[1984] André Gunder Frank. La bomba nuclear y la bomba de la deuda (Edición Impresa El País)

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20/7/2014 La bomba nuclear y la bomba de la deuda | Edición impresa | EL PAÍS http://elpais.com/diario/1984/09/30/opinion/465343206_850215.html 1/6 ANDRE GUNDER FRANK 30 SEP 1984 TRIBUNA:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA La bomba nuclear y la bomba de la deuda Archivado en: Condonación deuda Tercer mundo Opinión Comercio internacional Estados Unidos Política exterior Relaciones económicas Deuda externa Finanzas internacionales Geopolítica Relaciones exteriores Política Finanzas Comercio El tema de la deuda exterior de los países en vías de desarrollo ha adquirido tal gravedad, que el autor lo compara con otra bomba, que se une al de la bomba por antonomasia, la nuclear. La táctica del amedrentamiento del adversario -el "juego del gallina"- ha llevado a una situación donde la salida se ve cada vez más oscura. Pero es indudable que la conexión entre estos dos temas, el nuclear y el de la deuda, es más estrecha de lo que puede parecer, hasta el punto de que hay que trabajar conjuntamente para salir de ambas crisis Henry Kissinger dijo en los años setenta que el Tercer Mundo le importaba un rábano. Ahora se ha unido al coro de quienes expresan una seria preocupación por la deuda del Tercer Mundo. El año pasado, en un artículo titulado La salvación de la economía mundial, escribió que "la raíz del problema de los actuales esfuerzos para resolver el problema de la deuda es que ésta, en el futuro inmediato, es de hecho irresoluble". Y después de criticar al Fondo Monetario Internacional por "contraer la economía, aumentar el desempleo y reducir el consumo" en los países del Tercer Mundo, Kissinger se centró en su principal preocupación: "En ello está en juego la evolución política interna de varios países en vías de desarrollo, entre ellos, muchos amigos importantes de Estados Unidos. Si la crisis de la deuda lleva a la aparición de Gobiernos, antioccidentales, las cuestiones económicas se verán reducidas por las consecuencias políticas" (Newsweek, 24 de enero de 1983). Kissinger volvió a tocar el problema en un artículo reciente titulado La solución a la crisis de la deuda: el arte de gobernar, en el que observa que "no hay la menor posibilidad de que se pague el principal antes de, como mínimo, una década. Incluso los pagos de intereses serán políticamente inviables a menos que se enfoque el problema como una cuestión política y no puramente económica. La continua negativa a aceptar estos hechos puede provocar una confrontación política entre Estados Unidos y sus principales deudores latinoamericanos" (EL PAÍS, 24 de junio de 1984. International Herald Tribune, 25 de junio de 1984.). Lo que Kissinger olvida mencionar es que el mismo mecanismo que hace de la cuestión de la deuda un problema político hace que sea tremendamente difícil, si no imposible, llegar a un acuerdo político, incluso contando con dotes de gobernante como las suyas, que permita reconciliar los intereses económicos más allá del control de nadie. La fe de Kissinger en el arte de gobierno es bastante poco modesta o realista teniendo en cuenta el "problema técnico económico" al que tendrán que hacer frente los políticos por la acumulación de la deuda, el aumento de los tipos de interés, la acumulación de vencimientos expirados y la llegada, antes o después, de la próxima recesión, aspectos todos ellos que amenazan con hacer explotar la bomba de la deuda. Es bastante probable que la próxima recesión ejerza una mayor influencia sobre los acontecimientos y la situación de la deuda que la que puedan ejercer los gobernantes o estadistas tipo Kissinger. Desde los inicios del capitalismo industrial, en torno a 1800, se han DOMINGO, 30 de septiembre de 1984 ARCHIVO EDICIÓN IMPRESA

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André Gunder Frank. La bomba nuclear y la bomba de la deuda. En: El País, España, 30 de Septiembre, 1984.

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ANDRE GUNDER FRANK 30 SEP 1984

TRIBUNA:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA

La bomba nuclear y la bomba de la deuda

Archivado en: Condonación deuda Tercer mundo Opinión Comercio internacional Estados Unidos Política exterior Relaciones económicas Deuda externa

Finanzas internacionales Geopolítica Relaciones exteriores Política Finanzas Comercio

El tema de la deuda exterior de los países en vías de desarrollo ha adquirido tal gravedad, que el autor lo compara con otra bomba, que se une al de la bomba por

antonomasia, la nuclear. La táctica del amedrentamiento del adversario -el "juego del gallina"- ha llevado a una situación donde la salida se ve cada vez más oscura. Pero

es indudable que la conexión entre estos dos temas, el nuclear y el de la deuda, es más estrecha de lo que puede parecer, hasta el punto de que hay que trabajar

conjuntamente para salir de ambas crisis

Henry Kissinger dijo en los años setenta que el Tercer Mundo le importaba un rábano. Ahora se

ha unido al coro de quienes expresan una seria preocupación por la deuda del Tercer Mundo.

El año pasado, en un artículo titulado La salvación de la economía mundial, escribió que "la

raíz del problema de los actuales esfuerzos para resolver el problema de la deuda es que ésta,

en el futuro inmediato, es de hecho irresoluble". Y después de criticar al Fondo Monetario

Internacional por "contraer la economía, aumentar el desempleo y reducir el consumo" en los

países del Tercer Mundo, Kissinger se centró en su principal preocupación: "En ello está en

juego la evolución política interna de varios países en vías de desarrollo, entre ellos, muchos

amigos importantes de Estados Unidos. Si la crisis de la deuda lleva a la aparición de

Gobiernos, antioccidentales, las cuestiones económicas se verán reducidas por las

consecuencias políticas" (Newsweek, 24 de enero de 1983). Kissinger volvió a tocar el

problema en un artículo reciente titulado La solución a la crisis de la deuda: el arte de

gobernar, en el que observa que "no hay la menor posibilidad de que se pague el principal

antes de, como mínimo, una década. Incluso los pagos de intereses serán políticamente

inviables a menos que se enfoque el problema como una cuestión política y no puramente

económica. La continua negativa a aceptar estos hechos puede provocar una confrontación

política entre Estados Unidos y sus principales deudores latinoamericanos" (EL PAÍS, 24 de

junio de 1984. International Herald Tribune, 25 de junio de 1984.).

Lo que Kissinger olvida mencionar es que el mismo mecanismo que hace de la cuestión de la

deuda un problema político hace que sea tremendamente difícil, si no imposible, llegar a un

acuerdo político, incluso contando con dotes de gobernante como las suyas, que permita

reconciliar los intereses económicos más allá del control de nadie. La fe de Kissinger en el arte

de gobierno es bastante poco modesta o realista teniendo en cuenta el "problema técnico

económico" al que tendrán que hacer frente los políticos por la acumulación de la deuda, el

aumento de los tipos de interés, la acumulación de vencimientos expirados y la llegada, antes o

después, de la próxima recesión, aspectos todos ellos que amenazan con hacer explotar la

bomba de la deuda.

Es bastante probable que la próxima recesión ejerza una mayor influencia sobre los

acontecimientos y la situación de la deuda que la que puedan ejercer los gobernantes o

estadistas tipo Kissinger. Desde los inicios del capitalismo industrial, en torno a 1800, se han

DOMINGO, 30 de septiembre de 1984

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dado más de 40 recesiones, y ya van cuatro desde el inicio de la actual crisis económica

mundial a mediados de los sesenta. Ninguna de estas recesiones se ha visto esencialmiente

modificada, ni mucho menos evitada, por la política económica, y todas ellas han afectado de

manera importante o incluso determinado la puesta en marcha de ciertas políticas económicas.

Ningún analista económico responsable o bien informado, ya sea de empresas, Gobiernos o

universidades, duda actualmente de la llegada de otra recesión. La cuestión es cuándo y con

qué fuerza y consecuencias.

La próxima recesión

Ha habido mucho debate sobre si la próxima recesión tendría lugar o no antes de las

elecciones norteamericanas en noviembre de 1984 y cómo podría afectar al resultado de tales

elecciones. Pero sería más realista considerar cómo va a afectar la próxima recesión a la

política de la Administración que salga de ellas, sea la que sea. Las dos recesiones anteriores

han afectado de manera vital, llegando incluso a cambiarla, la política de los Gobiernos

norteamericanos y de otros países industriales, socialistas y del Tercer Mundo. Además es

probable que la próxima recesión vea sus efectos (sobre la economía de todos estos países y

sobre la política económica y general de sus Gobiernos) multiplicados mediante el detonante

de la bomba de la deuda, lo cual empeoraría a su vez ampliamente la recesión, convirtiéndola

posiblemente, en una depresión. Pero la próxima recesión no va a ser el único detonante de la

bomba de la deuda del Tercer Mundo (si es que no explota o se lo desactiva antes), sino que

hará también estallar las bombas de la deuda de los créditos de consumo, de las empresas y

de diferentes departamentos gubernamentales, a las que no se presta la atención que merecen

por su peligrosidad. El estallido de cualquiera de ellas puede hacer estallar cualquiera de las

otras o todas, acelerando así el desarrollo de la próxima recesión. Y, además, a mediados de

esta década se produce una acumulación masiva de vencimientos de deudas.

Así pues, la deuda del Tercer Mundo, vista de forma realista, constituye una bomba de relojería

con una mecha tan larga como el actual período de recuperación, que comenzó en 1983 y

acabará en 1984, 1985, 1986 o cuando sea. Y la recesión que siga a este período hará estallar

la bomba de la deuda si no se apaga antes. Si la acumulación de la deuda hizo posible amainar

la recesión de 1973-1975 para posteriormente agravar la recesión de 1979-1982 debido a la

resultante crisis de (falta de) liquidez, tal como se ha comprobado, podremos igualmente

comprobar que cualquier fracaso en la solución del problema pendiente, cada vez mayor, de la

transición de la crisis de (falta de) liquidez a la crisis de (falta de) solvencia supondrá

inevitablemente que la próxima recesión y su peso sobre la balanza de pagos del Tercer

Mundo hará que un país tras otro se declaren insolventes. Serán simplemente incapaces de

seguir haciendo frente al servicio de sus deudas, independientemente de la política que se

aplique en el hemisferio Norte o en el propio Tercer Mundo. Surgirá la cuestión simple y

escueta de cómo hay que hacer frente a esta situación de insolvencia, de quién tiene que

cargar con los costes o de cómo hay que compartirlos, y de qué hay que hacer a continuación.

La longitud de la mecha -y el tiempo disponible para apagarla- antes de que se produzca este

(¿in?)feliz acontecimiento no es otra que la incierta extensión del actual período de

recuperación de la pasada recesión hasta la aparición de la próxima, que será aún más grave o

incluso una auténtica depresión.

El análisis más autorizado

El análisis hasta ahora más cuidadoso y autorizado de la crisis de la deuda es el estudio de

Williani R. Cline La deuda internacional y la estabilidad de la economía mundial, publicado

por el Instituto Internacional de Washington en septiembre de 1983. Cline plantea de manera

explícita la cuestión de si la crisis de la deuda del Tercer Mundo es una cuestión de falta de

liquidez o de insolvencia. Para responder la pregunta constituye modelos económicos a partir

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de 40 combinaciones diferentes de proyecciones económicas para el período 1983 a 1986.

En el caso de las proyecciones más favorables, se trata de una crisis únicamente de liquidez,

fácil de controlar y solamente temporal. Tal es su condición, basada en sus proyecciones de

los índices de crecimiento industrial de los países de la OCDE en el conjunto de la economía

mundial, de un 3% anual entre 1984 y 1986, además de otras suposiciones sobre los precios

del petróleo y otras variables. Conclusiones similares fueron la alcanzadas por un estudio de la

Banca Morgan Guarantee, y algo menos favorables fueron las del FMI, según nos dice Cline.

Con los índices de crecimiento al "2,5% o inferiores, la situación mejora poco o incluso

empeora" (página 52). Pero "en el caos de un crecimiento de únicamente 1,5% a lo largo del

período indicado (caso A), el actual déficit de cuentas corrientes de los 19 países aumenta

hasta 107.000 millones de dólares en 1986..., y resultaría tan difícil financiar estos tremendos

déficit potenciales que el diagnóstico sería de insolvencia en lugar de falta de liquidez" (página

58). El peor caso que analiza es el de un índice de crecimiento del 1,4%, tipo de interés Libor

del 13,5%, el descenso de los precios del petróleo a 20 dólares el barril y una depreciación del

dólar de únicamente un 5%. Respecto a este último caso, el peor de los que él analiza, pero en

forma alguna el peor que podría darse, Cline escribe: "En el peor caso la deuda es claramente

incontrolable y son lógicos los procedimientos de declaración de quiebra para hacer frente a la

situación de insolvencia, Es obvio que el problema de la deuda internacional tiene grandes

riesgos de empeoramiento, a pesar de que el análisis central expuesto sugiere que en el caso

base presentado tiene solución" (página 67). Pero el caso base esperado por Cline no tiene en

cuenta una nueva recesión dentro del período de sus proyecciones, hasta 1986, y él no hace

proyección alguna para después de ese año. Pero cualquier caso base un poco realista del

desarrollo del capitalismo mundial durante la actual crisis debe lógicamente incluir la llegada de

la próxima recesión, muy probablemente mucho antes de 1986, y debería realizar

proyecciones teniéndola en cuenta, muy posiblemente, con índices de crecimiento muy por

debajo del 1,4%, o quizá negativos, como en las dos últimas recesiones, además de otras

variables asimismo menos favorables que en el peor caso de Cline. Cline recomienda planes

de contingencia por si acaso sus proyecciones optimistas no se ven respaldadas por los

próximos acontecimientos, y considera que el factor que con mayor probabilidad puede llevar a

un empeoramiento es un nuevo descenso en los precios del petróleo, ya que esto perjudicaría

a unos pocos países exportadores de petróleo más de lo que beneficiaría a los muchos

países importadores.

La mecha se acorta

No obstante, la misma existencia de la bomba de la deuda está acortando su propia mecha y

acelera el proceso que, inevitablemente, conduce a la próxima recesión. Empeora las

variables, sobre todo los índices de crecimiento,y los tipos de interés que influyen de manera

negativa sobre las proyecciones, y se comporta como una profecía que por su propia

naturaleza debe cumplirse, avanzando hacia su posible explosión, y quiera Dios que no

provoque también la explosión de la bomba nuclear.

A pesar de todo, se puede aún plantear la siguiente pregunta: si estos peligros y los que

Kissinger, Muldoon y otros observadores ven son tan graves e inmanentes, ¿por qué no hace

nadie nada para evitarlos? Eso nos lleva, desde luego, a la pregunta de quién podría hacer algo

y qué. Para responder a estas preguntas sobre la bomba de la deuda puede que sea útil

compararlas con otras notablemente análogas sobre la bomba nuclear y la amenaza de su

explosión en una guerra. Da la impresión de que estamos presenciando un juego de

amedrentamiento económico similar al del amedrentamiento nuclear (del tipo de juego de

amedrentamiento o gallina que jugaban, por ejemplo, en la película de James Dean Rebelde

sin causa, en el que dos coches se dirigen uno hacia el otro por una carretera estrecha o se

dirigen los dos hacia un precipicio; el primero que se acobarda y se aparta a un lado es el

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perdedor; el último en hacerlo, el ganador). Los norteamericanos están negociando en lo que

es un juego de amedrentamiento nuclear con la Unión Soviética en Ginebra, e incluso con sus

aliados europeos, desde lo que ellos creen que pueden permitirse todo tipo de faroles, porque

a los otros jugadores no les queda otra alternativa que seguirlos a ellos, que están

continuamente subiendo las apuestas en este juego de póquer nuclear, con la esperanza de

obligar a su oponente a tirar las cartas. Viendo la cuestión a corto plazo y desde la posición de

cada uno de los jugadores de este póquer nuclear, parece bastante lógico que se sigan tales

reglas. De igual manera, en el páquer económico mundial, con una visión de corto plazo, para el

período de

desarrollo del juego, y contemplándolo desde el punto de vista de cada jugador

individualmente, resulta también bastante lógico seguir negociando mientras haya dinero en

juego. Estados Unidos mantiene todavía un dominio económico relativo, basado en parte en la

ausencia por ahora de una alternativa realista al dólar norteamericano como principal moneda

internacional, y Estados Unidos puede continuar operando con el dinero de otros países: una

gran parte del programa armamentístico norteamericano no lo pagan los contribuyentes de ese

país, sino otros países que están financiando el resultante déficit de Estados Unidos. Mientras

que los bancos y la industria norteamericana dependen en gran medida del mantenimiento de la

situación actual en un futuro indefinido, resulta lógico que jueguen a este chantaje económico

contra el Tercer Mundo o incluso contra sus socios o competidores europeos y japoneses. Es

igualmente lógico que los otros sigan el juego y jueguen siguiendo las mismas normas.

La explosión posible

Pero, al igual que en la cuestión nuclear, lo que resulta lógico para cada uno de los jugadores

individualmente y a corto plazo no lo es a un plazo medio o largo (que puede resultar bastante

corto) para todos los jugadores en conjunto. La carrera armamentística resultante y la actual

acumulación de la deuda empeoran la situación a cada mano y aumentan las posibilidades de

una explosión accidental de la bomba nuclear y de la bomba de la deuda. Pero no hay nadie

que esté dispuesto a ceder hasta el último momento, y puede que en el último momento sea

demasiado tarde, porque puede que el último momento sea, efectivamente, el último. Si bien la

bomba de la deuda es menos grave que la nuclear, no obstante podría provocar tal quiebra

económica que convertiría en impracticable el actual sistema internacional de comercio y

pagos. Y, además, la quiebra del sistema financiero y económico generaría ulteriores

presiones para una guerra financiera y económica entre diversos bloques económicos: una

zona del dólar, otra del marco, otra del yen, e incluso quizá otra del rublo, y este mayor conflicto

económico y político podría convertirse en militar, dando como resultado una guerra. Así pues,

los juegos económicos y nucleares de amedrentamiento o póquer están relacionados entre sí

por la posible convergencia de sus resultados en una guerra económica y militar. Pero aunque

vaya en interés de mucha gente, a largo plazo, evitar tal débâcle parece no obstante que, a

corto plazo, a nadie le interesa hacer nada para evitarla. Consecuentemente, si se apaga la

bomba de la deuda, el alargamiento o corte de la mecha se producirá con más probabilidad de

manera no intencionada o por lo menos no controlada que por medio de medidas políticas, y

mucho menos si ello supone una concertación internacional. Algo que podría alterar de manera

importante el detonante de la bomba de la deuda sería un descenso importante del tipo de

interés en el mercado, conjuntamente con un descenso del valor del dólar, y por medio de la

operación de las fuerzas del mercado, que están por encima del control de nadie y que apenas

se ven sujetas a ningún control mediante medidas económicas o políticas, y mucho menos

mediante acuerdos internacionales. Es decir, si se sale o nos salvamos de la maldición de este

dilema, será más a pesar de la creación de una política coherente que debido a ella. ¿Pero

pueden las políticas de los Gobiernos actuar con más eficacia para salvarnos de la bomba

nuclear?

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Unir a los deudores

La situación del Tercer Mundo es análoga. Los grupos de interés que compiten entre sí en este

campo tratan igualmente de vivir en el presente. Mientras el sistema siga funcionando -es decir,

mientras las finanzas y el comercio sigan funcionando a pesar de todas sus dificultades-, el

coste del intento de introducción de cualquier cambio radical es muy elevado, sobre todo para

que lo intente un solo país, y mucho más si el país es, por supuesto, pequeño. En este caso se

cubriría cualquier falta de pago, y al país que no pagara se le dejaría fuera del sistema

financiero internacional y tendría que pagar sus importaciones en efectivo. Si Brasil o México no

pagaran o incluso declararan unilateralmente una moratoria sobre su deuda financiera, tendrían

mayor fuerza, precisamente porque sus deudas son tan elevadas que cualquier paralización de

los pagos resultaría peligrosa para los bancos. Las deudas de Argentina son menores, pero

depende menos de las importaciones y tiene una balanza comercial más fuerte, de manera que

podría resistir fácilmente cualquier represalia. No obstante, ninguno de estos países se ha

atrevido por ahora a poner en práctica tales medidas en solitario, a pesar de que Argentina

amenazase con hacerlo en la primavera de 1984.

La otra alternativa, por supuesto, es un cártel de deudores. Ha habido ya muchas propuestas

para formar un grupa de este tipo y negociar, imponer condiciones o incluso declarar

moratorias como grupos. Sin embargo, en la reunión celebrada entre los ministros de

Economía latinoamericanos y Estados Unidos, bajo los auspicios del SELA, en Caracas

(Venezuela) en 1983, y en la reunión de presidentes latinoamericanos en Quito (Ecuador) a

principios de 1984, fueron rechazadas las propuestas del cártel de deudores. Las principales

objeciones provinieron precisamente de los mayores deadores, que se muestran preocupados

por mantener su prestigio como deudores para obtener los nuevos y elevados créditos que

necesitan, y se muestran poco interesados en hacer causa común con sus más pequeños y

débiles vecinos. En Caracas, los latinoamericanos se sometieron completamente a Estados

Unidos. En Quito se mostraron solamente de acuerdo en que los bancos y los Gobiernos

occidentales deberían concederles mejores condiciones y en formar un sistema de

intercambio de información mediante el cual cada país miembro compartiría información con

los restantes sobre sus propias negociaciones, condiciones, etcétera. Tras la reunión de Quito

el ministro de Asuntos Exteriores de Ecuador realizó una gira mundial como representante de

todos estos países latinoamericanos para asegurar a los países y bancos acreedores que los

países latinoamericanos no desean un enfrentamiento, sino que buscan la conciliación a fin de

retrasar o impedir el día del juicio final. Así pues, por el momento parece haber pocas

perspectivas de solución por medio de medidas de gobierno.

No obstante, parte de la preocupación de Kissinger es realista en el sentido de que quizá haga

falta adoptar medidas más radicales -y tal como él teme, por Gobiernos de izquierda más

radicales- no como cuestión de gobierno, sino como algo inevitable, una vez que no quede otra

alternativa. La izquierda se ha mostrado siempre contraria al FMI y a sus condiciones de

chantajista. Pero actualmente son cada vez más las fuerzas políticas de derechas que están

uniendo sus voces al coro popular que se opone a hipotecar el futuro del país, e incluso el

presente, para hacer frente al servicio de la deuda exterior. Por ejemplo, el vice presidente civil

del Gobierno militar brasileño y los políticos de la supuesta oposición de derechas al general

Pinochet en Chile han solicitado en sus respectivos países que se hiciera una declaración

unilateral de moratoria del servicio de la deuda. Sin embargo, no parece aún muy probable que

se tomen decisiones políticas, como parte de la política de gobierno, para declarar moratorias

unilateralmente, ni mucho menos el impago de esas deudas; y lo que aún parece menos

factible es un acuerdo resultado de negociaciones políticas entre varios Estados. De esta

manera, los ministros de Economía y de Asuntos Exteriores de los 11 principales países

latinoamericanos deudores, reunidos en Cartagena en junio de 1984 para llevar a cabo

consultas sobre qué hacer con sus problemas comunes de deudas, rechazaron todas las

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propuestas para formar un cártel de deudores o para buscar acuerdos comunes de

negociación, aún más para declarar una moratoria y ya no digamos para repudiar sus deudas

como grupo. Los portavoces norteamericanos se sintieron tranquilizados y contentos con el

resultado.

Por otro lado, cuando llegue el momento -a causa de la próxima recesión o incluso antes- en

que sea físicamente imposible seguir haciendo frente al servicio de la deuda, sencillamente

porque no tengan dinero y no haya forma de obtenerlo porque los países y los bancos

acreedores no hayan podido llegar a los acuerdos políticos necesarios para organizar otra

operación de rescate a tiempo, entonces tendrá que darse una moratoria o una situación de

impago. Es decir, no será una cuestión de medidas de política, sino de hechos consumados.

De hecho, ya ha habido en realidad ciertas moratorias menores, ya que algunos países se han

retrasado en sus pagos por falta de dinero. Tales moratorias, de hecho, se darán a una escala

mayor, debido a una mayor incapacidad de pagar. Nadie puede predecir si o cuándo la

incapacidad de pagar se convertirá en la primera ficha del dominó que llevará a una reacción en

cadena incontrolada -porque no pueda ser controlada o no pueda serlo a tiempo- de quiebras

de bancos y de quiebras financieras. Entonces, por fin, se darán las medidas políticas para

declarar la detención de los pagos en una carrera de sálvese quien pueda. El nacionalismo

económico y político será virulento.

De esta manera, tanto en el Sur como en el Norte, y en los dos hemisferios juntos, parece

difícil si no imposible encontrar una vía institucional para convertir los intereses comunes a

largo plazo para la solución de sus conflictos de interés de manera pacífica mediante acuerdos

políticos en intereses individuales de Estados a corto plazo para tomar las medidas necesarias

a fin de evitar una débâcle común. Y los países del Tercer Mundo y de otras partes que se

muestran interesados en llevar a cabo las medidas políticas necesarias para poner al mundo en

otra vía de desarrollo y paz no parecen tener el poder necesario para hacerlo con las actuales

normas de juego e incluso tienen aún menos poder para cambiar esas normas.

André Gunder Frank, economista y profesor en la universidad de Amsterdam, es autor de, entre otros libros, La crisis mundial, Desarrollo del

subdesarrollo y El desafío europeo.

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