2007_Los Ojos que Ríen por Amor al Santo Madero

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Los ojos que ríen por amor al Santo Madero “No hay puertas cerradas sino mentes abiertas”. Ese puede ser el subtitulo de este escrito que trata sobre el amor a la tradición, el tesón de una mujer y el amor por lo cercano, como algo innato que parece acompañar a los genes canarios de generación en generación. La sonrisa de nuestra protagonista es el preámbulo de la alegría de una tradición popular que tiene varios siglos de historia en este municipio de Los Realejos. La conjunción de sus ojos tiernos que brindan hospitalidad a todas horas nos complace adentrarnos en los entresijos de una prodigiosa memoria que sigue reviviendo las experiencias acumuladas como si estuviera en el día y la hora señalada. Isabel Oliva López, nacida un 29 de Noviembre de 1927, mientras se tostaban las castañas de San Andrés, fue una niña que aprendió a caminar recorriendo la distancia que separaba su casa de la Capilla, llegando más tarde hasta las casas anexas a recoger las flores y pedir junto con las señoras mayores la conocida perra de la Cruz. La acompañaban chicas de su edad, como Remedios la pichona, Celia la de Rafaela, Lola, Sabina la de Celedonio y las más pequeñas como Ana la guayabera, Isabelita y Nélida, entre otras. Les propongo ahora un pequeño juego: imaginen conmigo esas experiencias que afloran a la memoria de doña Isabel, como si estuvieran acompañadas por esas instantáneas que supo capturar el objetivo siempre curioso de el Rubio o Juan Dumas, fotografías en color sepia o blanco y negro que con los bordes en piquitos todavía llenan cajas y álbumes en nuestras casas. 1.- Varias niñas alegres llevan en su cabeza unas cestas llenas de flores.... Todavía se acuerda como subían caminando hasta Palo Blanco con las cestas de lavanderos, de esas que se llevaban al campo con la comida, y las traían repletas de foniles, o las veces que bajaron caminando al Puerto a casa de Argelia y Luz en busca de la olorosa retama, retornando cargadas con las flores, cansaditas de la dura ascensión desde la costa; las fatigas de hambre no eran pocas, porque el dinerito era para la Cruz y no se podía coger la guagua. 2.- Dos hombres con sombrero que saludan a la cámara desde una ventana de una casa en ruinas.... Isabel nos transporta hasta la casa vieja que había frente a la plaza del Realejo Alto, un inmueble de dos plantas que se estaba cayendo a trozos cuando se hizo un ventorrillo para la fiesta. En él participaba Salvadorillo el barbero, Pepe el de seña Ana y Pepe el cachorro junto a Miguel el cagalera (con perdón), vendiendo un buen vino, rosquetes, carne en adobo y el caldo de una gallina que estuvo hirviendo en el fuego durante más de un día y medio. Según iban vendiéndolo, cuando se acababa el líquido se le agregaba más agua con un cubo, unos manojos de toronjil o yerba huerto y algo de reunidos. Aunque no tenía mucho sabor, estaba calentito y la gente se lo tomaba con agrado.

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La sonrisa de nuestra protagonista es el preámbulo de la alegría de una tradición popular que tiene varios siglos de historia en este municipio de Los Realejos. La conjunción de sus ojos tiernos que brindan hospitalidad a todas horas nos complace adentrarnos en los entresijos de una prodigiosa memoria que sigue reviviendo las experiencias acumuladas como si estuviera en el día y la hora señalada. “No hay puertas cerradas sino mentes abiertas”.

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Los ojos que ríen por amor al Santo Madero

“No hay puertas cerradas sino mentes abiertas”.

Ese puede ser el subtitulo de este escrito que trata sobre el amor a la tradición, el tesón de una mujer y el amor por lo cercano, como algo innato que parece acompañar a los genes canarios de generación en generación.

La sonrisa de nuestra protagonista es el preámbulo de la alegría de una tradición popular que tiene varios siglos de historia en este municipio de Los Realejos. La conjunción de sus ojos tiernos que brindan hospitalidad a todas horas nos complace adentrarnos en los entresijos de una prodigiosa memoria que sigue reviviendo las experiencias acumuladas como si estuviera en el día y la hora señalada.

Isabel Oliva López, nacida un 29 de Noviembre de 1927, mientras se tostaban las castañas de San Andrés, fue una niña que aprendió a caminar recorriendo la distancia que separaba su casa de la Capilla, llegando más tarde hasta las casas anexas a recoger las flores y pedir junto con las señoras mayores la conocida perra de la Cruz. La acompañaban chicas de su edad, como Remedios la pichona, Celia la de Rafaela, Lola, Sabina la de Celedonio y las más pequeñas como Ana la guayabera, Isabelita y Nélida, entre otras.

Les propongo ahora un pequeño juego: imaginen conmigo esas experiencias que afloran a la memoria de doña Isabel, como si estuvieran acompañadas por esas instantáneas que supo capturar el objetivo siempre curioso de el Rubio o Juan Dumas, fotografías en color sepia o blanco y negro que con los bordes en piquitos todavía llenan cajas y álbumes en nuestras casas.

1.- Varias niñas alegres llevan en su cabeza unas cestas llenas de flores.... Todavía se acuerda como subían caminando hasta Palo Blanco con las cestas de lavanderos, de esas que se llevaban al campo con la comida, y las traían repletas de foniles, o las veces que bajaron caminando al Puerto a casa de Argelia y Luz en busca de la olorosa retama, retornando cargadas con las flores, cansaditas de la dura ascensión desde la costa; las fatigas de hambre no eran pocas, porque el dinerito era para la Cruz y no se podía coger la guagua.

2.- Dos hombres con sombrero que saludan a la cámara desde una ventana de una casa en ruinas.... Isabel nos transporta hasta la casa vieja que había frente a la plaza del Realejo Alto, un inmueble de dos plantas que se estaba cayendo a trozos cuando se hizo un ventorrillo para la fiesta. En él participaba Salvadorillo el barbero, Pepe el de seña Ana y Pepe el cachorro junto a Miguel el cagalera (con perdón), vendiendo un buen vino, rosquetes, carne en adobo y el caldo de una gallina que estuvo hirviendo en el fuego durante más de un día y medio. Según iban vendiéndolo, cuando se acababa el líquido se le agregaba más agua con un cubo, unos manojos de toronjil o yerba huerto y algo de reunidos. Aunque no tenía mucho sabor, estaba calentito y la gente se lo tomaba con agrado.

3.- Con los calzones remangados, un hombre pequeño encaramado a una pared aparece con un sombrero en la mano como cantando folías.... Otro pasaje interesante a la par que divirtiendo eran esas cantigas cargadas de doble sentido que Pepe el petudo desde la calle El Sol se inventaba durante esos días de mayo, creando unas coplas picantes, llenas de puntas, burlas y chanzas que entonaba luego desde el muro que hay al lado de la casa de Eloy, siendo sus voladas contestadas con acierto por parte de Polizo desde la calle El Medio, poniendo yescas en baile de pólvora.

4.- Un queso redondo y blanco sobre un mantel calado espléndidamente.... La Cruz lo era todo, y muchas veces se daba hasta lo que no se tenía habitualmente o aquello que era muy apreciado porque no había dinero para comprarlo a menudo, como ese queso blanco que un día doña Consuelo le dio a doña Isabel cuando está tocó a su puerta interpelando una ayudita para la comida de la fiesta. O como ese mantel de tres metros de largo que se calaba, levantándose a las cinco de la mañana un día y otro también, para poder así sacar perritas para ya tú sabes.

5.- En la procesión de la Cruz un chiquillo parece silbar mientras en la huerta un potro campa a sus anchas.... Ernesto era una maravilla, acompañaba la procesión con meticuloso cuidad silbando con fuerza al llegar al sitio para que le pegaran fuego a una lluvia de voladores que solían acompañar con algún que otro cañón, muy caros por ese entonces.

Una año se les ocurrió a los chicos criar un potro para sacar dinero para la fiesta y en el pequeño guachinche de chochos y perras de vino de doña Remedios se sorteó, resultando agraciado un miembro de la adinerada familia los Ascanio de La Orotava, y cuando fueron a entregarle el equino, se quedaron esperando a ver si les daban algo para la fiesta, recibiendo sólo como respuesta: “Lo que por suerte se gana, por suerte se tiene”.

6.- La última de esas fotografías muestra el suelo de la calle lleno de platos con papas y vasos.... Pero todo se olvidaba después cuando ya la procesión pasaba, la Cruz quedaba bien arregladita y sólo les quedaba estirarse en el suelo en torno a esos manteles a cuadros con papas guisadas esparcidas en platos de a tres llenos de mojo y vasos usados por varios vecinos sin que nadie se ofendiera por ello.

Sólo unas pinceladas que por espacio me permiten reflejar de una muy grata entrevista con esta gran mujer que con sus casi ochenta años sigue siendo santo y seña de la Fiesta de la Cruz de la Calle El Sol. ¡Qué Dios la bendiga!

Isidro Pérez Brito