laudes” como en la antigüedad, pero es mucho más sencilla que en aquellos tiempos. Cuando la casa está lista, Lucía y yo nos vamos al centro social. Si no he podido rezar laudes en casa, lo hago allí, en la iglesia, ante el Santísimo expuesto, que lo tenemos de día y de noche; y que, vayas a la hora que vayas, es raro que no encuentres a alguien allí. En el centro social yo tengo mis tareas, a las que me acompaña Lucía, o bien juega con los otros niños pequeños que hay por allí. Y mis tareas pueden ser muy variadas, dependiendo de las necesidades: desde acompañar enfermos, hasta coordinar la jardinería de la zona o conservar y transmitir tradiciones antiguas. El único día que puede que no vaya es cuando me traen el pedido de abastos que, aunque me lo dejan sobre la mesa, me gusta estar yo para descargarles algo de trabajo, y colocar ya las cosas en su sitio.

—¿Pero es que entran en la casa libremente aunque no haya nadie? (Interrumpí.)

—¡Ah, claro! No encontrarás en toda la Ciudad una puerta a la que no puedas acceder. ¿Qué puede haber en una casa que suscite la envidia de quien lo vea? Las puertas están para defenderse del clima, de los ruidos y esas cosas, pero para nada más.

—¡Esto es el paraíso! (Concluí.)

—Qué exagerado. Pues como te iba diciendo: Así llega la hora de la comida, que se prepara en un momento, porque ya todo viene bastante acondicionado; y aparecen todos como se fueron. Comemos, nos contamos las novedades de esa mañana, y vuelta a las tareas, que suelen ser distintas de las de la mañana, enfocadas ahora a otras aspectos de la personalidad de cada uno, para favorecer así su desarrollo integral y social. Por ejemplo, Manuel y yo, es la oportunidad que tenemos de disfrutar más de los niños pequeños, porque, en la medida que crecen, se van haciendo más autónomos y ya van formando

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sus núcleos de amistades fuera de casa. Ése es un momento especial para transmitirles los valores de la familia y de la sociedad que demuestran su fe. A continuación, Manuel y yo buscamos un hueco, si nos es posible, para rezar la oración de la tarde, las vísperas, en común, y si hay alguno de los chicos mayores en casa que también se apunte; y así llega el momento de la cena. Cenamos, comentamos asuntos del día y planes en perspectiva, rezamos el rosario, y todos a la cama. Y, colorín colorado este cuento se ha acabado.

—Pues ha sido un cuento muy bonito (respondí, siguiéndole la broma), me ha ayudado perfectamente a acabar de comer, y me ha suscitado una nueva pregunta: Yo he estado en otra casa antes que en esta y no he visto ninguna cama; entonces, ¿cómo se concreta eso de “todos a la cama”?

Maribel se rió, acompañada de una sonrisa general, y me explicó:

—Es que las camas no son como en la antigüedad. A ver si lo sé explicar: Utilizamos una alfombrilla especial que por el día permanece enrollada y que, a la hora de ponerla en uso, se extiende automáticamente, levitando sobre el suelo, para que tú la puedas colocar a la altura que quieras. Esta alfombrilla lleva incorporada, en su parte superior, una capa absorbente que se puede quitar y poner para limpiarla e higienizarla, y sobre la que nos acostamos sólo con la ropa interior, y sobre la que el cuerpo también levita de forma muy poco perceptible, si así se desea. Para cubrirnos empleamos una sábana isotérmica. Al levantarnos por la mañana la cama se recoge igual que se extendió.

—Lo de la alfombrilla levitando me recuerda a las alfombras voladoras de los cuentos árabes. (Comenté con una sonrisa pícara. A lo que Mario apostilló con tono burlón…)

—Pues se podrían usar para eso, lo que pasa es que son muy inseguras.

Y todos se rieron al imaginarse la escena. Un instante después Misael me inquirió:

—¿Y tú qué planes tienes para realizar tu proyecto?

—Si te soy sincero (repliqué), no tengo ni idea. Voy, como se suele decir, a salto de mata. De ahí mi interés por encontrar a quien me ha embarcado en ello, para que me aclare dudas y me dé pistas que seguir. De momento, había pensado en realizar una visita a Gog, a una colonia de las de allí, para que me informasen de cómo era su vida en medio hostil y me mostrasen cómo viven los goguianos.

—Sí, puede ser una buena idea —me respondió—. Al menos hasta que yo localice al tal Juan.

—Yo te aconsejo —intervino Manuel— que no te internes en Gog por tu cuenta, es mejor que alguien te introduzca y te acompañe; por ejemplo un misionero de los que tenemos allí que conocen bien el terreno. Pero en la colonia seguro que te informan bien de lo más adecuado.

—Lo que pasa —añadí— es que también tengo que ponerme a escribir todas las experiencias, porque ¡con la memoria que tengo…!

—Pues eso lo primero —me aconsejó Maribel— que yo también, como no escriba las cosas…, me puedo encontrar con un problema y más de un despiste.

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—Creo que tienes razón (respondí), y te voy a hacer caso. Y me voy a ir porque eso tengo que llevarlo a cabo en mi época.

Y comencé a abrirme el mono con intención de quitármelo, pero Manuel me detuvo.

—No, no es necesario que me devuelvas el mono, porque lo necesitarás cada vez que vuelvas a la Ciudad; especialmente si vas a estar en público.

—¡Pero cómo me voy a llevar este mono a mi época! (Exclamé.)

—No es necesario que te lo lleves del todo —terció Misael—. Verás: Cuando atravieses la puerta de regreso a tu época, una vez que ya estés en tu lado pero junto a la puerta, te quitas el traje y lo dejas colgado junto a ella de forma que lo veas cuando vayas a volver a atravesarla. Y ahí siempre lo vas a tener si lo necesitas.

—¡Ah! Gracias. (Repuse.)

—Y no te olvides de que aquí tienes tu casa para lo que necesites —sentenció Maribel.

—Cuenta con nosotros —me insistió Manuel.

—Tengo la intuición de que nos volveremos a ver. (Concluí.)

Me centré en la puerta de regreso y efectué lo que me había indicado Misael. Y allí quedó el mono marrón que me había acompañado en mi excursión por Los Ángeles.

Una vez en mi habitación me apresuré a poner por escrito mi nutrida experiencia, pero eso me llevó varios días.

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8

Mis ocupaciones diarias entorpecían el que yo pudiera dedicarme a mi tarea redactora, y a que planificara mi intención de visitar Gog en detalle para que, una vez allí, no perdiera el tiempo; pero acabé por decidir no demorar más mi nuevo viaje… y que saliera el sol por donde fuera; y me sumergí de nuevo en mi fantasía hasta colocarme otra vez a la puerta, ahora bien señalada por el mono marrón situado junto a ella. Dudé si ponérmelo, porque en Gog seguro que me identificaban a la primera con él, pero como lo que quería visitar era una colonia, y allí seguro que lo utilizaban, opté por embutirme en él, y atravesé la puerta.

Una habitación semejante a las que yo conocía me aguardaba al otro lado, aunque en esta ocasión daba la impresión de reunir en ella varios espacios, como si se tratara de un pequeño apartamento unipersonal. Un anciano parecía dormitar algo recostado en el respaldo de una silla adaptada para ello. Pero en cuanto percibió mi presencia abrió los ojos súbitamente y exclamó:

—¡Alabado sea Jesucristo que ha escuchado mi oración!

Y levantándose con más fuerzas de las que hubiera cabido suponer, se acercó hasta mí para estrecharme calurosamente la mano, a la vez que continuó:

—Me llamo Agustín, y llevo años pidiendo que no se demorara más tu visita. Ahora mismo estaba insistiendo en ello. Porque si no me quiere escuchar porque no sea conveniente, al menos por pesado que no quede. ¡Tengo que explicarte tantas cosas!

—Calma (le tranquilicé), que ya estoy y creo que habrá tiempo para todo.

—Tiempo para ti, puede; pero para mí, que ya tengo un pie aquí y otro allí, no lo creo. Podemos empezar, por ejemplo, enseñándote la hospedería, porque esto es una hospedería, ¿sabes?

—A ver, un momento: Yo pretendía llegar a Gog, ¿esto es Gog?

—No, no es Gog. Esto es Australia, sí; pero te encuentras en una colonia de la Ciudad, en la colonia de Perz; rodeada de Gog por todas partes, pero que no es Gog; que quede claro.

—Ah, vale. Entonces no me he equivocado, estoy en una colonia como yo quería. ¿Y en qué zona de Australia está esta colonia?

—Pues en Perz, en la costa occidental australiana. Aunque seguramente en tu época tú lo pronunciabas con te, porque entonces se escribía con “th” y no con zeta como ahora.

—Ah, sí, Perth sí sé dónde está. Lo recuerdo del mapa. ¿Y hay más colonias de la Ciudad en Australia?

—Sí, hay tres más: La más grande y tranquila es la de Tasmania. Tenemos otra en esta misma costa occidental pero más al norte, en Lagrange. Pero la

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más conflictiva, porque se encuentra situada en el corazón de Gog, es la de la costa oriental, a la que llamamos Santa Bárbara por lo que tiene que resistir. Y luego hay misiones por donde se puede. Ni que decir tiene que las colonias se nutren y refuerzan gracias a los goguianos conversos que se refugian aquí y se resisten a emigrar fuera de Australia.

—¿Y cómo os defendéis en la colonia de los ataques de Gog?

—Como podemos y como sabemos. Pero la mejor y mayor defensa es nuestra propia fe, porque aquí no te puedes dormir, porque, si lo haces, te comen por los pies. Sólo una fe sólida es la que te permite aguantar todos los embates hostiles. ¡Que nos acusan de secta perversa…! Nosotros a lo nuestro para que nuestras obras hablen en nuestro lugar, pero sin seguirles el juego ni enredarnos en sus tretas. ¡Que nos ridiculizan y se burlan…! Pues igual; y, si surge la oportunidad, dando razones de nuestra fe. Razones, por cierto, que ellos no tienen. ¡Que nos amenazan con echarnos al mar…! Pues como si no fuera con nosotros, pero tomando nuestras medidas para ponérselo difícil. Aplicando aquello del Evangelio de ser «cándidos como palomas y astutos como serpientes». Pero también, estando dispuestos a dar la vida si fuera menester, como ya ha ocurrido en varias ocasiones. Precisamente en Santa Bárbara tenemos una buena colección de mártires.

—¿Y la Ciudad no os asiste y os suministra cobertura?

—Sí, claro; pero no siempre es posible ni eficaz. Ten en cuenta que no empleamos la violencia ni nada que pueda proceder del odio o el rencor, por lo que no podemos ni queremos responderles en su mismo plano de actuación. Nosotros disponemos de otros medios, que ellos no conocen porque su resentimiento se lo impide, y son ésas las armas que tenemos que emplear. Por eso te decía que aquí tenemos que confesar la fe de forma más explícita para poder resistir, y vivir de forma más austera que en el resto de la Ciudad para no suscitar envidias que puedan favorecer un ataque.

—¿Pero, por qué se comportan así los goguianos? ¿Cómo es la vida en Gog?

—Acabas de hacer la pregunta del millón. Anda, vamos a sentarnos, que veo que no nos vamos todavía, y la pregunta tiene su miga.

Y así lo hicimos. Agustín prosiguió:

—El comportamiento de los goguianos hunde sus raíces en la misma naturaleza del hombre y sus preguntas y respuestas ante el porqué de la vida. No es nada nuevo en toda la historia de la Humanidad. En definitiva todo se reduce a dos actitudes bien simples: O aceptar la presencia de Dios en tu vida y el propio papel de criatura ante Él, o la de no aceptarlo: Si se acepta, todo se enfoca hacia el bien que Él representa; pero si no se acepta, como para poder negar a Dios primero hay que percibirle, tal respuesta siempre supone un rechazo, consciente o inconsciente, que se expresa frente a todo aquello que te lo recuerde: y ahí estamos nosotros. Nos rechazan porque les recordamos a Dios a quien no aceptan. Es así de simple.

—Y eso no tiene solución. (Expresé dubitativamente.)

—No, eso no tiene solución. O la persona se convierte, o siempre reaccionará igual frente a todo aquello que le recuerde la presencia de Dios, a quien rechaza. Por eso nosotros, que sabemos leer en el alma de quien sufre

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por haber elegido este camino, no podemos reaccionar como él, y tenemos que ofrecerle oportunidades de recapacitar, chispas de luz que alumbren su tiniebla, incluso a costa de nuestro sufrimiento y nuestra vida. No es que seamos masoquistas, pero damos testimonio de nuestra esperanza. Nosotros tenemos un futuro, ellos no, y eso es terrible. Ten en cuenta que sólo tenemos esta vida para decidirnos, por lo que no podemos desperdiciar la oportunidad: es un asunto de vida o muerte.

—Pero en mi época, con la excusa del fanatismo religioso, había gente que realizaba las mayores barbaridades.

—Ya, pero tú mismo lo has dicho, eran personas con una creencia fanática, es decir, que han hecho una opción irreductible por una idea, por una opinión, pero no por una experiencia de Dios. Esas personas realmente no conocen a Dios, no le han experimentado en su propia vida, y prefieren poner su confianza en lo que otros les dicen; y, además, en su opción, proyectan lo que ellos piensan sobre la vida pero investido del aspecto de una religión. Hay mucho de elección libre en ello. Un rechazo del verdadero Dios siempre se esconde bajo esa pantalla del fanatismo.

—O sea, que en Gog se concentran todos los que rechazan a Dios.

—No, no, yo no pretendía transmitir esa idea tan rotundamente. Quiero decir que en Gog hay gente de todo tipo, desde los que rechazan frontalmente a Dios, hasta los que no le conocen en absoluto porque nadie les ha ayudado a responder a las preguntas básicas que todo ser humano lleva en sí. Cuando estos últimos se enfrentan a ellas, acaban por venir a la Ciudad y convertirse en uno más de nosotros. Repara en que ya son unos cuantos siglos de existencia de Gog sin que los nacidos bajo su influencia hayan dispuesto de un fácil acceso al conocimiento de la verdad.

—Vamos, igual que en mi época.

—Sí, parece mentira que hayan pasado tantos siglos, pero es que el fondo del mal es siempre el mismo. Pero como el mal no se sustenta en la verdad siempre acaba fracasando.

—Lo malo es a la gente que se lleva por delante hasta que eso ocurre.

—Pero no se llevará a nadie que no lo haya elegido en lo profundo de su corazón. Lo que nosotros tenemos que procurar es que esos sean el menor número posible, e ir peleando uno a uno por ellos.

—¿Y eso cómo lo hacéis si estáis aquí aislados y vigilados?

—Lo de aislados y vigilados hay que matizarlo: Estamos alejados físicamente del resto de la Ciudad, pero estamos perfectamente comunicados con ella, tenemos acceso a su red de tablillas y a toda su información y a sus emisoras, como en cualquier otro punto de la Ciudad mundial.

—A través de los satélites, me imagino. (Interrumpí.)

—¡Qué satélites! La comunicación aérea desapareció hace siglos. Es comunicación telúrica, a través de la propia tierra, aprovechando la vibración natural de los objetos. Por eso la comunicación está garantizada en toda La Tierra. Lo malo es que Gog tiene acceso a la misma información, por lo que, en alguna ocasiones, nos vemos en la necesidad de usar otros métodos, aunque esa información ya no esté disponible al común. Por eso, vigilados, no sólo lo

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estamos nosotros sino toda la Ciudad. Ya te decía que nuestra fuerza no residía en un poder físico o informativo, sino en el espiritual. Sí tiene más problemas el transporte físico de objetos y de personas, pero eso está más o menos solventado diplomáticamente, y nos pueden llegar los transportes aéreos desde el resto de la Ciudad a través del océano.

—¿Y al puerto no os llegan los barcos?

—Desde que se generalizó el uso de las ondas antigravitatorias, el trasporte por barco cayó en desuso. ¡No había comparación!

—Perdón por la pregunta, eso tenía que haberlo deducido yo.

—¡Pero si no me importa explicarlo! Además, no todas las deducciones son acertadas, ya que cabe la posibilidad de pasar por alto algún factor determinante. Y en cuanto a cómo evangelizamos…, es decir, cómo luchamos cuerpo a cuerpo por cada uno…: lo hacemos fundamentalmente con nuestro ejemplo de vida sustentado en la oración. La gente de los alrededores viene a curiosear en la colonia, y siempre se encuentra con alguien dispuesto a responder gentilmente a sus preguntas; y como muchas cosas les llaman la atención, pues ése es el comienzo de una evangelización: satisfacer su curiosidad; luego, ya sólo hay que dejarse llevar por la deriva de las circunstancias. Otro medio es la ayuda humanitaria: Si nos enteramos de alguna situación de necesidad en nuestros alrededores, y vemos que podemos ayudar, vamos allí y nos ofrecemos. ¡Que la aceptan! Pues ya es un primer paso. ¡Que no! Pues nos volvemos por donde hemos venido, pero ya ha quedado manifiesta nuestra intención. Pero lo que más les llama la atención de todo es que no cobremos nada por la ayuda, y no les pidamos nada a cambio. Eso les desconcierta, y por eso, a veces, recelan de nosotros. Por ejemplo, para que veas, uno de los centros más dramáticos de decadencia humana de todo Gog se encuentra en la población de Libertaria, construida en pleno desierto Victoria, como signo de ostentación y poderío de Gog para darnos en las narices a todos los ciudadanos, o sea, a los habitantes de la Ciudad. Y no se les ocurrió otra cosa que construir allí una “ciudad sin ley”, en la que todo estaba permitido porque no se respetaba ningún tipo de regla. ¡Vamos!, la Sodoma y Gomorra actual. Pero el experimento les salió mal, y, como se les iba de las manos, acabaron por establecer unas mínimas leyes, e introducir una policía de compromiso. Resultado: La pretendida “ciudad maravillosa del vicio”, se rodeó de inmensos arrabales poblados por desechos humanos a modo de estercoleros inmundos donde se refugia el detritus social en su desesperación final, porque, además, nadie les saca de allí. Como Perz es la colonia más próxima, se decidió ver qué se podía hacer por esos seres humanos, sin ninguna utilidad social en su medio, pero tan valiosos para Dios. Así se estableció un sistema de ayuda humanitaria itinerante, sólo para la periferia de Libertaria, y sin permanencia estable en ella porque es una situación muy peligrosa. A los que se puede hacer algo por ellos en el hospital, y quieren venir, advirtiéndoles de las condiciones de comportamiento, se les trae aquí; pero sabiendo que, tras su reestablecimiento, volverán adonde estaban. Como la mayoría luego no quiere volver porque se creen que esto es Jauja, se les ofrece la posibilidad de dejarles en una de las poblaciones cercanas a la colonia, o la de valorar su integración en nuestro modo de vida, si hay conversión previa, residiendo temporalmente en nuestra hospedería de integración situada en las afueras de la colonia; pero

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nunca se les acoge aquí porque sería como meter a la zorra en el gallinero sin haberla amansado antes.

—Y no sé si después, porque seguirá siendo zorra y en cualquier momento se puede desamansar.

—Sí, claro, eso es una posibilidad. Pero a todos, de alguna manera, el proceso de conversión nos ha transmutado de zorras a gallinas, por lo que a cualquier neoconverso le puede pasar lo mismo y hay que confiar en él. Cierto que siempre existe el riesgo de volver atrás o, más probablemente, de que la conversión no haya sido sincera y no lo hayamos detectado previamente, pero, cuando eso se produce, entonces es cuando se aplica la expulsión que no se efectuó en su día.

—Me imagino que el proceso será igual que cuando se destierra a alguien en el resto de la Ciudad y lo traen aquí.

—El proceso sí, pero a los que traen del resto de la Ciudad no los dejan aquí, en la colonia, ni en ninguna colonia, porque esto es tan territorio de la Ciudad como el resto, sino en la zona de una misión, que ya es territorio de Gog; pero lo hacen así para ofrecerles la oportunidad de no desvincularse del todo de la Ciudad, si quieren; incluso se les ayuda a integrarse en Gog. Luego ya ellos actúan como les parece.

—¿Y hay gente que vuelve?

—Sí, mucha gente. Es una experiencia que les marca para toda su vida. Pero, aunque no siempre, muchas veces resulta como el retorno del hijo pródigo a la casa del padre que figura en el Evangelio de San Lucas. Tendrías que ver algún reencuentro familiar. Pero no pienses que los que se adaptan a la vida de Gog todos son como la gente que vive en Libertaria, no; suele ser gente que vive entre dos aguas, que conserva pocos o muchos principios pero que no está dispuesta a ofrecer su vida a Dios, y quiere nadar y guardar la ropa; por eso en Gog hay mucho ambientes y situaciones, y, gracias a eso, Gog tiene un gobierno y unas leyes y no es la anarquía completa. Libertaria, afortunadamente, sólo es un experimento fallido; y que lo hicieron con vistas a que nadie sin medios pudiera salir de allí. Se podría decir que es la cárcel de los miserables.

—Pero… estoy pensando que, si en Gog se tiene tan poco respeto por la vida humana, ¿cómo es que aceptan a todos los deportados que le llegan de la Ciudad?

—Precisamente por el poco respeto que le tienen, porque para ellos son como nuevas conquistas a su favor, gente que está contra la Ciudad, el común denominador de todos; y, en principio, tienen que valorar si les valen, si les son útiles o no. ¡Que sí!, pues progresan. ¡Que no!, allá y se pudran. ¡Que se encarguen los de la Ciudad de la ayuda social! Gracias a eso podemos tener misiones y no nos han expulsado a todos.

—A mí me habían recomendado que visitara una misión para que conociera la vida en Gog de primera mano…

—Y me parece muy bien, porque no creo que se diferencie mucho de la época de la que vienes y podrás aguantarlo bien. De hecho, dentro del plan de formación de la Ciudad está programada una visita a una misión para que los alumnos comprueben otras maneras de vivir, señal de que se considera muy

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instructivo. Yo te recomiendo que vayas a la misión de Melburne, que allí está de misionero Pablo, un sacerdote relativamente joven que estuvo aquí en el hospital y que es una persona extraordinaria. Sí, después de que conozcas esto te puedes ir para allá.

—Pero antes me has dicho que esto era una hospedaría, si no he entendido mal.

—Bueno, sí, esto es una hospedería pero también es un hospital. Te explico: Este edificio tiene cinco plantas: La última, la cuarta, es la hospedería general, que es el lugar en el que se acoge a todos los que vienen de paso y no tienen familiares en Perz que puedan acogerlos, o para trabajadores del hospital que quieran residir ahí, como era mi caso. La planta tercera, que es ésta, es la hospedería geriátrica, que se diferencia de la cuarta en que tiene personal de atención dedicado al cuidado de los ancianos. Y aquí me tuve que trasladar cuando ya comencé a precisar de esos cuidados más especiales aunque sigo viviendo en mi casa, como ves. Y las plantas segunda, primera y baja, corresponden al hospital, enfocado ya a la atención a enfermos. Con esta distribución se consigue jugar con las habitaciones según las necesidades. Ven que te lo enseñe, vamos.

—Vale.

Y nos levantamos dispuestos a salir de la habitación, pero se detuvo un momento para ajustarse bien la parte de arriba de su mono marrón con la de abajo, con lo que yo me percaté de que ambas partes podían separarse como si fueran un pantalón y una chaquetilla, circunstancia en la que yo, hasta entonces, no había reparado por lo bien disimulado que estaba.

Salimos al amplio pasillo que se prolongaba en la lejanía haciendo notar que aquel edificio era de proporciones considerables. Me explicó mientras avanzábamos a su paso:

—El edificio está planteado como una gran parrilla en la que se cruzan seis bloques en forma de tres filas y tres columnas que dejan cuatro patios interiores, y de tal forma, que cada uno de los veinticinco cuadrados resultantes por planta, recibe una letra correlativa del abecedario que permite identificarlo; así sabemos enseguida en qué zona se encuentra una habitación.

—Se ve que ésta ha sido tu casa casi toda tu vida, porque hablas de ella con pasión.

—¿Se me nota? Es que ya, desde que era estudiante de ciencias médicas, paseaba por aquí, y como elegí dedicarme al Señor y tomé el celibato, pues me trasladé a vivir aquí, a la hospedería de la cuarta planta, donde tenía cerca mis tareas y mis amigos…, y hasta hoy.

—¿Entonces, has ejercido de médico?

—Sí, pero no en el sentido que se le daba a esa palabra en tu época y que, seguramente, le darás tú. Ten en cuenta que el enfoque formativo que se proporciona en la Ciudad es completamente diferente a lo que siquiera se pensaba en tu época al respecto; porque no se trata de acumular conocimientos ni datos, sino de preparar a las personas para la vida y desarrollarlas como tales en todas sus potencialidades, lo que ya se inicia desde la infancia. A los cinco años comenzamos a ir al colegio, ya que, hasta ese momento, nuestra educación se circunscribía a la familia y círculo social; y de los cinco a los

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quince recibimos una enseñanza teórica y práctica sobre todos los ámbitos de la vida, de tal manera que podemos formarnos una opinión personal sobre todos esos aspectos y desarrollar una vida independiente si quisiéramos. Y, como ya hemos aprendido a conocernos un poquito, y sabemos un poquito de todo, podemos elegir qué camino vamos a emprender en la vida, por lo que, entre los dieciséis y los diecisiete años, la formación, sin dejar de ser general ya es más cualificada, con el fin de que, si así se ve oportuno por nuestra parte y la de los formadores, podamos pasar a una escuela especializada para completar nuestra educación.

Así llegamos hasta una escalera, y Agustín interrumpió su explicación para decirme:

—Voy a bajar por la escalera, porque, como sólo es un piso y me tengo que mantener lo más activo posible, debo hacer este ejercicio.

Y fue a agarrarse al pasamano. Yo le ofrecí mi brazo para que se aferrase a él con la otra mano, y aceptó. Y de esta guisa iniciamos el descenso. Él prosiguió:

—Pero todas las escuelas, a pesar de ser especializadas, no pierden su carácter integrador, y más que memorizar datos e informaciones, que para eso tenemos las tablillas, lo que nos enseñan es a integrarlos, relacionarlos, organizarlos y deducir con ellos, es decir, utilizar la inteligencia para lo que una máquina nunca sería capaz de hacer; y, el resultado, integrarlo en un contexto de vida, no en algo vacío o muerto, de tal manera que, en el caso de las ciencias médicas, siempre puedas proporcionar una ayuda a un enfermo sea cual sea su necesidad, desde lo más físico que podría hacer cualquiera, a lo más espiritual, aunque sin llegar a la ayuda sacramental propia de los sacerdotes, incluyendo todos los pasos intermedios.

—Si no lo entiendo mal es que uno pueda hacer tanto de celador, como de auxiliar, o enfermero, médico, psicólogo o director espiritual, que son las distintas especializaciones de mi época, si llegara el caso.

—Sí, eso está mejor expresado; lo que pasa es que, hoy en día, esas especializaciones están muy desdibujadas o casi no existen de esa manera. Ni tampoco las superespecializaciones de tu época en las que uno sabía mucho de una materia muy pequeña, pero prácticamente nada del resto. Ahora sí hay expertos en determinadas materias pero que no pierden la perspectiva unitaria integradora. Y es que esa visión de la realidad, de partirla en porciones muy pequeñitas y separadas, era una consecuencia de la mentalidad o cosmovisión aportada por el idioma inglés, preponderante en tu época; pero dicha visión exclusivista desapareció cuando aquél la perdió, con lo cual cambió por completo el enfoque general de la ciencia. Y la ciencia pasó a ocupar un lugar secundario con respecto a la vida y el ser del hombre, todo ello en relación a Dios.

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Nuestro tranquilo paseo estaba siendo sazonado por toda suerte de saludos y hasta paradas por parte de todo aquel con mono blanco con quien nos cruzábamos, prueba palpable de que Agustín era el gran abuelo de una gran familia; y no sólo a él, sino también a mí parecían conocerme, cosa que ya me resultaba rara, habida cuenta de que, en mi paso por el Ministerio de Historia, aquello no me había ocurrido, al menos de una forma tan evidente. Pero el camino pareció tocar a su fin cuando Agustín se detuvo, cerca de una habitación de esa segunda planta, para decirme:

—Te he traído aquí para presentarte a Ganímedes, un goguiano que recogimos en Libertaria en unas condiciones pésimas, pero que, una vez recuperado de todos sus males y superada, al parecer, su dependencia a la droga, no quiere volver a su lugar, y ha pedido probar en la hospedería de integración; pero que cuenta una historia muy curiosa que quiero que conozcas.

—Por la experiencia que yo tengo de mi época, los drogadictos son una fabulación con pies y mienten más que hablan, no creo que sea muy de fiar nada de lo que pueda decir.

—Efectivamente, suele ser así, pero es que refiere cosas que, aunque sean extrañas, impresionan como si tuvieran sentido. Al menos ése es el pálpito que a mí me da, por eso quiero que tú las escuches a ver qué te parecen. A pesar de lo delgado y mal encarado que le veas, ha cambiado como de la noche al día de cuando llegó aquí. Yo vengo de vez en cuando para darle un rato de charla, y que su estancia no se le haga insufrible. ¡Vamos!

Y, tras estas palabras, nos adentramos en la habitación sin pedir permiso, pero introducidos por el saludo de Agustín:

—Hola, Ganímedes, mira lo que te traigo. Hoy vengo acompañado de un amigo para que lo conozcas.

Ganímedes, que miraba por la ventana, se volvió al escuchar el saludo. Su aspecto cetrino, quemado por el sol, con el rostro deformado además de su delgadez, era semejante al de los drogadictos muy baqueteados por el tiempo que yo había visto en mi época. Tras los saludos de rigor, tomamos asiento y Agustín introdujo la conversación.

—Pues tenía la visita de este amigo, y como le he hablado de Libertaria, porque él no es de aquí y no lo conoce…, he pensado que quién mejor que tú para que le cuentes; y como él está muy documentado en la vida de finales del siglo XX, que se parecía en muchos aspectos a la que se vive en Gog, se me ha ocurrido que podíais entenderos muy bien.

—Pero no es lo mismo estar muy documentado que experimentar en carne propia esa vida —respondió un tanto receloso Ganímedes.

—Hombre, yo lo único que pretendía (repuse, intentando aminorar su reticencia) era contrastar con alguien con verdadera experiencia eso que se dice del parecido entre ambas épocas.

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Este comentario, en el que se le reconocía implícitamente una autoridad al respecto, pareció tranquilizarle, y comenzó a hablar con más distendimiento.

—Bueno, yo no sé cómo pudo ser la vida en ese siglo, pero lo que sí le digo es cómo lo es ahora. Es, tanto tienes, tanto vales. ¡Si tienes monis…! Eres el rey y vives como Dios. Y, si no lo tienes, eres una mierda y ya te puedes pudrir por las esquinas.

—“Monis” significa dinero —aclaró Agustín—. Lo digo porque, como en la Ciudad no se utiliza dinero, lo mismo mi amigo no sabe a qué te refieres.

—Bueno, sí; que a veces no me doy cuenta de que no estoy en Gog, y aquí tengo que hablar más a lo fino, como yo hablaba antes.

—¿Entonces, antes ocupabas un buen lugar en la sociedad de Gog? (Pregunté para darle pie a que me contara su historia.)

—Sí, claro. Antes era técnico en una empresa importante de Adelaida, y estaba muy bien considerado y ganaba un buen sueldo; y como lo que hacía, lo hacía bien, se fijaron en mí y me ofrecieron la posibilidad de un trabajo mejor, en el que se ganaba bastante más pero porque tenía sus riesgos; pero como yo no tenía una familia en la que pensar ni tampoco quería esas ataduras, pues acepté el cambio. Bueno, había tenido unos cuantos rolletes y algunas parejas algo más estables, pero nada serio. Así que en el nuevo trabajo, como era bueno en lo mío, también me fue bien, y me propusieron participar en unas misiones especiales con respaldo del gobierno, y como eso me ofrecía la posibilidad de codearme con gente muy importante y utilizar una tecnología desconocida en la Pocilga. Perdón, pero es como nosotros llamamos a la Nueva Jerusalén, lo que aquí dicen la Ciudad. Pues no lo dudé. Cuando yo me vi subido en una de esas naves parecidas a los transportes normales, que con sólo elevarse en la atmósfera y sin llegar a salir totalmente de ella podían viajar en el tiempo y alcanzar cualquier momento de la historia, me creí el rey del universo. Y cuando regresábamos, nos trataban como a héroes, con lo que yo acabé creyéndome con derecho a todo, y volviéndome insoportable.

—Anda, Ganímedes —interrumpió Agustín—, ¿por qué no le cuentas lo que hacíais en esas misiones?

—Pues cosas simples; investigar y traer muestras del pasado para conocerlo mejor. Cuando viajábamos a épocas muy remotas, usábamos unos monos parecidos a los vuestros pero totalmente herméticos y con una escafandra, para que no nos fuera a entrar ningún microorganismo desconocido para el que no tuviéramos tratamiento, o para mantener nuestra propia proporción de gases para respirar, y no las atmósferas antiguas, que en La Tierra ha habido de todo. Pero cuando viajábamos a épocas históricas más conocidas y para las que sí nos podíamos vacunar o disponíamos de un tratamiento, en esos casos podíamos prescindir de la escafandra, incluso del mono; y hasta se podían usar vestimentas de la época para pasar desapercibidos si fuera preciso. Otras veces usábamos robots biónicos para asustar a la gente y que huyera despavorida, así nos dejaban tranquilos. Lo que no me gustaba es cuando teníamos que coger a algún sujeto para sedarle y realizarle una endoscopia y así poder extraerle muestras genéticas y de tejidos o dejarle un control. Generalmente les solíamos hacer una colonoscopia para que luego ellos, con la sedación, la tomaran como una fantasía sexual. A mí,

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aquello de utilizar a los seres humanos como animales de laboratorio, me incomodaba muchísimo. Sin embargo, cuando en la prehistoria, que teníamos menos cuidados, nos tomaban por dioses…, aquello te daba una sensación de poder que te compensaba los otros sinsabores. Me acuerdo una vez que al intérprete le preguntaron mi nombre, y él les explicó que yo servía el néctar en la mesa de los dioses… Lo que nos pudimos reír cuando luego me contó lo que les había dicho. Bueno, y de éstas, muchas. El caso es que aquello me acabó cansando y dejándome insatisfecho, y yo quería disfrutar de la vida, y como había acumulado mucho dinero me lo podía permitir. Así que decidí que, como la vida es un suspiro, tenía que aprovecharla al máximo; y dejé el trabajo y me fui a vivir a Libertaria. Y allí me dediqué a hacer todo lo que se me ocurría, pero como nada acababa por satisfacerme del todo, probé el nirvana…

—Una droga extasiógena —puntualizó Agustín.

—Y de ahí fui cada vez a más, hasta ver el fin a todo el dinero que me quedaba. Pero cuando quise conseguir dinero de nuevo para continuar con la droga a la que estaba enganchado más que a cualquier otra cosa, pues ya no era capaz de hacer mi trabajo de antes y ni siquiera mantener otros más corrientes o vulgares, por lo que tuve que acabar vendiendo mi cuerpo, y, hasta yo mismo, como esclavo; pero como terminé siendo inútil para mis dueños, éstos me echaron a la calle y me vi mendigando. Así fui a parar a los arrabales, para poder comer de la basura que me encontraba en el suelo. Muy enfermo y a punto de morir me encontraron los de ayuda ciudadana. Me preguntaron si quería venir… y aquí estoy.

Un silencio respondió al final de su exposición. Yo estaba impresionado y no sabía qué decir. Fue Agustín el que añadió la faceta positiva a la historia.

—Y ahora que ya está restablecido, y más todavía que se va a reponer, va a buscar una nueva perspectiva a su vida, empezando de nuevo como si fuera un niño pero con la lección aprendida, y va a probar nuestra forma de vida, ¡para la que no hay nadie inútil!, en la hospedería de integración. Y como aquí no hay forma humana de conseguir nirvana ni nada parecido, pues no tiene ningún riesgo de recaer en nada de lo pasado, con lo que puede decidir con tranquilidad si quiere permanecer en la Ciudad o, volver a Gog, pero a una vida más equilibrada.

—A mí esto me gusta —comentó Ganímedes—, a pesar de que yo pensaba que esta forma de vivir era un aburrimiento total, pero me he encontrado en la gente una felicidad que yo no había visto nunca, como que transmiten una paz que yo jamás he sentido; y eso quiero saber a qué se debe. Me dicen que es Dios el que se la da, pero yo nunca me he encontrado con Él. Así que tengo curiosidad por averiguarlo.

—A lo mejor (maticé), al final te encuentras con que Dios había estado siempre contigo, lo que pasa es que no lo veías porque mirabas para otro lado.

—No sé —respondió—. Ojalá y fuera así. En ese caso sería para darme de cabezazos contra la pared.

—No será necesario (sentencié), ya verás como descubres que Jesucristo ya se dio los cabezazos por ti.

Se me quedó mirando sin entender muy bien lo que le decía, y, como no sabía qué responder, me preguntó:

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—Le ha parecido semejante, lo que le he contado de mi vida, con lo que sabe ocurría en el siglo ese?

—Semejante no, una copia. Salvo, claro está, lo de los viajes por la historia; pero, por lo demás, similar en todo. Claro que no todas las vidas en los finales del siglo XX y principios de XXI eran así; pero había unas cuantas. Aunque, bien mirado y salvando las distancias, se trata de una pauta común de todo aquel que vive sin Dios.

—Pero si es tan parecida esa época a la nuestra, ¿cómo solucionaron entonces el problema? —Preguntó Ganímedes.

—Pues con Dios, claro está —apostilló Agustín—. Dios intervino, porque Él es el Señor de la Historia, y es ahí donde se cifra el origen de la Ciudad.

—¿Y no podría intervenir ahora? —Inquirió Ganímedes de nuevo.

—Seguro que lo hace —prosiguió Agustín—, pero no siempre actúa de la misma manera. Puede estar obrando delante de nuestras narices y no darnos cuenta, porque lo hace con sencillez y discreción. Ya lo aprenderás a medida que vayas teniendo experiencia personal de Él. Date tiempo.

—Ganímedes, tengo una curiosidad que me gustaría me respondieras (le dije). Si te hubieran ofrecido la oportunidad de venir aquí antes de encontrarte en las últimas, ¿habrías aceptado?

—Seguramente no.

—Gracias. Eso es lo que suponía.

—Es que sólo una fuerza muy grande —precisó Agustín— puede poner en cuestión un planteamiento previo que totalice toda tu vida. Es como estar sumido en un profundo sueño del que sólo con un bofetón se puede salir de él. Y ésa, además, es la última oportunidad, porque, si aun así no despiertas, es que has entrado en coma y tu vida pende de un hilo. Por esa razón renunciamos a intentar abrir una misión en Libertaria, aparte del peligro que ello suponía, porque la gente que aún no había caído por la pendiente era impenetrable a nuestro testimonio; y optamos por sólo dedicarnos a los más perdidos del extrarradio. A veces pienso que el grado de sufrimiento desesperado que estamos dispuestos a soportar depende de nuestras ganas de despertar de ese mal sueño, de nuestra tolerancia al dolor. En fin…, son cosas mías.

—Otra cosa, Ganímedes (inquirí de nuevo), y en tus viajes por la historia, ¿no te cuestionaba, o les cuestionaba a quienes te enviaban, que pudieran modificar la historia de todos?

—A mí me contaron que, en los primeros viajes que se hicieron, se comprobó que la historia era como una gran esponja que todo lo absorbía, y que, prácticamente, podías hacer lo que quisieras sin consecuencias palpables. De hecho yo no notaba nada, ni cambiaba nada de lo que conocía. Algunos magoguitas que a veces nos acompañaban decían que eso se debía a que todo ya estaba previsto, porque todas nuestras obras estaban predeterminadas, y puesto que el hombre no era libre, podías hacer lo que quisieras sin responder de sus consecuencias.

—¡Pero eso es un contrasentido! (Espeté en voz alta sin pretenderlo.)

—¡Ah, no sé! —prosiguió—. Eso es lo que ellos decían. Sin embargo ellos no eran tan intervencionistas como nosotros, y como que enseñaban a los

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naturales cuando se presentaba la oportunidad. Iban más de maestros y sabios que nosotros, incluso les liaban con asuntos de sus filosofías. Como nosotros éramos más de lo que se puede tocar, íbamos más a lo práctico.

—Aunque la conversación está muy interesante —interrumpió Agustín—, creo que nos vamos a tener que ir yendo. Ya sabes, Ganímedes, que a mí me cuesta andar grandes trechos, y aún tengo que despedir a mi amigo antes de ir al comedor para la cena. Ya te vendré a ver en otro momento antes de que te vayas a la hospedería de integración.

—De acuerdo. Aquí estaré —le respondió Ganímedes.

Y tras las despedidas pertinentes, salimos de la habitación. Enseguida Agustín, mientras desandábamos nuestros pasos por el pasillo, me preguntó:

—¿Qué te ha parecido? Tenía ganas de que me contaras tu impresión.

—Pues muy impactante. Una vida terrible que yo no sé si, puesto en su lugar, hubiera sido capaz de llevar hasta el final.

—Es verdad, pero es que en estas personas que no creen en nada, se conserva una fuerza misteriosa que les aferra a la vida como su única posesión, como una escondida esperanza de salvación que perpetúe su vida. Sin embargo en Gog, y especialmente en Libertaria, se producen muchos suicidios por desesperación.

—Pero te digo lo mismo que a una amiga mía de mi época cuando me enteré de que otra se había tirado desde la ventana del último piso de su edificio: «No puedes perder nunca la esperanza, porque sabes que entre la ventana y el suelo siempre está Dios».

—Afortunadamente, afortunadamente, y Dios siempre tiene la última palabra.

Así llegamos a la escalera por la que anteriormente descendimos, y Agustín me dijo:

—Mira, como yo soy muy cabezón, y, si puedo no utilizo el elevador para no quedarme anquilosado; aprovechando que estás aquí, me vas a ayudar a subir las escaleras.

—Pues claro. (Respondí resueltamente. E iniciamos el ascenso apoyándose en mí. Y el me siguió preguntando.)

—¿Y lo de los viajes por la historia? Eso es lo más chocante de todo. Ahí es donde puede esconderse la fabulación. ¿Qué opinas?

—Pues después de haber estado hablando con alguien del Ministerio de Historia en Los Ángeles, y aunque no me detalló cómo actuaban los goguianos, creo que todo lo que nos ha contado Ganímedes resulta de lo más creíble, por muy absurdo y disparatado que nos pueda parecer. Tiene coherencia interna y encaja con las respuestas que dan en la Ciudad, vamos, en la Concejalía General, a tales hechos. Según me explicó, ellos tratan de minimizar las consecuencias de todos los desmanes que realizan en la historia los goguianos, que, como ves, son nutridos y sustanciosos, y bien pudieran ser tal como nos los ha contado.

—¡Madre mía!, llegar a viejo para ver esto. El caso es que ya te dije que lo que contaba Ganímedes tenía un algo que no me impresionaba como fruto de un delirio…, pero de ahí ¡a que todo sea cierto…!

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—Bueno, no sé si todo será tal cual nos lo ha contado, pero sí que hay mucho de cierto en ello. Además, esto explicaría, dándoles un sentido nuevo, todos esos acontecimientos de la historia envueltos en el mito y la leyenda, que vendrían a ser como una especie de recuerdos del futuro; como un bucle histórico en lo que no se sabe qué es antes si el huevo o la gallina.

—Y en ello también se cumplirían todos esos anuncios que tanto nos repiten a nosotros de que nos encontramos ya en la disolución de la historia, antesala del eterno presente.

—En mi época también anunciaban que estábamos en el final de los tiempos, pero, aunque no eran anuncios oficiales como en vuestro caso, los que lo anunciaban, en el fondo, tampoco tenían ni idea de cómo se iba a desarrollar, y había explicaciones para todos los gustos que, por lo que yo he deducido de lo que he visto y oído desde que estoy aquí, ninguna acertó.

—Pero es que el futuro siempre pilla de improviso, porque, si no, no sería futuro; y lo propio del futuro es pillar a todo el mundo desprevenido, para que así tenga que reaccionar según la verdad de su corazón. Hasta un niño sabe que lo que uno conozca de su futuro puede coartarle la libertad.

—Sí, lo que me llevan repitiendo a mí desde que estoy aquí.

—Vaya, siento haberlo hecho yo también. Pero es que es algo muy evidente que nos cuesta mucho aprender.

—Lo que sí me preocupa, porque me parece verdaderamente peligroso, es lo que nos ha contado de la teoría de los de Magog sobre la predestinación de todo, porque resulta una explicación creíble de esa realidad histórica para quien no se pone a pensarlo con detenimiento.

—¿Tú crees?

—Por eso precisamente lo digo.

En ese momento llegamos a la altura de su habitación, y Agustín me dijo:

—Anda pasa, que eso me lo tienes que explicar antes de irte. Ya iré yo luego, tranquilamente, al comedor como todos los días. Además, antes tengo que pasar al aseo.

Y así lo hicimos. Yo seguí exponiendo mi visión del asunto.

—Digo que resulta una explicación creíble si se mira desde dentro de la historia, y se tiene un concepto del hombre atrapado en una historia de la que no puede escapar. Pero ésa es una visión sin Dios aunque sea una visión creyente. Me explico: Es la visión de quien sabe de la existencia de Dios, y que incluso puede seguir sus directrices, pero que en el fondo no confía en Él, y lo tiene conceptuado más como un ente que como una persona. Pues quien tiene esta visión es quien puede verse preso de la historia. Sin embargo, quien tiene a Dios como Padre, lo tiene como Hijo y lo tiene como Espíritu Santo, sabe que Dios no se agota en la historia sino que va más allá, porque la historia es Creación y Dios no. Por eso el hombre, como último gesto, ha de poner su entera confianza en Dios, sabiendo que sólo Él le sacará de la aparente predestinación de la historia, y, en consecuencia, no se dejará arrastrar por la aparente evidencia de esa teoría. Entonces es cuando descubrirá su completa libertad y podrá superar la historia para ser Dios con Dios, merced a Su gracia.

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—Pues no has dicho nada que no supiera, pero sí me has dado luz con respecto al peligro al que aludías y que yo no acababa de ver. Yo no sé cuanto me quedará de vida, pero sí te digo que, lo que me quede, estaré alerta para que esa teoría no se infiltre en mis conocidos ni en mi medio.

—Bueno, me parece que ya ha llegado el momento de que me despida.

—¿Vas a ir por fin a ver a Pablo a la misión de Melburne como te dije?

—Sí, eso quiero.

—Pues cuando vayas allí no lleves puesto el mono, porque llamarías la atención y enseguida serías identificado como miembro de la Ciudad, lo cual no creo que te beneficie.

—De acuerdo, así lo haré. Me ha encantado conocerte.

—Lo mismo digo. Recuerda que la oración une a las personas, así que ¿si te sobra un padrenuestro…?

—Cuenta con ello.

Estas fueron mis últimas palabras, porque inmediatamente me vi atravesando la puerta de mi fantasía que me permitía regresar a mi realidad cotidiana. Aunque ya lo hice sin el mono, que quedó colgado en la puerta según me recomendara Misael.

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Aproveché todo mi tiempo disponible para redactar lo mejor que supe mis últimas experiencias, y así reanudar lo antes posible mis indagaciones. Y en cuanto vi la oportunidad la aproveché. Esta vez dejando el mono en su lugar, y con mi ropa habitual de principios del siglo XXI visible.

Al otro lado de la puerta me esperaba un espacio interior amplio con multitud de asientos, todos ellos orientados hacia un lugar de dicho espacio donde pude reconocer un altar, una imagen de Cristo crucificado y un sagrario, y, en un lateral, una imagen de Nuestra Señora: Estaba en el interior de una iglesia. Delante de mí un hombre arrodillado, con los ojos cerrados y ensimismado en su oración, se estremeció ante mi presencia y, abriendo los ojos, giró su cabeza para mirarme. Exclamó:

—¡Al fin te dejas ver por aquí! ¡Te has hecho de rogar!

—¿Me esperabas? (Le dije.)

—Pues claro, la Ciudad entera te espera, y todos estos pobres de Gog, aunque no sean de la Ciudad y ni siquiera lo sepan, también.

De todas las bienvenidas que me habían dado, aquella era la más extraña y me dejaba un tanto desconcertado, pero atiné a decir:

—Ha sido Agustín de Perz el que me ha indicado que viniera a hablar con un sacerdote llamado Pablo, misionero en Melburne.

—Pues ese Pablo soy yo —me respondió con una amplia sonrisa a la vez que se levantaba para acercarse a mí—. Y ésta que ves es mi iglesia, ahora sin gente porque están en sus ocupaciones. Pero yo no soy el único misionero, aquí estamos tres: Arturo, Pedro y yo; porque tenemos a mucha gente que atender aunque parezca mentira.

—Yo venía porque me gustaría saber cómo es la vida en una misión.

Pero no me dejó seguir, porque él me anticipó:

—Sí, ya sé que lo tienes que escribir, y que mi parte consiste en ayudarte todo lo que pueda.

No pude decir más que «Ah», porque aquello de que fueran por delante de mí en todo, y que parecían conocer al respecto cosas que yo no sabía, me superaba. El prosiguió:

—Estoy dispuesto a responder a todas tus preguntas desde ahora mismo.

—Haría tantas que no sé por dónde empezar. Por ejemplo: ¿Cómo se originó esta misión?

Pablo me hizo un gesto invitándome a sentarme a la vez que él lo hacía y comenzaba su relato.

—Cuando, tras la fundación de Gog, se produjo el gran éxodo de australianos al resto de la Ciudad, aquí permaneció una colonia. Pero fue tal la

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presión de los goguianos y las persecuciones que desencadenaron después, que la mayoría de los que subsistieron aquí acabó también por emigrar. Sólo unas pocas familias se quedaron pese a todo, pero la colonia desapareció, y estas familias tuvieron que apañárselas, adaptándose al modo de vivir de los goguianos. Con el tiempo, este pequeño núcleo, que permanecía aislado del resto de la Ciudad, pudo ponerse en contacto con una de las colonias que aún subsisten en Australia, y solicitar un sacerdote para que les acompañara en su vida espiritual y oficiara los sacramentos. Un sacerdote vino de incógnito para reconocer el terreno y valorar la situación. Visto su informe y posibilidades de establecer una misión permanente, la diplomacia se puso en marcha y se consiguió la autorización para abrir una misión oficial de la Ciudad, y así se consiguió levantar esta iglesia y su centro social anejo, que fue el germen de lo que tenemos hoy.

—Tuvo que ser muy difícil, pero muy interesante ese comienzo.

—Sí, efectivamente. Nos tuvimos que inspirar en las antiguas misiones, cuando se extendía el Evangelio por el mundo, para aprender de ellas y saber qué hacer.

—¿Y cómo se ha podido crecer en un medio tan hostil? ¿Cómo lo hicieron entonces, y cómo lo lleváis ahora?

—Cuando se establecieron aquí los primeros misioneros, comprobaron que, la vida que desarrollaban esas pocas familias que te decía, era similar a la que llevaban los cristianos perseguidos de tu época, contemporizando con su medio social, completamente desorganizadas como cuerpo, pero manteniendo con alfileres su fe y sus principios morales. La labor de esos primeros misioneros, sostenidos humanamente por esas familias, ya que la ayuda de la Ciudad aquí no podía llegar, fue la de elevar su esperanza y profundizar en su fe para que, sobre esos cimientos, pudiera cuajar la argamasa del amor que, a la vez, diera pie a que la organización como cuerpo pudiera volver a brotar. Ése fue el origen del centro social que surgió como una ampliación de esta iglesia. Ya sabes que la visión del sentido de Iglesia como sólo culto había evolucionado al de Iglesia como Cuerpo, abarcando todos los ámbitos de la vida del hombre y no sólo el culto; circunstancia que, físicamente, también se expresó como una ampliación de las dependencias del templo. Como en Gog había vuelto a implantarse el dinero, con toda la multitud de problemas asociados que eso lleva, tuvimos que resucitar la concejalía de economía de los primeros tiempos de la historia de la Ciudad; mientras que, entre nosotros, promovíamos el resurgimiento de esa gratuidad, propia de la familia, pero ahora extendida al concepto de cuerpo. Así comenzamos a formar pequeños núcleos de ayuda, sólo entre nosotros, para conseguir consolidar esa primera célula familiar global, que permitiera luego extender esta ayuda a círculos más amplios. Y así, aunque cada uno tenía sus trabajos remunerados, su tiempo libre lo empleaba en integrase en esta pequeña organización interna, ofreciendo sus dones, cualidades y talentos para el bien común. De esta manera establecimos nuestra formación complementaria a la que nos llegaba a través del medio social o a la que nos imponía el gobierno de Gog, con el objetivo de, poco a poco, irnos independizando de toda esa influencia dañina y manipuladora. Y en eso estamos. Cuando consigamos la total independencia, esto se convertirá en una colonia de la Ciudad y dejará de ser misión.

—Me imagino que eso no lo consentirá Gog de ninguna de las maneras…

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—Desde luego, poner todas las dificultades posibles, las pone. Pero como su sistema organizativo se basa en el soporte económico, y como la gratuidad ha venido a ser la espada de Alejandro Magno frente al nudo gordiano de la economía, la tela de araña económica con la que pretenden envolvernos se muestra impotente frente a ella; por lo que tienen que recurrir a la coacción y a la manipulación ideológica, pero, de todo esto, la que nos defiende es nuestra fe. Nosotros tenemos la verdad y ellos no, con lo que siempre llevamos todas las de ganar. Al final sólo les queda la fuerza bruta que ejercer contra nosotros, y ése es el momento de actuación de la diplomacia. Si superamos todas esas pruebas, habremos ganado.

—Por lo que veo los sacerdotes sois una pieza clave en todo el proceso…

—Somos una pieza más, no sé si clave, pero, desde luego, no determinante, porque sin gente dispuesta a implicarse en el proceso no se podría hacer nada.

—Pero sin vuestra “chispa” no se podría encender esa mecha, creo yo.

—Sí, es posible. Creo que sí tenemos una responsabilidad directa en ello.

—Pues en mi tiempo, vamos, en mi época, esa “chispa” no prenderá porque yo les veo que miran para otro lado y que sus preocupaciones son otras.

—Yo, de tu época, no puedo hablar, o mejor dicho, no te debo hablar; pero sí te digo que la Ciudad no ha llegado a ser lo que es por generación espontánea, sino que ha tenido un principio, un origen; y eso será por algo.

—Pero yo veo mucha negligencia y desinterés.

—Y cada cual será responsable de la parte que le toque. Pero eso es sólo lo que tú ves. Y no te puedo decir más.

—Perdona por mi insistencia, pero es que me preocupa el asunto, y me ha salido por la boca. Pero, tienes razón, que yo no estoy aquí por eso. Otra cosa que me gustaría a mí saber más en detalle es cómo funcionáis, como es la vida cotidiana en la misión.

—Para que entiendas mejor el “ahora” voy a remontarme un poco al “antes”, cuando la vida en la misma se centraba en el culto. Aquí la gente venía, al principio, igual que se hacía en tu época, a las celebraciones litúrgicas y de los sacramentos y ya no se les volvía a ver para nada; salvo a los más comprometidos, que fue con los que se empezó a trabajar. Se ofrecieron unos talleres en los que se explicaba, de forma más práctica que teórica, la forma de vivir organizadamente a modo de embrión de cuerpo humano, en el que las células que lo conforman, en un primer momento valen para todo y hacen de todo, pero a medida que el cuerpo se desarrolla se van especializando y diversificando, al ir aumentando el número de integrantes de ese embrión inicial. Y con los primeros que se ofrecieron se consiguió abrir el centro social. Centro en el que se compartían conocimientos, experiencias, al fin y al cabo, vida; y siempre gratuitamente, por supuesto, y sin ningún tipo de compensación para ir inculcando la gratuidad. A medida que se consolidaba el núcleo inicial, éste se iba abriendo y volviéndose expansivo, por lo que también aumentaba en número y en posibilidades; y de tal manera, que cada vez se necesitaba menos dinero para cubrir las necesidades vitales, y menos, el dinero, como base de subsistencia y desarrollo. Claro, se sobreentiende que esto no

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puede realizarse si no hay un compromiso de fe en cada uno de los integrantes de este núcleo o célula inicial, por lo que se cuidaba de que nadie se integrara en él sin ese fundamento esencial. Y, a medida que se ponían por obra los principios constituyentes de la Ciudad, el núcleo inicial resultaba más atractivo e iba creciendo como crecen los sólidos cuando cristalizan, volviéndose todo un mismo cristal. Con lo que llegamos a la situación compleja actual, en la que tenemos gente que trabaja remuneradamente fuera de la misión, entendida ya la misión no como las paredes que conforman esta iglesia y su centro social adosado, sino como todo el entramado vivencial y personal que la sustenta y le da sentido. Pues bien, estas personas aportan todo o parte de sus ingresos a la economía común. Las que lo aportan todo es porque viven en la misión, es decir, en viviendas pertenecientes a la misión; mientras que las que realizan una aportación parcial es que sólo colaboran con ella pero no están plenamente integradas. Con ese dinero cubrimos las necesidades básicas de todos los miembros de la comunidad plenamente integrados, incluidos los que no reciben ninguna remuneración; procurando que todas esas necesidades básicas vayan siendo cubiertas entre nosotros mismos de forma que no haya que utilizar el dinero para conseguirlas. Y con lo que nos sobra, porque siempre nos sobra, aunque parezca mentira, porque practicamos la austeridad, intentamos paliar las necesidades de nuestro medio externo. Al que también ofrecemos formación, y, por supuesto, evangelización. Este templo es el centro espiritual de todo y de donde se sacan las fuerzas y la ilusión para todo, pero la gente, nuestra gente, reza también en sus casas, por las calles y donde sea menester. Bueno, no he dicho, aunque creo que lo habrás supuesto, que hay muchos grados de integración, y que siguen existiendo los que sólo vienen a misa los domingos, o sólo algunos domingos, y ya está; y desde ahí toda la gama y todas las combinaciones imaginables. Pero el soporte fundamental reside en la comunidad de los plenamente integrados, que, aunque puedan no vivir juntos, si viven en comunión.

—Yo no entiendo, pero ¿la Ciudad no podría facilitaros las técnicas de cultivo artificial, por ejemplo, para que vosotros cultivaseis vuestra propia comida, ya que ellos no os la pueden facilitar físicamente?

—Sí, claro, eso ya está. Pero es que el problema no son las técnicas, sino las personas y su disposición. Por eso todo se retrasa y ralentiza muchísimo. Hasta que aquí se comenzó a cultivar en las casas y construir huertos colgados en los locales, pasó mucho tiempo entre dudas, vacilaciones y temores. Y más teniendo en cuenta que la austeridad en la alimentación no es precisamente el ideal de Gog, lo que supone el ir completamente contracorriente. Incluso pasamos de tapadillo muestras de cultivo cárnico y de pescado para cultivarlas nosotros y autoabastecernos de carne para depender menos del capricho de los mercados.

—¿Cultivo de carne? (Me asombré, poniendo cara de cierta repulsión.)

—Pues claro, toda la carne y el pescado que se come en la Ciudad es cultivado.

—¿Entonces, la carne que comí en casa de una familia que me invitó en Los Ángeles era cultivada?

—Sí, no se utiliza otra.

—Pues yo no noté nada, y la comida me pareció tan buena.

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—Pero es que apenas hay diferencia. Yo he probado la de aquí, que como son muy sibaritas buscan siempre lo que ellos piensan mejor, y me costó encontrar alguna diferencia. Además, cultivar un tejido viene a ser muy similar a hacer un yogur o ver crecer un pepino.

—No lo discuto, pero resulta algo tan artificial que no parece sano.

—Si no fuera sano nunca lo hubieran autorizado, de eso puedes dar fe. Y se tomó esa decisión para evitar el sacrificio de animales que tanto incomodaba a algunas personas y que, ciertamente, resultaba un tanto macabro. Así desaparecieron los mataderos, pero también las ganaderías de carne y la pesca como medio de subsistencia.

—¿Y las especies ganaderas?

—No, las especies se conservaron en reservas naturales y granjas escuela para la formación. Lo que desapareció fue las grandes ganaderías de consumo y las flotas pesqueras. ¡Menudos son los del Ministerio de Naturaleza! ¡Como para dejar que desaparezca algo! Si hasta recuperaron algunas especies desaparecidas que pudieran ser reintegradas en parques y en granjas.

—Qué interesante. Poder ver en el presente animales del pasado.

—Bueno, no te creas que eso lo hicieron indiscriminadamente, sino con cabeza; porque cuando un animal o vegetal desaparecía no era porque sí, sino que había unas razones que lo desencadenaban y esas no se podían dejar sin valorar. Hay que mirar primero la compatibilidad de una especie con una determinada época. Locuras de esas sí hicieron aquí, en Gog, que se trajeron algunas especies remotas, de esos viajes que se rumorea hacen al pasado, y que luego te venden como un logro de la recuperación genética de su tecnología. Pues quisieron desarrollar aquí algún dinosaurio. Cuando aquello creció y se les fue de las manos y comprobaron la estupidez que habían cometido, no tardaron ni un momento en devolverlo a la extinción. Y es cada cosa tiene su tiempo y su lugar, y deja de tener sentido si eso pretende cambiarse. Es como querer vivir la infancia en la madurez, con gente madura y con responsabilidades adquiridas: Un absurdo. Pues en la naturaleza biológica: igual.

—Bueno, en cierto modo es un reflejo de lo que pretende vivirse aquí. ¿Acaso no es un anacronismo espiritual pretender vivir como si Dios no existiera en esta época?

—Pues es verdad, tienes toda la razón. De hecho, nosotros, consideramos a Gog y a Magog como reservas, porque es como si te trasladaras al pasado, a la antigüedad, pero con tecnología y medios de esta época.

—Lo que decías antes de vivir la infancia en la madurez, cuando ya tu aspecto físico y tus condiciones vitales han cambiado: Cada cosa en su momento. En mi época, al hecho de querer madurar y prolongar la infancia más allá de su estado natural, se le conocía como síndrome de “Píter Pan”, que era una forma de reconocer que aquello no era natural.

—Y lo que ocurre aquí tampoco es natural. Precisamente para suavizar eso acabó por surgir Magog, que es menos beligerante e intolerante que Gog. Tendrías que visitarlo para que vieras las diferencias.

—Sí, eso tengo previsto para después de conocer esto. Será, Dios mediante, mi siguiente visita.

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—Pero antes, no te puedes ir de aquí sin que te presente a Diana, una goguiana conversa que te puede informar muy bien sobre las interioridades y la mentalidad preponderante en Gog.

—Lo que no puedo irme es sin que antes me cuentes cuál es tu función aquí, y la de los sacerdotes en general en la Ciudad.

—Mi función en la misión tiene algunos matices diferentes a la general de los sacerdotes en la Ciudad, pero no te creas que muchos. Fundamentalmente consiste en pastorear espiritualmente a la grey, es decir, supervisar el desarrollo y profundización espiritual de las personas, cuidando de que sea el adecuado, enseñándoles a ser dueños de su vida a través de la comunicación con Dios. De ahí que, tanto yo como los demás, fomentemos la oración como ocasión de encuentro personal con Dios, y los sacramentos como participación en su vida divina. Lo que particularmente en mí se concreta en estar disponible y accesible a cada persona, y en facilitarles esa accesibilidad también a los sacramentos para mostrar esa cercanía de Dios. En definitiva: celebrar todas las misas que sean necesarias, estar dispuesto para ofrecer la confesión y la dirección espiritual en cualquier momento, cuidar espiritualmente a los enfermos, sufrientes o que pasan un momento de prueba en su vida, y cuidarme yo en el mismo sentido que a ellos, porque yo no soy distinto ni especial; y atender la formación espiritual de todos, especialmente de los formadores y enseñantes, que son los que, a su vez, la tienen que transmitir; es decir, catequizar a quien catequiza. Y lo que más se diferencia, como tarea más propia de la misión, es ayudar a instaurar la organización como cuerpo, propia de la Ciudad, que, evidentemente, como en la Ciudad ya está instaurada, no es tarea nuestra. Ni siquiera la organización y coordinación general es tarea nuestra, porque si nos dedicamos a eso tendríamos que abandonar lo específico nuestro de ser puentes en la comunicación entre Dios y los hombres.

—Pues esa autoridad sí la tenían los sacerdotes de mi época.

—Ya, pero de eso han pasado muchos siglos, y entonces aún no se había profundizado en el concepto de Cuerpo, de Cuerpo Eucarístico de Cristo. Y, aunque al principio de la transformación del Pueblo en Iglesia, cuando lo que se profundizó fue el concepto de Asamblea Santa, ya se produjo la separación entre apóstoles y diáconos; enseguida, este intento de saltar a la fase de Cuerpo sin haber desarrollado la previa, desembocó en la fusión de ambos aspectos en la cualidad sacerdotal que tú comentas. Con ello se demuestra, como decíamos antes, que cada cosa debe ir a su tiempo. En este caso, no se puede ser mayor cuando todavía se es un niño. Hay que dar tiempo al tiempo.

—Pero como Dios pone unos plazos tan largos, comparados con lo que dura una vida, la impaciencia se apodera de uno.

—Pero ya sabes: Uno cosecha lo que otro siembra, así nadie puede ponerse medallas de falsos méritos. Y la maduración a este respecto debe de ser social, porque la individual no tiene garantías de perdurar; de ahí los largos plazos, que son los que necesita toda una sociedad para prepararse e ir asimilando los cambios. Y sólo cuando esa sociedad está dispuesta, es cuando es capaz de dar cauce a su propia evolución.

—Sí, es como el proceso de conversión individual pero transpuesto a una sociedad; y como nadie se convierte hasta que no ha alcanzado un punto crítico

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en su vida, pues a la sociedad le ocurre algo semejante. Sí, creo que ahora lo veo más claro. El problema, entonces, se le plantea al que se anticipa a su sociedad, que se enfrenta a una soledad incomprendida.

—Pero esa será una cruz que tendrá que llevar que le educará en la paciencia, pero no en una paciencia abúlica, sino en una paciencia emprendedora, generosa, que va dejando flechas y pistas que señalan el nuevo camino. Así son todos nuestros santos, así eran los profetas del Antiguo Testamento. Ellos suponen un espejo en el que mirarnos y un consuelo en nuestras soledades. Y todo esto sin contar a Dios, que es quien verdaderamente nos acompaña desde el centro de nuestro ser, por eso la soledad del creyente siempre es relativa, y no tiene ni punto de comparación con la que siente el no creyente. Anda, vamos a ver a Diana para que ella te lo cuente de primera mano.

Y levantándose, me hizo ademán de que le acompañara, encaminándonos hacia la puerta principal de la iglesia, y mientras él me explicaba:

—Aunque podemos pasar al centro social por dentro, vamos a hacerlo por fuera, para que veas el jardín y un poco de la ciudad, aunque sea de refilón.

Antes de salir del templo nos giramos para realizar una genuflexión de despedida hacia el Señor presente en el sagrario, testigo mudo de toda nuestra conversación. Pero al atravesar el umbral, una sensación interior, como una voz, me dijo: «Soy Misael. Ya sé quién es Juan. Lo encontrarás en Jerusalén.»

Me quedé sorprendido por la forma y manera inesperadas de recibir el mensaje de Misael, y no pude por menos que comentarle a Pablo:

—Acabo de recibir un mensaje interior de un amigo de Los Ángeles que me informa de que una persona a la que yo estaba buscando se halla en Jerusalén, así que ahí es el primer sitio adonde me tengo que dirigir en cuanto que hablemos con Diana.

—Bien —respondió Pablo—, y así, de paso, puedes visitar nuestro Ministerio de Culto, que está ubicado allí.

—Pero… ¿los ministerios no están todos en Los Ángeles? (me sorprendí de nuevo.)

—Todos menos el de culto. Comprenderás que el simbolismo de colocar la sede de culto de la Nueva Jerusalén, que es el nombre oficial de la Ciudad, en la Antigua Jerusalén no se podía desaprovechar; con todo el mensaje didáctico que eso conlleva. Y como la comunicación hoy en día es bastante fácil, e, incluso, la gran mayoría de nuestros representantes saben bilocarse, pues la coordinación no resulta nada complicada.

—Sin embargo, me han contado que el Alcalde General, o sea, el Mayordomo había asumido también la representación última del Ministerio de Culto…

—Sí, es verdad; pero suponemos que eso es algo temporal motivado por problemas de coordinación en la Ciudad y el surgimiento de un pequeño cisma en ella. Espero que esa medida tan excepcional se resuelva en poco tiempo. De momento, eso, a mis compañeros de la Ciudad, les ha supuesto cambiar el color de su mono, del blanco al negro, el color de los responsables; cambio que en las misiones no nos ha afectado, puesto que usamos muy poco el mono, y en

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público vestimos a la usanza del lugar, como ves. ¡Pero una usanza discreta! no los adefesios que se ven por ahí, porque en Gog cada uno va vestido como bien le parece.

—Por eso a mí me recomendaron que no me pusiera el mono para venir aquí.

—Sí, pero eso sólo para pasear por la calle, que es el único lugar donde el mono llama la atención; pero, precisamente, por ser la vestimenta usual en la Ciudad y aquí tenerla tanta inquina, y no por otra cosa.

Con la charla, habíamos llegado a la puerta del centro social, una vez atravesado el jardín. Cuando entramos, me di cuenta de que ni me había fijado en los edificios que rodeaban el recinto, de los que sólo podría decir que eran altos, y me acordé de aquel versículo de Apocalipsis que dice: «Y me fue dada una caña semejante a una vara, diciendo: Levántate y mide el templo de Dios, el altar y los que allí adoran, y el patio que está fuera del templo exclúyelo, y no lo midas, porque ha sido dado a las naciones». Y pensé que realmente no interesaba que me entretuviera en escribir acerca de lo que quedaba al margen de la Ciudad, sino sólo lo que a ésta pudiera concernirle; y ya me despreocupé de lo más superfluo para centrarme en lo esencial: Ya no necesitaba visitar Gog como un turista, me podía desprender de esa idea equivocada que llevaba.

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Una puerta abierta nos permitía el acceso a una de las salas en la que unos niños pequeños jugaban y correteaban felices. Una mujer sentada tras una mesa, trasteaba con una típica tablilla de las que había visto en la Ciudad, mientras miraba de hito en hito a los niños. Cuando percibió nuestra presencia se nos quedó mirando fijamente, como intentando averiguar quién era yo. Y antes de que Pablo abriera la boca para saludar y presentarme, ella me dijo muy resueltamente:

—Te conozco de algo. Sé que te conozco pero no consigo saber de qué.

Pablo intervino:

—Es quien está escribiendo una pequeña historia actual de la Ciudad y que ha venido a esta misión para informarse de nuestra vida aquí.

Ella me tendió la mano como si me conociera de toda la vida, diciendo:

—Encantada. Soy Diana.

A lo que yo, ofreciéndole la mía, y queriéndome hacer el gracioso, respondí:

—Lo mismo digo. Y yo… alguien que sólo viene a curiosear.

Expresión que provocó el efecto buscado.

—Pues yo estoy dispuesta a ayudar en todo lo que haga falta —añadió toda risueña.

—Entre otras cosas —me precisó Pablo acerca de Diana—, es quien está al tanto de nuestras cuentas, y forma parte de la comisión de economía. Faceta que, como ya te he comentado, es propia de las misiones y no se necesita en la Ciudad.

—Es que, los que venís de la Ciudad —puntualizó Diana con mucha gracia—, estáis muy verdes en esto de la economía, y antes de perdernos todos… no queda más remedio que echar una mano. Pero no pienses —dirigiéndose a mí— que sólo me dedico a esto. Yo estoy lo mismo para un roto que para un descosido: para lo que surja. Si tengo que vigilar niños —señalando—, como si tengo que ayudar a cualquier otra cosa.

—Por ejemplo, a mí (maticé), que me gustaría me contases algunas cosas cuando tengas tiempo.

—Pues el tiempo lo tengo ahora, porque como ya somos tres para vigilar a los niños, puedo repartir mi responsabilidad y prestar más atención a la conversación.

—Vale. Pues ahora mismo (respondí). Pablo me ha comentado que tu testimonio personal, que tu experiencia de persona convertida, me podría resultar muy interesante. Y a mí me gustaría que me relatases cómo sucedió ese cambio entre tu vida de antes y la de ahora.

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Mientras exponía mi deseo, Pablo y yo nos sentamos junto a ella pero de forma que tampoco perdiéramos de vista a los niños. Diana inició su exposición:

—Revivir los hechos pasados no es lo que más me agrade, pero comprendo la necesidad de establecer ese contraste que llene de luz el presente. Así que vamos a ello: Yo había nacido en una familia desestructurada, como es casi la norma en Gog, por lo que no había visto ni conocía un testimonio de vida familiar medianamente parecido a como se vive en la Ciudad. Por lo que yo acepté la forma de vida de mi alrededor. Tuve la suerte de lograr una buena educación, o mejor dicho, una útil, y práctica para Gog, educación; y conseguí ir abriéndome camino en la sociedad. Y como en mi familia se manejaba dinero, pues yo me acostumbré a ese nivel de vida y no me conformaba con menos; y si tenía que hacer lo que fuera para trepar en el árbol social, lo hacía; no tenía muchos escrúpulos. Pero es que yo no conocía a Dios, y ni en mi familia ni en la educación ni en mi medio, nadie me había hablado en serio de Él. Salvo bromas de mal gusto que siempre se hacen. Además la educación en Gog es agnóstica por principio, lo que en la realidad se muestra como un ateísmo práctico. Pues con todos esos inconvenientes es muy difícil plantearse de forma seria las preguntas esenciales de la vida, que, para evitar problemas, aquí ya te las dan respondidas como hecho incuestionable que nadie en su sano juicio puede osar plantearse autónomamente. Pues con esos antecedentes no es de extrañar que yo llegara a tener multitud de parejas y tres hijos, cada uno de un padre diferente. Y podía haber evitado los embarazos, como de hecho lo hice cuando me pareció bien, incluso podía haber abortado con toda tranquilidad, porque aquí eso se puede hacer sin ningún pudor. Pero algo en mí, ¡gracias a Dios!, evitó que tomara esa decisión nunca. Aquí no existe el matrimonio como institución, sino todo eso va en función del capricho de la gente, por lo que hay parejas estables y parejas inestables que son la mayoría; y yo nunca tuve una pareja estable. Esto, que se cuenta así, como si nada, iba sembrando mi vida de una frustración creciente, y cada vez más mal disimulada. Doy gracias a Dios que me brindó en mis hijos esa luz de vida, esa esperanza y afectividad que me permitía levantarme por las mañanas y encarar el día con la suficiente fuerza como para llegar al siguiente. Además yo tenía un puesto elevado en la administración del Estado, lo que me proporcionaba ese prestigio social y nivel económico que buscaba. Sin embargo, nada de todo esto, salvo algo mis hijos, llenaba el tremendo vacío que yo encontraba en mi interior. Me veía sola, terriblemente sola y terriblemente vacía. Y eso que me había estado engañando durante toda mi vida y tapando todas esas carencias con cosas y más cosas, con actividades y caprichos; pero, enseguida, todo se mostraba ineficaz y su efecto disimulador desaparecía, y la tremenda soledad vacía volvía a surgir más dramática si cabe, porque nada podía con ella. Pero el problema se agudizó cuando mis hijos se fueron haciendo mayores, y, uno tras otros, repitieron las pautas de conducta que veían en su medio, y, cuando dejaron de necesitarme, repitieron conmigo lo que yo había hecho con los míos. Entonces sí que me quedé sola, pero rotundamente sola. Un día, que había venido a Melburne para un asunto oficial, ya fuera de mi horario de trabajo, decidí darme un paseo para despejarme y, al mismo tiempo, intentar aclararme en mi casi desesperación interior de no encontrar sentido a nada, y acerté a pasar junto al recinto de la misión, y me pareció algo tan desconocido que decidí, no sé por qué, pasar a curiosear, y entré en la iglesia. Allí vi a algunas personas, unas sentadas, otras arrodilladas y reconcentradas, pero todas orientadas hacia una zona de la sala

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donde había una imagen de un hombre clavado en alto, en algo en forma de cruz, que me llamó tan poderosamente la atención que avancé para poder verlo más de cerca. Me parecía una completa excentricidad aquello que miraba sin acabar de entender, cuando sentí en mi interior que el hombre clavado me hablaba y me dijo: «Hasta cuando huirás de mí». Me quedé petrificada. Tan impactada me quedé, que alguien de fuera lo notó, y un hombre se me acercó a preguntarme si estaba bien y si me podía ayudar. Ese hombre resultó ser Pedro, otro de los sacerdotes de la misión, que ahora está dando una charla a las madres de todas estas criaturas. Y así fue como me contó quién era ese hombre crucificado, y por qué la gente que estaba en la iglesia se orientaba hacia él. Como yo me tenía que volver a Camberra y allí no hay ninguna misión…

—Perdona, Diana, que te corte —interrumpió Pablo—, pero es que él no conoce bien la historia de Gog, y tengo que explicarle que, después de la fundación de Gog se pensó en resucitar la antigua capitalidad de Camberra como sede del gobierno goguiano, con lo que allí se instaló la flor y nata de la sociedad goguiana más radical, circunstancia que ha hecho inviable poder situar allí una misión; pero lo que sí está es la embajada de la Ciudad, que, aunque lo tiene expresamente prohibido, actúa de tapadillo como una misión, so pretexto de la atención natural a su propio personal.

Y añadió:

—Ya puedes seguir. Sólo quería hacer esta aclaración.

Diana prosiguió:

—Gracias, porque yo lo hubiera dado por supuesto. Como iba diciendo: Yo me tenía que volver a Camberra, o “Gamberra” como la llaman en la misión no sin razón, y Pedro me dijo que buscara una excusa para ir a la embajada y hablar allí con algún sacerdote que pudiera continuar lo que él había iniciado. Y así lo hice. Y aunque las tablillas de la Ciudad están prohibidas en Gog, y tenemos las nuestras. Ya sabes, todo eso con la intención de evitar la influencia de la Ciudad en Gog. Pues el sacerdote me facilitó una de las pequeñas, que pude sacar oculta, y de esta forma me fue posible informarme y conocer todo ese mundo inmenso que se abría ante mí. Pero aquello, a mí, me resultaba insuficiente y yo necesitaba un contacto personal, porque la información sería muy buena pero no es vida; y la fe, como bien sabes, es vida. Y como yo ya no quería huir más, me planteé pedir un traslado a Melburne, aun a costa de perder categoría e ingresos… y aquí me tienes, ya plenamente integrada y convencida, ¡y feliz! Con una paz que no había sentido en toda mi vida. Como yo repito a los que sois de la Ciudad: No sabéis la suerte que tenéis, no os hacéis ni idea de la suerte que tenéis los que siempre habéis tenido fe. Es un tesoro, ¡tan grande!, que quien lo encuentra vende todo lo que tiene para poder comprarlo, como dice el Evangelio. Lo que más siento es que mis hijos no pueden disfrutar de esta inmensa suerte.

—Ten paciencia —le dijo Pablo—. Tú sigue rezando por ellos, y hablándoles cuando surja la oportunidad, que lo demás ya vendrá a su tiempo. Ellos tendrán su momento como tú tuviste el tuyo.

—Pero, ¿y el tiempo perdido hasta entonces? —Añadió Diana.

—Ningún tiempo está perdido para Dios —respondió Pablo—. Todo puede ser rescatado para el bien cuando se acepta y se ofrece por un bien mayor. Ése

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es el camino de la cruz, camino del que tú estabas huyendo sin saberlo; por eso el Señor tuvo que salir a tu encuentro para recordártelo, y lo hizo en el momento más adecuado en el que tú estabas más receptiva para escucharle; y, como siempre, se valió del testimonio consciente o inconsciente de otras personas. Testimonio de fe que es el que, a tus hijos o a cualquier persona no creyente, puede servir de vehículo para su despertar en la fe. Luego a ti no te debe preocupar más que ser consecuente con tu fe para ofrecer ese testimonio, que luego tú ya no controlas porque queda en manos de Dios.

—Sí, pero centrarme sólo en eso como si no pasara nada y lo demás no me importara yo no puedo ni sé hacerlo —replicó Diana.

—¿Y quién te ha dicho que no te vaya a afectar y a doler? —Insistió Pablo—. De eso no te vas a librar. Pero, trascenderlo y llevarlo de otra manera, sí que puedes.

—Ves, en eso llevas razón —aseguró Diana—. Que sin Dios, sin el consuelo que te ofrece la fe, no se podría soportar mucho tiempo.

—Yo (intervine), abundando en esto que decís, me gustaría preguntar a Diana cómo se lleva, en ese caso, las relaciones sociales o interpersonales sin Dios en Gog.

—Pues se llevan de una forma bastante superficial —me respondió—. Se reducen a aquello del “tanto tienes, tanto vales”, o expresado de otra manera: “tanto me vales cuanto tanto me das”, y las personas se cogen y se dejan como si fueran objetos. Es muy difícil encontrar a alguien que se ponga en el pellejo del otro y que le valore como la persona que es. Pero es que el amor no se conoce. ¡Vamos!, me refiero al amor de verdad, no a las otras cosas a las que dan ese nombre pero que están bañadas de interés, en las que siempre se espera sacar algo a cambio. Y sólo en algunas relaciones familiares parece entreverse algo distinto, lo que suscita la envidia de todos aquellos que conocen estas excepciones. En fin…, como decía, que el amor es desconocido.

—¿Y las relaciones con la Ciudad?, que viene a ser quien se lo recuerda (añadí).

—Ahí ya depende del ambiente en que te muevas. Como en la cúpula dirigente se encuentra la gente más fanatizada, éstos se preocupan de inculcar, a través de sus medios informativos, propagandísticos y educativos, su resentimiento revanchista hacia la Ciudad, que realmente lo que oculta es su rechazo a Dios más que a la Ciudad en sí. Y hasta son capaces de manipular toda la historia de la humanidad con tal de mostrar lo malo que resulta creer en Dios y lo viciada que está la Ciudad por ello. Por eso la llaman despectivamente la Pocilga, para ridiculizarla. Sin embargo, a medida que vas descendiendo en los escalones sociales y te vas alejando del centro de poder, y a pesar de todas las campañas en contra, vas encontrando a gente más receptiva y más abierta, menos fanatizada, que es capaz de mantener una conversación sobre el tema sin que aflore inmediatamente su dolor resentido y su intransigencia. Y ya, cuando llegamos a los estratos más inferiores con carencias manifiestas, y sin ayudas sociales, porque aquí no hay; pues el replanteamiento de la vida se hace más obligado, y las respuestas que se obtienen ya no son como las que te habían enseñado y te venían machacando; y como, en la medida que nos dejan, en las misiones sí practicamos la ayuda social, pues eso les abre unos horizontes totalmente desconocidos para ellos; y ése es el camino de la mayoría

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de las conversiones que tenemos. Aunque, para intentar evitarlo, desde el gobierno han impulsado la creación de unas organizaciones, supuestamente privadas pero patrocinadas por ellos, que ofrecen una ayuda similar a la nuestra pero bajo la bandera del altruismo no creyente o agnóstico. ¿Dónde radica la diferencia entre ambas? Pues simplemente en el amor con que se hace, que ellos no saben simular y la gente lo acaba notando.

—Estoy pensando que, puesto que tienen ese planteamiento tan hostil (continué), bien podrían organizar una conquista violenta de la Ciudad para desahogar todas sus frustraciones; y como en la Ciudad no hay armas y ellos lo saben…

—Huy, sí, todas esas cosas se les han pasado por la cabeza. Incluso en esos viajes que hacen al pasado que, aunque no sean secretos, sí los llevan con mucha discreción, se trajeron un virus mortífero de las primeras edades con intención de soltarlo en la Ciudad para exterminarlos a todos; pero reflexionaron y se percataron de que si la Ciudad desaparecía, ellos también. Y no porque murieran por la infección, que se supone ya estaban prevenidos, sino porque descubrieron que la única razón de la existencia de Gog es su oposición a la Ciudad, y si ésta desaparecía, ellos perdían su razón de ser. Además de que siempre hemos vivido a remolque de los avances técnicos de la Ciudad, y de todo lo práctico que en ella se ideaba, porque lo que desarrollábamos en Gog sólo nos valía a nosotros: O eran cosas para la autocomplacencia, o eran destructivas o perjudiciales, pero siempre éticamente poco recomendables. Con lo que vieron que no podían matar a su gallina de los huevos de oro. Por eso ladran mucho y a veces muerden, pero con tiento, no vayan a sufrir ellos el mal que desean para los otros.

—Pero lo que tiene el fanatismo (repuse) es que suele nublar la razón, con lo que se deja de valorar cualquier tipo de consecuencias. Por poner un ejemplo: Cuando unas células del cuerpo se vuelven cancerígenas, éstas crecen desmesuradamente parasitando el cuerpo hasta, si no se pone remedio antes, matar al cuerpo en el que habita y morir con él.

—Eso es verdad —replicó ella—, y es un riesgo que se corre, pero, hasta el momento, no ha ocurrido. Pero, efectivamente, tendremos que estar bien alertos.

La atención a los niños ya había interrumpido la conversación varias veces pero sin impedir que la retomáramos donde la habíamos dejado. En esta ocasión la pausa fue algo más prolongada y a mí me dio tiempo a repasar mentalmente qué asuntos me quedaban por averiguar de Gog que pudieran completar mis apuntes sobre la manera de vivir de la Ciudad; porque, la verdad, para qué vamos a negarlo, aquello me recordaba bastante a mi propia experiencia de vida inserta en mi disparatada época, y lo que yo quería era ir a Jerusalén para entrevistarme con Juan. Ya había escuchado el testimonio de vida de Diana, con su conversación tan aleccionadora y consoladora, y todo lo demás palidecía ante eso. Me parecía que, para dar una pincelada, ya tenía material suficiente; pero aún se me ocurrió otra pregunta que me resultó interesante, así que, cuando todo volvió a su ser, la realicé.

—Tengo aún una pregunta más, pero, en este caso, es para los dos; porque, me imagino, tendréis experiencias y puntos de vista diferentes. Es ésta: ¿Qué pasa con los que llegan deportados de la Ciudad a Gog? ¿Qué ocurre con ellos?

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Pablo pidió permiso a Diana con la mirada para iniciar la respuesta.

—A ver. Hay multitud de situaciones, casi tantas como personas. Yo sólo me voy a referir a las más generales. Cuando llega una expedición, como siempre lo hacen a un lugar donde haya una misión para que puedan recibir una cobertura inicial, pues todos vienen aquí, o, al menos, casi en su absoluta mayoría. Aquí se les acoge por un tiempo hasta que ellos puedan apañarse y vivir por su cuenta. Aunque, ya te digo, muchos no quieren salir de aquí ni en pintura en cuanto comprueban la realidad de la vida en Gog, tan absolutamente diferente a la que ellos están acostumbrados. Esta circunstancia es la que les hace recapacitar y cambiar la actitud que desencadenó la deportación, y acabar solicitando el reingreso y la vuelta a casa. Otros, en cambio, se hacen un hueco en la vida de Gog, y, o les ves que vienen a misa los domingos y participan en los sacramentos, o no les vuelves a ver más. Y hay otros que pretenden nadar y guardar la ropa, es decir, vivir en Gog pero con los beneficios materiales de la Ciudad, y a esos hay que echarlos si con reconvenirlos no es suficiente. Si quieres vivir la vida de Gog tienes que hacerlo con todas sus consecuencias, y si lo que quieres es la vida de la Ciudad, igualmente, con todas sus consecuencias. Pero, siempre que alguno recapacita y descubre lo que ha perdido y pretende recuperarlo, siempre acaba viniendo aquí. Eso sí lo tienen todos muy aprendido.

—Yo, por dar una visión desde fuera —comentó Diana—, te diría que cuando pretenden incorporarse a la vida de Gog, hasta los más malos, fíjate lo que te digo, se comportan como unos pardillos, unos inocentones a los que la gente de aquí les toma el pelo. Te puedes imaginar… gente acostumbrada a vivir sin dinero y que llega aquí y necesita dinero hasta para respirar… Que nadie te hace un favor si no es cambio de algo… Que no saben lo que es amor ni conocen la misericordia… Vamos, es como si de repente cayeran en el infierno; a mí me dan mucha compasión. Aunque, también es verdad, antes era de las que me reía de ellos. Lo que pasa es que, cuando aprenden todas las maldades de aquí, se vuelven peor que los nativos, y mucho más fanáticos porque están cargados de resentimiento. Pero, como dice Pablo, ellos sí saben dónde acudir cuando están en las últimas. Circunstancia que los naturales de aquí no contemplan.

—Sí te puedo decir —intervino Pablo con una sonrisa burlona—, que los que se quieren venir a vivir aquí buscando un desfogue sexual, les sale tan caro, que se les quitan las ganas para los restos.

—Entonces (pregunté afirmando), la mayoría de los deportados regresan a la Ciudad…

—La mayoría sí, pero, desgraciadamente, no todos —me respondió Pablo—. Hay quienes tienen hijos aquí y se quedan como un goguiano más, y quienes, incluso, como decía Diana, se radicalizan y se incorporan al gobierno de Gog. Y quienes hasta han acabado en una cárcel de Gog, que eso ya es el “no va más”.

—Hablando de cárceles y deportados —intervino Diana—, yo he oído que hay un proyecto, o no sé si ya han iniciado el experimento, de ofrecer a presidiarios recalcitrantes la posibilidad de quedar libres pero en una época remota de la historia, para estudiar sus posibilidades de supervivencia.

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—Sí, los primeros “cromañones”, ¡no te digo! —ironizó Pablo—. Siempre con ocurrencias peregrinas. Dime qué barbaridad puedo hacer que la hago. ¡Qué país!

—Yo creo que ya me tengo que ir yendo (dije tímidamente).

—Ah, bien, te acompaño —respondió resueltamente Pablo.

—Pues aquí me tienes para cuando quieras. Ha sido un placer —concluyó Diana, tendiéndome de nuevo la mano.

—Y el mío más (porfié con una sonrisa, a la vez que le ofrecía también mi mano).

Pablo y yo salimos de la sala por el mismo lugar por el que habíamos entrado, mientras que los niños seguían felizmente a lo suyo. Entonces, Pablo, me aclaró:

—Te he dicho que te acompañaba para que no fueras a desaparecer allí mismo, porque Diana no se ha dado cuenta de que vienes de otra época, y eso podría desconcertarla, porque ella aún no tiene el mismo nivel de formación que el habitual en la Ciudad. Además te quería hacer un encargo, ya que vas a ir a Jerusalén.

—Si lo puedo hacer, por qué no. (Respondí.)

—No sé si sabes que, aunque los sacerdotes dependemos del Ministerio de Culto, las misiones dependen del de Coordinación General, como si fueran consulados. Pero ahora, como ya comentamos, el mayordomo es el responsable último de ambos ministerios. Pues sobre esto quiero que lleves un mensaje a un amigo que tengo allí, en el Ministerio de Culto y que también es sacerdote. Se llama Matías y ha nacido en el mismo lugar que tú.

—¿En Madrid?

—Sí.

—Pero, ¿cómo sabes tú dónde he nacido yo?

—Sólo es cuestión de cultura general.

Y añadió:

—Así, sabiendo su nombre y de dónde es natural, no tendrás ningún problema en encontrarlo. Pues a él quiero que le comentes que estamos notando algo raro en las órdenes que llegan de Los Ángeles para nosotros, porque nos piden que informemos de toda la gente no usual que venga a visitarnos. Y ése es precisamente tu caso, pero que yo no voy a comunicar. Y que también hemos notado una afinidad extraña entre la embajada, y concretamente el embajador, y el gobierno de Gog, que no habíamos visto nunca antes. No me he atrevido a comunicárselo por la tablilla, porque sabemos que nos las controlan. Por eso, ya que estás aquí, te utilizo de mensajero.

—Bien, así lo haré. Pero tú no dejes por escrito la fecha de esta conversación en ninguna parte, porque barrunto que a quien buscan es a mí, y necesitan saber un momento histórico concreto en el que localizarme en esta época.

—¿Entonces, en nuestras sospechas de que sucede algo raro puede haber algo de cierto?

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—Efectivamente. Lo que no sé es su alcance. Ésa es una de las razones por las que debo ir a Jerusalén.

—Pues que tengas mucha suerte, porque el Señor ya está contigo.

—Cuídate y estad alerta.

Y sin más palabras regresé a mi casa, a mi habitación, y me puse a redactar las experiencias vividas en la misión de Melburne.

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12

Deseando estaba poder emprender mi viaje a Jerusalén, así que la primera oportunidad de la que dispuse la aproveché. Esta vez sí me coloqué el mono de rigor antes de cruzar la puerta abierta a mi destino, y me adentré sin dudar en él.

Un día templado y luminoso me recibió al otro lado, ya que, en esta ocasión, no había ido a parar a un sitio cerrado sino a un espacio abierto. Miré a mi alrededor para intentar reconocer el terreno. Me encontraba en un lugar elevado, como una plaza en alto desde donde podía contemplar la ciudad, y, en el centro de la explanada, una edificación con una cúpula globosa y dorada. Y, aunque yo no había estado en mi época en Jerusalén, como había visto fotografías del lugar, reconocí enseguida que aquella era la explanada del Templo, y que me hallaba junto a lo que en mis tiempos se llamaba la Mezquita de la Roca, pero que ahora lucía una cruz en lo alto, en lugar de la media luna de entonces. Un anciano de mono blanco, que me ofrecía una cordial sonrisa, contemplaba mis observaciones asombradas de turista despistado, y me dijo para centrar mi atención:

—Has tardado en encontrarme, ¿eh?

Como yo, por un instante, le mirara fijamente sin reaccionar, añadió:

—Hola, soy Juan. ¿Me buscabas, no?

—Sí, sí, claro que sí. (Respondí, saliendo de mi estupor inicial y adelantándome a estrecharle la mano. Pero él cambió esa intención por la de un abrazo, a la vez que me decía:)

—Pues yo llevo esperándote más de treinta años.

Fue tal el impacto que me causó esa frase que me separé del abrazo para poder mirarle fijamente y decirle:

—¿Pero eso cómo es posible? Si yo me puse manos a la obra cuando acepté la tarea que me propuso.

—Que me “propusiste”. ¿Vas a llamar a todo el mundo de tú y a mí de usted?

—No sé, es que he sentido como un respeto venerable y me ha salido así. El caso es que, cuando hablamos, aunque yo no vi ninguna imagen, sí me hice la idea de una persona bastante más joven.

—Y así era, si le quitas los treinta y pico de años que han pasado para mí.

—¡No lo entiendo!

—Pero es que, para que lo entiendas, necesitas que yo te lo explique. Anda vamos a pasear alrededor de este centro eucarístico, en que se convirtió la mezquita de tu época, mientras charlamos.

E iniciamos el pausado paseo por la explanada. Él prosiguió:

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—Estábamos reunidos para la elección de un nuevo Concejal General de Culto, cuando, en un rato de oración, a mí se me ocurrió decirle al Señor: «Mira, Tú sabes mis preocupaciones y cómo veo las cosas, y que creo que ha llegado el momento en que la fantasía profética que relataban nuestros abuelos tenga su realización, así que si quieres que yo ponga en marcha ese proceso, la señal para ello será que me elijan a mí para el cargo.» Y sucedió de esta manera y de una forma muy rápida. Como para aceptar el cargo hay que elegir un nombre, decidí no demorar más la apertura de la puerta para ti, y preguntarte de paso el nombre que querías para mí, y Juan fue el nombre que adopté para mi cargo, porque yo antes me llamaba Leopoldo.

—Pero, entonces, tú eres… el Papa, ¡vaya!

—Desempeñé el cargo de Concejal General o Ministro de Culto, lo que la gente aún conoce como el Papa, hasta que fui forzado a renunciar para que el Mayordomo actual pudiera asumir también este cargo. Ahora se me considera emérito, pero puedo seguir vistiendo de blanco, privilegio del cargo que se conserva por tradición, ya que todos los demás responsables van de negro. Y, según un nuevo decreto, también los sacerdotes han de vestir de negro.

—¿Y cómo fue que han pasado más de treinta años de aquello?

—Sí, a eso voy: Yo abrí la puerta histórica para que la cruzaras en el tiempo que la abrí; porque nadie puede viajar al futuro si no le abren una puerta desde su lugar de destino. Podemos ir y volver al pasado, pero no nos es posible hacerlo con el futuro si no nos invitan. Por tanto tú tenías que haber aparecido en aquel tiempo, y, sin embargo no lo hiciste.

—Pero es que, cuando quise hacerlo, me fue imposible, se me produjo un bloqueo total.

—Sí lo sé; déjame que te cuente cómo lo sé: Cuando ocupé mi cargo, me facilitaron las cosas personales que mi antecesor había dejado para mí y que, a su vez, a él le habían llegado de la misma manera. Entre ellas estaba una copia virtual de tu escrito, cuya lectura había sido prohibida dos generaciones atrás porque se pensó que podría resultar perjudicial para la gente al acercarse el tiempo de su cumplimiento. Por lo que sólo circularon los relatos orales que han llegado hasta hoy, pero que se han ido desdibujando con el tiempo. Esa versión oral muy simplificada es la que yo conocía cuando hablé contigo y te propuse la realización del escrito. Pero cuando descubrí la copia escrita, es cuando, por fin, pude leer toda la historia íntegramente. Y leerla y releerla hasta llegar a acordarme mejor de lo que tú escribiste que yo dije, que de las palabras auténticas que yo dije.

—Pero es que yo tengo muy mala memoria y capto más las intenciones que las palabras fidedignas empleadas para expresarlas.

—No, no, pero si eso no importa, no es eso lo que quiero resaltar, sino que me empapé bien del contenido de la historia, y gracias a eso me enteré del motivo por el que no habías podido atravesar la puerta que yo abrí, y que tendría que esperarte mucho tiempo. Porque, si has atendido bien a lo que yo he dicho, habrás podido deducir que la puerta que actualmente usas es distinta a la que yo abrí, y la actual no la he abierto yo.

—¡Qué me dices! (Me asusté, pensando que alguien me manipulaba sin yo saberlo.)

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—Tranquilo, que tú mismo lo explicas en tu escrito, aunque ahora no caigas en ello. ¿No dices que le pediste a Dios… y que cesó el bloqueo… y que a partir de ese momento ya no tuviste ningún problema?

—Ah, bueno, sí… (respiré aliviado). No sé qué pensé en un primer momento. Sí, sí, fue una intervención de Dios que tomaba parte; sí, eso ya lo comenté yo con alguien.

—Ésa es la causa por la que tu puerta no tiene un límite temporal y puede oscilar en el tiempo cada vez que la utilizas; por eso tus visitas pueden no ser sincrónicamente sucesivas, y por eso, quien te busca, no te puede localizar.

—¿Tú sabes quién me busca?

—Sí, pero, como comprenderás, yo sólo te puedo hablar de lo que has vivido y no de lo que te queda por vivir. De todas formas, yo ya no puedo consultar tu escrito para ver detalles concretos, porque al dejar el cargo tuve que ceder todo lo heredado con él; aunque, como ya habían detectado que lo tenía porque tú lo escribes en él, ya me habían obligado a deshacerme de él so pretexto de que yo no era más que nadie para no cumplir la ley.

—Siento haberte delatado con mi escrito.

—¡Pero si no importa! Si eso es lo que tienes que hacer: escribir las cosas. Pero con cautela; siendo consciente de que quien te busca va a leer todo lo que tú escribas. Aunque eso no debe impedir tu tarea, que, en estos momentos, resulta más vital de lo que tú imaginas. Pero sí te voy a decir una cosa: Al final ganaremos y él lo sabe.

—Eso me demuestra que el motivo por el que yo quería hablar contigo, porque me olía a gato encerrado lo de escribir la historia de esta época, tenía fundamento.

—Sí, lo tenía. Y por eso te buscan y te lo quieren impedir. Quiero recordar que tú mismo lo mencionas por el principio de tu escrito como “una de las cuatro cosas que sabes”. Yo no te desvelo nada porque ya lo intuyes. Como también intuyes que eres tú quien lo tienes que hacer, quien lo tiene que desencadenar.

Yo le escuchaba y parecía que no sólo me hablaba por fuera sino que también lo hacía como por dentro, como ayudándome a entender esas pistas nebulosas que ya poseía. Por eso comenté:

—Lo que pasa es que si ahora cambia el enfoque de mi presencia aquí, ya no tengo ni idea de cómo continuar. Yo pensaba realizar una visita a una misión de Magog para recoger cómo se desarrollaba la vida allí, y así remarcar las diferencias con Gog, y, prácticamente acabar ahí con mi reseña histórica, salvo lo que se me pudiera ocurrir a última hora.

—Pues eso lo debes hacer igualmente, pero en lugar de ir a cualquier misión de Magog, vas a ir a la de San Bladimiro, una localidad construida en Siberia, en tiempos de la Ciudad, pero que luego cayó en territorio de Magog cuando éste se fundó y se expandió. Y allí vas a hablar con uno de los sacerdotes llamado Luis. Todo lo demás ya vendrá rodado. Ah, y allí no se te olvide llevar ese mono tan flamante que llevas.

Me reí. Y objeté:

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—Pero antes de marcharme tengo que cumplir un encargo que me ha hecho un sacerdote de la Misión de Melburne para un amigo suyo de aquí. Aunque con el cambio temporal ya no sé si eso estará desfasado o no.

—Cuando alguien te envía, como yo acabo de hacer ahora con respecto a Luis, el mismo envío establece en tu mente la sincronía que permite al localizador de tu fantasía encontrar al receptor, por eso el margen de tiempo varía poco con respecto a la sensación de continuidad que tú tienes; así que seguro que podrás cumplir el encargo correctamente.

—Bueno, aún me queda localizarle aquí, porque sólo me ha dicho que se llama Matías y que es natural de Madrid.

—Pues con esos datos… —puso cara de no saber cómo ayudarme, pero añadió, cambiando su expresión a una sonrisa pillina— Yo mismo te puedo decir dónde encontrarle. Incluso, mejor aún, acompañarte. Vamos que hoy nos toca recorrer la Vía Dolorosa hasta el Santo Sepulcro.

—Pero ¿eso no será mucha distancia?

—Desde luego, no será la primera vez que lo recorra. Pero, quédate tranquilo que si veo que no puedo seguir, aviso por la tablilla y me vienen a buscar sin ningún problema. Y, además, siempre hay un alma caritativa que me ofrece una silla. Ten en cuenta que ésta no es tu época, y que a mí, aquí, me conoce todo el mundo.

Tomamos una de las escaleras para descender de la explanada en busca de la Vía Dolorosa, cruzándonos con grupos de peregrinos que, como en el siglo XX, no habían perdido la curiosidad por visitar aquellos lugares, testigos mudos del origen de una historia de fe, consolidada y desarrollada a lo largo de los siglos; siglos que, en mayor o menor proporción, habían ido dejando su huella en los detalles del lugar. No se podía contemplar o retroceder mentalmente a un determinado momento histórico sin encontrarse con todas sus secuelas sobrepuestas. Cualquiera que pretendiera vislumbrar una recreación histórica en ello, no tenía otro remedio que utilizar su imaginación para quitar lo que sobraba y añadir lo que faltaba. Pero es que, en el fondo, eso era la historia: una progresión de consecuencias que se iban acumulando sin cesar. Esta idea trajo a mi mente otra parecida sobre cómo se había desarrollado la evolución de la Iglesia a su forma actual de Cuerpo, y así se lo planteé a Juan.

—Juan, me gustaría saber, en la medida que yo pueda conocerlo, cómo se desarrolló la evolución desde la forma de Iglesia a la actual de Cuerpo.

—Sí, claro, aunque haya cosas que omita, lo demás puedes conocerlo perfectamente.

Suspiró un momento como dándose tiempo a recomponer la narración en su mente, y comenzó su exposición.

—El asunto comenzó, como siempre suelen comenzar las cosas, por lo más pequeño: como una minúscula partícula de Cuerpo Eucarístico de Cristo que lleva en sí el germen de la totalidad de ese Cuerpo, pero que es prácticamente invisible por lo que resulta despreciable. Pero el tiempo y las circunstancias hicieron reparar en ella, y acabó por ser comprendida en el seno de la Iglesia esta nueva y antigua manera de entenderla. No fue fácil porque ya sabes que la naturaleza humana tiende a aferrarse con uñas y dientes a las formas, olvidándose del espíritu que las sustenta; por lo que fueron, los que tenían su

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alma radicada en el Espíritu, ahora dicho con mayúscula, los primeros en darse cuenta del camino evolutivo que el Señor nos ofrecía, y se empezó a funcionar lo mismo que hoy en día se hace cuando se quiere establecer una misión, y que habrás visto en tu viaje a Gog. Toda esta evolución acabó por forzar el que los simples fieles comprometidos pasaran a ser considerados como miembros incluidos en el orden de la Iglesia, con lo que la Iglesia, en su aspecto institucional, comenzó a funcionar de hecho del mismo modo que lo hacían las congregaciones, órdenes e institutos religiosos de la época. Toda la Iglesia se transformó en una única orden religiosa que incluía clérigos y fieles en un mismo nivel de compromiso y hermandad, pero cada cual en su tarea correspondiente. Te puedes imaginar que esa circunstancia vaciaba por completo de contenido y de sentido a todas las antiguas congregaciones y movimientos, con lo que todos acabaron por desaparecer al ser asumidas íntegramente sus funciones por el nuevo orden. Y como seguramente imaginarás hubo quien se resistió con todas sus fuerzas a perder sus prebendas y privilegios. Pero era tal la fuerza organizativa que proporcionaba la unidad, y tales sus beneficios sin comparación, que todos los díscolos sucumbieron ante ese empuje. Claro que esta universalización organizativa con su diversificación de funciones trajo pareja una simplificación, a la vez que profundización, litúrgica. El lenguaje litúrgico era de todos y era para todos, y había que hacerlo accesible, claro, sencillo y cargado de sentido; por lo que se realizó una gran reforma radicada en el espíritu y no en la costumbre o la apariencia. Había que librarlo de pompa hueca y fatua que, so pretexto de honrar al Señor, era utilizado por algunos hombres para su propia vanagloria, y como todo lenguaje está puesto para comunicar y no para privilegiar, para unir y no para separar, se recobró para la liturgia todo ese sentido primigenio del lenguaje simbólico entendido por todos; y puesto que Dios es humilde, sencillo, cercano y trascendente, se procuró que el lenguaje litúrgico reflejara estas cualidades. Así se despojó de la complejidad, sofisticación y barroquismo acumulado durante siglos, para darle un nuevo lustre.

—Me imagino que eso no sería nada fácil… Habida cuenta del pensamiento de mi época.

—No, no fue fácil; pero más fácil de lo que tú supones, porque contaba con la fuerza de la evidencia de los hechos. La manera de entender había cambiado, porque había cambiado la mentalidad; y lo mismo que dejó de entenderse el latín por el pueblo en la antigüedad, pues, de la misma manera, dejaron de entenderse determinadas propuestas litúrgicas anacrónicas en favor de las nuevas; y empeñarse en mantener una tradición meramente humana en este caso, hubiera sido ir contra Dios. Y es que se llegó a la conclusión de que manifestación cultural y manifestación de fe no eran lo mismo, aunque a través de una expresión cultural se pueda manifestar la fe; y eso hizo mirar las tradiciones desde un punto de vista mucho más relativo. Las tradiciones no son buenas por el hecho de ser tradiciones, sino sólo cuando transmiten adecuadamente un valor de bondad. Ya sé que esto que te digo parece todo muy evidente, pero es que dejaba de verse cuando chocaba con otros intereses más recónditos y subconscientes propios del pecado, por eso tardó tanto en llevarse a la práctica.

—Pero adoptar una novedad por el hecho de ser novedad, tampoco parece que sea lo más adecuado.

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—Efectivamente. Adolece de lo mismo. La clave, como siempre, está en buscar la bondad en todo, el mayor bien. Ésa es la clave del discernimiento. Por eso se reformó la liturgia buscando ese mayor bien. Y sus consecuencias benéficas las tienes en que ahora forma parte de la vida cotidiana de todo miembro de la Ciudad, lo que en la antigüedad resultaba impensable. Ahora todo individuo ora en representación de toda la Ciudad, y no sólo representándose a sí mismo. Ahora, la oración y el sacrificio expiatorio de unos por otros y por todos los hombres de la historia, es la práctica común en todos los habitantes de la Ciudad. Ahora, la oración perseverante de todo el Cuerpo Eucarístico de Cristo, es el soporte que mantiene en pie la historia, y evita el colapso de los malos en su mal; de esa forma colaboramos en la tarea creadora de Dios Padre y en la acción de su misericordia. Y ahora, a través de ese sacerdocio común, podemos servir de acompañamiento, apoyo y custodia de todos y cada uno de los seres humanos que en la historia han sido. Como verás, aquí tenemos tarea para todos y es imposible que nadie sobre o esté de más. Porque el culto es para todos, aunque cada uno con funciones diferentes.

—¿Y cómo fue que el Papa no asumió las funciones de Alcalde General, vamos, de Mayordomo?

—Porque ésa no es la función primigenia del sucesor de los apóstoles, heredero de San Pedro. Cuando la elección de los siete diáconos, según cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles: los apóstoles eligieron a los diáconos para ellos poderse dedicar a la oración y al servicio de la palabra. Luego, al principio, los apóstoles sólo desempeñaron funciones de culto, mientras que los diáconos fueron nombrados para que se encargaran de todo lo demás. Pues esa función es la que se recuperó cuando se produjo la evolución a Cuerpo Eucarístico de Cristo. De esta forma la función diaconal primitiva pasó a ser cubierta por el resto del pueblo fiel integrado en la Ciudad. Entonces, lo que hizo el Papa fue desprenderse de su autoridad y responsabilidad como rey humano al estilo copiado de los emperadores romanos, para que eso lo ejerciera una especie de Carlomagno más actual que sería el Mayordomo o Alcalde de toda la Ciudad. Pero, claro, teniendo en cuenta que hay que trasvasar toda esa mentalidad feudal de aquella época de la Historia de la Iglesia, a muchos siglos después, con una práctica muy diferente. Digamos que nosotros no nos hemos inventado nada que no estuviera ya sugerido en la propia historia de la Iglesia.

—Sin embargo, ahora, el Mayordomo ha vuelto a asumir las dos funciones.

—Sí, y eso parece dejar entrever una vuelta atrás en la historia. Aunque, en principio, ésta sólo debería de ser temporal, o, al menos, eso es lo que se anunció cuando se hizo. La verdad es que, en la antigüedad, cualquier cristiano podía ser elegido Papa, pero hasta hoy no se había dado el caso.

—Yo no dejo de pensar que ese retorno a modelos antiguos de la historia, con acumulación de poder, y con una transmisión del mismo a través de los sacerdotes, que son los que tienen la posibilidad de conocer y controlar las conciencias, no me huele nada bien.

—Yo, a eso, no te debo responder.

Su comentario tan escueto y enigmático me dejó sorprendido. No esperaba una respuesta semejante. Pero el caso es que, con su negativa, parecía

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confirmarme indirectamente mi sospecha. ¿Por qué diría “te debo” en vez de “te puedo”?

Llegábamos ya al Santo Sepulcro, el destino final de nuestra Vía Dolorosa, aunque esta vez plagada de saludos y gestos afectuosos, en vez de caídas y dolores. En verdad que era cierto que Juan era conocido por todo el mundo, podía dar fe; pero no dejaba de llamarme la atención el que la gente no cultivara el personalismo en el saludo, sino que lo extendía a la compañía que era yo, eso en mi época no ocurría.

Pensaba en cuantos darían un brazo por vivir, aunque fuera un rato, en esta época, mientras yo parecía pasar por ella como un mero turista que no sabe disfrutar de las verdaderas bellezas de la vida y se entretiene en juegos de apariencias. También, era verdad, que lo mío era un trabajo, una misión, y no un viaje de placer aunque fuera elegido voluntariamente.

En estos pensamientos entramos en el patio que da acceso a la basílica, con sus edificaciones y capillas, que, al parecer, se habían molestado en conservar como testigos de una época tan lejana en la que las confesiones cristianas se encontraban completamente divididas. Y, sin más, accedimos propiamente a la basílica.

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No muy lejos de la puerta, a la derecha, contemplando a unos peregrinos que ascendían por la estrecha escalinata que da acceso al Calvario, se hallaba un hombre de mono negro al que nos dirigimos directamente. Juan le dijo:

—Hola, Matías. Seguro que no te esperas la sorpresa que te traigo.

Matías se nos quedó mirando, para, dirigiéndose a mí, exclamar:

—¡Pero, hombre, si es mi paisano en persona!

Y me tendió cariñosamente la mano, a lo que yo correspondí. Otra vez iban los acontecimientos por delante de mí. Ya comenzaba a preguntarme si es que habían puesto mi foto por las calles. Pero Matías me lo aclaró de inmediato sin que yo llegara a abrir la boca.

—Ya me ha advertido mi amigo Pablo de que iba a tener la visita de un paisano, pero no ha querido explicarme más. Es una gozada que vengas a visitarme. —Y mirando a Juan, añadió— Gracias por traerme esta sorpresa, realmente no sabía a quién pudiera referirse Pablo.

—Bueno, yo os dejo para que habléis de vuestras cosas.

Y Juan hizo intención de retirarse, pero yo le retuve diciendo:

—No creo que sea necesario, porque el recado que traigo de Pablo para Matías, creo que también debes escucharlo tú, porque Pablo no sabía a quién venía a ver a Jerusalén, pero, de haberlo sabido, seguro que el recado también era par ti.

—Bueno, como quieras… ¿si a Matías no le importa?

—¡Cómo me va a importar! —Aseveró Matías.

Y mientras les hice la indicación de que nos retirásemos del paso de la gente, y comenzamos a deambular pausadamente por el recinto, les dije:

—Pablo no quiso utilizar la tablilla porque sabía que les controlaban, y no quería que supieran que enviaba este mensaje que me encargó trajera de viva voz. Me dijo que estaban notando algo raro en las órdenes que recibían de Los Ángeles para los misioneros en Gog, porque les pedían que informasen de todas las visitas no usuales que tuvieran; y que habían notado una extraña afinidad entre la embajada, y especialmente el embajador, y el gobierno de Gog, que no habían visto nunca antes. A esto, yo le dije que lo de las visitas me temía que era por mí, porque buscaban una forma de localizarme en un tiempo concreto.

—Lo cual puedes jurar —insertó escuetamente Juan.

—Y me imagino —intervino Matías— que quería que yo lo supiera para que, a mi vez, yo lo transmitiera con discreción aquí.

—Eso no me lo dijo, pero cabe el suponerlo —repliqué.

—El problema es que yo sé o sospecho más de lo que puedo contar —comentó Juan—, pero estoy atado de pies y manos en este asunto. Será

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mejor que os quedéis hablando vosotros y vaya a sentarme un ratito. Luego, Matías, me buscáis donde siempre.

Y se marchó. Matías y yo miramos cómo se alejaba antes de proseguir nosotros nuestra pausada marcha. Matías fue el primero en retomar la palabra.

—Es una lástima que él no nos pueda aconsejar, porque no hay otro más valioso que él. Pero yo le conozco y sé que no da puntada sin hilo, así que si quiere que hablemos nosotros aparte será por algo. En principio, lo que te ha dicho Pablo no parece, a simple vista, de especial relevancia; pero la forma de transmitirlo sí que la tiene, porque descubre una seria preocupación por su parte, por lo que supongo que, además de los datos, debe haber una intuición latente, como una señal de alarma interior que le avisa, y ésa no la podemos pasar por alto.

—Y juntando ambas cosas, yo creo que la sospecha latente que el mensaje trasluce es la idea de una confabulación.

—¿Tú crees? Eso no se ha visto en la Ciudad desde la fundación de Magog; y yo diría, que ni entonces en el sentido de ahora. Porque entonces no hubo implicada ninguna persona vinculada al gobierno de la Ciudad, mientras que ahora las circunstancias sí parecen indicarlo. Me resulta tan impensable que me resisto a creerlo.

—Posiblemente eso mismo le pasó a Pablo, y por eso no se atrevió a decírmelo con esas palabras. Sin embargo, a mí, que vengo de una época mucho más proclive a estas cosas, me es más fácil reconocerlas a pesar de yo ser un ingenuo para mi propia época. Pero ya sabes lo que dice el refrán: «en el país de los ciegos el tuerto es el rey». Es decir, yo soy más mal pensado que vosotros, y eso, en circunstancias hostiles, me permite estar más “despierto” que vosotros.

—Y en caso de que fuera así, ¿qué podemos hacer nosotros?

—Pues pienso que lo primero que hay que hacer es confirmar con más detalles esa sospecha. ¿Cómo? Pues a través de una red de contactos: Tú le comentas a alguien que conozcas y de quien te fíes, y siempre discretamente para que no llegue a oídos de la red contraria, tus sospechas, con intención de que esa persona, situada en mejor posición, pueda recopilar más detalles que confirmen o desmientan las sospechas. Si esta persona no alcanza esa posibilidad, que sí podría otra conocida suya, pues se va extendiendo la red confidencial en los dos sentidos hasta lograr el objetivo buscado. Y en caso de que los peores pronósticos se confirmen, la red debe ampliarse buscando posibilidades eficaces de actuación. Ahora bien, cuanto más pequeña sea esa red, menos riesgo existe de ser detectada por la red contraria de los confabulados. Fíjate en cómo ha actuado Pablo, que, sin ser consciente de ello ni pretenderlo, ha sido el iniciador de esta red de contactos.

—Sí, sí creo que he entendido la situación y la forma de actuar. Ahora lo que tengo que pensar es mi siguiente paso.

—Pero ten cuidado con las formas de comunicación. Ya ves que Pablo no se fiaba de las tablillas. En mi época el contacto persona a persona era el más fiable, aunque ahora, como también se puede fisgar en la historia, pues ya no sé. Quizá contar con alguien que sepa bilocarse pueda resultar muy útil como correo, al igual que ha hecho Pablo conmigo, aunque lo mío sea un caso atípico y excepcional.

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—¿Pero es que no vamos a poder contar contigo?

—Sí, pero es que aún no sé de qué manera, aún no sé cuál es mi papel. Yo no tengo un control preciso de mis cambios de lugar y de tiempo, por lo que no soy fiable como correo. Además, a mí me buscan, con lo cual yo puedo poner en peligro a mis contactos, mientras que se podrían mover con mucha más libertad si no se relacionan conmigo y mantienen su anonimato. De hecho yo ya te estoy poniendo a ti en peligro, y, precisamente por eso, puede que Juan no haya querido hablar en mi presencia.

—Pero eso ya es una prueba de que la cosa es mucho más seria de lo que parece.

—Pues no lo sé, pero es posible. Tendría yo que pararme un rato a pensar en cómo podría transmitir las cosas que se me vienen a la cabeza sin ponerte en peligro más de lo que estás. Bueno, a ti, y a todos los que se relacionan conmigo.

—Se me ocurre que lo hagas ahora mismo. No veo un lugar mejor que éste para que lo pienses. Y, mientras tanto, yo te dejo tranquilo, y voy a solucionar algún asunto que tengo pendiente y ahora vuelo. Estate por aquí y no te me escondas entre la gente, que lo mismo luego no te encuentro.

—Vete tranquilo, que tengo mucho que pensar y no me va a dar tiempo a hacer “turismo”.

Matías se alejó, y yo me quedé sumido en mis pensamientos y moviéndome muy lentamente pero sin rumbo fijo. No sabía ni cómo plantearme el problema. ¿Cómo poder hablar con las personas que quería hablar y transmitirles lo que pensaba, si, como Juan, yo también estaba atado de pies y manos? Se lo dijese como se lo dijese les ponía en peligro, y, si lo escribía, más aún. Pero era necesario que lo dejara por escrito para el conocimiento de todos, pero en ese “todos” se incluía a quienes se oponían a ello, y que averiguarían los planes con sólo leerlos, con lo cual era como decírselos en su propia cara. ¿Cómo ayudar a mis amigos sin hacerlo con los enemigos y sin dejar de cumplir mi cometido? El problema era irresoluble, un callejón sin salida. El mal parecía tener todas las armas en su mano para establecer su tela de araña sin ninguna oposición.

Sólo me quedaba recurrir a Dios para que me ayudase en semejante galimatías. Siempre había recurrido a Él, y siempre me había sacado de todos los atolladeros. Y como yo me había acostumbrado desde jovencito a elaborar todo mi pensamiento delante de Dios, aceptando su mirada omnipresente, y así oraba casi de forma connatural, pues no tuve que repetirle todas mis cuitas y razonamientos cuando le dije: «Mira, ya ves el problema del que yo no sé salir sin tu ayuda. Yo estoy aquí por Ti. Si quieres que siga… ya sabes…»

No acababa de decirlo cuando la luz de la solución me vino a la mente: establecer un acertijo. ¡Si eso era, eso era! ¡Perfecto! Algo que sólo pudiesen entender los buenos y no los malos. Pero es que, además, el diseño del acertijo me vino a continuación casi sin esfuerzo; pero lo repetí en mi mente para que no se me olvidase hasta que pudiera comunicárselo a Matías:

«Lo que queda en la memoria de lo que fue y se esfumó en el siete se prepara

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lo que el cinco comenzó para que lo sepan los buenos pero los malos no.»

Yo mismo me admiraba de que, en sólo seis versos, cupiera todo el mensaje. Era un milagro.

Todo satisfecho, con una sonrisa de oreja a oreja, y después de darle gracias a Dios, me puse a contemplar el lugar que me rodeaba para dar tiempo al regreso de Matías.

Se notaba que, a pesar del paso de tantos siglos, las sucesivas generaciones de la Ciudad habían procurado conservar las huellas de la historia en el recinto, yo diría que a modo de ejemplo y monumento dedicado a la estupidez humana, para que nunca más volviera a repetirse, y no me refiero ya al hecho de la Pasión de Jesucristo, sino al lacerante cisma de sus seguidores del que, el reparto de sus vestiduras, resultó ser su profecía.

Resultaba curioso cómo, sobre el lugar en el que Cristo, Nuestro Salvador, había sido llagado, injuriado, muerto, y olvidado en el sepulcro, todo ello después de haberlo desnudado y despojado de sus vestiduras, que se repartieron a suertes; ahora, las piedras y la decoración vinieran a recordar cómo sus propios seguidores, tiempo después, se repartieron y echaron suertes sobre esas piedras, sobre el recinto, y lo que es peor, sobre su doctrina y vivencia de la fe. Y, con ello, cómo lo habían injuriado de nuevo en su Espíritu, le habían llagado hasta matar su unidad de Cuerpo sacrosanto, para dejarlo olvidado en un sepulcro nuevo. Se me conmovían las entrañas hasta la nausea con sólo pensarlo.

Recuerdo lo que me contaban en mi época sobre cómo se peleaban las distintas confesiones religiosas cristianas por la posesión física de estos Santos Lugares, y por cada piedra y ladrillo de los mismos. Si hasta se encerraban todas las noches en dicho recinto, tres miembros de cada una de las confesiones que tenían parte en los despojos, para evitar los desaguisados que unos a otros se pudieran hacer durante la misma; mientras que la llave del lugar la tenían los musulmanes desde hacía ochocientos años, para evitar las peleas. ¡Cabe situación más ridícula y vergonzante! Ni los niños pequeños caen en semejante mezquindad.

Me preguntaba con qué cara y con qué excusas se presentarían a Dios, a la hora de rendirle cuentas, los responsables y mantenedores de estos cismas. De qué les valdrán todas sus filacterias y hopalandas, o decir: no, yo no soy como mis antepasados que mataron a los profetas, porque yo les edifico tumbas. Y así dan fe de que ellos también los quieren muertos y bien muertos, cuando realmente esos muertos viven por la gracia de Dios. ¡Para qué quieren, pues, edificar y poseer en los Lugares Santos, si no edifican y viven la voluntad del Señor de esos Lugares! ¡Si le hieren y le llagan en su Espíritu como hicieron sus antepasados con su carne! Seguro que se piensan que podrán torear a Dios con toda su palabrería y argumentaciones falaces, pero se olvidan de que su pecado es contra el Espíritu Santo.

A medida que pensaba estas cosas, se me iba calentando el ánimo más y más hasta el punto de que las nauseas ya eran físicas y el vómito tangible amenazaba, junto con el deseo de que éste les cayese en su propia cara. Y como no podía consentir que el asunto prosiguiera por esos derroteros, opté por

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cambiar de tema y dirigir mi pensamiento a otros menesteres. Tenía que fijarme justo en lo contrario.

Me dediqué a observar los rostros de la gente, reparando en la reflexiva emoción que traslucían los que esperaban pacientemente la cola para entrar en el mismo Santo Sepulcro, testigo pétreo de la resurrección del Señor Jesús. Veía la devoción con que los peregrinos pasaban de un lugar a otro, y su respetuoso comportamiento que me reconfortaba, lo que me hacía olvidar la amargura de los pensamientos previos. Allí estaba la unidad en el bien y la verdad de la fe. Por todos había muerto Cristo, y todos lo sabían, y el agradecimiento de uno tras otro, reparaba y consolaba del mal causado en tantos siglos de historia. Efectivamente, la vida de las personas había vencido y superado a la muerte representada por las piedras.

En esto vi venir a Matías, que oteaba mi rostro entre la gente que por allí pululaba. Nos reconocimos casi a la par, y avanzamos para encontrarnos a medio camino. Me dijo:

—¿Qué, hay buenas nuevas?

—Sí, las hay. Pero consiste en un acertijo que tenéis que descifrar entre Juan y tú cuando yo me vaya y no antes. Tú solo no vas a entender nada, pero Juan, sin ti, no va saber darle un enfoque adecuado, por eso es necesario que os pongáis los dos en ello. No he encontrado otra manera de que sólo os enteréis vosotros.

—Bueno, ¿y cuál es?

—Ya no utilizáis papel para apuntar, ¿verdad?

—No, pero en su lugar usamos la tablilla, escribiendo con el dedo en ella.

—Vale, pues apunta en la tablilla.

Matías sacó su tablilla del bolsillo y se dispuso a tomar nota.

—Listo.

—Lo que queda en la memoria de lo que fue y se esfumó en el siete se prepara lo que el cinco comenzó para que lo sepan los buenos pero los malos no.

Le pedí que me repitiera lo escrito, y así lo hizo de forma correcta, pero añadió:

—Esto no hay por dónde cogerlo. Aquí solo se entiende lo de los buenos y los malos.

—Tú tranquilo, que verás como Juan sí sabe captarlo. Y creo que, con esto, ha llegado el momento de marcharme. ¿Por qué no me llevas adonde esté Juan para despedirme de él?

—Está en la Capilla del Santísimo. Vamos.

En el corto trecho que nos separaba de la misma, se me ocurrió comentarle:

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—Estaba pensando en, si tuviera la oportunidad, acercarme un día por Madrid, para ver cómo había cambiado todo, y ver si reconocía el lugar donde estaba mi casa de entonces…

Se quedó parado, y me miró sin saber qué decirme, para acabar balbuceando:

—No creo que sea buena idea.

—¿Pero es que se produjo algún desastre? (Le pregunté expectante, temiendo cualquier cosa.)

—No, no, no es eso. Es que no creo que sea lo más adecuado, es que podrías encontrar cosas que, quien sabe si podrían condicionar tu libertad, o influir en tu época a tu regreso. Yo te aconsejo que no lo hagas. Si quieres yo te cuento algunas cosas que te puedan resultar familiares, ¿te parece?

—Vale. Bien, te haré caso. Cuéntame si queda en pie algún monumento emblemático que tú sepas. ¡Porque son muchos siglos atrás!

—Originales quedan poquísimos. De hecho, la Puerta de Alcalá, ya se ha reconstruido dos veces a lo largo de la historia. Y se hizo porque constituía un monumento simbólico del lugar, pero muchos otros no se reconstruyeron. La Catedral de la Almudena también está muy reconstruida. También algunas iglesias… Pero la que es un milagro de conservación, la joya de la corona, es la iglesia de San Ginés. Y poco más te puedo decir. Ah, y también se mantiene en pie un edificio en la zona de Atocha que fue hospital en tiempos del rey Felipe II y que ahora se utiliza de museo.

—Sí, ya en mis tiempos se empezó a utilizar de museo, y aunque el contenido dejaba bastante que desear, la fábrica y solidez del edificio era imponente; no me extraña que haya aguantado. (Y añadí:) ¡Que decepción!, pensé que resistiría algo más; pero la verdad es que son demasiados siglos, y el paso del tiempo no perdona.

Una sentida genuflexión ante el Santísimo expuesto marcó nuestra entrada en la capilla, donde Juan se encontraba en oración junto con otras personas. Matías se acercó hasta él para que le viera y supiera que estábamos ahí. Pero Juan se levantó inmediatamente para salir con nosotros fuera de la capilla. Allí me dijo:

—Gracias por venir a despedirte de mí. Porque me imagino que vienes a eso, ¿no?

—Me encanta tu perspicacia (le respondí afectuosamente). Creo que, por el momento, ya he hecho aquí lo que tenía que hacer, y os dejo una tarea para los dos que ya te explicará Matías. Ahora vuelvo a casa a escribir todas estas cosas, y luego iré adonde me has dicho. Me encantaría volver a veros, pero…

—Tú no te preocupes por eso —repuso Juan—, y deja que los acontecimientos hablen. Lo importante es que todos permanezcamos unidos con un mismo espíritu en el Espíritu.

—Vale, pues… con Dios.

—Con Dios —respondió Matías.

Y me volví a mi casa, a mi época, habiendo dejado mi mono marrón colgado junto a la puerta.

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Quería retomar mi periplo por las postrimerías de la historia, pero los agobios de la vida diaria en una época tan desnaturalizada como la que me había tocado vivir me lo impedían; una vida cargada de mezquindades y de engaños, especialmente diseñada para colocar todo tipo de tropiezos al sano desarrollo de la misma.

Por fin pude encontrar un momento sosegado en que pararme ante mi fantasía, y, a la vez que me colocaba mi mono marrón, centrarme en mi destino en la misión de San Bladimiro, en Magog. Y, así, atravesé el umbral que me conducía a él.

Una sala, con una amplia mesa central rodeada de unas cuantas sillas, y las paredes ocupadas por vitrinas, en las que se veían libros como en mi época, y tres puertas, me recibió al otro lado. Un hombre maduro de mono negro consultaba un libro, mientras, a su lado, sobre la mesa, reposaba una de las tablillas omnipresentes en la Ciudad. El hombre, en cuanto que percibió mi presencia, clavó su mirada en mí para decirme:

—Bien, ya estás aquí. Te has hecho de rogar, ¿eh?

—Es que he tenido problemas en mi casa, en mi época. (Me justifiqué. Aunque noté mientras respondía que él no se refería a eso.)

—Soy Luis, el misionero más veterano, y responsable de esta misión de San Bladimiro en Magog; y te lo digo para que veas que no te has confundido en tu destino, y has llegado donde querías.

—Pues me alegro, porque, puestas las cosas a salir mal… lo mismo aparezco Dios sabe dónde. (Me invitó a sentarme junto a él, lo que acepté mientras proseguía mi locución.) Me imagino que ya te habrá advertido Juan de mi visita.

—Pues no directamente, pero es que todo el mundo que conoce tu escrito sabe que después de verle a él vienes aquí porque él te envía.

—O sea, que tú también has leído mi escrito.

—No directamente, pero sí me han hablado de él. Incluso cuentan que en esta biblioteca hubo en su día una copia en papel, toda una reliquia que requisaron cuando la prohibición.

—Pensaba que ya no había lugares como éste donde consultar los libros en papel.

—Sí los hay. ¡No íbamos a tirar esos tesoros! Pero sólo los utilizan especialistas y personas muy interesadas. Como todos los libros ya están disponibles en la tablilla, pues, a quien sólo le importe el contenido del libro, no se molesta en venir aquí. Los que venimos somos más del detallito, del formato, de la reliquia histórica, en fin… Y aquí, en la sala de lectura, están los que más se utilizan, pero en el archivo —señalando a una de las puertas— se conservan todos los demás. No es que tengamos una gran cantidad, pero son los que han ido soportando mejor el paso del tiempo.

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—Me parece que, con todas estas características personales, he venido a dar con la mejor persona posible para que me cuente un poco de la historia y vida de Magog, y cómo surgió esta misión.

—No, la mejor no; pero algo puedo contar. Magog surgió unos pocos siglos después de Gog, en pleno territorio de la Ciudad, como consecuencia del proselitismo de Gog en contra de ella, pero como rechazo también a la forma de gobierno y el estilo de Gog. Podríamos decir que fue una opción intermedia entre ambas visones. Para ello rescataron del pasado el modo de gobierno imperial, propio del Imperio Romano, y, como esta zona es en la que se ubicó el Imperio Ruso, pues la historia de este último fue el patrón que se siguió. Y tuvo éxito en su expansión porque, en contraste con el modelo propuesto por Gog, respetaba otras formas de organización particulares y otras ideas con tal de que estuvieran en oposición al seguido en la Ciudad; por lo que se constituyó como una confederación, bajo las directrices últimas de un emperador. Así, todos los disidentes que no tienen cabida en Gog, vienen a parar aquí. Todos los que no tienen una visión agnóstica de la realidad, pero propugnan creencias muy peregrinas o de tipo sectario o que pretenden reintroducir visiones antiguas de la religión, todos se encuentran en Magog; y buscan el territorio donde puedan encontrar gente más afín a su idea. De esta manera se fue cambiando la población original hasta el momento actual; aunque lograron subsistir algunas colonias. En concreto, San Bladimiro, fue una de ellas, pero al hallarse en uno de los estados de la confederación más religioso y con un estatus más parecido a la Ciudad, éste fue minando la colonia que acabó por no ser autónoma y tener que convertirse en misión.

—¿Eso quiere decir que en este estado no se utiliza el dinero?

—No, no, el dinero se utiliza en todo Magog, pero de lo que aquí disponen en este estado de Siberia Central, es de un buen servicio de asistencia social, ¡nada que ver con lo de Gog!, y eso es lo que le hace parecerse más a la Ciudad. Y contentando a la gente con “pan y circo”, los tienen entretenidos y evitan que piensen en otras cosas.

—¿Y qué diferencias puede haber entre esta misión y la de Melburne, por ejemplo, que es en la que he estado?

—De funcionamiento no creo que haya ninguna, pero sí la hay de comportamiento. Aquí no son tan hostiles y belicosos como en Gog ni tampoco están tan vacíos de Dios como allí, pero sí tienen unas reservas mentales y unos arquetipos de Dios difíciles de desmontar; aunque luego, si escarbas, te encuentras con que el ser humano sin Dios es igual en todas partes y en todos los tiempos. Por eso, una vez que dan el paso para desembarazarse de sus mitos y costumbres, su integración en la misión y en el espíritu de la Ciudad es muy fácil. El problema es esa primera etapa.

—Y referente a los deportados de la Ciudad, ¿cómo se lleva eso aquí?

—A Magog vienen la mayoría; de los cuales vendrían casi todos aquí si no fuera por el clima. Hace demasiado frío durante gran parte del año como para estar deambulando por las calles. Y eso que en San Bladimiro es una cosa normalita para la zona y nada extremado… Pero no deja de hacer mucho frío si lo comparas con otros climas. El caso es que, una vez que están aquí, se adaptan bastante bien, tanto a la misión como fuera. Aunque, como dicen ellos

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mismos: «Como la Ciudad no hay nada». Así que los que no tienen grandes problemas espirituales con la Ciudad, acaban volviendo a ella.

—Por lo que me cuentas, deduzco que la vida en Magog podría parecerse más a una época anterior a la mía, menos intolerante e intransigente con la vida espiritual que la que se vivía en mis tiempos.

—Sí, podría ser en algunos aspectos. Yo diría que, más que menos intolerante, menos radical en su intolerancia e intransigencia, porque aquí también hay de eso. Ten en cuenta que la intransigencia es un modo de autodefensa, y si no fuera por ello, Magog, acabaría por volver a ser Ciudad, Nueva Jerusalén, en no mucho tiempo.

—Me imagino que por eso me comentabas lo del “pan y circo” para tenerlos distraídos. Lo del “pan” me puedo suponer consiste en cubrir sus necesidades básicas; pero lo del “circo”, ¿cómo se concreta en esta época tan lejana de la Roma antigua?

—Bueno, lo del “pan” tampoco es tan rotundo. Aquí cubren unas necesidades básicas, pero muy básicas, prácticamente sólo de subsistencia, pero la gente no queda libre de la pobreza ni tampoco de una ignorancia relativa, porque sólo te suministran un mínimo de educación sesgada que pueda ser útil al estado y nada más. Y con respecto al “circo”, una de las cosas que tenían bien claras los primeros iniciadores de Magog fue que había que rescatar del pasado todas las formas de entretenimiento disuasorio que existían en tu época, la más floreciente al respecto; y volvieron a implantar todo tipo de competiciones, especialmente las deportivas, los concursos, los espectáculos desinformadores y sin contenidos de valor, y todos los medios de comunicación centrados en ellos.

—Quiero entender que todo eso ya había desaparecido con anterioridad, ¿también el deporte?

—Sí, claro. Cuando despareció el culto al cuerpo, propio de tu época, y que no se había dado en ese grado en toda la historia de la Humanidad hasta ese momento, el deporte como manifestación de ese culto, y, por supuesto, las competiciones deportivas desaparecieron con ello. Sólo se mantuvo un sostén físico o motriz del cuerpo, lo mismo que había en los siglos anteriores a tu época, a modo de entrenamiento para las actividades, pero, claro, ahora más estructuradas y conocidas gracias a la eclosión del deporte en tu época. Lo que sufrió un giro radical fue la competición por la competición, y la competencia meritoria entre personas; porque las personas no necesitaban ningún mérito para ser unas mejores que otras ni la competición aportaba nada a su ego. Las personas tenían valor en sí mismas, y nada de fuera les iba a añadir ni un ápice a ello, por lo que todas las capacidades y talentos se reorientaron al bien común y no al propio. El concepto de que una persona no ganaba nada con demostrar o demostrarse mejor que otra, tardó en ir calando en el común, pero al final acabó por tirar a pique la competitividad a favor de la generosidad como manifestación del amor. ¿Qué aportaba al ser de la persona que una fuera mejor que otra o que un equipo ganara a otro? ¡Resultaba ridículo el antiguo planteamiento competitivo! Pero lo que sí se promovió fue el juego por el juego como medio de aprendizaje social. Se había observado que el juego era la forma habitual de aprendizaje de los niños, y se pensó: ¿Por qué no hacer lo mismo con los adultos pero orientado a otros aspectos que requieren una mayor madurez? Y se propusieron juegos de sociabilidad en los que se practicaba la

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dinámica social sana y la preparación para afrontar la vida con todas sus luchas y dificultades. El objetivo ahora no era ganar a las personas, sino superar las dificultades y ganarle a los inconvenientes de la vida. Son juegos en los que el triunfo está en jugar, y en hacerlo junto con los demás, y, además, coordinadamente con ellos, porque todos remamos en la misma dirección pero cada uno en su tarea específica. Y con este objetivo se adaptaron juegos tradicionales o se idearon otros nuevos. Por eso te decía que aquí, en Magog, se volvió al antiguo criterio de la competitividad para poder restablecer las antiguas formas de juego, con lo que se promovió de nuevo el culto al cuerpo y, en definitiva, al propio ego.

—Ya veo que siempre el pecado está detrás de todo.

—No lo dudes.

—Entonces con los espectáculos sucedería algo semejante, ¿no?

—Desde luego. Los espectáculos se centraron en ser vehículos de formación entretenida o didáctica pero no vacíos de vida espiritual. Los espectáculos vinieron a ser una manifestación cultural educativa, lo mismo que el arte.

—Y el arte y las manifestaciones artísticas, ¿qué pasó con ellas?

—Pues prosiguieron lo mismo, pero con este enfoque. Ya no todo valía como en tu época, sino todo aquello constructivo que edificaba, formaba y ayudaba a madurar a las personas. Todo lo destructivo comenzó a ser ignorado y desapareció. Toda manifestación artística requería códigos de interpretación universal innata o culturales didácticos, si carecía de ellos, como ya no había gente encargada de hacerte tragar “la mula ciega” ni había negocio detrás, pues no prosperaba y caía en el pozo del olvido. Pero, vamos, todo el arte clásico, con sentido y fundamento, ha llegado hasta nuestros días, y puedes acceder a él a través de las tablillas, porque es un bien común, patrimonio de todos. Porque ese aspecto lo tenemos todos bien aprendido y grabado: Que todo es en bien de toda la Humanidad y por ello trabajamos. Y por eso a nadie se le ocurre hacer barbaridades en ese terreno, ni bobadas irreflexivas para entretenerse desperdiciando el tiempo.

—¿Y en este estado y en Magog se conservan esas obras clásicas y se les da promoción?

—Alguna vez, y sólo algunas. Sólo las que más les convienen y en los momentos o circunstancias que más convienen a sus dirigentes. Ten en cuenta que en la Ciudad se enseña a sacar el bien de todo eso, mostrando sus cualidades constructivas y edificantes para el ser de cada persona; con lo que ellos tienen que ocultar o manipular esos conocimientos para que su gente no los sepa utilizar y no pueda obtener los beneficios que aportan; por eso te decía que sólo algunas y sólo alguna vez, dependiendo de las condiciones. Sin embargo, sí emplean obras descartadas por nosotros o hechas a la medida de sus intenciones. Como verás siempre intentando que la gente no sea capaz de pensar y decidir por sí misma: La constante universal de la manipulación.

—Pero ellos podrían decir lo mismo de la Ciudad…

—Y, de hecho, lo dicen; pero en la Ciudad se explica el porqué y se les da criterios, y siempre tienen la oportunidad de venirse aquí si quieren. Cosa que al revés no sucede.

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—Lo de los espectáculos me ha traído a la mente uno típico de mi país, de la antigua España, y que aún pervivía en mi época, me refiero a las corridas de toros. No sé si sabes a lo que me refiero.

—Sí, claro que lo sé, porque aunque ese espectáculo desapareció a la vez que todo lo que comentábamos, pervivió hasta hoy en el lenguaje, y por eso todos sabemos a lo que te refieres, aunque no lo hayamos visto como tal espectáculo en la vida ni en muchos siglos.

—Me resulta asombroso lo que me dices, que haya pervivido en el lenguaje…

—Pero es que tiene su explicación. Como tal espectáculo resultaba primitivo y psicológicamente poco elaborado por lo grosero de su simbología, pero como expresión de la lucha entre la fuerza bruta y visceral del hombre, su animalidad, y su inteligencia y saber espiritual, estaban muy bien traídos, este contenido se racionalizó, despojándosele de su brutalidad visual, y se transfirió completamente a la expresión lingüística, de tal forma que pudo prescindirse de su manifestación tangible sin perder su vigencia. Por eso, ahora, todos sabemos de lo que hablamos sin necesidad de ver físicamente una corrida o una actividad lúdica con toros de lidia. Y, con el idioma, llegó a todo el mundo.

—Y hablando de idioma… ¿qué pasó con el ruso?

—Pues se convirtió en una lengua muerta más, como todas las otras. Antes de su desaparición como lengua viva, viendo la rapidez en la progresiva disminución de su empleo, se optó por cambiarle su representación alfabética para hacérsela más asequible a la población general, y se adoptó el alfabeto universal, pero eso sólo retrasó su desaparición. En nuestro archivo aún conservamos algunos libros en alfabeto cirílico que ya nadie consulta. Lo único que todavía se consulta del ruso son los diccionarios de topónimos, para saber lo que en origen se pretendía decir al nombrar un lugar.

—¿Y los fundadores de Magog no pretendieron reimplantarlo como signo de su diferenciación con la Ciudad?

—Sí, lo intentaron, pero como comprobaron que eso les restaba mucha fuerza expansiva, y que, si persistían en ello, acabaría su idea lo mismo que el idioma, abandonaron la tentativa.

—Y, en la actualidad, ¿cómo se llevan las relaciones entre la Ciudad y Magog?

—En un ten con ten aceptable por el momento, aunque desde que surgió un pequeño cisma en la Ciudad, y los cismáticos se confederaron con Magog, la situación se puso mucho más tensa, ya que parecía que Magog estaba detrás de ello como impulsora del mismo. Pero todo esto te lo puede explicar mucho mejor que yo Nicolás, un magoguita converso que fue diplomático en la Ciudad por un tiempo, y como vive cerca de aquí vamos a visitarle, ¿te parece?

—Ah, bien. Estupendo.

—Y así aprovecho para llevar la comunión a una anciana encantadora que ya no sale casi de casa, y que vive con su hija, justo al lado de la casa de Nicolás. ¿No te importa, verdad, que hagamos ese alto en el camino?

—Qué me va a importar.

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—Venga, vamos.

Y añadió mientras nos levantábamos:

—Menos mal que vienes con el mono puesto, porque ahora sí lo vas a necesitar para salir a la calle, porque, aunque sólo son las primeras nieves las que están cayendo, ya es necesario abrigarse bien. Así que ya puedes ir sacando los guantes y la escafandra.

—¿Qué guantes y que escafandra?

—¡Ah, que no lo sabes! Pues lo que todos los monos llevan ocultos en los puños y en el cuello. Verás cómo lo hago yo.

Efectivamente, de forma muy bien disimulada, un guante podía extraerse del refuerzo del puño de cada manga del mono. Pero antes de colocárselos había que sacar una capucha cerrada a modo de escafandra que igualmente estaba escondida en el refuerzo del cuello, y que, como tenía la parte delantera totalmente transparente parecía en verdad una escafandra. Al ver eso exclamé:

—¡Pero si te ajustas la escafandra por delante no puedes respirar y te ahogas, y, si no, te entra el frío igualmente!

Luis se rió con ganas, y me explicó:

—No, hombre, no. Aunque lo ajustes, toda la zona del cuello permite que entre el aire pero no el frío. ¡Que ha pasado más de un milenio desde tu época! Pero no te lo ajustes todavía hasta que no vayamos a salir, ahora déjalo como capucha.

Y de esta guisa me la colocó él. Así salimos, por otra de las puertas de la sala, a dar a un corredor que conducía al vestíbulo de la edificación, del que, a su vez arrancaban otros dos corredores, y donde se encontraba la puerta de la calle. Me dijo:

—Ahora sí es cuando tienes que colocarte y ajustarte la escafandra y los guantes.

Y así lo hicimos los dos.

Pero resultó que la puerta de la calle no era de las sencillas, sino de las dobles que dejan un espacio entremedias a modo de exclusa. Fuera nevaba suavemente.

Un dedo de nieve que ya había cuajado dejaba ver las huellas de las personas que por allí habían ido pasando, muchas de las cuales confluían en la misma dirección, la de la iglesia; y ésa es la que nosotros tomamos. Luis me advirtió con voz apenas modificada por la escafandra:

—Ahora vamos primero a la iglesia porque tengo que recoger la eucaristía en el portaviático para llevársela a Olga. —Y añadió— Como verás no ha hecho más que empezar a nevar, pero esta nieve ya permanecerá hasta la próxima primavera.

Una doble puerta, esta vez semejante al vestíbulo de las iglesias más tradicionales, también nos separaba del interior del templo. La abundancia de gente, que casi la llenaba, daba la impresión de que la misa diaria iba a comenzar de un momento a otro. Luis me dijo:

—Espérame aquí que vuelvo enseguida.

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Y avanzó hacia el sagrario, mientras se despojaba de los guantes; pero la escafandra no la retiró. De la reserva extrajo la Sagrada Forma que necesitaba y la colocó en su portaviático, mientras todo el mundo contemplaba la acción de rodillas. Volvió a dejar la reserva en su sitio y retornó sobre sus pasos, a la vez que se colocaba de nuevo los guantes. Cuando salió a la calle yo le seguí. En ese momento sonaba la campana que indicaba el comienzo de la celebración con la salida del sacerdote al altar.

El alumbrado público acababa de encenderse, indicando el final del lento ocaso del día propio de esas latitudes. Nosotros tomamos la primera calle de la derecha nada más salir del recinto de la misión, y por ella caminamos un buen trecho. Entonces me fijé que gran parte de las casas estaban decoradas con pinturas murales a modo de frescos, pero de un estilo sencillo y casi infantil. Y como me gustó, le comenté a Luis:

—Me parece muy buena la idea de decorar las casas de esa manera.

—Eso es una herencia de la Ciudad. Una forma de dar desahogo a los artistas locales sin grandes pretensiones de calidad, pero sí de buena disposición y ganas de hacer más agradable la vida a los demás. Son los propios ocupantes de las casas los que solicitan esa ornamentación para cuando uno de esos habilidosos decoradores pueda. Cuando todo pertenecía a la Ciudad, esto se hacía gratuitamente; ahora…, depende. Pero en toda la Ciudad podrás encontrar mucho de esto, incluso en Magog como costumbre heredada.

Nada más girar por una de las bocacalles nos detuvimos ante una puerta de una vivienda unifamiliar. Luis me indicó: «Aquí es», mientras llamaba a la puerta, pulsando lo que supuse sería un timbre.

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Una voz resonó delante de nosotros: «Adelante. Pasad», y la puerta se abrió automáticamente. Cuando pasamos la exclusa de la doble puerta, la interior se abrió para mostrarnos a una mujer de mediana edad que había salido a recibirnos. Dijo:

—Ya he visto por el monitor lo bien acompañado que vienes hoy, Luis. —Y, tendiéndome la mano, continuó— Hola, soy Natalia, la hija de Olga. Muchas gracias por venir a mi casa, ya sé quien eres.

—Encantado de conocerla. (Respondí, abrumado de nuevo ante esos reconocimientos tan inexplicables, y sacándome rápidamente los guantes para poder responder a su saludo.)

—De “conocerte”, de “conocerte”, que no estamos en tu época.

—¿Qué tal está Olga hoy? —Preguntó Luis, una vez nos retiramos la escafandra, y mientras atravesábamos el vestíbulo y nos dirigíamos a una de las habitaciones.

—Más o menos como en los últimos días, y hoy especialmente parlanchina. —Respondió Natalia, que según cruzaba el umbral dijo a su madre— Mamá, mira quien ha venido ha venido a verte.

Una venerable anciana, de pelo completamente blanco recogido en un moño, nos recibió recostada en una silla adaptada semejante a la que vi en Perz, usada por Agustín. Se alegró mucho al vernos, y tras saludar a Luis me dijo:

—Qué alegría me da verte, y que no te olvides de estos pobres que casi no nos podemos mover. Siéntate por favor que luego quiero charlar un poquito contigo, pero primero vamos a lo más importante.

—De acuerdo. (Respondí, y me senté en una silla cercana.)

Mientras tanto, Natalia, había colocado un mantelito blanco de pequeño tamaño, a modo de corporal, sobre la mesa que estaba junto a la silla de Olga, y, sobre él, una imagen de Cristo crucificado. A su vez, Luis, había sacado su portaviático, que colocó abierto, para que pudiera verse la Sagrada Forma de su interior, a los pies del crucifijo sobre el corporal. A todo esto, Olga, se había reconcentrado en sí para prestar toda su atención a lo que iba a ocurrir.

Luis sacó su tablilla de otro de sus bolsillos, y, consultándola, comenzó su introducción al acto penitencial. Una vez rezado por todos los presentes, Luis leyó una breve lectura, y luego realizó alguna petición e invitó a Olga a que ella también expusiera su prez en voz alta, lo que así hizo. Todos acabamos rezando el Padrenuestro; para, seguidamente, Luis, tomar la Sagrada Hostia del portaviático y administrársela a Olga, que la recibió muy devotamente. Tras unos momentos de silencio, Luis concluyó el acto con una oración; y el portaviático vacío, el crucifijo y el mantelito, volvieron a sus lugares primitivos. Luis y Natalia se sentaron en las otras dos sillas que quedaban en la habitación. Luis dijo a Olga, señalándome con la mano:

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—¿Qué, Olga, has reconocido a quien te he traído?

—Cómo no lo voy a reconocer —replicó ella— si estaba deseando tener unas palabritas con él, así… de tú a tú.

Pero lo dijo con tanta gracia que a todos nos hizo reír.

—Es que quiero —me dijo Olga de forma un tanto tunante— que le pidas al Señor por mí, para que me lleve ya con Él, ¡que no sabe cuánto lo deseo! ¡Yo qué hago aquí ya sino darle quebraderos de cabeza a mi hija!

—Mamá, no digas eso ni en broma —interrumpió Natalia algo enfadada.

—Tú déjame a mí, que aún no he perdido la cabeza y sé muy bien lo que me digo. —Replicó, para luego continuar diciéndome en el mismo tono— Tú que vas de acá para allá, intentando ayudarnos en nuestra historia, y que el Señor te va a escuchar seguro porque, si no, no podrías hacer eso; le puedes decir que el mejor sitio para mí es estar con Él y que no lo demore más. Eso es lo que Él quiere, eso es lo que yo quiero… ¡Pues para qué esperar más! Yo ya he hecho aquí todo lo que tenía que hacer.

—Bueno, eso no lo sabemos (repliqué). Estamos en manos de Dios que Él sabe más. Yo puedo decir… pero el dar le corresponde a Él.

—Pues eso es precisamente lo que quiero, que le pidas —repuso Olga—. Que si, efectivamente, aún me queda algo por hacer… me aguantaré y me conformaré, que yo quiero lo que Él quiera, pero si no… ¡a qué tanto retraso! Mira que si se ha olvidado.

Me reí antes de añadir:

—Dios nunca se olvida de nadie. Ni de los que no le quieren ni, mucho menos, de los que le quieren.

—A ver si es verdad —sentenció ella.

En ese momento se me ocurrió que, aquella persona tan valiosa, seguro tenía una historia que contar, y yo no podía pasar por allí sin aprovechar esa oportunidad, y le dije:

—Olga, y por qué no me cuenta a grandes trazos la historia de su vida, porque seguro que ha tenido que ser muy interesante.

—Pero que manía con el usted, cómo se nota que no es de esta época —comentó en voz alta—. Vamos a ver, como seguro que nadie te ha explicado las costumbres, te las explico yo: La costumbre de hablar de usted a las personas mayores y a los desconocidos se perdió… hace… ni se sabe de tiempo. De usted sólo se les habla a los muertos, ¡me escuchas!, ¡a los muertos!, a los difuntos; y cuando oigas hablar a alguien de Don tal o Doña cual es que se están refiriendo a personas ya fallecidas; porque ahora ya nadie lleva el título de Don, ni tan siquiera el Papa. Bueno, salvo ahora, el mayordomo actual, que cuando asumió las funciones de Concejal General de Culto, tuvo la peregrina ocurrencia de volver a resucitar el título de Don para él, y así hay que llamarle con el Don por delante y de usted; y todo porque dijo que se había perdido el respeto a las instituciones y a la autoridad, y eso había que recuperarlo.

—Y ésa será la misma razón por la que ahora los sacerdotes van de negro, ¿no? (Apunté.)

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—Efectivamente —intervino Luis—. Todo esto viene a raíz del pequeño cisma que te comenté antes, que lo achacan a una relajación de la vida espiritual y las costumbres.

—Pues yo, lo siento, pero no estoy de acuerdo con esa opinión —insistió Olga—. Yo te puedo decir que, aunque mi vida no tenga ningún interés y sea de lo más corriente, no he visto ninguna relajación, al menos aquí, en lo que verdaderamente cuenta en la vida de fe. Toda mi familia y mis antepasados han sido siempre de la Ciudad, y nunca nadie en ella se hizo magoguita, a pesar de estar aquí rodeados. Ni siquiera mis nietos han caído en sus redes. Más bien al contrario, a su alrededor ha aumentado el números de conversiones, lo cual no sería posible si se hubieran relajado las costumbres.

—Aquí no, pero esto es una misión que fue colonia; quizá, en el resto de la Ciudad, puede que así ocurra —justificó Luis.

—Pues yo no me lo creo —porfió Olga. Y, mirándome, añadió—. Sabrás que la madre del actual mayordomo, el que quiere que le llamen Don Ángel sin haberse muerto, nació aquí, en San Bladimiro, y yo la conocí y me traté con ella. Se llamaba Luz, aunque me imagino que ya será Doña Luz, y tiene una historia muy curiosa. ¿Quieres que te la cuente?

—¡Por supuesto! (Respondí.)

—Eso no me lo habías contado a mí —terció Luis.

—Porque no se habrá dado la oportunidad, porque yo sí que la sé —aseguró Natalia.

—Pues verás —agregó la anciana con salero—, Luz era una jovencita nacida en San Bladimiro pero de familia magoguita, que se quedó huérfana de padre cuando todavía era una niña, y su madre recurrió a la ayuda de la misión; pasado un tiempo también murió la madre, pero como ella ya se había convertido, estaba integrada en nuestra vida normal de la misión, y de ahí surgió nuestro trato. Un día, ya oscurecido, que regresaba un poco tarde, fue asaltada por un hombre que le aplicó algo que le hizo perder el sentido; como no tenía nada de valor, no le pudieron robar nada material; pero cuando despertó encontró su ropa descolocada y dedujo que habían abusado de ella. La revisión médica se lo confirmó. Pero, aunque la habían lavado bien, al poco tiempo ella se notó embarazada. Al final se acordó, para que ella pudiera olvidar y comenzar una vida nueva, enviarla lejos de aquí a un lugar de Norteamérica que creo llaman Chicago, donde pudiera tener y criar a su hijo con toda naturalidad y completamente dentro del ambiente y la protección de la Ciudad. Y ya no volví a saber de ella. Sólo sé que, cuando se fue de aquí, llevaba la idea de poner a su hijo el nombre de Ángel. Ángel que, andando el tiempo, llegaría a ser nuestro actual mayordomo; que no oculta que su madre procede de aquí, pero que, evidentemente, no menciona las circunstancias de su origen.

—¿Y no se buscó al violador? (Pregunté.)

—Claro que sí, pero no se le encontró ni vivo ni muerto. Y eso a pesar de tener una perfecta identificación biológica gracias a las pruebas extraídas. Lo mejor para ella, pero lo peor para la investigación, fue que ella no se acordaba de nada, y no pudo dar ninguna pista más que la dejada por el violador.

—¡Pues vaya asunto! (Exclamé.)

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—Desde luego —repuso ella—. No se ha vuelto a ver por aquí nada tan misterioso como eso. Porque en otros casos semejantes que hubo por la época, en todos ellos, se acabó pillando al culpable; sin embargo, las pruebas biológicas no coincidían con el de Luz, por lo que el asunto quedó sin resolver.

—Eso sólo podía haber ocurrido en Magog o en Gog, porque en la Ciudad es impensable —apostilló Luis.

—Lo que a mí me parece más raro de todo —comentó Natalia— es que, con todo el control biológico que hay, en el que todos estamos perfectamente identificados y localizados, no hubieran podido dar con él.

—A lo mejor es que no era de aquí, y venía de Gog. Es un suponer (le respondí).

—¿Y se va a venir aquí desde Gog? ¡Como si allí no pudiera! —Replicó ella.

—Sí, es una tontería. Era por decir (consideré).

—Incluso en el remoto caso de que fuera alguien de la Ciudad —terció Luis—, como en eso, la Ciudad, colabora sin ningún problema; al cruzar los datos, se le habría detectado al momento. Por eso sólo queda la posibilidad de Gog. Aunque, como bien dices, Natalia, no tiene mucho sentido esa hipótesis.

—Pero bueno, Olga (intenté reconducir la conversación), que estamos hablando de la historia de Luz, pero no me has contado nada de la tuya.

—¡Cómo que no! —Me replicó— pero si ya te he dicho que no tiene nada de particular, y que toda mi familia y mis antepasados somos de aquí y no hemos dejado nunca de estar unidos a la Ciudad. ¡Qué más quieres que te cuente!

—Pues no sé… Me imagino que una persona que tiene tan claras las cosas, y que demuestra una vivencia de fe, no es posible que tenga una vida anodina y sin sustancia.

—¡Ah, pero yo no he dicho eso! Que yo haya tenido una vida corriente no significa que yo no haya sabido disfrutar de ella todo lo posible. Yo he procurado encontrar al Señor en todas las cosas y por eso he sido feliz, todo lo que se puede ser feliz en esta vida, con todas las cosas sencillas y corrientes de toda mi vida. He disfrutado de las cosas de mis hijos, de cada detallito de cuando eran pequeños; de mis nietos. He sido feliz con mi marido mientras vivió. Y digo “he sido” y no “fui” porque para mí, Don Sergio, sigue cerca de mí, también acompañándome en mi etapa de viuda. Tuvimos un noviazgo vulgar y, sin embargo, lleno de ternura y detalles de amor inolvidables. En fin…, que el secreto está, no en lo que se vive, sino en cómo se vive. Y con lo fácil que sería contar una historia que no tengo…, ¡una vivencia! resulta casi imposible de transmitir, y eso sí lo tengo. Cómo transformar en aventura el mirar por la ventana y disfrutar contemplando el paso de las nubes por el cielo… Para mí es imposible transmitir eso. Porque, además, eso no está en las nubes, sino que es una gracia que Dios pone en mí, y de la que me siento enormemente agradecida. ¿Entiendes ahora porqué te decía que pidieras por mí al Señor para que, por fin, me llevara con Él?

—Sí, ahora lo entiendo todo. Lo entiendo todo (repetí admirado).

—Me parece que hoy no te sacamos de ese tema… —aseveró Luis.

—Es que tenía que aprovechar bien esta visita especial —puntualizó Olga.

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—Y como ya la has aprovechado —precisó Luis, poniéndose en pie—, nosotros nos vamos a ir, que aún tenemos que realizar otra visita antes de que se haga más tarde.

A imitación de Luis, Natalia y yo nos pusimos en pie, mientras que Olga apuntaba:

—Como vosotros queráis, pero que conste que yo no os echo.

—Hasta cuando Dios quiera. (Le dije yo.)

—Eso. Y que quiera pronto —respondió ella.

—Anoto la petición. (Me volví desde la puerta para advertírselo.)

—Lo daba por hecho —afirmó ella.

Nos paramos en el vestíbulo para colocarnos la escafandra y los guantes, mientras Natalia nos decía:

—La verdad es que yo disfruto escuchándoles hablar, y ella también se expresa con más viveza cuando tiene visita. Muchas gracias por venir y gracias por la plática.

—No hay de qué darlas —respondimos casi al unísono.

Al salir de la casa seguía nevando con el mismo ritmo pausado que cuando llegamos, pero la altura de la nieve cuajada ya había ascendido un poco más.

Unos cuantos pasos más adelante, en la misma calle, nos paramos ante otra casa semejante a la de Natalia y Olga. Y Luis repitió la operación de cuando llegamos a aquella.

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En esta ocasión fue una voz masculina la que nos respondió: «¿Quién es?» Luis explicó:

—Hola, Nicolás, soy Luis que vengo a presentarte a un amigo que quiero que conozcas. Espero no pillarte demasiado desprevenido con la vista.

—¡Ah, Luis! —contestó la voz—, no te había reconocido. Sí, sí, pasad que ya salgo.

La puerta externa se abrió y pudimos pasar al espacio de exclusa, donde ya nos fuimos despojando de los guantes y la escafandra. La puerta interior se abrió enseguida. Un hombre maduro, algo mayor que Luis, nos recibió.

—Pasad, pasad, por favor. ¡Qué agradable sorpresa! ¡Ojalá todas las visitas inesperadas fueran así!

Nicolás se me quedó mirando, y me dijo:

—El caso es que quiero conocerte pero no acierto a saber si es de mi estancia en Los Ángeles o de qué.

Luis intervino antes de que yo pudiera abrir la boca.

—No es de eso de lo que le conoces, sino que habrás oído hablar de él como alguien que vino del pasado para escribir la historia de estos tiempos.

—¿No me digas que eres tú? —Exclamó más que preguntó.

—Pues sí, es él —prosiguió Luis—; y precisamente para eso hemos venido a hablar contigo.

—¡No me lo puedo creer! —Exclamó de nuevo, tendiéndome la mano muy afectuosamente.

—Bueno, vosotros ya sabéis el resultado, pero yo aún estoy en ello. (Precisé, mientras respondía al saludo de Nicolás estrechándole la suya.)

Pero él, cogiéndome la mía con sus dos manos, repuso:

—Estoy encantado.

—Muchas gracias. Igualmente (respondí).

—Venga, vamos a pasar a la salita —dijo él—, y ya podemos cenar y todo, porque como son platos preparados sólo hay que calentar y listo.

—Pero nosotros no veníamos a eso… —objetó Luis.

—Ya, pero de paso me ofrecéis a mí la oportunidad de ser acogedor y hospitalario. ¿No me negaréis ese favor, verdad?

Luis y yo nos miramos, como para ponernos de acuerdo en no hacerle ese desaire, y Luis accedió:

—De acuerdo, nos quedamos a cenar, así charlamos más distendidamente.

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—Vale, pues iros sentando alrededor de la mesa que preparo las cosas en un santiamén —dijo Nicolás, mientras nos introducía en la salita y nos indicaba los lugares—. Pero podemos seguir hablando mientas yo lo hago —añadió.

Luis le explicó:

—Habíamos venido a verte porque, le estaba yo contando cómo eran las relaciones entre Magog y la Ciudad, y me dije: “Cuanto mejor le puede hablar de esto Nicolás que yo”, y le he dicho: “Venga, vamos a ver a Nicolás que vive cerca de aquí”. Y aquí nos tienes

—Huy, ese tema tiene muchas aristas —respondió Nicolás—. Si se mira desde lejos puede parecer una cosa más o menos suave y lisa, pero si se mira de cerca, entonces se ven todas las facetas del asunto, que ya no es suave ni liso. Y, además, a lo largo de la historia ha tenido muchos altibajos y momentos de tensión.

—Casi me interesaba más en la actualidad (intervine), porque, con las pinceladas históricas generales que me ha proporcionado Luis, creo que será suficiente para que, quien lo lea, se haga una idea. Pero, sin el detalle de la situación actual, me parece que no se va a poder contextualizar bien con relación al resto del escrito, que va a quedar como cojo.

—Yo, ahora —siguió Nicolás—, estoy menos al tanto de las circunstancias y los detalles, pero sí puedo deducir cosas por las que sabía de antes y veo desde fuera actualmente. Pero de lo de ahora sí hay una cosa que me llama la atención porque me resulta extraña. Tengo como la impresión de que los episodios de desavenencia externa estuvieran ocultando movimientos de aproximación interna, como estrategias de acuerdo que se tratan de disimular con teatralizaciones bien orquestadas. Me vais a decir que estoy loco, porque no tengo ninguna prueba, sólo mi olfato, pero yo me atrevería a afirmar que el pequeño cisma que se produjo en la Ciudad, y la posterior confederación con Magog de las colonias cismáticas, ha sido todo provocado; y provocado desde dentro, desde la misma Ciudad.

—¡Qué dices! —Exclamó Luis escandalizado.

—Un momento, tranquilo (abogué yo), déjale que se explique; porque eso no me resulta ajeno, ya que lo he visto en mi época, y es una posibilidad que hay que valorar y sopesar.

—Observad las colonias cismáticas —continuó Nicolás—. Realmente no hay ninguna diferencia entre la vida que se desarrolla en ellas y en el resto de la Ciudad. Ni siquiera han adoptado el dinero. El desencadenante de la separación fue un detallito ínfimo, seguido de una machacona presión para conseguir romper uno de los principios básicos de la Ciudad como es la unidad, una de sus columnas fundamentales. Eso no lo puede hacer Magog. No tiene la capacidad de persuasión ni estratégica ni argumental para conseguirlo, como le achacan en la Ciudad. Esa presión, esa argumentación, esa estrategia sólo se puede llevar a cabo desde la misma Ciudad, que es la que tiene la verdadera fuerza para ello. Es decir, el motivo desencadenante del cisma es completamente desproporcionado con respecto a los efectos ocasionados con el mismo, y eso huele a forzado para conseguir algo que se me escapa.

—Pero un infiltrado de Magog —objetó Luis— bien pudo influir en la colonia para provocar el cambio.

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—No, no. Es imposible que una persona sola en una colonia lo consiga —reafirmó Nicolás—, aunque fuese el responsable de la misma. No puede destruir la sólida y trabada organización de la Ciudad, ni romper el ideal de unidad, sin una colaboración estratégica de muchos otros y de la propia estructura organizativa controlada desde más arriba. Porque no es la gente de esas colonias la que ha cambiado de mentalidad, sino sus responsables los que han conseguido desligarse del entramado organizativo de la Ciudad para unirse a Magog, a la vez que convencían a sus gentes para que lo aceptasen. Eso no se puede hacer desde abajo sino desde arriba, como un plan diseñado previamente, para así poder contar con el propio sistema organizativo de la Ciudad. Seguro que muchos ni sabían lo que estaban haciendo.

Con la disculpa del inicio de la cena, se produjo un reflexivo silencio mientras comíamos. Había mucho que aclarar en la mente de cada uno con respecto a todas las sospechas que había vertido Nicolás. Yo me atreví a reflexionar en voz alta.

—Estoy pensando que eso que planteas tiene sentido si lo enlazas con todo lo que ha venido después; porque, con la excusa del cisma, se ha producido una concentración de poder en la Ciudad y un aumento de control en la misma con un refuerzo del concepto clásico de autoridad, el entendido como poder o fuerza y no como verdad, al que se va retornando paulatinamente. ¿Y no sería éste el verdadero objetivo y lo otro la disculpa?

—Pues es bastante posible —aseguró Nicolás—. Es muy plausible tu deducción. El problema es cómo demostrarlo.

—Si eso que decís fuera cierto… —apostilló Luis— nos encontraríamos ante el mayor escándalo de toda la historia.

—Huy, Luis (dije con una sonrisa paternalista), no sabes los escandalazos que se han acumulado a lo largo de toda la historia de la Humanidad. Éste sería, simplemente, una traición más de tantas como las que ha habido. Quizá sea, la vida más acomodada y sin sobresaltos de esta época, la que ha permitido el bajar el nivel de alerta y disminuir la sensibilidad frente a las estrategias del mal y su mentira, y que ésta pueda avanzar sin ser detectada.

—¡Pero quién iba a pensar…! —aseveró Luis.

—Ése es justo el problema (aseguré), aprovechar ese nivel alto de confianza despreocupada, y su relax asociado, para infiltrarse. Ésa es la base de toda corrupción y la baza que siempre juega quien obra el mal. Y de eso ya nos advierte Jesucristo en el Evangelio para que estemos alerta y vigilantes siempre. Ya se ve que no lo decía por decir.

—Sí, porque una vez que lo tienes dentro, ¡a ver cómo lo echas! —sentenció Nicolás.

—Pues con una teoría muy fácil, pero una práctica bastante difícil (continué). Me explico: Simplemente haciendo lo contrario de lo propuesto, y poniendo verdad donde había mentira, y luz donde había oscuridad. Limpiando el polvo y la suciedad de todos los rincones. Ventilando bien las habitaciones y los ambientes cerrados. Lo que pasa…, que eso supone un esfuerzo resueltamente decidido, que puede incluso requerir los mayores sacrificios para lograrlo, porque hay que mover todos los muebles. Aunque, en último término, el resultado final sea mucho mejor que el principio, y nos deje una casa limpia y

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dispuesta para Dios como no lo estaba antes. Posiblemente, y digo “posiblemente”, sea ésta la última limpieza que haya que hacer previa al final, la que anuncia el final de toda la Historia.

—¿Entonces, realmente piensas que estamos en el final: final? —Me preguntó Luis.

—Estoy convencido. Un final no inmediato pero que vivirá esta generación, aunque en ella haya muertes y nacimientos hasta que se complete.

—Pues habrá que tomar la “determinada determinación” que decía Santa Teresa de Jesús, y ponerse manos a la obra —concluyó Luis.

—Pero, para eso, me supongo que antes habrá que tener las cosas bien claras… —indicó Nicolás.

—Sí, claro (respondí); no se puede obrar a tontas y a locas, sino buscar la verdad, y esto procurarlo con empeño y sin echarse atrás, para luego asumir todas las consecuencias que eso depare.

—¿Y cómo podríamos nosotros, unos donnadie perdidos en un remoto lugar de Siberia Central, en Magog, contribuir a encontrar esa verdad válida para todos los habitantes del orbe? —Preguntó Nicolás.

—Eso, precisamente, es lo más fácil de todo (respondí resueltamente). Porque cada uno sólo tiene que poner el granito de arena de su intención y sus verdaderas cualidades, es decir, de todo su ser, en el conjunto de la Comunión de los Santos. No se precisa más. ¿Y acaso eso no es uno de los principios básicos que sostienen la Ciudad y le dan sentido?

—Así es —respondió Luis a mi pregunta retórica—. Pero en nuestro caso concreto y ahora mismo, ¿qué podemos hacer?

—Ahora mismo (aclaré), lo que podemos hacer es lo que estamos haciendo: Reflexionar sobre el asunto, aportando cada uno nuestros pareceres, y seguir buscando caminos por donde seguir, y pistas orientadoras que nos lo indiquen. Y, si en nuestras manos no está el cambiar el emperador de Magog, por poner un ejemplo, no preocuparnos por ello, pero sí extender nuestras reflexiones para que éstas pudieran acabar por llegar a quien sí estuviera capacitado para ello. No olvidando, por supuesto, la oración, haciendo presente a Dios en nuestras reflexiones, porque es lo que verdaderamente nos pone en sintonía con esa Comunión de los Santos, con esa sangre que corre por el torrente circulatorio del Cuerpo Místico que conduce todo lo que en ella se vierte a su destino. Quien no tiene fe, quien no cree, nunca entenderá este razonamiento ni sabrá usarlo, aunque pueda disfrutar de su eficacia.

—Vale, pues si lo estamos haciendo bien —repuso Nicolás—, vamos a seguir haciéndolo, porque esto me abre unas posibilidades con las que no contaba antes. A ver, yo sigo pensando, con Dios aquí delante, que en la Ciudad ocurre algo raro, en lo que Magog está implicado, pero no como parte directamente activa, sino como comparsa necesario. Digamos que yo noto en el gobierno de Magog, en la respuesta que éste da oficialmente a la Ciudad y en sus hechos, una incoherencia cómplice teatralizada, como recoge esa expresión de la sabiduría popular que dice: «¡Mamá, que me toca Roque! (Tócame, Roque, tócame)».

Nos reímos con la escenificación que hizo del ejemplo que proponía. Yo le invité a que precisara sus palabras.

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—¿Y en qué detalles concretos notas esa connivencia que manifiesta la pantomima que hace Magog?

—Verás: Cuando a uno le acusan de ser responsable de un acto que no ha cometido, la reacción del acusado no consiste en reírle la gracia al acusador para hacer ver que el asunto no tiene importancia cuando sí la tiene; sino que el acusado procura afearle la conducta al acusador de una forma rotunda. ¿Qué pasa si el acusador realmente tiene razón pero el acusado quiere excusarse y disimular? Que igualmente trata de hacer pasar como mentira dicha acusación, y se presenta teatralmente como ofendido exagerando la nota, pero sin la rotundidad serena del inocente aunque le trate de imitar. Pero… ¿qué ocurre cuando el acusado es un comparsa del acusador, y todo se monta para desorientar y confundir? Que el acusado compinche hace como que se indigna contra el acusador, le ridiculiza, pero no aporta razones sólidas que puedan desenmascarar a su acusador, aunque sí las más superfluas por las que él quede exculpado ante ese testigo o espectador incauto al que se quiere confundir. Pues bien, ¡esta última!, es la opción que tomó el gobierno de Magog ante las acusaciones por parte de la Ciudad.

—¿Y no podrías estar equivocado en tu apreciación? —Le advirtió Luis.

—Podría —le respondió—. Por eso no lo afirmo con toda seguridad, pero son unos cuantos años de experiencia diplomática los que llevo a mis espaldas como para no saber interpretar los comportamientos de ambos gobiernos. Además, te recuerdo, que el mayordomo actual no se oculta en reconocer que su madre era una magoguita conversa, lo que en Magog es visto con muy buenos ojos y hasta con simpatía.

—¿Y no será (intervine), y hablo por no callar, que el mayordomo actual tenga contactos familiares en Magog que sean los que establecen el puente entre el emperador y él?

—Precisamente nos ha contado Olga, tu vecina —añadió Luis dirigiéndose a Nicolás—, que Luz, la madre de Don Ángel, nació aquí, en San Bladimiro, pero que se quedó huérfana de jovencita, y como se trasladó a la Ciudad, ya le perdió la pista.

—Eso no lo sabía —contestó Nicolás—, pero que se quedara huérfana no impide la existencia de otros familiares como tíos o primos. Puede ser que haya logrado encontrarlos a través de sus propias características biológicas. Es posible. Pero lo que veo muy improbable es que eso pudiera ser utilizado para establecer un vínculo oculto, porque tener familiares no es nada vergonzante ni un oprobio que deba esconderse, “aunque sea en Magog”.

Nos reímos con su ironía. Pero yo insistí.

—Yo decía lo de los familiares porque eso, en mi época, siempre era un modo para establecer contactos; de hecho existe un dicho popular que afirma: «el que tiene padrinos se bautiza», para indicar la necesidad de esos vínculos que permiten obtener beneficios. O el nombre de “enchufes” para denominar familiarmente a esas personas intermediarias que, como el enchufe eléctrico, permitían extraer la corriente eléctrica del sistema y conducirla adonde se deseara.

—Y en tal caso —dijo Nicolás como pensando en voz alta—, si se fueran a usar con intenciones no confesables, es cuando no interesaría que se conociera la existencia de tales familiares. Sí, eso está bien traído.

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Y añadió con una nueva luz en el rostro:

—Pues hay una forma de encontrarlos sin tener que recurrir a terceras personas ni a la policía, que, además, no nos iba a suministrar esa información. Hace bastantes años se pretendió que los magoguitas tenían unos caracteres raciales que los o nos distinguían de los demás, y se inició un gigantesco estudio de características biológicas que establecieran esos parámetros comunes, y se cruzaron datos extraídos del sistema de identificación biológico mediante el cual todos estamos perfectamente localizados y fichados. Como la demostración de tal hipótesis resultó un fiasco, y había que justificar el estudio de alguna manera, se optó por transformarlo en un mapa de identificación biológica de Magog a modo de árbol genealógico de sus habitantes; y se anunció su finalización a bombo y platillo, incluso se decidió realizar una edición en papel, como quien construye un monumento que perpetúe a quien lo erige en testimonio para la posteridad, y se distribuyó por los centros más destacados; así que no sería extraño que dicha edición en papel se hallase en la biblioteca del centro social de la misión. Porque la edición virtual acabó por pasar a mejor vida, y se restringió el acceso a la misma, por lo que ya no podríamos consultarla. En resumen: Si dicha edición en papel se conservara en nuestra biblioteca, podríamos consultarla y, muy probablemente, averiguar que familiares tenía Luz, y seguirles la pista.

—Pero sólo sabemos el nombre y la localidad. No tenemos ni un dato más. (Repuse.)

—Me creo que eso puede ser suficiente —replicó Nicolás—, porque el formato estaba diseñado, precisamente, para que unos familiares lejanos pudieran localizar a otros y tener la opción de ponerse en contacto con ellos si se quería. Es verdad que ha pasado mucho tiempo y el estudio no se actualizó… pero ¡menos es nada! Habrá que intentarlo, ¿no os parece?

—De acuerdo —intervino Luis—. Vamos a la biblioteca, rebuscamos, y aparece dicho estudio… Supongamos todo esto, y que encontrásemos los lazos familiares…, luego ¿qué hacemos con ellos? ¿Y a quién y cómo contamos lo que averigüemos?

—Pues ya iremos viendo —respondió Nicolás—. Yo conozco a la gente que tiene relación con el gobierno, y, si no soy yo, tengo contactos dentro del mismo que me podrían echar una mano sin que eso supusiera que fueran a recelar de mí. Encontrar a alguien así…, en plan familiar, no tiene por qué ser sospechoso de nada. Y una vez que, es un suponer, localicemos a la persona que haya podido ser el vínculo entre ambos gobiernos, tú mismo, Luis, podrías encontrar a alguien de tu confianza en la Ciudad a quien poder transmitir el hallazgo, y éste, respectivamente, haría lo propio hasta que la noticia fuera a parar a su lugar adecuado.

—Lo ideal en todo esto (tercié), es que todas las informaciones confluyeran en un mismo punto para, así, ser capaces de relacionar unas con otras y sacar las pertinentes consecuencias, mucho más valiosas que cada información por separado. Pero… ¿cómo hacer eso sin levantar sospechas?

—Si se pudiera establecer un sistema equivalente al diplomático de la valija —indicó Nicolás—, que permitiera comunicarnos sin el claro riesgo de que la comunicación vaya a ser interceptada, el asunto podría funcionar.

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—A mí no se me ocurre otro, y que, además, ya lo he propuesto en otro lugar, que el de utilizar correos personales (aseguré). Personas que sepan bilocarse para llevar y traer las informaciones.

—Sí, ese sería un sistema casi indetectable, y en la Ciudad ya hay mucha gente que posee esa facultad. No creo, Luis, que te sea difícil encontrar alguna persona de fiar para ello.

—Ahora, de momento, no se me ocurre —puntualizó Luis—; pero, sí, creo que será cuestión de ponerse a pensar.

—Se me está ocurriendo ahora mismo (propuse), el realizar, por ejemplo, una visita reverencial a Juan en Jerusalén, gracias al cual yo estoy aquí, y ya… de paso… pues comentarle lo que sea menester. Cierto que es ponerle en un riesgo y en el punto de mira, pero seguramente él sabría encontrar la manera de permanecer al margen sin estarlo realmente, y vincularos con la persona adecuada.

—Sí, eso me parece una estupenda idea —afirmó Luis—, porque yo también tengo algún conocimiento personal allí, incluso si fuera obstaculizado el encuentro con Juan. ¡Me parece una buena idea!

La sobremesa se había prolongado muchísimo, y yo quería regresar a mi casa para escribirlo todo, pero no sin antes intentar buscar el estudio en la biblioteca del centro social de la misión, por si, aunque fuera en un momento, podía sacar alguna deducción sobre lo hablado; así que apremié nuestra marcha.

—Yo me tendría que ir, pero antes me gustaría echar un ojo al archivo de la biblioteca por si ese estudio figurase ahí. Sé que es un poco tarde, pero… ¿si no te importa, Luis?

—No, no me importa —me respondió—, así le dejamos tranquilo a Nicolás y puede leer un rato antes de acostarse.

—No será verdad eso que dices —replicó Nicolás— que si os vais es porque queréis, que una compañía y charla tan agradables como éstas no se pillan todos los días.

—Muchas gracias por todo, Nicolás. Eres un perfecto anfitrión (afirmé).

—Ya ves tú —respondió él, que nos acompañaba hasta la puerta mientras nosotros nos acondicionábamos para salir al exterior.

En la puerta interior añadió:

—¡Hasta otra! Ya sabéis el camino, volved cuando queráis.

—De acuerdo (respondí). Veremos a ver lo que Dios dispone.

En la calle seguía nevando parsimoniosamente, y el grosor de la capa de nieve había aumentado desde que entramos en la casa de Nicolás de forma que ya nuestras huellas de llegada no podían distinguirse. Afortunadamente la luz del alumbrado público nos acompañó todo el camino de vuelta, porque a nadie nos encontramos durante el trayecto; hubiera parecido una ciudad muerta si no fuera por el resplandor que traslucían algunas ventanas de las casas.

No habíamos hecho más que entrar en el recinto de la misión, cuando una especie de voz interior me dijo: «Soy Misael. Mensaje recibido. Muy astuto».

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Me reí interiormente al comprobar que mi acertijo había sido descifrado y cumplido su misión. Y una cara de satisfacción debió iluminarme el rostro. Por fin parecía que podía establecerse una red en la que yo no fuera factor esencial, y pudiera prescindir de mí funcionando por ella misma. ¡Dios quisiera que todo eso llegara a buen puerto! Cuando viera a Misael de nuevo tendría que darle las gracias por ese detalle de avisarme que me había llenado de ánimo renovado.

Nos habíamos detenido en el vestíbulo, tras la puerta interior del centro social, para retirarnos los guantes y la escafandra, y volverlos a esconder en su lugar, según yo veía hacerlo a Luis. Luego retomamos el pasillo correspondiente que nos condujo hasta la biblioteca que ya conocía, y que fue mi punto de llegada a la misión de San Bladimiro.

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Sin detenernos, penetramos directamente en el archivo de la biblioteca. El techo se iluminó al entrar, por lo que supuse que ya Luis lo había encendido a través de la plaquita de su mono. Allí estaban todas las estanterías repletas de libros. Luis me advirtió:

—Antes de poder coger un libro tengo que desactivar el campo de fuerza correspondiente a su zona. Eso no tiene como objetivo evitar que los cojan sin autorización, sino que les entre el polvo y los deteriore. Pero antes tenemos que saber dónde puede encontrarse lo que buscamos.

—En mi época los clasificaban por temas. No sé ahora (apunté).

—Pues no ha cambiado en eso, pero sí en el contenido de los temas. A saber en cual lo incluyó quien lo catalogó en su día.

—¿No existe un catálogo general de la biblioteca?

—Ése es el que voy a consultar yo. Tú puedes ir mirando por los estantes de los temas que te parezcan más apropiados, y cuando veas un título sugerente me lo dices.

Y, tema por tema, cada uno por su lado, iniciamos una infructuosa búsqueda que se prolongó durante bastante rato. Miramos todos los temas que se nos ocurrieron hasta agotarlos sin ni siquiera una pista. Estábamos a punto de abandonar la búsqueda y concluir que dicho estudio no se conservaba en la biblioteca, cuando Luis me preguntó:

—¿Se te ha ocurrido mirar en tradición?

—No. ¿Qué tiene que ver un estudio biológico de la población con la tradición?

—Pues yo lo voy a mirar en el catálogo. Total, ya puesto, qué más da.

Sólo pasaron unos instantes cuando me voceó:

—Mira a ver, porque aquí pone «La tradición familiar en Magog», y aclara «estudio biológico de la población». Va a ser eso.

Miré en la estantería correspondiente, y allí encontré varios libros con el mismo título pero con distinta numeración. Era todo un tratado en varios tomos. Le dije:

—Tienes razón, esto va a ser, porque tiene varios tomos, lo que indica lo ambicioso del proyecto.

—Voy para allá para desactivar el campo.

Y así lo hizo. Recogimos los tomos entre los dos y los sacamos a la sala de lectura, donde comenzamos a consultarlos. Aquello parecía una interminable guía telefónica llena de datos y clasificada por estados, regiones y localidades. Así sólo nos quedamos con el tomo que incluía a San Bladimiro, y, en sus páginas correspondientes buscamos el único nombre que sabíamos: “Luz”.

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Había más de cincuenta; pero, curiosamente, en ese mismo lugar, metido entre las hojas, se hallaba un papel suelto con unos datos escritos y la siguiente indicación: «Código de identificación biológica del violador no detenido que atacó a Luz tal y tal, el día tal y tal». (Los datos no los escribo para no condicionar con unos datos tan concretos.) ¡Allí estaba la pista crucial para localizar a quien buscábamos! Y, efectivamente, la encontramos sin lugar a dudas en la lista. Ahora sólo nos quedaba aprender a interpretar aquel galimatías de datos, para ir encontrando al resto de sus parientes, y para eso había que estudiarse la introducción que se hallaba en el primer tomo. Luis me dijo:

—Mira, es muy tarde, y esto va a llevar mucho tiempo. Ya tenemos lo más difícil: el código de identificación biológica de ella, y, casualidades de la vida, también el de su violador. Si esto lo cruzamos con el gigantesco archivo de la Ciudad, seguro que obtenemos unos resultados muy interesantes. Tú puedes llevarte ya estos datos, mientras yo, pacientemente en los días sucesivos, voy trabajando lo que nos queda, y, con la ayuda de Nicolás, rastreando sus familiares según lo que hablamos. Así que vamos a dejar esto por hoy, si te parece.

—Sí, sí, claro, por supuesto. Pero para poderme llevar esto datos, primero tendría que copiarlos en un papel…

—No es necesario. Yo, ahora mismo, los capturo con mi tablilla y los paso a la plaquita de tu mono, que tiene una opción para almacenar datos. Ya verás.

Colocó su tablilla sobre la hoja con los datos del violador, y luego hizo lo mismo con la hoja que contenía los datos de Luz. Después acercó su tablilla a la plaquita de mi mono, y, enseguida, dijo:

—Ya está. Ya lo tienes. Ahora, cuando quieras transmitírselos a alguien, sólo tienes que advertirle que los llevas en tu plaquita, y el realizará lo mismo que yo, pero a la inversa, para poderlos ver. Pero, ojo, procura transmitirlos sin demorarte mucho, no vaya a ser que te los vayan a eliminar antes de haberlo hecho; que si es verdad que nos movemos a tan alto nivel, los medios que emplearán para oponerse a nosotros serán proporcionales al mismo.

—¿Quiénes son los que mejor saben interpretar estos datos? Yo había pensado que, si se tratan de códigos de identificación biológica, quien mejor sabría utilizarlos sería alguien vinculado al Ministerio de Alerta…

—Sí, pero porque son ellos los que tienen acceso al archivo general de identificación de personas; pero los que realmente entienden esos códigos en su vertiente técnica son los de Naturaleza, que fueron los que los diseñaron, y quienes también los emplean para el resto de seres vivos. ¡Ah!, mira, precisamente tengo yo una sobrina que trabaja en el Ministerio de Naturaleza, se llama Marisa; si la necesitas acude a ella, verás qué dispuesta es.

—Por cierto, que nadie me ha contado cómo fue que el actual mayordomo llagara a ocupar su cargo…

—Él, antes, era uno de los responsables de Historia, creo, y, al parecer, había desarrollado espléndidamente el Servicio de Intervención; por lo que cuando llegó el momento de elegir nuevo mayordomo, proceso desencadenado por la confederación con Magog de las colonias cismáticas que el anterior no había sabido remediar, los representantes del Concejo General le propusieron a

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él en la Asamblea General en vista de sus méritos y de sus claros postulados en defensa de la unidad. Así, todos lo acogimos con gran esperanza… Bueno, todos los mayordomos son siempre acogidos así porque suponen un paso adelante más en nuestro avance por la historia hacia el Señor, pero, en este caso, lo fue especialmente, dados los acontecimientos precedentes. Y desde entonces él siempre ha propugnado la unidad, insistiendo en que todas las medidas que toma son en favor de la unidad, y, por supuesto, por el bien de la Ciudad.

—¿Y tú, y los sacerdotes en general, cómo vivisteis la desaparición de la Concejalía de Culto para ser asumida por la Alcaldía?

—Bueno, no es la Concejalía la que desapareció, sino el cargo de Concejal de Culto para ser asumido por el Alcalde General, o sea, que siguen siendo ministerios separados pero a cargo de un solo responsable.

—Perdón, sí, eso es lo que quería decir, pero lo he expresado mal.

—Pues fue una sorpresa de tamaño mayúsculo, porque era la primera vez que eso ocurría estando en activo el Concejal. Alguna otra vez había sucedido, pero fue durante un periodo muy breve, el justo hasta nombrar un concejal nuevo. Pero este caso tenía unas connotaciones diferentes y con una impresión de permanencia que a todos nos sobresaltó. El mayordomo se esforzó en convencernos de la conveniencia y temporalidad del hecho, mientras que la unidad estuviera amenazada. Nos insistió en que nosotros éramos los responsables en educar las conciencias, y que el prevenir los cismas y mantener la unidad radicaba fundamentalmente en nosotros, por lo que había que estrechar el control sobre nuestros dirigidos y manifestarlo en ejercicios de disciplina, con objeto de educar la voluntad al modo como los antiguos soldados realizaban la instrucción.

—Vamos, para obedecer sin pensar ni reflexionar lo que tenían que obedecer, ¿no?

—Bueno, dicho así, no; pero en la práctica, al final acababa siendo de esa manera. Lo cual no se ha terminado de implantar por la velada oposición de la mayoría de los sacerdotes que no vemos clara la valía de la propuesta. Pero la verdad es que nos machacan al respecto para intentar limar todas nuestras objeciones, y, poco a poco, algunos van cediendo a las presiones y se van convirtiendo en controladores de conciencias.

—Conciencias que, a su vez, a ellos les controlan, ¡ya! Muy hábil. Y lo digo porque, ya en mis tiempos, había algún sector así. Lo que no me podía ni imaginar es que, al final de la historia, el asunto fuera a reverdecer. Claro que han tenido que pasar más de mil años para poder pillar a todo el mundo desprevenido y sin defensas. ¡Menuda papeleta! Porque el entramado está perfectamente planeado. ¡Es admirable!

—Lo que he notado es que, entre nosotros, hay tensiones como no las había antes, y eso me preocupa. Porque, los que están por seguir las directrices marcadas, presionan y cercan, y yo diría… ¡y hasta vigilan!, a los que no lo están o estamos. Y eso no es la manifestación de la unidad buscada, ¡vamos, digo yo!

—No, no es unidad lo que se busca, que eso sólo es posible en el amor, sino uniformidad, que es lo que sí se puede imponer.

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—Tienes razón, tienes razón, eso es: uniformidad. Ésa es la palabra. Que todos llevemos un mono igual, también en el pensamiento y la conciencia. Has acertado con la palabra clave.

—El objetivo final parece ser convertir la Ciudad en un simple hormiguero con obediencia ciega a su reina.

—¡Pues menudo retroceso evolutivo!

—Pero es la tentación clásica del poder de toda la vida. La percepción de poder absoluto por parte de quien lo pretende, para así autoengañarse diciendo: «Pues, si todo lo tengo y todo lo puedo, es que todo lo soy», y así puede convencerse de que es el único dios; con lo que nos encontramos ante el pecado más antiguo de la Humanidad: «seréis como dioses, conocedores del bien y del mal». ¡Vamos, lo de toda la vida!

—La verdad es que ya pueden pasar siglos que, al final, el pecado siempre es el mismo. No nos damos cuenta de la suerte que tenemos en la Ciudad con propugnar una obediencia libre, reflexiva y decidida a la voluntad de Dios como la de Jesucristo, que nos previene ante las mediaciones humanas y nos hace discernir frente a ellas. Precisamente por eso les está costando trabajo volver a las prácticas de obediencia ciega de algunos tiempos oscuros de la antigüedad.

—Pues, como ves, no queda otra que espabilarse y reflotar todos esos principios básicos tan maravillosos de la Ciudad que le han permitido llegar hasta aquí, porque ésa será la mejor defensa contra las pretendidas modernidades, que lo que realmente ocultan es la vuelta a las etapas más oscuras y sórdidas de la historia.

—Tienes razón, nuestra mejor defensa son nuestras propias raíces.

—Por eso la base de toda manipulación consiste en distraerte de ellas, conseguir que se mire para otro lado, para, de esta forma, poder introducir las nuevas sin que se note. Con razón comentábamos en casa de Nicolás, que todo el montaje previo era un fuego de artificio para distraer la atención y poder colar todas estas medidas contrarias a los pilares fundamentales de la Ciudad.

—Y sin darnos cuenta nos los están minando, incluso con nuestro beneplácito… Me parece increíble.

—Son las tácticas del timo, del engaño fraudulento de siempre, que han sido desempolvadas de nuevo después de mucho tiempo. So pretexto de venderte una cosa buena, te colocan otra mala de tapadillo, y quien lo compra se va tan convencido.

—En fin, que nos toca luchar a brazo partido si queremos no perder el bien que tenemos.

—Y, como decía en casa de Nicolás, cada uno tiene que poner su granito de arena según sus posibilidades. No se necesita nada más. ¿Que las circunstancias puedan llevar el asunto hasta exigir el heroísmo? Eso puede ocurrir, pero es del todo excepcional. Lo importante es el día a día en la vida corriente. Ahí es donde hay que presentar la batalla.

—Bueno, voy a recoger esto, que mañana celebro misa a primera hora y tengo que dormir algo para estar descansado.

—Sí, sí, perdona por entretenerte. Yo te ayudo.

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Entre los dos repusimos los tomos de «La tradición familiar en Magog» en su lugar de la estantería, y allí mismo me despedí de Luis hasta cuando Dios dispusiera, y regresé a la puerta de mi fantasía que me había permitido llegar hasta allí. Colgué mi mono marrón junto a ella, y retorné a mi realidad cotidiana de principios del siglo XXI, para, entre otras cosas, redactar mis últimas experiencias en mi cada vez más nutrido escrito.

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Habían pasado los días, y yo, curiosamente, notaba que me hacía el remolón para volver a cruzar esa puerta de mi fantasía que me permitía acceder a las postrimerías de la historia, posiblemente unos mil ochocientos años por delante de mi época, aunque lo habitual fuera decir “más de mil”, sin entrar en concreciones. Hasta ahora, en mis idas y venidas, no había notado esa ambivalencia en el deseo, puesto que me encantaba conocer a las personas y vida de ese tiempo tan distante al mío, pero es que sentía como cierto rechazo interior a meterme en complicaciones más allá de mis posibilidades; porque una cosa era recoger unos datos y una experiencia de una forma de vivir, que podría ser hasta bucólica, y otra, el meterme en embrollos e intrigas que nunca me han gustado nada, y que me incomodan bastante. Uno vale para lo que vale, y no se pueden pedir peras al olmo; y yo era una persona tan anónima, un completo donnadie de mi época, que mi intervención en ese tiempo lejano me resultaba desmedida, aunque sólo fuera para recoger la experiencia que poner por escrito siguiendo el encargo de Juan. El problema es que el encargo había cambiado, y ¡hasta yo! entendía que debía realizar esa intervención poniendo mi diminuto granito de arena en ello. No me podía escabullir, aunque ganas me daban. ¿Cómo iba a hacer lo que no sabía hacer? Bueno, por lo menos yo iba a transmitirle a Misael los datos guardados en la plaquita del mono que había dejado junto a la puerta, y las informaciones sospechosas recabadas durante mi estancia en San Bladimiro, y luego… Dios diría; porque yo ya no sabía qué más hacer.

Por fin me decidí, llegué a la puerta, me coloqué el mono, y pensé: «Venga, vamos al Ministerio de Historia». Y crucé el umbral.

Y, efectivamente, me encontré en las proximidades de dicho Ministerio, enfrente de su entrada principal, pero… era de noche, con una espléndida luna llena, y un alumbrado público en funcionamiento… pero de noche, y nadie entraba ni salía del edificio. ¡Vaya metedura de pata!

Se me había olvidado que yo tenía que elegir las condiciones previamente, aunque fuera de forma inconsciente. La influencia de la noche de San Bladimiro me había jugado una mala pasada.

Menos mal que eso tenía fácil arreglo. Atravesé de nuevo el umbral como si regresara a casa, me paré frente a la puerta y pensé en una mañana normal de trabajo en el ministerio. Y lo volví a cruzar.

Ahora sí. Me hallaba en el mismo sitio que cuando era de noche, pero, en este caso, en plena luz del día, con el mismo bullicio de gente que ya conocía. Esta vez había acertado.

Como me acordaba de cuando vine con Manuel, no tuve necesidad de preguntar a nadie; crucé el vestíbulo, y recorrí el largo y animado pasillo hasta la puerta del despacho de Misael, junto a la gran sala del “campo de vigilancia”. En ese momento salía alguien del despacho, por lo que no tuve necesidad de llamar para poder entrar, pero apenas pasé más allá porque me di cuenta de que quien ocupaba el despacho no era Misael, y me excusé:

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—Perdón, buscaba a Misael.

—Misael ya no trabaja aquí. Pero… ¿quién es usted?

La respuesta tan inusual para lo que yo conocía de la Ciudad me puso inmediatamente en guardia, disparando todas las alertas. Así que, desenfadadamente, y como si no pasara nada, respondí:

—Un conocido suyo que pasaba por aquí, y me he dicho: Hace mucho que no le veo, voy a probar suerte a ver si está.

—¿Quiere que le dé algún recado? —Insistió curioso.

—No, no hace falta. Si él ni sabía que iba a venir. Adiós, muchas gracias.

Y me fui con mis últimas palabras para no darle opción ni tiempo a más preguntas, sospechando que se había levantado para intentar averiguar quién era yo y verme marchar por el pasillo, porque me parecía sentir su mirada en la espalda. Recorrí el pasillo hasta el vestíbulo todo nervioso pero haciéndome el tranquilo, y, cuando llegué a este último, me apoyé en una pared frente a la entrada, para intentar descargar mi tensión sobre ella.

No sabía qué hacer. ¿Qué habría ocurrido? La persona que se encontraba en su lugar, no sólo no me había reconocido, como era mi experiencia habitual desde que había llegado a esta época, sino que me había tratado de usted, costumbre que había caído en desuso porque transmitía un desconocimiento completo en el trato según me habían explicado; lo cual significaba que dicha persona había recibido una educación diferente a la habitual o que habían cambiado mucho las costumbres. Además, su trato tan indagativo y poco acogedor me indicaba que era una persona elegida a propósito para desarrollar esas características en ese puesto concreto.

Yo debía de ser muy mal pensado, pero aquello me olía a encerrona, lo que suponía que Misael debía de haber caído en desgracia. Estaba visto que su relación conmigo le había perjudicado, como creo que le advertí.

Estaba en estos pensamientos cuando me percaté de que alguien se aproximaba directamente a mí, y pensé: «Ya me han pillado, no tenía que haberme parado aquí sino fuera del edificio». Pero reparé en que su cara me resultaba familiar. Aún lo estaba intentando averiguar, cuando él llegó frente a mí y solventó mi duda.

—Hola, soy Mario, el hijo de Manuel y Maribel.

—Ah, Mario (respiré aliviado). Perdona pero casi no te reconozco. Yo es que soy muy mal fisonomista, y te recuerdo algo distinto.

—No, es que han pasado cuatro años y entonces tenía diecinueve años y ahora tengo veintitrés.

Me quedé de piedra. Balbuceé:

—¿Cómo… cuatro años…? Pero… si…

—Ya me supongo lo que habrá pasado. Ven, vamos fuera, que te lo explico mientras te llevo adonde me ha encargado Misael.

Así lo hicimos. Ya en la calle iniciamos un lento paseo en la misma dirección pero en sentido contrario al que recorriera con Manuel cuando

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visitamos a Misael, al parecer, cuatro años atrás. Yo estaba ansioso por que Mario comenzara con sus explicaciones, lo que hizo cuando ya nos habíamos alejado un poco del edificio.

—He venido a buscarte porque Misael ha tenido la intuición esta noche de que estabas aquí, y como él es el experto… pues ha acertado, si no, no lo hubiésemos sabido.

—Pero es que no sé por qué ha ocurrido esto.

—Ya nos extrañaba que no volvieras ni que tampoco supiéramos nada de ti en todo este tiempo. Pero Misael me ha dicho que no sabes controlar tus saltos y que tienes que aprender, por eso te llevo a que te enseñe un amigo de él y de mi padre, y que también trabaja en el mismo ministerio en el que estaba mi padre.

—¿Cómo que estaba? ¿Es que ya no está?

—Te cuento: Tanto mi padre como Misael se encuentran en arresto domiciliario acusados de conspiración.

—¡Me lo temía! ¡Yo tengo la culpa!

—No, no tienes la culpa. Porque eso demuestra, precisamente, que tú tenías razón en todas tus sospechas, y que ellos estaban actuando correctamente, porque lo hacían de acuerdo con su conciencia. Como mi padre y Misael investigaban para intentar corroborar sus sospechas, y se aproximaban a su objetivo, se estaban volviendo peligrosos, con lo que se les acusó de estar conspirando contra sus superiores y trabajando para Magog; y, hasta que se estudie el caso, no pueden salir de su domicilio donde se encuentran vigilados. Están vigilados ellos, pero, indirectamente, todos los que vivimos en la misma casa, aunque no en la misma proporción; por lo que yo puedo actuar más por libre y hacer de correo entre ellos y realizar algunos encargos. Pero, vamos, en casa todos estamos implicados de alguna manera en ello, porque hemos visto la verdad de todo el asunto.

—¿Y tu familia cómo está? ¿Cómo lo lleva?

—Bien. Es una situación que nunca habíamos vivido. Menos mal que la vigilancia está por fuera de la casa y no por dentro, pero sabemos que todos tenemos las tablillas controladas, y debemos llevar cuidado. Por eso mi padre y Misael tienen una clave para saber cuándo hay que usar un correo persona a persona y uno de nosotros tiene que ir, y en este caso he sido yo; y, con cualquier excusa, allá que vamos. Una muy socorrida son los platos que cocina mi madre y con los que invita a Misael para celebrar… “lo que sea”. Nosotros se los llevamos, y de paso…

—Me encanta vuestra familia. Sois geniales.

—Se hace lo que se puede.

—¿Y tus hermanos, cómo han evolucionado en estos años?

—Pues Andrés terminó su formación y comenzó a trabajar en uno de los hospitales de la zona pero un poco retirado, por lo que se ha trasladado a vivir a la hospedería del mismo, aunque viene muy a menudo a casa.

—Esos pasos me suenan a los que siguió mi amigo Agustín de Perz, así que me supongo que eso quiere decir que al final se consagró…

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—Sí, así fue. Y yo también.

—Pues a este paso vais a dejar a vuestros padres sin poder ser abuelos.

—No hay problema por eso, somos muchos, y además, Ana, ya tiene novio, por lo que me imagino que en poco tiempo tendremos boda. Y en cuanto a los pequeños, ponles cuatro años más, o cinco según la fecha del cumpleaños, y todo en su orden. ¡Ah, bueno, que tú no lo sabes! Que tenemos otra hermanita en la familia que se llama Esperanza y tiene tres años, y que, como dice mi madre, fue el último regalo de Dios cuando ya no se esperaba.

—Vaya. Enhorabuena, cuánto me alegro. ¿Y tú?, ¿has terminado tu formación?

—Terminé Ciencias de Soporte, pero continúo con el peritaje en Comunicación Social.

—¡Ciencias de Soporte! ¿Qué es eso?

—Las Ciencias de Soporte incluyen todas las materias que tienen que ver con el sostén, mantenimiento y desarrollo de la vida humana en su vertiente fundamentalmente social u organizativa. Es esencialmente logística de alimentación, necesidades básicas y comunicación. ¡Vamos!, todo lo que se necesita para mantener en pie la Ciudad con toda su estructura. Y yo pretendo hacerme experto en comunicación.

Y, riéndose abiertamente, añadió:

—Así que lo de mi padre y Misael me vale para hacer prácticas.

A lo que yo también me reí, y abundé:

—Desde luego con qué buen humor llevas las cosas.

—A ver, no me queda otra, y “a mal tiempo buena cara”.

—Y tú, que sabes lo que se cuenta en tu familia y que te mueves por otros ambientes, ¿cómo ves el panorama social?

—Pues… un poco atravesado. Veo a la gente como un poco dormida, apática, como rancia, sumida en su rutina de la que no quiere salir. Y, por otro lado, unas circunstancias escondidas que, tarde o temprano, les van a obligar a tomar una decisión, o bien a dejar que otros tomen la decisión por ellos, pero que, de todas, todas, se van a tener que mover sin poderlo remediar. La gente no ve que las cosas están cambiando a su pesar, y, para no cambiar, se deja llevar, precisamente, por ese cambio al que le lleva el no hacer nada para evitarlo. En fin, una situación, como decía, un poco o un mucho atravesada, con un cariz un tanto oscuro. El control cada vez es más estrecho y la libertad de conciencia cada vez es menor. Las formas van siendo más importantes que la intención que las sostiene, y la apariencia de las cosas va adquiriendo más valor. Y en todo ello se aprecian unas directrices del gobierno que van contaminándolo todo y que lo favorecen, de forma que el asunto no pinta nada bien; porque, como yo digo, antes esto no era así.

—Me parece estar escuchando a alguien de mi época, salvo que en ella la mayoría de la gente ya ni siquiera era creyente.

—No, aquí, hasta ese extremo no se ha llegado. Yo creo que con un buen revulsivo puede ser suficiente para que despierte, aunque espero que éste no llegue demasiado tarde.

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—Pienso que podría ser suficiente con destapar todo este asunto que tan mala pinta tiene y que huele a traición y corrupción. Por eso no podemos cejar en nuestra intención de averiguarlo todo.

—Ya, ya, en eso estamos. Precisamente, la persona que te voy a presentar se ha tomado mucho interés en el asunto y está supliendo, desde sus posibilidades, el papel que mi padre y Misael ahora no pueden desempeñar. La suerte que es uno de los responsables del ministerio, podríamos decir que uno de los jefes de mi padre con el que tenía mucha confianza, y por eso se atrevió a comunicarle el problema, y, desde entonces, está metido en el ajo.

—¿Y es de fiar?

—Sí, enteramente.

—Lo digo, porque es raro que, estando igualmente implicado que tu padre y Misael en el asunto, no le hayan arrestado también a él.

—No le han arrestado, no porque no hayan querido, sino porque no se han atrevido. Es un responsable muy querido y respetado, y nadie se iba a tragar lo de la “conspiración” en él. Por eso le tienen muy vigilado y controlado, pero a distancia. Ten en cuenta que son sus mismos compañeros: los que se fían de él, los que le tienen que controlar sin saber muy bien por qué; y como eso no es un comportamiento usual, están bastante descontentos, lo que nos ofrece un margen de actuación bastante cómodo. Misael y mi padre han sido los cabezas de turco para amedrentar a todo el que pueda atreverse a intentarlo; pero… ¿quién más puede estar implicado en la llamada “conspiración”?, ni yo mismo lo sé; y ellos mucho menos. Por eso están ojo avizor a ver si los cazan a todos, y atajan todo el “complot”.

—Pues, entonces, nosotros estamos en peligro.

—Sí, pero es un peligro leve. A mí ya me conocen, y no les resulta raro que vaya al ministerio ni que salude a uno de sus responsables amigo de mi padre. Además, sabiendo que nos vigilan a él y a mí en nuestra vida corriente sin que parezca que lo hacen, están ellos más confiados de que nada extraño se les va a escapar. El problema eres tú a quien no conocen. Pero, precisamente, por ser un absoluto desconocido, un donnadie como tantos otros, no van a sospechar nada en relación a desmontar una trama peligrosa…, porque pensarán: «¡Éste qué influencia o poder va a tener para hacer nada!» Y no se preocuparán de más.

—Pero yo he observado que hay mucha gente que me reconoce, y que sabe que soy aquel que escribió aquello que tal y que cual.

—Pero justamente esos que te reconocen, como saben quien eres, son los que nunca te van a denunciar ni a poner en peligro tu misión. Si hay algo por lo que preocuparse es, precisamente, por los que no te conocen.

—Pues no lo entiendo bien.

—No importa. Tú fíate, que sé lo que me digo.

—¿Me imagino que con tanta vigilancia estaréis muy cohibidos en todas vuestras actividades?

—No te creas. Porque, cuanta más vigilancia, más vida corriente y vulgar hay que meter para tenerlos entretenidos, y así no dar lugar a sospechas

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cuando quieras hacer algo con alguna otra intención. No te puedes encerrar, porque, cuando pretendes salir de tu encierro o inmovilidad y hacer lago distinto, entonces es cuando la vigilancia se estrecha y acrecienta, porque llamas la atención. Por eso la opción que hemos tomado es hacer todo lo contrario, y estar mucho más dinámicos que antes, haciendo muchas más cosas, comunicándonos más y con más descaro. Porque no es lo mismo encontrar una col en un tiesto, que una col en una plantación de coles.

—¡Qué hábiles!

—Necesidad obliga. Apurado te veas para que desarrolles la inteligencia. Misael se ríe porque dice que hemos convertido mi casa en una verbena, y que ahora vamos a verle más que en toda la vida, que parece que le hemos adoptado. Sin embargo, para nosotros, fíjate lo que te digo, ha sido como un despegue, como un salir de la rutina de forma creativa y constructiva. Como quien se une ante las dificultades buscando un bien mayor. Por eso te decía, que tú no te tienes que preocupar, porque, entre tantos amigos y conocidos, visitas y recados, tú eres uno más, y no vas a levantar ninguna sospecha; y por eso no debemos ocultarnos, porque eso sí llamaría la atención. Todo con la mayor naturalidad y desparpajo.

—Me admira. Es como si lo estuvieseis haciendo de toda la vida.

—Pues no te creas que esto ha sido una estrategia planeada concienzudamente, sino que es una ocurrencia fruto de la oración. Ya sabes que nosotros en casa, además de la oración personal de cada uno, rezamos en común, y le planteamos al Señor nuestras dificultades, y más en nuestra coyuntura actual; pues la respuesta no se nos ocurrió a los mayores, sino a Elisa, la santa de la familia, para que veas que la cosa venía inspirada.

—Yo quiero una familia como la tuya. (Comenté para mostrarle mi admiración.)

—No creas que es nada del otro mundo, pero la verdad es que sí tenemos muchas anécdotas y batallitas para contar. Pero, vamos, en todas las familias que conozco ocurren cosas parecidas.

—Sí, y detienen al padre en arresto domiciliario.

—Bueno, no, eso no. Eso ha sido algo tan excepcional que nadie recordaba nada semejante. Por eso al principio fue un golpe duro y desconcertante.

—Aunque me imagino que a tu padre no le sorprendería tanto, porque yo creo que era consciente de dónde se metía.

—En eso llevas razón, porque ya mi padre nos había venido avisando de que eso podría ocurrir, pero que era su deber y no podía dejar de intentarlo.

—¿Y vosotros le apoyasteis?

—Sí, aunque sin percatarnos bien de toda la profundidad del asunto. Pero mi madre, que era la que más sabía, no dejó de estar a su lado en todo momento; porque es ella la que más insiste, y así nos ha educado, en que el bien debe prevalecer ante todo, y que una persona no puede ser verdaderamente feliz si no es coherente con ese principio, porque las componendas y subterfugios no sirven.

—Hay que reconocer que tu madre os ha educado bien.

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—Es mi madre, yo sólo puedo hablar cosas buenas de ella, por lo que no puedo estar más de acuerdo con lo que dices; pero mi visión es parcial.

Ya llegábamos al Ministerio de Alerta, aproximándonos a su entrada, cuando Mario me advirtió:

—Ahora, aquí, con la mayor naturalidad del mundo, nada de tensión, ni andar deprisa ni andar despacio, ni callados ni hablando a voces o gesticulando, sino una conversación normal, amigable, sin estridencias hasta que lleguemos a nuestro destino. Podemos ir hablando del tiempo o de cualquier otro tema inocuo que se nos ocurra, pero sin dejar de hablar distraídamente hasta que lleguemos. ¿Qué tema prefieres?

—El tiempo está bien.

—Pues hace mucho tiempo que no llueve y necesitamos que llueva, ¿vale?

—De acuerdo.

Y hablando del clima, del día despejado y de la prolongada ausencia de lluvias y de los beneficios de éstas, penetramos en el edificio, atravesamos el vestíbulo con toda naturalidad, subimos al primer piso, y, tomando el pasillo opuesto al que yo recorrí en su día para abandonar el despacho de Manuel, nos adentramos durante un trecho en él. Nadie nos paró ni nos dijo nada.

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Así llegamos ante la puerta abierta de un despacho, en el que su ocupante, al vernos aparecer, se levantó a recibirnos como impulsado por un resorte, a la vez que nos decía:

—Pasad y cerrad la puerta, por favor.

Mientras Mario cerraba la puerta, él me recibió con una espléndida sonrisa y su mano tendida. Por su aspecto deduje que debía ser compañero de promoción de Misael, aunque su mono no fuera el naranja sino el rojo. Me dijo:

—Menos mal que has venido. Lo estaba deseando. Hola, yo soy Miguel, responsable del Servicio de Información de esta Ministerio y amigo personal de Manuel y Misael. Venga, vamos a sentarnos. —Y añadió nada más acabar de estrecharnos las manos— Gracias, Mario, por traerlo hasta aquí. ¿Has tenido algún problema?

—No, ninguno —respondió Mario—. Me da la sensación de que han relajado el control.

—No te fíes y no bajes la guardia —agregó Miguel—. Me imagino que estarán desempolvando sistemas de vigilancia sacados de la historia y desconocidos en la Ciudad.

—En mi época (tercié) usaban micrófonos especiales que podían captar conversaciones a mucha distancia, y colocar micrófonos ocultos en una habitación.

—Ahora todavía sería más fácil —repuso Miguel—. Simplemente con utilizar en sentido inverso las tablillas que todos tenemos, valdría. Pero eso está expresamente prohibido y se colocó un sistema de seguridad en cada una de ellas y en el sistema general para impedirlo. Sé que están intentando violarlo, pero aún no lo han conseguido. No hay tanta gente corrompida como a ellos les gustaría, y, los que lo están, no tienen las habilidades suficientes para satisfacer sus necesidades. De momento podemos hablar con seguridad.

—¿Entonces se sabe ya quién está detrás de todo ese asunto? (Inquirí un tanto ansioso.)

—Saberse no se sabe, pero todos los indicios señalan que tú tenías razón y que existe una confabulación a alto nivel para minar los fundamentos de la Ciudad. Y mucho me equivocaré, o el propio Ministro de Alerta está implicado en ella. Por eso tenemos que andar con pies de plomo.

—¿Pero el Ministro de Alerta no es el responsable último de este ministerio? (Me extrañé.)

—Sí, el mismo. Porque no se podrían haber realizado muchos de los cambios peligrosos sin su conocimiento y consentimiento. Este Ministerio está para alertar, y, sin embargo, no ha funcionado cuando debía de haberlo hecho, y cuando tiene una gente extraordinaria trabajando en él que no justifica ese fallo. Yo me he preocupado de averiguar si la gente había hecho su trabajo, y lo

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ha realizado correctamente; luego el problema no radica en los trabajadores en general, sino en los responsables que coordinan el trabajo de todo, y, por tanto, en su máximo responsable. Pero todavía queda por probar el grado de implicación de cada uno, y el sentido último de su intención. Ten en cuenta que ellos van a tratar de esconder sus cartas todo lo posible y que no se van a mostrar abiertamente para no ofrecer pruebas contra sí mismos, y mientras no tengamos una verdad clara que oponer a su mentira, nosotros seremos los más condicionados y débiles frente a su manipulación, y nos pueden acusar de conspiración y de todo lo que se les pase por la cabeza, hasta con desfachatez, porque se sienten seguros tras su mentira.

—¿Y qué plan de actuación tenéis previsto? ¡Que yo pueda saber, claro!

—Pues en ese plan tú estás incluido como una de las piezas claves, aunque cada uno tengamos nuestra tarea.

—¿Yo, una pieza clave?

—Sí, aunque te parezca mentira; porque sin ti no tenemos garantías de éxito. Necesitamos tu escrito. Necesitamos la posibilidad que tienes de viajar a través de la puerta de tu fantasía, no sólo al pasado sino al futuro, y moverte por esta época con libertad. Necesitamos tu experiencia de una época convulsa como lo fue la tuya, y a la que ésta trata de asemejarse. Y necesitamos tus capacidades para que las pongas al servicio de todos porque están al servicio de Dios. Y no te digo que te necesitamos a ti, para que no me digas que soy un cursi.

—Por favor, qué abrumador. ¿Y no hubiera sido mejor decir que toda ayuda es bienvenida, sin más adornos?

—No hubiera sido justo ni realista, y no hubieras sido consciente de la importancia que tiene el que sepas controlar los saltos que das con tu fantasía, y cómo eso nos puede ayudar.

—Vale, lo acepto. ¿Pero no es más útil, pienso yo, la bilocación que vosotros controláis que esto mío?

—Son cosas diferentes. Tienen mucho que ver porque su principio es bastante similar, pero sus utilidades y posibilidades sin distintas. Yo, que tengo esa capacidad y puedo controlarla, a la vez que estoy aquí podría proyectarme en otro lugar y en otro tiempo; pero mi raíz, la matriz física de mi persona, siempre estaría aquí. Mientras que, en tu caso, se encuentra en los inicios del siglo XXI, y ese detalle no se puede pasar por alto.

—Está bien. ¿Qué tengo que hacer?

—Lo más importante: Aprender a controlar tus saltos. Y para eso sólo tienes que asimilar todas las instrucciones que yo te voy a dar ahora mismo: Cuando te sitúes ante la puerta de tu fantasía, y antes de cruzarla, tienes que hacer consciente en tu pensamiento qué época quieres visitar, y si lo que quieres visitar en ella es un lugar o a una persona, o simultáneamente ambas cosas; porque la puerta lo que busca es una concordancia de datos, tanto de los que tú pongas conscientemente, como los que bullan en tu inconsciente y que no hayas concretado en tu consciente. Por ejemplo, si tú quieres verme a mí, pero no marcas el momento concreto de mi vida en el que quieres encontrarme, la puerta tomará de tu inconsciente o subconsciente lo primero que éste le

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suministre, y puedes aparecer en mi infancia, sea el caso, sin realmente pretenderlo.

—Eso me ha pasado cuando quise venir aquí, que sólo pensé en el lugar, y aparecí de noche en el lugar que yo había pensado; pero como lo que yo quería realmente era ver a Misael, lo que tenía que haber hecho era pensar en él en la época apropiada, y se hubieran evitado todos los problemas.

—Sí, pero también tienes que valorar la situación y las circunstancias en las que vas a encontrar a esa persona.

Y con una sonrisa progresiva, añadió:

—Puedes encontrarle en el aseo, por ejemplo, y no creo que eso sea lo más adecuado.

Nos reímos los tres ante la ocurrencia.

—No lo había pensado (repuse). Menos mal que mi subconsciente no me ha metido en ningún conflicto por ahora.

Prosiguió Miguel:

—Puede estar en una reunión o hablando con alguien por quien no hubieras querido ser visto… En fin… Que son muchos detalles a sopesar y que no puedes dejar al azar o al albur de tu inconsciente. Y otra cosa: Mira bien la oportunidad en la que desapareces, y ante quien lo haces; no vaya a ser que descubras tu origen a quien no quieres que lo conozca porque es simpatizante del bando contrario, por ejemplo.

—Vamos, que hasta ahora no me he estrellado porque Dios no ha querido.

—No te has estrellado porque has tenido sentido común, que es lo fundamental para saber utilizar la puerta; y Dios ya sabe a quién da los dones y las gracias.

—Y una vez que ya lo he controlado y acierto, ¿cuál sería mi tarea?

—Pues eso lo iremos viendo según surjan los acontecimientos. Lo primero: tener un medio de transporte y saberlo conducir. Luego ya se empleará adecuadamente. De hecho, gracias a ti y a tus viajes, poseemos una información de la que no hubiéramos dispuesto en caso contrario, y una pequeña red de contactos que hubiéramos tardado mucho más establecer si no fuera por ello. Y, además, una red que crece por todos sus extremos, ya que cada uno de los miembros, por su cuenta, va captando nuevos integrantes, y la información va fluyendo y contrastándose.

—¿Pero con Manuel y Misael arrestados, eso te coloca a ti en el “ojo del huracán”, en la diana o centro al que abatir?

—Sí, lo sé. Por eso procuro que la información fluya para que, si yo no pudiera actuar, otro ocupara mi lugar sin grandes trastornos. De todas maneras el cargo que desempeño me protege por el momento contra sus insidias, porque ellos también tienen que probar sus acusaciones, y las posibles pruebas falsas que pretendan colocarme han de eludir este Servicio de Información para que yo no me entere y las desmonte. Y te aseguro de que ya me he preocupado yo de despabilar a toda la gente que está a mi cargo y ponerla en alerta.

—Lo que pienso que también habría que hacer, en la medida que vaya siendo posible, es fomentar eso mismo con toda la gente, alertarlos para que

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refuercen su fe, su formación, sus convicciones, que son las verdaderas defensas contra cualquier insidia del mal. Porque, como dice el Evangelio: «Velad y orad para no caer en tentación, pues el espíritu está pronto pero la carne es débil».

—Gracias a Dios nos hemos dado cuenta y en ello estamos. Podríamos decir que es nuestra consigna principal. Pero, por el momento, no disponemos del entramado organizativo de la Ciudad, ni podemos realizarlo abiertamente, sino que tenemos que ir concienciando persona a persona para que esto se convierta en una reacción en cadena que recupere el ser propio de la Ciudad, aunque sea al margen de la línea oficial.

—Me contó Luis, un sacerdote de la Misión de San Bladimiro, aunque de eso debe hacer ya cuatro años, que había notado presiones para que ejercieran el control de conciencia con la gente, enfocado hacia una obediencia ciega, y que eso estaba suscitando tensiones entre ellos, entre los que seguían la línea marcada desde arriba y los que reflexionaban sobre ello y se resistían.

—Pues imagina cuatro años más de presiones incesantes. Ahora el problema es mucho más agudo y las posturas más radicalizadas. Y los sacerdotes que se oponen a la línea oficialista, que van siendo minoría, acusan a los otros de haberse convertido en una secta, y no sin razón; y los otros responden que hablan así porque son unos herejes que pretenden acabar con la Ciudad.

—Si no estuviéramos en las postrimerías de la historia, yo diría que eso me suena totalmente a demonio.

—¡Verdad!, eso le comentaba yo a un amigo el otro día. Me alegro de que coincidamos en ello.

—Es que es la típica estratagema de desunión propia de sus artes. Sólo hay que ver toda la historia de la Humanidad para comprobarlo.

—Pero eso no sólo ocurre entre los sacerdotes —terció Mario—. Yo lo he observado entre mis propios compañeros de estudios; y, hablando con ellos, me he dado cuenta de que, en general, detrás de todo esto se encuentran influencias de sacerdotes de esas dos tendencias que decís. Y se me ocurrió indagar, porque yo mismo tuve que cambiarme de sacerdote con el que me confesaba, al apreciar ese giro en su actitud, y que lo que me decía yo notaba no me iba bien, y chocaba con la experiencia de fe que yo tenía y mi pequeña experiencia de Dios; que, aunque sea pobre, no deja de ser experiencia, y no me pueden decir lo contrario de lo que yo he visto y experimentado.

—O sea, que la situación cada vez está peor (aseguré): El control de las conciencias y la información que yo he visto en mi época, pero que progresa aquí. Todo esto persigue el tener a la gente en un puño y suprimir el libre albedrío. Aunque en mi tiempo, quienes lo practicaron, procuraron sacar a Dios de las conciencias y sustituirlo por otra cosa, como puede ser un ideal o un rencor o ambas cosas, porque, con Dios, les resultaba muy difícil; así que siempre acaban persiguiendo a la Iglesia como su peor enemigo. Me imagino que aquí, como no pueden arrancar a Dios de primeras, lo que van a hacer es cambiar la imagen de Dios, es decir, la forma de ver a Dios y el concepto que se tiene de Él, para colocar en su lugar algún ídolo con su nombre para que no se note, y que la gente siga pensando que honra a Dios cuando realmente han vaciado ese concepto de su ser.

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—¡Pero eso es mucho más grave que una lucha por el poder —apostilló Miguel en asombro creciente—, porque nada se puede comparar a Dios: ¿Quién hay cómo Él?!

—Ésa, ésa (porfié) es la raíz del problema, y ése es su verdadero peligro. Porque no nos estamos jugando la vida humana, la vida temporal, sino la vida con Dios, la perdurable. Ésa es la verdadera lucha cuya batalla se está iniciando.

—No, no —dijo resueltamente Miguel—, desde luego no nos podemos dormir; pero tampoco, por la urgencia del momento, nos podemos precipitar y mostrar nuestras cartas sin estar completamente preparados. Tenemos que ser especialmente concienzudos y prudentes para no equivocarnos y ser eficaces en nuestra acción. No vaya a ser que, por precipitarnos, lo echemos todo a perder. Esto me ha dejado mucho más preocupado de lo que estaba.

—Y a mí, y a mí —insistió Mario—. Porque yo no lo había visto con ese grado de seriedad.

—Pero tampoco nos debemos angustiar (aseguré), porque tenemos la certeza de que Dios está con nosotros. Él es quien me ha traído aquí, y el que me permite mantener esta conversación con vosotros. Por lo que tenemos que contar con Él como uno más, como nuestro capitán en jefe, al que oramos insistentemente implorando su ayuda, y para lo que contamos con la intercesión de Nuestra Señora, de lo que tampoco nos podemos olvidar. Y, nuestro ejército, no somos sólo los cuatro monos que ponemos nuestra acción en ello, sin toda la inmensidad de gente que ora y a la que debemos implicar en esa tarea. Hay que sacar orantes de las piedras. Y nuestro ejército serán los más incapaces, los que nadie quiere, con los que nadie cuenta: Ellos serán nuestras legiones. Ellos serán los que pondrán tropiezos en los planes enemigos, los que plagarán de dificultades sus propósitos, los que los entorpecerán hasta que fracasen; al igual que ocurría con las trabas en las ruedas de los carros egipcios que les impedían alcanzar a los israelitas. Ésa es nuestra arma secreta de la que no podemos prescindir.

—¿Entonces hay que explicarle a la gente nuestros propósitos para que rece por ellos? —Me preguntó Mario, mostrando en su rostro el problema que eso suponía.

—No es necesario (respondí). La gente de buen corazón se ofrece de mil amores a pedir y ofrecer sacrificios penitenciales porque se cumpla siempre en todo la voluntad de Dios, y sabe que en ella está el bien de la Ciudad. Con que pida eso, está pedido todo. Sólo habría que urgirles a que lo hagan porque la situación lo requiere.

—Podríamos entonces —añadió Mario—, organizar una campaña de oración, aparentemente aséptica, proponiendo la petición “para que se cumpla la Voluntad de Dios sobre la Ciudad y nos defienda de todos nuestros enemigos”, por ejemplo; y promover una campaña para impulsar la misma.

—Me parece muy buena idea —comentó Miguel—. Lo único que podrían objetarle los opositores, es que la Ciudad no tiene enemigos declarados, y que no se hace necesario insistir en ello ni fomentar la campaña, pero podemos responderles que siempre es bueno recordar que la voluntad de Dios es lo mejor que nos puede ocurrir, y puesto que se dice que estamos en las

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postrimerías de la historia, no nos vendría mal dicha iniciativa. No creo que ya puedan argumentar nada contra eso, ya sólo les quedará la oposición irracional de colocar dificultades sin sentido, pero que ya irán contra el sentir de la gente. Bien, me parece bien.

—Y sería bueno (apunté) que, para que no se notase directamente que la propuesta proviene de nosotros, convencieseis, a personas y sacerdotes afines, a que ellos la iniciasen, de forma que surgiese como una iniciativa popular.

—Estoy pensando —agregó Mario—, que mi hermano Andrés se lleva bastante bien con el capellán de su hospital, y habla muy bien de él, por lo que, si le convence para que éste inicie la campaña entre los enfermos del hospital, podría ser como un desencadenante de todo lo demás, ya que nos serviría como ejemplo o modelo para proponérselo al resto de la gente.

—Estás brillante —le dijo Miguel a Mario con admiración—. Pero no nos podemos conformar con eso. Tenemos que proponerlo simultáneamente a más personas, e implicar en ello a todo el que se nos ponga por delante. Yo tengo que tocar mis hilos y mis palillos para que esta iniciativa surja por toda la Ciudad, no podemos esperar a que se vaya difundiendo “por contagio” de forma paulatina desde un único foco.

—Pero eso va a facilitar el que se descubra que “el incendio” ha sido provocado y que averigüen más rápidamente de dónde procede “la chispa” inicial. (Le repliqué.)

—¿Pero te crees que no lo van a saber desde el principio? —Me respondió— La cuestión está en pillarles desprevenidos para que se demoren en poner dificultades a la campaña y ésta se ponga en marcha sin su oposición. Luego, ya es muy difícil detenerla sin argumentos y sin desenmascararse.

—Aunque se me está ocurriendo (repuse), que, si yo todo esto lo dejo por escrito, quien lo haya leído ya sabrá cuál es nuestro plan y lo puede impedir desde el primer momento.

—No —argumentó Miguel—, porque, como es una iniciativa aparentemente intrascendente, no la pueden evitar preventivamente, y no saben el momento exacto en el que se va a desencadenar para hacerlo, y cuando lo quieran realizar ya será demasiado tarde. Lo que sí intentan es entorpecer nuestra red y evitar su desarrollo, bloqueándolo todo lo posible. Ésa es la razón por la que Manuel y Misael están arrestados, y yo lo estaría si pudieran.

—Pues es una lástima que yo no pueda visitar a Misael (añadí), porque me hubiera gustado agradecerle que encontrara al Juan que yo buscaba y me facilitara el lugar donde hallarle; así que, Mario, cuando le veas se lo transmites de mi parte.

—¿Y qué problema hay para que tú mismo le visites? —Inquirió Miguel.

—Pues que, como está vigilado (respondí), me van a detectar en cuanto que pretenda intentar verle. Como me ha pasado cuando he llegado a su despacho y había otra persona, de la que me he podido librar yo qué sé cómo, porque me ha empezado a preguntar…

—¿Pero no hemos estado repasando cómo has de hacer para aparecerte sin que te equivoques? —Replicó Miguel— Pues sólo tienes que aparecerte a él cuando esté solo, y sin tener que atravesar ninguna puerta ni ningún control de vigilancia.

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—¡Es verdad! Qué pocos recursos tengo (concluí). Las soluciones más evidentes se me suelen pasar por alto casi siempre. ¡Qué desastre!

—Mira, y además lo puedes hacer ahora mismo y te sirve de práctica —me instó Miguel—. Te vas ahora mismo, estás el tiempo que quieras con Misael, y te nos vuelves a aparecer aquí en el mismo instante o un poco después; y seguimos aquí como si nada hubiera pasado. ¿Qué te crees que es lo que yo hago cuando quiero ver a Manuel o a Misael? Y como, además, yo no me muevo de aquí, nuestros opositores sospechan que lo hago, pero no lo pueden evitar de ninguna manera.

—Vale, pues voy a probarlo a ver si lo realizo correctamente. (Pero añadí:) Oye, se me ocurre en este instante, si ellos, nuestros oponentes, no pueden hacer lo mismo y espiar nuestras conversaciones.

—Pueden, pero nosotros nos daríamos cuenta. Además, los sistemas entre los que obran el bien y obran el mal son diferentes. La bilocación propiamente dicha sólo somos capaces de valernos de ella los que obramos el bien, aunque existe una pseudobilocación, que es algo parecido a lo que tú haces, que eso sí podrían utilizarlo algunos de los que obran el mal. Sin embargo, lo que hemos comprobado por la historia como el mecanismo que ellos utilizan, es el sistema inverso al que tú empleas; aunque, para ello, tienen que ingeniárselas para convencer a la persona a que les abra la puerta de su fantasía desde dentro, y que no se la cierre en ningún momento, para, una vez que han conseguido entrar en ella, tomar posesión de esa fantasía, y evitar que el dueño de la misma se la pueda cerrar con un simple esfuerzo de su voluntad. Como esa circunstancia produce unos efectos bastante parecidos a la locura, a lo que en tu tiempo se decía como esquizofrenia: en la antigüedad, a todos se les llamaba locos o endemoniados, sin saber distinguir; y en tu época descreída se pensaba que todos eran locos pero no endemoniados, cuando realmente se producían todas las posibilidades, incluidos esquizofrénicos que, a la vez, estaban endemoniados, porque no son incompatibles ambas situaciones, pero los enfoques para tratarlas sí; ya que, en esta segunda de la que tratamos, el objetivo consiste en cerrar esa puerta, cosa que sólo puede lograr la fe. Y te cuento todo esto adelantándome a lo que sé me ibas a preguntar a continuación. Porque el tratamiento consiste en reforzar esa fe a través de la oración, los sacramentos o el exorcismo, para, al final, poder decir como Jesucristo: «Tu fe te ha salvado». Bien, con esto quiero decir que los que obran el mal sólo pueden actuar a través de personas convencidas o manipuladas, pero no directamente como nosotros actuamos con el bien. Sí podrían monitorizar o vigilar una situación sin ser detectados en tu época o más antiguas, pero no en la actual sin que lo notásemos al momento, porque nosotros hemos aprendido a hacerlo. Por eso no se molestan en espiarnos de esa manera, porque se lo podemos bloquear o realizarlo a la inversa, con lo que les tenemos pillados. Es como si alguien se sentase aquí de forma visible para escucharnos…, que ya sabríamos quien nos estaba espiando. En fin, quédate tranquilo.

—¿Y dónde tienen la matriz física de su persona, esos que se meten en la fantasía de otros?

—Suponemos que en Gog, la fuente de todo tipo de problemas. Pero como gracias a ti descubrimos que también hay una fuente extraña de influencias

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radicada entre nosotros, pues no sabemos aún el grado de imbricación entre ambas.

—Lo que pienso es que, aquí, cuanta más gente haya implicada conscientemente en la trama de confabulación y en estos asuntos de manipulación, más difícil les será evitar que puedan ser descubiertos; con lo que, o aún son pocos, o se ocultan en alguna parte o de algún modo.

—Sí, en eso andamos, en averiguar no sólo quienes son, sino cuantos, y cómo extienden su tela de araña. Mucho nos tememos, y ya ves que hablo en plural, que la relación con Magog, que era lo que aparentaba ser la corriente subterránea que alimentaba todo el problema, oculte a su vez otra en Gog todavía peor si cabe, lo que resulta aún mucho más desconcertante y amenazador.

—Si, como dices, hay imbricación entre las influencias de Gog en la historia, y las extrañas que parten de aquí, ten por seguro que esa relación existe, porque nada es fortuito.

—Ya, ya; lo sé. Pero, por el momento, eso son sólo especulaciones que nos ponen en la pista, pero sin una prueba clara que las confirme.

—En fin… Me voy a ver a Misael, y ya me diréis si acierto con la vuelta.

—De acuerdo —respondió Miguel con el asentimiento de Mario.

Retrocedí interiormente hasta la puerta de mi fantasía, y, desde mi lado, me preparé mentalmente para encontrar a Misael, en unas condiciones adecuadas para mi visita en ese mismo día; y atravesé de nuevo la puerta.

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Allí estaba Misael, en lo que debía ser su habitación, sentado y con los ojos cerrados, y aspecto de estar haciendo oración.

Mi presencia la detectó de inmediato, y, abriendo los ojos, me miró dedicándome su sonrisa y me dijo:

—Bien, has venido. Dichosos los ojos que te ven.

—Hola, Misael, yo también me alegro de verte, pero siento importunarte en tu oración.

—No importa, Dios siempre está presente entre dos personas que le aman, así que es como seguir orando de otra manera; ya volveré a ésta más tarde. Ahora tengo más tiempo para ejercerla más asiduamente.

—Lo primero quiero darte las gracias por haberme ayudado a encontrar a Juan, y por el aviso de confirmación de que se había establecido el contacto entre mis sectores visitados.

Misael se rió con mi expresión, y añadió:

—No tienes de qué darlas. Soy yo el agradecido por haberme brindado la oportunidad de realizarlo. Me imagino que si estás aquí es porque ya te han explicado la situación y te han enseñado a controlar los viajes, ¿me equivoco?

—Estás completamente en lo cierto, entre Mario y Miguel ya me han puesto al día, creo yo. Perdona que hayan pasado cuatro años.

—No te preocupes, ya me imaginaba yo que había ocurrido algo así. ¡Y menos mal que han sido sólo cuatro años!

—Sí, porque podrían haber sido… ¡a saber!

—¿Habrás visto que asequible y echado para adelante es Miguel?

—Ya me he dado cuenta. Está claro que es la persona idónea para estar donde está. Aunque yo, antes de conocerle, tenía mis dudas por si no fuera una persona de fiar y jugara a dos barajas.

—No, de verdad que te puedes fiar por completo. Yo le conozco desde hace mucho, de cuando estudiábamos juntos, porque somos de la misma edad, e hice muy buenas migas con él. De hecho, el causante de que yo me cambiase del Ministerio de Alerta al de Historia es él. Como los dos conocíamos a Gabriel, del que me quedé con ganas que conocieras la otra vez que viniste, y éste nos contaba las cosas que hacían en su negociado, y nos lo transmitía de forma tan ilusionante, pues Miguel decidió cambiarse y me insistió a mí hasta convencerme para que nos trasladásemos juntos; pero resultó que, cuando ya nos disponíamos a llevarlo a cabo, a él le eligieron como responsable del Servicio de Información, y él vio en ello la mano de Dios, con lo que decidió quedarse; y yo, como ya estaba convencido, fui el único que se cambió. Pero habrás observado que, a pesar de ser responsable, sigue llevando el mono rojo en vez de negro.

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—Es cierto, no había caído en ello.

—Pues eso se debe a que él dijo que no pensaba cambiar en su disposición y forma de desarrollar su tarea, y que si a él le habían elegido sus compañeros precisamente por eso, era para que lo mantuviera, y que la responsabilidad no se la daba el color del mono sino su actitud, por lo que no estaba dispuesto a cambiar su color con respecto al de los demás; y el ministro se tuvo que aguantar. Ésa es la prueba de su cercanía y de su arrojo, por eso es tan querido por todos, y por eso no se han atrevido a arrestarlo como a Manuel o a mí.

—¿Muy cerca andaríais de dar con alguna clave para llevarles a tomar esa determinación?

—Pues eso es lo que suponemos, pero aún no hemos dado con el quid de lo que pueda ser. Yo había puesto a algunas personas de los campos de vigilancia, no muchas para que no se notara, a revisar acontecimientos de la historia en los que se habían detectado modificaciones atribuidas a Gog, para comprobar si esa atribución estaba bien hecha o pudiera haberse asignado erróneamente y corresponder a Magog o a ese otro origen extraño situado entre nosotros, y que tratábamos de hallar; y me estaba encontrando con que, efectivamente, había muchas más asignaciones erróneas de las que cabía esperar, inducidas seguramente por la rutina que presupone el pensar que “¡de qué otro sitio iban a venir!”, con lo que no se andaban con más cuestiones ni discernimientos. Pero lo más sorprendente de todo es que, vinieran de donde vinieran, parecía existir una coordinación entre ellas que respondía a un plan previo; lo que traslucía indefectiblemente la existencia de un mando único. Por su parte, Manuel, se encargaba de indagar cómo se encontraban las relaciones externas entre Gog, Magog y nosotros, y especialmente con las colonias cismáticas de nuestro territorio; obteniendo parte de la información gracias al enlace con Jerusalén que tú facilitaste; y que, como ya sabes, también dichas relaciones resultaban sospechosas. Y cruzando ambas líneas de trabajo extrajimos las siguientes conclusiones: Las intervenciones en la historia más potentes y groseras, que eran la mayoría de los estudios, provenían de Gog; algunas, más bien pocas, eran del estilo de Magog; pero las más sofisticadas, sutiles y complejas procedían de entre nosotros, pero, y aquí viene lo más claro de todo, pero no de las colonias cismáticas confederadas con Magog; que, como ellos habían afirmado siempre externamente, estaban en contra de tal intervención en la historia, es decir, de las intervenciones oficiales realizadas por la Ciudad para contrarrestar los desmanes de Gog. Lo que significaba, como conclusión, que existía entre nosotros un foco de intervención histórica ajeno al oficial, de origen desconocido, y en coordinación con los de Gog y Magog.

—Sabes qué estoy pensando… Que muchas de las intervenciones de Gog en la historia son una pantalla, una cortina de humo para ocultar las otras, especialmente las originadas en la Ciudad de forma fraudulenta.

—Es bastante posible. Y lo han hecho tan bien que han conseguido engañarnos hasta ahora.

—Está claro que a ti te tenían que quitar de allí lo antes posible porque ibas a acabar localizando el foco, ¿pero Manuel? ¿Qué estaba investigando cuando fue arrestado?

—Si había algún tipo de relación oculta entre los responsables de la Ciudad y Magog.

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—Pues no me digas más: Ése es el motivo. ¡Vaya por Dios! Me acabo de acordar de que yo traía unos datos de la Misión de San Bladimiro en Magog para que los interpretaseis vosotros, y se me ha olvidado decírselo a Miguel. Los llevo en la plaquita de mi mono.

—Pues lo siento, porque yo no los puedo extraer con mi tablilla, porque la tengo vigilada, y eso sería lo último que podrían ver. Tiene que ser él quien tiene que ingeniárselas para extraerlos, porque, aunque él también la tiene intervenida, tiene oportunidad de utilizar otros recursos. ¿Y de qué son esos datos?

—Corresponden a la madre del mayordomo de hace cuatro años, que supongo seguirá siendo el mismo.

—Sí, Ángel, o Don Ángel, como quiere que le llamemos; el mismo desde hace ya bastante.

—Se trata del código biológico de su madre, que era natural de San Bladimiro, por si se podían cruzar los datos con el archivo general y encontrar a posibles parientes.

—Precisamente por eso se había puesto Manuel a investigar, porque nos había llegado información de que nuestro mayordomo tenía parientes en Magog; y ya, de paso, quería comprobar la relación de todos los demás responsables.

—Ésa es una cuestión que dejé pendiente cuando salí de San Bladimiro, y se quedaron encargados de averiguar quienes pudieran ser esos posibles parientes de Luz, la madre del mayordomo, o del padre desconocido, cuyos datos también traigo en la plaquita para investigarlo aquí.

—Y si el padre es desconocido, ¿cómo es que tienes sus datos? ¿No es una contradicción?

—Bueno, es que no me he explicado bien. Se conoce la clave biológica del padre por los restos obtenidos tras la violación, pero su identidad no se conoce.

—¿Cómo dices? ¿Qué Don Ángel fue fruto de una violación?

—Sí, eso es lo que me contaron allí; y que esa fue la causa de que la muchacha fuera trasladada a Chicago para alejarla de aquel lugar. Pero al violador, a pesar de tener su clave biológica, no consiguieron encontrarlo ni identificarlo, siendo conocido el caso porque fue la única violación que quedó sin esclarecer en el Estado de Siberia Central.

—¡Pero qué cosa más extraña! Sí se sabía que Doña Luz, ya fallecida hace un tiempo, procedía de Magog, pero lo que nadie se imaginaba era el origen de su embarazo como algo truculento, y todos suponíamos que se había quedado viuda muy joven.

—Es que no creo que fuera una situación como para recordar, y menos para dar a conocer. Pero, por lo que dices, veo que no se llegó a casar después.

—Supongo que no, porque a Don Ángel no se le conocía más familia que su madre.

—¿Y cómo fue que le eligieron o le elegisteis de mayordomo?

—¡Puf! Pues de eso ya casi ni me acuerdo, porque de eso ya hace bastante…, cuando yo era jovencillo…, puede que haga veinte años. Fue a raíz

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de la confederación de las colonias cismáticas con Magog. Don Ángel, entonces sólo Ángel, que ya era representante de no sé bien qué, en un Concejo regional me parece, propuso en la Asamblea General de representantes el cambio de mayordomo, para que se eligiera a otro que no fuera tan pasivo e ineficaz como el que entonces desempeñaba el cargo, que había consentido el cisma, y la confederación con Magog de esas colonias, sin tomar medidas preventivas. Y como los demás representantes le vieron tan resuelto y desenvuelto, no sólo aceptaron su propuesta, sino que al final acabaron eligiéndole a él para el cargo. Y ha sido ya durante su mayordomía cuando se han ido produciendo, paulatinamente, todos los cambios hasta llegar a la situación actual. Cambios siempre muy justificados y explicados, aunque resultaran un poco… podríamos decir… extraños o exagerados, por lo que se ha venido aceptando sin problemas.

—¿Tú crees que un ministro o algún cargo importante podría ser el cabecilla de la confabulación sin que se enterase el mayordomo? Porque Miguel sospecha de su propio ministro.

—Es posible, pero ha de maniobrar astutamente, porque, aunque el mayordomo en sus funciones de Alcalde General es sólo un coordinador, debe tener un conocimiento preciso de lo que se hace en cada ministerio, y velar porque se cumpla el plan trazado y la unidad entre todas las actuaciones. De hecho, nuestro caso y la acusación de conspiración, fue planteada en el Concejo de la Ciudad, aunque, también sea dicho, lo fue a posteriori, una vez ya estaba todo decidido; por lo que sólo se limitaron a discutirlo y a poner por obra las resoluciones.

—Ahora que lo pienso… Pero, Gabriel, ese amigo tuyo al que querías presentarme, ¿no era el Ministro de Historia?

—Y sigue siéndolo.

—¿Y él no ha podido salir en tu defensa?

—No. Y es más: Él ha sido el que ha tenido que cesarme, echándome una buena reprimenda en público.

—Pues no lo entiendo, si él te conocía y sabe cómo eres.

—A lo mejor es que no podía hacer otra cosa. Ya nos enteraremos alguna vez de sus motivaciones.

—A ver si va a estar implicado él en la confabulación…

—No lo creo. A veces las personas tienen que hacer cosas que nosotros no podemos entender porque no conocemos todos los parámetros y condicionantes que intervienen en el asunto; por eso no podemos juzgar. Ya lo dice el Evangelio: «No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados». Dios sabrá.

—Pues el que han colocado en tu lugar debe de ser tela… Porque cuando me vio, cuando fui a verte creyendo que estabas en tu despacho, se comportó de muy malos modos, como los agentes comunistas de las películas de mi época.

—¿Te reconoció?

—No. Creo que no. Porque, si no, me hubiera echado el guante allí mismo.

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—Menos mal. Porque me han contado algunos contactos que aún me quedan en el Ministerio, que ha sido colocado allí por expreso deseo y recomendación del mismo mayordomo.

—Pues eso indica que él mismo debe tener algún tipo de implicación.

—Puede. Pero no sabemos si la idea ha sido cosa suya o le ha sido sugerida por alguna otra persona. Y eso sí es importante averiguarlo para localizar al cabecilla de toda la trama, y dar con quien maneja todos los hilos en la oscuridad.

—Sí, como decías antes, la trama parece incluir a Gog y a Magog, puede que el cabecilla de aquí no sea el principal, sino que haya que buscarlo en alguna de esas dos reservas.

—Pues, si te digo la verdad, eso sería lo deseable. Sin embargo, la finura y sutileza de dicha trama es más semejante al cuidado con que las cosas se realizan en la Ciudad, porque en las reservas suelen ser más groseros en sus líneas de actuación, aunque puedan complicar mucho las cosas. No es tanto la complicación sino el detalle el que suele indicar el origen inspirador de una acción o una trama, y, en este caso, aunque en algunos aspectos parezca indicar que el origen está en Magog, y en otros que en Gog, la propia dificultad de localización, y ese detalle fino de ocultar el rastro que conoce los usos que practicamos en la Ciudad, parece indicarnos que, el verdadero cerebro origen de todo, lo tenemos dentro. Como te digo, la verdad es que quisiera equivocarme.

—¿Pero qué intención puede tener el que, desde la misma Ciudad, se vaya contra ella misma?

—¿Parece un absurdo verdad? ¡Quién se puede querer matar a sí mismo! debería de ser alguien muy resentido, una persona que albergara mucho sufrimiento dentro de sí.

—Estoy pensando en las motivaciones de alguien que se suicida, o mejor dicho, que planea concienzudamente su suicidio, y no se me ocurren.

—Yo tampoco te puedo ayudar en eso, porque en la Ciudad hace siglos, y eso de siglos es literal, que no se suicida nadie. Y antiguamente sólo se registraban casos de enfermos aquejados de depresión, cuando no teníamos los medios de ahora; pero suicidios sin estar enfermo eso sólo ocurre en las reservas, y singularmente en Gog. Aunque en esos casos tiene una clara explicación, porque se producen en personas sin Dios, sin una fe que dé sentido a sus vidas. Pero ese problema no se da en la Ciudad. ¿Qué ciudadano que está libremente en la Ciudad, porque es feliz en ella, puede desearle mal sin haberla abandonado?

—Es una buena pregunta… sin respuesta. Volvemos al resentimiento y a la venganza. ¿Y la soberbia?

—No sé… tendría que ser algo desmedido y fuera de todo control. Date cuenta de que estamos buscando entre responsables que ostentan cargos con autoridad, y que, por tanto, quien sea, ya dispone de esa oportunidad de ejercerla, con lo cual ésta se notaría. Y yo no conozco a nadie que manifieste la soberbia claramente, o que eso se cuente tan siquiera como rumor de esa persona.

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—Pero lo mismo que se oculta el resentimiento y el deseo de venganza, puede ocultarse la soberbia.

—Claro, pero reconoce que es mucho más difícil. Porque eso requiere una hipocresía supina, muy difícil de disimular, y que acabaría por apreciarse en múltiples detalles inconscientes.

—Tienes razón. Pero… y hablo por no callar… si se desahogase de ella en sus intervenciones en la historia, ¿no le sería mucho más fácil disimular luego en su vida corriente?

—Sí, esa es una posibilidad. Desahogarse como un perro rabioso entre los inferiores del pasado, para luego aquí aparentar ser un corderito. Sí, eso no se me había ocurrido. Es una posibilidad que no podemos descartar. Y, claro, una vez que el caballo se desboca, ya no se va a detener ahí, con lo cual cada vez irá a más, y el manso corderito acabará por transformarse en un fiero león. Sí, sí, tenemos que investigar en la vida y en el carácter de todos los responsables, e hilar muy fino.

—Aunque, en el fondo, toda soberbia esconde un sentimiento de inferioridad manifiesto que precisa hundir objetivamente al otro para poder apreciar así esa pretendida superioridad, lo que, a su vez, trasluce una falta de Dios que es el que da sentido y solidez a tu ser. O sea, que habrá que buscar a alguien que no soporte a su lado a gente con mejores cualidades, o que haga comentarios irónicos para despreciar las cualidades de los otros, y que presente una fe superficial fundada en la apariencia más que en el ser, incluso que esté resentido con Dios y que pretenda vengarse de Él en su obra que es la Ciudad.

—Estoy de acuerdo. Pues de eso me voy a encargar yo a través de mis contactos, porque, aunque veas que yo no me puedo mover de aquí, y yo lo de la bilocación no sepa controlarlo aún, a pesar de que hago mis pinitos, afortunadamente tengo amigos que sí lo hacen estupendamente y vienen a verme, como es el caso de Miguel. Así que, lo del arresto, sólo es una incomodidad, pero muy poco eficaz; más ejemplarizante para los demás que otra cosa. Pero es que, por el momento, no tienen otro medio de amedrentarnos y de ganar tiempo, poniéndonos tropiezos por el camino.

—¿Le comento yo algo a Miguel ahora cuando vuelva a verle?

—Como quieras; pero no creo que sea necesario porque eso lo tenemos que tratar con calma él y yo, que somos los que nos desenvolvemos con esas personas, o con nuestros contactos que las conocen más de cerca. Tú preocúpate de que Miguel obtenga los datos guardados en tu plaquita.

—Vale. Pero estoy pensando que si Miguel tiene problemas porque no puede usar su tablilla para obtenerlos, a lo mejor, si voy primero a que los mire la sobrina de Luis, el misionero de San Bladimiro que me los facilitó, que me dijo que ella sabía interpretarlos, y que, además, trabajaba en el Ministerio de Naturaleza, puede ser que obtuviéramos una información más amplia. Quien sabe si eso pudiera sernos útil.

—Sí, está bien; pero ten cuidado que no vaya a borrar los datos al extraerlos. Y ándate con tiento, porque ahora todos los ministerios, aunque sea el de Naturaleza, están vigilados, so pretexto de que la red de conspiración de Manuel y mía los haya infiltrado también.

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—Eso tiene fácil solución: Como desde que visité San Bladimiro hasta ahora han pasado cuatro años, aunque para mí no; pues con vincular mi visita a la recomendación que me hizo Luis, ya habré retrocedido esos cuatro años, cuando aún estabais en los inicios y no había vigilancias especiales.

—Bien pensado. Y ya, de paso, mira a ver si puedes establecer un contacto con ella para este tiempo, para poder incorporarla a nuestra red, porque en ese ministerio no tenemos ningún contacto, y, como no sabemos lo que vamos a poder necesitar, quien sabe si no tendremos que valernos de su ayuda para algún asunto.

—La verdad es que programar una cita a cuatro años vista con una persona, con las vueltas que da la vida, resulta un poco “singular”, por no decir desproporcionado. Pero las cosas son así y hay que adaptarse a las situaciones.

—No hay ningún problema. Ya verás lo bien que lo haces.

—Bueno, pues entonces me despido ya.

—Que no se te olvide pasarle los datos a Miguel.

—Ya, ya. Hasta la próxima, y que te vaya bien.

Si me respondió ya no lo oí, porque inmediatamente crucé la puerta de mi fantasía hacia el lado de mi realidad, para cobrar consciencia frente a ella de mi nuevo destino, según la indicación que había recibido de Luis y que hacía presente en ese momento como si acabara de ocurrir. Y, de nuevo, atravesé la puerta.

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21

Tenía ante mí la entrada principal de un edificio semejante a los ministerios que ya conocía, por la que salían y entraban algunas personas. Me fijé en una mujer joven de entre las que salían, que parecía destacar sobre el resto, por lo que supuse sería la persona a quien buscaba; porque, en cuanto a mi aparición, no parecía haber acertado con la oportunidad adecuada, así que no me quedaba otra opción que preguntarle. Me acerqué hasta ella para decirle:

—Por favor, ¿eres Marisa?

—¿Sí? —Me respondió saliendo de su ensimismamiento para mirarme, e iluminándosele la cara continuó— ¡No me digas que la elegida del Ministerio de Naturaleza para tu crónica profética he sido yo!

Y su respuesta me descolocó como de costumbre. No era capaz de acostumbrarme a que todo el mundo fuera por delante de mí en el primer encuentro, por lo que apenas atiné a responder:

—Pues si te llamas Marisa, sí.

—Sabía, por lo que se cuenta de tu crónica, que había una persona de este Ministerio que colaboraba contigo en ello; pero lo que menos me podía imaginar es que fuese a ser yo.

—Porque tú eres Marisa, sobrina de Luis, misionero en San Bladimiro, en Magog, ¿no?

—Sí, la misma. ¿Entonces es que te envía mi tío?

—Sí. Es que me dio unos datos biológicos y me dijo que tú sabrías interpretarlos.

—Ah, bien. Pero para eso no necesitamos volver dentro. Si te parece, como yo ya me iba para casa, me acompañas y vamos charlando por el camino.

—Lo que tú dispongas, a mí todo me parece bien. Como para leer los datos sólo se necesita la tablilla, y como me supongo llevarás la de bolsillo, al igual que todos, pues ya está.

—Ya me imagino que mi tío Luis te los habrá introducido en la plaquita de tu mono. Pero eso lo vamos viendo de camino, porque la hospedería del hospital, donde resido temporalmente, está a una tiradita de aquí, y no me gusta que la noche me pille en el trayecto. —Y mientras iniciábamos nuestra marcha, prosiguió— Sabes, es que voy y vengo caminando al trabajo para hacer ejercicio, porque, si no, no me muevo en todo el día; y, salvo que caigan chuzos de punta o algo así, nunca voy en taxi, porque me gusta disfrutar del aire y del olor de las plantas y contemplar los árboles desde abajo y escuchar el piar de los pajarillos y verlos revolotear. Me dicen que soy un poco cursi, pero es que a mí me encanta la naturaleza, y veo en toda ella la mano de Dios; así que este paseo es un momento privilegiado que me serena por dentro y aprovecho en mi oración.

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—Vaya, pues yo hoy lo voy a estropear.

—¡Qué dices! Ni se te ocurra pensar eso. Porque se convierte en un momento compartido, y eso lo hace todavía más rico.

—Pero si te gusta tanto el contacto con la naturaleza, ¿cómo es que estás metida en el Ministerio, cuando me supongo habrá trabajos de campo más adecuados?

—No, no, vamos a ver: Que a mí me guste el contacto con la naturaleza no significa que a mí no me gusten otros trabajos relacionados con ella, aunque eso me suponga estar encerrada en un edificio. Cada cosa tiene su tiempo y su momento, y todos los gustos y tareas se pueden compatibilizar. Yo creo que soy más útil en el departamento de identificación biológica, y ahí estoy, lo que no quita para que yo disfrute de la vida natural, o me guste entender cómo se producen las distintas fases de la misma, o que me encante en ello volar de una rama a otra como hacen los pájaros, porque soy curiosa por naturaleza, y esa curiosidad también la desarrollo en las tareas que realizo; y como es una curiosidad sana y constructiva, pues da sus frutos.

—Vale, me has convencido.

—Te digo más: Yo soy natural de Sacramento, un lugar al norte de aquí donde viven mis padres y mis hermanos, y podía haberme quedado allí realizando una tarea de mi agrado si hubiese querido. Pero fui yo la que opté por la que desempeño ahora. Por eso estoy viviendo en la hospedería hasta que me asignen un piso para compartir con otras que se encuentren en una situación parecida a la mía. Si me hubiese consagrado, ya tendría piso, porque en esas condiciones hay mucha gente, pero como no lo he hecho porque no veo que ése sea mi camino, pues tienen que buscar a quien reúna unas condiciones similares, por aquello de los novios y esas cosas, ya sabes.

—Oye, y si me miras ya los datos de mi plaquita…

—Ah, sí, es verdad, perdona. Es que, te confieso que no me apetecía nada hacerlo en la misma puerta del Ministerio, porque era como llamar la atención, y yo no llevo nada bien eso de hacerme notar.

Nos detuvimos. Ella sacó de un bolsillo de su mono verde la correspondiente tablilla, y la aplicó sobre mi plaquita, mientras yo le advertía:

—Me han dicho que tengas cuidado con no borrar los datos de la plaquita porque los voy a necesitar para contrastarlos con el archivo general.

Acto seguido, una vez extraídos, se puso a consultarlos, pero ya reemprendiendo una parsimoniosa marcha. Mientras lo hacía, me iba informando.

—Es un código de identificación humano, correspondiente, según pone aquí a una tal Luz. (…) Sí, están completos. Efectivamente, se trata de una mujer de raza caucásica o blanca, la segunda en número en la zona donde está mi tío, pero sin ningún rasgo especialmente significativo más. (…) Este otro también es un código humano. También completo, que corresponde a un varón, también de raza blanca… pero… a ver… Esto no puede ser.

Ella se quedó parada mientras pronunciaba estas últimas palabras, por lo que yo le pregunté.

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—¿Qué no puede ser?

—Aquí tiene que haber un error. Efectivamente, uno es un código biológico de mujer y el otro de hombre, pero, por lo demás, ¡son exactos! Y aquí dice que el segundo es el código biológico del violador que atacó a Luz. Pero… ¡cómo van a ser exactos! Tendría que ser un clon siamés masculino de ella misma; y eso ya no sería un hecho fortuito, sino algo premeditado, provocado. Y los clones humanos están completamente prohibidos, además de ser una aberración ética y moral, que a nadie se le ocurriría.

—Ten en cuenta que se trata de algo acaecido en Magog, no en la Ciudad.

Continuamos caminando mientras ella me respondía.

—Ya, pero ni en Magog hacen esas cosas. En Gog… todavía… Son capaces de cualquier barbaridad. Pero si el asunto ocurrió en Magog es imposible. Por eso te digo que ha debido de ser un error de transcripción.

—¿Es fácil cometer esos errores?

—La verdad es que no. A lo mejor se trata de una prueba falsa puesta para confundir.

—No lo sé. El caso es que la identidad del violador de Luz nunca se confirmó, por lo que nunca se le llegó a detener. Y lo más singular del asunto es que acabó en embarazo.

—¡No me digas! Pues si lo engendrado fue niña, resultaría un clon de la madre, y si fue niño, del padre. Padre que, a la vez, era una manipulación genética de la madre, porque eso la naturaleza no lo produce. (…) Déjame ver… (…) Sí, así es, se trata de una manipulación.

—Pues no entiendo lo que significa. No entiendo qué sentido tiene todo esto.

—No te quiebres la cabeza. No hay situaciones tan raras. Esto es una prueba falsa para ocultar al verdadero violador, si tal violación existió.

—Pero cuando le ocurrió esto a Luz tendría unos quince años, y se había quedado huérfana y sin parientes conocidos, lo que hace muy improbable que ella fuera a participar conscientemente en el montaje, ya que era conocida su situación en la misión donde está tu tío, en la que ella participaba activamente.

—Puede que fuera algún policía el violador, y por eso pudo falsificar el resultado de las pruebas biológicas, cambiando el código por el primero que tenía a mano, el de Luz, y manipulándolo para que pareciera el de un hombre; y ya está.

—Sí, eso sí tiene sentido, y resulta la explicación más sencilla.

—¿Era importante resolver este caso?

—No lo sé. Supongo que no. Era más bien curiosidad.

—Siento no haber sido de más ayuda.

—No, si la ayuda ha sido completa. No había más que sacar.

—De todas maneras, como tengo los datos en mi tablilla, si se me ocurre algo más que sacar de ellos, ya se lo comunico a mi tío, porque a ti no sé cómo te voy a localizar.

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—No, mejor no. Verás: sin tú saberlo, por sólo hablar contigo ya te he metido en un problema.

—¿Cómo es eso?

—Es que hay alguien que no quiere que yo descubra en mi escrito una confabulación o un complot para hundir la Ciudad, y está haciendo todo lo posible por encontrarme en este tiempo e impedir que yo recabe información, y que la gente normal que me la suministra se coaligue contra esa trama oculta; y para ello se vale de mi propio escrito para localizar a mis contactos y tenerlos vigilados y controlados. Por eso te decía que con sólo hablar contigo ya te estaba poniendo en el ojo de mira.

—Pero si tú no escribes que has hablado conmigo, ese problema dejaría de existir, ¿no?

—Claro. Pero, al mismo tiempo, si no lo hago, mi escrito no resultaría creíble; porque no vale que yo lo diga, sino que mis afirmaciones han de tener un sentido lógico y estar argumentadas. Si no hubiese sido creíble, mi escrito no se hubiera prohibido al aproximarse el tiempo de su cumplimiento, como ya ves que ha ocurrido. Y es esa credibilidad la que consigue alertar a las personas para que estén vigilantes y en guardia, y puedan defenderse de la amenaza cuando ésta se haga tangible. Porque si la gente no se pone en alerta a tiempo, luego puede que ya sea tarde, y el fin de la Ciudad no tenga remedio.

—Pues eso es un callejón sin salida —comentó con rostro pensativo y preocupado.

—Sí, o te pilla el toro… o te pilla. O te resistes frente a la corriente que te arrastra, o te arrastra de todas, todas; lo quieras o no.

—Por lo que se ve la situación te obliga a tomar partido forzosamente. Pues yo acepto el reto y lo tomo por la Ciudad, es decir, por Dios que es su alma. Puedes escribir lo que quieras.

—Pues entonces tengo que ponerte sobre aviso: te van a vigilar a distancia y, especialmente, tu tablilla, tanto la de bolsillo como la de mesa, todo ello con el fin de averiguar la información “delicada” que obtienes, y descubrir a quien se la comunicas y encontrar la red de contactos. Con esto te quiero decir que actúes con toda normalidad en todas las cosas habituales de tu vida, para no dar sospechas; pero en las comprometidas o delicadas lo hagas con mucho tiento y no utilices la tablilla sino el contacto personal pero disimulado en la normalidad, sin ocultaciones que llamen la atención. Por ejemplo, como nosotros ahora que vamos tranquilamente de paseo en tu vuelta a casa. Algo completamente normal.

—¡Pero si yo no conozco a nadie que esté metido en nada raro ni forme parte de una red de contactos!

—Ah, ¿no tienes familia o amistades con quien compartir tus preocupaciones, tus dudas, sospechas o comentarios?

—Sí, eso sí.

—Pues a eso me refiero. Que lo que tengas que compartir fuera de lo normal lo hagas con tiento, sabiendo bien a quien se lo comentas en persona porque goza de tu entera confianza; porque te puede pasar lo mismo que a mí contigo. Todo depende de la información que sepan que tienes. Es el caso de los

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datos que me ha suministrado tu tío y de los que hemos estado hablando. Porque, ¿qué me dirías si te informo de que esa tal Luz es o era la madre del actual mayordomo?

—¡Qué me dices!

—Lo que oyes.

—¿Entonces, todo el follón… las suposiciones… y el fruto de la concepción es él?

—Así es. Como ves, cuando ya se sabe a qué corresponden unos datos, la cosa varía mucho.

—¡Y tanto! ¿Pero esto qué tiene que ver con la confabulación?

—No lo sabemos, pero es una pista que no podemos despreciar hasta saber a ciencia cierta que no nos conduce a ninguna parte. Pero prueba de que tal confabulación existe es que, dentro de cuatro años, dos amigos míos serán arrestados en sus domicilios respectivos por acercarse demasiado al entramado de la misma. Y te digo lo de los cuatro años porque vengo de ahí precisamente, y necesitábamos saber tu opinión sobre los datos antes de que controlasen sus tablillas, por eso he tenido que retroceder al tiempo en que visité a tu tío Luis en San Bladimiro.

—Pues vaya lío. O sea, ¿Qué mi tío te ha facilitado los datos en este tiempo, pero tú necesitas los resultados para dentro de cuatro años?

—Sí, eso ha sido un fallo mío de coordinación, pero que ya no tiene arreglo; porque mis amigos ahora, en este tiempo, es cuando están iniciando sus indagaciones, y han llegado, o mejor dicho, llegarán a ponerles nerviosos dentro de cuatro años, sin necesidad de tener estos datos, por lo que habrá que esperar ese tiempo para que tengan su efecto.

—Entonces, yo con mi tío sí puedo hablar de este asunto, porque él sí sabe de lo que va.

—Sí, pero usando alguna clave, algún convencionalismo, para que quien pueda vigilaros no lo capte. Salvo que os veáis en persona. Y con relación a mis amigos de aquí, te enterarás por las noticias cuando sea el arresto, porque seguro que darán mucho bombo al hecho para que sirva de advertencia y escarmiento. Por cierto, se llaman Manuel, del Ministerio de Alerta, y Misael, del Ministerio de Historia. Entonces, cuando llegue ese momento, lo que hayas podido averiguar de más, o las cosas raras o extrañas que pudieras haber observado en tu ministerio o en el que sea, sería bueno que se las hicieses llegar a ellos. Sé que justamente ése parece el peor momento para establecer el contacto, pero, sin embargo, resulta el momento idóneo para que aparezcan nuevas informaciones. No sé… podrías, por ejemplo, enterarte si el hijo mayor de Manuel, que se llama Andrés, y que actualmente estudia Ciencias Médicas, pero que para esa fecha ya trabajará en un hospital y residirá en su hospedería, como tú ahora, resulta que lo hace en este mismo hospital al que nos dirigimos, o en cual; porque él sería el contacto más idóneo. No se me ocurre otra manera mejor de contactar sin levantar sospechas.

—¿Andrés has dicho que se llama, no?

—Sí. Andrés, hijo de Manuel y Maribel.

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—No creo que se me olvide porque tengo un primo que se llama igual. Lo que pasa que, en cuatro años, a saber lo que es de mi vida.

—Ya lo entiendo. De todas formas yo intentaré volver a contactar contigo por ese tiempo o un poco después si veo que tú no lo has hecho. ¿En principio piensas que vas a continuar en el Ministerio para esas fechas?

—En principio sí quisiera seguir, aunque… ¡con las vueltas que da la vida…! Pero, esté donde esté, ya procuraré tener la mirada despierta para valorar esos detalles que puedan resultar significativos; aunque, en lo relacionado con la naturaleza, no sé qué pueda ser.

—Yo tampoco, pero ya sabes que la liebre puede saltar por cualquier sitio. La verdad es que tampoco sé todas las facetas que abarcáis en tu Ministerio, por lo que no puedo hacerme un criterio.

—Eso tiene una facilísima solución, porque yo te las puedo resumir ahora mismo. Como su propio nombre indica: Todo lo relacionado con la naturaleza en lo que el hombre tenga algo que decir: La geología, la biología general, incluida la flora y la fauna, la climatología, la astronomía, y la influencia humana en todo ello: extracción de minerales, control microbiológico, alimentación, jardinería, parques, animales de granja, urbanismo, prevención de catástrofes, medio ambiente, conservación… en fin…

—Muchos más ámbitos de los que yo me imaginaba, porque, como a mí me habían dicho que todo el terreno situado entre localidades era considerado como parque natural, yo había supuesto que las personas encargadas de su cuidado, vigilancia y conservación pertenecían a esta Concejalía, pero tampoco me he preocupado por saber más.

—Pero eso sólo es una pequeña faceta. Te cuento un poco más en detalle para que te hagas una idea más clara. El principio fundamental que da soporte a todo es que la naturaleza funciona como una unidad, en la que todo está relacionado con todo; y lo mismo que en la historia cualquier cambio en un punto influye en toda ella, pues en la naturaleza ocurre algo semejante; y así abarca, en sus niveles de integración progresiva, desde los elementos químicos más básicos hasta el hombre, entendido éste como el máximo biológico de organización que integra todo lo anterior; aunque él no sea realmente el último estrato sino el penúltimo, ya que el santo, el último, no se incluyó en nuestro negociado porque se respetó la asignación tradicional de encuadrarlo en el de Culto, mucho más específico. Por eso nos encargamos de todas las materias inertes relacionadas con la tierra y las fuerzas telúricas, climatológicas y astronómicas, de su orden y estructuración y “domesticación” en el siguiente escalón de los microorganismos virales, y en el sucesivo de los bacteriológicos, del siguiente estrato organizativo que integra todo lo anterior en los vegetales, y en el inmediato superior de los animales, y, por último, de cómo se incardina todo esto en el hombre, pero sólo en su faceta biológica; y en la influencia que los hombres, los seres humanos tenemos en todo lo anterior, ahora visto por fuera: Lo que hace el hombre con la tierra, el agua y las fuerzas de la naturaleza, con los microorganismos, con las plantas, con los animales, y con sus demás congéneres. Y nos preocupamos tanto de lo salvaje como de lo doméstico, de las plantas silvestres como las de cultivo, de los animales salvajes como de los domésticos, a los que llamamos animales de granja, término que también incluye a los peces y animales marinos bajo control

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humano, y, en consecuencia, a la parte biológica de la alimentación; porque de la parte de producción y distribución se encarga el Ministerio de Abastos. Y del urbanismo, sólo en cuanto a integración medio ambiental humana, porque, de todo lo demás a este respecto, el responsable último es el Ministerio de Bienestar.

—Estoy pensando que si veis tan claro la unidad funcional en la naturaleza, y tenéis controladas las cosas con tanto detalle, ¡a lo mejor podéis detectar alguna perturbación mínima en algún punto de la naturaleza que alerte sobre algún daño escondido que se esté produciendo en otra! Y digo esto porque, en mi época, como el daño moral era muy grande, la naturaleza estaba muy revuelta y se producían mayores, más frecuentes, y más graves catástrofes naturales, alteraciones climáticas raras, animales en peligro de extinción sin causas claras, caídas de las hojas de los árboles en pleno verano además de en otoño, caídas frecuentes de árboles sin motivos claros, caída en picado de la población mundial de abejas, en fin… Un montón de fenómenos para los que se inventaban las explicaciones más peregrinas con tal de salir del paso y tranquilizar a los curiosos, pero para los que, en el fondo, se daban palos de ciego. Pero es que, claro, a nadie se le había ocurrido pensar en serio que la relación entre el comportamiento moral humano y el medio ambiente pudiera existir.

—Precisamente, gracias a eso que cuentas, y visto con retrospectiva, pudimos establecer la conexión entre ambas cosas, y por eso, actualmente, todo funciona tan bien y se mantiene en un equilibrio aceptable. A pesar de que, en ello, tenemos la variable incontrolada de Magog, y, sobre todo, de Gog, que introduce la mayor incertidumbre en el sistema. Pero en lo que dices de mirar el detalle, con intención de poder descubrir anticipadamente los daños morales en la Ciudad, a nadie se le ha ocurrido yo creo que ni como imaginación. ¡Cómo vamos a pensar que el problema pudiera estar dentro y no fuera!

—Eso se llama el factor sorpresa.

—Y tanto.

—Mira por donde se te acaba de abrir una gran tarea por delante.

—Eso, más que una tarea, es una obra magna. Pero me estoy acordando de algo que me comentaron hace unos días, que este año la cosecha de uva para vino de misa había salido más amarga aún que en los años pasados, que ya venía amargando un poco, y quien me lo comentaba se asombraba de que no le encontraban una explicación plausible, porque las medidas que habían tomado habían resultado inútiles. Esta anécdota, que en otras circunstancias hubiera resultado intrascendente, mirada ahora desde este nuevo punto de vista, puede dejar de ser insignificante.

—No sé. Yo no entiendo. Sois vosotros los que tenéis que valorar la relación.

—Sí, sí, pero a mí me vale, porque esto ya me da una pista de con qué ojos tengo que mirar. ¡Me parece que se me van a hacer unos cuatro años muy largos!

Ya casi con el último resplandor tras el ocaso llegamos a la entrada del hospital. Allí nos despedimos hasta nuestro próximo encuentro, y yo regresé

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ante mi escrito al que tenía mucho material que añadir. No podía demorarme más en hacerlo por el riesgo a que mi memoria me jugara una mala pasada. Al fin y al cabo Miguel y Mario podían esperar, porque para ellos, si yo sabía ejecutar mi viaje correctamente, la espera resultaría de un solo instante.

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22

El tiempo de escritura se prolongó excesivamente y se me hizo eterno. Once días tardé en redactar todas las novedades acontecidas desde mi estancia en San Bladimiro, un tiempo exagerado, aunque interrumpido por unos cuantos acontecimientos extraordinarios intercalados en la rutina habitual que aún lo dificultaron más. Pero aquello de haber dejado esperándome, como congelados en el tiempo, a Miguel y Mario, me incomodaba bastante. Me parecía como que les estaba dando plantón, a pesar de comprender con mi lógica el error de tal percepción; pero ese sentimiento irracional no podía desterrarlo, así que, en cuanto que pude, volví a la puerta de mi fantasía, me coloqué el mono, y, antes de cruzar el umbral, repasé mentalmente la situación en la que dejé a mis dos contertulios. No quise aparecer de nuevo sentado, porque les daría la impresión de que no me había ido, y debía tener cuidado de no anticiparme a mi desaparición de entre ellos para no crear confusión, así que opté por sólo demorar un instante mi aparición tras mi ausencia, y ahora hacerlo de pie cerca de la silla que ocupaba. Y así lo efectué. Esta vez fui yo el primero en hablar.

—Ya estoy aquí. ¿Qué tal lo he hecho?

—¡Muy bien! —Exclamó Miguel asintiendo con la cabeza.

—Ha sido visto y no visto —apuntó Mario.

—Pues para mí ha supuesto varios días de demora. (Aclaré. Y, sentándome otra vez en la silla que ocupaba, proseguí.) A ver, os cuento telegráficamente: Miguel: Misael y tú tenéis que hablar, porque yo a él no le contado nada de lo de la campaña de oración, pero sí hemos trazado entre los dos un posible perfil psicológico del cabecilla de la confabulación, cuyos rasgos tenéis que buscar vosotros entre los responsables que conocéis. Y otra cosa: Se me había olvidado decirte que yo traía unos datos, procedentes de la Misión de San Bladimiro en Magog, correspondientes al código de identificación biológica de la madre del actual mayordomo de la Ciudad, y al de su violador, fruto del cual concibió a éste. En principio, yo traía estos datos para cruzarlos con los archivos de la Ciudad, ya que el violador quedó, misteriosamente, sin poder ser completamente identificado y localizado; pero ahora, después de que una especialista en códigos de identificación me los interpretara, pues ya no sé si van a aportar algo de interés. Porque después de estar con Misael me he ido a visitarla a ella antes de volver aquí, para así traer algo adelantado; ya que me ha dicho Misael que tú no podrías extraerlos de la plaquita de mi mono con tu tablilla al tenerla vigilada, y sé que a Mario le ocurre lo mismo.

—¿Y qué te ha dicho para anticipar que esos datos no puedan sernos de utilidad? —Me preguntó Miguel.

—Pues que los datos del violador se corresponden exactamente con los de la mujer como si fueran los de un clon siamés de la misma pero en hombre, por lo que supone se trata de una falsificación, de una prueba falsa introducida por alguien que pretendía ocultar la verdadera identidad de tal violador para evitar que fuese encontrado.

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—La verdad es que todo ese asunto de la violación —repuso Miguel— me resulta completamente desconocido, pero por probar a cruzar los datos con el archivo general no perdemos nada, aunque sí nos arriesgamos mucho si, efectivamente, tuvieran algo que ocultar al respecto.

—Todo esto de los datos (comenté) surgió a raíz de buscar una posible conexión secreta entre el gobierno de Magog y la Ciudad, pensando en que se usara como contacto algún familiar o pariente lejano.

—Sí, es un cabo suelto que no podemos dejar de seguir, aunque, en principio, no parezca tener ninguna trascendencia.

—¡Ah, Mario, se me olvidaba! (Agregué.) Se me ha ocurrido proponer, a la persona que me ha interpretado los códigos de identificación, a tu hermano Andrés como contacto, ya que no sabía con quien relacionarla para que no fuera a originar sospechas, y como trabaja o trabajaba, ya no sé, porque he retrocedido cuatro años para establecer el contacto con ella, en el Ministerio de Naturaleza, me ha parecido oportuno mantener un contacto allí. Le dices a Andrés que se llama Marisa, y que puede que se ponga en contacto con él por ahora.

—No sé —respondió Mario—, pero me suena que mi hermano conoce a alguien en ese ministerio desde hace ya tiempo, y lo mismo es esa tal Marisa de la que hablas.

—¡Vaya si era dispuesta! (Exclamé, dando por hecho la suposición de Mario.) Se las ha ingeniado para, sin hacerse notar, no esperar los cuatro años.

—Yo estaba pensando —intervino Miguel— en cómo podemos hacer para extraer los datos de la plaquita de tu mono y cruzarlos con el archivo general… y se me ha ocurrido un plan, aprovechando que estamos los tres. Necesitamos disponer de una tablilla de mesa de alguien que no vaya a generar sospechas a nuestros opositores; y digo “de mesa”, porque disponer de una de bolsillo va a ser prácticamente imposible sin que lo sepa su dueño; y he pensado en la de la asesora del Ministro que tiene su despacho junto al de aquél. Veréis: Mario se presenta ante el Secretario del Ministro con la intención de que éste le comunique que quiere hablar con él, como evidentemente le va a preguntar lo que quiere decirle y no le va a dejar pasar, Mario se va a soliviantar expresando el atropello que está sufriendo su padre y que el ministro le tiene que escuchar. La asesora va a oír las voces, y sé seguro que va a salir a ver qué pasa y para amansar a Mario; y en ese momento nosotros nos colamos en su despacho sin que nos vean, y utilizamos su tablilla. Como el revuelo no va dar para mucho, espero que nosotros seamos lo suficientemente rápidos para que nos dé tiempo a todo y salgamos sin ser vistos; pero si nos pillan sólo me pueden ver a mí solo, por lo que tú —me miró fijamente para decirme esto— debes desaparecer a la más mínima, hayamos terminado o no. ¿Mario te sientes capaz de montar ese número?

—Yo soy de natural pacífico y comprensivo —replicó Mario—, así que ese papel me viene un poco forzado, pero creo que sabré ponerme borde. Lo malo es si sale el ministro y decide recibirme.

—No lo creo —objetó Miguel—. Yo le conozco, y me sorprendería muchísimo que lo hiciera. Pero si te recibe, aprovecha para argumentar en favor de tu padre todo lo que sepas.

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—Pero, Miguel (repuse), si te pillan in fraganti, entonces es cuando les vas a dar una excusa para que también te arresten a ti.

—Es posible, pero tengo que arriesgarme. Además, mi mejor defensa es decirle casi toda la verdad: Necesitaba consultar una cosa de mi trabajo y ya estoy harto de que me vigilen y controlen todo lo que hago. Y como es verdad, y la asesora lo sabe, es más fácil que todo se resuma en una simple escaramuza laboral sin más trascendencia. Pero el riesgo de que no se conforme con ello siempre existe.

—¿Y cómo hacemos para que no se note que vamos con el plan trazado? —Inquirió Mario.

—Mira: Yo sabía que tú lo ibas a hacer porque me lo habías comentado a mí primero, y tienes testigos que te han visto venir primero a mi despacho. Y yo, que sabía lo que iba a pasar, pues me he aprovechado de la oportunidad.

—Yo aún tengo una duda (objeté): En mis tiempos se utilizaban cámaras de vigilancia escondidas para controlar todos los pasillos y rincones de un edificio vigilado, y se grababan las imágenes para luego revisarlas en caso de incidentes. No sé si ahora se emplea algún sistema semejante.

—No —me aclaró Miguel—. Porque hasta ahora no había ningún tipo de intriga que vigilar. Son siglos de confianza y sin incidentes, por lo que se considera una grave ofensa la vigilancia en secreto, ya que nadie tiene nada que ocultar. Ni siquiera en Gog necesitan enviar un espía hasta aquí, porque casi todo lo pueden obtener a través de la tablilla. Y los datos que puedan precisar del archivo general, por ejemplo, sólo nos los tienen que solicitar para que nosotros se los facilitemos si están bien justificados. Y, a alguien que no sea de la Ciudad y nos venga a espiar, se le conoce a la legua, porque el ser de la Ciudad no se puede simular; ya dice el refrán que “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Ellos no saben detectar los detalles que nosotros detectamos, y no los saben simular, porque no son detalles físicos sino espirituales.

—Entonces, Gog, va con ventaja, porque tiene todo lo vuestro más lo suyo. (Repuse.)

—No, no tiene todo lo nuestro —me aclaró— porque a lo espiritual, que es nuestro verdadero tesoro, le es imposible acceder. Para eso tendría que convertirse. Y quien emprende el camino de la santificación, ya deja de ser de Gog para convertirse en uno de nosotros. Es, por poner un ejemplo, como si una hormiga pretendiera tener la inteligencia y la personalidad de un hombre, de un ser humano, y la simulase para podérsela robar. Si lo lograra, automáticamente dejaría de ser una hormiga aunque conservara su apariencia. ¿Me explico?

—Sí, sí, ahora lo entiendo. Vuestra superioridad es la santidad, no las cosas ni los conocimientos mundanos; y ese tesoro sólo se puede compartir pero nunca robar. Por eso no hay nada que temer ni nada que ocultar. Lo entiendo. Sí, lo entiendo. (Y añadí.) Entonces, a nuestros opositores se les podría detectar por el mismo camino.

—Sí, y ése ha sido nuestro fallo —prosiguió Miguel—. Si no hubiésemos estado adormilados en nuestra complacencia de vida nos habríamos dado cuenta a tiempo. ¡Pero quién iba a suponer que el problema nos iba sobrevenir desde dentro!

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—Por eso tienes que hablar con Misael (concluí), porque ya ves que se hace necesario que tracéis los perfiles psicológicos de los posibles sospechosos para poder ir a tiro hecho.

—Pero ya será después del asuntillo que tenemos que resolver ahora mismo —resolvió Miguel, y agregó— Mario, ¿sabes lo que tienes que hacer?

—Creo que sí. Armar follón y prolongarlo todo lo que pueda para que os dé tiempo a vuestra tarea —le respondió.

—Nosotros subiremos por la escalera de servicio para situarnos junto al despacho de la asesora —le explicó Miguel—, así que tú ve por el otro lado, por donde suelen llegar los que vienen de la calle, para despistar.

—Bien. Me voy ya, porque tengo que llegar ante que vosotros —concluyó Mario, y levantándose de la silla se dirigió hacia la puerta, mientras Miguel precisaba:

—Nosotros vamos enseguida.

Mario salió, volviendo a cerrar la puerta. Miguel me explicó:

—Nosotros tardamos menos en subir, porque el despacho de la asesora nos queda más cerca que a Mario el llegar por el otro lado a la antesala del ministro.

—¿Pero no tendremos que estar atentos para ver cuando sale la asesora?

—Sí, pero tampoco podemos dejarnos ver mucho rato antes de que Mario empiece con su numerito; daría que pensar.

Unos instantes de tenso silencio mediaron antes de que Miguel determinara nuestra salida del despacho, lo que me sobresaltó.

—Venga, vamos.

Ya, sin mediar palabra, salimos del despacho, recorrimos un corto tramo de pasillo, y subimos por una pequeña escalera no transitada hasta el piso inmediato. Allí caminamos otro trecho, hasta ya alcanzar a oír la voz de Mario hablando con otra persona. Logramos escuchar:

—Vamos a ver, ¿por qué no puedo pasar?

—Porque el ministro no recibe sin cita previa a nadie.

—Ya, pero yo no puedo esperar, porque el daño moral que están haciendo a mi padre es una injusticia como nunca se ha visto, y me tiene que recibir ahora.

Mario cada vez levantaba más la voz, mientras que la otra voz que debía de ser la del secretario cada vez la bajaba más para intentar calmarle por este medio.

Pero como Mario no cejaba en ir elevando la voz mientras ponderaba el buen servicio de su padre al Ministerio y cómo no había derecho a que se portaran así con él; sin tardar mucho, una mujer salió de uno de los despachos próximos para encaminarse al lugar de donde provenían las voces. Inmediatamente Miguel me dijo: «Ahora», y rápidamente nos introdujimos en el despacho que ella había abandonado, sin llamar la atención.

Miguel tomó la tablilla que estaba sobre la mesa, y, tocando sobre su superficie la aproximó a la plaquita de mi mono. Trasteó de nuevo en la

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superficie de la tablilla, y dijo en voz susurrada: «Ya lo tengo. Ahora voy a cruzar los datos con los del archivo general. Primero el de la mujer.» Y siguió toqueteando dicha superficie, mientras añadía: «Apártate adonde no puedas ser visto si alguien aparece de golpe».

Las voces de Mario proseguían, acompañadas de los susurros de sus dos interlocutores.

Miguel por fin dijo, también en voz baja:

—Efectivamente los datos de la mujer son correctos y corresponden a Doña Luz. Ahora los del varón.

En ese momento las voces parecieron cesar, lo que nos produjo un sobresalto. ¿Qué habría ocurrido?

La verdad es que yo me sentía como un niño haciendo una trastada, y tenía el corazón en un puño.

Una voz más alta se oyó de repente: «Pero quiero que ella pase también conmigo para tener un testigo de lo que voy a decir.» Y de nuevo los susurros. deduje por ello que Mario nos avisaba de que había salido el ministro y que le recibía. Lo que no sabíamos es si conseguiría implicar a la asesora con él, o ésta regresaría al despacho.

En ese momento Miguel comentó:

—¡No puede ser! Pero si… ¿No decías que los datos del violador estaban falsificados porque eran como si fueran los de un clon masculino de la mujer?

—Sí. Así es.

—Pues es que el archivo general los identifica con los de Don Ángel, el Mayordomo.

Me quedé sin saber qué decir. Pero Miguel reaccionó de su estupor inicial, y tocando de nuevo la superficie de la tablilla, dejó ésta en el mismo lugar de donde la había tomado, y me hizo ademán de irnos.

No acabábamos de salir del despacho y emprendíamos el regreso por donde habíamos venido, cunado una voz femenina resonó a nuestras espaldas:

—¿Queríais algo?

Miguel me dijo entre dientes: «Sigue y no te vuelvas».

Pero él sí se volvió, aunque sin acabar de detenerse, mientras le respondía:

—No, gracias, Aurora. Sólo quería ver en qué paraba lo de Mario, que pretendía hablar con Julio a pesar de todo.

—Pues al final le ha recibido —le respondió ella.

—Ya me ha parecido. Casi no me lo creo.

—¡Hombre de poca fe! —Exclamó ella en tono risueño.

—Va a ser que sí.

Y desandamos el camino por la escalera de servicio hasta llegar de nuevo al despacho de Miguel.

Mientras nos sentábamos de nuevo, le dije:

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—Me he quedado preocupado por Mario, porque, por lo que se ve, al final, ha entrado solo a hablar con el ministro.

—Pero eso no va a suponer ningún problema, porque Mario le expondrá sus argumentos y Julio le dará muy buenas palabras, completamente vacías, que luego no irán a ninguna parte; y como Mario tampoco espera nada, cuando acabe se pasará por aquí para saber en qué ha acabado todo. Y el asunto pasará como una explosión de temperamento de un hijo que quiere mucho a su padre, y ya está. Aunque la situación sí se hubiera complicado si Aurora llegara a pillarme manipulando su tablilla. Seguro que se ha quedado preguntándose que quién era la visita que me acompañaba, es decir, tú; y por qué no te has vuelto a mirarla.

—Lo que me ha dejado sin palabras es lo que has encontrado al cruzar los datos.

—Tiene que haber algún fallo, porque ¡cómo va a ser el código biológico de identificación de un violador, el mismo que el del fruto de la violación! Eso no tiene ningún sentido.

—Es verdad que no tiene sentido, pero lo que sí hemos averiguado es que el código del violador no era una falsificación sino un código que existe realmente; y, además, otra cosa: Que el actual mayordomo es un clon masculino de su propia madre. ¿Cómo se explica eso?

—¡Es cierto, no había caído en eso! A nadie se le hubiera ocurrido realizar dicha comparación si no fuera por este hecho fortuito. A cuya significación yo no sé responder por ahora.

—Me dijo Marisa que, si ese código del violador fuese cierto, el fruto de la concepción, si resultara ser mujer, sería un clon de la madre, y si fuera varón, del padre; pero que dicho padre sólo podía ser el producto de una manipulación genética de la madre. Por lo que se me ocurre que quizá todo se trate de un intento de Magog para infiltrar a alguien en la Ciudad desde su nacimiento.

—Pero, en ese caso, infiltrarían tanto a la madre como al hijo, porque si tienen el mismo código, es que están los dos manipulados.

—No creo que Marisa se refiriese a eso, sino al hecho diferencial entre varón y hembra, al factor condicionante concreto que permite obtener, de una hembra un varón, en todo lo demás exacto a ella. Por eso yo, lo que pretendía indicar, es que el condicionamiento introducido sólo radicara en ese factor diferencial. Vamos, por decirlo con palabras de mi época, que hubieran manipulado la parte diferente del cromosoma Y.

—Pudiera ser. Pero para eso no necesitaban que el resto fuese exacto. Cualquier varón normal les hubiera valido. Con manipular solamente esa porción, ya estaba.

—También es verdad.

—En este asunto hay algo que se nos escapa. Pero que hay algo raro, eso está claro. Tengo yo que hablar personalmente con esa tal Marisa para sopesar con más detenimiento todas las posibilidades.

—A lo mejor tenía que volver yo a San Bladimiro para ver cómo andan sus indagaciones sobre los parientes de Luz, o mejor dicho, de Doña Luz, en Magog; y si han encontrado alguna otra cosa singular más.

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—Ve mejor a Jerusalén, porque hay que saber primero si los de San Bladimiro ya están integrados en nuestra red, y lo que saben, porque si no lo están, son ellos los que deben integrarlos. Ya te enterarás allí por qué.

—¿Y allí hablo con Juan?

—No, a Juan déjale tranquilo, que ya tiene bastante con su vejez. ¿No tenías un paisano allí?

—Sí, Matías.

—Pues con él. ¡Pero si fuiste tú el que nos pusiste en contacto y gracias a eso nos pudimos organizar! ¡O cómo crees que sé esos detalles!

—Vale, vale. Pues me voy ahora mismo. Despídeme de Mario, por favor.

—De acuerdo. ¡Pero que no pasen cuatro años hasta que vuelvas!

—Tranquilo, que ya parece que los viajes los controlo bien.

Así retorné a mi puerta y atravesé su umbral, pero cuando iba a situarme mentalmente frente a la persona que quería ver, pensé que no sabía lo que me iba a demorar en este viaje, y que lo mismo se me olvidaban detalles importantes de mi última aventurilla, por lo que decidí escribir primero esta experiencia, antes de acumular nuevas. Me desprendí del mono, que colgué junto al umbral, y retomé mi vida habitual para, en ella, poder añadir mis notas al manuscrito de siempre.

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23

Una vez puesto al día mi escrito, llegó el momento de partir de nuevo. Volví a enfundarme mi mono marrón, hice composición de lugar previa, y atravesé la puerta de mi fantasía hacia el encuentro con Matías en Jerusalén, pero ya en un tiempo correlativo al de mi reciente visita a Los Ángeles.

Sorprendí a Matías en el portal de una casa, mientras se disponía a colocarse la escafandra para salir. Fuera llovía. Nada más verme me dijo:

—¡Hombre! ¡Otra vez aquí! Mira qué bien me vienes para que conozcas a nuestro correo, porque he quedado con él. Anda, colócate la escafandra si no quieres mojarte.

Mientras la sacaba de su escondido lugar y la extendía, le dije:

—¿Qué tal vas? Porque, por un despiste mío, habrán pasado unos cuatro años para vosotros sin que yo me percatara.

—Sí, ese tiempo puede que haya pasado; pero es que tampoco sabíamos si ibas a volver. Pero, vamos, yo estoy estupendamente. El que no lo está tanto es Juan, porque al pobre se le han echado los años encima casi de repente y está que apenas se mueve y con gran dificultad. De hecho ya no sale de casa.

Ya bajo la lluvia continuamos la conversación, algo entorpecida por el ruido de las gotas de agua sobre la escafandra. Me interesé por Juan:

—Y, si no sale de casa, ¡me supongo que habrá gente que le atienda!

—Sí, claro, está perfectamente cuidado; porque se prefirió no llevarlo a la hospedería geriátrica del hospital, como él quería, y atenderle en su propia casa a la que ya estaba acostumbrado; y pienso que, además, con la escondida intención de controlar discretamente todas sus visitas, y que no le vea nadie que, quien maneja los hilos, no quiera; como es mi caso.

—¿Cómo que es tu caso?

—Sí, que a mí no me dejan verle, so pretexto de que le pongo muy nervioso, y de que eso le perjudica. Excusas para impedir que nos comuniquemos. Pero ya me lo advirtió él que eso pasaría y que me tenía que acostumbrar a prescindir de sus consejos y a obrar autónomamente.

—¿Entonces, la cabeza la tiene bien?

—Claro. Ahí radica el problema. Si la tuviera mal no pondrían dificultades a mis visitas, pero como nos saben promotores de la red de contactos que tú nos sugeriste, pues ya te supones. Afortunadamente, la mayoría de la gente que le cuida obra de buena fe y sólo obedece órdenes, por lo que, a través de ellas, me puedo enterar de su estado, pero a estas personas no las puedo comprometer en otros asuntos que desconocen completamente. Así que… en esa situación estamos.

—Pues lo siento, porque a mí me hubiera gustado verle.

—Al primero que están esperando para atraparte es a ti. Porque precisamente han preparado esa situación de montar un geriátrico aparte, sólo

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con el objetivo de utilizarlo de trampa para que tú piques. Me han contado que no le dejan solo ni a sol ni a sombra, con la orden expresa de retener a quien pueda aparecerse junto a él, ya que han corrido el bulo de que se sospecha un atentado contra su persona. Así que me tienes a todos los cuidadores sinceramente preocupados para que nadie pueda hacerle daño a Juan, por lo que han convertido aquello en una cárcel de oro sin saber los verdaderos motivos.

—Pero tanta seguridad es porque, quien lo ha diseñado, espera con esa misma certeza a que yo vaya, lo que indica que ellos saben que hay algo que yo voy a necesitar hablar con él, y que debe ser algo importante que me va a obligar a arriesgarme para conseguirlo.

—¿Tú crees?

—Ahora no se me ocurre qué pueda ser, pero que no se tomarían tantas molestias por un “por si acaso”, también te lo digo. Algo hay que no quieren que sepamos y que utilizan como cebo. Me podían haber atrapado ahora en Los Ángeles si hubiesen querido, y sin embargo no lo han hecho, porque aquello era una situación más insegura y porque me tenían preparada ésta, con muchas más garantías.

—Luego lo que no debes hacer es dejarte tentar por sus tretas, porque podemos seguir funcionando perfectamente sin necesidad de que hables con Juan. Mira ya hemos llegado.

Habíamos seguido nuestro recorrido bajo la lluvia por la parte nueva de la ancestral Jerusalén, hasta llegar al límite con la vieja; allí penetramos en un portal, y Matías me advirtió:

—Espera que nos tenemos que secar.

Dio a un botón situado en la pared, y lo que supuse un torbellino de aire cálido (porque yo me había cubierto hasta las manos con los guantes) nos secó los restos de agua de lluvia en un momento. Entonces ya nos pudimos retirar las escafandras y los guantes, y esconderlos en sus respectivos lugares.

Una antigua escalera, en bastante mal estado, nos facilitó el acceso hasta una puerta que, aunque era imposible fuera de mi época, sí imitaba su estilo. Y, como en mi época, Matías la golpeó con los nudillos mediante un ritmo musical. Por un instante me pareció que no hubieran transcurrido tantos siglos. Al poco, una voz masculina resonó en el otro lado:

—¿Quién es?

Matías respondió:

—Fidel, soy Matías y vengo acompañado.

—De acuerdo. No hay problema —contestó desde dentro, y la puerta se abrió.

Un hombre, relativamente joven y de mono morado, nos recibió al otro lado invitándonos a pasar, a la vez que me dijo con un gesto desenfadado:

—¡Ah, pero si eres tú! Cuantas ganas tenía de verte, porque tenemos unos cuantos asuntos que tratar. ¡Pasad, pasad! —y siguió hablándome mientras cerraba la puerta— Me llaman Fidel, pero ése es un apodo para dificultar un poco el que sea reconocido. Como ves, visto de morado porque mi tarea

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fundamental son los asuntos espirituales, la oración… Algo así como un monje de tus tiempos, de antes de que fuera constituida la Ciudad; aunque lo específico nuestro de ahora sea la habilidad para desarrollar esos fenómenos místicos que han acompañado siempre a los creyentes pero que, generalmente, no sabían manejar. Así que ése es el motivo por el que me han buscado, y yo me he dejado enrolar, como correo en esta aventura que yo llamo la Gran Cruzada.

—Un poco fantasioso sí que eres —comentó amigablemente Matías—. ¡La Gran Cruzada, nada menos!

—Seré fantasioso y todo lo que tú quieras —replicó Fidel—, pero que el asunto tiene su importancia, eso no me lo podrás negar. Aunque, por el momento, no sepamos hasta dónde va a llegar —y añadió buscando mi aprobación—. ¿O no?

—Creo que el problema va a irse complicando porque pinta bastante oscuro (repuse). Y cuando algo arranca con esos niveles de ocultación es que pretende llegar a ser todo lo desmedido posible.

—Ves, lo que yo digo —porfió Fidel—. Empieza siendo una aventurilla y acabará siendo la Gran Cruzada. Si no, al tiempo.

—Yo es que creo —apuntó Matías— que en cuanto descubramos quien está detrás de todo el entramado, y lo que pretende con ello, se solucionará todo porque ya no podrá seguir actuando.

—No podrá seguir actuando ¡de tapadillo! (repliqué), pero sí a las claras, porque ya le habrá dado tiempo a desarrollar toda su estrategia. Pero el asunto no acabará hasta que no sea derrotado completamente y bloqueadas todas sus intenciones, por lo que no bastará con desvelar lo escondido, sino que habrá que combatirlo.

—O sea, que la trama de todo esto no ha hecho más que empezar —concluyó Matías.

—Mira, si no, a Jesucristo —puntualizó Fidel—: Con su predicación, denuncia del mal existente, y petición de conversión, no acabó su misión; sino que fue preciso que sufriera el abandono de todos y su sacrificio redentor en la cruz, con el rescate de todos y la liberación de la muerte. La denuncia del mal sólo fue el principio. Y si él no se libró de la batalla, ¿cómo vamos a librarnos nosotros?

—Tienes razón —repuso Matías—, pero se me hace tan cuesta arriba tenerme que enredar en una lucha en la que no me quiero enfangar, que me resisto como gato panza arriba a aceptar esa realidad en la que me están moviendo el suelo bajo los pies sin yo querer.

—Pero eso es como al que le cae una enfermedad (indiqué), que le gustaría seguir sano como antes, porque no ha deseado bajo ningún concepto estar enfermo, pero que ya no puede cerrar los ojos ante su nueva situación si no quiere que ésta se lo lleve por delante. Pues a nosotros nos ha caído esta enfermedad y tenemos que luchar contra ella y defendernos de sus consecuencias hasta que la desterremos por completo.

—No, si la lógica la entiendo bien —aclaró Matías—, el problema es el sentimiento, que se resiste a cambiar y me arrastra a dejar pasar las cosas con los brazos cruzados.

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—Y luego me dices a mí que soy un fantasioso —apostilló Fidel—, cuando para hacer eso necesitas imaginarte que nada ha cambiado y todo sigue igual, y que volverá a ser igual sin que tú te muevas lo más mínimo: ¡Eso es pura imaginación de cuento de hadas!

—Tienes razón. Pero ya te he dicho que era una pulsión irracional —replicó Matías—. Y lo irracional no responde a razones, como su propio nombre indica; y, frente a eso, sólo me queda imponer mi voluntad para domesticar al animal irreflexivo que llevo dentro. Pero, ¡vamos!, que a mí me toca ésta como a vosotros os tocará otra u otras, ¡porque nadie se libra de tener que domar a la fiera!

—En eso: Todos a callar —concluyó con gracejo Fidel.

—Bueno, a lo que estamos —sentenció Matías—. Noticias del mundo. Cuéntanos Fidel.

—He estado hablando con nuestro contacto en la colonia cismática de Puerto Rico, y efectivamente, allí la gente sigue pensando que vive en pureza los ideales de la Ciudad, y que ha sido su confederación con Magog la que les ha protegido de que la “herética Ciudad” les oprima. Todo según las directrices y machacona propaganda de los dirigentes de la colonia, porque, como lo que comentaba Matías que le sucedía, la gente no quería meterse en jardines de planteamientos reflexivos que le fueran a cuestionar a sus propios dirigentes y a tenerse que mover activamente en su contra.

—¿Pero tuvieron que moverse más activamente aún para facilitar el cisma? (Interrumpí.)

—Ya, pero eso sólo consistía en dejarse llevar por la corriente —aseveró Fidel—, y lo otro requería el mayor esfuerzo de remar contracorriente, de forma decidida y voluntaria; y es más fácil dejar la voluntad a un lado y que otro decida por ti, sobre todo si te lo vende como un triunfo de tu propia libertad y decisión.

—Ya veo (concluí).

—En fin, que allí la gente no quiere ver que el problema radica en sus propios responsables, que los han manipulado y engañado a placer —prosiguió Fidel—. Y como todos nos creemos muy listos, ¿quién va a reconocer que se ha dejado timar vilmente? Pues mientras no recuperan la humildad perdida, ahí seguirán.

—Luego, verdaderamente, el problema es un asunto de fe —concluyó Matías.

—Problema de fe que puede extenderse a toda la Ciudad si no desenmascaramos pronto a tanto diablo oculto, y especialmente a quien maneja los hilos —culminó Fidel—. Además, me ha contado otro de nuestros contactos en Gog, que está observando alguna actividad inusual: como que están construyendo más naves de transporte de las que necesitan, y que eso lo llevan con discreción, lo que suscita la pregunta: ¿para qué las quieren y por qué lo disimulan?

—Puestos a pensar mal —puntualizó Matías— indicaría que podían estar planificando una invasión de la Ciudad por algún punto. Porque nosotros no tenemos ningún intercambio de materiales con ellos, y si fuera para

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incrementar el comercio con Magog, no creo que necesitasen esconderse, porque a nosotros ni nos va ni nos viene.

—Y hablando de Magog (tercié): ¿Habéis tenido noticias de San Bladimiro, en Siberia Central? Porque, cuando estuve hace cuatro años, Luis, el misionero, se quedó encargado de establecer un enlace con vosotros a través de Juan.

—Pues —respondió Matías—, que yo sepa, eso no ha ocurrido, y a mí, Juan, en el tiempo que he podido verle, no me ha comentado nada. Si el contacto ha sido más reciente… Eso ya no lo sé.

—Entonces… a ver, os cuento (resolví): La madre del actual mayordomo era natural de San Bladimiro, y magoguita de origen, pero siendo jovencita, y cuando ya era huérfana, fue violada en esa población, resultado de lo cual quedó embarazada. Como ya era conversa, en la misión se acordó alejarla de ese recuerdo traumático y trasladarla a la Ciudad, en donde ya nació el que, andando el tiempo, sería el actual mayordomo.

—Yo no sabía nada de eso. Ni, en Los Ángeles, los contactos que tú conoces —me dijo Fidel— me han contado nada al respecto.

—Es que yo vengo de allí de informarles sobre esto precisamente.

—Pues vaya folletín —apuntó Matías.

—Si eso te parece folletín, espera que acabe que no he hecho más que empezar (aclaré): Bueno, pues se nos ocurrió a Luis, el misionero, a Nicolás, un antiguo diplomático de Magog ya convertido, y a mí: indagar por si quedaran parientes en Magog que pudieran servir de enlace oculto entre el gobierno de Magog y dicho Alcalde General. Como encontramos el código biológico de identificación de Luz, bueno, de Doña Luz: ellos se quedaron encargados de seguir esa línea de investigación sobre sus parientes en Magog; y yo me traje el código, junto con el del violador, al que nunca se llegó a capturar puesto que no figuraba en el archivo de identificación de Magog, para que los cruzaran con los del Archivo General de la Ciudad. Un error, fruto de mi inexperiencia en los viajes, me ha traído con cuatro años de demora sobre esos hechos; pero, aún así, se han podido cruzar los datos. Y… la sorpresa ha sido mayúscula: El código del violador coincide exactamente con el del actual mayordomo.

«¡Qué!» —Exclamaron los dos casi a la par.

—Esperad, esperad (proseguí), que aún hay más y acabo ya: Porque el fruto de dicha violación resulta ser un clon masculino de su propia madre.

—¡Chúpate esa! —Exclamó pausadamente Fidel.

—¿Y eso qué significa? —Inquirió desconcertado Matías.

—Pues no lo sabemos (respondí). Pero que es algo raro, pero raro, raro: eso seguro.

—A lo mejor esa es la causa por la insiste tanto en que se recuerde a su madre junto a su nombre y se le llame Don Ángel de Luz, y no sólo por todo el agradecimiento que él le debe —precisó Matías.

—O sea que el violador sólo introdujo la porción determinante masculina en el genoma de la mujer —remarcó Fidel—, luego eso sólo puede formar parte de un experimento, porque es completamente artificial. Porque es imposible que el hijo sea el violador de su propia madre, ¿no?

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Un silencio escandalizado respondió a esa nueva posibilidad aportada por Fidel. Porque dicha posibilidad hubiera sido inimaginable en cualquier época de la historia, y, aunque ahora seguía siendo absurda, en esta época ya no resultaba irrealizable, y los tres lo sabíamos. Matías fue el primero en romper el silencio.

—Pero para que esa circunstancia diera origen a la misma persona, Dios tendría que intervenir para consentirla, porque, en caso contrario, daría clones, pero no la misma persona. En la naturaleza hay animales que procrean con su propia madre y obtienen crías distintas sin que se produzca esa identificación.

—Sí, eso es verdad —aceptó Fidel.

—Pero es que (puntualicé yo) el código del violador se obtuvo de los restos del material biológico que quedó tras el suceso. Y en el archivo general de la Ciudad, ese código corresponde al del mayordomo, y, los de la mujer violada, con los de la madre del mayordomo. Y eso son datos, no especulaciones. ¿Qué los datos del violador fueran falsos? Es posible. Pero lo que no es falso es que el mayordomo sea un clon siamés, pero masculino, de su propia madre. Y eso no ocurre en la naturaleza. Y, además, justamente eso, hace creíbles los datos del violador. Lo que no quiere decir que hijo y padre sean la misma persona, porque ahí sí que tendría que intervenir Dios para que tal circunstancia fuera posible.

—Sería una circunstancia —puntualizó Fidel— en la que el hecho comienza y acaba en sí mismo, independiente de la mujer. Sería como la gallina y el huevo al mismo tiempo.

—Pero un fenómeno tampoco extraño (precisé), teniendo en cuenta que estamos en el final de la historia, en el que todo comienza a transformarse en un presente permanente.

—Lo malo —apuntó de nuevo Fidel— es que, si él lo sabe, pueda creerse que él ha nacido de sí mismo, y se convenza de que es “vete tú a saber qué”.

—Mira que me parece que estás acertando, y el problema vaya a venir por ahí (aseveré).

—¿Tú crees? —Porfió dudoso Matías.

—No es que lo sepa (le respondí), pero esa posibilidad resuena en mi interior como si hubiese encontrado el camino de la verdad. Es como un pálpito en el que parece que todo encajase.

—Lo que pasa es que ese pálpito lo tenemos que confirmar —apuntó Fidel— y aún tenemos que buscar más detalles.

—Pues fíjate, Matías, que yo creo que, el motivo que hablábamos antes por el que están esperando que yo vaya a hablar con Juan, es éste. Quien esté detrás de todo, sabe que Juan me puede aportar ese detalle que necesito conocer, y por eso están esperando a que yo vaya a buscarlo para atraparme.

—Y por eso es, justamente, lo que tú no debes hacer —me insistió Matías—. Además nos falta toda esa información de Magog que nos decías que nos puede ser tan útil; y que Fidel, sino te importa, debes ir a buscar.

—¡Cómo me va a importar! Ya contaba con ello y había memorizado el nombre de Luis, el misionero, y de Nicolás, el exdiplomático.

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—Pues si hablas con Luis (apunté), le dices, por favor, que ya hablé con su sobrina en su día, tal como él me indicó, y que fue una conversación muy provechosa.

—De acuerdo —me respondió—. Y estoy pensando, que para qué voy a aguardar más; me marcho ahora mismo, y vuelvo con el resultado sin que os mováis de aquí, y así ya os lo cuento sin que tengamos que quedar en otro momento.

—Espera, espera, espera un momento; que ya he aprendido yo a realizar eso también, y me gustaría hacer lo mismo que tú, pero yo visitando a Juan, y me tenéis que ayudar a planear cómo lo hago.

—Pero ¡cómo te vas a meter en la boca del lobo con lo que ya sabes! —Exclamó Matías.

—Porque estoy seguro de que ese detalle que nos falta es lo suficientemente importante como para que ellos se tomen tanto interés en evitarlo. Y se me ocurre que, si ellos me esperan ahora, yo podía aparecerme al principio de establecer ese bloqueo; porque si me hubiesen atrapado entonces, ya no sería necesario que lo siguiesen manteniendo en espera de que yo aparezca, señal de que, en su día no llegaron a detectar mi visita.

—Ah, pues eso sí tiene sentido —se admiró Fidel.

—¿Lo ves posible? —le preguntó asombrado Matías.

—Sí, si no fuerza la situación y aprovecha los acontecimientos y situaciones ya ocurridas —puntualizó Fidel.

—Es decir (precisé), si busco un momento en el que Juan se encuentre solo, no porque yo haya forzado esa circunstancia, sino porque los sucesos se han producido así, ¿no?

—Eso es —afirmó.

—¿Y cómo voy yo a saber eso si no estoy allí dentro para verlo?

—Eso es lo más fácil —me respondió—. Sólo tienes que ponerlo como condición mental antes de aparecerte, lo mismo que haces ahora para viajar.

—¡Ay, es verdad! Qué tontería he dicho… por hablar sin pensar antes (me lamenté).

—Lo que no es una tontería —prosiguió Fidel— es que no sabes cuanto tiempo va a estar solo. Porque eso ya puede ser solamente un instante, y lo que te interesa es un tiempo prolongado, cuanto más largo mejor.

—Habría que fijar un tiempo en el pasado en el que se sepa que eso ha ocurrido para aprovecharlo, ¿no? (Propugné.)

—Sí, eso es —asintió de nuevo Fidel.

—Matías (le dije), ¿tú sabes de algún momento o circunstancia que puede haber favorecido esa situación a partir de que a ti ya no te dejaron visitarle?

—A partir de ese día, no —me respondió—; porque ya no me dejaron ni acercarme a la puerta. Fue tal el mosqueo que me agarré ese día…, porque fui a verle sin maliciarme nada y sin que nadie me advirtiera, que, cuando no me dejaron pasar esgrimiendo como causa que yo le ponía nervioso y que, por eso,

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no me iban a dejar verlo más, que no me pude contener y monté el follón allí mismo; y hasta tuvieron que salir los de dentro, a quienes conocía y me conocían, para intentar serenarme y convencerme de que me marchara de allí. Y, aunque el hecho me ocasionó que ya me etiquetasen de conflictivo y no me dejaran ni acercarme, por otro lado, me granjeó las simpatías de los cuidadores, que son los que me van dando las noticias a escondidas.

—Pues si tuvieron que salir los cuidadores a serenarte, eso quiere decir que, posiblemente, en ese momento, Juan se quedaría solo. (Deduje.)

—Ah, pues es verdad —me confirmó—. Sí, sí. Y estuvieron un rato allí conmigo hasta que me convencieron. Puede que ése sea el momento adecuado para tu visita.

—¿Pero cómo puedo determinar yo el momento temporal adecuado para aparecerme sin equivocarme? (Le pregunté a Fidel.)

—Debes vincularlo con un hecho concreto o singular de ese día que determine la fecha, y, a ser posible, el momento exacto. —Me respondió. Y, dirigiéndose a Matías, le dijo— ¿Tú no recuerdas nada singular que, más o menos, coincidiera con tu llegada al lugar?

—No sé, era un día como tantos otros —respondió Matías mientras se esforzaba por recordar—. Como no sea… Pero es una tontería, no creo que valga.

—Di lo que sea, que para saber si es una tontería ya hay tiempo —le replicó Fidel.

—Pues que un poco antes de llegar me cayó la cagada de un pájaro en el mono, y no me dio en la cabeza de puro milagro. —Nos reímos mientras el proseguía divertidamente— Y me acuerdo porque después pensé que ¡vaya día! y que la cagada había sido una profecía de lo que me había ocurrido seguidamente.

Fidel, que se reía a carcajadas, comentó entre risas:

—Desde luego una cagada total.

Pero, cuando ya remitía la jovialidad del momento, añadió:

—Y, sin embargo sí es un hecho significativo como para que pueda ser localizado adecuadamente en el tiempo. Sólo hay que combinar mentalmente todas las circunstancias antedichas para que no haya margen de error.

Y me advirtió:

—Sólo ten cuidado de no aparecerte por delante de él para que no te vea, y a una cierta distancia para que tampoco sienta tu proximidad; y ya sólo tienes que seguirle. Y cuando confirmes que es el día correcto, ya puedes aparecerte a Juan. Pero vigila que tampoco te vayan a pillar cuando retornen.

—Vale. Pues me voy y vuelvo aquí como si no hubiera pasado el tiempo (concluí).

—Y yo hago lo mismo —culminó Fidel.

Según ya había aprendido, salí de donde estaba hasta colocarme de nuevo ante la puerta de mi fantasía para, ahora, cambiar mi composición de lugar hacia la nueva situación, y en ella me adentré.

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Una calle con cierto trasiego de gente en ambos sentidos me esperaba al otro lado. De repente sentí un golpe en mi espalda que casi me tira, y me giré para ver qué pasaba, a la vez que una voz femenina me decía:

—Disculpa, perdona, pero es que te has aparecido de repente y no he podido evitar el choque.

—No, no, discúlpeme a mí; es que no controlo bien esto de viajar así…

—Ya veo, ya. Y también veo que no eres de aquí, ¿verdad?

—No, señora.

—¿No serás de Gog?

—No, no; por supuesto que no.

—Es que, como me llamas de usted, y eso sólo lo usan en Gog…

—Ah, disculpa, es verdad. Es que he viajado también a épocas antiguas, y ya sabes…

—¡Ay, qué interesante! El caso es que tu cara me suena muchísimo y no sé de qué. ¿Eres algún reportero de esos intrépidos?

—No, no. Perdona que te deje, es que tengo que encontrarme con un amigo y no me puedo entretener, que si no le pierdo.

—Vale, vale. Parece que estamos retrocediendo a la antigüedad, porque otra vez vuelven las prisas.

—Bien que lo siento, pero no me puedo demorar más. Me ha encantado conocerla.

—Pero que conste que aquí somos más acogedores que todo eso.

Cuando quise localizar a Matías ya no pude atisbarlo en todo el trozo de calle que alcanzaba mi vista. No sabía ni en qué dirección habría podido ir, pero teniendo en cuenta de que yo me había aparecido mirando en una determinada dirección en la que se suponía Matías estaría por delante de mí unos cuantos metros, ése debía de ser el sentido de su marcha, así que, con las últimas palabras de la mujer, yo eché a correr todo nervioso hasta el punto en que la calle torcía para desembocar en una confluencia a la que abocaban cuatro más. Pero yo no conseguía identificar a Matías por delante de mí, y la coincidencia de varias personas con monos negros no me lo facilitaba nada. Parecía que, en sentido metafórico, a mí también me había cagado un pajarito. No sabía qué hacer. En ese momento, alguien con mono negro pasó junto a mí, adelantándome distraídamente mientras se guardaba algo en un bolsillo, lo que deduje sería un pañuelo. Respiré aliviado. Efectivamente era Matías, que debía de haberse parado a limpiarse, mientras yo, con los nervios, le había adelantado sin reconocerlo.

Cruzada la confluencia, Matías se detuvo frente a la primera puerta de la segunda calle de la derecha, mientras yo me retiraba del paso, pegándome a la edificación de mi derecha. Él penetró en la casa, y yo crucé y me aproximé

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hasta el lugar. Puede escuchar la voz de Matías que hablaba con alguien pero sin haber pasado del vestíbulo, lo que me bastó para confirmar que era el día correcto. Y retirándome a un lugar discreto para que mi desaparición no llamara la atención, volví a la puerta de mi fantasía para llegarme a la habitación en la que se hallara Juan cuando estuviera solo.

Y acerté. En la habitación sólo permanecía Juan, sentado en una silla adaptada como en la que me encontré a Agustín cuando le visité. Se oía a lo lejos una voz más alta que otra en la que pude reconocer la de Matías. Todo parecía desarrollarse según el plan previsto. Juan detectó mi presencia al instante, y me advirtió con apuro:

—Que no te vean, porque te están esperando para aplicarte ese aparato que ves —una especie de empuñadura acabada en una orquilla que estaba sobre la mesa— para aturdirte y evitar que puedas desaparecer y así lograr atraparte. Ponte pegado a la pared, junto a la puerta, para que no puedan verte desde fuera. Yo te aviso con este gesto si les veo venir —y extendió los dedos de la mano a la vez que giraba la muñeca para indicar “¡márchate!”.

—Tenía muchas ganas de verte…

—Lo sé —me interrumpió—. Pero vamos al grano que no sabemos del tiempo de que disponemos, que me supongo será muy poco. Te has arriesgado mucho para que yo te dé respuestas que me gustaría darte pero que no te puedo dar. Ya sabes mi problema.

—Pero es que encontré unas pruebas en San Bladimiro que han demostrado que el actual mayordomo es un clon masculino de su propia madre, y eso tiene un significado que intuyo pero que no acierto a dar un significado correcto.

—Precisamente por eso yo te mandé a San Bladimiro, para que las encontraras. De hecho fui yo en persona quien coloqué la hoja suelta con el código de identificación del violador de Luz dentro del libro y junto a los datos de ésta.

Me quedé estupefacto. Pero no pude ni expresar mi asombro porque él continuó:

—Cuando leí tu escrito, en cuanto llegué al capítulo en que narras cómo encontraste la hoja suelta colocada en el libro, me di cuenta enseguida de que eso era una impostación, algo colocado fuera de lugar a pleno intento para que sea encontrado, y comprendí que esa impostación la había realizado yo, es decir, la tendría que realizar yo si quería que la encontrases. Así que me fui a San Bladimiro y le pedí a Don Claudio, un misionero ya fallecido, que hiciera el favor de conseguir para mí el código de identificación de violador de Luz, hoy Doña Luz; él movió sus hilos y sus contactos hasta que lo logró y me lo facilitó en un segundo viaje. Yo le pedí permiso para curiosear la biblioteca, y aproveché para colocar la hoja que me había dado en el lugar en que la encontraste.

—¿Y no hubiera sido más fácil comunicar todo lo que sabes directamente sin hacerlo tan complicado y esperar que todos los hechos sucedan?

—Pues no, porque yo lo sé gracias a todos esos hechos tan complicados y no por otros. Es el mismo caso que lo del violador y el fruto de la violación. ¿No lo entiendes?

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—Me resulta muy difícil.

—Es la aproximación al eterno presente, cuando la causa y su efecto comienzan a identificarse, y el ciclo de consecuencias se va acortando hasta llegar a desaparecer, para que sólo subsista la pervivencia, la eternidad. Por eso cada uno tiene que ir eligiendo su lugar en la vida, su sitio, porque ése será el que ocupe por toda la eternidad. Si el hecho de vivir en este mundo tiene sentido como periodo de elección, que se manifiesta en una cascada de consecuencias: esa cascada, en esta época, se va acortando hasta ya poderse apreciar en ella su condición cíclica. Y ese ciclo se va cerrado sobre sí mismo hasta ya marcar un sitio concreto, el punto que cada uno haya elegido para sí a lo largo de su vida y que se fija en el día de su muerte en ella. Por eso, en la vida de cada persona, hasta los detallitos más nimios e insignificantes cuentan, y todo tiene su valor y nada hay vacío. Perdona si no lo sé explicar mejor y lo haya expresado con demasiada abstracción.

—No, si está bien; porque comparando las dos formas saco más luz sobre el asunto. Pero, vamos, eso lo tengo que pensar con más detenimiento en otro momento. Lo que sí me parece entender de todo lo que dices es que la posibilidad de que el violador y el fruto de la violación pueden ser verdaderamente la misma persona, es completamente real. ¿No es así?

—Así es.

—¿Pero eso qué sentido tiene? ¿Qué se puede pretender con eso?

—Qué sentido tiene el que alguien pretenda nacer de sí mismo. Tú piénsalo.

—No, si ya lo he pensado pero no me lo acabo de creer, porque sería alguien que pretendiera independizarse de Dios, como para poder echarle en cara que no le debe nada. Pero eso es un postulado absurdo, puesto que la propia biología ya es una creación, la propia materia sobre la que ésta se desarrolla, ya es una creación; el propio tiempo en el que ésta se desenvuelve, ya es una creación. En fin…

—Eso lo sabes tú y eso o sé yo, y lo aceptamos. Pero para quien no lo acepta y se rebela, cualquier excusa es buena; porque ésa sería la manifestación de una ceguera voluntaria, que en otra época se hubiera expresado de otra manera, pero que, en ésta, se realiza de forma física y tangible.

—Entonces…, y voy a decir un disparate, es como si pretendiera simular o imitar burdamente la concepción virginal de Nuestro Señor Jesucristo. Y perdón por la burrada que acabo de decir.

—De burrada nada, porque has dado en el clavo al cien por cien. Y yo no te lo podía decir hasta que tú lo mencionaras como cosa tuya, pero ahí radica el verdadero problema que tenemos, y no sólo los de esta época, sino todos.

—Sí, ya lo sé, por el efecto expansivo como las ondas en un lago. Ya me lo explicaron.

Parecía que la voz de Matías se iba aplacando y la discusión amainaba, adquiriendo un tono más parecido al de una conversación, por lo que deduje que ya poco tiempo iba a pasar sin que alguien apareciera por allí. No podía demorarme en plantearle a Juan todas mis dudas al respecto, por lo que proseguí:

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—Pero, estoy pensando, que si la bilocación es una facultad propiciada por el paso del hombre a la santidad, es decir, es una consecuencia del bien, y quien obra el mal, al no haber dado este paso, no está capacitado para adquirirla: ¿cómo es que ha podido viajar físicamente en la historia, bilocarse, para poder realizar ese mal de la violación?

—No. Es que no tiene por qué haber viajado él personalmente para realizarla, puede haber encargado a cualquier alma inocente del Servicio de Intervención Histórica que lleve un paquetito y lo entregue a tal persona en Magog, y, el rufián receptor del mismo, luego seguir las instrucciones del paquetito, simular la violación e inseminarla artificialmente con el contenido recibido. Eso por poner un ejemplo. O, incluso, él mismo dirigir la operación a través de una pseudobilocación, una bilocación aparente que sólo algunos de los que obran el mal son capaces de realizar. Pero el mecanismo empleado nos da igual, lo que cuenta es la intención y su resultado; y eso ya lo conocemos.

—Pero tanta perversidad y tanta soberbia sólo parece propia de…

—Justo de quien estás pensando. Ten en cuenta que, como todos, él también tiene su papel en la historia, y que los hechos de su vida, para poder transcurrir, han de hacerlo dentro de la historia; porque fuera sólo permanece la eternidad, en la que ya cada uno tiene su sitio, su función, pero en la que ya no ha lugar para ninguna opción ni determinación, puesto que esa ya se ha tomado dentro de la historia, que para eso está.

—Entonces…, si eso es así, no sólo estamos al final de la historia, ¡sino también al principio!

—Eso mismo. Acierto pleno. Estamos en el tiempo en el que se cierra el ciclo de todas las cosas, y en el que dicho cierre se puede percibir. Todo se consuma en Cristo, principio y fin de todas las cosas, incluida toda la historia. Todo va a quedar fijado en su lugar a la vez que desplegado y detallado en su transcurso histórico. Nos acercamos al momento en el que se culminan todas las elecciones personales que en el mundo han sido.

—¡Pero eso es lo que conocemos como el Juicio Final!

—Exactamente. El punto de coincidencia de todos los momentos de la historia. El punto justo entre lo caduco y la eternidad. El momento exacto de la muerte de cada uno, que abarca toda la historia. Aunque aún nos reste algo más de tiempo histórico para llegar a alcanzarlo, pero ya no mucho.

—¡Dios mío, la responsabilidad que tenemos es impresionante!

—No más que en cualquier otro momento de la historia, y de cualquier momento en la vida de cada uno. Es la misma, puesto que todo al final se concentra en un único punto. Es por eso que cualquier modificación en la historia, aunque sea mínima, afecta a toda ella a la vez, y cualquier cosa que hacemos tiene una repercusión universal, más allá de lo que ni siquiera podamos imaginar. Porque la batalla entre el bien y el mal siempre ha sido la misma aunque haya ido cambiando su apariencia, y todos, queramos o no queramos, somos luchadores activos en ella.

—Afortunadamente Cristo triunfó, y con él triunfamos todos.

—Sí, claro. Por la misma razón la redención de Cristo abarca toda la historia, y todos nos beneficiamos de ella. Pero, claro, también tenemos que asumir nuestra cruz de cada día, como yo ésta. ¡Ah, por cierto!, dile a Matías

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que no se preocupe por mí, que ambos tenemos que aprender a llevar la cruz, que no se apene porque ya no le van a dejar verme, que siempre estaremos unidos en Cristo. Pero que no deje de hacer lo que tiene que hacer.

—Se lo diré.

—Y no olvidéis que Lepanto se ganó gracias al rosario, y que en toda batalla espiritual no puede faltar la oración y la intercesión de Nuestra Señora.

—Sí, lo sabemos. Ya quedé con la gente de Los Ángeles en comenzar a promover una campaña de oración por que se cumpla la voluntad de Dios para el bien de la Ciudad.

—Muy bien hecho. Yo también ofreceré desde aquí la pequeña aportación de mi vida.

En ese instante una persona de mono blanco penetró súbitamente en la habitación, diciendo con voz femenina:

—Me ha parecido que hablabas con alguien…

Pero ya no escuché más, porque me esfumé lo más rápido que pude. Pensé en que, antes de volver a mi reunión con Matías y Fidel, debía dejar por escrito los densos acontecimientos vividos. Y mientras me desprendía del mono para colgarlo junto a la puerta de mi fantasía, repasaba mentalmente los últimos instantes en la habitación de Juan. Me preguntaba cómo habría salido Juan del atolladero en el que le había dejado al llegar por sorpresa la cuidadora. Yo sólo pude ver su espalda, y no creo que ella llegase a percatarse de mi presencia, porque no se volvió siguiendo la mirada de Juan. Pero no sé si alcanzaría a oír mi voz al estar yo más cerca de la puerta de la habitación. Quizá fue ésta la que llamó su atención, y cuando ya se acercó sigilosa para sorprenderme, comprobó que el que hablaba solo era Juan; y como su última frase parecía una oración, puede que pensase que estaba hablando con Dios en voz alta. No lo sé.

El caso es que, el riesgo asumido con haber realizado mi visita a Juan, había merecido la pena. La información obtenida, aunque no fueran pruebas físicas y tangibles, superaba con mucho lo que éstas me hubieran aportado. Y tampoco es que Juan me hubiera suministrado unos datos que yo no conociera de antemano, pero él tenía la habilidad de encauzar e iluminar mi pensamiento para que realizara la deducción correcta por mí mismo, limitándose luego a confirmarla. Desde luego era una persona excepcional.

Ahora entendía tantas cosas, y todo encajaba a la perfección. Pero ¿cómo hacer entender a los demás todo lo que yo había descubierto? Necesitaba encontrar pruebas que ayudaran a sustentar dichas deducciones, pero, por el momento, sólo tenía mis palabras para convencer a mis amigos. Aunque ahora también podía contar con la visión cíclica de la historia, y, a través del pasado más remoto, inferir el futuro inmediato; argumento que en mi época no hubiese servido para nada, pero que, en esta última etapa de la historia, sí sería entendido perfectamente.

Otro problema aparte era el que, en el caso en que sí aceptaran estos argumentos, no fueran a considerar creíbles sus conclusiones, por las consecuencias que comportaban para quien las asumiese; produciendo, en ese caso, la conocida ceguera de la proximidad, como le ocurre a aquellas personas que no quieren reconocer determinados defectos de sus familiares, y se ciegan ante la evidencia.

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Pero dejé de elucubrar sobre las posibilidades que se me podían presentar, porque en ese momento lo que más me urgía era redactar mi experiencia sobre las hojas de papel reciclado de mi libro con pastas de mapamundi.

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25

En cuanto se me presentó la ocasión la aproveché para retornar a mi cita con Matías y Fidel. Había mucha tela que cortar.

Y allí estaban mis contertulios tal y como los dejé como si el único que se hubiese ido hubiera sido yo, por lo que dije nada más llegar:

—Ya estoy aquí.

—Y yo también acabo de hacerlo —apostilló Fidel.

—Pues yo ni me he enterado de que os habéis ausentado, porque casi no he dejado de veros. Ha sido como un parpadeo —comentó Matías.

—Me ha resultado muy curioso verte, o mejor dicho, oírte bien enfadado. No me lo imaginaba, viéndote tan paciente. (Le dije.)

—¿Entonces has conseguido entrevistarte con Juan? —Me preguntó anhelante.

—Sí, pero mejor que nos cuente Fidel antes, ¿no? (Repliqué.)

—Bien —aceptó Fidel—, pero yo vengo con partida doble, porque, no sólo he hablado con Luis en San Bladimiro, sino que luego me he ido a hacer lo propio con Miguel a Los Ángeles que, como ya sé que le conoces —me dijo—, puedo mencionar su nombre con tranquilidad sin descubrir nada especial. Pero vayamos por su orden: Luis me ha estado contando toda su odisea, que no es poca, y el motivo por el que no pudo venir a hablar con Juan cuando se disponía a hacerlo. Resulta que entre él y Nicolás, y otra persona de su confianza, habían estado indagando sobre los familiares que a nuestro actual mayordomo, a Don Ángel, le pudieran quedar en Magog, y las relaciones de éstos con su gobierno; y cuando en ello encontraron que sí existían tales familiares, y sin averiguar aún las posibles vinculaciones de éstos con el gobierno de Magog: Luis, sin esperar a más, solicitó venir en peregrinación a Jerusalén. Pero se encontró con la completa sorpresa de una negativa por parte de las autoridades de Magog para que saliera del país. Y aunque el otorgarle el permiso dependía solamente del estado de Siberia Central, consiguieron enterarse de que la prohibición venía directamente de más arriba, del gobierno central de Magog; de lo cual dedujeron que, con sus modestas pesquisas, habían tocado un material sensible. Como, a la vez, Luis se había enterado a través de su sobrina Marisa que tú la habías visitado, ya que se lo había insinuado sutilmente, se despreocupó de buscar otro medio de contacto hasta que no recabaran una información más precisa y útil, ya que tú ya habías hecho llegar los códigos, que, en ese momento, era lo más importante. Pero el asunto no paró ahí, porque no se contentaron con prohibir a Luis salir de Magog, sino que realizaron un registro de la Misión, en concreto de la biblioteca, de la que requisaron el tratado de «La tradición familiar en Magog», fuente sobre la que basaban todas sus investigaciones; a la par que, tanto él como Nicolás, notaban que les vigilaban discretamente; mientras que a la otra persona cuyo nombre no he dicho, como debían desconocer quién era, no lo hacían.

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—Toda la culpa la tengo yo (interrumpí), porque están siguiendo mi escrito al pie de la letra, y a toda persona que menciono en él, van a por ella; como te ha ocurrido a ti, Matías. Y menos mal que tu nombre, Fidel, es un apodo y eso les va a tener entretenidos, que, si no, también. Lo que sí me estoy dando cuenta es que, en todo, van con retraso, y pienso si no serán los cuatro años que avancé por error los que les han confundido.

—Pues bendito error —proclamó Matías—. Como dice el refrán: Dios escribe derecho con renglones torcidos.

—Desde luego Dios aprovecha todo para el bien. No hay como mirar toda nuestra vida para descubrirlo. (Confirmé.)

—Pues como iba diciendo —prosiguió Fidel—, como Luis y Nicolás no podían realizar ya todas las indagaciones pertinentes, pero, afortunadamente, ya habían localizado a todos los familiares, fue la otra persona, junto con otros contactos, los que se encargaron de seguirles la pista con respecto a sus relaciones vitales, y así acabaron por descubrir que el marido de una prima segunda de nuestro actual mayordomo es uno de los asesores del mismísimo emperador de Magog.

—¡La conexión! (Exclamé.)

—Eso pensaron ellos, pero tenían que cerciorarse de que tal conexión existía y no se trataba de una mera especulación vacía. Así que trazaron un plan: Enviaron a un diplomático conocido de Nicolás, con un inocuo mensaje de la Ciudad como proveniente de su primo, a casa de la mencionada prima, aprovechando que su marido no estaba, y como ella se extrañó de que ése no era el mecanismo habitual y lo rechazó, descubrió con ello que sí había un medio habitual de comunicación con tal primo, lo que confirmaba la conexión.

—¡Pero descubrieron con ello al contacto de Nicolás! (Objeté.)

—No —me aclaró—, porque dicha prima no tuvo la precaución de averiguar la identidad de quien le llevaba el mensaje, al estar desprevenida y no sospechar nada raro más que se tratase de una confusión. Luego, cuando se lo contase a su marido, ya sería otra cosa; pero ya era demasiado tarde. De todas formas, creo que lo montaron muy bien para que, en caso de ser descubierto, pudiera justificar que se trataba de una confusión.

—Lo que seguro que sí que saben es que ya hemos descubierto la conexión. (Apunté.)

—Ya, pero eso no importa; porque eso sólo puede ponerles nerviosos y hacer que cometan algún error y que se destapen —concluyó Fidel.

—Sin embargo —señaló Matías—, Don Ángel podría objetar que comunicarse con sus familiares es la cosa más normal del mundo.

—Pero no cuando eso se hace a escondidas, sin que nadie lo supiera en la Ciudad —replicó Fidel—, y que ni siquiera fuera conocida la existencia de los mismos, como me ha confirmado Miguel cuando le he visto y le he contado esta noticia. Además, aunque se tratara de una cosa completamente inocente, este ánimo ocultista, de por sí, ya es motivo para que recaiga la desconfianza sobre alguien que es quien ocupa el cargo más importante de la Ciudad.

—¿Y qué ha dicho Miguel? (Le pregunté.)

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—Te lo puedes imaginar —me contestó—, porque eso viene a encajar con todas las sospechas previas, y sitúa al mayordomo en la red de confabulación contra la Ciudad; y como Miguel también sospecha de su propio ministro, no sabe quién de los dos, u otra tercera persona, pueda ser el cabecilla de la misma. ¡Ah!, me ha dicho que te diga que Mario, el hijo de Manuel, salió con bien de la entrevista, y que como ya presuponía, el ministro le dio muy buenas palabras pero completamente vacías.

—Me tranquiliza el saberlo (respondí), me temía que le fueran a enredar y a comprometer.

—También me ha comunicado —continuo Fidel— lo de la campaña de oración que se os ocurrió…

—Sí, es verdad que os lo tenía que haber dicho (volví a interrumpirle), incluso lo he comentado con Juan y está totalmente de acuerdo con ello, y añadió que, como en Lepanto, no nos olvidemos de la intercesión de Nuestra Señora.

—Pues eso —prosiguió—, que invitemos a toda la gente a rezar y ofrecer sus humilde sacrificios porque se cumpla en todo la voluntad de Dios para el bien de la Ciudad; ya que, con esa formulación tan abstracta, se les priva de argumentos a quienes pretendan oponerse a ello, y no se precisa dar más explicaciones para que la gente lo entienda.

—Me parece una estupenda idea —resolvió Matías—. Me atrevo a pronosticar una acogida espléndida por parte de la gente.

—Y, por mi parte, no creo que se me olvide nada más —concluyó Fidel.

—Con respecto a mi entrevista con Juan (inicié mi exposición), pues, además de lo ya dicho sobre la campaña de oración, me ha encomendado que te diga, Matías, que no te preocupes por él ni te apenes, porque ambos tenéis que aprender a llevar esa cruz, y que, aunque no te dejen verle, siempre estaréis unidos en Cristo; pero que no dejes de hacer lo que tienes que hacer.

—Siempre me ha repetido eso —afirmó Matías—. Él siempre le ha dado mucha importancia a anteponer el bien a cualquier otra cosa como expresión de la voluntad de Dios para todos y cada uno. La verdad que llevo muy mal el no poder verlo, porque le siento como un padre, y se ha portado conmigo como si lo fuera realmente.

—Y, como lo sabe, por eso te dice lo de la cruz. (Apunté.)

—¡Hay que ver, que siempre el bien tenga que venir acompañado de la cruz! —Exhaló Matías con sentimiento trascendente.

—Es la señal de que lo eliges voluntariamente y pese a todo (comenté), de que no te dejas llevar por lo fácil ni por lo corriente. Es la muestra de tu firme voluntad.

—Pero, a veces, cuando el sentimiento irracional te domina, no dejo de pensar en por qué es así y no de otra manera —se sinceró Matías.

—Pero tú mismo lo has dicho —le indicó Fidel—: “cuando el sentimiento irracional te domina”. Y ya sabes que el sentimiento no entiende de razones ni de grandes ideales ni de altruismo ni de amor oblativo ni de amor de Dios; sólo manifiesta la carencia y abre la puerta al deseo de cubrirla, pero sin entrar en

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más planteamientos, y que, como una ventana que se abre al clima de la calle, no distingue entre fríos y calores, lluvias o vientos; y es la voluntad la que establece su control sobre ello. Es por eso por lo que debes evitar que te dominen. Los sentimientos son necesarios y útiles, pero no son los dueños de la casa, por eso la voluntad no puede abdicar de su realeza y señorío sobre ellos; lo que, en algunas ocasiones, supone una lucha interior sin cuartel. Pero tú eres tu voluntad, y serás lo que decidas hacer con ella. De ahí la opción tan importante y radical de identificar esta voluntad personal con la de Dios, porque en ello está eligiendo lo que auténticamente quieres ser.

—No, si la teoría me la sé —le replicó Matías—, el problema, como siempre, es la práctica.

—Pero la práctica —insistió Fidel— demuestra la parte de teoría que verdaderamente has aceptado y asumido como cosa tuya, porque, lo que resta de sólo teoría, quedará como un conocimiento inútil sin más. Por ejemplo, yo, para poder transportarme, bilocarme o multilocarme, que también lo puedo hacer, necesito haber llevado a mi carne toda esa teoría; y si no lo hubiera logrado, merced a la gracia de Dios, mi carne física no se movería del sitio donde está. En todo caso podría proyectarme, y dar la sensación de que me he movido pero sin efectuarlo realmente. Que será seguramente lo que hará, y ¡como mucho!, nuestro mayordomo. Pero, si quiero llevar toda la teoría a la práctica, lo que no puedo hacer es dejar que los sentimientos arrastren a la voluntad. Los sentimientos sólo informan a la voluntad, y para eso están, pero para nada más. Eso es como controlar a un caballo con las riendas. Una vez que el jinete le ha controlado, éste puede realizar unas actividades que no podría sin formar una unidad con el caballo. Pues eso es lo que hace la voluntad cuando ejerce su señorío sobre los sentimientos. Pero, vamos, tampoco digo nada que no hubiera propuesto Jesucristo con el amor a los enemigos y la oración por los que nos persiguen.

—Sí, sí, la voluntad como reina y señora del sentimiento. El amor de Dios como expresión de la voluntad y no del sentimentalismo. Lo entiendo —concluyó Matías—. Ahora me queda asumir sus consecuencias completamente, lo que ya forma parte del proceso de conversión permanente en el que todos estamos inmersos. En el que, como se ve, estoy mucho más retrasado que tú.

—Perdona, perdona —repitió apurado Fidel—, no pretendía ofenderte ni colocarme como modelo, sino, solamente, proponer un ejemplo cercano y tangible que se entendiera.

—No, si es la realidad, y tengo que reconocerla si quiero seguir caminando hacia delante —apostilló Matías.

—Pues yo tampoco sé cómo os puedo exponer las conclusiones de mi conversación con Juan. (Tercié, para evitar que la conversación pudiera derivar hacia el asunto de las ridículas honrillas personales que nos asaltan a todos en cuanto estamos desprevenidos.) Porque es muy importante la conclusión final como para que no se entienda por no haber sabido encauzar el razonamiento correctamente. Como le hablé de la coincidencia de los códigos de identificación en el que el hijo resultaba un clon masculino de la madre, pues eso nos llevó a elevarnos al plano de las intenciones y de la sucesión de los fenómenos en la historia y de las características de la misma como un ciclo en el que todo se

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detalla y pormenoriza y en el que cada persona va definiendo su opción final. ¿Me seguís?

—Sí —respondió Matías—, pero te has subido a las nubes y no sé dónde quieres ir a parar.

—Ya os decía yo que no sabía cómo plantearlo para que fuera comprensible, pero es que mantuvimos ese nivel de abstracción para conseguir dar una explicación al fenómeno. Sería como subir mucho para ver las cosas desde lo alto, como en un mapa, y así poder localizar el punto buscado, para, a continuación, caer sobre él.

—Bien. Sigue —aceptó Matías.

—Como decía…: Gracias a que la historia constituye un ciclo en el que todo se encuentra detallado, puede absorber cualquier modificación en ella sin que se produzcan líneas históricas paralelas, ya que, cualquier modificación en cualquier punto, afecta a toda ella. A la par, también sabemos que nos encontramos en su época final, en su disolución; con lo que si simultaneamos ambas perspectivas, la cíclica y la de su disolución final, podemos deducir que estamos alcanzando su punto cíclico, su punto de inflexión en el que su final es a la vez su principio. Si a esta circunstancia le añadimos que alguien, en ese punto, se encuentra con que ha nacido de sí mismo, que es, a la vez, su padre y su hijo, constituyendo un ciclo corto, cortísimo, como reflejo de toda la historia. ¿Qué opciones de respuesta se le plantean a ese alguien que se encuentra en esa situación? Que decida humildemente que eso es una gracia de Dios, en la que descubre cómo ha sido creado directamente por Él, y acepta ser criatura; o que decida que se ha hecho a sí mismo y que no le debe nada a Dios, por lo que no acepta ser criatura.

—¡Pero cómo no va a aceptar ser criatura! —me interrumpió Fidel, intuyendo ya adónde quería llegar— ¡Y su cuerpo!, ¡y su ser histórico!

—Todo eso es lo que yo le objeté a Juan (le respondí), pero él me dijo que, para quien se rebela, cualquier excusa es buena, porque ha decidido cegarse a propósito, y no hay razonamiento que le pueda convencer cuando ya ha optado.

—¿Y por qué se da por supuesto que nuestro mayordomo ha optado por la segunda posibilidad y no por la primera? —Preguntó Matías, comprendiendo también el sentido de mis palabras.

—Simplemente por la legión de indicios que le acompañan, y que resultarían completamente diferentes de haber elegido la primera opción (aseguré). Es como cuando ves una nube de polvo que se aproxima por un camino, y deduces que algo que se mueve y levanta polvo se acerca, aunque no veas a la persona o al animal que lo levantan con su carrera. Y no es lo mismo una nube de polvo que una estela de agua, porque eso nos muestra que se encuentran en medios distintos. Pues lo mismo, si ves indicios buenos, es que es bueno, y, si los ves malos, es que es malo. Y la nube de indicios que acompaña a todos este asunto, y que va marcando una ruta, nos informa de que todo ello es malo; luego, quien origina la nube, ha optado por el mal, es decir por la segunda posibilidad que comentaba, la de la rebeldía contra Dios.

—Pero, vamos a ver, ¿adónde quieres llegar? —intervino Fidel con un manifiesto nerviosismo.

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—Justamente adonde estás pensando (le dije). ¿Quién puede ser el que, en este final de la historia que es a la vez su principio, siendo la máxima autoridad de la Ciudad, que está consagrada por entero al Señor, vaya a optar por la soberbia en vez de por la humildad?

—Me estás diciendo que Don Ángel… —comenzó Matías.

—Don “Ángel de Luz”, te recuerdo (intercalé).

—Sí… —prosiguió—, va a ser… No lo puedo ni decir.

—Lucifer —culminó Fidel como una explosión en su boca.

—Eso es lo que pretendo que entendáis. Y Juan me confirmó que toda esta truculenta historia de su nacimiento, no es más que una grosera emulación de la concepción virginal de Nuestro Señor Jesucristo; consolidada como tal, una vez tomada su opción maléfica. Sería como otorgarse unos argumentos de predestinación que le autentifiquen en su propósito.

—¿Y, entonces, la madre? —Inquirió Matías.

—Seguramente, una bendita que nunca se enteró de nada. Un conejo de indias utilizado para un experimento. (Resolví.)

—Pero no me cabe en la cabeza que él decidiera una cosa a posteriori, y eso se materializara —objetó Matías.

—Pues yo si lo veo posible —apuntó Fidel—. De alguna manera yo experimento eso cuando me traslado. Si la historia es como una esponja que todo lo absorbe y está trazada merced a un rosario de decisiones, pues, al final, es lo que decíamos antes, que cada uno es su voluntad, y tanto el futuro como el pasado se adaptan a esta voluntad, de forma que uno, no sólo es señor de su futuro, sino también de su pasado.

—De hecho, cuando aceptas tu pasado, sea el que sea (intercalé), lo estás rescatando para el bien, como constructor de tu persona, al enseñorearte también de él.

—Y eso, en esta época en que todo se reconcentra, puede verse manifestado físicamente como opción materializada.

—Pues sí que tenemos un problema de trascendencia universal —pronunció Matías con aire meditabundo.

—Dada la propia estructura de la historia, cualquier acción o detallito en ella es universal, lo que pasa es que ahora, como dice Fidel, ahora se ve y se siente su dimensión universal; pero cualquier pecadillo o detalle de amor tiene sus consecuencias universales igualmente. (Precisé.)

—Sí, pero nuestra reacción frente a ello ha de ser en la misma proporción manifiesta para poder contrarrestarlo, ¿no? —Observó Matías.

—Claro, en eso tienes razón, nuestra respuesta ha de estar también a ese nivel. (Acepté.)

—Pues esto lo tiene que saber Miguel de inmediato. ¡Va a tener razón Juan con lo de Lepanto! —Comentó Fidel.

—Pero antes tendríamos que ponernos nosotros de acuerdo para ver qué podemos hacer y aportar al respecto —puntualizó Matías.

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—¡Hale, ya he hablado con Miguel! —Anunció Fidel.

—¡Eres más rápido que el pensamiento! (Exclamé.) Ni me he enterado de tu ausencia.

—Bueno, es que tampoco me he llegado a ir del todo de aquí —me explicó Fidel—. Y no te preocupes Matías que puedo volver a hablar con él cuando sea preciso. Os cuento: No le ha sorprendido nada lo de nuestras conclusiones, porque casi habían llegado ellos, por su cuenta, a las mismas, cuando ha estado charlando con Misael; porque ahora, desde esa nueva perspectiva, todo encaja y puede seguirse la estrategia empleada para dar este golpe de estado a la Ciudad que pretende destruirla. Lo primero que me ha dicho, que debemos difundir la idea de que no hay que tenerle ningún miedo, porque no es ningún ser excepcional, sino más bien al contrario, ya que él no ha dado el salto a la santidad, y sigue siendo un hombre en inferioridad de condiciones en ese terreno, lo que pasa es que, asociada a ese nuevo nombre que se ha difundido por la historia, ha procurado sembrar la idea de un poder omnímodo e ineluctable que no admite réplica, con el fin de sobrecoger y sugestionar a sus víctimas y que no le opongan ninguna resistencia, pero que eso es puro teatro y fuego de artificio para amedrentar. Así que, pase lo que pase, nosotros tenemos que mantenernos firmes en nuestra idea y oponernos a él con todos nuestros medios. Y en segundo lugar, lo que más urge ahora es descubrirle en su estrategia, quitarle la máscara para que pueda verse su auténtica realidad, porque su poder de engaño radica en la hipocresía. Tenemos que averiguar qué trama en Gog, qué trama en Magog, y qué hace a escondidas en la Ciudad. Por lo que me ha dicho que Matías se encargue de Jerusalén y de moverlo todo en el Ministerio de Culto, y de la campaña de oración; que yo haga lo propio en Magog, y tú en Gog, porque, como conoces a Pablo, puedes muy bien hablarlo con él. Mientras que, de Los Ángeles y el resto, se encargan ellos.

—Como ves, Matías, nos lo han dado hecho (comenté con gracejo).

—Ya veo, ya —respondió Matías—. No hay como tener las cosas claras para ser resolutivo.

—Pero (objeté) cuando acabe mi tarea ¿a quién le cuento los resultados? ¿A vosotros, a Miguel?

—Podemos hacer como antes, nos vamos, y volvemos a vernos inmediatamente aquí, a continuación —propuso Fidel.

—Eso lo podéis hacer vosotros —repuso Matías—, pero yo no; yo necesito que mi tiempo relativo de vida coincida con el general acordado. No puedo irme a realizar unas tareas y volver al mismo instante del que partí. Lo siento, Fidel, pero aún no he alcanzado tu nivel.

—¿Y por qué no quedáis vosotros cuando yo me vaya (propuse), y yo, cuando vuelva, sólo tengo que buscar el momento siguiente en que os encontréis juntos?

—¡Ah!, es buena idea —respondió Matías—, así lo hacemos como otras veces.

—De acuerdo —aceptó Fidel.

—Pues hasta cuando vosotros digáis.

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Y con estas palabras me despedí, volviendo a mi puerta de acceso. Pero como no sabía lo que me iba a demorar en Gog, ni la información que tendría que retener en mi memoria, preferí poner por escrito mi vivencia hasta ese momento, antes de proseguir con mi misión.

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Mi situación en la vida corriente y moliente de mi época se complicaba un poco. Había llegado el otoño, y, con él, las actividades afectadas por el periodo vacacional volvían a resurgir, con lo que mi tiempo disponible para redactar mis experiencias viajeras a las postrimerías de la historia también disminuía, por lo que mi disponibilidad para tales viajes también sufría las consecuencias.

A la par también contemplaba la situación en mi época y en mi país, y comprobaba como todo se desmoronaba afectado por la corrupción del mal, del egoísmo salvaje que corrompía los corazones de los hombres, que se mordían unos a otros so pretexto de excusas pueriles. Parecía mentira que hubieran pasado dos mil años del nacimiento de Jesucristo, porque ahora, con mucha más hipocresía, todo semejaba como entonces: Se seguía matando a inocentes como Herodes, pero, ahora, no sólo unos poquitos en un día concreto de la vida de un pueblecito llamado Belén, sino a más de trescientos diarios solamente en mi país, y sin la menor vergüenza por ello. País milenario que, como era lógico suponer viendo su degeneración, se despeñaba hacia su desintegración bajo la larga preparación y anuencia de todos, o casi todos. Se notaba que el tal “Don Ángel de Luz” aquí podía ejercitar sus artes a placer. La verdad es que España siempre había sido el banco de pruebas de los que obran el mal, para, desde ahí, dar el salto a todo el orbe, por lo que ya se notaba en todas partes la agitación previa a que tal salto ocurriera. Los cuarenta años de estrategia corruptora y degradante que ya estaban dando sus frutos en España, y que demostraban que ése era el camino correcto de demolición exportable a todo el orbe, ya se podían entrever aplicados por todas partes, y la brutalidad de las llamadas guerras de religión de setenta y cinco años atrás, ya se veían expresarse, en toda su crudeza, por otros lugares con intención de generalizarse. Pero, en el fondo, sólo había que rascar un poquito para que aflorara la verdadera raíz del asunto: la consabida lucha entre el bien y el mal, que se debatía a lo largo y ancho de toda la historia, y que, en mi época, se manifestaba con una especial virulencia y sofisticación; porque ya no se buscaba la muerte por la muerte, como mera muerte física, sino lo que se pretendía era la muerte del alma, la creación de muertos vivientes, de esclavos espirituales que parecían vivir una vida histórica, pero que sólo desarrollaban una labor animal, privados de su humanidad, y sin posibilidad de acceso a la santidad. Eso era lo peor de todo. Por eso, en toda la historia, no había habido nada igual, ni siquiera en sus postrimerías.

Por suerte sabía que eso iba a cambiar para bien, y de forma inesperada, en no mucho tiempo; pero lo que no sabía era cómo, porque mis interlocutores de las postrimerías de la historia se habían cuidado muy bien de que no me enterase. Además, yo, en mi época, no tenía ninguna posibilidad, más allá de la oración, de contribuir en nada a que las cosas cambiasen, y no porque no quisiera o lo intentara, sino porque no contaba aquí con la acogida y colaboración de las maravillosas personas con las que me había encontrado en las postrimerías de la historia. En mi realidad cercana, las personas serían

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igualmente maravillosas, no digo que no, pero sólo para ellas mismas: cada una iba a su avío, y si cuadraba, porque coincidía que “pasaba por allí”, que podía hacer algo para cambiar hacia el bien algún detalle, pues lo hacía; pero, eso sí, sin más compromisos, no fuera a que eso se quedara por costumbre. ¿De dónde saldría la generosidad que haría posible la implantación de la gratuidad, la disponibilidad, la unidad y la conversión que lograrían la transformación de la Iglesia en Cuerpo? Por más que miraba no conseguía adivinarlo. Todos los que no habían apostatado y perseveraban fieles en ella, porfiaban en que eran fervientes seguidores de Jesucristo, y que vivían todas esas cualidades fruto de la generosidad propia del amor; pero, sin embargo, yo no veía que se fuera a dar el paso hacia la estructura de Cuerpo por ninguna parte.

Pero… como con lamentarme, viendo anticipadamente toda la catástrofe y ruina de mi medio en todos sus aspectos, no arreglaba nada, y me recordaba aquello de las lamentaciones bíblicas ante la ruina de Jerusalén, y como en las postrimerías de la historia sí era útil y querido: decidí reemprender mis actividades en ella. Al fin y al cabo, como la historia conformaba una unidad en la que todo influía en todo, de alguna manera, lo de allí, actuaría sobre lo de aquí.

Me planté ante la puerta de mi fantasía, me enfundé el mono…, y cuando iba a hacerme la composición de lugar para ir a visitar a Pablo, caí en la cuenta de que iba a Gog, y en Gog no podía llevar el mono; así que volví a colgarlo donde estaba, que si lo necesitaba ya volvería a por él. Y crucé el umbral.

El vestíbulo de un edificio oficial típico de la Ciudad, aunque de proporciones modestas, me recibió al otro lado, lo que me sorprendió. ¿Estaría Pablo en la Ciudad y no en Gog? Porque le vi que se disponía a cruzarlo con intención de salir a la calle. Pero como yo me encontraba casi en su camino, me descubrió enseguida, aflorándole una alegre sorpresa a la cara.

—¿Pero qué haces aquí? —Me dijo, mientras se acercaba a estrecharme la mano.

—Pues que quería verte. Pero pensaba que estabas en Gog, mas, por lo que veo, esto es la Ciudad.

—Ambas cosas. Estás en la Ciudad y en Gog simultáneamente, porque esto es la embajada de la Ciudad en Gog; es decir, estás en Camberra.

—¿Y qué haces tú aquí?

—Solventando problemas. Que el gobierno de Gog ha decidido complicarme la vida y pretende retirarme el visado de estancia en su territorio. Pero, venga, vamos al comedor de la embajada que allí nos podremos sentar y charlar un rato.

Y, mientras nos encaminábamos hacia el lugar propuesto por Pablo, le dije:

—¿Y cómo es eso de que quieren retirarte el visado?

—Pues te lo puedes ir imaginando, porque eso sólo se lo hacen a las personas consideradas molestas, para expulsarlas; y yo quiero que eso lo argumenten y me den razones, porque como yo no he hecho nada delictivo ni nada que pueda justificarlo, quiero saber en qué se basan.

—¿Pero tú no le pasas información a Matías?

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—Sí, pero lo que yo pueda contarle son rumores y habladurías que circulan por aquí, y si hay alguna cosa más delicada se lo cuento en persona a un correo que él me envía.

—A Fidel, ¿no?

—¿Le conoces?

—Sí, ya he tenido el gusto de conocerle.

—Pero eso ellos no lo saben, así que sólo pueden basarse en unos cotilleos que, si no los cuento yo, los puede contar otro.

—En ese razonamiento te olvidas de que puede que no sea el gobierno de Gog el promotor de la idea, sino el de la Ciudad.

—No, no me olvido; lo que pretendo es que, si ésa es la verdadera causa, o dan la cara y queda de manifiesto, o les fuerzo a retractarse si no quieren quedar en evidencia.

—¿Y en la embajada te van a ayudar?

—La mayoría de la gente de la embajada es normal, no está contaminada, y como este asunto no requiere, en principio, la intervención del embajador, puede que resulte bien.

—Ya veremos cuando se entere.

—Pero si mete la mano, el que se va a enterar va a ser su personal, y él va a quedar al descubierto; y puede que, cuando lo haga, ya sea demasiado tarde.

—Por lo que veo, desde la última vez que hablamos, ya tienes completamente claro que es el embajador el foco de perversión de todo el asunto.

—Han transcurrido ya unos añitos con la lupa puesta sobre su comportamiento y actitudes como para no cerciorarme de ello, y del compadreo existente con el gobierno de Gog. Y lo que es peor, que todo parece desvelar que el embajador no actúa por iniciativa propia sino que obedece las órdenes de un plan previsto. Si no fuera porque el embajador depende directamente del mayordomo, sería para pensar que se estaba tramando un golpe contra la Ciudad.

—Pues piénsalo, porque esas son noticias que yo te traigo: En Magog se ha conseguido encontrar una vinculación, que permanecía oculta, entre el mayordomo y el emperador de Magog, además de encontrar pruebas deductivas que señalan directamente al mayordomo como origen de una confabulación contra la Ciudad; lo que aún no se ha conseguido encontrar son pruebas físicas y tangibles. Pero es como cuando se descubrió la existencia del planeta Neptuno, que primero se le descubrió matemáticamente, a través del cálculo, y luego se le buscó allí donde debería estar, y allí se le encontró. Pues en esa segunda fase estamos.

Pablo, que estaba relajadamente sentado y algo apoyado sobre la mesa del comedor en torno a la que nos habíamos acomodado, se había ido irguiendo y abriendo los ojos a medida que le iba transmitiendo mi recado, para acabar diciendo:

—Me has dejado… que no sé qué decir. El caso es que ya venía yo barruntando algo de esto, pero no lo quería ver, y me ponía mil objeciones para negar lo que se presentaba ante mi inteligencia como la opción más cierta. Pero

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es que, claro, si aceptaba eso, se me ofrecían a la mente una nueva posibilidad disparatada que no podía admitir.

—Pues la misma posibilidad disparatada que se nos ha ocurrido a todos, que contamos con otras pruebas deductivas diferentes a las tuyas. Y si todos coincidimos en lo mismo…

—No, si está claro; pero es que no lo quería ver. Es como si me acabaras de dar una bofetada en plena cara. ¡Ahora me explico tantas cosas! Porque, claro, te cuentan historietas de aquí y de allá y… bueno… son historietas hasta que dejan de serlo y empiezan a cobrar sentido. Por ejemplo, aquí, en la embajada, me he enterado de la última que se rumorea de Gog; una más de sus charlotadas… o va a ser que no. Resulta que, para amedrentar a los curiosos cuando realiza sus infaustos viajes por la historia, parece que ahora, según dicen, se han inventado unos animales de aspecto humanoide que simulan las representación tradicional de los diablos o los demonios, con los que pretenden construir un ejército.

—Vamos, como si fuesen la representación física de sus almas.

—Sí, algo así. Como si fuesen perros rabiosos al servicio de sus amos. Pero, claro, si a eso le sumas la construcción de más naves de transporte de las que necesitan para su uso interno…, pues el asunto comienza a adquirir sentido y verosimilitud, e indica que están preparando una invasión de la Ciudad.

—Tiene toda la pinta. Pero lo que no me cabe en la cabeza es que necesiten toda esa parafernalia, cuando en la Ciudad no hay ni un arma, y todo el mundo es pacífico. Podrían darlo por conseguido casi sin moverse de aquí.

—Yo creo que ése es el problema. La Ciudad nunca ha necesitado de armas para defenderse, porque es tal su superioridad moral que quien ha pretendido establecer un dominio sobre ella se ha visto inerme para someter las voluntades. La prueba la tienes en las mismas colonias que han subsistido en Gog. En Santa Bárbara contamos con un buen número de mártires; y, sin embargo, ahí está. No consiguieron someterla. ¡Y si no han podido en su propia casa, imagínate en el resto! Salvo que pretendan convertir a la Ciudad en un erial y conquistar un montón de tierra y piedras que para nada necesitan. Yo creo que cuando se conquista algo es para obtener un beneficio y no un perjuicio, y un parásito puede matar al organismo que lo acoge, pero, si le queda algo de seso, sabrá que eso supone su suicidio.

—Pero es que, a lo mejor, han perdido el poco seso que les quedaba.

—No, fíjate, yo creo que no, porque necesitan a las personas para sentirse poderosos, dominadores, y tener a alguien a quien imponer sus ideas y sobre quien verter su frustración, y para eso las piedras no les valen. Me parece que lo que pretenden con ese posible ejército de diablos es aterrorizar a las gentes para que se les sometan doblegando su voluntad.

—Lo que pasa es que, un ejército de animales sin voluntad, por muy controlados que estén, como el mal no está en los genes sino en la voluntad que se tiene, puede que les salga el tiro por la culata, y que se revuelvan contra ellos o se destrocen entre sí, o vete tú a saber qué. Incluso, pienso… que se les podría domesticar o controlarlos en sentido inverso al que utilizan ellos.

—Sí, eso es verdad. Me supongo que ellos ya lo habrán pensado y habrán tomado sus precauciones.

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—¿Y por qué no lo hacen con robots, o lo que quiera que equivalga a eso, en vez de con animales? Porque me contaron que aquí en Gog sí los empleaban.

—Con eso sí que no tendrían nada que hacer, salvo el momento de la sorpresa, porque sí disponemos de emisores de pulsos electromagnéticos que los dejarían fuera de juego a la primera de cambio, y sin afectar a los seres vivos; por lo que no les merece la pena gastar esfuerzo en ello. Sin embargo, con lo biológico sí tienen más posibilidades.

—El caso es que, sea con lo que sea, parece que tienen ganas de follón.

—Pero que no sé, ahora, a qué viene; porque no se ha producido ningún cambio sustancial en las relaciones entre la Ciudad y Gog.

—O sí, si lo miras todo como un follón prediseñado, semejante al motivo que desencadenó la ruptura de las colonias cismáticas con la Ciudad. Una obra de estrategia preparada para distraer la atención y lograr otros objetivos sin que se note.

—¿Y cuáles piensas que serían esos objetivos en esta ocasión?

—No lo sé. Si con el asunto de las colonias cismáticas lo que se consiguió fue colocar al actual mayordomo en su lugar, pues supongo que, con este ataque, se pretenderá establecer un control militar y una disciplina férrea en la Ciudad, de manera que sea aceptada como una medida extraordinaria, que luego ya se quedará como permanente; y… ¡se acabó la libertad!

—¡Menudo panorama! Es una destrucción de la Ciudad desde dentro.

—Por eso se nos ocurrió que había que luchar contra ello con todas nuestras fuerzas, pero a nuestro modo y con nuestras armas, por lo que acordamos promover una campaña de oración universal por que se cumpla la voluntad de Dios para el bien de la Ciudad. Así que ya sabes lo que te toca: difundirla aquí.

—Me parece bien, esa es la forma de implicar a todos.

—Y, además, me recordó Juan que, como en Lepanto, no nos olvidáramos de la intercesión de Nuestra Señora.

—¿Has visto a Juan? Me dijo Matías que a él le habían prohibido visitarle.

—Ya, y a mí me estaban esperando para atraparme; pero nos inventamos un ardid para burlar la vigilancia, y pude hablar con él un ratito. Y… dentro de lo que cabe, llevando esa cruz…, pero está bien, y con la cabeza en perfecta forma.

—¡Qué lástima que las cosas estén así! Pero, en lo que a mí respecta, voy a hacer todo lo posible por poner mi granito de arena para que cambien. Y si, por fin, logran echarme, ya habrá otros aquí que continúen con la promoción de la campaña de oración, y espabilando a la gente para lo que se avecina.

—No te he preguntado: ¿Qué tal por la misión?

—Bien, bastante bien. Por allí todo sigue como cuando estuviste, incluso con más movimiento, y auque te parezca mentira dada la situación actual, con más conversiones que antes; en ese terreno la cosa parece florecer.

—¿Y Diana?

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—Pues más comprometida si cabe. La verdad es que la conversión para ella fue como una resurrección, y ahora es ella misma la más preocupada por favorecerla en los demás. No hay nada, como quien encuentra un tesoro, como para que sea su mejor promotor, porque la gente que ve el cambio tan beneficioso se llena de curiosidad por saber el motivo del mismo.

—Oye, ¿y sabes algo de Agustín, el que me envió a ti desde Perz?

—Casualmente sí, y sé que ya es Don Agustín.

—¿Falleció?

—Hará más de un año. Puede que dos.

—Pues Dios le tendrá en su gloria, porque me pareció una persona fuera de serie, y debió de ser un ejemplo en toda su vida.

—Desde luego, el tiempo que yo le traté, te puedo asegurar que sí; y en el hospital todo el mundo le quería muchísimo.

—Ya pude comprobarlo con sólo un paseíto por el mismo, y eso que ya sólo permanecía en la hospedería geriátrica y no desempeñaba ningún cargo.

—Pues, aunque te parezca mentira, la Ciudad está llena de personas como esa, que son las que han hecho de ella lo que es. Los edificios, y singularmente los más flamantes, no se construyen sino a base de pequeños ladrillitos o piezas que le van dando forma, y, cuanto más pequeñas, más adaptables para ocupar cualquier sitio y cualquier función. ¡Imagínate con cuántas de esas se construye la Ciudad!

—Tienes razón, porque lo más pequeño, aun siendo fundamental, suele pasar desapercibido, ya que no se le da el valor que realmente tiene. Me doy cuenta de que eso me enseña que no debo pasar por alto ningún detallito, por pequeño que me parezca, también en todo este asunto que nos traemos entre manos, y pienso si no estaremos subvalorando aparentes minucias en todo ello.

—Puede que sí, pero para averiguarlo tendríamos que repasar todo lo que cada uno conocemos del asunto, y eso no es cosa de un momento.

—No, ya; sólo se trataba de un pensamiento en voz alta.

—De todas formas, se me ocurre, que podría resultar muy útil que pudiera conseguir alguna de esas “minucias” biológicas de esos supuestos diablos que están fabricando, con el fin de que, en la Ciudad, pudieran estudiarlas y elaborar algún agente microbiológico que nos permita luchar contra esos animales de diseño.

—Me parece una idea estupenda. A mí no se me había ocurrido semejante posibilidad. Es una genialidad.

—El problema, si eso es verdad y no sólo un rumor bastante verosímil, consiste en encontrar quién pueda tener acceso a ese material y, además, quiera facilitarnos una pequeña muestra.

—¿Y en los residuos?, ¿a través de la basura? Porque me imagino que eso puede que esté menos vigilado.

—¿Pero cómo sabes qué residuos son los que nos interesan y cuales no? eso me parece mucho más complicado.

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—No sé. Sólo era por dar una idea.

—Bueno, ya iré tocando yo los palillos oportunos y sopesando las posibilidades, y cuando ya tenga algo, le aviso a Matías bajo la clave convenida para que Fidel se pase por aquí.

—Pobre Fidel, me imagino que nuestros opositores le tendrán en el punto de mira para arrestarlo en cuanto puedan.

—Arrestar a un apersona que puede multilocarse es como pretender poner puertas al campo. Con él sólo caben dos opciones, o aturdirlo permanentemente, o casi diría anestesiarlo, o… hacer que “sufra un accidente”.

—¡Entonces se está jugando la vida!

—Desde luego que se la juega. Por eso utiliza un alias, y sé que no está solo en esto y que habría quien le sustituiría en caso de que a él le ocurriera algo; pero, claro, todo lo llevan con mucha discreción porque saben que no se pueden descuidar.

—Pues yo le tengo que ver en cuanto me vaya de estar contigo, así que ya le pondré en antecedentes.

—Dile que ya le indicaré quien se queda en mi lugar en caso de que mi expulsión prospere, que espero que no.

—Vale. Pues si te parece me voy ya, salvo que quieras comentarme algo más.

—No, creo que no. Ojalá y Dios quiera que nos volvamos a ver de esta manera, pero si no, que te vaya lo mejor posible.

—Lo mismo te digo. Pero, pase lo que pase, seguiremos unidos a través de la comunión de los santos.

—No me cabe duda.

Y así retorné al punto de decisión de la puerta de mi fantasía donde se encontraba colgado el mono que me prestara Manuel para que pasara inadvertido en mis recorridos por la Ciudad, y como decidí acudir de inmediato a mi cita con Matías y Fidel, me lo coloqué de nuevo mientras me hacía la composición de lugar con las condiciones de la cita.

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El saloncito de una casa distinta a la que yo conocía me acogió al otro lado de la puerta. Parecía que ellos se estuvieran acomodando en ese momento cuando yo aparecí, porque Fidel, en cuanto advirtió mi presencia, me dijo:

—Puntualísimo a la cita. Ya le vas cogiendo el tranquillo a los viajes, ¿eh?

—Parece que sí (respondí). ¿Qué tal vais?

—Bien —contestó Matías—. Anda, siéntate; que tenemos mucha tela que cortar.

—Esa respuesta me huele a que no se te han dado las cosas bien (repuse mientras le obedecía).

—Digamos que el asunto ha tenido sus incidentes —aclaró Matías—. Porque, como era lógico, yo fui a realizar mi propuesta de la campaña de oración siguiendo los conductos habituales. Ingenuo de mí, porque lo primero que me encontré fue con un no, y un no rotundo y con recriminación encima: ¡Cómo se me podía ocurrir una propuesta tan audaz, tan atrevida! Pedir que se cumpla la voluntad de Dios… ¡audaz y atrevido! Yo alucinaba. ¡Inocente de mí! ¡Pero es que no me daba cuenta de que eso podía alarmar a la gente y crearle incertidumbre sin motivo! ¡Y qué iban a pensar en el gobierno de la Ciudad si se hacía eso! En fin… Y una serie de disparates parecidos, que si me los cuentan de otro no me los hubiese creído.

—Pero es que, a veces, las ideas más inocentes resultan ser las propuestas más revolucionarias. ¿No te habías dado cuenta tú de eso? —Apuntó Fidel con risueña ironía.

—Sí, ahora nos podemos reír muy bien de eso —prosiguió Matías—, pero no veas la cara de pánfilo que se me quedó a mí, porque no se me había pasado ni siquiera por la imaginación tal respuesta. Y luego, una vez que lo pensé y me cercioré de que había ocurrido realmente, el rebote que me agarré. Porque, además, por tonto, yo mismo me había atado las manos: ¡Cómo iba, ahora, a intentar buscar otros cauces sin incurrir en desobediencia!

—O sea, que no has podido hacer nada (concluí).

—No. Sí he podido, pero después de ingeniármelas como Dios me ha dado a entender —continuó—. Ten en cuenta que el concepto de obediencia ha cambiado de tu época a ésta; porque la obediencia no es a la mediación humana, sino a Dios a través de la mediación humana, por lo que la obediencia a Dios, a su voluntad, está por encima de cualquier otra cosa. Ya les decían San Pedro y San Juan a los fariseos y a los sacerdotes del Sanedrín: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres», cuando les prohibieron predicar en nombre de Jesús. Pues eso es lo que yo me apliqué, pero ahora, en lugar de proponerlo como algo bueno a hacer que parecía que se me había ocurrido a mí, diciendo que la propuesta venía de Los Ángeles, donde ya lo estaban organizando. Y en lugar de utilizar el conducto habitual, me fui, amiguete por amiguete, dejándolo caer en la conversación como si tal cosa, pero siempre

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ponderándolo como una ocurrencia genial que había que emular. Y así fue como logré vencer la dificultad. Como cada uno con los que he hablado les ha parecido bien, y lo van a proponer por aquí y por allá, pues yo ya me puedo quedar al margen completamente, y que el asunto siga su curso.

—La pena es que no haya podido seguir el cauce oficial y plantearse como una campaña, digamos, institucional. (Comenté.)

—Pero las cosas que son verdaderamente de Dios, parecen condenadas a seguir siempre ese camino marginal —apuntó Fidel—. No es una cosa nueva en la historia. Incluso nos podíamos dar por contentos por haber sido elegidos para tal desprecio.

—Mira, no me digas Fidel (intervine con un cierto tono de amarga indignación) que me tengo que alegrar cuando veo que se desprecia a Dios; porque cuando se desprecia al mensajero por serlo, contra lo que verdaderamente se va es contra el mensaje y, en definitiva, contra quien lo ha enviado; y eso no deja en ningún buen lugar a quien lo hace. Recuerdo una vez, en mi época, en que unos sacerdotes con los que estaba comentaron jocosamente: «La jerarquía en la Iglesia está puesta para arrastrar por el barro al Espíritu Santo». ¡Y no sabes lo que me dolió! Porque yo conocía algún caso en el que tenían razón, porque la persona en cuestión se ufanaba de los tropiezos que ponía como parte de su obligación, lo que dejaba a tal responsable a la altura del betún. Y no es ningún motivo de alborozo el que tus responsables y la cara visible de la Iglesia estén a la altura del betún. Eso es más bien para echarse a llorar.

—Lo siento, perdona —se excusó Fidel—. He tocado una herida abierta sin saberlo. Yo no pretendía referirme a eso, sino recordar a San Francisco de Asís y lo que el llamaba la verdadera alegría.

—Sí, lo sé (me excusé yo), pero es que no he podido evitar que me rezumara la herida, porque nunca he entendido esa suficiencia por parte de quien pone las pegas y las dificultades, y que, además, se sienta orgulloso de actuar de abogado del diablo escudándose en su cargo. No hay vida de santo de un cierto renombre en la que no te encuentres con gente de esta en su camino, y, aunque en ello el santo salga muy bien parado, la imagen externa de la Iglesia queda vejada y arrastrada por el suelo; y no creo que eso sea ningún motivo de orgullo y alegría. ¡Vamos, si sientes a la Iglesia como algo tuyo!

—Sí que te duele, sí —abundó Matías—. Pero te informo para tu tranquilidad, de que todo eso cambió y se perfeccionó cuando la Iglesia sufrió la transformación en Cuerpo, y se fueron depurando las intenciones. Si no hubiera sido por eso nunca hubiéramos llegado aquí. Los nuevos tiempos consiguieron ir demoliendo todo ese culto al prestigio y a la autosuficiencia refugiado en los antiguos usos, para retornar a la primitiva sencillez del pesebre de Belén. Y quien no lo aceptó se quedó por el camino.

—Para que veas —terció Fidel—, a mí, en Magog, no me ha sucedido nada de eso, sino más bien todo lo contrario. Todo han sido facilidades, y, tanto en las colonias como en las misiones, lo han aceptado perfectamente; que, si lo miras en justa lógica, era lo que tenía que ocurrir, porque toda nuestra gente es buena gente y responde con esa bondad y rectitud que les caracteriza. De hecho, en San Bladimiro, la misión que tú conoces, ya habían comenzado a promover la campaña antes de que yo les llevara la noticia, y todo gracias a la

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sobrina de Luis que le había faltado tiempo para informar a su tío; como no es ningún asunto secreto…

—¿No me digas que te ha dado tiempo para todas esas cosas? (Me admiré.)

—Te recuerdo —me respondió Fidel— que mi tiempo vital o personal transcurre independientemente del histórico general, y que, aunque mi vida dure lo mismo que cualquier otra, yo puedo repartirla en varias líneas temporales, bien sincrónica o asincrónicamente, es decir, puedo ir a otro lugar o a otra época y volver al mismo punto temporal del que partí como si no me hubiera ido, pero también puedo estar en dos o más lugares a la vez proyectándome parcial o completamente desde un punto raíz hacia las otras situaciones, como cuando se oyen varias líneas melódicas simultáneamente al escuchar una música. Claro, cuanto más abarcas menos aprietas, por eso no hay que exagerar.

—¿Y qué diferencia hay entre una proyección parcial y una completa? (Me interesé.)

—En la completa —me explicó— estás en dos sitios a la vez, y tanto en uno como en otro, quien te toca, aprecia que eres tangible y real, mientras que en la parcial, sólo en tu punto raíz conservas la tangibilidad, por lo que en el lugar en el que te proyectas, quien te ve te aprecia como irreal, como un fantasma o como un espíritu, y puede pensar que no tienes cuerpo ni materia; pero en este modo parcial pueden darse muchos grados, desde una imagen apenas visible, hasta casi una materialización completa. Para poder llevar y traer cosas se necesita, como es lógico, que la materialización sea completa. Por ejemplo, si yo estoy aquí, y simultáneamente me hallo con Miguel, y tú me das un rosario para que se lo lleve, al cogerlo yo aquí, desaparecerá de mi mano, y aparecerá en ella allí, con lo que ya podré entregárselo, pero, para eso, como ya te digo, es preciso que la proyección sea completa, porque si es parcial, allí aparecerá parcialmente, y lo podrá ver, pero no se lo podrá quedar físicamente; es decir, los efectos de mi presencia y mis acciones sí permanecen o pueden permanecer, pero no mi presencia en sí. ¿Me he explicado bien?

—Yo creo que sí. Creo que lo he entendido todo (respondí). Por ejemplo: Una bilocación completa podría ser el paso previo a una traslación previa, en cuanto que cambies tu punto raíz al lugar proyectado como has hecho con el rosario, ¿no es así?

—Perfecto. Veo que lo has entendido muy bien —me confirmó, para luego añadir—: ¿Y a ti cómo te ha ido por Gog?

—Bien, pero yo sólo he hecho una tarea que es hablar con Pablo (me justifiqué).

— Pero es que no tenías otra. Eso es todo lo que debías hacer —aseguró Fidel.

—Pues al pobre Pablo (expliqué) le iban a retirar el visado y estaba realizando gestiones para evitar que le expulsasen de Gog, pero estaba confiado en que lo iba a conseguir; de todas maneras me ha dicho que, si llegara el caso, ya te indicaría, Fidel, quién se quedaba como contacto en su lugar, que avisaría a Matías de la forma acostumbrada para pedir que vayas.

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—Espero que consiga solucionarlo —apuntó Matías—, porque estaba encantado con su tarea en la misión de Melburne, y, además, era un contacto ideal.

—Me ha insistido en que va a hacer todo lo que pueda en el poco o mucho tiempo que le quede allí. Que con la campaña de oración no hay ningún problema. Pero, lo que sí nos entretuvimos en comentar, es un rumor que parece bastante verosímil: Según dicen, Gog, se ha inventado un animal de diseño, de aspecto humanoide, e inspirado en los antiguos dibujos de los diablos y demonios, con el que pretende formar un ejército; circunstancia que, unida a la construcción de un exceso de naves de transporte que ya sabíamos, nos lleva a colegir que deben de estar tramando una invasión de la Ciudad.

—¡Pero eso es muy grave! —Exclamó Matías— ¿Y nuestro gobierno no lo ve?

—Ésa es la otra parte del problema (respondí). Porque según piensa Pablo, nuestro embajador en Gog obedece órdenes que siguen un plan previsto de colaboración entre Gog y quien está detrás del embajador. En definitiva, lo que pensábamos nosotros sobre el complot; lo que pasa es que cada vez se va viendo más y con más claridad.

—¡Y esa es la parte de Gog! —Irrumpió Fidel— Pero yo traigo la de Magog, que parece estar cortada por el mismo patrón: Allí el ejército no es de animales ni de máquinas, sino de hombres a la antigua usanza; por lo que el secreto sobre el particular, al implicar a todo el pueblo, es mucho más difícil de guardar, ya que hasta los mismos magoguitas se preguntan para qué quieren un nutrido ejército si no tienen enemigos, puesto que la Ciudad nunca ha supuesto una amenaza física contra ellos. Pero el gobierno de Magog lleva bastante tiempo machacando a la población con informaciones tendenciosas sobre el riesgo de las colonias cismáticas de sufrir un ataque por parte de la Ciudad, y que todo el pueblo de Magog debe de estar preparado para acudir en su ayuda en caso de que tal evento ocurriese, ya que no se debe tolerar el desmedido imperialismo de la Ciudad.

—Y eso lo dice un emperador… ¡Ya! (Sentencié.)

—Ya sabes aquello de ver la paja en el ojo ajeno pero no ver la viga en el propio —prosiguió Fidel—, aparte de la mala intención que se trasluce en todo ello. Pero el caso es que allí también se preparan para una intervención contra la Ciudad. Circunstancia que, colocada en el plano general, encaja a la perfección dentro de una estrategia prediseñada.

—Pablo y yo (comenté), sopesamos la idea de si, bajo pretexto de este ataque, no se aprovechase para imponer una férrea disciplina militar en el Ciudad, implantando una obediencia ciega a las directrices que alguien marcara, con lo que la perversión de la propia identidad de la Ciudad estaba lograda.

—Aparte de, esa obediencia ciega, manifestar realmente una idolatría de hecho —apuntó Matías—, porque supondría, de facto, la negación de la libertad que nos viene de Dios. No me extrañaría nada que ése fuera su auténtico objetivo, para hacer prevalecer la voluntad de nuestro mayordomo sobre la voluntad de Dios. Eso encaja con todo lo que sabemos hasta ahora.

—Y, por aquello de que el fin justifica los medios, y de que en una situación extrema todo está permitido, nos pueden pillar con la guardia bajada

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y colarnos ese gol —aseguró Fidel—. Efectivamente, ése puede que sea su sentido último.

—Pablo (proseguí) me dijo que intentaría confirmar la veracidad sobre la fabricación de tales animales de aspecto humanoide, y, si es así, intentaría buscar a quien consiguiera una muestra biológica de alguno, que permitiera a la Ciudad elaborar un arma microbiológica contra ellos.

—Me parece una idea genial —opinó Matías—, pero… ¿y si, en lugar de ser animales, se encuentra con que son hombres modificados?

—No lo creo (repliqué), porque lo que define a un hombre, por muy modificado que esté, es que tiene voluntad propia y se reconoce a sí mismo como ente libre, y eso, para un ejército del mal es muy arriesgado, porque puede suceder que opten por el bien y escapen a su control; mientras que, si se tratara de animales, éstos no tienen esa capacidad, y pueden ser convenientemente adiestrados para lo que se les mande.

—¡Pero no me digas —repuso Matías— que en toda la historia de la humanidad no se han utilizado ejércitos de hombres en todas las guerras; eso sí, previamente manipulados psicológicamente!

—Sí, pero porque los mandamases de entonces no podían elegir otra cosa (objeté). Pero… si hubieran podido, ¿no crees que habrían elegido como Gog?

—¿Y Magog, entonces? —Volvió a replicar.

—Por lo poco que yo sé (supuse), el que posee la tecnología y los medios adecuados para esa fabricación biológica es Gog; por lo que Magog tendría que comprarle a Gog el producto en cuestión. Pero más barato que todo eso seguro que es adiestrar a su población para formar un ejército tradicional.

—Sí, esa explicación es más plausible —apuntó Fidel—, y, además, encaja mejor con el estilo de Magog.

—Tened en cuenta (afirmé), que en la Ciudad el factor económico no se entiende, puesto que las cosas no se valoran con ese criterio; pero en los regímenes en los que todo tiene un precio, dicho factor es muy importante y no se puede pasar por alto. Por eso en la Ciudad se han conseguido realizar cosas que no se han logrado en toda la historia de la humanidad, y todo ello gracias a que, en ella, lo único que cuenta es la voluntad, y la voluntad expresada en el trabajo unido. Sin embargo, precisamente eso es lo que fuera de ella no se entiende, y se manifiesta en un intercambio de intereses al que se conoce como precio. Por decirlo de otra manera: En la Ciudad el interés es común, fuera de ella cada uno tiene su interés, y la forma de coordinarlos es a través de otorgarles un precio; y ese precio es el que dificulta enormemente el desarrollo común. Es como el rozamiento en las ruedas de un engranaje.

—Ahora me ha quedado mucho más claro —aseguró Matías—. Acostumbrado a la Ciudad, me cuesta mucho trabajo adaptarme a otra forma de pensar, y eso que, cuando eres pequeño, todas estas cosas te las explican; pero, como luego no las ves nunca en la vida real, acabas por olvidarlas.

—Pero lo que me parece más preocupante de todo —comentó Fidel— es cuál puede ser muestra actuación si el peor de los pronósticos llega a materializarse. Lo de elaborar un arma microbiológica contra los animales de Gog me parece una idea genial, pero… ¿y ante los hombres de Magog?, ¿cómo podemos defendernos?

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—Buena pregunta —respondió Matías—, porque yo no te sabría qué decir, aparte de la resistencia pasiva que ya hemos practicado otras veces, y el desacato a su gobierno utilizado con buen resultado por las colonias, aunque en los peores momentos haya sido ocasión de martirios.

—Por lo que hablé con Pablo, a ellos no les conviene exterminar a la población; pero como en mi época había fanatismos que eso no les importaba en absoluto, y, por norma, todo el que no se sometía era aniquilado aunque quedasen ellos solos y sucumbieran en ello, pues esa posibilidad de que tal fanatismo ciego resurja no se puede minusvalorar.

—Para saber cómo comportarnos tendríamos que fijarnos en Jesucristo y en sus primeros discípulos —observó Matías—, que es lo que se ha hecho siempre en la Ciudad, y el Señor siempre nos ha sacado de los momentos más difíciles, como al pueblo de Israel de las manos de los egipcios.

—Pero aunque toda nuestra confianza esté puesta en el Señor —apostilló Fidel—, eso no significa que nosotros tengamos que cruzarnos de brazos para ponerle a Dios a prueba, sino deberemos desarrollar toda la estrategia que se halle en nuestras manos que sea acorde con su voluntad.

—Por supuesto, en eso estoy de acuerdo —aceptó Matías—; pero lo que quiero decir es que no debemos descuidar la oración en ello, ofreciendo nuestra súplica constante al Señor, para que también nos diga como a Moisés que ha escuchado nuestra súplica y viene a liberarnos.

—Para eso tenemos la campaña de oración (intervine). Pero, además, no estamos solos en la planificación de lo que debemos hacer, sino que contamos con todos los que están con nosotros, y con toda la multitud que apoya a la Ciudad; y lo que no se le ocurra a uno se le ocurrirá al otro, y, entre todos, sabremos lo que tenemos que hacer, y lo mejor en cada momento. No nos tenemos que preocupar porque a nosotros no se nos ocurran las ideas, sólo deberemos estar atentos para recoger todas las que nos lleguen de los otros y sopesarlas.

—Pues para eso no sólo debemos poner a la gente a orar, sino también a pensar —apuntó Matías.

—Pero esa segunda parte yo creo que requiere un conocimiento más en profundidad de la situación y un contacto más personal (repuse), por lo que, por el momento, con que lo hagan nuestros más cercanos puede que sea suficiente.

—Pues esto hay que contárselo a Miguel para que “corra la bola” —replicó Fidel—. ¿Quién lo hace, tú o yo?

—Mejor tú (le respondí), porque estoy pensando que quizá sea bueno que yo vaya primero a hablar con Marisa, la sobrina de Luis, el misionero de San Bladimiro, que creo que puede aportarnos un interesante punto de vista al respecto. Luego ya me paso a informarle del resultado. Por cierto, Fidel, para encontrarle… ¿con aparecerme en su despacho es suficiente?

—Pero siempre que esté él solo, o él y yo. Ten cuidado no vaya a estar alguien más que no debe verte y se ponga en riesgo todo.

—De acuerdo. Pues ya me voy a ir. Matías, Fidel, que os vaya muy bien, y hasta la próxima. ¡Ah!, y no os olvidéis de Pablo que me imagino que necesitará de toda vuestra ayuda.

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—Descuida. Quédate tranquilo —me respondió Matías.

Ya de regreso a la puerta de mi fantasía, cuando iba a desprenderme del mono para colgarlo junto a la puerta, me acordé de que, otra vez, no le había preguntado a Fidel si sabía algo de Olga, la anciana de San Bladimiro por la que rezaba para que se cumpliera su deseo si era lo más conveniente para ella. Pero ya no iba a volver; por lo que me despojé del mono mientras me resolvía a decírselo a Marisa para que ésta le preguntara a su tío. Tenía que estar alerta para que, en esta ocasión, no se me olvidara.

La redacción de mis dos visitas últimas se demoró más de lo esperado, por lo accidentado de la misma y sus muchas interrupciones, lo que, incluso llegó a desconcertarme, perdiendo el hilo de la narración a la que ya no sabía colocar en su orden. ¡Qué fácil le era al demonio enredar, y, ya que no había podido impedir mi viaje a las postrimerías de la historia, hacer todo lo posible para entorpecer y confundir la redacción de los hechos! Al final todo llegó a su término como Dios me dio a entender.

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Ya no era tan fácil como antes buscar una oportunidad para emprender un nuevo viaje a las postrimerías de la historia, pero, en cuanto ésta surgió, la aproveché.

Pensé en buscar a Marisa a la salida de su trabajo, como la otra vez, porque me pareció que ése era un buen momento para acompañarla mientras regresaba a su casa. Aunque, habiendo pasado cuatro años, podría encontrarme alguna sorpresa. Y así aparecí ante la puerta del Ministerio de Naturaleza, en un día un tanto desapacible que amenazaba lluvia, aunque el suelo se veía seco. Efectivamente Marisa salía de él, y, enseguida se percató de mi presencia, vino directa hacia mí, con cara de alegre sorpresa, diciendo:

—Está bien eso, y que pasados los cuatro años que me dijiste te acuerdes de una y vengas a visitarla.

—Hola, Marisa, me alegro de verte.

—Y yo más. Venga, vámonos para casa que, como ya sabes, yo voy andando, porque, aunque veas que el cielo amenazante, no va llover, y podemos ir disfrutando del aire fresquito en el rostro sin tener que cubrirnos. Aunque ahora vayamos en una dirección distinta a la de la otra vez, porque no vivo ya en la hospedería del hospital desde hace mucho, sino en un piso compartido con otras dos que se encuentran en una situación vital semejante a la mía.

—Ya me advertiste esa otra vez que estabas pendiente de que te asignaran una vivienda compartida.

—Pues al poco de aquello me la adjudicaron, y desde entonces vivo con dos compañeras que ya son mis amigas, y con las que me llevo bastante bien, como si fueran hermanas mías. Y aunque ya sabes que la convivencia no es fácil…, si las tres nos esforzamos, todo camina sobre ruedas. Si quieres y tienes tiempo ya te las presentaré cuando lleguemos.

—Como quieras. Y aunque sea meterme donde no me llaman…, como han pasado cuatro años, y me dijiste que no tenías intención de consagrarte… ¿Ha cambiado tu actitud vital en algo?

—Por el momento no. Es más, estuve saliendo con un chico un tiempo, pero aquello no funcionó, porque cada uno teníamos nuestros intereses personales a los que no estábamos dispuestos a renunciar. Yo estaba muy volcada en mis tareas en el ministerio, y él en el hospital, con lo que, en esa tesitura, no había opción para formar una familia; o, si la formábamos, aquello podía resultar un desastre; porque, o los dos ponemos de nuestra parte, o uno lo pone casi todo y renuncia a tener una vida fuera de la familia. Y como ninguno de los dos estábamos dispuestos…

—Pero la vida en esta época es mucho más libre y permite liberarse de tareas más serviles para que ese tiempo pueda dedicarse a los propios gustos y deseos…

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—Ya, pero aun así, o le dedicas tiempo a la relación familiar, o lo que tienes es convivencia pero no familia. Porque, primero, hay que dedicar tiempo a la relación mutua y que ésta no quede en algo superficial y pasajero. Segundo, la atención a los hijos requiere dedicación y tiempo, ¡y más que tuvieras todavía!; porque nadie se casa para luego, voluntariamente, no tener hijos: Si vas con ese planteamiento, aparte de no ser válido el matrimonio, aquello ni es familia ni es nada, y se reduce a la suma de dos egoísmos. Y eso, para los no creyentes, podrá valer; pero, para los que tenemos fe, resulta infumable e indigerible. Y como en la Ciudad no hay nadie que no haya optado por la fe voluntariamente… Pues este tipo de planteamientos no tienen ningún futuro. Por eso Alberto y yo decidimos dejarlo. Quien sabe si más adelante…

—Me parece una actitud muy madura el que os llegaseis a hacer ese planteamiento, pero lo que veo es que, si lo mantenéis e insistís en vuestros intereses personales, ni tú ni él encontraréis a nadie con quien formar una familia; porque eso requiere una entrega de vida que no veo estéis dispuestos a llevar a cabo.

—Por eso hemos dejado abierta la puerta a un “más adelante”, por si el transcurrir de la vida nos lleva a un cambio de actitud. Porque puede ser que encontremos a otra persona por la que sí estemos dispuestos a dar ese paso y sacrificar lo que ahora no queremos. Nos teníamos que conceder esa oportunidad.

—Sabes lo que creo, que cuanto uno se va haciendo más mayor, más se va encerrando en la costumbre y en sus propios hábitos, y menos dispuesto se halla a modificarlos por una vida con otra persona; por lo que es mucho más difícil que encuentre la pareja adecuada, o, si la encuentra, el encaje entre ambos sea cada vez más complicado y hasta doloroso. Sin embargo, en la juventud eso es más fácil porque la rigidez en los hábitos aún no se ha establecido o es más dúctil.

—Seguramente tengas razón, y a lo mejor lo que pretendo es tenerlo todo sin prescindir de nada, y no soy capaz de asumir que las elecciones en la vida exigen renuncias, y que para recorrer un camino es necesario cerrar la posibilidad de recorrer los otros simultáneamente. Pero eso aún debo interiorizarlo, y “rumiarlo” en mi interior para poder digerirlo, y aún no lo he conseguido.

—Pero ten en cuenta que el paso del tiempo es inexorable, y que si te demoras excesivamente en tomar una decisión, puede que, cuando lo hagas, te encuentres con que ya no puedes asumir sus consecuencias porque tus posibilidades vitales han cambiado. Imagínate, por ejemplo, que dentro de unos años decides que ahora sí ha llegado tu tiempo del matrimonio y que no quieres a otra persona más que a…

—Alberto.

—Sí, Alberto. Y vas a buscarlo toda resuelta y te encuentras con que ya está casado con otra, con la que ha constituido una familia. Pues eso significa que tu oportunidad ha pasado para siempre. Con ello quiero decirte que el tiempo para las decisiones tiene un margen y que no se puede prolongar indefinidamente, por lo que tienes que darle su valor y no dejarlo en segundo término.

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—De acuerdo, me aplicaré la lección. Pero eso también lleva su tiempo. En fin… El caso, que no te lo he dicho, es que yo conocí a Alberto cuando pretendía localizar a Andrés, el contacto que tú me facilitaste para este tiempo, pero yo no quería esperar todos estos años para encontrarlo. Ves: Ahí sí fui lista. Y como yo vivía en la hospedería del hospital, comencé a preguntar por allí cómo podía localizar a un estudiante… Y como Alberto se interesó… Pues ahí comenzó todo. Total, que al final, gracias a Alberto, pude encontrar a Andrés y establecer el contacto. Por cierto, que no estaba en el mismo hospital en el que residía yo, pero eso no fue obstáculo para que nos viéramos de vez en cuando con el fin de informarnos mutuamente de cómo iba el asunto.

—Ya sé que te ha llegado lo de la campaña de oración y que te ha faltado tiempo para contárselo a tu tío Luis.

—Me parecía un asunto muy importante que había que darle “salida” cuanto antes.

—Pues yo ahora te traigo dos noticias en una: La primera, que, al parecer, Gog está formando un ejército de animales de aspecto humanoide, imitando las ilustraciones antiguas de los diablos y demonios, con lo que se le supone una intención de invadir la Ciudad; pero esta noticia está aún pendiente de confirmar. Y la segunda, que Magog está reclutando gente, también para constituir un ejército, esta vez humano, supuestamente con el mismo propósito que Gog. Lo que indica una maniobra coordinada contra la Ciudad. Como verás… se presenta un panorama muy halagüeño.

—¡Y esto, además, con la confabulación metida en el gobierno! Pero esto no debe ser casual, ¿no te parece?

—No, claro. Ya sólo nos queda conseguir las pruebas que lo demuestren y desenmascaren al propio mayordomo, de quien hemos deducido se encuentra detrás de todo ello, manejando los hilos.

—Ahora entiendo la urgencia de lo de la campaña de oración. ¡Pero algo más tendremos que hacer para oponernos a tanto mal como nos amenaza!

—Precisamente yo quería preguntarte si, con una muestra biológica de esos animales, que parece bastante seguro están fabricando en Gog, se podría elaborar un arma microbiológica para luchar específicamente contra ellos.

—Sí, claro. Y aunque en nuestro ministerio no estamos específicamente preparados para ello, en el de Desarrollo, sí; y se podría gestionar como un invento más. Eso lo vamos a hablar con mis dos compañeras de piso, que, como las dos trabajan en él, nos sabrán dar una mejor información. Pero, ya te digo, cuanto antes se disponga de la muestra, mejor; porque el estudio y el desarrollo del elemento biológico capaz de acabar con esos animales diabólicos lleva su tiempo. Ten en cuenta que, además, hay que cerciorarse de que sea específico para ellos y no vaya a dañar a otros seres vivos perfectamente integrados en el ecosistema.

—Menos mal que estamos en esta época, porque, en el mía, eso hubiese supuesto un estudio de bastantes años, y no llegaría a tiempo ante la premura que se nos presenta.

—No, pero la mayor rapidez no se encuentra en la mejor y más depurada técnica de hoy en día, sino en que podemos trabajar todos a una, y dedicar a esta tarea a mucha gente que ahora está en otras que no son de tal urgencia.

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Eso sí, antes hay que convencerlos de la realidad de la situación y su gravedad; por eso las pruebas se hacen más necesarias si cabe. Gracias a Dios la Ciudad funciona como un cuerpo vivo, que, cuando se siente amenazado, todo él reacciona unitariamente en la defensa contra el elemento atacante. Es como cuando todo el cuerpo reacciona elevando su temperatura y entrando en situación de fiebre para intentar eliminar de esta forma el germen productor de la infección, independientemente del origen de la misma. Ese sentido de “todos a una” lo tenemos muy asumido; forma parte de nuestra idiosincrasia y de nuestros pilares básicos. Eso es como la fe en Jesucristo, que sin ella no puedes estar en la Ciudad; pues igual.

—Visto así, entonces, la elaboración del arma microbiológica es como cuando el cuerpo fabrica anticuerpos contra lo que siente como una amenaza.

—Exactamente, lo has entendido muy bien.

—Pues estoy pensando que, si todo funciona con esa mentalidad, puede que también, controlando el medio ambiente, la Ciudad pueda defenderse contra las huestes atacantes, ya sean de Gog o de Magog. ¿…?

—Bueno… sí, es posible… Eso nunca se ha hecho pero es posible. Lo que sí se ha hecho ha sido intentar controlar los desastres naturales para minimizar el poder destructivo de tales desastres; pero a la inversa, con intención de provocarlos…, nunca.

—Se me ocurre que un buen tifón o una tromba marina contra las naves de Gog, cuando éste quiera sacar a sus ejércitos de Australia, podría ser de mucha ayuda. O una buena granizada contra las tropas de Magog quizá les hiciera desistir. De hecho, en la Biblia, Israel ya ganó alguna batalla así sin tener que intervenir con las armas para nada.

—Eso que dices es toda una idea, que habrá que sopesar y valorar convenientemente. Porque, por la misma razón, ahora que lo pienso, no sólo sería posible controlar las fuerzas brutas de la naturaleza, sino también las biológicas, y, con ellas, los animales. Y lo mismo que nosotros los controlamos para el bien y en beneficio de todos, podemos hacerlo en nuestra ayuda, de modo defensivo, como si fueran las plagas de Egipto. Ni se me había pasado por la cabeza. Esto lo tengo que plantear a mis conocidos como curiosidad para ver qué posibilidades hay, por si tenemos que llegar a planteárnoslo en serio.

—Aunque si Magog, o Gog, hicieran lo mismo nos podríamos encontrar en un grave conflicto, y muy destructivo.

—Pueden y no pueden, o mejor dicho: pueden sólo un poquito. Sólo lo que se pueda lograr con máquinas y técnica, que es bastante poco, pero nada más. Porque el verdadero control es espiritual, y eso sólo lo tenemos en la Ciudad, ya que depende de la santidad; y quien rechaza el camino de la santidad está fuera de la Ciudad, al no existir santidad sin Dios. Y lo mismo que hay gente que ha aprendido a controlar la materia de su cuerpo con su espíritu, y sabe bilocarse; lo mismo, hay gente que ha aprendido a controlar la materia del cuerpo que es la Ciudad, y, en definitiva, toda la creación, con su espíritu, y controla las fuerzas naturales. Pero todo esto sólo es fruto de la santidad, por eso en Gog y en Magog no puede darse. Ellos sólo saben que haciendo un mal, toda la creación y, con ella, la naturaleza y la historia, se ve afectada por él; pero lo que no pueden controlar son sus efectos concretos. Digamos que hacen el mal “a ciegas” porque el mal rechaza el orden, es caótico. Pero nosotros sí

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podemos controlar los efectos concretos que realizamos con el bien, ya que el control, el orden, forma parte de ese bien que hacemos. Y ves que me apunto méritos que yo no tengo, pero es que la comunión es una característica propia de la Ciudad, y los bienes no los tiene uno para sí, sino para el bien común.

—¡Pero controlar la naturaleza de esa manera puede llevar a la gente a creerse que es como Dios, o poco menos!

—Sí, pero ese riesgo es sólo teórico; porque el verdadero riesgo se plantea antes, cuando aún no has logrado estas capacidades pero intuyes que puedes llegar a hacerlo. Ahí es donde se presenta la disyuntiva: o con Dios o sin Dios. Si eliges “con Dios”, pues eso sólo te lleva a la humildad y a la santidad, y es a través de ella como se adquieren dichas capacidades; pero si la elección fue la de “sin Dios”, como no hay humildad ni santidad, nunca jamás podrás conseguir esas capacidades. Por eso te decía que ya, en esa fase, el riesgo sólo es teórico, porque en la práctica es imposible. La santidad no tiene vuelta atrás.

—¿Cómo es eso? ¿Un santo no puede dejar de serlo por propia voluntad?

—Ni por propia voluntad ni por voluntad obligada. El paso a la santidad lo da el hecho de amar sin esperar nada a cambio; pero nada es nada, ni siquiera de Dios. Es, si quieres verlo así, como empezar a ser ya un poquito Dios sin salir de este mundo. Y ¿qué puede hacer que cambie la voluntad de quien ha elegido amar a cambio de nada? Pues esa opción completamente resuelta es la que hace al hombre transmutarse enteramente en otra cosa sin dejar de ser hombre, y es la que abre la puerta al camino de la santidad. Como ves, en esa opción no hay vuelta atrás. Aunque no sólo quien presenta esas capacidades o cualidades especiales es quien ha dado el salto a la santidad, porque cuántos habrá que sean santos sin manifestarlas, pero su manifestación sí indica que tal salto irreversible, que tal mutación se ha dado.

—Pero… ¡lo mismo que ha optado por amar, puede cambiar y elegir no amar!

—No. Ya veo que no lo entiendes. ¿Dime qué criterio se puede aplicar para que cambie?

—Pues… yo que sé… Que se ha cansado… que se aburre… que ve más beneficioso para sí el no amar… que quiere ejercitar la opción contraria para probar… ¡yo qué sé!

—Ves cómo no lo habías entendido. ¡No espera nada! ¡No espera nada! ¡Nada! Ni premios ni recompensas ni contrarréplicas ni beneficios ni sosiego ni diversión ni novedades ni la vida ni la muerte ni nada de nada. ¡Nada! No espera que Dios le quiera más ni que le premie con el Cielo… En fin, lo que sí sabe, y esto sí es fundamental, es que Dios es amor, que quiere a todos y que confía plenamente en Él. Es decir, la persona ama en Dios, no la margen de Él, porque no hay amor de verdad donde no está Dios. Por eso es del todo imposible que quien ama desinteresadamente en Dios deje de hacerlo.

—Pero hay gente que dice que ha dejado de amar.

—Ha dejado de amar porque no había amado desinteresadamente en Dios y esperaba algo a cambio, y eso no es amor sino otra cosa. Y mientras no hay amor auténtico no se abre el camino a la santidad. El amor verdadero es siempre a fondo perdido, por eso no se puede dejar de amar una vez que tal opción de la voluntad se ha elegido.

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—Sí, eso sí lo entiendo; que el amor no es un sentimiento incontrolable sino una opción libre de la voluntad.

—Por eso puede haber gente que diga que, cuando le ha cambiado el sentimiento posesivo, le ha cambiado el amor; porque de lo que se trata entonces es de una confusión de términos y no de amor de verdad. Pero eso será cosa de tu época, porque a nosotros nos lo enseñan muy bien, ya que ése es un conocimiento fundamental para el desarrollo de la vida. Y a cada cosa la llamamos por su nombre: necesidad, agradecimiento, sentimiento posesivo, etcétera; sin confundir los términos.

—No, en mi época esas cosas tan fundamentales no las enseñaban. Entonces importaban otros conocimientos más inútiles o secundarios en la vida. ¡Así nos iba!

—Mira, aquí es.

Con esta súbita indicación de Marisa, acompañada de un gesto de su mano, llegamos al portal de un edificio de cuatro alturas. En ese momento vino a mi memoria la llegada a la casa de Olga, en San Bladimiro, cuando iba acompañado por su tío, y le dije:

—Me estoy acordando ahora de una anciana llamada Olga, a la que visité cuando estaba con tu tío Luis. ¿Podrías preguntarle, cuando puedas, cómo está? Porque de eso hace cuatro años, y como me pidió que rezase por ella, pues eso crea un lazo especial.

—Sí, ahora mismo.

Allí mismo nos detuvimos, y ella, sacando su tablilla del bolsillo, la manipuló durante un instante, y me dijo:

—Le he escrito: «Estoy con alguien que tú conoces, y me pregunta por Olga, una anciana a la que visitasteis cuando estuvo contigo». ¿Te parece bien así?

—Si lo entiende, sí.

—Claro que lo entiende. Perfectamente. Ya verás cómo nos contesta enseguida.

—Pero… el cambio horario…

—No hay problema. Allí es por la mañana.

Subimos al segundo piso, y, sin detenernos ante la puerta a la que nos dirigíamos, penetramos en la casa mientras Marisa voceaba:

—¡Vengo acompañada! —Y me explicaba— Ésta es la clave para que sepan que hay un hombre o una visita desconocida en la casa y no les pille de sorpresa.

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La distribución de la casa me recordó a la de las tres maestras de mi primera visita a esta época. Me parecía volver a repetir aquella experiencia pero, ahora, desde otra perspectiva.

Cuando entramos en el saloncito o comedor, ya salía a saludarnos desde una de las habitaciones otra de las ocupantes de la casa, una mujer de una edad semejante a la de Marisa pero con un mono de color amarillo en lugar de verde. Ésta nos presentó.

—Alicia. Nuestro cronista profético.

Pero, mientras que yo respondía un escueto: «Encantado», ella lo hacía efusivamente:

—¡Qué ganas tenía de verte en persona! Marisa nos había hablado de tu encuentro con ella, y yo le dije: «Si vuelve a verte, por favor, me lo tienes que presentar».

—Yo soy Paula —terció la mujer que faltaba, de apariencia algo mayor que las otras dos, y que se había acercado mientras hablábamos— que, como Alicia, también trabajo en el Ministerio de Desarrollo, aunque en otro departamento. Y me alegro mucho de que te haya traído Marisa a nuestra casa.

—¿Y si nos sentamos y hablamos con más tranquilidad? —Propuso Marisa.

Y así lo hicimos, colocándonos en torno a la mesa. Pero, antes de sentarse, Paula me preguntó:

—¿Quieres tomar algo?

—No, por favor. Muchas gracias (le respondí). Nunca suelo tomar nada entre horas porque no me suele apetecer. Gracias.

—Pero, si lo quieres, pídemelo con libertad, ¿eh? —Añadió ella mientras se sentaba.

—Vale. (Afirmé con una sonrisa complaciente.)

—Me ha preguntado mientras veníamos —dijo Marisa— sobre la posibilidad de generar un arma microbiológica para luchar contra unos animales de aspecto diablesco que se han inventado en Gog, al parecer con la intención de formar un ejército contra nosotros. Y yo le he dicho que sí es posible, pero que eso mejor lo sabríais valorar vosotras.

—¡Pero no me digas que estamos en esas! —Exclamó Paula.

—Bueno, la noticia está por confirmar (puntualicé), pero es bastante probable. De hecho se han quedado con la tarea de conseguir una muestra biológica de los tales para traerla aquí y ver qué se puede hacer.

—Estos de Gog cada día están más locos —sentenció Alicia.

—Pero es que ahí no acaba la cosa —explicó Marisa—, porque también Magog está preparando un ejército tradicional, y se supone que con la misma intención, lo que parece indicar que se avecina un ataque coordinado.

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—¡Dios mío! —Prorrumpió Paula, a la vez que Alicia expresaba su asombro sólo con su rostro.

—Por eso —continuó Marisa— tenemos que tomarnos en serio estas cosas y pensar lo que podemos hacer para defendernos.

En ese momento Marisa metió la mano en el bolsillo donde guardaba su tablilla y la sacó. Al mirarla, afirmó:

—Aquí está la respuesta de mi tío: «Doña Olga murió a los tres días de nuestra visita. Muchos recuerdos. Unidos en el Señor.»

—¡Vaya! Al final el Señor le concedió lo que ella quería (expliqué). Es que era una mujer admirable que le rogaba a Dios que se acordase de ella y la llevase con Él, por lo que le he pedido a Marisa que le preguntase a su tío por ella. Me supongo que el Señor la retuvo aquí hasta que cumpliera toda su misión, y, una vez cumplida, entonces es cuando se la llevó.

—Desde luego, Dios sabe cómo y cuándo hace las cosas —apostilló Marisa.

—Yo —intervino Alicia—, en lo que respecta a la lucha microbiológica, si contamos con una muestra, creo que no habrá ningún problema en desarrollar un patógeno que acabe rápidamente con ellos y que sea específico; pero lo que sí digo es que no se puede hacer a escondidas, y menos aún si queremos ser rápidos, porque eso requiere muchas manos y dedicación; y, para poder contar con la colaboración de todos, han de existir unas directrices oficiales que organicen el trabajo e inspiren la confianza de todos.

—Pero para eso —apuntó Marisa—, antes deberíamos encontrar las pruebas que desenmascarasen la confabulación que se oculta en nuestro propio gobierno, y todavía nos movemos en el terreno de las deducciones lógicas pero sin datos objetivos concluyentes.

—En ese terreno —apostilló Paula—, yo sólo puedo aportar sospechas muy sugerentes, pero sólo sospechas: A mi departamento llegan informaciones y comentarios de que algo se está investigando y desarrollando en secreto, situación que nunca se había dado, porque nunca ha habido nada que ocultar ni tiene sentido tal ocultación, que podría tenerlo en otras épocas pasadas de la historia, pero que, ahora, no lo tiene. Las mismas personas sujetas al secreto te comentan que no saben por qué tienen que guardarlo, y que, entre ellos mismos, unos no saben lo que hacen los otros, por si alguno comete algún desliz no llegue a saberse cuál es la intención última de todo.

—¿Y habría algún modo de averiguarlo? (Pregunté.)

—No lo sé —respondió Paula—. Porque habría que preguntar, uno por uno, a todos los participantes, y, suponiendo que éstos quisieran romper su silencio, luego, además, deberíamos recomponer el rompecabezas con todas las piezas obtenidas. Me parece prácticamente imposible.

—Pero el rompecabezas, como tú dices —intervino Alicia— no es una cosa fortuita, sino que responde a un plan trazado de antemano y que debe tener un coordinador general, aunque, además, también pueda contar con coordinadores parciales que conozcan sólo porciones del mismo. Piensa bien qué sabes tú de eso, aunque nunca lo hayas mirado desde esta perspectiva.

—Aunque sólo sea por deducción fijándote en su comportamiento, a pesar de que nunca te hayan hablado a ti al respecto. (Añadí.)

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—Bueno, desde esa perspectiva… —dijo pensativamente Paula—, puede que sí lleguemos a deducir algo. Porque visto cómo hablan unos de otros y se tratan entre sí, puede que haya tres o cuatro coordinadores o responsables parciales, como tú dices, y un responsable general del proyecto. Aunque éste debe de ser un mandado, porque, si no, ¿a qué se debe que el mayordomo visite discretamente, pero con frecuencia, el lugar de las investigaciones?

—¿Ah sí? ¿Y eso no os ha llamado la atención? (Volví a preguntar.)

—Sí, claro —aseguró Paula—. Pero como se trataba de un proyecto secreto, supusimos que eso formaría parte del mismo, ya que le confería importancia y categoría. Siempre viéndolo todo por el lado bueno, por supuesto. Pensando si era para evitar que se filtrara a Magog o a Gog. ¡A nadie se le ha ocurrido pensar que fuera destinado a eludirnos a nosotros mismos!

—¿Y el ministro, qué papel juega en todo ello? (Inquirí de nuevo.)

—Pues, la verdad, que yo sepa —respondió Paula—, un papel muy tangencial. Parece que no fueran dependencias de su ministerio, aunque todo esto se desarrolle en otro edificio próximo.

—Es que es un ministro de carácter muy débil, al que el mayordomo maneja a su gusto —precisó Alicia.

—Sin embargo, la ministra de Naturaleza es de armas tomar; no creo que el mayordomo haya podido con ella —apuntó Marisa.

—Y… entrar a curiosear en las dependencias en que se lleva a cabo la investigación, ¿sería posible? (Sugerí.)

—¡Si hasta quisieron poner vigilancia electrónica por todas las dependencias afectadas! —Explicó Paula— Pero fue tal la estupefacción general y el malestar que se generó, que, al final, tuvieron que retirar lo que habían comenzado a instalar. Eso sí, los controles personales de acceso se quedaron, y sólo pueden entrar quienes trabajan en su interior, exclusivamente. De hecho, habilitaron el sótano del edificio como si fuera una planta más, para colocar en él todo lo relacionado con el proyecto y para poder tener perfectamente controlados todos los accesos.

—Y te aclaro —me precisó Marisa—, que nosotros prácticamente no utilizamos los sótanos porque preferimos la luz natural para realizar las tareas. Con lo cual… ¡imagínate!

—Esta visto que sois unas benditas almas cándidas bien pensantes, y que por eso os las han colado dobladas —exclamé—. Menos mal que no pasasteis por lo de la vigilancia electrónica. ¡Es asombroso cómo, en el lugar donde no hay delincuencia, ni cerraduras, y que prácticamente es el paraíso terrenal, os hayan colado ese gol!

—Pero… ¡quién iba a pensar…! —Se excusó Paula.

—No. Si ya lo entiendo. Han utilizado el factor sorpresa y os han pillado desprevenidos (precisé). Pues está claro que, en esta tesitura, quien se esconde… nada bueno hace. Así que no nos queda otra que averiguar lo que se trama en ese sitio, y que nos las tenemos que ingeniar para lograrlo.

—¿Pero cómo? —Se quejó Paula— No es posible pasar. Y tirar de la lengua a los que sí pueden ya lo hemos intentado, y todo lo que se ha conseguido es lo que ya os he contado.

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—Yo sí podría saltarme el control y aparecerme dentro del lugar, pero tendría que ser a alguien, porque yo no conozco el sitio, y, además, tampoco sé valorar lo que me pueda encontrar, por eso necesito que alguien que entienda esté allí.

—Yo misma podría ser ese alguien —se ofreció Alicia—, pero el problema es que yo no tengo autorización para entrar, y no puedo aparecerme así como tú ni tengo la gracia del don de la bilocación.

—Vamos, que es un despropósito (comenté): Quien entiende, no puede pasar; y quien no entiende es el que sí puede. ¡Qué desastre!

—¿Y no podrías pasar tú —me dijo Marisa— y hacer algo desde dentro para que se colara Alicia?

—Lo veo muy difícil —intervino Paula—, porque el control es muy estricto, y aunque se consiguiera distraer a los vigilantes, le quedaría por burlar el control electrónico.

—¿Y no conoceréis vosotras a nadie de dentro que, aunque fuera no hable, una vez estando yo dentro pueda colaborar?

—Yo no tengo ese nivel de conocimiento de las personas para responder a esa pregunta —puntualizó Paula—. Me podría equivocar completamente.

—Pues yo no conozco a nadie que trabaje en ese proyecto concreto. Sí en el edificio, pero en otros asuntos —aportó Alicia.

—¡Imagínate yo!, que trabajo en otro ministerio —remató Marisa.

—Eso no tiene que ver (le repliqué), porque la vida es muy caprichosa y podrías tener algún familiar trabajando allí o coincidir que conocieras a alguien por otras motivos, como conoces a Paula o a Alicia y no son de tu ministerio.

—O como yo, que tengo a mi hermano Tomás trabajando en el Ministerio de Comunicaciones, por ejemplo —añadió Paula.

—Tenéis razón —admitió Marisa—. Pero no, no tenemos esa suerte de que conozca a nadie. ¡Al menos, que yo sepa!

—Estoy pensando (comenté), que si los que saben bilocarse pueden transportar objetos en su bilocación, ¿podrían hacerlo igualmente con personas?

—Yo no lo sé —repuso Alicia—. ¿Pero qué estás pensando?, ¿que me lleven en volandas?

—No lo sé. Es una posibilidad que se me ha venido a la imaginación (repliqué).

—Desde luego, yo no sé de nadie que coja en brazos a otro y pueda transportarlo. Eso yo no lo he oído nunca —apuntó Marisa.

—Le tengo que preguntar a uno de mis amigos que sí saben bilocarse si ese transporte es posible (agregué). Porque lo que yo hago no sé si es una bilocación parcial o lo que es; pero que no es igual a lo que ellos hacen, eso sí que lo sé. Y como yo sé que no me puedo llevar nada físico a mi época, sino sólo la experiencia: pues supongo que dentro de esta época tampoco podré hacerlo.

—Y el mono… ¿no lo llevas y lo traes? —Preguntó Marisa.

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—¡Ah, pues es verdad! (Reconocí.) Me lo facilitó el padre de Andrés para eso mismo, para que pasara desapercibido en la Ciudad. Pero una cosa son los objetos, y otra muy distinta toda una persona con una vida interior que yo no puedo abarcar.

—Pues pregúntales a esos que tú conoces a ver qué te dicen —me indicó Paula.

—Sí, lo voy a hacer (afirmé). Pero antes me gustaría que concretáramos algunos detalles más para llevarme más información y poder planear, en base a ella, cómo abordar el asunto. Y luego… podríamos quedar… Pues ¡aquí mismo y ahora mismo!, porque como yo ya he experimentado eso de irme y volver a la misma situación de partida, eso va a ser lo más fácil.

—¿Y qué necesitas saber? —Preguntó Paula.

—En principio (respondí), si hay posibilidad de tener un plano de ese sótano, o conocer su distribución, o tener alguna idea de qué nos vamos a encontrar.

—Yo sé —intervino Alicia— la distribución del resto de las plantas, porque he estado en el edificio, pero al sótano no he bajado nunca.

—Además —precisó Paula—, como el sótano fue habilitado específicamente para este proyecto, pues se haría en su momento como les viniera bien; porque de eso puede que haga unos veinte años o algo menos.

—¿Tanto tiempo llevan en el proyecto? —Preguntó asombrada Marisa.

—Supongo que sí —respondió Paula—, porque calculo que ése será el tiempo desde que realizaron la obra. Y me acuerdo, porque cuando yo llegué por primera vez a trabajar en el Ministerio, y de eso hace quince años, era la comidilla general por lo extraño que resultaba todo su secretismo para ese momento; luego, con el paso del tiempo, nos hemos ido acostumbrando, y, con la rutina, ha perdido gran parte de aquel interés de entonces.

—O sea, que, cuando tú llegaste, hacía poco que habían habilitado el sótano y estaban desarrollando ya el proyecto en él. (Precisé.)

—Así es —me confirmó Paula—. Y en base a eso he calculado yo a ojo el tiempo en el que debieron efectuar la obra.

—Pues, si hace tanto tiempo —continuó Marisa—, la gente entonces no estaría acostumbrada al secretismo y cometería muchos descuidos, de cuyas consecuencias nosotros podríamos beneficiarnos si lográramos encontrarlos.

—¿Cómo, por ejemplo? —Le inquirió Alicia.

—Como, por ejemplo —respondió Marisa—: Unas instrucciones de una obra archivadas en su lugar corriente o habitual, en vez de en uno secreto… Un plano… unas indicaciones… En fin… la rutina de lo normal que ahora puede acudir en nuestra ayuda. La falta de costumbre del secreto.

—¡Vas a tener razón, Marisa! (Exclamé, atisbando una posible solución en sus palabras.)

—Pues eso lo podemos ir comprobando, sin movernos de aquí mismo, a través de nuestras tablillas —propuso Paula—. ¡Ésa es la suerte de vivir en una Ciudad sin secretos! Alicia, tú comprueba los materiales fungibles y el aparataje, mientras yo lo hago con las estructuras.

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—De acuerdo —aceptó Alicia.

—¿Y yo qué hago? —Se ofreció Marisa.

—Pues… tú… puedes ver colaboraciones entre tu ministerio y el nuestro de esa época; pero como habrá muchísimas, fíjate sólo en los datos asociados que sean sugerentes de lo que nos ocupa —resolvió Paula.

—Vale —respondió Marisa, mientras también ella sacaba su tablilla.

Y las tres se pusieron a escrutar sus tablillas con tal afán que ya lo quisieran para sí muchos de los trabajadores de mi época, de esos que cobran sueldos astronómicos. Quien diría que ellas ni siquiera habían conocido el dinero.

Yo me sentía inútil, sin saber qué hacer ni cómo colaborar con ellas en su tarea. Entonces caí en la cuenta de que, aunque yo no podía contribuir con mis manos ni con mi inteligencia en su trabajo de búsqueda, sí podía implicarme en ello a través de la oración. Podía interceder y rogar a Dios para que la búsqueda fuera breve y fructuosa, podía suplicar por el bien de la Ciudad, en el que estaba cifrado todo el de la historia de la Humanidad y la Creación entera, puesto que la Ciudad era el cruce de caminos de toda la Historia, ya que todos ellos llegaban a ella y partían de ella. Ella era el puente de acceso al Cielo y su Puerta en la historia. En ella se hacían tangibles las células vivas de ese Cuerpo Místico de Cristo que daba sentido a todo, como piedras vivas de ese templo consagrado a Dios. Y, mientras oraba, veía, comprendía, cómo el sentido último de toda la Creación culminaba aquí, justo en este punto que llevaba al Cielo, como escala de Jacob por la que subían y bajaban los ángeles. Y con toda sencillez y humildad, todo manaba como una fuente de ella, como real cumplimiento de la frase del salmo que dice: «Todas mis fuentes están en ti.» No, el Señor no podía abandonar a su suerte a su Ciudad, a la que había colocado en la cima de su monte santo, y, como siempre, intervendría en favor de ella. Mucho peor estaba la situación en mi época y, sin duda, habíamos salido de ella, porque, si no, yo no me encontraría viviendo esta experiencia.

Tan entusiasmado estaba sumido en mis reflexiones orantes que perdí la noción del tiempo.

Fue Marisa la primera en sacarnos del enfrascamiento general:

—Creo que he encontrado algo que nos puede dar una pista sobre la orientación de ese proyecto secreto: Aquí figura una colaboración de personal del Departamento de Diseño Biológico por un periodo de tres años, y de esto hace dieciocho años; o sea, que debió cesar la colaboración más o menos cuando tú llegaste, Paula. Y aquí pone “Proyecto Era”. Y yo me pregunto: ¿Qué tendrá que ver el diseño biológico, con algo que se llama “Era” y que suena a periodo de tiempo y a historia, con el Ministerio de Desarrollo?

—A ver si también están fabricando diablos de esos como los de Gog —apuntó Alicia—. Porque yo también he encontrado aquí utillaje compatible con lo necesario para un proyecto biológico, pero no me ha llamado la atención pensando que fuera destinado a asuntos de desarrollo alimentario. Aunque aquí, el proyecto principal al que va destinado, se llama “Ope”.

—¿Y no tendría que existir algún apunte con utillaje para el “Proyecto Era”? (Pregunté.)

—Pues sí —afirmó Alicia—. Ahora mismo lo compruebo.

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—Lo que me llama mucho la atención —intervino Paula—, es ¿qué tiene que hacer en Desarrollo un personal tan específico de Naturaleza como lo es el de diseño biológico? Nosotros no recuperamos animales extinguidos ni experimentamos en ese terreno, y lo biológico que tiene que ver con el ser humano pertenece al negociado del Ministerio del Bienestar. ¡A ver si va a tener razón Alicia!

—Pero la creación de un ejército como el de Gog requiere mucho espacio donde ir “almacenado el producto” que, como está vivo, necesita mucho más espacio aún, y un mantenimiento y una logística mucho más difíciles de esconder. (Objeté.)

—No, no —me replicó Paula—, porque eso que dices se puede realizar en otra parte, pero el…, podríamos decir, “diseño del prototipo”, es el que se realizaría aquí.

—Pero… ¿tantos años? (Inquirí.)

—Depende de lo que quieras conseguir —repuso Paula—. Ten en cuenta que son seres vivos, y pueden querer comprobar su comportamiento.

—Pero reparad —apuntó Marisa— que la colaboración del personal de diseño biológico sólo se mantuvo los tres primeros años, luego, se supone que concluyeron su trabajo y ya no fueron necesarios; sin embargo, el proyecto secreto se ha mantenido hasta hoy.

—Efectivamente —intervino Alicia, refiriéndose a su indagación—, he comprobado que el “Proyecto Era” aquí no figura recogido, pero el que sí aparece, pero no regularmente sino esporádicamente, para acabar desapareciendo, es el “Proyecto Ope”. Y esa anotación errática sugiere esa forma rutinaria que se olvida del secreto que comentábamos antes.

—Es cierto, pero todo resulta muy vago e impreciso (me lamenté). No sé… Salvo que ambas denominaciones se refieran a dos fases distintas o dos perspectivas de un mismo proyecto. Pero… ¿qué pueden tener en común “Era” y “Ope”?

—Lo podemos mirar en el diccionario a ver si nos da alguna pista —propuso Marisa.

—Pero puede que sean siglas, y en ese caso… (Manifesté con pesimismo.)

—Pero no tenemos nada que perder con probarlo —afirmó Marisa—. Voy a empezar con Ope que no tengo ni idea de lo que pueda ser.

—Ojalá y Dios quiera que encontremos algo que nos sirva de ayuda —exclamó Paula.

Marisa, tras consultar su tablilla, leyó:

—Ope: Mitología. Esposa de Saturno y diosa de la abundancia que personificaba la abundancia de la tierra en la mitología romana. También denominada Ops. Es el equivalente a Rea en la mitología griega o a Cibeles, madre de los dioses, en la frigia.

—Pues no eran siglas sino el nombre de una diosa (abundé). Sólo faltaría que Era se escribiera con hache, para que también fuera otra, la hija de Rea de la mitología griega, y esposa de Zeus.

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—Pero no es necesario que se escriba con hache, porque en nuestra ortografía las letras en posiciones que no cumplían con una función fonética desaparecieron, y la diosa que dices también se escribe sin hache —me explicó Alicia—. Luego ése va a ser el común denominador. Voy a comprobar si hay algún proyecto más con esos nombres que has dicho.

—Y yo, que no había mirado buscando nombres de proyectos —agregó Paula.

—Marisa (le dije), ¿y no podrías mirar tú si hay algún proyecto así en el Ministerio de Bienestar, con esos nombres, o con el de Juno, que es el equivalente romano al de Hera?

—Sí, es otro ministerio y no sé manejarme bien, pero supongo que buscando por nombre de proyecto puede ser mucho más sencillo.

Y de nuevo se pusieron las tres a investigar, pero la espera de resultados ya fue muy breve. Paula fue la primera en exclamar con entusiasmo:

—¡Lo encontré!, ¡lo encontré!, ¡por fin! El plano de la reforma del sótano. Un estupendo plano tridimensional de parte del sótano. No está todo, sólo la parte de una reforma que se hizo hace catorce años, pero con referencias a la situación general. Creo que con esto va a ser suficiente para poder entrar y manejarse con cierta soltura.

—Pues a mí me han salido dos colaboraciones —aportó Marisa—: Una de personal de embriología, bajo el nombre de Juno, por cerca de un año; y otra bajo el nombre de Cibeles, de personal sanitario diverso, pero que no precisa tiempo, por lo que es posible que siga vigente.

—¡Huy, qué mal me huele eso! (Comenté preocupado.)

—Sí, ¿verdad? Huele a experimentos humanos —precisó Marisa.

—Pues yo he encontrado algún apunte más bajo el nombre de Rea, que no os lo podéis ni imaginar —añadió Alicia—: ¡Pañales de bebé!

—¡Madre mía! ¡Qué pueden estar haciendo! No lo quiero ni pensar —exclamó Paula—. ¡Pero eso es inmoral y anti-todo si se aproxima a lo que suponemos!

—Por eso se hace necesario comprobarlo y cerciorarnos bien (repuse).

—Sí, pero fijaos la hora que es. Vamos a cenar y luego seguimos —propuso Paula.

—Bueno, cenad vosotras —repliqué— mientras yo me voy a contar y consultar estas cosas, a ver cómo podemos entrar en ese sótano y asegurarnos, a la vez que, si nos es posible, consigamos pruebas convincentes del asunto. Luego vuelvo para cuando hayáis terminado.

—¿Pero tú no comes nada? —Preguntó Alicia.

—Sí, pero con estos saltos temporales que me doy, aprovecho el paso por mi época para hacerlo. Venga, hasta dentro de un rato.

Y si dieron un saludo de despedida ya no lo oí, porque ya había retornado a mi puerta y me estaba despojando del mono para volver a mi lugar de escritura, ante el libro de tapas de mapamundi. Mucho tenía que redactar antes de marcharme a mi encuentro con Miguel.

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De nuevo, los conflictos de la vida de mi época volvieron a entrometerse y a entorpecer la redacción de mi experiencia, que se demoró mucho a consecuencia de las interrupciones y la ocupación de mi tiempo disponible por asuntos prosaicos a los que no me podía sustraer.

Además, no podía remediar distraerme con los acontecimientos externos a mi experiencia directa, que se introducían en mi vida al no estar yo radicado en Marte ni en otro planeta ajeno a mi historia personal, sino en la España y en La Tierra del año 2014, a cien años del inicio de la Primera Guerra Mundial. Y no podía remediar comparar la situación de mi época con la que experimentaba en mis viajes a las postrimerías de la historia. Cualquiera que pudiera leer mi escrito diría que era mi época la que iluminaba la futura, pero, sin embargo, y aunque parezca extraño, en mi caso era al revés. La situación futura me hacía percibir con más claridad el despropósito de mi época, y las consecuencias cifradas en almas humanas que se jugaban en ella; porque no eran los cuerpos sino las almas y el futuro del ser del hombre lo que allí se dirimía sin que nadie pareciera darse cuenta de la verdadera lid que se entablaba y de la trascendencia del momento. Ya no se encontraban los cadáveres de una guerra por las calles, pero el momento estaba lleno de muertos vivientes con el alma corrompida. Ahora bromeaban con los zombis y hacían películas al respecto, pero sin darse cuenta de que eran ellos mismos los que se retrataban simbólicamente en ellas. Todo el ambiente artístico, de forma prácticamente inconsciente, expresaba de esa manera la corrupción del alma de los artistas y de la sociedad que los cobijaba. Sólo había que saber leer, la clave proyectiva que empleaban, para apreciarlo; cosa que, en su degeneración, ni ellos mismos sabían. Habían perdido la capacidad de leer en su alma a través de sus actos, y sólo se quedaban en la superficie de los mismos, pero pensando, además, que eran más inteligentes que nadie. Ocurría como en aquel cuento del Infante Don Juan Manuel en el que el rey va desnudo porque le han convencido de que su traje sólo tienen la gracia de verlo los inteligentes, y ¡como nadie quería pasar por tonto…! Sólo la inocencia de un niño fue el despabilador capaz de desbaratar el engaño colectivo y volverlo a la cordura. Pero… ¿dónde encontrar ahora la inocencia perdida?

Ahora, para algunas personas, importa más la vida de un animal que la de una persona, y son capaces de montar un follón por la vida de un perro mientras que no mueven un dedo por la infinidad de niños abortados, ancianos abandonados o enfermos sin tratamiento en los países pobres; o defienden con uñas y dientes una particular concepción de la pureza ecológica en la naturaleza, mientras no se preocupan en absoluto de la pureza de alma, ni suya ni de nadie. Todo un contrasentido propio de esta época mía, con sus muertos vivientes pululando por doquier.

Había escuchado por la radio a alguien que comentaba, como cosa bien sabida, que había sido la masonería la promotora de la independencia de todos los estados americanos de España, promoviendo una campaña de

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desinformación contra España hasta el día de hoy, ya que sus habitantes originarios no querían tal independencia; pero obvió dar el salto a la situación española actual, prácticamente superponible en la estrategia: De nuevo el «divide y vencerás» y el «corrompe y triunfarás» se enseñoreaba de todo. Ante eso sólo cabía colegir: A misma estrategia… enemigo a la vista; porque las estrategias no ocurren por accidente. Y prueba era que, en relación al recién iniciado Sínodo de la Familia en Roma, los periodistas se esforzaban por transmitir la idea de que la Iglesia se disponía a dar un gran cambio a mejor, aceptando situaciones inasumibles para poder modernizarse, como si la autoridad a la Iglesia le viniera de la costumbre social, por muy extendida que esta fuera, y no de la Verdad. Ahora (proponían), las parejas de hecho, las que no están casadas bajo el rito del matrimonio, iban a ser admitidas en la plena comunión de la Iglesia. Y yo me preguntaba… ¿cómo será posible que, quien no acepta la autoridad de la Iglesia y no celebra su unión sacramental en ella, pueda ser admitida en ella si no la quiere?

Aquello era como plantearse que, alguien que había decidido libremente vivir en Gog, pudiera participar plenamente de la vida de la Ciudad sin haber cambiado sus criterios, sin haberse convertido. Ése sería el fin de la Ciudad, que se transformaría en Gog so pretexto de evangelizarlo. Porque la comunión no la otorga un decreto, sino la obras que lo prueban. Ésa era la estrategia que planeaban también para la Iglesia, destruirla corrompiéndola. Primero un poquito…, luego otro poquito…, hasta construir una Iglesia sin Dios, o sólo utilizándole como pretexto para lograr una organización meramente humana.

Urgía verdaderamente dar el salto de Asamblea Santa a Cuerpo de Cristo. Lo que no sabía es qué podía hacer yo para favorecerlo, dada mi extrema y absoluta pequeñez, y mi incapacidad hasta la fecha para hacerme entender por mis semejantes. Ése era mi planteamiento recurrente, que acababa siempre en la misma respuesta: ¡Ojalá pudieran atisbar un poquito de lo que se estaban perdiendo con su estupidez!

Por el momento sólo podía continuar con la recogida y redacción de mi experiencia por si algún día ésta fuera de utilidad.

En cuanto que encontré un ratito de tranquilidad, una vez hube terminado de plasmar mi vivencia de aquellos días, volví a emprender mi viaje para retomar mi quehacer donde lo había dejado. Me enfundé de nuevo el mono, me situé mentalmente en el primer encuentro que hubiera entre Miguel y Fidel a partir de mi estancia en la casa de Marisa, Alicia y Paula, y crucé el umbral de la puerta de mi fantasía.

Y, efectivamente, allí estaban los dos en el despacho de Miguel, girando la cabeza para mirarme en cuanto hice acto de presencia sensible en el lugar.

—¡Eso está bien!, ya vas controlando perfectamente tus apariciones —me dijo Miguel.

—Vienes que ni al pelo para escuchar lo que traigo de Gog. Anda, siéntate aquí —añadió Fidel, indicándome la silla situada a su lado.

—Se te ve con cara de traer noticias interesantes —me dijo Miguel, mientras yo efectuaba lo propuesto por Fidel.

—Creo que sí (respondí), pero yo no os quiero interrumpir. Que termine Fidel y ahora os cuento. Porque he venido aposta para veros a los dos.

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—Vale —aceptó Fidel—. Le estaba diciendo a Miguel que Pablo le había avisado a Matías para que yo me pasara por allí porque había novedades, y así lo hice. Me contó que, al poco de terminar de hablar contigo cuando estuviste la última vez con él, se encontró con el funcionario de la embajada que le había contado lo de las sospechas de la fabricación de animales humanoides, y que, casualmente, iba acompañado de la persona que, a su vez, le había informado a él; por lo que Pablo interpretó aquel encuentro como providencial, y aprovechó para preguntar a esta persona sobre cómo había obtenido esa información. Así se enteró de que el cuñado del informante trabajaba directamente en ello y que tenía contacto directo con tejidos y materiales biológicos de tales especímenes. Y Pablo vio el cielo abierto y se atrevió a realizarle la pregunta clave: «¿Tu cuñado estaría dispuesto a facilitarme una muestra de tales materiales?» La consulta al cuñado resultó un poco accidentada porque tuvieron que esperar a que éste saliera de trabajar para que pudiera expresarse con libertad, ya que la vigilancia allí es muy severa. Al final se avino a colaborar, porque, aunque él es goguiano, como su hermana es conversa, él simpatiza con el sentir de la Ciudad; pero aunque él pudiera obtener la muestra, el problema surgía a la hora de sacarla de allí, para lo que no se vio solución. Entonces a Pablo se le ocurrió que si yo pasara al interior, bilocándome, podría sacar la muestra burlando el sistema de vigilancia, aunque para eso, los dos actores del asunto nos tendríamos que conocer previamente y planear cómo lo íbamos a realizar. Y así lo hicimos. Quedamos en que yo me aparecería a una determinada hora y en un determinado lugar fuera del ángulo de vigilancia visual, al que él se acercaría para entregarme disimuladamente la muestra, desapareciendo yo inmediatamente de allí con ella. Y como todo ha salido sin incidentes… aquí la traigo.

Fidel sacó de uno de sus bolsillos una especie de botecito que entregó a Miguel, mientras éste le felicitaba.

—Enhorabuena. Habéis realizado un gran servicio. Ahora tenemos que encontrar quién inicie la fase de análisis y estudio de lo que traes.

—Pues eso creo que yo puedo facilitarlo (anuncié), porque tanto Marisa, la sobrina de Luis el misionero de San Bladimiro, que trabaja en el Ministerio de Naturaleza, como Alicia, su compañera de piso, que lo hace en el de Desarrollo, creo que estarían dispuestas a comprometerse en ello.

—Esa Marisa es la que comentaste aquí como contacto de Andrés en el Ministerio de Naturaleza, ¿no? —Me preguntó Miguel.

—La misma (respondí). Pero es que hay más: Gracias a Paula, la otra compañera de piso de Marisa, que también trabaja en el Ministerio de Desarrollo, nos hemos enterado de que, desde hace años, llevan trabajando en un proyecto secreto y en un lugar de acceso restringido, que cuenta con la visita discreta pero frecuente del mismísimo Mayordomo.

—¡Pues un proyecto secreto en la Ciudad, y con esas visitas asiduas, pinta muy mal! —Exclamó Fidel.

—Eso pensamos nosotros (continué), por lo que ellas tres se dedicaron a rastrear indicios hasta que consiguieron algunas pistas más sugerentes, y dar con un plano del sótano del edificio cercano a su ministerio donde, al parecer, desarrollan el proyecto; que descubrimos tiene varios nombres, todos ellos de

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diosas de la mitología clásica: Rea, Ope, Cibeles, Hera y Juno; aunque todos se referían a lo mismo.

—Pues eso hay que averiguarlo del todo y lo antes posible —indicó Miguel—, porque cuando a un proyecto le dan varios nombres es solamente con la intención de despistar y confundir.

—Además (proseguí), todo esto parecía esconder algo relacionado con el diseño biológico y posiblemente humano, ya que encontramos colaboraciones con el Ministerio de Bienestar, y no sólo con el de Naturaleza.

—¿Pero qué se traerán entre manos? —Se lamentó de esta forma Fidel.

—Nosotros nos planteamos entrar a curiosear en dicho sótano (expliqué), pero nos dimos cuenta de que el único que podía saltarse los controles era yo, apareciéndome dentro; pero, a la par, la única que podría averiguar realmente lo que estaban haciendo, viendo la dotación del lugar, era Alicia, que, sin embargo, no puede saltarse los controles. Y que, además, no contábamos con la colaboración de nadie de dentro. Por lo que pensamos si yo podría introducirla a ella cargándola como si llevase el mono. Pero como ninguno de nosotros supimos responder a esa cuestión, no tengo más remedio que preguntárosla a vosotros.

—En teoría, poder se podría —me aclaró Miguel—, pero pasarla uno solo es bastante difícil, y no creo que tú hayas desarrollado ya tanta soltura; pero entre nosotros dos sí podríamos perfectamente, ¿no te parece Fidel?

—Desde luego. Ya iba yo a proponerlo —respondió Fidel—. Sería realizar algo parecido a lo que yo ya he hecho en la fábrica de Gog, pero ahora con una persona, que, como dice Miguel, es mucho más difícil; pero entre los dos sí podremos.

—Pero sería mejor que lo de Gog (repuse), porque, al parecer, aquí no hay sistemas electrónicos de vigilancia interna, porque, al principio de su instalación la gente se indignó y tuvieron que dar marcha atrás, y sólo permanecieron los controles de entrada y la vigilancia humana. Como diría Paula: Afortunadamente estamos en la Ciudad y no en Gog.

—Lo que sí veo necesario —añadió Miguel—, dada la deriva que va tomando este asunto, y las proporciones considerables que va alcanzando, es que tenemos que implicar a más gente, y comenzar a difundir los datos que ya tenemos, y lo que quiera Dios que consigamos, cuanto antes. No nos podemos entretener porque nos amenazan dos ejércitos, y lo peor de todo es que el mal lo tenemos dentro, y necesitamos preparar a gran escala nuestra estrategia de defensa.

—Yo creo que lo primero de todo debe ser quitarnos el mal de dentro (opiné), porque, mientras no lo desenmascaremos, no podremos verdaderamente emplear todos nuestros esfuerzos coordinados para luchar contra el de fuera. Además que, el mal de dentro es, con toda seguridad, el origen del mal de fuera.

—Opino lo mismo —apuntó Fidel—, porque, una persona que está enferma, bastante tiene con luchar contra su enfermedad como para hacerlo con eficacia contra un mal externo. Mientras que sana, sabrá encauzar el ingenio y multiplicar sus posibilidades. Así que, lo primero, librarnos de este mayordomo y depurar el gobierno.

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—Sí, yo también lo veo de la misma manera —afirmó Miguel—; lo que no es óbice para que también vayamos dando pasos en la otra dirección, y adelantemos en la defensa exterior.

—No, claro. Eso también —asintió Fidel.

—Se me ocurre que si tuviéramos acceso al sistema de transmisión de información general de la Ciudad, eso nos facilitaría muchísimo el camino. (Aporté.)

—Eso ya lo había pensado —comentó Miguel—, pero ahí, casi con certeza, es donde vamos a tener el mayor problema, porque seguramente será lo primero que habrán infiltrado, al igual que han hecho con este Ministerio de Alerta.

—Pero, aunque lo hayan infiltrado (objeté), lo mismo que aquí estás tú, no dejándote manipular por ello, en el de Comunicación puede haber alguien en las mismas condiciones que quiera apoyarnos; porque esto no es mi época en la que la corrupción es general, todavía es la Ciudad, y la gente es buena gente, y la inmensa mayoría son de fiar y les importa el bien y la verdad.

—Estoy de acuerdo —aceptó Miguel—, pero ten en cuenta que tampoco quieren complicaciones, y que la consigna general es la delegación de responsabilidades a través de la obediencia irreflexiva y la adhesión personalista; es decir, que se promueve la idea de que es mejor que otros piensen y decidan por ti, y que para eso están los dirigentes.

—Pero esa idea se promueve desde que está el mayordomo actual, pero, por lo que he oído, antes no era así. (Repliqué.)

—Sí, tienes razón —corroboró Fidel—; lo que pasa es que con el transcurrir del tiempo se nos va olvidando que lo normal era lo otro.

—Ésa es una labor de minar las conciencias, que en mi época sabían hacerlo muy bien (aclaré). Ahora sólo han tenido que volverla a poner en práctica, porque sólo es cuestión de persistir machaconamente invistiéndose de un halo de autoridad, para que la gente de convicciones menos sólidas acabe por ceder, y ésta, por contagio, lo vaya extendiendo. Por eso la mejor defensa contra esto es fortalecer las convicciones.

—Entonces, ¿qué propones? —Me inquirió Miguel.

—Pues ser más atrevidos a la hora de proponer nuestras ideas y lo que pensamos acerca de la situación, insistiendo a nuestros interlocutores en cómo eran las cosas antes, refrescándoles la memoria para que comparen y comprendan cómo eran más coherentes con nuestra fe y los pilares que sustentan la Ciudad, y que esas actitudes deben recuperarse. Creo que así encontraremos mucha más gente que se ponga de nuestro lado y colabore con nosotros, y hallaremos a quien se atreva a difundirlas también por los medios de comunicación de la Ciudad adonde ahora no llegamos.

—A eso sólo le tengo que objetar —replicó Miguel—, que esa forma de actuar, aun siendo la ideal, pone mucho más en riesgo a la persona que la efectúa, y, con ella, a todos sus contactos.

—Pero conozco un dicho popular que afirma: “A quien no arriesga le comen la merienda” (repuse). Y a Jesucristo, nuestra salvación, le costó la vida. Luego

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si queremos alcanzar una meta más alta deberemos arriesgar más, pero, claro, con sentido común. Y esto no os lo debería decir precisamente a vosotros que sé que, por ejemplo, Fidel se juega literalmente la vida en su imprescindible labor de correo; pero sí para que vosotros se lo trasmitáis a vuestros contactos que sí podrían arriesgar más. Y también me lo digo a mí mismo para que no me duerma en los laureles, tanto aquí como en mi época.

—En eso también te doy la razón —incidió Fidel—, porque yo sí que creo que con la misma fe va implícito ese riesgo de la vida que dices, porque, al brindar la fe, realmente lo que estás ofreciendo es tu vida. Eso muestra que la fe no es cualquier cosa, y que no se puede separar de la vida. Yo, porque tengo fe, puedo bilocarme, por poner un ejemplo, pero en la bilocación, junto a mi cuerpo va mi vida sin poderlo remediar. Por eso dice la Carta de Santiago que una fe sin obras es una fe muerta, porque ambas cosas, aunque sean distintas, son inseparables.

—Me habéis convencido por completo —concluyó Miguel—. Acepto que tenemos que arriesgarnos más, sin llegar a perder el juicio en ello, pero sí con menos garantías. Ahora entiendo mejor el sentido del refrán de “no se pude nadar y guardar la ropa”. Yo sólo pretendía que tuviéramos mayor seguridad porque, como somos tan pocos, la falta de alguno podría hacernos incapaces para continuar con nuestra misión.

—Es evidente que ése era el motivo (indiqué); pero aunque ésa sea la postura más juiciosa, hay circunstancias en la vida en que la misma fe te advierte de que es tiempo de reajustar esos parámetros que lo sustentan. Es por eso que creo que el momento de arriesgar más ha llegado.

—Pues aquí ya no hacemos nada. ¿Por qué no nos vamos yendo a planear con la interesada ese traslado al sótano que tenemos que explorar? —Propuso Fidel.

—Por mí no hay inconveniente (repuse). De hecho he quedado en volver a la misma casa de la que vengo, en la que he dejado a sus tres ocupantes cenando mientras vuelvo.

—Cenando… —dijo pensativamente Miguel—, o sea que vienes de nuestro pasado…

—Sí, pero no sé cuanto tiempo objetivo habrá transcurrido desde eso. (Apunté.)

—No, no lo digo por eso —me advirtió Miguel—, sino por si fuese a un acontecimiento de nuestro futuro al que deberíamos desplazarnos, porque entonces no lo podríamos realizar mediante bilocación sino que tendríamos que esperar que el momento llegara; pero, puesto que es en el pasado, podemos acompañarte adonde nos indiques.

—Pues es que tampoco sé indicaros (comenté percatándome de mi real desorientación), pero yo sí sé volver: Sólo tengo que colocarme mentalmente en la situación en la que estaba, para acceder de nuevo al lugar.

—Bueno, eso tampoco es problema —afirmó Fidel—. Tú te marchas, y nosotros te localizamos en el pasado cercano cuando estés en una casa con tres mujeres, y ya está.

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—Vale, pero dadme unos instantes para que me de tiempo a explicarles que os vais a aparecer allí. Además, valorad que es después de cenar, porque antes estuve hablando también con ellas, pero aún no habíamos llegado a las conclusiones que os he contado.

—Muy bien. Verás como no hay ningún problema —aseguró Fidel—. Si nos hubiésemos equivocado, ya nos habrías visto allí, ¿no crees?

—Tienes toda la razón. Vale, pues me voy ya (concluí).

El cambio de ubicación fue muy rápido. Sólo tuve que volver a la puerta de mi fantasía, colocarme mentalmente en la nueva situación a la que me dirigía, y cruzarla de nuevo.

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Y allí estaban mis tres amigas acabando de recoger la mesa. Les dije sin perder tiempo:

—Ya estoy de vuelta. Antes de nada os aviso de que también van a aparecer aquí, en unos instantes, los dos amigos con los que estaba. Os lo advierto para que no os asustéis.

—No hay ningún problema —respondió Marisa—. Pero muy bien hecho con la advertencia, porque, como verás, faltan sillas aquí para todos, así que voy a sacar de dentro las dos que faltan.

—Y yo, en cuestión de segundos, acabo de colocar las cosas en la cocina para dejarlas recogidas —apostilló Paula.

—Y yo también estoy ya mismo contigo —abundó Alicia, mientras también entraba en la cocina.

Por un instante me quedé solo en el saloncito, y aproveché para sentarme en una de las sillas. Enseguida apareció Marisa con otra, retornando inmediatamente a por la que faltaba. En esas salió Alicia de la cocina.

—Hale, ya me vengo contigo. Qué, ya te han dicho si puedes pasarme al sótano o cómo se puede solucionar eso?

—Precisamente por eso mismo vienen ellos dos aquí (le respondí), para pasarte ellos; porque uno solo es muy difícil, y entre dos sí se puede, y como ellos dos saben bilocarse…, pues asunto resuelto, no hay que buscar a nadie más.

—¿Entonces… qué lo quieren hacer, ahora mismo?

—No lo sé. Lo que quieren es planearlo contigo Me supongo que os tendréis que poner de acuerdo.

—¡Qué emocionante! —Apuntó Marisa, mientras se sentaba en la silla que había traído—. Es toda una aventura, como en las novelas.

—Mírala que graciosa —replicó Alicia—, ¡cómo no eres tú la que tienes que entrar en el sótano! Pues yo cada vez estoy más nerviosa.

—Pero no vas a entrar sola, vas a llevar a dos buenos guardaespaldas (le indiqué).

—Sí, eso sí me tranquiliza —aceptó Alicia.

—¿Qué es lo que te tranquiliza? —Preguntó Paula que salía de la cocina y se dirigía a tomar asiento.

—Que los dos que vienen, lo hacen para pasarme ellos a curiosear el sótano, y el llevar esa compañía me da seguridad y me tranquiliza.

En ese instante aparecieron casi a la vez Miguel y Fidel, por lo que, poniéndome en pie, inicié las presentaciones.

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—Miguel, Fidel. Marisa, Alicia y Paula.

—Sentaos por favor —indicó Paula.

—Marisa (le dije), Miguel es el jefe de Manuel, el padre de Andrés.

—No soy el jefe de nadie —me corrigió Miguel— sino el responsable del Servicio de Información en el que trabaja Manuel.

—Bien, pero con “jefe” nos enteramos todos (le repliqué con desenfado).

—¡Qué ganas tenía de conocerte —le dijo Marisa a Miguel— Andrés me ha hablado mucho de toda la buena labor que estabas desarrollando.

—Y yo también sé de ti, y deseaba conocerte —le respondió Miguel—. Precisamente he traído aquí en el bolsillo la muestra que me acaba de traer Fidel desde Gog, de material biológico de unos animales humanoides de aspecto diablesco que están fabricando allí, con el fin de preguntarte si te podrías encargar tú de que fuera analizada y estudiada, con la intención de elaborar nosotros un arma microbiológica contra ellos.

—Es una muestra muy valiosa, nada fácil de conseguir —apuntó Fidel.

Marisa, que ya tenía el botecito con la muestra en sus manos, tomado de la de Miguel, aceptó resueltamente el encargo.

—Claro que lo haré, y de mil amores. Además hay muestra de sobra, así que sólo extraeré lo necesario para siempre tener seguro un remanente, o para pasárselo a Alicia cuando lo precise.

Y se guardó la especie de botecito en uno de los bolsillos de su mono.

Yo continué explicando quién era quién a los recién llegados.

—Alicia y Paula trabajan en el Ministerio de Desarrollo. Alicia es la que se ha ofrecido para pasar al sótano porque es quien sabría averiguar lo que se hace allí por el utillaje que vea. Y Paula es la que nos ha alertado sobre las actividades secretas que en él se desarrollan, y la que ha encontrado el plano tridimensional del lugar.

—Que no es un plano completo, pero yo creo que suficiente —puntualizó Paula.

—¿Y podríamos nosotros acceder a él con nuestras tablillas? —Preguntó Miguel.

—Sí, perfectamente. Os lo explico cómo.

Y se levantó Paula, colocándose entre ellos dos, con su tablilla en la mano, para mostrarles el modo.

Y mientras Paula instruía a Fidel y a Miguel, Marisa le dijo a Alicia:

—Cuando tú me digas te paso la muestra, porque los que vais a tener que desarrollar el arma defensiva vais a tener que ser vosotros.

—Ya, pero yo antes tengo que ir tocando palillos y convenciendo a la gente para que se prepare para ello y que esté dispuesta a investigar, aunque sea a escondidas, para ir adelantando tiempo. Y ya te imaginas que esa labor no se realiza en dos minutos.

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—Ya, ya; por eso no he dicho nada antes y he cogido la muestra alegremente, porque yo lo tengo más fácil que tú. Incluso lo puedo plantear como un juego a ver quién adivina lo que es, sin tener que dar de primeras más explicaciones.

—Me parece una buena idea. Quizás haga yo lo mismo. Si lo planteo como un ejercicio táctico de adiestramiento, puede que quizás funcione y la gente participe sin plantearse más cuestiones. Puedo incluso introducirlo como un juego que viene de tu ministerio, para así darle más empaque al asunto.

—¡Qué graciosa! Estaría bien.

El retorno de Paula a su asiento indicó el final de la tarea, por lo que Miguel planteó el siguiente paso.

—Bueno, pues si ya sabemos cómo movernos dentro de ese espacio, tenemos aquí a todas las personas que van a entrar a explorarlo, y es lo suficientemente tarde como para que allí sólo queden los que van a pasar toda la noche…, ¿por qué no nos vamos ahora mismo sin demorarlo más?

La propuesta nos dejó a todos con cara de sorpresa al pillarnos desprevenidos.

—Así, ya; ¡sin más! —Repuso Alicia.

—Para qué más —concluyó Miguel resueltamente.

—La verdad es que tienes razón (argüí). Para qué vais a esperar más. Da igual un día que otro, así que cuanto antes mejor.

—Y tú no digas vais, sino vamos; porque tienes que venir con nosotros —me indicó Miguel.

—¿Yo? ¿Y para qué? No tengo nada que aportar (repliqué).

—¡Cómo que no tienes nada que aportar! —Exclamó Miguel— Nosotros tenemos que estar todo el tiempo con Alicia, por si llegaran mal dadas salir pitando de allí, por lo que no podemos hacer otra cosa; mientras que tú disfrutas de autonomía para indagar por tu cuenta, facilitarnos el terreno y avisarnos de lo que fuera menester. Te necesitamos.

—Ah, vale. Visto así. Pero yo no sé ir donde vosotros vais a la par que vosotros (respondí).

—Claro que sí —me explicó Fidel—. Sólo tienes que salir un instante después que nosotros y buscarnos donde estemos los tres, igual que haces siempre que quieres encontrar a alguien. Y luego, para la vuelta, con retornar aquí a este momento, pues ya está todo listo.

—¡Qué fácil! No hay nada como saber de algo para solucionar todos los problemas. (Comenté divertido.)

—¿Y yo qué tengo que hacer? —Preguntó Alicia.

—Nada del otro mundo —siguió Fidel—. Ponte aquí, entre nosotros, y nos das una mano a uno y otra al otro, y listo; con eso es suficiente para que te podamos llevar.

Alicia efectuó lo indicado por Fidel, y, acto seguido, desaparecieron los tres de nuestra vista.

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—Pues ahora me toca a mí (anuncié). Volvemos en un instante independientemente de lo que allí nos demoremos.

Y desaparecí al realizar mi maniobra habitual para cambiar de lugar y de época.

El nuevo lugar era el recodo de un pasillo en el que podrían caber con holgura unas cuatro personas que lo ocuparan simultáneamente en su anchura. A lo largo del mismo, que se mantenía iluminado en toda su longitud, se distribuían las puertas a ambos lados, todas ellas cerradas. No se veía a nadie ni antes del recodo ni después, en lo que se podía atisbar hasta el recodo siguiente. Tampoco se oía ningún ruido, por lo que no nos atrevíamos a hablar. Ellos intentaron abrir la primera puerta que les venía a mano, pero se percataron de que estaba cerrada electrónicamente para que sólo las personas autorizadas pudieran tener acceso a su interior, lo que les produjo un pequeño desconcierto ya que no esperaban tanto secretismo también en el interior; estaba claro que aquella situación era algo nunca visto en la Ciudad.

Miguel me susurró:

—Me he proyectado dentro y he visto que no hay nadie. Vamos a pasar ahora a Alicia para que ella pueda verlo, y luego iremos recorriendo las habitaciones. Tú, mientras tanto, ve adelantándonos terreno, y curiosea si hay alguien que nos pueda sorprender. Nosotros nos iremos proyectando en el pasillo de vez en cuando para que no perdamos el contacto.

—De acuerdo (le respondí).

Ellos desaparecieron ante la puerta, y quedé solo en el pasillo. Oteé la porción de pasillo que precedía al recodo en el que me hallaba, y lo que alcancé a ver se mantenía tranquilo y en silencio, con todas las puertas cerradas; por lo que me aventuré a recorrer la otra porción de pasillo que proseguía hasta el siguiente recodo, que igualmente permanecía inalterado. A partir de este segundo recodo el pasillo se prolongaba recto en un largo trecho; pero a su mitad me pareció ver una puerta abierta y con el umbral no oscurecido, lo cual me hizo sospechar que allí pudiera haber alguien; no me imaginaba que nadie fuera a tener ese descuido dentro de un ambiente con tantas medidas de seguridad. Así que me acerqué sigilosamente, pegado al lado por donde había visto la puerta abierta, para poder escuchar desde más cerca, atento a desaparecer ante el más mínimo movimiento que pudiera descubrirme, para volver al recodo de partida. A medida que me aproximaba comencé a escuchar unas voces, una masculina y otra femenina, que dialogaban; pero no pude entender lo que decían hasta que no estuve muy cerca de la puerta.

—Pues haberla dejado. Si no quiere cenar, peor para ella —decía él.

—Pero es que me da pena de la pobre chica —le respondió ella.

—Con penas y lástimas sólo consigues que se revalga y haga lo que ella quiere.

—Pero ponte en su lugar. ¿Te gustaría tener a ti la vida que ella tiene?

—Desde luego que no. Pero como aquí he aprendido a oír, ver y callar; pues no quiero establecer ningún lazo emocional que me complique la vida.

—¿Y qué complicación le ves a insistirle para que coma y a escucharle para que se desahogue?

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—Pues toda. Eso es lo peor que puede hacer, porque luego ya no te va a resultar indiferente, con lo que estás violando las normas.

—Pero ¡qué normas tan inhumanas son esas!

—Las que nos han dado. El vínculo lo debe realizar con otra persona y no contigo ni con ninguno de nosotros.

—¡Menuda persona! Si la gente supiera…

—Haz como yo y no te plantees nada. Limítate a hacer tu trabajo y ya está.

—Al principio así lo hacía, pero ha sido el paso del tiempo y ver la evolución de todo lo que me ha ido llevando a cambiar de criterio.

—Pues no sé cómo te admitieron a trabajar en este proyecto, porque no deberías haber pasado el tes psicológico previo.

—Pues lo pasé, pero es que entonces mi planteamiento vital era muy diferente al de ahora, porque estaba pasando una crisis personal…

Ya no escuché más, porque me estaba entreteniendo demasiado intentando desentrañar una conversación que no sabía si tendría alguna relación con lo que por allí se gestaba, y debía informar a mis amigos sobre la presencia de personas en la planta.

Una vez sorteado el primer recodo y cuando ya me dirigía al segundo del que partí, de repente, una imagen corpórea pero intangible, algo así como lo que cuentan es un espíritu o un fantasma, surgió ante mí, dándome un susto morrocotudo. Enseguida me percaté de que se trataba de Fidel que se proyectaba en el pasillo para buscarme, y que se mondaba de risa viendo el susto que me había llevado. Le dije en voz baja:

—Con el estado de tensión que llevo, me vas a matar de un infarto.

—No lo pretendía, en serio —se disculpó mientras reprimía la risa.

—Hay al menos dos personas en una de las habitaciones de más adelante del pasillo.

—De acuerdo. Nosotros ya hemos revisado unas cuantas de aquí para atrás, porque, la verdad es que, Alicia, se da bastante prisa en identificar lo que en cada una se debe de estar realizando. Bueno, éstas que se encuentran entre los dos recodos, debe de hacer años que no se utilizan, y dice Alicia que eso concuerda con la colaboración que hizo el equipo de diseño biológico aquí, y suponemos que cuando se realizó la obra para ampliar uno de los lados del pasillo que dejó los dos recodos, es cuando se dejaron de utilizar; por eso se empequeñecieron y ya no se adecentaron por dentro, pero los materiales aún se guardan en ellas. El resto de lo que llevamos visto parece estar dedicado a la embriología humana y manipulaciones celulares. Bueno, te dejo. ¿Tú dónde vas a ir ahora?

—Me voy a acercar al otro extremo del pasillo para ver qué hay.

—Vale. Nosotros, cuando acabemos este lado, saltaremos al otro para mirar todo el pasillo hasta el recodo.

Y con estas palabras desapareció la proyección espectral de Fidel, volviendo a quedar yo solo en el pasillo; así que retomé mi camino para llevar a

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cabo lo que había anunciado a Fidel. En todo lo que me restó de pasillo no aprecié ni un movimiento ni un ruido, hasta que llegué al extremo del mismo, que terminaba en un pequeño vestíbulo al que abocaba la escalera y el elevador, elevador abierto y sin cables ni engranajes, que, como todo aquí, utilizaba ondas antigravitatorias, por eso no los llamaban ascensores como en mi época. Pues a través de sus huecos llegaba una música del piso superior, que supuse se trataría del equivalente a la radio que, quien o quienes vigilaban el acceso al sótano, utilizaban para amenizarse la noche. No me quise adentrar en el vestíbulo no fuera que allí ya existiera el sistema de vigilancia electrónica que conservaban en el control de entrada, según nos había contado Paula, y por una tontería nos fueran a detectar.

Entonces decidí que yo también podía utilizar el mismo método que mis amigos para entrar en una de las habitaciones cerradas y ver qué había, y, aunque yo no entendiera, por lo menos sabría cómo era por dentro aquello que tan celosamente guardaban. Y así lo hice con la primera que me pareció del extremo del pasillo en el que me hallaba. Me hice a la idea de estar dentro, una vez situado en la puerta de mi fantasía, y di el paso.

Pero me encontré donde no sabía y en plena oscuridad, lo que me hizo arrepentirme de tal atrevimiento, yo que no soy nada aventurero, y me replanteé volver adonde estaba; pero en ese momento se me ocurrió que quizá sólo tenía que dar la luz tocándome la plaquita de mi mono como ya había visto hacer… Y… funcionó. Pero funcionó de pura suerte, porque seguramente allí no había ventana o algo con lo que interactuar antes que con la luz del techo, que si no…

—Por fin pude ver dónde me encontraba. Una amplia habitación jalonada de anchos mostradores en todo su derredor, con taburetes de mostrador para varias personas, y una gran mesa central rodeada de sillas. Sobre el mostrador se hallaban aparatos diversos que no sabría definir, algo así como los ordenadores de mi tiempo pero de diferentes formas, por lo que deduje tendrían funciones diferentes. Por encima y por debajo del mostrador había armarios. Y sobre la mesa, enfrente de cada silla, una tablilla de las grandes; y había tantas tablillas como aparatos por lo que inferí que cada aparato, taburete, silla y tablilla debían corresponder a una misma persona que los utilizaba; y que, todas ellas, trabajaban juntas, porque lo hacían coordinadamente en colaboración, formando un equipo. Pero mis capacidades deductivas no daban para más, así que decidí volverme al pasillo de donde venía. Atiné a apagar la luz, y deshice el camino que me había conducido hasta allí.

Una vez de nuevo en el pasillo, volví a dirigirme tranquilamente al recodo donde nos aparecimos. Ya se me había curado mi curiosidad, puesto que había resultado completamente inútil mi gesto, al confirmar el dicho que afirma que quien no sabe es como el que no ve. Yo seguiría vigilando por el pasillo.

Pero cuando llegué al recodo pensé: Este recodo es el resultado de una ampliación posterior de esta zona. Y si tuvieron que ampliarla, una vez concluida una fase del proyecto, es porque cambiarían las condiciones del mismo y se tuvieron que adaptar a ellas. Por lo que dicen, todo apunta a un proyecto biológico… ¿Y si obtuvieron lo que pretendían, y no les quedó más remedio que realizar la obra para albergarlo en este lugar? Me acordaba de lo descubierto por Alicia sobre el apunte de pañales para bebé, y se me ocurrió

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asociarlo con la conversación que había escuchado un rato antes en la que la mujer le decía al hombre: «Pero es que me da pena de la pobre chica». ¿Sería eso lo que ocultaban ahí? ¿Sería ésa la que no quería cenar y con la que no había que comprometerse emocionalmente?

Aunque no me gustara nada el riesgo ni la aventura tenía que comprobarlo. Busqué una puerta que diera acceso a la ampliación marcada por los recodos, y di el salto a su interior como lo acababa de hacer en la ocasión anterior.

Dentro la oscuridad reinaba igualmente, pero ahora, con más tranquilidad, probé con mi plaquita… y la luz se hizo. La estancia en este caso me impresionaba como una sala de estar o una sala de visitas de ambiente muy confortable, que más me recordaba a mi época que a la sobriedad del estilo que yo había visto en la Ciudad. Una puerta cerrada aparecía en la pared de enfrente, como único acceso distinto al procedente del pasillo, por lo que yo también intenté superarla, pero, esta vez, pretendí hacerlo como todo el mundo. Pero… también las puertas interiores estaban cerradas electrónicamente en aquel lugar. No me quedó otra opción que, tras apagar la luz, saltar aquella puerta a mi modo.

Un salón como el de las casas que conocía, pero en esta ocasión iluminado, me recibió al otro lado. Cuatro puertas, una en cada pared, abocaban al mismo, aunque sólo estaba abierta la de la pared de enfrente a donde yo me encontraba. No se oía nada, pero tras la puerta abierta se veía luz, y hacia ella me dirigí, asomándome con sigilo.

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Una muchacha joven, vestida no con un mono sino con una túnica talar, parecía reflexionar, sentada en el suelo, con su espalda apoyada en la pared y sus ojos cerrados. La cama ya se encontraba extendida. El resto de la habitación no se diferenciaba en nada de lo que yo conocía de las habitaciones personales de la Ciudad, salvo que no tenía ninguna imagen religiosa en la pared. La jovencita abrió los ojos para mirarme fijamente, y éstos iluminaron su cara manifestando con ello una belleza singular. Me dijo:

—¡A ti no te conozco! El caso es que me resultas familiar… ¿Eres nuevo?

—No soy nuevo ni antiguo, porque yo no trabajo aquí; sólo he venido a curiosear y me he encontrado inesperadamente contigo.

—¿Y te han dejado pasar?

—No. Me he colado sin que lo supieran.

—¿Pero cómo has podido entra aquí si están todas las puertas cerradas herméticamente para evitar que entre ningún curioso o que yo pueda salir?

—Es que yo puedo burlar eso, y aparecerme saltándome las paredes.

—¿Y eso?

Como el tema le resultó curioso y se interesó por él, se levantó del suelo para aproximarse a mí.

—Pues ése es un asunto un poco difícil de explicar (le repliqué).

—Yo tengo tiempo para escuchar. Si tú tienes algo de tiempo para dedicarme, podemos charlar un rato, si te parece.

—Claro que sí.

—Pues entonces pásate una de las sillas de fuera aquí, por si a alguien se le ocurre entrar, que no te vean de primeras.

—De acuerdo.

Y así lo hice. Me coloqué de forma que si entraban en la habitación no me vieran salvo que se girasen, mientras ella se colocaba en su silla de manera que si entraba alguien en la sala no le pillara desprevenida. Pero no había acabado de acomodarse cuando ya me dijo:

—Bueno, venga, ¿explícame cómo lo haces?

—Yo me imagino el sitio al que quiero ir, la persona a la que quiero ver y el momento en el que me quiero aparecer, entro en mi fantasía y ya está; pero no sé si esa es la forma normal que emplean otras personas, creo que es parecida pero no es igual.

—¿Y yo podría hacer lo mismo?

—Pues no lo sé, porque no todo el que quiere, puede. Creo que eso requiere unas cualidades y un adiestramiento previo. ¿A ti te gustaría salir de aquí?

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—No me gustaría, ¡me encantaría! Date cuenta, que yo no he salido de aquí en mi vida.

—¿Y cómo es eso?

—¿Pero verdaderamente no sabes nada de mí?

—Pues no. Ya te he dicho que yo he venido a curiosear para saber por qué en este lugar se guardaba tanto secreto, cuando en le resto de la Ciudad nada se oculta porque no hay nada malo que esconder.

—O sea, que fuera de aquí también manejan la información como hacen conmigo.

—Me creo que mucho menos de lo que harán contigo. Porque fuera no es fácil controlar toda la información, mientras que aquí, a una persona aislada, es facilísimo.

—Ya me lo imaginaba. Porque se piensan que soy tonta y que no me entero de muchas cosas y me creo a pies juntillas todo lo que me dicen, pero observo sus fallos, sus incoherencias y sus equivocaciones y despistes, que me hacen descubrir muchas de las cosas que me ocultan o en las que me engañan, y claro, eso, al final, te lleva a no fiarte de primeras de casi nada.

—¿Por qué no me cuentas lo que sepas de tu historia?

—Aunque me han hecho creer que mi forma de nacer es una cosa normal, yo me he dado cuenta de que eso, realmente, es una mentira, por que luego, en todo lo que me explican de la vida del mundo nada hay semejante. Porque yo nací aquí. Bueno, lo de nacer es una manera de hablar, porque a mí me concibieron experimentalmente con material genético y biológico de síntesis, no tomado de personas concretas. Es decir, yo no tengo ni madre ni padre, aunque se empeñen en hacerme creer que mi padre se llama Ángel, y que es el Mayordomo de la Ciudad que viene de vez en cuando a visitarme. Pero yo veo que me fuerzan a crear unos lazos afectivos con él que me parecen totalmente artificiales. Pues, como decía, me concibieron artificialmente, y me desarrollé como embrión y feto en lo que llaman un útero artificial, en el que controlaban todo el proceso al milímetro. Y cuando me sacaron del útero artificial, pues ése fue mi día de nacimiento, y de eso hace quince años recién cumplidos. Desde entonces me han estado cuidando y educando como deben hacerlo con los huérfanos pero fuera de una familia y sin contacto con otros niños. Eso sí, proporcionándome mucha información educativa pero sin ninguna experiencia, y procurando que desarrollase todas esas capacidades especiales que dicen que tengo, al ser una persona de diseño y sin defectos. Persona que, sin embargo, no tiene nombre, o, por lo menos, un nombre normal, si se interpreta el “oye” o el “oye tú” como un nombre; porque es así como me llaman.

—Pero… ¿qué razones te han dado para hacer eso contigo y tratarte de esa manera?

—Dicen que, aparte de haberme concebido sin defectos y con toda suerte de perfecciones, me han hecho de tal manera que en mi cuerpo está resumida, como reconcentrada, toda la naturaleza exterior, de forma que yo puedo, al controlarme yo, controlar el mundo, que será como la exposición exterior de mí misma; pero para lograr eso aún tengo que aprender.

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—Ya empiezo a entender la jugada y me empiezan a cuadrar ciertas cosas. Han pretendido hacer de ti el símbolo de la Creación, la personificación de la Creación de Dios.

—¿La Creación de Dios? ¿Tú me podrías hablar de Dios?

—Claro. ¿Pero es que no te han hablado de Dios?

—No, ellos no. Y sé que tienen orden de no hacerlo y evitar todo tipo de referencia a Él. Pero aunque la gente que se relaciona conmigo está preparada para eludir cualquier mención suya en mi presencia, inconscientemente se les escapa, o yo lo oigo cuando hablan entre ellos, o veo lo nerviosos que se ponen cuando pregunto. El caso es que yo misma he llegado a mis propias conclusiones, porque toda la información a la que puedo acceder está enfocada de un modo tal, que evita su mención; y a veces está tan retorcida para lograrlo, que cae en el ridículo. La misma inteligencia con la que me han dotado me hace percatarme de ello y de cómo tratan de manipular dicha información. Por eso he llegado a la conclusión de que Dios existe, lo que me parece del todo evidente, y de que es un Dios personal con el que me puedo comunicar. Así que muchas veces cierro los ojos y me pongo a hablar con Él, y aunque parece que no me contesta, tengo la sensación como si lo hiciera de otra manera a como a mí me parece que lo hago con Él. Curiosamente, justo cuando tú has llegado, le estaba pidiendo que me ayudara a entender, y a salir de aquí a un mundo más verdadero que el pequeño y asfixiante que me rodea.

—Pues yo, a eso, puedo responderte dos cosas: La primera que ese camino que has emprendido por tu cuenta para relacionarte con Dios se llama oración, y es el más eficaz e instructivo sobre Él porque te proporciona experiencia, y eso no lo da ninguna información que te pueda suministrar nadie sobre Dios; verás que en esa experiencia radica todos el conocimiento que sobre las cosas creadas puedas tener, porque en Él tienen éstas todo su fundamento. Y la segunda es que no he venido a curiosear solo, sino con unos amigos; y ellos son los que te pueden sacar de aquí por el mismo sistema con el que yo he entrado. Incluso creo que yo mismo, a pesar de mi inexperiencia, podría realizarlo.

—¡Es maravilloso! ¡Dios me ha escuchado y os ha enviado a mí!

Sin poder contener la alegría, se había puesto en pie y saltaba con los brazos extendidos, elevando el tono de voz, por lo que le tuve que advertir:

—¡Cuidado! ¡Baja el tono! ¡Que te pueden oír!

—No creo, no sería la primera vez que voceo. Pero si vinieran les digo que me estaba desahogando como las otras veces, y asunto resuelto.

—Oye, una pregunta. ¡Vaya, ya te he llamado con esa palabra!, disculpa.

—No te preocupes. Estoy acostumbrada.

—¿Cómo es que el mayordomo te visita con frecuencia? ¿Qué pretende?

—Te voy a decir lo que yo creo, pero entresacado de lo que ellos me dicen: Él viene a verme porque dice que es mi padre, que aunque no tengo madre, él es como si fuera las dos cosas, porque todo ha sido hecho bajo sus órdenes y él es quien me ha creado, pero creado de un forma absoluta; vamos, para que lo entiendas, aunque él me lo dice con palabras engañosas: él, para mí, es como si fuera Dios, y un Dios afectuoso al que puedo llamar padre, y al que debo

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devoción y obediencia ciega. Eso, que ahora te lo digo así, como el que no quiere la cosa, me ha costado un triunfo poderlo concretar en palabras, y es una conclusión a la que he llegado hace poco a medida que he ido creciendo y aprendiendo a volcar los sentimientos en palabras. Y te dirás que cómo he podido analizar los sentimientos tan fríamente, porque lo normal es que hubiera establecido un vínculo afectivo con él, como todo el mundo pretendía y favorecía, y más siendo una niña sin ninguna defensa ante eso por falta de maduración: Pues porque siempre ha habido algo en mí que me ha prevenido contra ello. Yo no sabría expresarlo, pero debía leer interiormente en las incoherencias, en un interés que no sabía a qué se debía pero que lo notaba, y en el contraste con el desapego de todos los demás que me trataban, que me hacían dudar también del único que parecía mostrarme afecto, poniéndolo más en observación; porque si tanto era lo que me quería… ¿cómo es que no me sacaba de aquí y lo consentía todo? En fin, que ahora he aprendido a quejarme, pero antes, que no sabía, me lo tragaba todo sin poder digerirlo.

—Pero me imagino que esa falta de docilidad interna, por mucho que hayas tratado de disimularla, ellos la habrán notado, y eso te habrá acarreado muchísimos problemas.

—¡Ni te cuento! Ellos esperaban que yo fuese un pobre corderito indefenso que fuera cumpliendo, paso a paso, todas sus expectativas, rindiéndome a su voluntad sin cuestionarme nada. Pero cuando comprobaban que aquello no era así, quedaban desconcertados. Yo sé, aunque no me lo hayan dicho directamente, que se preguntaban extrañados que qué había fallado en sus planes infalibles sobre el diseño de mi carácter. Incluso pensaban si pudiera haber sucedido algún error que pasase desapercibido en el momento de mi elaboración.

(Cuando escuché aquellas palabras, un estremecimiento ocurrió en mi interior, como si algo resonara en él que me hacía aguzar la atención y me implicaba en lo que escuchaba. Entendí que era una circunstancia similar a la que le ocurrió a Juan con la hoja suelta intercalada en el libro que consulté en San Bladimiro, pero ahora como si yo dedujese que, en este caso, era yo el que tenía que intervenir en ese pasado que ella me refería con el fin de propiciar su libre albedrío y su independencia como ser personal.)

Ella prosiguió, ajena a mis pensamientos:

—Pero creo que lo han buscado y no lo han encontrado. El caso es que esta circunstancia les obligó a replantearse su programa conmigo, pero los sucesivos reajustes tampoco les han funcionado como ellos esperaban, y por eso sigo aquí encerrada, ya que no tienen seguridad de que, si me sacan, vaya a mantenerme sumisa a sus caprichos. Y eso que yo también he aprendido a jugar con ellos como lo hacen conmigo, y a veces no saben a qué atenerse porque consigo confundirles. Creo que aún no saben si realmente me he creído todas las mentiras que me han contado metidas entre verdades, y mientras no se cercioren de mi credulidad me mantendrán aquí.

—¿Te haces idea de que si no consiguen lo que buscan, lo mismo que te han hecho… pueden prescindir de ti?

—No sólo me hago a la idea, sino que ya me lo han insinuado muy astutamente alguna vez para que me aplique el cuento. Yo sé, porque me entero más de lo que ellos se piensan, que pretenden que yo controle

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perfectamente mi cuerpo para que, a su través, controle toda la naturaleza exterior, y así, quien me controle a mí, puede hacerlo a mi través con todo lo exterior; y sé que de ahí viene toda la zalamería que Ángel se trae a veces conmigo, y su insistencia en que le llame papá. Pero ésa es justamente la prueba de que no soy su hija, porque, si lo fuera, él también podría realizar las cosas que él pretende obtener de mí, porque yo las habría heredado de él. Sin embargo, como no puede, me necesita para utilizarme y no porque me quiera.

—Realmente te veo muy madura para la edad que tienes.

—Dicen que es el sufrimiento el que te hace madurar.

—Sí, y me creo que de eso sabes tú mucho. Pero déjame que te corrija en una cosa: Dices que él no puede cambiar el mundo cambiándose él, pero yo te digo que eso no es cierto, porque esa capacidad la tenemos todos ya que es propia de la misma naturaleza; otra cosa es cómo controlarlo para que sea exactamente como uno quiere; pero, que el mal genera mal en todo lo creado, y que el bien genera bien en todo lo creado, es una cosa sabida desde hace siglos. Tu padre de pega ya sabe que hace mal y que su mal se extiende por todo lo creado como una onda en una laguna, lo que él pretende es anular con seguridad a quien se le opone y genera ondas de bien, impidiéndole con ellas que él sea el dueño de todo. Sin embargo, es tu padre de verdad, Dios, el que no te necesita para nada pero te quiere, quien te ofrece su voluntad de bien para que, a través de ella, reconozcas verdaderamente de quien eres hija, y seas, con Él, dueña de todo en el servicio a todo. Unos padres muy diferentes que te brindan la oportunidad de elegir y demostrar tu realidad de hija; oportunidad que, por lo que veo, tú ya has aprovechado aunque no sepas poner nombre a esa elección.

—¿Tú crees que ya he elegido?

—Estoy convencido. Sólo hay que ver cómo lo cuentas para saber que has elegido a Dios. Si hubieses optado por lo más fácil no estarías todavía aquí como tú misma has dicho.

—¿Y si hubiera elegido por ser yo misma y no por uno o por otro?

—Pero es que optar por ser tú misma es optar por Dios, porque sólo en Dios se puede ser uno mismo; cualquier otra opción es una enajenación.

—Me encanta hablar contigo. Nunca antes había tenido una conversación así con nadie.

—Tampoco te habían hablado de Dios nunca, ¿no?

—Eso es verdad. Porque siempre me han respondido con evasivas.

—Oye, me he quedado pensando… ¡Vaya, otra vez he empleado la dichosa palabra!

—Ya te he dicho que no te preocupes, que a mí no me importa en absoluto.

—Bueno, pues me he quedado pensando en algo que has dicho antes sobre cuando te concibieron aquí, y me gustaría saber más sobre ello. ¿Me podrías contar algo más?

—Más que contarte, podría enseñarte imágenes que me han dejado ver y que tengo guardadas en mi tablón, y digo tablón porque yo llamo así a esa especie de tablilla gorda que ves sobre la mesa.

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Ella se levantó para mostrarme de lo que hablaba, que, efectivamente, era una tablilla bastante gruesa y más grande de lo habitual que tenía sobre su mesa de estudio. Yo también me levanté y acerqué mi silla adonde ella había colocado la suya para poder observar dicho “tablón”. Ella siguió explicándome:

—Me han dicho que este aparato es tan grueso porque, como no tiene conexión con nada exterior, todo tiene que estar almacenado aquí. Ya ves, aquí está todo el mundo que ellos quieren que conozca.

Entonces me di cuenta de que estábamos de espaldas a la puerta y que no veríamos si alguien entraba, y le dije:

—De espaldas a la puerta nos pueden sorprender, ¿no sería mejor, quizá, que apagaras la luz de fuera y así, si la encienden, sabríamos que alguien viene?

—Es que esa luz está siempre encendida porque yo me empeñé, les pondría sobre aviso si la encontraran apagada. Es que me gusta que haya algo de luz fuera de mi cuarto, me hago la ilusión de que es una ventana abierta al mundo. Ten en cuenta que yo no he visto una ventana real en mi vida, y todo lo que conozco es a través de este aparato.

—Vaya, bien que lo siento.

—Pero no suelen venir ya a estas horas, ya no me controlan tanto como cuando era más pequeña, y me dejan acostarme cuando yo quiero.

—Eso espero.

Ella trasteó en su “tablón” hasta que encontró las imágenes que quería mostrarme. Así pude contemplar cómo era el sótano antes de la reforma: Un pasillo recto que atravesaba el sótano de parte a parte con sus puertas a ambos lados. Tras una de ellas, que calculé situada en la primera mitad del pasillo, cerca del punto medio del mismo, estaba la sala donde se había llevado a cabo el acontecimiento. Yo buscaba tubos de ensayo, probetas o matraces, utensilios propios de los laboratorios de mi época, pero allí no había nada de eso, ni nada que me resultara familiar. Eso sí, uno de los aparatos debía de ser un tipo de microscopio, porque, a través de él pudimos ver lo que ocurría en su seno, y observar cómo una célula, en la que, por no sé que arte se transparentaba el interior y parecía como si navegásemos en tres dimensiones por ella, era atravesada por algo punzante que depositaba en su entraña un pequeño contenido. De todo esto deduje que estaba viendo una fertilización in vitro. Y así se sucedieron las imágenes normales de un desarrollo embriológico, pero muy abreviadas para poder resumir en apenas unos minutos toda esa etapa.

Yo quedé decepcionado, porque, aunque ya conocía el proceso habitual, esperaba poder detectar en las imágenes algo que me diera pistas sobre aquella actuación que yo había intuido debía realizar en ese pasado. Pero no encontré nada, así que decidí dar por terminada la visualización.

—Bien, creo que ya he visto lo que necesitaba ver, y no me puedo demorar más aquí sin buscar a mis amigos para que sepan de tu existencia; porque seguro que se han preocupado al estar tanto rato sin saber de mí.

—¡Pero vuelve, por favor! Ahora que me has encontrado no me vayas a dejar aquí.

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—No, no te preocupes; pero es más importante que ellos te vean con sus propios ojos y que sepan dónde está tu habitación, que yo se lo cuente con palabras. Sólo voy a traerlos. Voy a desaparecer delante de ti, y dentro de un poco volveré a aparecer aquí para que ellos me sigan. Quédate tranquila.

—De acuerdo.

Me volví a mi interior, poniéndome en situación de búsqueda de mis tres amigos, para poder encontrarlos en la habitación donde se hallaran en ese momento.

Y allí estaban. Alicia mirando dentro de uno de los armarios, y Miguel y Fidel observando el panorama de la habitación mientras esperaban a que Alicia acabase.

La sala, más que una dedicada a laboratorio, impresionaba de salón de reuniones.

Pero no había hecho más que aparecer cuando ya había sido detectado por Fidel y Miguel. Fidel me dijo de inmediato:

—Menos mal que apareces. ¿Pero dónde estabas? Ya estábamos preocupados porque no te localizábamos por ningún sitio.

—Nos temíamos que te hubieran apresado —añadió Miguel.

—Es que he encontrado lo que buscábamos. Ya no es necesario, Alicia, que busques más porque ahora mismo os voy a presentar al objeto de todo esto.

—Es una o unas personas, lo sé. Un ser humano de diseño —aseguró Alicia.

—Efectivamente. Tienes razón (le confirmé). Es una jovencita de quince años. Para que veáis que todos los periodos de tiempo que suponíamos coinciden.

—Hablad bajo —nos indicó Miguel—, porque la sala de aquí al lado está iluminada, aunque en una vista rapidísima la he apreciado vacía.

—Pues justo ahí es adonde vamos, porque a esa sala aboca el cuarto en el que ella está y nos espera, ya que está deseando que la saquen de aquí. Me voy yo primero y me seguís vosotros inmediatamente.

Y así lo hice. La joven estaba sentada donde la dejé, pero vuelta hacia la puerta de su habitación, justo mirando hacia donde yo me aparecí. Avancé dos pasos hacia ella mientras le decía:

—Ya vienen conmigo.

Al momento se aparecieron Fidel, Alicia y Miguel, cogidos de la mano, la manera adecuada para transportar a Alicia.

Como no me quise perder la oportunidad de observar sus caras en el momento del encuentro, yo me había girado para poder contemplar la escena. Fue un momento curioso cargado de miradas expectantes y escrutadoras. Pasado el primer instante, yo los presenté a la joven.

—Mira, estos son mis amigos, Fidel, Alicia, y Miguel, a los que me gustaría les repitieras, si no te importa, lo que a mí me has contado sobre tu vida;

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porque ellos te pueden ayudar más y mejor que yo. Y mientras que vosotros habláis, yo me voy a ir a mirar algo que quiero comprobar.

Así, cuando ellos ya se habían acomodado en sus respectivas sillas, que yo mismo me encargué de acercar desde el salón adyacente, y se enfrascaban en la conversación, aproveché para desaparecer. Ése era un buen momento para retornar a mi época y ponerme a escribir las experiencias desde mi última visita al despacho de Miguel, que eran muchas y muy ricas.

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Antes de regresar a la habitación donde había dejado a mis amigos, quería pasarme por el tiempo en el que había sido concebida la joven, porque sentía que algo tenía que hacer yo allí, pero el problema fundamental consistía en que no sabía el qué. Resultaba un absurdo el presentarme en un momento y un lugar en el que, como se dice popularmente, a mí no se me había perdido nada. Sólo percibía aquel impulso interior que se había mantenido presente desde que la joven mencionara aquel posible error en lo que ella misma llamó “su elaboración”. Un error que, si ellos mismos no sabían en qué consistía, yo no iba a ser más listo; habida cuenta de que no tenía ni idea de todos aquellos procedimientos en los que me encontraba perdido. Pero como aquel impulso no me resultaba extraño, ya que, en mi propia época, lo había percibido en algunas ocasiones, con óptimos resultados al dejarme conducir por él, encontrando tras él la discreta mano de Dios; pues no podía minusvalorar ahora toda esa rica experiencia acumulada porque, en esta ocasión, el despiste fuera mucho mayor. Porque ahora iba mucho más a ciegas en un medio que no controlaba, lo que convertía el propósito en mucho más disparatado.

Estuve remoloneando antes de emprender mi regreso a las postrimerías de la historia, planteándome el ignorar este impulso; pero al final no pude resistirme, y decidí, al menos, curiosear un poquito por los alrededores de aquel día que yo había visto en las imágenes mostradas por la joven. Sólo era curiosear y ya está, y si no encontraba nada que yo pudiera hacer o evitar, me volvía adonde había venido sin preocuparme por más.

Así, me coloqué en la puerta de mi fantasía con el firme propósito de salir de allí si transcurrido un rato no sabía qué hacer. «Mira que si me atrapan ahora por una tontería como esta, y mis amigos sin saber nada», pensé antes de atreverme a dar el paso para cruzar la puerta. Tenía que ser especialmente prudente para evitarlo. Me aparecería en la noche previa al acontecimiento y buscaría la sala que había visto en las imágenes, pero en lugar de aparecerme en el pasillo, lo haría en aquella otra sala de su principio en la que entré a curiosear, ya que era la única en la que había estado no afectada por la reforma. Y por fin me decidí a dar el paso.

Volví a encontrarme con la oscuridad, pero esta vez con más sosiego, dada la experiencia de lo ya vivido. Encendí la luz como en la ocasión anterior, y comprobé que todo guardaba un aspecto bastante semejante a como lo había visto quince años después. Eso sí, ahora los mostradores no estaban tan libres de cosas entre los aparatos como en mi anterior visita, y se notaba un mayor desorden.

Mi siguiente paso consistía ahora en salir al pasillo y buscar la sala que había visto en las imágenes. Pegué el oído a la puerta, no fuera que hubiera alguien cerca y me viera. Tenía que estar alerto para desaparecer antes de que me descubrieran. No oía ningún ruido. Y me decidí a dar el salto al pasillo.

Efectivamente, no había nadie en todo el largo del pasillo, que, ahora, al ser completamente recto, resultaba mucho más descarado y hacía imposible

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esconderse en ningún sitio. Cualquiera te podía ver desde la otra punta aunque no supiera adivinar quién eres. Me acerqué hasta el vestíbulo próximo de donde arrancaban las escaleras, pero esta vez no se apreciaba música aunque sí adivinaba las voces de dos personas que dialogaban. Al menos dos vigilantes había seguro. Tenía que estar atento no me fueran a sorprender por la espalda. Y me encaminé hacia la parte central de dicho pasillo.

Había avanzado ya un trecho, cuando observé que, en el punto hacia el que me dirigía, dos puertas contiguas permanecían abiertas, y me dije: «Aquí hay alguien». Fue pensarlo y escuchar unas voces que de pronto se aclaraban al salir al pasillo. Desaparecí de inmediato para volver a la sala de la que había partido.

Definitivamente aquel no era el día para andar por allí. Apagué la luz para ya dejarlo todo como lo había encontrado antes de abandonar mi intento, cuando se me ocurrió que quizá la noche anterior a ésta no hubiera nadie, puesto que no tendrían programado ningún acontecimiento singular para el día siguiente; y decidí probar suerte, por lo que mi salto al pasillo ya se produjo a esa noche anterior a la que estaba.

En el pasillo no se apreciaba en nada el salto dado, así que volví a acercarme al inicio del vestíbulo por si escuchaba las lejanas voces de los vigilantes en el piso de arriba, pero ahora ya no se oía nada. Otra vez recorrí el camino hacia la parte central del pasillo, con especial atención hacia las puertas que había visto abiertas, pero que ahora permanecían cerradas. Lo cual no significaba que no hubiera nadie dentro, pero que aumentaba las posibilidades de que así fuera.

Llegué ante la primera que el día previo, o mejor dicho, que en la ocasión previa había visto abierta, y la salté dispuesto a esfumarme si me encontraba con alguien dentro. Pero la oscuridad interior confirmó mi primera suposición.

Encendí la luz e intenté identificar la sala con lo que yo había visto, pero aquella no era la sala. La existencia de un aparato parecido al de las imágenes me confundía. Comprobé los distintos ángulos de visión para intentar superponerlos con lo que yo había visto, pero… no, definitivamente aquella no era la sala.

Como no estaba muy seguro en dónde iba a aterrizar si saltaba directamente a la sala contigua, opté por repetir los pasos que había dado para entrar. Apagué la luz, salté al pasillo, me coloqué ante la puerta siguiente, la salté y encendí la luz con la plaquita de mi mono. ¡Ésta sí era la sala que buscaba! Aun así, me cercioré de ello.

Me acerqué al aparato en cuestión y le estuve mirando con detenimiento, pero como yo no entendía nada, aunque me hubieran puesto un burro delante, a mí me hubiera parecido igual. ¡Qué situación más ridícula!

Miré la habitación toda en derredor, intentando atisbar más allá de su apariencia, como escrutando su contenido, y me fijé en un medio armario con tres puertas que se hallaba bajo el mostrador junto a la puerta, en la pared de enfrente a la que estaba situado el aparato. Y pensé: «Y si pudiera esconderme dentro de ese armario podría escuchar lo que hablaran esas personas que casi vi en la ocasión anterior, y así enterarme de algo». Con lo que me acerqué hasta ese medio armario y abrí sus tres puertas que no tenían ninguna cerradura.

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Observé que no estaban llenos de cosas y que podía vaciar uno de los espacios, distribuyendo su contenido entre los otros dos. Vi que lo que se encontraba en el central estaba menos marcado por el uso que lo demás, por lo que deduje que su utilización sería menor, y que sería muy mala suerte que lo fueran a necesitar justamente en un solo día; así que lo saqué y lo coloqué detrás de lo que ocupaba los otros dos, dejando el espacio central completamente vacío.

Ahora venía lo más delicado: Probar si yo cabía en ese hueco y podía permanecer allí un largo rato.

Cerré las puertas de los extremos del armario, me senté en el cuerpo central del mismo, y encogí las rodillas hasta casi pegarlas al pecho, y de esta guisa, inclinando un poco la cabeza, me deslicé hacia el interior. No era una postura muy cómoda que dijéramos, pero podía respirar. Probé con el brazo que me quedaba más fuera a cerrar la puerta, y lo logré. Empujé levemente la puerta para averiguar qué acertaba a ver por la rendija, y justamente la línea de visión incidía en el aparato. Si no tenía que permanecer allí mucho rato, podía aguantar perfectamente, en caso contrario no sabía si me iba a poder enderezar. Ahora sólo me quedaba confiar en que ese espacio no lo ocuparan al día siguiente con ningún objeto que impidiera que yo volviera a ocuparlo. Probé a maniobrar para apagar la luz en esa postura, y lo conseguí. Y en tal situación di el salto a la noche siguiente.

Parecía no haber pasado nada, lo cual significaba que, sino me había equivocado, aquel armario no lo habían abierto para nada. Empujé un poquito la puerta, y comprobé que había luz, y como yo me había asegurado de haberla dejado apagada, deduje que había acertado en el salto. Pero yo no escuchaba nada, ni por la rendijita veía moverse nada ni pasar a nadie. No me atrevía a abrir algo más la puerta, no fuera que una persona que trabajara sola y en silencio descubriera mi presencia y toda aquella historia no sirviera para nada. Pero como el tiempo pasaba, y seguía sin oír nada, me atreví a ir abriendo lentamente más la puerta para aumentar mi ángulo de visión. Todo seguía inamovible. Ya pensaba que había estado perdiendo el tiempo con hacer aquello, cuando me pareció oír unas voces que conversaban, y que subiendo el tono de voz me permitieron entender lo que decían, porque, además, se notaba se aproximaban por el pasillo.

—¡Huy!

—¿Qué pasa? —Preguntó una voz femenina.

—Te aseguro que me ha parecido ver a una persona que venía por el pasillo —le respondió otra, también femenina, que debió de ser la que emitió la exclamación.

—Pues no hay nadie —replicó la primera.

—Ya, ya lo veo; pero juraría que he visto a una persona con mono marrón por un instante —adujo la primera.

Pensé: «Ése del mono marrón era yo. O sea, que me llegó a ver.»

—Será fruto de tu tensión nerviosa —infirió la primera—. Con el estrés al que estamos sometidas no te extrañe. Tanta vigilancia, tanta presión, tanta seguridad… A mí ya no me extraña nada. ¡Que nos tengamos que quedar por la

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noche para que el señor Don Ángel se salga con su capricho de que quiere que la fecundación sea mañana! ¡Vamos!

Una voz masculina intervino en la conversación:

—Y ya ha dicho que no quiere más fallos, que seis intentos fallidos son demasiados, y que él quiere resultados y no buenas palabras, que, si no, rodarán cabezas.

—Pues no será que no hacemos todo lo que está en nuestras manos —repuso la segunda voz de mujer, mientras entraba ya en la sala.

—Pero ya sabes que él todo lo quiere perfecto y enseguida —apuntó la primera mujer—. ¡Menudo mayordomo nos hemos echado! Si la gente supiera…

—Cuidado con la lengua, que aquí las paredes oyen —sentenció el varón.

Y yo pensé: «Y los armarios… tú no sabes», a la vez que me reía por dentro.

—Si tú no lo cuentas, no tiene por qué pasar nada —replicó ella.

—Venga, colócalo tú en su sitio que, al fin y al cabo, es trabajo tuyo —pareció dirigirse al hombre la segunda mujer.

Yo, que miraba por la rendijita, veía a los tres, entorno al aparato, y, al que parecía el hombre, introducir en él algo que llevaba en sus manos; lo que me confirmó su voz de inmediato.

—Pero mi trabajo es la culminación de un montón de otros antes que el mío. Yo sólo me he limitado a revisar, otra vez, el óvulo sintético para comprobar que estaba en perfecto estado.

—Sí, pero también estaba así las otras veces, y ya ves… —objetó la primera mujer.

—Pero es que yo creo que todo no depende de nosotros —replicó el hombre—, siempre hay un factor incontrolable que supera todas nuestras capacidades.

—Eso no se lo dirás a Don Ángel —puntualizó irónicamente la misma mujer.

—No. Ya sé que él no lo admite —corroboró el hombre.

—Ojalá y Dios quiera que esta vez la cosa funcione —suspiró la mujer.

—Veo difícil que Dios quiera aprobar algo que estamos haciendo a sus espaldas —apostilló la otra mujer.

—¿Tú crees que estamos obrando mal? —Repuso la primera.

—En nuestro trabajo particular y concreto no lo creo, pero en el proyecto en general sí —aclaró la segunda—. Tanto secreto no es para hacer nada bueno, y nosotros colaboramos con ello. Sin nosotros no se podría realizar, y en eso sí tenemos responsabilidad.

—Pues eso lo piensas un poco tarde —indicó el hombre.

—Tampoco sabía realmente dónde me metía —se justificó la segunda mujer—. Tú bien sabes que, en general, no sabemos unos lo que hacen los otros, precisamente para que no averigüemos el sentido de todo el proyecto.

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Pero, aun así, tú sabes que se trata de un óvulo sintético ¡humano!, y nosotras también lo sabemos. Y, asimismo, nosotras sabemos que la parte espermática que introdujimos esta mañana es igualmente sintética y humana, porque no somos ciegas; y con eso mañana tenemos que realizar la fecundación de un nuevo ser humano artificial, lo que sabemos con certeza que está prohibido, aparte de que nuestro sentido moral nos diga que está mal. Podemos autoengañarnos con justificaciones como que oficialmente no lo sabemos o que nos limitamos a obedecer órdenes, ¡nada menos que del mismísimo Mayordomo!; pero igualmente sabemos en nuestro fuero interno que eso Dios no lo quiere. Y, sin embargo, aquí seguimos.

—Ya. Y ahora ¡qué! —contestó airado el hombre—. Mañana vas a tener aquí a Don Ángel, con toda su mala leche disfrazada de mieles, para contemplar el acontecimiento, y qué le vas a decir: «No lo hago porque tengo remilgos morales».

—No, pero se me ocurre —intervino la primera mujer— que, ya que está aquí, dejarle el honor de que sea él quien ponga en funcionamiento el proceso. Al menos, el detalle final, ya no sería cosa nuestra.

—Bueno, eso es el último consuelo tonto, que será lo que haya que hacer; pero os aseguro que si el proceso vuelva a fallar, aprovecho esa estupenda excusa para volver a mi trabajo anterior y dejo esto —concluyó la segunda mujer.

—Venga, vámonos, que aquí ya no hacemos nada —propuso el hombre—. ¿Habéis terminado ya con todos los ajustes?

Y tras el asenso de las dos mujeres, los tres salieron de la habitación sin mediar palabra, apagando la luz y cerrando la puerta.

No había sido mucho rato el que había tenido que mantener aquella postura, pero, la verdad, estaba deseando salir de mi encierro para poder estirar las piernas. Esperé sólo unos instantes por si acaso volvían, y empujando la puerta del armario la abrí para intentar salir. Pero, al hacer intención de mover las piernas para deslizarlas hacia fuera, me encontré con que ya no me podía mover. Me empezaron a entrar sudores pensando que ya no iba a poder salir de allí. Volví a dar la luz para no tener que estar maniobrando a oscuras, y eso me infundió cierto optimismo. Cada vez me ponía más nervioso, lo que me incrementaba los sudores, porque mi cuerpo no respondía a mis deseos. Por fin, con ayuda de mi mano libre conseguí deslizar un pie y sacarlo de aquel hueco. Lo demás ya fue haciéndose progresivamente más fácil a medida que el espacio disponible en el interior aumentaba; y una vez los pies fuera, ya logré salir, aunque todo entumecido. Estaba claro que mi cuerpo ya no se encontraba como para muchas contorsiones.

Una vez me hube desperezado, pensé en reponer las cosas que había cambiado de sitio a su lugar, para que nadie sospechara mi paso por allí; pero como aquello era una labor secundaria a mi verdadera intención, lo dejé para el final, no fuera que volvieran y ni siquiera me diera tiempo a rezar sobre aquel aparato; porque, escuchándoles en su conversación, había venido a mi mente el episodio que narra el profeta Ezequiel en el que profetiza a los huesos secos por orden del Señor, para que cobren carne y luego adquieran el espíritu de vida, y se me había ocurrido hacer yo algo parecido.

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Me acerqué al aparato, mirándolo fijamente mientras pensaba en cómo bendecir lo que al día siguiente iba a ser un ser humano con el que yo había hablado quince años después, cuando reparé en un detalle que no aparecía igual en la imagen que yo había visto previamente. Una palanquita, situada en un costado del aparato, que ahora estaba colocada hacia abajo, en la imagen que yo recordaba lo estaba hacia arriba. Detalle insignificante que no sé por qué me llamó la atención cuando la joven me mostró las imágenes. No tenía ni idea de para qué serviría aquello que parecía estar aparte del resto de controles, como si fuera algo accesorio; pero decidí colocarlo como yo lo había visto.

Acto seguido transporté mi pensamiento a la joven que llegaría a ser, tal y como yo la había conocido, y me acordé de cómo nadie le había hablado directamente de Dios, pero cómo ella le había encontrado buceando en su interior, y pensé en lo bueno que hubiera sido para ella poseer la gracia del bautismo que le hubiera abierto las puertas en la realización de ese buceo de forma fácil. Y entonces fue cuando se me ocurrió la idea: mi profecía sobre los huesos secos para infundirles el espíritu de vida sería realizar un bautismo intencional y condicionado a su decisión futura: Allí mismo y antes de ser concebida.

Así oré al Señor con voz audible, para que, místicamente, las vibraciones de mi voz llegaran hasta los materiales preparados para realizar la fecundación:

«Señor, bendice las aguas en las que sobrenadan los materiales precisos para actuar de soporte de la nueva criatura, e infunde en ellas tu Espíritu para que, desde el primer instante de su concepción, hagan de ella una hija tuya que pueda ser consciente de su naturaleza singular como bautismo condicionado a su libre decisión, y sea en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.»

Ya estaba todo hecho. Mi misión allí había acabado. Recé aún un padrenuestro, y me volví para recolocar las cosas en el armario y dejarlas tal y como yo me las había encontrado. Y una vez terminada la tarea, y sin que ningún incidente me perturbara en ella, apagué la luz y di el salto a la habitación de la joven, al momento en que la había dejado hablando con mis amigos, pero calculando un espacio de tiempo suficiente como para no volver a escuchar las explicaciones sobre su vida que ya conocía.

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Y allí estaban, departiendo, completamente ajenos a mi aventurilla y sin ni siquiera percatarse de mi ausencia. En ese momento Miguel decía:

—Yo es que creo que es mejor esperar unos días. Ten en cuenta que nosotros, Fidel y yo, hemos retrocedido unos día en nuestra raíz temporal para conocer a Alicia y traerla hasta aquí. Y, aunque vosotras os encontráis en la misma raíz, yo creo que sería más adecuado esperar esos días para que la raíz de todos coincidiera.

—Pero se me van a hacer muy largos. ¡Muy largos! —Se lamentó la joven.

—Lo sé, porque ya dice el refrán que el que espera desespera —argumentó Miguel—, pero comprende que es mejor para todos que vayamos a la par temporalmente, y sepamos todos a qué atenernos, y sin ya tener que depender de nosotros para los saltos temporales.

—No, si lo entiendo, lo entiendo. Sólo me quejo de que aún tenga que esperar estos días para poder salir de aquí —explicó la joven.

—Además ten en cuenta —prosiguió Miguel—, que en cuanto tú desaparezcas de aquí, se va a organizar un revuelo enorme; y que el mayordomo, aparte de montar en cólera, va a emplear todo su poder en encontrarte y en evitar que tú puedas difundir tu testimonio, así como que nosotros facilitemos que lo hagas. Va a ser casi como declararle la guerra abierta. Y que también nosotros tenemos que planear dónde y cómo te vamos a esconder mientras dure la tormenta.

—Sí, ya veo que no es nada fácil —aceptó la joven.

—Pero, además —apostilló Fidel—, ten cuidado con que no noten ningún cambio en estos días que median que les haga sospechar o ponerles en alerta. Tú procura comportarte con la mayor naturalidad posible y no muestres un mayor optimismo que hasta ahora. Procura que no se percaten que esta noche ha sido especial para ti.

—Por eso tendríamos que dejarla ya, para que pueda descansar y por la mañana no se note que ha dormido menos —propuso Alicia.

—Pues no sé si voy a poder conciliar el sueño después de todas estas emociones vividas, tan importantes para mí —repuso la joven.

—Pero si no lo intentas todavía será peor, ¿no crees? —Replicó Alicia.

—Eso sí —confirmó la joven.

—Llena tu mente de pensamientos de esperanza, y verás cómo te es mucho más fácil conciliar el sueño —apuntó Miguel.

—Lo intentaré —admitió la joven—. ¿Y no podríais venir alguno un ratito en estos días para que no se me hiciese tan larga la espera?

—Tampoco es tanto, y para nosotros supone que ahora mismo tendríamos que saltar a uno de esos días como si siguiéramos la conversación de ahora;

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pero eso, en el fondo, es como si tú evocases en tu recuerdo esta misma conversación, lo que es menos complicado que lo que nos propones —aclaró Miguel.

—Tienes razón, no lo había pensado desde vuestra situación sino sólo desde la mía. Disculpad —concluyó la joven.

—Pues desde esa misma perspectiva, también tengo que advertirte —abundó Miguel— que, dada la precipitación del momento, puede que no podamos venir a por ti esa misma noche y tengamos que hacerlo a la siguiente, lo cual no quiere decir que nos hayamos olvidado de ti.

—Sí, lo comprendo —afirmó la joven.

—Vale, pues entonces nos vamos a ir ya —determinó Miguel poniéndose en pie; gesto que imitamos los demás.

Antes de marcharnos, yo me preocupé de devolver las sillas a sus respectivos lugares, para que aquello no diera ocasión a que preguntaran a la joven, y, despidiéndonos de ella, regresamos a la casa de las tres amigas.

Tal como había advertido a Marisa y a Paula, en un instante para ellas, volvimos a la situación de la que partimos.

—Bueno, pues aquí estamos de vuelta —anunció Miguel, mientras ellos volvían a ocupar sus asientos en torno a la mesa.

—Esto es rapidez, y lo demás son tonterías —sentenció Marisa.

—¿Qué ha pasado? —Inquirió Paula sin ocultar su avidez.

—Todo como lo habíamos supuesto, pero con algunos matices —resumió Alicia.

—Vale, pero explícame los detalles y esos matices —precisó Paula.

—Para no alargarme, porque tenemos cosas que planear y los detallitos ya os los iré explicando más adelante, os diré que, el experimento que estaban realizando tan en secreto, consistía en diseñar un ser humano sin defectos que, controlando cada partícula de su cuerpo, pudiera controlar su equivalente en la realidad exterior incluida la historia, pero con la intención y condición de que este ser humano sometiera su voluntad a los designios del Mayordomo, de Don Ángel en concreto, para que, a su través, él pudiera controlar todo y ser el dueño del mundo. El experimento se concretó en una niña que hoy tiene quince años, y a la que guardan allí encerrada porque el experimento no ha salido enteramente como ellos querían, ya que no han conseguido someter su voluntad al control de Don Ángel hasta la fecha. Historia que ella misma nos ha contado, así como que quiere que la saquemos de allí. Y eso es todo. ¿Lo he condensado bien?

—Perfectamente —afirmó Miguel—. Yo no hubiese sabido emplear menos palabras para hacerlo.

—Pero eso es una monstruosidad —balbuceó Marisa.

—Estaba claro que nada bueno podía salir de tanto secreto —apuntó Paula.

—Como veis, los nombres mitológicos que aludían al proyecto no iban desencaminados en relación a las intenciones últimas del mismo (apostillé).

—Es verdad —se asombró Marisa—. Los nombres que encontramos explicaban mucho más sobre ello de lo que ni siquiera imaginábamos.

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—Lo que deja mucho más en descubierto las auténticas intenciones de nuestro mayordomo —afirmó Alicia con rotundidad.

—Ahora se plantea qué reacción vamos a tener nosotros, todos nosotros, frente a esto —indicó Miguel—. En nuestras manos está el ayudar a esta jovencita a salir de su prisión y su esclavitud, sabiendo las consecuencias que eso va a traer y nos va a traer, y lo que va a provocar en el mayordomo y toda su cohorte. ¿Qué hacemos?

—Pues yo no tengo ninguna duda —aseguró Marisa—. No hemos llegado hasta aquí para ahora volvernos para atrás. Debemos liberarla, independientemente de lo que eso pueda desencadenar. Porque el protegernos contra las represalias del mayordomo creo que es una situación que podemos asumir y de la que saldremos victoriosos con la ayuda de Dios.

—A mí se me está ocurriendo —sugirió Paula— si no será todo una estrategia para provocar esta situación y tener una disculpa que utilizar.

—¡Es verdad, como hizo con el cisma! —Se sorprendió Fidel— No se me había ocurrido tal posibilidad.

—Pero, aunque así fuera —intervino Alicia—, lo que yo he visto allí es real. Los experimentos se han llevado a cabo y las pruebas corroboran sus intenciones; y la persona con la que hemos hablado no es una especulación sino una realidad, que cuenta una historia coherente con todas esas pruebas y con los indicios que disponemos, y con la que nos hemos comprometido. Y el bien está por encima de cualquier estrategia; y, lo que está mal, está mal, independientemente de lo que pretendan provocar con ello. Nosotros sólo podemos obrar el bien y oponernos al mal, y ésa es nuestra defensa frente a cualquier manipulación de este último. Si nos dejamos arrastrar por sus redes es cuando estaremos perdidos. Lo qué sí tendremos que procurar es planear nuestra actuación previendo todas las posibilidades.

—Lo que dice el Evangelio (apunté): «Vosotros sed cándidos como palomas y astutos como serpientes».

—Pues es que ahí radica la parte más difícil de la pregunta del ¿qué hacemos?, en ¿cómo lo hacemos? —señaló Miguel—. Nosotros la sacamos de allí, y…

—Y la traes aquí, que nosotras ya nos apañaremos —respondió impetuosamente Marisa.

—No creo que ésa sea una buena idea (comenté). Aquí será el primer sitio donde vengan a buscarla. Tened en cuenta que yo estoy aquí para escribir vuestra historia y esta historia, y que el resultado de esa tarea es un escrito, hoy en día prohibido, pero que justamente se halla en poder de nuestros enemigos, y que el mayordomo sabe de vuestra existencia y de nuestras actividades por lo escrito en él, y lo que nos libra de una intervención directa por su parte es que no puede localizar con precisión los momentos concretos; pero la desaparición de la joven de su lugar de encierro va a marcar un momento concreto con fecha en el calendario que le va a permitir ubicar personas y situaciones. Por eso he dicho que aquí no puede ser, porque él sabe quiénes sois y dónde vivís. Si a mí se me ocurre escribir que ella es traída aquí, no dudéis que aparecerán aquí a buscarla.

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(Cuando decía lo de los momento concretos, caí en la cuenta de inmediato que un momento concreto perfectamente localizable había sido mi visita la víspera del día de concepción de la joven, lo que, por un momento, me desconcertó y me hizo detenerme un instante en mi exposición, aunque proseguí enseguida para evitar que se notara; pero aquel fallo de cálculo que había tenido se me quedó resonando un rato en mi mente, intentando comprender cómo no me habían pillado en tal circunstancia si yo se lo había puesto tan fácil sin percatarme de ello. Deduje que quizá hubiera resultado difícil sorprenderme sin que me diera tiempo a desaparecer antes de que ellos me aplicaran aquel aparato que vi en la habitación de Juan cuando le visité. También pensé que quizá mi intervención había resultado decisiva para que el experimento no fallara como en las veces anteriores, por lo que el mayordomo habría decidido no impedirla, ya que le convenía. Seguramente pensó que ya tendría otra ocasión para atraparme.)

—Pues vaya panorama —se lamentó Marisa—: Si lo cuentas… malo. Pero si no lo cuentas no sale en la historia.

—Que, al fin de cuentas, sería lo de menos (añadí para completar la frase de Marisa). Por eso es mejor que eso lo decidáis cuando yo no esté. Aunque yo, a este respecto, sí sugeriría que busquéis un lugar lejos de todos vuestros ambientes, y que incluso vosotros mismos no lo sepáis para que no os lo puedan sonsacar. A lo mejor a través de Fidel, al que no tienen identificado, podéis encontrar una solución. Pero, lo que sí me gustaría concretar antes de marcharme, es el plan de actuación a seguir a partir de ahora, para determinar mi siguiente paso.

—Pues una vez puesta a salvo nuestra jovencita —indicó Miguel—, lo que tenemos que hacer es difundir su historia para desenmascarar al mayordomo, a la vez que protegernos nosotros de sus represalias.

—Y también proteger la muestra traída de Gog y realizar su análisis y estudio —apuntó Marisa.

—Y ver cómo nos defendemos de los ejércitos de Magog, además de los de Gog —añadió Fidel.

—Sí, son muchos frentes a considerar —concluyó Miguel—. Y para ello tenemos que reclutar a mucha más gente de confianza.

—Yo creo que si pudiéramos difundir lo que sabemos a través de algún canal de comunicación de la Ciudad, eso nos facilitaría mucho nuestra labor (opiné). En mi época existían periódicos, emisoras de radio y canales de televisión que, aunque la gran mayoría estuviesen controlados por el poder, siempre se podía encontrar alguno con el que contar para destapar algún asunto; sólo había que facilitarles informaciones que se pudieran probar; y nosotros contamos con una prueba viva como es la joven y su testimonio, y los archivos que hemos encontrado en los distintos ministerios que corroboran dicho testimonio. Y con una prueba fiable, el resto de pruebas circunstanciales ya serían consideradas útiles para apoyar nuestra tesis. Ya que de lo que se trata es de demostrar que el mayordomo no es de fiar porque ya nos ha engañado, vamos, ha engañado a la Ciudad entera y violado sus principios.

—Bien, estoy de acuerdo —aseguró Miguel—. Pero ahora no funcionan las cosas igual que en tu época. Los medios de comunicación de información

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general para toda la Ciudad no están a disposición de cualquiera, y toda noticia que se difunde en la Ciudad debe pasar por un filtro de verosimilitud, para evitar la puesta en circulación de infundios, aunque sean bienintencionados, y, por supuesto, las difamaciones; y ese filtro lo establecen las propias personas encargadas de difundir la noticia, por eso hay que convencerlas a ellas, antes que nada, de la autenticidad de la misma. Y nadie va a aceptar ser el vehículo de extensión de una posible difamación del mayordomo sin cerciorarse antes. Y, o esta persona es de nuestra entera confianza, o al intentar comprobar la información va a poner sobre aviso a nuestros contrincantes, que harán todo lo posible para impedir tal difusión.

—Pero no nos vamos a estar de brazos cruzados hasta que aparezcan las personas adecuadas o de confianza. Tendremos que salir a buscarlas (propuse).

—Quizás en esto pueda ayudarnos mi hermano Tomás —indicó Paula—, que trabaja en el Ministerio de Comunicación, pero no en la parte de transportes, sino en la de información, que es la que tiene que ver con lo que nosotros queremos; y aunque él no tiene una responsabilidad directa en la difusión, creo que sí podría encontrar quién fuera receptivo a escucharnos y a darle cauce a nuestra información.

—Se me ocurre (propuse) que se podría elaborar un pequeño informe por escrito de lo que queremos transmitir, para que, yendo por delante de nosotros, facilite, por ejemplo al hermano de Paula, la tarea de explicar el asunto sabiéndolo argumentar.

—Es una buena idea —respondió Miguel—, porque favorece mucho su difusión, pero eso también tiene el inconveniente de que hace mucho más fácil el que caiga en manos inapropiadas, circunstancia que no podemos ignorar.

—Yo estoy dispuesta a aportar el testimonio de mi experiencia de hoy —apuntó Alicia—, aunque eso suponga ponerme en riesgo. No podría vivir en paz si, por guardarme las espaldas o conservar mi anonimato, el mal que nos amenaza se enseñoreara de la Ciudad y acabara con lo que con tanto esfuerzo nuestros antepasados nos han legado, aparte del sufrimiento introducido en la vida de todos mis convecinos. Es preferible que yo me arriesgue por todos.

—Y el otro que también debe hacerlo soy yo —abundó Miguel—. Porque yo soy quien tiene la posición privilegiada en la que todas las informaciones confluyen en mí, y un cargo en el que debo dar fe de las mismas; y ya tengo los datos suficientes como para no someterme a los dictados de mi ministro y hablar por cuenta propia, aunque eso conlleve mi defenestración en el ministerio.

—¡Pero eso supondría una sublevación de hecho! —Expresó Paula.

—“De hecho” no lo sería hasta que no supieran mi intención e intentaran impedirla —prosiguió Miguel—, entonces sí sería “de hecho”, porque tendrían que enfrentarse contra todo mi prestigio y buen nombre en el ministerio, lo que con toda probabilidad, me granjearía muchos partidarios. Ahí es cuando se plantearía el verdadero problema de autoridad y el contraste de fuerzas, y su simulación se tendría que enfrentar a mi franqueza.

—Pero la sublevación para ti implica poner en juego tu vida (me admiré), porque si no te pueden arrestar ni desterrar, ya que, al poderte bilocar, eso no supone un obstáculo para ti: no les quedaría otro remedio para silenciarte que matarte.

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—Ya lo sé —afirmó Miguel con rotundidad—. Pero ese riesgo ya lo corro ahora, simplemente por ser testigo de lo de hoy, y aunque no hablase. Lo que pasa es que, si esa solución, una vez haya hablado, la llevaran a cabo, quedarían prácticamente al descubierto ante mis propios compañeros. Y si esto llegara a ocurrir, tampoco haría yo nada de particular, porque tú mismo me recordaste que ya Nuestro Señor Jesucristo dio su vida por todos nosotros.

Un instante de trascendente silencio siguió a las palabras de Miguel. Todos los presentes debíamos de estar interiorizándolas para aplicarlas a nuestra propia vida. Seguramente por la mente de todos resonarían aquellas palabras de Jesús en el Evangelio: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos». Y aunque Fidel permanecía callado, yo sabía que él se encontraba en la misma situación que Miguel, y que si no fuera porque utilizaba un apodo, ya habrían acabado con él hacía tiempo.

Pensando en esto, me percaté de que yo también podía dar testimonio, no en base a yo tener algún cargo o conocimiento en esa época, sino por lo recogido en mi escrito que, aunque prohibido en ese tiempo, todos parecían conocer de oídas, y por el que me reconocían en cuanto me veían. Ése era mi prestigio y autoridad en aquella época para que yo también pudiera ser escuchado y pudiera dar algo de crédito a mis palabras. Y así lo expuse en voz alta:

—Me estoy dando cuenta de que yo también puedo dar testimonio de lo que he visto y oído, y de que me puedo apoyar en una cierta autoridad que me concede mi escrito profético, ése que conocen todos aunque sólo sea de oídas. Por lo que yo podría, mientras que vosotros elaboráis el informe con vuestros testimonios, hablar con el hermano de Paula, y con quien éste me presentara, sobre el asunto, para ir adelantando una estrategia de comunicación, por ejemplo.

—Me parece muy buena idea —respondió Paula—. Le digo que, por un día, no vaya a comer a su casa para hacerlo conmigo en su ministerio porque tengo algo importante que contarle. Le pongo en antecedentes. Tú te pasas por el comedor y me apoyas y le das tu parecer, y luego ya, lo que él decida. ¿te parece?

—Me parece de maravilla (le contesté).

—¿Pero cómo te aviso del día y la hora? —me preguntó ella.

—No hace falta eso (le respondí). Con que sea la primera vez que permanezcáis juntos a partir de ahora, es suficiente. Yo busco esa situación cuando estéis comiendo en un comedor público, y me aparezco cuando ya estéis acabando de comer. No creo que haya ningún problema en ello.

—Pues en eso quedamos —concluyó Paula.

—Entonces me voy ya si no tenéis inconveniente (indiqué).

—Ve en paz y ten cuidado. ¡Y mantenme informado! —Me despidió Miguel.

—No lo dudes (aseguré). Hasta la vista.

Y me volví a la puerta de mi fantasía para desprenderme del traje de acción y retornar a la vida habitual de mi época, a la par que dejar por escrito

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las últimas experiencias vividas y las importantes decisiones tomadas, que parecían dar un giro más arriesgado a la vida de todos mis amigos de las postrimerías de la historia.

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Mucho me costó redactar mis últimas vivencias, porque parecía que los acontecimientos, tanto externos como internos, se hubieran coaligado en contra con la intención de evitarlo. La situación, aunque de otra manera, me recordaba a aquel bloqueo inicial que sufrí al inicio de mis viajes a las postrimerías de la historia; olía a “azufre”, como se suele decir cuando el poder del mal pretende atentar contra las intenciones que se le oponen; parecía que, bajo ningún concepto, quisiera que yo progresara en mi escrito, y que, ya que en aquella época no había logrado impedir mi actividad, incrementara ahora su presión en la mía para conseguir aquí lo que allí no había logrado.

Al final, aunque penosamente, llegué a completar mi redacción hasta el momento en que tenía que regresar para el encuentro con Paula y su hermano Tomás en el comedor del Ministerio de Comunicación, según habíamos acordado. No sabía muy bien qué le iba a decir a Tomás para convencerle, pero confiaba en que Paula ya hubiera realizado el trabajo más difícil; y así me adentré hasta la puerta de mi fantasía para enfundarme en mi traje de faena, el mono marrón que me acompañaba en mis viajes, y colocándome mentalmente en la situación a la que quería llegar, di el paso decisivo para atravesar la puerta que me separaba a la vez que me enlazaba con ella.

Y allí estaba Paula, con su mono amarillo que contrastaba con el naranja de la mayoría, sentada en una mesa y departiendo con un hombre de mono naranja algo mayor que ella. La gente de las otras mesas debía estar muy acostumbrada a las apariciones súbitas, porque apenas si se inmutaron por la mía. Yo me acerqué hasta la mesa en la que se hallaba Paula, que, en cuanto me vio, me dijo:

—En el momento preciso. Ven, siéntate aquí, que esta silla la tenemos para ti. Llegas justo a la sobremesa.

El hombre se levantó para estrecharme la mano y decirme:

—Soy Tomás, hermano de Paula, que ya me ha estado contando y hablando de ti.

—Encantado (le dije, correspondiendo a su saludo y sentándome a continuación). Me imagino que también te habrá contado el motivo por el que quería conocerte.

—Sí, ya me ha puesto en antecedentes —me respondió Tomás—, y me ha dejado muy preocupado; porque, si te soy sincero…, de improviso…, de improviso, no me ha pillado, porque algo raro ya me barruntaba yo, aunque no de las dimensiones que me ha referido mi hermana. Y digo que algo ya me barruntaba yo, porque llevamos un tiempo en que las supervisiones del trabajo que nos traemos entre manos han ido aumentando y haciéndose más intervencionistas, más controladoras; cuando antes ese control se dejaba casi en exclusiva a los encargados directos de difundir las informaciones. Y la sospecha inmediata cuando eso ocurre es que hay algo que se quiere detectar e

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impedir su difusión. En principio piensas que puede tratarse de intoxicaciones que pretenden infiltrar los de Gog o los de Magog, pero cuando ves que, a la hora de la verdad, no es eso lo que más les preocupa, te empiezas a mosquear de que puedan existir motivos turbios, de los que no acertaba a ver su alcance. Pero cuando ya me ha dicho mi hermana lo que se cuece, es cuando realmente me he caído del burro.

—¿Y cómo ves las posibilidades de hacer llegar al grueso de la población la información de lo que realmente se trama a sus espaldas? (Le pregunté.)

—Francamente difícil, por eso que te digo. Tenemos ojos tras nuestros cogotes, valga la expresión, para evitar que se cuele nada inconveniente. Habría que distraer a esos ojos para que alguien atrevido deslizara la información. Pero sabiendo, aparte de que al responsable se le iba a caer el pelo, que el contraataque con información disuasoria y propaganda descalificadora se iba a producir de inmediato. De hecho, ya se han producido y se están produciendo programas e informes, para difundirlos en cuanto sea menester, realizados para mayor honra y gloria de nuestro mayordomo, ensalzando su persona y su contribución al bien de la Ciudad. Lo que resulta del todo exagerado para esta época en la que el culto a la personalidad de muchos siglos atrás ya no se veía ni se favorecía. Porque una cosa es un sencillo homenaje o la información de unos hechos, y otra la de la pompa y la petulancia con la que creo se están haciendo éstos, que más parecen cosas de Magog o de Gog que de la Ciudad.

—Pero es que, el culto a la persona (observé), lo que realmente pretende es ocultar tras él todo lo vergonzante e injustificable de la misma, aparte de todo el engolamiento de la vanidad que lleva parejo para quien lo recibe, lo que, a su vez, muestra la verdadera bajeza moral y pobreza espiritual de quien lo acepta o lo fomenta.

—Vamos, otro factor más para engrosar la lista en contra de nuestro mayordomo —señaló Paula.

—Pero una persona creída de sí misma es muy peligrosa (añadí). Es capaz de hacer lo que sea con tal de mantener su autoimagen. Por eso no podemos despreciar nunca sus posibilidades de acción, porque, llegado el caso, y si no cambia, las utilizará. Y por eso hemos de cortarle todas esas posibilidades para evitar un mal mayor.

—Y… ante esto, dice el dicho popular: ¿Quién le pone el cascabel al gato? —Puntualizó Tomás— ¿Quién se atreve?

—Pues cada uno tiene que poner su granito de arena, su poquito para la consecución de tal fin (respondí). Cada uno desde sus posibilidades y capacidades. Yo dando fe de lo que he visto y oído, Paula lo mismo y facilitándome la posibilidad de hablar contigo, y tú, si quieres, procurando hacer lo mismo que tu hermana, brindándome la oportunidad de hablar con alguien que pudiera difundir nuestra advertencia.

—Ya… ¿Pero quién? —Objetó Tomás.

—Eso yo no lo sé. Por eso estoy aquí, para ver si tú me lo pudieras decir (resolví).

—Tan sólo eso, ya me puede crear problemas a mí —se excusó Tomás.

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—Y a mí, lo que hago, no me los crea; ni a tu hermana ni a las amigas de tu hermana, ni a los que entraron en el sótano y encontraron a la joven, ni tampoco a esta última, que lleva allí encerrada desde que nació… Sólo a ti te puede crear problemas (apunté irónicamente).

—Bueno, yo no pretendía insinuar eso —volvió a excusarse—; sólo quería hacer notar que el mero hecho de intentarlo ya es peligroso.

—No me cabe la menor duda (le respondí). Pero ya afirma el dicho popular que “el que algo quiere, algo le cuesta”. Nada es a riesgo cero. Y no por esconder la cabeza debajo del ala se va a impedir que la realidad nos pase por encima, ni aunque miremos para otro lado la vamos a engañar y eludir. A la realidad, si queremos afrontarla, tenemos que mirarla de cara y sin subterfugios, o, en caso contrario, nos llevará por delante. Todos los que estamos en este Cuerpo de Cristo que es la Ciudad, estamos aquí porque lo hemos elegido voluntariamente y nadie nos ha obligado a ello; pues, si creemos en lo que vivimos, tenemos que ser consecuentes con ello, y defendernos como uno solo frente a cualquier amenaza que atente contra todos. Cada uno desde su puesto actúa como si fuese todo el Cuerpo, y hace lo que puede, desde su pequeñez, por el bien de todos. No creo que se te haya olvidado uno de los pilares básicos de la Ciudad.

—Tienes razón —reconoció Tomás—. Me has hecho retroceder a los años más generosos de mi juventud, cuando yo vivía esto en todo su idealismo; pero el paso del tiempo y la rutina del “todos los días” me han llevado a olvidarlo, enfriando mis inquietudes por ser mejor.

—Por eso afirma San Pablo: «Manteneos ardientes en el amor». Ya sabía él que si el fuego no se mantenía activamente encendido acabaría por apagarse (añadí).

—Pero siempre quedarán unas brasas a las que soplar para que el fuego pueda resurgir de sus ascuas, ¿no? —Indicó Paula.

—Sí, si llegamos a soplar antes de que éstas se apaguen definitivamente (puntualicé). Pero yo no me arriesgaría a que llegara esa situación, no fuera a encontrarme luego con verdaderos problemas para recuperar lo perdido; aparte de que, durante ese periodo anodino, no podría disfrutar de mi auténtica dignidad de hijo de Dios, lo mismo que el fuego no puede disfrutar de sus llamas que dan fe de la autenticidad de su ser.

—Lo entiendo, lo entiendo —repitió Paula, iluminándosele el rostro—, es como en Pentecostés, que, tras el soplo del Espíritu Santo, los apóstoles arden en llamas de amor, mostrando con ellas la autenticidad de su ser. Sí, lo entiendo muy bien.

—Bien lo dices. Eso es en suma: manifestar en los hechos la verdad de lo que somos. Eso es arder (concluí).

—Vale. Estoy convencido —admitió Tomás—. Pero ahora se me presenta otro problema, y es acertar con la persona adecuada que, primero, nos escuche y, luego, pueda hacer algo.

—Pues yo diría, si te sirve de orientación (apunté), que la más adecuada será la que sea más coherente con su fe, en la que se aprecie con más claridad esa llama de la que acabamos de hablar, porque será la más receptiva a escucharnos, y será la que mejor entienda la importancia de nuestra

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información y la necesidad que tenemos de contar con su colaboración. Y, aunque estemos en la Ciudad, en la que toda esa coherencia se presupone, habrá que mirar todo esto en negativo para apreciarlo mejor, y buscar entre ellas a la menos acomodada y conformista, que sea capaz de preocuparse y reaccionar. Eso es lo que se me ocurre.

—Si contáramos con un informe por escrito que poder presentar, pienso que nos sería más fácil introducir luego, para corroborarlo, el testimonio personal —advirtió Tomás.

—Ese informe ya está a medio elaborar —indicó Paula—, porque Alicia ya tiene redactada su parte, pero nos falta la aportación de Miguel, que ya nos avisó que, hasta que no liberasen a la joven, no iba a adjuntar su aportación. Por cierto, que creo que eso ha debido realizarse esta noche pasada, y lo digo por el movimiento y las caras que tenía el personal que trabaja en ese sótano, que, aunque no ha dicho nada, muestran como señales de humo, que algo ha debido ocurrir.

—Pues eso ha tenido que revolverles mucho y desatar la furia del mayordomo (observé).

—Supongo —asintió Paula—. Que sepamos, hoy el mayordomo no ha aparecido por allí, pero, por deducción, la tormenta ha debido de ser tremenda.

—A lo mejor es por eso que yo he notado aquí algo más de movimiento que el habitual, aunque también, bien podría ser casualidad —indicó Tomás.

—Donde sí se tiene que haber notado es en el Ministerio de Alerta, donde trabaja Miguel —añadió Paula—. ¡Pobre!, porque se habrán dirigido a él a ver qué sabe.

—Pero eso lo tienen que hacer con mucho tiento (objeté), porque, al ser un proyecto secreto, si lo cuentan se descubren, y no creo que quieran que todos se enteren de sus maniobras. Los que obran el mal, prueba de que lo hacen es que se esconden para realizarlo, y no van a desvelar sus verdaderas intenciones así como así; tendrán que disimularlas de otra cosa y ponerles otras ropajes para que cuelen. En mi época, que eran muy “listos”, esta técnica del camuflaje la empleaban muy bien, y sabían disfrazar de bien común las cosas más peregrinas que sólo redundaban en beneficio de quien las promovía. Recuerdo un suceso, por poner un ejemplo entre mil, en el que un accidente hizo que un barco cargado de petróleo soltara gran parte de su contenido frente a unas costas de mi país, inmediatamente múltiples voces salidas de múltiples sitios clamaron contra la mala gestión del gobierno, responsable de aquel desastre ecológico, e infinidad de gentes salidas de los puntos más dispares de todo el país se pusieron en marcha, incluso empeñando sus días libres y vacaciones, para intentar limpiar las playas con sus manos de toda aquella contaminación destructora que se anunciaba como apocalíptica. Era la noticia diaria y las cadenas de televisión machacaban con las imágenes calamitosas responsabilidad del gobierno que no sabía reaccionar adecuadamente, por lo que era la gente común, gente anónima, de asociaciones, de organizaciones variopintas, la que realmente se movilizaba para atajar el desastre. Todas las asociaciones ecologistas y gente de todo pelaje clamaba contra la mala gestión del gobierno, que, aunque había movilizado hasta algunas unidades del ejército, no había sabido evitar el suceso ni ser rápido en su solución. Bien, pues pocos años después, cuando ya gobernaba el otro partido político opositor que

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clamaba contra la gestión del primero, vino a suceder otro accidente semejante en otra zona costera en la que dicho partido, ahora en el gobierno, tenía el voto asegurado al ser un voto cautivo. ¿Qué ocurrió? Pues la deducción bienpensante sería responder que la sociedad volvería a movilizarse en masa como la otra vez. Pero… nada más lejos de la realidad. El mismo petróleo llegó a las playas, pero ya nadie se rasgó las vestiduras, ni una sola asociación ecologista clamó contra el gobierno, nadie se desplazó hacia aquellas costas para ayudar a limpiarlas, ni siquiera desde las zonas más cercanas, ni se hicieron campañas ni nadie perdió de sus vacaciones ni nadie apareció por allí aunque fuera por iniciativa propia motivada por una coherencia de razonamiento, y tampoco las cadenas de televisión machacaron con la noticia, pasándola casi por alto. Al mismo hecho respondió prácticamente el silencio. Pero, claro… es que había variado el partido político que estaba en el gobierno. Al final, alguien fue encargado oficialmente de limpiar aquellas playas, pero sin ninguna prisa. Ya no era un drama ni un desastre ni un final apocalíptico, sino algo que pasó casi desapercibido. Este suceso con dos caras fue para mí muy aleccionador, y me enseñó cómo se puede manipular a las masas y mover a la gente sin ningún pudor y haciéndoles creer, además, que se movían por propia iniciativa, libre y voluntaria. Realmente el bien común no importaba para nada, ése era sólo el ropaje, el disfraz que ocultaba las verdaderas intenciones de manejar a las masas para lograr otros fines de beneficios más particulares. Ya no me volví a fiar más de las manifestaciones espontáneas, porque siempre hay alguien detrás manejando los hilos, convenciendo para “blanco” o para “negro” según su escondido interés. Y esto os lo cuento para que estéis prevenidos ante la aparición aquí de una estrategia semejante tan común en quien obra el mal.

—En esta época, gracias a Dios, no nos hemos encontrado nada semejante —observó Tomás.

—Siempre que no incluyas en ello el episodio del cisma último con esas pequeñas colonias que se han unido a Magog (repuse).

—¿Ah, pero eso también fue un suceso provocado? —Se asombró Tomás.

—No lo dudes (le respondí). Ése fue el desencadenante utilizado para desbancar al mayordomo anterior de su puesto y aupar al actual como “salvador de la patria”. Todo forma parte de un mismo proceso sustentado en una dilatada estrategia, una estrategia que necesita ir minando la estructura de la Ciudad y horadando las conciencias individuales para que se dejen manejar. Seguro que aquí, en la parte de comunicaciones de información, es donde se ha notado más el cambio, aunque, aparentemente, os haya pasado desapercibido.

—Pues ahora que lo dices —rememoró Tomás—, efectivamente, hace unos veinte años la situación era diferente a lo que vivimos ahora; eso lo hemos comentado algunas veces entre los compañeros, como que antes había menos ingerencia en nuestro trabajo y se respetaba el criterio de cada profesional, pero siempre hay alguien que dice que es igual que antes, que lo que pasa es que no nos acordamos, y que los mayores que lo han vivido se dejan llevar por el impulso ese de tiempos pasados siempre fueron mejores.

—Pero esa es una respuesta comparable a lo que también se producía en mi época ante hechos equivalentes (aclaré). Respuesta que resultaba ser una consigna transmitida subrepticiamente para esconder la verdad, puesto que no resistía un análisis serio cuando se comparaban las cifras y los datos

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registrados; cosa que, lo normal, era no molestarse en hacer. Si tenéis datos de algo que pueda servir de baremo, comparad y veréis. Pero, vamos, el hecho de justificar y justificar para no querer ver, es un fenómeno humano que abarca a todas las épocas y es un signo de degradación de la persona que lo sufre, y que, además, no reconocerá para abundar más en tal signo, que progresivamente le va impidiendo reconocer sus errores, ya que muestran su debilidad. O sea que, cuando, ante señales bastante evidentes de deterioro, alguien te responda con minusvaloraciones del hecho, ya sabes ante qué te encuentras.

—En ese caso, me temo, la infiltración en este Ministerio, al menos en la parte de comunicación informativa, es bastante seria —afirmó Tomás—; porque se van pasando por alto hechos cada vez más significativos, y dando menos importancia a cosas que antes la tenían más. Por poner un ejemplo: Antes, se suministraba la información y luego, aparte, se comentaba. Ahora, cada vez más, tiende a darse la información sesgada y valorada ya en el mismo acto de transmisión, para que, quien la escuche, ya sepa lo que tiene que pensar sobre ella.

—Eso se llama manipular (aseveré).

—Pues, a los que hacen eso, cada vez se les da más predicamento, mientras que, a los que utilizan o utilizaban el modo antiguo, los van apartando y relegando —continuó Tomás.

—Y a eso, en mis tiempos, se le llamaba efectuar una purga en el personal (aseguré). No sabía que hubierais alcanzado ya ese nivel de infiltración en las comunicaciones informativas. Realmente la situación está más avanzada de lo que pensaba. Seguramente los más destacados o adelantados en el proceso lo que harán será ironizar y ridiculizar aquello a lo que pretenden manipular.

—¡Así es! ¿Cómo lo sabes? —Se admiró Tomás con una expresividad mayor de lo que me hubiera podido imaginar.

—Es que son técnicas que utilizaban ampliamente en mi época. Pero, vamos, yo no soy ningún experto sino bastante ingenuo, lo que pasa es que en esta época estáis menos maliciados que yo, y el mal se revale de ello, aprovechando vuestra pérdida de capacidad crítica. Pero esa capacidad es un don de Dios que no se puede despreciar ni minusvalorar, porque, si no, pasa lo que pasa. No hay que bajar la guardia a la hora de discernir entre el bien y el mal en todas las cosas.

—Y el caso es que eso lo sabemos, porque el discernimiento forma parte de los fundamentos de la Ciudad, pero ya ves… tienes que venir tú para recordárnoslo —reconoció Tomás—, porque nos ha acabado por seducir la tibieza, echando a perder parte de lo que habíamos conquistado.

—Pero estáis a tiempo de recuperarlo (repuse). Sólo hay que soplar sobre el rescoldo para que vuelvan a surgir las llamas, y, con ellas, el ardor primero.

—Pues venga, vamos a intentarlo —decidió Tomás, tras un instante de silencio como el que respira para coger fuerzas—. Vamos a hablar con Sebastián a ver si tenemos suerte. No es que yo lo tenga muy claro, pero creo que puede ser la persona adecuada.

Así nos levantamos de la mesa, recogimos entre los tres todo el menaje utilizado para la comida, dejándolo en el lugar preparado para ello, y una vez

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acondicionada la mesa para que pudiera ser ocupada por otros, salimos del comedor.

Cuando llegamos al vestíbulo, Paula se despidió de nosotros deseándonos suerte en nuestra tentativa, y nos encaminamos hacia el elevador, ya que teníamos que subir a la última planta. Si no recuerdo mal era la primera vez que utilizaba uno de estos aparatos para subir a ninguna parte, a pesar de todas las ocasiones en las que yo había visitado esta época, porque había observado que la gente, si podía, todo lo realizaba a pie por motivos de salud física, y sólo se valía de aparatos cuando verdaderamente lo juzgaba necesario o conveniente. Yo esperaba encontrarme con algo bastante similar a los ascensores de mi época, pero, aunque el concepto se mantenía, el mecanismo no. Y, sin preguntarlo, deduje que se trataba de otro artilugio más basado en el sistema de ondas antigravitatorias que todo lo movía en la Ciudad, y que incluso se empleaba en las camas y en las sillas móviles, aquello que equivalía a la silla de ruedas de mi época.

Una vez en la tercera planta, la cuarta del edificio, nos adentramos por un pasillo como los que yo conocía de los otros ministerios hasta detenernos frente a una puerta abierta.

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Tomás se adelantó al umbral para decir:

—¿Sebastián, podemos pasar?

—Pasad, pasad —le respondió él.

Aquella respuesta causó en mí la impresión como si ya nos esperase, pero me pareció que esa especie de intuición debía de ser exagerada o desproporcionada frente a su simple y amable invitación, y no la valoré más. El hombre, algo más joven que Tomás, se levantó de su asiento para recibirnos. En su mesa, dos tablillas grandes daban fe de que en su trabajo las utilizaba simultáneamente. Él añadió:

—Sentaos, por favor. Vosotros me diréis.

Una vez sentados, Tomás comenzó a exponerle el motivo de nuestra visita:

—Verás, Sebastián, no sé si habrás reconocido al autor de aquel escrito profético que recogía la vida de nuestra época y del que todos hemos oído hablar aunque en la actualidad no se pueda leer.

—¡Ah, con que eras tú! —Me dijo Sebastián— El caso es que me sonaba tu cara de algo pero no sabía de qué. ¿Y qué te trae por aquí?

Pero yo no le respondí, porque me pareció más adecuado que Tomás siguiera hablando y lo hiciera por mí.

—Pues precisamente para eso veníamos, porque quería ofrecer su testimonio sobre determinadas circunstancias que se están produciendo en la Ciudad, para que sean conocidas por todos.

—Pero, Tomás —observó Sebastián—, tú bien sabes que si su escrito lo prohibieron para evitar que nos coartara la libertad al condicionar nuestras opciones con lo que allí se decía, no podemos saltarnos ahora la prohibición con la excusa de que no es la letra escrita sino el autor de ella el que nos la va a contar. Es un subterfugio que no podemos esgrimir.

—Pero es que no se trata de hecho futuros, sino de hechos pasados que ya no tienen ningún peligro de esos —puntualizó Tomás.

—Pues si los hechos están pasados… ¿qué importancia tienen ya? —Respondió Sebastián.

—La de aclarar lo que no se sabe aun cuando ya haya ocurrido (apunté yo).

—¡Hombre!, por fin escucho tu voz; pensé que quizá te hubiera comido la lengua el gato —observó irónicamente Sebastián—. Pero aclararlos es una ingerencia igual que anticiparlos, con lo que igualmente condicionamos la libertad de opción y violamos la prohibición.

Aquellas explicaciones me recordaban las trampas dialécticas de los políticos de mi época, y no me sonaban a buena fe sino a retorcimiento, con lo que empecé a recelar de mi interlocutor. Aún así le respondí:

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—Más condiciona la libertad la desinformación, y yo no estoy aquí para informar de lo que no se sabe, sino para apoyar con mi testimonio lo que otros ya saben y pueden probar. Además, aclarar es poner luz donde hay oscuridad, y, hasta ahora, la fe y la vida en la Ciudad se basaban en la luz y no en la oscuridad. ¿O es que eso ha cambiado?

—No, no. Eso no ha cambiado —replicó Sebastián, replegándose ante la sorpresa que le había causado mi respuesta—. Lo que pasa es que una información errónea o falsa o tendenciosa puede causar más daño en quien la recibe que si no la recibiera, por eso tenemos que velar para que tales informaciones no se difundan.

Yo me preguntaba a qué venía tanto recelo cuando ni siquiera sabía lo que le íbamos a decir. No me parecía propia esa actitud aparentemente falta de curiosidad y desinteresada ante una posible noticia, para una persona que se dedicaba a la comunicación informativa. Habida cuenta de que ése no era un trabajo como los de mi época en la que la persona puede estar quemada y harta pero que aguanta por un sueldo, sino que, en la Ciudad, todas las tareas eran vocacionales y nadie se dedicaba a ellas obligado. No entendía la situación. Pero persistí una vez más:

—No sé…, a lo mejor es que estoy equivocado, pero pensaba que, antes de poner objeciones, lo natural era conocer previamente la información para poderla valorar (repuse), pero puede que “lo natural” también haya cambiado, y ahora se ponga la venda antes de la herida.

—No, no me malinterpretes lo que quiero decir —se justificó Sebastián—. En la Ciudad la información siempre ha sido considerada como un bien público al que todos los ciudadanos debemos tener acceso libre; por eso las tablillas están abiertas para todos; pero eso, que es un derecho para todos, propio de la luz que ilumina toda la Ciudad, ha de cuidarse para que siga siendo luz y no acabe en confusión. Por eso, los que nos dedicamos a esto, debemos velar para que esa luz no se apague, y no vayamos nosotros a ser los responsables de introducir aquello que pueda generar confusión en quienes nos siguen, o pueda perturbarles o causarles zozobra.

—¿Pero qué tiene que ver la luz de la verdad, con no causarles zozobra? (Le interrumpí viendo hacia donde derivaba su razonamiento.)

—Pues todo, porque la luz es fuente de paz, y la paz es ausencia de zozobra —me respondió, dándome la impresión de que con sus palabras también pretendía convencerse a sí mismo.

—Me parece que no tenemos el mismo concepto de las cosas (le dije), porque la verdad, que es la que auténticamente lo ilumina todo, sólo produce paz al que ya vive en la verdad, pero no al que se esconde en la mentira, porque a ése le desencadena zozobra y mala conciencia; y es que una supuesta paz que no se fundamenta en la verdad es más falsa que el beso de Judas. A mí no me parece que busque la paz quien no lo hace con la verdad, sino más bien al contrario, y lo que pretende es manipular creando realidades ficticias. Y así se dice: “Yo cuento sólo lo que me conviene para que la gente piense solamente lo que yo quiero que piense”. Pues quien así obra está en la mentira, y cuando dice que pone luz, realmente lo que está introduciendo es oscuridad.

—Yo no he dicho nada de eso —se extrañó Sebastián.

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—No, pero lo ibas a decir dos frases más adelante; yo sólo me he anticipado a tu argumentación (le repliqué), ¿o no?

—Me parece que esa suficiencia no es forma de presentar ninguna supuesta verdad ni te va a ayudar en nada en tus objetivos —me espetó molesto Sebastián.

—Me daba a mí en la nariz que aquí no íbamos a conseguir nada. Así que, Tomás, nos podemos ir yendo, que aquí no se nos ha perdido nada. (Y con las mismas me levanté con intención de marcharme, pero Tomás terció.)

—Pero Sebastián, no te conozco. Nosotros hemos venido a ti porque yo pensaba que, al menos, nos escucharías; pero no sólo no lo has hecho, sino que con buenas razones has acabado dando la vuelta a los principios de claridad en la Ciudad para justificar la manipulación consciente de la información. Yo no sabía que hubieran cambiado tus principios de esa manera.

—Uno tiene que adaptarse a los nuevos tiempos y a los nuevos criterios, y saber hacerlo forma parte de esos principios de la Ciudad que tú tanto defiendes —le respondió un tanto altanero Sebastián.

—Pero la adaptación que se proclama en nuestros principios no se refiere al mal, sino al bien, a ir a la raíz y a no quedarse sólo con las hojas, a anteponer el espíritu a las formas cambiantes. Ésa es la buena adaptación, no la otra (repuso Tomás).

—Lo otro es una claudicación, no una adaptación (añadí yo).

—Pues es que las cosas son así —replicó Sebastián—. Vosotros también actuaríais como yo si estuvierais en mi lugar. Porque todo depende de la perspectiva que se tenga de la realidad, del punto de vista que cada uno adopte.

—Sí, claro; pero de ahí a actuar igual yo creo que no (le dije resueltamente).

—Vale, pues vamos a hacer una sencilla prueba de perspectivas para que te convenzas —propuso Sebastián—. Verás, ya que estás de pie —me dijo— acércate hasta ese armario que ves un poco entreabierto y te vuelves desde allí a mirarnos y nos dices cómo nos ves desde allí.

A mí me pareció una prueba un poco insulsa que no iba a demostrar nada, pero como tampoco sabía lo que pretendía conseguir con su prueba, acepté sin pensarlo más y me llegué hasta el armario que parecía mal cerrado y allí me giré para mirarles. Sebastián me indicó:

—Antes de decirnos cómo nos ves, memoriza la imagen, y luego da un paso hacia delante y párate.

Realicé lo prescrito, y cuando iba a hablar, me percaté de que la cara de Tomás cambiaba súbitamente en una expresión de sorpresa asustada como si quisiera advertirme de algo. En ese instante sentí un estremecimiento en mi cuerpo, como un calambrazo intenso que, partiendo del cuello, lo recorría por entero y lo bloqueaba a la vez que lo debilitaba haciéndome perder el control sobre él. Ya caía al suelo cuando me sentí sujetado por alguien situado a mi espalda.

A pesar de mi aturdimiento no parecía que perdiera el control de mis sentidos y seguía escuchando y viendo, aunque la sensación fuera como la que

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se tiene en el duermevela, en el que, aunque la conciencia pueda mantener una alerta parcial, ésta no disfruta del control de los acontecimientos. Así puede escuchar a Sebastián decirme:

—¿La perspectiva ahora es diferente o no es diferente?

Para luego dirigirse a Tomás:

—Lo siento pero no tenía otra opción. Llevan esperándoos desde esta mañana.

Enseguida pensé que si nos estaban esperando es porque conocían a ciencia cierta que íbamos a aparecer por allí; pero la persona elegida para hablar con ella no la sabíamos ni nosotros mismos hasta el último momento, ¿cómo podrían haber averiguado el día correcto y la persona concreta para poder tendernos la celada? Sólo encontré una respuesta a mi pregunta: Yo mismo se lo había revelado en mi escrito, y les había indicado hasta la fecha: el día de la desaparición de la joven del sótano donde estaba encerrada. Así que, en cuanto el mayordomo conoció la noticia, sabía dónde encontrarme, con lo que cursaría la orden de inmediato para desarrollar la operación de mi captura. Pero… sin embargo, yo, ese episodio aún no lo había escrito, lo que significaba que, tarde o temprano, me podría liberar de aquel enredo y retornar a mi época para recoger la experiencia por escrito, deducción que me tranquilizó. No sabía lo que podía ocurrir a continuación, pero sí que todo tendría un final feliz, o, al menos, lo suficientemente feliz como para permitirme retornar a mi época con la experiencia vivida. Por eso me esforcé en volver a la puerta de mi fantasía para conseguir escapar de aquella situación, pero el aturdimiento me impedía encontrarla; precisamente para producir este efecto es por lo que se habían tomado tantas molestias.

Mientras yo elaboraba estos pensamientos, unas tres o cuatro personas más entraron en el lugar y me colocaron en una silla móvil para poder transportarme. Una o dos de ellas se encargaron de arrestar a Tomás, bajo el cargo de conspiración para complot sedicioso, y las otras tres se ocuparon de sacarme a mí de allí. Me hubiera gustado exculpar a Tomás, pero no puede pronunciar palabra a pesar de que lo intenté. ¡Pobre!, le había metido en un problema casi a la fuerza; menos mal que él no sabía nada verdaderamente comprometido. Seguramente le mantendrían en arresto domiciliario como había ocurrido con Manuel o Misael, y la cosa no llegaría a más. ¡Ah, pero con él averiguaban quién era su hermana y localizaban a Alicia y a Marisa, y podrían paralizar la investigación de esta última! ¡Aquello sí era mucho peor! O Miguel tomaba la determinación de hacer pública la sedición o nos encontrábamos ante el final de todo. Me cabía la esperanza de que Miguel tuviera contactos que yo no supiera, porque, conociéndole, no se habría quedado quieto resumiendo todas sus actividades a lo que hablaba conmigo. Quizás a través de esos contactos estaría la salvación. Ojalá y lo que acordaran en casa de Marisa, cuando yo me marché, fuera resolutivo para evitar este desastre inmediato.

Con estos pensamientos, que se sucedieron mucho más rápidamente que resulta es describirlos, a mi me condujeron, por el pasillo de esa última planta del Ministerio de Comunicación, hasta el elevador, pero no para bajarme a la vista de todos y sacarme por el vestíbulo, sino para subirme un piso más hasta la azotea. En ella nos esperaba un vehículo más grande que los taxis que ya conocía, en el que me introdujeron. En su interior no había nadie, por lo que

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inferí que su sistema de conducción y navegación sería semejante a dichos taxis. No me equivoqué en absoluto, porque escuché dar la orden al vehículo con la dirección de nuestro destino: «A la azotea de la mayordomía». ¡Iba a ver al mismísimo mayordomo! Lo que me confirmó acto seguido uno de mis acompañantes, un hombre con mono azul:

—Vas a tener el honor de ver a Don Ángel de Luz, nuestro Mayordomo, por expreso deseo suyo.

—¡Pero no le hables! —Intervino otro de mis acompañantes, en este caso una mujer, también de mono azul— Ya sabes que nos han dicho que nos cuidemos muy mucho de tratar con él, no vayamos a empatizar con él; y ya sabes lo peligroso que es eso y lo peligroso que es él.

—Pues yo ya le he escuchado hablar y argumentar hace unos minutos y no me ha parecido tan peligroso en absoluto, incluso más bien al contrario —replicó el hombre.

—Eso es justo lo peligroso, los que van de mosquita muerta —aseguró la mujer—, porque son los que verdaderamente te engañan y te llevan adonde no quieres ir.

—¿Y tú crees entonces que se ha dejado coger como un corderito, a pleno intento, para engañarnos sobre su peligrosidad? —Le preguntó él.

—Bueno… no sé. Puede ser que sea una treta… ¡Yo qué sé! A mí me han dicho que no le escuche porque es muy peligroso, y yo soy obediente y me fío de quien me lo dice —objetó la mujer.

—Pero qué discusión más tonta os traéis —terció el otro hombre, éste con mono rojo—. ¡Qué más da! a nosotros nos han dicho lo que tenemos que hacer y nos da igual lo que sea, si es blanco como si es negro.

—¿Ah, pero es eso lo que a ti te han enseñado de pequeño? —Replicó el hombre de azul— Porque a mí, como a todos los niños de la Ciudad, me han enseñado a saber juzgar por mí mismo, a discernir y a conocer, y a no taparme los ojos ante la realidad, ante el bien y el mal, y a tener criterio propio; y eso independientemente de que me fíe de unos y de otros. Así que no veo por qué no puedo ejercer esa libertad y exponer mi criterio.

—Pero esos son criterios antiguos, ya pasados de moda; ahora hay que adaptarse a los nuevos tiempos que tienen mucha más tradición porque es como se vivía muchos siglos atrás —resolvió el hombre de rojo.

—¿En serio piensas que los criterios de muchos siglos atrás son mejores que los que, desde hace también muchos siglos, vivimos en la Ciudad? —Le preguntó el de azul.

—Eso es lo que nos han dicho, y yo no tengo ninguna razón para dudar de todo lo que me dicen —le respondió el de rojo.

—¿Ni tampoco para contrastar los distintos criterios o pareceres? —Insistió el de azul.

—Pero es que me han dicho que sólo algunas personas saben hacerlo correctamente y que yo tengo que fiarme de ellas —afirmó el de rojo.

—Vamos, que has decidido que otros piensen por ti porque eso es mucho más cómodo y no trae complicaciones —concluyó el de azul.

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—No creo que eso sea así —justificó la mujer—, sino que simplemente te fías, actúas por simpatía, por afecto, por sentimiento, sin plantearte grandes cuestiones que ya te las suelen dar resueltas. Y no todos tenemos la misma capacidad.

—Si pensáis así no me extraña que vayáis por donde os sople el viento u os lleve la corriente. Un futuro muy negro le aguarda a la Ciudad como vuestra forma de pensar prospere y se difunda —aseveró el hombre de azul.

—¿Pero tú crees que pensando así tú vas a durar mucho al servicio de Don Ángel? —Inquirió el hombre de rojo.

—Pues debería —repuso el de azul—. Porque a mí me han enseñado que una persona que se preocupa por tener criterio propio es una persona valiosa y con mucho que aportar. Pero, claro, si lo que se busca es tener autómatas, entonces creo que, si persisto en tener opinión propia, puedo acabar en otro puesto. De todas formas, considerad vosotros cuál de los dos criterios valora más a la persona por lo que es y no por la utilidad que se le da.

Me hubiera gustado intervenir en la conversación para apoyar al hombre de azul y recordarles los principios de la fe que profesaban y su dignidad de hijos de Dios ajena a toda esclavitud; pero, aunque intenté hablar, mis músculos no respondían a mis deseos. Sí parecía que la lengua ya se movía algo dentro de la boca de forma más voluntaria que automática, y mis cuerdas vocales permitían emitir algún sonido sin modular, lo que indicaba que, si todo seguía así, en poco tiempo iba a recuperar el habla.

Unos momentos después se acabó el corto viaje, y tras posarnos en la azotea de nuestro destino, me sacaron de nuevo del vehículo para conducirme al elevador, y descender, en esta ocasión, a la segunda planta. En ella me llevaron hasta una sala, que me sorprendió por el lujo ostentoso que recordaba las épocas antiguas en las que no existía la Ciudad y los dirigentes amedrentaban o abrumaban a sus dirigidos de esta manera; algo completamente inapropiado para la Ciudad, y que, según diría la expresión popular, era como ponerle a Cristo dos pistolas. Allí aguardamos un tiempo.

Pasado el tiempo de espera suficiente como para que, quien espera, se impresione con la magnificencia del lugar, antesala y preparación de lo que se va a encontrar seguidamente, e indicativo del poder al que se ha de someter sin cuestionarlo, dieron autorización para que me introdujeran sobre mi silla móvil a la presencia de tan “ilustre autoridad”.

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Un vocero, situado en la puerta que comunicaba la antesala con la sala de gobierno del mayordomo, anunciaba, no a quien entraba a ella, sino a quien la ocupaba, no fuera que los entrantes no conocieran su nombre. Decía:

—Don Ángel de Luz, Mayordomo de la Ciudad.

Tras el anuncio, entramos y me dejaron en el centro de la sala, retirándose mis acompañantes unos pasos para atrás. El mayordomo se acercó hasta las proximidades de donde yo me encontraba, pero no a menos de dos metros. Yo, no sé por qué, me lo había imaginado joven y mal encarado, pero no era así, sino que, enfundado en su mono negro, su aspecto rayaba la ancianidad y su fisonomía resultaba, a primera vista, casi afable. Tras observarme por unos instantes me dijo paternalmente:

—¿Ves lo que pasa cuando uno pretende atentar contra la Ciudad? No se puede andar sembrando cisma por ahí pensando que todo eso va a quedar impune, y tú has difamado y difundido insidias acerca de mí y de las santas directrices con las que humildemente pretendo gobernar esta Ciudad tan querida para mí, y a la que he entregado mi vida. Pero dada mi magnánima generosidad estoy dispuesto a perdonarte si tú aceptas retractarte públicamente de todos tus errores y te sometes a mi autoridad legítima.

—No lo creo (atiné a responder).

—¡Vaya, veo que has recuperado el habla! —Dijo en tono irónico— Bien, pues vamos a habla tú y yo un ratito, a ver si después te mantienes en lo mismo.

Y alzando la mirada hacia los demás que se encontraban en la sala, les dijo:

—Por favor, salid todos y dejadnos hablar un rato a solas. No os preocupéis porque ya os llamaré si necesito algo.

Mis tres acompañantes, así como las dos personas que acompañaban al mayordomo, salieron de la sala cerrando la puerta. Allí quedamos él y yo.

—Tú a mí no me vas a torear —me advirtió, cambiando su expresión a amenazadora—. Tú bien sabes que puedo obligarte a hacer lo que yo quiera aun a tu pesar, así que es mejor para ti que sea por las buenas antes que por las malas.

—Ésa es otra de tus mentiras (respondí, recobrando la soltura en el habla); porque, si realmente pudieras, ya lo habrías hecho y no andarías con tantas zarandajas.

Mi respuesta le sublevó, perdiendo ya el control en la simulación de su benevolencia.

—¡Pero cómo te atreves a hablarme así! Tú no eres nada: ¡nada! No vales nada. La mierda, comparada contigo, es un tesoro. ¡Das asco! —Para escupirme estas palabras sí se había acercado a mí— Yo soy el que te tengo en mis manos

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y no tú, y puedo hacer lo que quiera contigo. Pero me das pena, por eso soy condescendiente; y porque te ofrezco la oportunidad de redimirte, ¿así me pagas?

—Mucho tiempo me estás dedicando para no valer nada ante ti.

—Sólo puedo reírme de ti —dijo mientras volvía a alejarse y cambiaba de táctica—, eres un pobre hombre que no se da cuenta de la verdadera situación en que se halla. Te la voy a exponer para que te vayas percatando del panorama que te aguarda: Yo, ¡yo!, y no tú, me he encontrado con que todo lo creado está a mi disposición, a mi servicio, porque todo está diseñado para que yo sea su dueño.

—Pero eso es con Dios, no al margen de Él (apostillé).

—Cállate, estúpido, y no me repliques. Porque descubrí que todo eso era mío, ¡y sólo mío!, si no lo compartía con nadie, porque yo soy su Creador si me lo apropio y me lo quedo para mí. Yo soy, pues, el Creador de todos y tu propio Creador, so bobo; ignorante que te las das de sabio. Todo está en mi mano, y tú podrás tenerlo y disfrutarlo conmigo si te unes a mí y reconoces mi autoridad.

—Te contradices, porque si te lo apropias sólo para ti, ya no lo puedes compartir al convertirte en un creador sin creación, y eso es algo vacío, huero.

—¡El huero eres tú! Yo soy el mismo Dios en todo su egoísmo.

—Pero el egoísmo de Dios está completa y absolutamente vacío. Es el abismo de la nada.

—¡Ja, ja, ja! —Se rió despreciativamente— Me dirás que yo no soy nada. No ves cómo existo —se pavoneó ante mí.

—Por favor, aún estás a tiempo, no te abismes en ese vacío del que no podrás salir. Mientras estás en la historia aún puedes rectificar, luego ya no.

—¿Ahora te preocupas por mí? ¡Qué alma tan caritativa! —Ironizó— Tú no me vas a privar de ser el dueño de la existencia, de todo lo creado, de toda la historia. Todo acabará siendo completamente mío.

—Tuyo, y de cualquiera que actúe como tú, que recibirá el mismo premio: la nada. “Nada” hay para dar y tomar.

—Eres un tonto. No sé ni cómo me molesto en hablar contigo.

—Porque necesitas compartir tu resentimiento para encontrar alivio al vacío que ya te corroe y te aniquila.

—Yo, ¡yo! Yo soy perfecto, no necesito nada de nadie. Yo empiezo en mí y acabo en mí. ¿O acaso no lo sabes ya por mi código biológico? Como verás estoy enterado de todo. Sé de tus pasos y de todos los que te ayudan.

—Pero ese mismo escrito en el que tú te apoyas para afirmar eso es la prueba de tu propio fracaso. Porque si tú hubieras triunfado tal escrito no existiría.

—¡Imbécil! Ignoras quién tiene el poder aquí y quién lleva las riendas.

—Si tuvieras poder no necesitarías montar este teatro y repetírmelo tantas veces para convencerme. Lo que necesitas es que yo te lo conceda para que puedas utilizarlo sobre mí.

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—Mi poder lo vas a experimentar de un momento a otro en cuanto te mande a la mazmorra para los restos. Y no te aniquilo aquí mismo porque tu raíz permanece en tu época, y es allí donde debo acabar contigo por completo. ¡Pobre idiota! Allí estás solo, no tienes a ningún bobo como los de aquí a quienes convences con cuatro palabras. Nadie te va a ayudar ni va a salir en tu defensa, y yo acabaré contigo como se pisa una hormiga.

—No dudo que puedas hacer eso que dices conmigo, pero sí te digo que, aunque lo hagas, toda la Ciudad, mires donde mires, da fe del triunfo final de mi acción y que Dios se valdrá de ella para obtener el bien que ves. Porque yo trabajo para Dios, no para ti.

—Ja, ja, ja. ¡Dios!, ¡Dios! Dios soy yo, sólo se puede trabajar para mí. Ése que tú dices no es nadie ni nada, es el nombre del vacío.

—¿Y tú crees que por negar su existencia vas a poder ser tú más y anularle? Porque tú te saques los ojos no vas a conseguir eliminarle de la realidad, simplemente te privarás de verle; pero con ello también te privas de la capacidad de ver cualquier cosa. ¿Quién crees que pierde más?

—Y seguro que después de decir eso pensarás: “Qué argumentos más sabios doy: no me beso porque no me llego, porque después de esto se va a rendir a mis pies”. ¡Esos son argumentos de viejas que sólo engañan a los tontos! Tú si que estás ciego que no quieres ver la realidad a la que te enfrentas. ¡Pero tú te ves!

—Eso es lo que a ti te pierde: la apariencia de las cosas.

—¡Pero qué apariencia! Las cosas son lo que aparentan y nada más. No hay que buscar nada más. Las cosas valen si me son útiles y, si no, no valen. Todo está en función de mi voluntad. Yo soy Dios, el Creador de las cosas, y si no cumplen con mis perspectivas, simplemente las elimino y ya está. Yo soy el centro de todo y todo orbita a mi alrededor. ¡Qué apariencia! ¡Todo es apariencia! porque depende de mí para aparentar.

—Busca el centro de tu ser y verás cómo todo eso es ficticio, una ilusión. La verdad de ti está en el centro de tu ser y está sostenida por Dios.

—Me parece que no te enteras: Sólo puede haber un Creador, y ése soy yo. Un Creador que se queda con todo, porque todo está hecho para mí y alcanza su fin en mí.

—En eso tienes razón…

—En eso y en todo.

—… porque la apariencia de las cosas nace en ti por tu culpa, y muere en ti por tu culpa. Tú eres el culpable de que todo aparente ser relativo y que la corrupción acabe con todas las cosas creadas y que la muerte aniquile la vida. Pero todo eso es pura apariencia. Sólo apariencia.

—Desde luego eres un iluso redomado e incorregible que se alimenta de cuentos de hadas. ¿Pero no me has oído decir que sólo cuenta la apariencia y nada más que la apariencia?

—Por eso, como tú sólo eres apariencia, fachada hueca, una cosa más entre tantas, te corromperás igual que ellas, y, lo mismo que has nacido, morirás, y contigo la muerte.

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—¡Pero cómo voy a morir si yo soy el Creador de todo! Por qué te crees que trato de convertir a todos a mi idea, y a que piensen como yo, sino para pervivir en ellos. No importa que tú pienses que son personas diferentes, porque lo que cuenta es la apariencia; y ésa es la misma. Lo que verdaderamente importa es el disfraz, no lo que está por debajo, que al estar anulado y exangüe, y sólo al servicio del disfraz, no tiene ningún valor.

—Y cuando se corrompa esa apariencia, ¿qué pasa con lo que la sostiene?

—Y a mí qué me importa. Que lo que no es nada quede en la nada.

—Pero es que, justamente, lo que es más propio de ti, lo que tú eres, tu vida auténtica se encuentra ahí, en eso que tú deprecias; y sin eso no podrías vivir fuera de ti en la mera apariencia. Y la apariencia de este mundo pasará, pero tu ser vacío quedará, y ya no te podrás escapar al fuera de ti y no te quedará otra opción que enfrentarte a tu nada. ¿Qué será de ti entonces?

—Pamplinas, pamplinas, y más pamplinas. ¿Y a ti qué te importa lo que sea de mí? ¿A ti qué te va en ello? ¿Qué sacas?

—Sí, claro. Es lógico que no lo entiendas. Tú has elegido el todo para mí y nada más que para mí; y yo he optado por lo contrario: yo para todo. Y mientras yo me entrego y mi ser se extiende hasta abarcarlo todo, tú te lo apropias y te enajenas hasta dejar tu ser abocado al puro vacío. Tú eres apariencia y yo soy esencia. Eso es lo que saco. Porque a mí, tu felicidad y tu bien, ni me quita ni me puede quitar nada; mientras que a ti toda competencia te vacía de contenido. Yo puedo darlo todo sin perder nada, y tú sientes que si das algo lo pierdes para siempre, y que, cuanto más tengas, nunca acabarás de tenerlo todo, de ahí tu ansia y tu insatisfacción.

—Pero te atreves a llamarme insatisfecho ¡a mí!

—Insatisfecho e infeliz, porque buscas sin encontrar, deseas sin conseguir, con lo que buscas y deseas con más ímpetu y resentimiento, cada vez con más inquina a todo; lo que sólo muestra tu progresiva frustración. ¿No crees que si estuvieras satisfecho y feliz lo vivirías todo con paz interior y sin esa fiera inquina que muestras?

—¿Pero no ves que tengo el poder? ¿Que puedo hacer y deshacer a mi antojo? ¿Que puedo aplastarte como un sucio insecto?

—Pura apariencia. Tú mismo lo has dicho, reconocido y ufanado de ello. ¿Y más allá de la apariencia, qué? Nada: Son tus palabras.

—Lo que tú eres es un vil embaucador, sucio y deleznable que no merece vivir. ¿Y te extrañas de que en tu época nadie te escuche? Lo raro es que no te hayan encerrado en una institución para enfermos mentales. Porque en ese tiempo no vas a conseguir nada, ¡nada! La mayoría de la gente ya piensa como yo, y los que quedan caerán pronto. ¿Pero no has visto como yo lo voy conquistando todo? Nadie se resiste a mis redes: Todos acaban cayendo en ellas. Deberías tú aprender y hacer lo mismo. Mira si te doy oportunidades de ponerte de mi lado, ¡para que luego digas! Hay que ponerse al lado del triunfador antes del final de la batalla, porque luego ya será demasiado tarde.

—Tú no eres el triunfador, sino Jesucristo, quien te ha ganado dentro de la propia historia.

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—¡Ése! ¿Quién es ése? Un mito, una leyenda de viejas, un cuento para incautos.

—Pues menudo poder tienen los mitos como para cambiar toda la historia y conducirnos hasta aquí.

—Y ahora pretendes que me ría: ja, ja; con ese chiste tan gracioso.

—Ya veo que siempre respondes con mofas, ironías e insultos cuando no tienes argumentos, lo cual deja bastante al descubierto tu mala fe y tu propio sinsentido.

—El tuyo es el que te deja por el barro. ¡No sé ni por qué me digno a hablar contigo!

—¿A lo mejor es porque estás suplicando un consuelo para tu desesperación?

—Cuando digo que has perdido totalmente el sentido de la realidad y que te crees tu propio delirio…

—Respóndeme, entonces, qué será de ti cuando mueras y tengas que presentarte, como todos, ante el juicio de Dios.

—¡Mira tú con lo que me sale ahora! ¡Pero no te he dicho que yo soy el único Dios y no debo pleitesía a nadie! ¡Yo no voy a morir!

—¿Y por eso no envejeces como todos, verdad? Ya veo lo jovencito que estás.

—¡Pero qué descaro! Te aguanto tus impertinencias porque, antes de que vayas a la mazmorra, quiero darte una lección para que aprendas. La apariencia de las cosas, y cuando digo cosas me refiero a toda criatura, a todo ser creado, está toda ella expresada y desplegada en la historia, y yo sólo tengo que quedarme en ella para pervivir para siempre, y puesto que todas las cosas están a mi servicio, porque son mías, puedo disfrutar de todas ellas a manos llenas.

—¿Pero cómo vas a disfrutar, si el que disfruta es el ser y no su apariencia, y tu ser lo has reducido y condenado a la nada?

—¿Tú eres tonto, o te lo haces? ¡Pero no te he dicho que mi yo lo he volcado en mi apariencia!

—Ésa es la ilusión de tu yo, pero un yo sin su ser es una entelequia mental, una falacia. Tu yo real seguirá estando junto a tu ser, ése que sólo sostiene Dios con su amor creador, y ése nunca se va a mover de su sitio por mucho que tú quieras o te imagines. Tu ser auténtico, con el que puedes disfrutar verdaderamente de las cosas, nunca se va a mover a la apariencia, luego nunca vas a satisfacer tus expectativas con ello, por eso vives frustrado, insatisfecho e infeliz, y así seguirás hasta que cambies. Pero date prisa, porque después de la muerte, cuando pase la apariencia de este mundo y salgas de la existencia relativa en la historia, ya no vas a poder decidir cambiar porque tu tiempo de decisión habrá acabado. Entonces sólo te quedará lo que lleves en tu ser, no en tu apariencia.

—¡De eso nada! Pero aunque fuera… ¡que me quiten lo “bailao”!, como dice el dicho popular.

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—Pues te lo quitarán a ti y a todos los que piensen como tú. ¿No entiendes que la fuente del bien, la satisfacción y el placer es Dios, y si rechazas su sostén, rechazas disfrutar de sus beneficios? Vas a perder hasta lo que crees tener y que nadie te puede quitar. Todo lo bueno y el bien que hayas podido recibir se va a esfumar con tu rechazo; ten en cuenta que la historia se hace toda presente, y que es, en ese presente permanente, en el que lo pierdes todo. No te vas a quedar con nada que proceda de Dios puesto que lo has rechazado, y has tenido toda la vida para confirmar ese desprecio. Y es que, quien rechaza el sol, se queda sin su luz y su calor como si no los hubiera tenido nunca.

—Paparruchas. No sabes hablar más que paparruchas. Yo soy el que dispone cómo han de ser las cosas. Yo soy el que está por encima de todo, el que está en la cúspide, puesto que yo lo he conquistado y todo es mío.

—Eso es lo que tú quieres creer. Pero debes tener tus dudas cuando te esfuerzas tanto en que todos los demás confirmemos tu supuesta autoridad. Eres como el exhibicionista que muestra sus genitales para que los demás le confirmen que los tiene. Si no tuviera dudas no necesitaría mostrarlos. Pues eso es lo que te pasa a ti. Pero es que, además, ni siquiera estás en la cúspide de las criaturas, porque ni siquiera has dado el salto a la santidad. Todos los santos están por encima de ti en esa pretendida cúspide que dices coronar. Serás un hombre con mucha astucia e inmensa maldad, pero nada más. Un mero y simple hombre, con las cualidades de hombre y sin ninguna más, salvo tu posición privilegiada. Toda la gente que conozco te da cien mil vueltas.

—¡Hasta aquí hemos llegado! ¡Te vas a enterar tú ahora lo que es mi autoridad! ¡Se acabaron las contemplaciones! No quieres ponerte de mi lado… Pues te vas a enterar, y los primeros que la van a pagar son tus amigos. Sé quienes son y conozco sus nombres y dónde encontrarlos porque tú mismo lo has escrito. ¡El listo e inteligente superdotado! Tú mismo los has delatado. Salvo que en este momento cambiases de opinión, porque, en ese caso, yo me comprometo a tener consideración con ellos. Ésta es tu última oportunidad de salvarlos.

—Pero cómo me voy a fiar de ti si mientes más que hablas. Tus compromisos, tus propuestas y tus tratos no valen nada; porque cuando saques lo que te convenga, harás lo que te parezca sin reparar en nada. Tus palabras están tan vacías como tú, y aunque yo me volviera loco y aceptara, tú harías lo que te viniera en gana igualmente y no podría salvarlos de ninguna manera; porque yo no soy el responsable de lo que hagas con ellos sino tú. Los chantajes los dejas para quienes se fíen de ti.

—Tú has pronunciado la sentencia, la tuya y la de ellos.

Y tratando de contener su furia para que no se manifestara en violencia, que probaría ante sus subalternos su frustración, se dirigió hacia la puerta de la sala, la abrió y dijo:

—Pasad y llevaos a éste. ¡A la mazmorra con él!

Y dirigiéndose a mí, añadió:

—Vas a tener el honor de inaugurar nuestro nuevo “hotel” destinado a demostrar nuestra proverbial hospitalidad a quien no se aviene a los dictados de la Ciudad.

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Mis tres acompañantes del principio me retomaron de donde me habían dejado un rato antes para sacarme de la sala. Yo ya notaba que estaba recuperando la movilidad del cuerpo además de la expresión del rostro que, previamente, también había ido recobrando, aunque todavía no me sentía con fuerzas como para sostenerme e intentar ponerme en pie.

Al salir de la sala, el mayordomo, que ya se despeñaba en el abismo de convertirse en Satanás irredento, aún dijo:

—Hasta nunca. Adonde vas, nadie te encontrará jamás.

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Mis tres acompañantes me condujeron de nuevo sobre la silla móvil, y sin mediar palabra, hasta el elevador por el que me habían bajado cuando llegamos a la mayordomía. Pero mi sorpresa fue cuando, en lugar de ascender hasta la azotea, como yo pensaba, para utilizar de nuevo el vehículo que nos llevara al lugar de destino, bajamos hasta el sótano de ese mismo edificio.

Un nuevo sótano, habilitado en secreto, para actividades inconfesables como en el que encontramos a la joven (pensé).

En ese lugar me transportaron hasta una sala donde alguien salió a recibirnos, en este caso un hombre, también con mono azul, a quien mi acompañante de mono rojo le dijo:

—Traemos a éste para que inaugure la mazmorra.

—Sí, ya me han avisado desde arriba que bajabais —respondió el primero—. Venid por aquí.

Nos condujo hasta la sala aledaña en la que había una especie de catafalco en el centro, con lo que semejaba un ataúd encima, aunque de material transparente. El hombre levantó la tapa y dijo:

—Venga, vamos a colocarlo dentro entre los cuatro.

Yo, temiéndome lo peor, intenté resistirme y protesté:

—¡¿Pero qué vais a hacer?!

—A enterrarte en vida —respondió fríamente el hombre de mono rojo—. Si pensabas que tus males ya habían acabado, te equivocabas: No han hecho más que empezar.

—¡Pero cómo vais a hacer eso! (Repliqué.)

—Pues haciéndolo. Ves —repuso él, mientras me cogían entre los cuatro y me colocaban dentro de la especie de féretro.

Mis brazos y mis piernas ya se movían algo, y mi cuerpo ya comenzaba a poderse contorsionar; pero eso apenas les dificultó el trabajo, y, en un momento, me vi dentro de la caja. Mientras colocaban la tapa de nuevo en su sitio, el empleado de aquel lugar me aclaró:

—Debajo de la tierra hay una especie de panal inmenso como un laberinto, en el que la máquina te va a colocar en una de sus celdas, y de forma aleatoria para que nadie sepa dónde te hallas, y allí te vas a quedar.

Sin más ceremonias, una vez hubieron acabado con los preparativos, el catafalco se hundió en el suelo, arrastrando consigo la cápsula o ataúd donde me encontraba.

Yo suplicaba al Señor que no me abandonara en aquellos momentos tan dramáticos, que se volvieron aterradores cuando, ya bajo el suelo, la superficie se cerró sobre mí y quedé en la más absoluta oscuridad. Sólo en Dios estaba

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puesta toda mi confianza, y ése era el único pensamiento que conseguía tranquilizarme.

Enseguida noté el movimiento de mi receptáculo y el desplazamiento del mismo en busca de mi ubicación final. Giró a la derecha, a la izquierda, ascendió, descendió, tantas veces en su lenta progresión, que perdí la noción de la situación y la sucesión de posiciones. Al final se detuvo, y fui eyectado de mi cápsula por los pies, como se expulsa el contenido de un tubo mediante un émbolo, junto con la superficie en la que se apoyaba mi cuerpo. Una vez en el nuevo emplazamiento, mi nuevo lugar ya no se movió, por lo que deduje que ya había llegado a la celda. Emití un sonido nasal, cada vez más intenso, para comprobar, por la reverberación del sonido, las dimensiones de la misma, y me pareció un cubículo no demasiado grande, pero, desde luego, bastante más que la especie de ataúd en el que había llegado hasta allí. Lo que no sabía es si tendría la suficiente altura como para permitir ponerme de pie una vez lograra hacerlo.

Durante el trayecto no había dejado de rezar para que el Señor me diera capacidad y luz para entender todo aquello y su porqué, y que pudiera aprender la enseñanza que subyacía en ello, para mi mejor aprovechamiento; aunque, por el momento, me encontrara tan a oscuras e imposibilitado como mi exterior manifestaba.

Mientras acababa de recuperar mi capacidad de movimiento me acordaba de aquella frase de Jesús en el Evangelio que decía: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no dará fruto; pero si muere, dará fruto abundante». Y yo me encontraba como el trigo bajo la tierra, bien enterrado, pero sin capacidad para echar raíces y brotar un tallo. ¿De dónde iba a salir el fruto?

Por lo pronto (pensé), puedo ofrecer mi desgracia por tantos como viven en la oscuridad, encerrados en su cubículo interior, porque no conocen a Dios y no han salido jamás de sí mismos, ni han visto la luz del sol en la alegría de su corazón, ni respirado la fragancia de los campos en la paz de su alma. ¡Cuánta gente hay de esa por la que no puedo hacer nada! Creen que lo han visto todo, cuando no han visto nada. Creen que lo saben todo, cuando no saben nada. Nunca han visto las estrellas en el cielo ni los pajarillos volando ni escuchado el rumor de los arroyos ni sentido la suave brisa en el rostro; aunque ellos piensen que todo eso ya lo han percibido por fuera, y, sin embargo, jamás han salido de su oscuro cubículo interior, encerrados en una celda de la que ellos mismos han tirado la llave. Pero… ¿cómo hacer entender a quien no quiere? Sólo puedo ofrecer mi experiencia, mi vida puesta al servicio de quien la quiera aprovechar, y nada más. Quien quiera algo, que lo coja del tesoro común vertido en la comunión de los santos; mi secreto queda depositado allí, junto a los de tantos y tantos como lo han llenado a lo largo de los siglos.

Así, imbuido en estos pensamientos y en otros semejantes, fue pasando el tiempo, y, con él, recuperando las fuerzas y saliendo del aturdimiento mental; sin embargo, la oscuridad no había disminuido nada en su pertinaz negrura, a pesar de que mis ojos ya se habían acostumbrado a ella. De repente me acordé de que en la Ciudad la luz de las habitaciones se encendía a través de la plaquita del mono, y como ya podía manejar los brazos con un cierto tino, acerté a tocarme la plaquita del mío para probar. Pero… no hubo suerte, no se iluminó ninguna pared, lo que me hacía sospechar que la oscuridad formaba parte de la tortura del lugar. Tortura que, bien mirado, lo es más para quien

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sólo sabe mirar hacia el exterior, pero para quien, además, también está acostumbrado a hacerlo hacia su interior, se transformaba en un grave inconveniente pero nada más. Y mi interior permanecía iluminado y con el suave perfume de la paz, perfume y luz que advertían de la sutil presencia de Dios que andaba por allí sin dejarse ver del todo. Me hubiera gustado que su presencia fuera más ostensible, y hasta tangible si cabe, porque, en esos momentos tan difíciles, toda seguridad a la que agarrarse resulta poca, y cuanta más apariencia de barca tenga la madera a la que se agarra el náufrago, mejor. Pero había que conformarse con lo que había. ¡Cuántos no tendrían ni la décima parte de eso!

Como ya parecía que tenía fuerza en los brazos y el cuerpo como para poderme incorporar, lo intenté… y lo conseguí. Apoyándome en los brazos logré sentarme y doblar las rodillas. Ya sólo me quedaba probar a ponerme en pie. Pero como a eso no me atrevía aún, opté por pasar primero por la posición de apoyarme en las rodillas, para lo que me volteé con la intención de colocarme a cuatro patas como los niños cuando gatean. Eso fue más difícil, pero acabé por conseguirlo igualmente. Ahora debía erguirme en esa posición, pero con cuidado no fuera a darme con la cabeza en el techo. Probé, emitiendo un sonido de nuevo, para intentar adivinar las dimensiones de la celda. Desde luego era un lugar pequeño que, al menos, me permitía permanecer tumbado, y me daba la impresión de que, posiblemente, también de pie. De todas formas me eché hacia atrás para sentarme sobre mis talones y, desde ahí, erguirme con cautela sobre las rodillas. Y pude hacerlo. Ahora sólo me quedaba probar a ponerme completamente de pie, lo que también logré; entonces elevé el brazo para ver si tocaba el techo y, efectivamente, un poco por encima de mi cabeza lo noté. Sin embargo, cuando en esta posición intenté poner los brazos en cruz para comprobar la anchura de la celda, aprecié que enseguida me tropezaba por ambos lados, lo que significaba que dicha anchura venía a ser la mitad de la altura y, seguramente, de la profundidad.

Una vez comprobada la recuperación de mi movilidad física, era de suponer que, con ella, también habría recuperado la mental, con lo que, si era así, podría retornar a la puerta de mi fantasía y regresar a mi época; y así lo hice. Cuando me quitaba el mono para colgarlo de mi lado de la puerta, respiraba aliviado y le daba muchas gracias a Dios por permitirme escapar de aquel horror de la condena a ser abandonado en la desolación.

Cuando ya me encontré sentado ante mi libro de tapas de mapamundi, dispuesto a añadir en él mis últimas e intensas experiencias, desde mi encuentro con Tomás y con Paula en el comedor del Ministerio de Comunicación, me entraron ganas de expresar mi alegría besando el escrito, como señal de abrazo a mi realidad cotidiana tan ajena a aquellos momentos de tensión.

A medida que escribía y rememoraba los hechos acaecidos, agolpándose todos ellos en mi cabeza y relacionándose unos con otros, me surgían nuevas preguntas y preocupaciones, pero la que con más intensidad se manifestaba era la inquietud por el futuro de todos mis amigos. Tenía que advertirles de alguna manera para que ellos tomaran sus medidas previendo lo que se les avecinaba. Por eso decidí que, en cuanto que acabara con mi redacción de los sucesos, volvería a aparecerme a ellos en casa de Marisa y las demás, cuando les dejé planeando cómo esconder a la joven del sótano para que el mayordomo no la

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pudiera localizar. Les contaría lo ocurrido para que pudieran prepararse, y para que me aconsejaran qué podía hacer yo sin por ello arruinar la operación, y me volvería a mi época para que ellos decidieran su parte sin que mi propio escrito fuera a delatarlos.

Pero mi redacción se prolongó varios días, incluso más de lo esperado, dado el menos tiempo del que ya disponía para dedicarle, por lo que el contacto con la realidad de mi época se intercalaba con la rememoración de mi experiencia en las postrimerías de la historia, lo que no podía por menos que desencadenar en mí la comparación, y, con ella, el descubrimiento de cómo una iluminaba a la otra y viceversa.

Ahora podía examinar y comprobar cómo, aquel pobre ser que había decidido abismarse en el egoísmo tomado como absoluto, extendía su influencia por toda la historia y con especial singularidad en la época que a mí me había tocado vivir. Época en la que él mismo me había emplazado para acabar conmigo. Por eso comencé a comparar determinadas situaciones vitales que últimamente me concernían, y a descubrir en ellas una especie de situación paralela con las que había vivido recientemente en aquella época tan distante. Llevaba yo bastantes años en mi vida cotidiana en que el ninguneo espiritual, incluso social, se había enseñoreado de la misma, hasta colocarme en una situación equivalente a la experimentada en aquella celda de aquella mazmorra infrahumana. De alguna manera espiritual, yo también me encontraba enterrado en vida en el tiempo de mi existencia en este mundo. Yo tenía mucho que transmitir, mucho que explicar y una historia que contar, que, curiosamente, a nadie interesaba, entretenidos como estaban en la promoción de su egoísmo y de tanta inutilidad como les ocupaba el tiempo, desperdiciando en ello su preciosa capacidad de decidir. Siempre me había preocupado el comprobar cómo la carencia de apreciación de la inhabitación de Dios en el corazón, en el centro del alma de cada persona, era la expresión de la pobreza más extrema y la miseria más paupérrima, en nada comparable al hecho físico que tanto preocupaba a algunos de mis contemporáneos; y había realizado todo lo que se ponía en mi mano y pasaba por mi cabeza, con resultados, no sólo ineficaces, sino inexistentes. Yo tenía la sensación de estar ofreciendo el tesoro entre los tesoros, cuando a nadie le importaba lo más mínimo, y se peleaban por cualquier bazofia que se pusiera a tiro, aunque, eso sí, muy bien vestida de galas fatuas. Una ceguera inexplicable se apoderaba de todo aquél que tan sólo se me acercara, como una maldición que cayera sobre quien osara aproximarse a mis cosas. Si hablase de mí, aquello podría tener explicación, pero todo lo mío hablaba de Dios, lo cual aún hacía más inconcebible la situación. No cabía más que deducir que lo que me sucedía no era sino la venganza de aquel pobre ser, hijo de Dios, que había decidido creerse el único Dios poseedor de todas las cosas. Y, claro, como en mi época, muchos habían optado por seguir este principio destructor de su vida, no era raro que aquél y éstos actuaran como uno solo en su papel alienador del alma humana. ¡Así nos iba!

El verdadero problema estaba en que muchos se encontraban en una mazmorra mucho peor que la mía, pero, tan alienados, que ni siquiera se percataban de ello. Yo, aun así, podía saltar de contento porque mi alma permanecía iluminada y respirando el perfume de la paz, y aunque me encerraran por fuera, tenía mi puerta interior que me comunicaba con el verdadero exterior a través de la infinitud de Dios, gracias al cual yo podía

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acceder a todo desde su interior. ¡Cómo me hubiera encantado que todos los demás hubieran podido disfrutar de ese beneficio inaudito! Pero si no querían… ¿qué iba a hacer yo?

Una vez anotada toda mi experiencia, llegó el momento de volver para avisar a mis amigos; y, como siempre, me planté ante la puerta de mi fantasía, me coloqué el mono, hice mi composición mental de lugar, y atravesé el umbral.

La completa oscuridad del lugar me sorprendió mucho y pensé si quizá había llegado demasiado tarde, y mis amigos ya se habían retirado a dormir, aunque se me ocurrió que quizá me hubiera equivocado de lugar por algún despiste de los míos, así que decidí probar a dar la luz tocando la plaquita del mono. Pero… el lugar no se iluminó. Aquello me resultó tan extraño que pensé que podía haber aparecido en mitad del campo y que por eso la plaquita no efectuaba su función, así que decidí no moverme no fuera a estar en algún lugar peligroso. Sin embargo, si hubiera estado en el campo hubiera podido ver alguna estrella o escuchar algún ruido, bien del viento, bien de éste moviendo la vegetación, de los animales o animalillos, de algún reguero, en fin…, de los susurros de la noche en el campo. Pero allí no se oía el más mínimo ruido salvo el que yo hacía al respirar. Entonces me empezó a invadir una sospecha… Extendí suavemente los brazos con el fin de ponerlos en cruz y comprobar el espacio, y… no pude llegar a extenderlos del todo porque me topé con la pared en ambos lados. Subí el brazo por encima de mi cabeza… y también toqué el techo. ¡Estaba de nuevo en la celda tal como me había ido! ¿Qué había ocurrido? Yo me había cerciorado antes de cruzar el umbral del lugar al que quería llegar, luego ése no era el problema. ¿En qué me habría equivocado en esta ocasión? No me quedaba otra solución que probar de nuevo, así que volví a cruzar el umbral para salir de allí.

Me situé otra vez frente a la puerta, ahora ya del lado de mi época, un tanto atónito por lo ocurrido; pensando que, si volvía a intentar dirigirme al mismo destino, quizá pudiera repetirse el fallo, por lo que opté por cambiar de destino a pesar de que lo más urgente era advertir a mis amigos del riesgo que corrían. Busqué qué debería ser lo más conveniente como segunda opción, y decidí que era completar esa misión de comunicación que había resultado fallida, pero enfocándola de otra manera. Si no se podía difundir la información que desvelaba las verdaderas intenciones del mayordomo por los conductos habituales, tendría que buscar otros secundarios, y pensé si quizás mi amigas maestras, aquellas que me recibieron tan amablemente cuando llegué por primera vez a esta época, podrían difundir dicha información a través de sus conductos educativos y docentes, posibilidad y duda que sólo ellas podrían aclararme. Por lo que me mentalicé con mi nuevo destino para que no hubiese errores, y crucé de nuevo el umbral de mi puerta.

Y… de nuevo oscuridad. ¡No podía ser! Quizás es que hubiera llegado de noche y estuvieran dormidas, pensé, intentando buscar una justificación con tal de no admitir el fallo por segunda vez. Probé a encender la luz a través de la plaquita de mi mono… y nada. Insistí en ello, por si acaso es que no sabía hacerlo bien, y, como lo realizaba a tientas, me equivocaba; pero como este segundo intento lo efectué más nerviosamente y no atiné a hacerlo como yo había visto, pues, efectivamente, tampoco se iluminó el techo. Sin embargo, algo nuevo e inesperado ocurrió: El traje, el mono que vestía habitualmente,

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comenzó a fosforescer, primero muy tenuemente, y luego de forma más apreciable. Fosforescencia tenue que hubiera pasado desapercibida de nos ser una oscuridad tan densa, con lo que, cuando paulatinamente fue cogiendo fuerza, aunque fuera poca, producía un cierto halo resplandeciente a mi alrededor que me permitía adivinar lo inmediato. Seguramente aquello era un efecto para poder ser visto en la noche que yo desconocía, pero que a mí me iba a servir para poder explorar las paredes de la celda, acercando mi antebrazo hasta ellas.

Como suponía, las paredes de los lados eran lisas, así como el techo. En el suelo pude distinguir la superficie sobre la que yo me había apoyado para mi traslado hasta allí, que se diferenciaba del resto del suelo. Y siguiendo esta comprobación me fui desplazando hacia delante, hacia la pared por la que yo debía haber sido introducido en ese lugar; que resultó ser también lisa en sus dos tercios superiores y con una compuerta en el tercio inferior, no fácil de distinguir del resto, y que, como era de esperar, no pude abrir con un simple empuje. Me di media vuelta para poder llegar hasta el fondo de aquel cubículo, por cerciorarme de la lisura de su pared y comprobar que me encontraba dentro de un perfecto paralelepípedo; pero en dicho fondo me encontré con una pequeña sorpresa, porque existía un pequeño poyete, todo a lo largo del mismo, que permitía sentarse. Me extrañó tanta deferencia para quien había sido encerrado allí para morir en desolación y abandono. Pero pensando… me di cuenta de que si sólo se pretendía eso, no era tampoco necesario que el cubículo tuviera tanta altura como para permitir colocarse de pie y caminar tres o cuatro pasos; por lo que deduje que lo que se pretendía con ello era producir una tortura mantenida en el tiempo lo más posible, retrasando la muerte física y favoreciendo la desesperación. Si mis deducciones eran acertadas, debería de haber algún lugar por donde introducirían el alimento, y quizá otro por donde eliminar las deyecciones, si realmente se pretendía prolongar de verdad la vida física. Busqué por la pared del fondo, y sobre el poyete encontré una pequeña compuerta semejante a la más grande por la que me metieron a mí, y se me ocurrió que posiblemente la comida la introducirían por ahí de la misma forma que lo habían hecho conmigo por el otro lado. Lo que no supe encontrar fue el lugar de las deyecciones; pero pensé que si aquello era una copia del zulo en que los terroristas metían a los secuestrados en mi época, y ellos utilizaban un orinal para tales cuestiones, pudiera ser que la misma compuerta de la comida sirviera también para eso.

Afortunadamente y gracias a Dios, yo podía salir de allí a través de la puerta de mi fantasía y no tenía que estar sometido a semejante tortura, pero no podía por menos que compadecerme de todos aquellos que habían pasado por semejante situación, tan terrible y desoladora. Para mí sólo iba a suponer el relativo castigo de no poder volver a esa época conclusiva de la historia y no poder ayudar a mis amigos ni terminar la historia que estaba escribiendo, ya con los detalles de la resolución de todo el conflicto. Todo quedaba en manos de Dios.

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Me disponía a volver a mi época, cuando sentí un resplandor a mi espalda que iluminó todo el cubículo. Mientras apoyado en el poyete, junto al que me encontraba arrodillado, me giraba para ver lo que ocurría, una voz masculina me dijo:

—¿Pero qué haces a oscuras?

Un hombre resplandeciente que impresionaba, ocupaba el estrecho espacio que quedaba por detrás de mí; al que respondí:

—Es que no sé dar la luz.

—¡Ah! Como tienes el resplandor al mínimo pensaba que sí.

—Es que ha sido por casualidad, por accidente, pero no sé cómo lo he hecho.

—Pues mira cómo lo hago yo.

Me pareció que tocaba su plaquita, aunque su resplandor me impedía apreciarlo con nitidez. Bajó mucho la intensidad del mismo, lo que ya me permitió ver con claridad su mono negro, y, ahora sí, cómo maniobraba con su dedo sobre su plaquita. Y añadió:

—¿Has visto? Pues ahora prueba a hacerlo tú.

Repetí la maniobra que había visto, y, efectivamente, mi resplandor también aumentó iluminando el lugar. Probé a bajar la intensidad e igualmente acerté. Y pregunté:

—Y así hasta apagarlo, ¿no?

—Efectivamente —me respondió él, con una sonrisa satisfecha que expresaba la bondad de su interior.

Y añadió:

—Perdona, pero con estas cosas no me he presentado: Soy Gabriel, el amigo de Misael y Miguel; y he venido a sacarte de aquí.

—¿Pero eres Gabriel, el Ministro de Historia?

—Sí, el mismo. Pero todo eso lo hablamos fuera, al aire libre. Salgamos de aquí cuanto antes. Aunque para eso me tienes que ayudar: A la par que nos cogemos de las manos, vas a salir a la puerta de tu fantasía y a pensar que quieres ir adonde yo te lleve. Con eso solamente vuelves a entrar y ya estaremos fuera.

Nos cogimos las manos, e hice tal como me indicó. Cuando crucé de nuevo el umbral, ya me encontraba en la misma posición, pero al aire libre de un día claro y fresco, en una calle arbolada, pensada para el paseo, como las que conocía de Los Ángeles. Gabriel me dijo:

—Vamos a apagar nuestro resplandor, que ya no lo necesitamos.

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Lo hicimos de inmediato. Luego me explicó:

—Estamos en los alrededores de la Mayordomía, y por aquí se va hacia el Ministerio de Historia. Si te parece, vamos paseando tranquilamente mientras conversamos.

—Me parece bien. Estoy ansioso por saber qué ha ocurrido con Miguel y los demás, y porque me cuentes cómo es que me has sacado de mi prisión cuando yo pensaba que te habías pasado al otro bando por no haber intervenido a favor de Misael.

—Respondiendo en primer lugar a tu última duda: Yo estoy con vosotros desde el principio, lo que pasa es que acordamos que yo permaneciera en el anonimato, para que, dada mi responsabilidad, pudiera enterarme con más facilidad de todo lo que se tramaba en las más altas instancias. Por eso ni Misael ni Miguel te comentaron nada. Como, afortunadamente, el nombramiento de los ministros no depende del alcalde general, Don Ángel no pudo evitar el mío, aunque me consta que lo intentó; y, posteriormente, dificultaba todo lo posible, sin que se notara mucho, que llegara a mí cualquier tipo de información comprometida. Por lo que deduje que él ya debía saber de mi implicación a través de tu escrito. Cuando llegó el episodio de la detención de Misael y Manuel, yo ya me había enterado del asunto por otros conductos, por lo que me dio tiempo a prevenirles; pero acordamos que yo no me significase en su defensa sino que actuase conforme a la estrategia que el enemigo había prediseñado, para, de esta forma, descubrir el grado de implicación de unos y otros, y saber con quien se iba a poder contar y con quien no. Y, efectivamente, dicha detención fue un verdadero tes para valorar el comportamiento de todos nuestros ambientes. Pero, como comprobamos que nuestro común “amigo” Don Ángel se valía de tu escrito para ir por delante de nosotros, lo que nos situaba en inferioridad de condiciones, decidí recuperarlo para nosotros de una época anterior a la prohibición, para saber a qué atenernos. Cuando entrasteis en el sótano y descubristeis a la joven, yo ya lo estaba leyendo, y precisamente iba por ese capítulo. En cuanto leí lo que venía a continuación, vi que no había más remedio que intervenir de inmediato para minimizar la catástrofe, e intentar transformar el mal en bien, con lo que me presenté en la reunión que teníais en casa de Marisa y las demás, cuando tú ya te habías ido; para realizar esa función que tú hubieras querido hacer pero no has conseguido. De hecho, Paula, cuando quedó con su hermano y contigo, ya sabía lo que iba a ocurrir a continuación, y la pobre tuvo que morderse la lengua y hacer verdaderos esfuerzos para no contároslo. ¡No sabes hasta qué punto era trascendental y determinante que tú tuvieras la conversación con Don Ángel que relatas! Porque, además tu escrito nos va a servir como prueba para denunciar la labor del mayordomo.

—Pero si mi escrito está prohibido, se van a escudar en eso para no aceptar su contenido.

—Ya, con eso contamos. Pero en esta época no es como en la tuya, en la que no se valoraba la coherencia de hechos o circunstancias; ahora, si una situación es coherente con el resto de circunstancias y pruebas, se acepta como una prueba más. Porque la coherencia forma parte de la dinámica de causa-efecto en todos los acontecimientos, como si fuera la red que enlaza unos nudos con otros, y en la que la presencia de unos indica la situación de sus acompañantes. Bueno, no sé si me he sabido explicar.

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—Explicarte, sí; la cuestión es si yo lo he sabido entender. Pero creo que sí me he hecho una idea. Sería algo así como: si mi relato explica y da sentido a toda la nube de datos y acontecimientos es válido, y si no, no.

—Eso es.

—¿Y ante quién vais a denunciar al mayordomo? Porque él es quien lleva las riendas.

—Eso es lo que él quisiera y lo lleva intentando bastante tiempo sin lograrlo del todo; porque la función del mayordomo sólo es la de armonizar y coordinar todo, pero no la de ser un dictador al que todo le esté sometido. Ya te decía que los ministros no los nombra él, sino que son elegidos en la asamblea de responsables y delegados…, con lo que no siempre se sale con la suya. Aunque a veces sí, como ocurrió en el Ministerio de Alerta o en el de Desarrollo, por ejemplo. Pero él no tiene todo el poder, por lo que la misma asamblea que lo eligió le puede destituir. El problema está en convocar una asamblea extraordinaria al margen de la mayordomía, y hacerlo con urgencia. Porque eso supone tocar muchos palillos y mostrar un enfrentamiento claro con la mayordomía, que no se va a quedar de brazos cruzados contemplando cómo nos saltamos sus prerrogativas.

—Pero no podéis dejar de intentarlo, y habrá que jugar todas las bazas porque todos nos jugamos mucho en ello.

—Por supuesto. Ya hemos pasado a la fase de confrontación abierta, aunque con toda la inercia del hacer rutinario en contra. La gente es bienintencionada pero nada amiga de los cambios y las sorpresas, y se aferra a “lo de siempre” con uñas y dientes, hasta incluso llegar a taparse los ojos y los oídos para no ver ni oír nada que les pueda convencer.

—Sí, lo comprendo. En mi época pasaba lo mismo; pero con el agravante de que no había tanta gente bienintencionada como ahora. Yo creo que aquí, cuando empiece a saberse la verdad y el trasfondo de lo que ocurre, todo cambiará para bien y se superará esa inercia tan dañina.

—Dios te oiga. Porque subvertir lo establecido, aunque sea para recobrar nuestros pilares y convicciones fundamentales, no se presenta fácil.

—Oye, y ¿qué ha pasado con los demás? Porque si has leído mi conversación con el tal Don Ángel, verás que iba a ir a por todos los que estaban conmigo en esto.

—Te cuento: En aquella reunión a la que yo me incorporé para avisarles, acordamos que, aparte de esconder a la joven que ibais a rescatar, también había que hacer desparecer por una temporada a Marisa, Paula y Alicia; pero, como había unos días de margen, daba tiempo a prepararlo y a que ellas dejaran encauzados sus diferentes cometidos. Marisa realizó aquello que ella misma había propuesto: Se llevó la muestra, una parte la puso a buen recaudo, otra la dio a sus compañeros para que averiguaran de lo que se trataba, y otra se la pasó a Alicia. Ésta también llevó a cabo su parte e hizo lo mismo con sus compañeros. Paula quedó encargada del encuentro con su hermano y contigo, pero hubo que convencerla de la necesidad de que ella realizara su papel sin advertiros, y que, a su hermano, lo más que le podía pasar era que le arrestaran en su propia casa, dado que aquí no hay cárceles oficiales ni legales, y que como tampoco sabía nada más que lo que su hermana le había contado,

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no tendría ningún problema si lo relataba todo tal como ella se lo dijese. Pero como la que sí era una testigo incómoda era ella, la que sí tenía que desaparecer nada más dejaros era ella, porque, seguramente, ya habría alguien encargado de detenerla al acecho, como así fue; pero como también teníamos preparada una estratagema para eludirlo, todo salió bien.

—¿Pero, entonces…, sus trabajos?

—No te preocupes. Porque aquí las cosas no funcionan como en tu época. Aquí la gente es responsable y, como bien sabes, no hay sueldos ni contratos ni nada que se le parezca. Las personas, cuando van a faltar, dejan su trabajo hecho y lo advierten a sus compañeros, y no pasa nada. El problema está en saber si los compañeros de Alicia o Marisa van a secundar las presiones para que entreguen, a unos desconocidos, por muy representantes oficiales que digan ser, las respectivas muestras que obran en su poder. Porque aquí, aunque te parezca mentira, la gente tiene criterio propio, y ese criterio se respeta, por lo que no suele ser bien visto que alguien pretenda imponerte uno sin argumentarlo y convencerte, y los criterios caprichosos se rechazan. Aquí nadie puede decirte lo que tienes que hacer si no te convence primero para que lo realices con gusto. Yo no podría ser ministro si todos mis colaboradores no estuvieran convencidos de su trabajo, y de que yo estoy para el buen servicio organizativo de todos y que todos remamos en la misma dirección. Y lo mismo le ocurre a Miguel en su cargo.

—Y, por cierto, Miguel… ¿qué ha pasado con él?

—Pues, por el momento, nada de especial trascendencia. Porque ayer mismo, poco antes de tu detención, le llamó su ministro con intención de incriminarle y destituirle, pero la jugada le salió mal puesto que no tiene pruebas de cara a los demás y sabe que los compañeros de Miguel están con él.

—¿Y del escrito de denuncia que iban a realizar Alicia y Miguel?

—Pues aquí lo llevo en mi tablilla para pasártelo a tu plaquita, porque me ha parecido muy buena la idea que expones en tu escrito de ir a visitar a tus amigas maestras para que, a través de los conductos docentes, difundan ellas la información que poseemos. Ni nuestros opositores ni nosotros sabemos localizarlas por los datos que tú suministras, por lo que ése es un camino seguro, ya que sólo tú puedes volver a encontrarlas, aparte de nosotros también intentar difundir la información por otras vías.

—Me parece muy bien, porque con ese escrito ya no necesito yo explicar de viva voz toda la situación, sino sólo corroborarla.

—Te lo voy a pasar.

—Aún tengo en la plaquita los datos que traje de Magog sobre el código biológico del mayordomo y el de su madre.

—No importa. Ahí pueden seguir. Cabe de sobra todo lo que yo te voy a transmitir.

Y como hiciera Luis en su día, Gabriel transfirió a la plaquita de mi mono el escrito, según me había dicho. Y añadió:

—También te he incluido la parte de tu escrito que ya se ha cumplido, como una parte probatoria más. Todo el mundo ha oído hablar de tu escrito, y sabe algunos detalles del mismo que les han podido llegar por transmisión oral.

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Creo que ya es hora de que esa parte de tu escrito vuelva a ver la luz sin que por ello condicione las decisiones de nadie. Ha llegado el momento de que el secreto de la parte ya cumplida de la profecía se desvele. Bueno, me he atrevido a anticipar el siguiente capítulo, el cuarenta, porque, cuando lo quieran leer, también se habrá cumplido. Siento haber tenido que tomar yo solo esta decisión, pero es que inferí, por lo que cuentas en él de tu última entrevista con Juan, que él estaría completamente de acuerdo conmigo, una vez llegados a estos extremos de flagrante denuncia.

—Se me está ocurriendo que eso, además, puede ser una excusa perfecta para llamar la atención de la gente como “el hallazgo del siglo” en el que se ha podido recuperar gran parte de dicho escrito profético histórico. Con esa llamada de atención, y con el escrito testimonial de Alicia y Miguel que lo acompaña en el que se denuncia la realidad de la situación, puede ser el vehículo idóneo para que llegue a todo el mundo, y por la vía educativa se transforme en noticia. Creo que así será más fácil que cuele y se salte los filtros.

—Te olvidas de que tu escrito sigue prohibido y de que esa prohibición puede retraer a mucha gente de leerlo.

—Pero en cuanto alguien lo lea y se dé cuenta de que refleja la verdad de la situación en la que vive, ya se encargará de convencer a los demás, limando todas las reticencias para que también lo hagan. Esto es la Ciudad y no mi época. Como tú decías, aquí se educa a la gente para que tenga criterio propio y capacidad de discernimiento, porque las personas importan de verdad y no son números ni estadísticas ni votos ni cosas a utilizar como en mi tiempo. La gente responderá bien, ya lo verás. Sólo hay que suministrarle la información que se les oculta para que sepan decidir. Yo he visto la diferencia con mi época y te aseguro que no tiene comparación. Y si vosotros sois la prueba que de mi época se ha salido, de ésta se saldrá sin lugar a dudas.

—Está bien eso de que tú me des ánimo a mí.

—Simple comunión de los santos. Tú me lo has dado a mí liberándome de mi cárcel, y yo ahora rompo una lanza por vosotros. ¡Por cierto! ¿Qué es lo que ha pasado para que yo siempre volviera a mi encierro a pesar de desear ir a otro lugar?

—Eso se debe a que han empleado un truco contigo para engañar a tu fantasía, de forma que siempre volvieras a las mismas coordenadas que abandonabas a pesar de que pretendieras otra cosa; porque, si no, nunca te hubieran podido retener ahí. Por eso necesitabas poner tu confianza en mí para conseguir desembarazarte del truco. Y por eso te dije que necesitaba tu ayuda para poder sacarte de allí.

—¿Entonces la mazmorra sólo estaba en mi mente?

—No sólo estaba en tu mente, porque esa mazmorra está construida para torturar a las personas de esta época que no saben bilocarse y no pueden escapar por ese medio, y para confundir a quien utiliza un sistema semejante al tuyo. Pero para Miguel, Fidel o yo, por poner a personas que tú conoces, no sirve para nada; salvo para intentar aterrorizarnos. Desde luego es de una crueldad inaudita que, cuando se sepa que eso se encuentra en la Ciudad, va a arder Troya. Y como tú describes muy bien su ubicación, no la van a poder esconder.

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—Pero…, estoy pensando, si, al sujeto este que actúa de mayordomo, al final le van a descubrir, y se va a saber todo lo que trama y todo el mal que hace, y va a perderlo todo, porque ya Jesucristo le venció; y, además, él que se vale de mi escrito para ir por delante de nosotros, y que seguro que sabrá por él de su fracaso… ¿Cómo es que se empeña y porfía en obrar el mal todo lo que puede si, al final, va a perder definitivamente?

—Él mismo te ha dado la clave en su conversación contigo: Él se ha cegado a propósito para no verlo y quiere creerse que pervivirá en la historia, así que a cuantos más convenza para pasarse a su bando, más opciones de pervivencia tendrá, ya que se piensa que vive en ellos.

—Pobre. Yo no quisiera estar en su lugar cuando sólo encuentre la desesperación de una oscuridad mucho peor que la que haya podido vivir en la mazmorra, devorado perpetuamente por el fuego de la verdad que no ha querido aceptar, y sin poder escapar de ello porque ya no hay muerte que le libere.

—Entonces su mayor tormento será el amor de Dios con el que fue creado y que nunca dejará de tener. Pero él lo ha elegido así, porque, por mucho que haga, Dios no le va dejar de querer.

—En fin… Que me da lástima. Pero lo que sí tenemos que evitar es que extienda su influencia destructiva, atrapando en sus redes a otros como él. Y aunque creo que sólo podrá engañar a quien quiera ser engañado, al menos habrá que facilitarles la oportunidad a estos últimos de poder elegir la verdad si quisieren.

—Eso por supuesto. Y para ello tenemos que hacer todo lo que esté en nuestra mano, ya que Dios actúa a nuestro través, como hijos y enviados suyos que somos; y, además, ésa es la prueba de que lo somos: que obramos la obra de Dios. Y dentro de las obras de Dios se encuentra el que cada uno continúe con la tarea a la se ha comprometido; como, por ejemplo, tú visitando a tus amigas maestras. ¡Bueno!, realmente a nuestras amigas maestras, porque lo son de todos. Y yo a lo mío, tanto de la historia pasada como de la actual, que, como verás, cada vez se va haciendo todo más presente e interpenetrándose, señal inequívoca de que nos acercamos a su consumación.

—Sí, ya veo que cada vez va siendo más difícil el ubicar un tiempo concreto que sirva de referencia. Acabas por no saber lo que es mañana o fue ayer, y que tu línea o sucesión vital ni siquiera coincide con la de los otros, porque cada uno tiene la suya.

—Es la proximidad del eterno presente que ya roza nuestra piel.

—Recuerdo que ya en mi época le decía a un amigo que un anticipo de esto, como una profecía, era cuando alguien se podía comunicar y ver a otras personas en cualquier parte del globo, y a tiempo real; pudiendo estar uno de día y el otro de noche simultáneamente, y viendo y oyendo el uno lo del otro, participando de ambas realidades. ¡Y de eso han pasado un montón de siglos!

—Pues ya ves, lo que entonces era una metáfora profética, hoy es una realidad, con la circunstancia de que, además, en esta época puedes encontrar condensadas todas las anteriores en todas sus fases, como si fuera un santo que contiene en sí todos los estratos inferiores: el hombre, el animal, el vegetal, el celular, el orgánico y el material o físico. Ésa es la consumación que, también como historia, abocamos.

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—¡Algo digno de verse!

—¡Sin duda! ¡Porque lo veremos todos! Ya que su final no es otro que lo que la tradición denomina el Juicio Final, la puerta del eterno presente que da acceso al más allá de la historia.

—¡Oye, y ahora que lo pienso! ¿Y el más allá de mi historia, cuando haya hablado con mis amigas las maestras, cuál es? ¿Qué hago después?

—Nuestro centro logístico, aunque te parezca mentira, es la casa de Manuel, porque, como tiene tanto movimiento y él está allí retenido, se ha convertido en el mejor centro donde confluyen todas las informaciones. Pásate por allí para informarte de cómo va todo y dónde puedes echar una mano.

—Pues entonces me voy ya. ¡Ah!, y ¡muchísimas gracias por haberme liberado!

—No hay de qué. Es todo un honor ser de utilidad.

—Pues hasta otra ocasión, si Dios quiere.

—¡Confío en que quiera!

Y volviéndome hacia mi puerta interior, regresé a mi época tras atravesarla de nuevo y dejar allí colgado mi traje. Debía redactar mis últimas vivencias y mi providencial liberación, que intuía representaba o simbolizaba la de toda la Ciudad a modo de anticipo.

Pero, como cada vez que regresaba, los azares y ajetreos de la vida diaria impedían o retrasaban más de la cuenta mi retorno a mis actividades allá en las lejanías futuras del tiempo, y perturbaban mis planes y cortaban las alas a mis prisas por ver una solución lo antes posible para aquellos tiempos futuros que tanto significaban para la historia de todos.

Ojalá y yo pudiera hacer algo por mi época como lo hacía por aquella otra, que de algún modo también lo era, aunque la raíz de mi ser histórico no se asentara en ella. No podía dejar de ver, aunque mirase para otro lado, los corazones de la gente y su degradación y corrupción, como los cadáveres en el pudridero sin que ellos mismos se den cuenta de lo que les ocurre porque han quedado vacíos de vida y de conciencia de sí. No, decididamente, en mi época, no había sido liberado por Gabriel, y desde mi celda en la mazmorra podía contemplar, gracias a que para mí las paredes eran transparentes, el contenido de las otras celdas y la situación de sus ocupantes, ufanos de sí mismos y a la vez desesperados en su ceguera.

Pero como no tenía ningún sentido que yo me preocupara por lo que no podía cambiar, cuando acabé mi redacción, volví a retomar mi tarea al otro lado de la puerta de mi fantasía. Esta vez situándome mentalmente en el momento siguiente a mi despedida de con Gabriel y ante el deseo de encontrar a Marta en el momento inmediato más oportuno que no supusiera un inconveniente para ella. Así crucé de nuevo el umbral de mi puerta.

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Al otro lado me esperaba una mañana veraniega en un camino campestre junto a una cerca rústica. Marta caminaba distraída hacia mí, con la mirada pensativa puesta en el campo. Al girar la cabeza hacia el frente para no perder el sentido de la marcha, descubrió mi presencia, lo que le sorprendió, transformando su rostro meditabundo en un ascua de alegría. En ese instante yo noté que algo había cambiado en su rostro… habían pasado los años por él y la juventud que yo recordaba se había transformado en adulta. Ella me dijo:

—¡Qué alegría de verte después de tanto tiempo! Estaba haciendo mi oración mientras paseaba, y te has hecho presente como un regalo.

—¡Qué exagerada, por Dios! ¿Pero tanto tiempo hace?

—Pues yo diría… que unos quince años.

—¡Vaya! Entonces me he equivocado y me he adelantado todo ese tiempo. Perdona pero voy a retroceder ese tiempo atrás para que coincidan los acontecimientos, porque las noticias que te vengo a traer y el favor que te quiero solicitar han de ser contemporáneos, ya que, en caso contrario, carecerían de sentido.

—Pero entra la primera vez que pude verte así como ahora, y esta segunda, no he recibido ninguna otra visita tuya semejante. ¿No crees que si me hubieras traído una información y pedido un favor, acaso no lo recordaría?

—Pues tienes razón. ¿Qué circunstancia lo habrá impedido?

—Puede que, a lo mejor, lo que tengas que decirme no carezca de sentido, y que, una vez lo averigüemos, ya no sea preciso tu retroceso.

—No sé, pero se trata de la confirmación de unas sospechas de confabulación contra la Ciudad que comentamos de pasada en nuestra conversación de hace todos esos años que dices, y que, a estas fechas, todos esos acontecimientos que se iban a desencadenar entonces, ya estarán añejos.

—Precisamente me acordé de ti cuando, hace unos meses, me enteré por las noticias de que habían detenido a dos funcionarios en Los Ángeles que tramaban algo contra el gobierno y el mayordomo; y cuando hablaron de conspiración me vino inmediatamente a la cabeza cuando tú nos confirmaste la sospecha de que algo raro sucedía —dijo, mientras retomaba el paseo, invitándome a acompañarla.

—A ver… ¿has dicho que hace sólo unos meses de eso?

—Sí, unos meses. No creo que llegue a un año.

—Pero entonces…: esta visita es la coherente en el tiempo, la contemporánea, y no la otra. Debieron pasar diez u once años entre mi anterior visita a la casa en la que estabais Misericordias, Caridad y tú; y mi primera vista a Manuel y Misael en Los Ángeles. Con esa posibilidad no había contado.

—Ves como no iba a hacer falta tu retroceso a esos años pasados. Los acontecimientos pasados también son pruebas del futuro por vivir.

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—Efectivamente, cada vez me doy más cuenta de que la historia es como un gran guiso en el que ya están todos los ingredientes, y en el que cada uno va cogiendo con su cuchara de aquí o de allá. Menos mal que ha habido un acontecimiento algo señalado que nos sirviera de referencia a ambos, porque si no…

—Sí, porque sin esa referencia hubiera sido muy difícil. Pero lo mismo en la historia que con todo. ¡Fíjate si no en los que no tienen a Dios como referencia de sus vidas! ¡hay alguien más perdido!

—Pero precisamente ésa es la seña de identidad de toda la historia, la búsqueda de esa referencia que le dé sentido a todo y llene de personalidad e identidad a cada individuo. Toda la creación ha de reorientarse hacia Dios, lo que se realiza a través de Cristo; por eso advierte San Pablo que Dios Padre ha sometido todo a Cristo, para que, cuando todo le esté sometido, él también se someta al Padre, y así Dios sea todo en todas las cosas.

—Yo, lo mismo que mucha gente, pensaba que ese momento estaba a punto de llegar, puesto que parecían darse todas las condiciones idóneas desde hacía años; pero, sin embargo, el tiempo pasa y ese momento no acaba por materializarse nunca, lo que va minando poco a poco mi esperanza, dejándola como mustia.

—Pues es que a lo mejor se ha de pasar una prueba final para que eso se cumpla; como también nos advierte San Pablo: «La creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios». Pues para ofrecer esa oportunidad de liberación estoy yo aquí, porque yo traigo una información del actual mayordomo que explica sus pretensiones y malas artes para someterlo todo a su capricho, alejándolo de la voluntad de Dios a la que intenta sustituir por la suya. Información que me gustaría difundieras a través de los canales docentes, ya que, a través de los medios de comunicación informativa habituales, por el momento, no nos ha sido posible realizarlo.

—¿Y yo, en un lugar perdido e insignificante de la Ciudad, lo voy a poder efectuar?

—Me creo que sí, puesto que aquí todo el mundo tiene acceso a toda la información a través de la omnipresente tablilla; y justo los lugares menos considerados son los menos vigilados por quienes tratan de impedir dicha difusión, que dedicarán sus esfuerzos a los más significativos. Además, como tú misma vas a leer lo escrito, vas a poder cerciorarte de la conveniencia de su difusión y del bien que eso supone, por lo que lo vas a realizar convencida. Y que también vas a poder presentar como un gran hallazgo, ya que se acompaña de la parte de mi escrito que se ha cumplido hasta ahora, y que permanecía prohibida, pero que me ha facilitado el mismísimo Ministro de Historia, que se ha preocupado en recuperarlo.

—¿Voy a poder leer tu escrito? ¿De verdad? —Se entusiasmó, deteniéndose en su lento caminar para mirarme fijamente.

—Si, pero solo hasta nuestra conversación de ahora; porque me ha dicho Gabriel, el ministro, que cuando lo quieras leer ya habrá transcurrido y no supondrá ya ningún problema de anticipación del futuro.

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—Pues pásamelo.

—Lo llevo en la plaquita de mi mono, así que lo vas a tener que adquirir con tu tablilla.

Ella sacó su tablilla de uno de sus bolsillos, y, tras manipularla, la colocó sobre mi plaquita. Yo le expliqué:

—Vas a encontrar tres archivos: La parte de mi escrito que te he dicho, un escrito elaborado por Alicia, una funcionaria del Ministerio de Desarrollo, y por Miguel, el responsable del Servicio de Información del Ministerio de Alerta; y otro escrito con unos datos traídos de Magog con el código biológico de la madre del actual mayordomo y los de su violador, que resultan ser idénticos a los del mismo mayordomo. Como de todo ello hablo en mi escrito, pues sabrás a lo que se refiere cada cosa. Pero el verdadero informe de denuncia es el elaborado por Alicia y Miguel, que es el que urge difundir para que la gente sepa qué está ocurriendo; así que creo que eso es lo primero que debes leer.

—De acuerdo, así lo haré —respondió Marta, mientras reemprendíamos nuestro calmo paseo.

—¿Sabes lo que más me ha sorprendido de nuestro encuentro? (Le dije, cambiando el enfoque de la conversación.)

—No.

—Haberte encontrado en el campo, cuando yo esperaba una casa y un pueblo.

—Es que he venido a pasar unos días de vacaciones a casa de mis padres, que ya no recuerdo si te dije vivían en una granja escuela, en la aldeíta encargada de su mantenimiento. Yo me he criado aquí, al igual que todos mis hermanos, y es por eso que a mí me gusta tanto la docencia y el campo. Ver pasar por aquí a tantos chavales en su ciclo formativo sobre las actividades agrarias y ganaderas en la historia del hombre y de la humanidad, me despertó la pasión por la enseñanza. Como ves, aunque sólo sea por la estructura de la cerca, se ha procurado conservar ese aire de antigüedad en todo, para que a los chicos les sea más fácil dar el salto mental a otras épocas en que la humanidad aprovechaba esos recursos de esa manera. Como ahora todo se fabrica y produce artificialmente, los niños no saben de dónde vienen las cosas, y, con explicárselo no suele ser suficiente, por eso lo tienen que ver y experimentar para que lo aprendan y asienten sus raíces, y valoren de verdad lo que tienen hoy.

—¿Y les enseñáis también las formas de vivir antiguas?

—Sí, también. Aunque, cuando vienen aquí, la parte teórica ya la han estudiado, para que su estancia no se prolongue excesivamente, y se centren, fundamentalmente, en la parte práctica de forma intensiva. Resulta curiosísimo ver la cara de los chiquillos cuando ven por primera vez a un animal de granja de forma real.

—Eso ya comenzaba a pasar en mi época, así que supongo que ahora…

—Hay reacciones para todos los gustos, y tenemos o tienen que recordarles las características que ya habían estudiado para que comprendan que son animales y no cosas ni personas. La verdad es que luego, de mayores,

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lo recuerdan como una experiencia única; incluso en sus vacaciones, algunos suelen venir por aquí para colaborar.

—Deduzco, por lo que dices, que las granjas escuela se han convertido en una especie de santuario donde se conservan y concentran las formas de vivir del pasado y los animales domésticos o de granja.

—Así es. Gracias a eso perviven especies animales y vegetales que se hubieran extinguido hace siglos. Incluso se han rescatado de la antigüedad especies que en tu época ya se habían extinguido. Por ejemplo, en esta granja, tenemos un corral de pájaros dodo.

—¿No me digas? ¿En serio?

—Completamente en serio. Y no tenemos tigres dientes de sable o mamuts porque no son adecuados para una granja. Sin embargo el dodó, como es muy pacífico, se puede tener como se tiene un pavo. De hecho, esa característica de ser pacífico, que fue la causa de su extinción, es la que ahora le ha permitido extenderse en esta época y estar presente en una infinidad de granjas escuela de la Ciudad, cuando en la antigüedad sólo vivía en unas pequeñas islas del Océano Índico.

—Eso me recuerda lo de “bienaventurados los pacíficos…”, que aplicado a este caso se podría concluir como… “porque resucitaréis y llenaréis la tierra”.

Marta se rió y comentó:

—Un poco traído por los pelos, pero puede valer.

—Pero no me digas que no se puede interpretar como una alegoría.

—Bueno, eso sí. Da pie para pensar. Porque las bienaventuranzas siempre me han encantado. ¿No me digas que no es un gozo ponerse a pensar sobre ellas?

—Sobre todo teniendo en cuenta que vosotros ya las vivís, y que ya sólo os falta alcanzar el cielo para disfrutar de esa felicidad plenamente.

—¡Qué exagerado eres! ¡Bien que me gustaría a mí vivirlas como tú dices!

—No, no exagero. ¿Acaso nos sois pobres en el espíritu? Pues ve que el reino de los cielos no sólo se hace presente en cada uno de vosotros, sino en todos: La Ciudad se va pareciendo cada vez más al reino de los cielos. ¿Acaso no sois mansos? ¿Y prueba de ello no ves que habéis heredado la tierra? Toda la naturaleza ya está prácticamente a vuestro servicio. ¿O no habéis llorado por todo el mal presente en el mundo y habéis conseguido remediarlo en gran parte? Pues ya estáis siendo consolados. Habéis desterrado la pobreza, el hambre y la sed física de la faz de la tierra, y habéis establecido la justicia de Dios. ¿Acaso no habéis quedado saciados por ello? ¿Y no sois misericordiosos? Pues Dios vuelca con vosotros su misericordia, y acude en vuestra ayuda como es el caso de esta situación por la que estoy yo aquí. Y, porque progresáis y ahondáis en vuestra limpieza de corazón, veis a Dios en todas las cosas y en todas sus obras, y actuáis en consecuencia. Por eso trabajáis por la paz y habéis conseguido que la Ciudad sea la Ciudad de la Paz, lo que demuestra que sois hijos de Dios porque le reflejáis a Él. Y perseguidos y calumniados por todo ello… Pues entre vosotros no, pero sólo tenéis que ver lo que lleva haciendo Gog y lo que trama hacer, y lo mismo Magog, para comprender que os odian por corresponder al amor de Dios y construir el reino de los cielos, y porque os

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oponéis activamente a los que obran el mal, como les ha ocurrido a mis amigos Manuel y Misael, esos que salieron en las noticias de hace meses y que están arrestados en sus domicilios. ¿Acaso después de todo esto no ves que ya se están cumpliendo las bienaventuranzas?

—Visto así… puede que tengas razón.

—Lo que pasa es que lo ves tan natural y sin espectáculo de fuegos artificiales que no te llama la atención y no te das cuenta de lo excepcional que es eso. ¡Que te quiten algo de eso y verás si lo notas! Es como la salud, que no aprecias su auténtico valor hasta que la pierdes.

—Sí, en eso estoy totalmente de acuerdo. Y no sólo con la salud, sino también con las personas, que no te das cuenta de lo que hacían en tu medio y de lo que significaban hasta que desaparecen. Eso me acaba de pasar a mí con Misericordias. ¿Te acuerdas de ella?

—¡Cómo no me voy a acordar! ¿Pero es que se ha muerto?

—¡No, eso no! Me refiero a que ya no está en casa con Cari y conmigo, porque ya se encuentra muy mayor y se empeñó en que no quería ser un estorbo para nosotras… ¡ya ves!, y no paró hasta conseguir trasladarse a la hospedería del hospital, donde está ahora. ¡Entonces nos empezamos a enterar de todo lo que hacía Misericordias!, cuando las cosas dejaron de hacerse solas. Y lo peor de todo, el vacío que deja en tu medio, en la casa, en las conversaciones… Y aunque ya tenemos una compañera nueva que se llama Piedad, pues no es lo mismo porque cada persona es única e intransferible. Y eso que vamos a verla, tanto Cari como yo, con frecuencia; pero no es lo mismo, porque son muchos años compartiendo la vida, y donde la echas en falta es en esa costumbre de la vida diaria, que no suplen esas visitas, porque ya se salen de lo ordinario. En fin… que también nos tenemos que acostumbrar al paso del tiempo, que resulta implacable aunque no queramos. Y que, como tú bien dices, no se nota hasta que no va dejando ausencias.

—Pues me imagino que a tus padres les pasará algo parecido.

—Claro, ya les pasa, pero ellos no quieren salir de aquí ni atados. Están acostumbrados a esto, y mientras les quede algo de fuerzas seguirán activos con sus tareas, aunque sean mínimas. Además tienen la suerte de que uno de mis hermanos se quedó aquí y está casado y con hijos, con lo que, aunque en general en la Ciudad todos seamos como una familia, ellos tienen a alguien de su propia sangre aquí siempre, con lo que incluso presumen de ser una muestra viva de familia modélica.

—Y, además, seguro que todos los hijos venís aquí siempre que podéis.

—Eso, además. Aunque coincidir todos a la vez es bastante difícil conseguirlo. Pero, cuando ocurre, la verdad es que es muy bonito.

—Por lo que deduzco de todo lo que dices, veo que aquí siempre hay mucho trasiego de gente, y aunque parezca un lugar aislado, me creo que eso es sólo una apariencia.

—Has deducido bien. Porque sólo se diferencia de cualquier centro urbano en la distancia que hay que recorrer para llegar a él, que es incluso inferior que entre los extremos de las grandes poblaciones; por lo que la granja es como si fuera un barrio extremo de la población más cercana. Además, ya sabes que,

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con las tablillas, estás perfectamente comunicado con cualquier parte de la Ciudad, aunque estuvieses perdido en un desierto. De todas formas nosotros contamos con dos vehículos que tienen su base aquí, para que, si lo necesitamos, no tengamos que depender de la espera de la llegada de un taxi, por ejemplo. ¿Conoces los taxis, no?

—Sí, ya he tenido la oportunidad de subir en uno en Los Ángeles. Por cierto, ¿ha llegado por aquí la promoción de una campaña de oración por el bien de la Ciudad?

—Sí, hace poco. Aunque no ha sido a través de los conductos de noticias habituales sino gracias a distintas personas que han pasado por aquí, y especialmente por el cura. La primera vez que lo oí pensé para mí: “aquí está pasando algo que no nos quieren contar”, vista la forma poco usual de llegarnos la noticia de primeras. Pero luego me dije que, fuera lo que fuera, lo importante era la oración y el fin bueno de la misma, y la verdad es que todos nos lo hemos tomado muy en serio. ¿Qué pasa, que todo esto se debe a todo el lío del informe que me has traído?

—Así es. Pero ya te enterarás con detalle cuando lo leas.

—Lo que voy a comenzar a hacer en cuanto que acabemos nuestra plática.

—Pues mira, como eso es lo más importante, te voy a dejar que lo hagas, y yo también me voy a realizar mi parte en la tarea. Por favor, dale muchos recuerdos a Misericordias y a Caridad. ¿Y si quieres pasarles también a ellas los escritos que te he traído?

—Eso lo primero. Antes de dedicarme a leerlos yo, se los envío en tu nombre. Van a sentir mucho no haberte visto.

—Yo también esperaba poder verlas a ellas… pero la cosa ha resultado así, ¡qué le vamos a hacer! Saluda a tus padres y familia aunque no nos conozcamos.

—Ellos sí saben de ti. Lo mismo me regañan por no haberte llevado a ellos. Pero entiendo la situación. ¡Tennos presentes a todos!

—No lo dudes.

Estas fueron mis últimas palabras, porque desaparecí de su presencia para regresar a mi época, ante mi escrito; y en él reflejé mis experiencias más recientes.

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Debía volver a casa de Manuel para saber cómo evolucionaba la situación, y porque también me apetecía ver a toda su encantadora familia; pero, al mismo tiempo, remoloneaba porque sentía como si ya se hubiese acabado mi tarea en aquella época. Ya había recogido en mi escrito cómo vivían, o al menos las cosas que a mí me habían llamado más la atención, y, a mi parecer, había concluido mi parte en el proceso para desenmascarar al mayordomo y denunciar sus ardides. Ya no tenía nada que hacer allí. ¿Para qué volver? Pero en mi interior resonó de nuevo el recuerdo de las palabras de Juan: «Queremos que escribas nuestra historia». Y la historia es algo que transcurre intervenga yo o no, la recoja en mi escrito o no. Yo no era el importante en su historia, aunque estuviera recogida a través de mi experiencia, sino ellos. Era su historia, y yo solamente su cronista profético. No podía fallarles ahora que se avecinaba el desenlace de la misma, aunque ya sólo pudiera mirar la situación desde el patio de butacas, o “desde la barrera” cuando se alude a una corrida de toros. Yo no tenía que estar en la arena del ruedo o en el escenario para averiguar lo que ocurría, sólo debía husmear para enterarme de los acontecimientos y ya estaba. Sí, eso haría: iría como una visita cotilla, porque mi saber no llegaba a la categoría de reportero, y asunto concluido.

Ya resuelto en mi actitud, me coloqué de nuevo el traje que me permitía mimetizarme en mi lugar de destino, y pensando en un momento en que Miguel fuera a visitar a Manuel para intercambiar informaciones, crucé el umbral de mi puerta.

Y, efectivamente, allí estaban mis dos amigos en el salón de la casa de Manuel que ya conocía. Miguel me detectó al momento, mirándome fijamente, lo que también alertó a Manuel, que me recibió entrañablemente:

—Bien, menos mal que te has dignado visitarme, porque te estaba echando en falta. Me decía: ¿Vuelve a ver a todo el mundo y por aquí no se va a pasar? Los que lo van a sentir es el resto de la familia, porque ahora sólo estamos nosotros dos. ¡Anda, siéntate aquí con nosotros!

Y mientras le obedecía y me sentaba en una silla junto a ellos, Miguel apuntó:

—Has venido en el mejor momento, porque nos disponíamos a compartir novedades. Ya me dijo Gabriel que te había sacado de tu encierro y que te había puesto al día, pero, claro, de eso ya hace unos cuantos días, y, desde entonces, han acontecido más asuntos de lo que cabría esperar. Bien siento por todo lo que has pasado.

—No te preocupes (le respondí), todo eso ya está pasado; y bien pasado si vale para un bien mayor.

—Yo no sé lo que te ha pasado —inquirió Manuel.

—Pues lo vas a saber, y con todo detalle (le dije), si lees el escrito que me ha facilitado Gabriel para su difusión, y que llevo en la plaquita del mono; y que es mi escrito, ése por el que todos me conocéis aunque no lo hayáis leído por

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estar retirado de la circulación. Él, sólo le ha quitado la parte que aún no se ha realizado para dejar solamente lo cumplido, y que se pueda leer sin problemas.

—Pero si lo adquiero con mi tablilla, como la tienen vigilada, enseguida lo van a averiguar —repuso Manuel.

—Y a la mía le ocurre lo mismo —advirtió Miguel—, pero creo que a no mucho tardar eso ya va a carecer de importancia.

—Confío en que, dentro de poco, os llegue por otras vías (aseveré); porque si mi amiga Marta ha iniciado su difusión por los cauces docentes y de amistades, me creo que, dada su importancia, en no mucho tiempo se extienda como la espuma; además de que se acompaña de tu informe, Miguel, el que hiciste junto con Alicia, que me creo que es el verdadero estímulo para ello.

—Esperemos que así sea y Dios te oiga, porque los momentos son delicados y necesitamos que toda la gente se ponga de nuestro lado para evitar la que se nos viene encima —apostilló Miguel—. Porque una de las noticias que traigo demuestra los niveles de deterioro que hemos alcanzado y la auténtica urgencia en que las riendas de la situación cambien de mano para ponerle remedio. Veréis: Resulta que los medios de comunicación informativa se disponían, de forma inminente, a sacar a la luz una campaña promoviendo el consumo de un alimento nuevo, con no sé cuantas ventajas para la vida y salud de todo la población, con la pretensión de que se convirtiera en producto de consumo habitual para cualquier persona. Y como a algunos de los nuestros que están en el Ministerio de Abastos, aquel despliegue les pareció raro, pues, por su cuenta y riesgo, se pusieron a analizar el producto. Y se encontraron con que portaba una droga que es capaz de aturdir la voluntad, y otra productora de adicción, de forma que se garantizase el consumo permanente de tal producto y que la persona siempre se mantuviera en niveles susceptibles de fácil manipulación. ¡El asalto al control involuntario de toda la población estaba a las puertas! (pensaron), y asustados comunicaron su hallazgo para que se extendiera por el resto de la red y se planeara la estrategia más adecuada de actuación. Se decidió exponerles la situación, tanto al Ministro de Bienestar, en cuyo ministerio se lleva todo lo concerniente a la salud, como al Ministro de Abastos, ya que ambos, aunque no están claramente en nuestra red como Gabriel, sí se mostraban abiertos, y podríamos decir que, argumentando la denuncia con pruebas, como teníamos, posiblemente se pondrían de nuestro lado, como así ocurrió. Fue tal la indignación de Ezequiel, el Ministro de Bienestar, que tuvimos que frenarle porque se quería ir a por Don Ángel directamente sin reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. Daniel, el de Abastos, también respondió muy bien y prohibió inmediatamente la distribución de tal producto en cualquier parte de la Ciudad.

—¡Gracias a Dios! —Exclamó Manuel— Me asombro de cómo ha sido posible que llegáramos hasta esta situación. Me hago cruces sin acabar de hacerme a la idea.

—Pues ésta es la consecuencia de habernos dormido en los laureles —concluyó Miguel—. Como te descuides con el mal y bajes la guardia, te come por los pies.

—Puede ser que (justifiqué), como la gente es buena de natural, suele pensar que los otros son igual de bondadosos, por lo que se fían de ellos y no se cuestionan más.

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—Sí, eso lo entiendo —replicó Miguel—; pero no hasta el punto de caer en la ingenuidad como nos ha ocurrido a nosotros.

—Pero la verdadera bondad no es ingenua, porque Dios no es ingenuo (puntualicé), así que a lo mejor es que se trataba de una bondad teñida de autosuficiencia, y ahí radicaba o radica el problema.

—Si es eso, desde luego que esta lección la vamos a aprender muy bien —sentenció Manuel.

—¿Y cómo ha sido para que llegara a la fase de distribución sin que nadie se alertase hasta ese momento? (Pregunté.)

—¿Pero quién va a sospechar de lo que lleva el Ministerio de Desarrollo con indicaciones para su fabricación y distribución en masa? —Respondió Miguel— Pues actuaron tal como les habían indicado, y los controles de calidad no los enfocaron hacia las características de los componentes, sino a la correcta producción del resultado final. Menos mal que alguien de los nuestros se fijó en que personas ajenas al Ministerio parecían interesarse por el asunto, como si los vigilaran disimuladamente, y lo comentó a algunos de sus compañeros; si no, hubiera pasado totalmente desapercibido.

—Voy a decir una tontería, vista mi experiencia (advertí), pero… ¿y si ambos Ministerios presentan una nota oficial para que salga como una noticia de información general?

—Estamos en ello —me explicó Miguel—, pero mucho nos tememos que nos digan que eso es alarmismo perturbador y no quieran publicarla. Por lo que, si eso ocurre, los mismos ministros presentarán una reclamación oficial y exigirán su publicación inmediata al responsable de Comunicación para que no se haga el ignorante…, y a ver por dónde sale.

—La situación se parece cada vez más a una guerra abierta (apunté).

—Es que es muy grave —prosiguió él—. De hecho, yo ya estoy embarcado en mi Ministerio en una especie de “golpe de Ministerio”, plantándole cara al ministro, y ganándome los favores y simpatías de mis compañeros para evitar que el ministro haga y deshaga a su gusto. Y sopesando, además, la posibilidad de, si se demora mucho la celebración de la asamblea de responsables y delegados, dar un golpe de estado y deponer al mayordomo hasta que ésta se celebre; porque urge parar esto lo antes posible y fiscalizar sus actuaciones. ¡No sabemos si aún nos tendrá guardada alguna sorpresa más! ¡Imagínate cuando la gente sepa lo de la mazmorra en la que tú has estado, y que estaba preparada para los rebeldes a su capricho!

—Si te oyeran en mi época lo que acabas de decir, se rasgarían las vestiduras (le dije).

—¿Sí? ¿Por qué? —Se extrañó.

—Por lo del golpe de estado (expliqué), que es una expresión tabú como si fuera una blasfemia. Poco importa si se tiene razón o no, si está justificado o no. Simplemente es una blasfemia contra la diosa democracia y hay que rasgarse las vestiduras y escandalizarse, aunque, como los fariseos, luego se comporten como sepulcros blanqueados.

—Pero eso es porque no tienen un sentido acendrado del bien —me aclaró Miguel—. Si lo tuvieran entenderían que el bien está por encima de cualquier

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convencionalismo. Es por eso que Dios no es convencional. Otra cosa es el “quítate tú que me pongo yo” por el mero afán de poder.

—Sí, es por esa segunda forma que dices por lo que está tan mal visto; y porque esta segunda suele esconderse en la primera para buscar su justificación y disculpa (añadí).

—Pero eso es fácil de averiguar por las obras —precisó Miguel—, porque ya advierte el refrán que “obras son amores y no buenas razones”; o dice el Evangelio: “por sus obras los conoceréis”. Nadie que ha hecho obras malas va a cambiar de criterio justo para acceder al poder, sino todo lo contrario; porque se disfrazará de cordero para engañar, y, una vez en el poder, volverá a las primeras, pero corregidas y aumentadas. Quien cambia de criterio se aleja de la tentación y no la busca. Pero si la busca, es que se trataba de una añagaza. O quien se busca a sí mismo en el ejercicio del poder, y no el servicio a los demás; acabará sirviéndose del poder para su beneficio en cuanto que pueda tan siquiera tocarlo. Por eso, cuando elegimos aquí a nuestros representantes, nos fijamos más en su santidad de vida que en sus habilidades meramente humanas para el cargo, y para ello necesitamos conocer cómo se ha desarrollado su vida anterior con el fin de poder valorarlo.

—Pues con el mayordomo bien que metisteis la pata (observé).

—Tienes razón —se avergonzó—. Y aunque yo en esa época era un niño, reconozco que se equivocaron y que debieron fiarse más del relumbrón de su personalidad que de su trayectoria vital y sus valores interiores. Y digo esto, porque eso sí lo observé en la elección de mi actual Ministro de Alerta, donde la gente se dejó llevar, además, de las presiones de Don Ángel, lo que no me gustó nada. Ya sabéis que yo recelaba de él antes de que tuviéramos toda la información que ahora tenemos.

—Yo, en todo eso, siempre he sido más ingenuo —confesó Manuel—, y me he ido fiando de lo que otros hacían. Yo sólo me he preocupado de elegir bien a mi representante directo, el local; pero luego, como las otras dos fases, la regional y la general, no dependían de mí, pues he confiado que todo saldría bien. Porque hasta ahora, ¡y son siglos!, todo ha funcionado siempre bien.

—Pero eso es lo que ha sucedido siempre en la historia (observé): Cuando todo funciona bien y como una seda, la gente se confía, se relaja… y ¡zas! es cuando salta la liebre y te pilla desprevenido. Pero es que eso mismo nos pasa con las tentaciones, que siempre te atacan cuando más desprevenido estás, con lo que vienen a poner a prueba la profundidad y veracidad de tus opciones. Pues, de la misma forma, eso es lo que ha pasado ahora para toda la Ciudad.

—Y tenemos que demostrar toda nuestra capacidad de reacción para defendernos de ello adecuadamente —afirmó Miguel—. Por eso no podemos aflojar ahora, y debemos demostrar de qué madera estamos hechos.

—Estoy completamente de acuerdo —asintió Manuel—, porque, como nos descuidemos, perdemos nuestra baza y oportunidad de acción. Me cuenta Mario que, escudándose en nosotros y en el arresto por conspiración de Misael y mío, están aprovechando para establecer un filtro informativo en toda la red general, concienciando previamente a la gente que trabaja en ello de los males que supondrían para la Ciudad si alguien quisiera subvertir el poder establecido; poder del que hay que fiarse siempre a ojos cerrados puesto que sólo procura

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nuestro bien. Y, puesto que lo hacen todo con buen criterio, resulta ofensivo y subversivo pensar y difundir lo contrario; de ahí que, todos los que se dedican o se vayan a dedicar a eso, deben vigilar muy bien lo que transmiten para que no se les vaya a colar nada que sirva para meter el mal de la duda en la población, que pueda desestabilizar sus convicciones. En fin…, como veis, todo muy bien trabado para lograr un sólido engaño, ocultando un fundamento de mentira con un recubrimiento de verdad. Porque… ¿quién son ellos para anular la capacidad de crítica que acompaña a la libertad del hombre? Y… ¿No es la luz, la claridad que alumbra todos los rincones, la garantía de que la verdad es la que reina en todo? Quien obra el bien no necesita ocultarse. Entonces… ¿qué problema hay en que se hable de las cosas si todo está a la luz? Y… si algo es criticable… ¿no será que no está a la luz?

—En mi época (incidí), además, se ponía una etiqueta irracional de malo o bueno sobre aquello que se quería manipular, y así se le ofrecía a la gente para que aceptara lo que se le decía sin reflexionar sobre ello; de tal modo que, el criterio de bueno o malo ya te venía dado de antemano. Ridiculizando y mofándose de lo que quería presentarse como malo, y ensalzando y alabando lo que pretendía ofrecerse como bueno. Y la gente picaba y quedaba atrapada en la miel como moscas por mucha formación ilustrada que tuvieran. La única defensa consistía en oponer a esto unas convicciones firmes y una vida espiritual consolidada, es decir, una experiencia de fe.

—Pues seguro que esa segunda fase es la que pretendían imponernos en cuanto empezáramos a consumir ese producto que pretendían distribuir —apuntó Manuel.

—Seguramente (corroboré), porque, a diferencia con mi época, aquí tenéis esas convicciones y vida de fe que es necesario combatir aturdiendo la voluntad; pero en mi tiempo, en general, eso no era necesario; les bastaba con adueñarse de la educación durante unas cuantas décadas, y controlar desde el principio todos los medios de comunicación de información. De hecho, a esos medios de comunicación, les llamaban el cuarto poder.

—Y por eso existe la frase hecha de “quien tiene la información tiene el poder”, ¿no? —apostilló Manuel.

—Efectivamente (aseguré). Precisamente por eso han tenido tantos miramientos con Miguel, porque no saben como eliminarle sin que eso se vuelva contra ellos. Pero en cuanto hubieran tenido la situación un poco más controlada para poder hacer y deshacer, lo eliminarían sin andarse a escondidas.

—Pues demos gracias a Dios de que le tenemos aquí —concluyó Manuel, mientras le miraba con una sonrisa de puro afecto.

—Gracias, ¡y muchas! —aseguró Miguel—. Porque cuando me llamó el ministro para destituirme, noté Su fuerza y Su aliento en mí para plantarle cara y dar la vuelta a la situación. Ahí sentí físicamente que Dios estaba con nosotros y que no nos iba a faltar su apoyo. No es que antes no lo supiera o no estuviera convencido de que así sería, lo que pasa es que en ese momento lo experimenté de forma palpable, lo que me confirió una abrumadora seguridad. Algo parecido debió pasarle a Gabriel cuando leyendo tu escrito (me dijo), descubrió que también iban a detener a Matías, a la vez que a Paula y a las demás, para conseguir que delatara a Fidel, y, a través de éste, encontrar a la

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joven que sacamos del sótano. Así que Gabriel salió pitando para advertirle, con la buena fortuna de llegar momentos antes de que eso se produjera, por lo que a Matías le dio el tiempo justo para desaparecer y esconderse como todos los demás.

—Pues vaya panorama. ¡Bien que lo siento! Ni siquiera se me había ocurrido que a él también le pudiera afectar (me lamenté).

—Ni a nosotros —observó Miguel—, si no fuera porque estaba en tu escrito. Luego, el que Gabriel lo leyera a tiempo para advertirnos a todos, poner a salvo a todos los afectados, y liberarte a ti, no es sino pura providencia divina, gracias de Dios a raudales.

—En mi tiempo habrían dicho que eso es pura casualidad (indiqué).

—Pero es que, en tu tiempo, aparte de ser ignorantes de mucha cosas, tenían que justificar su increencia como fuera —repuso Miguel—, aunque tuvieran que negar su capacidad racional y cegarse de los dos ojos: Era cuestión de “principios”, no de inteligencia.

—Yo, a eso, siempre que podía les respondía que la casualidad y el azar eran el desconocimiento de la razón, y que era mucho más sincero decir “no sé” o callarse (concluí).

—Aquí, para encontrarte una respuesta como la de tu tiempo, te tienes que ir a Gog —apuntó Manuel—. Precisamente, una conocida de Maribel que tiene un pariente en Gog, le ha contado que allí hay mucho revuelo y que están calentando los ánimos contra la Ciudad, con el pretexto de que vamos a conducir al mundo a su completa ruina con nuestro determinismo que anula la voluntad del hombre y lo somete todo a Dios, que hay que liberarse de esa tiranía, y ayudar, a todos los pobres oprimidos que están hipnotizados por la ideología de la Ciudad, a que también puedan liberarse, aunque sea por la fuerza.

—Están calentando motores para preparar la invasión —afirmó resueltamente Miguel—. Porque algo semejante está ocurriendo en Magog, y eso, de “casualidad”, no tiene nada.

—A mí me parece estar escuchando de nuevo la voz del tal Don Ángel, en toda su prepotencia resentida (advertí).

—Como que tiene que estar detrás de todo —apuntó Miguel—. Los gobiernos de Gog y de Magog nunca han tenido la astucia y la ocultación con la que ha actuado nuestro mayordomo para llegar aquí; luego es él quien lleva las riendas de todo.

—Él aspira a arrasar con todo y convertir, a todo el que pueda, en una imagen suya para perpetuarse así (indiqué). Como ocurre con lo que en mi época se llamaba un agujero negro, que todo lo atrae hacia sí, y lo hace desaparecer como algo individual, al unirlo a su uniforme, indefinida y densa negrura. Siempre que oía esto, no podía por menos que pensar en el mal, y en la aniquilación completa de todo lo que toca, so pretexto de una absoluta individualidad disfrazada de libertad. Por eso todos los que se abisman en el mal acaban teniendo el mismo comportamiento. Visto uno, vistos todos.

—Pero habrá alguna forma de salir de ahí, de recuperar lo que se tuvo. No puede ser todo tan inexorable como aparenta, tal como lo dices —objetó Manuel.

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—Sí, claro (afirmé). Pero eso pasa por el arrepentimiento, que consiste en desprenderse de toda esa masa que te tiene atado, y dejar que te rescaten y te eleven a las alturas del espíritu. Pero el arrepentimiento es condición imprescindible. Sin él, el rescate es imposible, porque nadie puede ser rescatado a la fuerza. Por eso nuestra actitud es siempre de mano tendida, ofreciendo la posibilidad de que pueda ser agarrada, para que, entonces, podamos tirar y sacar de allí a quien acepta nuestra ayuda. Pero más no podemos hacer.

—De hecho, Dios, no hace más que darnos oportunidades a lo largo de toda nuestra vida; pero nunca nos fuerza a aceptarlas. Eso queda de nuestra parte —confirmó Miguel—. Por eso no podemos hacer más de lo que hacemos por los goguianos y los magoguitas, porque son ellos los que tienen que agarrar la mano que se les tiende.

—Pero es que me dan una pena —observó Manuel—, sometidos a los vientos del capricho de sus dirigentes, que los traen y los llevan por donde quieren…

—Pero ya sabes Manuel —repuso Miguel—, que su responsabilidad ante Dios depende solamente de su grado de libertad, y eso ya no nos toca a nosotros juzgarlo, porque no podemos decidir por ellos.

—Tienes razón —aceptó Manuel—. Sólo me lamentaba en voz alta. Ya sé que sólo me queda rezar por ellos para que esa mano tendida nunca falle y ellos se den cuanta de que está siempre ahí, a su alcance.

—Por cierto… ¿y la campaña de oración por la Ciudad, cómo va? (Pregunté.)

—Pues, en lo que yo sé, va estupendamente y se extiende con rapidez —contestó Manuel—. Me contaba Maribel los efectos que ella iba notando en la gente, y que le parecía como que rebrotaba en ellos un nuevo fervor juvenil que le resultaba admirable.

—Algo parecido es lo que ha llegado hasta mí —añadió Miguel—. Las informaciones que me ha traído Fidel es que está siendo muy bien recibida en todas partes, lo que da idea de la buena gente que forma nuestro pueblo.

—¿Y para cuando tu liberación y la de Misael? (Pregunté mirando a Manuel, que dirigió la suya a Miguel para que fuera éste quien respondiese.)

—Es que, hasta que no depongan al mayordomo y se renueve la cúpula de responsables… —dijo Miguel en tono inseguro.

—¿Pero Gabriel no se ha destapado ya (argumenté), y ya no tiene que andar con disimulos? ¿Y, además, no tiene el apoyo seguro de los otros dos ministros? ¿Pues por qué no restituye a Misael a su puesto, y le planta cara abiertamente a la situación?

—Pues… vas a tener razón —respondió Miguel tras unos instantes—, porque andar con paños calientes ya no va a servir de nada.

—Yo pienso que quien se rebela ante una situación injusta, se rebela con todas las consecuencias; porque en esas circunstancias todo tiempo entregado a contemporizar es tiempo perdido (aseguré). ¿A quién va a mandar el mayordomo para arrestar a Gabriel?, ¿a ti?, ¿a tus amigos? ¿Bajo qué autoridad irá quien vaya? Cuando en nuestro interior nos defendemos frente a una

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tentación, nada ganamos contemporizando con ella, sino que le plantamos cara abiertamente y sin escondernos para poderla vencer, y hacemos todo lo contrario de lo que nos quiere imponer. Pues en esto, igual. Estamos luchando contra el mismo, y contamos con la misma ayuda de Dios, que no permitirá que la tentación supere nuestras fuerzas.

—Decididamente tienes toda la razón —resolvió Miguel—. Estamos actuando amilanados, cobardeando cuando llevamos toda la razón y respondemos de ello solamente ante Dios. Todos los convencionalismos que dificulten el ejercicio del bien son una trampa en la que no podemos caer. Mi servicio a los demás está solamente en función del que debo a Dios, y sólo podré servirlos adecuadamente si no antepongo normas y costumbres humanas que puedan impedirlo. Muchas gracias. Me has hecho recordar este punto tan esencial que el polvo del paso del tiempo parecía haber enterrado y disimulado a mi vista. Gracias por devolverme a mis tiempos jóvenes.

—Yo no he hecho nada (me justifiqué). Será Dios que ha puesto las palabras en mi boca.

—Pues me voy a ir y os voy a dejar —indicó Miguel—, porque esto ha abierto un campo de posibilidades ante mí, y el tiempo ahora se me antoja corto para llevarlas a cabo.

—Nos vemos. Y ya sabes que aquí me tienes para lo que necesites —apuntó Manuel.

—Lo sé. Y espero que eso sea lo más pronto posible —aseguró Miguel antes de desaparecer ante nuestros ojos.

—Y yo también me voy a ir a escribir todo esto, que no quiero que se me olvide ni un detalle. Porque así, entre frase y frase, hay cosas muy interesantes que no quiero dejar de reflejar en mi escrito. Lo que no sé es cuándo puedo volver (dije a Manuel).

—Aquí puedes volver siempre que quieras, ya lo sabes —me respondió—; pero como me imagino te refieres a un momento en que haya novedades que puedas recoger… pues… no sé… pásate el día en que se celebre la Asamblea General, que me creo, visto cómo va evolucionando todo, será pronto; y que estaremos todos aquí reunidos para contemplar el acontecimiento, así ves a toda la familia y ellos se alegrarán de verte.

—¿Y cómo acierto yo a aparecerme ese día en concreto?

—También es verdad. Pues… verás… Ese día Miguel tiene que estar en la Asamblea porque es representante, y lo mismo Misael si estuviese rehabilitado. Pues piensas en Miguel en la Asamblea a la vez que yo estoy aquí con mi familia, y eliges esta casa, ¡y ya está!

—¡Espero que funcione!

—Funcionará. Verás como sí.

—Da recuerdos a todos. Siento no haberles visto.

—Más lo van a sentir ellos. Pero no te preocupes que ese día seguro que los ves a todos, porque una Asamblea General de esa importancia no se ve todos los días y nadie se la quiere perder.

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Y así retorné a la redacción de mi crónica, para recoger en ella aquellos detallitos que habían resultado tan cruciales a la hora de espabilar a Gabriel y evitar el apresamiento de Matías. Ahí se demostraba que cualquier detallito insignificante de una información dicha de pasada, podía desencadenar una reacción tan destacada en otro tiempo de la historia.

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No tardé mucho en regresar a aquella casa en la que percibía aquel no sé qué tan acogedor que invitaba a volver. No bien hube terminado mi tarea redactora, y despachado los asuntos que reclamaban mi atención en mi vida rutinaria, crucé de nuevo el umbral que me separaba de las condiciones indicadas por Manuel en el día de aquella Asamblea General tan importante para ellos y para toda la historia.

Y acerté en mi llegada. No había más que ver el salón de la casa de Manuel y Maribel atestado de gente, como para saber que había llegado el día clave. Me recordaba a aquellas casas que, en mis tiempos, se llenaban de amigos con el fin de contemplar en compañía algún partido de fútbol de especial significación, y comentar las jugadas en el mismo momento en que se producían.

Me recibieron aún más cordialmente si cabe de lo que yo podría esperar, y me presentaron a los que yo no conocía: A la pequeña Esperanza, o Esperancita, como la llamaban; al novio de Ana: Enrique; a un hermano de Maribel llamado Blas; a dos amigos de Andrés, que también se encontraban allí, y respondían a los nombres de Felipe, uno, y Salvador, el otro, aunque le apodaban “Salva”; y a una hermana de Misael llamada Sara que estaba de paso en la Ciudad. En total éramos quince para un saloncito que se había quedado a todas luces pequeño.

Me dieron unas gafas que habían conseguido para mí para poder ver el evento. Estas gafas apenas se diferenciaban a simple vista de las que en mi época se utilizaban para leer, y permitían mirar por encima si se deseaba salir del ámbito de visión marcado por lo que parecían lentes. Pero cuando pude mirar a su través me di cuenta de que aquello no era un cristal transparente, sino una pantalla que se abría al lugar desde donde transmitían las imágenes, de tal forma que parecía que te encontrabas allí, escuchando el sonido a través de las patillas de las gafas; pero de tal manera, que si te girabas para ver lo que sonaba a tu izquierda, la imagen también giraba para poderlo ver, abarcando el giro lo que abarca la cabeza al girarla de un extremo a otro. ¡Era impresionante! Y aunque la realización cambiaba los planos de imagen, siempre se podía efectuar ese giro, aunque, con el plano, cambiase asimismo la profundidad y punto de captación del sonido ambiente.

Una especie de plaza de toros con sus gradas llenas de gente constituía el lugar donde se disponía a iniciarse la asamblea. El centro, lo que correspondería a la arena, también estaba rodeada de círculos concéntricos de asientos que hacían destacar otro central más elevado, a modo de podio, diseñado para ser el emplazamiento adecuado para situarse los oradores, ya que estaba marcado por un atril con aspecto de ambón.

Todos los de la casa utilizaban sus respectivas gafas para escudriñar el lugar y comentar en voz alta lo que les sugería esto o aquello. Así me explicaron dónde se sentaban los miembros del gobierno y quienes eran, y dónde los delegados y representantes de todo el resto de la Ciudad.

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Efectivamente allí estaba el mundo entero, despojado de la pompa y el boato de otras épocas, pero cargado de las expectativas esperanzadas propias de quien busca un futuro mejor. Hasta Esperancita protestaba porque no se conformaba con ver las cosas por la tablilla y quería usar las mismas gafas de todos, aunque, cuando se probaba las de su madre, tampoco se adaptaba a ellas y enseguida se las quitaba. Un momento de especial alborozo fue cuando se descubrió el lugar en el que estaba situado Misael, porque, según me dijeron, hasta última hora no se sabía si iba a poder asistir, pero esgrimieron el argumento de que, si podían asistir las personas recusadas de un bando, ¿por qué las del otro no?; y eso fue efectivo.

En primera fila, o mejor dicho, en el primer círculo se hallaba, entre los demás ministros, Gabriel; y también el que había desencadenado todo aquello: el mayordomo, que aparentaba mucha seguridad a pesar de la tormenta que se cernía sobre él. Porque, me contaban, que la indignación general había ido subiendo en proporción a cómo se difundía la información suministrada por Alicia y Miguel, y por la irrupción de mi escrito en que se denunciaba la trama oculta que el mayordomo había ido tejiendo a lo largo del tiempo; y la gente estaba que trinaba, a pesar de todas las contrainformaciones oficiales que habían surgido para intentar desmentir todo aquello o minimizar sus efectos. Lo asombroso había sido la inusitada difusión de nuestra aportación, a pesar de haberse iniciado en un punto perdido de la Ciudad y tener toda la propaganda oficialista en contra; circunstancia que había facilitado y agilizado la realización de la asamblea en un tiempo record.

La bienvenida le correspondía realizarla al anfitrión, al mayordomo; lo que, en condiciones normales, no hubiese supuesto nada singular; pero que, sin embargo, en esta coyuntura, la ocasión fue aprovechada, como era de esperar, para presentarse como la víctima indefensa de la truculenta trama que había sido urdida contra él. Me recordaba el discurso teatrero y victimista de los políticos de mi tiempo, que, cuanto más tenían que ocultar, más dignidad reclamaban para sí.

Mientras hablaba, observé cómo el círculo central se movía, girando lentísimamente, para que el orador pudiera ser visto de frente por todos los concurrentes, lo que suscitaba en mí la evocación del planeta Tierra, girando sobre su eje, dentro de un firmamento de estrellas fijas.

Una vez concluida la “embaucación” general, en la que el mayordomo se había presentado como el salvador de la patria zaherido en su honra por unos desalmados que pretendían hundir la Ciudad con sus engaños, llegó la hora de exponer el motivo de la convocatoria extraordinaria de la asamblea general, y de la exposición de la argumentación de los recusadotes; y allí salió Miguel a defender su informe y los motivos que le habían llevado a difundirlo de aquella forma y a hacer las cosas de manera tan excepcional. Así fue cómo nos enteramos de que habían impedido la entrada en la Ciudad, en los últimos días, a unos matones procedentes de Gog que tenían la intención de asesinar a los testigos que podían denunciar los desmanes y las lesivas intenciones del Mayordomo, entre los cuales estaban: Gabriel, el Ministro de Historia, y él mismo, Responsable del Servicio de Información del Ministerio de Alerta. También se entretuvo en relatar el intento de contaminación alimentaria que pretendía drogar a la población con el propósito de manipularla, asunto que tampoco figuraba en su informe por ser un hallazgo más reciente; y se ratificó

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en lo que sí ya se hallaba en él. Además dio fe de la veracidad de lo que en mi escrito se decía con respecto a todo lo que él conocía.

Todo esto fue negado a continuación por el Mayordomo, que lo fue rebatiendo punto por punto, aunque siempre con el mismo argumento: el complot urdido contra él, el adalid y verdadero defensor de la Ciudad, ya que, si él fuera desacreditado y depuesto, la Ciudad estaría perdida y caería bajo el poder de sus enemigos. De los matones de Gog argumentó que su palabra no valía nada, y que sólo repetían lo que les habían enseñado los artífices de la confabulación. De la contaminación alimentaria culpó a los mismos que le acusaban, que eran quienes habían preparado las falsas pruebas para incriminarle. Y lo mismo dijo de los datos de su código biológico y del de su madre, e insistió en la estupidez de la historia de la violación. Con respecto a la joven encontrada en el sótano, insistió en la mentira de todo y en el montaje artificioso del asunto, prueba del delirio megalomaníaco de sus acusadores. En relación a la incitación para desencadenar el cisma como ocasión para poder acceder él al puesto que ocupaba, se rió descaradamente y desafió a aportar pruebas que demostraran tal conjetura. Y de las relaciones secretas con Gog y Magog, refutó toda la información suministrada, devolviendo como un espejo la denuncia, y acusando a su vez de traición a quienes realmente eran los que se conjuraban con los enemigos de la Ciudad. Por último, y refiriéndose a mi escrito, dijo que ése que se había difundido no era el auténtico, sino una burda copia difamatoria, elaborada a propósito para este caso. Finalizó asegurando que la falsedad de todo se demostraba por la falta absoluta de pruebas que, evidentemente, no podían suministrar; mientras que él sí podía conseguir a la inversa.

Gabriel fue el siguiente en intervenir, y tras confirmar que había sido él quien se había ocupado de traer mi escrito desde el pasado, y de dar para su difusión la parte que circulaba libremente, anunció la existencia de la mazmorra bajo el sótano de la Mayordomía, en la que él mismo había estado tal como se narraba en mi escrito. Eso sí era una prueba física y tangible que todo el mundo podía visitar. Pero es que, además —añadió—, también existía el sótano en el Ministerio de Desarrollo donde fue diseñada la joven que Miguel rescató de allí, y que, desde entonces, habían tenido escondida para evitar que Don Ángel pudiera atentar contra su vida con intención de que pudiera testificar en su contra. Dicho esto se produjo un golpe de efecto: Apareció súbitamente la joven, transportada por Fidel y otra persona que yo no conocía, en ese podio central; y ella relató brevemente su experiencia, ofreciéndose a que se pudiera comprobar en su biología la verdad de su origen de diseño. Y agregó que, mientras el actual mayordomo permaneciera en su cargo o con algún predicamento, ella no podría vivir libremente y sin temor a represalias. Por eso, cuando terminó su testimonio, volvieron a llevársela.

Don Ángel tuvo el desparpajo de responder a esto invitando a los presentes a pasarse por la Mayordomía o por el Ministerio de Desarrollo para que comprobaran la falsía de tales imputaciones. Y de la joven dijo que se trataba de una prometedora actriz ansiosa de fama y prebendas.

También intervino Daniel, el Ministro de Abastos, a quien yo hasta ese momento no conocía, para corroborar con su testimonio todo el asunto del

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producto que contenía las drogas, y de cómo las instrucciones procedían del Ministerio de Desarrollo.

El Ministro de Desarrollo, a su vez, se defendió diciendo que él no sabía nada de todo aquello, pero, como confiaba en sus funcionarios, se imaginaba que tras todo esto se debía esconder un malentendido o un simple e inocente error humano, ajeno a la mala fe que parecían atribuirle. Pero pasó por alto cualquier referencia al sótano donde encontraron a la joven, como si el asunto no fuera con él. Como le recordaron su omisión cuando ya abandonaba el podio, tuvo que volverse para decir que él no estaba pendiente de tales minucias, que sus funcionarios sabían lo que hacían y que no iban a consentir semejantes cosas ni iban a actuar a sus espaldas en asuntos tan delicados, por lo que concluyó afirmando que toda la historia del sótano era un simple bulo.

No acababa de bajarse de la tarima giratoria central, cuando aparecieron de nuevo sobre ella Fidel y su acompañante, transportando en esta ocasión a Alicia, que se presentó como funcionaria del Ministerio de Desarrollo y autora de la parte técnica del informe de Miguel. Aseguró haber estado en dicho sótano y examinado su dotación técnica, así como conocer el secreto con que, durante muchos años, se había llevado todo; secreto que conocían como tal la mayoría de los funcionarios del Ministerio, y de cuya actividad aún se podían rastrear algunos informes sobre dotaciones o planos, indicando a los presentes cómo se pueden llegar a ellos a través de cualquier tablilla.

Una vez Fidel y su acompañante se llevaron de nuevo a Alicia de allí, volvió a subir el Ministro de Desarrollo para contradecir el testimonio de Alicia, aunque ahora, a todas vistas, mucho más nervioso. Acusó a Alicia de ser una funcionaria resentida que pretendía vengarse creando aquella fábula, con pruebas falsas colocadas adrede.

Salió de nuevo Miguel a la palestra para recusar ahora a su Ministro de Alerta. Le acusó de negligencia culpable, de entorpecer las investigaciones hasta el punto de haber llegado la situación de la Ciudad a las condiciones actuales sin haberlas detectado y puesto remedio antes, con peligro de ataque e invasión inminente por parte de Gog y de Magog; lo que se había conseguido averiguar, actuando a sus espaldas, para evitar que él lo impidiera. Aunque para lograr aquello, el Ministro había actuado en coordinación con la Alcaldía General, que, a su vez, era quien estimulaba el compadreo entre nuestros embajadores y los respectivos gobiernos opositores, existiendo claros indicios de que es el mismo Mayordomo quien dirige toda esta trama de traición, para la que se necesitan tomar decisiones inmediatas.

El Ministro de Alerta se defendió como pudo increpando a Miguel, del que dijo que la única negligencia culpable había sido la de dejarle en su puesto más de lo tolerable; señalándole como cabecilla de toda la confabulación que había diseñado el fin de la Ciudad, y acusándole de haber dado un golpe de Ministerio, sublevando bajo engaños a sus compañeros, y de pretender culminarlo con un golpe de estado para desbancar al Mayordomo y colocarse él.

El Mayordomo subió a continuación para responder a esta nueva alusión a su persona, y, en un arranque de suficiencia, se lamentó de haber sido demasiado blando y no haber cortado todo este nuevo cisma desde el principio. Él, que se había comportado como un padre bueno y había intentado comprender a todos, siendo tolerante con los más díscolos; había comprobado

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con ello que todo lo que había conseguido era criar cuervos que ahora pretendían sacarle los ojos creando toda una turbia red de mentiras y falsedad para devolverle un mal por un bien. Él, que había fomentado la fraternidad evangélica con Magog y con Gog, ahora era acusado como Jesucristo de ser un traidor a la Ciudad, pero él debía obedecer a Dios antes que a los hombres y seguir haciendo el bien amando a los enemigos. Él, que se había desvivido por servir a todos desde su puesto, con el único fin de acercarlos más a Dios y que pudieran ser más felices, se veía pagado con la difamación vertida en libelos zafios y groseros, que sólo pretendían infamarle, pero a los que se les daba crédito como si fueran palabra de Dios.

Era tal el cinismo que desplegaba, como un pavo real con su cola, que yo me indignaba por momentos y estaba a punto de saltar de mi asiento. En ese momento… se me ocurrió.

No había hecho más que bajarse del podio, cuando el que se apareció de repente en el centro de aquella asamblea fui yo. ¡Yo, que rehuyo el hablar en público! ¡Yo, que sólo me manejo bien en las conversaciones sencillas y en diálogos cercanos! ¡Yo, que prefiero el tú a tú…, allí en medio de la Asamblea General! Estaba tan nervioso que no sabía si me iba a salir la voz o iba a soltar algún disparate, por eso no recuerdo bien lo que dije, pero debió ser algo así:

—Me he atrevido a comparecer aquí, confiando en mi experiencia desde que ando por esta época en que, yo no sé muy bien por qué, casi todo el mundo me reconoce nada más verme. Yo soy el autor de «Entre fantasía y realidad», el escrito al que se ha aludido aquí, y del que todos han oído hablar según mis noticias. Estaba siguiendo esta asamblea a través de las gafas, cuando, viendo el cinismo y la desfachatez del Mayordomo, me he dicho: ¿Y por qué no me presento yo allí para dar también mi testimonio? Y aquí estoy. Yo quiero dar fe ante esta Asamblea, y ante todos los que nos puedan estar viendo y oyendo, de que yo, en ese escrito, sólo he recogido la verdad de mi experiencia, tal y como yo lo he sentido y lo he vivido. Doy fe de haber traído a la Ciudad los códigos biológicos obtenidos en Magog. Doy fe de haber sido yo quien ha alertado de lo que estaba ocurriendo y del peligro que se cernía sobre la Ciudad, y mis interlocutores sólo han tenido que comprobar la certeza de mis sospechas para convencerse. Doy fe de haber estado en el sótano del Ministerio de Desarrollo y haber encontrado allí a la joven que ha testificado antes. Doy fe de haber sido llevado por la fuerza ante el Mayordomo y de haber tenido una conversación a solas con él, en la cual, doy fe, él afirmó ser el mismo Dios en todo su egoísmo, el Creador sin creación, y que para conseguirlo, tiene que aniquilar todo lo creado bajo su dominio absoluto. Doy fe también de haber sido enviado por él a la mazmorra que está bajo el sótano de la Mayordomía, y haber sido encerrado en ella. Doy fe de haber sufrido ese encierro, y de haber sido sacado de él por Gabriel, el Ministro de Historia aquí presente. Y doy fe de haber visto a Miguel esforzarse por el bien de la Ciudad, pese a todas las dificultades en contra, así como a otras personas anónimas que me han acogido y ayudado en su lucha contra el oscurantismo y la mentira. Y estoy convencido, por fin, de que este Ángel de Luz caído, se abisma en la negrura infinita del egoísmo vacío de Dios. Muchas gracias por haberme escuchado.

No esperé ni un segundo para desaparecer nada más acabar mis palabras. Pero la sorpresa fue cuando volví a hacerme visible sobre mi asiento en casa de Manuel y Maribel, porque me recibió una cerrada ovación, salpicada de vítores,

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que me avergonzó. Notaba el calor en mis mejillas y algo de sofoco, pero me sobrepuse y conseguí que mis amigos volvieran a la normalidad, aunque una cierta ebullición, debida al entusiasmo suscitado, ya no se disipó.

Tras mi salida de la Asamblea, en ella se había producido un pequeño desconcierto organizativo que enseguida explicaron: Estaba previsto un testimonio de recusación de Miguel por parte de una funcionaria del Ministerio de Alerta, y que debía ir tras la intervención del Mayordomo, pero como yo me anticipé con el mío, éste debió influir en la decisión de la funcionaria en retirar el suyo. Yo sospeché si la tal funcionaria no sería otra más que Aurora, la asesora del ministro, y le comuniqué a Manuel mi intuición. Éste me respondió que había pensado lo mismo que yo, por lo que nos confirmamos mutuamente en nuestra conjetura, y supusimos que le tenían preparada alguna encerrona para desacreditar a Miguel, que yo, sin pretenderlo, había desbaratado.

Como ya no había más intervenciones, decidieron realizar una pausa para comer antes de iniciar la segunda parte de la sesión: la toma de resoluciones. Y nosotros, en la casa, optamos por realizar lo mismo, con una comida informal que ya tenían prevista. Me comentaron que la comida en la Asamblea también era informal, y que, cuando la sesión se alargaba, se consumía en el mismo escaño para no prolongar excesivamente la duración de la misma.

No había iniciado aún la comida, cuando algo inesperado ocurrió: Misael se apareció de repente en la sala con una sonrisa tunante y diciendo:

—Sorpresa, sorpresa. ¿A que no me esperabais?

A lo que respondieron los aplausos y vítores de los presentes que jaleaban su acierto.

Se acercó a mí para decirme:

—Enhorabuena. Me ha encantado tu espontánea intervención. No se la esperaban y les ha dejado fuera de combate.

Yo, mientras le estrechaba la mano, con rostro asombrado observé:

—Pero… ¿cómo es que has aparecido de repente? Pero si tú… no…

—Pues ya ves, ahora sí —me respondió—. Como no hay mal que por bien no venga, el arresto me ha servido para esforzarme y aprender a bilocarme. ¡Y aquí me tienes!

—Me alegro un montón. Yo también te doy mi enhorabuena (concluí).

Misael comió con nosotros y regresó para la segunda parte de la sesión del día. Y nosotros también nos dispusimos para contemplarla a través de las gafas.

Ese día fue la primera vez que tuve necesidad de usar el aseo en todos mis viajes a esa época, porque, hasta entonces, nunca había permanecido tanto rato seguido en ella. Claro que, como inexperto que era, me tuvieron que aleccionar primero.

La segunda parte de la sesión se inició con la alocución del Ministro de Comunicación que presentó su renuncia al cargo, disculpándose por no haber sabido actuar correctamente y haberse dejado manipular y dirigir por el Mayordomo, estableciendo excesivos filtros informativos contrarios al espíritu de la Ciudad. Esta declaración hacía presuponer el sentido de los acontecimientos que se iban a suceder.

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A continuación se dio comienzo a la fase de votaciones. La primera era la más importante, pues se trataba de la recusación del Mayordomo. Pero como aquí las votaciones son orientadoras más que decisorias, porque lo que cuenta realmente es el más amplio consenso y las mayorías casi absolutas, hasta que no se alcanza éste, en uno u otro sentido, las votaciones se suceden. Sin embargo, para el Mayordomo, con la primera votación fue suficiente. Sólo debió votar a favor de la permanencia del tal Don Ángel, su camarilla y algún despistado más, porque el resto votó a favor de la recusación.

Luego se produjeron las votaciones para confirmar o recusar a los ministros o concejales generales, como también se les llama. El Ministro de Abastos fue confirmado en su cargo, el de Alerta fue recusado en la primera votación, el de Bienestar también fue confirmado en su puesto; el de Desarrollo, igualmente recusado a la primera; el de Formación también mantuvo su cargo, pero a la tercera votación, porque me explicaron que había gente descontenta con su actuación, porque la formación, tan importante para la Ciudad, había flojeado en los últimos tiempos a consecuencia de las presiones de la Coordinación General, es decir, del Mayordomo. El de Historia y la de Naturaleza también permanecieron en su función sin problemas. Pero los Ministerios de Comunicación y Culto quedaron vacantes, el primero por la renuncia de su titular, y el segundo porque el Mayordomo ya depuesto había asumido sus funciones.

La elección de los nuevos cargos se dejó para el día siguiente, para que a todos los participantes en la Asamblea les diera tiempo a hacerse una composición de lugar e informarse, además, por el sistema tradicional de la viva voz; ya que todos los presentes eran elegibles para cualquier cargo. De entre los presentes tendrían que salir el nuevo Alcalde General y los tres ministros, aunque, si se mantenía la unión entre Alcaldía y Culto, sólo se precisasen tres personas para ello.

En casa de Manuel y Maribel, también cada mochuelo se fue a su olivo, y los que no residíamos en la casa nos despedimos hasta el día siguiente. Otra jornada histórica que también queríamos vivir juntos.

Yo pensé en saltar directamente a ese día inmediato sin pasar antes por mi época, pero me percaté de que yo también debía descansar y redactar lo vivido, de lo que ya sólo iba a saber extraer una síntesis, dada la excesiva cantidad de información suministrada a mi corta memoria. Y así lo hice.

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En cuanto pude dejar todo listo en mi época y encontrar un remanso de tranquilidad, lo aproveché para regresar al calor familiar de la casa de mis amigos, donde me esperaban unas gafas para poder contemplar la siguiente sesión de la Asamblea.

Como el día anterior, ya estaban casi todos esperando el comienzo de dicha sesión asamblearia, aunque esta vez no fui yo el último en llegar, sino que les tocó el turno a Andrés y sus dos amigos. Pero la sesión aún se demoró algo en dar comienzo, lo que me permitió charlar un poco con los hijos más pequeños de mis anfitriones.

Lucía seguía manteniendo ese tono vergonzoso de cuando la conocí, aunque ahora algo más matizado. Elisa, como decía su hermano Mario cuando me habló de ella en otra ocasión, transmitía esa profundidad interior con sólo mirarla, pero más aún si, además, se conversaba con ella. Diego, ya todo un joven que se tenía que rasurar, mantenía ese mirar que todo lo escruta de quien observa sin hacerse notar y que sólo habla para decir algo que merezca la pena. Desde luego no se puede decir que fuera una situación intrascendente a pesar de su apariencia.

La sesión se inició con la primera votación de tanteo para la elección de mayordomo, para la que no hubo presentación de candidatos; y cómo yo pregunté al respecto, me explicaron que nunca había presentación de candidatos para ninguna elección, sino que se votaba a la persona que cada uno, según su criterio, juzgaba más adecuada para el cargo, y que si tal persona, al final, salía elegida, era cuando se preguntaba si aceptaba dicho cargo o no; y si no lo aceptaba se volvía a repetir el proceso, pero excluyendo a esta persona no sólo de entre los elegibles sino también de entre los electores. Es decir, que si era capaz de elegir, debía estar dispuesta a ser elegida.

El resultado de la misma fue un tanto disperso. Pero lo que nos sorprendió es que, tanto Miguel como Gabriel, incluso Misael, se llevaron algún voto; especialmente Gabriel. Pero en la segunda votación la sorpresa fue mayúscula cuando se comprobó que el que subía espectacularmente frente a los demás nombres propuestos era Miguel, en detrimento de sus más inmediatos competidores: Gabriel y Daniel. A la tercera votación ya todo el mundo se había decantado, y, salvo algún voto suelto, todos los demás se los llevó Miguel.

En casa nos debatíamos entre la incredulidad y la alegría desbordante. No acabábamos de creernos que alguien, a quien conocíamos tan de cerca, fuera a haber alcanzado la máxima responsabilidad en el gobierno de la Ciudad. Manuel, en su estupor, no hacía más que repetir: «Desde luego se lo merece. Desde luego se lo merece». Y Maribel le apostrofaba alguna vez: «Y nosotros nos lo merecemos más, porque no encontraremos otro mejor».

A continuación le preguntaron al elegido si aceptaba el cargo, y como no respondió de inmediato, a nosotros, que comentábamos “la jugada” desde casa, se nos quedó el alma en vilo, porque parecía que dudaba con una expresión

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tensa en el rostro. Pero, tras mantener el suspense unos instantes, al final pronunció las palabras clave: «Sí, lo acepto por la gracia de Dios». Y prorrumpimos todos en una algarabía de vítores y gracias a Dios. ¡Qué bonito fue vivir esto en el calor de una familia!

Me encantaba como su madre le había ido explicando estas cosas a Esperancita, y cómo ésta participaba del alborozo general, aunque en el fondo no entendiera la trascendencia de lo que allí ocurría. Me recordaba a cómo los niños celebran la Navidad, que, sin darse realmente cuenta de lo que se festeja, consiguen transmitir una alegría reconfortante a quienes les rodean, como nadie más sabe hacerlo.

Tras la aceptación, el elegido debía realizar una pequeña declaración de intenciones con el fin de iluminar a sus electores sobre las opciones, propósitos o líneas de actuación más destacadas a emprender en el ejercicio de su nueva función.

Miguel fue muy conciso, a la vez que muy claro: La primera medida que iba a adoptar era la de restituir la Concejalía General de Culto, devolviendo su responsabilidad a Juan, que aunque estaba muy mayor y con grandes problemas de movilidad, sí conservaba su lucidez mental y capacidad para aconsejar y tomar decisiones. No pudo proseguir en su alocución por la ovación exultante con la que los asistentes prorrumpieron al anunciar esta decisión.

Una vez pudo continuar, añadió que con esta restitución también devolvía a los sacerdotes su vestimenta tradicional de color blanco. También anunció la apertura de negociaciones con las colonias cismáticas con vistas a una posible reintegración en la Ciudad, una vez se desmontase la red de manipulación que había establecido el anterior mayordomo, al que acusaba formalmente de alta traición y para el que abría el proceso pertinente, así como para todos aquellos que hubieran colaborado conscientemente con él. Asimismo iba a destituir a los embajadores en Magog y en Gog, y a evaluar estas relaciones ante lo que se presumía un ataque inminente a la Ciudad por parte de esos gobiernos; y, en consecuencia, iniciar la preparación de la defensa de la Ciudad.

A continuación se eligió el Ministro de Alerta, que resultó ser alguien que yo no conocía. Según explicó Manuel, se trataba de un representante de la zona del sur de África que había evitado la infiltración de los matones de Gog en la Ciudad. También fue elegido el nuevo Ministro de Comunicaciones, en esta ocasión un conocido profesor, según nos informó Mario, ya que era el único que sabía de él. Por último, para el Ministerio de Desarrollo, la elección recayó en una de las responsables del Ministerio de Naturaleza, reconocida por haber dado un gran impulso a su sección, que, según nos contó Andrés, era en la que trabajaba Marisa.

Una vez acabadas las votaciones, cuando ya el último ministro había aceptado su cargo, y antes de la clausura de la asamblea, pudimos ver cómo, discretamente, el anterior mayordomo, los dos ministros recusados y alguna otra persona de entre los presentes eran arrestadas y sacadas del lugar; prueba de que al nuevo Ministro de Alerta le había faltado tiempo para comenzar a ejercer su función.

El discurso o alocución de clausura corrió a cargo del ministro más veterano en el cargo, en este caso la Ministra de Naturaleza; que animó a todos a esforzarse por el bien de la Ciudad, y a mantenerse firmes y fieles a los

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principios de la fe que habían hecho de la Ciudad lo que era: la humilde esclava del Señor. Y así se dio por terminada la Asamblea General Extraordinaria.

En casa, nos desprendimos de las gafas, y nos disponíamos, llenos de euforia, a preparar las cosas para la comida, ya algo tardía. No habíamos hecho más que empezar, cuando recibimos una visita del todo inesperada: El mismísimo Miguel en persona. Al estupor inicial le siguió una algarabía de enhorabuenas y felicitaciones que revolucionó la ubicación de todos, a pesar de los intentos de Miguel por calmar la situación.

Manuel le dijo:

—¿Pero cómo es que has venido aquí con las ocupaciones que debes tener ahora mismo?

—Tienes razón —le contestó—, pero las cosas importantes son las cosas importantes, y como sabía todo lo que os ibais a alegrar por mí, me he dicho que tenía que encontrar un momento para dedicaros cuanto antes, y he aprovechado que estoy comiendo allí, donde la asamblea, para venir a saludaros un momento. ¡Hay que aprovechar las gracias que a uno le conceden para emplearlas adecuadamente y en las cosas que merecen la pena! ¿No crees?

—Totalmente de acuerdo —le respondió Manuel.

—¿Entonces no te puedo invitar a comer? —Inquirió Maribel.

—Puedes —afirmó Miguel—, pero tendría que decirte que no, porque no voy a estar comiendo simultáneamente en dos sitios.

—Te pondrías de buen año —se rió Maribel, a cuyo comentario sonreímos todos.

—Pero además, Manuel —prosiguió Miguel—, quería pedirte un favor…

—Lo que esté en mi mano ya sabes que lo tienes —resolvió decididamente Manuel.

—Es que me gustaría que te quedaras en mi lugar, como responsable del Servicio de Información del Ministerio, hasta que eligierais a uno definitivo.

—Pero… —titubeó azarosamente Manuel— si yo no tengo tus capacidades… ni sé bilocarme como tú… ni…

—Pues mira cómo, sin saber nada de eso y apartado de todo, has convertido tu casa en el mejor centro de información del mundo, y has sabido para ello, rodearte de las personas idóneas para llevarlo a cabo. Pues si has podido realizar eso en tu casa… ¿no podrías hacer lo mismo en el Ministerio? —Explicó Miguel.

—¡Qué encerrona! —Exclamó Manuel entre dientes.

—¿Y tú qué crees la que me han hecho a mí en la Asamblea? ¿O tú te crees que yo me veo capaz de cargar con la responsabilidad de la Alcaldía General? —Repuso Miguel— Mal asunto si yo me lo creyera, ¿no te parece?

—Como siempre… tienes razón. De acuerdo, acepto; y como tú dijiste: ¡qué Dios me asista! —Concluyó Manuel.

—Yo dije: “Acepto por la gracia de Dios” —apuntó Miguel.

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—Es lo mismo —puntualizó Manuel.

Un profundo silencio expectante se había producido tras la propuesta de Miguel a Manuel, que se transformó en felicitaciones para este último, una vez producida la aceptación. Luego, Miguel se despidió de todos y se fue, pero antes se acercó a mí, me estrechó la mano, y me dijo mirándome a los ojos: «Gracias». Desapareciendo sin darme tiempo a excusarme ni a devolvérselas ni a abrir la boca.

Mientras recogíamos lo utilizado para la comida le pregunté a Manuel:

—Oye, Manuel, ¿y ahora que va a ocurrir con el antiguo Mayordomo y sus adláteres?

—Pues reunir pruebas claramente incriminatorias para los casos en los que aún no se disponga de ellas, preguntarles a ellos para sopesar una posible excusa plausible, y, si no la tienen, decretar su expulsión a Gog o a Magog. Aunque, en el caso de Ángel, no se le dará opción de elegir, puesto que las pruebas son clarísimas, y se le enviará directamente a Gog.

—¿Y si en Gog no le aceptasen? (Objeté.)

—Tenemos ese acuerdo con ellos —precisó Manuel—. Ellos los aceptan siempre porque quedan bajo su jurisdicción, y ellos ya disponen. O le premian, porque es de los suyos, o le castigan según sus leyes.

—O sea (repuse), según eso, a ese Ángel caído, cuando llegue allí, ¡encima!, le van a hacer un homenaje.

—Pues probablemente —me respondió—. Y lo que es peor: Habida cuenta del contubernio que se traían para conspirar contra la Ciudad, lo mismo hasta se pone al frente de todos los goguianos.

—¡Entonces, es peor el remedio que la enfermedad! (Exclamé.)

—Tanto como eso, no creo —precisó—. Es mucho menos controlable un mal que tienes dentro, que no sabes por dónde te va a salir, que uno que está por fuera y puedes verlo. Y, además, de la otra manera teníamos dos enemigos: uno dentro y otro fuera; mientras que ahora sólo permanece el de fuera aunque resulte o aparezca como más agresivo. Pero es que eso es pura lógica espiritual: Es mucho más lesivo para ti tener el pecado en tu interior, a la vez que lo ves en los demás, que sólo verlo en los otros porque has conseguido desterrarlo de ti. Entonces es tu limpieza interior la que te hace percatarte con más realismo de la suciedad de fuera, ¡que antes era igual, pero que no eras capaz de apreciarla en sus verdaderas dimensiones!

—Sí, con el ejemplo espiritual lo entiendo mucho mejor (señalé); pero pienso que el fracaso por haber sido expulsado de la Ciudad le va a hacer cobrar mucho más resentimiento contra ella, y la virulencia en sus represalias va a ser mucho peor.

—Ya, pero no te puedes andar con contemplaciones que sólo dilatarían el proceso y no solucionarían nada, incluso lo encarnizarían más —puntualizó—. Una vez que se ha detectado el mal, lo primero que hay que hacer es extirparlo por completo, porque toda dilación en ello va en tu contra. Luego ya te dedicarás a remediar las consecuencias de la extirpación, pero lo primero es su erradicación; no vaya a ser que, por demorarte, se te vaya a pasar la oportunidad de librarte de él por completo, o con el menor daño posible.

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En ese momento una nueva visita se hizo presente en la casa: Era Fidel, que justificó su asistencia ante Manuel, al que ya conocía:

—Perdona que haya venido de forma un tanto importuna a tu propia casa, pero es que Miguel me ha dicho que viniera ahora, porque es a ti al que debía informar, que eres el que, por el momento, vas a ocupar su cargo anterior; y que así, de paso, conocía a tu familia.

—¿Y tú te vas a apurar por eso? —Le contestó Manuel— Anda ven que te presente a todos los que están por aquí.

Manuel cumplió con lo prometido, aunque, cuando llegó a mí, quedó patente que ya nos conocíamos; para, después de las conversaciones de rigor, invitar a Fidel a exponer la información que tenía.

—El motivo principal —respondió Fidel— era el comunicar que, una vez que ha pasado el riesgo para las personas que teníamos escondidas, las hemos devuelto a sus respectivas casas. Y a la joven que encontramos en el sótano, a la que habéis podido ver testificar en la Asamblea, por el momento, la hemos acomodado en la casa de Alicia, Marisa y Paula; porque, como ya se conocen, nos ha parecido a todos lo más adecuado, y ellas lo preferían. Por otro lado Miguel me ha pedido que medie en el asunto de las colonias cismáticas, para intentar solucionar lo antes posible ese problema sin resolver.

—Me creo que ese asunto no va resultar nada fácil —objetó Manuel—. Lleva muchos años enquistado y con heridas que aún escuecen.

—Lo sé, pero ahora es el mejor momento —indicó Fidel—. Ten en cuenta que cuando se destapen todos los tejemanejes y ardides utilizados por Don Ángel, bueno, ya Ángel a secas, para lograr que se produjera el cisma y para luego perpetuarlo y enconarlo, los habitantes de las zonas cismáticas se van a sentir muy engañados y manipulados, lo que puede traer como respuesta un acercamiento a la Ciudad, su antigua casa. Porque, quieras que no, como en la auténtica casa de uno no se está en ninguna parte; y no creo que su confederación con Magog les haya reportado especiales beneficios, sino, más bien, quebraderos de cabeza. El problema verdadero será superar los resentimientos y el desdoro para la honrilla personal que supone el reconocer que has caído vilmente en el engaño que te habían tendido, y que no eres tan perfecto como te creías y tus miserias quedado expuestas a la vista de todos. Ése será el verdadero problema que me voy a encontrar.

—Pero es que la autojustificación y la falsa dignidad es un problema que acompaña al hombre desde que es hombre —justificó Manuel—. Y si, además de lo que nos cuesta reconocer nuestros fallos, encima piensas que el otro se va a regodear y resarcir de lo sufrido por ellos…, ¡todavía peor!

—Esa es la parte que me toca limar a mí —puntualizó Fidel—, que se convenzan de que no va a haber revancha, sino un borrón y cuenta nueva. Que nosotros también tenemos el baldón de haber sido engañados y dirigidos maliciosamente por el mayordomo anterior. Que cada uno tenemos que purgar nuestro pecado o la parte que nos toca de él; pero que, llegados aquí, no podemos consentir en perpetuarlo ni un instante más, y que debemos poner todo lo que se encuentre de nuestra parte para solventarlo con bien.

—Pues confío que te escuchen; porque, si lo consiguieras, sería un completo éxito a celebrar por todo lo alto —apuntó Manuel.

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—Eso espero. Dios te oiga y ablande su corazón para que la reunificación pueda llevarse a cabo —concluyó Fidel.

—Entonces, Fidel (intervine), como ya ha pasado el momento más peligroso, podremos conocer cuál es tu verdadero nombre, el que encubre tu apodo.

—Pues si mi nombre que aparece en los registros apareciera en tu escrito… ¿no crees que los secuaces del antiguo mayordomo me habrían detenido ya, y conmigo a los que me encargué de esconder, y todo esto antes de ser depuesto? —Me respondió.

—¡Pues tienes razón! Perdona por la pregunta (me excusé).

—No te preocupes. Si es normal que no te des cuenta, porque para ti, lo que es una historia que se va sucediendo y pasando de tu futuro a tu pasado, para quien lee el resultado final, es sólo una historia ya ocurrida en su totalidad en la que puede llegar a conocer todos los acontecimientos antes de que sucedan en el mundo tangible; por lo que tiene todas las cartas de la baraja en su mano para poderlas utilizar, y da igual que el nombre que oculta mi apodo figure en la última línea de tu escrito, porque eso será suficiente como para localizarme con tiempo antes de que acontezcan los hechos.

—¡Pero si se supone que eso lo sé! —Me justifiqué— Por eso procuro mantener una ambigüedad calculada en mi escrito para que eso no ocurra. Pero ¡ya ves! En cuanto bajo la guardia…

—También es verdad que podrías escribirlo —observó Fidel—, pero ten por seguro que algo ocurriría en el transcurso de los siglos para que tu escrito no llegara íntegro hasta nuestros días y no afectara al resultado final de los acontecimientos ya vividos por nosotros.

—¡Vamos!, que si quiero que llegue íntegro tengo que esforzarme en volcar toda mi atención en él y no permitir ningún desliz (afirmé).

—Más o menos —me confirmó—, pero me imagino yo que eso no debe de ser nada fácil, porque cualquier detallito insignificante puede pasarte desapercibido y luego ser crucial para el desarrollo o el desenlace. De todas formas, tampoco te agobies demasiado, que luego la historia es como una esponja voraz, y lo absorbe todo sin que se resienta la estructura básica de la misma. Lo que importa al final en la vida son las opciones y decisiones personales que tomes en ella, y no el resultado de los acontecimientos. Las decisiones son como el agua que contiene la esponja, mientras que los acontecimientos son como la misma esponja, que mantiene su ser de tal independientemente del agua que contenga.

—Si te oyeran en mi época decir eso se quedarían completamente escandalizaditos (advertí burlonamente).

—Pero tu época pasará, lo mismo que tantas otras épocas —aclaró Fidel—; y en tu época aún estaban a verlas venir en esto como en tantas otras cosas, y aún no querían admitir que la historia es como un gran colegio, en el que todos nosotros, como alumnos, estamos para graduarnos en el amor de Dios y en el disfrute de la libertad que eso conlleva; cuando lo admitan, tu época habrá dejado de serlo porque habrá pasado a la siguiente. Pero el fin de curso llegará se apliquen o no se apliquen, quieran o no quieran. Tu escrito, y esto no debería

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decírtelo, va a suponer la señal de partida para que se produzca el examen final de dicho curso. ¡Por cierto, que se me olvidaba! Me ha encargado Matías que cuando te viera te dijera que Pablo está de nuevo en la Misión de Melburne, que pudo arreglar las cosas como quería.

—Pues, si te lo ha dicho, es que quiere que vaya a verle (repuse).

—No me ha parecido que esa fuera la intención, sino solamente una información para que lo supieras —puntualizó Fidel—; pero la verdad es que tampoco puedo asegurar que no albergara en ello esa esperanza.

—Total, por ir a verle, tampoco voy a perder nada, más bien al contrario. Me pasaré por si acaso (resolví).

—Cuidado con la situación en Gog —me advirtió Manuel—, que con la llegada de Ángel se va a poner muy explosiva. Avísale de ese riesgo para que prevenga a todos los demás.

—Lo haré, lo haré (le confirmé).

Tras esto, tanto Fidel como yo nos despedimos de todos los presentes en aquella casa tan hospitalaria, que irradiaba calor de hogar por todas partes, hasta una próxima ocasión; para volvernos cada uno a nuestras respectivas tareas.

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En mi casa de Madrid me aguardaban muchas más ocupaciones de las que pensaba, por lo que la redacción de mi última experiencia se dilató mucho en el tiempo, o, al menos, mucho más de lo que yo hubiese deseado. Aún así llegué a su final y al momento de iniciar mi nueva visita a Pablo. Estuve dudando si aparecerme antes de la llegada del antiguo mayordomo expulsado, para advertirle con tiempo, según me había indicado Manuel, o si llegar al poco que éste lo hubiera hecho, para recoger las reacciones que eso había producido, pensando en que una reacción agresiva por parte del gobierno de Gog aún se demoraría y daría tiempo a que mi advertencia, que no iba a aportar nada que ellos mismos no fueran a presuponer, surtiera su efecto confirmador. Al final opté por efectuarla en el mismo día de la llegada del exmayordomo, pero una vez producida ésta.

Ya estaba cruzando el umbral de mi fantasía cuando me percaté de que, llevado de la costumbre, me había colocado el mono, ¡pero en Gog eso estaba mal visto y llamaba la atención!, así que tuve que desandar el paso dado para volver a colgar el mono en su lugar habitual.

Cuando atravesé la puerta de nuevo, me encontré a Pablo mirándome fijamente y con cara recelosa, que cambió en cuanto me reconoció en otra relajada y afable.

—He visto que algo se movía pero que ha desaparecido, y ya me temía lo peor y estaba vigilante y en tensión para ver qué iba a ocurrir. Menos mal que eres tú —me explicó.

—Perdona pero es que me he acordado de repente que aquí no está bien visto el mono, y me he vuelto para quitármelo (le aclaré).

Sentado en un banco del jardín del recinto de la Misión, que yo ya conocía, Pablo disfrutaba del ambiente de un día veraniego, a la vez que debía de haber estado consultando su tablilla de mesa que tenía colocada en el banco, junto a él. Me invitó a sentarme con un gesto, a la vez que me decía:

—Muchas gracias por venir a visitarme. La verdad es que, en estos momentos de tanta incertidumbre y que pintan tan mal, tu compañía es muy de agradecer.

—Ya me imaginaba que eso iba a ser así, y por eso he venido precisamente hoy. Y, además, con el recado del actual Responsable del Servicio de Información del Ministerio de Alerta, que se llama Manuel, de que te avisara del riesgo explosivo que iba a alcanzar la situación con la llegada del antiguo mayordomo de la Ciudad a Gog, para que previnieras a todos; pero me imagino que ese riesgo no se os habrá pasado por alto a ninguno.

—No, claro. Desde el mismo día en que fue depuesto ya nos suponíamos la que se nos venía encima. Ya te dije que se veía una clara connivencia y un compadreo fuera de lugar entre nuestro embajador y el gobierno de Gog, que nos hacía recelar del propio mayordomo, ya que la embajada y, más en

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concreto, el embajador, depende directamente del Alcalde General de la Ciudad. Así que en cuanto vimos que lo peor de todas nuestras sospechas se confirmaba, supusimos cómo se iban a desarrollar los acontecimientos subsiguientes. Y, por si nos quedaba alguna duda, cuando comprobamos como era acogido el antiguo embajador tras su expulsión, supusimos lo que iba a ocurrir cuando llegara el jefe de éste aquí; como así ha sido. Recibir al que hasta hace poquísimo ha sido el máximo responsable de la Ciudad como si fuera el mismísimo jefe supremo de Gog que hubiera regresado victorioso de la guerra, no deja de ser, cuanto menos, sorprendente, si no absolutamente preocupante. Con la expulsión parece haberse excitado todo el ardor contra la Ciudad. Y estaba viendo en las noticias que en Magog también se ha producido un buen revuelo, acusando al nuevo gobierno de la Ciudad de retrógrado, de volver al pasado y al fanatismo, y poner en grave riesgo el futuro de la humanidad, y hasta del mundo entero.

—Pero todo eso son estrategias de manipulación, igualitas que las que empleaban en mi época. Todo esto ya lo tenían previsto como excusa para desencadenar el conflicto, que lo hubiesen desarrollado igual, auque las cosas se hubieran desenvuelto de otra manera, so pretexto de cualquier disculpa nimia. El plan ya lo tenían trazado, lo que pasa es que ahora ya no tienen a nadie dentro de la Ciudad para abrir también el frente interno, con lo que estamos mejor que antes aunque parezca todo lo contrario. Ahora sólo hay que luchar en un frente y no en dos.

—¿Tú crees?

—Sí, desde luego. El mal, cuanto más claro se ve, es que la verdad actúa con más libertad; porque, cuanto más amordazada está la verdad, más hipócrita resulta el mal, con lo que es menos visible. Así que, cuanto más crudamente se presente el mal y parezca enseñorearse de la situación, es que el bien está realizando su función y está triunfando. Cierto que antes de la resurrección hay que pasar por la cruz, en la que parece que es el mal el que gana; pero sin cruz, sin esa revancha del mal, no se puede alcanzar el triunfo. Ya sabes tú que quien no tiene cruces en su vida y todo parece irle de perlas es que tiene el mal agazapado por algún rincón y, o tarde o temprano acaban apareciéndole las cruces, o es que la persona se ha rendido al mal y ya nunca verá el triunfo del bien en ella. Por eso, este ataque virulento del mal que parece sobrevenir, es la señal de que no nos hemos doblegado a él y nos hemos defendido echándolo fuera. Lo que le pasa a la Ciudad es lo mismo que le ocurre a las personas en su lucha interior. ¿Acaso la Ciudad no es el Cuerpo Místico de Cristo en la historia? Pues no hay como ver al Maestro para saber de los discípulos.

—Sí, eso es lo que nos dice la Teología y la experiencia de otras épocas, pero cuando te llega a ti, en tu realidad cotidiana… la cosa se ve de otra manera y con otros ojos… y cuesta aceptarlo.

—Lo entiendo. Lo entiendo perfectamente. Y además parece que es una situación sin salida, de la que nunca vas a poder escapar y que te va a aniquilar sin remisión. Pero todo eso es una mentira más de la apariencia del mal, porque el mal es corruptible, y, como tal, también tiene su final, aunque en el momento de pasar la prueba no veamos ni de lejos ese término. Sólo nos queda confiar. Para eso somos creyentes, ¿no?

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—Tienes toda la razón, y no está mal que de vez en cuando te recuerden lo que ya sabes, y que la teoría también hay que llevarla a la práctica. Gracias. Ahora nos queda ver cómo encajamos el golpe y prepararnos para ello.

—Pues a este respecto el Apocalipsis ya te describe esta situación y te da las instrucciones oportunas cuando dice que «fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche». «¡Ay de la tierra y el mar!, porque ha bajado a vosotros, rebosando furor, sabiendo que le queda poco tiempo». Y más adelante añade: «Y le fueron dadas a la mujer las dos alas de la gran águila para que volara al desierto, a su lugar, donde es alimentada un tiempo, y dos tiempos y medio tiempo, lejos de la presencia de la serpiente». Es decir, que nos ha caído aquí el mismo Diablo, rabioso de rencor contra la Ciudad, sabiendo que le queda porco tiempo, por lo que la apariencia de la Ciudad debe retirarse al desierto, a un lugar espiritual alejado de la presencia de esa influencia maléfica, y que ya está preparado por Dios para que resista el breve tiempo que dure su persecución. Pienso que, en nuestro caso, el desierto es un lugar de oración más que de acción, de retirarse de la turbamulta de los acontecimientos para no ser arrastrados por ellos, de no responder a las provocaciones tal como ellos esperan que respondamos pero sin dejar de ser coherentes con nuestra fe, como Cristo ante sus acusadores. O dicho con otras palabras: Que debemos hacernos invisibles pero no ineficaces, al modo como lo hacían los primeros cristianos cuando eran perseguidos, o lo hace el Espíritu Santo en su acción fecunda.

—Vamos, que sería volver a los primeros tiempos de la Ciudad, cuando todo surgía en un medio hostil ajeno a Dios o que lo rechazaba frontalmente, y que incluso, los que se reconocían creyentes, confraternizaban con los que se decían nuestros enemigos, doblegándose a ellos.

—¡Has hecho una radiografía de mi época sin pretenderlo!

—Bueno, es que es por tu época a lo que yo me refiero. ¡Vaya!, me parece que estoy hablando de más. Disculpa.

—No te preocupes. No creo que haya ningún problema, porque no creo que yo vaya a ver nada de eso a lo que tú te refieres. Porque, que yo sepa y conozca, no hay nadie dispuesto entre mis contemporáneos a dar ese salto y comprometerse en el arranque de tan siquiera un germen de la Ciudad. Puedes estar tranquilo. Supongo que eso ocurrirá más adelante, cuando ya estén con el agua al cuello y pasándolas canutas, y ya no tengan otra salida posible; una vez hayan probado todo tipo de ocurrencias antes sin lograr el éxito, claro está. Los hombres somos así.

—En eso aciertas. Pero no creas que nadie les va a arrebatar a los seguidores de la religión judía su record de dos mil años de tozudez. En toda la historia no ha habido otro caso semejante. Así que, esa cerrazón de mollera que atribuyes a tus contemporáneos creyentes, no llegará ni a la suela de los zapatos de los otros. Ese record es imposible de batir por nadie.

—La verdad es que eso me consuela, porque si ellos cayeron, y la paciencia de Dios fue más fuerte que su tozudez, cualquier otro también caerá por muy cerril que sea.

—Bueno… habría que puntualizar que la conversión sólo es posible para el que conserve algo de buen fondo; porque para quien lo ha dilapidado todo y ya ha decidido resueltamente permanecer al margen de Dios, pues…

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—Sí, claro; que el infierno está para algo. Tendrías que haber escuchado a nuestro “amigo” y exmayordomo, Ángel, expresarse en su salsa y con menos disimulo del habitual, verías.

—He leído lo que reflejas de ello en tu escrito. Que, dicho sea de paso, ha sido todo un acierto su difusión, aunque fuera con el final amputado, porque ha corrido como la pólvora y lo ha leído o lo está leyendo todo hijo de vecino. ¡Incluso hasta los goguianos simpatizantes con la Ciudad!

—Ya, pero en ese escrito no se refleja la expresividad ni la imagen que acompañaba a las palabras, ni la impresión subjetiva que uno tiene al presenciarlo ni al mirarle a los ojos… Te digo que impresiona y da profunda compasión ver la desolación inmensa que todo ellos trasluce. Es como un grito de dolor infinito que le devorase y del que no quiere escapar. Y si libremente quiere vivir así, habrá que respetar su decisión porque violentarla sería anularle como persona; y como persona ha de vivir la vida que él mismo ha decidido para sí. Ése es el infierno al que está condenado a perpetuidad si no cambia en el poco tiempo que le queda de vida histórica, que es el único que tiene para poder elegir. Y lo que digo para él, vale igualmente para todos los que opten como él. Pero yo, a esto, no lo llamaría tozudez sino ensañamiento irredento. La tozudez, la terquedad, aunque dure dos mil años no es comparable.

—No, eso es cierto: no es comparable. Pero no deja de producir dolor, aunque lo sepas, el que no puedas ayudar a una persona de estas a salir de su perdición.

—Yo creo que sí podemos, y es ofreciéndole oportunidades para recapacitar hasta el final de sus días en la historia; oportunidades que pasan por negarnos a caer en sus redes y tejemanejes, en no doblegarnos a ellos y dar testimonio de lo que somos y creemos. Nuestro testimonio de vida es una oportunidad para ellos, nuestra porfía, nuestras palabras si llega el caso, nuestra perseverancia en el bien manteniendo nuestra coherencia de fe sin someternos a sus imposiciones, supone todo un racimo de oportunidades que les brindamos, como ventanas abiertas para poder escapar de su situación alienante. Ahora, el que las aprovechen ya no es cosa nuestra. Ni siquiera Dios les obligará a aceptar alguna, eso forma parte de su libertad, que Dios respeta escrupulosamente.

—Ese respeto tan minucioso de Dios a algunas personas les desconcierta, y me vienen a comentar que, en ese caso, habrá personas que se condenen por error o por equivocación o sin haber decidido del todo; y me tengo que esforzar en explicarles que no, que nadie va al infierno si no lo ha elegido previamente a través de sus opciones vitales, y que no hay ninguna circunstancia que pueda forzar esa decisión, ni en un sentido ni en otro, por mucho que pueda parecerlo.

—¿Y te entienden? Porque a mí no me resulta nada fácil en mi época, porque siempre les queda el gusanillo de la predestinación para incomodarles.

—No, aquí también; y más con el asunto del mejor conocimiento de la historia y de la trabazón de todo. Pero les suelo hacer ver cómo cada uno es el dios o diosecillo de su propio interior, en el que él decide cómo vivir las cosas en sí mismo como si fuera el emperador de su propia intimidad; y que, así como se comporta con lo suyo, es como lo hace con lo de fuera, máxime que a través de lo interior se llega a lo exterior aunque no se sepa controlar sus consecuencias. Pues, en esa situación, cada uno decide cómo va a ser ese

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mundo en el que quiere vivir, y ahí es donde determina su futuro, también de fuera, para cuando acabe su tiempo de opción en la historia. Elección que quedará fijada para toda la eternidad en el momento de la muerte.

—Ah, pues a mí si me resulta una explicación muy aclaradora. Te la voy a copiar para utilizarla yo cuando me encuentre en situaciones semejantes.

—Es toda tuya.

—Oye, y ¿no habría alguna posibilidad de que esta explicación la conocieran todos esos que sólo se preocupan de sí mismos, que por aquí, por Gog, hay muchos?

—¿Y qué te crees que hacemos aquí, en la Misión? Pero no sólo con ese tema, sino con muchos otros. ¡Qué más quisiera yo que la gente fuera más receptiva! Pero no podemos luchar contra unos medios informativos tan absorbentes y manipuladores, y una propaganda machaconamente constante y coactiva. Porque, con la excusa de la libertad de la que aquí hacen gala, a nosotros nos coartan y prohíben cualquier tipo de difusión ideológica, so pretexto de que somos una secta coercitiva y represora, enemiga de la libertad. ¡Vamos!: “Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”.

—O…: “El ladrón cree que todos son de su condición”.

—Aunque este “ladrón” bien sabe lo que hace, y no quiere ser descubierto ni que nadie denuncie sus insidias. Desde luego no es una proyección psicológica inocente.

—¿Y tenéis planeada alguna reacción o actuación ante la nueva situación que se presenta?

—La verdad es que no se nos ha ocurrido nada original. Aguantar el tirón y ver lo que ocurre, e ir actuando a medida que se produzcan los acontecimientos.

—¿Y eso no será demasiado tarde?

—Posiblemente sí, pero tampoco tenemos muchas más opciones… Estar preparados para las “catacumbas”.

—¿Y el marcharos de aquí, ahora que todavía hay tiempo?

—¡Pero cómo nos vamos a ir así, y dejar abandonada a nuestra gente! Pero es que, aunque ellos quisieran y los otros nos dejaran llevárnoslos a todos, los naturales de aquí que todavía nos ignoran, no tienen consciencia de cuánto nos necesitan. Somos su última ascua ardiendo a la que agarrarse. No podemos fallarles, y que cuando vayan a agarrarse a ella no esté.

—Pero es que os puede costar la vida, y ahí se acaba definitivamente toda esa posibilidad de ayuda que pretendéis prestarles.

—¡De eso nada! Ahí empieza. Nuestro testimonio de coherencia es la mejor ayuda que podemos prestarles, porque nuestras vidas terrenas pasarán, pero, nuestros testimonios ante quienes los ven, no pasarán. Eso es todo lo que podemos ofrecerles, no tenemos más. Por eso, si nosotros nos vamos, ¿qué les quedará?

—Pero, al menos, a los goguianos conversos que lo deseen sí podéis facilitarles el acceso a la Ciudad.

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—Eso siempre lo han tenido. Todo goguiano converso que quiera reintegrarse a la Ciudad puede hacerlo cuando quiera, porque nosotros damos fe de su conversión. La cuestión es que muchos de los nacidos en Gog no quieren abandonar su lugar aun cuando estén convertidos. Ni siquiera quieren trasladarse a una de las colonias existentes en el territorio. Por eso la Misión es una minicolonia sin tener el estatuto de tal, porque no sólo hay gente de paso, sino personas estables que podrían constituir el núcleo inicial de una colonia, y que prefieren vivir como en los inicios históricos de la Ciudad, cuando esta situación era lo habitual porque no había otra cosa. Pues gracias a personas como estas pudo acabar por consolidarse la Ciudad. Entonces ni siquiera tenían dónde refugiarse, así que lo de ahora es un lujo.

—Me encanta cómo sacas, de la dificultad, virtud.

—Pero… ¡es que es verdad! Si en tu época la Iglesia no hubiese hecho lo mismo, se hubiera hundido ante las dificultades, y nunca hubiera dado el salto a la Ciudad; pues ahora nosotros debemos ser consecuentes y obrar de la misma manera.

Unos gritos vinieron a sacarnos de nuestra tranquila conversación, sobresaltándonos: «¡Sinvergüenzas!, ¡canallas!, ¡opresores! ¡Sacad vuestras garras de Gog!»

Intuitivamente giramos nuestras cabezas para dirigir la mirada al lugar de donde procedían las voces. En el portón de entrada al recinto de la Misión, abierto por completo como era habitual, un grupo de personas nos miraba fijamente. Cuando observaron que les prestábamos atención, repitieron sus consignas, acompañadas de unos cuantos insultos. ¡Era por nosotros!

Pablo comentó entre dientes:

—Ya empieza. Vámonos dentro, no vaya a ser que entren y la cosa vaya a peor.

Nos levantamos con tranquilidad, y, aparentando que no nos incomodaba mucho su irrupción, nos dirigimos al Centro Social, donde penetramos entre una lluvia de increpaciones, insultos y provocaciones, como la que decía: «No huyáis, cobardes, salid aquí y comprobaréis la hospitalidad de Gog».

Una vez dentro, Pablo añadió:

—Hoy no han entrado, pero cualquier día entrarán y, si lo hacen, no se van a marchar sin realizar algún desmán. Hasta ahora, si teníamos algún problema, llamábamos a la policía y ésta actuaba. Pero estos incidentes están promovidos por el propio gobierno, que está machacando a la población con una propaganda tendenciosa y claramente hostil contra nosotros, así que, en esas condiciones, recurrir a la policía es inútil.

—Ni siquiera son originales, porque algo así es lo que hacían a los judíos en tiempos de los nazis.

—¡Y ojalá se quedara sólo en esto! Porque ya sabes que en esos tiempos que dices, todo fue a peor y a peor, hasta acabar como acabó. Pero no sólo los nazis lo hicieron, sino también los soviéticos con los cristianos, o tantos y tantos como en la historia ha habido que no soportaban otras formas de vivir más que las suyas. Y, a ese respecto, los cristianos siempre nos hemos llevado la palma.

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—La palma del martirio…, desde luego. No hay en toda la historia de la Humanidad, una cifra de mártires como la nuestra. Lo cual es muy significativo y dice mucho de dónde se halla la verdad, que suele ser siempre lo más molesto para quien la rehuye.

—Esperemos que nuestro gobierno de la Ciudad sepa cómo actuar para evitar que nosotros, los de aquí, pasemos a incrementar ese nutrido número; porque… que acepte la idea no significa que me apetezca lo más mínimo pasar por ella; y no sé, si llegado ese momento, no vaya a dar una espantada y dudar de la ayuda y fortaleza que Dios me vaya a conferir para sobrepasarla.

—Esa duda es una tentación a la que te debes resistir. Aunque confío, que, con la gracia de Dios, todo nuestro gobierno sepa cómo salir airoso de esta situación.

—¡Por cierto! ¿Os ha servido la muestra biológica que se llevó Fidel de aquí?

—Supongo que sí; pero las últimas noticias que tengo es de cuando iban a analizarla, así que, me imagino que ya lo habrán hecho y estarán preparando a todo correr una defensa adecuada.

—Pues anda, ve a enterarte y mételes prisa; y cuéntales que por aquí estamos en vísperas de tormenta a ver qué pueden hacer.

—Pero es que no me gustaría dejarte así, con el ánimo caído.

—Bueno, tampoco es para tanto. Pero, si te vas, yo siento que he enviado un mensaje en correo directo que va a llegar seguro, y me quedo más consolado; mientras que si sigues aquí siento que ya no hay remedio y que sólo queda acompañarme en mis momentos finales.

—¡Qué dramatismo, por Dios! Te estás abatiendo por momentos. Anda, sí, me voy; pero tú vete a hablar con alguien de dentro ahora mismo y ¡levanta ese ánimo! Me parece mentira, con lo que tú eres, verte así. No te hundas porque sople un poco de viento junto a la barca, como San Pedro cuando quiso andar sobre las aguas como hacía Jesús. ¡Confía en el Señor! ¡A saber lo que el Señor tiene reservado para mí en mi época!

—Yo sí lo sé.

—Ya me lo imagino, pero no me lo digas, ya me enteraré cuando sea su tiempo.

Me despedí de él dándole un abrazo y diciéndole: «¡Arriba el corazón!» Le encargué que transmitiera mis recuerdos a Diana y saludara a los demás, sacando fuerzas de flaqueza para animarlos a todos, y regresé junto a mi libro de tapas de mapamundi para recoger en él mi nuevo encuentro con Pablo.

Como ya se estaba haciendo habitual, la redacción se volvió trabajosa debido a las interrupciones que la prolongaban excesivamente en el tiempo, pero, al fin, pude completarla. Después me detuve a considerar cómo, efectivamente, no había nada nuevo bajo el sol. Podrían haber transcurrido un montón de siglos, pero las formas de acoso y persecución eran siempre las mismas aunque variase superficialmente su apariencia. El mal sería muy artero pero no era nada original. La verdadera originalidad siempre estaba ligada al bien, y la habilidad del mal solamente consistía en apuntarse el tanto.

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Llegó el momento de reanudar mis visitas a las postrimerías de la historia para cumplir lo apalabrado con Pablo y averiguar cómo iban los preparativos para la defensa de la Ciudad, y urgirles a ello si fuera menester. Para eso decidí visitar en primer lugar a mis amigas de los ministerios de Naturaleza y Desarrollo, a Marisa, Alicia y Paula, en su casa, ahora también compartida con la joven rescatada a la que, durante su encierro, sólo se habían dirigido a ella como “oye” u “oye tú”.

Así me situé de nuevo ante la puerta, me coloqué el traje, pensé en el lugar al que me disponía a llegar, en mis amigas reunidas en el momento final del día, relacionando el tiempo con mi desaparición de la presencia de Pablo, pero con la intención de que fuera en el momento más cercano que no resultase inoportuno, y crucé el umbral.

Y allí estaban mis amigas, en el saloncito de su casa, departiendo amigablemente sobre las novedades del día. Tan entusiasmadas estaban con su conversación, que la única que se percató al instante de mi presencia fue la joven sin nombre, que alertó a las demás.

—Mirad quién tenemos aquí.

—¡Vaya! Bienvenido de nuevo a esta casa —anunció Paula, que era quien menos movimientos tenía que hacer para descubrir mi presencia.

—Llegas a tiempo, porque estábamos poniéndonos al día en nuestras aventurillas cotidianas —afirmó Marisa toda sonriente.

—Anda, incorpórate a nuestra tertulia, que seguro que tú tienes más novedades que contarnos —añadió Alicia.

Ocupé un asiento mientras comentaba:

—Ya os veo completamente entretenidas en ello. Seguro que los asuntos sentimentales eran el primer plato fuerte de la tertulia. ¿Me equivoco?

—¿Qué pasa, nos has estado escuchando? —Preguntó Alicia, que pensaba que ya llevaba un rato allí escuchando sin darme a notar.

—No (respondí), lo he deducido por vuestras actitudes, y porque, aunque hayan pasado no sé cuantos siglos…, pues… “genio y figura hasta la sepultura”. Al menos en mi época, éste era un tema estrella de las conversaciones de mujeres solas.

—¡Mírale qué listo! —Comentó Marisa— Pues la estadística de tu época no sirve para ahora, podías haberte equivocado.

—Pues a la vista está que no lo he hecho, ¿no? (Advertí.)

—Eso es porque ha sonado la flauta. Prueba otra vez y ya veremos —sentenció Marisa muy digna.

Yo hice un gesto de risa pillina, y cambié la conversación:

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—Vengo de Gog, de hablar con Pablo, un sacerdote que está en la Misión de Melburne, y como las cosas allí no pintan nada bien para los nuestros, él está preocupado esperando lo peor, y se pregunta si ha servido la muestra biológica que se trajo de allá, y si se les va a ayudar a salir del atolladero. Y yo he pensado que quién mejor que vosotras para sacarme de dudas.

—Mira, de lo segundo que me dices no me cabe la menor duda —indicó Marisa—, pero yo no tengo datos sobre ello y no te puedo informar; pero de lo que sí sé es de la muestra biológica. ¿Te acuerdas de que yo iba a poner como juego entre mis compañeros que averiguaran a qué correspondía la muestra? Pues el truco dio muy buen resultado. De hecho, cuando fueron a buscarme a mí al ministerio para arrestarme y, de paso, requisar dicha prueba, mis compañeros se hicieron los ignorantes y no la entregaron, percatándose entonces de la verdadera importancia de lo que tenían como un juego, así que eso resultó un acicate para que se tomaran en serio la investigación. Así que, cuando regresé, acudieron todos a preguntarme, además de por mi aventura, por el origen de la muestra. Cuando se lo dije, ¡imagínate cómo se quedaron! Entonces sí que pusieron toda la carne en el asador dejando a un lado todas las tareas que tenían entre manos, aunque, hasta ese momento no les había llegado la orden directa de hacerlo. Por eso enseguida consiguieron obtener una reproducción virtual del animal humanoide del que procedía la muestra. Y todo el estudio se lo pasaron a los compañeros de Alicia. Aunque seguimos volcados en ello, buscando los puntos flacos y los medios a emplear.

—Sin embargo, a mí, no me fueron tan bien las cosas —apuntó Alicia—; yo no tengo la misma gracia que Marisa para proponer las cosas, y eso se nota en que sólo alguno de entre mis compañeros aceptó sin mucho entusiasmo el reto de averiguar a qué correspondía la muestra. Así que, cuando se pasaron por allí para buscarme, y preguntaron por la muestra, mis compañeros no tuvieron que simular ignorancia, porque realmente no sabían nada. Pero, para quien la tenía, fue una motivación de verdad para suscitar su interés; y eso sirvió para que, por este camino, se difundiera algo más entre ellos la inquietud por el asunto. Por eso, cuando yo regresé después de la Asamblea General, los compañeros me recibieron todo llenos de curiosidad por lo que me había ocurrido y por saber de qué iba todo. Luego ya nos pasaron, del Ministerio de Naturaleza, lo que llevaban hecho, que, junto al distinto enfoque con que nosotros lo habíamos abordado, ha puesto a todo el personal a trabajar a pleno rendimiento en ello. Ahora estamos en la fase de consolidación de un virus específico para sus células que consigue alterar lo que podríamos llamar la respiración mitocondrial de las mismas, es decir, que actúa como si fuese cianuro, produciendo la muerte con rapidez. Lo que tenemos que cerciorarnos, antes de darle el visto bueno, es que no le sea fácil mutar espontáneamente poniendo en riesgo a cualquier otro organismo vivo, lo cual resultaría catastrófico.

—Eso es pura guerra biológica (afirmé). En mi tiempo estaba prohibida.

—¡Pero de alguna forma nos tendremos que defender!, ¿no crees? —Repuso Alicia— En tu tiempo estaría prohibida, y eso que en tu tiempo no eran un ejemplo para nada, porque afectaba indiscriminadamente a toda la población y de ambos bandos, pero no porque fuese cruel o cosa por el estilo. Por eso nosotros nos preocupamos en que sea específico para estos bichos humanoides y que no afecte a ningún otro ser vivo. El efecto sería como

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fumigar con un insecticida específico para las langostas, e inocuo para todo lo demás, a una plaga de las tales que se dispone a asolar tu territorio. Es defensa propia.

—Más incontrolable es lo que se están planteando en la Sección de Climatología de mi Ministerio —apuntó Marisa—. Pensaban desencadenar un tifón para lanzarlo contra las naves que los goguianos enviasen contra nosotros, incluso simultanearlo con un huracán si también pretendían atacarnos por el Océano Índico. Pero, claro, eso también afectaba a nuestra gente que vive por allí; y aunque podamos dirigirlo, y los nuestros estén advertidos y protegidos, los destrozos por donde pase son irremediables. Así que ahora están pensando en solamente utilizar trombas marinas que se pueden manejar mucho mejor porque son mucho más pequeñas. Pero eso tiene el inconveniente de que deben saber dirigirlas muy bien contra los objetivos, y utilizar muchas simultáneamente para establecer una especie de barrera que impida que ninguna de sus naves se cuele en nuestro territorio.

—¿Pero eso va a requerir utilizar mucha energía? (Objeté.)

—Ya, pero nos la proporciona la misma naturaleza —puntualizó Marisa—. Nosotros no tenemos ejército ni armamento por lo que se hace necesario que nos valgamos de la naturaleza para nuestra propia defensa, como ya ocurría en los tiempos bíblicos cuando nuestros antepasados recurrían a Dios, y Éste, a través de los fenómenos naturales, les solucionaba la papeleta; pues nosotros nos fijamos en Él para imitarle. Menos mal que ahora también contamos con Gracia para facilitarnos las cosas.

—Afortunadamente la gracia de Dios en estos menesteres no falla nunca (abundé).

—Ya; pero yo, además, me refería a esta Gracia —me aclaró Marisa, mientras me señalaba a la joven que encontramos en el sótano.

Y ésta me explicó:

—Es que tú no lo sabes: Durante nuestra ocultación forzosa, me pidieron que eligiera un nombre, porque me dijeron que no estaban dispuestas a llamarme “Oye” ni “Oye tú”. Y elegí el nombre de Gracia, porque me pareció que Dios había obrado maravillas en mí, a pesar de todo lo artificial y truculento de mi concepción, porque si Él no hubiese querido yo no estaría aquí, ni tendría las cualidades que tengo a pesar de todo lo que los hombres hubiesen intentado; por eso, porque yo estoy aquí por pura gracia, me decidí a adoptar ese nombre.

—La verdad es que todos estamos aquí por pura gracia —comenté—, pero reconozco que tu caso reúne características especiales que lo convierten en singular. Me parece un gesto precioso por tu parte.

—Nosotras le dijimos lo mismo —apostilló Paula.

—Y además no lo llevo así como así, sino que me fue impuesto en el bautismo —añadió Gracia.

—¿En el bautismo? (Me extrañé.)

—Sí, claro —me explicó ella—. Ya sabes que yo no estaba bautizada y que me habían mantenido a propósito al margen de Dios, para que yo no tuviese la opción de vincularme a Él. Sin embargo, el Señor, como ya te dije, se hizo

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presente en mi vida sin yo saber muy bien cómo; por lo que, cuando Matías, el sacerdote que también escondieron en el mismo lugar que nosotras, descubrió mi situación, decidió interrogarme para ver mi preparación espiritual, y se extrañó de todo lo que yo sabía sin que nadie me hubiese instruido al respecto; así que con unas pocas catequesis, y con la facilidad que yo tengo para el aprendizaje, me consideró preparada para recibir el bautismo, y allí mismo me bautizó. Y, a falta de padres biológicos, tengo un padrino y tres madrinas, ¡para que veas! ¿Pero no sólo el bautismo, sino además hice la Primera Comunión! ¿Qué te parece?

—¡Me encanta!, ¡me encanta! (Exclamé exultante.) ¡Este Matías es genial!

—Pues yo… no sabes lo contenta que estoy —prosiguió Gracia—, y las ganas que tengo de saber más cosas y de ir conociendo todo lo espiritual con detalle: Soy como una esponja. A la par que todo eso me ayuda a entender cómo es posible que yo, desde mi propio ser, pueda conocer y hasta influir en todo lo que se encuentra fuera, como si cada cosa de mi interior tuviera su imagen en el exterior, y viceversa, imágenes que están estrechamente vinculadas como si se trataran de imágenes reflejadas en espejos, en las que todo depende de un único original. ¿No sé si me explico?

—Explicarte, te explicas muy bien (respondí); otra cosa es que mis entendederas lo capten correctamente. Pero creo que sí te sigo.

—Bueno —continuó—, el caso es que estoy aprendiendo a influir en el medio externo desde mi medio interno, y a no dejarme llevar por lo de fuera, por todos esos acontecimientos, situaciones y avatares que intentan condicionarme a la inversa. Por eso te decía Marisa que ahora también podían contar conmigo, porque toda esa potencialidad que tengo, empleada para el bien, puede realizar un gran servicio a la Ciudad. Y experimentando y entrenándome en ello estamos.

—Precisamente para eso te había diseñado el mayordomo anterior, para que estuvieras a su servicio, e hicieras eso mismo, pero a sus órdenes y según su criterio (repuse).

—La diferencia está en que ahora soy yo quien administra toda esa gracia Dios, y a la vez responsabilidad, que me ha sido dada gratuitamente —indicó Gracia—; y quien discierne que toda esa capacidad se desarrolle según la voluntad de Dios y no según otros intereses espúreos. Nadie me había enseñado, hasta que yo no lo he visto en las personas, una vez libre, que la vida de verdad funciona gracias al servicio desinteresado y generoso de los unos hacia los otros; y en ello he descubierto el auténtico plan de Dios: hacer lo mismo que Él hace con nosotros, convertirnos en fuentes inagotables de generosidad. Ésa es la única forma de construir sólidamente. Todo lo demás destruye o acaba por ser consumido por la corrupción, por el deterioro y por su consiguiente destrucción. Al fin y al cabo eso es lo que significa la muerte, ¿no? Pues estoy entusiasmada porque me ha parecido vislumbrar el final de la muerte a través de ello. ¡Estamos tocando con las manos su final! La generosidad incondicional, que es la manifestación del amor auténtico, será quien le dé la puntilla. La muerte no puede matar el amor auténtico porque éste no se puede corromper, por eso la manifestación de ese amor tampoco puede ser atacada por la muerte. Así, cuando la generosidad incorruptible reine por doquier, la muerte habrá perdido su poder y sólo se podrá aniquilar a ella

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misma. Ése es su final y estamos muy cerca de logarlo. Tenemos que librar a toda la creación de aquél que la sometió contra su voluntad, para que, como dice San Pablo, podamos entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Así pues, librándonos de él: nos liberamos; con lo que, con sólo no dejarnos convencer por sus seducciones, evitando que nos embauque, ya habremos conseguido anular su capacidad de engaño. Y… ¡con sólo eso!, ya habremos logrado salir de su embeleso, ése que nos hace estar sometidos al poder de la muerte y de una realidad corruptible, y habremos triunfado definitivamente. Así se cumplirá el anuncio de San Pablo para toda la humanidad. Será como despertarnos de un mal sueño.

—¿Tú crees que es así de fácil? —Le cuestionó Paula.

—Es así de fácil de explicar, pero nada fácil de concluir el proceso, y que la generosidad total reine por doquier —prosiguió Gracia—. Pero con alcanzar ese propósito en un determinado momento de la historia, ya habremos abierto la puerta que nos permita a todos salir de ella, trascenderla, y darle un final; y ese momento se ve venir, ¡se huele! ¡Ya huele a mar!, y eso quiere decir que la desembocadura del río de la historia se aproxima. Todos sabemos que estamos en el delta previo a la desembocadura por la facilidad que tenemos en nuestra época para viajar al pasado y retornar a nuestro punto de partida, para simultanear tiempos y lugares distintos, circunstancia que nos avisa de que el presente permanente se avecina. Pues esa misma situación nos anuncia que es posible, por fin, poder llevar a cabo ese reino total de generosidad; aunque en este instante nos parezca muy difícil, o todavía no lo veamos viable a consecuencia de todos los acontecimientos que nos amenazan; pero eso son los escollos finales. De hecho, el que yo esté aquí como algo real y tangible, ya es un anticipo de esa consumación de los siglos que da estructura de cuerpo orgánico a todo lo creado; la única diferencia es que a mí me es más fácil, me es más asequible, jugar con esa consumación, con ese reflejo y resumen, como si fuera un controlador a distancia. Pero, que a mí me sea más fácil, no quiere decir que vosotros no podáis realizar lo mismo o actuar de la misma manera; porque esa facultad también está en vosotros, forma parte de vuestra propia naturaleza. Han pasado cerca de cuatro mil años del nacimiento de Jesucristo, es tiempo ya de que salgamos del ensueño de la historia y de esta visión relativa de la vida, para que entremos decididamente en la visión definitiva de ella.

—De hecho —apuntó Alicia—, la coincidencia de periodos es clara con respecto a lo que dices, sobre todo teniendo en cuenta la contracción temporal del final, con la concentración de acontecimientos que estamos viviendo, que acorta este último periodo. Creo que tienes razón, aunque se hace difícil ver esa relativa inminencia.

—Pero eso se debe a que estamos inmersos en ellos y no podemos verlos en perspectiva; si pudiéramos…, seguro que se vería con mucha más nitidez —aclaró Gracia.

—Sea lo que sea, a nosotros nos toca hacer las cosas lo mejor que podamos —apostilló Marisa—, porque, si no, lo que conseguiremos será retrasar y dificultar ese final. Y… la verdad, yo no tengo ninguna gana de que, ¡por mi culpa!, se vaya a demorar más, y que todos paguen por mi negligencia. Así que no pienso dejar de hacer todo el bien que pueda y, lo que esté en mi mano, realizarlo lo mejor posible. ¡Al menos que no sea por mí!

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—Y no sólo por eso (indiqué), sino porque, lo que no se haga lo mejor posible, lo pagan los otros. Estoy pensando en Pablo, el sacerdote de la Misión de Melburne, que me encargó, todo preocupado, que insistiera a quien correspondiera para que no los abandonasen a su suerte, e intentaran evitar las represiones y acosos contra ellos por parte del gobierno de Gog y de los goguianos que lo sostienen. Si vosotras, o cualquier otra persona que tenga que ver con el asunto, no hace bien su tarea, eso repercutirá en el resultado final, y ellos sufrirán las consecuencias.

—Lo sé, lo sé —afirmó Marisa—, por eso precisamente lo decía; pero creo que tampoco está de más que insistamos entre nuestros compañeros para que no olviden las consecuencias que tiene nuestro trabajo y las personas que dependen de él, y que les pongan rostro y cercanía.

—Yo pienso que eso ya lo hacen —comentó Paula—, porque nadie realiza su trabajo obligado, sino porque comprende que es bueno hacerlo y lo hace con gusto, pero entiendo que haya que mantener viva esa llama, y refrescar esa intención, recordando que hay personas concretas que esperan nuestros resultados con verdadera necesidad.

—Pues si vosotras vais a transmitir ese estímulo a vuestros ámbitos de actuación (les dije), yo debo realizar lo propio con los responsables que conozco. Pero antes de macharme, Paula, me gustaría le transmitieras a tu hermano mis disculpas por haberle metido en el embrollo que le metí.

—¿Qué le metiste tú? ¡Que le metí yo!, o ¡bueno!: que os metí yo. Porque habiéndome advertido de lo que iba a ocurrir, yo tuve que disimular y actuar como si no lo supiera. Pero es que me convencieron de que no debía modificar los acontecimientos, puesto que, gracias a ellos, el asunto iba a experimentar un cambio radical a mejor a pesar del mal inicial. A mí me costó mucho comprenderlo, pero al final cedí. Y explicárselo luego a mi hermano aún fue peor, porque no sabía cómo justificarme; pero como, afortunadamente, a él le respetaron porque se dieron cuenta de que tampoco sabía más de lo que sucedió, y como quien les interesaba de verdad eras tú…, le retuvieron, le amenazaron, pero enseguida le dejaron libre. Y como mi hermano ya había visto las consecuencias finales de lo ocurrido, cuando se lo expliqué, lo entendió. Pero lo que los dos sentimos fue lo tuyo. Cuando leí la parte de tu escrito que se difundió, en la que lo cuentas, se me erizó el cabello; pero comprendí que ése era el único camino para poder desenmascarar a nuestro anterior mayordomo que Dios confunda.

—Ya se confunde él solito (inserí).

—Bueno, es una forma de hablar —continuó Paula—. Quiero decir que Dios no le permita extender su mal ni que se salga con la suya. El caso es que lamento que haya tenido que suceder así, y que yo haya tenido que jugar ese papel.

—Pero si tú no hubieses sabido las consecuencias del hecho, habrías actuado igual (justifiqué); con el inconveniente de que no habrías podido ponerte a salvo, y contigo habrían caído todos los demás, y mi captura no habría producido los frutos de los que ahora disfrutamos. En fin…, que obraste correctamente, aunque también a ti eso te haya producido dolor. Todos hemos tenido que poner una parte de nuestro interior en ello, y ese sentimiento lo demuestra; lo que pasa es que cada uno desempañamos un papel diferente.

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—Sé que tienes razón, aunque me cueste aceptarlo, pero el hecho de que lo digas ya me consuela —concluyó Paula.

—Y eso que dices tú me permite a mí marcharme más tranquilo (le aseguré).

Y dirigiéndome a todas añadí: «¡Ánimo y adelante!» Y con estas palabras retorné a mi época, ante mi libro de tapas de mapamundi, para recoger por escrito en él la experiencia vivida.

Esta vez la redacción se vio interrumpida durante bastantes días porque no podía demorar más determinadas ocupaciones que había ido postergando para no robarle la frescura y espontaneidad a mi escrito. Cuando quise retomar el relato, me encontré con que casi no sabía ni dónde estaba y que todo lo vivido se había difuminado en mi mente, y disgregado como las piezas de un rompecabezas que hay que recomponer. Eso todavía convirtió en mucho más trabajosa la tarea, como si ascendiera una cuesta empinada que ni yo mismo sabía adónde conducía. Afortunadamente, y a pesar de todos los inconvenientes, alcancé a culminarla.

Había aprendido que, cuanto más se retrasa una tarea, una obligación, aunque ésta se realice con gusto, más ardua y difícil resulta. El problema es que uno no puede elegir las circunstancias, ni éstas entienden de razonamientos ni de disquisiciones filosóficas, por lo que no queda otra que dejarse educar en la paciencia.

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Por fin llegó el día en que pude reemprender mis visitas a las postrimerías de la historia para dar cumplimiento al encargo que Pablo me había encomendado: «Mételes prisa, que aquí estamos en vísperas de tormenta».

Pensé en visitar a Miguel, como lo había hecho hasta la fecha, pero me pareció exagerado recurrir al ya mismísimo Mayordomo para este menester, puesto que ahora tendría muchas más ocupaciones; pero me acordé de que, en su puesto anterior se había quedado Manuel con el que, con toda seguridad, seguiría despachando Fidel: y decidí que mi visita resultaría más eficaz si iba a encontrarme con ellos en la primera ocasión en que ambos estuvieran juntos a partir de mi última estancia en dicha época. Me planté ante la puerta de mi fantasía, y una vez dispuesta la indumentaria habitual, crucé al otro lado.

Allí estaban, Manuel y Fidel, en el despacho otrora de Miguel, departiendo amigablemente. Esta vez fui yo el primero en hablar, aunque ellos ya habían descubierto mi presencia.

—Se os ve muy animados. Yo diría que eufóricos.

—No es para menos —me contestó Fidel—. Menuda noticia traigo: ¡Es el fin del cisma! ¡Se van a reintegrar las colonias cismáticas a la unidad!

—¡¿En serio?! (Exclamé gratamente sorprendido.)

—Como te lo digo —me respondió Fidel—. ¡El Señor ha escuchado nuestras oraciones! Le estaba contando a Manuel cómo se han ido desarrollando las negociaciones… y ha sido todo milagroso; con una rapidez que yo no me lo podía creer.

—Pero yo le decía —intervino Manuel— que eso se debe a que han visto cómo se ha desenvuelto todo en la Ciudad, y cómo ha quedado desenmascarado Ángel, el mayordomo anterior, y han visto la verdad de lo ocurrido, y, además, que también han leído tu escrito en el que todo está explicado; por lo que se han convencido de que ellos han sido utilizados, y de que, lo que ellos creían corrupción de la Ciudad, no era cierto. Y en esas circunstancias, si ellos habían obrado con coherencia de fe, sólo había que abrirles la puerta para que aceptaran la reintegración.

—¿Pero no se habían confederado con Magog? (Objeté, ya sentado junto a ellos en torno a la mesa.)

—Eso sí va a ser un buen problema con Magog cuando esto se sepa —asintió Manuel—. Porque una cosa es entrar en la confederación, y otra muy distinta salirse de ella; especialmente si eso se hace a espaldas del emperador y del gobierno de Magog.

—Pero ellos piensan —observó Fidel— que pueden salir lo mismo que entraron. Que como ellos sólo buscaban un apoyo y defensa frente a lo que creían un afán imperialista por parte de la Ciudad, y han descubierto que todo eso se trataba de un engaño: con exponerlo así, los de Magog lo van a entender

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perfectamente; ya que ellos entraron en la confederación con la promesa de que iba a ser respetada por completo su identidad y autonomía.

—¡Menudos ingenuos! (Exclamé sin poderlo remediar.) O sea, que para huir de lo que creían un afán imperialista de la Ciudad…, van… y se meten en un imperio, con el estatus de tal. ¡Muy agudos, sí señor! ¿Por qué siempre los cristianos meterán la pata en cosas semejantes? ¡La verdad es que esto es para hacérselo mirar! Como tengo miedo de que me ataque el demonio… voy y hago un pacto con el diablo para que me defienda. ¡Parece difícil ser más tonto!

—De todas maneras Magog ya se estaba preparando para un ataque, así que esto sólo le va a brindar la excusa perfecta. Pero con excusa o sin ella lo iba a hacer de igual manera —apuntó Fidel.

—Pero esto puede precipitar los acontecimientos, y pillarnos sin una estrategia de respuesta bien definida, salvo la resistencia pasiva de siempre —repuso Manuel—. Ten en cuenta que sólo desde que nos hemos librado del mayordomo anterior se han podido comenzar a tomar medidas y a planear abiertamente una defensa.

—Sí, porque no sólo el peligro está en Magog, sino casi más en Gog (afirmé). De hecho, Pablo, el sacerdote de la Misión de Melburne que tú conoces, Fidel, me ha encargado que dijera a los responsables de la Ciudad que se acordaran de ellos y que no les abandonasen, que os metiera prisa, y eso va por ti, Manuel, para que les buscaseis una solución, porque ellos son los primeros que van a pagar el pato en todo esto. Precisamente, estando yo allí con él, ya sufrimos un acoso que anticipa lo que está por venir.

—Comprendo su preocupación. Pero me imagino que el nuevo embajador ya estará intentando todo lo que esté en su mano para sacarlos de allí —advirtió Manuel.

—Pero no es esa la solución que quieren (objeté). Ellos no quieren abandonar a los goguianos de buena fe, no quieren salir de allí; lo que quieren es detener la escalada de hostilidades. Me supongo que lo que pretenden es que la Ciudad amedrente de alguna manera a Gog para que no siga por ese camino.

—Pero Pablo y los demás saben —replicó Manuel—, que, en los siglos de existencia que tiene la Ciudad, nunca hemos utilizado la coacción violenta como medio defensivo, sino resistencia pacífica y la estrategia, y que no tenemos armas tradicionales para oponer ni amenazar; y que ante la fuerza bruta sólo podemos oponer la inteligencia. Con estos medios no nos es posible amedrentar, sino más bien convencer.

—Bueno, a lo mejor yo no he usado la palabra amedrentar adecuadamente, pero lo que pretendía decir es que habría que poner los medios que les hicieran desistir de sus intenciones (repuse).

—Me supongo que su deseo consiste en lograr que nada cambie y que todo se mantenga como hasta ahora, conservando su estatus de equilibrio —indicó Manuel—. Pero eso, me temo, no va a ser posible, porque realmente el gobierno de Gog no quiere. Son ellos, los goguianos, o mejor dicho sus dirigentes, y especialmente nuestro “querido” Ángel, los que pretenden que todo cambie, y que cambie para que todo quede sometido a sus caprichos. Y ante eso no hay opción: o cedes o no cedes. Ya no es posible el equilibrio anterior: O te sometes y pierdes en lo que tú eres, o no te sometes para conservar lo que tú eres, pero

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pierdes en lo que tú estás, es decir, tus condiciones vitales o tu propia vida. Cuando se presenta esta disyuntiva no se puede andar con paños calientes porque no hay equilibrio posible: O ganas o pierdes. Y la Ciudad entera, todos nosotros, no estamos dispuestos a perder en lo que somos. En consecuencia, de alguna manera, todos vamos a perder algo de en lo que estamos, unos más y otros menos, pero a todos nos va a afectar, porque todos formamos parte de esa Unidad que es la Ciudad. Eso tiene que saberlo Pablo, porque él es uno más del engranaje, y eso tiene que haberlo aprendido en el colegio y en su casa desde niño. Uno de los pilares básicos de la Ciudad: «Todos formamos un solo Cuerpo, y donde está uno, estamos todos». Por eso es imposible que nos olvidemos de él y de los que están con él. Todos estamos místicamente allí con él, y, lo que le pase a él, nos pasa a todos, y el beneficio de uno es beneficio de todos.

—La verdad es que cuando me lo dijo estaba un poco con el ánimo caído y acabábamos de sufrir el acoso (indiqué), pero le envié a hablar con sus compañeros para que no se dejase arrastrar por las condiciones del momento. Pero, por lo que yo conozco, él no es así en absoluto. Sólo fue un mal momento.

—Un mal momento que puede tener cualquiera, y para eso estamos los demás, para servir de apoyo y aliento en esos momentos —apuntó Fidel—. Creo que debo ir a hacerle una visita, con la excusa de averiguar cómo andan las cosas por allí.

—Seguro que se alegrará mucho de verte, y más si él se da cuenta de que su mensaje ha sido escuchado y atendido, y que no nos olvidamos de quienes lo están pasando peor. Yo también te lo agradezco (concluí).

—Pues mira —advirtió Manuel—, ya que vas a ir, puedes ofrecerle la posibilidad de sacar de allí a todo el que quiera, aunque sea uno a uno, a través del sistema de traslación personal que empleasteis para transportar a los testigos a la Asamblea General. Que no se preocupen por el número, porque creamos un batallón de bilocadotes si fuera menester. Aunque para los que deseen permanecer allí el problema se nos pone mucho más difícil.

—¿Y no se podría presionar de alguna manera al embajador de Gog aquí? (Pregunté.)

—Pero el embajador es simplemente “un mandado” —replicó Manuel—. Incluso se le nota que simpatiza más con nosotros que con su propio gobierno. Ya sabes que el contacto directo, si la persona no está cerrada de mente y de alma, poco a poco va minando los criterios destructivos y va dejándose convencer de la verdad de las cosas. Pues es precisamente por su actitud proclive por la que nos damos cuenta de que es en Gog donde buscan los líos, utilizando cualquier excusa para llevar sus verdaderas intenciones a la práctica. Ellos no quieren soluciones, quieren conflicto; y en esa tesitura el embajador poco puede hacer, habida cuenta de que no tenemos que convencerle nosotros, sino que él ya está convencido de por sí.

—¿Y si esa actitud proclive es una falsa apariencia para que andéis confiados y él aproveche la coyuntura para informar a Gog de toda la estrategia de defensa? (Objeté.)

—Pero ya sabemos que él está aquí para eso —explicó Manuel—. Lo raro sería que no lo hiciera. Pero nosotros no tenemos ningún secreto. Eso ha sido

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siempre una baza a nuestro favor, porque se ve claramente que no pretendemos nada malo. Cualquier persona de Gog podría tener acceso a toda la información general a través de las tablillas. Por eso es en Gog donde ponen todas las trabas a sus propios habitantes para que no estén informados. Y si cualquier goguiano que, estando bien informado, persevera en su actitud, lo que muestra con ello es que ha optado libre y voluntariamente por la situación en la que vive.

—Pero, por poner un ejemplo (insistí), si los goguianos se enteran de las características del virus que se ha diseñado contra sus diablos, ellos podrían desarrollar una vacuna para inmunizarlos, y tirar nuestro esfuerzo al traste.

—Desde luego, podrían —afirmó Manuel—. Pero esas características no están disponibles al acceso de cualquiera. Aunque, como maniobra disuasoria, no importa que ellos sepan que lo tenemos. Ni tampoco pueden infiltrarse en la Ciudad así como así sin que cualquiera los detecte; porque, por muy bien que traigan aprendida la lección, como su espíritu es distinto, enseguida incurren en incoherencia que cualquiera de nosotros detecta de inmediato. Y comprar a alguien de los nuestros… como no utilizamos el dinero ni tenemos en qué gastarlo… Como no se vaya a vivir a Gog… Pero quien permanece en la Ciudad lo hace por pleno deseo, y nadie se va a ir a Gog sin cambiar de criterio, y ese cambio lo percibimos al momento.

—¿Y el chantaje emocional? (Advertí.)

—Es posible —aceptó Manuel—. Pero ten en cuenta que nosotros nos preocupamos unos por otros, y, si me apuras, más de lo de dentro que de lo de fuera; así que nos percatamos rápidamente de los cambios y de los problemas para acudir en ayuda de quien lo precisa. Yo creo que averiguaríamos enseguida lo que ocurre. Pero, además, repara en que todas estas posibilidades requieren mucho tiempo de preparación y entrenamiento para que puedan ser eficaces y engañarnos, y ese tiempo no lo tienen, porque también corre a nuestro favor.

—¿Y lo que en mi tiempo se llamaban “células durmientes”? Personas infiltradas para cuando pudieran ser necesarias años después (apunté).

—Te acabo de decir que el tiempo corre a nuestro favor —prosiguió Manuel—. En una sociedad pluriideológica como en la de tu época esa opción sería viable, pero en la nuestra no. No se puede mantener una hipocresía de vida por mucho tiempo entre nosotros. Ésta es una sociedad confesional y muy espiritualizada, en la que, podríamos decir, se lee el alma y no la apariencia, y la hipocresía es apariencia, solamente apariencia. Sería prácticamente imposible tal situación.

—Y, sin embargo, el “angelito” del mayordomo anterior se coló (repuse).

—Bueno, sí; ahí tienes razón —admitió Manuel—. Aunque ése es un caso muy especial, porque él nació entre nosotros, y no trabajaba para otros sino para sí mismo. Pero, efectivamente, nos pilló con la guardia bajada y bastante dormidos en los laureles. Creo que esta desgraciada experiencia nos ha servido de lección para no acomodarnos y volvernos a poner vigilantes y en situación de alerta, y más en este Ministerio, que para eso llevamos ese nombre.

—Por romper una lanza en nuestro favor —intervino Fidel— diría, siguiendo la sabiduría popular, que “el mejor escribano echa un borrón”, y nuestro mayor borrón ha sido permitir que nuestro anterior mayordomo llegara a ese cargo, y

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permaneciera en él durante tantos años, sin ejercer sobre él una mirada más crítica. Quizá también porque haya reflorecido aquel concepto del pasado del ejercicio de la autoridad por derecho divino, y, como tal, no se cuestiona; olvidándonos de nuestros principios fundacionales, en los que el derecho divino está en las obras realizadas según Dios, y no en quien las realiza a la sombra de tal autoridad.

—¿Eso supondría en su tiempo un cambio radical en la forma de ver todas las relaciones jerárquicas…? (Inquirí.)

—Desde luego, porque cambió el concepto práctico de obediencia —prosiguió Fidel—. Hasta tu época, la obediencia teórica era a Dios, pero ejercida a través de sus mediaciones personales, pero que, en la práctica, se plasmaba en obediencia irreflexiva a la mediación: «Hágase en mí según tu palabra»; olvidando el sentido último de la obediencia, que siempre es a Dios: «He aquí la esclava del Señor». Pero a partir de tu época, cuando todo cambió, se percataron de que la Virgen María no acepta irreflexivamente las disposiciones del ángel, sino que le pone objeciones: «¿Cómo será esto, si yo no conozco varón?» Y que el ángel le da explicaciones para mostrarle que aquello viene de Dios, y le pide parecer sin ordenarle. Y acabaron por cambiar el ejercicio de tal autoridad, readaptando la práctica a la teoría, a imagen de cómo la hacía Dios, para que así la obra de Dios pudiera encarnarse en el mundo.

—Y despareció la obediencia ciega y el poder por el poder (concluí resueltamente).

—Efectivamente, así fue —asintió Fidel—. Ése es el fundamento de nuestra proverbial resistencia pasiva que nos ha permitido llegar hasta aquí, superando muchas dificultades, especialmente al principio, cuando el medio externo se pensaba que no lo íbamos a soportar y nos puso a prueba. Pero… ¡ya ves!: si ellos pasaron y nosotros permanecemos… ¿por qué ahora no nos va a suceder igual?

—Pero todo eso tenemos que trabajárnoslo antes, y sopesar opciones y posibilidades. No vamos a cruzarnos de brazos confiando ingenuamente en nuestra resistencia pasiva. Eso debemos dejarlo como último recurso en caso de que la resistencia activa falle —indicó Manuel—. Antes tenemos que revisar y mantener en perfecto estado los emisores de impulsos electromagnéticos, por si nos vemos en la necesidad de usarlos. O colocar algunos en naves para convertirlos en portátiles, como ya estamos haciendo. O sabotear el armamento de Gog en origen mediante un plan que no voy a contar ahora, no vaya a quedar por escrito en esa historia que escribes —me dijo— y vaya a resultar inútil. Y lo más importante que nos estamos planteando, aunque aún no está decidido, es la ingerencia activa en los asunto de Gog y de Magog, en caso de un ataque combinado de éstos contra la Ciudad. Algo que nunca habíamos hecho antes, porque respetábamos escrupulosamente el estatus elegido por cada uno, y las opciones vitales con las que cada uno había decidido dotarse. Pero, claro, todo esto cambia cuando unos ponen en peligro las opciones de otros a los que quieren someter. Nos preguntamos que si a los locos furiosos los encerramos, hasta que pasa el problema y revertimos el brote, para seguridad de todos: por qué, para los que actúan igual aunque estén cuerdos, no hacemos algo equivalente. De las fieras salvajes nos defendemos coartando sus actuaciones e impidiéndoles que nos ataquen. Pues de los que obran el mal

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podríamos defendernos de la misma manera. Y en esas estamos, porque como eso no se ha hecho nunca, tenemos que estudiar muy bien su moralidad, oportunidad y consecuencias.

—Pero la existencia de Gog, ya, en sí misma, es un intento por aislar a los que no están de acuerdo con los criterios de la Ciudad, como se aparta a las fieras en las reservas… ¿no? (Indiqué.)

—Sí, también se podría ver así —respondió Manuel—, pero eso no tenía las intenciones o propósitos que ahora nos planteamos; porque los goguianos no son seres irracionales como las fieras, sino racionales que saben distinguir entre el bien y el mal, y Gog era una oportunidad para que pudieran comprobar cómo era la vida al margen de los criterios de la Ciudad, y al margen de Dios si ellos lo decidían así. Pero, claro, siempre y cuando eso no vaya a poner en peligro nuestra opción de vida o nuestra propia existencia. Los últimos acontecimientos vividos nos han demostrado que esa amenaza real existe, y que, quien obra el mal, realmente no acepta equilibrios ni estatus ni convenciones ni nada que pueda limitar sus ansias de dominio absoluto; y que, cuando al mal se le echa de casa, no se le puede ofrecer ninguna posibilidad, aunque sea remota, para que vuelva. Las personas pueden convertirse y cambiar, pero el mal, puesto que es algo relativo, no, y siempre será mal; luego hay que cerrarle todas las posibilidades de que pueda hacerse pasar como absoluto y aparentar bien. En consecuencia, el criterio de no intromisión que teníamos antes ya ha dejado de ser válido y no podemos dejar a los dirigentes de Gog que actúen de cualquier manera.

—¿Entonces vais a volver a implantar las cárceles o algo parecido para ellos? (Pregunté.)

—Pues aún no lo tenemos decidido, y no sabemos muy bien cómo actuar —aseguró Manuel—. Estamos sopesando posibilidades y medios de intervención en consonancia con ellas. Pero yo creo, y es una opinión personal, que no hay otro opción eficaz más que la intervención. En estas circunstancias no nos podemos andar con muchas contemplaciones. Ya las han recibido en todo este tiempo, y no han querido aprovecharlas.

—No se te olvide que ellos tienen la fuerza física (observé).

—Y nosotros la espiritual de la que depende la física —aseveró Manuel—. Si decidimos intervenir, nosotros contamos con muchas más opciones que ellos, porque procedemos a través de lo pequeño que ellos no controlan, y que nosotros actuamos sobre el ser, y ellos sólo sobre el estar, incluso sólo sobre la apariencia del estar. No estamos en igualdad de condiciones ni vamos a luchar con sus mismas armas, porque entonces sí tendríamos todas las de perder. Por eso no nos podemos dejar arrastrar por sus bravatas y caer en su terreno. La lucha la tenemos que establecer en el nuestro, en donde ellos no tienen nada que hacer. En fin… que ya veremos en qué se concreta todo.

—Pues no os demoréis mucho, porque a mí me impresiona de que todo va a ir muy rápido (advertí).

—Ya lo sé, yo tengo esa misma percepción —apuntó Manuel—. Nuestro antiguo mayordomo no está como para perder tiempo. Pero es que las prisas son malas consejeras, tanto para él como para nosotros.

—Pero cuando un volcán va a entrar en erupción, el tiempo es el que es y no se puede cambiar y debemos adaptarnos a él, no él a nosotros (repuse).

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—Hasta eso llego —contestó irónicamente—. Pero hasta en esas circunstancias hay que pararse un instante a recapacitar si no se quiere ser completamente ineficaz en las actuaciones. Correr de acá para allá lamentándose de lo que puede ocurrir es completamente inútil, además de desperdiciar ese valioso tiempo que podría haberse empleado más eficientemente. Ni el quedarse paralizado ni la tempestad de movimientos solucionan nada. Y para eso está la cabeza, para que tome las riendas en lugar de las ansiedades o los sentimientos.

—De acuerdo, de acuerdo. Lo decía fundamentalmente por Pablo y los demás (me excusé).

—Pero para eso voy a ir yo —añadió Fidel—, para que sientan que no están solos, y sepan que los tenemos en cuenta. Si quieres, cuando vuelva a contarle el resultado a Manuel, nos volvemos a ver y así sabes cómo va todo. ¿Te parece?

—Me parece bien. ¿Si no le importa a Manuel? (Inquirí.)

—Pero qué cosas dices… ¿Cómo me va a importar? —Respondió Manuel— Parece mentira que digas esto, como si aún no me conocieras.

—Perdona, perdona. Es que me pareció que ponías una cara seria, así como de incomodidad (me justifiqué).

—Habrá sido que me he acordado de repente de que me tengo que ir a una reunión ahora mismo, y casi se me olvida —explicó Manuel.

—Y yo a ver a Miguel —indicó Fidel.

—Pues, ¡hala! ¡Hasta la próxima!, que nos vamos los tres (concluí humorísticamente).

Cuando atravesé la puerta para volver a mi época, pensé en retornar inmediatamente al nuevo punto de encuentro con Fidel y Manuel, porque no quería que las obligaciones de mi vida habitual fueran a interrumpir, otra vez y por tanto tiempo, mis experiencias en aquella época tan distante a la mía; pero recapacité, y vi que mi flaca memoria me iba a pasar factura si yo retrasaba la puesta en negro sobre blanco de mis últimas vivencias. Así que opté por retornar ante mi escrito para plasmar en él esos recuerdos.

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En esta ocasión todo resultó sin contratiempos, y acabada ya mi tarea redactora, pude, casi de inmediato, acudir a la cita con mis dos amigos.

Y allí estaban los dos, esperándome, pero esta vez con evidentes caras de preocupación. Fidel me dijo en cuanto me vio:

—Te estábamos esperando, porque nos tenemos que ir a una reunión en este mismo Ministerio.

—Y tú te vas a venir con nosotros, porque en ella están, entre otros: Miguel, Gabriel y Misael, a quienes también conoces —añadió Manuel—. Venga, ¡vamos!, y te vamos poniendo al día por el camino.

Mientras salíamos del despacho siguiendo a Manuel, Fidel comenzó a contarme:

—La principal noticia es que, tanto Gog como Magog, han invadido todas las colonias situadas en sus territorios, incluida Tasmania, que es una isla completamente separada de Australia, aunque próxima. Y ya te imaginarás que la excusa ha sido el anuncio oficial de la reincorporación de lo que eran las colonias cismáticas en el territorio de la Ciudad, a la unidad de la misma.

—¿Y las Misiones? (Pregunté ansiosamente.)

—Pues las Misiones han sido suspendidas en su actividad y anuladas como tales —prosiguió Fidel—. Pero, que nosotros sepamos, no ha muerto nadie, aunque sí hay algunos heridos. De hecho, a mí me pilló cuando estaba hablando con Pablo, y en eso soy testigo de primera mano. Pero creo que ha sido una maniobra conjunta y coordinada entre los dos gobiernos, que, simultáneamente han invadido las colonias y entrado en las Misiones para arrestar a los responsables.

—¿Y cómo lo has vivido? ¿Qué ha pasado con Pablo y los demás? (Insistí.)

—Verás, te cuento —me respondió—: Me estaba contando Pablo cómo últimamente todo se había vuelto pegas y dificultades, y cómo, de vez en cuando desde el exterior, les tiraban piedras, y en alguna ocasión hasta objetos ardiendo. ¡Menos mal que las construcciones y los materiales son ignífugos!, pero el jardín no. Así que te puedes imaginar cómo han estado. En esas circunstancias te puedes suponer que la asistencia a la misa bajó, y especialmente al Centro Social. Pero ha habido valientes que, hasta el último momento, no han desistido incluso de su misa diaria. ¡Por supuesto, la policía brillaba por su ausencia en todo esto!

—¡Natural! Si las revueltas y los acosos están promovidos por el mismo gobierno de Gog, no los van a impedir ellos mismos. ¡Natural! (Ironicé.) Las argucias del mal son siempre igual en todas las épocas.

—Pues me estaba contando estas cosas… —prosiguió Fidel— cuando se oyen voces altisonantes en el Centro Social donde estábamos, y Pablo se asoma a la puerta para ver qué pasa. Me hace gestos para que me vaya, pero lo que

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yo hice fue esconderme, porque para marcharme ya habría tiempo si llegara el caso. Un policía malencarado, seguido por otro, llega hasta donde está Pablo y le dice: «¿Eres el responsable de esto?» «Uno de los responsables», precisó Pablo. Y el otro con mucha chulería le dijo: «Pues que sepas que has dejado de serlo, porque todo esto ha pasado a pertenecer al Estado de Gog, y la Misión queda clausurada, y tú y los demás arrestados. ¿Quién hay aquí contigo?» «¿Usted ve a alguien?», le respondió Pablo. «A mí pocas gracietas, ¡eh! ¡Vamos, tira “pa’lante”!», le dijo el policía; y se lo llevaron de allí. Entonces me acordé del Santísimo Sacramento, y decidí aparecerme en la iglesia, no lo fueran a profanar; y allí me encontré a Pedro y a Arturo, los dos compañeros de Pablo, que estaban siendo amedrentados por unos policías tras casi seguro haberles agredido. Me fijé en que estaba el sagrario abierto y el copón y el cáliz sobre el altar, y deduje que ellos habían pensado como yo, y debían estar consumiendo precipitadamente las Especies de la reserva cuando les sorprendieron. Como los policías estaban de espaldas a mí, no me vieron; sin embargo Pedro sí, y con una mirada que me lanzó lo entendí todo. Pedro comenzó a protestar para atraer la atención de los policías, y mientras se ganaba un nuevo golpe, yo me acerqué al altar y consumí las pocas Formas que les habían quedado, sin que los policías se percataran de nada. Le hice un gesto como que ya estaba todo, y el dejó de montar el follón mientras yo me retiraba. Entonces fue cuando Arturo se percató de mi presencia, porque como estaba doblado en el suelo no me había visto. Le hice un gesto como que había consumido lo que quedaba, y él lo entendió. Pero no dio tiempo a más, porque inmediatamente los sacaron de allí por su pie. Y la policía sin enterarse en ningún momento de mi presencia. En cuanto salieron cerré el sagrario y recogí los vasos sagrados, pensando en dónde ocultarlos o a quien entregárselos para que los ocultara. Pero el primero que tuvo que ocultarse fui yo, porque observé que volvían a entrar. ¡Imagínate la cara del policía cuando reparó en que el sagrario estaba cerrado y los vasos sagrados habían desaparecido! Enseguida se puso a buscar a ver quien había allí escondido, y yo decidí esfumarme y traerme los vasos, que ya se los devolveremos cuando se pueda.

A todo esto habíamos llegado al lugar de la reunión, y yo, entretenido con el relato de Fidel, ni me había enterado del trayecto que habíamos seguido hasta alcanzarlo. Sí tengo idea de haber subido unas escaleras, así que bien pudiera haber sido una ruta semejante a cuando subí con Miguel la otra ocasión. El caso es que la reunión ya había comenzado y estaba hablando el nuevo Ministro de Alerta. Manuel pasó a ocupar su sitio, y nosotros dos nos quedamos atrás, de pie, al fondo, junto a la pared. Pero en esta postura no permanecimos nada más que un momento, porque alguien que hacía las funciones de ujier, nos acomodó en dos sillas con mucha discreción y sigilo.

Me hubiera gustado seguir preguntando a Fidel, pero no era el momento de hablar entre nosotros sino de escuchar lo que allí se decía. En ese momento el ministro exponía la situación:

—Aunque la irrupción en Magog ha sido menos violenta, no por eso ha resultado menos expeditiva, y ha conseguido igualmente invadir todas nuestras Colonias y Misiones situadas en su territorio. Tanto en un lugar como en otro, han arrestado a todos los responsables conocidos: En las Misiones a los sacerdotes, en las Colonias a los miembros de los concejos respectivos, y les han retirado las tablillas a todos para que no puedan comunicarse, aunque

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algunos han conseguido burlar esa censura y por eso vamos obteniendo información mientras no les descubran. Sabemos que hay algunos heridos en distintas partes, y alguno de consideración en la Colonia de Santa Bárbara, que parece que tiene ese sino de un mayor ensañamiento siempre con ella. Pero, afortunadamente, por el momento no tenemos noticias de ningún muerto. En Magog, a todos los arrestados de una zona los encierran todos juntos en su misma zona, pero en Gog los separan en pequeños grupitos, me supongo que para incrementar su sensación de indefensión y amedrentarlos mejor. A nuestras embajadas las han tratado igual que a las Colonias o Misiones, y a cada embajador, junto con sus asesores, los han llevado a los calabozos de la policía local, lo mismo que han hecho con los sacerdotes en las Misiones. Como veis, todo perfectamente coordinado y simultáneo, lo que indica a todas luces, como ya nos barruntábamos, que “nuestro Ángel caído” está detrás, manejando los hilos. Y la cuestión es ésta: ¿Qué hacemos nosotros ahora? Una avanzadilla de lo que nosotros tenemos previsto hasta el momento nos la trae Isabel.

—Gracias Ismael —respondió la Ministra de Desarrollo, iniciando su exposición—. Sabéis que estábamos elaborando un virus para la lucha biológica contra esa especie de diablos que fabricaban los de Gog; pues bien, ya tenemos nuestra arma biológica terminada, y aunque por las prisas no podemos responder de la especificidad para esa especie al cien por cien, sí podemos confirmar una casi completa seguridad, con un riesgo bajísimo, que aún se puede minimizar si cuidamos la forma de difusión.

Isabel prosiguió dando detalles sobre los mecanismos de contagio y actuación del virus que no me ha parecido conveniente recoger aquí para no dar pistas ni facilitar la tarea al adversario. También se refirió al control de los tornados, en este caso de las trombas marinas, que estaban desarrollando en colaboración con el Ministerio de Naturaleza; control que era la primera vez que se enfocaba, no hacia la prevención de sus destrozos, sino a la generación y dominio sobre ellos; pruebas que habían arrojado unos resultados muy satisfactorios, y que ofrecían la posibilidad de dirigirlos con precisión contra las naves enemigas en caso del más que probable ataque de Gog. El problema principal se hallaba en tierra, si Magog decidía atacar con tropas humanas, porque, aparte de estar aquellas zonas pobladas y los tornados destrozar el entorno natural del que estas poblaciones se beneficiaban, ahí se jugaba la vida física de las personas humanas de los atacantes, y no se había renunciado a las armas mortíferas para ahora sustituirlo por esto, si la disuasión de su mera visión no era suficiente.

Alguno de los presentes opinó que, mientras no se ocurriera un sistema mejor, había que defenderse de alguna manera, y que ellos, si avanzaban, ya sabían a lo que se exponían, por lo que nuestra responsabilidad estaba salvaguardada. Que Dios también actuaba así con respecto al pecado, que nos advertía del riesgo de muerte para nuestra alma si atravesábamos esa línea divisoria ente el bien y el mal, y si, aun sabiéndolo, lo hacíamos, las consecuencias del hecho caían inexorablemente sobre nosotros, y aunque luego pudiéramos arrepentirnos, el escarmiento ya nos lo habíamos llevado. Y que así habíamos aprendido todos de pequeños, porfiando contra nuestros padres, hasta que nos sucedía aquello contra lo que nos habían prevenido, y entonces era cuando aprendíamos la lección y comenzábamos a fiarnos de quien sabía más que nosotros.

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Aquel ejemplo fue bien comprendido y se admitió su propuesta, aunque se instó a todos los presentes a no dejar de buscar otras opciones mejores que pudieran ser aplicadas.

Luego se abrió el debate sobre la oportunidad de una intervención directa y definitiva en los asuntos de Gog y Magog. El resultado no produjo sorpresa: Si la coexistencia hubiera sido pacífica se podría haber mantenido el estado de cosas, pero dada la pertinaz querencia, especialmente de Gog, a la rebeldía y expansión impositiva de su ideología, había que poner coto, de una vez para siempre, a ese afán, ya que, aunque se solucionara con bien ahora, siempre quedaría el riesgo palmario de la repetición de los acontecimientos. Conclusión: Había que cortarle las alas al mal de una vez por todas.

Se abría entonces una nueva disyuntiva: ¿Qué hacer entonces con los que no querían vivir según las normas de la Ciudad, o con los que ni siquiera querían vivir según la ley de Dios?

En esta cuestión se aportó una solución novedosa y sorpresiva para todos desde el Ministerio de Historia, el representado por Gabriel, Misael y otro, al que yo no conocía, llamado Uriel. La propuesta era: aprovechando las naves que habían construido los de Gog para sus incursiones en el pasado de la historia, transportar al ultrapasado del hombre a todos los renegados, de forma que, como el hombre aún no había aparecido como tal en la superficie de la tierra, no tenían a quien acosar y oprimir, y solamente lo podrían efectuar entre ellos mismos; pero todo esto sin estar a su disposición la tecnología de su época, sino exclusivamente los conocimientos de supervivencia acumulados a lo largo de los siglos. Allí se les dejaría abandonados a su suerte, como si se les dejase en una isla remota sin posibilidades de escapar, con el fin de que ésa fuera su última oportunidad de redención, ofreciéndoles un tiempo para poder recapacitar antes de su muerte y poderse presentar al Juicio Final con una decisión madurada. Pero lo más sorprendente de todo fue cuando Uriel afirmó que la idea no se les había ocurrido a ellos espontáneamente, sino que les había venido sugerida por la propia historia, ya que las últimas investigaciones corroboraban que tal circunstancia ya se había producido, y que lo que ellos proponían era como un anuncio de un hecho que es a la vez futuro y pasado, lo que parecía indicar o señalar la inminencia del cierre total del bucle histórico.

Aquello dejó desconcertados a la mayoría de los presentes, pero acabaron por convenir que era la mejor solución para librar a la época y a toda la humanidad de tal zozobra.

A mí, la propuesta, me recordó el destierro de Napoleón en la isla de Santa Elena, en mitad de “ninguna parte” del Océano Atlántico, de donde ya no pudo salir, y allí murió. Pero antes de eso había sido desterrado a la isla de Elba, en el Mar Mediterráneo, de donde sí escapó y pudo retornar a Francia, organizando de nuevo un ejército y volviendo a las andadas. Algo semejante estaba ocurriendo con el destierro del antiguo mayordomo a Gog, un lugar demasiado “cercano” para impedir el desarrollo de sus maquinaciones. Como afirma el libro del Eclesiastés: «Lo que pasó volverá a pasar; lo que ocurrió volverá a ocurrir: nada hay nuevo bajo el sol».

Tomada, pues, la decisión de intervenir, y resuelto el objetivo último de para qué hacerlo, quedaba resolver el cómo. Porque una cosa era la defensa, y otra muy distinta la neutralización y victoria sobre los atacantes para poder llevar a cabo el plan.

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Miguel fue muy claro: Había que reconquistar Gog y Magog, y acabar con aquel problema de una vez por todas; para lo que propuso descabezar a los respectivos gobiernos, secuestrando a sus dirigentes. Si se podía liberar uno a uno a los arrestados por ambos gobiernos, si se había podido esconder a algunas personas de las garras del antiguo mayordomo, ¿por qué, de la misma manera, no se podía secuestrar a los dirigentes que se habían empeñado en ser enemigos?

La idea fue muy bien acogida. Ya sólo restaba diseñar la estrategia para llevarla a término con éxito. En este punto se dirigieron a mí y me rogaron que, por favor, no diera detalles en mi escrito para que no llegaran a nuestros contrarios a través de él. Esto se lo aseguré, y por eso aquí no figuran. Pero no hay como ser bien pensante para poderlos deducir o inferir, cosa que un malintencionado nunca podría realizar correctamente y acertar, porque se pondría siempre en el caso de todo lo que no es, al ser ése su modo de pensar.

Ya que se habían dirigido a mí, aproveché para exponer una duda que me había surgido acerca del plan: Si el pueblo que estaba manipulado y atiborrado de ideas y propaganda contra la Ciudad, se quedaba de repente sin sus principales dirigentes: efectivamente, quedaría desconcertado e ineficaz en sus actuaciones, pero el mal obrado en ellos seguiría actuando, cargándoles de odio y rencor, aturdiéndoles su capacidad de reflexión y comprensión, con lo que su alma seguiría en peligro, situación que, en condiciones normales, se tardaría mucho tiempo en corregir. Y en esa tesitura no se podía elegir con justicia si se quería optar por compartir el destino de sus dirigentes en el ultrapasado o no.

A nadie se le había ocurrido tal disquisición, que apuntaba a que ni Gog ni Magog podrían desaparecer en un relativamente corto periodo de tiempo, con lo que, el riesgo de que el problema se enquistase, aumentaba exponencialmente; así que se optó por dar un tiempo de reflexión a los presentes, hasta una próxima reunión, para que aportaran ideas al respecto. Por lo demás, todo se desarrollaría según el plan previsto, y se actuaría según la respuesta de Gog y Magog.

Antes de dar por finalizada la reunión, Fidel expuso sucintamente su experiencia vivida en Gog, con la novedad, que yo no sabía, y nadie hasta ese momento había resaltado, que los representantes de las Misiones y Colonias que habían sido arrestados, pero que habían aprendido a bilocarse, y con lo cual podrían zafarse de su arresto, no estaban dispuestos a hacerlo mientras no se pudieran llevar consigo al resto de detenidos que no sabían; circunstancia que mirada desde el punto de vista de una liberación masiva, reducía considerablemente el número de efectivos necesarios para la misma, ya que habría que contar con ellos como unos colaboradores más. Ese detalle animó a todos a realizar la liberación e intervención con más premura. A este respecto, uno de los representantes de culto aportó que el adiestramiento para estos menesteres en todas las partes de la Ciudad estaba siendo intensivo, y la respuesta a la convocatoria, masiva; lo que ponía de manifiesto el verdadero interés de toda la población en la defensa de la Ciudad y en la solución del conflicto.

Escuchar aquello a mí me emocionaba, porque comprobaba la preocupación real de unos por otros, aunque no se conocieran de nada. Me daba cuenta de que todos sabían que estaban en la misma barca y que cada

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uno, desde su función, remaba en la misma dirección que el resto. Así había sido siempre, pero ahora, cuando las circunstancias se ponían cuesta arriba, se manifestaba especialmente ese principio unitario, que hacía responder, a todo el cuerpo como un todo, frente a la agresión en una de sus partes, independientemente de la importancia y del tamaño de ésta.

Cuando acabó la reunión iba yo a saludar a todos mis conocidos antes de despedirme, cuando se me acercó Miguel, seguido de Gabriel, para rogarme que, por favor, asistiera a la siguiente reunión, que sabían por mi escrito era fundamental que lo hiciese; y que, según éste, eran ellos, los únicos que lo habían leído hasta el final, los encargados de insistirme a este respecto, y que cumplían su papel de mil amores. Yo se lo agradecí y acepté encantado, pero me quedé pensativo, elucubrando sobre lo que podría resultar tan fundamental y determinante para requerir mi presencia. Yo sólo era un cronista, y probablemente un mal cronista, de una época en la que me hubiera gustado vivir porque en ella me sentía acogido y útil, pero no porque yo hiciera bien las cosas o tuviera alguna habilidad especial, sino porque todo el mundo era acogido y útil, y era uno más. Por eso supuse que se trataría, seguramente, de una forma galante de invitarme.

Así me despedí de los demás, anunciando que me verían, Dios mediante, para la próxima reunión, y, sin más, retorné a mi época para poner por escrito lo vivido; aunque, como no podía relatar determinados detalles reveladores, tuve que ingeniármelas para contar las cosas de otra manera, lo que no me satisfizo porque daba la impresión de una vivencia más superficial. Pero es que, efectivamente, no sabía hacerlo mejor.

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Llegó el momento de volver a recuperar mis tareas de cronista, asistiendo, según lo convenido, a la reunión de representantes o delegados del Gobierno de la Ciudad, y allí me presenté. Pero me encontré algo inesperado: La iluminación artificial de la sala era la única existente, porque fuera reinaba la oscuridad de la noche, además, entre los asistentes había caras desconocidas para mí, se notaba que faltaba gente, y, entre las ausencias, algunas clamorosas para mí, como eran los representantes que yo conocía del Ministerio de Historia: Gabriel, Misael y Uriel. Tampoco encontré a Fidel en mi búsqueda apresurada, pero sí a Miguel y a Manuel, así que me acerqué a Manuel y ocupé un asiento en sus proximidades, y le pregunté, tras haber observado una cara de preocupación general:

—¿Qué pasa?

—Pues que nada más amanecer en Australia —me explicó—, Gog a empezado el ataque contra nosotros, enviando sus naves contra Nueva Zelanda, Nueva Caledonia, Nueva Guinea, Timor y el resto de las Islas de la Sonda, y también han salido naves rumbo a Madagascar, aunque estas últimas aún están lejos de su destino. Eran numerosísimas. Me recordaba las nubes de langostas de las plagas bíblicas. ¡Anda, ponte unas gafas y lo verás!

Cogí una de las que estaban por allí a disposición de quien las quisiera usar, y pude contemplar, a través de ellas, como lo había hecho durante la Asamblea General, las imágenes que nos llegaban de la zona de conflicto.

—¿Quién toma estas imágenes desde el aire? (Pregunté.)

—Naves nuestras que tenemos vigilando la zona —me respondió.

Una voz identificaba el origen de las imágenes a medida que se sucedían. Así pude ver las naves que se dirigían a Nueva Zelanda, encontrarse con la barrera de trombas marinas que la Ciudad había interpuesto en su ruta, y cómo las naves intentaban eludirlas, pero aquellas se movían en su busca y se combinaban para que, si alguna nave escapaba de una, fuera atrapada por otra, y las que conseguían eludir a todas, eran recibidas por descargas electromagnéticas destinadas a anular sus sistemas de navegación y derribarlas al mar. Sin embargo observé que si alguna nave conseguía sobrepasar todos los obstáculos, de repente, explosionaba en el aire sin yo saber la causa. Como le pregunté a Manuel, éste me explicó que eso se debía a que se habían saboteado las armas de las naves, gracias al ejército de bilocadotes de la Ciudad, y cuando pretendían utilizarlas contra nuestros emisores de impulsos electromagnéticos, la fuerza destructora del arma se volvía contra ellos.

La situación contra Nueva Caledonia era semejante a la de Nueva Zelanda, pero en Nueva Guinea, las naves goguianas habían conseguido atravesar el Estrecho de Torres y habían desembarcado en la gran isla y soltado a sus diablos en ella; pero éstos apenas habían podido realizar estragos porque morían casi enseguida, acumulándose los cadáveres por doquier.

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En Timor ocurría algo semejante a lo de Nueva Guinea, pero aquí podían verse naves de las que no había logrado llegar a salir ninguno de sus diablos, por lo que deduje que el virus había realizado su efecto con anterioridad, de forma que, cuando aterrizaban, ya estaban todos muertos.

En cuanto a las naves que se dirigían a Java, se encontraban sorteando una defensa semejante a la de Nueva Zelanda.

Sin embargo, de las naves que tenían como destino Madagascar o el continente africano no se tenían imágenes, porque en mitad del Océano Índico no se habían colocado naves de vigilancia, quizá por eso los goguianos habían elegido esa larga ruta, con intención de coger por sorpresa a la Ciudad mientras está distraída con tantos otros frentes abiertos. Pero el problema se encontraba en vías de solución, porque se acababa de poner en órbita una de las naves, con intención de tener vigilado todo desde esa altura. Y es que en esta época los satélites de vigilancia no se utilizaban, puesto que tal situación nunca se había presentado desde la fundación de la Ciudad.

Pero donde la cosa pintaba peor, a pesar de lo aparatoso del ataque de Gog, era en Magog; porque, aunque el ataque se había sincronizado con Gog, aquí todo evolucionaba mucho más lentamente, ya que no se trataba de una invasión aérea, sino de un avance terrestre, con tropas a la antigua usanza y transportes a ras de tierra, aunque fueran flotantes. Podrían haber avanzado rápidamente, pero lo efectuaban despacio para asegurarse con ello el territorio conquistado. Más que un ataque se trataba de una ocupación militar, que se realizaba por tres puntos: por Manchuria; por las estepas de la conocida como Asia Central, aunque realmente se encuentren en el oeste del continente asiático, en el límite con Europa; y también por la propia Europa.

En las inmensas llanuras del Asia Central era posible establecer una estrategia semejante a la marina, con un frente de tornados y las naves no tripuladas en retaguardia, naves portadoras de los emisores de impulsos electromagnéticos para detener a los transportes de Magog, con el fin de obligar a las tropas invasoras a avanzar a pie en caso de que hubieran atravesado la barrera de los tornados. Pero en Europa, y especialmente en Manchuria, al estar mucho más poblada y con una orografía mucho más complicada, la estrategia de los tornados se hacía de bastante más difícil control con respecto a salvaguardar a la población general. Según me explicó Manuel, todos los habitantes de estas zonas tenían la orden expresa de no resistirse activamente a la invasión, para no proporcionar a los invasores una fácil justificación para el ejercicio de la violencia indiscriminada; aunque, como la resistencia pasiva formaba parte de la idiosincrasia de la Ciudad, y el ejército atacante había sido aleccionado frente a ella, no se sabía con certeza los medios coercitivos que iban a emplear contra la población para lograr doblegarles la voluntad. A lo largo de la historia ya había ejemplos de todo tipo para conseguir someter a la población al capricho del opresor de turno; métodos que, más tarde o más temprano, todos habían fracasado; métodos que, además, toda la población conocía por la historia y había sido preparada para ellos. La cuestión estaba en saber cuál de todos ellos iban a emplear, porque, a estas alturas de la historia, ya no había mucha posibilidad para novedades, puesto que el mal, que era tan corruptible como sus consecuencias, ya se había agotado en sus medios y no daba para más. Las novedades hacía ya mucho tiempo que sólo procedían del bien, que era el único que evolucionaba y tenía capacidad de crecimiento.

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Aquello que me comentaba Manuel, a mí me recordaba cómo, según los conocimientos científicos de mi época, en la estructura de los átomos, las partículas que constituían la parte del núcleo del mismo, se encontraban agolpadas, apretadas y sin organización interna en él; mientas que, en la parte de la corteza atómica, todo estaba perfectamente organizado y vinculado entre sí a través de niveles relacionales, lo que permitía que, a su vez, cada corteza se relacionase con las cortezas de los átomos adyacentes y se combinase con ellas, produciendo una estructura muy superior llena de posibilidades; situación impensable para un núcleo. De la misma forma (pensaba) ocurría con el bien y el mal. El mal actuaba como el lastre de ese núcleo que condicionaba el comportamiento de la corteza pero que no conseguía impedir su interrelación. Pues de la misma manera procedía el mal en toda la historia humana y en la de toda la Creación: condicionándola y haciéndola corruptible, finita e imperfecta. Era la materialidad de la vida la que tiraba del espíritu, lo atrapaba y condicionaba en sus relaciones, sometiéndolo a sus dictados. Pero todo eso podía cambiarse sin necesidad de aniquilar dicha materialidad, sólo había que neutralizarla para que las relaciones espirituales pudieran desarrollarse con libertad. Y precisamente para eso, para facilitar su logro, estaban las leyes morales transmitidas, a través de la fe, a lo largo de los siglos.

Otra vez venía a mi mente aquella cita de San Pablo de su Carta a los Romanos: «Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió, pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.»

«La libertad gloriosa de los hijos de Dios» resonaba en mi interior en un eco que parecía no agotarse nunca. Toda la historia de la humanidad y de la creación entera conducía hasta este punto: la completa liberación y el fin de la corrupción histórica. Aquella batalla que presenciaba era, pues, con toda seguridad, la última batalla. Allí no se dirimían, simplemente, unas cuestiones de dominio territorial o de influencias varias, sino que se trataba de la culminación de un proceso temporal, y por tanto histórico, de la lucha definitiva entre el bien y el mal. Toda la creación luchaba por librarse de una opresión no elegida, y todo ello se focalizaba ahora en unos hechos concretos y tangibles, como tantas veces había ocurrido en nuestras luchas personales de esta guerra sin cuartel prolongada a lo largo de toda la historia, y esculpida en la vida de cada uno. Guerra en la que, curiosamente, se ganaba perdiendo, mientras que, quien creía ganar, perdía; ya que cuanta más materialidad menos libertad.

Efectivamente, toda la creación, desde sus más ínfimos y remotos orígenes, había evolucionado, paulatinamente pero sin descanso, hacia una superestructura cada vez más organizada, sofisticada y complicada, condicionada por una materialidad corruptible, pero cada vez más libre e independiente de la misma. Así, lo que parecía culminar en el hombre como ser libre con voluntad para poder elegir, no alcanzaba su coronación sino cuando este hombre optaba por Dios y comenzaba a disfrutar de su santidad, cuando ejercía ese amor para el que había sido dotado, ese amor que no exigía nada a cambio y que, precisamente por eso, por no esperar recompensa, no podía ser frustrado ni cambiado en su decisión, lo que suponía para el hombre una verdadera mutación al abrirle el camino de la santidad y del disfrute de la paternidad de Dios. Aquel salto cualitativo, equivalente al que existe entre el

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animal y el hombre, hacía de este hombre santo una nueva especie en un nuevo escalón evolutivo de mutación voluntaria.

Ahora, por fin, entendía cómo es que la facultad verdadera para la bilocación sólo la poseían los habitantes de la Ciudad, aunque en ella no todos la controlasen o pudieran manifestarla de alguna manera. Ocurría aquí algo semejante a la facultad que tiene el hombre para hablar y que le distingue de los animales, que, aunque a lo largo de todo el desarrollo de la humanidad esta facultad haya evolucionado muchísimo y se haya manifestado de muy diferentes maneras, en todos los casos es expresión de su ser cualitativamente diferente con respecto a los animales. Pero el hecho de hablar no es la cualidad única ni siquiera determinante para establecer tal diferencia, y así, de forma equivalente, la bilocación, para quien disfruta de la santidad, tampoco.

Estaba absorto en estos pensamientos, cuando reparé en que Ismael, el Ministro de Alerta, de vez en cuando desaparecía por un rato, y que, a veces, cuando estaba presente, se le notaba como despistado o ausente, y me acordé del refrán: “el que mucho abarca poco aprieta”, y pensé que el pobre quería estar en todas partes al mismo tiempo y no daba abasto. Entonces caí en la cuenta de todos los que yo conocía que también estaban ausentes, y que, a pesar de todo el rato que ya llevaba allí, no aparecían, y me extrañó, por lo que le pregunté a Manuel:

—Manuel, hecho en falta a Misael, a Gabriel, a Uriel, a Fidel, a Daniel, el Ministro de Abastos, y a algunos más… ¿dónde están? Me extraña que haya tantas ausencias en una situación tan… problemática como ésta.

—Pues precisamente por eso no están aquí —me explicó—, porque están realizando otra tarea simultánea. Si observas los nombres que has dicho, te darás cuenta de que todos ellos saben bilocarse, y como no son estrictamente necesarios aquí, están todos colaborando en sacar de sus prisiones a los arrestados en Gog y en Magog, aprovechando que las autoridades goguianas y magoguitas están distraídas con el ataque.

—¿Pero vais a traerlos a todos a la Ciudad? (Me extrañé.)

—Yo no he dicho eso. Sólo he dicho “sacar de sus prisiones” —repuso—. Esa opción es la primera que barajé cuando todavía no se había acordado intervenir definitivamente para acabar de una vez por todas con la situación siempre beligerante y de incertidumbre en Gog y en Magog. Ahora se trata de desactivar por completo a sus gobiernos respectivos, por lo que la intervención no se va a acabar aquí. Nuestra defensa hay que establecerla donde ves que somos atacados, pero nuestro ataque se dirige al corazón de nuestros atacantes.

—Pero ellos ya sabrán cuál va ser vuestra reacción y os estarán esperando. No se te olvide que quien mueve los hilos es nuestro “Ángel caído” —objeté.

—Pero él puede… lo que puede, que es bastante menos de lo que te imaginas, pero no puede más —sentenció—. Ten en cuenta que él juega con la apariencia de las cosas pero no con lo que son de verdad, y si le desmontas la tramoya del teatro se queda sin recursos para sus trucos. Y en eso estamos en cuanto acabemos de liberar a todos los nuestros. Él podrá amedrentar a uno, a dos o a tres de nuestros bilocadores, pero no a todo un ejército convencido de lo que hace. No hay sitio donde se pueda esconder que no podamos llegar.

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—Pero la gente, en mi época y anteriores, se defendía de que les detuvieran utilizando armas, y matando a quien se les opusiera. ¿Por qué ahora no iban a hacer los mismo? (Cuestioné.)

—Con eso ya contamos —replicó Manuel—. Pero nuestra capacidad para sorprender es mejor que la suya, y nosotros también disponemos de armas paralizadoras para usarlas con animales, que se pueden utilizar en estos casos. Sólo tenemos que ser más rápidos y hábiles. Y si lo logramos con animales, que poseen unas condiciones físicas mejores que las nuestras, ¿no crees que con hombres nos resultará más sencillo? Además, ten en cuenta, que el bien y el mal también afectan al rendimiento de la inteligencia, y, a capacidades iguales, el bien sabe aprovechar mucho mejor las condiciones de que dispone, y el mal sólo sabe parasitar lo que el bien se deje.

—Me has convencido (acepté). Porque, aunque en mi época opinan que quien obra el bien es tonto, yo he observado que el mal reduce muchísimo tu amplitud de miras, y te proporciona unos horizontes muy estrechos, que cada vez se angostan más; mientras que el bien amplía enormemente tus perspectivas y engrandece todas las posibilidades, brindando opciones donde otros no las ven ni saben verlas.

—Ése es precisamente el origen de la Ciudad —apuntó Manuel—. Nadie, con miras humanas y perspectivas radicadas en el pecado, apostaba por ella, y, sin embargo, a la chita callando, consiguió desbancar y acabar con todo el sistema corrupto anterior, y progresar hasta lo que tenemos hoy.

—Eso me recuerda la prueba que Dios le anuncia a Moisés, como garantía del cumplimiento de su promesa: «Yo estoy contigo; y ésta es la señal de que yo te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña.» Pues el cumplimiento de la promesa es la señal de que el envío es auténtico. Vosotros, pues, sois la prueba de que ese origen viene de Dios. Y Dios cuida de lo suyo (afirmé).

—¡Afortunadamente! Eso es lo que más seguridad me da —ratificó él—, porque ver todas esas multitudes que tratan de invadirnos no es, precisamente, una visión muy reconfortante que digamos.

—Pues a mí, si te soy franco (le dije), lo que más me preocupa, porque es el aspecto más débil de este asunto, son, justamente, esas multitudes del ejército de Magog, que van como borregos cumpliendo unas directrices que, en el fondo, ellos no han decidido; porque, aunque puedan creérselo, les han escamoteado gran parte de la información que les hubiera permitido elegir libremente. Ni la visión que se les ha permitido tener de Dios es la correcta, y, en consecuencia, las leyes derivadas de ello tampoco, ni las actitudes frente a ellas tampoco. Y, además, han tomado como verdad un montón de mentiras que les han contado sobre la Ciudad, para condicionar sus elecciones y decisiones vitales; con lo que les han convertido en una especie de androides que no saben que lo son, y se creen libres, poderosos y llenos de virtudes. A mí, todo eso, me da mucha pena, y no lo puedo remediar. ¡Y con todo esto no quiero decir que no me importen los pobres habitantes indefensos de la Ciudad! Pero, comparando los unos con los otros, estos últimos son libres, seguros de su fe, cuentan con Dios y están seguros de su ayuda, son personas cabales, que humanamente dan cien mil vueltas a los otros, que, en general, son unos pobres borregos a los que se les ha arrebatado la oportunidad de elección.

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—Pero eso tampoco es así —me respondió—. Es un reduccionismo muy exagerado, porque los magoguitas, aunque su gobierno los manipule, tienen opciones y posibilidades de encontrar la verdad, porque Dios se las ofrece a todo ser viviente según su capacidad, y según ésta tendrá que responder, y no le va a pedir más de lo que pueda dar. De hecho hay magoguitas que se pasan a la Ciudad, y, si se pasan unos, podrían hacerlo todos; y si no lo hacen es porque así lo eligen.

—No, si eso ya lo sé (repuse). Pero reconoce que las posibilidades y oportunidades de unos y otros no son iguales; al menos las que se ven a simple vista. Y eso es lo que más me preocupa, porque me gustaría que tuvieran alguna oportunidad real para poder elegir en justicia. Porque, si eligen el bien, además, ese bien que hagan repercutirá en beneficio de todos y no quedará en sólo un bien para ellos.

—Ya, pero es de suponer que Dios se encarga de ofrecerles esa oportunidad, puesto que es el Padre de todos, el Redentor de todos y el Santificador de todos. Nadie se presentará al Juicio Final sin haber tenido esa oportunidad en algún momento de su vida.

Al oír la expresión «Juicio Final» algo se conmovió en mi interior que me hizo asociarla con la de San Pablo en la que era la creación misma la que se liberaría de la esclavitud de la corrupción, y con el envío a Moisés para que sacase al pueblo de Egipto. Al coincidir los tres aspectos en un mismo punto, aquello me pareció como que adquiría una luz nueva que parecía incluirme a mí. Entendí que toda la creación, como el pueblo hebreo en aquel episodio de la historia, debía rebelarse, toda a una, contra aquella opresión de la corrupción y salir de ese Egipto simbólico; y era, la humanidad en su conjunto en la que estaba depositada la libertad, la voluntad de toda esa inmensa creación. Era la humanidad, pues, la que debía optar por Dios y liberar con ella todos los niveles organizativos inferiores. Era el pueblo entero el que tenía que salir de Egipto y plantarle cara al faraón y a todo su ejército. Y si aquella batalla que contemplaba era la última de la historia, toda la humanidad a lo largo de la misma debía involucrarse en ella y tomar partido. ¿Y dónde está toda la humanidad en su conjunto y simultáneamente? ¡En el Juicio Final! En ese punto en que lo temporal deja de serlo para transformase en intemporal, en un presente permanente más allá del ciclo corruptivo de la historia. En ese punto de contacto entre el interior de ese anillo de decisión y la inmensidad de todo lo demás que está fuera de él.

A medida que pensaba todas estas cosas, notaba que se aceleraba…, o el pulso, o que, al menos, mi estado de excitación era mayor; porque me percaté de que yo era el único que podía viajar al futuro. Dios me había concedido esa gracia, y Dios da su gracia para que se obtenga un buen fruto de ella, y no para enterrarla y desaprovecharla como le ocurrió al que se guardó el talento en la parábola evangélica. Y si yo era el único hasta ese momento que podía viajar al futuro, posiblemente yo sería el único que podría alcanzar esa antesala temporal del Juicio Final a la que todos van llegando, convocados en asamblea universal, para el mismo. ¡Allí podría reclutar a todos los que me quisieran ayudar a poner su granito de arena en esta última batalla de la historia!

Realmente no sabía ni lo que iba a decir ni lo que me iba a encontrar ni cómo actuar, pero lo que sí sentía es que ese viaje lo tenía que hacer y aportar

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de esa manera también mi colaboración en ello. Y si me equivocaba… al menos lo había intentado.

No quise decirle nada a Manuel sobre mi ocurrencia, porque me pareció que ésta era un poco extravagante, y si no servía para nada, pues no tenía que distraer a nadie para una tontería; y si resultaba eficaz… pues ya se verían los resultados. Además pensaba marcharme y volver al instante siguiente para que nadie lo notara ni llamara la atención.

La verdad es que no sabía dónde tenía que ir, así que pensé, ante la puerta de mi fantasía, en el momento de la disolución de la historia en el que el futuro se junta con el pasado y comienza a surgir el presente permanente, y al que afluyen todos los fallecidos a lo largo de la historia al salir de ese túnel que cuentan separa la vida histórica de la perdurable. Y con cierto miedo, dada la incertidumbre de mi lugar de destino, crucé el umbral de mi puerta.

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No podía estar seguro de la “historicidad” de lo que contemplaba, ni si los parámetros históricos de los que yo procedía se conservaban en aquel lugar; pero para mis sentidos sí conservaba un aspecto reconocible: Un inmenso espacio, luminoso y diáfano se abría ante mí. Observé que, aunque la multitud ya presente en él se extendía hasta donde parecía no podía alcanzar ya la vista, curiosamente, a la vez, podía observarlo todo también de cerca, como viendo a las personas en un tú a tú, lo que me hizo deducir que aquellas condiciones no eran solamente históricas, sino que tales condiciones también se superponían, haciendo posible las simultaneidad del lejos y el cerca, por poner un ejemplo.

¡Era maravilloso poder verlo todo sin perder por ello los detalles!

Pero lo más maravilloso era la paz y la armonía que se respiraba y se percibía por todos los sentidos y que, incluso, brotaba de mi interior. No me extrañaba nada que la gente que llegara hasta aquí luego no quisiera volver para nada a su vida histórica. ¡No había comparación! La vida histórica, vista desde aquí, parecía un mal sueño del que todo el mundo se alegraba de despertar. Como diría Santa Teresa, la vida era una mala noche en una mala posada. ¡Qué razón tenía la Santa!

Observé que, aunque la multitud era inmensa, no dejaba de aparecer gente nueva que acudía puntualmente a su cita. Constantemente llegaban más y más.

Me entretuve en buscar, ya que podía ver las cosas con detalle, a personas que yo conociera, y reparé en que me era difícil reconocerlas por su aspecto y que debía hacerlo por su carácter, por su impronta personal. Habían pasado por tantos aspectos a lo largo de su vida que sólo su impronta personal daba unidad, que hacía tarea casi imposible su reconocimiento. Viendo aquello no me extrañaba nada que los discípulos tuvieran tantas incertidumbres para reconocer a Jesús resucitado, y para describir tal reconocimiento.

Corregido el enfoque, ya no tuve problemas para reconocer a mis personas conocidas, auque con ellas no hubiera mantenido una estrecha relación. Así pude apreciar que allí había personas buenas y malas, personas que en mi época, en el tiempo de mi visita, ya habían fallecido, y otras que aún permanecían vivas en ella, con las que me podía reencontrar a mi retorno. ¡Incluso yo podría estar allí mismo! (pensé sorprendido), y me busqué y busqué, pero no me supe reconocer.

¡Bueno, tampoco estaba allí para eso! (pensé un poco decepcionado).

Pregunté a las personas que habían ido apareciendo cerca de donde yo estaba, por si ellas sabían algo más de las condiciones de aquel lugar o si conocían a alguien a quien yo me pudiera dirigir para exponerle el motivo de mi viaje; pero…, la que más sabía, sabía tanto como yo. Todos acababan de morir, fuera en la época que fuera, y llegaban allí por primera vez. (¡Lógico! ¡A mí también se me ocurría preguntarles unas cosas!) Sí me contaron, y en eso

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coincidieron todos, que antes de llegar allí, y tras ver toda su vida en panorámica, habían sido recibidos personalmente por alguien ya fallecido a quien ellos conocían, y los creyentes, incluso por la Virgen María o Jesucristo; pero luego, todos acababan allí. Los no creyentes estaban desconcertados, porque no se esperaban semejante recibimiento, y ahora, tan tarde, habían descubierto toda la equivocación de su vida. A los que habían sido coherentes con esos principios morales que todos llevamos grabados en el centro de nuestra alma, se les notaba tranquilos, pero, los que los habían despreciado e ignorado, parecían desasosegados y con una zozobra interior que no podían disimular.

Yo, como había llegado allí de forma atípica, no había tenido mi recepción personalizada y por eso no había encontrado a quien preguntar para saber cómo exponer a todos mi propuesta. Podía esperar a que hiciera su aparición Jesucristo para el juicio, pero eso supondría que mi intervención habría llegado demasiado tarde, puesto que el tiempo decisorio previo en el que todavía se podría aportar algo a ello ya habría acabado. Así, pues, no podía demorarme mucho, ni esperar a que llegaran los últimos, para hacer lo que tuviera que hacer.

Escrutando entre la gente, acerté a reconocer a San Juan Pablo II, un santo de mi época, que, como había sido Papa durante muchos años, era universalmente conocido en mi tiempo, incluso por los no creyentes, y, como no estaba demasiado lejos de donde yo me encontraba, me acerqué hasta él para preguntarle; pero me encontré con que, a pesar de ser santo y Papa, era tan pardillo como yo en esas lides, y él allí era uno más como cualquier otro. Me explicó que aquello era una antesala temporal del Juicio Final, y que aunque estuviese claro de antemano la opción que cada uno había elegido durante su vida, allí debíamos comparecer todos, porque, aunque el juicio fuese individual y personalizado, simultáneamente era participado con el de todos los demás para que todos conocieran y fueran testigos del de todos y cada uno de ellos. ¡Vamos que allí se iba a saber todo de todos y no había lugar para esconderse! Eso también iba a poner a prueba la justicia y misericordia de todos, y dar la justa medida de lo que cada uno lleva por dentro, proporcionándole la clave real de su particular opción, ésa que se había gestado a lo largo de toda su vida.

Pero cuando le expuse el motivo extemporáneo de mi llegada allí, y le pedí consejo, no dudó en responderme que lo voceara allí mismo para que me escuchara todo el que quisiera. ¡Claro, a él le resultaba muy fácil! Acostumbrado de ir de acá para allá y a hablar ante millones de personas…, pues aquello era un discurso más. Pero para mí, con mi punto de agorafobia, soltar un mitin así… ¡hala! Ya me había lanzado a hablar en la Asamblea General de la Ciudad sin que nadie me llamara a ello, pero en esta ocasión era diferente: Las condiciones no eran comparables, porque la inmensidad humanamente innumerable de ésta, desmedía cualquier otra que en el mundo pudiera haberse producido alguna vez, ni tan siquiera con la imaginación; y que, incluso, en aquellas circunstancias históricas se contaba con un sistema artificial de voz, que la hacía llegar a todos los asistentes, mientras que ahora, en mi actual coyuntura, no había nada de eso, y era la viva voz la que me iba a permitir llegar al círculo de personas más cercanas: Sólo unas poquitas.

Evidentemente el tiempo pasaba y yo tenía que decidirme. Iba a ser la primera vez en mi vida que me disponía a comportarme como esos que te

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soltaban un mitin en plena calle con el fin de exponer sus ideas a los primeros que pasasen por allí, una actitud que jamás pensé iba a compartir.

Por fin, realizando un esfuerzo sobrehumano, conseguí emitir las primeras palabras: «Queridos amigos». Pero, inmediatamente, me quedé en silencio aturdido por la sorpresa. ¡Mi voz había llegado a todos y yo lo había notado! Lo mismo que podía ver desde lejos y, simultáneamente, apreciar el detalle como si fuera un tú a tú: así mi voz llegaba hasta el último rincón como en un diálogo personal e íntimo entre amigos, y ahí sí me encontraba en mi salsa, en mi ambiente, en mi forma de ser. ¡Cierto que “amigos” eran todos, el incontable gentío!, pero la cercanía de “cada uno” me hacía situarme como si hablase en la intimidad, al igual como lo hacía en mis visitas a lo que yo llamaba las postrimerías de la historia, o cuando conversaba con mis amigos y conocidos en mi época. Y eso me proporcionó nuevas fuerzas para volver a iniciar mi parlamento:

—Queridos amigos: Estoy aquí para pediros ayuda, porque el destino de toda la humanidad y, con ella, de toda la creación depende de cada uno de vosotros. Sabéis que, a lo largo de la historia, las fuerzas del bien y del mal han luchado a brazo partido para hacer triunfar su criterio en ella. Vosotros mismos lo habéis experimentado en vuestra vida, y estáis aquí para dar fe de esa experiencia y de vuestra opción final y definitiva. Ya sé que muchos habéis cobrado ahora conciencia plena de ello y que antes andabais como a tientas, dando palos de ciego. Pero todos sabéis, porque está escrito en vuestros corazones como firma de quien os ha hecho, de quien os ha creado, que el bien marca un criterio básico y elemental para dirigir la voluntad del hombre hacia él y no hacia el mal; y sabéis que, cuando despreciáis ese criterio, estáis eligiendo el mal. Y de esto es fácil deducir que, si todos poseemos ese criterio elemental, es porque ese criterio es fundamento de nuestro ser y responde al criterio con el que hemos sido creados; es decir, hemos sido creados del Bien para el bien, y siempre que subvirtamos ese origen, que lo traicionemos, estaremos atentando contra nuestra naturaleza y nuestro ser. Pues bien, Dios, que nos ha creado, nos ha concedido la gracia de poder elegir el bien con el que hemos sido hechos, y, por tanto, elegirle a Él; o la posibilidad de rechazar esa gracia y, con ello, al autor de ese regalo. Pero esta elección trae consigo el que toda la creación se vea arrastrada por la decisión de cada uno que la toma, por lo que establece un conflicto de intereses y una lucha de fuerzas en la que todos nos vemos obligados a tomar partido activamente, queramos o no queramos; porque, dejarlo pasar o ignorarlo, también es una forma de tomar partido, ya que otros están eligiendo por nosotros. Por eso yo he venido aquí a pediros que influyáis activamente en la última batalla de la historia tomando partido por el bien. Para los que ya habéis elegido durante vuestra vida optando por el bien, no os va a suponer ningún problema, aún al contrario, estoy seguro de que colaboraréis de mil amores. Pero, para los que todavía no tenéis una resuelta decisión forjada, os vengo a ofrecer vuestra última oportunidad, el último instante de lucidez en el que podéis purgar vuestras malas acciones con una obra buena que demuestre vuestra retractación al sumaros al bando de Dios. Porque todavía, desde aquí, podéis influir en todos vuestros conocidos o personas queridas presentes en la historia, a través de sus ensoñaciones, intuiciones, presentimientos, visiones, pensamientos y fenómenos semejantes, haciéndoos presentes en ellos para hacerles comprender la existencia de ese más allá que trasciende su materialidad, y la conveniencia de optar en su vida

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por el bien. Vosotros, que los conocéis, sabréis encontrar la mejor manera para que vuestra sugerencia sea comprendida adecuadamente, aunque la decisión dependa exclusivamente de ellos. No importa que vuestra influencia se ejerza sobre personas que no intervengan directamente en la batalla o que sea en cualquier época de la historia; no importa, da lo mismo, puesto que todo acto tiene sus consecuencias y todo acaba influyendo en todo a través de una cadena de efectos. Pero para quienes piensan optar por el mal, sólo les haré la siguiente advertencia para que la reflexionen en este poco tiempo que les queda: Que no piensen que al optar por el mal van a disfrutar de todos esos placeres egoístas de los que abusaron mientras vivieron en la historia, porque el beneficio y el disfrute proceden del bien, y, quien rechaza ese sol que le alumbra, se priva, con él, de todos sus beneficios. Mientras vivían en la historia, ese sol salía y alumbraba y daba calor y energía a justos e injustos, pero cuando opten con su vida por la noche eterna, se acabará la luz, el calor, la energía y todo beneficio y disfrute para siempre, y ya no podrán morir para librarse de ello, porque ya están muertos. Ésa es su muerte eterna de la que no podrán escapar. Ésta es, pues, su última oportunidad de cambio y de hacer algo por los demás. Así pues, a todos os digo: Influid desde aquí como podáis en todas las personas de la historia, especialmente de los que os acompañaron en ella, para que tengan la oportunidad de contar con el bien y optar por él, porque haciendo eso estarán eligiendo al Sumo Hacedor, al Sumo Bien. Porque no tardaréis mucho en entender, si no lo sabéis ya, que cuando obráis así por los demás, lo hacéis por Dios en Jesucristo, aunque en la vida histórica no fuerais conscientes de ello. Por eso, puesto que aún estáis a tiempo de purgar vuestros pecados, aprovechar esta postrera oportunidad que se os ofrece. Muchas gracias por haberme escuchado.

Terminada mi alocución, respiré aliviado diciendo para mí: «Lo he hecho, lo he hecho, he sido capaz de hacerlo». Ya sólo quedaba esperar la reacción de mi auditorio para saber si mi arenga había resultado eficaz. Al menos yo había hecho lo que había podido y sabía. Seguramente otro lo habría hecho mucho mejor y habría resultado más convincente, pero era yo el que estaba allí y al que le había tocado soltar la perorata. Yo, al menos, le había pedido a Dios que supliera todas mis deficiencias antes de abrir la boca, y, lo que había salido por ella, ya había salido. La suerte estaba echada.

En una mirada rápida intenté fijarme en los rostros de muchos de los presentes, procurando penetrar su pensamiento, con el fin de anticipar su disposición y saber, antes de marcharme de allí, qué podía esperar. Conseguí inferir que, para quienes habían entregado su vida al Señor, no les había descubierto la pólvora, puesto que eso es lo que habían estado realizando durante toda su vida histórica, y no iban a dejar de hacerlo nunca mientras pudieran, así que bien pudieran haber sido ellos los que pronunciaran mi charleta si se hubiera terciado. Pero para quienes habían andado siempre por la cuerda floja, sin acabar de decidirse por el Señor, mi discursito les había forzado a situarse sin más contemplaciones ante la opción resuelta que toda su vida habían eludido, y tenían que decidirse ya, porque no optar era optar, y no podían esconderse más. Se les notaba con cara ausente, ensimismada, reconviniente de toda su vida: Debían modificar las intenciones de toda ella, purgándolas, es decir, reconociendo el mal obrado, y aceptando el bien con el que podían haber actuado, si esto no lo habían realizado ya durante su vida histórica. Los que habían ido postergando este arrepentimiento para el final,

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ahora debían esforzarse como nunca en efectuar esa larga tarea que, aunque para todos durase un tiempo semejante, para cada uno resultaba diferente, con vivencias y tiempos relativamente distintos.

No me hacía ninguna gracia verles la cara y pensar que yo pudiera pasar por una situación de purgatorio semejante, y me repetía interiormente que, todo lo que tuviera que arrepentirme y cambiar, lo tenía que realizar en vida y no dejarlo para el final, porque luego iba a ser mucho peor sin comparación. Yo intuía, o más bien vislumbraba a través de sus rostros, que el arrepentimiento en la vida histórica, por muy doloroso que fuera, siempre parecía mitigado, como con anestesia, si se comparaba con quien lo vivía al final. Pero, aún así, esto resultaba mil veces preferible, si entonces me fijaba en quienes ni este último momento de reflexión aprovechaban, manteniendo su actitud de suficiencia desafiante, creyéndose con derecho a disfrutar de un Gog de ultratumba fabricado a su medida. Acostumbrados en su vida a ser los reyes absolutos de todo lo que se les ponía por delante, sin doblegar su capricho ante nada y ante nadie, ahora se iban a enfrentar de verdad a ser los dioses absolutos de su misma mismidad, rindiéndose culto eterno sin poder levantar ni un momento la mirada de su tremenda vaciedad. Yo no entendía cómo alguien podía elegir eso tan fatuo, que me recordaba a las inconsistentes pavesas que flotan después de un incendio, como ya advertían los niños de Fátima en una visión que tuvieron. Pero es que ellos, en su fatuidad, no habían aportado nada a todos los dones otorgados por Dios, y con los que Éste les había dotado para facilitarles poder ser ellos mismos, por lo que ahora, cuando los perdieran definitivamente y se quedaran exclusivamente con sus inexistentes obras de amor, se abismarían en la desolación más inenarrable, en el frío exangüe del alma que ellos habían elegido concienzudamente, porque nadie llegaba a esa situación por equivocación o error. Me resultaba incomprensible su actitud soberbia y ególatra, y daba gracias a Dios por haberme librado de tamaño desastre. Pero no podía dejar de sentir compasión por ellos, y eso lo suponía como un reflejo del amor con que Dios había construido su ser, ése que nunca les iba a faltar y que permitía su existencia eterna, y, con ella, su desgracia eterna.

Todos estos pensamientos que se agolpaban en mi cabeza como pretendiendo salir todos a la vez para poner remedio a tanto despropósito como acertaba a percibir, me llevaron a recordar a aquellas personas que en mi época, llevadas de un falso buenismo, no aceptaban la existencia del infierno, o que éste sólo existía como añagaza, ya que estaba vacío. Comprobaba, entonces, su negligencia culpable; negligencia sí, que no misericordia, puesto que escondía una autojustificación que negaba la auténtica libertad del hombre, y, en consecuencia, despojaba de sentido la redención efectuada por Jesucristo.

En fin…, oteado ya el panorama, mi misión allí había concluido, y ya sólo me restaba retornar a mi lugar junto a Manuel sin que éste se percatara de mi ausencia. Y así lo hice.

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Efectivamente, en la sala estaba todo como lo dejé, como si el tiempo se hubiese detenido para aguardar mi regreso. Miguel atento a todo lo que ocurría y hablando de vez en cuando con unos y con otros, e Ismael con esa expresión de quererlo abarcar todo y estar en la mayor parte de sitios posibles a la vez.

Yo volví a colocarme las gafas para continuar presenciando ese decisivo pero nada edificante espectáculo.

Las nuevas imágenes del ataque de Gog mostraban una situación controlada hasta ese momento, en la que la ofensiva estaba siendo repelida con eficacia, a pesar de la nube de transportes atacantes que parecía no agotarse; y, salvo en Nueva Guinea, hasta ese instante ninguna de las naves agresoras había conseguido atravesar la doble barrera de trombas marinas y naves emisoras de impulsos electromagnéticos. Y, por fin, ya se disponía de imágenes de la sección que se dirigía hacia Madagascar, que se estaba aproximando a las islas Mauricio y Reunión; aunque allí se discutía si su primer objetivo eran estas islas, o simplemente las iban a sobrevolar para alcanzar Madagascar sin perder tiempo. Manuel aseguraba que, visto lo ocurrido en Nueva Guinea y el tiempo transcurrido desde que los transportes de Gog habían salido de Australia, cabía deducir que todos los diablos que llevaban en su interior deberían estar muertos, y que las naves, simplemente, continuaban su ruta hasta su destino. Algunos otros opinaban que no podían descuidarse, no fuera que, además, transportaran otra suerte de armamento o androides, a los que eran tan aficionados los goguianos, y que por entretenerse en la réplica fueran a tener un disgusto; por lo que se decidió colocar ya las barreras, como en los demás casos, antes de que alcanzaran dichas islas.

En cuanto a Magog, la invasión continuaba a su ritmo, lento pero decidido, y los tornados del Asia Central no parecían amilanarles, por lo que no quedaba otro remedio más que lanzarlos contra las tropas atacantes, produciendo en ellas un efecto semejante al desarrollado sobre el mar, a pesar de los esfuerzos de las naves contrarias por regatearlos; ya que, si lo conseguían, se encontraban con el acierto de los impulsos electromagnéticos que los derribaban por tierra. El problema estaba en Manchuria, en donde las huestes atacantes se infiltraban por los lugares habitados para evitar la acción de los tornados, circunstancia que propiciaba una mayor atención por su parte para responder a nuestros impulsos electromagnéticos, lo que ya había ocasionado que derribaran dos de nuestras naves, afortunadamente no tripuladas. En Europa la situación era intermedia, aunque más semejante a la de Manchuria que a la de Asia Central.

En ese momento llegó la noticia de que, al fin, todos los arrestados habían podido ser liberados con bien, con lo que se iniciaba la segunda fase de la operación: descabezar los ejércitos atacantes, secuestrando a todos sus mandos, y dejar a Gog y a Magog sin gobierno y sin ideólogos. Para esta fase hasta Miguel e Ismael desaparecieron de la sala, porque era urgente realizarlo

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todo simultáneamente y en un tiempo record, y para ello se necesitaban todos los efectivos disponibles.

Toda la Ciudad estaba implicada en la lucha, y concentrada en la oración como un solo cuerpo, ya que la verdadera batalla se libraba con toda su fuerza en el corazón de cada persona, y, como en un nuevo Lepanto, la conflagración física era sólo un reflejo de la espiritual, que era donde realmente se dirimía el conflicto. Así pues, los que efectivamente realizaban la acción de secuestrar a los mandos agresores, no estaban solos en su empresa, sino que contaban con toda la fuerza y el empuje de la Ciudad volcada en la lucha. Visto así, la Ciudad tenía todas las de ganar, pero, claro, eso había que conseguirlo con el menor daño posible; no valía, como en Gog, lograr las cosas a cualquier precio, sino que eso había que alcanzarlo de la mejor manera posible: construyendo y no destruyendo.

Aquel tiempo se me hizo larguísimo, parecían haberse detenido los instantes en los que nada se sabía y nada evolucionaba estancado en su incertidumbre. Yo no conseguía vislumbrar el éxito de nuestro ataque, incluso al contrario, apreciaba que Magog proseguía en su avance, consolidando sus posiciones; y que Gog había logrado llegar con alguna naves a Timor y a Nueva Caledonia, además de a Nueva Guinea; aunque, afortunadamente, con el mismo resultado que en esta última. Hasta Manuel me recomendaba paciencia y me decía que aún era pronto cuando le preguntaba, una y otra vez, sobre la ausencia de noticias. Yo no recordaba haber vivido una situación semejante en mi vida. Pero, gracias a Dios, pensé que estaba haciendo el idiota con aquella actitud tan infantil, y lo que debía era aprovechar el tiempo, y rezar, como todos los demás, por el éxito de aquella acción. Eso me trajo de nuevo la paz y la confianza en mi Señor, como quien reclina la cabeza en su costado y descansa, lo que me recordó el episodio evangélico de la Última Cena en el que Juan aprovecha para preguntarle a Jesús quién era el que le iba a entregar, a lo que Jesús le respondió: «Aquel a quien yo dé el trozo de pan que voy a mojar en el plato». Y se me ocurrió hacerle también yo una pregunta: «¿Señor, es necesario pasar una pasión como la tuya para entrar en tu reino?»

Fue acabar mi pregunta, cuando algo semejante a una luz se abrió paso desde el centro de mi interior, en lo más hondo de mi ser, iluminándolo todo y aclarándome la mente, haciéndome entender lo que sigue:

Es necesario estar disponible, abierto a tener los mismos sentimientos de Dios, a compartir su forma de ver, de mirar y entender las cosas, la realidad; ya que eso es, en definitiva, en lo que consiste aceptar la voluntad de Dios: en hacerla propia. Ésa es, pues, la puerta del cielo, del reino de Dios. Pero la pasión y el cómo se viva eso ya depende del verdadero grado de disponibilidad que se tenga y cómo éste se manifiesta, y que no es lo mismo cómo lo ve quien se entrega y cómo lo ven los otros, los que contemplan la entrega. El grado de sufrimiento de unos y otros, y la vivencia del mismo, depende, pues, de ese grado de disponibilidad y desprendimiento. Pero en relación a lo que a mí me preocupaba sobre la evolución de los hechos que vivíamos, entendí que no me tenía que preocupar, porque el desenlace lo iba a poder presenciar enseguida.

Pero ese “enseguida” resultó ser un “enseguida” de Dios, de esos que no responden a las prisas humanas y que suceden cuando tienen que suceder, por lo que aún tuve que esperar hasta que comenzaron a llegar las primeras noticias: Estaban secuestrando a los dirigentes atacantes sin graves perjuicios

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para los nuestros; al parecer, de entre estos últimos, sólo había un herido leve. ¡Menos mal!, porque en principio el plan se presentaba arriesgado.

Sin embargo yo me encontraba intranquilo, como acosado, como si el ataque yo también lo estuviera sufriendo por dentro y la batalla tuviera su desarrollo en mi interior. La situación me recordaba aquella otra vivida por mí al inicio de esta aventura, cuando vi bloqueado mi acceso a estas postrimerías de la historia, y me percaté de que aquello no era natural ni fruto de un deterioro de mi cuerpo y de mis facultades. Realmente parecía que Gog y Magog, bajo las directrices de aquel Ángel caído que manejaba los hilos de forma semioculta, también pretendieran utilizar sus artes manipuladoras y amedrentadoras en mi interior con el fin de impedir el desenlace de la historia, y su sabido final. Porque Cristo había vencido de una vez para siempre, y ni siquiera todas las fuerzas del mal coaligadas podían cambiar eso: ¡Cristo había vencido definitivamente! Y todas las tretas empleadas para evitarlo, sólo pretendían dilatar más y más la culminación de todo. Mi tarea en mi interior entonces consistía en facilitar esa victoria, aclamándola, y sin dejarme impresionar por las apariencias contrarias; y, como había sentido un rato antes, sólo tenía que aguardar anhelante la inminente victoria. Aún así, todavía le pregunté a Manuel:

—Manuel, estoy pensando… si ellos, viendo que pierden el control de los acontecimientos, ¿no tendrán alguna sorpresa preparada para actuar a la desesperada provocando una destrucción masiva, como hacían en mi época?

—Sí, eso ya lo habíamos pensado; por eso, previamente, ya hemos estado indagando y tomando nuestras cautelas. De todas formas siempre hemos tenido vigilados estrechamente, tanto a Gog como a Magog, para evitar que desarrollaran armas de destrucción masiva, boicoteando sistemáticamente sus experimentos al respecto, o sus instalaciones. Cosas que ellos saben pero que no han conseguido evitar. Ésa es la ventaja que tiene la santidad sobre la humanidad, que disponemos de capacidades a las que ellos no pueden acceder. Lo mismo que una fiera, por muy hábil que sea, no puede acceder a la inteligencia de un hombre; pues lo mismo ocurre con la sabiduría entre otras muchas facultades. Ellos tendrán desarrollada la humanidad en un alto grado, pero nosotros, además de eso, disponemos de la santidad, que ellos ni siquiera huelen; teniendo en cuenta que, para abundar más en el asunto, la santidad potencia enormemente la propia humanidad de la que disfrutamos, lo que la multiplica en eficacia; lo mismo que la humanidad del hombre perfecciona enormemente su animalidad, colocándola a su servicio. O como ocurre con los animales, en los que su animalidad consigue transformar su vegetalidad, rentabilizándola muy por encima de lo logrado por los vegetales, por poner un ejemplo. Si nosotros fuésemos tan intransigentes como ellos, los que realmente peligrarían serían ellos, lo mismo que peligraban todas las especies animales, vegetales, y demás inferiores, cuando el hombre no sabía de su responsabilidad ni de su pastoreo sobre ellas. De hecho, algunas especies se llegaron hasta extinguir por culpa del hombre, y eso que, aparentemente, el hombre era una especie mucho más endeble y frágil, físicamente hablando, que ellas, y que, en este sentido, en una lucha entre iguales no tendría nada que hacer. Pues algo semejante ocurre con la domesticación de la humanidad del hombre por parte de la santidad en el interior de cada uno, y en el, digamos, enfrentamiento entre los hombres que no han querido evolucionar hacia la santidad y los que sí han sufrido esa mutación voluntaria transformándose en santos, aunque la

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plenitud de la santidad sólo se disfrute en el Cielo, porque no hay santidad sin Dios.

—A ese respecto (intervine), en mi época se solía colocar, en igualdad de condiciones y consideración, a personas creyentes con una fe y unos criterios morales coherentes, y a otras que no eran ni tenían esos principios y criterios, cuando estas últimas no respetaban nada de lo de las primeras.

—Pues un error de concepción, como tantos de los que había en tu época —me respondió—. Quien no está dispuesto a andar por las mismas calles, respetando las mismas normas y criterios elementales de convivencia, realmente no puede disfrutar de ellas, ni está en condiciones de utilizarlas. ¿A que en tu época las fieras salvajes no las tenían sueltas por las calles para que dispusieran a su antojo? Las tenían en el zoo, ¿no? Porque no es posible realizar una vida normal con un tigre suelto por la calle. Tú podrás respetarlo a él, pero él no te va a respetar a ti, por mucho que quieras, simplemente porque es un animal salvaje sin uso de razón. Es por eso que nuestro “zoo”, nuestra “reserva natural” de personas incrédulas que no respetan unos criterios mínimos de convivencia, que no tienen “uso de razón espiritual”, sean Gog y Magog. Si cuando éramos niños, las primeras nociones de matemáticas que nos daban es que no se podían sumar manzanas con naranjas o melones con cebollas, porque sólo se podía operar con unidades iguales entre sí; pues, por la misma razón, no se pude establecer una igualdad entre parámetros diferentes, salvo que se extraigan de ellos criterios comunes, un común denominador que permita la comparación… como que son frutas o son vegetales. ¿Y por qué vamos a olvidar esos criterios fundamentales cuando se trata de personas? Lo que pasa es que, en tu época, los criterios morales y espirituales eran despreciados, y así les iba. Por eso costó tanto dar el salto a la estructura de Cuerpo, de Cuerpo Místico, porque no sabían sumar espiritualmente, ¡y mucho menos operar con ello!

—Sin embargo la historia está llena de ejemplos de sabiduría espiritual (objeté).

—Sí, pero sólo de unos pocos —me explicó él—. La mayoría estaba en otras cosas y no era capaz de aprender la lección, y esa sabiduría sólo pasaba de santo a santo, porque los demás se conformaban con ser y permanecer mediocres, lo cual ha retrasado muchísimo la historia de la salvación.

—Si te digo la verdad, a mi me parecen hasta más espabilados los que obran el mal (repuse).

—Bueno, eso es lo que parecen —apuntó Manuel—; pero si lo fueran realmente habrían optado por el bien en vez de por el mal. Lo que pasa es que como ellos han rechazado la espiritualidad para optar por la materialidad, aunque sea una materialidad disfrazada de espiritualismo, pues conocen muy bien el límite entre ambas cosas, y eso es lo que les da su apariencia de espabilados. Sin embargo, los que obran el bien, como lo abarcan todo, no se preocupan por averiguar y perfilar ese límite, y dan la impresión de ingenuos y pánfilos; pero sólo hay que tratarlos un poco para apreciar cuan equivocada es esa primera impresión. Ya sabes aquello de “las apariencias engañan”, porque la personalidad de los que optan por el mal suele ser fuego fatuo, cáscara hueca, la copia de una copia, el relumbrón de un decorado.

—Ya, pero… mientras que dura el relumbrón… el daño que hace… (Me lamenté.)

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—Es cierto —admitió él—, pero ten en cuenta que quien causa sufrimiento a los demás de forma consciente, es porque manifiesta así el que está sufriendo en su interior. Por ejemplo, esta respuesta violenta por parte de Gog o de Magog, lo que realmente está mostrando es que no tienen otra opción de salirse con la suya, y que ellos los saben. Es la opción desesperada de quien siente está perdiendo la partida, porque si tuviese otras opciones más cómodas las utilizaría. La violencia, la destrucción, es el signo externo de lo que la persona que lo ejerce siente en su interior, y que, antes de manifestarla contra sí misma, la proyecta fuera, lo que le da impresión de haberse liberado de ella; aunque no tardará mucho en descubrir que eso era solamente una ilusión momentánea. Por eso, este ataque que sufrimos, lo que realmente nos indica es que nuestros agresores se sienten débiles y amenazados por nosotros, y nos avisan con ello de que nos conceden la capacidad para acabar con ellos. Si tú agredes a un animal salvaje, por ejemplo, le estás diciendo indirectamente que tú a él le concedes esa capacidad para que acabe contigo y que por eso le temes y te defiendes de él; capacidad que realmente tiene, o que tú le otorgas por diversas razones. Por ejemplo, un tigre posee efectivamente la fuerza suficiente como para lograrlo; pero una cucaracha no, lo que pasa es que la persona proyecta en ella miedos atávicos o posibilidades de amenaza futura, pensando en que pudiera convertirse en una plaga. Incluso si tú te creyeras un tigre de verdad, matarías para comer, con lo que estás reconociendo que tienes esa necesidad, y, a la vez, esa debilidad de la que dependes para subsistir. No sé si me explico…

—Perfectamente (le aseguré). Vamos… que todo acto de suficiencia y prepotencia muestra, a la vez, su lado oculto de debilidad, dependencia y miseria.

—Pero oculto sólo para quien lo ejerce —precisó él—, porque, para quien lo ve desde fuera, queda perfectamente de manifiesto. No en vano la humildad es la virtud más excelente, o como decía Santa Teresa: «andar en humildad es andar en verdad»; o afirma el refranero: «dime de lo que presumes y te diré de lo que careces». O dicho de otro modo: Con este ataque, tanto Gog como Magog están reconociendo el miedo que nos tienen y nuestra superioridad moral respecto a ellos, pues si ellos se supieran con la razón no precisarían de la violencia para imponerla. Es la misma motivación que siempre ha desencadenado la persecución de los cristianos a lo largo de toda la historia.

—Nunca lo había visto así de claro (afirmé).

—Pues ése es el criterio que nos ha permitido llegar hasta aquí, atravesando la historia y superando todas las vicisitudes. Todos los que nos han agredido o pretendido hacerlo han mostrado sus cartas con ello, y sus propias deficiencias y debilidad. Eran ellos los que se consideraban o nos consideraban enemigos, concediéndonos en ese acto, inconscientemente, la razón. Es el dueño de la casa el que domina las cosas de la que es señor, porque las que no domina quedan fuera de la casa; y el dueño de la casa tiene a sus amigos en casa y a los enemigos fuera. Por eso ellos, al considerarse nuestros enemigos, están reconociendo que no nos encontramos en sus dominios, mientras nosotros, al no valorar a nadie así, somos realmente los señores de todos, y ellos lo saben, aunque no sean completamente conscientes de ese saber, pero sí notan que su odio se acrecienta. Ya ves que son los enemigos de Jesús los que realmente reconocen lo que es, mientras que sus amigos no acaban de

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enterarse; por eso, nuestros enemigos, son los que ciertamente saben ver lo que somos, aunque lo expresen a través de su odio o animadversión.

En esto estábamos, cuando regresaron Miguel e Ismael con la noticia de que habían finalizado la fase del secuestro de todos los principales dirigentes de Gog y de Magog, y con un resultado excelente, aunque la escaramuza nos había costado tres heridos de entre los nuestros, y uno de ellos de cierta consideración. Ahora sólo quedaba aguardar la respuesta de las tropas y de los mandos intermedios ante la ausencia de directrices y la noticia del secuestro de toda su cúpula de mando.

Por el momento las oleadas de transportes provenientes de Gog habían cesado, y no se sabía con certeza si es que las dos circunstancias habían coincidido en el tiempo o es que una había influido en la otra, el caso era que se podía disponer de un tiempo de descanso para realizar una evaluación de la situación con respecto a Gog, ya que, en el frente del Índico también se había conseguido derribar todas las naves atacantes.

Pero en el triple frente de Magog el asunto no había variado ni tan siquiera un poquito, y ya llevábamos ocho naves perdidas sin haber logrado detener o desanimar al ejército atacante, aun a pesar de todos los daños que se había causado en sus tropas de vanguardia.

Poco después llegó otra noticia: Los ejércitos atacantes estaban preparados para la posibilidad de secuestro de sus altos mandos, y los intermedios tenían orden de proseguir con el plan previsto, asumiendo ellos la responsabilidad, si tal circunstancia se llegara a materializar, como así había sido. Por eso los ejércitos de Magog no se habían detenido, y el fin de las oleadas de Gog también respondía a otro criterio y no al efecto respuesta del secuestro. La noticia cayó como un jarro de agua fría sobre los presentes, que ya parecían vislumbrar el final de la contienda; y aunque la decepción no había logrado apoderarse de ellos, al menos sí había hecho mella en todos. Aún quedaba la esperanza de que un cuerpo sin cabeza no puede mantenerse activo por mucho tiempo, y que era cuestión de esperar más, y, en todo caso, si la situación se prolongaba mucho, habría que intervenir su organización interna para desactivarla. El problema fundamental estaba en que, cuanto más tiempo pasase, más daños se acumulaban, y muchos de ellos de manera irreversible, y la principal cuestión radicaba en que éstos se quería que fuesen prácticamente inexistentes, a ser posible, para ambas partes, ya que todos los implicados no eran números en una estadística, sino personas individualizadas una por una, es decir, todo un universo metido en un hoyito junto a otro universo metido en otro hoyito, y así sucesivamente. ¡Había que parar aquello lo antes posible!

De repente, cuando todo eran dudas, como si nuestro deseo benéfico hubiera llegado a los oídos de nuestros atacantes y les hubiese conmovido por dentro, el desorden se hizo presente entre las tropas de Magog: Unos transportes se detenían, para permanecer así un rato; otros giraban en redondo, otros vacilaban, y sólo alguno continuaba hacia delante. Todos los frentes parecían desmoronarse como si fuesen las murallas de Jericó ante el sonido de las trompas de los israelitas. No dábamos crédito a lo que contemplaban nuestros ojos. Todas las naves magoguitas emprendían el retorno a su lugar de origen, incluidas las más reticentes; y nosotros no salíamos de nuestro asombro al comprobarlo. Unas imágenes, ahora más cercanas y detallistas, nos permitieron ver a los supervivientes de algunos de

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los transportes derribados, puestos de rodillas y con expresión de estar, implorando misericordia unos, y alabando a Dios otros. No sabíamos lo que había podido ocurrir y qué había desencadenado aquello, pero la retirada era unánime.

Al fin aceptamos la realidad de lo que estaba ocurriendo, y que el triunfo estaba de nuestra parte, y se desbordó la alegría: Unos brincaban de gozo y alababan a Dios, otros llorando de emoción se abrazaban. Todos se felicitaban, y daban gracias al Señor que tanta misericordia había derramado en ese día.

Miguel anunció en voz tonante llena de euforia:

—Este día será para nosotros como aquél en que nuestros antepasados los hebreos cruzaron el mar y fueron librados, por la mano poderosa del Señor, de sus perseguidores egipcios. Será día de fiesta para toda la Ciudad, pues en él, Dios Nuestro Señor, recordó nuevamente su paso entre nosotros, librándonos del mal.

La propuesta, acogida con vítores, resultó ser la expresión verbal de lo que cada uno sentía en su interior y que no sabía cómo transmitir, por lo que el alborozo general no dejó lugar a dudas.

Yo participaba como uno más de las manifestaciones de alegría, y sentía no poder compartirla de forma física con todos mis amigos y conocidos, que también lo estarían celebrando en su lugar, como así se celebraría en cada rincón, y a todo lo largo y ancho de la Ciudad.

Una vez pasada esa primera efervescencia, había que reemprender de inmediato las labores de reparación de daños, y lo primero de todo era recoger y atender a los heridos magoguitas que habían quedado por el camino, para lo que se enviaron los equipos de auxilio pertinentes. También había que hacer una evaluación general de daños, aunque la más urgente era la que afectaba directamente a las personas, para remediarlos lo antes posible. Y asimismo había que asumir el gobierno de los territorios de Gog y de Magog para iniciar una fase de transición que acabara por conseguir la plena integración de dichos territorios en la vida de la Ciudad. Por último, había que solucionar definitivamente el problema con los dirigentes secuestrados, y todos aquellos que, a plena conciencia, compartían con ellos sus intenciones y su rechazo a Dios, y desterrarlos a la ultrahistoria de la humanidad; y, para ello, previamente, encerrarlos en las propias cárceles de Gog hasta que se pudiese establecer un correcto discernimiento al respecto.

Yo estaba encantado de haber vivido aquel momento y de poder relatar todas aquellas experiencias, y deseaba encontrar un momento que me permitiera ponerlas por escrito. Entonces caí en la cuenta de que llevaba allí demasiado tiempo, y con mucho que contar, sin haber escrito ni una nota, con lo que corría el riesgo de que se me fueran olvidando los detalles, incluso la sustancia de lo acontecido. Por eso decidí que tenía que volver a realizar mi tarea principal, justamente por la que me encontraba allí. Pensé en irme y volver en el instante siguiente como había hecho en mi escapada a la antesala del Juicio Final, pero recapacité y me dije que, realmente, aquel triunfo marcaba el final de mi estancia en aquella época, tan lejana en la historia pero tan cercana en mi corazón; poco me quedaba ya para contar, y el desarrollo posterior de los acontecimientos casi se podía prever. Quizá ni tan si quiera tendría que volver más y mi cometido allí habría concluido. Pero, la historia que

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me había comprometido a relatar, quedaría coja si no recogiera el desenlace de aquellos aspectos que aún quedaban inconclusos; y, además, no me podía marchar así como así, sin despedirme. Con estos pensamientos me acerqué a Manuel y le dije:

—Manuel, estoy pensando que, puesto que todo aquí está en vías de solucionarse, quizás el tiempo de mis visitas está a punto de concluir, pero antes me gustaría conocer en qué acaban estos cabos sueltos que aún quedan por solucionar para que la Ciudad quede establecida en toda la Tierra, y también despedirme de vosotros de una forma menos precipitada que en estos momentos.

—Esta visto que todos los momentos buenos siempre llevan alguna pincelada que los ensombrece —se lamentó él—. Verdaderamente siento que este triunfo suponga tu despedida, pero sabía que eso, tarde o temprano, tendría que ocurrir. Tú tienes que cumplir tu misión en tu época, y esa misión es fundamental, no sólo para ti, sino porque cumple una función para todos, y ésa debes realizarla por encima de todo.

—Lo que no sé es cuándo debo volver para recoger esa última información (le indiqué).

—Pues… mira —me respondió—: Te vienes a casa el día que yo vea que ya te podemos suministrar esa información, y reúna a la familia con esa intención, para despedirte. Invito a Misael y a Fidel, y le digo a Andrés que traiga también a Marisa…

—Y me invitas a mí y a Gabriel, ¿verdad? —Insertó divertidamente Miguel en la frase de Manuel, sorprendiéndonos a ambos con su intervención inesperada.

—¡Ni me había enterado que estabas aquí! —Exclamó Manuel.

—Ya ves… Sigiloso que es uno —continuó bromeando Miguel—. Es la suerte de haber leído la parte del escrito en que lo dice, y por eso saber de lo que estabais hablando.

Y dirigiéndose a mí, añadió:

—Y no quería que hoy te fueras sin darte las gracias por todo. Sólo Gabriel y yo sabemos en qué ha consistido tu intervención en este día, pero cuando vengas tu último día y ya se pueda difundir lo que resta de tu escrito, entonces ya todo el mundo lo sabrá. Por eso yo, en nombre de todos, te doy las gracias.

—Pero… si yo no he hecho nada de importancia, sólo he aportado mi granito de arena a la acción de todos. Cada uno ha hecho lo que podía con los dones y las cualidades que poseía, y yo no he hecho más que eso (me justifiqué).

—Bueno, vale. Pues por eso: gracias —puntualizó Miguel.

—¡Gracias a vosotros! (Repuse.) Porque si todos vosotros no me hubieseis acogido como lo habéis hecho, yo no hubiese podido realizar esas cosas por las que me das las gracias. Los bienes los recibe uno cuando está dispuesto a acogerlos, si no… se queda el regalo envuelto y sin desembalar y es como si no se recibiese. Ése es un ejemplo que siempre pongo cuando quiero explicar cómo el bautismo no puede realizar su eficacia mientras quien lo recibe no lo acoja.

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—Pues eso es necesario que lo entiendan en tu época. ¡Muy necesario! —Apuntó Miguel.

—Ya. Pero yo sólo lo puedo decir y que me escuchen las cuatro paredes que tengo a mi alrededor; más de eso… no está en mi mano o no sé hacerlo mejor (indiqué).

—Tú haz lo que mejor sepas y no te preocupes por más. Deja a Dios ser Dios —sentenció Manuel.

—De acuerdo (acepté). Me voy a ello hasta mi última visita. Vosotros dad recuerdos a todos y decidles que los llevo en mi corazón. ¡Ah!, por cierto, Manuel, tú me diste este mono que llevo puesto para que lo utilizara siempre que viniera aquí y no llamara la atención; ahora, ya no lo voy a necesitar más, y lo puedes restituir a este Ministerio de donde lo tomaste, porque cuando vaya a tu casa ya no resultará chocante mi atuendo.

Con mis últimas palabras yo ya me iba despojando de mi vestimenta para entregársela a Manuel, lo que efectué una vez hube acabado de realizarlo. Manuel aceptó el mono sin ya mediar palabra, mirándome ambos con un gesto reconcentrado y serio. Por eso yo añadí:

—¡Ánimo! No me pongáis esa cara de funeral, que cumplir la voluntad de Dios siempre es motivo de alegría.

Éstas fueron mis últimas palabras, porque enseguida me encontré atravesando la puerta de mi fantasía, ahora ya sin pararme a dejar allí colgado el mono que con tanta gentileza me habían prestado.

No me demoré en ponerme a plasmar por escrito la nutrida experiencia de mi reciente visita, pero la completa redacción de la misma se prolongó desmedidamente a consecuencia de la multitud de interrupciones sufridas, y las dificultades añadidas que mi medio externo introducía en mi vida.

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Por fin conseguí llevar a término la costosa redacción de mi última experiencia, para lo que tuve que añadir hojas a mi libro encuadernado con tapas de mapamundi, por haber agotado sus quinientas páginas, aunque éstas ya no fueran de papel reciclado como hasta ese momento, sino de un blanco níveo que contrastaba muy bien con la tinta negra de mi bolígrafo, igualmente a punto de agotarse.

Ahora debía afrontar mi última visita, Dios mediante, con un sentimiento ambivalente, en un querer y no querer. Yo me debía a mi época porque para eso había nacido en ella, y en ella me había criado; pero en aquella otra me sentía tan acogido y tan acomodado, aunque estuviera fuera de lugar…; la gente era tan singular y familiar, que se me hacía muy cuesta arriba la despedida. Pero mi misión de vida era mi misión de vida, y a ella me debía; tenía que afrontar el último tramo con decisión.

Me coloqué ante la puerta de mi fantasía, y ya sin colocarme ninguna vestimenta especial, pensé en todos mis amigos convocados en la casa de Manuel y Maribel aguardando mi llegada e hice ademán de cruzar el umbral, pero me detuve pensando en que, si era mi última visita, debía acudir de una forma menos informal que la de aparecerme de súbito en el salón de su casa, por lo que decidí llegar como lo hacía la gente educada que guardaba las formas, y antes de entrar a una casa llamaba a la puerta solicitando el permiso para poder entrar; porque yo guardaba a mis amigos, además de admiración, un profundo respeto, y quería que, aunque sólo fuera en esa ocasión, lo supieran. Por eso opté por aparecerme en la puerta de la calle de su casa y llamar como todo el mundo. Entonces sí crucé el umbral.

Ante mí la puerta blanca de la casa de Manuel y Maribel permanecía cerrada, y aunque sabía que se podía pasar sin llamar, porque sólo era un obstáculo para las inclemencias del tiempo y los animales pero no para las personas, yo golpeé su superficie con los nudillos según la antigua costumbre.

Fue Elisa quien salió a abrirme, y nada más verme exclamó:

—¿Pero cómo es que no has llegado como siempre? Pensé que al abrir me iba a encontrar a una persona desconocida.

—Es que me ha parecido más formal llegar por la puerta, como la primera vez que vine a esta casa. (Respondí, viniendo a mi mente aquella primera ocasión, cuando ella y Lucía salieron a recibir a su padre.)

—¡Pero pasa y no te quedes ahí! —Me instó.

En el salón me aguardaba la familia en pleno y el resto de invitados, a los que fui saludando uno por uno; así me enteré de que Enrique ya no era el novio de Ana sino su marido, y que Mario tampoco vivía en casa de sus padres sino en un piso para consagrados, por lo que ahora, el mayor de la casa, era Diego. Ana me dijo que habían instalado dos cámaras en el salón para grabar la reunión, y me pidió permiso para continuar haciéndolo; como objeté que yo no

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era nadie importante como para tal despliegue, ella argumentó que la importancia residía en el afecto, y que quería que sus hijos tuvieran una prueba objetiva de mi estancia allí y de las cosas ocurridas, a lo que yo no fui capaz de oponerme porque comprendía su postura; a mi también me hubiera gustado disponer de grabaciones o relatos familiares que, cuando quise reparar en ello, ya era demasiado tarde y el momento había pasado o mis familiares habían fallecido; yo no quería que ahora otros pudieran cometer esa imprudencia. De hecho yo, en mi época, me había vuelto un defensor y promotor de recoger todo lo bueno, todo sobre lo que se podía construir, y los testimonios de las personas, aún en caliente, antes de que fueran devorados por el tiempo, y a eso yo le llamaba “rescatar las raíces” y “honrar a tu padre y a tu madre”, porque había observado que la gente que sólo se preocupaba por sí misma acababa aislándose de todo, perdiendo sus raíces y sin suelo bajo sus pies.

Por su parte, Marisa me contó que se habían cambiado de casa, ya que Gracia había decidido quedarse a vivir con ellas definitivamente, por lo que, en ese caso, necesitaban una casa para cuatro personas y no para tres, como era en la que se apañaban hasta entonces; y me transmitió los saludos y recuerdos de todas ellas; y me explicó que, aunque ella les había animado para que también acudieran a casa de Manuel y Maribel, a Paula y a Alicia les había dado reparo, puesto que no conocían a nadie de la familia, por lo que Gracia también se había quedado con ellas, encargándole a Marisa que me dijera que, si Dios no ponía nada en contrario, ya me iría a visitar a mi época alguna vez, porque había progresado muchísimo en su aprendizaje de la bilocación y creía que, en poco tiempo, podría realizar largos viajes por la historia. Le pregunté también por su tío Luis, al que conocí en la Misión de San Bladimiro, y me contó que estaba bien, que después del arresto se había reintegrado a su lugar y labor habitual, y que desde que la Ciudad había asumido el gobierno de Magog aquello funcionaba a las mil maravillas. Me transmitió recuerdos de su tío y también de Nicolás, que le decía que se acordaba mucho de mí.

A Fidel le pregunté por Matías, por Juan y por Pablo. De Matías me dijo que se encontraba bien, acompañando a Juan todo lo que antes no le dejaban hacerlo, y que, aunque este último se encontraba físicamente muy deteriorado, seguía conservando “la cabeza en su sitio” con una sorprendente lucidez mental, aunque Matías temía que en poco tiempo pasaría a convertirse en Don Juan, dado su estado de salud. De Pablo sabía que había vuelto a sus quehaceres normales pero no conocía más detalles.

Acabada ya la ronda de conversaciones personales, Manuel dispuso que nos acomodásemos para iniciar la conversación común. Maribel, tan atenta como siempre, lo tenía todo bien preparado para que esto se realizara de la mejor manera posible.

Yo pregunté:

—¿Quién me cuenta lo ocurrido desde el último día que estuve aquí, el día de la gran victoria?

—Del gran triunfo —me corrigió Manuel—. La palabra “victoria” presenta unas connotaciones de sometimiento activo de un enemigo que “triunfo” no tiene, porque no depende del concepto de enemistad sino solamente de la superación de unas condiciones adversas.

—De acuerdo… “triunfo”. Pero ¿quién me lo cuenta? (Volví a preguntar.)

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Tras unos instantes de vacilación, en que se miraban unos a otros, fue Gabriel el que rompió el fuego.

—Yo mismo: Sabes que yo no pude estar en la misma sala que tú ese día porque, junto con muchos otros como Misael o Fidel aquí presentes, estábamos rescatando a los nuestros que habían sido arrestados un tiempo antes, y que dicho rescate se continuó con el secuestro de todos los altos mandos y dirigentes de Magog y de Gog, a la espera de una claudicación de las tropas de ataque y un cese de las hostilidades. Pero, como esa claudicación no fue inmediata, tuvimos que permanecer vigilantes hasta poder trasladar a todos los secuestrados a las cárceles de Gog, donde los íbamos a dejar encerrados bajo nuestro control, según estaba previsto; pero para eso, previamente, había que haber conseguido el dominio de dichas cárceles; acción favorecida por el sentimiento general de derrota que consiguió la expansión de la noticia del fracaso del ataque a la Ciudad. ¿Me sigues?

—Creo que sí (respondí). Vamos, que se necesitaba ese efecto psicológico para facilitar que os hicierais con el control de las cárceles, y poder encerrar allí a los secuestrados.

—Efectivamente —ratificó él—, porque, como bien sabes, nosotros no tenemos cárceles en la Ciudad ni nada que pudiera realizar sus veces, así que si queríamos mantener el secuestro hasta que se tomara una decisión definitiva, debíamos ocupar las cárceles para tener un lugar donde retenerlos en unas condiciones adecuadas y sin emplear un gran contingente de personas en ello.

—Pero… ¿por qué no utilizar también las cárceles de Magog y sólo recurrir a las de Gog? (Cuestioné.)

—Porque solamente en Gog se encuentran las naves para viajar por la historia —replicó él—, y si pretendíamos deportarlos en ellas hasta la ultrahistoria, que es como denominamos al periodo anterior a la aparición del hombre sobre la faz de la tierra, pues, por motivos prácticos, era el lugar más adecuado; además pretendíamos preservar las de Magog para los presos comunes que hubiera que evacuar de Gog por motivos de espacio hasta que se dictaminara sobre ellos.

—Pero… me imagino que eso habrá resultado muy difícil, porque nadie se deja transportar obligado… (Apunté.)

—Ni transportar ni mucho menos secuestrar. Hemos tenido que emplear con ellos los mismos métodos que utilizamos con los animales. Precisamente uno de ellos lo has experimentado en ti mismo, porque es con el que te capturaron a ti, aunque ése sólo se emplea para la corta distancia, porque para media y larga existen otros, que son los que empleamos habitualmente para inmovilizar o capturar animales salvajes. Así, una vez inmovilizados, ya podemos transportarlos sin riesgos hasta que se les pasa el efecto, por eso teníamos que darnos prisa en buscarles el acomodo en las cárceles de Gog.

—Pero los carceleros de Gog estaban avisados de nuestras intenciones y nos estaban esperando —indicó Misael—. Menos mal que, para entonces, ya había ocurrido ese fenómeno misterioso, ese milagro, en el que todo el mundo en Gog y en Magog había tenido experiencias interiores, y visiones o audiciones de familiares fallecidos, que les advertían de lo equivocado del enfoque de sus vidas, y estaban impactados por la vivencia, lo que a nosotros nos permitió

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aprovechar la coyuntura para tomar el control de las prisiones sin ocasionar ningún mal para los carceleros ni para nosotros. De lo que acababa de ocurrir nos enteramos a posteriori, cuando ellos mismos nos lo contaron, porque, al principio, nosotros tampoco sabíamos lo que pasaba. Si no hubiera sido por eso, lo mismo nuestro objetivo no lo hubiésemos logrado; porque fueron los mismos goguianos los que desactivaron los androides y robots que estaban preparados contra nosotros, evitando con ello una matachina entre nosotros. Yo todavía estoy impresionado por los hechos que presencié.

—Ése es el mismo fenómeno que le sucedió a las tropas de Magog, y que acabó por conseguir que dieran media vuelta, retornando a sus bases —apuntó Miguel—. Todos pudimos verlo y, al principio, no podíamos ni creerlo. Pero es que Dios intervino a nuestro favor y permitió el testimonio de tantos como, después de muertos, quisieron dar fe de la verdad, y es ese fuego de la verdad el que consumió las malas artes allá donde reinaban, enfrentando a cada cual con su verdadera situación.

—Precisamente yo, que estuve en Magog —indicó Fidel—, pude comprobar, en primera persona, eso que dice Miguel. Yo, junto a muchos otros, teníamos la tarea de colocar, a los mismos de nuestros responsables que habíamos liberado previamente, en los puestos de los dirigentes que acabábamos de secuestrar, con el fin de que se hicieran cargo de las líneas organizativas y de coordinación básicas en Magog, y que todo el control recayera en sus manos. El problema consistía en que los mandos intermedios estaban preparados para tal eventualidad, y aleccionados para funcionar autónomamente siguiendo escrupulosamente el plan trazado por sus mandos; sin embargo, como en el caso que contaba Misael, también la mayoría de ellos estaban impactados por las experiencias interiores vividas, y optaron por el servicio al bien de todos antes que por las órdenes mezquinas que tenían, y se avinieron a la nueva situación, por lo que, a los más díscolos, no les quedó más remedio que claudicar o ser reducidos y tratados como a sus altos mandos.

—Esa estrategia, que también empleamos en Gog, y ese avenimiento general tras la experiencia, es lo que nos permitido adquirir con rapidez el control completo de ambos territorios, con lo que quedó culminada la primera fase del plan —concluyó Miguel.

—La segunda —prosiguió Gabriel— consistía en discernir quienes de entre sus dirigentes, y entre toda la población de ambos territorios, debían de ser desterrados a la ultrahistoria y quienes no. Ya sabes que la única condena que utilizamos en la Ciudad es el destierro, y puesto que ahora todo el planeta ya era territorio de la misma, el único destino posible era la ultrahistoria; pero, teniendo en cuenta que de ésa ya no se iba a poder volver, había que pensarse muy bien a quien se condenaba al destierro.

—Es que eso es como condenarles al infierno, ¿no? (Argüí.)

—Bueno… es como su equivalente dentro de la historia —explicó Gabriel—. No pueden retornar materialmente a la Ciudad, pero sí pueden reconducir su vida optando por el bien, y aplicar los principios constituyentes de la Ciudad allá donde estén si lo ven conveniente. Es una forma de brindarles una oportunidad de cambio lejos de la Ciudad, adonde no va ser posible su integración. Sería más bien una especie de purgatorio, ya que aún conservan la facultad de elegir, puesto que se encuentran dentro de la historia, el lugar espacio-temporal propio para la elección. Porque después de la muerte, una vez sobrepasado el Juicio

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Final, ya todo está consumado y cualquier elección completada. Y, como tú bien sabes, después de la muerte lo más que se puede hacer es perfilar flecos, pero las grandes opciones ya están tomadas, porque tener vida es tener oportunidad.

—Ya dice el refrán que mientras hay vida hay esperanza, aunque en mi época a eso se le daba otro sentido (repuse).

—Pues bien —continuó Gabriel—, se decidió dotar a los territorios de Magog y de Gog de un estatuto especial de transición, advirtiendo a la población que, al final de tal periodo, todos tendrían que haber tomado una resolución al respecto, o asumían los principios constituyentes de la Ciudad o serían deportados.

—Eso es como lo que ocurrió en España con la expulsión de los judíos y los moriscos (interrumpí).

—Sí, así es —confirmó él—. Pero es que en el Cielo no ha lugar a medias tintas, y si nosotros nos vamos aproximando a él, nos tenemos que ir pareciendo cada vez más a él. Hasta ahora Gog, y después Magog, cumplían la función de acoger a los disconformes; pero ahora que nos vamos acercando al final en el que ya comienza a abrirse el abismo separador, la única forma de que entiendan cuál es la verdadera situación en que se hallan es ésta. Cierto que es privarles de su tierra natal y de un medio que conocen, para transportarles a una época tan distante que se diría estuvieran en otro planeta, en el que ni las plantas ni los animales son iguales, y ni siquiera el aspecto de la tierra; pero es que mucho peor es el infierno, y deben comprender, mientras aún están a tiempo, lo que se están jugando. Ya no es tiempo para andarse con contemplaciones, puesto que el final está cerca. Un niño sano dispone de toda su salud y de toda una vida por delante para establecer una decisión, pero una persona moribunda sólo dispone de sus últimos instantes, y ya no está como para perder el tiempo en tonterías. Así, la apariencia de este mundo pasa y nadie puede sustraerse a ella, y esa es una elección que, a estas alturas, todos debemos aprender rápidamente.

—Me contaba Alicia —intervino Marisa— que el hecho de poder encontrar reflejado en nuestro interior el universo exterior, y poder acceder a él, ya era un signo de la disolución del espacio-tiempo-materia que indicaba que la apariencia del mundo visible-tangible se desintegraba. Ella le calculaba que, a este paso en el que cada vez más gente ha aprendido a bilocarse y a modificar el medio externo desde el suyo interno, en unos cien, o como mucho doscientos años, llegábamos a la disolución completa y a la antesala del Juicio Final.

(En ese momento pensé que ahí había estado yo y que sabía cómo era, pero no dije nada. Marisa prosiguió.)

—Ella dice que al haber incorporado todo lo creado a nuestro interior a través del amor, asimilamos toda la Creación de Dios como si fuera nuestra, con lo que toda la historia y todo lo bueno de ella queda recogido y guardado en nuestro interior para siempre: eternamente; con lo que nada se pierde y todo queda a nuestro alcance. Y que eso, además, nos lo recuerda la Eucaristía, al quedar todo el Cuerpo creado de Cristo en nuestro interior, junto con el invisible e intangible no creado que constituye la divinidad de Jesucristo. Por eso yo le digo que eso no es ciencia sino sabiduría, porque la sabiduría es el alma de la ciencia, los ojos de la fe y la voz de la experiencia.

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—¡Muy bien dicho! Estoy de acuerdo contigo —exclamó de Fidel—. Por eso la sabiduría es un don del Espíritu Santo, y justo el que contiene en sí todos los demás.

—El caso es que el periodo de transición se va a prolongar varios años —prosiguió Gabriel— pero la primera deportación ya la hemos realizado. Tuvimos que evaluar el comportamiento de todos los dirigentes que manteníamos en las cárceles para comprobar la sinceridad de la supuesta conversión que algunos aducían, dado que ellos también experimentaron el fenómeno milagroso, aunque a gran parte no les hizo ni mella. Basándonos en esto y en algunas otras pautas, decidimos a quienes íbamos a deportar, a quienes íbamos a seguir observando, y a quienes íbamos a liberar. Asimismo evaluamos a los presos comunes para saber qué hacer con ellos, y a los goguianos y magoguitas más levantiscos y peligrosos también, como si fueran parte del grupo de dirigentes. Simultáneamente a esto, habíamos enviado algunas misiones exploratorias para buscar el tiempo y el lugar adecuado, porque, como nosotros siempre utilizábamos la bilocación, el sistema de naves viajeras en el tiempo no lo habíamos practicado y teníamos que adquirir esa práctica que nos faltaba. Y cuando ya todo estuvo decidido y dispuesto, pues llegó el momento de realizar la deportación. Embarcamos a los elegidos en las naves, lo que la mayoría de ellos efectuó voluntariamente y por su pie; y allá los dejamos, en plena Era Terciaria, para que las condiciones fueran las más semejantes a las actuales y no tuvieran que vérselas con dinosaurios ni nada parecido. Les dejamos materiales básicos para su subsistencia, y avituallamiento para un año, hasta que ellos pudieran organizar su supervivencia; pero no les proporcionamos material electrónico, sino exclusivamente físico; bueno, y también bibliográfico pero en soporte perecedero, que tuvimos que fabricar expresamente para esta intención. La verdad es que me dio bastante pena abandonarlos a su suerte allí, pero…

—¿Y el antiguo mayordomo estaba entre ellos? (Pregunté.)

—Sí, Ángel estaba entre ellos —admitió—; y todavía mostrando su suficiencia y pretendiendo manejarlo todo, y amenazando. En fin… genio y figura…

—¿Llevasteis a muchos? (Inquirí de nuevo.)

—¡Demasiados! —suspiró él—. No hubiese querido tener que llevar a ninguno. Espero que la multitud de problemas e inconvenientes que les tocaba solventar les haya hecho más comprensivos los unos con los otros y menos egoístas de lo que eran; porque si no, con tanto ego suelto, aquello podría acabar muy mal. Dios quiera que las condiciones adversas sirvan para apaciguar sus malos sentimientos. Aunque me temo que, no tardando mucho, tengamos que llevar una segunda tanda que recoja todos los cabos sueltos que nos han ido quedando. ¡Y Dios quiera que ésta sea la última y que para el final del periodo de transición no haya que realizar un tercer envío!

—Tanto mejor resultará para los últimos, porque los primeros ya les habrán preparado el terreno y encontrarán unas mejores condiciones cuando lleguen (comenté).

—No, las condiciones serán las mismas, porque los dejaremos un momento después de haber desembarcado a los anteriores, por lo que todos llegarán

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prácticamente a la vez, como si se tratara de distintas oleadas de un mismo envío —puntualizó Gabriel.

—Queda una cuestión pendiente —añadió Miguel—, que es saber qué vamos a hacer después, cuando todo sea Ciudad y ya no haya un Gog o un Magog adonde trasladar a los disconformes o rebeldes. Cierto que cada vez se producen menos casos en la Ciudad, y que, más que problemas de verdad, son inadaptaciones que se pueden resolver… Pero estamos sopesando si establecer una pequeña reserva, bajo nuestro control pero autónoma, donde dejar a los casos difíciles sin tener que recurrir a su traslado a la ultrahistoria, de donde ya no pueden retornar. Pensábamos en trasponer a ella la filosofía de las granjas-escuela que tan buen resultado educativo nos ha dado, pero aún no tenemos nada decidido; afortunadamente todavía nos queda tiempo para reflexionarlo con tranquilidad. ¡Y éstas son nuestras novedades! Como verás todo vuelve a la rutina de la normalidad.

—¡Gracias a Dios! (Apunté.)

—¡Gracias a Dios, por supuesto! Si no… ¡dónde estaríamos! —Exclamó Miguel.

—Ahora, cuando ya acabéis de una vez por todas con el problema de Gog y de Magog… ¡os vais a aburrir! (Indiqué chistosamente.)

—¡De eso nada! —Intervino Manuel— La vida en sí misma ya tiene los suficientes alicientes como para que merezca ser vivida sin necesidad de zozobras e inconvenientes. Es la vida sin Dios la que necesita de entretenimientos y distracciones para llenarla de contenido, pero, gracias a Dios, ese sentido, a nosotros, no nos falta.

—¡Vaya!, ese comentario me lo tengo que llevar yo a mi época, a ver si les entra en la sesera y aprenden a descubrir el verdadero valor de las cosas (advertí).

—Sobre todo de las cosas sencillas y cotidianas, de las cosas pequeñas que suelen pasar desapercibidas si no se les presta atención —sentenció Maribel—. Dios es quien te permite disfrutar de todo eso de forma inimaginable. Por eso los prepotentes lo desprecian todo, mientras que los humildes disfrutan del reino de los cielos y por eso son felices.

—Sí, ya dice la bienaventuranza que «dichosos los pobres en el espíritu», es decir: los humildes de corazón, «porque suyo es el reino de los cielos» (añadí yo). Y si quiero que todo esto quede por escrito, me tengo que ir ya para que mi memoria lo tenga fresco y no lo cambie mucho.

Ciertamente todos se lamentaron de mi repentina indicación, pero comprendían de lo inexorable de la llegada de tal momento. Era el momento de una despedida que se presumía definitiva. El tiempo de mis visitas había acabado, y, salvo que Dios dispusiera algo en contra, no volverían a verme más en este mundo inmerso en la historia. ¡Pero es que yo tampoco volvería a verlos a ellos!, y eso no se sabe a quien le dolía más.

Me fui despidiendo uno por uno igual que lo había hecho al llegar. La última fue la pequeña de la casa: Esperanza, un nombre muy oportuno y adecuado para la ocasión. «¡Ojalá y el significado de tu nombre me lo pudiera llevar para mi época, porque les hace tanta falta!», le dije, aunque ella no entendiera el verdadero trasfondo de mis palabras.

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Mis últimas palabras para todos fueron: «¡Hasta el Cielo!» Y desaparecí.

Cuando crucé el umbral de mi fantasía, me volví, esperando ver desparecer la puerta tras de mí; pero aquello no ocurrió, la puerta permaneció abierta y permeable como las oportunidades que Dios ofrece, que siempre quedan abiertas aunque tú no las quieras aprovechar. ¡Quién sabe si no la tendría que utilizar para alguna otra cosa!

Y volviendo a mi tarea, me puse a recoger sobre el papel mi última experiencia.

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Mientras llegaba al final de mi redacción, pensaba en el futuro inmediato que me aguardaba tras su término: Volver al quehacer de todos los días y a retomar todo aquello que había dejado pendiente mientras me dedicaba a mis viajes a las postrimerías de la historia y a poner por escrito mis experiencias acumuladas en ellos. Desde luego no podía quedármelas para mí sin preocuparme de más, sino que, al menos, debía intentar difundirlas. Si luego nadie las quería, ya no era cosa mía no haberlo intentado; aunque, para eso, previamente debía pasar el manuscrito a letra impresa a través del ordenador, para que, de esta forma, resultara fácilmente legible por todos.

Tenía mis dudas de que todo aquel trabajo llegara a servir para algo. Estaba ya tan maliciado con toda mi experiencia anterior en intentos parecidos, que mi visión del asunto era completamente negativa; y, en estas circunstancias, venía a mi mente el final demoledor de los «Viajes de Gulliver», en el que el protagonista, después de haber estado viviendo con unos caballos que hablaban, llenos de nobleza y sabiduría, debe enfrentarse de nuevo a su realidad social desbordante de mezquindad y podredumbre moral, por lo que opta por convivir, como si fuera un perturbado mental, con los caballos reales, que ya no hablan, pero que le recordaban a los otros que sí prodigaban sus valores morales. Esa sombra sí se cernía sobre mí y amenazaba con envolverme; porque yo también corría el riesgo de quererme volver junto a la gente acogedora y llena de valores que me había encontrado en mis viajes, y huir de mi realidad tan a ras de tierra que no daba la talla ni levantaba la vista, no ya para mirar al cielo, sino ni siquiera para mirar a su altura y ver el corazón de sus semejantes: Sólo miraba la materialidad de las cosas y el beneficio propio, y no se preocupaba por más. Cierto que presumían de efectuar mucha ayuda social y de procurar a los otros el bienestar material, pero con el poco confesable objetivo de su mera satisfacción personal y el proselitismo de sus convicciones para autojustificar su conciencia, pero no porque verdaderamente le importase el bien de los otros. Sólo había que oponerse a sus convicciones para que todo su altruismo desapareciese.

Yo quería sobreponerme a toda mi visión negativa para no acabar como el protagonista de los «Viajes de Gulliver», pero no lo conseguía. Porque, si observaba con detenimiento a mis semejantes, también comprobaba que muchos anteponían a los animales con respecto a las personas, y preferían luchar por un perro antes que por un semejante, justificando, en ese sentido envilecido, muertes y todo tipo de desmanes con respecto a sus iguales; con lo que, unos por otros, todos acababan por ofenderse, faltarse al respeto y agredirse si bien llegara el caso. Parecía que nadie fuera capaz de razonar un poquito y romper la cadena de agravios con el perdón. Pero es que, realmente, no conocían a Dios; y lo que era aún peor, que tampoco les importaba conocerle. ¿Que les intrigaba la existencia de Dios? Pues se buscaban un dios a su medida, y asunto concluido. ¡Para qué iban a indagar la Verdad! Era mejor renunciar a sus capacidades humanas para vivir como los animales. Desde luego era una opción, pero… ser hombre para decidir dejar de serlo, me parecía

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una situación bastante patética, una regresión abortiva; como reconocer a las claras que no estaban capacitados para serlo. ¡Menuda oportunidad desperdiciada!

Yo, decididamente, no quería seguir ese camino tan absurdo. Si se me ofrecía la oportunidad de ser hombre, yo no la iba a desperdiciar, e iba a procurar desarrollar, todas las capacidades humanas que lo definen, lo más que pudiera; y si, además, se me brindaba la especial posibilidad de ser santo, tampoco la iba a dejar pasar, e intentaría amar a fondo perdido todo lo que fuera capaz; desarrollando igualmente las cualidades que con la santidad me vinieran. No me iba dejar arrastrar, en la medida que yo pudiera y con la gracia de Dios, por el río de la estupidez reinante.

Me recordaba la situación el episodio evangélico en el que Jesús expulsa a los demonios del endemoniado de Gerasa, y éstos le piden que los eche a los cerdos que están por allí hozando. Y cuando los demonios entraron en los cerdos, estos últimos, enloquecidos, se despeñan precipicio abajo ahogándose en el lago. Así veía yo el medio social de mi tiempo, como el río formado por esa piara de cerdos despeñándose. Hacían cosas que me resultaban incomprensibles.

Quizá yo, en mis viajes, había perdido la noción de la realidad de mi tiempo, y ahora, por contraste, lo veía todo como exagerado, como sometido a esos espejos de las ferias que deforman las imágenes, porque ellos, en sí mismos, están deformes. Pero también es verdad que mi viaje sólo había aumentado mi capacidad de percepción de los hechos, y su clara definición, porque esa visión ya la tenía yo de antes. Además, reconocía en mí una firme experiencia de Dios, que suponía generalmente extendida en los demás, pero que el trato cercano con ellos me había demostrado lo equivocado que estaba; por lo que esa circunstancia me facilitada el ver el contraste con más nitidez, y me llevaba a distinguir mejor que a los otros; aunque, lo que por un lado me facilitaba el entendimiento, por otro lado me dificultaba la comunicación del mismo a los demás, ya que acabábamos hablando en idiomas distintos. Realmente, ver las cosas, la realidad, desde Dios, me generaba un muro de incomunicación con los que no disfrutaban de esa perspectiva, que, desgraciadamente, eran muchísimos.

Pero tampoco quería ahogarme yo, como en el caso de los cerdos bíblicos, en la negatividad de contemplar un mundo sin esperanza: La esperanza estaba, sólo había que buscarla con más detenimiento y ahínco; era la pequeña de la casa como ocurría en la familia de Manuel, y había que dedicarle tiempo y cuidados porque era la más necesitada, y aún debía crecer y madurar favorecida por las atenciones de todos. No, no podía dejarme arrastrar al precipicio por ese demonio de negatividad, aunque tampoco dejar de ver por ello la realidad de las cosas, ni ceder mi responsabilidad a los demonios de la inconsciencia. Debía sacar fuerzas de flaqueza y resistir las apariencias, sujetando mis raíces a la tierra de la Verdad para evitar ser arrastrado. ¡Ojalá y las raíces de mi ser estuvieran en Dios y sólo en Dios!

Me admiraba comprobar cómo la gente se había desarraigado de tal manera, que parecían cascarones a merced de las olas, o pelusillas al albur del viento. So pretexto de rechazar a Dios para colocarse a sí mismos en su lugar, habían repudiado su historia milenaria porque estaba marcada por la búsqueda del bien y el influjo de Dios, habían despreciado su cultura por la misma razón,

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habían infravalorado y recusado sus tradiciones y costumbres por estar imbuidas de ese espíritu religioso; incluso en España, hasta les repugnaba su propia identidad y utilizaban subterfugios para buscarse otra, situación impensable en otras culturas del entorno. Apostataban hasta de su propio idioma, porque, aun sin saberlo ellos, había brotado de los mismos fundamentos de la fe. No cabía duda de que los demonios que los poseían sí lo sabían, y por eso los zarandeaban a su antojo, sin tampoco saber ellos cómo defenderse de tal ataque. Les faltaba luz, cordura y juicio para dirigir sus vidas, y por eso iban de cabeza a despeñarse. Y es que… quien no tiene pasado no sabe dónde poner su futuro. Su mundo nacía en ellos y moría en ellos. ¡Qué pobreza de mundo! Un mundo resentido que destilaba resentimiento, a pesar de que decían buscar la bondad, pero una bondad que nacía de ellos y se agotaba en ellos.

Verdaderamente daba grima ver tanta alma leprosa, ufana por serlo: Ésa era la pobreza más pobre de entre las pobrezas de mi tiempo.

Yo no era nadie ni tenía ninguna capacidad para subvertir dicha situación, pero lo que no podía hacer era quedarme con los brazos cruzados esperando que se consumara esa catástrofe universal que ya se mascaba. Al menos debía hacer lo posible por difundir esa manera de vivir que había visto en mis viajes a las postrimerías de la historia, para que ese germen de la Ciudad tuviera su origen; así, cuando volviera Cristo en su segunda venida, ya se encontraría con algo, aunque sólo fuera con un intento de profecía sobre la misma. Ya que, según me explicó Misericordias, el origen de la Ciudad estaba en ese hecho trascendental; circunstancia que ninguno más de mis interlocutores de esa época había mencionado ni por equivocación, lo que, dado su cuidado escrupuloso en no desvelarme nada relacionado con mi época, me hacía deducir que ese evento estaba mucho más cerca de mi tiempo de lo que yo pudiera suponer. Por eso yo tenía que preocuparme por preparar esa tierra, para cuando luego Él sembrara su semilla, ésta fuera acogida más fácilmente.

Seguramente yo tendría la mala suerte de no llegar a verle, y como me perdí su aparición en el Juicio Final, así, ahora, lo mismo me perdía también su Segunda Venida. Pero como tenía mis dudas de, si coincidiera, no fuera a no reconocerlo, y llegara a comportarme como los fariseos en su Primera Venida…, casi prefería perdérmelo antes que meter la pata de esa manera. No quería quedarme sin la definitiva por un “quítame allá esas pajas” de un caprichito afectivo. Me jugaba mucho como para andarme con tonterías. Ya me costaba lo suyo reconocerle en el prójimo, en la gente que me rodeaba, como para arriesgarme a no saberlo identificar en una apariencia más directa. Cierto que mi alma parecía decirme que no fallaría, pero mi cabeza me aseguraba que no debía confiarme, y ya dice el refrán que “hombre precavido vale por dos”.

Era más seguro que yo no me preocupara por eso y sólo dirigiera mi atención al servicio que podía ofrecer a los demás y a mi misión de vida de favorecer en ellos ese encuentro personal con Dios del que estaban tan necesitados. Que yo no fuera eficaz en ello no significaba que debiera abandonar mi tarea, porque la eficacia humana no tiene nada que ver con los criterios de Dios.

Ahora, la nueva tarea a añadir a la anterior, consistía en promover el convencimiento de que la Ciudad de Dios es posible, combatiendo el escepticismo que amenazaba con demolerlo todo.

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Los comienzos, seguro que serán difíciles, pero… ¿qué comienzos en las cosas de Dios han sido fáciles? Y más riesgo tiene, para la vida de fe, el no hacer nada que ponerse a andar.

Pienso que sólo de las cosas pequeñas pueden salir las grandes, y que el cuerpo humano es el desarrollo de una célula muy pequeñita e invisible a simple vista, de una célula que se va partiendo y partiendo en otras semejantes a ella pero perfectamente unidas y coordinadas entre sí, y que, creciendo en número de ellas, que no en tamaño de las mismas, va aumentando de volumen y diversificación de funciones hasta constituir un cuerpo; que, a medida que se desarrolla, va cambiando de forma y aspecto, pasando por multitud de fases, hasta alcanzar su estructura definitiva. Durante un tiempo dependerá de una fuente de alimentación externa, bien incorporada a su huevo, o bien dependiente de una madre; pero con el tiempo, también en esto, alcanzará su autonomía.

Una configuración social, inspirada en la naturaleza creada por Dios, también puede funcionar así, y con garantías de éxito puesto que la vida nos lo confirma. Y puesto que es una forma social que camina hacia Dios y sólo tiene su razón de ser en Dios, no puede tener otro centro de gravedad y elemento de cohesión más que Jesucristo, Dios encarnado; porque solamente haciendo todo en atención a Jesucristo, Dios puede serlo todo en todas las cosas. Jesucristo es, pues, la piedra angular y no hay otra, y nada se puede construir sin apoyarse en Él. Por eso nadie que no tuviere este elemento fundamental de cohesión podría formar parte de la Ciudad, porque, entonces, sería una piedra desprendida de la construcción de ese Cuerpo de Cristo. Ahora lo entendía bien, cuando me paraba a reflexionarlo.

Otro de los pilares básicos que conformaba el entramado de la Ciudad era la gratuidad. Dios todo lo daba gratis a su creación sin cobrar por ello, por eso, los que pretendían ser hijos de tal Padre, sólo podían probarlo mostrando un comportamiento equivalente que diera fe de ello. Así también se comportaban las células del cuerpo de cualquier ser vivo en que quisiéramos fijarnos, porque unas se preocupan de las otras y de que nada les falte en el desarrollo de sus diferentes funciones. Diversidad de funciones que en la Ciudad se expresaba como disponibilidad de los talentos individuales para el bien común, y que constituía el tercer pilar fundamental sustentador de la Ciudad; y que se complementaba con el cuarto: la unidad, donde se plasmaba la idea del cuerpo que funciona como un todo.

La verdad es que, bien mirado el conjunto, no se podía prescindir de ninguno de los pilares básicos, porque, con que sólo faltase uno, la construcción se caía toda entera. Así, el cuerpo, no podría mantenerse vivo sin la coexistencia y simultaneidad de todos sus pilares.

Por último, en la Ciudad mantenían un espíritu de conversión permanente, que constituía su quinto pilar, y que proporcionaba al cuerpo el impulso vital de permanencia y superación que le permitía desarrollarse y evolucionar, dando sentido a su ser; moviendo el mundo a través del cambio personal de cada uno de sus miembros.

Realmente la Ciudad era la traslación a la sociedad humana de las características propias de los organismos vivos. Pero como la vida sólo es de Dios, sólo con Dios podía vivir ese Cuerpo de innumerables rostros. Además,

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como nada de esto se podía llevar a la práctica por obligación ni siquiera por imposición, sino que debía ser elegido libremente y a plena conciencia, ya que se fundamentaba en el amor, y el amor auténtico es potestad exclusiva de la voluntad humana, al no consistir en un sentimiento sino en una decisión pura de la voluntad que elige no esperar nada a cambio, ni siquiera contrarréplica: pues la sensación de libertad en sus miembros era incomparable, sintiéndose verdaderamente artífices y comprometidos con el conjunto como si todo él dependiera de cada uno de ellos. Y así expresaban la caridad, que no es otra cosa más que el amor ejercido.

Ahora entendía, reflexionando la comparación con los cuerpos biológicos, cómo el cuerpo debía defenderse de todos los agentes externos que, por no estar integrados en el mismo, se constituían en amenaza para todo él, y cómo su reacción era expulsarlos o eliminarlos de su orden interno; incluso, las propias células que degeneraban y no respetaban esos principios básicos de funcionamiento, eran eliminadas para evitar se constituyeran en un cáncer que acabara con la vida de todo el cuerpo. Cáncer que, al convertirse en un parásito del resto del cuerpo, alimentándose y difundiéndose por él, sin aportar nada al resto, pero valiéndose de todos sus recursos, lo agotaba hasta dejarlo exánime. Ése era el origen de la deportación o destierro que había observado en la Ciudad. Comprendía ahora, viendo el ejemplo biológico, cómo la Cuidad no se podía andar con muchas contemplaciones y contemporizando con estos elementos potencialmente peligrosos, porque se jugaba la subsistencia de toda ella. El problema no era una pequeña heridita en un dedo, sino que por ella penetrara una infección a la sangre que llevara a la muerte a todo el organismo. La ventaja que aportaba el funcionamiento unitario de todo el organismo vivo, que elevaba a la materia inerte a la categoría de señora de la historia, presentaba, a su vez, este pequeño inconveniente o debilidad: que cualquier pequeño desajuste que se produjera en su interior provocaba la enfermedad de todo el cuerpo; de ahí que todos los integrantes de la Ciudad formaran parte del sistema de vigilancia y alerta de la misma: ¡Era su propia casa!, y todos vigilaban y cuidaban su hogar, corrigiéndose amigablemente unos a otro cuanto fuera menester.

El problema fundamental que a mí se me presentaba, era cómo convencer a mis contemporáneos de las bondades de todas estas cosas sin que se me escandalizaran y rasgaran sus vestiduras. Porque la teoría podía comprenderse muy bien, pero… ¡a ver quién era capaz de ponerle el cascabel al gato y llevar las teorías a la práctica!

Cierto que no había nada nuevo en ello, porque toda la naturaleza lo respiraba; y que, incluso, ya las órdenes o institutos religiosos habían intentado llevarlo a cabo, al menos en sus orígenes; pero la verdad era que en el mundo que me había tocado vivir proponer la gratuidad como medio habitual de relación resultaba… cuanto menos extravagante, si no completamente alucinado. Eso de no sacar nada a cambio no se entendía ya ni en el amor de Dios, cuanto menos entre los hombres. Si hasta entre los mismos creyentes, que sabían de la donación gratuita de Jesucristo, se había sustituido ésta por el mercantilismo del “yo te doy si tú, a cambio, me das…”, especialmente en lo concerniente a la materialidad de la vida, porque en lo espiritual todavía quedaba un resto. ¿Cómo proponer en esta mentalidad comercial, no sólo prescindir del dinero, sino hasta del trueque? ¡Una locura total! ¡Todo un

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despropósito! Pero es que el amor expresado con obras, la caridad, es así: En la mentalidad de Cuerpo, el que trabaja para sí, trabaja para todos, y el que se beneficia en sí, se beneficia de lo de todos. Al fin y al cabo es poner por obra la comunión de los santos.

Evidentemente, encontrar a alguien que quiera expresar su santidad así, es todo un problema, al menos hoy en día; y máxime cuando el concepto de individualismo disgregador campa a sus anchas, y se ha instalado la idea de que cuanto más independiente soy, mejor ejerzo mi libertad y soy más auténtico; como si la libertad y la autenticidad vinieran de fuera y se consiguieran por contraste con el otro, cuando la verdad de lo que somos brota de dentro y se construye hacia fuera, y no precisa de ninguna comparación y contraste. Ésa es la diferencia entre un huevo huero u otro con pollito: que el huero está condenado a la esterilidad, mientras que al otro se le abre todo un horizonte de vida por delante.

También puede ser que hoy en día, los que lo tienen, tengan un concepto de santidad equivocado, y piensen que la santidad consiste en un hacer y no en un ser. El amor de verdad, el que no espera nada a cambio, es el que produce el verdadero cambio en el ser de la persona, y este cambio es el que, a través de su evolución y desarrollo, desencadena en ella el surgimiento de nuevas cualidades y la potenciación de las que poseía; y es, merced a ellas, como la persona que camina en santidad expresa ese amor auténtico. Es el ser el que ha cambiado y, con él, las obras que lo manifiestan, que se acaban convirtiendo en singulares; pero las obras en sí mismas no pueden cambiar el ser mientras no se produzca la decisión firme de la voluntad de amar a fondo perdido. Ni siquiera las obras de piedad, por muy abundantes que sean, pueden cambiar el ser, mientras no se produzca la libre decisión de la voluntad de amar sin esperar recompensa. Dios es muy respetuoso y jamás obligará a la persona a aceptar sus gracias. Quizá sea ése el problema por el que encontrar a alguien que quiera expresar la santidad a través de la gratuidad sea tan difícil, porque realmente no sabe lo que es.

Por eso me decidí a añadir estas consideraciones al final de mi escrito, porque, aunque en mi época no fueran a ser bien entendidas, según me advirtió Juan al invitarme a iniciarlo, no podía por menos de intentarlo por si alguno sí podía beneficiarse de ellas. Quizá, entre ellos, pudieran encontrarse y coordinarse para propiciar el primer germen de la Ciudad, algo similar a como ocurría con la primeras células que componían el inicio de todo embrión humano, en el que, aun sin diferenciarse y conservando todo su potencial inicial, se mantienen unidas procurando un destino común. Será más adelante, cuando esta unidad ya esté consolidada, cuando comiencen las diferenciaciones y las distintas fases evolutivas en su desarrollo, en el que, como enuncia un principio de la embriología humana: «la ontogenia es el resumen de la filogenia»: el proceso de formación de un solo espécimen, resuma en sí todo el largo proceso evolutivo de la vida desde el origen de las especies.

Pues de forma equivalente, ese grupo inicial, germen de la Ciudad, deberá ir creciendo, adaptándose para ello a las distintas situaciones que se vayan produciendo, siempre con la vista puesta en su destino final; cambiando en su aspecto y apariencia (pero nunca en sus principios fundamentales que le confieren su identidad) hasta lograr su propósito. Y lo mismo que aquel embrión, sin dejar de ser lo que es, resulta irreconocible en su aspecto desde su

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origen hasta que alcanza uno ya identificable, a la vez que resume en sí, en tan solo unos días, millones de años de evolución: así, este germen, en relativamente poco tiempo, transitará por todas las fases comunitarias y sociales previas hasta alcanzar la suya propia, reconocible y estable, como signo de que todas ellas se encuentran contenidas y asimiladas en esta última, y señal de su madurez final.

Pero esta evolución que se puede predecir por analogía, por la misma razón, sólo es posible prever su nacimiento dentro de la Iglesia, de la Santa Madre Iglesia, como Jesucristo de Santa María Virgen por obra del Espíritu Santo, y nunca fuera de ella; por eso, hasta ahora, no se ha logrado nada parecido que tuviera un recorrido y llegara a consolidarse, ni podrá prosperar si ésta no lo acoge, ya que sólo ella puede pronunciar el «Hágase», puesto que no son cosas diferentes sino una misma cosa con apariencias diferentes. Lo que varía es la impresión superficial pero no su esencia y fundamentos. Pero es natural que un cuerpo resucitado no sea fácilmente reconocible al compararlo con su apariencia previa, especialmente por parte de quien aún no ha resucitado con él.

Habrá que esperar, pues, a que aparezca Jesucristo para que, al menos a Él, le escuchen y hagan caso. Pero hasta que llegue ese momento, yo aportaré mi granito de arena en la preparación del advenimiento de la Ciudad, aunque yo me encuentre más solo que la una y rodeado de un mar de incomprensión. Cierto que cuento con todos los santos que en la historia han sido, que ya comenzaron su edificación con su vida; pero como, muy pocos de los que los reconocen hoy, buscan este testimonio en ellos, en la práctica de la realidad tangible, es como si estuviera solo en esta tarea.

Afortunadamente, pase lo que pase, sé fehacientemente que la Ciudad acabará por llegar a implantarse, porque yo lo he visto y doy fe de ello. Por eso sólo puedo concluir este escrito con la invocación con la que San Pablo finaliza su Primera Carta a los Corintios, o con la que termina el libro del Apocalipsis: «¡Marán athá!», «¡Ven, Señor Jesús!» (Y hazlo cuanto antes.) Amén.