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    Scott O'Dell

    La isla de los delfines azules

    Ttulo original:Island of the blue dolphins

    Decimoprimera edicin, marzo 1985

    Coleccin:Cuatro Vientos, 8

    Editorial Noguer, S. A.Paseo de Gracia, 96

    Barcelona

    Impreso por TENSA,Feixa Llarga, 19L'Hospitalet de Llobregat

    Barcelona

    I. S. B. N.: 84-279-3108-5Depsito Legal: B-6.105-1985

    __________________________

    Prxima a las costas de California se encuentra una escarpada rocaconocida con el nombre de La isla de San Nicols. Los delfines brincan enlas azules aguas que la rodean y las nutrias marinas se tumban perezosas

    ensus bancos de algas. Los cormoranes anidan en sus riscos y por suspedregosas playas se pasean los elefantes marinos.

    Cuenta la historia que, en esta isla y a comienzos del pasado siglo,una muchacha india pas dieciocho largos aos viviendo en completasoledad.Esta novela es el relato de su hazaa. Una verdadera hazaa porqueKarana,que as se llamaba la muchacha, tuvo que enfrentarse, para sobrevivir, auna manada de perros salvajes, guardarse de los cazadores de nutrias quellegaban procedentes de las Islas Aleutianas y luchar cada da, a lolargode muchos aos, para procurarse alimento.

    La isla de los delfines azules ha obtenido un gran xito editorial

    en los Estados Unidos y ha sido utilizado como libro de lecturarecreativaen numerosas escuelas norteamericanas. La American Library Association loha calificado como la ms destacada contribucin del ao a la literaturaamericana para chicos y ha otorgado a su autor, Scott O'Dell, la medallaNewbery, uno de los ms preciados galardones de las letrasnorteamericanas.La isla de los delfines azules ha sido llevada al cine en una excelentepelcula dirigida por James B. Clark.7

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    Para los chicos de los Russell: Isaac, Dorsa, Clare, Gillian y Felicity ytambin para Eric, Cherie y Twinkle.__________________________

    CAPTULO I__________________________

    Recuerdo el da que vino el barco aleutiano a nuestraisla. Al principio pareca una concha cualquiera flotando sobre el mar.Luego se fue haciendo ms grande, y seconvirti en una gaviota con las alas plegadas. Al cabo,bajo el sol que suba en el horizonte, vimos claramente loque era en realidad: un barco pintado de rojo, con las velasdel mismo color.Mi hermano y yo habamos ido al extremo superior de

    un can que baja retorcindose hasta una pequea baha

    llamada la Caleta del Coral. Pensbamos recoger all racesde las que crecen en primavera.Ramo era un chico de apenas la mitad de mi edad, -yo

    tena a la sazn doce aos-, y ms bien pequeo para alguien que havividoya tantas lunas y tantos soles. Rpidocomo un saltamontes, y tan loco como ellos cuando se excitaba. Por esarazn, y porque quera que me ayudara a recoger races, en vez de salirdeestampa como hubiera hecho,no le dije nada acerca de la conchita que flotaba en lasaguas, o de la gaviota de alas plegadas.Segu escarbando entre los matorrales con mi bastn

    8aguzado, como si nada ocurriera en el mar. Continu as

    incluso despus de estar segura de que la gaviota era unbarco con dos velas rojas.Claro que los ojos de Ramo eran de los que no dejan nada

    sin registrar: poco es lo que se le escapaba en este mundo.Tena unos ojos negros como los de un lagarto, muy grandesy, como los de ese animal, a veces parecan somnolientos. Encuyo preciso instante es cuando vean las cosas con mximaagudeza. Y as estaban ahora, medio cerrados, como los deun reptil agazapado en la roca, a punto de proyectar su lengua en el airepara cazar al vuelo una mosca.9

    --El mar est tranquilo, -dijo Ramo-. Parece una piedra llana ylisa,sin ninguna grieta.

    A mi hermano le gustaba fingir que una cosa era otra enrealidad.--No, el mar no es una piedra lisa, -dije-. Es mucha

    agua y sin olas ahora.--Para m es una piedra azul, -contest-. Y all lejos,

    al borde, tiene una nubecita sentada encima.--Las nubes no se sientan en las piedras. Aunque sean

    azules o negras, o de cualquier clase.--sta s lo hace.

    10--No, en el mar, no, -respond-. En el mar se sientan

    los delfines, y las gaviotas, y los cormoranes; o tambin lasnutrias marinas, y aun las ballenas; pero las nubes, nunca.--Entonces a lo mejor es una ballena.

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    Ramo estaba apoyndose alternativamente, primero enun pie y luego en el otro, vigilando atento la llegada delnavo, aun cuando no saba que era un barco porque nuncahaba visto uno antes. Tampoco yo los haba visto, pero s

    estaba enterada de su existencia, y del aspecto que tenan,porque los mayores me lo haban referido en ocasiones.--Mientras t te dedicas a contemplar el mar, -le dije-,

    aqu me tienes desenterrando races. Y yo ser la que melas coma; t, desde luego, no.Ramo empez a pinchar la tierra con su palo, pero conforme el buque se

    fue acercando y acercando, con sus velasrojas visibles entre la neblina maanera, sigui mirndolo,haciendo a veces como que no lo observaba.--Has visto alguna vez una ballena de color rojo? -me pregunt.--Claro que s -repuse-, aunque jams las haba visto

    de tono semejante.--Las que yo he visto eran de color gris.--T eres an muy joven, y no conoces todos los animales marinos del

    mundo.Ramo encontr una raz. Estaba a punto de echarla alcesto cuando, de pronto, su boca se abri mucho y luego secerr en seguida otra vez.--Una canoa! -grit-. Muy grande, ms que todas

    las nuestras juntas! Y adems es roja!Canoa o buque la cosa no ofreca diferencia, segn

    Ramo. Antes de haberle dado tiempo a respirar siquiera,ya haba lanzado por los aires la raz y corra entre los matorrales,chillando con toda la fuerza de sus pulmones.Yo segu recogiendo races, pero la verdad es que mis

    manos temblaban al escarbar la tierra, porque estaba muchoms excitada que mi hermano. Saba que aquello era un11barco, -y no una canoa-, y tambin que la aparicin de un

    navo poda significar montones de cosas. Quera tirar elpalo aguzado y salir corriendo como Ramo, pero continumi labor de desenterrar races porque era un alimento quenecesitaban en la aldea.

    Cuando hube llenado el cesto, el barco aleutiano habanavegado ya dando la vuelta al banco de algas que protegenuestra isla, y luego entre las dos rocas que guardan de losembates del mar la Caleta del Coral. Alguien haba avisadoya a la aldea de Ghalas-at. Llevando sus armas, nuestroshombres se precipitaron por el sendero que baja dando vueltas hastaalcanzar la playa. Las mujeres del poblado se haban congregado sobre unameseta, en el extremo de las colinas que se desploman formando unacantilado encima

    del agua.Me deslic entre los arbustos y espesos matorrales hastallegar, suave y rpidamente, a la parte inferior de una caada,acercndometambin a las colinas que dominaban elmar. Una vez all me apoy en rodillas y manos. Ante m, yen un plano inferior, tena la cala que he citado. La mareaestaba baja y el sol brillaba con fuerza sobre la arena blancade la playita que se formaba en la caleta. La mitad de loshombres de nuestro poblado esperaban en lnea al bordedel agua. El resto se haba ocultado entre las rocas del final delsenderode acceso, listo para lanzarse sobre los intrusos si mostrabanintenciones

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    poco amistosas.Estaba arrodillada entre las hierbas y el matorral, procurando no

    resbalar y caer acantilado abajo, a la vez que intentaba ocultarme, sinpor

    ello dejar de ver y or, cuando unbote se separ del barco. Remaban en l seis hombres conunos remos muy largos. Sus rostros eran anchos, y el brillante cabellonegro les caa sobre la cara. Cuando se hubieron acercado algo ms vi quellevaban adornos de huesoatravesndoles la nariz.

    Detrs de los que remaban, en la popa del bote, estaba12de pie un hombre alto, de barba amarillenta. Yo nunca haba visto hastaentonces un ruso, pero mi padre me cont desu existencia en otras ocasiones, y me preguntaba a m misma, vindoloallplantado, con sus pies muy separados, lospuos en las caderas, y contemplando la caleta y sus contornos como si

    todoaquello le perteneciera ya, si sera acasouno de los hombres del Norte que tanto tema nuestra gente.Estaba segura de ello al deslizarse el bote un tanto sobre laarena, y saltar l a la playa, gritando al mismo tiempo ensemejante tono.Su voz despert numerosos ecos en todas las paredes del

    acantilado que rodeaba la cala. Pronunciaba unas palabrasmuy extraas, distintas por completo a cuanto hasta entonces haba odoyocomo lenguaje. Despus, vacilante y muydespacio su habla, se dirigi a los guerreros en el idiomaque era el nuestro.--Vengo en son de paz y deseo parlamentar, -avis a los

    hombres de la tribu que estaban vigilantes en la orilla.

    Ninguno le contest, pero mi padre, -que era uno de losque se ocultaron entre las rocas-, sali de su escondite yempez a dirigirse hacia l cuesta abajo, hasta llegar a laorilla. Clav con fuerza su azagaya en la arena.--Soy el jefe de Ghalas-at, -dijo-. Y mi nombre es

    Jefe Chowig.Me sorprendi muchsimo que diera su autntico nombre a un extranjero.

    Todo el mundo tena en nuestra tribudos nombres, el autntico, el de veras, que era secreto y raramente seusaba, y otro, digamos corriente, para utilizarloen el trato normal. Esto se haca as porque si la gente usasu nombre secreto, acaba por desgastarlo, y luego pierdesu magia. De ese modo a m me llamaban Won-a-pa-, lei, quesignifica La Muchacha de la Larga Cabellera Negra, aun

    cuando mi nombre secreto era Karana. En cambio el nombre oculto de mipadreera Chowig, y desconozco las razonesque tuviera para decrselo a un extrao.El ruso sonri y adelant su mano, presentndose como

    Capitn Orlov. Mi padre levant el brazo. Desde donde13yo estaba no poda verle el rostro, pero dudo mucho que correspondiera alasonrisa de Orlov.--He llegado aqu con cuarenta hombres, -dijo el ruso-. Venimos para

    cazar nutrias marinas. Deseamos acampar en vuestra isla mientras estemosdecacera.

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    Mi padre no dijo una palabra. Era un hombre alto, aunque no tanto comoelCapitn Orlov, y se qued all erecto,con sus hombros desnudos echados hacia atrs, pensando en

    lo que el ruso le haba dicho. No tena ninguna prisa en contestar,porqueya en otra ocasin los aleutianos aparecieronen nuestra isla para cazar. Haca mucho tiempo de ello, peromi padre lo recordaba bien.--T recuerdas ahora otra cacera, -dijo el Capitn Orlov al ver que mi

    padre no contestaba nada-. Yo tambinhe odo hablar de la misma. La diriga el Capitn Mitriff,que era un estpido, y ahora est ya muerto. Las dificultades seprodujeronporque t y los de tu tribu hicisteis todoel trabajo.--Nosotros estuvimos cazando, -confirm mi padre-.

    Pero ese que t llamas tonto no quera que descansramos.

    Nos haca perseguir a las nutrias desde la maana hasta lanoche. Un da y otro, sin reposo.--Esta vez t y los tuyos no tendris que hacer nada

    -indic el Capitn Orlov-. Mis hombres harn toda lafaena, y luego dividiremos las capturas. Una parte para vosotros, que ospagaremos en mercancas, y dos partes paranosotros.--Las partes deben ser idnticas, -avis mi padre.El Capitn Orlov ech una ojeada al mar.--Podemos hablar de eso ms tarde, cuando todos mis

    suministros y equipo estn seguros en tierra.La maana estaba en calma, y apenas si soplaba un ligero vientecillo,

    pero habamos iniciado ya la estacin en quecabe esperar se produzcan tormentas; as, que pronto comprend por qu lecorra tanta prisa al ruso refugiarse en

    nuestra isla.--Es mejor llegar a un acuerdo antes, -observ mi padre.

    14El Capitn Orlov se alej un par de pasos de l, luego

    se volvi y le mir derecho a los ojos.--Una parte para vosotros, y dos para nosotros; me parece lo justo.

    Nosotros somos los que haremos el trabajo,y los que correremos los riesgos.Mi padre movi negativamente la cabeza.El ruso se rascaba la barba. Luego dijo:--Puesto que el mar no es vuestro, por qu tendramos

    que daros nada?--El mar que rodea la Isla de los Delfines Azules es

    nuestro, -contest mi padre. Hablaba muy tranquilo, demasiado quiz.

    Sealsegura de su enfado.--Desde aqu a la costa de Santa Brbara? Veinte leguas de mar?--No. Tan slo el que rodea a la isla. La zona donde

    vive la nutria...El Capitn Orlov emiti ciertos sonidos con la garganta,

    como una tos. Mir hacia los hombres de la tribu que estaban alineados alborde del agua, y a los dems que habanido saliendo de entre las rocas. Luego contempl a mi padre,y se encogi de hombros. Finalmente sonri, mostrando suslargos dientes. Dijo:--Las partes sern idnticas. La mitad para cada uno.Algo ms pronunci, pero no pude orlo porque, justo en

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    aquel instante, la excitacin que me dominaba hizo que diera un golpe aunapiedra, y sta cay en seguida retumbandopor el acantilado, y fue a parar a los pies del ruso. Todo el

    mundo mir hacia arriba. Con silencio y precaucin me retir de entre losarbustos, y luego empec a correr, sin parar hasta haber llegado a lameseta donde estaban las mujeresde la tribu.__________________________15

    CAPTULO II__________________________

    El Capitn Orlov y sus cazadores aleutianos se trasladaron a tierra

    aquella misma maana, haciendo numerososviajes entre el barco y la playa de la Caleta del Coral. Comoesa playa no era muy grande, y adems se inundaba casi porcompleto al subir la marea, pidi permiso para acampar enun nivel ms elevado. Mi padre accedi a ello.Quiz debiera empezar explicando algo acerca de nuestra isla, para que

    sepan los que me leen cmo es, dnde estaba el poblado, y en qu zonaacamparon los aleutianosdurante casi todo aquel verano.Nuestra isla tiene dos leguas de largo y una de ancho. Si

    uno se coloca en cualquiera de las colinas que se alzan enel centro, tendra la impresin de que parece un pez. Comoun delfn que se hubiera echado de lado, con su cola apuntando a Levanteysu morro a Poniente, en tanto que las

    aletas las constituyen algunos arrecifes y bajos que estnno lejos de la orilla. No s si la isla acab llamndose delos Delfines Azules a causa de su contorno general, porquealguien la bautiz as en los primeros das del mundo, cuando la Tierraestaba en formacin y l se puso a contemplarladesde las colinas, -no muy altas-, que hay en mitad de su16territorio. Es posible. Por otro lado se da la circunstanciade que en aguas cercanas a nuestra isla abundan los delfines, y quiz deah derive el nombre. En fin, sea como fuere,la cuestin es que la llambamos como he dicho.Lo primero que notaba uno en relacin con la isla, creo

    yo, es el viento. Sopla por all casi cada da. A veces procedente delNoroeste, en otras ocasiones del Este, de cuando

    en cuando desde el Sur. Todos los vientos que azotan a nuestra isla-excepto el del Sur-, son fuertes, y su accin hadado a las colinas un suave relieve. Tambin se debe alviento que los rboles sean pequeos y retorcidos, aun enel can que termina en la Caleta del Coral.El poblado de Ghalas-at estaba al este de las colinas, sobre una

    pequeameseta, no lejos de la Caleta del Coral yde una fuente pura. Alrededor de media legua ms al Nortehay otro buen manantial, y all fue donde los aleutianosplantaron sus tiendas. Estn hechas de pieles, y las colocantan a ras del suelo que los hombres han de entrar en ellasarrastrndose sobre la boca del estmago. Al anochecer podamos ver elresplandor de sus hogueras.

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    Aquella noche mi padre previno a todos los del pobladode Ghalas-at para que no visitaran el campamento de loscazadores extranjeros.--Los aleutianos vienen de un pas muy lejano, hacia el

    Norte, -les dijo-. Ni sus costumbres ni su lenguaje soncomo los nuestros. Han venido a cazar nutrias y a compartir con nosotrosmuchas mercancas que tienen, y que nosotros podremos usar. De estamaneraalgo saldremos ganando. Pero nada obtendremos ofrecindoles nuestro apoyoyamistad. Son gente que no entiende de amistades. No sonlos mismos que vinieron ya antes a la isla, pero s pertenecen a la tribuque caus tantas dificultades hace ya aos.Las palabras de mi padre fueron obedecidas. No fuimos

    al campamento de los aleutianos, y ellos tampoco se presentaron ennuestropoblado. Pero eso no quiere decir que ignorsemos lo que estaban haciendoen la isla, cules eran

    sus comidas, slo las guisaban, cuntas nutrias mataban17cada da, y muchas otras cosas igualmente. Siempre habaalguien de la tribu vigilando desde los acantilados cuandocazaban, o desde un barranco cuando estaban en su campamento.Ramo, por ejemplo, apareci trayndonos noticias del

    Capitn Orlov.--Por la maana, cuando sale a rastras de su tienda, se

    sienta en una roca y empieza a peinarse la barba hasta dejrselarelucientecomo el ala de un cormorn, -dijo mihermano.Mi hermana Ulape, que tena dos aos ms que yo, era

    la que recogi la novedad ms curiosa de todas. Juraba yperjuraba que haba una chica aleutiana entre los cazadores

    llegados a la isla.--Se viste con pieles; igual que los hombres, -afirmaba

    Ulape-. Pero lleva un gorro de piel, y por debajo de l lesale un pelo espeso que le llega al pecho.Nadie crey a Ulape. Todos acogieron con risas la idea

    de que los cazadores se preocuparan de traer alguna de susmujeres consigo en aquel viaje.Tambin los aleutianos vigilaban nuestro poblado. De

    no ser as jams hubieran sabido la buena suerte que descendi sobre latribu poco despus de haber llegado ellosa la isla.Las cosas ocurrieron de este modo. A comienzos de primavera hay todava

    poca pesca en aguas cercanas a nuestraresidencia. La revuelta mar invernal, y los vientos fuertes,

    hacen que los peces desciendan hacia zonas ms profundas,y all permanecen hasta que el tiempo se ha calmado. Durante estaestacines muy difcil capturarlos. En inviernola tribu come poco; principalmente se alimenta de semillasrecolectadas en el otoo, y guardadas para ms adelante.La noticia de nuestra buena suerte la trajo una tarde tormentosa Ulape,

    que nunca estaba quieta. Haba ido mi hermana a un arrecife situado en laparte oriental de la isla,con la esperanza de recoger mariscos. Estaba trepando por18un acantilado, ya de vuelta a casa, cuando oy un sonororuido a espaldas suyas.Al principio Ulape no vea cul pudiera ser la causa de

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    aquel ruido. Pens que sera el viento resonando en las cuevas de dichazona, y estaba a punto de irse cuando not unassombras plateadas en el fondo de la caleta.Las sombras se movan, y entonces comprendi que se

    trataba de unas cuantas lubinas, cada una de ellas tan grande como lapropia Ulape. Perseguidas por ballenas blancas,que se lanzan sobre dichos animales cuando no hay en lascercanas focas o lobos marinos, las lubinas haban intentado escaparnadando hacia la orilla. Pero llenas de terrorcomo estaban, no se dieron cuenta de la verdadera profundidad del agua, yquedaron atrapadas en el roquizo arrecife.Ulape dej caer su cesto lleno de mariscos y sali corriendo hacia el

    poblado, llegando tan falta de aliento quenicamente poda gesticular, sin decir palabra, sealandoen direccin a la orilla.Las mujeres preparaban a la sazn la cena, pero todas

    abandonaron sus quehaceres y fueron a reunirse en torno ami hermana, esperando que hablase.

    --Una porcin de lubinas, -pudo decir al cabo.--Dnde? Dnde? -pregunt impaciente todo elmundo.--All; sobre las rocas. Una docena de ellas. Puede

    que ms.Antes de que Ulape hubiera terminado de expresarse

    ya estbamos corriendo hacia la orilla, esperando poder llegar a tiempoantes de que las lubinas hubieran vuelto almar dando coletazos, o bien una ola repentina las hubiesearrastrado de nuevo al ocano.Alcanzamos el borde del acantilado y miramos hacia abajo. La bandada de

    lubinas se encontraba donde la viera mihermana, relumbrando al sol. Pero como la marea estabaalta, y ya empezaban las primeras olas a lamer el fondodonde estaban prisioneros los peces, no tenamos tiempo

    19que perder. Una a una las llevamos fuera del alcance de lamarea. Luego, transportando un par de mujeres cada lubina, porque todaseran del mismo tamao, enormes y muypesadas, las subimos hasta lo alto del faralln, y finalmente al poblado.Con aquel alimento cenaron todos los de la tribu aquella

    noche y la siguiente, pero al otro da, bien de maana, aparecieron dosaleutianos en la aldea y pidieron hablar conmi padre.--Tenis pescado, -afirm uno de los aleutianos.--Slo el suficiente para mi pueblo, -contest mi padre.--Vosotros habis capturado catorce peces, -concret el

    visitante.--Solamente nos quedan siete. Ya comimos el resto.

    --De los siete podis cedernos un par.--Vosotros sois cuarenta en vuestro campamento, -lecontest mi padre-, y en conjunto ms que mi tribu. Adems, tenispescado:trajisteis pescado seco para vuestroconsumo.--Nos cansamos de comerlo siempre seco, -dijo el aleutiano.

    Era un hombre de corta talla, que apenas llegaba a loshombros de mi padre, y con unos ojos como piedrecitas negras. Tena labocacomo el filo de un cuchillo de piedra. Elotro aleutiano se le pareca bastante.--Sois cazadores, -dijo mi padre-. Id pues a capturar

    la caza, a pescar vuestro pescado fresco si os cansis del que

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    tenis. A m slo me toca preocuparme de mi gente.--Le diremos al Capitn Orlov que no quieres compartir

    tu pescado.--S, podis decrselo, -propuso mi padre-. Pero tambin debis

    contarlepor qu razones lo hago.El aleutiano murmur algo a su camarada y ambos empezaron a caminar con

    sus piernas cortas y robustas, atravesando la zona de dunas arenosas queseparaba nuestro poblado de su campamento.20En mi tribu consumimos el resto de la captura aquella

    noche, y hubo mucha fiesta y regocijo con el banquete. Nosabamos, cuando cantbamos y engullamos las lubinas, ylos viejos del poblado relataban junto al fuego historiaspasadas, que pronto iba a traer mala suerte a la aldea deGhalas-at nuestra gran captura afortunada.__________________________21

    CAPTULO III__________________________

    Los grandes bancos de algas que rodean a nuestra islapor tres lados llegan muy cerca de la orilla, y por ellado opuesto se internan bastante en el mar. En esos profundos bancos,aunen das de fortsimo viento, cazaban siempre los aleutianos. Abandonabanlaorilla al amanecer, bogando en sus canoas de piel, y nunca volvan antesde

    caerla noche, llevando a remolque, de la popa de sus embarcaciones, todas lasnutrias cazadas ese da.La nutria marina se parece cuando est nadando a la

    foca o al lobo marino, pero en realidad es muy diferente.Tiene un morro ms chato que la foca, extremidades con dedos unidos porunamembrana en vez de unas aletas continuas; y su piel es ms espesa y demucho mayor belleza.La nutria gusta de tenderse sobre la espalda en los bancosde algas, flotando arriba y abajo al comps del movimientodel oleaje, tomando el sol o durmiendo. Son los animalesmarinos ms juguetones que existen.Esas criaturas eran las que los aleutianos cazaban para

    obtener sus hermosas pieles.Desde el acantilado poda verles yendo activamente deaqu para all, recorriendo con incesante movimiento los22bancos de algas, casi a ras del agua, y sus largos venabloslanzados como flechas contra las nutrias. Al obscurecerlos cazadores traan su presa a la Caleta del Coral, y en lamisma playa desollaban a los animales, descarnando luegosu esqueleto. Dos hombres, encargados tambin de afilar susvenablos, se dedicaban a dicha tarea hasta altas horas de lanoche, laborando afanosos a la luz de unas hogueras de algas secas. A lamaana siguiente la playa estaba sembradade restos, y el oleaje tinto en sangre.Muchos miembros de nuestra tribu se asomaban cada

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    noche al faralln para contar el nmero de capturas de esajornada. Tomaban nota mentalmente del nmero de nutriasmuertas, y se regocijaban pensando en la cantidad de cuentas de cristal yotras cosas que cada piel supona para ellos.

    Pero por mi parte nunca me llegu hasta la cala, y siempreque vea a los cazadores bogando a ras del agua, lanzandoaqu y all sus dardos, me senta enfurecida. Las nutriaseran amigas mas. Resultaba divertidsimo verlas jugando oretozando unas con otras en su sitio favorito: el banco dealgas. A m, al menos, me gustaba ms contemplar esa escena que pensar encollares de cuentas para mi cuello.Una maana habl del asunto con mi padre:--Apenas quedan una docena de nutrias en los bancos de

    algas que hay alrededor de la Caleta del Coral. En cambio,antes de que los aleutianos llegaran aqu haba muchas.--Tambin quedan an en otros puntos de la costa, -me

    replic sonriendo ante mi infantil observacin-. Cuandolos cazadores se marchen, volvern las nutrias.

    --Para entonces no quedar ninguna. Ya habrn acabado con ellas loscazadores. Esta maana han ido hacia elSur. Despus irn cambiando de sitio sin parar.--Tienen el barco lleno de pieles. Dentro de una semana,

    los aleutianos tendrn que marcharse.Estaba segura de que mi padre as lo estimaba, porque

    dos das antes haba mandado a algunos miembros jvenesde la tribu a construir una canoa con un gran madero quelas olas haban arrojado a la playa.23En nuestra isla no hay ms rboles que esos pequeos

    y retorcidos que antes dije, castigados permanentementepor el viento. Cuando algn madero, arrastrado por las corrientes,aparecaen las playas, siempre lo llevbamos al

    poblado y lo vacibamos para hacer una canoa; no fueraque dejndolo en la arena el mar volviera a llevrselo.Que los hombres trabajaran en el madero all mismo, en lacala, y durmieran junto a l por la noche, significaba sencillamente quedeban vigilar a los aleutianos, para dar laalarma en caso de que el Capitn Orlov intentara hacerse ala vela de pronto, a fin de no pagarnos las nutrias capturadas.

    Todo el mundo tema que lo hiciera, as que, aparte delos miembros de la tribu que estaban en la caleta, otros seencargaban de vigilar directamente el campamento mismode los aleutianos.Cada hora llegaba alguien trayendo noticias. Ulape nos

    dijo que la mujer aleutiana se pas toda una tarde limpiando sus faldasde

    piel, cosa que no hiciera desde la llegada ala isla. Una maana muy temprano Ramo comunic queacababa de ver al Capitn Orlov peinndose con todo esmero la barba, lomismo que cuando arrib por vez primera.Los aleutianos encargados de afilar los venablos para la cazadejaron aquella tarea para consagrarse exclusivamente a lade desollar las nutrias que sus camaradas traan invariablemente alanochecer.En el poblado de Ghalas-at sabamos bien que el Capitn

    Orlov y sus cazadores estaban preparndose para abandonarla isla. Pensaran pagarnos las nutrias muertas, o, por elcontrario, imaginaban podernos burlar escapando a favorde la noche? Acaso tendran que luchar nuestros guerrerospara obtener una justa participacin en las capturas habidas?

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    sas eran las preguntas que todo el mundo se haca mientras losaleutianos se dedicaban a ultimar sus preparativos.Todos hablaban de lo mismo. Excepto mi padre, que nadadeca, pero que cada noche trabajaba en la nueva lanza que

    estaba preparando.__________________________24

    CAPTULO IV__________________________

    Los aleutianos partieron un da nublado. Procedentes delNorte unas olas muy grandes asaltaban las costas de laisla. Se estrellaban contra las rocas de los arrecifes, y tronaban en elinterior de las cuevas cercanas al mar, llenndolo25

    todo de surtidores de blanca espuma. Era evidente queantes de la noche estallara una tormenta.Poco despus de amanecer los aleutianos desmontaron

    sus tiendas y bajaron con ellas hasta la playa de la Caletadel Coral.

    El Capitn Orlov no le haba pagado a mi padre las nutrias muertasporsus hombres. Cuando llegaron al pobladonoticias de que los cazadores haban desmontado sus tiendas, toda latribuen bloque abandon el poblado y sali corriendo hacia la cala dondeembarcaran. Los hombres, armaen mano, iban en cabeza, seguidos de las mujeres. Los guerreros de latributomaron el sendero que descenda dando

    vueltas hasta la playa, pero las mujeres por su parte se escondieronentrelos arbustos del acantilado que la dominaba.

    Ulape y yo fuimos juntas hasta el extremo del arrecife en el que mehaba escondido antes de llegar los cazadores.26La marea estaba baja y las rocas, as como la estrecha

    zona playera, aparecan casi llenas de fardos de pieles de nutria. Lamitadde los cazadores estaban en el buque. El restovadeaba con el agua hasta la cintura, cargados con bultos,arrojndolos luego en la canoa que esperaba. Los aleutianosrean y bromeaban sin dejar de trabajar, contentos al parecer deabandonar

    la isla.Mi padre estaba hablando con el Capitn Orlov. No poda or suconversacin a causa del ruido que hacan los cazadores, pero a juzgarporlos movimientos de cabeza de mipadre, saba que no estaba contento.

    --Est furioso, -susurr Ulape.--No, todava no, -le dije-. Cuando est enfadado de

    veras suele tirarse de la oreja.Los hombres que acarreaban fardos hasta la canoa haban dejado de

    trabajar y contemplaban en silencio a mipadre y al Capitn Orlov. Los guerreros de nuestra tribuestaban tensos, al extremo del sendero que abocaba a lacaleta.

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    La canoa parti en direccin al navo repleta de pieles.Cuando llegaba al barco, el Capitn Orlov alz el brazo desde la playa ehizo una seal. Al regresar de nuevo la canoaa la playa traa un cofre negro que dos de los cazadores depositaron

    sobrela arena.El Capitn Orlov levant la tapa del cofre y extrajo varios collares.

    Haba escasa luz ambiente, pero aun as lascuentas centelleaban conforme las iba moviendo hacia unoy otro lado. Junto a m Ulape contena el aliento embargada por laexcitacin, y podamos or los gritos de placer delas mujeres de la tribu que se hallaban escondidas entre losmatorrales.Pero aquellos gritos de entusiasmo cesaron como por ensalmo cuando mi

    padre mene la cabeza y volvi la espaldaal cofre. Los aleutianos permanecan silenciosos. Nuestroshombres abandonaron su guardia al final del sendero, y empezaron aavanzar

    unos cuantos pasos, esperando sin duda la seal de mi padre.27--Una vuelta de cuentas de cristal por cada piel de nutria no es lo que

    habamos convenido, -dijo mi padre.--Una vuelta, y una punta de hierro para fabricar una

    lanza, -concret el Capitn Orlov levantando los dedos enel aire.--El cofre no contiene todo eso, -repuso mi padre.--Pero es que hay ms cofres en el barco, -explic

    el ruso.--Pues entonces trelos a la playa. Tenis ya vosotros

    en el buque ciento cinco fardos de pieles, y quince msaqu, en la caleta. Necesitar otros tres cofres del mismotamao.El Capitn Orlov dijo algo a sus aleutianos que yo no

    pude entender, pero pronto qued aclarada la significacinde sus rdenes. Haba muchos cazadores en la caleta, y enel momento en que se lo mand comenzaron a llevar aprisa ms y ms fardoshasta la canoa.Junto a m, Ulape estaba casi sin respiracin.--Crees que nos darn los dems cofres? -susurr a

    mi odo.--No confo en esa gente.--Cuando tengan toda la carga en el buque intentarn

    escapar.--Posiblemente.Los cazadores aleutianos tenan que pasar junto a mi

    padre para llegar a la canoa, y cuando el primero de ellosse le acerc, mi padre se cruz en su camino.

    --El resto de los fardos tiene que quedarse aqu -dijo,mirando de frente al Capitn Orlov-, hasta que los cofresestn en la playa.El ruso se enderez secamente y seal con la mano las

    nubes que galopaban por el espacio en direccin a la isla.--Pienso cargar antes de que llegue la tormenta, -avis.--Pues entonces dame los otros cofres, y yo te ayudar

    con nuestras canoas, -contest mi padre.El Capitn Orlov qued silencioso. Su vista recorri despacio toda la

    caleta. Mir a nuestros hombres que estaban28de pie sobre una roca a una docena de pasos. Luego dirigila mirada hacia los farallones, y de nuevo se fij en mi padre. Despushabl con sus aleutianos.

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    En realidad no s lo que ocurri primero, si fue mi padrequien atac al cazador cuyo camino cerraba vigilante, o biensi este hombre, -que llevaba un fardo de pieles a la espalda-, dio unempelln a mi padre echndolo bruscamente a

    un lado. Todo sucedi tan aprisa que no podra asegurar unau otra cosa. Pero cuando me levant de un salto, Ulape chill, y sonaronotros gritos por todo el acantilado, vimos uncuerpo que yaca sobre las rocas. Era el de mi padre, quientena el rostro ensangrentado. Con cierta lentitud acab irguindose.Con sus lanzas amenazadoramente empuadas nuestros

    hombres corrieron, atravesando el arrecife para enfrentarsecon sus adversarios. En aquel instante apareci una nubecilla blanca enuncostado del barco. Un fuerte ruido origingran eco en los farallones. Cinco de nuestros guerreros cayeron,permaneciendo luego inmviles.Ulape volvi a proferir un alarido, y lanz un pedazo de

    roca en direccin a la caleta. El proyectil cay junto al Capitn Orlov

    sinhacerle dao alguno. Empezaban a lloverpiedras en la cala, procedentes de diversos puntos a lo largodel acantilado, y varias de ellas hicieron blanco en los cazadoresaleutianos. Nuestros guerreros trabaron entoncescombate con ellos, y ya fue muy difcil distinguir los cuerpos de unos ydelos otros.Ulape y yo nos quedamos asomadas al vaco, contemplando con

    desesperacinla lucha, pero sin tirar ms piedras porque temamos herir a nuestrospropios guerreros.Los aleutianos abandonaron sus fardos de pieles sobre la

    arena, y sacaron de la funda sus cuchillos. La lnea que formaban loscombatientes de cada bando se prolongaba a lo

    largo de la playa. Caan algunos hombres sobre la arena,para volver a levantarse y pelear con ms encarnizamiento.Otros, en cambio, se derrumbaban para no levantarse ms.Mi padre estaba entre los ltimos.29Durante bastante tiempo tuvimos la impresin de que

    bamos a acabar ganando el combate, pero el Capitn Orlov,que sali remando en direccin a su buque al empezar labatalla, regresaba ya con ms aleutianos.Nuestros hombres fueron retrocediendo, sin dejar de luchar con la

    espaldahacia el acantilado. Quedaban ya pocos,y sin embargo combatan sin ceder apenas terreno.Empez a soplar un fuerte viento. De pronto el Capitn

    Orlov y sus hombres dieron media vuelta y emprendieronveloz carrera hacia la canoa. Los nuestros no les persiguieron. Una vezllegados al barco los cazadores, se izaron lasvelas y el navo avanz despacio entre los dos peascos queprotegen el acceso a la caleta.Antes de desaparecer el buque pudo observarse una nubecilla de humo en

    elpuente. Bajbamos Ulape y yo corriendo hacia la playa cuando unchirriantesonido, -comoel de un pjaro volando velozmente-, zumb por encima denuestras cabezas.La tormenta estall en aquel momento, azotando la lluvia nuestros

    rostros. En seguida aparecieron otras mujeres

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    corriendo junto a nosotras dos, y sus gritos dominaban elfragor del viento. Al final del sendero nos tropezamos conlos guerreros de la tribu. Muchos eran los que haban combatido en laplaya; pocos cedieron terreno ante el empuje

    de sus adversarios, y los que lo hicieron fue por hallarseheridos.Mi padre yaca sobre la arena. Empezaban a pasarle las

    olas por encima. Contemplando su cuerpo me di cuenta deque nunca debi comunicarle al Capitn Orlov su nombresecreto. De vuelta en el poblado todas las mujeres, -baadas en llanto-,ylos hombres, -con la tristeza reflejada enel rostro-, se mostraron de acuerdo en que dicho erroracab debilitndolo, hasta hacer que perdiera la vida en lalucha contra el ladrn ruso y sus cazadores aleutianos.__________________________30

    CAPTULO V__________________________

    Aquella noche fue la ms espantosa de que hubiera memoria enGhalas-at. Cuando amaneci el da fatdicola tribu contaba cuarenta y dos varones, incluyndose en lalista los que eran demasiado viejos para luchar. Al llegar lanoche, y una vez que las mujeres hubieron transportado ala aldea los muertos en el combate de la Caleta del Coral,slo quedaban quince hombres. De ellos, siete eran muyviejos.No haba en el poblado una mujer que no llorase la prdida de un padre

    o

    de un esposo, de un hermano o deun hijo.La tormenta dur dos das completos. Al empezar el tercero enterramos

    nuestros muertos en el promontorio quehaba al sur de la isla. Tambin retiramos los cuerpos de losaleutianos que haban cado en la playa, y los quemamos.Durante muchos das el pueblo estuvo quieto. La gente

    sala de sus cabaas para buscar comida y regresaba paraingerirla en silencio. Algunos opinaban que lo mejor eratomar nuestras canoas y trasladarnos a la isla de Santa Catalina, quequedaa respetable distancia de la nuestra endireccin Este, pero otros afirmaban que all escaseaba el31

    agua. Por ltimo, celebramos una reunin, y como resultadode la misma se decidi permanecer en Ghalas-at.En aquel consejo escogimos tambin un nuevo Jefe que

    sustituyera a mi padre. Se llamaba Kimki. Era ya bastanteviejo, pero en su juventud fue un excelente cazador, y siempre una buenapersona.

    La noche en que lo elegimos para Jefe nos reuni a todosy dijo:

    --La mayora de los que ayudaban poniendo trampaspara la caza y buscando peces en las aguas profundas, oconstruyendo canoas, han desaparecido. Las mujeres, dequienes nunca solicitamos otra cosa sino que permanecieranen la casa, guisaran, tejieran nuestros vestidos, deben ocupar ahora el

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    Por dondequiera que anduvisemos en la isla, en el mar; lomismo cuando pescbamos que cuando comamos, y aun alsentarnos junto al fuego por la noche, nuestros difuntos nosrodeaban. Todos tenamos alguien que llorar. Me acordaba de mi padre, tan

    alto y fuerte, tan bueno. Haca yaalgunos aos que mi madre muriera, y desde entonces Ulape y yo estuvimosintentando hacer lo que ella ya no podaejecutar en beneficio de la familia. Ulape con mayores posibilidades queyo, por ser de ms edad. Ahora, tambin mi33padre se haba ido de este mundo. Y no era fcil cuidar deRamo, que siempre estaba metido en algn lo.Lo mismo que nos ocurra a mis hermanos y a m estaba

    pasando en otros hogares de Ghalas-at; pero, lo repito, msque las cargas y trabajos que sobre todos recaan en las nuevascircunstancias, nos angustiaba la memoria de quienesya no volveran nunca a nuestro lado.Una vez almacenados los alimentos precisos para pasar

    el invierno, -y ahora cada cabaa estaba repleta de todo lonecesario-, an tenamos ms tiempo para pensar sobrenuestros muertos. Al cabo una especie de estupor generalse extendi por todo el pueblo. La gente permaneca horasenteras sentada, sin hablar ni rer.Al llegar la primavera, Kimki convoc una reunin de

    la tribu. Nos dijo que haba estado pensando durante todo elinvierno. Finalmente decidi que se embarcara en una canoa, y, navegandohacia el Este, pensaba arribar a una tierra en la que ya estuvo una vezsiendo muchacho. Estaba avarias jornadas de viaje por el mar, pero intentara llegarhasta all y buscar un sitio para todos. Hara el viaje ensolitario porque no poda, -dada la necesidad que de suayuda tenamos los supervivientes de la tribu-, llevarse aninguno de los hombres que quedaban para que le acompaaran. Prometi

    volver.El da que Kimki se march era una clara jornada. Nos

    reunimos todos en la caleta para verlo salir con su gran canoa. Llevabadosrecipientes llenos de agua, y el suficientepescado seco para alimentarse durante muchos das.Observamos todos atentamente a Kimki mientras ste

    remaba a travs de los peascos de la entrada a la cala. Pocoa poco fue cruzando entre los bancos de algas, hasta llegaral mar abierto. Una vez all se volvi hacia nosotros moviendo los brazosen seal de despedida. Contestamos delmismo modo a sus saludos. El sol, que empezaba apenas alevantarse en el cielo, trazaba un rastro de plata sobre lasaguas. Nuestro Jefe desapareci siguindolo en la lejana.

    Durante toda la jornada hablamos animadamente del34viaje. Llegara Kimki a aquel lejano pas del que nada conocamos los dela tribu? Regresara antes de terminar elinvierno? Corramos el riesgo de no volverlo a ver?Aquella noche nos sentamos en torno al fuego, y estuvimos charlando

    mientras soplaba el viento y las olas se estrellaban rtmicamente contralaorilla.

    Transcurrida la primera luna desde la marcha de Kimkiempezamos a vigilar su retorno. Cada da alguien se apostaba de maneraquepudiera vigilar incansablemente el mar;

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    incluso cuando haba tormentas, o la niebla rodeaba nuestra isla. Todaslasnoches nos sentbamos alrededor del fuego, preguntndonos si el siguientesol nos traera a Kimki

    de vuelta a casa.Pero la primavera vino y se fue, y el mar segua vaco.

    Kimki no volva! Aquel invierno hubo unas cuantas tormentas, y la lluviafue suave, terminando antes de lo acostumbrado. Ello significaba quedebamos tener cuidado conel consumo del agua. En los viejos tiempos los manantialesperdan caudal en ocasiones, y nadie se preocup demasiadopor una cosa as, pero ahora todo era motivo de alarma.Hubo muchos que llegaron a temer que murisemos de sed.--Otras cosas hay ms importantes que esa preocupacin, -dijo Matasaip,

    quien haba ocupado el puesto deKimki como Jefe de la tribu.Matasaip hablaba de los aleutianos, porque se acercaba

    la poca del ao en que, como en veces anteriores, solan

    acercarse por la isla. Pusimos vigas que inspeccionaban elmar desde los acantilados en busca de velas rojas. Se celebr tambin unconsejo abierto para discutir el asunto, losplanes a ejecutar por si aparecan de nuevo los aleutianos.Carecamos de los guerreros precisos para impedirles desembarcar, o parapoder salvar la vida si decidan atacarnos, locual era ms que probable. En definitiva se decidi huir tanpronto como fuera avistada su embarcacin.Se almacen agua y algunos alimentos en canoas que

    quedaron ocultas entre las rocas del extremo Sur de la isla.Los acantilados de aquella parte eran muy altos y cortados35casi a pico, pero tejimos una fuerte cuerda de algas secas yla aseguramos al extremo superior de los mismos para quecayera colgando hasta el agua. Tan pronto como se diera la

    alarma respecto al barco de los aleutianos, iramos todos alfaralln y nos dejaramos caer cuerda abajo, uno a uno.A continuacin saldramos remando en nuestras canoasrumbo a la isla de Santa Catalina.Aunque la entrada a la Caleta del Coral era demasiado

    estrecha para que pudiera usarla un barco en la oscuridadde la noche, se colocaron centinelas en las inmediaciones afin de cubrir turnos de guardia desde el anochecer hasta laaurora, aparte de los dispuestos por el da.Poco tiempo despus, una noche de luna llena, vino un

    hombre corriendo hasta el poblado. Estbamos todos dormidos, pero susgritos nos despertaron rpidamente.--Los aleutianos! -chillaba desaforadamente-. Los

    aleutianos!

    Era lo que esperbamos, y estaba todo dispuesto para hacer frente a lasituacin, aun cuando tenamos mucho miedoen el poblado de Ghalas-at. Matasaip fue de cabaa en cabaa recomendandocalma, y advirtindonos que no preparsemos para la huida cosas que luegono bamos a necesitar. Por mi parte cog la falda de fibra de yuca,porqueenfin de cuentas haba pasado muchos das trabajando en ella.Tambin quera llevarme mi capa de nutria marina.Poco a poco y en silencio fuimos saliendo de la aldea,

    siguiendo el sendero que lleva hacia el sitio en que tenamosescondidas las canoas. La luna empezaba a ocultarse, y veamos un dbilresplandor hacia Oriente. Empez a soplar unfuerte viento.

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    Todos hablaban a la vez y la confusin era tremenda.Nanko procur adoptar una expresin seria y concentrada, lo cual le

    resultaba muy difcil porque su boca recibiun corte en la batalla con los aleutianos, y desde entonces

    siempre pareca estar sonriendo. Levant la mano pidindonos queguardramos silencio.--El barco ha venido por una razn, -nos comunic solemne-. Para

    sacarnosa todos de Ghalas-at.--Y dnde nos llevarn? -pregunt yo.Era ya una buena noticia que la embarcacin no perteneciera a los

    aleutianos; pero, dnde querra el hombreblanco que furamos?--No s adnde, pero Kimki s est enterado, y ha sido

    l quien pidi a los blancos que nos llevaran consigo.Sin decir una palabra ms Nanko dio media vuelta y

    se puso en marcha. Todos le seguimos. Tenamos cierto temor acerca decul

    pudiera ser nuestro futuro, pero ramos,al mismo tiempo, muy felices.__________________________38

    CAPTULO VI__________________________

    No habamos cogido nada para llevrnoslo cuando pensamos quetenamosque huir; as, que la excitacin y algazara eran notables al prepararahora

    nuestra marcha pacfica. Nanko iba y vena por fuera de las cabaas,incitndonos a apresurarnos.

    --El viento se va haciendo fuerte, -chillaba-. El barcose ir sin vosotros.

    Llen dos cestas con las cosas que quera llevarme. Tresfinas agujas de hueso de ballena, un punzn para abrir agujeros, un buencuchillo de piedra para desollar, dos cazuelasde barro, y una cajita hecha de concha con muchos pendientes dentro de lamisma.

    Ulape tena dos cajitas llenas de pendientes, -siemprehaba sido mucho ms presumida que yo-, y una vez lashubo colocado en los cestos con todo lo dems que querallevarse, se hizo una delgada marca con piedra blanda azuldesde una mejilla al extremo de la otra, pasando por encima de la nariz.

    Lamarca mostraba que Ulape no tenamarido.

    --Que se va el barco! -grit Nanko.39

    --Si se marcha, -le contest Ulape chillando tambin-, ya volvercuando haya pasado la tormenta.Mi hermana estaba enamorada de Nanko, pero le gustaba rerse de l.--Vendrn otros hombres a la isla, -le deca-. Y sern

    mucho ms guapos y ms valientes que los que se marchan.--Pero vosotras sois tan feas que les entrar miedo, y

    en seguida se irn otra vez.El viento soplaba a rfagas, fuerte pero discontinuo,

    cuando bamos abandonando el poblado. Los ramalazos de

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    viento nos llenaban la cara de arena. Ramo iba haciendo cabriolas alfrentede la expedicin, portando una de nuestrascestas, pero antes de que hubiera pasado mucho tiempo regres a toda

    velocidad diciendo que se haba olvidado de suvenablo. Nanko estaba de pie sobre el acantilado, hacindonos gestos paraque furamos an ms aprisa, as es que,sujetando a mi hermano, le imped que volviera a la aldeasegn su deseo.El barco estaba anclado fuera de la caleta, y Nanko nos

    advirti que no poda aproximarse ms a la orilla, por temor al dao quepudieran causarle si lo haca las altas olasde aquel momento. Rompan contra el arrecife y los acantilados con elsonido del trueno. Hasta donde alcanzaba la vista la lnea de la orillaherva de espuma.Haba dos botes en la playa de la cala. Junto a ellos permanecan

    cuatrohombres blancos, y conforme bamos descendiendo por el senderillo que

    conduca a la arena uno deesos blancos nos hizo seas de que acelersemos la marcha.Nos hablaba en una lengua que nadie entenda.Todos los hombres de la tribu, excepto Nanko y el Jefe

    Matasaip, estaban ya a bordo del navo. Mi hermano Ramoya haba subido tambin, nos inform Nanko. Yo lo habavisto correr otra vez a ponerse delante de la expedicin,cuando le prohib que regresara al poblado en busca de sulanza. Nanko dijo que haba ido en el primer bote que salide la caleta.Matasaip dividi a las mujeres en dos grupos. Luego empujaron

    40los botes hasta hacerlos entrar en el agua, y mientras estaban subiendo ybajando sin cesar fuimos ocupndolos lo mejor que podamos.La caleta estaba en parte protegida del fuerte viento,

    pero tan pronto como iniciamos el paso entre las dos grandes rocas queguardaban la entrada, y nos lanzamos al marabierto, unas olas gigantescas se desplomaron sobre nosotros. Hubo unosmomentos de gran confusin. La espumadel desenfrenado oleaje nos baaba por entero. El bote enque yo viajaba picaba hacia el fondo con tal violencia queen un momento dado podamos ver el barco que nos esperaba, y al instantesiguiente ya haba desaparecido. Sin embargo, logramos llegar hasta sucostado, y con mltiples apuros nos fuimos izando hasta el puente.El barco era grande, como varias de nuestras canoas. Tena dos altos

    mstiles, y entre ambos estaba de pie un jovende ojos azules y negra barba. Era el que mandaba a los blancos, alparecer,pues empez a dar gritos y todos le obedecan rpidamente. Se izaron las

    velas, y dos de los hombresempezaron a tirar de la cadena que sujetaba el ancla.Llam a mi hermano sabiendo que era un chico muy curioso, y por tanto

    loms normal es que estuviera mezcladocon los hombres que maniobraban la nave. El viento ahogmi voz y no obtuve respuesta. El puente estaba tan lleno degente y de bultos que resultaba difcil moverse, pero me lasarregl para ir de un extremo a otro del barco sin dejar degritar llamando a Ramo. Nadie contest. Los dems de latribu tampoco lo haban visto por all.Al fin pude ver a Nanko. Yo estaba temblando de miedo.

    Le grit:--Dnde anda mi hermano?

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    Me repiti lo que ya haba dicho en la playa, pero cuandoestaba hablando, Ulape, que se mantena a su lado, sealhacia la isla. Mir hacia el mar, a lo lejos, al otro lado delpuente. Corriendo a lo largo del acantilado, tremolando en

    triunfo su lanza, estaba nuestro hermano Ramo.Las velas se haban hinchado y el buque empezaba a

    41moverse despacio. Todo el mundo contemplaba los farallones, incluso loshombres blancos. Corr junto a uno y le seal a Ramo, pero l movi lacabeza y se march de all.El barco iba cogiendo velocidad. Sin poderlo evitar, llor.El Jefe Matasaip me tom del brazo.--No podemos volver a por Ramo. No es posible esperar

    ms, -me dijo-. Si lo intentamos, el barco se destrozarcontra las rocas.--Pero tenemos que hacerlo! -chill-. Hay que recoger a Ramo!--El barco volver uno de estos das, -me indic Matasaip-. Y tu

    hermano

    estar bien en la isla. Tiene alimentos para comer, fuentes para beber, yno le falta sitio endonde dormir.--No!! -grit.La cara de Matasaip adquiri la dureza de la piedra. Haba dejado de

    escucharme. Volv a gritar, pero mi voz se perdi en el ulular delviento.La gente se reuni en torno morepitiendo lo que dijera el Jefe, pero todo aquello no me serva a m deconsuelo.Ramo haba desaparecido de la punta del acantilado, y

    yo saba que en ese instante corra por el sendero que llevaba a la playade la cala.El barco empez a rodear el banco de algas. Cre que

    regresaba a la orilla. Contuve la respiracin esperando los

    acontecimientos. Luego, poco a poco, cambi de nuevo sudireccin, tomando rumbo al Este. En aquel momento cruc el puente y,aunque muchas manos me sujetaban para impedrmelo, me tir de cabeza almar.Una ola me envolvi por completo, y notaba cmo descenda y descenda

    hasta creer que nunca iba a volver a lasuperficie. Cuando emerg, el buque estaba lejos. Slo podaverle las velas entre el agitado oleaje.Por mi parte agarraba todava fuertemente la cesta con

    todas mis pertenencias, pero pesaba un horror, y me di cuenta de que nopoda nadar tenindola sujeta. Dejndola hundirse, empec a bracear haciala orilla.42

    Apenas poda ver las dos grandes rocas que guardaban

    la entrada de la Caleta del Coral, pero la verdad es que nome encontraba atemorizada. Muchas veces haba nadadohasta distancias mayores, aunque no en una tormenta.Iba pensando mientras nadaba cmo castigara a Ramo

    cuando alcanzase al cabo la orilla, pero al sentir la arenabajo mis pies, y verlo a l esperndome al borde de las olas,agarrando fuertemente su lanza y con expresin de extremo abatimiento, seme olvidaron todos mis propsitos. Cade rodillas junto a Ramo, y me abrac convulsivamente asu cuerpo.El barco haba desaparecido.--Cundo volver? -me pregunt el chico. Estaba con

    los ojos arrasados en lgrimas.--Pronto, -contest.

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    Lo nico que me dola es que mi bonita falda de fibrade yuca se haba estropeado sin remedio con la aventura.Con el trabajo que me cost tejer aquella preciosa falda!__________________________

    43

    CAPTULO VII__________________________

    El viento soplaba fuertemente conforme bamos subiendopor el sendero, cubriendo aquella meseta con arena quenos azotaba las piernas y oscureca la luz del sol. Como nopodamos encontrar el camino cierto en medio de la tempestad, optamos porrefugiarnos entre unas rocas, y all estuvimos hasta caer la noche. Apartir de entonces el viento

    amain, sali la luna, y merced a su luz alcanzamos elpoblado.Las cabaas parecan fantasmas a la fra luz lunar. Cuando nos

    acercamoso un extrao sonido, como si alguien corriese. Pens que era un ruidoproducido por el viento, perocuando estuvimos ya al lado de nuestras cabaas, pudimosver docenas de perros salvajes merodeando por los alrededores. Huyeronantenuestra presencia, lanzando gruidosal alejarse.La manada deba de haber invadido el poblado poco despus de nuestra

    marcha, pues se haban comido casi todoslos abalones que nosotros no nos llevamos al barco. Losperros haban recorrido todas las cabaas sin duda, porque

    Ramo y yo tuvimos que buscar a fondo antes de encontraralimento bastante para la cena. Estbamos luego consumiendo44esos vveres junto a una pequea fogata, y podamos ora los perros en la colina, no muy lejos. Durante toda lanoche sus aullidos llenaron el aire, llegndonos arrastradospor el viento. Pero cuando sali el sol y me present fuerade la cabaa, la manada huy hacia su guarida, que estabaen la zona Norte de nuestra isla, en una amplia cueva.Nos pasamos aquel da buscando comida. El viento azotaba toda el rea,

    ylas olas estallaban con furia contra lacosta, de manera que no se poda ir a buscar marisco entrelos arrecifes. Recog unos cuantos huevos de gaviota entre

    los acantilados y Ramo atraves con su venablo unos cuantos pececillos enun gran charco, una especie de pequealaguna conectada irregularmente con el mar, y en la que senotaban por tanto las mareas. Trajo a casa su pesca exhibindola muyorgulloso colgada a la espalda. De ese modojuzgaba haber reparado su falta al quedarse en tierra cuando todos seibanal barco.Con unas cuantas semillas que recogimos en un barranco pudimos

    ofrecernosuna esplndida comida, aunque tuveque guisarlo todo sobre una piedra plana. Mis cazuelas debarro estaban en el fondo del mar.Los perros salvajes retornaron al poblado aquella noche.

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    Atrados por el olor del pescado se sentaron en la colinainmediata, aullando y grundose unos a otros. Poda vercmo brillaba reflejado en sus ojos el resplandor de nuestrafogata. Al amanecer desaparecieron.

    A la siguiente jornada la superficie del ocano estaba encompleta calma, y pudimos recoger muchos abalones entrelas rocas de la orilla. Sirvindonos de algas tejimos aprisaun cesto de forma grosera, que estaba ya repleto antes deque el sol ascendiera hasta la cspide. Al regresar al poblado, llevandocada uno una asa de la cesta repleta de abalones, nos detuvimos en elacantilado para observar el horizonte. El aire estaba muy limpio ypodamosver, en direccin hacia donde se fue el barco, hasta una respetabledistancia.--Volver hoy? -pregunt Ramo.

    45--Quiz -repuse, aun cuando estaba ms inclinada a

    creer lo opuesto-. Pero supongo que an tardar en regresar varios soles,

    porque el pas al que se diriga est muylejos.Ramo me mir de frente. Brillaban sus negros y grandes ojos.--No me importa si el barco no viene ya nunca, -dijo.--Por qu dices eso? -le pregunt.Ramo se qued pensativo, dndole vueltas a su venablo

    para hacer un agujero en el suelo.--Dime, por qu? -volv a preguntarle.--Porque me gusta vivir aqu contigo, -respondi-. Es

    mucho ms divertido que cuando estaban todos los dems.Maana voy a ir al escondite de las canoas, y me traer unaa la Caleta del Coral. La usaremos para pescar, y para irdando vueltas por todo el contorno de la isla.--Son demasiado pesadas para que t solo puedas echarlas al agua.--Espera y vers.

    Ramo abomb el pecho. Alrededor del cuello tena uncollar de dientes de elefante marino, seguramente una posesin abandonadapor los que se fueron. Era demasiado grande para l, y adems los dientesno estaban completos nienteros, pero hicieron un fuerte sonido cuando Ramo, conun movimiento rpido, clav el venablo entre l y yo.--Olvidas que soy el hijo de Chowig, -me advirti.--No, no lo olvido, -repuse-. Pero eres un chico pequeo an. Puede que

    llegues algn da a ser grande y fuerte, y entonces ser cuando consigasmanejar una canoa tangrande como sas.--Soy el hijo de Chowig, -repiti, y mientras hablaba

    sus ojos se iban agrandando-. Soy su hijo, y, puesto quel muri, he ocupado su puesto. Ahora soy el Jefe de Ghalas-at. Todos mis

    deseos han de ser obedecidos.--Pero primero tienes que hacerte un hombre. Y ya sabes, segn lacostumbre tradicional tendr que azotarte con46un ltigo lleno de pinchos, y despus atarte junto a un nidode hormigas rojas.Ramo qued plido. Haba visto los ritos en cuestin,

    usuales en la tribu, y los recordaba bien. Con toda rapidezinsinu:--Como no hay hombres que puedan presidir el ritual,

    quiz no tengas que someterte a la prueba del ltigo y lashormigas, Jefe Ramo.--No s si ese nombre me ir bien, -afirm sonriente, y

    luego lanz su dardo contra una gaviota en vuelo bajo-.

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    Voy a empezar a pensar en algo mejor.Estaba contemplndolo cuando se puso de puntillas para

    enviar el venablo por los aires: un muchacho de piernasdelgadas y brazos no muy fuertes, llevando un collar de

    dientes de elefante marino. Ahora que se haba convertidoen el Jefe de Ghalas-at todava iba yo a tener ms dificultades con l,pero sent un impulso irresistible de precipitarme hacia mi hermano yabrazarlo estrechamente.--He pensado en un nombre, -dijo al regresar del sitio

    donde fuera a recoger el venablo lanzado, sin xito, contrala gaviota.--Ah, si?, dime, cul es? -mi tono era solemne.--Soy el Jefe Tanyositlopai.--se es un nombre muy largo, y adems difcil de pronunciar.

    --Pronto lo aprenders, -asegur el Jefe Tanyositlopai.No tena por mi parte intencin alguna de dejar al Jefe

    Tanyositlopai ir solo al lugar donde los hombres de la tribuescondieron las canoas, pero, al despertarme a la maana

    siguiente, Ramo no estaba en la cabaa. Tampoco andaba porel exterior, y me di cuenta de que se haba marchado durante la noche enbusca de su objetivo anunciado el daanterior.Estaba asustada. Pens en los mltiples peligros que le

    acechaban. Ya haba bajado por la cuerda de algas una vez,pero tendra muchas dificultades intentando empujar lascanoas, incluso la ms pequea, para sacarlas de su escondite47entre las rocas. Y en caso de que, pese a todo, pudierahacer flotar una de ellas sin herirse, iba a ser capaz de remar parasacarla de aquella ensenada, donde la marea y las olas son tan fuertes?

    Sin dejar de pensar en todos los peligros posibles empec a dirigirmeall para impedirle cometer locuras.

    No haba recorrido todava un gran trecho del sendero

    cuando ya me preguntaba a m misma si no sera mejor dejarle bajar elacantilado l solo. No podamos saber cundoregresara el barco para recogernos, y hasta que tal ocurriera ramos mihermano y yo los nicos habitantes en todala isla. Por tanto, Ramo tendra que convertirse en unhombre antes de lo que hubiera sido preciso acompandonos los demsmiembros de la tribu, pues era seguro quenecesitara su ayuda para multitud de cosas durante ese perodo deespera.

    De pronto di media vuelta y enfil el camino que conduca a la Caletadel Coral. Si Ramo pudiera colocar la canoaen el agua, y dominar los peligros que ofrecan las corrientes en aquellazona arenosa donde se guardaban las embarcaciones, sin duda alcanzara lacala cuando el sol estuviera

    ya alto en el cielo. Le esperara entonces en la playa, porque, dndeestla diversin de un viaje si nadie te estesperando para darte la bienvenida...?

    Dej de pensar en Ramo para concentrarme en la bsqueda demejillones.Pensaba en los vveres que podamosreunir entre los dos, y en el mejor medio de protegerlos delas incursiones de los perros salvajes cuando ninguno estuviramos en elpoblado. Intent recordar lo que Matasaipme recomendara. Por primera vez dudaba de que el barcoregresara alguna vez. Estaba preguntndomelo sin cesarmientras trabajaba, y alc la cabeza numerosas veces paraespiar mientras desprenda los moluscos de las rocas. Contempl con

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    aprensin el inmenso espacio del ocano que seextenda, hasta donde la vista alcanzaba, enteramente vaco.

    El sol ascendi todava ms en el horizonte, pero no haba an sealde

    Ramo. Empec a sentirme inquieta. Haba48llenado mi cesto, y lo sub hasta la meseta que coronaba elacantilado.Una vez en la cumbre estuve mirando hacia la baha, y

    luego por toda la lnea de costa hasta la lengua de tierraarenosa que se meta en el mar como un anzuelo. Poda verla procesin de las olas lamiendo la arena, y ms all de lalengua arenosa, donde las corrientes adquiran mayor furia,una lnea curva de espuma incesante.Esper en la meseta hasta que el sol alcanz la vertical.

    Despus me apresur a llegar al poblado, esperando queRamo hubiese vuelto all en tanto yo recoga moluscos yaguardaba su llegada junto a la orilla. Nuestra cabaa estaba vaca.

    Con toda rapidez escarb en el suelo para hacer un agujero, met en lmicaptura de mejillones, y luego hice rodaruna piedra para proteger de los perros salvajes el depsito.A continuacin sal en direccin al extremo Sur de la isla.Dos senderos llevaban hasta aquel lugar, uno a cada lado

    de cierta duna arenosa especialmente grande. Ramo no apareca por el queyotom, y pensando que pudiera regresara casa por el otro no dej de llamarle mientras corra. Nadieme contest. Sin embargo, all lejos oa el ladrido excitadode los perros.Los aullidos caninos se hicieron ms agudos e insistentes

    conforme me iba acercando al acantilado. Cesaban y, trasuna corta pausa, volvan a hacerse insistentes y sonoros. El

    sonido me llegaba del lado opuesto de las dunas; as, pues,abandonando la pista que segua, empec a trepar hasta elborde arenoso superior.A poca distancia, al otro lado de la gran duna, cerca de

    los farallones que se precipitaban en el mar, vi a toda lamanada de perros salvajes. Haba muchos y estaban trotando en crculo.En medio del fatal crculo estaba Ramo. Yaca de espaldas, y su

    gargantamostraba una profunda herida. Se hallaba inmvil.Cuando lo levant me di cuenta en el acto de que haba

    49muerto. Tena otros desgarrones y heridas en su cuerpo, producidos todospor los afilados dientes de los perros. Llevabamuerto bastante rato, y a juzgar por sus huellas en la tierra

    comprend que nunca lleg a escalar el acantilado para deslizarse al otrolado.Los perros salvajes estaban en el suelo no lejos del cuerpo de mi

    hermano. En el costado de uno de ellos apareca elvenablo de Ramo, partido y hundido en el flanco del animal.

    Llev a mi hermano hasta el poblado, llegando allcuando el sol estaba ocultndose. Los perros me siguierontodo el camino, pero cuando, -despus de depositar su cuerpo sobre elsuelode la cabaa-, sal al exterior con unamaza en la mano, todos se apartaron, corriendo hasta unacolina no muy alta de las cercanas. Uno de ellos, grande ygris, con pelo crespo y espeso y ojos amarillentos, se marchel ltimo. Deba de ser el jefe de la manada.

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    Estaba oscureciendo rpidamente, pero los persegu pesea todo. Los perros se retiraban lentamente mientras yoavanzaba contra ellos, sin que ninguno de ambos bandosprofirisemos sonido alguno. Les segu por dos crestas y un

    valle, hasta llegar al sitio donde tenan su cueva, al piede un escarpado faralln. Uno a uno se metieron dentro.

    La boca de la caverna era demasiado ancha y alta parallenarla de piedras. Recog unos cuantos matorrales y arbustos secos, ylesprend fuego, pensando irlo empujando luego, poco a poco, dentro de lacueva. Supona que podra seguir con la tarea toda la noche, pero prontoseme acab el material combustible de las cercanas.

    Cuando sali la luna abandon el lugar, y desanduve elcamino hasta volver a mi cabaa en el poblado.

    Estuve toda la noche velando el cuerpo de mi hermano,sin dormir un instante. Me jur a m misma que algn daregresara a la cueva para matar a todos aquellos perros

    salvajes. A todos, sin excepcin. Pensaba en cmo hacerlo,desde luego, pero la mayor parte del tiempo mis pensamientos iban haciaRamo, mi hermano muerto.__________________________49

    CAPTULO VIII__________________________

    No recuerdo muy bien aquellos das pero s que fue unperodo de varios soles y lunas. Pensaba en cul serami suerte habindome quedado sola en la isla. No sal del

    poblado para nada. Hasta haber terminado mi provisin deabalones no fui siquiera a buscar comida.Y, sin embargo, recuerdo perfectamente el da en que decid no volver a

    habitar jams en la aldea.Era una maana de espesa niebla, y las olas sonaban a

    lo lejos rompiendo contra los arrecifes. En aquel momentome di cuenta de lo silencioso que estaba el poblado, un pensamiento quenunca me acometiera anteriormente. La niebla entraba y sala por lapuertade las vacas cabaas. Alelevarse o descender iba constituyendo fantsticas figuras,trazos que me recordaban a personas ya muertas, o a quienes se fueron enelbarco con los hombres blancos. El ruido

    del oleaje me pareca un confuso rumor de voces humanas.Permanec sentada largo tiempo, viendo tales formas yescuchando las presuntas voces, hasta que el sol fue tomando fuerza yacabpor disolver la niebla. Luego encend unahoguera junto a la pared de una de las cabaas. Cuando lacabaa entera ardi hasta no dejar sino cenizas, repet la51operacin en la siguiente. As, una a una, las destru todas,de forma que slo un puado de ceniza marcase la situacindel antiguo poblado de Ghalas-at.

    No tena nada que fuera mo; excepto la cesta que hiceel primer da para guardar los vveres. Por eso marchabarpida por la isla, y antes de caer la noche ya haba llegado

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    al sitio donde deba vivir hasta la llegada del barco.Mi nueva residencia se encontraba en un lugar apropiado. Sobre un

    promontorio, a media milla de la Caleta delCoral. Haba all una roca de gran tamao, con dos rboles

    tpicos de la isla: retorcidos y pequeos. Al otro lado de laroca un espacio llano, de diez pasos de largo, protegido delviento y con vistas a toda la cala y el gran ocano, era elsitio escogido. Un manantial flua de un barranco inmediato.

    La primera noche trep a lo alto de la roca para dormir.Era llana en la cspide, y lo bastante ancha para permitirme estirar laspiernas. Asimismo quedaba a la altura suficiente del suelo para notenermeque preocupar de los perros salvajes cuando estuviese durmiendo. No loshabavuelto a ver desde el da en que mataron a Ramo, pero estaba segura dequepronto vendran a visitarme en mi nuevaresidencia.

    La roca era asimismo til para almacenar la comida quehaba logrado ir guardando, y cualquier otra cosa que pudiera serme deutilidad. Como estbamos todava en invierno, y en cualquier momentopodapresentarse de nuevo elbuque, no tena sentido guardar ms alimento del necesario. Pude, pues,dedicar mi tiempo a fabricar armas con las que defenderme de la manadadeperros salvajes, quesin duda podan atacarme en un momento dado, para irlosmatando, uno a uno, a todos ellos.

    Tena una maza que encontr en una de las vacas cabaas, perotambinnecesitaba un arco, flechas y una buenalanza. El venablo de Ramo que arranqu del cuerpo del

    perro muerto a su lado era poca cosa; apenas me servapara alancear algn pez que otro.

    Las leyes de Ghalas-at prohiban que las mujeres de la52tribu fabricasen armas, as es que part en busca de algunaque hubiera podido quedar abandonada en la isla. Primeroinvestigu entre las cenizas del poblado, removindolas paraintentar hallar alguna punta de flecha; luego, al no encontrar ninguna,mellegu hasta el sitio donde se haban escondido las canoas de la tribu,imaginando que quiz estuvieran las armas dentro de las mismas, junto alagua y losvveres almacenados.No encontr nada en las canoas amontonadas bajo el

    acantilado. Despus, acordndome del cofre que los aleutianos trajeron alaorilla, me puse a caminar hasta la Caletadel Coral. Yo misma haba podido ver el cofre durante lainfortunada batalla, y no recordaba que los aleutianos selo hubiesen llevado consigo al huir.La playa estaba vaca, excepto unas ristras de algas que

    la tormenta arrojara a la arena. La marea haba bajado, yempec a buscar dnde poda estar el cofre de nuestrosenemigos.Ulape y yo nos habamos quedado justo al lado del arrecife viendo cmo

    sedesarrollaba el combate. La arena eraall muy suave, y cav diversos agujeros pequeos con un

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    palo. Iba hacindolos en crculo amplio, suponiendo que la tormentahabracubierto de arena mi futura presa.Hacia el centro del crculo el palo tropez con algo duro,

    que estaba segura sera una roca; pero al agrandar el agujerocon mis manos a fin de comprobarlo, me di cuenta que resultabaser la tapa del cofre.Me esforc en desenterrarlo durante toda la maana. El

    cofre estaba a cierta profundidad, y no quera sacarlo porentero. Me bastaba poder llegar a levantar la tapa delmismo.Cuando el sol estuvo en el cenit apareci la marea, en

    continuos y fuertes embates, llenando el agujero que ya tena abierto dearena en bastante cantidad. Procur quedarme all, luchando contra eloleaje, para saber exactamentednde se encontraba el ansiado cofre. Cuando la marea volvi53a bajar comenc a atacar la arena con los pies, y luego,

    furiosamente, con ambas manos.El cofre estaba lleno de collares de cristal, brazaletes ypendientes de muchos colores. Me olvid de todas las armasque esperaba haber encontrado en l. Alzaba una a unaaquellas chucheras para verlas al trasluz, movindolas deforma que reflejaban los rayos solares. Me puse al cuello el collar demsbonitas cuentas, el ms largo, -uno de tonosazules-, y un par de brazaletes del mismo color, que se ajustabanexactamente a mi mueca. Luego empec a pasear porla orilla, admirndome a m misma.

    Fui de un extremo a otro de la cala. Las cuentas y brazaletesproducan un agradable sonido. Me senta como laprometida de un gran jefe el da de sus esponsales, conforme iba paseandojunto a las olas, arriba y abajo de la caleta.

    Llegu hasta el arranque del sendero, donde se haba librado labatalla final. De repente recordaba aquellos quecayeron en dicho lugar, y quines eran los que trajeron elcofre con todas sus maravillas. Corr hasta el mismo, y durante largotiempo estuve de pie junto a l, mirando los brazaletes y las cuentas quependan de mi cuello, tan hermosasy brillantes bajo el fuerte sol.

    --No pertenecen a los aleutianos, -me deca ensimismada-. Ahora sonmos.

    Pero, aun dicindolo, saba en mi interior que nunca podra llevartales adornos.

    Uno a uno me fui desprendiendo de ellos. Acab arrancndome todas lascuentas, y tomando despus las que haba dentro del cofre. Entr en elagua, y, una vez entre las

    olas, las arroj lo ms lejos que pude, hacia aguas bien profundas.No haba ninguna punta de hierro, susceptible de constituir la basedemi futura lanza, entre el contenido entero delcofre. Cerr la tapa y lo cubr todo con arena.

    Mir luego por el escenario de la batalla, especialmenteal pie del sendero, pero al no hallar nada que pudiera servirme abandonlabsqueda.

    Durante muchos das no se me ocurri pensar en las54armas que necesitaba; sin embargo, vinieron una noche losperros, se sentaron bajo la roca en que me albergaba, y estuvieronaullando

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    y gruendo hasta el amanecer. Llegadala aurora se retiraron, pero no muy lejos. Durante todo el da pudeverlosyendo de aqu para all entre las espesuras,

    vigilndome.Al caer la noche retornaron al promontorio. Haba enterrado al pie de

    la roca lo que quedaba de mi cena, pero ellosla desenterraron, gruendo y luchando unos con otros paraobtener los miserables restos. A continuacin empezaron a ir arriba yabajopor los alrededores de la roca, olisqueando el aire, porque mis huellasestaban frescas y calculaban queyo me encontraba en las cercanas.

    Durante mucho tiempo estuve tumbada en la cspidede la roca mientras ellos trotaban inquietos debajo de m.Me hallaba a cierta altura y de ningn modo podan alcanzarme, pero peseaello no estaba enteramente tranquila.

    Pensaba en lo que poda ocurrirme si desobedeca a la leyde la tribu que nos prohiba a las mujeres construir armas,es decir, si no haca el menor caso a semejante tradicin, yme procuraba lo necesario para defenderme en la isla ahoraque estaba sola.

    Acaso soplaran los cuatro vientos en las cuatro direcciones, y mearrastraran cuando estuviera fabricndomedichas armas? O quiz temblara la tierra, -como muchosaseguraban-, enterrndome bajo montones de rocas? O bien,segn opinin de algunos de la tribu, se levantara todo elmar en una terrible ola que anegase el conjunto de las islas? Puede queincluso las armas se rompieran en mis manos cuando mi vida estuviera enpeligro, conforme nos aseguraba mi padre...

    Estuve pensando en semejantes amenazas durante dosdas completos, y a la tercera noche, cuando regresaron los

    perros salvajes a montar su guardia bajo la roca, tom ladecisin de que, pese a todos los pesares, iba a construirmelas armas necesarias para enfrentarme a ese peligro. La55maana en que empec la tarea el espanto me dominabapor entero.Me propona servirme de un colmillo de elefante marino

    para la punta de la lanza, ya que es de dureza y curvaturaapropiadas. Haba muchos de esos animales cerca de micampamento, pero careca de arma con la que matar unejemplar. Los hombres de la tribu solan cazarlos con unafuerte red hecha de algas; red que arrojaban encima del elefante marinoentanto dorma el animal. Para dicha operacin se necesitaban al menos tres

    hombres, pero, pese a todo, en ms de una ocasin el poderoso bicho sezafaba de la trampa y lograba escapar al mar.Para mis propsitos iniciales fabriqu una punta agresiva con cierta

    razde forma conveniente, que endurec luegoen una fogata. Ms tarde at la raz a un largo palo valindome de lostendones de una foca que mat con un pedrusco.El arco y las flechas me llevaron ms tiempo, causndome grandes

    dificultades hasta tenerlos listos. Tena ya lacuerda para el arco, pero no resultaba sencillo encontraruna madera que tuviera la flexibilidad y dureza necesarias.Rebusqu por todos los barrancos de la isla a lo largo dedas antes de encontrarla; ya he dicho anteriormente quelos rboles escaseaban en la isla de los Delfines Azules. La

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    madera precisa para las flechas ya fue ms fcil de encontrar, y lo mismolas piedras afiladas que serviran de puntas, y las plumas del otroextremo.En realidad el trabajo de recoger todos los elementos necesarios para

    construirme un armamento suficiente no fuelo ms difcil. Haba tenido ocasin de presenciar cmo losde mi tribu se fabricaban sus armas. VI ms de una vez ami padre, sentado dentro de la cabaa en una noche invernal, cortando ypreparando la madera para las flechas, golpeando los pedazos de piedraparaponerles punta, y atandolas plumas en la parte posterior para dirigirlas; pero ahorame daba cuenta de que no haba visto nada. S, estuve mirando,56repito, en ms de una ocasin, pero no con el ojo dequien va a necesitar alguna vez repetir la operacin.sa es la razn de que me costara tanto esfuerzo, tantos

    fracasos, y tantos das, poder ultimar un arco y flechas que

    sirvieran para algo.Dondequiera que fuese en mis caminatas por la isla, bienhacia la orilla cuando recoga moluscos, o una caada en busca de agua,llevaba terciado a la espalda el arco y su carcajcorrespondiente, y empuaba con vigor un buen venablo.Hice prcticas de ambos hasta cansarme.Los perros no vinieron al campamento mientras me dediqu a construir

    lasarmas, aun cuando ninguna noche dejde escuchar a lo lejos sus aullidos prolongados.Un da, -despus de tener ya armas-, pude ver al lder

    de la manada, aquel que tena el pelo gris y los ojos amarillentos,observndome en silencio desde el matorral. Haba57ido al barranco a por agua, y l estaba en el repecho de

    encima del manantial, mirando hacia abajo y vigilndome.No se mova en absoluto, y nicamente asomaba la cabezapor entre un arbusto. Estaba demasiado lejos para propinarle un flechazocon seguridad de acierto.Tras la primera noche que pas en lo alto de mi roca,

    noche poco confortable a causa de las desigualdades y asperezas de lamisma, haba ido llevando desde la playa algaspara tener algo mullido debajo de mi cuerpo. Ahora era unlugar muy agradable, en el extremo del promontorio, conlas brillantes estrellas por techo. Me tumbaba de espaldas ycontaba las que ya conoca, dndoles nombres a las muchasque me eran desconocidas.Por la maana las gaviotas salan en bandadas de sus

    nidos, construidos aprovechando hendiduras de faralln.

    Daban vueltas volando por encima del pedazo de playa que58quedaba entre los arrecifes y la arena, y luego descendan aese lugar, echndose agua unas a otras, descansando sobreuna pata y luego sobre la otra, peinndose y alisndose elhmedo plumaje con sus picos curvos. Al otro lado del banco de algas lospelcanos estaban ya de caza, elevndosesobre las claras aguas, y dejndose caer luego como un proyectil encuantoavistaban un pez, golpeando el mar con unpeculiar chasquido que escuchaba incesantemente tumbadaboca arriba en mi roca.Tambin vea desde mi observatorio a las nutrias marinas buscando su

    alimento en la zona del banco de algas.

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    Esos tmidos animales haban regresado a la isla despus deirse los aleutianos, y pareca haber ahora tantos como antesde la matanza. El sol de la maana haca que brillaran comoel oro sus relucientes pieles.

    Y, sin embargo, mientras estaba all encima mirando porejemplo hacia las estrellas, no dejaba de pensar en el barcode los hombres blancos. Y al llegar la aurora, cuando empezaba aextendersesu resplandor por toda la superficie delmar que abarcaba yo desde la roca, mi primera mirada ibainfaliblemente hacia la Caleta del Coral. Cada maana buscaba all elbarcoen cuestin, soando con que haba llegado durante la noche. Y cadamaanatambin, nada vea excepto las gaviotas chillando y revoloteando por esarea.Cuando Ghalas-at estaba habitado normalmente yo siempre me levantaba al

    rayar el da, y estaba la jornada entera

    ocupada con mil tareas. Ahora, como poco era lo que tenaque hacer, no abandonaba la roca hasta que el sol estabaalto en el horizonte. Entonces coma, y luego me llegabahasta la fuente para tomar un bao en el agua de la misma,caliente a esas horas. Despus bajaba hasta la orilla del marpara recoger algunos abalones y, a veces, alancear peces queme sirvieran de cena. Antes de caer la noche volva a trepara lo alto de la roca, y contemplaba el mar hasta que, poco apoco, se difuminaban sus contornos en la noche.El barco no vino, y esperndolo transcurri el invierno y

    la primavera.__________________________59

    CAPTULO IX__________________________

    El verano es la poca mejor en el clima de la Isla de losDelfines Azules. El sol es clido entonces, y los vientosresultan suaves, soplando principalmente del Oeste, y en algunas, -raras-ocasiones, del Sur.Era durante aquellos das justamente cuando ms posibilidades haba del

    regreso del barco, y en consecuencia mepasaba la mayor parte del da en lo alto de la roca, mirandodesde aquel promontorio hacia el Este, en direccin al pasal que march mi pueblo a travs de aquel mar que no tena fin.

    Una vez, estando de vigilancia, pude identificar un pequeo objeto enlainmensa superficie del ocano. Al principio juzgu que era un barco, perosurgi una columna devapor y comprend que se trataba de una ballena que salaa la superficie para respirar. Durante aquellos das veraniegos no viningn otro indicio del mismo tipo.La primera tormenta del invierno acab con mis esperanzas. Si el barco

    delos hombres blancos iba a volver en mibusca, lo lgico hubiera sido aprovechar el tiempo ms favorable paranavegar hacia la isla. Ahora tendra que esperar hasta que pasase elinvierno; quiz an ms tiempo.60

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    El pensamiento de estar enteramente sola en la isla,mientras tantos y tantos soles se levantaban del mar, y volvan al cabodeunas horas a hundirse en l, llenaba mi corazn de tristeza. No me haba

    sentido tan solitaria antesporque estaba segura de que el barco retornara, como elJefe Matasaip dijo, pero ahora no tena ya esperanza de queas fuera. Estaba terriblemente sola, sa era la verdad. Pasunos das sin apetito, y por la noche tena terribles pesadillas.

    La tormenta esperada acometi a la isla desde el Norte,enviando olas enormes contra las costas, y vientos tan fuertes que nopodayo permanecer en la roca. Me arregl unlecho de algas y hojarasca al pie de la misma, y para protegerme mantuveencendida una hoguera toda la noche. Deesa manera dorm cinco noches. Durante la primera vinieron los perrossalvajes a observarme, sin atreverse a cruzarel anillo de fuego. Mat a tres con mis flechas, pero no pude

    hacer lo mismo con el jefe de la manada. A partir de esanoche ya no volvieron.Al sexto da, cuando la tormenta hubo cesado, fui hasta

    el sitio donde los hombres de la tribu escondieron las canoas, y me dejdeslizar hasta el final del acantilado. Aquella parte de la orilla estabaprotegida del viento, y encontrlas canoas en igual situacin que las haban dejado. Los vveres anestaban en buenas condiciones, pero el agua noserva ya; as, que regres a la fuente para llenar una vasija.

    Haba decidido durante los das de la ltima tormenta,una vez pens en que no vala la pena esperar el regreso delbuque, que cogera una de las canoas de la tribu e ira pormis propios medios hasta el pas que estaba al Este de la isla.Recordaba cmo Kimki, antes de partir, pidi consejo a susantepasados, a todos los antecesores que vivieron en pasadas pocas y que

    haban llegado justamente desde aquelpas a nuestra isla. Tambin solicit Kimki la opinin deZuma, el hombre brujo de la tribu, quien tena poder sobreel viento y los mares. Pero aquello era algo que yo no podahacer, porque Zuma muri en la batalla contra los aleutianos,61y yo en toda mi vida nunca pude comunicarme con losespritus de los muertos, pese a haberlo intentado repetidamente.Y, sin embargo, no puedo decir que tuviera verdadero

    miedo mientras preparaba mi viaje en la orilla. Saba quemis antepasados cruzaron el mar en sus canoas, viniendo deaquel pas que estaba al otro lado, y adems Kimki tambin fue capaz decruzarlo. Yo tena la misma habilidad queaquellos hombres en el manejo de una canoa, pero debo indicar que

    cualquiera que fuera la suerte para m reservadaen ese inmenso espacio acutico, la cosa no me aterraba. Eramenos temible que el pensamiento de permanecer sola enla isla, sin un hogar, sin nadie con quien tratar, perseguidaaqu y all por una manada de feroces perros salvajes, ycon un ambiente que me recordaba por doquier a quieneshaban muerto, y a los que lograron escapar de semejanteprisin.De las cuatro canoas que haba apoyadas en el extremo

    inferior del acantilado escog la ms pequea, que aun asera muy pesada, pues poda albergar a seis personas. Debaintentar arrastrarla por toda la rocosa orilla, metindola enel agua despus a una distancia de cinco o seis veces la largura de laembarcacin.

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    guiando mi rumbo la estrella, que brillabaen el Este. Horas despus, ya entrada la noche, ese lucerose elev y se elev, y entonces cambi mi direccin segn loque marcaba la Estrella del Norte que estaba a mi izquierda, la que

    nosotros llambamos Estrella que nunca vara.El viento empezaba a calmarse. Como siempre ocurra

    lo mismo pasada la primera mitad de la noche, por ese detalle saba yocunto tiempo llevaba viajando, y cundo llegara nuevamente la aurora.De pronto me di cuenta de que la canoa haca agua. Antes de anochecer

    haba vaciado uno de los recipientes queusaba para almacenar vveres, y me dediqu a achicar laque entraba por la borda con el movimiento debido al oleaje. Pero el aguaque ahora bailaba en torno a mis rodillasno provena de las olas.Dej de remar y puse en movimiento la vasija en cuestin, hasta

    conseguirsecar la canoa. Despus comenc abuscar en la oscuridad, tanteando las pulidas tablas que componan mi

    embarcacin hasta encontrar un sitio junto a laquilla en el que se producan las filtraciones, por la existencia de unaraja tan larga como mi mano y de la anchura deun dedo puesto de canto. La hendidura estaba en un sitioque no permaneca constantemente en contacto directo conel agua, pero sta entraba por el agujero cada vez quela canoa se hunda hacia adelante entre las olas.En las canoas de mi tribu las junturas entre tabla y tabla solan

    protegerse con un betn que recogamos a florde agua en la orilla. Al no tener en esos instantes nada parecido, rasguun pedazo de mi falda y lo utilic para taparla raja. Aquello detuvo de momento la entrada del agua enel interior de la canoa.El alba dio paso a un cielo pursimo, y cuando el sol sali

    64

    de entre las olas vi que estaba muy a la izquierda. Durante la noche mehaba ido desviando hacia el Sur, respecto a mi rumbo exacto, y corregahora el error de direccin, remando afanosa a lo largo del sendero quesobre lasaguas marcaba el sol de la maana.No soplaba el viento, y las olas, alargadas y suaves, venan a

    estrellarse en continuo rumor contra mi embarcacin. Pude, por tanto,avanzar con mayor rapidez que lanoche anterior.Estaba cansada, pero con mayores esperanzas que en

    cualquier otro momento desde que sal de la isla. Si no cambiaba el buentiempo iba a cubrir muchas leguas bogandohasta el anochecer. Otra noche, y todo el da siguiente, mepermitiran avistar ya la tierra hacia la que navegaba.

    Poco despus de la aurora, cuando estaba pensando enaquellas extraas tierras hacia las que me diriga, y sobrelo que encontrara all, la canoa empez a hacer agua otravez. La nueva hendidura estaba entre las mismas tablas quela otra, pero era mayor y ms cercana al sitio donde yo bogaba,arrodilladaen el centro de la embarcacin.La hilacha que desgarr de mi falda, y empuj dentro de

    la hendidura, sirvi para detener la entrada de casi toda elagua. Con el vaivn del oleaje la entrada de agua era incesante, y esoalivi algo la situacin. Sin embargo, me dabacuenta de que las planchas estaban mal de un extremo aotro de la canoa, probablemente por haber quedado sta tantas horas fueradel agua y sometida a los rigores del sol.

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    Aquellas tablas podran abrirse longitudinalmente si lasolas golpeaban con ms fuerza en el punto dbil.Repentinamente me di cuenta de que era peligroso seguir adelante. El

    viaje hasta la tierra desconocida durara

    an dos das, quiz ms incluso. En cambio, volviendo denuevo a remar en direccin a la isla, no tendra que viajartanto tiempo.Pero fuera como fuese no poda resignarme al abandono

    de mi proyecto. El mar estaba en calma y haba llegado yamuy lejos. El pensamiento de regresar despus de tanto trabajo65era insoportable, y an peor la idea de volver a una isladesierta, viviendo en ella sola y olvidada durante nadie sabecuntas lunas y soles ms.La canoa se deslizaba perezosamente por el tranquilo

    ocano, mientras yo le daba vueltas a la cabeza con esasideas. Cuando vi que, pese a todo cuanto ya llevaba hechopara evitarlo, el agua tornaba a entrar en el fondo de la

    canoa, empu el remo con d