7k astekaria: Tierra y Piedra Sobre La Memoria_2016.04.03
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A R A r e n a
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a p i r i l a
k 3
TIERRA Y PIE
SOBRE LA MEM
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EMOCIONESA PIE DE FOSALas fosas del franquismo noenterraron únicamente a muertos.
Acumularon piedras y tierra sobreellos y los mutaron endesaparecidos, en existenciassuspendidas en un limbo extraño yfrío. Al abrirse un enterramiento nosolo se rescata a quien hapermanecido bajo paletadas depiedra y barro durante años; serecupera también la historia dedescendientes que puedenreconstruir el pasado familiar apartir de aquello que sucedió no sesabe dónde, no se sabe cómo. Es laevidencia lo que permite abrir uncaudal de emociones que se liberana pie de fosa. Hablamos con elantropólogo forense PacoEtxeberria del ambiente que se creacuando la memoria de la tierra se
abre de par en par.Mertxe Aizpurua
Conny BeyreutherFotografía:
Texto:
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Seguir los pasos de una exhumación en unafosa del franquismo es una experiencia in-tensa. Desde arriba, donde se colocan quienesvan a observarla, se obtiene una perspectiva
especial. En la zona acotada manos expertas retiranla tierra. Lo hacen lentamente. La escena tiene un aire
de intervención quirúrgica, aunque la atmósfera ca-rente de urgencia provoca la impresión de que eltiempo se ha detenido. Hasta que algo queda al des-cubierto. A ojos inexpertos, pudiera ser parte de unaraíz, quizá una piedra. El forense Paco Etxeberria, quedirige la exhumación, lo ha visto en menos de unadécima de segundo: «Es el coxis». Señala la direccióna la joven voluntaria de la Sociedad de Ciencias Aran-zadi: «Sigue por aquí. Aparecerán las dos piernas».Será el primer esqueleto rescatado en la fosa de Olabe,un lugar en el que presos huidos del Fuerte San Cris-tóbal (Iruñea) fueron apresados y muertos en 1938.Aparecerán más y, al día siguiente, serán un total decatorce. Los miembros de Aranzadi, armados de ins-trumental simple –pequeñas brochas, pinceles, hor-quillas y espátulas– remueven con suavidad la tierraen una actividad que requiere posturas físicas com-plicadas. Algunos llevan casi dos horas en la mismaposición, boca abajo o en cuclillas. La tierra se va reti-rando en cubos con cintas de colores diferentes. Lascintas identifican al voluntario que la ha retirado y,consiguientemente, al individuo al que corresponde.
Todo lo que ocurre en torno a una fosa cobra aire
de ceremonial. Con el mismo cuidado conamortaja a un muerto, allí, a pie de fosa, los de Aranzadi limpian con delicadeza extrema ctebra, cada fémur y cada cráneo horadado. Tanción que, terminadas las labores, los esqueletoa la superficie revestidos de apariencia hum
gados a este punto, nadie que haya accedidopuede ver solo huesos en la fosa.
Previamente, quienes se dedican a la paciende cribar la tierra en cedazos, clasifican en boqueñas partes óseas y algún objeto que va sala luz: botones, monedas y retazos de tela sonhabituales. Cada descubrimiento emociona. Ccosa que se encuentra, por nimia que sea, etante si nada es todo lo que había hasta que hencontrados.
Paco Etxeberria ha vivido esta situación inde veces y, en muchas de ellas, con familiaresservan expectantes. Dice que las vivencias encenarios son infinitas. Destaca, no obstante, ucomún que acompaña a la general conmocmás fuerte que yo he oído decir a un familiarse enfrenta a la fosa es ¡qué injusticia!». Ni acira, ni insultos, ni palabras de venganza. «Lo qes, simplemente, qué injusticia. Y qué injustmarca Etxeberria– significa que su vida, la defamilia, la de la abuela que quedó viuda y tumendigar para sacar adelante a seis hijos, y auna vez terminada la guerra, le robaron la m
En la página
anterior, hebillas de
cinturón halladas en
el monte Urkulu de
Larrabetzu, donde se
estableció el frente
nacionalista en laGuerra del 36.
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huerta… toda esa vida, la vida de todos ellos, habría
sido distinta». «Esta carga humana que se vive en las
exhumaciones arrastra a otro estadio a todos los que
hasta esos momentos miraban a la fosa. Esto es lo que
en realidad impresiona de verdad –indica–. No es el
cráneo que yo enseño, con su orificio de entrada, sino
todo esto que ocurre alrededor y de lo que todavía nose ha escrito de manera suficiente».
Recuerdos y oportunidades. Etxeberria está con-
vencido de que todavía no se entiende bien de qué
trata la memoria histórica, «excepto algunos, que sí
lo entienden y por eso les preocupa tanto su reivindi-
cación». «La memoria histórica no trata de hablar de
la historia, sino del recuerdo, el sentimiento o la exi-
gencia que tienes hoy. La memoria histórica alude a
cosas del pasado, pero es una cuestión que reivindica
cosas en el presente; y lo que reivindica es una injus-
ticia desatendida intencionadamente durante tantos
años». Tanto durante la dictadura franquista como
después.
El experto forense subraya las «oportunidades» que
crea el momento de la exhumación, como el home-
naje improvisado que se tributa una vez han salido
ya los restos. A veces llegan personas cuya presencia
no estaba prevista: «Algunas familias se sorprenden
cuando ven gente que nunca hubieran creído ver allí,
porque, como dicen, eran de los otros…». Se refiere
también a otro efecto que, para Etxeberria, tiene im-
portancia capital: «Cuando días después, alguien se
acerca a esa mujer, a ese hijo y le dicen algo que nunca
antes le habían dicho: ‘María, todos sabíamos en el
pueblo lo que había pasado con tu padre; yo nunca te
lo había dicho, pero creo que realmente fue muy in-
justo’. Esto, para la familia, adquiere una importancia
incluso superior al certificado o registro oficial quepuedan darte».
Oportunidades propiciadas, como la de expresar
públicamente lo que se ha mantenido en silencio du-
rante años. «Recuerdo una exhumación que fue ab-
solutamente impresionante. Estaba grabando una te-
levisión austríaca, y en medio del silencio, llegó de
pronto una señora muy anciana. Pasó despacio, ca-
minando, apoyada en su bastón. Un vecino del pueblo
la reconoció : ‘Doña María, diga usted lo que sabe. Dí-
galo ahora’. Miró a unos y a otros, no conocía a muchos
y, de golpe, se paró ante la fosa y lo soltó: ‘Fueron An-
drés y el Rubio, ellos les cogieron y se los llevaron’. En
setenta años no había tenido oportunidad de contarlo
en público. Allí lo soltó todo. Para los familiares de
los asesinados que estaban allí, que desconocían cómo
había pasado, es importante saber la historia. Impor-
tante y necesario».
Por eso la labor que realizan ni empieza ni termina
en la exhumación. El protocolo de Aranzadi contempla
un apartado que, para Paco Etxeberria, tiene singular
relevancia. Es la recogida de testimonios que acom-
paña a cada informe. Han recogido más de quinientos,
Sobre estas lí
tenedor y cu
localizados e
Fuerte de San
Cristóbal, he
con el escudo
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Larrabetzu, u
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Peña Lemoa
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en Elgeta.
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Paco Etxeberria,
arqueólogo forense y
presidente de laSociedad de Ciencias
Aranzadi, guarda
una piedra de cada
fosa que han abierto.
La de la fotografía de
nuestra portada es
una de ellas.
Etxeberria recibirá el
premio Gernika por
la Paz y la
Reconciliación el 26
de este mes.
en un terreno en el que, en ocasiones, se hace difícil
hablar. Para muchos es la primera vez y, cuando se ha
callado tantos años, cuesta encontrar las palabras. «Esmás fácil preguntar a una persona ajena sobre estos
hechos que a alguien de tu propia familia. Esa es la
razón por la que cada uno de nosotros no hemos sa-
bido preguntar suficientemente en la nuestra. Noso-
tros entramos como personas ajenas y, además, como
expertos o investigadores y eso facilita las cosas. Hay
de todo, gente que no tiene mucho más que decir y
gente que te lo dice todo».
La penosa carga de años de presión brota a menudo
en muchas exhumaciones. Se percibe más fuera de
Euskal Herria. Etxeberria todavía se muestra impre-
sionado al recordar la de Uclés, en Toledo. «Ante la
fosa, la hija contó su relato. De niña pensaba que su
padre era un asesino, un violador, un rojo, que si lohabían matado estaba justificado porque él era lo peor.
De alguna forma le hicieron ver que lo mejor que le
podía haber pasado era que lo mataran, pero con die-
cisiete o dieciocho años se dio cuenta de que a su ma-
dre, que era una buena persona y no hacía daño a na-
die, la seguían insultando y haciendo sufrir cuando
salía de casa. Cambiaba de acera si aparecían los fa-
langistas del pueblo, que no perdían ocasión para pe-
garle en la calle. A medida que se hizo mayor, adquirió
conciencia de aquella gran injusticia. La forma en que
lo explicaba era demoledora».
Aprovecha el momento para poner el acento en las
vivencias personales: «Hay historiadores que sostie-
nen que de la Guerra Civil está todo dicho. Sí, quizáde las heroicidades de quienes ganaron la guerra y de
las heroicidades de quienes la perdieron. Eso es lo que
está dicho. Lo más fácil es investigar cuánto pesaban
las bombas que echaron en Gernika. Ahora bien, quizá
resulta que todavía no sabemos nada de los niños que
quedaron mutilados por las bombas de Gernika, cómo
vivieron ellos y sus familias sus vidas».
Llorar de alegría. Hay emoción y llanto entre los fa-miliares cuando aparecen los restos óseos y también
en otro momento clave, el de la entrega en cajas con
su nombre. Es, sin embargo, un llanto de alegría. «Aun-
que sea simplificarlo mucho –matiza–, en las fosas se
produce algo que las mujeres que han sido madres
pueden comprender perfectamente. Y es que cuando
dan a luz un niño, lloran de alegría. Es algo tremenda-
mente contradictorio, que sucede muchas veces ante
la fosa. Ese contraste brutal que se produce cuando tú
sabías que eso era así, que tu abuelo, tío o padre estaba
allí, pero lo estás viendo ahora, y además, estás rode-
ado de una serie de personas que te están compren-
diendo. Es impresionante».
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Objetos que hablan. Los huesos testimonian
dido, pueden contar al forense la edad o las d
sufridas, pero el rescate de objetos personales
toda una impresión en los familiares. «Es b
usual que queden botones de nácar o trozos
pero cuando aparecen, por ejemplo, las tabas
gar que llevaba en el bolsillo, la emoción es intible». Desde monedas que caminaron ocult
suela de la alpargata, minúsculas llaves o un
con cuchara y tenedor unidos, todos los objeto
de la persona que los portaba y ayudan a reco
aunque solo sea en un detalle mínimo, la vid
guna vez vivieron. «Hay familias que no tien
testamento o herencia de esto que una foto
tras la exhumación –explica–. Por eso, los docu
oficiales que hablan de esa persona adquiere
mismos, un valor extraordinario, y que apare
jetos tiene un valor inmenso».
De entre los objetos, son los lápices los que p
una impresión más profunda en Paco Etxeberr
todo si pertenecían a alguien que estuvo enca
En su despacho de la Sociedad de Ciencias, abr
sus ficheros y extrae de él un lapicero. Observ
sido afilado a navaja, y que perdura tal y com
instantes antes de que mataran a su propietar
es el lápiz con el que se escribe desde el frente
la cárcel a la madre o a la novia» indica. Seguid
tilla: «Porque las cartas que se escriben desde
se dirigen casi siempre a mujeres; son las que
Tras la recuperación de los restos, se realizan las
pruebas de ADN para proceder a la identificación, pero
el forense donostiarra es taxativo en este aspecto:
«Viendo todo lo que sucede en torno a una fosa, lo del
ADN es lo menor. Es todo lo demás lo que tiene im-
portancia colectiva y, cuando digo todo lo demás, me
refiero a que hay una gran injusticia que no se ha aten-dido».
Con todo, el paso del tiempo y la accesibilidad a las
pruebas de ADN ha hecho que las expectativas de los
familiares se acrecienten. «Al principio, cuando em-
pezamos con las exhumaciones en el 2000, el informe
en el que constara el nombre y apellidos del padre era
suficiente para satisfacer a las familias. Eso ya era mu-
cho; sobre todo porque hay muchos casos en los que
nunca antes su nombre había aparecido registrado en
ningún papel, en ningún lugar. En la medida en que
ha empezado a haber financiación, es lógico que quie-
ran recoger los restos. Ha habido casos en los que los
familiares, una vez abierta la fosa, decían que no les
importaba quién de los diez que estaban allí era su pa-
dre, que todos ellos eran su padre. Las pruebas de ADN
no eran algo accesible entonces. Ahora sí importa;
quieren saber quién es y desean una entrega indivi-
dualizada de los restos. Aunque luego se vayan a ente-
rrar todos juntos, como ocurrió en Urbasa, que fueron
devueltos a la sima porque las familias consideraron
que, si corrieron el mismo destino, lo mejor era que
siguieran juntos».
Botones como los de
la imagen, hallados
en Mendata, trozos
de ropa o aparatos
de ortodoncia son
los elementos más
habituales que seextraen en las
exhumaciones.
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Funda de bal
monedas de
pesetas acuñ
por el Gobier
Euzkadi. Form
parte de la ú
paga que recgudari en el
de Larrabetz
la familia y la identidad del grupo». Años después de
encontrarlo, llevó ese lapicero al acto de inauguración
de un curso académico en la UPV. «Acabé la conferencia
poniéndolo en manos del rector, que quedó impactado.
Le dije que instituciones como la Universidad también
tenían la responsabilidad de atender este tipo de cosas».
Muestra un tintero con tinta en su interior recupe-rado en Peña Lemoa, monedas de dos pesetas del Go-
bierno de Euzkadi –parte de la paga recibida en el frente
de Larrabetzu–, o la hebilla del cinturón de un gudari,
con el escudo vasco, hallado en las primeras exhuma-
ciones realizadas en Gipuzkoa. De este último se hicie-
ron reproducciones para homenajear a los últimos gu-
daris de la Guerra del 36.
Pone de manifiesto que, de alguna forma, todo lo
que se hace en torno a la fosa persigue conocer más a
los vivos a través de los muertos. «Es lo que más fuerza
tiene del trabajo que hacemos. Después, en el labora-
torio hablamos de metacarpianos y metatarsianos, de
ADN mitocondrial y todo eso… pero no, ahí no está la
clave. La clave está en otro montón de cosas, que giran
alrededor. La clave está en que un cantante de rock
como El Drogas componga un disco sobre este parti-
cular, en que se hayan escrito novelas, filmado docu-
mentales, se organicen cursos de verano, se elaboren
tesinas... Eso es lo que importa. El interés social».
La cara amarga también existe. Se presenta con toda
su acritud cuando una prospección no da los resulta-
dos esperados y hay que abandonar la búsqueda. «Eso
es terrible. Lo paso muy mal y, la verdad, a veces da
miedo pensar que quizá estamos creando falsas ex-
pectativas». Por eso insiste en que, por mucho es-
fuerzo técnico y humano que se haga, «ni vamos a
encontrar todas las fosas, ni vamos a poder identificar
todos los restos». «Hay localizaciones en las que he-
mos fracasado –explica–, no hemos encontrado la fosaque teóricamente estaba allí. Nunca han sido noticia.
Los familiares lo llevan mal; reaccionan con un dis-
gusto terrible y a nosotros nos queda siempre la duda
de que quizá pueda haber otra opción. Ahora mismo
nos está pasando en una prospección en Nafarroa. He-
mos ido cinco veces; mañana vuelve a ir el equipo.
Todos dicen que está ahí… Y no sale».
De cada fosa abierta, Paco Etxeberria se lleva consigo
una piedra; una piedra como la retratada en la portada
de este mismo 7k. Un ritual que algunos familiares han
emulado al observar al forense. «La piedra que me llevo
es una de las miles que se utilizaron para ocultar el cri-
men. Porque no solo los mataron; trataron de ocultarlos
y, cuando lo hicieron, pensaron que jamás serían en-
contrados. Los muertos no fueron entregados a las fa-
milias como sucede en una guerra regular. Aquí se es-
condieron los crímenes. Por eso me quedo con una
piedra de cada sitio, porque es una satisfacción personal
haberlos encontrado». Las conserva todas e, intencio-
nadamente, no las identifica. Cada piedra representa
una tumba, unos crímenes que se ocultaron y la deter-
minación que consiguió sacarlos a la luz.