21. Domingo XI - Tiempo Ordinario - Ciclo B

1
1.- El Reino y su propia fuerza, más allá del esfuerzo humano. Estas parábolas que Jesús nos narra tienen en el centro una doble representación que podríamos llamar de “contraste” y de “crecimiento”. Comencemos por el contraste. Éste supone, como es obvio, una contraposición entre dos realidades opuestas. El primer polo está representado por un comienzo microscópico: pensemos en la pequeña semilla de trigo puesta en la tierra; pensemos en el granito de mostaza, “la más pequeña de todas las semillas de la tierra”, según la opinión popular rabínica. El reino de Dios, es una realidad casi invisible respecto de las poderosas estructuras políticas y culturales de este mundo, rodeado muchas veces de incomprensiones, ironía y fracaso. El otro polo es, en cambio, el esplendor del éxito final: he aquí la espiga llena de granos que se eleva hacia el sol, he aquí el árbol de mostaza que cerca del lago Tiberíades puede alcanzar hasta tres metros de altura y sobre el cual pueden posarse y anidar las aves. El reino de Dios de comienzos humildísimos se transforma en árbol gigantesco, en una realidad que hace fermentar toda la masa del mundo y de la historia, que puede ofrecer protección y paz. Hay luego una segunda dimensión que sostiene la narración de las parábolas: éstas son también la narración de un crecimiento. La finalidad fundamental de la narración es, efectivamente, la de demostrar que entre los dos polos existe un hilo vivo: entre la ramita y el cedro gigantesco, entre la semilla diminuta y el hermoso árbol de mostaza, entre el grano de trigo y la espiga no hay vacío sino energía, dinamismo, un crecimiento silencioso pero eficaz. El campesino ha sembrado la semilla y se ha ido a descansar –dice Jesús- pero esa semilla está llena de vida y por sí sola sigue su camino de formación y de generación. La semilla crece por misma, espontáneamente. Hay, pues, un movimiento interno inserto en la semilla misma: es una clara imagen de la gracia divina que impulsa la semilla del reino de Dios llevándola hacia el crecimiento y la plenitud. El reino de Dios sigue siendo, ante todo, un don de Dios, una acción divina dentro de nuestra historia. Es Dios quien teje los hilos de la historia. Jesús nos da a entender que Dios ya ha implantado su reino. Lo ha hecho de manera inesperada, oculta, paradójica. Sin embargo, este comienzo oscuro conlleva en sí el gran crecimiento. Esto nos transmite la confianza que de un modesto comienzo se obtiene una gloriosa conclusión. Jesús dice: así como la acción maravillosa de Dios hace crecer una gran planta del pequeño granito de mostaza, así a la semilla oscura seguirá el magnífico cumplimiento del Reino. Por eso estas parábolas rompen el entusiasmo de los que están convencidos de que todo depende de ellos, de los que son incapaces de reconocer que Dios es siempre el primero en intervenir en la historia de todos y de cada uno. Xto: es el Reino. Xto es la semilla y el grano de mostaza que al hacerse hombre fue sembrado en el mundo. Humilde fue exaltado. Humillado hasta el admirable árbol de la cruz, bajo cuyas ramas nos cobijamos los hijos de Dios. Estas parábolas rompen también la crítica de los escépticos, convencidos de estar abandonados a sí mismos y a su pequeñez, destinados, por tanto, a ser un punto insignificante en el espacio y el tiempo. Nuestra pequeña fuerza, si está injertada en la fuerza del reino de Dios, se transforma en un incendio que devora el hielo y el mal del mundo, se convierte en una energía fecundadora que produce las espigas del bien y del amor. Las parábolas de hoy rompen, finalmente, la duda y la hostilidad de quien no cree. A pesar de las dificultades y de los efímeros triunfos del mal, la meta última de la historia está en aquel árbol de paz, grandioso y solemne en cuyas ramas se amparan todas las criaturas de Dios. La santidad, el Reino de Dios, la fe, la vida espiritual, es un proceso, un camino, si no crecen, disminuyen (S Ag). ¿Qué hacemos por ntra fe, por ntra vida espiritual? Dame, Señor, lo que me pides y pídeme lo que quieras. 2.- Ser agradecidos (salmo) Es bueno dar gracias al Señor y cantar (su amor y fidelidad). Reconocer los dones de Dios. Eucaristía = acción de gracias. Dar gracias es de humildes, da gracias quien se da cuenta que recibe. Pero si todo es gracia, todo es don y regalo, ¿cómo no dar gracias todo el día? ¿toda la vida? Aún en medio de problemas y dificultades: dar gracias a Dios por su amor y fidelidad. Aún en medio del país lejano que es el pecado: dar gracias a Dios por su amor y fidelidad. Porque su amor y fidelidad no dependen de nuestros pecados ni de nuestros méritos. Él nos ama y es fiel a su palabra. Dar gracias es no sólo de gente educada, es también de humildes. Seamos agradecidos (entre nosotros: la mamá que hace la comida, el papá que va a trabajar, etc) “gracias”. Qué palabra tan bella. Es de humildes. Muchas veces es más difícil recibir que dar. Todos somos mendigos de Dios. Sólo podemos decirle: gracias. Todo el día: gracias (de madrugada hasta las vigilias) Cada uno piense qué quiere agradecer a D (2o3 cosas, gestos, personas, dones, etc.) Salmo 138 (137): te doy gracias, Señor, por tu amor, no abandones la obra de tus manos.

description

homilia

Transcript of 21. Domingo XI - Tiempo Ordinario - Ciclo B

Page 1: 21. Domingo XI - Tiempo Ordinario - Ciclo B

1.- El Reino y su propia fuerza, más allá del esfuerzo humano.

Estas parábolas que Jesús nos narra tienen en el centro una doble representación que podríamos llamar de “contraste” y de “crecimiento”.

Comencemos por el contraste. Éste supone, como es obvio, una contraposición entre dos realidades opuestas. El primer polo está representado por un comienzo microscópico: pensemos en la pequeña semilla de trigo puesta en la tierra; pensemos en el granito de mostaza, “la más pequeña de todas las semillas de la tierra”, según la opinión popular rabínica. El reino de Dios, es una realidad casi invisible respecto de las poderosas estructuras políticas y culturales de este mundo, rodeado muchas veces de incomprensiones, ironía y fracaso. El otro polo es, en cambio, el esplendor del éxito final: he aquí la espiga llena de granos que se eleva hacia el sol, he aquí el árbol de mostaza que cerca del lago Tiberíades puede alcanzar hasta tres metros de altura y sobre el cual pueden posarse y anidar las aves. El reino de Dios de comienzos humildísimos se transforma en árbol gigantesco, en una realidad que hace fermentar toda la masa del mundo y de la historia, que puede ofrecer protección y paz.

Hay luego una segunda dimensión que sostiene la narración de las parábolas: éstas son también la narración de un crecimiento. La finalidad fundamental de la narración es, efectivamente, la de demostrar que entre los dos polos existe un hilo vivo: entre la ramita y el cedro gigantesco, entre la semilla diminuta y el hermoso árbol de mostaza, entre el grano de trigo y la espiga no hay vacío sino energía, dinamismo, un crecimiento silencioso pero eficaz. El campesino ha sembrado la semilla y se ha ido a descansar –dice Jesús- pero esa semilla está llena de vida y por sí sola sigue su camino de formación y de generación. La semilla crece por sí misma, espontáneamente. Hay, pues, un movimiento interno inserto en la semilla misma: es una clara imagen de la gracia divina que impulsa la semilla del reino de Dios llevándola hacia el crecimiento y la plenitud.

El reino de Dios sigue siendo, ante todo, un don de Dios, una acción divina dentro de nuestra historia. Es Dios quien teje los hilos de la historia. Jesús nos da a entender que Dios ya ha implantado su reino. Lo ha hecho de manera inesperada, oculta, paradójica. Sin embargo, este comienzo oscuro conlleva en sí el gran crecimiento. Esto nos transmite la confianza que de un modesto comienzo se obtiene una gloriosa conclusión. Jesús dice: así como la acción maravillosa de Dios hace crecer una gran planta del pequeño granito de mostaza, así a la semilla oscura seguirá el magnífico cumplimiento del Reino. Por eso estas parábolas rompen el entusiasmo de los que están convencidos de que todo depende de ellos, de los que son incapaces de reconocer que Dios es siempre el primero en intervenir en la historia de todos y de cada uno.

Xto: es el Reino. Xto es la semilla y el grano de mostaza que al hacerse hombre fue sembrado en el mundo. Humilde fue exaltado. Humillado hasta el admirable árbol de la cruz, bajo cuyas ramas nos cobijamos los hijos de Dios.

Estas parábolas rompen también la crítica de los escépticos, convencidos de estar abandonados a sí mismos y a su pequeñez, destinados, por tanto, a ser un punto insignificante en el espacio y el tiempo. Nuestra pequeña fuerza, si está injertada en la fuerza del reino de Dios, se transforma en un incendio que devora el hielo y el mal del mundo, se convierte en una energía fecundadora que produce las espigas del bien y del amor.

Las parábolas de hoy rompen, finalmente, la duda y la hostilidad de quien no cree. A pesar de las dificultades y de los efímeros triunfos del mal, la meta última de la historia está en aquel árbol de paz, grandioso y solemne en cuyas ramas se amparan todas las criaturas de Dios.

La santidad, el Reino de Dios, la fe, la vida espiritual, es un proceso, un camino, si no crecen, disminuyen (S Ag). ¿Qué hacemos por ntra fe, por ntra vida espiritual? Dame, Señor, lo que me pides y pídeme lo que quieras.

2.- Ser agradecidos (salmo)

Es bueno dar gracias al Señor y cantar (su amor y fidelidad). Reconocer los dones de Dios. Eucaristía = acción de gracias.

Dar gracias es de humildes, da gracias quien se da cuenta que recibe. Pero si todo es gracia, todo es don y regalo, ¿cómo no dar gracias todo el día? ¿toda la vida? Aún en medio de problemas y dificultades: dar gracias a Dios por su amor y fidelidad. Aún en medio del país lejano que es el pecado: dar gracias a Dios por su amor y fidelidad. Porque su amor y fidelidad no dependen de nuestros pecados ni de nuestros méritos. Él nos ama y es fiel a su palabra.

Dar gracias es no sólo de gente educada, es también de humildes. Seamos agradecidos (entre nosotros: la mamá que hace la comida, el papá que va a trabajar, etc) “gracias”. Qué palabra tan bella. Es de humildes.

Muchas veces es más difícil recibir que dar.

Todos somos mendigos de Dios. Sólo podemos decirle: gracias. Todo el día: gracias (de madrugada hasta las vigilias)

Cada uno piense qué quiere agradecer a D (2o3 cosas, gestos, personas, dones, etc.)

Salmo 138 (137): te doy gracias, Señor, por tu amor, no abandones la obra de tus manos.