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SAN FELIPE NERI Presbítero (1515-1595) San Felipe Neri: El profeta de la alegría cristiana Patrono De Roma y el Lacio, provincia a la que pertenece Roma. Protector De la juventud, fue inspirador de Don Bosco, y es invocado en los terremotos (porque sus ruegos salvaron a Roma) y contra la depresión por ser el santo más alegre. Identificativo principal Rezando a la Virgen, cuya devoción propagaba. Identificativo secundario Un lirio en el piso, ya que San Felipe Neri inculcaba la pureza a través de la alegría y no de la penitencia Fecha litúrgica 26 de mayo Cronología de los acontecimientos más importantes de la vida y obra de San Felipe Neri 22 de julio: bautismo de San Felipe en el bautisterio de San Juan, por ser Juan Bautista di Jacopo bautizante. En ese mismo año nace también Santa Teresa de Ávila.

1517 7 de febrero: nacimiento de la segunda hermana de San Felipe, Elizabeth. León X confía a la Confraternidad de los Florentinos construir en Roma la iglesia nacional de los florentinos, la futura San Juan de los Florentinos.

1520 8 de septiembre: nacimiento de Antonio, hermanito de San Felipe. Muere poco después; de igual manera, en fecha no precisa, muere la mamá. El padre se vuelve a casar, primero, con Alejandra Lenzi y poco después, vuelto a quedar viudo, se casa con otra mujer que le dará un hijo: Rafael, quien muere muy pequeño. Los Neri se trasladan a Costa San Giorgio.

1523 Nace, el 25 de abril, Santa Catarina De'Ricci, en Florencia. A los 13 años entra al monasterio de las Dominicas de Prado.

1524 Francisco Neri queda matriculado entre los notarios florentinos.

1528 Fundación de los Capuchinos.

1530 San Antonio Ma. Zacaría funda a los Barnabitas o Clérigos Regulares de San Pablo.

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1532-33 San Felipe deja la casa paterna y se traslada, pasando por Roma, a casa del tío Rómulo Neri, en San Germán (actual Cassino); transcurridos cerca de dos años, San Felipe, después de haber frecuentado el Monasterio de Montecassino y de haber estado en Gaeta, en la “Montaña hendida”, se traslada a Roma, teniendo alojamiento en casa de Galeoto del Caccia, a cuyos hijos educa: Miguel llegará a ser sacerdote y rector de San Donato in Chille, en Florencia, e Hipólito se hará cisterciense con el nombre de don Andrés.

1534 San Ignacio, de Loyola funda la Compañía de Jesús o Jesuitas.

1535 San Felipe, no obstante que mantiene una sincera amistad con San Ignacio, no acepta entrar en la Compañía de Jesús, antes bien, se inscribe en la Confraternidad de los Espirituales, entonces operantes en S. Jerónimo de la Caridad, dirigida por Monseñor Cacciaguerra y Persiano Rosa, su confesor, y en la Compañía de San Jacobo, en Augusta, que opera en el solar de la antigua Sociedad del Divino Amor para la asistencia de los enfermos de aquel hospital, ya llamado de los incurables.

1539 Muere, muy joven, San Antonio María Zacaría.

1544 Vigilia de Pentecostés: San Felipe, en las Catacumbas de San Sebastián, vive una profunda experiencia mística: el Espíritu Santo, en forma de flama, le entra por la boca, dejando huellas, inclusive físicas, rompiéndole dos costillas.

1543-63 Concilio Ecuménico de Trento en tres fases: la primera se desarrolla en Trento y en Bolonia, las otras dos en Trento.

1548 San Felipe, en colaboración con Persiano Rosa, instituye la Confraternidad de la Santísima Trinidad de los Peregrinos Convalecientes.

1550 Año Santo: San Felipe y su Confraternidad asisten a cerca de 500 peregrinos cada día. Nace San Camilo de Lellis, quien concluirá su vida, después de haber fundado los Ministros de los enfermos, en 1614.

1551 Marzo: San Felipe, por la insistencia del confesor, se encamina al sacerdocio. En esa fecha recibe la tonsura y un poco más tarde las órdenes menores y el subdiaconado en la iglesia de S. Tomás in Parione, de manos de Juan Lunelli, obispo de Sebaste.

Sábado Santo: San Felipe recibe el diaconado en la Basílica de San Juan de Letrán.

23 de mayo: San Felipe es ordenado sacerdote en la Iglesia de S. Tomás, in Parione.

Desde ese momento San Felipe deja la casa de Cacciaguerra y entra definitivamente en el grupo de S. Jerónimo, con sede en el antiguo Convento de los Menores, puesto a disposición en 1524 con el compromiso de asegurar el ministerio de la iglesia anexa.

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1554 San Felipe transfiere a un local de la Iglesia de San Jerónimo (primer oratorio) los encuentros de meditación y plegaria que hasta entonces se desarrollaban en su recámara.

Entre ellos sabemos que participa en esos años el treintañero Francisco Ma. Tarugi (1525-1608), que se hará sacerdote y después cardenal.

1556 Son de este año los Avisos particulares de las Indias de Portugal. Documentos tenidos este año por dos reverendos padres de la Compañía de Jesús, San Felipe quedará profundamente conmovido y transmitirá el fervor misionero a sus discípulos.

1557 César Baronio entra a formar parte del Oratorio. San Felipe acogerá también a Antonio Gallonio (1556-1605), el futuro biógrafo del santo, mientras que el primero llegará a ser el padre de la historia eclesiástica (Anales).

1559 Abril: grave crisis en el oratorio. San Felipe es investigado por el cardenal Vicario Virgilio Rosario y llegan a ser prohibidas las peregrinaciones con el pretexto del orden público. La crisis termina por ser superada con la imprevista muerte del Cardenal Rosario (22 de mayo); el Papa Paulo IV, mejor informado, manda a San Felipe, como signo de reconciliación, dos ceras de la anterior Candelaria.

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11 de octubre: en Florencia en el Rione de S. Pancracio, en la casa del yerno Bernabé Trevi, esposo de Catarina, muere Francisco, papá de San Felipe.

1564 San Felipe llega a ser rector de la Iglesia de San Juan de los Florentinos, en la cual pone la residencia, inclusive de sus discípulos. Entre tanto, Baronio es ordenado sacerdote; poco después, también Juan Francisco Bordini y Alejandro Fedeli

1565 A ventaja de sus discípulos, residentes en San Juan de los Florentinos, San Felipe dicta la primera regla de la convivencia oratoriana.

1567 15 de mayo: muere Catarina, hermana de San Felipe, la cual se había desposado en 1553 con el negociante en sedas Bernabé Trevi, ya viudo y con dos hijos (Bastiano y Alejandro) y una hija (Francisca, que se hace monja en S. Pedro Mártir). De su matrimonio, Caterina procreó dos hijas, ambas monjas después, Diadora (1553) con el nombre de sor Ana María y Lucrecia (1556), con el nombre de sor M. Victoria; San Felipe escribirá a sus sobrinas interesantes cartas.

1571 Año de la victoria de Lepanto. Entra Gigli al Oratorio, y es ordenado sacerdote en 1573 y muerto en 1591.

Muere Juan Animuccia (nacido en 1534), inscrito en la Confraternidad de San Jerónimo de la Caridad, con San Felipe, hasta el 12 de enero de 1555. El ha tenido un papel determinante en el uso de los laude en las reuniones del Oratorio.

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En 1571-72, después de una probada experiencia positiva y otras circunstancias sobre venidas, se delinea claramente la idea de una comunidad de sacerdotes regularmente constituida con una habitación propia y una iglesia propia.

1572-85 Pontificado de Gregorio XIII (Ugo Boncompagni).

1572 San Felipe cura a Baronio de una fiebre persistente.

1575 15 de julio: con la bula de erección Copiosus in misericordia, Gregorio XIII reconoce oficialmente a la comunidad de San Felipe (la Congregación de Sacerdotes y Clérigos Seculares, con vida común, llamada del Oratorio) y le asigna la iglesia de Santa María in Vallicela, llamada más tarde Chiesa Nuova por la reconstrucción tenida desde los cimientos: el 27 de septiembre, el cardenal Alejandro Medici, el futuro León XI, colocó la primera piedra.

El 4 de febrero nace, en Castello di Serilli, en Francia, Pierre de Bérulle, futuro fundador del Oratorio francés (1611); morirá el 2 de octubre de 1629

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1578 San Carlos Borromeo funda los Oblatos, en Milán.

1579 Se funda la comunidad del Oratorio en San Severino Marche (Macerata).

1583 Bosquejo de las Constituciones del Oratorio, en doce y después en cuatro artículos, redactadas por Bordini; siguen los bosquejos de 1588, 1595 y 1601; en 1609 inicia la redacción definitiva, concluida en 1610, y aprobada por Paulo V en 1612. 1584 San Camilo de Lellis funda a los Camilos o Ministros de los Enfermos en el mismo año en que muere San Carlos Borromeo.

1585 La Congregación del Oratorio asume el cuidado de la Abadía Nullius de San Juan in Verme, en Abruzzo, con relativa autoridad ordinaria y responsabilidad de miles de almas.

30 de agosto y 11 de octubre: San Felipe escribe largas cartas, casi tratados espirituales, a sus dos sobrinas religiosas en Florencia, sor Ana María y sor María Victoria Trevi, respectivamente.

1586 Se funda la Congregación del Oratorio en Nápoles, después dominada por el espíritu reformador de Talpa, y apoyada por Baronio y Tarugi.

1588 San Felipe comienza a residir establemente en la Vallicella.

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1590 Muere Santa Catarina de Ricci

1591 Verano: estalla en Roma una epidemia.

1592 César Baronio publica el opúsculo Diálogo de la alegría cristiana.

1595 En la noche, entre el 25 y 26 de mayo, muere San Felipe, después de haber recibido el Santo Viático del Cardenal Federico Borromeo. El 2 de agosto es abierto el proceso para su canonización.

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1596 Isabel, hermana de San Felipe, casada con Antonio Cioni y viuda en el mismo año del matrimonio (1558), declara en el proceso para la causa de la beatificación de San Felipe.

1597 Bula de erección de la Congregación del Oratorio de Clérigos Seculares, en Fermo (Ascoli Piceno), y después también en Palermo, por iniciativa del padre Paolo Pozzo.

1598 Es erigida la Congregación del Oratorio de Brescia, desarrollando la ya existente iniciativade los padres de la paz, por obra del padre Francisco Cabrini y del padre Francisco Santabona.

1598-99 San Francisco de Sales, que está en Roma para presentar un examen episcopal, visita el Oratorio: al regreso, en 1599, erige la C.O. de Thonon, debida principalmente a la iniciativa del padre capuchino Cherubino da Maurienne.

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1599 26 de mayo: en el cuarto aniversario de la muerte de San Felipe, el Cardenal Alejandro Medici (después León XI) consagra la Chiesa Nuova y se canta la misa solemnemente por primera vez.

1600 6 de julio: el Cardenal F.M. Tarugi pone la primera piedra de la capilla destinada a acoger los restos, conservados incorruptos, de San Felipe, y edificada a expensas del patricio florentino Nero del Nero, devotísimo de San Felipe.

1602 24 de mayo: en la Vallicella, solemne traslación del cuerpo de San Felipe a la capilla edificada por iniciativa de Nero del Nero.

1603 La máscara de cera que se hizo colocar sobre el rostro de San Felipe por el cardenal Alejandro Medici es sustituida, por el mismo cardenal, por una máscara de plata. 1604 Muere Juvenal Ancina (nacido en 1543), miembro de la C.O. de Roma y después obispo de Saluzzo. Es proclamado beato en 1890, el 9 de febrero.

1605 Es elegido pontífice el cardenal Alejandro Medici con el nombre de León XI, pero es un pontificado brevísimo (apenas 25 días).

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1611 10 de noviembre: primera reunión de seis sacerdotes que constituyen el primitivo núcleo del Oratorio de Francia de Bérulle, reconocido canónicamente el 10 de mayo de 1613 por Paulo V

1612 24 de febrero: con el breve Christi Fidelium Paulo V confirma las Constituciones de la C.O. de San Felipe Neri o Filipenses; la C.O. de Nápoles se vuelve autónoma.

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1615 25 de mayo: beatificación de San Felipe Neri.

1621 Nace en Bolonia la C.O., por obra del padre Licinio Pío, que recibe de Gregorio XV (Ludovisi, ya cardenal de Bolonia) la Iglesia de la Madona di Galliera.

1622 12 de marzo: canonización de San Felipe, mientras Roma lo reconoce como su protector principal y, cada año, el 26 de mayo, excluido el periodo de 1871-1924, la administración de la capital ofrece un cáliz votivo que se deposita sobre el altar de la Vallicella.

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1639 Una reliquia de la costilla de San Felipe es llevada a la iglesia de la C.O. de Nápoles.

1671 Muere el beato Antonio Grassi (nacido en 1592), de la C.O. de Fermo.

1710 Muere el beato Sebastián Valfré (nacido en 1628), de la C.O. de Torino.

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1847 Por iniciativa de John Henry Newman (1801-1890) es erigida la C.O. de Birmingham.

1856 Por iniciativa del padre William Faber (1811-63) es erigida la C.O. de Londres.

1884 Muere el beato Luis Scrosoppi (nacido en 1824), de la C.O. de Udine, restablecida por él en 1856 después de la supresión de 1810; hoy, sin embargo, está extinguida.

1912 Muere el Cardenal Capecelatro (nacido en 1824), que fue de la C.O. de Nápoles y obispo de Capua.

1943 Las varias congregaciones oratorianas, manteniendo no obstante su autonomía, se unen entre ellas en una Confederación.

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1958 La Santa Sede, para suplir la falta de un superior general oratoriano, dispone que exista un visitador o delegado elegido de entre los sacerdotes oratorianos en el congreso general celebrado cada seis años por los representantes de todas de las Congregaciones del Oratorio Internacional.

1965 Muere el cardenal Julio Bevilacqua (nacido en 1881), de la C.O. de Brescia, maestro de Paulo VI, e insigne predicador, párroco y después cardenal.

1995 IV Centenario de la muerte de San Felipe Neri.

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San Felipe Neri nació en Florencia el 21 de julio de 1515. Es uno de los santos más deliciosos del calendario. “El más italiano de los santos”. Sencillo, ingenioso, alegre, extático, imprevisible, músico, poeta, extravagante, vivaz, y optimista por temperamento. Desde niño mostró una inclinación a la virtud, por lo que le llamaban desde “Pippo”, Felipín el bueno, por su piedad, dulzura y amabilidad. Se dedicó a varios oficios, hacia 1532, a los 18 años, despreciando todo honor de casado, deja la familia y su inolvidable Florencia, donde ha transcurrido los años más tranquilos de su adolescencia. Abandonó su casa, por consejo de su padre, para irse a vivir a un lugar llamado San Germán, próximo a Montecasino, “donde estaba —nos dice un testigo de su proceso— un tío suyo rico con muchos miles de escudos y que era mercader”. Su padre le había enviado para que se ejercitase en la mercadería, y el muchacho, aunque no muy hábil para esas cosas, se mostró, en cambio, tan encantador, que su tío pensó dejarle heredero de toda su fortuna.

San Felipe, habiendo comprendido la importancia del buen ejemplo, gracias a la constante y provechosa enseñanza de los padres Dominicos, primero, después bajo la guía providencial de los Padres Benedictinos de Montecassino, que le inculcaron un profundo sentimiento de sí, se dedicó esforzadamente en la batalla asidua contra el propio orgullo. Reconociendo delante de Dios toda su miseria aprendió de los autores ascéticos la así llamada “humildad imperfecta” que le hacía llorar por sus pecados y glorificando a Dios por su grandeza, majestad y santidad, ejercitó la humildad perfecta que amablemente lo impulsaba, como a María en su Magnificat a bendecir con acentos conmovidos a su Señor y Padre.San Felipe ha aprendido, como abeja que recoge, otro aspecto de la vida cristiana: el amor al silencio, al canto, a la penitencia, al trabajo, al diálogo. Ha forjado suficientemente su espíritu, impregnándolo de amor a la oración litúrgica, a la Virgen Santa, a la palabra de Dios, a la cultura, al arte.

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Su tío suyo quiso hacerlo comerciante, pero lo daba todo, no valía para eso. “Yo se lo hubiera dejado todo, si no fuera por esa manía de rezar”. Pero Felipe sentía otros deseos y despreciando toda riqueza, deja al tío Rómulo y su seguro porvenir de mercader en Cassino. Rico sólo de estos íntimos tesoros y de pocas monedas, el futuro santo se encamina nuevamente hacia una meta que, por muchos motivos, se presenta impredecible y en grado máximo incierta, para dirigirse a otra ciudad, grande y peligrosa, como lo era entonces Roma, pese a todas las reconvenciones cariñosas, con un plan no muy definido de vivir en la Ciudad Santa a la manera de ermitaño laico. Esto ocurrió hacia el año 1536. Y ya no volverá a salir de Roma jamás. En las largas noches transcurridas en las catacumbas, antes de la ocasión en que el Espíritu Paráclito los inflamase de amor, San Felipe andaba pidiendo y suplicando a ser manso y humilde de corazón, a fin de que volviese su corazón semejante al suyo, y cuando, purificado por ayunos y súplicas, su espíritu fue admirablemente invadido por el fuego divino, que todo lo penetró, entonces explotó en toda su decisión de reconquistar a cada hombre, rico o pobre, culto o ignorante, al Eterno Dios y a la práctica sincera de la virtud. Viviendo primero pobre y humilde, San Felipe recorrió las calles de la Ciudad eterna para buscar corazones para llevar a Cristo. Pero fue discreto, paciente y benigno aunque insistente y decidido, y también fue comprensivo con todos, pero fue batallador e imparable con el vicio, con el mal, con el pecado. Para San Felipe la humildad era verdad, dulzura, sentido del humor, pequeñez, niñez, mansedumbre, paciencia, serenidad, realismo; y todo esto practicó y enseñó hasta su muerte.

En Roma se encuentra en una situación de pobreza total. No quiere, sin embargo, recurrir a los suyos y se hospedó en casa de un compatriota, Galeotto Caccia, director de la Aduana pontificia, el cual le cedió una piecita debajo de una escalera y se comprometió a ofrecerle una comida al día si él les daba clases a sus hijos, con quien vive durante catorce años entregado a los ayunos y a la oración. La habitación de Felipe no tenía sino la cama y una sencilla mesa. Su alimentación consistía en una sola comida al día: un pan, un vaso de agua y unas aceitunas. El propietario de la casa, declaraba que desde que Felipe les daba clases a sus hijos, estos se comportaban como ángeles. Los dos primeros años Felipe se ocupaba casi únicamente en leer, rezar, hacer penitencia y meditar. Hace sus estudios de filosofía en la Sapienza y de teología en los agustinos, y, una vez terminados aquéllos, inicia sus trabajos de apostolado. Iba a ser el apóstol de Roma, por excelencia. Uno de sus criados y confidentes cuenta que varias veces le preguntaba por qué no se iba a pasar unos días a su tierra natal. Y que él siempre contestaba con gracia: “Lo haré más adelante. Ahora estoy ocupado”.

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Pero luego por inspiración de Dios se dedicó por completo a enseñar catecismo a las gentes pobres. Roma estaba en un estado de ignorancia religiosa espantable y la corrupción de costumbres era impresionante, desolada por el saqueo y desanimada por la revuelta protestante promovida por Martín Lutero. Por 40 años Felipe será el mejor catequista de Roma y logrará transformar la ciudad. Luego abandonó los estudios, había reunido todos los libros que tenía (menos la Biblia y la Suma de Santo Tomás) y los había vendido para distribuir ese dinero entre los pobres, dedicándose totalmente a las actividades de beneficencia. Desde ese momento sólo Dios ocuparía sus pensamientos y su corazón. Repetía: “Si queremos dedicarnos totalmente a nuestro prójimo, no podemos reservar para nosotros ni tiempo ni espacio”. Felipe había recibido de Dios el don de la alegría y de amabilidad. Como era tan simpático en su modo de tratar a la gente, fácilmente se hacía amigo de obreros, de empleados, de vendedores y niños de la calle y empezaba a hablarles del alma, de Dios y de la salvación. Una de sus preguntas más frecuentes era esta: “amigo ¿y cuándo vamos a empezar a volvernos mejores?”. Si la persona le demostraba buena voluntad, le explicaba los modos más fáciles para llegar a ser más piadosos y para comenzar a portarse como Dios quiere.

Entregado sin límites a los pobres, a los humildes, a los jóvenes más abandonados, le corresponde trabajar en un ambiente particularmente difícil. Por aquellos mismos días el papa Adriano V escribía: “Sabemos bien que el mal se ha extendido de la cabeza a los pies, del Papa a los prelados... Todo está viciado”. San Felipe toma abiertamente partido entre los apóstoles de la reforma e inicia para ello una porción de curiosas empresas. A los jóvenes acostumbraba repetir. “Dichosos ustedes que tienen tiempo por delante para hacer mucho bien”. A los que sufrían les recomendaba: “No huyan nunca de la cruz, que Dios les manda, si no, ciertamente, encontrarán otra más grande”. En medio del paganismo que imperaba en el ambiente renacentista romano, Felipe entrega todos sus haberes a los pobres, mientras él ayuna a pan y agua. Pasa los días en obras de caridad, y las noches en las catacumbas de San Sebastián, entregado a la oración y a la penitencia.

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Conocida es la anécdota, para unos, milagrosa y para otros explicable de manera puramente humana, alcanza altísima oración. Lo que más pedía Felipe al Cielo era que se le concediera un gran amor hacia Dios. Sus éxtasis duran horas, y la vigilia de la fiesta de Pentecostés de 1544, estando aquella noche rezando con gran fe, pidiendo a Dios el poder amarlo con todo su corazón, éste se creció y le produjo la dilatación de corazón, y la deformación de dos costillas, curvadas fuertemente para liberar el mismo corazón. Una de ellas se conserva todavía en el Oratorio de Nápoles. Como decimos, hay discusión sobre el alcance exacto de este fenómeno. Pero en lo que no puede haberla es en el amor intensísimo que siempre sentía hacia Dios y hacia las almas. San Felipe entusiasmado y casi muerto de la emoción exclamaba: “¡Basta Señor, basta! ¡Que me vas a matar de tanta alegría! ¡Detén el torrente de tu amor!”. En adelante nuestro santo experimentaba tan grandes accesos de amor a Dios que todo su cuerpo de estremecía, y en pleno invierno tenía que abrir su camisa y descubrirse el pecho para mitigar un poco el fuego de amor que sentía hacia Nuestro Señor. Recibía de Dios grandes consuelos que lo llevaban a exclamar: “Señor, no puedo más, apartaos de mí, que siendo yo mortal, no puedo ya llevar esta avenida de vuestros celestiales deleites”.

Ante esta vida angelical poco podían hacer los asaltos del mal. Un par de mujerzuelas acechan un día contra su castidad. Las pupilas de fuego del Santo las hacen huir asustadas. Con todo, le gustaba rezar así: Señor, no te fíes de mí. Señor, ten de tu mano a Felipe, que, si no, un día, como Judas, te traicionará. (Cuentan que el P. Nieto, santo director espiritual de Comillas, cuando se enteraba de la secularización de algún sacerdote, lloraba: ¡No conocen a Dios, no conocen a Dios! ¿Cómo lo iban a cambiar por una mujer?).

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Cada día, con el Santísimo Sacramento en la mano, repetía: “Señor, cuídate de mí hoy que te traicionaré y haré todo el mal del mundo”, o quizá esas otras: “La llaga del costado de Cristo es grande, pero si Dios no me tiende la mano la haré mayor”. En 1458 fundó con los más fervorosos de sus seguidores una cofradía o hermandad para socorrer a los pobres y para dedicarse a orar y meditar. Con ellos fundó un gran hospital llamado “De la Santísima Trinidad y los peregrinos”, y allá durante el Año del Jubileo en 1757, atendieron a 145,000 peregrinos. Con las gentes que lo seguían fue propagando por toda Roma la costumbre de las “40 horas”, que consistía en colocar en el altar principal de cada templo la Santa Hostia, bien visible, y dedicarse durante 40 horas a adorar a Cristo Sacramentado, turnándose las personas devotas en esta adoración.

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A los 34 años todavía era un simple seglar. Pero a su confesor le pareció que haría inmenso bien si se ordenaba de sacerdote y como había hecho ya los estudios necesarios, aunque él se sentía totalmente indigno, en 1551, a los 36 años se ordena sacerdote por obediencia. Tonsurado en marzo, recibe la ordenación sagrada en mayo. Deja entonces la casa de su bienhechor Caccia y se retira a la iglesia de San Jerónimo de la Caridad. Allí le esperaban las humillaciones y los sufrimientos. Uno de los testigos del proceso nos cuenta, por ejemplo, haber visto a San Felipe revestido de una vieja alba y de unos pobrísimos ornamentos, retirándose con lágrimas del altar porque se le impedía decir misa. Una de las novedades de que se le acusaba era precisamente ésa: la de exhortar a los sacerdotes a decir misa todos los días y a los fieles a comulgar frecuentemente. Recibida la facultad de escuchar las confesiones, apareció entonces en Felipe otro carisma o regalo generoso de Dios: su gran don de saber confesar muy bien. San Felipe comenzó a “incitar ininterrumpidamente a las almas a Cristo”, misión que durará 45 años, interrumpida sólo por la muerte. Ahora pasaba horas y horas en el confesionario y sus penitentes de todas las clases sociales cambiaban como por milagro. Leía en las conciencias los pecados más ocultos y obtenía impresionantes conversiones. Con grupos de personas que se habían confesado con él, se iba a las iglesias en procesión a orar, como penitencia por los pecados y a escuchar predicaciones. Así la conversión era más completa.

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Desea ir a las Indias, como Javier. El P. Ghattino 1e dice de parte de Dios: Roma será tus Indias. En pleno clima de reforma y contrarreforma, el santo expresó su punto de vista con una frase muy eficaz: “Es posible restaurar las instituciones humanas con la santidad, pero no restaurar la santidad con las instituciones”. Condenado a muerte el célebre hereje Paleólogo, antiguo dominico de una extraordinaria capacidad intelectual, sale Felipe a su encuentro cuando le conducían a la hoguera, y le habla con tal convicción y entusiasmo, que consigue su conversión. Así también en su intervención para obtener, gracias a su crédito ante la Santa Sede, la conversión del “buen rey Enrique IV”, que no olvida jamás, según se lee en la Vida de Morosini, “que fue potentemente ayudado por este santo hombre para recobrar la gracia de la que la herejía le había tenido alejado”. Sobreviene poco después, en 1555, en la vida de San Felipe un nuevo personaje verdaderamente singular: Bensignore Cassiaguerra, héroe de una novela que no desmerecía Las mil y una noches, a la que puso fin una visión de Jesucristo con la cuerda al cuello y llevando la cruz. Bonsignore es nombrado superior de la casa, participa plenamente de las “ideas avanzadas” de San Felipe y transforma aquella naciente comunidad de sacerdotes en un primer esquema de lo que habría de ser años después el Oratorio. A los dos amigos viene a unírseles Tarugi, senador de Roma y futuro arzobispo de Aviñón, que tanta influencia tuvo en la magnífica reforma pastoral que se obró en Francia en el siglo XVII. Se une también Baronio, al que, como el anterior, esperaba el cardenalato, y que logra una espléndida labor literaria, entre la que destacan sus Anales eclesiásticos.

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Su obra definitiva fue la fundación de una cofradía, “Oratorio” porque hacían sonar una campana para llamar a las gentes a que llegaran a orar. Oratorio del Divino Amor, una congregación religiosa de sacerdotes, les redactó a sus sacerdotes un sencillo reglamento y así nació la comunidad religiosa llamada de Padres Oratorianos o Filipenses. Esta congregación fue aprobada por el Papa en 1575 y ayudada por San Carlos Borromeo. Años después vemos cómo se une a una pequeña asociación fundada por su confesor con el nombre de La Santa Trinidad de los Peregrinos, para atender a los que se encontraban en necesidad, a pobres y peregrinos, esforzándose en restablecer la visita cárceles y hospitales. La asociación va tomando mayor auge, tiene que marchar de la iglesia de San Salvador a la de San Bernardo y va extendiendo sus actividades. San Felipe, con sus cofrades, visita las prisiones, ayuda a los estudiantes pobres, atiende a los convalecientes y parece llegar a todos con su espíritu y su caridad. San Felipe tuvo siempre en don de la alegría, característica peculiar de su carácter. Donde quiera que llegaba se formaba un ambiente de fiesta y buen humor. Eran conocidas de todos sus discípulos las mil astucias para permanecer humilde e insignificante a los ojos de propios y extraños. Y a veces para ocultar los dones y cualidades sobrenaturales que había recibido del Cielo, usó todo para sí mismo, con alegría, rarezas, aventuras gustosas, desfiguros para hacerse despreciar y no aparecer, se hacía el medio payaso y hasta exageraba un poco sus chistes y chanzas. Las gentes se reían de buena gana y aunque a algunos les parecía que él debería ser un poco más serio, el santo lograba así que no lo tuvieran en fama de ser gran santo (aunque sí lo era de verdad). En efecto, él decía que consigue más fácilmente la perfección cristiana un carácter alegre que un carácter melancólico; por esto repetía a menudo: “¡Escrúpulos y melancolía fuera de la casa mía!” y si veía a un joven triste, aislado, se le acercaba, lo interrogaba afablemente y no lo dejaba hasta que lo hubiese reconducido a la serenidad, bien conocedor de cuán funestas eran las crisis de melancolía en los adolescentes.

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Para defender la alegría cristiana, San Felipe no rechazaba el recurrir -a menudo con el horror de sus contemporáneos- a las bromas, al golpeo juguetón, a burlas convenientes. El hermano Zaboni riñó un día a Felipe porque reía a carcajadas leyendo Las bromas del cura Arlotto: - Los sacerdotes no deben reír ruidosamente. - El Señor es bueno, contestó Felipe. ¿Cómo no va a alegrarse de que sus hijos nos riamos? La tristeza nos hace doblar el cuello y no nos permite mirar el Cielo. Debemos combatir la tristeza, no la alegría. En su casa de Roma reunía centenares de niños desamparados, a los muchachos traviesos de los barrios romanos para educarlos y volverlos buenos cristianos. Enemigo acérrimo del ocio, por eso empleaba cualquier trabajo para tener ocupados a los muchachos, porque concebía la recreación, la diversión sana, como alivio para el alma y como distracción para el cuerpo, pero sobre todo como educación para el hombre. Los educaba conjugando la enseñanza con la diversión San Felipe soportaba de buena gana el que los muchachos hiciesen ruido y disturbasen también a condición de que fuesen alegres y no cometieran pecados. Estos muchachos hacían un ruido ensordecedor, y algunos educadores los regañaban fuertemente. A los que protestaban por el ruido que hacían, solía repetir con argucia y convicción: “Haced todo el ruido que queráis, que a mí lo único que me interesa es que no ofendáis a Nuestro Señor. Lo importante es que no pequéis. Lo demás no me disgusta”. Esta frase la repetirá después un gran imitador suyo, San Juan Bosco. “Con tal de que no cometan el mal, me contentaría con que me rompan los palos en la cabeza”. “Sed buenos... si podéis, les decía comprensivo, con tal de no ofender a Dios, podéis cortar leña sobre mis espaldas”. Busca sobre todo a los niños y a los jóvenes. Para socorrer a los más necesitados, salía a mendigar por las calles. Una vez un tipo, sintiéndose importunado, le dio una bofetada. “Ésta es para mí—le contestó el santo sonriendo—. Ahora dame algo para mis muchachos”.

Se ha iniciado la que pudiéramos llamar “edad de oro” en la vida de San Felipe. Acompañado de aquel grupo de sacerdotes selectísimos, San Felipe se lanza abiertamente al más intenso apostolado. Horas interminables de confesionario, visitas a enfermos y hospitales, organización de distracciones para la juventud... Y, sobre todo, aquellas procesiones populares de las que nos hablan tantos testigos. Sólo un hombre excepcional como San Felipe podía evitar que aquello degenerase en tumulto o en partida profana. Pero no era así: el cortejo se ponía en marcha muy de mañana, todos cantando y rezando, para visitar las siete iglesias romanas. Al mediodía se hacía un alto en una viña, propiedad de un amigo de San Felipe, donde los devotos peregrinos comían en pleno campo. Después se volvía a organizar la procesión, hasta que anochecía. Estas procesiones, que eran frecuentes, tenían, sin embargo, especial solemnidad durante el carnaval, tantas veces licencioso en la antigua Roma de los Papas.

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No le faltaron sinsabores. En los tiempos duros del Papa Paulo IV la Inquisición intervino para examinar las actividades de aquel singular sacerdote. Dicen los testigos que se presentó ante el tribunal con tal humildad y dulzura, que el mismo Papa quedó prendado de él, y hasta mostró alguna vez pena por no poder participar en las devotas peregrinaciones que él organizaba. En tiempos de San Pío V volvió de nuevo la persecución. Se le prohibió organizar procesiones y se le sometió a una estrecha vigilancia por lo que atañía a su predicación. Nuevo triunfo de San Felipe, que se vio rodeado en lo sucesivo de la simpatía del nuevo Pontífice. El Oratorio influyó mucho a través del Cardenal Baronio y otros muchos. Los Papas bendicen el Oratorio. Es más, en repetidas ocasiones, y muy en especial en el pontificado de Gregorio XIV, ofrecen a su fundador el capelo cardenalicio. Pero él se mantiene firme en se deseo de continuar como hasta entonces, sin otro cuidado que el de ejercitar su apostolado con la mayor sencillez que le sea posible. A sus hijos, los oratorianos, les pondrá en la regla la prohibición de “osar bajo ningún pretexto cortejar o acompañar a cardenales u otros personajes, porque habrían de estar al servicio de Dios únicamente”. Y por toda Roma derrama sus caridades, sus fervores, su alegría contagiosa, la certeza de que hay más alegría en la virtud que en el pecado. Es proverbial su don de lágrimas, y de hacer milagros. Se le atribuye haber resucitado al príncipe Paulo Máximo, para que confesase un pecado. A su admirable actividad unió también un profundo espíritu de oración. Viviendo en la Vallicella, transformada después en la magnífica Chiesa Nuova, solía marcharse días enteros a su “asilo de soledad”, que era San Jerónimo. Durante largas horas se entrega a la oración, muy frecuentemente premiado con extraordinarias gracias místicas. Los testigos de su proceso de beatificación nos contarán cómo con frecuencia le costaba recobrarse después de los éxtasis y volver a atender a las cosas de este mundo. Sin embargo, todos a una confiesan que bastaba que se interpusiese en lo más mínimo el bien de las almas, para que San Felipe interrumpiera su oración. Incluso durante la acción de gracias después de la misa, hora por él preferida para el máximo recogimiento, se podía recurrir a él en la seguridad de que inmediatamente se ponía en el confesionario.

En el tribunal de la penitencia conseguía conversiones maravillosas. Cuando celebraba Misa con el pueblo tenía que leer alguna historieta de humor, para que le distrajese un poco, y no caer en un éxtasis de varias horas. Si la celebraba solo, el monaguillo se iba y volvía dos horas después. Cuando terminaba la Misa, despedía a la gente con estas palabras: “La hora de su oración ha terminado; pero no ha terminado el tiempo de hacer el bien”. Una vez tuvo un ataque fortísimo de vesícula. El médico vino a hacerle un tratamiento, pero de pronto el santo exclamó: “Por favor háganse a un lado que ha venido Nuestra Señora la Virgen María a curarme”. Y quedó sanado inmediatamente. A varios enfermos los curó al imponerles las manos.

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A muchos les anunció lo que les iba a suceder en el futuro. En la oración le venían los éxtasis y se quedaba sin darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Muchas personas vieron que su rostro se llenaba de luces y resplandores mientras rezaba o mientras celebraba la Santa Misa. Y a pesar de todo esto se mantenía inmensamente humilde y se consideraba el último de todos y el más indigno pecador. En alguna ocasión parece que la lucha entre su deseo de soledad y el apostolado se hizo particularmente dura. Una visión interior le aclaró su vocación, imprimiendo en lo más profundo de su alma estas palabras: “La voluntad de Dios es que marches por medio del mundo, pero como en un desierto”. Se presenta una vez un joven para ingresar como sacerdote. Felipe percibe que está muy apegado a la vida mundana y con bastante orgullo; pero decide ponerlo a prueba antes de rechazarlo. Le dice: “Toma esta cola (una larga cola de zorro), átala detrás de tus vestidos y con la mayor seriedad da una vuelta por las calles. Cuando estés de regreso, te daré la respuesta”. El joven arrogante le contesta: “No he venido a buscar una vergüenza. No he hecho jamás semejante locura”. Felipe le responde: “Muy bien. Debes saber que entre nosotros no se esperan honores ni riquezas sino renuncias y mortificaciones”. El joven rechazó la idea de hacerse sacerdote. A los jóvenes novicios dominicos San Felipe recomienda: “¡Coman, que el verlos comer me engorda!” A quien quiere llevar silicio le dice: “Llévalo sobre la ropa, no debajo”; o bien: “¡En vez de silicio da limosna a los pobres!” o aún: “¡Ve a arreglar la cama a un pobre mendigo!” Y así otras cosas, porque los episodios y los dichos ahora numerosos y muchos famosos también, se hallan fácilmente en cualquier biografía del santo. Está el hecho de que el santo ha trazado un camino ascético nuevo, cordial, sereno, adaptado a todos, especialmente para quien, por vocación, vive en el mundo. De aquí la enorme importancia que se deriva del desarrollo de la santidad, que se puede definir en verdad evangélica sea por el estilo familiar y humano, sea por el contenido que lo invade. Las fuentes de la espiritualidad de San Felipe, recapitulan y reavivan las normas del bien vivir en el surco de la ascética tradicional y del magisterio tridentino: La integridad de costumbres y la sencillez de vida, “Se espera en la pureza de corazón, porque el

Espíritu Santo habita en las mentes cándidas y sencillas” La paciencia, “¡Pasé este día y después estoy contento!” La obediencia, “El verdadero holocausto que se sacrifica a Dios es el altar de nuestro corazón”,

“Un camino resumido para llegar rápidamente a la perfección”; “es más de estimarse el que se viva bajo la obediencia la vida ordinaria que hacer penitencia por propia voluntad”

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El pleno abandono a la voluntad de Dios, “Como Tú sabes y quieres, así haz conmigo, oh Señor”;

“¡El Señor concede en un momento aquello que no se ha podido obtener en decenas de años!” La dócil aceptación de la cruz, “La grandeza del amor a Dios se conoce por la grandeza del deseo

de que el hombre tenga de padecer por amor suyo”, “Es necesario aceptar la adversidad que Dios manda sin demasiado discurso y tener por cierto que es la mejor cosa para nosotros”.

En la alegría, para San Felipe, se resuelve y se sublima la fatiga cotidiana, “El Paraíso no está

hecho para los flojos”, conectada con el vivir sinceramente el Evangelio y con el sostener los afanes. “Deléitense con la vida común, huyan todos de la singularidad; atiendan a la pureza del corazón, porque el Espíritu Santo habita en las mentes cándidas y sencillas y Él es el maestro de la oración y quien hace estar en continua paz y alegría, lo cual es un pregustar el paraíso”; “E1 servidor de Dios debe estar siempre alegre”, “Estén alegres para que no estén en pecado”.

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La primera norma o indicación salvífica, luminosa y fundamental en la ascética de San Felipe, que se descubre y se ve en la auténtica realidad es: “La santidad está en tres dedos de espacio: toda la importancia está en mortificar la razón”. La razionale no es la razón, luz natural dada por Dios, sino aquella racionalidad que a menudo afirma de modo irracional el propio yo arriba de toda cosa, hasta de Dios; es decir, aquella manera de razonar mundana, egoísta, enferma, despreciante, que no quiere reconocer otra cosa que los intereses y los gustos del propio orgullo y del propio placer. Para San Felipe esta soberbia o arrogancia mental era la raíz de todo mal: por lo tanto, a ésta necesitaba radicalmente arrancar, eliminar, exactamente mediante la práctica de la más sincera humildad, a fin de que viviéndola en profundidad no sólo impulsase la mente a un más bajo concepto de sí, sino que, poco a poco, mortificándose y aceptando las humillaciones se transformase, volviéndose justa y agradecida con Dios. Decía el mismo Jesús cuando se le reveló a Santa Gertrudis: “El amor propio tiene dos ojos: la exagerada estima de sí y el exagerado deseo de la estima de los demás. El primer ojo se ciega con la mortificación personal, el segundo con la aceptación de las humillaciones”. Spernere mundum = despreciar al mundo spernere nullum = a nadie despreciar spernere seipsum = despreciarse a sí mismo spernere se sperni = despreciar el ser despreciado (es decir: no poner atención si se es despreciado) Todos los Papas y Príncipes acudían a él. También la Inquisición quiso prenderle por las procesiones que hacía a las siete iglesias romanas. Pero todo se aclaró. Fue amigo de San Carlos, San Ignacio, San Camilo y San Félix de Cantalicio. Ignacio de Loyola preparó en la Iglesia un ejército de guerreros de Cristo; Juan de la Cruz y Teresa de Jesús reordenaron en la Iglesia un coro de penitentes y orantes; Carlos Borromeo cerró las filas separadas del clero; pero San Felipe Neri ha merecido el título por excelencia no de capitán de Dios como Ignacio, no de místico como Juan o como Teresa, no de reformador como Carlos sino de apóstol, el cual humilde y modesto, impulsó y curó en la Iglesia a las ovejitas del redil de Dios, al cual nutrió y sirvió, lo enseñó y amó.

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A pesar de las apariencias, Felipe tenía una sólida cultura; promovió los estudios de la historia eclesiástica, dedicando a esta disciplina al padre Baronio, uno de sus sacerdotes. Los ayunos, las penitencias, las largas horas de confesonario, fueron minando aquella naturaleza que, por otra parte, parecía sobrehumanamente fuerte. En 1593, alegando estas enfermedades, obtuvo, por fin, el verse libre del gobierno del Oratorio. Baronio le sucedió, designado unánimemente por todos los electores. Cuando cumplió los 75 años de edad, limitó su actividad al confesionario y a la dirección espiritual. Poseía el secreto de la simpatía y de la amistad. Fue un confesor paciente y amable, su preocupación era que ningún pecador se desalentase en el camino de conversión. Fue confesor de Ignacio de Loyola. Este lo llamaba “campana” por los muchos que por su medio llamaba Dios. Los últimos años los dedicó a dar dirección espiritual. El Espíritu Santo le concedió el don de saber aconsejar muy bien, y aunque estaba muy débil de salud y no podía salir de su cuarto, por allí pasaban todos los días numerosas personas. Los Cardenales de Roma, obispos, sacerdotes, monjas, obreros, estudiantes, ricos y pobres, jóvenes y viejos, todos querían pedirle un sabio consejo y volvían a sus casas llenos de paz y de deseos de ser mejores. Decían que toda Roma pasaba por su habitación. San Felipe hubo de guardar cama. En el lecho de muerte se sintió culpable al pensar que él estaba en una cama suave y limpia, mientras Cristo murió clavado en la cruz. Se le oía murmurar: “¡Tú, oh Cristo, en la cruz, y yo en la cama, tan bien cuidado, tan atendido, rodeado de tantas personas que se desvelan por mí!”. Antes de morir, a los ochenta años de edad, Felipe Neri quemó los manuscritos de sus libros que tenía en el cajón del escritorio. Sus males se iban multiplicando, pero sin llegar nunca a borrar de su rostro aquella sonrisa que era su más destacada característica. En 1595 su salud se agravó más y más. Recibió la extremaunción y después comulgó de manos de San Carlos Borromeo. El 25 de mayo de 1595 su médico lo vio tan extraordinariamente contento que le dijo: “Padre, jamás lo había encontrado tan alegre”, y él le respondió: “Me alegré cuando me dijeron: vayamos a la casa del Señor”.

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En los últimos días repetía: “Hay que morir”. La noche anterior a su muerte abrazó a cada uno de sus discípulos y se retiro a acostar. En algún momento preguntó: “¿Qué hora es?”. “Las tres” le respondieron. “Tres y dos cinco, tres y tres seis, luego la partida” murmuró Felipe. A las cinco se levantó y empezó a pasear por la habitación. A las 6 volvió a acostarse y no se levantó más. El 26 de mayo de 1595, en la noche de la fiesta del Corpus, Dios le dio la gracia de una muerte dulce y tranquila y se fue a acabar la fiesta al Cielo. Después de la muerte, los médicos descubrieron en el tórax una insólita encorvadura de las costillas, como dando más espacio a los latidos del gran corazón del apóstol de Roma.

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Su cuerpo fue transportado el 24 de mayo de 1602 a una capilla edificada por Nero de Neri y Tarugi. Sus restos descansan en la Chiesa Nuova de Roma. El proceso de beatificación de San Felipe se abrió con rapidez increíble, empezó dos meses después de su muerte. Aparece así el que con razón ha sido llamado “el más italiano de los santos” retratado por toda clase de gentes, tal y corno verdaderamente fue y como le vieron sus contemporáneos. Con sus extravagancias y sus aspectos admirablemente humanos, con su celo por las almas y su alegría desbordante, con su preocupación por los pobres y los más desamparados. Y de todo esto nos hablan gentiles y cortesanos, curiales y modestísimos artesanos, soldados y estudiantes, dependientes de comercio y empleados de banco. Es más: concurren al proceso no pocos artistas, músicos, pintores, con quienes tanto trató, y algunos médicos. No faltan tampoco las mujeres, desde las pertenecientes a la nobleza romana hasta las de las clases más humildes, pasando por religiosas claustradas. Las jerarquías eclesiásticas, desde los cardenales hasta los más sencillos sacerdotes, de oscuras iglesias de Roma, y religiosos pertenecientes a diversas Órdenes. Es un cuadro animadísimo que nos muestra la acción espiritual de aquel “gran hombre” que fue San Felipe, según reiteradamente le llaman los testigos. No hay duda de que él fue uno de los elementos que mas contribuyeron a resolver la crisis de civilización por la que atravesó la humanidad en el siglo XV. El desconsiderado humanismo que este siglo había entronizado a sus comienzos resultó barrido ante el huracán de la herejía protestante y la violenta reacción que provocó. Pero, superando la exasperación que algunas veces pudo llegar a revestir esta reacción, la segunda generación de la reforma católica restableció el equilibrio entre el espíritu religioso y un nuevo humanismo, entre la ortodoxia romana y las nuevas exigencias de la naturaleza y del hombre. El proceso demuestra cómo San Felipe fomentó y efectuó prácticamente esta obra de mediación y reconciliación, de la cual se originan, en último término, la moderna espiritualidad y la civilización cristiana. El proceso se prosiguió, de manera un tanto irregular, hasta el 22 de octubre de 1608. Estaba un tanto parada la causa, cuando Carlos Gonzaga, duque de Nevers y embajador extraordinario, de Francia, pidió al Papa que permitiese al Oratorio celebrar la misa y recitar el oficio de su fundador. El Papa pasó el asunto a la Congregación de Ritos, y ésta declaró que eso equivalía a una beatificación y que, por consiguiente, era necesario completar el proceso. Paulo V se decidió entonces, a la vista de esta contestación y de las peticiones que le llegaban de todas partes, a encomendar la causa a la Sagrada Congregación el 13 de abril de 1609.

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Tras no pocas vicisitudes, y la apertura de dos nuevos procesos, se consiguió por fin, gracias a las decisivas intervenciones del cardenal Belarmino, la beatificación el día 25 de mayo de 1615. Prosiguió bajo Gregorio XV el proceso de canonización. Una nueva intervención de San Roberto Belarmino determinó que el 13 de noviembre de 1621 se declarase que se podía proceder a la canonización. Y, por fin, el sábado 12 de marzo de 1622, juntamente con los cuatro santos españoles Isidro, Ignacio de Loyola, Francisco, Javier y Teresa de Jesús, era solemnísimamente canonizado. El Oratorio obtuvo su definitiva aprobación en 1612. Según hemos dicho, en 1942 fue aprobado de nuevo, estableciéndose una cierta confederación entre las diversas casas, al frente de la cual está un visitador general, asistido por una diputación permanente. Pensamiento: Yo amo y no puedo dejar de amar. Quiero que mi amor se haga vuestro y el vuestro mío; quiero que, por un trueque admirable, sea Tú yo, y yo Tú. ¡Ah! Venga pronto al momento feliz en que yo salga de mi horrible prisión, de este olvido loco, de este necio vivir dentro de mí mismo. ¡Oh dulce sonrisa de la tierra! ¡Oh canto de la brisa que pasa entre el follaje! ¡Cielo claro y aguas tranquilas! Nunca el sol me pareció tan brillante. Los pájaros dicen: ¿Quién es el que no se alegra y no ama? Yo solamente; no puede alegrarse el alma con las alas rotas.

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Oración: Señor Dios nuestro, que nunca dejas de glorificar la santidad de quienes con fidelidad te sirven, haz que el fuego del Espíritu Santo nos encienda en aquel mismo ardor que tan maravillosamente inflamó el corazón de San Felipe Neri. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

San Felipe Neri, santo de la alegría, dónanos del Señor los anticipos de la eterna delicia y líbranos de la amargura. Intercede por nosotros ante Dios Todopoderoso y eterno que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. Rezar Padre Nuestro Ave María y Gloria

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