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272 Principios de Filosofía del Lenguaje y en algunos aspectos contrapuestas, la etapa lógico-atomista representada por el T ractatus y la etapa de primacía del lenguaje ordinario que repre- sentan las Investigaciones filosóficas, es usual en los estudios sobre Witt- genstein, algunos han prestado atención a los estadios intermedios que forman el puente entre ambas obras, Así, por ejemplo, y en relación co n el tema de la crítica al solipsismo, se ha señalado, en esta segunda etapa, un primer estadio próximo al neopositivismo del Círculo de Viena entre 1929 y 1933; un segundo estadio, de 1933 a 1936, representado por el Cuaderno Azul principalmente, y un estadio final , co rrespondiente a las In vestiga- ciones (Hacker, Insight and Illusion, cap. VII, secc . 1 ). Desde un punto de vista más general, Kenny, en su Wittgenst ein, ha intentado hacer justicia al desarrollo de la segunda etapa de éste, dedicando capítulos distintos a las obras principales que representan esos estudios intermedios. Co mo ya indiqué en el apéndice de lecturas del capítulo anterior, se me jante estudio tiende a desfigurar el hecho de que muchos de lo s temas centrales que Wittgenstein trata en esas obras están expuestos con mayor precisión en las Investigaciones filosóficas, Hay que tener en cuenta, además, que nin- guna de esas obras, ni siquiera esta última, llegó a reci bir de su autor la forma definitiva de libro, y que más bien constituyen conjuntos de notas o apuntes, pertenecientes a períooos determinados, y en diferente grado de elaboración. Desde este último punto de vista, parece que el manu sc rito más elaborado es, con mucho, el de las Investigac ion es, y por esta ran, para cua lquiera de los temas que allí se tratan, debe dar se primacía a es ta obra sobre las demás. Todas ellas han sido publicadas póstumamente, pues Wittgenstein, después de publicado el Tractatu!, no vo lvi ó a publicar nada, excepto un artículo de revista del que en seguida se sintió muy insatisfecho. No hace falta añadir, por todo ello, que estaría fuera de lugar atender aquí al desarrollo del pensamiento de Wittgenstein en esta segunda etapa. Lo más que podemos hacer, de modo semejante a lo que se hizo en el ca- pítulo anterior, es estudiar su filosofía del lenguaje en la obra más elabo- rada y representativa, en este caso las In vestigaciones filosóficas, libro en el que trabajó aproximadamente desde 1935 a 1949. La exposición será completada ocasionalmente con referencias a otras obras, en especial a los llamados Cuadernos Azul y Marrón, que, si bien son meros apuntes de clase de los años 1933 a 1935, posteriormente revisados y corregidos, es el escrito que más se aproxima, por los temas y por su elaboración, a las Investigaciones . 7.2 Significado y uso en el segundo Wittgenstein La mejor forma de entender las afirmaciones del segundo Wittgenstein acerca del lenguaje es compararlas con la doctrina del Tractatus, buscando siempre en aquéllas una crítica, aunque se a tácita, al atomismo lógico. De hecho, Wittgenstein lo reconoce así en el prólogo a las Investi gaciones, donde afirma que sus 'nuevos pensamientos sólo quedarán correctamente

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y en algunos aspectos contrapuestas, la etapa lógico-atomista representada por el T ractatus y la etapa de primacía del lenguaje ordinario que repre­sentan las Investigaciones filosóficas, es usual en los estudios sobre Witt­genstein, algunos han prestado atención a los estadios intermedios que forman el puente entre ambas obras, Así, por ejemplo, y en relación con el tema de la crítica al solipsismo, se ha señalado, en esta segunda etapa, un primer estadio próximo al neopositivismo del Círculo de Viena entre 1929 y 1933; un segundo estadio, de 1933 a 1936, representado por el Cuaderno Azul principalmente, y un estadio final , correspondiente a las In vestiga­ciones (Hacker, Insight and Illusion, cap. VII, secc. 1). Desde un punto de vista más general, Kenny, en su Wittgenstein, ha intentado hacer justicia al desarrollo de la segunda etapa de éste, dedicando capítulos distintos a las obras principales que representan esos estudios intermedios. Como ya indiqué en el apéndice de lecturas del capítulo anterior, semejante estudio tiende a desfigurar el hecho de que muchos de los temas centrales que Wittgenstein trata en esas obras están expuestos con mayor precisión en las Investigaciones filosóficas, Hay que tener en cuenta, además, que nin­guna de esas obras, ni siquiera esta última, llegó a recibir de su autor la forma definitiva de libro, y que más bien constituyen conjuntos de notas o apuntes, pertenecientes a períooos determinados, y en diferente grado de elaboración. Desde este último punto de vista, parece que el manuscrito más elaborado es, con mucho, el de las Investigaciones, y por esta razón, para cualquiera de los temas que allí se tratan, debe darse primacía a es ta obra sobre las demás. Todas ellas han sido publicadas póstumamente, pues Wittgenstein, después de publicado el Tractatu!, no volvió a publicar nada, excepto un artículo de revista del que en seguida se sintió muy insatisfecho.

No hace falta añadir , por todo ello, que estaría fuera de lugar atender aquí al desarrollo del pensamiento de Wittgenstein en esta segunda etapa . Lo más que podemos hacer, de modo semejante a lo que se hizo en el ca­pítulo anterior, es estudiar su filosofía del lenguaje en la obra más elabo­rada y representativa, en este caso las Investigaciones filosóficas, libro en el que trabajó aproximadamente desde 1935 a 1949. La exposición será completada ocasionalmente con referencias a otras obras, en especial a los llamados Cuadernos Azul y Marrón, que, si bien son meros apuntes de clase de los años 1933 a 1935, posteriormente revisados y corregidos, es el escrito que más se aproxima, por los temas y por su elaboración, a las Investigaciones.

7.2 Significado y uso en el segundo Wittgenstein

La mejor forma de entender las afirmaciones del segundo Wittgenstein acerca del lenguaje es compararlas con la doctrina del Tractatus, buscando siempre en aquéllas una crítica, aunque sea tácita, al atomismo lógico. De hecho, Wittgenstein lo reconoce así en el prólogo a las Investigaciones, donde afirma que sus 'nuevos pensamientos sólo quedarán correctamente

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7. Los abusos del uso 273

iluminados al ser contrapuestos a los antiguos y vistos contra el transfondo de ellos. Y hasta tal punto, que declara habérsele ocurrido en una ocasión la conveniencia de publicar juntos el texto del T raclalus y la nueva obra (proyecto que posteriormente ha llevado a cabo la editorial alemana Suhe­kamp como primer volumen de las Obras de Wittgenstein, incluyendo además con aquellos dos libros los Cuadernos de 1914-1 916). Wittgenstein es igualmente lúcido y honesto respecto a las razones de esa comparación entre su vieja y su nueva teoría: se trata de que, desde que en 1929 volvió a trabajar en filosofía, se ha visto obligado a reconocer graves errores en su primer libro. Las Invesligaciones, corno vamos a ver, están en su mayor parte dedicadas a la denuncia y corrección de esos errores, muchos de los cuales, como era de esperar, se encuentran asimismo en RuselL

Su nueva obra consta de dos partes. La primera, que es la más revisada y pulida, está dividida en pequeños parágrafos numerados, algunos tan cortos como un par de líneas; excepcionahnente, los hay de una página o página y media. Las referencias a esta parte las haré por el número del parágrafo. Es ta primera parte la dio Wittgenstein por terminada en 1945, fecha que, por cierto, lleva el prólogo que se acaba de citar. La segunda parte, en cuya revisión trabajó de 1947 a 1949, está claramente menos elaborada; se halla dividida en secciones, algunas de tan s610 media página, otras más largas, y la sección XI, con gran diferencia, alcanza a más de treinta páginas. Las citas de esta segunda parte las haré por el número de la sección en números romanos precedidos de la indicación «11», y cuando se trate de una sección larga, añadiré la página. El estilo de Witt­genstein en ésta, su más cuidada obra de la segunda época, consiste en notas sueltas, con frecuencia de estructura aporética, esto es, más sugi­riendo dudas y dificultades que haciendo declaraciones claras; esto dificulta, a veces, entender cuál es la opinión precisa de Wittgenstein sobre el pro­blema debatido, y oblig:1 a examinar otras afirmaciones relacionadas. Tajes notas carecen del cerrado sistematismo que posee el T raclatus, de modo que, al gusto wittgensteiniano por las declaraciones escuetas y breves , se añade ahora la ausencia de una línea argumental clara y continua. Wittgenstein confiesa en el prólogo su fracaso en el intento de sistema­tizar sus notas en un todo ordenado, y añade: «Esto estaba, por cier to, conectado con la naturaleza de la investigación. Pues ésta nos obliga a cruzar un dilatado campo del pensamiento en todas direcciones . Las con­sideraciones filosóficas de es te libro son, en cierto modo, un conjunto de esbozos de paisajes originados en estos largos y enrevesados recorridos.» Wittgenstein es consciente de que el estilo de su obra la hace poco atrac­tiva, enmarañada, repetitiva. Y acabará diciendo: «Por ello este libro es propiamente sólo un álbum.»

La idea básica de Wittgenstein sobre el lenguaje es ahora, en contra del Tractatus, que no hay naqa común a todos los fen6menos lingüísticos en cuya virtud podemos englobarlos bajo el término «lenguaje» y, por consi­guiente, que no ha lugar a una teoría sobre la forma general de las pro-

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274 Principios de Filosofía del Lenguaje - . _. - .... -posiciones, como la desarrolla en el Tractatus . Lo que nos permíte usar el término «lenguaje» para un amplio conjunto de fenómenos no es que éstos tengan algo en común, sino que están relacionados entre sí de muchas maneras distintas (65). ¿Justifican estas relaciones que llamemos «lenguaje» a todos esos fenómenos? Sí, porque son esas relaciones las que nos per­miten pasar de un fenómeno a otro y reconocerlos, así como miembros de un mismo conjunto; pero los miembros de este conjunto lo son, no por­que tengan en común una cierta propiedad, sino porque están entre sí relacionados unos con otros, aunque no necesariamente todos con todos. Para hablar de este tipo de conjuntos, como e~ el conjunto de los fenóme­nos lingüísticos, Wittgenstein utilizará un término corriente: «familia».

El ejemplo clásico, y conocido , al qüe Wittgenstein recurre para acla­rar su concepción es el de los juegos. Su tratamiento del tema es bien repre­sentativo de su actual método. Consideremos -recomienda- eso que llamamos «juegos» (66): juegos de cartas, juegos de mesa, juegos de pelo­ta, juegos de competición ... ¿Qué tienen en común? No vale decir que algo habrán de tener en común porque en caso contrario no los llamaríamos «juegos»; lo que hay que hacer es mirar si 10 tienen. Y mirando se ad­vierte que no aparece nada que sea común a todos ellos. Lo que hay es una serie de parecidos y relaciones . Un grupo de juegos tiene en común con otros ciertas características, pero con un tercer grupo solamente coin­cide en algunas de ellas, mientras que surgen otras coincidencias nuevas ; y así sucesivamente. ¿Son todos divertidos? Piénsese en el ajedrez. ¿Son todos competitivos? Piénsese en los solitarios. Las semejanzas aparecen y desaparecen según pasamos de unos juegos a otros. El resultado de este examen es: «Vemos una complicada red de semejanzas que se solapan y entrecruzan, unas son generales, otras particulares. Y no puedo carac­terizarlas mejor que con la expresión «parecidos de familia»; pues así se solapan y entrecruzan, unas son generales, otras particulares. Y no puedo caracterizarlas mejor que con la expresión 'parecidos de familia' ; pues asi se solapan y entrecruzan las distintas semejanzas que hay entre los miem­bros de una familia: estatura, rasgos , color de los ojos, modo de andar, temperamento, etc. Y diré: los juegos constituyen una familia~) (66-67).

La idea es, por consiguiente, que los miembros de una familia no se identifican por la pcsesión de una característica común, sino por su per­tenencia a una determinada red de relaciones. Tal es el caso de los juegos , según piensa Wittgenstein. Por eso no puede darse una defínición exacta de <~juego»: el concepto de juego carece de límites estrictos (68-69). Mas esto no nos impide usar de él con éxito; no nos impide explicar a alguien a qué llamamos «juego», pues podemos dar ejemplos (71). La definición esencial no es el único medio de explicar un concepto, por lo mismo que un concepto de límites borrosos no deja por eso de ser un concepto. En este caso se encuentran, según Wittgenstein, el concepto de juego, el con­cepto de número (67) y el concepto de lenguaje, esto es, de fenómeno o de uso lingüístico. La comparación del lenguaje con los juegos o la idea de los parecidos de familia no son, por' consiguiente, meras metáforas , sino

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7. Los abusos del uso 275

que son piezas centrales de la nueva teoría de Wittgenstein sobre el len­guaje, e importa no asumir a la ligera que lo que afirma sobre el tema es correcto.

¿Es, en efecto, indefinible el juego? El Diccionario de la Real Acade­mia Española lo define así: «Ejercicio recreativo sometido 'a reglas , y en el cual se gana o se pierde.» Bien, ¿no puede afirmarse esto de lodos los juegos? Con ello queda excluido el ejercicio profesional de los juegos , pero parece razonable que así sea . Aun cuando digamos de los deportistas pro­fesionales que juegan, por ejemplo, al fútbol, ciertamente su ejercicio no constituye en propiedad un juego: no bajan al campo a recrearse o entre­tenerse, sino a ganarse la vida (aunque acaso se diviertan mucho jugando). Parece bastante claro que no llamamos nunca «juego» a una actividad que no sea re..::reativa, a menos que utilicemos el término en forma derivada o metafórica. Wittgenstein parece dudar de que el ajedrez o las tres en raya sean entretenidos o divertidos (unterhaltend, 66). Confieso que no entiendo esa duda. ¿Está todo juego sometido a reglas? Bien, si en todo juego se gana o se pierde, reglas habrá de haber, al menos las que determinen cuándo se gana y cuándo se pierde. Que ocurra esto último no supone, natural­mente, que haya competición. En los solitarios no hay competición; sin embargo, se gana o se pierde. Wittgenstein dice que esta característica fa1ta cuando un niño tira la pelota contra la pared y la vuelve a coger (loe. cit.). Creo que se equivoca: cuando el niño la coge, gana, y si se le cae, pierde. Así es como el niño siente el juego, y ésta es su regla elemental: coger de nuevo la pelota cuando rebota de la pared. No se me ocurren juegos en los que no pueda señalarse la presencia de las características indicadas. Ni se me ocurren actividades que, poseyendo esos rasgos, no sean consi­deradas juegos.

Esto no significa que no pueda haber casos dudosos; pero la duda versará sobr'~ la presencia de dichas características. Podemos dudar si cierta actividad es o no fundamentalmente recreativa, si tiene o no reglas. Tam­poco se prejuzga cómo hayan de ser estas r~glas. Pueden ser muy elemen­tales , variables, e incluso es posible que se vayan modificando o inventando al tiempo que se juega, como Wittgenstein sugiere (83,. La coincidencia de todos los juegos en las tres características mencionadas en la definición parece bastante general.

¿Es posible también, pese a las pretensiones de Wittgenstein, una definición del lenguaje? Definirlo lo hemos definido, en cuanto sistema de signos, en la sección 4.1 , recurriendo a siete características o rasgos. Pero no es esto en lo que Wittgenstein piensa. Que todas las lenguas humanas coincidan en unas características muy generales que se hallan vinculadas a los caracteres biológicos que deHnen la especie humana, no es lo que Wittgenstein trata de refutar. El está pensando en una definición semántica del funcionamiento del lenguaje tal que reduce todos los posi­bles y variados usos lingüísticos a: una única función. Es la definición de la función lingüística que se encuentra implícita en el Tractatus, y que podemos explicitar en los siguientes términos; el lenguaje es la totalidad

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de las proposiciones; la proposición es el pensamiento expresado en soni­dos; y el pensamiento es la representación lógica de los hechos posibles (Tractatus, 3, 3.1, 4, 4.001). La función lingüística queda así restringida a la función representativa o figurativa; la forma general de toda propo­sición es; así son los hechos ; esto es lo único esencial para que una serie de signos formen una proposición (Tractatus, 4.5). Justamente contra esta reducción esencialista va dirigida toda la argumentación de Wittgenstein en su segunda época.

De aquí la comparación entre el lenguaje y los juegos. No hay una fun­ción lingüística única que defina al lenguaje como no hay -según cree Wittgenstein- ninguna característica única que define al juego. Su posi­ción es ahora pluralista: el lenguaje es, desde el punto de vista de su fun­ción, un conjunto de actividades o usos que forman una familia, tal y como ocurre con los juegos. Por ello, y a fin de evitar los' errores y dificultades de la doctrina atomista, Wittgenstein recomienda sustituir la pregunta «¿Qué es el significado?» por esta otra: «¿Cómo se explica el significa­do?» (560, y Cuaderno azul, primera página). La respuesta es: enseñando a usar las expresiones. Y de ahí la conveniencia de sustituir la pregunta por el significado (Bedeutung ) por una pregunta sobre el uso (Gebrauch) (561; se observará que en las Investigaciones Wittgenstein vuelve al sen­tido ordinario del término Bedeutung, abandonando el uso freguiano del término que hace en el Tractatus). Conveniencia que hace patente la si­guiente propuesta: «Para una amplia clase de casos en los que utilizamos la palabra «significado», aunque no para todos los casos, se puede explicar dicha palabra así: el significado de una palabra es su uso en el lengu¡:¡.je» (43, subrayado en el original).

Esta afirmación se ha citado frecuentemente de manera tergiversada, mencionando tan sólo su segunda parte: «el significado de una palabra es su uso en el lenguaje» , y omitiendo la primera, que de modo explícito res­tringe el ámbito de su aplicación. La cuestión es: ¿en qué casos no pro­cede la identificación del significado con el uso? La respuesta viene dada en la última parte del parágrafo 43 que se acaba de citar, y reza así: «y el significado de un nombre se explica, a veces, señalando a lo nombrado~) (subrayado en el original). Podríamos, sin embargo, pensar: esto no nos impide decir que el significado de un nombre consiste en el uso que se hace de él para referirse al objeto o persona nombrados. Por tanto, también en este caso significado equivaldría a uso. Pienso que lo que Wittgenstein quiere dar a entender se capta, acaso, poniéndolo en relación con lo que acabamos de ver: en la mayor parte de los casos en los que hablam.os del significado de fas palabras éste puede explicarse hablando del uso que hacemos de ellas; pero cuando esas palabras son nombres propios, hay una manera más directa de explicar su significado, a saber: señalando al objeto designado por el nombre. La razón es que, en el caso de los nombres pro­pios, el significado y la referencia coinciden, es decir, Bedeutung tiene al mismo tiempo su sentido ordinario y su sentido freguiano. En última ins­tancia, no obstante, significado y uso coinciden también en este caso, pues

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7. Los abusos del uso 277

siempre podremos decir que el significado de un nombre propio es el uso que hacemos de él para referirnos a un objeto determinado individualizán­dolo entre los demás.

De esta analogía entre los juegos y los usos del lenguaje nace el gusto de Wittgenstein por un concepto al que recurre con frecuencia, aunque no siempre de modo uniforme, el concep!o de juego de lenguaje o juego lin­güístico (SprtJchspiel). ¿Qué son los juegos lingüísticos? Yo lo pondría así: maneras particulares reales o imaginarias de usar el lenguaje, que tien­den a mostrar cuáles son las reglas de un uso lingüístico. En general, puede decirse que son modelos simplificados de aspectos concretos del lenguaje. Cuando su argumentación lo requiere, Wittgenstein aconseja considerar el juego lingüístico de que se trate como sí fuera un lenguaje primitivo total. Así, al comienzo de las Investigaciones considera unas palabras de San Agus­tín en las que se expresa una concepción del lenguaje claramente referen­cialista: las palabras funcionarían, fundamentalmente, como nombres de las cosas, y las oraciones serían combinaciones de nombres. Una concep­ci6n, como se ve, muy semejante a la del Tractatus. Entonces, W ittgens­tein imagina un lenguaje que corresponda a esa concepci6n, y sugiere el siguiente: un albañil está construyendo un edificio con cuarro clases de piedras: bloques, pilares, losas y vigas; cuando necesita una piedra de una clase grita la palabra correspondiente, y su ayudante se la trae. Y añade Wittgenstein : «Concibamos esto como un lenguaje primitivo completo» (2). ¿Por qué? Porque al concebirlo así nos daremos cuenta de que tan simple sistema de comunicaci6n no puede ser un lenguaje excepto en un sentido muy primitivo; por relación á nuest ras lenguas actuales no constiruye SInO

una pequeña porción de éstas. Por consiguiente, una concepción como la de San Agustín, como la del Tractatus, no pueden en manera alguna ser adecuadas a la totalidad del lenguaje humano. Sólo sirven para un len­guaje muy primitivo, porque son concepciones muy primitivas del len­guaje (1-3).

El modo de usar las palabras en el ejemplo del albañil podemos con­siderarlo -sugiere Wittgenstein- corno uno de esos juegos por medio de los cuales aprenden los niños la lengua nativa. Y afirma a continuación: «Llamaré a estos juegos 'juegos lingüísticos', y hablaré a veces de un len­guaje primitivo como de un juego lingüístico. Y se podría llamar también juegos lingüísticos al proceso de nombrar las piedras y de repetir las pala­bras dichas por otro, ( ... ) Asimismo, llamaré ' juego lingüístico' al todo formado por el lenguaje y las acciones con las que se halla entretejido~> (7). y en el Cuaderno azul dice de los juegos lingüísticos: «Son maneras de usar los signos, más simples que como los usamos en nuestro lenguaje cotidiano tan complicado. Los juegos lingüísticos son las formas del len­guaje con las que un niño comiénza a hacer uso de las palabras. El es tudio de los juegos lingüísticos es el estudio de las formas primitivas del lenguaje o lenguajes primitivos» (p, 17 del original y 44 de la trad. cast.). Por su parte, el Cuadern.o marrón se inicia con una referencia a las palabras de San Agustín mencionadas antes y con el juego lingüístico del albañil. A partir

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278 Principios de Filosofía del Lenguaje - -de éste, Wittgenstein va construyendo nuevos juegos a base de añadir pequeñas complicaciones sucesivas, como el uso de términos numerales o de nombrse propios, y en un momento determinado se interrumpe para afi rmar : «A sistemas de comunicación [como los anteriores] los llamaremos 'juegos lingüísticos'. Son más o menos semejantes a 10 que llamamos juegos en el lenguaje ordinario. A los niños se les enseña su lengua nativa por medio de estos juegos, que en este caso poseen incluso el carácter entrcte­nido de los juegos. No obstante, no estamos considerando los juegos lin­güísticos que describimos como partes incompletas de un lenguaje, sino como lenguajes completos en sí mismos. Para mamener a la vista esta con­sideración, es con frecuencia útil imaginar que tan simple lenguaje cons­tituye todo el sistema de comunicación de una tribu en un estadio primitivo de la sociedad" (p. 81 del original y 115·116 de la trad. cast.).

Las alusiones a la enseñanza ¡nfamil del lenguaje contienen, como se habrá notado, un eco de los años en que trabajó como maestro de es­cuela. Sin duda que esta experiencia debió de contribuir a la formación de su actitud crítica frente a la teoría atomista del lenguaje. Nótese asimismo el carácter más simple de los juegos lingüísticos en comparación con el len­guaje ordinario; justamente por eso sirven como instrumento de aná lisis para arrojar luz sobre el funcionamiento del lenguaje cotidiano. Y esto requiere separarlos suficientemente del resto de la compleja trama que compone el comportamiento lingüístico común; por esta razón conviene considerarlos como lenguajes totales, si bien, como es natural , de carácter muy primitivo. El juego de lenguaje, de otra parte, no son meramente las palabras o expresiones lingüísticas , sino el todo formado por éstas y las acciones con las que se hallan entretejidas, según acabamos de ver. Esto no está explicito en los Cuadernos~ pero sí en las In vestigaciones (7). No obstante, es algo tan obvio para la definición de los juegos linb1Üísticos que no creo que pueda tomarse como una diferencia señalada entre ambas obras. De hecho, las diferencias que pueden encqntrarse entre lo que Win­genstein dice sobre los juegos de lenguaje en uno y otro libro, son, en mi opinión, diferencias de énfasis o de matiz, pero no diferencias sustanciales. Por cierto que esta caracterización del juego lingüístico como un todo formado a la vez por expresiones y acciones, ha sido interpretada por algunos de esta manera: como si Widgenstein afirmara que el juego lin­güístico es «el todo del lenguaje» má:: las acciones (así , Specht, The Foun­dations 01 Wittgenstein's Late Philosophy, IlI.2 , pp. 42 Y 45). Si esta interpretación fuera correcta, habría ahí ciertamente un nuevo concepto de juego lingüístico distinto del que hemos considerado. En esta extensión, el juego lingüístico por antonomasia, digámoslo así, sería el lenguaje entero, en cuanto conjunto de los juegos lingüísticos particulares. La afirmación de Wittgenstein en el párrafo 7 de las In vestigaciones puede, no obstante, interpretarse como refiriéndose al todo formado por el lenguaje propio de un juego lingüístico junto con las acciones que son parte de tal juego (literalmente dice: « .. . dal Ganze: der S prache und der T iitigkeiten .. . ~». Sea cual fuere la intención del autor en esta ambigua frase, lo cierto es que

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el concepto de juego lingüístico usado por él sistemáticamente es el de modelo simplificado de un uso lingüístico, que hemos comentado ante~ riormente.

Con la noción de juego lingüístico están ligadas otras metáforas o com~ paraciones a las que Wittgenstein recurre frecuentemente. Así, por ejem~ plo, cuando afirma 'lue las funciones de las palabras son tan distintas como las funciones de las herramientos que hay en un estuche (11), o como las manivelas en la cabina de una locomotora (12). Y no vale de nada sumi­nistrar una descripción tan general que resulte vacía, y decir , por ejem­plo: todas las herramientas sirven para modificar algo (14), o bien todas las manivelas sirven para mover algo. Pues siempre habrá casos a los que nuestra descripción no alcance a menos que la forcemos de modo excesivo; en definitiva, ¿qué es lo que modifica un clavo, o una regla? (14), La idea básica es que el lenguaje es un instrumento, o mejor, un conjunto de instrumentos : las palabras, los conceptos, son instrumentos para jugar a una inmensa variedad de juegos lingüíst icos (569, y Cuaderno azul, p. 67 del original y 101-102 de la trad. cast.). Lo que cuenta es el uso que ha­cemos de esos instrumentos, y para esto no basta fijarse únicamente en el ins trumento , sino que hay que atender también a las acciones que acom­pañan a la pronunciación de las palabras (489), ya que hablar un lenguaje es parte de una actividad, de una forma de vida (19, 23 ). Lo fundamental aquí es que esas acciones nos van a revelar algo muy importante: que el uso de las palabras en el lenguaje, en los juegos lingüísticos, está sometido a reglas. Es la conexión regular entre los sonidos y las acciones 10 que testimonia la existencia de un lenguaje (207) . Son las reglas, por su parte, las que nos permiten hablar de corrección e incorrección en el uso del lenguaje, y las que asimismo nos permiten prever el comportamiento lin­güístico de los demás. Aunque esto no significa que las reglas hayan de estar siempre perfectamente definidas ni que cubran todos los casos (82-85 ).

La doctrina anterior tiene, por lo pronto, claras consecuencias para una crítica devastadora de la teoría de la proposición que aparece en el Tractatus. Wittgenstein la afronta por derecho, y toma como uno de sus puntos más delicados la proposición 45 que antes hemos recordado: «La forma general de la proposición es: así son los hechos.» Este es --dice ahora, acaso con melancolía- el tipo de afirmación que 4nO se repite sin cesar, creyendo que está delimitando la naturaleza o esencia del objeto, la proposición; pero con ello , lo único que realmente hace es delimitar la forma a cuyo través contempla el objeto (1 14). Es decir: esta afirmación no expresa ningún descubrimiento acerca de la proposición, sino tan sólo el propósito de no llamar «proposición» más que a lo que tenga esa forma. En el fondo es tanto como decir que una proposición es todo aquello que puede ser verdadero o falso; o dicho de otro modo : que llamamos propo­sición a aquello a lo que, en nuestro lengua;e, le aplicamos el cálculo de las funciones veritativas (136, subrayado en el original) . Parecería, enton­ces, que tenernos un concepto de verdad y falsedad, y que todo aquello que encaja con él es una proposición. Pero esto, dirá Wittgenstein, es una

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mala imagen. Qué sea una proposición debe estar determinado, en un sentido, por las reglas de formación de oraciones en la lengua en cues­tión, alemán, español, inglés, etc.; en otro sentido, por el uso del signo (o palabra) «proposición» en el juego lingüístico de que se trate. De es te juego pueden formar parte los términos «verdadero» y «falso», y solamente de esta manera será el uso de estos términos parte del concepto de pro­posición (loe. cit.).

Lo que se quiere decir es esto: llamar «proposiciones» exclusivamente a las oraciones que pueden ser verdaderas o fa lsas, y aceptar como signi­ficativas sólo aquéllas es algo que puede estar justificado dentro de un determinado juego lingüístico como el cálculo veritativo-funcional , pero no es aceptable desde el punto de vista de los juegos en los que emplearnos el lenguaje ordinario. En este último, lo que una proposición sea vendrá dado por el uso que hagamos del término «proposición», lo que sin duda habrá de remitirnos, al menos en parte, a las reglas gramaticales de for­mación de oraciones (recuérdese que, en es te contexto, el término Sot¡ que utiliza Wittgenstein puede significar tanto «oración» como «proposición»). Pero en el lenguaje ordinario no podemos pretender, sin falsearlo, que sólo son significativas las oraciones que pueden ser verdaderas o falsas. Esta mutilación del lenguaje que, como señalamos en el capítulo anterior, efec­túa implícitamente el atomismo lógico, es ahora reconocida con toda justi­cia por el propio Wittgenstein.

La teoría isomórfica del lenguaje exigía hechos posibles que dieran sen­tido a las proposiciones. La cuestión clave, sobre la que llamé ya la aten­ción en la última sección del capítulo anterior, es: ¿cuándo es posible u.n hecho ? Allí aventuré una respuesta que, aun siendo, en mi parecer, per­fectamente coherente con el Tractatus, no es tá clara y explícitamente for­mulada en éste: cuando sabemos en qué circunstancias es verdadera la pro­posición que 10 representa. Esta salida epis t~mológica, como vimos, no parece vislumbrada por Wittgenstein de forma clara. Su posición perma­neCÍa encerrada en el lenguaje) como lo ates tigua su afirmación: «lo que se puede describir , puede también suceder» (Tractatus, 6.362 ). O dicho de otro modo: es la proposición la que determina lo posible. Por eso Witt­genstein se pregunta ahora: «¿Depende enteramente de nuestra gramática a qué hemos de llamar (lógicamente) posible y a qué no, esto es, depende de lo que aquélIa permita? » (520). La respuesta ha de ser negativa; la concepción isomórfica del lenguaje no puede, por sí sola) delimitar el ám­bito de lo posible. La comparación del lenguaje con las representaciones figurativas es insuficiente: por lo pronto, no sabemos si 10 estamos com­parando con una representación histórica o con una pintura de género; la primera muestra algo que, supuestamente, ha ocurrido y, por tanto, puede ser falsa; ¿pero qué muestra la segunda? Wittgenstein sugiere esta respuesta: lo que muestra es a sí misma (522-523). Dicho en otr; . pf11a­bras: una representación histórica nos remite a un hecho , por compara­ción con el cual podemos. decidir sobre su verdad o falsedad, pero una representación de género, como una obra de ficción) no remite a nada,

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no podernos compararla con nada, y la concepclOn isomórfíca le cs, en rigor, inaplicable. Decir que la proposición es una representación o figura es irremediablemente vago mientras no especifiquemos de qué clase de representaciones estamos hablando.

Una de las consecuencias de la teoría figurativa era que obligaba a hablar de hechos inexistentes, o si se prefiere, de la no existencia de he­chos. Tal consecuencia es ahora ridiculizada por Wittgenstein: si digo que anoche no soñé, y esto es cierto, la proposición «Anoche soi'íé» será falsa. Pero para serlo ha de tener sentido. Y su sentido consiste en que expresa un hecho posible. ¿Significa esto que ha de haber algo así como el hueco que podría haber llenado un sueño? (448). Esta reflexión pretende mos­trar cuán confusa es la idea de que la ausencia de un hecho debe contener la posibilidad de ese hecho.

El análisis atomista exigía, igualmente, la existencia de elementos úl­timos en la realidad que correspondieran a los signos más simples del len­guaje, a los nombres. Esto era producto de la concepción referencia lista del significado. En el Tractatus, la identificación de estas entidades era considerada como tarea empírica más allá del alcance de la lógica. Witt­genstein se hace ahora cuestión de si la propia tarea, como tal , tiene buen sentido, y se pregunta: ¿cuáles son los constituyentes simples de una silla? ¿Los trozos de madera? ¿Los átomos, las moléculas? (¡Simple» quiere decir <mo compues[Q», y la cuestión es ¿en qué sentido de (mo compuestm)? No hay un sentido absoluto de esta expresión. Lo que son partes simples para el carpintero no lo son para e! físico o para el pintor. La pregunta acerca de las partes simples de un objeto solamente tiene sentido dentro de un determinado juego, ya que las palabras ¡¡simple» y «compuesto» las us'amos e:1 una infinidad de modos distintos (46-47).

Con esto cae por tierra todo e! intento de reducir el lenguaje a nombres. La teoría referencialista construye el significado sobre la base de la rela­ción entre el nombre y la cosa nombrada. ¿Pero en qué consiste esta rela­ción? Esta relación no es absoluta; todo depende de! juego lingüís tico de que se trate. En un juego como e! de! albañil, la relación consiste en que, al oír el nombre, el ayudante trae una piedra del tipo que corresponda. En otros juegos , la relación puede ser diferente: puede consistir en que el nombre está escr ito sobre el objeto, o en que alguien lo pronuncia cuando se señala· a este último, etc. (37) . El paroxismo de la concepción referen­cialista está en tomar como paradigma de los nombres los pronombres de­mostrativos, según hacía Russell. La posición de Wittgenstein sobre este punto es ahora rotunda: si no se quiere producir confusión, lo mejor es no decir que estas palabras nombran algo. ( ... ) Pues tan extraña concepción pro­viene de una tendencia a sublimar la lógica de nuestro lenguaje, por así decir­lo. «La respuesta apropiada es: llamamos cnombre' a cosas distintas ( ... ), <1

distintos tipos de usos de una palabra relacionados entre sí también de dife­rentes maneras, pero entre los cuales no se hallan los de la palabra 'esto'» (38). Wittgenstein piensa que, en esa contepción, el dar nombre se torpa como un proceso oculto y misterioso que establece la conexión entre

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la palabra y el objero. Es la conexión que resulta cuando el filósofo se limita a contemplar el objeto repitiendo la palabra «(esto», como a modo de bautismo, «extraño uso de esa palabra que ciertamente sólo aparece en la filosofía» (ibídem).

Wittgenstein ve la causa de esta doctrina en una confusión típica de ' la teoría referencialis ta, y es la que se da cuando se identifica el significado de un nombre con el referente, con el objeto nombrado. Entonces, si el referente desaparece, hay que concluir que el nombre pierde su significado. Pero es un hecho que hacernos uso de nombres, incluso de nombres pro­pios, aun cuando no existan sus referentes. Luego tales nombres no serán auténticos nombres, y deben ser sustituidos, en el análisis, por otros tér­minos. Tal era, como se recordará , el argumento de Russell al respecto. Para Wittgenstein, ahora, éste es un uso ilícito de la palabra «significado»: si el nombre «Miguel de Cervantes» hubiera perdido su significado cu~ndo murió la persona, no podríamos hablar hoy de la muerte de Miguel de Cervantes. El nombre puede tener un uso y, por tanto, un significado, aunque haya desaparecido lo nombrado (39-40).

El defecto más profundo de una teoría referencialista es su primitivismo. Lo hemos vis to a propósito de la cita de San Agustín que abre las In vesti­gaciones: la concepción del significado como una relación de referencia es una idea primitiva del lenguaje, porque es la idea de un lenguaje primi­tivo (1-3) . Desde el punto de vista de un lenguaje mínimamente complejo, en el que puedan hacerse descripciones de los objetos, nombrarlos no es más que la preparación para el juego lingüístico de describirlos, ni siquiera es un movimiento en este juego (49), No está, por consiguiente, jus.tifi­cado hacer de los nombres la base de una teoría del significado .

Toda la idea del análisis atomista pierde su sentido a efectos de la teoría del lenguaje. Porque los objetos pueden descomponerse en partes de diversas maneras, pero esto no implica que sus nombres hayan de des­componerse en forma análoga . Wittgenstein ridiculiza el análisis atomista intental1do aplicarlo en la vida cotidiana: una escoba puede analizarse como compuesta de palo y escobilla, y un enunciado acerca de la primera puede sustituirse por un enunciado sobre dichas partes ; ¿pero qué se gana con ello?, ¿es el segundo enunciado más cInro que el primero?, ¿hayal­guna razón para sustituir la orden «Tráeme la escoba» por «Tráeme el palo y la escobilla que está unida a él»? , ¿tiene algún sentido afirmar que esta última orden subyace implicita en la primera? (60). La moraleja es ésta: desde el punto de vista del lenguaje cotidiano el análisis reductivo es inútil.

Para los atomistas, tal análisis estaba exigido, según vimos, por la ló­gica, en la que veían expresadas la es tructura ·del lenguaje y del mundo. La lógica, corno había subrayado Russell, era un lenguaje ideal. Wittgens· tein protesta ahora contra lo que estas ideas sugieren: la lógica no es me­jor, ni más perfecta, que e11enguaje ordinario. Es otra cosa, y resulta del todo confundente comparar éste con aquélla como un lenguaje imperfecto con un lenguaje ideal; 10 más que puede decirse es que construÍInos len-

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guajes ideales, pero éstos no representan ningún modelo al que haya de parecerse el lenguaje común (8 1).

Toda la crítica al análisis lógico-atomista descansa en la idea de que supone una falca de atención a la realidad del lenguaje 'ordinario que nos lleva a su fa lseamiento. Pero Wittgenstein nota que hay también una falta de imaginación que nos conduce a ver una ley, una necesidad, en el modo como, de hecho , usamos ciertas palabras (Cuaderno azul, p. 27 del original y 56 de la traducción castellana). Así, podemos preguntarnos: ¿qué significa negar? Y cabe recordar aquí la historia de los hechos nega­tivos, que hemos seguido a través del atomismo lógico. Para evitar que el lenguaje embru je nuestro entendimiento, conviene ejercitar la imagi­nación. Imaginemos , sugiere Wittgenstein, un lenguaje que tuviera dos palabras distintas para negar, cuya única diferencia fuera que la doble negación con una de ellas produce una afirmación, mientras que el uso doble de la otra da como resultado una negación reforzada. ¿Tienen ambas palabras el mismo significado cuando se usan sin repetir? (556). Wi n · genstein considera varias respuestas , dando a entender que no tiene por qué ser una de ellas mejor que la otra, Podernos decir que, puesto que en conjunto las dos negaciones tienen usos distintos, tienen asimismo distin­[Os significados, aunque esta diferencia no tenga consecuencias cuando se usan sin repetir. Podemos señalar, por el contrario, que básicamente fun­cionan del mismo modo en los juegos lingüísticos, excepto por lo que respecta a esa pequeña peculiaridad que es cosa sin importancia debida a la costumbre, y subrayaremos, en este caso, que ambas palabras se ense­ñan de la misma manera, concluyendo, por tanto, que tienen el mismo significado. En fin, podemos mantener que las dos palabras expresan dife­rentes ideas, mostrando que llevan asociadas imágenes diversas : la primera negación cambia el sent ido 180°, por así decirlo, y por ello, al duplicarse, vuelve al sentido original; la segunda es como un movimiento de cabeza, que al repetirse, se refuerza. Cualquiera de estas explicaciones da buenas razones en su favor. Podemos, por consiguiente, concluir con el mismo derecho, o bien que ambas negaciones poseen el mismo significado, o bien que tienen significado distinto .

. Hasta aquÍ hemos visto la nueva concepción del significado que tiene WIttgenstein y el contexto de la crítica al atomismo lógico en el que apa­rece aquélla, Lo fundamental no es la relación de referencia entre las pala­bras -y las cosas, sino los varios usos que hacemos del lenguaje. Entre es tos usos no existe ninguna característica común, sino relaciones de índole di­versa que forman como una red. No hay lugar, pues, para una definición del lenguaje. ¿Pero sería posible hacer una tipología de esos US05 y rese­ñar al menos sus clases principales? Ni siquiera esto. Wittgenstein lo niega explícitamente y, en su lugar, se limita a dar ejemplos. Así, se pregunta: «¿Cuántas variedades de proposiciones hay? ¿Por ejemplo, aserción, pre­gunta y mandato?» (23). Y se replica: «Hay incontables variedades, innu­merables maneras distintas de usar eso que llamamos 'signos', 'palabras' y ·oraciones'. Y es ta multiplicidad no está fijada, y dada de una vez por

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todas, sino que nuevos cipos de lenguaje, nucvos Juegos Hngüísticos, por así decirlo , naccn y otros envejecen y se olvidan .»

Lo primero que llama aquí la atención es el paso de una cuest ión a ot ra aparentemente distima . La pregunta versa sobre tipos de proposición, como son la aserción, la interrogación y el imperativo. Pero Wittgenstein contesta hablando de la variedad de los tipos de juegos lingüísticos. Es te cambio de tema, que los comentaristas suelen subrayar, es, no obstante, del todo coherente con la posición de Wittgenstein. Hemos visto que, en con­traste con el Traclatus, la unidad de análisis lingüístico no es ahora la proposición sino el uso lingüístico, y que éste queda reflejado en el modelo que es el juego de lenguaje. La reflexión de Wittgenstein, debidamente ex­plicitada, viene a ser ésta: lo que interesa no es cuántos tipos de proposi­ciones hay, sino cuántas variedades de usos del lenguaje existenj y la res­puesta es que éstas son innumerables, y que no pueden limitarse a priori porque están siempre en proceso de cambio. Wittgenstein no afirma, por consiguiente, que haya más o menos clases de proposiciones que las tres señaladas. Simplemente sustituye esa cuestión, más propia de un enfoque lógico, por la cuestión que ahora le preocupa: cuántas maneras distintas tenemos de usar las proposiciones, sean cuales fueren los tipos de éstas. Y su respuesta es: son innumerables y. además, no están dadas de una vez por todas. Dicho de otro modo: la clase de los usos lingüísticos es amplísima y está en perpetuo cambio. Wittgenstein suministra a continuación una larga lista de ejemplos, a saber: «dar órdenes y obedecerlasj describir un objeto, bien por su apariencia. bien dando sus medidas; construir un ob­jeto a partir de una descripción o de un dibujo ; informar sobre un acon­tecimiento; hacer suposiciones sobre ese acontecimiento; formular una hipótesis y comprobarla ; representar los resultados de un experimento por medio de tablas y diagramas; inventar una historia, y leerla; hacer teatro; cantar jugando al corro; adivinar acertijos; hacer un chiste, y contarloj resolver un problema práctico de aritmética; traducir de una lengua a otra ; pedir. dar las gracias, maldecir, saludar. rezar» (23j se encontrará una lista análoga, pero más breve, en el Cuaderno azul, pp. 67-68 del original y 102 de la trad .. cast.). Y para acabar, agrega: «Es interesante comparar la mul­tiplicidad de las herramientas del lenguaje, y de los modos de usarlas .. la multiplicidad de los tipos de palabras, y de los modos de usarlas, la mul­tipl icidad de los tipos de palabras y de proposiciones, con lo que los lógicos han dicho sobre la estructura del lenguaje (y también el autor del T racta­tus Logico-Philosophicus).» Estas últimas palabras reinciden en la suerte de confusión que ya se había insinuado al principio del parágrafo: ¿en qué quedamo$o, se trata de tipos de proposición o de tipos de uso? Wittgens­tein parece no distinguir entre lo uno y 10 otro, pero los ejemplos de su lista , ciertamente, son ejemplos de usos, no de clases de proposiciones. Los ejemplos citados lo son de situaciones en las que hacemos algo utilizando el lenguaje ; y nótese que aquí «utilizar el lenguaje» no significa tan sólo emitir locuciones sino también recibirlas: obedecer órdenes es un uso del lenguaje en la medida en que implica entender las órdenes, y lo mismo pue-

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de decirse de la construcción de un objeto a partir de una descripción, o de la comprobación de una hipótesis. Todo esto son usos del lenguaje por cuantO requieren la comprensión del mismo. Pero es claro que los ejemplos de la lista no lo son de tipos de proposiciones, pues las mismas proposi­ciones pueden uciliza rse al traducir, al hacer teatro, al hacer chistes, al narrar historias, etc.

El caso es que, desde el punto de vista de la teoría de la proposición, hay dos críticas diferentes que pueden hacerse al Tractatus. Una diría: es ilegí timo llamar «proposición» únicamente a las expresiones que pueden ser ve rdaderas o fa lsas; hay otros tipos de proposiciones en el lenguaje ordi­nario, tan legítimas como aquéllas y, por consiguiente, debemos elaborar una teoría del significado que valga para rodas y no sólo para las primeras. Esta crítica ya la hemos visto formulada por Wittgenstein, por ejemplo, en el parágrafo 136, si no exactamente en estos términos, sí en términos pare­cidos. Para esta crícica es relevante, sin duda, la cuestión de determinar los tipos de proposiciones, cuestión que, sin embargo, Wit tgenstein no aborda. La otra crítica rezaría así: hablar de proposiciones, como hacen los lógicos, es hacer injusticia al lenguaje ordinario incluso aunque se acepten otras clases de proposiciones además de las que pueden ser verdaderas o falsas; el lenguaje tal y como lo utilizamos posee una riqueza y una com­plejidad que desborda los límites de una teoría de las proposiciones, y que tan sólo se hace patente cuando, en lugar de considerar aquéllas, se atiende a los usos, esto es, a las formas de milizar el lenguaje. Esta segunda crí­tica es más bien la que se desarrolla en el parágrafo 23 que acabo de co­mentar. Por eso \XFittgens tein afirma en el parágrafo siguiente que quien no tenga a la vista la mul tiplicidad de los juegos lingüísticos se sentirá tentado de preguntarse cosas como ¿qué es una pregunta?, ¿es la afir mación de un es tado de duda, o su descripción?, ¿es una petición? Y Wittgenstein reco­mienda aquí considerar cuántos tipos distintos de descripción tenemos (24). Lo que equivale a decir que no es adecuado plantear el problema de si las preguntas y las descripciones constituyen dos tipos de proposiciones o bien las primeras pueden reducirse a las segundas; lo correceo es atender a los usos que se hacen de unas y de otras, y entonces se comprobará que, por lo pronto, llamamos «descri pciones» a tan diferentes usos del lenguaje, que aun cuando asimiláramos las preguntas a descripciones no habríamos, con ello, arrojado luz sufic iente sobre el carácter de las primeras. Y esto im­plica que lo que interesa no son los tipos de proposiciones sino las clases de sus usos.

¿Cuáles son las diferencias más relevantes entre una clasificación de las proposiciones y una tipología de los usos? Importa obtener claridad sobre este punto si se quiere entender el desarrollo de la filosofía del len­guaje después de Wittgenstein. Puesto que una proposición según el Trac­~atus era toda oración que pueda ser verdadera o fa lsa, y ya que el contexto general en el que ahora nos movernos es el de la crítica a esa obra, Jos diferentes tipos de proposiciones corresponderán a los diversos modos de relación que hay entre las oraciones y la realidad extralingüística. Esto es,

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la distinción entre tipos de proposiciones será una distinción semántica. Por esta vía, pues, la crítica al Tractatus se mantendría dentro del ámbito semántico, que es el ámbito propio de esta obra. Esa vía es justamente la que han seguido los neopositivistas y OtrOS pensadores más o menos in­fluidos por ellos. Algunos filósofos del lenguaje ordinario han estado tam­bién más próximos a ese enfoque que al que es típico del segundo Witt­genstein. El enfoque característico de éste consiste, corno hemos visto, en atender a los usos que hacernos del lenguaje y, por consiguiente, a los propósitos de los hablantes, y a todas las demás circunstancias que rodean al comportamiento lingüístico, o dicho en palabras de Wictgenstein, en atender a la forma de vida en la que se hace uso de las palabras. Una clasificación de los usos será, por ello, una clasificación pragmática, y será, en consecuencia, más numerosa, abigarrada y multiforme que una clasifi­cación puramente semántica como la primera. De aquí el contraste entre distinguir aserciones, mandatos y preguntas, por ejemplo, que serían tipos de oración, y distinguir entre contar chistes, traducir, narrar, hacer teatro, formular hipótesis, etc., etc, que constituyen tipos de uso.

En resumen, la nueva teoría de Wittgenstein sobre el lenguaje se basa en la idea de que lo importante no es una teoría de las proposiciones, sino una descripción de los usos lingüísticos. O lo que es lo mismo, aunque Wittgenstein no 10 exprese así: propone sustituir la semántica por la prag­mática, y por una pragmática al parecer empírica y particularmente vaga. Esto puede producir el sentimiento de que, con ello, la filosofía del lengua­je queda sin justificación y se disuelve en una especie de lexicografía apli­cada. Si así fuera, desaparecería ese trascendentalismo lingüístico que había en el Tractatus y que, en la primera sección del capítulo anterior , señalé como característico de la filosofía ·analítica. La cuestión, en definitiva, es: ¿qué sentido filosófico tiene una descripción de los usos del lenguaje?

7.3 La crítica de los lenguajes privados

Hay un grupo de usos del lenguaje a los que Wittgenstein ha prestado particular atención: aquellos que tienen que ver con las experiencias in­ternas, con los fenómenos mentales. Su propósito es mostrar que una teoría referencia lista no puede dar cuenta del significado de las expresio­nes que se refieren a tales fenómenos, y, en esta medida, su tratamiento de este tema puede considerarse parte de su crítica general a ese tipo de teorías; en el curso de su desarrollo, sin embargo, Wittgenstein aprovechará la ocasión para arrojar nueva claridad sobre el concepto de lenguaje, des­bordando aparentemente los límites de ese descriptivismo al que acabo de hacer mención.

Podernos partir de la siguiente pregunta: ¿cómo sabernos lo que sig­nifican las expresiones que hacen referencia a las experiencias internas? Por ejemplo: ¿cómo sabemos lo que significa la palabra ·«dolon>? Muchos, aplicando, aun inconscientemente, la teoría referencialista, contestarían: