19001215_LA REVISTA BLANCA
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BoíaBoraóorcs.
Soledad Gustavo.
Luisa Michel.
Pedro Dorado.
F. Giner de los Ríos.
Juan Giné y Partagás.
Pompeyo Gener.
U. González Serrano.
José Esquerdo.
A .
Sánchez Pérez.
Fernando Tarrida.
Francisco Salazar.
Alejandro Sawa.
Manuel Cossío.
Alejandro Lerroux.
Miguel Unamuno.
Anselmo Lorenzo.
Fermín Salvochea
Ricardo Mella.
Adolfo Luna.
Jaime Brossa.
Ricardo Rubio.
Pedro Corominas.
José Nakens.
Nicolás Estévanez.
Doctor Boudín.
Donato Luben.
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eder ico U r a l e e i
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esurre ión ^
TRES TOMOS ELEGANTEMENTE IMPRESOS 4 p e s e t a s 7 ^ \ ~ J
Obra de carácter puramente socialista. 7;^^ En venta: Casa editorial Mancci, Barcelona.
iiimiiiitiiiiiiiiiiiiHiiiiiiiiMiuTn minT ñriTim M i iTirnvriTiiiiifri»ii»tiiiiiTTriTiiTiiiiiiiti •itim ium iirm iiiiM n toiH iiiiiiiiimiiiii^p Tji
B i b l i o t e c a de LA R E V I S T A B L A N C A
L S O C I E D D F U T U R P » Sol^'̂ adGnstaYO.-ZO céntimos.
E
D U n U í P U I Í A Q Í I P Í A Í ^^^ P- Kropotklne, y la biografía de éste, escrita
r f l ü f l í J ü m f l g U u l f l l J
por
Anselmo Lorenzo.—20 céntimos.
L E Y
E
HE R E N C I
Drama en cnatro actos, por Federico Urales.—-1 peseta.
H O N O R , A L M A Y V I D A Drama en tres actos, del mismo antor.— 1
E L I D E A L D E L S I G L O XX Por Palmlro de Lidia.— 20 céntimos.
L O M B R Q S O Y L O S A N A R Q U I S T A S Por R icardo M e l l a . - I peseta.
S O C IO L O G Í N R Q U I S T Por J. Montseny.-75 céntimos.
E L S O C I A L I S M O Y E L C O N G R E S O D E L O N D R E S
fof
A . H a m o n . - i p e s e t a .
C o n f e r e n c i a s p o p u l a r e s s o b r e s o c i o l o g í a
P o n . P e i i i c e r . — 7 5 c é n tim o s .
U
DÜl í lOT A T)T A ¥ n A
^^^^^ ̂¡lAo,
3 pesetas; segnndo, 4
pese-
LirjVJlj lA 1 ) 1 J i ñ U A tas. Los dos jnntos, 6 pesetas.
LA LEY Y LA AUTORIDAD Por P. Kropottine.~20 céntimos.
M 7 r M l C T R T 3 S B E Por Carlos Albert.-2 pesetas.
OEL Ü H flü: H flílo
É
a c ció n y f io a l iila d s o c i a l . P o r
R
M e i í a — 5 0 c e r n i m o s .
NUESTRAS CONVÍCCIONES
Por
J . Illenatnom. 20 céntimos.
LA A N A R Q U Í A S E I M P O N E 20 céntimos.
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F u n d a m e n t o s y l e n g u a j e d e l a d o c t r i n a a n a r q u i s t a P orA Italr.— 2 5céas•
L A S O L I M P I A D A S D E L A
P & Z
Por A . Lorenzo.—20 céntimos.
D I O S y EL E S T A D O Por Mígnel Bakoiinlne.— 75 céntimos.
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L R E V I S T B I M C
S O C I O L O G Í A , C I E H C I A Y A R T E
AÑO I I I ,—NÚM ,
6 0 ,
A D M I N I S T R A C I Ó N : 1 ,
c
J n ' •
CRISTÓBAL BORDÍü, i.-MADRiD \ ' ^ «6 Diciembre 1 90 0
S O C I O I J O G I A Mirando alo porvenir
por Anselmo Lore i izn .—La
anarquía: su fín y suslmedios,
por
.Tuau (írave.
C I E W C I A i r A R T E La herencia psicológica,
poi - Ch . l í ibo t .—
Crónica científica,
po r 'l 'anirtíi del
M ár m o l . Pa r / s , p o r l O m i l l o Z o l a .
S E C C l O S i I J I B K E
La liistoria, p o r U o n i it o L u b e i i .— M ed i o s d e emanciparse, por losé .López Mon
tenegro .
T R I l t ü B i A I » E l i O B R E K O
f in ir é j a r a s y b re ao s , por Aure l io
Mi\íú7..-El obrero libre,
por Enr iq ue.Gi iemes .— Despido y maldición^ por Fé lix Coromina.s .
^ ^ ^ ^ S^^ kj^^
_^
SOC I O L OG Í A
M I R A N D O A L O P O R V E N I R
Los escépticos y los pesim istas, al h acer el balance del siglo que term ina y ver
cum plida s sus fatídicas profecías, ten dría n motivo para regocijarse si las mau ifesta
ciones de alegría no estuvieran esencialmente excluidas de BU sistema.
Todo el conjunto de males contenido enJaj3diosa.. | taafi la lucha por la existencia,
con que pretenden representar científicamente la manera genera) de vivir, ha tenido
plena y completa confirmación: naciones que se agigantan por la fuerza y la emplean
para dom inar por las arma s y por los t ratados leoninos; naciones que se emp equeñe
cen ó que pasan á ser provincias ó colonias de las engrandecidas; colonias que inten
tan emanciparse y sólo consiguen cambiar de amo perdiendo en el cambio; clases ri
cas que reducen el nú m ero d e sus indiv iduo s, pero que se fortalecen ha sta constituir
esos sindicatos ó irvsts á la americana, que giran hasta por miles de millones; familias
obreras que se disuelven por la emigración, la enfermedad ó la muerte prematura; mi
llones de habitantes que ocupan extensos territorios en Rusia y en la India sufriendo
las horribles tortu ras del harn bre. _
Ante tan tremendo cuadro bosquejado aquí con cuatro rasgos á t í tulo únicamente
de dato rec ordatorio, resu ltan falaces y n ula s las prom esas de los místicos, de los filó
sofos y de los políticos, y, como re sum en, las de loa legisladores y goberna ntes, ya q ue
todos nos prometieron un mu nd o mejor, y, por consiguiente, qaed aron defraudadas
las esperanza s toda s que se fund aron en las religiones, en los sistemas y en los par
tidos.
Razón habría para calificar duramente á los que prometen y á los que esperan, lo
mismo á los que engañan por malicia que á ios que se dejan engañar por ignorancia,
si no se tuviera en cue nta qiie la justicia y la econom ía son prod ucto de la ciencia;
que ésta no se adq uiere por intuición n i revelación, sino por observación, estudio y
aprendizaje, y que du ran te el largo y penoso período de estudio que la hu m ani da d
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viene pasa ndo la necesida d ap rem iante de la vida y los espejismos de la pasión nos
ha n obligado á adop tar métodos absurdos é injustos verdad eros mo us
viven i
que la
rutin a los intereses creados y sobre todo h ignorancia trataron siempre de conver
tir en definitivos.
Nos hallamos al término de un siglo y á la vista de la inauguración de su sucesor
y au nq ue el tiem po por si na da sea y valga sólo por la sucesión del mov im ient o y la
sum a de los acontecim ientos que en él tienen lugar ello es que no podemo s sustraer
nos al efecto que en nuestra imaginación causa una un idad ó un a serie de unid ades
tem porale s transc urrida s ora sea por lo que afecta al límite de nuestr a vida al logro
de nuestras esperanzas y á la realización de nuestros ideales; y aquí es oportuno diri
gir nue stra consideración á lo porvenir y en vista de los desengaños ocurridos en el
siglo XIX propo nern os averiguar qué pens arán y sentirán de ntro de cien añ os nu es
tros sucesores al hacer el balance del siglo que ter m in ará y el juicio del que ha de
empezar.
Porqu e si los pesimistas fundándose en los hechos interpretados á su ma ne ra
desconfían de la bond ad d e las intenoio
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gozó derecho individual por tener personalidad propia y bien definida fué propietario,
y BU derecho de apropiación se extendía á todo lo que se hallaba bajo su nivel, hom
bres inclusive . Todo el que después ganó derecho personal se niveló con los que an-
te.-i eran sus superiores , y adq uiri ó, por tan to , carácte r de am o. la di vi du os fueron los
señores, y, como tales, propietarios tam bién . Ind ividu os llegaron á ser los burgueses , y
la desamortización les confirmó en sus derechos permitiéndoles la participación en el
festín propietario; pero cerraron la puerta detrás de si, dejando fuera á los proletarios,
que no son individuos, sino masa el puvblo la colectividad im perso nal, y, por tan to,
iiifeiices que adq uie ren el derec ho de poseer filtrado por el tam iz del salario, qu e,
coaao sujeto á las oscilaciones de la oferta y la de m an da , siem pre se halla por bajo
de la necesidad, y sólo poseen, m ientra s pue den , lo indisp ensab le para no m orir y
desarrollar fuerza prod uctora, m urie ndo al fin á m ano airada, ya que el tér m ino me
dio de su vida, lejos de alcanzar el tipo general señalado á la especie humana, es in
terior en muchos años al de las otras clases sociales.
G aran tía de la libertad es la propied ad, según la famosa declaración de los Defe
chos del H om bre y del Ciu dad ano , lanzada al m un do desde el Sinaí de la Conven
ción, al decir de Víctor H ug o, y al hace r esa declaració n se tuvo en cu enta la propie
dad en su forma histórica y en su existencia práctica, de ningún modo se la conside
ró en su forma racional y científica, y por lo mism o, despreciando el legislador revo
lucionario á aquellos sans culottes que fueron los principales agentes de la R evolución
y que sólo poseían la vida, de que hacían heroica donación á cada m om ento en las
bürrica das, en los campo s de batalla y hasta en la guillotina, se retrotrajo el efecto
revoluc ionario á favorecer á los privilegia dos, y se dio el caso de que aque llos aristó
cratas tan perseguidos durante el Terror rojo, aliados después con la burguesía triun
fante, fueion los principales usufructuarios de la R evolución, llegando algunos años
después á gozar de la cruel satisfacción da la venganza durante el Terror blanco, mu
cho más sangu inario qu e el otro, no sólo por el may or nú m ero de víctimas, sino por
no tener la excusa de servir á un ideal noble y levantado.
La propie dad, es cierto, es garan tía de la libertad, y por eso constituye el objetivo
revolucionario; pero no esa propiedad que constituye la porción de bienes que la ley
garantiza á cada ciud adan o, como define la Declaración citada, sino un a propied ad
com ún, indivisa, invinculab^e, como el aire que respiram os, la luz que nos alum bra,
el suelo que nos susten ta, y ese Océano que hum edece la atmósfera, presta caudal á
los ríos, provee nuestras fuentes y fecundiza nuestros campos, y á ese objetivo que los
anarqu istas llam amo s el patrimonio universal se dirige el proletariado militante,
recusando la legislación usurpa dora , despracian do todos los prestigios a utoritario s que
la sostienen, combatiendo la fuerza en que se apoya, convencido de que esa propiedad
fraccionad a de que ha sta hoy y has ta el gran día de la justificación revolu cionaria dis
frutarán nuestros tiranos y explotadores, es como el botín de guerra que los usurpado
res retiran de ese gran campo del m und o donde tiene lugar la m alhada da lucha por
la existencia.
Volviendo ahora, para terminar, al juicio que nuestros sucesores formarán dentro
de cien años , sólo es cuestión de preg unta rse: ¿Du rará hasta aquella fecha el actual
régimen propietario? Respondan afirmativamente conservadores, escépticos y rutina
rios de aquellos que suele a decir con est úpid a m alicia: «eso está m uy lejos ; niegúen
lo loe revolucionarios más ó menos impacientes. Por ral parte no aventuraré una pro
fecía; sólo sé que no es eterno, y, fundándome en consideraciones que hoy no expon-
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go, ni siquiera duradero. Más aún: lo que no se haga en el siglo xx se hará en los su-
ceeivos; porq ue sólo á co niició n de q u i nuestro planeta deje de existir, dejará de
realizarse la necesaria y suspirada revolución social con todas sus legítimas conse
cuencias.
—-—m^mmffg» mim
ANSELMO LORENZO,
L N RQ UÍ
S T J P ^ I I S r Y s u s l u I K I D I O S
XXII
JLa e d uc a c ió n 1).
La
educación
autoritaria.— El Estado
profesor Cómo
se deforma un
cerebro Resultados
de la
enseñanza
oficial.— Eesistemia del espíritu de crítica.— Rebajamiento del carácter
moral.— La libertad burguesa —^Regreso hacia una educación más
racional
para uso de
la burguesía.— Tentativa anarquista.— Decir y hacer...— La Paline y los economistas.
—
La ley del menor esfuerzo Interdependencia d e los hechos sociales Lo que debe ser la
ensefianza
racional.— La
coeducación
de los sexos.-^La
educación
actual no
es lógica.—
Hipocresía.— Lo que
hace
la
enseñanza burguesa Dejicultad
de
desembarazarse
de las
primeras
nociones
recibidas.— Obra
revolucionaria.
En diferentes ocasiones muc hos de nosotros hem os oído lam enta rse á alguno s
padres que, deseosos de dar á sus hijos una educación sana y lógica, les era material
mente imposible eii-la sociedad actual.
Lo que ha sido y es la educación todo el m un do lo sabe; has ta los burgueses m ás
conserv adores em piezan á halla rla deficiente y nociva. ,
La educación acapa rada por el Esta do no pu ed e darse sino con restricciones y
hasta la prohibe á las familias sin ciertas condiciones que la ley y la costumbre impo
nen. Fundados en la verdad original de qu e el hom bre es un ser perezoso, se ha creado
un a casta encargad a de la en señanza que obliga á pensar y obrar según sus conve
niencias, y que ha tenido buen cuida do de pervertir los sentidos, fom entar el error y
corromper la satisfacción de lafe necesidades, instituyendo la voluntad y el método por
las necesidades m ism as. Así es qu e en vez de desarrollar el deseo de apre nde r que
todo individuo posee; en vez de inspirarse en los resultados adqu iridos para facilitar
el progreso en toda conciencia qu e despierta y hacer la tarea agradab le, han conver
tido la educación en un instrumento de tortura y la escuela en un antro odioso.
Preten dieron , por fuerza, m eter en lá cabeza del ho m bre idea s qu e no estaban
seguros de comprender los mismos profesores, y con tan torpes procedimientos han
conseguido hac er repu gn ante la educación hasta para los má s deseosos de apre nde r.
El sistem a, cuy o resultado era m od elar las concienc ias segú n el deseo de los edu
cadores, matar la iniciativa del educando y llenarle la cabeza de ideas hechas, para lo
que sólo se ne cesita m em oria y iw da de espíritu de crítica, ha hech o m uy bien el
negocio de cuantos h an tomado como m isión dirigir á la hum anid ad, y por esa razón,
pa ra ellos pode rosa, no han in ten tad o m odificar el si-ítema, sino perfeccionarlo en ese
sentido; porque lo mismo que i» organización capitalista, ha sido creada por la fuerza
1) Fa ltaa dos artículos para dncln ir es-ta herniosa obra . Después publicaremos la última
de KrOi,otkiii, Campos fábricas y talleres traducida por Fermín Salvochea.
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de las cosas y no según un plan preconceb ido. La educación se ha formado según
nuestra ignorancia y sistematizada luego por loa que con ello obtenían provecho.
Incu lcar el espirito de obediencia y de sumisión á los am os, a n u b r la volu ntad
del ser an te la autoridad superior, siemp re abstract», y represen tada por hom bres de
carne y hueso: curas, giaduados de todas las
especies
civiles ó militares; guardia civil,
juez, policía, diputado, rey ó portero con galones, fue siempre tarea de Ion encargados
de educar la juventud. Actualmente tocamos los resultados.
Ta n á marav illa han conseguido sus propósitos, que los que se aprovec han de los
efectos se q uejan porque el ma l que desea ban sólo para los explotados, k s ha alcan
zado á ellos mismos
I
La fatal obra está an te nu estra vista Ho m bres con pretensione s de inteligentes se
declaran paladine s de lo falso, de la in iquida d y la me ntira para alargar la vida á
instituciones decrépitas que mueren víctimas del autoinfección de sus propios prin
cipios, sin darse cuenta de que contribuyen á acelerar los pocos días de su existencií'.
Y esta deplo rable com presión la sufre nuestra, especie desde hace ya m uch os
siglos. Las generaciones se suceden, y unas tras otras h«n tenido que dejarse petrificar
el cerebro, recitando como artículos de fe las divagaciones de sus dueños y í-eñores.
¿Cómo ha podido el espíritu de critica resistir á ta n formidable compresión? Es
que si resulta fácil obtener una sumisión aparente, es imposible matar en los indivi
duo s pu pen sam iento íntimo , porqu e ni á ellos mism os les es posible cam biarlo. Se
les pue de obligar á que obren diferente de lo qu e piensan v hasta á h acer cosas
opu estas á su razón. No le faltarán arg um ento s á quien aî í pr. ceda para pro bar qu e
tenía motivos para obrar así; pero la necesidad misma de justificación prueba que no
está contento de sí mismo, y he ahí el por qué de tiempo en tiempo se levantan gritos
de protesta contra el error y la mentira.
Pero si el carácter intelectual del ser humano, refugiándose en su fuero int^-rno, ha
podido resistir la compresión y hasta salvarse de ella, no ha sucedido lo mismo con el
cará cter m ora l. En vez de la franqueza é independenci»» de carácter qu e deb e ser la
misión en todo hombre, no se halla más que hipocresía y respeto á las conver iencias
que interiormente odiamos, pero que no nos atrevemos á combatir, por temor á mo
rirnos de hambre, por no disgustar á éste ó aquél de los que nos rodean y constituyen
nuestras relaciones ó por temor de parecer extravagante^ ignorando que la razi cons
tituy e el fondo m ismo del desarrollo indiv idua l. Así, en vez de procurar elevarse y
hücer esfuerzos para levantarnos de la bajeza en que yacemos, sólo tenemos una fina
lidad: no ser nota disco rdan te en ei concierto de m entiras y convencionalismos en
que vivimos.
Por todas partes se hallan ge ntes que para no lucha r por la vida procuran subirse
al carro del Estado, y por doquier el hombre sufre opresión y tiranía, convencido por
educación de que la esclavitud es justa, caso que no se daría si no hub iese seres en
cargados espec ialmen te de co nvertir la esclavitud en necesidad social. La miseria
sufrida por los que pro duc en no pued e resistirse sin enfermar ó morir, y la auto ridail,
bu en a protectora de los privilegiados, enseña ó imp one á los explotado s la venta del
fruto de su trabajo, afirmando que sin una organización tutelar que conmueva la nía
y(>r parte de las energías humanas, los hombres se disputarían el pan como los perros
los huesos.
I
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Y así va el mundo; tropezando y cayendo en las mentiras y la tiranía, convertidas
en eHCollos que impiden el desenvolvimiento humano.
No pudiendo la maldad social interrumpir el progreso de la ciencia, le ha puesto
trabas centralizando su expansión, reservándole cuidadosamente para su casta y te
niendo muy buen cuidado de que sus útiles filtraciones no lleguen hasta los deshere
dados, lo cual no h a sido posible; pero desna turalizánd ola con perjuicios absurdo s ha n
consegu ido falsear su concepción de m odo qu e llegue á éstos com pleta m ente sofisti
cada. Esos prejuic ios, ésas ideas m ode ladas como objetos fabricados y esas nociones
falf-as de toda s las cosas, están e nca rna das en nosotros de tal m odo , que bien pudié
ramo s decir que las llevamos desde que nacemos como conjunción ane xa á nues tra
existencia, constituypndo nuevos obstáculos para em íinciparnos intelectual m ente.
Las funciones del pod er son más funestas cuan do obran en iorm a per u asiva que
cu an do hacen uso de la fuerza; los exctso s en este segun do caso en ge nd -an con fre
cuencia la protesta; pero con tra los que a bu san de nu est ra igno ranc ia, f^dseando en
nuestro espíritu las nociones de justicia, ¿qué remedio nos queda?
Se nos asegura por doqu ier que vivimos eú un régime n de libertad. No podem os
negar, en efecto, que en ciertos casos se nos permite dtcir bien alto lo que pensamos
y lanzar algun a verdad al rostro del sistema que no s m ata. Cierto que de vez en
cuan do algunos m eses de prisión llam an al orden á los que v an m as allá de lo conve
niente, lo cual es una advertencia para que no olvidemos que la autoridad no abdica
sus nefandas prerrogativas; pero la prisión política no es para asustar á nadie y puede
á veces ser tan útil qu e no falte quien la desee; actua lm ente se pue de proclam ar la
verdad, porque el presidio y la muerte violenta sólo les está reservado á los que, har
tos de abstracciones, quieren realidad es (1).
Además, si sólo fuera cuestión de dar la vida para que la verdad se abriera paso,
no constituiría eso un gran obstáculo: el camino del progreso está cubierto de cadáve
res;
cuantos no pud ieron resistir el imp ulso de la verdad contra las m entiras de su
época, perecieron en él.
Pe ro si desde el pu nto de vista judicia l no es mu y expu esto ser camp eón de la
verdad; ei se pu ede co mb atir el poder político, no sucede lo mism o con la organiza
ción económ ica, cuya fuerza y poderío es incalculab le. [Las trab as y las cade nas que
ha puesto al pensamiento humano son innumerables
¡Cuántos individuo s sabrían mo rir dign am ente y son incapaces de resistir á una
miseria prolongadal ¡Cuántos también la soportarían ellos mismos, pero que los debe
res de familia mata su espíritu de independencia, por el cual armonizarían sus actos,
sus escritos y sus palabras
¡Libres ... Somos libres-; sólo que como no podemos vivir sino alquilando nuestras
fuerzas para produc ir, y los qu e las explotan no quieren qu e se altere en na da el es
tado de cosas que tanto bien les produce, se vengan m atan do de ha m bre á cuantos
(1) En este párrafo, fiel trasunto del riginal francóp, hay bastan te del adagio popular:
«Cada cual cuenta la feria pegún le ha ido en ella>, pues ei
nu»
str,, amigo Grave no ha snfrido
en sus frecuentes y prolongadas detenciones, no pueden decir lo mismo muchos cientos de
compafieros, que nia haber hecho tanto coaiu él para cotvertir en realidad la verdad, hin
sufrido en Francia martirios y privaciones de toda especie. Lo sé de buena tinta. - N.
el
T.)
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pret end en turb ar tan magnifica sociedad, privándoles del trabajo con cuyo salario
atienden á sus necesidades y á las de los puyop.
*
La enseñanza oficial, ayudad a con el temor al m añan a, ha m atado la individu ali
dad en el hom bre, ha deprim ido su carácter y rebajado sus energías, hasta el pu nto
de que los mismos burgueses gritan alarma dos contra la general decadencia, y quieren
obrar en contra, creando para los suyos, al lado de su antig ua obra, un a nueva ense
ñanza qu e despierte las energías enervadas y las mue rtas iniciativas . Con este objeto
M. Demolins ha publicado un libro sensacional, L Education Nouvdle, anunciando la
apertura de una escuela de este género.
. «Suscitar las cuestiones al alu m no y descub rir sus apti tud es par a dirigirlas, hace r
de modo que éste no aparezca inferior antr los profesores, con objeto de crear su per
sona lidad frente á otra, al mism o tiem po .}ue se abr e RU inteligencia y se forma su
intelectualidad ; ejercitar sus mú sculos en trabajos m anuale s para que apren da á ser
virse de sus miembros; despertar su eriiulücióu atraído por lo que aprende y no por
recom pensas ó castigos siempre arbitrarios», he ahí lo que propone M. D emolins, y
he ahí tam bién lo que nosotros queremos y que ni nosotros ni él hemos inv enta do.
MUe. Du pon t practica este género de enseñanza desde hace diez y siete años en su
escuela profesional, Avenue des Ternes, 96, y este mismo método está ya en vigor hace
m uch os años tn Inglaterra , según nos dice el mism o M. Dem olins y afirma M. Le-
crerc en un informe por él publicado con el título de L Education de dasses moyeimes et
dirigeantis en Anglaterre.
Pero M. Dem olins cree en la legitimidad de la propiedad ind ividu a y está coti-
vencido de la legalidad del capital. Las energías é iniciativas que inte nta despertar
son las de esos capitalistas á la m odern a qu e no retroceden ant« ning una innovación
cuand o se trata de alcanzar un m áx im um de producción, sin que les mu eva á em
prender estas emp resas ning una consideración sen tim enta l, acostumbrados como es
tán, por el juego de sus intereses, á no ver .n el personal que emplean más que herra
mientas, que cuando se deterioran se arrojan lejos de si al montón de las cosas inútiles.
Ad em ás, M. Dem olins cree en Dios, y todos los espíritu s libres saben que el amo r
de Dios nun ca ha impe dido que se esquilme á cuantos seres, por su om ním oda vo
luntad, se ponen bajo la tutela de otros.
Ta l vez sin que rer, M. De mo lins nos pre{)ara un a herm osa generación de dignos
señores que se encargarán de apretar los tornillos sobre la mísera existencia del prole
tariado, si los acontecimientos, superiores á la voluntad humana, no cambian el curso
de las cosas.
El deseo, la necesidad de salir de la enseñanza embuitecedora del Estado, ha sido
causa de que algunos de nuestros com pañ ros hay an inten tado crear un emb rión de
escuela, en donde nuestros hijos hallen una educación sana y racional; pero las causas
económicas de que hablaba más arriba ha:i producido su efecto; es decir, que al cabo
de dos años de prop agan da teníamo s en caja 800 pesetas, cuan do lo que necesitába
mos eran 30.000 como mínimum.
Al principio no nos había m os parado á pensa r cuan grandes eran las dificultades
que teníam os que vencer, porq ue sabíamos que nuestra obra era de las que exigen
tenacidad y perseverancia.
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Para interesar á los indiferentes nos era preciso poner algo en planta que indicara
un principio práctico de realización. Empezamos por las clases nocturnas, que cues-
tan más b aratas que las diurnas; ya que no podíamos hab lar á los niños, nos dir igía-
mo s á los ho m bres . Si como p rincipio llegábamos á realizar ru est ros propósitos,
creíamos obtener el concurso necesario para realizar la idea en toda su ma gn itud ; y
esto nos indujo á establecer clases noc turnas, que con tinú an siendo m odestas, pues
hasta ahora nuestro program a no h a podido alcanzar más que á la ape rtura de seis
cursos. El éxito alcanzado es bien poco, porque al lado de los infinitos conocimientos
de la ciencia, seis pobres cursos no son gran cosa. Mas como la cuestión es empezar y
ponerse en marc ha, no desm ayam os ni nos detenem os por el escaso ade lanto obteni-
do. El ejemplo está dado; luego vendrán tal vez las adhesiones. Por Jo pronto conta-
mos ya con algunas p romesas, y cada año podremos seguramen te añadir algo nuevo á
lo que ahora poseemos.
Ho m bres capaces de com prende r nuestras ideas en toda su ma gnitud los ha j ' en
cualqu ier parte del m un do , au nq ue escasos en núm ero; pero las condiciones econó
micas, como hemos dicho y repetimos, son tales que la mayor parte no pueden pensar
como fuera su deseo, porque el simple hecho de manifestarse partidarios de nuestras
teorías les colocaría en la imposibilidad de ganarse la vida.
Un hombre solo puede, hasta cierto punto, pagarse el lujo de ser independiente;
pero si otros seres necesitan n uestro a m paro y nuestro trabajo para vivir, que da redu-
cido á un círculo peq ueño . H ay , sin em bargo, quien no pue de poner estas excu sas.
En la ciencia, en las artes, en la literatura, son muchos los que se dejan arrastrar por
las corrientes de justicia y com baten lo existen te, form ulan nue stras co nclusiones,
ex prim en nue stras aspiraciones y su crítica es m ás acerba qu e la nuestra c ontra la so-
ciedad que nos aniquila; pero cuando se les dice que deben unirse con los que anhelan
realizar sus aspiraciones y combaten las causas tan bien descritas por ellos, para apli-
car al régime n económico las verdad es científicas contenidas en sus obras, la m ayor
par te se niegan asustado s. Quieren, sí, formu lar verda des; pero con la condición d e
que nadie intente convertirlas en realidades prácticas. Justicia, progreso, solidaridad,
libre iniciativa, son sólo grandes palabra s con Jas que llam an la atención de su ño ña
genialidad, y si la cosa se presta aumentan su capital, nb dejándolas otro valor que el
que tienen como ma teria de discurso. Estos seres no pertenecen á aque lla pléyade de
individuos que trabajaban para convertir en realidad las verdades sociales, igual en el
orden político que en el económico.
* \
* *
Durante mucho t iempo, y aún hoy, se ha estado en la creencia de que el hombre
era un animal fantástico, caprichoso y holgazán, incapaz de realizar nad a racional ni
espontáneo si nc es empujado por el castigo ó halagado por la recompensa y que, por
lo.
tan to, desde la infancia era preciso someterlo á un a disciplina, acostum brarlo á un
régimen coercitivo.
Los econo mistas, sapientísimos todos, han hecho un aforismo para justificar el
estado social presente: «El hombre, dicen, busca siempre el placer y huye del dolor.»
El famoso La Paline no hub iera dicho m ayor vulgarida d. «Y como co nsum ir, aña-
den, es un goce y producir u na pen a, el individuo aban don ado á s í mism o querría
consumir siempre sin producir nunca.» Es preciso, pues, darlo todo á unos y no dejar
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LA BKVierr BLANCA 361
na da para los otros; de este mod o ha brá siempre un cierto n úm ero de desgraciados
que no tendrán otro remedio que trabajar como bestias.
El axioma economista es cierto á medias solamente.
Que el individuo se incline al esfuerzo menor es cosa natural. Obligar á los otros
á trabajar en provecho propio, cuando todas sus facultades se inclinan á la conquista
de su prop ia existencia, pue de parecer al bru to ign orante un a solución apetecible y
su deseo es que con tinúe practicándo se: tan excelente orden pued e ma ntene rse sin
esfuerzo mientras haya bastantes bestias que se sometan sin protesta.
Pero tod as las cesas tienen sus inc onv enien tes, como cada acción lleva en sí su
reacción. El trabajo, que debiera ser un placer, una gimnasia para los músculos, un
alimento para la actividad, por el hecho de que unos pocos están obligados á trabajar
pa ra todos, se ha convertido en una v erdadera pena, un su frimiento tanto mayo r
cuanto más cruel y dura es la imposición.
•
«
H em os entra do en la fase en qu e la ley del me nor esfuerzo obligará á nu estro s
directores á trabajar para atender á sus propias necesidades personales.
En la sociedad todo se encadena. Los que organizaron la enseñanza partieron del
m ism o principio qu e los que ay uda ron á la evolución económica y fueron igualm ente
inteligentes.
El estudio, que hubiese sido una satisfacción por la necesidad de aprender que
nte todo individuo con sana s facultades, se ha hec ho tan árido y enrevesado, que
es para nuestro cerebro una pena tan dura como la de producir trabajando con nues
tros músculos. No se ha hecho nada paía que los inteligentes aprendan aquello á que
más predisposición demostraban, lo que era más susceptible de asimilar. De entre lo
más conocido se elige lo que más directamente satisface la necesidad de los educado
res, se hace un a especie de o la podrida , se ing enia n para h acerlo de entrar d e grado
ó por fuerza en los cerebros más rebeldes, sin preocuparles un comino si revientan.
Y como los hom bres se ha n resistido siempre á asimilar educación tan indigesta,
no queriendo adm it ir el método d e ingu rgitació n, se ha deducido de aqu í doctoral-
me nte, que el ser hu m an o no es un ser ignorante que no apr end e más que po r la
imposición ó el tem or á la férula, cosa esta últim a que ha sido cons iderad a en todo
tiempo como razón suprema.
Desde hace miles de años que la educación viene siendo así: no debemos extra
ñarno s de ^ue el hom bre sea vanidoso y necio. Lo que debiera llamarnos m uch o la
atención es el que no esté completamente pervertido.
Es mucho más fácil establecer un programa y decretar que todo el mundo debe
conformarse con él, que no estudiar las aspiraciones de cada hombre para hallar un
método adecuado á todas las aptitudes...
Siempre habrá espíritus débiles que se conformarán con las órdenes recibidas. Si
la imposición de los malos métodos subyuga los temperamentos independientes, tanto
mejor para el orJen actual, que no tolera que se le discuta.
Lo que haya de bueno en los resultados obtenidos será atribuido al modo de pro
ceder, puesto que los malos resultados sólo son atribuíbles al carácter vicioso de la
best ia humana.
Así se establecen las opiniones.
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3 6 LA BBVI8TA BLANCA
Una enseñanza verdaderamente racional, capaz de desarrollar las inteligencias, y,
lo que es más difícil todavía, capaz de transformar los caracteres, debe carecer de re-
comp ensas y castigos. Cuan do la edad del que aprende no le perm ite comp rende r m ás
que la necesidad de adquirir ciertos conocimientos sobre el desarrollo de su propio
ser, los atractivos del trabajo perseguido deben ser el único móvil.
La enseñanza racional ha de tener eu cuenta las preferencias y repugnancias del
individuo. Su finalidad no debe ser crear aptitudes, sino procurar ayudar su desenvol-
vim iento, y lo que el individuo debe perseguir es no atiborrar su cerebro con un a
ciencia fabricada de antemano, indigesta é inasimilable por consecuencia.
Fu era de las fórmulas invariables , la exposición del que enseña debe tend er á
excitar la reflexión del que escucha.
Ensanchar el ctrebro respetando la individualidad del educando; despertar su
actividad é iniciativa; ponerle en presencia de opiniones contradictorias para q ue nazca
el espíritu de análisis y deducción; llevarle inteligentemente á no admitir las explica-
ciones que se le hay an dad o, sin q ue antes las haya rep utad o verda deras su propio
criterio, es io que debe h acer la educación que deseamos im plan tar. Si se consigue
hacer la enseñanza atractiva sobran castigos y recompensas, procedimientos anticua-
dos, necesarios so lamente para convertir los hom bres eu b rutos. Para desp ertar la
actividad del niño, el placer que h allará en lo que a pren da será suficiente. To lstoi, en
su escuela lasnaia Poliana nos lo dem ues tra palp ablem ente: las lecciones parecerf n
siempre cortas.
Con el trabajo de los adultos sucederá lo mismo. Tan duros y largos son los minu-
tos que em pleam os en un trabajo que nos sea imp uesto, como son cortos y a gra dab les
los quf estamos ocupados en un trabajo elegido por nosotros con entera libertad.
Enseñar al individuo á que todas sus virtudes se desarrollen, á obrar según su na-
turaleza, sus tende ncias, sus afinidades, sus concepciones; convencerle de q ue ^nada
debe esperar fuera de su propia iniciativa, qu e no debe tolerar o tras traba s que las
imp uesta s por ias circunstan cias y respetar las iniciativas de los dem ás pa ra pode r
reclam ar el respeto á los suyos^ es el prim er trabajo de educación y del que m ás
urgente necesidad tenemos.
* *
Otro punto de la enseñanza racional es el de la unión
de
los sexos. Tampoco en
este pu nto somos nosotros los prime ros, puesto que el am igo Robín lo ha ensayado
con tan excelentes resultados que, á pesar de haber sido combatido, vive hoy con mu-
chísimos prosélitos.
Sobre el particu lar no tenem os Is t pretensión de hab er descubierto la Am érica.
Sabem os que cuan to fwdamos decir ha sido ya dicho an tes que nosotros; recogemos
sólo las ideas expuestas y únicamente hacemos deducciones de ellas.
En señ ar á las niñas y niños la costumbre de tratarse como cam aradas, hará much o
m ás por la em ancipación de la mu jer que todos los trabajos fem inistas; sobre todo
m uc ho Hjás que los preten dido s derechos de qu e se quiere hac er gracia á la mu jer,
que ¿ólo sirven para cazar incautos.
Los hom bres que de tal tene mn s la pretensión, sabem os bas tante lo que esto sig-
nifica.
Du ran te la tierna edad, niños y niñ as se confunden en el m ismo juego; pero cu an-
do empieza á despertar la edad de la razón se les separa para educarlos aparte como
si fueran seres cam biados de especie, l lamados á hacer vida diferente. Es to no se dice,
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LA REVIST B L A N O A 6
pero resulta de las costumbres de la literatura y de las conversaciones: la mujer es un
objeto codic'able que el joven tendrá que cazar, operación tanto más meritoria para
el hombre, cuantas más piezas haya cazado.
Para la mujer el hombre es un ser brutal, egoiota, que tendrá necesidad de domar,
encadenándolo con todas las gracias y la duplicidad que sea capaz.
*
El amor, si juzgáramos por nuestra literatura, serla suficiente para llenar el cua
dro de la actividad hu m an a. Todo enseña al niño, al joven, hom bre ó mujer, qu e vi
vimo s pa ra am ar; pero teniéndoles alejados á unos de otros, luego de haberles exaltado
con las dulzuras del amor, se hace cuanto es posible para que éste sea un mist-rio; si
no se les dica que es cosa repugnante, eso se desprende de la educación que sobre el
amor se da.
Los sexos son un misterio el uno para el otro. L a im aginació n excita da les hace
m irarse como cosa tem ida , pero ard ien tem ent e deseada . Todo ser se halla inclinado"
hacia este desconocido; las facultades se aniquilan ante el deseo.
Cu ando llega la hora de la eman cipación , es un deseo irresistible lo que se sienta
, y el amor, que debiera ser la unión armónica de dos seres, no es, con frecuencia, más
que el encuentro de dos necesidades físicas excitadas, de las cuales nada quedará el
día que hayan sido satisfechas.
Puesto que el am or es un a función norm al, y la m ujer y el hom bre están llama
dos á vivir juntos toda la vida, ¿por qué envolver con el manto del misterio una fun
ción orgánica, cua ndo todos los días se efectúa an te nue stros ojos, á pesar de la gaz
moñería de nuestros educadores?
¿Por qué no acos tum brar á los sexos desde la tiern a edad á conocerse y quererse-
pues to que esto les será indis pen sable para orientarse luego? ¿No es acaso acostum
brándonos á ver las cosas tal cual son como podemos llegar á una concepción precisa
de la existencia y preservarnos asi contra los entusiasmos sin reflexión, que acarrean
crueles decepciones?
Aprendamos á hacer respetar nuestra personalidad y á respetar la de todo ser hu
mano; esto sólo es un gran paso hacia nuestra emancipación moral.
La burguesía se alaba de haber propalado la instrucción. Es cierto; hoy hay me
nos gentes que no saben leer que hace cincuenta años. Pero ¿quiere esco decir que sea
mos más inteligentes? ¡Oh, no, por desgracia La insuuc ción que el Estado ad mirús-
tra puede rtiborrar los cerebros, pero no los ejercita ni desarrolla.
Los padres que tienen medios para educar á sus hijos se envanecen de la educa
ción que les dan , sin notar, na tur alm en te, el fenómeno que en ello3 se prod uce.
Dan á la Univ ersidad inteligencias despiertas, ardientes, deseosas de ver y apren
der, y ésta se encarga de ahogar cuanto de bueno haya en ellas.
La operación es á veces larga, pero el resultado no es por eso menos completo, y,
más pronto ó más tarde, se les devolverá al seno de la familia un ser sin virilidad que,
por m iedo á la lucha, no persegu irá m ás que un solo objetivo: colocarse en cualquier
función pública, dond e no tenga necesidad de reñexiona r ni preocuparse del ma ñan a.
Las injusticias más irritantes se cometerán ante ellos, sin que ni siquiera se aper
ciba n; los lam ent os de las victim as se elevarán estriden tes en sus propio s oídoá sin
que éstos los oigan. La educación universitaria hab rá hecho su obra interponien do
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364 LA BEVIBTA BLANCA
entre el individuo y la realidad el velo debipocrísla y los eonvencionalismoe, obscu
reciendo para siemp re, total ó parcieJmente, la luz de la verdad.
Y es que las piimerts nociones adquiridas son las que más se graban en el cerebro
y las más difíciles de arrancar por contecuencia. Aceptadas sin discusión como
verdad es adquiridas^ con tinuam os por costum bre profesándolas como tales, y para
recoECcer la faltedad es pn ci so que má s (arde eostengamos luchas violentas con tra
nosotros mismos.
¿Quién de nosotros puede afirmar que aprecia las cosas én su exacto valor? Nues
tra educación fak eada nos impid e el verlas tal cual son. La luz, con toda su inten sidad ,
nos molesta; nectsitamos anteojos, sombrillas, cortinas y cristales que nos la tamicen
y que penetre gradualmente en nuestros cerebros, no acostumbrados á los fulgores del
sol del medio día.
¡Cuántas ideas, cuá ntas concepciones n o ten em os en nue stro cerebro, qu e creemos
buenas y que defenderíamos obstinadam ente Pero cuando en contradicción con los
hechos las analizam os y las discutimos, notam os inm edia tam ente que, si las poseem os,
ni son nuestras, ni sabemos de dónde nos provienen, ni cómo se han formado en nues
tro espíritu
¡Cuántos seres pasan sü existencia ex am ina nd o religiosamente las ideas así reci-
Iiidae, sin.haber sabido jamás analizarlas
Por eso el progreso se ha hecho tan lentamente, porque ha tenido que abriroe paso
á través de la obscuridad, y por la misma razón, en el siglo del vapor y la electricidad,
m uch as gentes tienen aún las creencias propias de la Edad Media.
*
En las escuelas, tal como nosotros las entendemos, no se trata de hacer lo contra
rio que el Estad o, com batir el dogm a de la autorida d par a instituir el dog ma anar
quista y con tinuar así da nd o las ideas hec has á los niño s. Se en seña á ver la vida
según ella es; á abrir los ojos sin temor, á m irar las cosas de frente y á los ho m bres
sin reparo. Aprenderán á buscar, examinar, pensar, discutir y analizar y á no aceptar
ninguna solución que su razón no les indique como lógica. Actualmente, que se orga
nizan asociaciones para ense ñar á los individu os el respeto á las leyes y el desprecio
á los encargados de ejecutarlas, y otras para enseñar el desprecio á laa leyes y el res
peto á quienes las interp retan , creyendo inocentem ente que podrán hacer respetar el
indiv iduo por las leyes y los que las hace n, nosotros enseñ am os el respeto m ut uo sin
leyes y contra las leyes. Ob rando agí creemos hacer exce lente prop aga nda revolucio
naria.
Cuando el número de seres conscientes de su personalidad se haya multiplicado,
las clases directoras y capitalistas tt-ndrán ya poco que hacer en sus peculiares fun
ciones, porque los obreros, no esperando su emancipación de causas que les sean ex
teriores, piensan vivir según sus concepciones, destruye ndo cua nto lea p ued a ser
obstáculo.
J U A N G K A V E .
(Traducción de Antonio López.)
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LA BBVI TA BLANCA
65
. .s2t^
^ ^ Z CIENCIA ARTE
' ^
WWWÑÍTWW^ SV
U^o
LA HERENCIA PSICOLÓGICA
GoníimMdón del primer capítulo.
Todos saben cómo un a teoría esbozada en el siglo últim o, renovada por L am ar k,
modificada por Darwin y Wallace, se ha ex tendido rápidam ente en nuestros días por
todos los países civilizados. Admite que las especies son variables y están formadas
por la acumulación de pequeñas diferencias que la herencia ha fijado. Los géneros y
las especies actualmente existentes, por numerosos que sean, han debido derivarse de
tres ó cuatro tipos primitivos, quizá de uno solo. Para esto ha bastado con algunas va-
riaciones espontáneas. Si éstas han sido apropiadas
á
condiciones nuevas
de
existen-
cia, si ha n sum inistrad o al indiv iduo un arm a má s p afa la batalla de la vida,
si la
heren cia las ha tran sm itido, se ha formado un a especie que, bajo la acción con tinua
de las mismas causas, se ha alejado más
y
más del tipo prim ord ial. Las variaciones,
la concurrencia vital
y
la selección,
el
tiem po , la here ncia: tales son los factores con
cuya ayuda se explican la evolución de los seres, la formación
y la
desaparición
de
las especies.
Esta hipótesis ha arrojado nueva luz sobre los instintos. Siendo en el animal corre
lativas la con stitución física y la cons titución m en tal, si en el origen no ha n e xistido
más que organismos rudimentarios, no ha debido hab er más que inst intos muy toscos.
Desde luego, el instinto, presentando como el organismo variaciones espontáneas, es-
tando sometido como él
á
las leyes de la concurren cia vital
y
de la herencia, se debe
deducir que si estas causas explican la formación de
las ^
especies, explican tam bié n
la
de los instintos. Si una modificación física que adaptando el animal
á
un medio nue-
vo, produce una desviación que puede llegar
á
ser fija, por que constituye u n progreso
sobre los estados anteriores, del mismo modo sucederá esto
en
las modificaciones
mentales. Toda variación del instinto que pone al animal en estado de defenderse de
nuevos enemigos, de apoderarse de alguna nueva presa, le hace apto para sobrevivir
en las condiciones más complicadas.
Desde el momento en que las especies han sido consideradas como fijas,
la
cues-
t ión del origen de los inst intos no podía presentarse de la mism a m anera . La e^ ec ie
parecía haber sido colocada en el mundo, después de hecho, con sus caracteres físicos
y morales. Para la escuela transform ista, por el contrario, los instintos actua les son
muy complejos,
y
están formad os por la acum ulación lenta d el tiem po y de la heren-
cia. Se trató de someterlos
á
un proc edim iento minuc ioso de análisis, de descompo-
nerlos capa por capa, de determinar por la comparación, la inducción y la analogía,
los que parecían de formación m ás reciente, de descender desde aqu í, pas o á paso,
hacia las capas más y más an t iguas, y procediendo siemp re así, desde lo comp uesto á
lo simple, llegar á algunas manifestaciones me ntales mu y hu mildes, que p udie ran
considerarse como la fuente de donde todo ha salido.
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6 6 LA REVISTA BLANCA
Así, ni princip io, un míninouin de actividad psíqu ica, qu e jueg a en la vida men
tal el papel del nrotoplasma y de la célula en la vida fisiológica; después de acciones
y reacciones que , por un a repetición constan te, se conv ierten en háb itos, y q ue son
fijados por a herenc ia; despué? variaciones, que se cam bia n t'imb ién en háb itos, y se
fijan igualmente por la h-renoia-, en una palabra, una sum de hábitos hereditarios tal es,
según la escuela tra^ sformista, la génesis de los instintos.
Darwin ha desarrollado esta tesis con u na ciencia y una habilidad con sum ada s.
Se ha conpagrado con valentía á los instintos má s com plicados, más maravillosos,
más inexplicables: á los de la hormiga y de la abeja, esforzándose en demostrar cómo
estos fenómen os tan singulare s ha n podido orig inarse por la selección y la here ncia
de algunos instintos muy sencillos.
Si tomam os la abeja doméstica tal y conforme existe ahora, sin com pararla con
ningú n otro animal;.si suponemos que desde su origen ha construido sus celdas como
hoy, qued arem os confundidos de asombro y sin explicación posible. Pero si, recu
rriendo al principio de las transiciones graduales, tratamos de establecer una serie de
grados transitorios, «la naturaleza misma nos revelará quizás su método de creación».
Comparemos, pues, la abeja, la melipona y el abejorro.
Los abejorros no presen tan más que instintos ba stante toscos. P onen su miel en
capullos viejos, á los qu e aña de algu nas veces cortos tubo s de cera. O tros con struye n
celdas aisladas de una forma globulosa irregular.
Entre las celdas perfectas de la abeja doméstica y la burda sencillez de las celdas
del abejorro, se encuentran, como grado intermedio de perfección, las celdas déla me
lipona doméstica de Méjico. La melipona es á su vez intermediaria, por su estructura,
entre la abeja y el abejorro; ptro más próxima á éste. Construye un panal casi regu
lar, compuesto de celdas cilindricas, en las cuales salen del huevo las larvas, y de al
gunas celdas grandes destinadas á recibir las provisiones de miel. Estas últimas son
casi esféricas, y están situadas á una distancia bastante grande unas de otras. Ahora
bien, el cálcalo mue stra qu e si la m elipo na cons truyese sus esferas á distan cias igua
les, y si las hiciese de igual tamaño, disponiéndolas simétricamente en dos filas, resul
taría una estruc tura ta n perfecta como la del pa nal de la abeja dom éstica. «Podemos
deducir de aquí con toda seguridad, dice Darwin, que si los instintos actuales de la
melipona, que no tienen nada de extraordinario, fuesen susceptibles de algunas lige
ras modificaciones, este insecto podría llegar poco á poco á construir celdas de una
perfección tan maravilosa como las de nuestra abeja.
Como la selección natural no obra más que acumulando las ligeras variaciones de
organización ó de instinto que pue den ser ventajosas pa ra el individu o, podem os
preguntarnos: ¿cómo son las variaciones sucesivas y graduales del instinto constructor,
más bien que de cualquier otro, las que han formado poco á poco el talento arquitec
tónico de la abeja doméstica? Darw in respond e: «La ab eja debe cons um ir un a gra n
cantidad de miel para segregar una pequeña cantidad de cera; vive de su miel
durante el invierno. Todo lo que produzca un ahorro de cera producirá un ahorro de
miel, y, por consecuencia, será ú til al porvenir de la colmen a». Establecido esto, si se
supone que algunos moscones invernau, tendrán necesidad de una gran cantidad de
m iel; por cons iguiente, cua lquier mo dificación de instin to que los cond ujera á cons
truir sus celdas lo basta nte próx ima s u na s de otras, pa ra que tuviesen un tabiqu e
med ianero, les ahorraría un poco de cera y sería, por tanto, ventajosa. Sería, pu es
cada v«z más conveniente para ellos el construir sus celdas cada vez más regulares y
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ca da vez m ás p ró x im as , com o l as de l a m el ipon a . Po r l a m i sm a razón , se r í a s i em pre
con ven ien t e para l a m el ip on a cons t ru i r sus ce ldas t odav ía m ás p ró x im as y regulare89
qu e hoy , y ap rox im ars e as í, poco á poco , a l p an a l per fec to de l a ab e j a dom és t i ca
«As i se pu ed e ex p l i ca r e l m ás m arav i l l o so d e t odos l o s i n s t i n to s conoc idos , con ay ud a
d e m o d i f ic a c i o n e s s u c e s i v a s, i n n u m e r a b l e s , p e r o l i g e r a s, d e i n s t i n t o s m á s i m p e r f e c t o s ,
cuya se l ecc ión na tu ra l hub iese ap rovechado (1 ) .»
D arw in ha i n t en t ad o exp l i ca r i gu a lm en te l os i n s t i n tos esc lav i s t as de c i e r t as
h o r m i g a s . S e s a b e , p o r l a s o b s e r v a c i o n e s d e P . H u b e r , q u e l a s h o r m i g a s a m a z o n a s
rob an las l a rvas de l as ho rm iga s neg ro cen i c i en t as y l as conv ie r t en en sus esc l avas .
I n c a p a c e s d e o t r o t r a b a j o q u e l a g u e r r a , s o n a l i m e n t a d a s , l l e v a d a s , c u i d a d a s y a u n
g o b e r n a d a s p o r l a s n e g r o - c e n i c i e n t a s . E n I n g l a t e r r a , l a s h o r m i g a s s a n g u í n e a s t i e n e n
t a m b i é n e s c l a v a s ; l a s e m p l e a n e n lo s t r a b a j o s d e l h o r m i g u e r o , p e r o t a m b i é n t r a b a j a n
ellMS. Se gú n Darw in , es t e i n s t i n t o se exp l i ca as í : en su o r igen , l as ho rm iga s ha b r án
r o b a d o h u e v o s e x t r a n j e r o s p a r a a l i m e n t a r s e c o n el lo s ; a l g u n o s h a b r á n g e r m i n a d o , y
l a s h o r m i g a s e x t r a n j e r a s h a b r á n p r e s t a d o s e r v ic i o s e n l a c o m u n i d a d c o m o t r a b a j a
do ra s . De aq u í e l i n s t i n to de i r á ca p tu ra r hue vos pa ra t e ne r esc l avos . M ás t a rd e , l o s
a m o s , d e s p u é s d e h a b e r d e j a d o á s u s e s c l a v o s u n a p a r t e d e l t r a b a j o , c o m o l a s h o r m i
g a s i n g l e s a s , h a n l l e g a d o á d e s h a b i t u a r s e d e é l c o m p l e t a m e n t e , c o m o l a s h o r m i g a s
suizas .
De spué s de l a pub l i ca c ión de la g r an ob ra de D arw in , sus adv er sa r io s y sus c r ít i
cos se ha n d ed i c ado á r ecoger con a rd o r l o s casos má s d i fí c il es . Ta l es son lo s i n s t i n to s
de l as odyneras y de las cerceris, av i spas so l i t a r i as que co locan cerca de su huevo
insec tos v ivos , a t ac ado s de pará li i- is po r l a i nocu lac ión de un a go t i t a de ven eno en e l
ga ng l io t o rác i co , l o qu e pe rm i t e á l a l a rva r ec i én sa l i da de l hue vo a l im en ta r se con
u n a pres a v iva. Ta les son ta m bi én los ins t in t os de los x i locopa s (2) , los de los ta lé-
g a l o s , g a l l i n á c e a s a u s t r a l i a n a s q u e n o i n c u b a n , s i n o q u e v a r i a s s e m a n a s a n t e s d e l a
(1) Darwin.
Origine dea esp eces,
c ap . VIII, par. 8.o—gegún O. Schimidt, He rm an n M üller
ha bla d em ostrad o «que en los carac teres (ísicos de las difere ntes eepe cies de av ispa s, abejas
rap ace s y abeja»» que existe n actna lme nte, se ha llan toó os los gra dos de tra nsició n que per
miten representarf e y reeon strnir
H
nvolución de e stos serps en el cnreo de Inn siglos; qu e las
naismas especies ofrecen en BUS hábil » ó inst intos la mism a transición, sfgún las circuns
tan cia s y loH órgano s, de lo sim ple á lo com puesto y á lo artificial, y que, aun la má s al ta
com lieación de esta rraravillos a actividad , deb e con sidera rse como el re salta do de una evo
lución, sin que ha ya re cesid ad de hace r interve nir una eolnción per mltum. (Les Sciences
natt relles e t laphilos. de I Inconscien t., traducción francesa, pág. 47.)
(2) El xilocopa
et
un abejorro de gfan tam'if io que, en el mo m ento de la p uesta, ataca
encarnizadamette un pedazo de madera mneita, y con sus mandl^inlas hace en él nn agujero
que profundiza prim ro en dirección horizontal , y despuó?, descendiendo oblicuam ente, de
m ane ra que pract ique una larga ga led a cuya extrem idad inftr ior no está se; arada de la
superficie de la ma dera más que por nna delgada capa de tej ido leñoso. U na vez term inad a
etta cperación, el xilocopa recorre el campo recogiendo el polen de lüs flores, que va á depo
sitar en el fondo de su galería pa ra alime ntar á la futura larva . Sobre este mo ntón de polea
pon e uu huevo . Defpu és, con ayud a de su saliva y del serrín sacad o del agujero, forma uu a
pasta dest ina da á cerrar com pletam ente la cám ara ocupada por el hupvo y su alraacén de
víveres. Hecho esto, nuevo trabajo de aprovisionamiento de p len, po stara de un segundo
huevo , cierre de esta segunda cám ara; lo mismo con nn tercer huevo. Después una vez
cerrada la ga 'erí a, la m adre no se ocupa ya de los huev os du ra nte el poc
tiempo qixe le
queda de vida, pues muere casi en seguida. Los huevos se abren, las larvas son vermiformes.
Cuan do han term inado su desarrol lo, la mayor, q ue ocupa el piso inferior, sale de su cár rara
perforando la corteza, nnuca el techo. Sólo entonces el habitante do la celda siguiente perfora
Xi
tabique para seguir el camino abierto por su hermano mayor. (Mjlne ISdward, Legom sur
la, phisiologie tt l anaton -ie (oniparée de L honim e et
deh
anima tix. t. XITI, r^s- 467, En es te obra
se en con trará un gra n nú m ero d e hecho s análog os, pégs. 471, 528, 50.3 y 633.)
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3 6 8 LA REVISTA BLANCA
postu ra am onto nan metros cúbicos d e hierbas secas y restos vegetales y depositan
allí sus huev os, que sufren un a incubac ión artificial, gracias al calor desarrollado por
la fermentación, instinto que está bien fijo en la raza y que no resulta de imitación,
pues han obrado igualmente en la edad adulta individuos criados en París.
Los transformistas, por su parte, han sostenido la lucha en todos los puntos, pro
duciendo hechos, oponiendo argumen tos de tod as clases, apro xim and o los ins tintos
complejos á otrcs más sencillos y más fácilmente explicables. La dificultad del pro
blema disminuiría mucho si se pudiese establecer de una manera completa é incon
testable la filiación de las especies anim ales , su árbol genealógico. Este rebultad o no
86 ha conseguido todavía. Aun cuand o lo hubiese sido, todavía ha bía lugar á conje
turas en la determinación de los instintos. Sólo se puede dar un bosquejo probable
de su evolución. Será siempre imposible explicar los instintos actuales en sus varie
dades y sus complicaciones infinitas. Los data son inaccesibles, y aun s ̂ poníendo qu e
se consiguiesen, no se podrían obtener de una manera completa» (1).
¿Qué debemos pensar, pues, en definitiva de esta solución sobre el origen de los
instintos? No tenemos que juzgarla aquí; esto caería fuera de n uestra comp etencia-
Ta l cuestión está ligada con la del origen de las especies, y la ciencia no la h a dec idi
do todavía. ¿Lo conseguirá? No se pu ede negar que cada día el transformism o gan a
terreno. Si algún día se justificase com pletam ente la hipótesis de Darwin, será preciso
admitir entonces que todos los instintos son adquiridos, que lo que es estable actual
m ente fué variable en su origen, que toda estabilidad proviene de la herencia qu e
conserva y acum ula, y qu e, en la formación de los instintos, su pa pel es soberano.
En resumen, en lá hipótesis que considera á los instintos como fijos, ó como si no
variasen má s que dentro de estrechos límites, la herencia es sim plem ente conservadora.
En la hipótesis transformista, la herencia es realmente creadora pues sin ella sería
imposible la formación de los instintos propiamente dichos, aún poco complicados,
por no poderse transmitir ninguna modificación adquirida.
CH. RIBOT.
C5=
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LA BBVIBTA BLANCA 6 9
inu nd ació n de la comarca y se realizaría el proyecto de m ar interior ideado por el
coronel Roudaire.
El nuevo imperio africano adq uirido por Fran cia en virtud del convenio anglo-
francés qu e siguió al asun to de F ash od a, queda ría favorecido con la realización de
este proyecto.
En los desiertos inmensos que constituyen el lote de Francia en esa reciente dis
tribución, cuy as p artes , no abso lutam ente desiertas, se resienten de la carencia casi
com pleta de comunicaciones, el nuevo m ar podría sup lir fácilmente esa falta, gracias
á las condiciones especiales de dichas depres iones, las cuales favorecerían particu lar
mente la navegación por su uniforme llanura, que ofrece un fondo casi constante de
24 metros, cayos bordes tienen una elevación rápida.
Por otra parte, el mar interior sanearía aquellas regiones, inundando los pantanos
infectos y arrastrando, después de disuelta, la espesa capa de sal que cubre las gran
des extensiones de terrenos próximos, actualmente impropios para el cultivo. De esta
suerte se ganarían para la agricul tura u n núm ero inmen so de hectáreas.
Este proyecto ha encontrado no pocos adversarios: unos suponen que la evapora
ción elevaría las aguas á m edida qu e llegasen á las depresiones; m as este inconvenien
te se evita dando al canal de iatroducción las dimensiones necesarias. El espesor de
agua evaporada es de unos tres milímetros, pues conocido este dato, no hay por qué
temer la evaporación, dada la cantidad de agua qu e pud iera llegar incesa ntem ente
por el canal.
Otros han negado la eficacia del impulso para producir el levantamiento do tierra
en las orillas; pero este asunto, á juicio de M. Augusto Moreau, no ofrece ya duda para
las personas competentes.
Queda, por último , la cuestión de dinero; pero hay que contar tam bién con los
beneficios de la empresa . S obre este p un to divídense las opiniones: m ientras los adver
sarios del proyecto consideran que los gastos de la creación del mar interior no esta
rían en proporción con los beneficios que pueden esperarse, otros afirman lo contrario.
He aquí, según M. Moreau, el origen de los beneficios que podría obtener una
Compañía concesionaria:
1.° La cesión gratu ita po r el Es tad o de terrenos incu ltos y estériles, conv ertidos en
fértiles, rep ortan do un m ínim um de beneficio anu al de 1.000 francos por hec tárea,
que es el t ipo obtenido en Argelia en donde quiera que no falta agua.
2.° Los derech os de tonelaje.
3. Las pesquerías, que dan excelentes resultados en los lagos amargos del canal
de Suez.
4.° La explo tación de las salinas .
Por lo demás, siendo el proyecto de gran utilidad, considerado desde otros puntos
de vista, no hay razón p ara desecharle por el tem or de no obtene r beneficios suficien-
tes. ¿Hasta cuándo ha de ser el dinero el arbitro supremo y exclusivo de la sociedad?
Otro gran proyecto, cuya utilidad h a sido dem ostrad a por los actuales acontecimien
tos políticos, es la unión del Elba y el Rhin por el l lamado canal costeño alemán. La
imp ortanc ia de este medio de com unicación salta á la vista, d ada s las exped iciones
lejanas que pronto habrá de organizar Alemania á causa del desarrollo de las empre
sas coloniales de la cancillería de Berlín.
Considerando los intereses comerciales, este canal no sólo servirla paríi el fomento
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3 7 LA BEVBtTA BLAIfOA
de los intereses particulares , como p odría hacerlo un cnnal interior, sino que facilitarla
los cambios entre el Este y el Oeste del imperio germánico, sin afectar lo más míni
mo á las num erosas dificultades por las cuales los exp ertos alemanes desecharon el
proyecto de un canal interior.
Del eterno proyecto de un tún el bajo el canal de la M ancha, no se quiere saber
nada en Londres desde que la cuestión ha dejado entrever en Inglatí-rra la posibilidad
de una guerra con alguna nación del Continente; pero los extraños argumentos cien
veces invo cado s por los patriotero s ingleses contra esa obra científica inte rna cio na h
no han logrado desanimar á
BUS
partida rios, que inte nta n seriam ente de dar vida al
proyecto W atk ín, an luego como el arreglo de la cuestión china ha ya restablecido la
calma.
El túnel—si al fin llega á ser un hecho— será ilumin ado , por supue sto, con la elec
tricidad , y provisto de un a ventilación perfecta, á semejanza del ferrocarril eléctrico
que pasa bajo el Tám esis, yend o del B anco de Lo ndre s á la estación de Lo nd on -
B ridge.
El túnel de la Mancha aumentaría prodigiosamente el tráfico entre Inglaterra y el
Continente, reduciendo al mismo tiempo el coste del transporte. La velocidad de los
trenes sería, por térm ino m edio, de 85 kilómetros por hora, lo que perm itiría atravesar
el túnel en menos de media hora, y el número de esos trenes podría llegar hasta 3U0
diarios, en atención á que sería posible hacer que pasasen más trenes que en cualquie
ra.otra ¡ínea férrea.
El túnel se presupue sta en u nos mil francos m etro , ó sea u n total de 80 millo
nes de francos.
Los temo res de Ing laterra no tienen justificación alguna, toda vez que la defensa
del túnel podría asegurarse por la construcción de obras de defensa, que imposibili
tarían una invasión extranjera.
Otra empresa no menos importante y de la que la opinión comienza á preocupar
se seriam ente , consiste en pone r en com unicación Es pa ña y Marruecos por medio de
un túnel con ferrocarril.
El ingeniero francés M, Je an B erlier, autor del proyecto, ha dado á conocer á uno
de nuestros colegss las líneas principales del mismo, cuyo resumen es el siguiente:
Trátsse de construir un túnel entre el pequ eño golfo de V aqueros, en Esp aña, y
la ciudad de Tánger, á profundidades menores de 400 metros; la parte submarina será
de 32 kilómetros, establecida en una roca m uy compacta y de un a im perm eabilidad
absoluta.
«La construcción de un túnel submarino—dice el ingeniero citado—no ofrece di
ficultades m ás excepcionales qu e las de los grand es sub terráne os ejecutados en el
Mont Genis, el San Gotardo ó el Simplón. Con los instrumentos modernos y la expe
riencia adqu irida en esas gran des obras, y á condición de ma nten erse siemp re á un a
profundidad fcuficiente, se puede tener la seguridad de llegar á buen término la ejecu
ción del túnel intercontinental, en condiciones de tiempo y de coste regulares.»
El coste no sería, en manera alguna, comparable á los resultados inmensos de esa
operación gigantesca. Según los cálculos del ingeniero, no excedería el metro de 3.000
francos, y podría avanzarse dos kilómetros al año, costando en conjunto siete años y
130 millonee.
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LA BKYiaTA BLANCA S l
Fran cia, cuyos intereses en las regiones africanas son cad a día más imp ortan tes, no
se desinteresarla de esta empresa. El gobierno de Marruecos, con el cual se han ini
ciado ya las negociaciones, no se opondrá probablemente á la realización de un pro-
yecto que será para el país un origen de prosperidad. En cuanto á Españ a, h a acepta
do ya el proyecto del túnel submarino.
TAKRIDA DEL MÁRMOL.
P R H I S
Continuación.)
El abate trataba de ser lo más discreto posible, espantado de las palabras que de
cía, de las cosas que contaba en aquel centro de gran luio y de goces, ante aquellas
personas felices, colmadas de las alegrías de este mundo, pues comprendía que estaba
procediendo de un a m anera descortés. ¡Qué extrañ a idea la de haberse presentado en
la hora en qu e se acaba de almorzar, cuan do el arom a del café caliente ayu da las
digestiones Y, 3in embargo , proseguía y acababa de levan tar la voz, cediendo al i m
pulso que le sub levaba poco á po30; de m odo qu e llegó al fin de su relato terrib le,
nombrando á Laveuve, refiriéndose al injusto abandono, y pidiendo en nombre de la
piedad humana auxilio y socorro. Y todos los convidados se habían acercado para es
cuchar; y el abate veía ante sí al barón, al general, á Duthil y á Amadieu, que bebían
á sorbitos su café, silenciosos, sin hacer ningú n ade m án .
—En fin, señora—concluyó el abate—, he pensado que no se podía dejar una hora
má s á ese ancian o en tan espanto sa situación y que , desde esta noche tend ría u sted
la gran bondad de intervenir para que le admitan en el Asilo da los inválidos del tra
bajo, donde me parece que su lugar está señalado naturalmente.
Algunas lágrimas habían hum edecido los hermosos ojos de Eva, consternada por
tan triste historia, que venía á turbar la alegría que esperaba aquella misma tarde.
Muy lánguida, sin iniciat iva, y demasiado ocupada de su persona, no hab ía aceptado
la presidencia de la Ju nt a de dam as, sino con la condición de relegar en Fon seg ae
todos los cuidados administrativos.
—¡Ahí señor abate— m urm uró — , m e parte usted el corazón-, pero n o pued o hacer
nada, absolutame nte nada , se lo aseguro.. . adem ás, creo que ya hemos exam inado el
asunto de ese Laveuve. Ya sabe usted que entre nosotros las admisiones van acompa
ñad as de las más formales garantías, y qu e se no m bra un ag ente par a q ue nos infor
me... ¿No es usted, señor. Du thil, quie n se encargó de ese Laveuve?
El diputado acababa de apurar una copita de Chartreuse.
—Sí,
yo soy... señor abate, ese tun an te le ha repre sentad o un a come dia; no está
nada enfermo, y si le hubiera usted dado dinero, hubiera bajado á bebérselo á sus es
paldas. Siempre está borracho, y tiene el genio más detestable que se puede imaginar-,
desde la m añ an a hasta la noche reniega de los burgueses, y dice qu e si aún tuviera
brazos, har ía saltar las tiendas... Por otra parte , no quiere en trar en e l asilo, verdade
ra prisión, según él, donde se está custodiado por beatas que obligan á oir misa, sucio
convento, cuyas puertas se cierran á las nueve de la noche. ¡Tantos hay como ese, que
prefieren su libertad , con el frío, el ha m br e y la m uerte ... ¡Que perez can, pu es, los
Laveu ve en la calle, puesto qu e rehu san estar con nosotros, tener calor y comer en
nuestros asilos
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El general y Amadieu aprobaron cou un movimiento de cabeza; pero Duvillard se
mostró más generoso.
—No
no; un hombre es un hombre y es necesario socorrerle á pesar suyo.
Eva desesperada ante la idea de que la ocupasen aquella ta rde se defendió ha-
llando razones.
— Aseguro á usted—dijo— que tengo las manos de todo pun to atadas. El señor
abate no duda de mi buen corazón ni de mi celo; pero ¿cómo se quiere que reúna an
tes de pasar algunos días la Ju nt a de dam as sin lo cual no m e atrevería á tom ar
ningu na resolución sobre todo en un as unto ya exam inad o y juzgado?
Y brusca m ente encontró un a solución.
— Lo que yo aconsejo á usted señor abate es que vaya á ver ahora m ismo al se-
ñor Fonsegu e nuestro adm inistrado r. E n caso urge nte tan sólo él pued e obrar pu es
sabe que esas señoras ha n depo sitado en él un a confianza sin límites y que apr ueb an
cuanto él hace.
— Enc ontrará usted á Fons egue en la Cám ara— añadió Duthil sonriendo— ; pero la
sesión será borrascosa y dudo qu e pueda h ab lar le con desahogo.
Ped ro cuyo corazón se oprimía cada vez m ás no insistió resuelto desde luego á
ver á Fon segu e para obtener antes de la noche la adm isión del miserable cuya ima-
gen atroz le acosaba. Y permaneció allí algunos minutos más detenido por Gerardo
que obsequiosam ente le indicaba el med io de convencer al dipu tado alegando el ma l
efecto que semejante historia prod ucirla si la propalaban los periódicos revoluciona-
rios. Po r otra par te los convidados comenzaban á marc harse : y cuan do el general se
retiraba fué á preg untar á su sobrino si le vería por la tarde en casa de su m adr e la
señora de Quinsac puesto que era su día de recepción. El joven se limitó á contes-
tar con un adem án evasivo cuan do notó que Eva y Camila le m irab an. Después tocó
el turn o á Am adieu el cual se esquivó diciendo que un asun to grave re clam aba su
presencia en el palacio y m uy p ron to siguióle Du thil para ir á la Cám ara.
— De cua tro á cinco en casa de Bilviana ¿no es verdad?— le pre gun tó el bar ón
m ientras que le acom paña ba— . Venga usted á conta rm e lo que hay a pasado en la
Cám ara á consecuencia de ese odioso artículo de Sagnier. Es prtcis o q ue yo sepa... Yo
iré al palacio de Bellas Artes para arreglar el as un to de la Com edia y después debo
evacuar algunas diligencias ver á varios contratistas y arreglar un imp orta nte asun to
de publicidad.
— En tend ido; de cuatro á cinco en casa de Silviana según costumbre— dijo el di -
pu tado .
Y se m archó poseído de un vago m alestar inquieto por el giro qu e tom aría aqu e-
lla fea historia de los Caminos de hierro africanos.
Y todos hab ían olvidado ya á Laveuve al pobre que agonizaba y todos corrían
para atend er á los asu nto s qu e les preo cup aba par a satisfacer sus pasiones cogidos
por el engran aje de esa inm ens a rueda de Par ís é imp ulsados por la fiebre que le
arrastraba y chocando unos con otros en desordenado tumu lto para ver quién pasa-
ría sobre los cuerpos de los otros aplastándolos.
—¿Conque m am á— pregun tó Camila que seguía m irando á su ma dre y á Gerar-
do—
va usted á llevarnos á la reunión de la princesa?
—Si; ahora mism o... pero yo no pod ré queda rm e con vosotros porque h e recibido
esta m añ an a aviso de Sabina sobre mi corsé y es abso lutam ente preciso q ue v aya á
probárm elo á las cuatro.
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tA B VI8TA filiAMCA 3 7 3
La joven se convenció de la mentira por el ligero temblor de la voz.
—¡Toma —exclamó—yo creí que la prueba sería para mañana... Entonces iremos
á buscar á usted á casa de Sabina con el coche al salir de la reunión.
—jAhl en cuanto á eso, no, hija mía.
No se sabe nun ca cuándo se estará libre, y por otra par te, si me queda un m o.
mentó, iré á casa de la modista.
Un a sorda cólera hizo brillar con mortífera lla m a los negros ojos de Cam ila. L a
cita era evidente, pero ella no podía, ni osaba tampoco llevar las cosas más lejos en
su apasionada necesidad de inventar un obstáculo. Inútilmente había tratado de im
plorar á Gerardo, que volvía la cabeza y estaba de pie para salir; y Pedro, al corriente
de m uc ha s cosas desde que frecuentaba la casa, com prend ió, al verlos tan agitados,
el drama silencioso que no se podía confesar.
Recostado en una buta ca, acaband o de pa rtir una perla de éter, único licor que sé
permitía, Jacinto levantó la voz.
—En cuanto á mí—dijo—ya sabéis que voy á la Expcsición del Lirio. Todo París
se agolpa alli, porque hay un cuadro que representa la violación de un alma, y que es
absolutamente preciso ver.
—Pues bien, yo no rehuso acompañaros—replicó Eva—; antes de ir á casa de la
princesa podemos pasar por esa Exposición.
— [Eso es, eso esl—dijo vivam ente Cam ila, que se burla ba de ordin ario con dureza
de los pintores simbolistas, pero que sin duda proyectaba entretener á su madre con
la esperanza de que faltase á la cita.
Y esforzándose por sonreír, añadió:
—¿No se atreve usted á venir con nosotros á la Exposición, señor Gerardo?
—A fe mía que no—contestó el conde—; necesito andar, y acompañaré al señor
abate Froment hasta la Cámara.
Y se despidió de la rnadre y de la hija, besando la m ano á las dos. Para esperar
las cuatro, acababa de pensar que subiría un momento á la casa de Silviana, donde le
era permitido también entrar, sobre todo desde que se quedó allí una noche en aquel
patio desierto y solemne; después dijo el sacerdote:
— [Ah alivia m uch o respir ar un poco el air e frío; caldea dem asiado la casa, y el
perfume de todas esas flores ataca la cabeza.
Pedro estaba aturdido, con las manos calenturientas y los sentidos embotados por
todo aquel lujo, qu e dejaba allí como el sueño de un ardie nte paraíso em balsa m ado ,
donde solamente vivían ios elegidos. Su nuevo sentim iento de caridad , por otra parte
se había exasperado, y no pensaba m ás que el medio de obtener de Fonsegue la ad m i
sión de Laveuve, sin escuchar al conde, q u e le ha blaba con m uch a ternu ra de su
m adre . La puerta del palacio acabab a de cerrarse, y ha bí an dado algunos pasos por
la calle, cuan do evocó de pro nto u n recue rdo. ¿No hab ía visto en el borde de la a cera
de enfrente, mirando aquella puerta monumental, guardiana segura de tan fabulosas
riquezas, un obrero parad o, como si esperase buscand o con los ojos, en lo cual ha bía
creído reconocer á Salvat con su saco de útiles, Salvat, aquel ham briento que salió po r.
la mañana en busca de trabajo? El abate se volvió vivamente, inquieto por tal miseria
delante de tantas riquezas, de tantos goces; mas el obrero, perturbado en su comtem-
placiÓD, y temeroso acaso también de que le hubieran reconocido, alejábase con paso
tardo. Al no verle ya más que de espaldas Pedro vaciló, acabando por decirse que se
habría engañado,
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7 4 LA KSSVI tX BLANCA
I I I
Cuan do el abate Fro rae nt quiso entr ar en el Palacio de Borbón, recordó que no
tenia tarjeta, y ya se decidía á preguntar simplemente por Ponsegue aunque no fuese
conocido de él, cuando en el vestíbulo vio á Mege, el diputado colectivista, con el que
había t ratado en otro t iempo du ran te sus días de caridad mil i tante á t ravés de la
miseria del barrio de Charoune.
—¡Tomal ¿Usted por aquí? ¿Viene usted á evangelizarnos?
—No, vengo á ver al señor Fon segu e sobre un asu nto urgente, un infeliz qu e no
puede esperar.
—¿Fonsegue? No sé si habrá llegado ya... Espere usted.
Y deteniendo á un joven que pasaba, pequeño y moreno, vivaz como un ratón que
busca, le dijo:
—Oiga usted, Massot, he aquí al señor ab ate Fro m en t, qu e desea ha blar ahora
mismo con el jefe de usted.
—No está aquí , le he dejado ahora en la redacción del diario, dond e t iene ocupa-
ción para un cuarto de hora largo. 8i el señor aba te tiene á bien esperarle, seg ura-
mente le verá aquí .
Y Mege invitó á Ped ro á entrar en la sala de los Pasos Perdido s, vasta y fría, con
su Lacón te y su Minerva de bronce, sus paredes desnu das , y sus altas pue rtas ven ta-
nas, con vista al jard ín, por don de pen etrab a la luz pálida y triste de aque l día de
invierno. Pero en aq uel m om ento estaba l lena de gente y como caldeada.por toda un a
agitación febril de los num erosos grupo s que se hallab an allí , por las idas y ven idas
continuas de personas que se apresu raban, lanzándose á t ravés de la m ult i tud . Ha bía
allí princ ipalm ente dipu tado s, periodistas y simples curiosos; el tulm uto crecía, y
oíanse sordos y violentos debates, exclama ciones y carcajadas, en medio de una viva
gesticulación.
La vuelta de Mege, en medio de aquel tumulto, pareció redoblar el ruido. Era alto,
flaco como un apóstol, con su traje bastante descuidado, y envejecido por sus cuarenta
y cinco años, con ojos de ardien te juv en tud , qu e brillaban detrás de los lentes, loa cu ales
no se parab a n un ca de su delgada nariz de pico de ave. Siem pre tosía; su voz era seca y
vibrante, no vivía más que por la enérgica voluntad de vivir, y de realizar el sueño de
la sociedad futura, que le acosaba sin cesar. Hijo de un médico pobre de una ciud ad
del N orte, ha bía pisado m uy joven el suelo d e París, y vivió bajo el imp erio d el
periodismo inferior, de los trabajos ignorados, alcanzan do su prim era repu tación de
orador en las reuniones públicas. Después de la guerra, erigiéndose en jete del partido
colectivista, por su fe ard iente y por la extra ordin aria activida d de su te m per am ento
de luch ado r, había conseguido al fin en trar en la Cá m ara; y m uy instruid o, defendía
sus ideas con una voluntad y una obstinación indecibles, como doctrinario que había
dispu esto del m un do según su fe, regulan do de an tem an o pieza por pieza el dogma
del colectivismo. Desde que funcionaba como dip utad o, los socialistas de fuera no
veían ya en él m ás q ue un retórico, dictador en el fondo, qu e no se esforzaba en refun-
dir los hombres sino para someterlos á su creencia y gobernarlos,
—¿Sabe usted lo que ocurre?—preguntó á Pedro.—¡Otra aventura ... ¿Qué quiere
usted? Estamos en el cieno hasta las orejas.
Mege hab ía sentido en otro tiem po verd ader a sim patía por aqu el sacerdo te, de
carácter tan dulce par a los que sufrían, y ta n deseoso de una regeneración social. Y el
mismo Pedro llegó á interesarse al fin por aquel senador autoritario, resuelto á labrar
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LA BKVISTA BLANCA 7 5
la felicidad de los hom bre s á pesar suyo. Sabia que era pobre y que ocu ltaba su vida
viviendo con una mujer y cuatro hijos que adoraba.
—Ya comprenderá usted—dijo—que yo no estoy con Sagnier; pero en fin, puesto
que ha querido hablar esta mañana, amenazando publicar la lista de los nombres de
todos aquellos que han tocado dinero, no podemo s aparen tar que somos cómplices.
Ha ce ya largo tiem po que se sospechan los sucios manejos á que ha dado lugar ese
asun to de los caminos de hierro africanos; y lo peor es que dos individuos del gabi-
nete actual se hallan aho ra en evidencia, porqu e hace tres años, cua ndo las Cáma-
ras se ocuparon de la emisión D uyillard, Barroux estaba en el Interior y Monferrand
en Obras públicas. Ahora que han vu'ilto, este último al Interior, y el otro al Ministe-
rio de Ha cien da, con la presid encia del Consejo, ¿es posible no obligarles á que nos
informen sobre asuntos de otro tiem po, en su mism o interés?... ¡No, no^. no pue den
callarse ya, y he anunciado que los interpelaría hoy mismo
El anunc io de esta inter pela do a de Mege era lo que trastorn aba así á la gente de
los pasillos, después de conocerse el terrible articulo de La Voz del Pueblo y Pedro
estaba un poco aturdido án toda aquella historia, y caía de nuevo en su preocupación
única de salvar á un miserable del ha m br e y de la m uerte. Por eso e scuchab a sin
comprender bien las explicaciones apasionadas del diputado socialista; mientras que
el rum or crecía y se oían risas que ind icab an el asom bro qu e pro duc ía ver á Mege en
conversación con un sacerdote.
—¡Serán estúpidos