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361El cuerpo flotó dentro del agua, con el rostro terriblemente deformado por el horror de la muerte en plena asfixia. Los ojos desorbitados, la boca convulsa, hablaban claramente de una muerte espantosa, lenta y angustiosa.El hombre gato no pareció inmutarse lo más mínimo. Se inclinó, contemplando el cadáver. Luego, retrocedió lentamente. De su bolsillo, la mano enguantada, chorreante de agua ahora, extrajo algo que hizo pendular por encima de la bañera.Era un ratón, al que sujetaba por la cola. Estaba muerto, y era de pequeño tamaño, de un color gris oscuro. Lo arrojó al agua, junto al cuerpo sin vida, y una risa hueca brotó bajo la máscara riente del Gato de Cheshire.Luego, abandonó con igual cautela el cuarto de baño. La noche, las sombras y los viejos rincones de la casa señorial, engulleron su figura fácilmente. Ni siquiera era visible cuando se perdió en el exterior, a través de las espesas cortinas rojas y las vidrieras entreabiertas…

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362—¿Ha oído hablar alguna vez de Seckhill Tower? Allí vive un asesino, un genio del mal —exclamó Mavis excitadamente—. Un hombre verdaderamente horrible. Quería asesinarme, como hizo con la que ocupó antes mi puesto... Hubo otra incauta antes que yo —dijo ella, después de un nuevo sorbo. Se estremeció—. Está muerta —agregó.—¿Ha visto el cadáver?—He visto lo que queda de su cuerpo. Creo que esa visión no se borrará jamás de mi mente. Está en un... frigorífico... y faltan enormes trozos de su cuerpo, cortados con cuchillos de carnicero. ¡Es la comida de esos repugnantes enanos!Coslar no sabía qué pensar. —¿De modo que allí se conservan los restos de una mujer que fue asesinada y que ahora sirve de alimento a los enanos…?

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363Pugnando por disipar aquella oscuridad. Alzó ambas manos. Volvieron a tropezar Tanteó a su alrededor. Estaba encerrada en una caja. Estaba en un...La verdad llegó brutal a la mente de Natalie. ¡Estaba en un ataúd! La habían enterrado viva. ¡No...! ¡No...! ¡No...!Su desgarrador alarido resonó ensordecedor dentro del ataúd. Al querer levantarse golpeó la cabeza contra la tapa. Aunque aturdida continuó sus gritos. Con los puños golpeó la acolchada pared. Pataleó todo lo que le permitía el reducido espacio. Sin cesar de gritar.Comenzó a golpear la cabeza contra la tapa. Sus uñas desgarraron el terciopelo de la caja. Percibió un caliente líquido deslizarse por sus ojos y mejillas.Estaba sangrando por las cejas.—¡No estoy muerta...! ¡No estoy muerta...! ¡Sacadme de aquí!

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364—¿Te llevo, Samantha?—¿No te importa?—En absoluto.—Puedo tomar un taxi, si...—Tengo tiempo de sobra. Vamos, sube. Se introdujeron los dos en el «Dodge».—¿Dónde está el despacho de ese director?—312 de Dukeland Street —respondió Samantha.El «Dodge» arrancó y Robin Stockwell lo dirigió hacia allí.Samantha Bonner estaba muy ilusionada. Tenía esperanzas de conseguir el papel.Haría cuanto estuviera en su mano para que el director se lo diera.Lejos estaba ella de sospechar que no iba a entrevistarse con un hombre normal y corriente, sino con un auténtico monstruo.Tampoco Robin Stockwell, claro.De haberlo sospechado, jamás hubiera llevado a Samantha Bonner al 312 de Dukeland Street.

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365—Ya no pueden volverse atrás. Ellos les ven desde la profundidad de sus cuencas vacías. Ellos están ahora con las fuerzas del mal y pueden conseguir que ustedes vivan experiencias fantásticas, experiencias que jamás podrán volver a disfrutar. Ellos podrán rejuvenecerles.—¿A cambio de qué? —preguntó uno de los hombres.—A cambio de lo que yo les pida.—¿Es usted sacerdote de Satán? —preguntó otra de las ancianas.—De quien emanan los poderes que ellos nos traerán y que lo exigen todo a cambio. A quien no le importa envejecer y morir, a quien no le importa haber perdido su potencia, su fertilidad, la posibilidad de apreciar sabrosos alimentos, la capacidad de amar, de correr, de triunfar, a quien no le importa nada, puede morir; pero quienes deseen recuperar lo perdido, quienes deseen dejar atrás la vejez, si tienen que dar par disfrutar de las maravillas de ultratumba.

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366El doctor Austin Brodman lanzó un alarido desgarrado, terrible, lleno de espanto e incredulidad.Sus ojos fijos, desorbitados, no se podían separar del rostro de aquella mujer desconocida a quien acababa de salvar la vida.Entonces supo que no hubo dos personas en Lambeth Bridge, sino solamente una.Una. La del rostro espantoso, abominable.Y esa persona era la mujer. Esta mujer. La persona a quien salvó de morir.Entre los hermosos cabellos rubios oscuros, asomaron sus escalofriantes ojos sin párpados, pestañas ni nada que no fuese el cerco sangrante alrededor de sus terribles órbitas dilatadas y horribles. Con aquella piel tirante como seda translúcida, dejando marcar los huesos de su calavera. Con aquellos dientes sin labios, en eterna mueca grotesca y espantosa, igual que la sonrisa misma de la Parca. Y con aquella alucinante, estremecedora cara de pesadilla, digna del más incalificable y siniestro horror imaginado por una mente humana...

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367—¡Noooo!Aquel rostro de grandes ojos que habían parecido fosforescer en la noche, se alejó, llevándose al bebé.Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Magda saltó del vehículo para correr tras el ladrón del ser que acababa de dar a luz.—¡Nooo, nooo! —gritaba mientras la figura oscura y maligna se perdía entre los troncos de los árboles, confundiéndose con ellos.Magda sintió una punzada y luego, un profundo dolor que la hizo caer de bruces. Notó entonces que la sangre escapaba de su cuerpo mientras una sensación de impotencia y abandono la invadía.Crispó sus puños, asió la hierba al pie de un árbol y proyectó la mirada en torno suyo.Sólo consiguió ver aquella luna grande, muy redonda y diabólica, que semejaba burlarse de ella. Dobló la cabeza y ya sin rabia, sin violencia, carente de fuerzas para reaccionar, fue cerrando los ojos mientras una especie de rumor, rugido o quizá aullido, se desplazaba por las montañas filtrándose entre los árboles, rebotando contra las rocas, asustando a las pequeñas bestias del bosque…

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368El que lea este libro se sumergirá en placeres hasta ahora no conocidos. Abandonará este mundo momentáneamente y viajará a otro irreal, pero real. Creerá estar entre fantasmas y vivirá auténticos momentos de incomparables delicias, disfrutará de instantes jamás vividos hasta ahora, gustará de los placeres que una absurda civilización considera como prohibidos; no estará sujeto a ninguna ley que la de su propio capricho y obtendrá cuando desee su fantasía, y se encontrará con hombres y mujeres, absolutamente enemigos de inicuas leyes e injustas prohibiciones. Lector, pasa las páginas, una tras otra, sin cesar, y alcanzarás momentos de éxtasis jamás imaginados. Saldrás de tu mundo aprisionado por la ignorancia y la superstición, y entrarás en otro donde todo está permitido y en el que podrás elegir el placer y la felicidad a tu capricho. Sigue leyendo y te unirás a las personas que te aguardan en las páginas de este libro, a las que no tomarás como fantasmas, sino como seres de carne y hueso. Lee y embriágate de placeres...

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369Llegó ante la puerta de la cantina. Entonces presenció un espectáculo sorprendente.Sintió que se le erizaban los cabellos. Sentado ante su instrumento, el pianista ejecutaba una alegre melodía... con sus manos de dedos descamados. Un poco más allá, una chica de saloon bailaba con un vaquero... Bajo las ropas, no había otra cosa que el esqueleto.El barman era asimismo un esqueleto, cuya calavera parecía reír burlonamente. Los jugadores sujetaban las cartas con sus manos esqueléticas. Un pistolero, sentado a una mesa, revisaba su revólver. Era también, otro esqueleto, sin ojos en la cara, sin labios, sin orejas... con los huesos desprovistos en absoluto de carne.Sintió que todo le daba vueltas a su alrededor. La música se hizo repentinamente estridente, ensordecedora, y explotó ruidosamente en el interior de su cráneo…

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370La profesional del placer chilló, presa del más puro terror.El gorila se detuvo muy cerca de ella y la miró fijamente con sus brillantes ojos.De pronto, su zarpa derecha se disparó y agarró el vestido femenino, por el exagerado escote, destrozándolo de arriba abajo.El gigantesco gorila se echó sobre ella, le separó las piernas, y la poseyó, del modo más salvaje, más brutal y más doloroso que pueda imaginarse.Ella lanzó un alarido desgarrador.Por fortuna, dentro de su desgracia, la prostituta se desmayó, evitándose el espantoso sufrimiento que le hubieran causado, de hallarse consciente, los furiosos embates del cuadrumano.El hombre que contemplaba la escena, impasible, contempló cómo el gorila violaba a la infortunada mujer, hasta que éste satisfizo cumplidamente su deseo y salió de la ensangrentada intimidad de la prostituta.Lo que siguió después ya no tuvo estómago para presenciarlo, y abandonó rápidamente el sótano cuando el gorila empezó a ensañarse cruelmente con el cuerpo desnudo e inanimado de la prostituta.

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371La muchacha de cabellos rojos y sueltos, de belleza agresiva y sensual, tomó la gran carta, abriéndola displicente para elegir su cena.Karin tomó la suya. La abrió. Miró la lista de pescados.Y lanzó un grito ronco, sintiendo que palidecía de repente. La otra la miró, con aire sorprendido, apresurándose a inquirir:—¿Le ocurre algo, señora Colfax?Karin ni siquiera tuvo fuerzas para contestar. Seguía mirando fijamente aquellas palabras, manuscritas en forma diagonal sobre la lista de pescados:«Buen apetito, querida. No me olvides.»Conocía demasiado bien aquella letra para dudar. Era la de él. La de su difunto esposo Frank…

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372—Hija mía... —y Patrick Plarisse volvió a dirigir la mirada hacia su hija. Esta vez añadió—: Voy a morir... Pero no, no es el corazón... El doctor estará dispuesto a dictaminarlo así, lo sé... Hace tiempo que me trata de una grave dolencia cardíaca... Sin embargo, no se trata de eso... Voy a morir por otra causa, estoy convencido de ello. Por eso te pido, Moira, que pidas, que exijas que se me haga una autopsia...—¡Padre! —sollozó la muchacha.—Sí, sí —insistió Patrick Plarisse—, la autopsia... Es lo último que te pido. No desoigas mi ruego...

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373De repente, oyó un ruido extraño.Volvió la cabeza. Un ronco grito brotó de sus labios al ver la forma fantasmagórica que avanzaba a lo largo del corredor, ingrávida, sin el menor movimiento de unas piernas que la transportasen sobre el suelo.Retrocedió, hasta que sus hombros chocaron con la pared. Quiso gritar, pero su garganta estaba seca. El fantasma pasó por su lado, arrastrando consigo su sombra roja.En alguna parte, había una luz que lanzaba la sombra hacia la pared junto a la que se encontraba. La vio acercarse y pasar sobre su cuerpo.Entonces, sintió un horrible dolor. Gritó, chilló, manoteó... Se abrasaba vivo... El dolor era insufrible y quiso correr, pero, de repente, le fallaron las fuerzas y cayó al suelo. Todo se borró de sus ojos inmediatamente y se hundió en una sima de hondura infinita..., donde la noche era roja…

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374Y entonces la pesadilla continuó. Fue como una extraña sucesión de imágenes superpuestas. Como fotografías sacadas de una película de horror.Vio la mano enguantada. El cuchillo.Era un cuchillo de carnicero enorme, afilado, brillante como una cimitarra otomana. Tenía un filo de navaja barbera.Vio fugazmente una figura vestida de negro. Y el trazo fulgurante de la hoja. El cuello abierto. Los ojos desencajados. La sangre.Y se dio cuenta de algo increíble. ¡A aquel tipejo lo estaban degollando!Lo vio convulsionarse durante unos segundos, pero fue inútil. Otra horrible cuchillada le alcanzó en el pecho, a la altura del corazón. Lo vio desplomarse a cámara lenta, en una horrible perspectiva hecha de dientes rotos, de cuello desgarrado, de camisa teñida de color escarlata. Hubiese jurado que una de las horribles cuchilladas le había arrancado un ojo, pero no pudo estar segura de nada. Por suerte, la pesadilla terminó.El aspirante a violador había caído al suelo junto a ella. Las tablas muy secas estaban absorbiendo un auténtico océano rojo…

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375En la habitación que poco antes era nido de amor, una sombra inhumana se erguía sobre otra que empezaba a ser, simplemente, un espantoso pelele de sangre y carne desgarrada, convulsionándose en espasmos agónicos sobre la moqueta ensangrentada.«Lucky», el gatito de Angora, soltó un bufido, con su pelo erizado y los ojos desorbitados, perdiéndose aterrorizado por los más distantes confines de la casa, mientras algo se movía sigiloso en la sala, apartándose de un cadáver destrozado, produciendo simples roces sedosos en la moqueta.Luego, inexplicablemente, un largo, ronco maullido de placer, sonó lúgubremente dentro de la casa, alejándose del difunto Jarvis Normand, y unos sigilosos andares de felino se movieron hacia la salida.La sombra grande y oscura que saltó momentos más tarde a las tinieblas del jardín, no tenía nada de humana.Sí alguien la hubiera visto, seguro que el miedo le habría paralizado el corazón y helado la sangre en las venas.Pero nadie vio salir de la casa de Bloomsbury al misterioso visitante de Jarvis Normand aquella noche…

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376—Magnífico, pequeña. Lo estás haciendo muy bien. No pierdo detalle.Cogió el taladro del maletín. Junto a la mesa de noche estaba el enchufe. Antes de conectarlo acopló uno de los punzones.Ella le contemplaba con desorbitados ojos.El terror le impedía incluso gritar.Agitó la cabeza.—No... No... ¡NO!...Ajeno a las súplicas, accionó el taladro.El punzón comenzó a girar a gran velocidad, capaz de perforar en minutos el más duro cemento.—¿Por dónde empezamos?El alarido de la muchacha fue desgarrador. Alucinante. Infrahumano.El taladro se hundió en su vientre como si fuera mantequilla.Al instante brotó un surtidor de sangre. Un espeluznante boquete se dibujó sobre la piel mientras que un acre hedor a carne quemada se extendía por la estancia.

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377«Señor Dolan:»Yo, Randolph Taylor júnior, albacea testamentario de Barnaby Dolan, puedo anticiparle que, según voluntad expresa del testador, todos los parientes que heredarán a su muerte habrán de estar "obligatoriamente" presentes en el momento de su óbito, para tener derecho a su parte de la herencia. En caso de ausencia, por el motivo que sea, de entre los muros de su propiedad, ese heredero quedará automáticamente descalificado, diga lo que diga el testamento al ser abierto, y no recibirá un solo penique.»Lo cual me permito recordarle aquí, con carácter urgente, habida cuenta de que la vida de su tío no se prolongará demasiado, y es de la máxima necesidad que se presente usted aquí en el plazo más breve posible, si de verdad desea asistir a los últimos momentos de su tío y, por ende, percibir aquella parte de la herencia a que tiene derecho.»Suyo atentamente,«Randolph Taylor jr., abogado.»P.D. —No demore el viaje. Puede sobrevenir la muerte en cualquier momento. Avíseme telefónicamente en cuanto tome su decisión.»

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378—¿Que te pasó, Jenny? ¿Perdiste tu bikini?—No.—Entonces, es que te gusta bañarte desnuda...—No, no me gusta.—Pues, si no te gusta, no entiendo por qué...—Unos tipos me arrojaron así al agua, sin nada. Y sin nada sigo —explicó la chica, que seguía sentada en la barandilla del porche, balanceando sin ninguna malicia sus preciosas piernas.—Ponte mi camisa, Jenny.Ella ensanchó su sonrisa.—Es usted muy amable, Stuart, pero no me importa ir desnuda. Antes de pasarme lo que me pasó, sí que me hubiera importado, pero ahora... —pareció entristecerse la joven.—No te entiendo, Jenny. ¿Por qué antes sí te hubiera importado mostrar tu cuerpo desnudo, y ahora no?La chica le miró fijamente durante unos diez segundos. Luego respondió:—Porque estoy muerta, Stuart…

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379—Mi hija necesita un marido rico, muy rico. No tiene otra elección. Ella ya lo sabe.—Pero a este paso —señaló el joven, ahora con un gesto medio irónico medio burlón— va a quedarse sin pretendientes. Ya van dos muertes...—Dos no —puntualizó—, porque el otro cadáver aún no ha aparecido. Por lo tanto, hasta entonces, cabe esperar...—Eso ya no lo espera ni usted, y permítame la franqueza —subrayó, añadiendo—: El cadáver aparecerá mañana, aproximadamente a las veinticuatro horas de su desaparición... Lo mismo que en el primer caso.—¿Cómo lo sabes?—No lo sé —reconoció—. Pero desde luego me lo veo venir.—Algo debe inducirte a creerlo así, ¿no?—Supongo que sí —admitió—. De todos modos, lo único que realmente veo claro es que ese jardín está endemoniado...

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380—¿Por qué vienes a verme, Abigail?—Soy tu única sobrina, tío Jeremiah. Siempre me has dicho que cualquier cosa que necesitase de ti, viniera a pedírtela.—¿Y no te da miedo venir a visitarme, sabiendo que estoy muerto? Mi barco naufragó en un arrecife, muy lejos de aquí, casi en las antípodas. Era una noche muy oscura. El océano bramaba, como si mil demonios se estuvieran abrasando vivos. Nadie vio los arrecifes. Cuando el casco del barco se rajó, como un melón maduro que cae al suelo por descuido de unas manos torpes, ya era tarde.—Tío, eso ya me lo has explicado, pero tú estás aquí. Te salvaste porque eres un hombre especial, porque sabes muchas cosas, por eso siempre le has dado a tu sobrinita Abigail todo lo que te ha pedido.—Yo no pretendo asustarte ni hacerte daño, Abigail, pero no exijas demasiado porque al final quizá tengas que pagar un precio demasiado caro, un precio de horror.—Tío Jeremiah, ¿acaso quieres asustarme? —le dijo cariñosamente.—Sería preferible que no vinieras por esta casa. Ya sabes que en el pueblo dicen que está embrujada, que en ella habita mi espíritu…

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381—Utilizar el horno lleva consigo descuartizar el cuerpo. El crematorio es pequeño.—Sí, pero también borra todo rastro. Los dos últimos fueron a la fosa, ¿no es cierto? Demasiada comida para las ratas. Si hay que trocearlo, se le trocea. Hacerlo aquí mismo. Vosotras dos traer la bañera. Tú, baja a por las herramientas.Él hubiera deseado tener también amputadas las orejas. El escuchar aquello le hizo enloquecer de terror. El no poder moverse, el no poder gritar y dar suelta a su espanto, atormentaba aún más su mente.Llegaron arrastrando la bañera y cuatro sierras eléctricas. Las cuatro muchachas cercaron el lecho donde yacía.Una cogió un cuchillo. Lo alzó dispuesta a hundirlo en el pecho de Wallace.—¿Qué vas a hacer?—Matarle.—No. Empezar a descuartizarle. Ya irá muriendo poco a poco. Así es más divertido.

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382«Dejo cien mil libras esterlinas, a cada uno de mis herederos, cuyos nombres se citan en relación aparte, bajo la condición ineludible de que cada uno de ellos pase una noche en la Cámara Negra. Si alguno de mis herederos no quiere, su parte será repartida entre los demás. Han de ser desprovistos de todo lo que pueda proporcionarles luz, incluyendo los fósforos, encendedores, linternas portátiles o cualquier otro medio de iluminación y, también, sin relojes, con o sin esfera luminosa. Sólo podrán llevarse ropas de abrigo, para evitar las consecuencias del frío. No utilizarán tampoco una radio portátil, por medio de la cual podrán conocer la hora. Los demás herederos, serán testigos de que el que entra en la Cámara Negra permanece en ella toda la noche, durante un período mínimo de doce horas, estableciendo, si así lo desearen, turnos de vigilancia, para evitar se incumplan estas condiciones, en el bien entendido de que, si alguno quisiera salir antes, perdería todo derecho a su parte de la herencia.»

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383 —¡Mi hija, han raptado a mi hija! ¡El diablo debe habérsela llevado! ¡Ayudadme, ayudadme a encontrarla!Todo el pueblo salió a las calles. Lámparas de queroseno, hachones encendidos chisporrotearon en el aire, salieron todos menos Peter Wolfset que amasaba la pasta y la preparaba para fermentar mientras lanzaba la madera al interior del horno para que se elevara la temperatura.Hasta el amanecer estuvieron buscando y buscando por todos los escondrijos. La luna y las estrellas les observaron, pero no se halló ni rastro de Jennifer, la hija del reverendo.

Tengo miedo, tengo miedo, ayúdame...

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384No era muy agradable lo que les aguardaba. La noche era especialmente gélida y lo parecía más dentro de aquel siniestro convento.Sentían hambre y sed, pero no había agua ni comida y el desconcierto más grande se había apoderado de ellos. Parecía que la única salida a su situación era que se hiciera de día.Si era una pesadilla de alguno de ellos y los demás formaban parte de ese sueño como seres de ilusión, desaparecerían, pero si era una pesadilla, ¿quién de ellos era el que la sufría? Era todo tan extraño...—¿Te has dado cuenta, Joana?—¿De qué?—En poco tiempo, nos hemos acostumbrado a lo más absurdo.—Yo no me he acostumbrado, tengo ganas de huir y no sé en qué dirección. Pienso que si echara a correr sería peor.—Sí, seguro que sí. ¿Qué hacemos en este sitio, qué mundo maligno y fantasmal nos rodea? ¿En qué lugar estamos? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí, y el coche de Paul?—Son tantas preguntas y no tenemos respuesta para ninguna —se lamentó Joana.

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385Saltó del lecho y, descalzo, cruzó la estancia. Abrió la puerta y vio algo que le dejó petrificado por el horror.Parecía un montón de pasta grisácea, con algunos hilos rojos en su superficie, que lo surcaban como las venas en unos ojos congestionados. Aquella cosa se movía y palpitaba con ligeros pero rápidos estremecimientos, que recorrían su superficie, partiendo del centro hacia los bordes, a la manera de las ondulaciones provocadas en el agua por la caída de una piedra..Casi en la cúspide de aquella cosa, que parecía un montón de arena grisácea, divisó dos ojos enteramente humanos, que le miraban con expresión de súplica. Incluso creyó ver dos labios que se abrían y cerraban para proferir una demanda de ayuda, en completo silencio, sin emitir ningún sonido. ¡Y los labios y los ojos, lo adivinó en aquel momento, aunque no comprendía lo sucedido, eran los de ella…!

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386El individuo ordenó:—¡Sujetadla, muchachos!Cuatro de los encapuchados se arrodillaron junto a la horrorizada Jennifer y le sujetaron los brazos, separados del cuerpo y las piernas, muy abiertas.El jefe del clan alzó el ensangrentado cuchillo, como si fuera a descargarlo sobre el pecho desnudo de la mujer.Jennifer Greenwood chilló con todas sus fuerzas, convencida de que, efectivamente, la larga hoja del cuchillo iba a atravesar su pecho, a partirle el corazón.Fatalmente para ella, no iba a ser así.Aquel terrorífico cuchillo, antes de poner fin a su vida, iba a causarle múltiples heridas en todo el cuerpo, porque el jefe de El Clan de la Calavera era un sádico de primera, y los demás miembros del clan no disfrutaban menos que él con el sufrimiento de sus víctimas…

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387Era como una respiración lenta y profunda, como..., como un aliento pesado.SSSSSEEE-SEE... SSSSEEEE-SEE..., sonaba aquella respiración. Y a cada respiración, parecía que el resplandor verde se movía, se hinchaba y deshinchaba, como un globo al que insuflasen aire y acto seguido se lo retirasen. Un globo de verdoso resplandor, del tamaño aproximado de una persona, pero sin piernas. Flotaba.El terror había hecho presa en ella. Un terror denso, profundo, terrible. El resplandor comenzó a acercarse lentamente,, siempre flotando, emitiendo aquel aliento de ultratumba, aquella respiración densa, lenta, pesada: SSSSEEE-SEE...SSSSEEEE-SEE...De pronto, el resplandor se detuvo, a pocos pasos, y de él brotó la chirriante voz femenina, que pareció agolpar brutalmente en su cerebro.—Querida... Me asesinaron...

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388Tu madre murió, Patricia. La tal Carol Hutton no es ninguna amenaza. No es la reencarnación de tu madre.—Sí lo es, Warren. ¡Lo es!—Okay. Supongamos que es la reencarnación de Carol Merrill. De tu madre. ¿Por qué iba a querer matarte? ¿Sólo por haber pronunciado aquellas dos palabras en un momento en que se resistía a cruzar los umbrales de la muerte? Fueron originadas por la desesperación y la angustia. Por su horror al Más Allá.—Ella me lo ha dicho, Warren. Ella misma me ha sentenciado.—¿Quién? ¿Carol Hutton?—Sí. Me lo dijo el mismo día de su llegada a Chasesville. Me amenazó con la más espeluznante de las muertes, asegurando que no marcharía sola al infierno. Que otros me acompañarían. Que estaba allí para cumplir la venganza del Hermano Piedra.—¿Hermano Piedra…?

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38919 de mayo de 19... —Voy a morir... apenas me quedan fuerzas para escribir mis últimos renglones... Ya he dicho en las precedentes anotaciones quién es el culpable de mi situación... Confío en que este diario, escrito en mi tumba, sea hallado un día por alguien... y el culpable pueda recibir el castigo... que se merece... Se me nubla la vista... La pluma baila en mis manos... Todo se mueve delante de mis ojos... No pasaré de hoy... Mi hija... ¡Oh, Señor... acoge mi alma...!

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390Joan se fijó detenidamente en los robustos hombros del detective, en sus hercúleos brazos, en su ancho tórax...Matt, por su parte, posó su mirada en los grandes y levantados pechos femeninos, las amplias aureolas de sus pezones, erectos, tentadores...—Pareces un gladiador romano. Matt —piropeó ella.—Y tú una diosa griega, Joan —devolvió la galantería él.—¿Qué te parece si nos acostamos y nos olvidamos de los fantasmas?—Eso mismo te iba a proponer. Se metieron en la cama.Sus labios se buscaron.Sus manos entraron en acción. Sus cuerpos buscaron el contacto. Todo iba muy bien.Sin embargo, muy pronto iba a ir mal. ¿Por culpa de quién...?¡De los fantasmas de la casa, naturalmente!