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Colección "La Eucaristía, Luz y Vida del Nuevo Milenio"

2. LA EUCARISTÍA, LUZ Y VIDA EN LA PASTORAL SOCIAL

DEL NUEVO MILENIO

Comisión de Pastoral Social de la Arquidiócesis de Guadalajara

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ÍNDICE SIGLAS PRESENTACIÓN

1. LA EUCARISTÍA, VÍNCULO DE CARIDAD Y UNIDAD EN LA PLURALIDAD 2. LA EUCARISTÍA Y SU CENTRALIDAD EN LA VIDA Y MISIÓN DE LA IGLESIA, HOY 3. LA EUCARISTÍA, PAN DEL HOMBRE PEREGRINO, EN UN MUNDO CAMBIANTE 4. LA EUCARISTÍA, ORIGEN Y FUENTE DE FRATERNIDAD Y SOLIDARIDAD 5. LA EUCARISTÍA, LUZ QUE DA VIDA FRENTE A LAS TINIEBLAS DE LA CULTURA DE LA

MUERTE 6. MARÍA, PRESENCIA DE LA VIDA EUCARÍSTICA ENTRE LOS POBRES Y OPRIMIDOS

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SIGLAS

IV PD IV Plan Diocesano de Pastoral, Guadalajara 2001-2004 (Ediciones Católicas, Guadalajara, 2001). DD Juan Pablo II, Carta Apostólica Dies Domini (“El Día del Señor”, 31-V-1998). EA Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Ecclesis in America (“Iglesia en América”,

22-I-1999). EN Pablo VI, Carta Encíclica Evangelii nuntiandi (“Para anunciar el Evangelio”, 8-XII-

1975). EJST Conferencia del Episcopado Mexicano, Carta Pastoral Del encuentro con Jesucristo

a la solidaridad con todos (25-III-2000). GS Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes (“Gozos y

esperanzas”, 7-XI-1965). LG Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium (“Luz de las gentes”,

21-X-1964). NMI Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte (“Nuevo milenio naciente”,

6-I-2001). PO Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum Ordinis (“Orden de los Presbíteros”,

7-XII-1965). SD IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano, documento conclusivo de Santo

Domingo, 1992. SRS Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Sollicitudo Rei Socialis (“Preocupación por

los asuntos sociales”, 30-XII-1987). TB La Eucaristía, Luz y Vida del Nuevo Milenio. Texto Base para el XLVIII Congreso Eucarístico Internacional (Ediciones Católicas, Guadalajara, 2002).

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PRESENTACIÓN

Es una satisfacción presentar este folleto, dentro de la Colección «La Eucaristía, Luz y Vida del Nuevo Milenio», porque con éste, tratamos uno de los puntos importantes de nuestra fe: la transformación de nuestro mundo, para que se manifieste el Reino de Dios.

La sociedad nos confiere la propia identidad, y en una sociedad católica como la nuestra, necesitamos descubrir la enseñanza, siempre añorada, de ser como Jesucristo, quien tuvo ojos para ver las necesidades de los demás y acudir en su ayuda. Dios no sólo ofreció esta transformación al pueblo de Israel, sino que lo hizo en todas las culturas a donde llegó el mensaje del Evangelio. No se conformó con llegar a la conciencia del individuo, sino que llegó al corazón mismo de la cultura, involucrándola de una manera integral.

La Eucaristía es la cumbre de las manifestaciones del amor de Jesucristo. En la multiplicación de los panes (cfr. Mc 6, 30-44), el Señor unió la solidaridad y la caridad con los signos y las palabras eucarísticas; dos aspectos que deben hacerse evidentes en la Pastoral Social.

En este trabajo evangelizador que desarrolla la Iglesia, se juega su credibilidad y el testimonio sobre el Señor resucitado, vivo y actuante en medio de la comunidad, y que nos da a comer su Cuerpo y a beber su Sangre. El trabajo solidario que «mira hacia el cielo», une criterios, enlaza corazones y convence a los que titubean en su fe.

Los temas que presentamos en este subsidio, subrayan el aspecto social de la Eucaristía. En cuanto vínculo de caridad y de unidad en la pluralidad, centra la vida y la misión de la Iglesia, como lo hizo desde las primeras comunidades cristianas y se constata a lo largo de la historia; lo es ahora y lo seguirá siendo.

Ante los múltiples ofrecimientos que les presenta la sociedad –muchos de los cuales no satisfacen su hambre de realización personal, ni sacian su sed de encontrarle sentido a la vida–, hombres y mujeres, peregrinos en este mundo, encuentran en la Eucaristía el Banquete que da la vida, el Alimento que no debe ser despreciado.

El 48º Congreso Eucarístico Internacional será la oportunidad para que, reflexionando sobre la presencia de Jesucristo en la Eucaristía, vivo y activo, nos lleve a todos al compromiso de una Pastoral Social articulada y organizada en los diferentes ambientes sociales. Los temas de este folleto nos llevarán a un mayor compromiso, y abrirán cauces para las diversas iniciativas que, sin duda, resultarán de la reflexión.

Que Jesús nos haga crecer en la unidad y en la caridad, en un amor vivo y concreto, para que seamos luz y vida de este milenio que, como discípulos, nos ha tocado vivir.

+ J. Trinidad González Rodríguez, Obispo Auxiliar de Guadalajara.

Presidente de la Comisión Teológica y de Impresos para el

48º Congreso Eucarístico Internacional.

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1. LA EUCARISTÍA, VÍNCULO DE CARIDAD Y UNIDAD EN LA PLURALIDAD 1.1.EUCARISTÍA, MANIFESTACIÓN DE AMOR

En su Eucaristía, Jesucristo nos dio el vínculo perfecto de unidad y fraternidad entre Él y nosotros, y entre nosotros mismos. Tal vínculo de caridad y unidad nos lo confirmó en la misma institución eucarística de la Última Cena, al lavarles primero los pies a sus discípulos y, en seguida, ofrecerles el pan y el vino, signos de su Cuerpo y Sangre, para que los comieran y bebieran, y estuvieran así, en íntima unión con Él, su Maestro (cfr. Jn 13, 1 ss.). Jesucristo no encontró otra forma más íntima de caridad y unidad permanente con sus discípulos.

Las múltiples manifestaciones de amor, caridad y unidad de Jesucristo para el pueblo y, en particular, para con sus discípulos, fueron en un contexto eucarístico: con la multiplicación de los panes para un pueblo hambriento: «tomó», «bendijo», «partió» y «compartió» (cfr. Mc 6, 41); signo de misericordia y vida nueva para los pecadores: como la cena con el fariseo Simón (cfr. Lc 7, 48-50); o la visita a la casa de Zaqueo (cfr. Lc 19, 1-10); para fortificar la fe y confianza de sus discípulos con su resurrección, en el Cenáculo (cfr. Lc 24, 42); los discípulos de Emaús descubrieron a Jesús en la fracción del Pan (cfr. Lc 24, 30).

El verdadero vínculo de caridad y unidad que lograron vivir los primeros cristianos, fue en sus encuentros para la Fracción del Pan (cfr. Hech 2, 42).

1.2. EUCARISTÍA, VÍNCULO DE CARIDAD

La celebración del 48º Congreso Eucarístico Internacional, afirma el Texto Base en su número 5, será para la Iglesia «una maravillosa oportunidad de glorificar a Jesucristo... venerándolo públicamente con vínculos de caridad». ¿Cuáles son las repercusiones de esta afirmación y sus exigencias?

San Pablo es quien nos ofrece más claramente el sentido eclesial de la Eucaristía y sus exigencias de comunión y caridad, porque cada vez que participamos de la celebración Eucarística, se manifiesta plenamente que somos el Pueblo de Dios, nacido de la Pascua de Cristo, y que sacramentalmente formamos un verdadero Cuerpo con Cristo y con los hermanos: «El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan» (1Cor 10, 16-17). Es decir, que de la integración de cada uno en la vida de Cristo, al asumir su Cuerpo y su Sangre, brota la comunión de la Iglesia, en una nueva vida comunitaria. Por eso, el Concilio Vaticano II enseña: «Participando realmente del Cuerpo del Señor en la fracción del pan eucarístico, somos elevados a una comunión con Él y entre nosotros» (LG, 7b).

1.3. JUSTICIA SOCIAL

Para todos los que profesamos una fe clara en la Eucaristía, brota necesariamente una exigencia de justicia social, porque «el verdadero culto a Dios es que den su derecho al

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oprimido y hagan justicia al huérfano y a la viuda» (Is 1, 17); «sólo amando al prójimo se conoce a Dios» (1Jn 4, 7-8) y «todo el que practica la justicia nace de Dios y lo vive» (1Jn 2, 9). La justicia es parte central de la revelación de Dios y del reinado de Jesucristo en el mundo. Pero debe ser una justicia social unida a la caridad, con respeto y dignidad, promoviendo nuestros derechos humanos, manifestando misericordia y compasión, a semejanza de Jesucristo, nuestro Maestro, que no ha venido a condenar sino a darnos vida y vida en abundancia (cfr. Jn 10, 10).

1.4. AMOR ACTIVO Y CONCRETO

El vínculo de caridad al que nos empuja la Eucaristía, nos proyecta a un amor activo y concreto con cada ser humano, en nuestro estilo eclesial de vida cristiana y en nuestros programas de Pastoral. Porque si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo Eucarístico, «tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con quienes Él mismo ha querido identificarse: "tuve hambre y me dieron de comer..." (Mt 25, 35-36). Esta página no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia» (NMI 49).

Ante el panorama de la pobreza, no sólo como carencia de recursos económicos sino como las nuevas pobrezas de la desesperación del sin sentido, la insidia de la droga, el abandono en la edad avanzada o en la enfermedad; la marginación o la discriminación social, los cristianos somos impelidos por nuestra fe en Cristo Eucaristía a manifestar nuestra caridad de manera más creativa. «Es la hora de una nueva "imaginación de la caridad", que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno» (NMI, 50). «Comprometidos en la defensa del respeto a la vida de cada ser humano desde la concepción hasta su ocaso natural, la caridad se convertirá entonces necesariamente en servicio a la cultura, la política, la economía y la familia, para que en todas partes se respeten los principios fundamentales, de los que dependen el destino del ser humano y el futuro de la civilización» (NMI, 51).

1.5. EUCARISTÍA, VÍNCULO DE UNIDAD

La Eucaristía, bien vivida y celebrada, con sinceros vínculos de caridad, nos conducirá a enfrentar uno de los principales problemas contemporáneos de la fe: superar «la ruptura entre Evangelio y cultura» (EN, 20), la separación entre la fe y la vida, la división en la pluralidad de costumbres y creencias, hasta lograr vínculos de unidad en la fe, en medio de la pluralidad social.

Los tiempos nuevos que vivimos, los de la Postmodernidad, entre nosotros se caracterizan por un marcado individualismo, acentuando una «cultura de la diferencia», es decir, de las discriminaciones, de un pluralismo ideológico, ético y religioso que privilegia ese inmediatismo que busca gozar el presente y olvidar el pasado, que valora más la eficacia y se cuida más de las formalidades que de la misma solidaridad y del valor personal.

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1.6. CULTIVAR NUESTROS VALORES

Hoy, con la fuerza íntegra y plena de la Eucaristía, se puede retomar y evangelizar la búsqueda de la dimensión mística y contemplativa de la religión; revalorar la preocupación de la realización corporal unida a los sentimientos y afectos mediante una lucha y preocupación por la dignidad humana en todas sus expresiones; canalizar y colaborar en las múltiples iniciativas de comunión, defensa y preservación de la naturaleza y el medio ambiente; vivir de manera coherente entre lo creído y lo vivido –o lo practicado–, uniéndonos así a las exigencias de los jóvenes, cultivando juntos valores como el amor, la vida, la justicia, la libertad, la autenticidad y la solidaridad para alcanzar juntos la humanización de nuestra existencia.

La experiencia íntima de comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo, en la Eucaristía, nos encauzará al vínculo profundo de unidad entre nosotros como personas y comunidad, en medio de la pluralidad social.

1.7. FE COMPROMETIDA, ARTICULADA EN LA PLURALIDAD Sólo la vivencia plena de la Eucaristía nos puede conducir a la construcción de una «cultura globalizada de la solidaridad», que haga presente con el pensamiento y el testimonio de vida, el amor de Cristo, vínculo auténtico de unidad en la pluralidad. Los lazos unidos de una comunidad creyente mediante la Eucaristía, nos asignan el deber de la solidaridad recíproca y de compartir tanto nuestros dones espirituales como los bienes materiales con que Dios nos ha bendecido, favoreciendo la disponibilidad de las personas para trabajar donde sea necesario (cfr. EA, 52, 55) y acrecentando la articulación y organización interna de la Pastoral Social con las iniciativas sociales diversas que expresen el testimonio de la solidaridad intraeclesial (EJST, n. 211). 2. LA EUCARISTÍA Y SU CENTRALIDAD EN LA VIDA Y MISIÓN DE LA IGLESIA, HOY

«Partieron los Doce a recorrer los pueblos, predicando la Buena Nueva y haciendo curaciones por todas partes donde pasaban» (Lc 9, 6).

2.1. LA EUCARISTÍA, CORAZÓN DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA

En la Eucaristía, la Iglesia tiene una maravillosa oportunidad de glorificar a Jesucristo. La misión de la Iglesia y de los cristianos tiene su corazón en la Eucaristía, ella es el centro de la tarea evangelizadora, es la fuente donde colmamos la sed para seguir predicando la Buena Nueva por el mundo.

La Eucaristía no es un momento aislado de la vida, sino que toda la vida, las obras y trabajos se presentan como ofrenda en el altar y, terminada la celebración, ésta continúa en las realidades temporales, en la vida ordinaria, sigue sanando por todas partes. La Eucaristía, por tanto, requiere de una preparación, una celebración y un seguimiento.

La Eucaristía infunde en el corazón de la comunidad cristiana la caridad de Cristo y la esperanza del reinado de Dios; ayuda a la Iglesia a comprender su vocación y misión. Alimentándose del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, la comunidad eclesial toma conciencia

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de que es enviada a anunciar y hacer presente la vida evangélica en nuestra sociedad. A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice:

«La Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana (LG, 11). Los demás Sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua» (PO, 5).

La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios. En ella se encuentra la cumbre, tanto de la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, como del culto que, en el Espíritu Santo, los hombres dan a Cristo y por Él, al Padre.

2.2. VIVIR LA EUCARISTÍA EN MEDIO DEL MUNDO CONTEMPORÁNEO

Predicar la Buena Nueva en medio de un mundo que cambia de manera tan vertiginosa, trae consigo grandes retos, y con ellos grandes dificultades, para quienes colaboramos en la misión evangelizadora.

2.2.1. RETOS

a) Reconocer la ambivalencia religiosa de la postmodernidad. La cultura postmoderna no es totalmente religiosa ni antirreligiosa. b) Superar el secularismo postmoderno:

− Fomentar la sabiduría popular, que en el dolor y el sufrimiento encuentra un desafío para su fe, pero en sus manifestaciones festivas también expresa una esperanza y convivencia alentadoras.

− Emplear un lenguaje apropiado a la pluralidad de los destinatarios. − Reconocer el protagonismo de los laicos en las diversas modalidades de

inculturación del Evangelio, en las que ellos deben ser testigos presénciales, y formarlos para ello.

− Aprovechar el clima postmoderno de diálogo para promover el ecumenismo.

− Ejercer la tarea teológica sólida y libremente crítica, como lo exigen los cuestionamientos postmodernos.

− Buscar una síntesis vivencial de la fe en una praxis que concilie acción con contemplación, compromiso con trabajo, y las relaciones humanas.

c) Reconocer éticamente los valores de la cultura postmoderna de la imagen:

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− Reconocer lo plural-diverso, es decir, que el otro tiene una dignidad y derechos que han de ser respetados. De ello se sigue la exigencia de la tolerancia, entendida como la apertura que valora la diferencia del otro, lo escucha y convive con diversos modos de ver y apreciar la vida.

− Reconocer lo local-micro: abrir espacios y admitirlos para convivir solidariamente y en pequeño (familia, barrios, deporte, comunidad, etcétera).

− Reconocer lo sensible-afectivo, contra la tendencia a considerar al ser humano como primordial, y hasta exclusivamente, intelectual. Reconocer el rostro de Cristo en los rostros de los pobres.

2.2.2. DIFICULTADES

− Dar una adhesión absoluta a las verdades de fe proclamadas por la Iglesia. Aceptar de manera íntegra las verdades de la fe y la moral, aunque no se ajusten a lo que cada uno piensa y quisiera.

− Aceptar la fe cristiana en su globalidad. − Sentirse parte viva de la Iglesia (cfr. IV PDP, 103-106).

2.3. LA EUCARISTÍA, ESPACIO DE DISCERNIMIENTO Y VIDA NUEVA

El mundo postmoderno ofrece, a los Pastores y a todos los miembros de la Iglesia, posibilidades nuevas que hemos de saber descubrir por medio de un discernimiento, bajo la guía del Espíritu Santo, para distinguir «el trigo de la cizaña» (cfr. Mt 13, 30), y proclamar de nuevo el Evangelio de Jesucristo «con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones» (cfr. SD, 10-11).

Ante la realidad de este mundo posmoderno, ¿a qué nos compromete como cristianos la participación en el banquete eucarístico? Es necesario revalorar la Eucaristía por cuanto es espacio privilegiado de reflexión, de paz interior y fortaleza en el espíritu; oportunidad de rectificar nuestros pensamientos, ideales e intereses.

Es necesario saciar nuestra hambre de justicia y paz en nuestro mundo de hoy, con el alimento sabroso del cuerpo y sangre de Cristo para transformar nuestra vida y sociedad. Es necesario participar en la Eucaristía, para ser instrumentos de diálogo y esperanza con los distintos actores sociales, en ambientes diversos, en orden a construir juntos el reinado de Dios entre nosotros.

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3. LA EUCARISTÍA, PAN DEL HOMBRE PEREGRINO, EN UN MUNDO CAMBIANTE 3.1. MANÁ, ALIMENTO PARA EL PUEBLO PEREGRINO

«Yo conozco sus sufrimientos y por esa razón estoy bajando, para librarlos del poder de los egipcios... Ve pues al faraón, yo te envío para que saques a mi pueblo de Egipto: los hijos de Israel» (Ex 3, 8-10).

Con la celebración de la Pascua, los israelitas se acostumbraron al sacrificio de

comunión, es decir, de unión con Dios y con los hermanos, ya que a partir de esta ceremonia, de esa comida sagrada, Dios los acompañaba por el camino como uno más de la tribu, los guiaba y les daba de comer para que no desfallecieran en el camino (cfr. Os 11, 1-4). Esta comida con un cordero pascual es también un signo familiar del paso de Dios en la historia, cambiando la opresión en libertad y la muerte en vida.

Moisés les dijo: «Éste es el pan que Yahvé les da para comer» (Ex 16, 15). El maná era llamado «pan del cielo» y «pan de los ángeles» que fue preparado y enviado por el mismo Dios a su pueblo peregrino por el desierto, para transformar la desesperanza en esperanza, la sensación de abandono en la presencia providente, la actitud de reclamo por la acción de gracias, la situación de hambre por la de abundancia de alimentos.

El maná, por tanto, es un signo que Dios ofrece al Pueblo de Israel para indicarle que quiere para una realidad mejor para él, que quiere que pase de un duro peregrinar, a gozar de la tierra prometida: «Una tierra que mana leche y miel» (Ex 3, 8).

3.2. EL BANQUETE EN EL MENSAJE Y LA VIDA DE JESÚS

El signo de la comida siempre estuvo presente en la vida de Jesús. Con frecuencia se le descubre comiendo con publicanos y pecadores (cfr. Mt 9, 11-13; Mc 2, 15-17; Lc 5, 29-32); también con los fariseos (cfr. Lc 7, 36-50; 11, 37; 14, 1): el banquete es para todos, sin marginar a nadie.

La cena de Jesús con sus Apóstoles no se puede entender como un hecho aislado de la práctica diaria. La comida en común es garantía de paz, confianza, cofraternidad, comunidad de mesa y comunidad de vida, especialmente cuando come con los pecadores y los despreciados de la sociedad.

La actitud de Jesús de acercarse a los marginados de la Ley para abrirles la puerta de entrada al Reino de Dios, manifiesta que aquello que nos salva, es la solidaridad del Hijo de Dios con los separados por el pecado y sus consecuencias. Al partir el pan con nosotros, nos salva por la comunión de vida con Él, pues quiere que participemos de su vida como Él ha participado de la nuestra.

Finalmente, cuando comemos el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía, nosotros somos los asumidos y asimilados para convertirnos e identificarnos con Cristo. En Cristo hemos recuperado la armonía perdida por Adán y Eva, para que la unión y la solidaridad de los que participamos de esa comida nos lleve a crear juntos un mundo mejor en nuestro peregrinar hacia la casa paterna de Dios.

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3.3. CAMINAR CON EL PAN QUE DA LA VIDA

A veces el hombre prefiere permanecer sentado; más aún, morir enseguida y no tener que emprender de nuevo la marcha por la mañana: «Basta, Señor, toma mi alma, pues no soy mejor que mis padres» (1Re 19, 4), exclamó Elías, echándose exhausto de fuerzas, al pie de un enebro.

La comprobación de que somos débiles, de que «no somos mejores que los demás», es tan decepcionante para nuestro orgullo que nos hace preferir la muerte a continuar luchando. Pero esta comprobación es también el descubrimiento de nuestra verdadera pobreza, y esto, en definitiva, es una cosa buena y valiosa. Sentirse pobre, incapaz, vacío, ¿no es quizás un «volver» a partir de bases nuevas? De hecho, Elías emprendió de nuevo la marcha, con una energía que ya no le venía de las fuerzas humanas, sino del pan que Dios le había procurado al pie del enebro: «Y con la fuerza de aquel manjar caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb» (1Re 19, 8).

Las sectas y los nuevos movimientos religiosos plantean hoy, a la Iglesia, el gran desafío pastoral del hombre en continuo cambio, tanto por el malestar espiritual y social en que hunde sus raíces, como por las orientaciones sacadas del contexto de la doctrina y la tradición católicas, y llevadas a conclusiones muy lejanas de las originarias.

Un problema que está resultando cada vez más preocupante, es el peligro a que están expuestos muchos migrantes: el de perder su propia fe cristiana católica, por causa de las sectas y los nuevos movimientos religiosos que proliferan sin cesar, a la vez que por el desaliento humano de no alcanzar sus metas económicas, así como la angustia y la continua inseguridad social, al sufrir la violación de sus fundamentales derechos humanos.

Para el peregrino migrante, la última alternativa es recurrir a lo sagrado. Sin embargo, la búsqueda de lo sagrado presenta contornos ambiguos. Para algunos se trata de un valor superior, hacia el que el hombre tiende sin alcanzarlo jamás; en cambio, para otros, está situado en el mundo de la magia, y buscan atraerlo a su propia esfera, para manipularlo a su servicio.

3.4. LA EUCARISTÍA, ALIMENTO VITAL PARA TODO PEREGRINO

Convendría hacernos una pregunta después de reflexionar sobre todo lo anterior: ¿descubrimos que la participación de los cristianos en la Eucaristía va transformando la realidad de nuestra comunidad y de nuestra sociedad?

El precepto que obliga a los fieles en la Misa dominical comporta una invitación a acercarse a la Mesa Eucarística, ya que no puede ser completa si no concluye con la Comunión. Para cumplir el precepto basta la sola asistencia a Misa, pero ya sabemos que la Eucaristía alcanza plenamente su finalidad en la Mesa Eucarística. ¿Convendría una «re-catequización» para recobrar el sentido del domingo como «el Día del Señor»?

Con la Eucaristía, nos alimentamos de forma que su misma energía traspasa a la persona que se siente frágil. No olvidar que el Alimento Eucarístico nos asimila y nos transforma para introducirnos en una vida superior. En la Comida Eucarística, Cristo penetra en nosotros con su fuerza asimiladora; es Él quien transforma a quienes se nutren con su Cuerpo y Sangre.

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La Iglesia está llamada a desempeñar un papel de aceptación y de compromiso con el alimento espiritual del hombre que vive en un mundo de continuo cambio, ya que la condición de desarraigo en que llega a encontrarse y la resistencia con que el ambiente reacciona hacia él, tienden a relegarlo de hecho a los márgenes de la sociedad.

Como Pueblo de Dios, la Iglesia debe intensificar su acción evangelizadora y aumentar su celo pastoral, llevando al cabo con inteligencia e intuición todas las iniciativas que sean oportunas para contrarrestar esta tendencia de marginación y afrontar los peligros que de ella derivan.

Con la seguridad de la vida nueva que Cristo nos da en la Eucaristía, se debe proclamar y defender a toda costa el carácter sagrado de la vida humana, desde su concepción hasta su ocaso natural, y combatir las nocivas influencias de la cultura de la muerte.

Urge privilegiar el servicio fraterno a los más pobres entre los pobres y ayudar a las instituciones que cuidan de ellos: los minusválidos, enfermos, ancianos solos, niños abandonados, encarcelados, enfermos de sida y todos aquellos que requieren la cercanía misericordiosa de «el buen samaritano» (SD, 180).

En la Fracción del Pan, los peregrinos de Emaús reconocieron a Jesús (cfr. Lc 24, 30) y se llenaron de inmensa alegría y esperanza. 4. LA EUCARISTÍA, ORIGEN Y FUENTE DE FRATERNIDAD Y SOLIDARIDAD 4.1. EUCARISTÍA Y CONTEMPLACIÓN

Encontrarnos con Jesucristo Eucaristía, es adentrarnos en la exigencia y dimensión de la fraternidad y de la solidaridad. El verdadero encuentro con Jesucristo vivo, consiste en dejarnos encontrar por Aquél que nos da todo y para siempre; y de parte nuestra, saberlo recibir y abrir nuestra vida, dócil y generosamente, a la vida que Él nos regala.

Jesucristo es la misma fraternidad que se encarna en medio de los hombres: «El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). Tomando la carne de nuestra carne y huesos de nuestros huesos, se hizo igual en todo a nosotros, menos en el pecado. Así, se hace hermano con todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares.

Jesús quiso quedarse con nosotros antes de ir al Padre Dios, y lo hizo de manera sublime en la Eucaristía, para seguírsenos dando todo, sobre todo en la dimensión de ser hermano y salvador. En efecto, al comer su Cuerpo y beber su Sangre, comemos y bebemos la fraternidad del Señor, confirmando que Jesucristo es origen y fuente de fraternidad. Así lo entendieron, comprendieron, contemplaron y vivieron los Apóstoles: «Santiago, Pedro y Juan... nos estrecharon la mano a mí y a Bernabé en señal de comunión (fraternidad)» (Gál 2, 9). Y San Pablo lo revela: «Porque, aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un mismo pan» (1Cor 10, 16).

4.2. EUCARISTÍA Y SOLIDARIDAD

Bajo la misma dimensión de la Encarnación, Jesús es solidario con el hombre y sigue siendo solidario con su pueblo hasta el final de los tiempos, en la presencia real de su Cuerpo y de su Sangre en la Eucaristía (cfr. Mt 28, 20).

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Ser solidario significa «ejercitar una determinación firme y perseverante por el bien de todos, de tal manera que todos seamos responsables de todos y de cada uno de los miembros de la comunidad» (SRS, 38).

Jesús concentra toda su solidaridad con el destino del hombre, apostando por su salvación aun a costa de la propia vida; lo logra muriendo y resucitando por nosotros, y prolongando esta presencia real y solidaria al quedarse con nosotros en la Sagrada Eucaristía. Por eso, cada vez que comemos y bebemos de Jesús, comemos y bebemos al mismo Jesús Solidario, la solidaridad misma que es Él.

La actitud de ver por el hermano siendo responsable de él, es vivenciar la solidaridad cristiana que, por nuestra fe cristocéntrica, se concreta en la caridad. En efecto, la participación consciente del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, ha de llevarnos a una acción caritativa más intensa, de tal manera que seamos capaces de reconocer al mismo Señor en los más pobres, sus hermanos (cfr. Mt 25, 40).

Quienes participamos en la Eucaristía, nos comprometemos a compartir fraternalmente nuestro tiempo, espacio, persona y bienes con los más necesitados (cfr. DD, 69). Así lo testimonia la primera comunidad cristiana: «Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones... Todos los creyentes vivían unidos y compartían todo cuanto tenían; vendían sus bienes y propiedades y se los repartían de acuerdo a lo que cada uno de ellos necesitaba» (Hech 2, 42. 44).

Ante este panorama de fe, la comunidad cristiana tiene la obligación de vivir y participar de la Eucaristía, haciéndola un lugar donde la fraternidad se convierta en solidaridad concreta, y donde los últimos de esta pirámide social en la que vivimos, sean los primeros por el amor de Cristo a sus hermanos (cfr. IV PDP, 67).

4.3. LA EUCARISTÍA ENTRE LA CULTURA DE LA MUERTE Y DE LA VIDA

El inicio de un nuevo milenio nos recibe con grandes expectativas y esperanzas para mejores tiempos y condiciones de vida. Sin embargo, los signos de una cultura de muerte parecen frenar y obstaculizar la cultura de la vida, de la solidaridad.

− El sistema socioeconómico vigente en gran parte del mundo aparece,

hasta el momento actual, como un eficiente productor de pobreza y de pobres para lograr el enriquecimiento de unos cuantos, evidenciando la falta de ética y justicia social.

Ante este fenómeno, nos preguntamos: ¿cómo caminar hacia un sistema socioeconómico que alcance y tenga una visión más adecuada del desarrollo humano, a la luz de la justicia social?

− Los habitantes del mundo de la pobreza son cada día más numerosos, sin esperanza de que la cifra disminuya. De los 100 millones de habitantes en México, 66% vive en la pobreza, y de éstos, más de la mitad vive en la trágica miseria o la pobreza extrema.

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Los nuevos pobres de este sistema, son los desempleados, los discapacitados y los adultos en plenitud; mujeres, niños de la calle e indígenas, cada día más pobres; campesinos y jornaleros.

Ante la situación de los más pobres, ¿qué acciones o medidas habríamos de tomar?

− Cada día gana más terreno la cultura del «confort», el consumismo, el tener y disfrutar, poniendo la felicidad en el paraíso de los bienes materiales. Esto ha ido conformando una conciencia más individualista, egocéntrica y elitista en las presentes generaciones.

Ante la globalización de la conciencia materialista, hedonista y sibarita de la vida, ¿qué acciones educativas o de evangelización hemos de definir, para superar esa conciencia que hoy toma carta de ciudadanía entre nosotros?

− La corriente postmoderna cada día enraíza más en la sociedad y se concreta en el secularismo y el relativismo moral, en los que la persona se autoproclama norma absoluta de moralidad, sin referencia a ningún otro elemento. Cada uno quiere ser «señor» absoluto de su mundo. Ante el relativismo existencial y moral, ¿qué valores hemos de promover que superen y trasciendan esta mirada miope y trunca de la existencia humana?

− Una de las limitaciones de la vida cristiana es la «dicotomía de la vida», la separación entre la fe y la vida. Pretendemos creer en Dios y vivimos como paganos; nuestra fe en Cristo no siempre alcanza para descubrirlo en los más necesitados, ni el ser solidarios con los demás miembros de la sociedad, con nuestra participación como verdaderos ciudadanos responsables.

Ante esta vivencia limitada de nuestra fe cristiana, muchas veces ajena a los problemas sociales que nos afectan a todos, ¿qué estilo de vida cristiana o vivencia sacramental hemos de promover, para que la fe alcance a la vida social que vivimos?

4.4. LA EUCARISTÍA EXPRESADA EN ACCIONES FRATERNAS Y SOLIDARIAS

Por consiguiente, la Eucaristía celebrada y vivida nos exige seriamente:

§ Impulsar una cristología integral, fiel a la misión evangelizadora de Jesús, y una evangelización integral, cuyas dimensiones pastorales se relacionen de manera que se expresen en comunidades vivas y evangelizadoras.

§ Promover una eclesiología equilibrada entre la concepción de Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo, y de Iglesia como Pueblo Santo de Dios.

§ Cristianizar el sistema socioeconómico actual, haciéndolo más humano con los valores de la solidaridad y la justicia social.

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Pastoral Social

§ Impulsar una Pastoral Litúrgica centrada en la Eucaristía, de tal manera que se fundamente en la Pastoral Profética y se proyecte, con su fuerza de transformación, en la Pastoral Social.

§ Lograr que la Eucaristía sea una celebración de la vida, a la luz del Misterio Pascual de Cristo, de manera que sea punto de llegada y de partida de la vida del discípulo.

§ Hacer que la celebración de la Eucaristía sea celebración de la fraternidad, que se convierta en solidaridad concreta: ofrendas a favor de los pobres, homilía que ilumine las necesidades más urgentes de la comunidad, celebración que tome en cuenta las realidades más expresivas y nos impulse a acciones comunes para poder superarlas.

§ Promover el culto de adoración a Jesús Eucaristía, renovando su proyección social en la ruta del 48º Congreso Eucarístico Internacional.

5. LA EUCARISTÍA, LUZ QUE DA VIDA FRENTE A LAS TINIEBLAS DE LA CULTURA DE LA

MUERTE

«La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron» (Jn 1,15).

5.1. LOS VALORES DEL REINO EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

«Jesús es la luz y la vida (cfr. Jn 8, 18). Estas palabras son como la síntesis de todos los bienes que Él nos ofrece y que se compendian en el misterio de la Eucaristía» (TB, 18). Para todo hombre y todos los hombres que quieran comprometerse a seguir el proyecto de luz y vida de Jesús, en medio de un mundo que cambia, es esencial encontrarse con Cristo a través de una experiencia contemplativa. Seguir a Jesús es «hacer lo que Él hizo» (SD, 18), por ello, sólo sigue a Jesús quien concibe la vida como un don de sí mismo a Dios y al mundo, y colabora en la tarea de acercar el Reino de Dios a la historia. En este sentido, seguir a Jesús y luchar por el Reino son equivalentes.

La misión de Cristo, Luz y Vida, es anunciar y construir el Reino de Dios, traducido en los valores de verdad, justicia, paz, gracia, amor, comunión y solidaridad. Todos estos valores del Reino, han de ser recogidos de la vida misma y llevados al altar del Señor y a la Asamblea de hermanos, para tener una gozosa celebración de la Eucaristía. Es ahí, en comunidad, donde construimos y saboreamos el Reino, pero el no llegar aún a su plenitud, nos ubica en una dinámica en que los cristianos estamos llamados, de manera permanente, a iluminar y dar vida ante situaciones concretas que interpelan nuestro ser de cristianos. Hay momentos de la historia en los que el Reino brilla con especial nitidez, denunciando estructuras contrarias al plan de Dios.

La hora actual, marcada con todo lo que el juicio ético-teológico y moral puede decir de ella (cfr. EN, 8), es uno de esos momentos. No es posible seguir a Jesús, luchar por su causa, y no sentirse enfrentado a una configuración del mundo que niega radical y estructuralmente el plan de Dios para los hombres: «La gloria de Dios es que el ser humano viva» (San Ireneo), y que el pobre viva.

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5.2. COMUNIDADES EUCARÍSTICAS: SUPERACIÓN DE LA INJUSTICIA Y PROMOCIÓN DEL AMOR

«Lamentamos el oscurecimiento de la conciencia moral, la pérdida de la capacidad de amar hasta el fin; el terrorismo, la muerte y el sufrimiento ocasionados por la violencia; el desinterés por la verdad, la desunión de las familias, el dolor de vivir la vida sin sentido, el aborto mediante el cual se mata sin piedad a los más indefensos; empleos precarios que van asfixiando lentamente la vida individual y familiar de muchos» (TB, 28), pues éstos son los signos de una cultura de muerte.

Entre estos signos de muerte, recordamos también «el comercio de drogas, el lavado de las ganancias ilícitas, la corrupción en cualquier ambiente, el terror de la violencia, el armamentismo, la discriminación racial, las desigualdades entre los grupos sociales, la irrazonable destrucción de la naturaleza» (TB, 29). Estos pecados manifiestan una profunda crisis, debida a la pérdida del sentido de Dios y a la ausencia de los principios morales que deben regir la vida de toda persona. Sin una referencia moral, se cae en un afán ilimitado de riqueza y de poder que ofusca toda visión evangélica de la realidad social.

Una situación del mundo como la actual, caracterizada no sólo por la marginación sino por la creciente exclusión, contradice flagrantemente el principio de la Doctrina Social de la Iglesia sobre «el destino universal de los bienes».

Éstas y otras luces y sombras, propias de nuestro tiempo, nos obligan a preguntarnos: ¿qué hacer para que nuestras comunidades cristianas, con su vocación de luz y vida, ofrezcan al mundo frutos de verdad, justicia, paz, gracia, amor y comunión a partir de la celebración Eucarística?

5.3. LA EUCARISTÍA, COMPROMISO DE SERVICIO Y REDES SOLIDARIAS

El compromiso del bautizado está claramente especificado: «El cristiano no ha inventado la comida ni el banquete... su riqueza de contenido se manifiesta no tanto en el hecho material de comer y beber, sino en el hecho de comunicar, compartir y fraternizar» (TB, 54). Estamos llamados a no ser menos astutos que los hijos de las tinieblas, necesitamos saber articularnos mundialmente aprovechando las ventajas que, a pesar de nuestra escasez y pobreza de medios, nos permite la revolución actual de las comunicaciones, formando así redes solidarias o tejidos sociales de impulso cultural protagonizados por los pobres, desde sus realidades concretas, en comunidades participativas que sustituyan el verticalismo autoritario e instauren un diálogo constructivo.

La Eucaristía actualiza la diakonía o servicio de Cristo; esto supone promover los valores de la aceptación fraterna, la solidaridad y la comunicación de bienes. Este testimonio de amor es un elemento indispensable de la verdadera evangelización.

Ser signo de luz y de vida al estilo de Jesús, es dar testimonio de fraternidad, abierto a la diversidad de carismas y servicios, en una actitud de escucha y discernimiento de los signos de los tiempos, con capacidad de comprender y responder a la diversidad sociocultural de los hombres; es estar integrado a las estructuras, propuestas y proyectos pastorales, centrados en el misterio pascual del Señor cuya fuente y cumbre es la Eucaristía (cfr. TB, 18).

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Pastoral Social

6. MARÍA, PRESENCIA DE LA VIDA EUCARÍSTICA ENTRE LOS POBRES Y OPRIMIDOS

«Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí como lo has dicho» (Lc 1, 38).

6.1. MARÍA, SIGNO VIVO DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA

En algunos pasajes bíblicos se menciona la participación de la primera comunidad cristiana en la Cena del Señor (cfr. 1Cor 11, 16-20) o en la Fracción del Pan (cfr. Hech 2, 42. 47). Es muy probable que María se haya insertado en la vida comunitaria, participando en la Eucaristía presidida por los Apóstoles.

También está la cuestión de si María estuvo presente en el Cenáculo, lo cual no se puede excluir por dos razones: la primera, porque según Jn 19, 27, María estaba en Jerusalén precisamente en aquellos días, y segunda, porque la costumbre hebrea dice que en la cena pascual corresponde a la madre de familia encender las lámparas; por tanto, bien pudo suceder que María estuviera ahí para cumplir este deber en la Última Cena.

Finalmente, es de notar cómo San Lucas subraya el valor simbólico, decididamente eucarístico, de Belén, que según una etimología popular significa «la casa del pan» (María, domus por excelencia del pan de vida que es Cristo) y del pesebre en que fue colocado el niño (cfr. Lc 2, 7).

En las bodas de Caná, para que tuviera lugar el signo del vino, fue decisiva la iniciativa de María, con el encargo dado a los sirvientes: «Haced lo que Él les diga» (Jn 2, 5). Caná es el comienzo de los signos; también del signo del pan, y representa el inicio de la nueva economía sacramental: el centro es dado desde la Eucaristía.

En esta nueva economía sacramental inaugurada por la Iglesia, sacramento de la presencia salvífica de Cristo en la historia, María permanece siendo la Madre. Primero, sólo la Madre del Hijo, y ahora, Madre de la Iglesia.

María tiene, pues, una presencia y un papel decisivos tanto en la encarnación como en la economía sacramental de la Iglesia; en ambas ella ha dicho su fiat en la fe, en la esperanza y en la caridad. Por ello, la Iglesia, al celebrar la Eucaristía, invoca la intercesión de María, la Madre del Señor. 6.2. MARÍA COLABORA CON CRISTO EN LA CONSTRUCCIÓN DEL REINO

En el Magnificat, María proclama la grandeza del Dios salvador en el que ha puesto su fe y esperanza, como paradigma de la espiritualidad de los pobres de Yahvé (cfr. DP, 297). Ella reconoce las obras grandes que el Señor ha obrado por su pueblo, en los pobres, en los marginados y en los oprimidos.

Hay elementos fundamentales, como la compasión, la comprensión y el acompañamiento, en los que María se hace compañera de camino; en las tristezas y alegrías, en los gozos y esperanzas; en las angustias de las personas de nuestro tiempo, sobre todo, de los pobres y de cuantos sufren (cfr. GS, 1).

La actitud de María en su colaboración con Cristo, en la construcción del Rei-no, no tolera las situaciones injustas con resignación y pasividad; por tanto, el ejemplo de María

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nos invita a afrontar las situaciones de nuestra historia concreta en un tiempo y en un pueblo.

No podemos pasar con indiferencia ante los rostros de pobreza que reclaman nuestra solidaridad: los niños de la calle, los migrantes, los desempleados, los enfermos, los olvidados...

La fe en Jesucristo, anunciada por la Iglesia, y el cuidado maternal de María, han estado presentes en nuestro pueblo desde sus orígenes, y en la configuración de la cultura nacional. Toca ahora a cada uno de los miembros de la Iglesia, según su vocación y tarea específica, contribuir a ensanchar y enriquecer tan rico caudal de humanidad y de fe, mediante iniciativas solidarias y efectivas que respondan a las necesidades de todos, sin excluir a nadie (cfr. EJST, 229).

6.3. A EJEMPLO DE MARÍA, COMPARTIR LA VIDA EUCARÍSTICA

María, colaboradora con Cristo y atenta siempre a las necesidades de la comunidad, nos pide ahora identificar los rostros de nuestros hermanos pobres de la comunidad y responder a sus necesidades. ¿Cómo nos inspira concretamente María a hacer lo que Cristo nos dice, en cada uno de estos rostros, para transformar la realidad de manera que en ella resplandezca el Reino de su Hijo?

Por ejemplo, los últimos documentos de la Iglesia y la voz del Papa nos urgen a desarrollar la conciencia como Sacerdotes y como laicos para que aceptemos y valoremos a la mujer en la comunidad eclesial y en la sociedad, no sólo por lo que hace sino, sobre todo, por lo que es:

«...Denunciar todo aquello que, atentando contra la vida, afecte la dignidad de la mujer, como el abandono, la esterilización, los programas antinatalistas, la violencia en las relaciones sexuales; favorecer los medios que garanticen una vida digna para las mujeres más expuestas: empleadas domésticas, migrantes, campesinas, indígenas, afroamericanas, trabajadoras humildes y explotadas; intensificar y renovar el acompañamiento pastoral a mujeres en situaciones difíciles: separadas, divorciadas, madres solteras, niñas y mujeres prostituidas a causa del hambre, del engaño y del abandono» (SD, 110).

María es «la estrella de la evangelización» (TB, 62) y nos acompaña en la acción evangelizadora de la Iglesia. ¿De qué manera, a ejemplo de María, estamos formando comunidad; liberando y liberándonos de todo pecado; promoviendo la comunión y la organización de las familias y de la sociedad?

El espíritu de comunión propio de la Eucaristía que nos enseñó María, es:

«Una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado; capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como "uno que me pertenece", para saber compartir sus alegrías y sufrimientos, para intuir sus

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Pastoral Social

deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad; capacidad de ver, ante todo, lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un "don para mí"; es saber "dar espacio" al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros, rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias» (NMI, 43).