2-El Hombre Imagen y Semejanza (Reducido)

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Tema 2 El hombre, imagen y semejanza Bibliografía: Catecismo de la Iglesia Católica 355-379. J. Ratzinger, En el principio creó Dios. Consecuencias de la Fe en la creación (Edicep, Valencia 2001). (Es el mismo texto que Creación y pecado (EUNSA, Pamplona 1992) más un artículo de conclusión). L. F. Ladaria, Antropología teológica (UPCM, Madrid 1987-Universidad Gregoriana Editrice, Roma 1987). C. Valverde, Antropología filosófica (Edicep, Valencia 1995) 1. Creación y evolución en el hombre. La primera cuestión a la que tenemos que hacer frente en este tema es si el hombre es también el resultado de un proceso evolutivo, como parecen serlo las demás criaturas del mundo visible o si el hombre fue creado directamente por Dios. A la luz de lo visto en el tema anterior, sabemos que la creación es un acto continuo de Dios, que pone en ella el principio, la sostiene y la llevará a consumación al final. Podemos ver así que si el hombre forma parte de la creación visible, podemos suponer que ha participado en este proceso de desarrollo de la creación. Esta posibilidad es admitida en el magisterio en la Humani Generis de Pío XII (1950). En ella se afirma que la afirmación del “origen del cuerpo humano a partir de una materia ya existente y viva” no contradice la revelación. Se refiere exclusivamente al cuerpo, pues sí dice que “la fe católica nos obliga a mantener la inmediata creación de las almas por Dios”. En el fondo se aplica al primer hombre lo que experimentamos para el resto, pues todos, viniendo de nuestros padres, procedemos de una materia ya existente y viva, pero el alma es creación inmediata de Dios. Este proceso forma parte del querer de Dios. Así la creación ha ido desarrollándose desde los seres inertes hacia los vivos, de los vegetales hacia los animales y por fin, como culmen de estos el hombre, un ser animal llamado a una comunión singular con Dios. La participación del hombre del proceso de la creación no dificulta en absoluto la afirmación de la Revelación: Que cada hombre es creado y querido singularmente por Dios y llamado a una comunión personal con Él. Esto se cumple para cada individuo de la especie humana. El primer hombre fue llamado a la comunión con Dios de la misma manera que yo soy llamado. El espíritu no es empíricamente mensurable. Pero que no se den sus manifestaciones no significa que no esté presente. Lo que aplicamos a un hombre primitivo lo podemos aplicar a un embrión o a un hombre en coma. 1

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Tema 2El hombre, imagen y semejanzaBibliografía:

Catecismo de la Iglesia Católica 355-379.

J. Ratzinger, En el principio creó Dios. Consecuencias de la Fe en la creación (Edicep, Valencia 2001). (Es el mismo texto que Creación y pecado (EUNSA, Pamplona 1992) más un artículo de conclusión).

L. F. Ladaria, Antropología teológica (UPCM, Madrid 1987-Universidad Gregoriana Editrice, Roma 1987).

C. Valverde, Antropología filosófica (Edicep, Valencia 1995)

1. Creación y evolución en el hombre.La primera cuestión a la que tenemos que hacer frente en este tema es si el hombre es también el resultado de un proceso evolutivo, como parecen serlo las demás criaturas del mundo visible o si el hombre fue creado directamente por Dios. A la luz de lo visto en el tema anterior, sabemos que la creación es un acto continuo de Dios, que pone en ella el principio, la sostiene y la llevará a consumación al final. Podemos ver así que si el hombre forma parte de la creación visible, podemos suponer que ha participado en este proceso de desarrollo de la creación. Esta posibilidad es admitida en el magisterio en la Humani Generis de Pío XII (1950). En ella se afirma que la afirmación del “origen del cuerpo humano a partir de una materia ya existente y viva” no contradice la revelación. Se refiere exclusivamente al cuerpo, pues sí dice que “la fe católica nos obliga a mantener la inmediata creación de las almas por Dios”. En el fondo se aplica al primer hombre lo que experimentamos para el resto, pues todos, viniendo de nuestros padres, procedemos de una materia ya existente y viva, pero el alma es creación inmediata de Dios.

Este proceso forma parte del querer de Dios. Así la creación ha ido desarrollándose desde los seres inertes hacia los vivos, de los vegetales hacia los animales y por fin, como culmen de estos el hombre, un ser animal llamado a una comunión singular con Dios. La participación del hombre del proceso de la creación no dificulta en absoluto la afirmación de la Revelación: Que cada hombre es creado y querido singularmente por Dios y llamado a una comunión personal con Él. Esto se cumple para cada individuo de la especie humana. El primer hombre fue llamado a la comunión con Dios de la misma manera que yo soy llamado. El espíritu no es empíricamente mensurable. Pero que no se den sus manifestaciones no significa que no esté presente. Lo que aplicamos a un hombre primitivo lo podemos aplicar a un embrión o a un hombre en coma.

a. Monogenismo y poligenismo.Visto esto, los antropólogos parecen presentar dos posibilidades de aparición de la especie humana: poligenismo y monogenismo.

El poligenismo consistiría en que varias parejas pudieran haber experimentado la misma mutación, lo que hubiera provocado la existencia de hombres en distintos lugares de la tierra. Pio XII, en la Humani generis rechaza esta posibilidad por no ver como pueda conciliarse con el pecado original y con la unidad del género humano (elementos ambos que pertenecen a la fe católica).

El monogenismo consistiría en que sólo en una pareja se hubiera dado la mutación que dio lugar al cuerpo humano, de tal manera que podríamos hablar propiamente de un Adán y una Eva, padres de todos los hombres.

El magisterio deja abierto el debate sobre este punto, no afirmando definitivamente una u otra y dejando el resultado a las investigaciones científicas. Sin embargo, si afirma la dificultad que tiene conciliar el poligenismo con la unidad del género humano y con el pecado original (aunque, por ejemplo, Ladaria no cree que hoy exista esa dificultad). Además parece altamente improbable que la misma mutación se diera en lugares distintos dando lugar a

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seres compatibles entre sí, pues lo que sí es dado como definitivamente probado es el monophyletismo, es decir, que todos los hombres pertenecemos al mismo tronco o especie y que por eso todos somos compatibles.

b. El principio antrópico.Una vez visto esto podemos tocar de nuevo la pregunta del tema anterior: ¿Cuál es el sentido de la creación?

En 1974 Brandon Carter enuncia el conocido como principio antrópico. Este dice que una pequeña variación en las constantes del universo, hubieran hecho imposible la aparición de las formas biológicas y, por lo tanto, del hombre. La vida es posible por una combinación constante y complejísima de determinadas constantes de la naturaleza (por ejemplo, la velocidad de la luz, las fuerzas gravitatorias, la carga del electrón y la masa del protón…). La situación de la Tierra en relación al sistema solar y su composición, inclinación y rotación, hacen posibles las condiciones para que exista la vida el tiempo suficiente para que se haya desarrollado hasta la aparición del hombre. Cualquier otra posición hubiera hecho esto imposible.

A partir del estudio de estos datos, Carter afirma en la expresión más fuerte del principio antrópico que el hombre es el término final buscado y logrado en todo el proceso evolutivo del universo. Un enunciado aun más fuerte de este principio sería que, dado que el hombre es el fin logrado del universo, ya no puede desaparecer. De este enunciado se derivaría la afirmación de la inmortalidad del hombre. Sin entrar en las cuestiones físicas de este enunciado, el principio antrópico concuerda con el enunciado de la revelación que afirma que el hombre es el fin buscado por Dios en la creación, concordando así con el orden de la creación dado por el libro del Génesis.

2. Cuerpo y alma.La experiencia que tenemos de nosotros mismos nos habla de una dualidad. Por un lado un cuerpo material, limitado, dado al cansancio, que enferma, y que tiende al agotamiento definitivo en la muerte; por otro, unas capacidades y deseos que apuntan a la infinitud e inmortalidad. ¿Cómo conjugarlas? Las culturas de todos los tiempos han dado distintos nombres a estas dos facetas del hombre y han señalado diversas maneras de relación y primacía entre ellas. Damos un repaso aquellas que han influido más en nuestra concepción actual.

El mundo bíblico del AT tiene diversos nombres para las partes del hombre.

Bâsâr, (tr. En griego soma o sarx) que significa la carne del animal o del hombre en contraposición a los huesos, viene a significar también uno de los órganos del cuerpo o el cuerpo mismo entero. Hace referencia a la condición débil del hombre (con excepción de la expresión “corazón de carne”, en la que afirma la capacidad de amar). Nefes (Gr. Psyke, lat. ánima). En Gn 2, 7 es el aliento que Dios da al hombre para darle vida. Significa aliento vital, deseo, corazón (como sede de los deseos) o garganta. Con un sentido más general significa también vida y persona. Ruah (Gr. Pneuma, lat. Spiritus). Normalmente se traduce por espíritu. En el AT se utiliza principalmente referido a Dios. Significa aire, espacio vital, viento, soplo. También se utiliza como aliento. Tiene el matiz de fuerza que impulsa. El antiguo testamento no nos da una reflexión sistemática sobre el hombre. Este es una criatura que tiene su consistencia en Dios y es llamado a establecer con Él una Alianza.

La antropología del NT es continuación de la del Antiguo en sus elementos principales: Por un lado, Soma y Sarx, por otro, psyque y pneuma, reflejan las distintas dimensiones del hombre, una exterior y tangible, otra interior e intangible. Pero no parece que podamos hablar de un esquema dual, ni trino en los sinópticos.

San Pablo desarrolla un poco más estas nociones. Psike y Soma, son elementos neutros que designan a la persona y al cuerpo respectivamente. Unas veces son usados en sentido positivo, otras en sentido negativo. Es más clara la contraposición sarx-pneuma. Sarx, generalmente significa el hombre sometido a la ley del pecado. Pneuma es lo que mueve al hombre, generalmente unido al Espiritu de Dios o Espíritu Santo. Junto a estos conceptos, en AT y NT es importante el uso de leb (gr. kardía, lat. cor), para expresar la sede de los sentimientos y de las intenciones.

Como conclusión de esta síntesis de la visión bíblica del hombre, podemos decir que no hay una visión sistemática definida, como la que encontramos en los filósofos del mundo griego, sino diferentes expresiones de la unidad y pluralidad que se da en el hombre.

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Al pasar a la tradición de la Iglesia, la revelación entra en contacto con la reflexión del mundo helénico y tiene que confrontarse con esta visión. Para no alargarnos demasiado vamos a comentar sólo dos visiones: S. Ireneo y S. Agustín.

S. Ireneo de Lyon construye su antropología sobre el cuerpo, que ha de ser transformado por el Espíritu de Dios. El cuerpo ha sido plasmado por las manos del Hijo y el Espíritu. Ha sido creado bueno. La carne es el elemento salvado por Dios. El Espíritu Santo unge este cuerpo llevándolo a su plenitud. S. Ireneo habla del hombre en su condición histórica, en camino de salvación, no como una construcción teórica. El alma sería el vínculo de unión entre cuerpo y Espíritu. Es una teología desarrollada en contraposición a la Gnosis, que habla de la maldad del cuerpo, como una degradación del Espíritu.

S. Agustín toma el esquema totalmente aceptado en su época del hombre como compuesto de alma y cuerpo. Ambos elementos han sido creado por Dios y por lo tanto buenos. El esquema paulino de cuerpo y espíritu se traslada a la antropología, de manera que el cuerpo es visto como la causa del pecado al rebelarse contra el alma, que debe dirigirle. Esta visión será principalmente la que se desarrolle en la escolástica y en el magisterio. Así, el hombre quedará definido como el alma, parte superior del hombre destinada a la salvación. En el magisterio siempre se ha expresado como elementos fundamentales tanto la unidad del hombre como la dignidad y bondad del cuerpo, creado por Dios. Pero a pesar de esto, en momentos posteriores se llegará a hablar del cuerpo como cárcel del alma que la impide alcanzar a Dios. De ahí que muchas veces aún hoy hablemos de la salvación de las almas, del descanso del alma…

a. Relación cuerpo-almaA la hora de tratar la relación entre el alma y el cuerpo, tenemos que empezar por decir que el hombre es en primer lugar una unidad. Así es experimentado por todos nosotros, aunque al mismo tiempo tengamos la experiencia de distintas dimensiones. El punto de partida es el “yo”. Luego puedo hablar de mi alma, mi cuerpo, mi memoria… Pero cuerpo, alma, inteligencia, voluntad, sentimientos…no existen fuera de mí como elementos independientes que posteriormente se unen. Cuerpo y mente están entrelazados. Las enfermedades mentales nos hablan de ello y de cómo un buen carácter puede ayudar a una recuperación de una enfermedad física.

Entonces ¿cómo podemos explicar la relación del cuerpo y el alma? Tal vez la mejor síntesis de las visiones expuestas anteriormente sea la de Sto. Tomás. Tomando las categorías de Aristóteles define al hombre como “espíritu encarnado”. El alma es la forma del cuerpo. Igual que no hay materia sin forma ni viceversa, no hay alma sin cuerpo ni viceversa. Ambos son elementos imprescindibles e inseparables. El hombre no es un compuesto de dos elementos. El cuerpo es la actualidad del alma o persona. Hay un elemento que va cambiando, y un elemento que permanece. Y siempre en la unidad de alma y cuerpo.

Volveremos a tratar este tema al ver el significado de la muerte como separación de alma y cuerpo.

El magisterio de la Iglesia ha rechazado, por un lado, toda forma de dualismo exagerado que defienda la maldad del cuerpo o la preexistencia de las almas, el carácter divino del alma o la no resurrección de la carne. Por otro lado, ha rechazado el materialismo que niega la existencia en el hombre de un elemento espiritual. Esta enseñanza antropológica tiene una relación fundamental con la enseñanza cristológica. El Verbo asume una humanidad completa, alma humana y cuerpo humano.

El alma se expresa a través de sus facultades. Las potencias o facultades del alma son las capacidades del hombre ordenadas al acto humano. Podemos dividirlas en intelectiva, en tanto que se dirige a la verdad y volitiva en cuanto se dirige al bien. El entendimiento y la voluntad no tienen sustancia en sí mismos, sino que hacen referencia al sujeto. No existe el entendimiento o la voluntad, sino la persona que conoce o quiere.

El entendimiento es la capacidad del hombre de aprehender la verdad, de conocer la realidad de las cosas, tanto externas (a través de los sentidos) como internas (por la memoria, la imaginación o los sentimientos) y emitir juicios sobre ellas. La voluntad es la capacidad de dirigirse hacia los bienes que el hombre conoce. Es un apetito racional, en

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tanto que mueve al hombre a obrar y participa de la condición refleja del conocimiento. Los animales también tienen apetitos, pero no voluntad, ya que no pueden emitir el juicio de la voluntad, que es la elección.

3. Imagen y semejanzaAl hablar de la creación del hombre y su dimensión espiritual, el libro del Génesis, lo describe con dos expresiones distintas. En el segundo (fuente Yavhista) relato Dios toma polvo del suelo y de él modela al hombre, insuflando en sus narices aliento de vida (Gn 2, 7). En el primer relato (Fuente sacerdotal) la creación del hombre queda definida por la acción de Dios como “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra” (Gn 1, 26).

a. Creado de la tierraEl hombre es creado de la tierra. De aquí podemos sacar tres enseñanzas:

El hombre ha sido creado de la misma materia que el resto de la creación. El hombre no dispone de todo, sino que está limitado. No es un ser divino o un espíritu caído.

Todos los hombres son tierra y por lo tanto, independientemente de la condición noble o plebeya, ricos o pobres, todos han de volver a la misma tierra.

Todos los hombres han sido hechos de la misma tierra, carne y sangre. Todos somos de la misma condición fundamental y de la misma absoluta dignidad. Hay una única creación de Dios y un único hombre creado en cada uno de los hombres.

b. La imagen de Dios.¿Qué significa que el hombre está hecho a imagen de Dios?

El hombre ha sido creado a imagen de Dios, en el sentido de que es capaz de conocer y amar libremente a su propio Creador. (Compendio del Catecismo, 66)

El Compendio del catecismo pone el significado de la imagen en el conocimiento y el amor como facultades del hombre que le permiten relacionarse con Dios. Es la capacidad relacional del hombre lo que hace que sea imagen de Dios. La imagen no tiene sentido sino en referencia a aquello a quien refiere, el modelo. Así en un cuadro no importa el lienzo o el aceite, sino la referencia al modelo. El hombre es una imagen viva, no inerte, que hace referencia a su creador.

Pero para profundizar en este significado hemos que notar que en el nuevo testamento la expresión “imagen del Padre” es referida por S. Pablo a Jesucristo1. En Colosenses el contexto es la creación. Cristo es el primogénito de toda criatura. Toda la creación está dirigida hacia la Encarnación. La humanidad de Cristo es la Imagen del Padre, en la que los hombres pueden conocerle y amarle. Sin embargo, en La primera carta a los Corintios el contexto es el de la resurrección de la carne, nueva creación. El primer Adán fue hecho alma viviente (que recibe la vida), el último Adán, Espíritu que da vida. Aquí añade un elemento nuevo al decir que igual que ahora llevamos la imagen del hombre terreno, al final llevaremos la imagen del hombre celeste, Jesucristo. El hombre es imagen del Padre por medio de su relación a Cristo, Imagen del Padre.

3. La semejanza divina.S. Ireneo de Lyon explica de una manera muy clara el sentido de la “imagen y semejanza”, señalando que la imagen es una característica que es creada en el hombre. Pero ya hemos visto como esa característica significa una relación a Dios Padre en Cristo. Es por tanto una imagen llamada a hacerse plena. La semejanza sería el proceso de identificación con Cristo que es obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo desciende sobre Jesucristo en el Jordán para ungir su carne, de modo que la carne del hombre se amolde al Espíritu, y también para que el Espíritu empiece a obrar en la carne. El Espíritu Santo obra en nosotros la semejanza divina. Es el proceso de divinización, que culmina en la resurrección de carne. Allí el cuerpo y el alma del hombre serán transfigurados, pasando a ser como el cuerpo resucitado de Jesús, imagen perfecta del hombre celeste, Cristo Resucitado.

1 Cf. 1 Cor, 15, 44-48; Col 1, 15.

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