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OBRAS PUBLICADAS
POR EL AUTOR
1917 Pantheos (Poemas) 19Zl V. Basso Maglio (Ensayo cri-
tico) 1921 Poemas del hombre:
Libro de la Voluntad 1921 Poemas del hombre:
Libro del Corazón 1921 Poemas del hombre :
Libro del Tiempo 1922 Poemas del hombre:
Libro del Mar 1923 Vidas (Poemas) 1925 El vuelo de la noche (P.:>e-
mas) 1929 Los Juegos de la Frente
(Prosas) 1929 Los Adioses (Sonetos) 1930 Poemas del · hombre:
Libro del Amor 1930 Julio Herrera y Reissig (En-
sayo critico) 1933 Lírida (Poema) 1935 El D'emonio de Don Juan
(Poema Dramático) 1937 P·oemas del Hombre :
Sinfonía del Río Uruguay 1938 Máximo Gorki (Ensayo crí-
tico) 1938 Himno a Rodó y Oda a Ru
bén Daría 1939 Geografía : En el R lo Cebo
l latí 1940 Oda a Luis Gil Salguero 1940 Verbo de A mérica :
Discurso a los jóvenes 1940 Cántico d esde m i muerte
U ros · Re 1~t~s - n] - lavallej Du rt -T ristan ~'arvaja 168 )
--
CARLOS SABAT ERCASTI
EL MITO
DE PROMETEO
MONTEVIDEO URUGUAY 1 9 6 o
Todo1 101 derecho1 1011 re1er{Jados para el autor
Qu•da h•cho •l depóaito que preoiene La ley Nro. 9. 799
EL MITO DE PROMETEO
1
DE las siete tragedias de Esquilo que han llegado hasta nos
otrós, sobre las muchas que la tradición literaria le atribuye, la que más ha conmovido al lector moderno, y la que más imitadores y continuadores ha tenido, es su "Prometeo Encadenado", uno de los tres eslabones de su "Pro-meteida". Las otras dos tragedias que integraban la vasta trilogía, se han perdido. Y ésa que nos queda es muy posible que haya sido la más intensamente dramática, y la que, por violencia interior y exterior, esculpiese, con rasgos más vigorosos, el carácter de Prometeo.
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EL MITO DÉ PROMETEO
El mito del titán rebelde nos lo ofrece ya, completo, la sagrada inspiración de Hesíodo. El viejo poeta de Ascra, jerarquizador y ordenador del Unive1•so y de los dioses, le llamaba, al robador del fuego, sutil, por el afinamiento de su inteligencia, y describe y narra el ingenio con que engañó a Zeus, instruyéndonos todavía de su astucia, de su eterna sabiduría, de su lúcida habilidad, y del castigo que impone Zeus a él y a sus hermanos, los hombres, negándoles antes " la :fuerza del fuego inextinguible a los miserables mortales que habitan sob1·e la tierra".
Lo que nos resta del mito prometeano, tal como lo dramatizó después el poeta de Eleusis, es el proceso de
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EL :MITO DE PROMETEO
la lucha desigual entre el tiránico i·ey del Olimpo y el rebelde titán, salvador de los hombres, tomado en su faz más dolorosa y trágica. Ambos contendores son por igual enérgicos e implacables en sus pasiones, ~de corazón firme, de entera voluntad en las resoluciones, ilimitados en sus empeños y dados a
no ceder en el conflicto. Zeus, como
dios supremo, dueño del rayo y amo de las fuel'Zas y los dioses que lo secundan, aventaja podel'Osamente a Pro
meteo, cuyo recurso es la inteligencia y el don profético, y cuyo pecado, para las divinidades olímpicas, es s~ desmedido amor a los hombres, cuando éstos no se sospechaban a sí mismos en sus ocultas posibilidades.
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EL MITO DE PROMETEO
No obstante, señalemos desde ahora que hay algo invisible, tremendo, ineluctable, que gravita sobre toda la Creación, sobrepuesto a los dioses, a
la tierra, y a su hijo predilecto, el hombre. Y ese algo, que no se define,
pero que actúa desde su propio miste· rio, es el Destino. Saber leerlo, en el encadenamiento de los hechos futuros,
es el arma única que puede esgrimir el
Titán encadenado contra su juez des
pótico, y contra los ejecutores de sus órdenes. Sin el hado, sin la fatalidad, y sin la inteligencia adivinadora de Prometeo, no habría dnma posible. Esquilo ha utilizado profundamente ese elemento terrible, implacable poder de todos los poderes, clave de to-
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EL MITO DE PROMETEO
dos los actos, orden supremo que gravita sobre la totalidad del cosmos. Esta
circunstancia. fundamental es la que proporciona el tono a toda la tragedia, y la que iguala la situación de Prometeo con respecto a Zeus. El presente es del Dios, del tirano enceguecido por la venganza. Dispone de su eri~migo, lo encadena, lo humilla, lo veja con la voz de sus vasallos. Lo amenaza, y
cumple estrictamente sus amenazas. El activo Titán, está inmovilizado. El libertador, el salvador de los efímeros, el creador de una humanidad cuya marcha es una aproximación hacia los dioses mismos, una irrupción de la Tierra hacia el Olimpo, padece la peor de las condenas que pueda sobrevenir a
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EL MITO DE PROMETEO
una conciencia: ser interiormente libre, y ser exteriormente esclava. ¡Es lo más que 'puede una tiranía contra los hombres que no renuncian a ser h~mbres !
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EL MITO DE PROMETEO
II
EL mito ~e Prometeo nos s~mer· ge en un i·emotísimo pasado,
tan hondo y brumoso en los siglos, como el mito de Adán, en la Biblia.
Es la trasmutación de la inocente
animalidad, tal como la ha procreado
la Tierra, en la humanidad, tal como
la han elaborado la audacia y la volun-.
tad de los hombres, al salta;· del ciego
instinto a la vidente inteligencia.
El proceso ha sido enorme. Organi
zación geológica de los minerales. Equi
librio y coo~eración entre el aire, el
fuego, la tierra y el agua. Emergimien-
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EL MITO DE PROMETEO
to y ordenación del mundo vegetal.
Germinación y distribución del reino
animal. Escala ascendente de la vida.
Imperio del instinto. Salto del hombre
posesionándose de la inte1igencia y
aplicándola al dominio del planeta y
al c1·ecimiento de sí mismo.
Esta última etapa, la más genial, la
más atrevida y temeraria de todas, es
la que podemos designar como la Eta
pa-Prometeo. La separación entre todo
lo anterior al Titán y al hombre prometeano, es el hecho más grande, más trascendente, y hasta, si se quiere, más terrible en el desarrollo del proceso planetario. Antes, todo en hecho y nada era sabido. Toda creación se encuadraba exclusivamente- en la voluntad
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EL MITO DE PROMETEO
cósmica y en Ja fatalidad causal. Todo
acontecimiento y toda vida venían di
rigidos y terminaban en sí mismos. No había esfinge, ni destino pensado ni
previsto, pues sólo la conciencia orea la esfinge y la interrogación. Las leyes naturales regían sin ser interpretadas
ni juzgadas. Si nos colocamos dentro de la religión y de l~s ,mitos helénicos,
y contemplamos el mundo, diremos que antes de Prometeo, el Titán-Hombre,
los dioses eran los únicos amos. Nada era rebelde a su gobierno, pues la rebeldía dimana de un acto consciente.
La irrupción del hombre a la conciencia, he ahí el hecho prometeano en su más estricto sentido. Pero la conciencia implica posesión de sí mismo, que
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EL MITO DE PROMETEO
es tanto como decir que el homh1·e se enfrenta al Dios, y dueño de- su ser,
elige y actúa según su propia elección.
Es dec!r, pues, que en medio de una Creación, donde todo obedece mecánicamente, donde la causalidad cumple las leyes dentro de un determinismo
riguroso, o acaso bajo la voluntad de
los dioses, ahora existe un ser capaz del pensamiento. y capaz de posesionarse, gracias a él, de las claves de la Natu
raleza o del secreto de las divinidades.
Si los dioses emanan y sostienen el movimiento del Universo, si la actividad cósmica proviene de ellos, si sólo sus poderes están destinados a posesionarse del drama terrestre, entonces Prometeo y el hombre prometeano, aparecen an-
EL MITO DE PROMETEO
,
te el Olimpo como ladrones del enigma, que los envuelve, velándose a sí mismo, y pueden ser mirados como audaces y temibles, al hurtar tan sagrados atributos.
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'
EL MITO DE PROMETEO
III
EruGIDA la conciencia sobre la ciega mecánica del instinto,
dueños los efímeros de su propio pensamiento, miden, .con sus ojos profundos y celosos, los dones divinos y los dones humanos, y sienten el dolor del despojo, la miseria de sus días, su pobreza y sus limitaciones de simple
animal Y no se resignan. El privilegio de los dioses es crear. El destino de los hombres, no crear.
Ellos son los amos, los hombres son los esclavos. E.s necesario irrumpir
hacia la creación, y apoderarse de las
claves secretas. Abrir entrañablemente
17
EL MITO DE PROMETEO
la Naturaleza y leer en sus tinieblas.
He aquí el primer paso hacia la liber·
tad. Al desobedecer conscientemente
el orden pre-establecido, el hombre
avanza en su nuevo ser, y desaf~ndo a los dioses, comienza a crear su do
minio sobre la Naturaleza, Ja oscura
hermética.
La razón enraizada en la conciencia
comienza a ser la gran separada. No
importa saber si es divina o terrestre,
y descendió de lo alto o a~cendió de lo
bajo. ¡Es! Es la sublime separada, tal vez la sublime dolorosa. Se afirma en sí misma, y desafía a toda luz que no sea la suya propia. Desarraiga al hom· bre. Lo independiza. Es un martirio, pero es también una dignidad. Está
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EL MITO DE PROMETEO
demasiado sola. Es un aislamiento, una I
soledad en medio de la solidaridad cós-
mica. Y al ser un pei·sonaje aislado,
único, capaz de sí mismo, pero a la
vez incompleto ante lo absoluto, su
sentido es trágico, y su drama es sa
berse a sí misma en su terrible soledad, en su angustiosa separación.
Hasta que el hombre no llegó a la.
luz de la conciencia, no hubo dnma,
puesto que ningún ser significaba una
oposición. Ni el bien ni el mal se ha·
bían instalado en una frente apta para pensarlos. Pero Prometeo, el temerario taumaturgo, acaba de convertir la morada del hombre en un inmenso esce: nario. El es el primer personaje. Desafiante, orgulloso, rebelde, henchido de
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EL MITO DE PROMETEO
humano amor, crea la lucha y la lleva
a la máxima tensión, sacrificándose
entero por el hombre. Ese riesgo an
sioso, penetrando en el juego de los contrarios, ese erguimiento del titán
homhre, esa arrogancia para no dete
nerse en el proceso de sus conquistas,
subliman su ser y acendran su heroís
mo, dándole ya el tono y el indomable
brío de su carácter. En su forma míti
ca, ese descubrimiento del hombre por
sí mismo, esa superación de sus oscuros
siglos de esclavo frente a los dioses y bajo el yugo de la materia, está representado por una mínima y resplandeciente chispa celeste que Prometeo hurta al cielo divino para incmstarla en la frente del hombre.
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EL MITO DE PROMETEO
Los efímeros estaban sentenciados
al aniquilamiento por la violencia de
Zeus, que tras vencer al poder telúrico
, de los titanes y hundirlos en el Tár
taro, tal' vez por un prudente presen
timiento, determina la desaparición de
los hombres. Inermes ante las deida
des, éstos no podrán resistir a quien
dispone del rayo y a quien acaba de
domar, con él, a las potencias desor
denadas de la Naturaleza. Pero Pro
meteo, el hermano sabio de esos mis
mos hombres, hijo con ellos de la ma_dre Tierra, intuye la intención del dios, y se apresta a la defensa de los efí. meros. Prometeo es el' hombre mismo que ha encontrado su genio. Robar el fuego, fue peµ.sarlo y crearlo. He ahí
21
EL MITO DE PROMETEO
la clave y el arma. El fuego interior, es la idea. El fuego exterior, es la acción. El primero, hace al hombre dueño de sí mismo. El otro, lo convierte _en amo de la Naturaleza. El pensamiento
era sólo divino, tal la ventaja del Olim
po. Suscitarlo en los hombres amenazados por e} dios, para sobreponerse al dios mismo, era tanto como levantar sobre el hombre-animal, al homhre
dios. El rayo del tirano fue contrape
sado por el rayo del esclavo. La chispa prometeana se hizo dignida_d, conciencia, rebeldía, bien y mal, placer y dolor sabidos, acción y drama meditados. ¿Cómo no irritar así a la orgullosa sene;ibilidad de los olímpicos? ¿Cómo una aceptación tranquila y complaciente de
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EL MITO DE PROMETEO
aquella entrada sutil y honda en las claves del ser universal? ¿Cómo compartir un secreto con los sojuzgados, sin que ello ~o importase un descenso de lo divino y una elevaci(ln de lo te- · rrestre?
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EL MITO DE PUOMETEO
VI
Z EUS, el dios implacable, que no se ha diferenciado aún de las
tuerzas cósmicas, aunque las supere, cuya voz es el trueno, cuya arma es el rayo, cuyo símbolo visible es el águila imperiosa, surge en este drama primitivo, que coincide con la aurora de la humanidad y que tiene como escena
rios la Tierra toda y ~l vasto Ether, con un orgullo que es como una hipérbole gigantesca del futuro orgullo hu~ano, peca, como si se tratase de un ser limi
tado, por exceso de egoísmo. Se diría
un dios que se está haciendo a sí mismo
todavía, y que no ha logrado su ple-
25
EL MITO DE PROMETEO
nitud. Sufre el robo realizado por el hombre, como si éste no fuese una parte de su reino. Acaba de vencer a los titanes, y lo embriaga el humo de Ja victoria y la humillación del ene· migo. Todo debe obedecer a su mandato, todo debe estrecharse en sus }í.
mites. Su ley no cede ante ninguna voluntad autónoma. Por es~ mismo, Prometeo, que antes fue su amigo y su aliado, ahora es su enemigo y su prisionero. Es necesario domeñar al rebelde que hizo estallar el círculo que ceñía el destino de los humanos. El acto, inteligente y libre del Titán, al entregar la sabia chispa creadora a los hombres, no es interpretado en su profundidad divina por los propios dioses. Los ha traspasado la sabiduría prometeana.
EL MITO DE PROMETEO
Incrustada en la frente del homh1·e
la luz espiritual, la conciencia se arroja
a la interpretación de cada hecho. Y
saber las causas es un privilegio exce
sivo, y mucho más, manejarlas en pro
vecho propio. Zeus, el animador, el
creador de los instantes llenos de rea
lidad, tiene. ahora un testigo y un juez,
pues ningún acontecimiento puede ser
indiferente al bien y al mal. La con
ciencia humana, erguida en el f~ir de
la acción cósmica, reflejando los hechos e interp1·etándolos, es una potestad nueva. No ya una fue1·za ciega y abrupta como la de los titanes, apenas desprendidos del Caos y ciegamente rebeldes, ni una idea pura como la de las mentes divinas. El dios sabe sin pensar, es la sabiduría prerreflexiona·
27
EL MITO DE PROMETEO
da. No necesita el doloroso esfuerzo de
la reflexión, ni oscila en ·difíciles tan·
teos. El dios ~s la actualidad permanente de la verdad en un pensamiento
. total que existe por sí mismo. El hom
bre, en cambio, le roba la idea al dios,
extrayéndola ansiosamente del Univer
so y de sí mismo, la conquista por gra
dos, y mientras medita y sufre su pro
pia meditación, padece su pecado, lo acrecienta, y desafía con él al gran si
lencio divino. Su conciencia· es el espejo extendido entré la sombra y la luz. Y lo humano, por esa misma posición intermedia, que es su virtud y su límite, al no ser ni el dios ni la materia, es el único verdadero testigo de la creación, su juez, y por ello mismo, su conciencia.
28
EL MITO DE PROMETEO
V
Los mitos del bien y del mal, dan la medida de los hombres, en
cada estadio del tiempo. No importan los nombres.
Los rótulos son ~ircunstanciales,
el contenido esencial es lo eterno. Or-
muz y Arimán en el Avesta, Ravana e I
Indra en el Ramayana, Dios y Satán
en la vieja y en· la nueva Ley, todo
vale lo mismo cuando borramos las pa
labras y sólo nos quedamos con esas
dos creaciones contrapuestas del hom
bre, que acaso para concebirlas éste no
ha hecho más que tomarse a sí mismo
y proyectarse a Ja vez hacia la luz y
29
EL MITO DE PROMETÉO
hacia Ja sombra, hasta el límite de sus
intuiciones. Donde terminan el bien y
el mal, allí el hombre mismo levanta sus dos creaciones supremas: Dios. y
Satán. A veces estas mismas palabras
incomodan. Participan demasiado del
mito, y son como murallas verbales que
denuncian nuestra propia relatividad.
Pei:o no olvidemos que ahora nos he
mos hundido en la edad de los mitos,
y que tal vez no hayamos saJido todavía
de esa etapa.
El hombre prometeano aparece así en una difícil posición intermedia. No es la inocencia cósmica ni la omnisciencia divina. Es más, y es menos. Tiene en su poder una sola chispa del fuego celeste, y esta chispa está sumergida en
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\
'
EL MITó DE PROMETEO
su naturaleza animal, donde anidan, dentro de las cuevas de la carne, los fieros instintos. Es el caballo blanco y
el caballo negro que manejan la inteligencia y la voluntad humanas en el mito del Fedro de Platón, el Ariel y
el Calibán, en uno, que como desdoblamiento del hombre aparecen en el mito shakespeareano, o como las dos etapas de fiera y ángel del Segismundo del drama calderoniano. El interior del hombre es un escenario donde la conciencia recibe la doble marea del bien y del mal, de la afirmación y de la negación, de la libertad y de la esclavitud, del pensamiento y del instinto, del dios y de la bestia. Toda la historia del hombre radica en este drama de incontables alternativas. Prometeo es
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EL MITO DE . PROMETE'?
su creado1· y su profeta? y dentro del mito helénico, su primer sacrificado, y
en una etapa final, su primer triunfa.
dor, acaso.
. .
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EL MITO DE fROMETEO
Vi EL MITO DE PROMETEO
¿ QUIEN encadena al Titán? La voluntad de Zeus.
¿Quiénes cumplen el mandato? Cratos y Bía, la fuerza y la violencia, y además Hef estos, el poder irresistible del fuego uránico. Los tres son simples proyecciones de Zeus, son sus atributos, desdoblados, que obran a modo de esclavos de un amo implacable .
El espectador contempla la escena, y de un salto del co1·azón, toma partido
por Prometeo, el sacrificado. ¿Pero es que el Titán, el sacrificado, el ser ínter-
' medio, el desprendido de la Tierra y el exilado del Cielo, no es el hombre mismo? Prometeo es inmortal. Lo es gra-
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EL MITO DE PROMETEO
cias a sí mismo. Se ha hecho inmortal
creando el encadenamiento de la con·
ciencia en el fluir del tiempo, atando
los años a la memoria, interpretando
los valores de cada presente que se
precipita en su drama, ahodando en la
causalidad que a1·ticula los hechos,
uniendo el presente al pasado y soñan
do, con ambos, el porvenir. Su con
ciencia se ha señoreado del tiempo. Ha
unido las generaciones muertas a cada
generación actual, y éstas, a las que
advendrán. Como hombre, como simple individualidad, muere; como estirpe, como especie, tiene a su favor la inmortalidad y la procreación, más la acumulación de una herencia que se va acrecentando y que constituye el
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/
EL MITO DE PROMETEO
vencimiento de la muerte. Se desliza por el devenir, y espfritualizándolo, intuye y prevé ese deslizamiento. En él se ejercita como actor consciente.• Debajo de sus pies tiene la Tierra, el útil y la herramienta, para fecundar el tiempo. En lo alto de su mente, tiene el fuego y la luz interior, la simiente fecundadora. Discieme. Elige las alternativas. Obra en pensamiento. Se desliga de la causalidad física, y la dirige como un semidiós. Tiene un sí y un no por acto y poder espiritual. Medita, calcula, sutiliza los posibles y los imposibles. Bien y mal lo tientan. Entre ambos, coloca su libertad. La tiranía primaria ha desaparecido. Los dioses lo . celan. Ha ido demasiado lejos. El dolor baja a la Tierra y encadena a la
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EL MITO DE PROMETEO
conciencia. Tal vez el hombre, con su
audacia, apresuró su propia evolución.
Tal vez sea ésta su falta fundamental.
Rompió la obediencia, y asaltó el Olim·
po. Y ese mismo Olimpo lo engrilla
por los deseos insensatos que hace su·
bir desde el espesor de la Tierra. Pero
esa misma angustia crea la solidaridad.
Por e¿o mis~o el hombre se compren·
de más por el dolor que por la dicha.
Por eso también, cuando Cratos y Bía
y Hef estos encadenan a Prometeo en
la escena ateniense, los hombres todos saltan sobre las deidades para abrazar al Titán, al humillado, al sufriente. En ese instante ha nacido el amor, la más grande f~erza humana positiva. Las Oceánidas que acuden y se conmueven
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r
EL MITO DE PROMETEO
ante el salvador de la especie humana, no son en realidad las ninfas de los manantiales y los ríos, son los espectadores mismos, lo humano puro en sublime catarsis que acaba de ser redimido, y que al fuego del pensamiento arroja el fuego del corazón.
¡Inteligencia y amor! La hum~nidad entera, en lo más noble, en lo más he-
' llo y en lo más conmovido de sus atributos, estremece ahora la escena donde el cuerpo del Prometeo padece el sarcasmo y la violencia de la tiranía.
37
1
o
EL MITO DE PROMETEO
VII
RESUENAN ásperos los martillos y los eslabones en las rocas.
El cuerpo de Prometeo va quedando adherido a l~ solitaria montaña de Escitia. Cratos, vengativo y cmel, dialoga con Hefestos, compasivo y solidario, pero abediente al amo. Son dos estilos de una misma esclavitud. Uno, se complace en la venganza, la destila en hiel hablada, i·encoroso en sus palabras. El otro, padece la afrenta cobarde de cumplir una orden que su alma, repugnada, la repudia. Los dos contrastan entre sí, pero sobre todo contrastan con Prometeo.
Mientras los verdugos hablan entre·
39
EL MITO DE PROMETEO
'
mezclando los martillazos a las pala
bras, el Titanida calla desde la infinita
soledad de su heroísmo. Es el gran si
lencio de Prometeo. Desp1·ecia a sus
verdugos. No son almas, son herra
mientas del tirano; No valen más como
seres que el rudo martillo y la anillada
cadena. Decir es siempre, o debe ser
lo, en acto de sinceridad, revelarse a sí mismo. Pero callar, a veces, es la suprema expresión. La cólera y el dolor de Prometeo, estallarán después en los oídos del Cosmos, cuando los es· clavos del tirano dejen de humillarlo con su ciego sometimiento y su cínica presencia.
¿A quién invocará el liberador de 101:1 hombres? Escuchémoslo, imaginán-
40
•
EL MITO DE PROMETEO
dolo tenso en sí mismo, en medio de
un silencio universal, no más grande,
solemne y sublime que ese mismo si
lencio que quebrará en sus labios con los aletazos de su voz, libre y caliente:
· "¡Oh divino éther, y alígeras auras,
y fuentes de los i·íos, y perpetua risa
de las marinas ondas ; y tierra madre
común, y tú, ojo del sol omnividente; yo os invoco. Vedme cual padezco, dios como soy, por obra de los dioses. Contemplad cargado de qué oprobios lucharé por espacio de años infinito. Tal cadena tuvo para mí el nuevo rey de los felices".
Es impresionante escuchar esa desnuda voz que arroja su coraje y su protesta desde la Ti~rra profunda al levan·
41
EL M1To DE PnoMETEO
tado Éther. Ha despojado de dioses a la ' Creación, y ha convertido el Cosmos entero en testigo de la injusticia divina. Uniendo las partes en un solo oído, crea la Unidad atenta en un solo ser, y a ella le habla como si ese dios entrevisto, inmanente en el Universo, total en una concepción panteísta, fuera concebido como una futura ve1·dad del hombre y como superando la fragmentada divinización de los mitos griegos. Estamos dentro de la misma atrevida concepción de Píndá'ro, cuando, desplazándose de las mismas divinidades que canta, en un rapto de genialidad, se pregunta y se contesta: "¿Qué es aquello que es Dios? Aquello que es el todo". Es que Prometeo, en la expe.riencia de su ser ha depurado su pro-
42
J
· ¡
/
EL MITO DE PROMETEO
pia fe y ha intuído, perfeccionando el orden cósmico, un poder único, superior a las voluntades divinas que lo condenan a la soledad y al dolor. Y más tarde, cuando Zeus centuplique el suplicio, recurrirá a la misma presen
cia del ser universal. En esa forma Prometeo ha apelado ante un juez más alto y poderoso que sus propios jueces. En esa apelación desesperada se
percibe el regusto audaz de quien su
pera al tirano con la majestad y la va
lidez de una ley superior y perfecta.
Prometeo está ahora en la .frente del propio Esquilo, infuso en su pensa
miento, actuante en su creación. Lo ha levantado de la roca y lo ha corrido por los siglos para que su pensamiento
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EL MITO DE PROMETEO
sea contemporáneo al de la Atenas que lo contempla en el escenario de la tra- '
gedia. El Zeus primitivo, el Zeus vengador y tirano, ha desaparecido. La ley de Atenas es la más libre ley de
, Grecia, después de las reformas de So· Ión y Clístenes. El fuego prometeano ha creadd al hombre prometeano, y la luz que inadia es la libertad de cada conciencia. Pensar libremente es una virtud, y no un delito. La asamblea
tiC?ne tantas voces como hombres. El poder ha escapado de los puños de la fuerza, y se ejerce desde la equidad de la ley. La razón y la idea, al combatir a su vez con l~ idea, es batalladora; sí, ejerce su misión en el ágora, no tiene más arcp que la persuasión, ni máij
.(
I
EL MITO DE PROMETEO
saeta que la verdad. De esa actitud po· lémica, que ejercita las mentes y las depura en Ja lógica, dimana el respeto sagrado a la ley, que es más grande que cada hombre, porque es la suma d~ todos esencializada, y se afirma en el arquetipo de la justicia, hacia la cual tiende, en su perpetua catarsis, toda sociedad que levanta el derecho sobre la soberbia y el engreimiento del déspota.
I
1 EL MITO DE PROMETEO
VIII
prometeano, pues, no es la calma lograda para siempre,
no es la ley rígida en un dogma que rehuye . la polémica para mantenerse estéril y fuera de un perpetuo devenir, como asegurándose en una perfección paralizante.
Tras de variados ensayos, por ejemplo, termina en una concepción
democrática en el orden político, pero
no elude jamás el porvenir y la conti
nuidad del desenvolvimiento, no inte
rrumpe la aspiración a lo mejor, estẠtoda abierta hacia la esperanza acumulando nuev_as experiencias que pl'Ovienen de la lucha eterna de los contrarios
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EL . MITO DE PROMETEO
EL MITO DE PROMETEO
y de la irradiación de las trasmutacio
nes. Esa es su salud. El dinamismo, el
impulso ascensional. El Zeus primario
incubaba los déspotas e imponía la esclavitud y el sometimiento. El Zeus nuevo, crea hombres dueños de sí mismos, y por ello, cada uno de esos hombres es un obstáculo para la tiranía.
Prometeo se define, pues, a sí mismo, como acción y reacción. En el es
tilo del océano, se expande o se contrae en eterno flujo y reflujo. Es dinámico en todo sentido. Si detiene su paso, es porque se concentra para afirmarse en su conciencia antes de aventurar nuevamente su pie. Dentro y fuera, su ser es lucha. Rompe lo hecho, porque su pensamiento ha ido ya más lejos y su
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EL MITO DE PROMETEO
destino es avanzar libremente, lleván
dose entero detrás de sus ideas. No te
me el pasado. Va a veces hacia él, por
que en él acumuló sus propias expe
riencias, pero ese mismo pasado lo proyecta hacia el futuro, porque el don más grande que ha otorgádo a los hom
bres, es la esperanza. Su palanca es la desconformidad, germen del ideal, y su
punto de apoyo es el pensamiento. Su voluntad gravita sobre el entusiasmo.
Vive y vibra e~ eterna emulación. Su razón de ser es la libertad integral, y educa en ella a sus hermanos, porque lo prometeano es una pugna perenne. El tiempo vale en él a modo de puente entre el pasado, que es su historia, y
el porvenir, que es su justificación y
49
EL MITO DE PROMETEO
su sueño, y el germen d.e una historia no vivida todavía. Hasta cuando i·etro
cedef avanza. Necesita ejemplos, mate
riales, justificaciones. Los arranca de
lo que ya fue para !mpulsarse a sí mis
mo hacia lo que será, que él intuye con
su virtud adivinatoria. Su apetencia, ante su actividad fatal, es devoradora. Lo consume todo, hermanándose al fuego. Es el hambre de se1· que necesita ~Íimentarse en los manantiales del
tiempo. No le hasta ni le confor~a el advenimiento del presente efímero, porque esa conducta implicaría el aniquilamiento de su libre intervención. Roba la llama de los dioses, porque se siente capacitado para sustentarla siempre y sin retardo alguno. Atento al
50
EL MITO DE PROMETEO
acontecer incesante, Argos de mil ojos,
espera, no en las quietas márgenes de
la vida, sino en su torrente mismo. Es
la anticipación pensada sobre el azar
arbitrario y caprichoso, o sobre la dog
mática rigidez de toda ley. Organiza
en acción. No espera el futuro, lo asalta y lo apresura de nuevo. Sabe profundamente su limitación, pero cuenta con la avizorada perspectiva del infinito. No puede resignarse jamás. Cuando lo pierde todo, se crece en su dolor, y.
pulsa de nuevo sus fuerzas. Por eso, su fondo es tt·ágico, pero afirmativamente trágico, pues le está impedida la renuncia y el ciego acatamiento. Igual entre iguales, libre entre libres, luchador entre luchadores, erige la tentación
51
EL MITO DE PROMETEO
de la discordia para evitar el morte
cino hastío y la podredumbre del es
tancamiento.
Cuando ya lo vemos encadenado en
la tragedia de Esquilo, y el coro de las oceánidas, rodeándolo, le interroga sobre el origen del castigo que padece, Prometeo nos instruye de sn actividad y de su obra. En la guerra entre·Zens y los titanes, se decide por la potencia ordenadora, por la inteligencia supe-
• rior contra el ciego huracán de las energías ·indisciplinadas. Pero cuando
el dios vence gracias a Ja astucia de su aliado terrestre, y determina entonces extirpar el linaje de los hombres y promover una nueva estirpe, Prometeo, que ha previsto ya el alto destino
52
EL MITo DE PROMETEo·
en la semidormida capacidad de sus
hermanos, rompe interiormente el pacto con el pritaneo del Olimpo, herido
por su injusticia. La discordia, Eris, generadora de las más ardientes lu
chas, se interpone entre ambos. Prometeo no elude el com~ate. Lo prevé y lo acepta, aunque sabe los tremendos poderes de que dispone su despótico enemigo. Humeaba aun sobre el planeta el rayo con que sojuzgara a los titanes.
Clavado en su roca, exclama el titán: "Por esto me veo ahora abrumado con tan fieros tormentos, dolorosos de sufrir, lastimosos de ver. Movime a pie
dad de los hombres, y no soy tenido por digno de ella, mas tratado sin mi-
53
EL MITO DE PROMETEO
sericordia" . Con esas palabras enuncia su amor a los hombres, la inteligencia con que pudo desbaratar el propósito de Zeus, la voluntad inmediata con que movió la acción tras la idea, por encima de todo egoísmo y de todo temor, y aun le escuchamos estas palabras con que cierra su discurso y en las que surge como juez de su juez y como verdugo moral de su verdugo físico : "Espectáculo ignominioso para Zeus".
54
.EL MITO DE PROMETEO
IX
Es impresionante pensar que el primer capítulo de la historia
humana que concibe la mitología griega, sea, tan luego, el de la lucha de un espíritu libre y rebelde contra un despotismo totalitario, 01·gulloso y cruel. Y es mucho más impresionante todavía pensar, que no obstante la lección de Prometeo, y a pesar de los siglos de civilización que ha vivida la humanidad, la Tierra nos enseña aun el vergonzoso cuadro de tantas tiranías y de tantos hombres encadenados por la impúdica depravación de los déspotas, o por legislaciones que mutilan la personalidad en forma no menos opro-
55
EL MITO DE PROMETEO
biosa que la rigidez del instinto en la era preprometeana.
Y es que en la eterna disparidad de las cosas, de los hechos, de los impulsos, frente al poder de pro· gresión surge mil veces el poder de regresión, es decir, la allernancia de aquellos pares de opuestos de los que Heráclito, el más trágico de los filósofos griegos, hacía emanar el devenir, dentro de su concepto dumático del Universo. Por eso el pensador de Efe. so, frente a aquel verso que pone Homero en boca de Aquiles, ante la muerte de su amigo Patroclo: "perezca la discordia, odiada por los hombres y
los dioses", el agónico filósofo, que no concibe el ser como ser sino como cambio y trasmutación, advie1·te al
56
Er, MzTo DE PROMETEO •
homh1·e sobre el peligro de esa ense
ñanza del poeta, y, como espíritu pro
meteano, considera que el cantor de
la Ilíada, estaba rogando por la destrucción del universo, por cuanto si la plegaria de Aquiles fuese oída y
realizada, perecerían todas las cosas. Heráclito, valiente y temerario ante el drama cósmico, añade aun· que lo
opuesto es lo que nos conviene a todos. , Con la misma resolución con que Pro
meteo sube al hombre desde la animalidad a la inteligencia y a un destino creador, esa ansiedad dinámica que germina en la desconformidad del hombre despoj~do, se afirma en Heráclito, el eterno joven de la filosofía helena, cuando predica que debemos
57
EL MITO DE PROMETEO
' saber que la lucha es común a todos,
que la lucha es justicia, y que todas
las cosas nacen y mueren por la lucha.
¿No es esto penetrar en un tremen· do destino de lucha, de esfuerzo, de
sacrificio, no es la irrupción inteli
gente del hombre en la Naturaleza y en su propia vida? El salto prometeano del animal al hombre, del instinto a la conciencia, de la ciega resignación de un orden cerrado, al lumi
noso esfuerzo, implica una guerra eterna. Cuando la sabiduría antigua afirmaba que la Naturaleza se com·
place en ocultarse, nos hace ver cuá~to silencio hay en sus entrañas y qué oscm·o es el tejido de la infinita Esfinge. Pero el hombre prometeano busca ar-
58
EL MITO DE PROMETEO
dientemente las claves que abren esa
oscuridad, y aplica el oído en lo más recóndito para recibir el mensaje, sólo escuchado por los dioses. Y cuando
capta ese mensaje, cuando ha comenzado a vulnerar el secreto, intenta todos los caminos de la acción para lle
var hacia esos mismos dioses egoístas las condiciones de su vida y las ·esencias de su propio ser. ¿No es un combate también, acaso, ese ahin~amiento de la sed ante los límites que nos impone el misterio, y esa conquista de la
verdad activa, humana palanca que tras mil ensayos, va levantando el nivel del hombre y el nivel de las socie-
- dades? ¿No es lo más grande del hombre mismo el don de la esperanza que
39
EL MITO DE PROMETEO
le otorga P1·ometeo? ¿Qué aguarda la
r9ca en su rígida inmovilidad? ¿Qué
aguarda la ola que se i·epite siempre
igual en las vibrantes llan-µras del
océano? ¿Qué aguarda el águila que
va desde el huevo vital a la mortal ce
niza, sin cambiar uno sólo de sus im
pulsos? ¿Qué aguarda el árbol en cu
ya semilla sólo deja la exacta copia
de sí mismo? La· roca, la ola, el águila,
el árbol, son destinos acabados. Nada esperan. Ningún Prometeo les ha incrustado la chispa celeste. Subsisten mecanizados. Son la Natu,raleza que no se ha desprendido de sí misma. En tanto, el hombre es el gran separado.
Su conciencia, la chispa de Prometeo, es el ojo infinito que recoge la ima-
60
\
EL MITO DE PROMETEO
gen del cosmos, y la abre para beberle el zumo revelador de sus entrañas. Y por eso necesita ser libre, ser prometeanamente libre, porque al convertirse en el gran separado, creó en sí mismo la conciencia de su individua· lidad. La medida de toda cultura la d.a esa significación de lo humano. No hay humanidad verdadera sin libertad verdadera.
/
61
...
EL MITO l>E PROMETEO
X
ES Prometeo, liberándose de Zeus y desgarrándose de la Tierra,
quien germina las civilizaciones y sus culturas.
Puso en las manos el esplendor del fuego para que, trabajando con
esa herramienta prodigiosa, cultiven
los hombres todas las artes. Les ense
ñó a ver lo que veían y a oír lo que ,
oían, colocándoles la inteligencia de
trás de los ojos y los oídos. Los hizo
arquitectos, navegantes, y subterráneos
mineros. Les trasmitió el don prof é
tico para que pudiesen prever los
acontecimientos futuros. Los instruyó
63
EL MITO DE PROMETEO
en el bronce, en el hierro y en el oro.
Convir tió el aliento en palabra y la
palabra en cavidad del pensamiento,
del color, y de la música. Hizo de las
líneas signos para que el pasado que
dase escrito en el presente. Les descu~
brió la conciencia, los adoctrinó en el
bien y en el mal, y les fecundó el an
helo de la perfección, arrojándolos
por caminos iluminados por la misma
luz que fulgura en el cielo.
En esa potencia temeraria radica su
crimen y en ella se origina su castigo. Mas a Prometeo no lo amedrenta ni intimida castigo alguno. El dolor de las cuñas y las sangrientas cadenas, lo excitan en su coraje y en su desafío al tirano, que le veda el goce de su li-
64
EL l\iiTo DE PRoMETEO
bertad y el ímpetu de sus fecundos trabajos. En su palabra, como en su pensamiento, es libre. No hay prisión completa para un ser dé su temple. Centuplica su censura. Quema su boca con el sarcasmo y con la blasfemia. Sabe, como Titán, lo que el mismo dios ignora como dios. El encadenado encadena al encadenador. Lector prodigioso del destino, ha contemplado entre los dedos de las Parcas que traman la tela de los seres en los inmensos telares del tiempo, el hecho profundo que lo hace más grnnde que al déspota de todos: la Fatalidad. En efecto, él sabe que un día Zeus celebrará tales bodas que de ellas le nacerá un hijo :rp.ás fuerte que él. Y ese hijo lo despojará del cetro sublime del Olim-
65
EL MITO DE PROMETEO
po. ¿Acaso no han caído ya oti·os amos,
no menos poderosos y despóticos que
Zeus?
El secreto de Prometeo va acrecentando la tensión del drama. No hay más movimiento exterior que el de los
personajes que llegan, dialogan y se retiran. Pero el secreto es el actor oculto. Salta de la Tierra al Olimpo.
Es invisible, es intangible, pero vuela hasta Zeus, destroza el escudo de su
orgullo, quebranta la prepotencia del déspota, martiriza su soberbia y ata su arrogancia al Titán, atado a su. vez a la roca por sus verdugos. ;No hay paz en las entrañas de ninguna tiranía. La f1,1erza sola, sin la justicia y sin la libertad, sufre la afrenta y el suplicio
66
EL MITO DE PROMETEO
de sus Ciegas inseguridades. La sutil inteligencia puede siempre más, en la extensión del tiempo, que la ruda fir. meza donde se cree seguro el. tirano. El pensamiento libre lo sentencia. Es vana la pretensión de ahogarlo. Es el vengador inevitable de quien pretende esclavizarlo. Sus mensajes sutiles vue
lan con las alas impalpables del espíritu, y la saeta que oculta destroza la grosera dicha del déspota. Ese secre
to, esa flor divina y humana de la con
ciencia, es eterno. Detrás de cada
mandón está siempre el Prometeo que
lo intuye. Donde no hay libertad, no
hay cimiento. O Zeus liberta a Prome
teo, o las cadenas de Prometeo serán
las de Zeus.
67
EI. MITO DE PROMETEO
XI
H~rmes, el obediente, en humillante descenso. Es el
· Olimpo arrojado a los pies de la víctima, aunque el dios mensajero hable, imperioso.
El secreto ha doblado la espalda del dios. El prepotente envía su emisario al encadenado. Nada más terrible que esa escena. Nunca un choque más tremendo de dos almas y de dos voluntades. ¡Es todo Esquilo! . . . El ministro del tirano es insultante y conminatorio. Prometeo lo atraviesa de saetas y lo quema entero en su fuego vengador. El esbirro amenaza con la cobarde valentía que le presta el amo. Pero
69
EL MITO DE PROMETEO
dueño único del secreto, en desga
rrante tensión, Prometeo, dios de 'los
destinos en ese itiptante supremo, es
más grande y más trágico que el Dios
del Olimpo. Esclavo, no hablará; li·
bre, sí, tal el único dogma del Titán.
Esa igualdad no es compre~dida por el servilismo de Hermes. ¡Cuánta se
auridad en las claves de la sabiduría
~e Prometeo, qué confianza viril oo
el monte de su voluntad, qué hondo,
qué impenetrable refugio el de su libertad interior, qué invencible Pftencia la de su conciencia rebosante de la . fe en su destino 1 Cuando lo humillan, humilla ; cuando Hermes lo sa-
" . t cude en su desgrada, ten por c1er o, le dice, que no troca1·ía yo mi desdi-
70
EL j MITO DE PROMETEO
cha por tu servil oficio; que juzgo por
mejor servir a esta roca que no ser
dócil mensajero de Zeus, tu pad1·e. Así
es razón que con ultrajes se responda
al que nos ultraja" . Prometeo lo sa
be. Caerá el rayo, se crispará el hu
racán, tronará la nube, se rajará la tierra, lo tragará el negro Tártaro. Al vol
ver de nu.evo a la luz, lo morderán
el sol y el frío de la noche en la cum
bre caucásica. Mas él callará siempre y sólo hablará cuando sea libertado.
Sabe más que el enceguecido Zeus.
Sabe que la justicia, aunque tardía, ha de llegar. Y siempre llega. Y que siempre también toda tiranía es tragada por su propia violencia. Su misma du-
1 reza, su misma opacidad, su obtusa ce-
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..
EL MITO DE PROMETEO
guera, la i-ompen. Sólo en la flexible modulación de la libertad, en ese apa· rente río movible de la lucha eterna de las ideas, la nave va segura.
72
rl
EL :MITO DE PROMETEO
( XII
TE invoco, sublime Titán, alto maestro del hombre, herma
no mío én lo mejor de mi ser2 viejo ¡ altivo compañero de ruta del hombre, creador innume1·ahle en el templo cós-mico de la Tierra. Te invoco en tu heroísmo, desde las entrañas de América, para que nos asistas en esta hora -de conmoción y lucha, en que las fuerzas negad.oras extienden su negro oleaje sohr~ las ciudades y los campos. Ilumina de nuevo a los hombres ahora, cuando en todas las conciencias de-
, rrotadas, tu llama palidece. Afírmanos. Danos un nuevo coraje. Los tiranos vuelven, con menos grandeza que Zeus, pero con más cínica insolencia.
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EL MITO DE PROMETEO
Por muchas partes la Tierra está man
chada. ¿Es que la regresión ha comen
zado? Y a los mutilados se cuentan por
millones. Tráélios la divina discordia
y ponte al frente de tus adeptos. Fuiste siempre el salvador. Vuelve a serlo.
No te retardes. Si fuiste el profeta de la esperanza, tu nuevo patria no puede ser otra que América. Siémbrat~ en chispas, infúndete en entusiasmo, una
nueva era te aguarda. Todas las nue·
vas almas prometeanas esperamos
aquel secreto tuyo que pone en movi
miento a la libertad. No hasta acumu
lar riquezas, levantar grandes ciudades, erigir edificios magníficos, crear industrias sobre industrias, abrir caminos sobre las llanuras y las monta-
74
EL MITO DE PROMETEO
ñas, sembrar el trigo que fructifica en
doradas cosechas, martillar en los asti
lleros los barcos que unirán las más
lejanas tierras. ¡No! Eso no es más
que la materia estructur~da, el cuer
po vigoroso y necesario a toda civili
zación,. pero es sólo el cuerpo. Mas,
¿qué vale un cuerpo enorme y poderoso si adentro de ese templo no hay un alma? ¡Oh, Prometeo, para que esa
alma se encarne en América, es necesario crear en ella otra vez tu hombre, es necesario encenderlo ·en el sentido de tu propia historia sobre el planeta, antes de que el planeta se avergüence de sus hijos.
Ejemplaricemos, purifiquemos, elevemos nuestras democracias, y restitu-
75
EL MITO DE PROMETEO
yamos sus leyes allí donde han sido
arrasadas.
Acaso el nuevo representante de la
humanidad, ese dios-hombre que ha
de ocupar el nuevo templo, existe ya,
·y sólo espera una mirada genial que
penetre en las entrañas del alma, para
revelarlo. Acaso cada uno de nosotros,
tengamos, en lo más profundo de la vida, la presencia de ese hombre que
llenará los siglos futuros de . América,
y que dé un nuevo acento a la vieja e infatigable Tierra. Acaso lo quere· mos construir, y él ya está completo en las potencias y esencias de nuestros seres. ¿No será la hora de romper los gastados moldes y decir, gloriosamente: Todo se ha acabado y todo comienza?
76
EL MITO DE PROMETEO
Es necesario morir y nacer de nuestra propia muerte. Es necesario exclamar con valentía: Rotas están las tablas de las antiguas leyes. He construído un nuevo navío para llevar en él, el des· tino de la hu~anidad y he puesto por proa tu propio corazón, Prometeo !
77
l
..
~ 1
EL MITO DE PROMETEO
XIII
UENTRAS escribo estas líneas miro hacia el Oeste. Cae al
mar un sol magnífico, en un ocaso de encendidas púrpuras. Los instantes co-1-ren como si siguieran al astro. Poco a poco, por delicados desmayos, palidece el rojo trágico. El disco sangriento ha desaparecido. La sombra inmensa se levanta sobre su muerte, y en el orgullo de su victoria, arden las estrellas, como ideas inmortales. La tierra, fe. cunda, duerme.
Un silencio inmenso pesa sobre las ciudades y los campos. ¿Lloraremos por la luz perdida? ¡No! Porque hacia Oriente, muy pronto, el arquero
79·
EL MITO DE PROMETEO
de la mañana rasgará las tinieblas, y
la luz irrumpirá de nuevo, espléndida y gloriosa, y sobre su nave de fuego, impulsado por el viento de la eternidad, el astro de los días, como la frente de un dios, volará por los caminos celestes, y la oscura tierra vestirá de nuevo la túnica de la esperanza.
La vida es fuerte, es trágica, es enorme. Esperémosla siempre para realizarnos en ella, para que el bien, la belleza, y la verdad y la justicia, sea~ algo más que sueños admirables!
Hagamos el escudo de América:
¡Un disco de luz, y un hombre libre abriendo el futuro con la llama de Prometeo entre sus puños!
80
ESTA CONFERENCIA DICTADA
POR EL POETA CARLOS SABAT
ERCASTI, EN EL ATENEO DE
MONTEVIDEO EN 1969, FUE
EDITADA POR LA LISTA "U~IDAD ATENE I STA Y ACC I ON DEMO
CRATICA" Y UN GRUPO DE
INTEGRANTES DEL "MOVIMIENTO NACIONAL PARA LA DEFENSA DE LA LIBERTAD"
-
•
lmpri. tnió ClilESA Hnos. Yaguar6n !1060 1'eléfono 2 98 31
l
r
OBRAS PUBLICADAS
POR EL AUTOR
1941 Artemisa (Poemas) 1944 El Espíritu de la Democra-
cia 1944 Romance d e la Soledad 1945 Himno Universal a R oosevelt 1946 Himno a Artigas 1947 Las sombras diáfanas (So
n etos) !947 Poemas del H ombre:
Libro de la Ensoñación 1947 Oda a Eduard o Fabini 1948 Retratos del Fu<;go:
Antonio de Castro Alves 1943 Poemas del Hombre:
Libro de Eva Inmortal 19~ll Unidad y dualidad d e l sueño
y de la vida en la obra de Cervantes
1943 Lib ro de los Cánticos: Cántico de la presencia
W52 P rometeo (Poem a Dramático)
1053 Poemas del Hombre: L ibro de José Martí
1953 R etratos d el Fuego: María Eugenia Vaz Ferrelra
1957 El Charrúa Veinte T oros 1958 Sonetos chilenos 1958 P oemas del H ombre :
Libro de los Mensaj es 1958 Sonetos ecuatorianos 1958 Retratos del f uego :
Car los Vaz Ferrelra 1959 El Mito de Prometeo 1959 Lucero, el caballo loco
-