2.xxx. 2.884. 1-7 de marzo de 2014 x-x de mes de 2010 · 2014-02-25 · x-x de mes de 2010 el...

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Pit volorep udipsanis quunt dipsam asitatqui inctum velic toreperi accum vitempo sanimil ipsum qui voluptis AT IL MAGNAM FUGA. PA VELIA VOLESTEM MAGNAM FIRMA Cargo 2.XXX. X-X de mes de 2010 PLIEGO El próximo 5 de marzo, Miércoles de Ceniza, da comienzo un nuevo tiempo de Cuaresma, asociado a menudo a la imagen del desierto, una etapa necesaria en el itinerario humano hacia la plenitud. Estas páginas, que recogen la lectura comentada de algunos textos de la Sagrada Escritura, quieren ser una sencilla catequesis en forma de meditación sobre el misterio de la Pascua que nos disponemos a celebrar, ese bello jardín donde brota la fuente de la Vida, y que la Cuaresma nos anticipa ya. DEL DESIERTO DE LA CUARESMA AL JARDÍN DE LA PASCUA Yo te conocí en el desierto, tierra ardiente (Os 13, 5) LLUíS SOLà i SEGURA. Monje de Poblet 2.884. 1-7 de marzo de 2014

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PLIEGO

Pit volorep udipsanis quunt dipsam asitatqui inctum velic toreperi accum vitempo sanimil

ipsum qui voluptis

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2.xxx. x-x de mes de 2010PLIEGO

el próximo 5 de marzo, miércoles de Ceniza, da comienzo un nuevo tiempo de Cuaresma, asociado a menudo a la imagen del desierto, una etapa necesaria en el itinerario humano hacia la plenitud. estas páginas, que recogen la lectura comentada de

algunos textos de la sagrada escritura, quieren ser una sencilla catequesis en forma de meditación sobre el misterio de la

Pascua que nos disponemos a celebrar, ese bello jardín donde brota la fuente de la vida, y que la Cuaresma nos anticipa ya.

Del DesieRto De lA CuAResmAAl JARDÍn De lA PAsCuA

Yo te conocí en el desierto, tierra ardiente (os 13, 5)

LLuís soLà i seguRA. Monje de Poblet

2.884. 1-7 de marzo de 2014

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Camino del paraíso perdido

de Israel como historia de salvación. una imagen que vamos encontrando a lo largo del recorrido, en los salmos, por ejemplo. una imagen que retoma Jesús en su discurso de despedida para expresar esa nueva realidad del Pueblo de Dios que brota de su Resurrección: “Yo soy la vid verdadera… vosotros los sarmientos” (Jn 15, 1.5). Pero es que, además, esta imagen, este símbolo, resulta ambivalente, al forzar –o mejor, invitar– a nuestras mentes a la apertura y a la conversión. “Le quitaré su cerca y servirá de pasto, derribaré su tapia y será pisoteada”. el jardín puede convertirse en desierto. Cabe, en el ámbito de la libertad humana, el fracaso del proyecto de Dios para el hombre. obrar con realismo será, pues, partir siempre de esta ambivalencia. Pero la escritura es, más bien, el camino por el desierto hacia un nuevo jardín; es la historia de Dios con los hombres, que va reconduciendo su proyecto de amor y de salvación, con paciencia, hasta llevarlo a la plenitud. Con la paciencia del propietario de la viña del evangelio, que espera un año y otro año, y cava la tierra, antes de arrancar de raíz la higuera improductiva (cf. Lc 13, 6-9). La Cuaresma es el tiempo de la paciencia de Dios hecho liturgia para

la curación de nuestras heridas, para el cultivo de nuestros desiertos llamados a convertirse en jardines.

DIVERTIMENTO

◾ Desierto: lugar despoblado, solo, inhabitado. Territorio arenoso o pedregoso que, por la falta casi total de lluvias, carece de vegetación o la tiene muy escasa (Diccionario de la RAE).

◾ Jardín: lugar casi siempre cerrado donde se cultivan flores y plantas ornamentales, generalmente destinado al recreo (traducción del Diccionari de l’Institut d’Estudis Catalans).

Las definiciones de estos dos términos del diccionario son más bien frías y anodinas. sin embargo, tomo estas dos palabras (desierto y jardín), de tantos ecos bíblicos, como matriz de mi reflexión, para preparar, para anticipar en el desierto de la Cuaresma el jardín de la Pascua.

¿Frías y anodinas? Más bien objetivas. Contienen elementos valiosos para la reflexión, para esta lectura compartida que quiero ofreceros. Lugar inhabitado. es decir, de soledad. Más que la aridez, o el calor, nos interesa retener del desierto su dimensión de aislamiento, de incomunicación, algo que se aparta escandalosamente del proyecto de Dios para el hombre. Y, de la definición de jardín, nos quedamos con su carácter de lugar cerrado, pero no para el aislamiento o la incomunicación, sino para la intimidad y el encuentro con uno mismo y con Dios, lo que, en verdad, no tiene nada que ver con el aislamiento. Me gusta también el concepto de esparcimiento o “recreo”: esto es, el jardín como lugar para la gratuidad y para la alegría del reencuentro, para la recreación, para la novedad de vida.

os propongo, con el divertimento inicial, entrar en la lectura comentada de algunos textos de la sagrada escritura, como una catequesis sencilla al misterio de la Pascua que nos disponemos a celebrar una vez más,

CANCIÓN PRELIMINAR

Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor dedicado a su viña: mi amigo tenía una viña en una fértil colina. La cavó y despedregó, plantó cepas selectas, levantó en medio una torre y excavó también un lagar. Esperaba que diera uvas, pero dio agrazones. Ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, juzgad entre mí y mi viña. ¿Qué cabía hacer por mi viña que yo no haya hecho? ¿Por qué esperando uvas dio agrazones? Pues os voy a decir lo que haré con mi viña: le quitaré su cerca y servirá de pasto, derribaré su tapia y será pisoteada. La convertiré en un erial, no la podarán ni la escardarán, crecerán cardos y abrojos y prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella. La viña del Señor todopoderoso es el pueblo de Israel, y los hombres de Judá su plantel escogido. Esperaba de ellos derecho y no hay más que asesinatos, esperaba justicia y solo hay lamentos.

(Is 5, 1-7)

La canción de la viña del profeta Isaías supone todo un símbolo, una clave preciosa para leer e interpretar la Biblia y, con ella, toda la historia

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un año más, y que la Cuaresma nos anticipa ya. Los monjes de tradición benedictina vemos en la Cuaresma una anticipación de la Pascua, un ensayo de la alegría, un desierto que es ya, de algún modo, un jardín: san Benito define la Cuaresma como el tiempo del deseo espiritual gozoso de la Pascua, algo que además, según él, debe caracterizar toda la vida del monje (Regla de San Benito 49, 7). será una catequesis en forma de meditación. Algo también muy benedictino. Los textos de la Biblia son para meditarlos, es decir, para llevarlos consigo, para degustarlos pausadamente, una y otra vez, sin prisas, para saborearlos, dejando que su dulzura nos impregne.

Jardín. ¡Bella imagen de la Pascua! Los monjes cistercienses, en el centro de nuestra casa, en el claustro, plantamos un jardín. Con un manantial de agua. Y hasta la decoración vegetal de los capiteles, coronando los troncos de las columnas, sugiere plásticamente la misma imagen de un bosque, de un jardín esculpido en piedra. un espacio para la luz y para la belleza. un espacio cerrado para la gratuidad del encuentro, no para la soledad del aislamiento. Pero el jardín, por contraste, nos recuerda también la posibilidad del desierto: cuando el manantial de agua deja de manar, el jardín se convierte en un desierto; cuando truncamos en nuestro interior las fuentes de la vida, el corazón se seca. Y el desierto, por añoranza, nos debe evocar el jardín: “Cuando el señor cambió la suerte de sión, nos parecía soñar”, canta el viejo salmo, y añade: “¡Cambia, señor, nuestra suerte como cambian los torrentes del Négueb!” (sal 125,1.4).

La Cuaresma nos hace revivir el desierto: 40 días de desierto, símbolo de toda una vida que se encamina hacia su horizonte, hacia la Pascua; 40 días de desierto, número imperfecto, para preparar 50 días de jardín, los 50 días de la Pascua que, bajo el signo de este número perfecto (san Agustín, en su comentario al salmo 150, habla del número 50 y cómo, al multiplicarlo por tres, el resultante es el conjunto del salterio, para él un gran y admirable sacramento de Cristo), constituyen un

solo día de alegría, un solo domingo de gozo: 40 días de nuestra vida, para preparar el único día de la eternidad de Dios. un itinerario de 40 días, meditando la Palabra de Dios, escuchando su voz, que encuentra su meta, su solución y su sentido en el jardín de la Pascua. Durante la noche de Pascua, en la larga Vigilia “madre de todas las vigilias”, mediante las lecturas escogidas de la escritura, y también mediante los signos palpables de la luz, el fuego, el agua, las flores, el olor del incienso, el sabor del pan y del vino, evocamos el primer jardín de nuestra historia, el jardín que hay al inicio de nuestro itinerario, en el fundamento de lo que somos como proyecto de Dios: el jardín de la Creación, que es donde está la clave de nuestra identidad.

el camino que conduce a las santas mujeres, en la mañana de Pascua, hasta el umbral del sepulcro abierto y vacío del señor Jesús, es un largo camino, un camino que parte de un jardín y que, adentrándose por un largo desierto, por un inmenso arenal, acaba desembocando, de nuevo, en un jardín.

Vamos, ahora, al primer jardín, allí donde empezó todo, al origen, a la raíz de todo.

1. EL PRIMER JARDÍN

Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz un hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente. El Señor Dios plantó un huerto en Edén, al oriente, y en él puso al hombre que había formado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver, y buenos para comer, así como el árbol de la vida en medio del huerto, y el árbol del conocimiento del bien y del mal. De Edén salía un río que regaba el huerto, y desde aquí se partía en cuatro brazos. El primero se llama Pisón; es el que bordea la región de Javilá, donde hay oro; el oro de esta región es puro; y también hay allí resina olorosa y ónice. El segundo se llama Guijón; es el que bordea la región de Cus. El tercero se llama Tigris; es el que pasa al este de Asiria. El cuarto es el Éufrates. Así que el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo cultivara y lo guardara. Y dio al hombre este mandato: “Puedes comer de todos los árboles del huerto; pero no comas del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque si comes de él morirás sin remedio”. Después el Señor Dios pensó: “No es bueno que el hombre esté solo; voy a proporcionarle una ayuda adecuada”. Entonces el Señor Dios formó de la tierra toda clase de animales del campo y aves del cielo, y se los presentó al hombre para ver cómo los iba a llamar, porque todos los seres vivos llevarían el nombre que él les diera. Y el hombre fue poniendo nombre a todos los ganados, a todas las aves del cielo y a todas las bestias salvajes, pero no encontró una ayuda adecuada para sí. Entonces el Señor Dios hizo caer al hombre en un letargo, y mientras dormía le sacó una costilla y llenó el hueco con carne. Después, de la costilla que había sacado al hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. Entonces este exclamó: “Ahora sí; esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne; por eso se llamará varona, porque del varón ha sido sacada”. Por esta razón deja el hombre a su padre y a su madre y

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ricos y profundos. Designan a la Torá, el proyecto de Dios, su ley, su alianza, entregada como punto de referencia para el hombre, a fin de que aprenda a forjar su libertad y su identidad. este hombre de polvo y espíritu es un ser referenciado, libre, sí, pero con una libertad referenciada por la Torá, por la Palabra del proyecto amoroso de Dios. La Torá, la Ley que Moisés recibirá en el sinaí, precisamente en medio del desierto en que se habrá convertido este jardín inicial, ya está presente, como anticipada en el Paraíso, bajo el signo sapiencial de este árbol de vida y de conocimiento.

Hay todavía, en este jardín, el manantial del agua viva, ese otro símbolo tan fecundo y tan rico, que la liturgia de la Vigilia Pascual retoma y pone también en su centro, y que los monjes, a su vez, emplazarán en el jardín de sus claustros. un manantial que se bifurca en cuatro ríos que esparcen la vida y el conocimiento, la sabiduría de Dios, por toda la Creación, y son fuente de riqueza y de plenitud. el río contenido, como encerrado dentro del corazón de Jesús, que estallará de nuevo abundante para regar el desierto de la Tierra y hacer de ella un nuevo jardín, cuando el soldado perforará con su lanza el costado del nuevo Adán dormido en la Cruz, primicias de una nueva creación.

el hombre, polvo y espíritu, ha sido colocado en este jardín para cultivarlo. Para cultivar los frutos de la vida y la sabiduría. Para cultivar, sobre todo, la amistad, la comunión: consigo mismo, con los otros y con Dios. según el proyecto de Dios, el hombre es un ser de diálogo, que solo puede alcanzar la plenitud de su ser y de su sentido mediante el diálogo. “No es bueno que el hombre esté solo”, dijo Dios. otra palabra para gravar con cincel en las paredes del corazón. en la soledad, en el encerramiento, en el aislamiento, nuestra identidad se muere, no puede llegar a ser lo que está llamada a ser. en la soledad se apaga el espíritu divino –agua y fuego a la vez–, que cuece el polvo y el barro de nuestra fragilidad. Dios nos llama a la apertura y al diálogo con el otro, con el entorno, con nosotros mismos, y con Él mismo, mediante su

tenemos presente esta otra dimensión complementaria de nuestra identidad más profunda. Dios ha infundido en nuestra fragilidad su aliento divino. es como el fuego que cuece y consolida la vasija de barro quebradizo que somos cada uno de nosotros. Recuerdo el título de un libro de antropología bíblica de Mercedes Navarro: Barro y aliento; barro y aliento, polvo y espíritu, eso somos nosotros. esta es nuestra identidad: este aliento, este respiro es llamado –como reza el salmo 150 en su último versículo– a la alabanza: “¡Que todo viviente alabe al señor! ¡Aleluya!” (sal 150, 6). el “Aleluya”, que la Pascua hace florecer en el desierto de la Cuaresma transformado ya en jardín, es la meta de nuestro camino, el fin de nuestra búsqueda, el sello indeleble de nuestra identidad.

una identidad que hemos sido llamados a vivir y a forjar en un espacio privilegiado: un jardín plantado por el Amado, un cultivo, una viña, un lugar cerrado para vivir la intimidad, la comunión con nosotros mismos, con los demás y con Dios. el jardín plantado por Dios es un lugar bello y agradable. el texto lo afirma con palabras tomadas del mundo de los sentidos. La vista: árboles atractivos a la vista, hermosos de ver. Y el gusto: que dan frutos buenos para comer. La belleza que se puede ver con los ojos y gustar con la boca define, pues, esta experiencia inicial de Dios, fuente de toda belleza. un Dios cercano, que, como apuntará más adelante el texto del génesis, pasea cada tarde por el jardín, al aire fresco del atardecer (cf. gn 3, 8). Crecen en este jardín el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. son dos símbolos sapienciales muy

se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo. Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, pero no sentían vergüenza el uno del otro.

(gn 2, 7-25)

Dios mismo planta un jardín, dice el texto, para colocar en él al hombre que había creado del polvo, que había amasado con barro de la tierra, y en el cual había insuflado su aliento, su espíritu divino. estos primeros versículos nos lo dicen todo de la dignidad y, al mismo tiempo, de la fragilidad del hombre, y del horizonte de felicidad y de plenitud a que está llamado. Con el polvo de la tierra, el narrador quiere indicar toda la carga de fragilidad, de pobreza, de humildad, de contingencia, de necesidad, de precariedad que el ser hombre lleva consigo, en su constitución más profunda, en su identidad.

es bueno pensar en esta dimensión. La Cuaresma es una invitación, un estímulo a hacerlo profundamente, seriamente, serenamente. somos frágiles, precarios. Pendemos como de un hilo. el hilo se puede romper. La sabiduría de los monjes antiguos alentaba a “tener cada día la muerte ante los ojos” (RB 4, 47). Y no por oscurantismo, o por pesimismo, sino más bien por realismo. La verdad es el fundamento de la verdadera humildad. Conocer la verdad sobre nosotros mismos. Mirar de frente a nuestras angustias, a nuestras tentaciones. saber que somos como un vaso de barro, frágil, quebradizo, que debe ser tratado con cuidado, como “un vaso sagrado del altar” (cf. RB 31, 10).

Podremos acoger esta verdad, sin miedo a desintegrarnos, únicamente si

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Palabra, su Torá, plantada en el centro del jardín como fuente de toda vida.

el hombre y la mujer, que son los dos nombres, las dos expresiones, las dos formas de ser de una misma identidad, de ese ser creado a imagen de Dios, son hombre y mujer plenamente si caminan y crecen en este diálogo amoroso constante con ellos mismos y con Dios. el hombre y la mujer, en el proyecto inicial de Dios, pueden mirar su desnudez sin experimentar ningún tipo de vergüenza, pueden aceptarse tal como son, en su verdad de polvo y de espíritu, porque se saben aceptados, mirados por la mirada de Aquel que les invita cada tarde al diálogo de la amistad y de la vida y, sobre todo, porque se saben llamados a ser alabanza de su nombre y de su salvación (cf. sal 150, 6).

De aquí es de donde venimos. De este jardín de amistad, que la Biblia designa con el nombre de gan eden, que se puede traducir por jardín de delicias, de felicidad, de disfrute, de gratuidad. La Biblia griega tradujo gan con el término más familiar para nosotros de paraíso. Paraíso significa, pues, jardín. Lugar de delicias, lugar para la fruición y la intimidad, para el recreo, para la gratuidad, para la comunión con la belleza, con Dios.

2. EL DESIERTO

el desierto expresa lo contrario a la realidad del jardín. Hay, de hecho, un querubín con espada de fuego que los separa. el desierto es el lugar de la aridez, del fuego, de la sequedad y, sobre todo, el lugar de la soledad y del aislamiento. el lugar de la no identidad,

donde el hombre puede perderse a sí mismo y puede perder a Dios. Donde el hombre puede convertirse en polvo sin espíritu, en barro sin aliento. el hombre y la mujer que prescinden de Dios, que truncan en su corazón la fuente del agua viva, han convertido el jardín en un desierto, y los frutos y las flores en espinas.

Y, sin embargo, el desierto es una etapa necesaria en el itinerario humano hacia la plenitud. Hay que hacer la experiencia del desierto para encontrar el jardín. De hecho, cuando los narradores de la Biblia confeccionan el relato de nuestros orígenes, del paraíso terrenal, están viviendo una durísima experiencia de desierto y de pérdida de identidad. La Biblia, en su forma actual, como libro con una estructura y un significado, se ha formado, se ha estructurado –a partir de tradiciones anteriores– en la época recia del exilio del pueblo de Israel (siglos VI y V a. C.), cuando Israel y Judá pierden su independencia política y pasan a formar parte del vasto imperio, babilónico en primer lugar, y luego persa, griego, romano…, ya en tiempos de Jesús. Precisamente, el desierto del exilio, con el peligro de perder la identidad, es el

acicate para repensar esta identidad cuyo contenido y esencia se expresarán en el Libro como diálogo con Dios y con los hombres.

Aquel hombre le dijo [a José]: “Ya se han ido de aquí. Les oí decir que iban hacia Dotán”. José continuó buscando a sus hermanos y los encontró en Dotán. Ellos lo vieron de lejos y, antes de que se acercara, se pusieron de acuerdo para matarlo. Decían: “Ahí viene el soñador. Vamos a matarlo. Lo echaremos en cualquiera de estas cisternas, y luego diremos que una fiera salvaje lo devoró; a ver en qué paran sus sueños”. Al oír esto Rubén, intentando salvarlo de sus manos, dijo: “¡No, matarlo no!”. Y añadió: “No derraméis su sangre; echadlo en esta cisterna que hay en el desierto, pero no pongáis las manos sobre él”. Lo dijo para librarlo de sus manos y devolverlo luego a su padre. Cuando llegó José junto a sus hermanos, le quitaron su túnica, la túnica de mangas largas que llevaba, lo agarraron y lo echaron en la cisterna. Era una cisterna vacía, en la que no había agua.

(gn 37, 17-24)

Para ilustrar el desierto, tomo uno de los primeros textos donde aparece la palabra midbar (desierto), en hebreo. un término que la Vulgata traduce con acierto por solitudo, soledad entendida como aislamiento.

La historia de José es, en realidad, la historia de doce hermanos, Israel, marcada por la envidia y por la división, y que, después de un difícil itinerario de reconciliación, acabará con el reencuentro y el perdón de todos los hermanos en torno a José, reencontrado, resucitado, feliz anticipo

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perdido: Estabas en el Edén, en el jardín de Dios, adornado con piedras preciosas: rubí, topacio, diamante, crisólito, ónice, berilo, zafiro, carbunclo y esmeralda; de oro labrado eran tus aros y colgantes, desde el día en que fuiste creado. Eras un querubín protector de alas extendidas; yo te había puesto sobre las montañas de Dios, caminabas entre piedras de fuego. Intachable era tu conducta, desde el día en que fuiste creado, hasta que se encontró la iniquidad en ti. Al prosperar tus negocios te llenaste de violencia y pecados. Entonces yo te expulsé de las montañas de Dios, y a ti, el querubín protector, te hice desaparecer de entre las piedras de fuego (Ez 28, 13-16). Y así, paso a paso, el desierto abrirá sus espacios para el encuentro y el cortejo amoroso con Dios, tal como lo expresa el profeta Oseas, con una frase impresionante: Yo soy el Señor tu Dios desde Egipto. No conoces a otro Dios fuera de mí, yo soy el único salvador. Yo te conocí en el desierto, tierra ardiente (os 13, 4-5).

Dios nos conoce en el desierto, en la soledad, dice el profeta oseas. Y, en la Biblia, el verbo conocer, cuando se refiere a una persona, se refiere

amado, para ser lanzado al pozo del abandono y de la cruz. La túnica de Jesús, signo de su identidad mesiánica y de su realeza, que los soldados no se atreverán a rasgar, es la misma que los hermanos de José presentarán a su padre Jacob empapada en sangre. Y el reencuentro de los hermanos con José, con su progresivo reconocimiento, evoca con colores vivos las escenas de las apariciones del Resucitado, Jesús, a sus discípulos, que no lo reconocen hasta que él mismo, como José, toma la iniciativa de dárseles a conocer.

en el desierto, pues, el lugar de la soledad y de la muerte –y viviendo a fondo, como José, como el pueblo en el exilio, como Jesús en la cruz y el sepulcro, esta experiencia de muerte y de soledad, de no identidad–, aprendemos a rehacer los caminos que conducen al jardín. Porque, bajo el arenal ardiente, está a punto de nacer una fuente de agua viva, un río impetuoso, como el que, en el primer día de la Creación, fecundaba toda la obra creada por Dios. el río impetuoso de su espíritu.

A lo largo del camino por el desierto, el profeta Ezequiel evoca el paraíso

de la resurrección de Jesús, nuevo Adán y nuevo José.

el desencuentro y la envidia, como consecuencia de una existencia que prescinde de toda referencia a Dios (el árbol del conocimiento del paraíso, la Torá, en definitiva), acaban con la muerte simbólica del hermano, José, lanzado a una cisterna sin agua, agostada, al pozo de la soledad, en el desierto.

este pozo lo encontramos también en nuestro itinerario cuaresmal. el pozo de la samaritana, tema de la liturgia del tercer domingo de Cuaresma, donde el agua vieja y amarga de la soledad se renueva y purifica por medio del agua viva del diálogo con Jesús, que es la verdad, el espíritu y la vida. un pozo con agua viva, ¡aparentemente! Pero, en realidad, un pozo sin agua, como el pozo de José. La samaritana, cuya primera intención era sacar agua de él, acabará olvidando su cántaro vacío en el brocal del pozo. ¿Por qué? Porque había hallado el pozo verdadero, Jesús, donde murmura el agua de la vida, su espíritu.

el pozo de la soledad, donde José vive la experiencia amarga de la muerte, la rotura de la comunión con sus hermanos, se convierte, en virtud de ese mismo espíritu que brota a borbotones bajo la aridez del arenal del desierto, en principio de una vida nueva para el mismo José, que será rehabilitado como príncipe de egipto por el Faraón, y para sus hermanos, para el pueblo de Israel, que, al reunirse de nuevo en torno a José, recobrará la identidad y la vida y llegará a ser un gran pueblo, el pueblo que Dios escogerá para dialogar y para convertirlo en su posesión personal.

Nótese cómo, en este pozo del desierto, en esta cisterna de la soledad, en José, se anticipa la pasión de nuestro señor Jesucristo, abandonado también por sus hermanos y amigos, los discípulos –doce justamente–, traicionado y vendido por uno de ellos. La sobrecogedora imagen del expolio de José, despojado de su túnica de mangas anchas, la túnica que como signo de predilección había tejido para él su padre Jacob, y que era portadora de la identidad y del amor del padre, esta imagen evoca con fuerza aquella otra escena de Jesús despojado de sus vestidos, de su dignidad de Hijo

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a la posesión sexual. La imagen es muy fuerte. Dios toma posesión de su pueblo, hace alianza de amor con él, en el desierto. Dios no está tranquilo paseando a la sombra de los árboles del paraíso. Ha salido tras el hombre y la mujer, para compartir su aventura, y salir a su encuentro en el desierto y tomar posesión de él; para poseerlo, hacerlo suyo, como un hombre y una mujer se toman y se dan mutuamente en una relación nupcial.

el desierto, el lugar de la soledad, se convierte, por voluntad de Dios, en el lugar del amor y del encuentro. el lugar del cortejo amoroso y de la llamada. La Torá, el gran don de Dios a su pueblo, es recibida y acogida en el desierto como signo elocuente de esta llamada. el maná, el agua que brota de la roca, el arca de la Alianza que hace camino con el pueblo, son otros signos de la ternura de Dios, que hace posible que el desierto se convierta en un jardín. Así lo han cantado los profetas:

Del mismo modo consuela el Señor a Sión y a sus ruinas; convertirá su desierto en un edén, su estepa en jardín del Señor. Habrá allí alegría y gozo, himnos y cantares.

(Is 51, 3)

El Señor te guiará siempre, te saciará en el desierto y te fortalecerá. Serás como un huerto regado, como un manantial inagotable.

(Is 58, 11)

en el desierto Dios ha plantado un jardín. es más, convierte el desierto en un jardín, la soledad en un paraíso, en un lugar bello y agradable para el amor y el encuentro. Como oasis en este desierto, los sabios redactores de la Biblia han plantado un hermoso jardín literario, uno de los más bellos poemas que jamás se hayan escrito, el Cantar de los Cantares, que es la recreación de este jardín situado al principio de la historia de la humanidad, donde Dios y el pueblo, el amado y la amada, reencuentran las palabras del amor y aprenden a quererse.

Como azucena entre espinas, es mi amada entre las muchachas. Como manzano entre árboles silvestres, es

mi amado entre los jóvenes. Me gusta sentarme a su sombra, paladear el exquisito sabor de sus frutos.

(Cant 2, 2-3)

Habla mi amado, ya me dice: “Levántate, amada mía, preciosa mía, ven. Que ya ha pasado el invierno, han cesado las lluvias y se han ido. Las flores aparecen en el campo, ha llegado el tiempo de la poda; y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. Apuntan los brotes de la higuera, las viñas en flor exhalan su fragancia. ¡Levántate, amada mía, preciosa mía, ven!”.

(Cant 2, 10-13)

Eres huerto cerrado, hermana y esposa mía, huerto cerrado, fuente sellada. Jardín de granados tus brotes, con exquisitos frutos: nardo, azafrán, canela y cinamomo, con árboles de incienso, mirra, áloe y los mejores bálsamos. ¡Oh fuente de los huertos, manantial de aguas vivas que del Líbano fluyen! Levántate, Aquilón; ven, Austro; en mi huerto soplad, que exhale sus aromas. ¡Entre mi amado en su jardín y saboree sus frutos exquisitos!

(Cant 4, 12-16)

¡Venga mi amado a su huerto! el Cantar nos coloca ante la puerta del segundo jardín, el huerto de getsemaní y de la Resurrección, después de la travesía del desierto, porque el Cantar de los Cantares, y no podía ser de otro modo, es el libro litúrgico de la Pascua, ya que habla de un jardín y de una historia de amor y de reencuentro en este jardín.

3. EL SEGUNDO JARDÍN

Cuando se acercaron a Jesús, se dieron cuenta de que ya había muerto; por eso no le rompieron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza y, al punto, brotó de su costado sangre y agua.

(Jn 19, 33-34)

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque lo mantenía en secreto por miedo a los judíos, solicitó de Pilato el permiso para hacerse cargo del cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Entonces él fue y tomó el cuerpo de Jesús. Llegó también Nicodemo, el que en una ocasión había ido a hablar con Jesús durante la noche, con unos treinta kilos de una mezcla de mirra y áloe. Entre los dos se llevaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas de lino bien empapadas en la mezcla de mirra y áloe, siguiendo la costumbre judía de sepultar a los muertos. Cerca del lugar donde fue crucificado Jesús había un huerto y, en el huerto, un sepulcro nuevo en el que nadie había sido enterrado. Y allí, dado que el sepulcro estaba cerca y era la víspera de la fiesta de la pascua, depositaron a Jesús. El domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol, María Magdalena se presentó en el sepulcro. Cuando vio que había sido rodada la piedra que tapaba la entrada, se volvió corriendo a la ciudad para contárselo a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús tanto quería. Les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo se fueron rápidamente al sepulcro. Salieron corriendo los dos juntos, pero el otro discípulo adelantó a Pedro y llegó antes que él. Al asomarse al interior vio que las vendas de lino estaban allí; pero no entró. Siguiéndole los pasos llegó Simón Pedro, que entró en el sepulcro y comprobó que las vendas de lino estaban allí. Estaba también el paño que habían colocado sobre la cabeza de Jesús, pero no estaba con las vendas, sino doblado y colocado aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó. (Y es que, hasta entonces, los discípulos no habían entendido la Escritura, según la cual Jesús tenía que

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después de encontrarse con Jesús junto al pozo–, contemplamos el inicio de una nueva humanidad, recreada junto a las fuentes que brotan del pozo del señor Jesús, el primer resucitado de entre los muertos.

Y AL FINAL DEL CAMINO, UNA VIÑA

empezábamos hablando de un Amado, de un Amigo, que plantó una viña. Terminamos con las palabras del Amado, que se proclama a sí mismo viñedo y vid verdadera:

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. El Padre corta todos los sarmientos unidos a mí que no dan fruto y poda los que dan fruto, para que den más fruto. Vosotros ya estáis limpios, gracias a las palabras que os he comunicado. Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo, sin estar unido a la vid, y lo mismo os ocurrirá a vosotros, si no estáis unidos a mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece unido a mí, es arrojado fuera, como los sarmientos que se secan y son amontonados y arrojados al fuego para ser quemados. Si permanecéis unidos a mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo tendréis. Mi Padre recibe gloria cuando producís fruto en abundancia, y os manifestáis así como discípulos míos. Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor.

(Jn 15, 1-9)

La clave: permanecer. Las ramas deben estar con Jesús. Y este “estar” es fruto de la Pascua, pues son las heridas de la cruz las que hacen brotar la savia de la Vida. estar con Jesús. No dejarse “quitar” de esta comunión de amistad, de esta relación vital. Lo aprendemos en los desiertos de nuestra vida. Lo anhelamos para el jardín de la eternidad, pero a sabiendas de que del desierto de ahora está brotando ya una flor cuyo perfume anticipa el buen olor y sabor del vino nuevo de la Pascua.

Magdalena de fray Angélico, de todos bien conocida, plasma muy bien esta realidad. se trata de un lugar cerrado, vallado, rodeado de vegetación. Jesús está representado como jardinero u hortelano, y María como la amada anhelante del Cantar. en este huerto cerrado, la mañana de Pascua, la humanidad recupera su dignidad mediante el intercambio fecundo del diálogo, un diálogo que quiere ser como la réplica de aquel otro diálogo de la serpiente y la primera mujer. un diálogo aprendido y retomado en la larga travesía del desierto, y finalmente completado en el segundo jardín, donde el nuevo árbol de la vida y del conocimiento, la cruz de Jesús, brota ufano, y la roca –el sepulcro– es golpeada por la madera de esta cruz, para que mane el agua viva del espíritu de Jesús resucitado.

el narrador evangélico relee en este bellísimo texto pascual del Cantar de los Cantares. en efecto, María Magdalena es la amada que busca a su amado, llena de preguntas, de inquietud y de deseo. Y es él, el Amado, el jardinero, quien finalmente, al llamarla por su nombre, le devuelve con su nombre de mujer (“¡María!”) la dignidad, la alegría y el amor perdidos.

María recupera en este encuentro su verdadera libertad. La libertad negada en aquel primer encuentro de la mujer con la serpiente es ahora recuperada, renovada y restaurada. La libertad de la fe, que no busca la posesión egoísta de Jesús, el Amado; antes bien, lo deja libre para que pueda estar presente en la Iglesia, en la comunidad, como camino y como historia de libertad. Y su soledad se torna apertura y acogida, casa y mesa para los hermanos, Iglesia de puertas abiertas.

Y en el anuncio de esta mujer, María, que corre a comunicar su encuentro con el Resucitado a los discípulos de Jesús –como lo había hecho la samaritana

resucitar de entre los muertos). Los discípulos regresaron a casa. María, en cambio, se quedó allí, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, volvió a asomarse al sepulcro. Entonces vio dos ángeles, vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Los ángeles le preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Ella contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Dicho esto, se volvió hacia atrás y entonces vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras?¿A quién estás buscando?”. Ella, creyendo que era el jardinero, le contestó: “Señor, si te lo has llevado tú, díme dónde lo has puesto y yo misma iré a recogerlo”. Entonces Jesús la llamó por su nombre: “¡María!”. Ella se acercó a él y exclamó en arameo: “¡Rabboni!” (que quiere decir Maestro). Jesús le dijo: “No me retengas más, porque todavía no he subido a mi Padre; anda, vete y diles a mis hermanos que voy a mi Padre, que es vuestro Padre; a mi Dios, que es vuestro Dios”. María Magdalena se fue corriendo adonde estaban los discípulos y les anunció: “He visto al Señor”. Y les contó lo que Jesús le había dicho.

(Jn 19, 38–20, 18)

el reencuentro de la Pascua, de Jesús con María, del Maestro con sus discípulos, con su comunidad –de José con sus hermanos– ocurre en un huerto, en un jardín. el término que utiliza el evangelista, en griego kepos, remite directamente al Cantar de los Cantares, donde se emplea la misma palabra: “eres huerto (jardín) cerrado, hermana y esposa mía, huerto cerrado, fuente sellada”. Palabra que, además, remite a paraíso. Al primer jardín.

un jardín que ha de florecer gracias al agua viva que brota del costado traspasado de Jesús en la cruz, principio de una nueva creación, de una nueva y definitiva posibilidad de vida. este agua, como los cuatro ríos que nacían del corazón del paraíso, riega la tierra, fecunda la aridez del mundo, recrea y da sentido a todo lo que estaba a punto de dejar de existir, abocado al fracaso y al sinsentido de la muerte.

La representación pictórica del reencuentro de Jesús y María

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