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  • JOS PABLO FEINMANN

    La sombra de Heidegger

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    _ Jos Pablo Feinmann Jose PABLO FEJNMANN naci en Buenos Aires en 1943. Es Licenciado en Filosofa (UBA) y ha sido docente de esta materia en esa casa de estudios. Ha publicado ms de veinte libros, que han sido traducidos a varios idiomas. Ensayo: entre otros, Filosofa y Nacin (1982), Lpez Rega, la cara oscura de Pern (1987), La creacin de lo posible (1988), Ignotos y famosos, polftica, posmodernidad y farndula en la nueva argentina (1994), La sangre derramada, ensayo sobre La violencia poltica ( 1998), Pasiones de celuloide, ensayos y variedades sobre cine (2000) Escritos imprudentes (2002), La historia desbocada, tomos I y 11 (2004) y Escritos impn1dentes JI (2005); novelas: Oltimos das de la vctima (1979), Ni el tiro del

    final ( 1981 ), El ejrcito de ceniza ( 1986), La astucia de la razn (l990), El cadver imposible ( 1992), Los crmenes de Van Gogh (1994), El mandato (2000) y La crftica de las armas (2003); teatro: Cuestiones con Ernesto Che Guevara (1999) y Sabor a Freud (2002); guiones cinematogrficos: entre otros, O! timos dias de la vctima ( 1982), Eva Pern ( 1996), El amor y el espanto (2000) y Ay juancito (2004). Actualmente dicta cursos de filosofa de inusual, masiva convocatoria. Siempre residi en Buenos Aires.

    TRAS OBRAS PUBLICADAS _

    _

    __...,._, ESTA COI.ECCl""''""N .... : __ _

    Las nubes Responso La mayor La ocasin Palo y hueso Lugar E l limonero real

    Juan Jos Saer

    Cae la noche tropical Sangre de amor correspondido

    ManuelPuig

    El Evangelio segn Van Hutten Las otras puertas Las palabras y los das Crnica de un iniciado El que tiene sed Cuentos crueles La casa de ceniza

    Abelardo Castillo

    Rosa de Miami Eduardo Belgrano Rawson

    La sexta lmpara Pablo de Santis

    Fmu DE HEIDEGGER EN ClJBIERTA: Gentileza de Clarn Contenidos

    www.editorialplaneta.com.ar

  • La sombra de Heidegger

  • SeixB

    Jos Pablo Feinntann La sombra de Heidegger

  • Feinmann, Jos Pablo La sombra de Heidegger.- 1 ed.- Buenos Aires: Seix Barra!,

    2005. 200 p.; 24x16 cm.

    ISBN 950-731-458-X

    1. Narrativa Argentina l. Ttulo CDD A8631

    Diseo de coleccin: J osep Baga Associats

    Diseo de cubierta: Mario Blanco

    2005, Jos Pablo Feinmann

    Derechos exclusivos de edicin en castellano reservados para todo el mundo:

    2005, Grupo Editorial Planeta S.A. l. C. 1 Seix Barra! Independencia 1668, C1100ABQ, Buenos Aires www.editorialplaneta.com.asr

    1 a edicin: junio de 2005

    ISBN 950-731-458-X

    Impreso en Talleres Grficos LeografS.R.L., Rucci 408, Va!entn Alsina, en el mes de mayo de 2005.

    Hecho el depsito que indica la ley 11.723 Impreso en la Argentina

    Ninguna parte de esta publicacin, incluido el diseo de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningn medio, ya sea elctrico, qufmico, mecnico, ptico, de grabacin o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

  • A Mara Julia Bertotto, porque aun el da en que el desierto, que no ha cesado de crecer, lo cubra, por fin, todo, ella todava sabr, milagrosamente, imaginar un oasis, no como morada final, sino como punto de partida, nuevo.

  • Entonces, justamente entonces, volvern a atravesar todo este aquelarre, como fantasmas, las preguntas: para qu? -hacia dnde?- y despus qu?

    HEIDEGGER

    DER SPIEGEL: Su obra filosfica est un tanto ensombrecida por ciertos sucesos de su vida, que no duraron mucho y que nunca han sido aclarados, bien porque ha sido usted demasiado orgulloso, bien porque no ha credo conveniente pronunciarse sobre ellos. HEIDEGGER: Se refiere a 1933?

    Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte . . . !

    SARMIENTO

  • (UNO) CARTA DEL PADRE

  • En Friburgo, en 1928, conoc a Heidegger. Conoca su nombre, su fama, sus escritos, su voz. Haba asistido tempranamente a sus cursos en Mar burgo. No lo conoca -segn suele decirse- en persona. No s si alguna vez lo hice, pese a la cercana de nuestras vidas. Pude verlo, escucharlo y hasta intercambiar frases con l. Sin embargo, alguien puede conocer lo absoluto?

    Nada podr transmitirte el embrujo, el xtasis reflexivo (s los riesgos de esta frase: hay un xtasis del pensamiento?), la fiesta de la inteligencia que provoc, en m, su aparicin. Ya no creamos mucho en la filosofa durante esos aos. Nos llegaban las aguas finales de un neokantismo turbio, viejo. O los vientos helados de las corrientes matemticas, tan caras a los herederos del empirismo ingls. O la potencia de Husserl, el ms grande y reciente de nuestros filsofos, que, no obstante, era insuficiente para agitar nuestros espritus con la violencia necesaria para arrancarnos de la decadencia, de los humores opacos de la derrota. Heidegger fue lo nuevo. Y lo nuevo siempre tiene la furia de los huracanes, y el dolor de la devastacin. Na-

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  • die lo dijo como l. Nadie lo dijo como l lo dijo al cerrar su Discurso del Rectorado. Nadie como cuando l dijo: "Todo lo grande est en medio de la tempestad". Y nosotros elevamos nuestros brazos jubilosos y aclamamos -glorificndolo- al Maestro de Alemania.

    Quiero, ya, que sepas algo, quiero establecerlo desde el inicio: tu padre, Dieter Mller, fue nacionalsocialista y fue profesor en Friburgo durante largos aos. Quiero tambin confesar (aunque esto en nada deber disminuir mi responsabilidad ante los hechos) que me hice nacionalsocialista por Heidegger, que no lo haba sido hasta escuchar, en 1933, su Discurso del Rectorado, y que acaso jams lo habra sido si ese discurso no hubiese sido dicho. Dicho por quien lo dijo, del modo en que lo dijo, con la autoridad con que lo dijo. Dicho por Martn Heidegger, desde la plenitud inabarcable de su genio filosfico. Naciste en 1934 y fue por l que tu nombre es Martn.

    Los das de Marburgo (das que elegir llamar los "anteriores a Ser y tiempo': libro que cambi mi vida y que, posiblemente, me lleve a destruirla) tuvieron la intensidad de un tiempo premonitorio. Todos hablbamos de Heidegger. Asistamos a sus clases . Discutamos sus ideas . ramos jvenes y tambin lo era l, nuestro Maestro. Mi amigo del alma era Rainer Minder. Te hablar de l. Haba ido ms all que nosotros en su acercamiento al nacionalsocialismo. Tena contactos con las SA de Rohm y hablaba con fervor (aunque su fervor no devoraba su temperamento reflexivo) de la figura que agitaba Alemania durante esos

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  • das. No necesito decirte su nombre. Slo bastar sealar que ese hombre corporalmente pequeo pero titnico, esa pura fuerza de la naturaleza arrastraba a Alemania hacia el encuentro con su grandeza perdida. l se atreva a decir lo que todos sabamos: los guerreros de 19 14 haban sido traicionados por los socialdemcratas, por los mercaderes cobardes de 19 18 que se rindieron sin pelear hasta el fin, sin decidirse a asumir un triunfo que debi ser nuestro. Alemania, hijo, no perdi esa guerra. La perdieron los polticos, los banqueros, los traidores. Hitler era el regreso del orgullo de la nacin. Con l, Alemania volva a ocupar el centro de Occidente, su destino filosfico. Si en algn lugar poda revivir la gloria de Atenas era entre nosotros. Esa bandera era la que ahora debamos tener el coraje de levantar, esgrimir. Sin embargo, me adelanto.

    En Marburgo era Rainer Minder quien pensaba estas cosas. Yo, temeroso, lo escuchaba y demoraba mi decisin. Secretamente (creo) ya estaba tomada, pero todava dudaba de hacerla pblica; ni siquiera, hijo, ante m. Uno teme arrojarse a los abismos o escalar las cimas. Aqu, se trataba de la cima. De trepar hasta las cumbres ms altas de la espiritualidad alemana y su misin irrenunciable: defender la permanencia del espritu de Occidente, su centralidad. Su espacio abierto por la batalla; su voluntad incontenible, en permanente expansin guerrera.

    Nos reunamos en casa de una joven estudiante, bella, de tez algo oscura y ojos an ms oscuros que solan brillar de modo arrasador. Era su inteligencia lo que arrasa-

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  • ba, era su pasin y un arrojo a la vida que slo poda explicarse si uno comprenda y aceptaba -dado que no caba otra explicacin- que habitaba en ella una sed que jams saciara, de la que no habra de librarse nunca y cuyo poder era incierto y temible: un pathos que podra tanto aniquilarla como darle un sentido trascendente a cada uno de sus das. Viva, ella, en los bordes. Se llamaba Hannah y fue Rainer quien me me impuso su presencia, que acept gozoso.

    Hannah tena un secreto. Eso que suele llamarse un secreto a voces. Nuestro egregio Maestro haba depositado, codicindola, sus ojos en ella. No era sorprendente esta actitud del Maestro. Sola entregarse a amores clandestinos sin incomodidad considerable. Rainer -que fue el que me relat estos hechos- aceptaba sin estrpito estas sinuosidades. Lamentaba que la mayora de las elegidas fueran judas. O tal vez se sorprendiera de ello. Ya que, al ser la esposa de Heidegger una inocultable antisemita (inocultable, ante todo, porque ella no ocultaba ese odio), conjeturaba, Rainer, que su odio habra de aumentar ad infinitum al descubrir que el Maestro sostena amores a sus espaldas y a espaldas, tambin, de sus convicciones. O sea, con judas. Rainer, durante esos das de Marburgo, era comprensivo y clido con los judos, sobre todo con los judos como Hannah, a quienes consideraba alemanes, judos asimilados a nuestra Kultur, judos que merecan formar parte de ella por haberla enriquecido. Sospechaba, yo, que Rainer quera sobre todo no establecer distancias con Hannah, a quien admiraba y deseaba. Me dijo, cierta vez, que viva enamorado de ella. Y me fue inevitable inferir que desea-

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  • ba quitrsela al Profesor o, al menos, compartirla con l, excelso modo de recibir, por medio de Hannah, todo cuanto de Heidegger haba en ella. De aqu que fuera arduo resolver si Rainer amaba a Hannah o a Heidegger, a quien ambamos todos, aunque sin la osada, propia de un hombre del temple de Rainer, de perseverar por arrebatarle una de sus "margaritas judas". Como fuere, Hannah intim con Rainer y le habl largamente de sus amores con el Profesor. Rainer, luego, me narr esas historias -con una tonalidad sombra o abiertamente torturada- que despertaron en m slo dudas, tristezas o, ms grave an, presunciones alarmantes sobre su salud mental.

    Hannah nunca me confo nada. Slo, da tras da, la tristeza fue ganando sus ojos, apagando su brillo, enturbindolos.

    En 1927 apareci Ser y tiempo. Dediqu un ao a estudiarlo.

    El genio de Hegel, cuando tempranamente le la Fenomenologa del Espritu, me haba deslumbrado.

    El de Heidegger me encegueci.

    No s si elegirs la filosofa como destino. No s si te destinars a ella. Eres, todava, muy joven y, aunque descubro en tus palabras o en los conceptos que a veces, en sus momentos ms luminosos, asoman en ellas, el genio que justificara una entrega al saber de los saberes, ese genio es errtico en ti, elusivo, se muestra y se oculta. Ignoro, por

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  • otro lado, si ambicionarte un destino filosfico. Yo tuve uno y no creo que me haya arrojado en brazos de la alegra. Sera justo, no obstante, culpar a la filosofa por la impiedad de los tiempos? Fue ella o fueron las asperezas de la historia las que me destinaron a escribirte esta carta, estas confesiones sin esperanzas?

    Del modo que sea, no puedo evitarte la condena de un mandato. No transcurras por este mundo, no vivas tu vida sin leer Ser y tiempo. Este mandato se basa en uno mo y no debiera ser transferible. No puedo evitarlo. Intentar narrarte el origen de mi mandato y el poder que tuvo para m. Poder tan poderoso, hijo, que me condena a la insensatez de exigirte ( o acaso es otra cosa el pedido de un padre?) la lectura de ese libro de escritura rida, desbordante de neologismos y opulencias que, necesariamente, despiertan en el lector la certeza de sus propios lmites, el vrtigo desesperado de sus insuficiencias . Acaso la filosofa sea tambin eso. Acaso Heidegger, su grandeza, sea tambin eso: la certidumbre de no alcanzarlo jams, el espectculo de una mente inaccesible, el dolor de ver la cumbre, la real posibilidad de su existencia, y el tormento de nunca llegar a ella, porque slo uno poda, y se era l. Un industrial del acero, un hombre poderoso, aristocrtico, que alimentaba las industrias de guerra del Reich, sola sentarse en las butacas traseras del auditorio en que el Maestro dictaba sus clases. Cierta vez le o decir : " Dios mo! No entiendo nada. Pero, esto es filosofa!"

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  • Rainer odiaba el desquicio de la Repblica de Weimar. Odiaba a sus polticos corruptos y mediocres, a sus sindicatos en manos del bolchevismo, a los financieros judos y a esa turbia ausencia de identidad, a ese cosmopolitismo obsceno. Haba que volver a la tierra y a la sangre, deca. Y siempre que hablaba de la urbe contaminada, del hacinamiento, de la peste, de la inautenticidad, del espacio en que el Ser era olvidado y los hombres se entregaban a la lujuria de los entes bajo la modalidad del dinero y el sexo, una palabra, la palabra que sealaba una ciudad, sala de su boca con la violencia de un escupitajo: Berln.

    Yo no conoca Berln. Rainer me llev y no se priv de decir que ese viaje se

    ra un viaje a las entraas del Infierno. Nada saba -y esta situacin ya llevaba dos aos- de Hannah. Supo, y me cont, que el Profesor se la haba "quitado de encima" derivndola a estudiar con Jaspers. Actitud que haba determinado, para mi amigo, un tormento inesperado: no verla ms. Slo una vez, masticando con rabia sus palabras, me confes que habra de buscarla. Que, dijo, "esa juda" no se le habra de escapar. A esta altura no me sorprendi el espesor ms que desdeoso con que Rainer dijo "esa juda". La ausencia o la huida o el abandono de Hannah deton en l una presencia interior sofocada: su antisemitismo. Odiaba, como todos sus camaradas de las SA, a los judos. Yo no comparta ese odio.

    Llegamos a Berln en un invierno helado, tal vez cruel. Nunca, sin embargo, tan cruel ni temible como los tumultos que sacudan la ciudad. Berln era una geografa helada pero, antes que eso, mucho ms que eso, era un herv-

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  • clero de pasiones desmedidas, de presagios. Este ardor aniquilaba el fro, era el ardor del odio y ya quemaba. Rainer me habl de infinitas cosas, pero, de a poco, su repugnancia, su odio por el cosmopolitismo decadente, se concentr en un antro, esta palabra us, de diversin nocturna, un engendro berlins que resuma todas las bajezas de la democracia, del parlamentarismo socialdemcrata, del cosmopolitismo judo, de la decadencia afrancesada (el "inmundo", dijo, "espritu de Baudelaire, ese enemigo espiritual de Holderlin") y la opulencia de la vieja aristocracia germana, alcoholizada hasta la imbecilidad o la demencia, estragada por los vicios de la derrota. Esa creacin pestilente, demonaca, dijo, era el Cabaret. La misma noche en que llegamos decidi llevarme al peor de todos. Al Kit Kat Club, cuyo repugnante presentador, un clown tal vez pattico pero -igualmente- la encarnacin de la pesadilla y la imposibilidad de la Alemania autntica, saludaba al pblico, no en alemn, sino en tres idiomas: Willkommen, Bienvenu, Welcome. Te das cuenta, Dieter?, deca Rainer. En el pas en que se habla la lengua de Holderlin, de Hegel, de Nietzsche, en este pas, este imbcil dice bienvenu y welcome, habla el idioma de la Francia decadente y del mercantilismo judeo-norteamericano.

    Esa noche, fuimos. Antes de entrar, o en camino, agreg: "Para colmo, tie

    nen una prostituta que canta y baila con impudicia sin lmites. Y es norteamericana, Dieter. Lo ves? Pura mierda cosmopolita". Entramos.

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  • Ella tena grandes ojos redondos y negros, pestaas desmedidas y miraba como si un asombro perpetuo la dominara. Sus movimientos eran procaces, su ropa exigua, cantaba en un ingls rstico al que aada, buscando la complicidad del pblico, palabras en alemn. A m me pareci bonita, graciosa, pero decididamente insultante, o, peor an, blasfema. Rainer vesta el uniforme de las SA. Yo lo escuchaba respirar con una sonoridad rabiosa y hasta me llegaba el sudor caliente que exhalaba, como si estuviera a punto de explotar. Cosa que sucedi no bien la Srta. Bowles -tal era su nombre: Sally Bowles- y el repugnante Maestro de Ceremonias cantaron y bailaron juntos una cancin que celebraba al dinero como el espritu dinmico del mundo. Era un himno al materialismo, a la voracidad semita de riquezas, al capitalismo sin patria, a las miserias del modernismo. Repetan la palabra dinero muchas, demasiadas veces. Y concluan, gozosos, aseverando que el dinero es lo que mueve al mundo. Rainer no les permiti terminar. Se puso de pie y les grit los improperios que l, un patriota de nuestro renacimiento alemn, un enemigo del monetarismo judo, un hombre de la tierra y de la sangre y no de la cultura urbana y mercantil, deba gritarles . Fue devastador. La Srta. Bowles y su clown repugnante dejaron de bailar, de cantar. Algunos parroquianos nos gritaron insultos previsibles. Otros nos apoyaron. Hubo golpes de puo, escupitajos, sillas rotas, y todo se redujo a un silencio helado y hasta terrorfico cuando Rainer sac su pistola y tir dos o tres tiros al aire y bram que los prximos buscaran el corazn podrido de los podridos clientes de ese lugar infernal. Buscamos la salida. Segu a Rainer y,

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  • antes de salir por completo, ech una mirada por sobre mi hombro, hacia el escenario, donde an estaba la Srta. Bowles. La vi desplomada sobre una silla y lloraba ruidosamente y el maquillaje de sus grandes pestaas marcaba surcos negros en su cara y sus ojos haban trocado el asombro por el miedo. Jur visitarla al da siguiente.

    As lo hice. Inslitamente, le ped disculpas por la actitud de mi compaero. Inslitamente, ella las acept, bebimos un par de cervezas y, ms inslitamente an, me narr historias de su vida, srdidas algunas; menos srdidas y hasta luminosas o divertidas, otras.

    Le aconsej que abandonara Berln.

    Rainer volvi feliz a Marburgo. Nosotros somos hombres de provincia, dijo, de la tierra, no somos, por desdicha, campesinos pero no seremos verdaderos alemanes si no leemos en el alma de nuestros campesinos, si no aprendemos de ellos. La patria es la tierra y nuestra sangre slo ser alemana si se derrama para defenderla. Estas frases las escuchaba de Ernst Rohm, el Fhrer de las SA, a quien, poco a poco, pero sin desmayo, se fue acercando; tanto, que se le hizo indispensable. Cierto da, un hervor de palabras desquiciadas me golpearon como azotes. Fue Rainer quien las dijo y las dijo en una cervecera a la que solamos acudir para hablar de cuestiones filosficas, no de desvaros pasionales . No s si estaba borracho, no s si necesitaba estarlo. No s, sobre todo, qu tipo de borrachera lo posea. Me dijo que Heidegger se haba acercado a Rohm. Que era uno de ellos. Que ellos lo llevaran al Rectorado de Fribur-

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  • go. Que Hitler (dijo, para mi asombro infinito y para mi terror o mi extravo) no durara mucho. Que era necesaria una segunda revolucin. Una revolucin dentro de la revolucin. Que Hitler ceda demasiado ante los aristcratas del acero. Ante la gloria decadente del decadente Ejrcito alemn. Que ellos eran el nuevo Ejrcito. Que Rohm sera el Fhrer y Heidegger el Fhrer filosfico de la nueva etapa de la revolucin: la etapa socialista, dijo. Le dije ( "me permito recordarte", as empec) que la revolucin nacionalsocialista se haba hecho para impedir el avance de la ola roja sobre Alemania. Me dijo ("me permito recordarte", dijo tambin) que el nico modo de aniquilar la ola roja es destruir a nuestra podrida burguesa. Si los dejamos, ellos van a frenar, no lo dudes, la ola roja, pero de otro modo, del nico que formidablemente saben: seducindolos, metindolos como socios menores en el alma de Alemania. No vamos a permitirlo. Si la nacin es nuestra, tambin lo ser el socialismo. Hay que destruir al ejrcito y a la aristocracia del capital, a los seores del acero. Somos muchos, se ufan, crecemos jvenes, incontenibles. Rohm y Heidegger ya se reunieron. El Profesor est con nosotros y pronto, con nosotros tambin, ser Rektor de Friburgo. Encendi una pipa opulenta, la hizo humear con la tersura, con el misterio de una niebla matutina, una niebla del Rhin. Entonces dijo algo acaso tan sorprendente como aquello que ya haba dicho, pero quiz ms extraviado, urdido por un trastorno, por una falta de quicio que anclaba (no en la tumultuosa historia de Alemania) sino en algn socavn inalcanzable de su conciencia, un socavn en el que slo la locura poda habitar. "Sabes a quin sigue

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  • viendo?' : pregunt. ccSabes a quin condena a la humillacin de fornicar en estaciones ferroviarias abyectas? A la juda, querido amigo. A nuestra Hannah. Y ella, prostituyndose, acepta. Se la deriv a Jaspers. Pero, con repugnante frecuencia, clandestina, indignamente, la somete en algn apeadero entre Marburgo y Heidelberg. Se lo coment a Rohm. Me dijo : Decida usted. Esa relacin enturbia nuestros planes. Hay que impedirla. Piense algo y dgamelo. Lo que sea, lo haremos". Rainer sonri ntimamente. Le gustaba narrarme estas opacidades. Le gustaba exhibirse ante m como un mago de la historia, un hacedor de destinos. Todo estaba en sus manos. Rohm y la profundizacin del movimiento nazi. Heidegger y el alma metafsica de Alemania. Y, sobre todo, Hannah, la juda, la impura, la mujer que, con un amor imposible y rencoroso, amaba. Le pregunt qu pensaba hacer. Lo nico posible, dijo. Aniquilar a la juda. Rescatar a Heidegger. ((En suma, querido amigo." Pidi otra cerveza. ceLo de siempre." Haba anochecido. El humo de su pipa se perda entre las sombras, pero cuando lo expela con fuerza, hacia lo alto, pareca buscar las estrellas . ((Salvar a Alemania."

    Visit a Hannah en su buhardilla. Lea un reciente trabajo de Heidegger sobre el que omiti comentario alguno. Siempre me cautivaron (soy consciente de este verbo, cautivar, y de sus caprichosas, complejas sinonimias, dotadas para sealar la obviedad, por ejemplo : seducir, pero tambin para deslizarse hacia significados temibles : esclavizar, encadenar, apresar; presumo que era ste el sentido

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  • en que Hannah cautivaba o seduca, dado que caer en esas redes que ella desplegaba imperceptiblemente, con inocencia o sin deseo de daar a nadie, era esclavizarse, ser apresado, ser una presa en sus manos, habra seducido as al Maestro?) sus ojos tajantes y oscuros, su frente, la brillantez de su palabra, su precisin. Supongo que todo eso era su belleza. Tambin sus variados, sorprendentes vestidos verdes. De pronto, un vahdo de indignidad, o una grave presuncin de estupidez, de irrefutable bobera me conmovi. Qu haca yo ah, en la buhardilla de Hannah, qu juego jugaba, qu pretenda salvar? El vahdo lo provoc una imagen. Hay imgenes que hemos borrado y con sbita insolencia, con agresividad despiadada, nos golpean con tanta fuerza como para, tal vez, devastarnos. Record a la cantante norteamericana. La imagen (ya que sta fue la imagen) de la Srta. Bowles destell en m enceguecindome. En qu me estaba transformando? En el salvador de las vctimas femeninas de Rainer? Fui sincero: se lo confes a Hannah.

    Tambin ella conoca a Sally Bowles. Tambin ella haba cedido a la tentacin berlinesa. Era amiga de un hombre de la aristocracia, alguien que crea encarnar el espritu alemn en su punto ms alto, ms refinado. El barn Maximilien von Heune. Tan educado que ni el antisemitismo se permita. Menos con una juda como yo, culta y abierta a todas las sorpresas. Se hizo cargo de m no bien llegu a Berln. Sera mi gua. Mi protector. Me ayudara a descifrar las tramas infinitas de esa polis catica, feroz. Algo le gustaba de m. No s qu. Me escuchaba horas hablarle de los griegos. No miraba mi escote ni mis piernas, pre-

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  • fera preguntarme por qu Nietzsche encontraba en Platn tantos extravos. O por qu era tan preferible elegir a Dioniso y desdear a Apolo. Beba licores exticos. Se embriagaba con lentitud y elegancia. Hablaba, entonces, de Baco y preguntaba, torpemente, si no lo una con Dioniso una pasin por los extremos, por los sentidos. Y hasta -era capaz de arriesgar- por la locura. Evitaba responder tan insanables confusiones. Pero cierta vez le dije esa definicin que da Hegel de la verdad, la recordars sin duda, a pocas pginas de iniciar el Prefacio de la Fenomenologa. Lo hice teatralmente. Lo tom por las manos. Le clav mis ojos y con dramatismo dije: "La verdad es el delirio bquico en el que cada miembro se entrega a la embriaguez". Le son tan sublime que me bes en la boca. Luego, muy naturalmente, dijo : "No te preocupes. Soy homosexual". Le dije que pocas veces haba recibido un beso tan hermoso. Decidimos, rindonos, atribuirle todo el mrito a Hegel.

    Me llev, protegindome, al Kit Kat Club. Felices, escuchamos a Sally Bowles y luego ella vino a nuestra mesa. Volvamos, brevemente, a Hegel. Sally era la verdad hegeliana: era el delirio bquico, toda ella viva para entregarse a la embriaguez. No ces de hablar durante casi una hora. Tena miles de planes . Sobre todo quera ser una gran actriz de cine. Habl de su padre diplomtico. De sus amores con las otras chicas del cabaret y de sus redituables romances con los clientes ms acaudalados. Habl de Berln: amaba el caos de la ciudad. Amaba el estruendo. Tanto, que se pona bajo los puentes de los trenes y los esperaba entre palpitaciones y ahogos. Nos llev a esa aventura. Si la seguimos fue, habra sido improbable de otro modo, porque

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  • Maximilien y yo tambin nos habamos puesto bastante bquicos. Los tres, como nios, como inocentes nios alcoholizados y algo tontos, nos metimos bajo un puente, nos apoyamos contra los ladrillos rojos del muro y esperamos la llegada del tren. Sally conduca la aventura. Gritamos cuando ella grit. Gritamos cuando el mundo estall sobre nosotros. Cuando el tren cruz ese puente como una metralla que llevaba en s el estruendo de una entera guerra. Gritamos como locos. Gritamos como Sally. Despus, as era de inesperada la Srta. Bowles, todo termin para ella. Ya, dijo, estaba hecho lo que quera hacer. Ahora, dijo, slo quiero dormir. Hizo un gesto danzarn con una de sus manos de uas verdes o violetas y se desvaneci en la noche, en medio de una nube muy blanca y espesa que el tren haba dejado tras de s. Maximilien y yo quedamos solos y, algo atnitos, nos miramos. Yo tena muchas ganas de hacer, todava, cosas . Tan breve haba sido todo y tan larga me pareca an la noche que dije una frase impensada, tan sorpresiva como verdadera: "Qu lstima que seas homosexual". Maximilien me mir, sonri y dijo algo muy breve, algo que fue, para m, un halago desmedido, el punto exquisito de una noche de embriaguez. "No todo el tiempo", dijo.

    Hannah me pidi que no me preocupara por ella. Que olvidara a Rainer. Nada le hara. Mi historia con Heidegger est por terminar. Mi amor, no. Me dijo que se senta condenada, destinada a amar a ese hombre toda su vida. Le dije que, de un modo u otro, eso nos pasaba a muchos.

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  • Se ri sonoramente y descubr que sus dientes eran grandes y brillaban. Querido Dieter, dijo, lo que a m me pasa con el Maestro no me pasa "de un modo u otro''. Me pasa "de un modo y de otrd'. Me pasa de todos los modos posibles que pueda pasarme. A eso me refiero cuando digo que lo amo. No creo que eso te pase a ti. Me sent algo tonto. Era un sentimiento al que Hannah, conscientemente o no, sola llevarme. Nunca esgrim su condicin de mujer para minusvalorar o negar (protegindome) su inteligencia. Era brillante y yo, y muchos otros, entre ellos Rainer, nos desmerecamos a su lado. Tal vez por eso (o sin duda por eso) supimos ms admirarla entre el deslumbramiento y el rencor que amarla verdaderamente. No creo que vuelva a verme con Martn, dijo. Acaso slo reste una despedida. Pero no ms que eso. Le pregunt si, en busca de serenarlo, poda comunicar a Rainer esa decisin. Me lo prohibi por completo. Rainer, dijo con un hilo de voz, no merece formar parte de esta historia, ensuciarla.

    Nunca ms vi a Hannah Arendt.

    Rainer, s. La amaba y la odiaba demasiado como para no provocarle un dolor sin reparo, definitivo. No me preguntes qu tormentas tenan lugar en el alma de Rainer, pero eran peligrosas y heran a todos quienes lo rodeaban. Conoc a Rainer, supe o sospech, en algn privilegiado, misterioso instante, quin era, en busca de qu andaba por el mundo, qu pasin lo constitua, o por qu, a todas luces, slo pareca constituirlo la del odio? Era posible conocer a los hombres en esa encrucijada de la historia? Al-

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  • guno de ellos era l mismo? No vivamos todos urdidos por acontecimientos que nos superaban, que nos arrastraban? Haba tantos llamados, tantos imperativos que desconocan toda dilacin, toda duda, que parecamos arrojados en medio de una gran tormenta que llevaba, sin duda, a la grandeza, pero cuyo costo desconocamos y cuyo horizonte era ahora, estaba aqu, se nos caa encima (el futuro se nos caa encima, hijo: no s si consigo expresarte o podra la incertidumbre que eso ocasiona) y nosotros, al menos yo, parecamos todava inermes, desvalidos. Presumo que faltaba odio en m, que careca de esa fuerza titnica que mova a Rainer y sus fragorosos compaeros. Presumo -me arriesgar a esta confesin- que tu padre fue un nacionalsocialista incapaz de colmar de furia y de odio su espritu. Durante esos das slo con vergenza, casi con deshonor poda confesarme algo as.

    Rainer llev a cabo su gran hazaa: humillar a la juda. Supo todo lo que tena que saber. Qu tren tomara. En qu estacin elegira apearse. Qu camino habra de seguir para -en un atardecer de inusitada, violenta belleza- llegar hasta la cabaa en que el Maestro esperaba por ella. Me lo cont (transpirado, la cara roja, los ojos muy abiertos y brillantes de triunfo y aborrecimiento) cerca de la medianoche del da de los sucesos. Se haba dejado caer en un silln de madera, sobre un almohadn generoso hecho de una tela antigua, roja y muy oscura y tan alemana y tan fuerte como la prosa de Nietzsche. "Hoy", dijo, triunfal, "la juda se arrastr por el barro de su humillacin. Ah la hund y ah qued". Hice lo previsible. Le ped que se calmara. Le ofrec un cognac. Le ofrec una aspirina que, en

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  • su spero estilo, rechaz: "No seas imbcil, Dieter. Cmo se te ocurre confundir a un hombre victorioso con un enfermo?"

    Sigui a Hannah por unos caminos de campo que -dijo- eran suyos y no de la juda, que los ofenda al transitados y, peor an, al transitados en busca del pecado. Son mos porque soy un alemn verdadero y todo alemn verdadero est unido a la tierra, al campo, a sus caminos. Recuerda nuestros das en Berln. Es una gran ciudad de nuestro gran pas pero nuestra grandeza, Dieter, es otra. Es la de la tierra, la del campo y sus caminos. Le dije que el Maestro sola decir esas cosas. Me dijo que s, pero que l se las haba odo decir no slo con la serenidad del campesino sino, tambin, con la conviccin del soldado. Supongo que me dispona a preguntarle a quin y en qu momento y por qu cuando me avasall su voz ronca, un recitado pastoril, buclico pero guerrero. As le habra escuchado decir esas frases al Maestro?

    Ahora se paseaba por la habitacin. Se serva ms cognac y agitaba su mano derecha como si arengara a una multitud. Ninguna de sus palabras (y esto fue, para m, sorprendente) tena un sentido blico; lo tenan, s, su tono, su voz, los movimientos torpes pero marciales de su cuerpo, de su cuerpo que recorra la habitacin, encontraba o creaba espacios y huecos y no parecera destinado a serenarse. "El aliento del camino de campo", deca, "despierta un sentido que ama lo libre y que, en el lugar propicio, todava consigue salvar la afliccin hacia una ltima serenidad. En el aire del camino de campo madura la sabidura. En su senda se encuentran la tormenta de invierno

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  • y el da de la siega, coinciden lo vivaz y excitante de la primavera con lo quedo y feneciente del otoo, estn frente a frente el juego de la juventud y la sabidura de la vejez". Salt sobre el silln y -como si estuviera en un palco, en un proscenio esplndido, en una aurora secreta, ntima- dijo : "Escucha, Dieter. Son las palabras del Maestro. Su sabidura se amas en provincias y l sabe decirlo. Me escuchas?" Asent. Entonces, con una voz no spera sino tersa, cuidadosa, dijo: "La sabia serenidad es una apertura a lo eterno. Su puerta se abre sobre los goznes antao forjados con los enigmas de la vida por un herrero experto". Larg una carcajada repentina y brutal. "l abri la puerta, Dieter", bram. "l, nuestro Maestro, hizo girar los goznes antao forjados con los enigmas de la vida para que la hetaira juda entrara en esa cabaa infame. Para eso la joven Hannah haba cruzado, ofendindolo, el camino de campo. Para pecar. Para fornicar. Para extraviar al Maestro y hundirlo en el vicio de la carne, en la desvergenza del adulterio. Fue una pesadilla verlo ah, donde jams haba pensado o imaginado y menos an deseado verlo. El sol brillaba gloriosamente en su frente olmpica, nica. Pero l se hunda en lo innoble, en la turbiedad de la carne, irredento y gozoso, obsceno. Abraz a la hetaira juda, la bes y la hundi en esa cabaa con la avidez de un ser primitivo, brutal. Heidegger tiene ms de treinta y cinco aos, Dieter, dos hijos y su mujer, Elfride, es una camarada de la primera hora y su repulsa por los judos, como debe ser, no tiene lmites . Imaginas el orgullo perverso de la perra de Israel al humillar a una madre nacionalsocialista, a una mujer de nuestro pueblo, de nuestra tierra?"

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  • No me atrev a decirle que Heidegger colaboraba con ese triunfo. No me atrev a cosas peores: a decirle que, tal vez, la amara. Que descubriera en Hannah cosas que su mujer no saba ni poda darle. No me atrev y lo hice por miedo, para protegerme. A esta altura del relato, incluso de nuestra amistad, a Rainer, yo, le tema. Esper entre unos viejos tilos, en el espacioso jardn de los alrededores, esper hasta el atardecer y hasta que ella sali, junto a l, se abrazaron, se besaron y se despidieron. Me qued entre los tilos, Dieter. Ya llevaba ah dos horas o ms o las que fuere. Qu poda yo saber del tiempo estpido de los relojes si todo el tiempo, enfebrecido, me deca "ahora, ahora mismo, fornican como animales"? La segu hasta la estacin del tren. Ah, con un mpetu miliciano, me plant frente a ella. Para mi sorpresa, no pareci atemorizarse. S, dijo, que me vienes siguiendo desde que part hacia aqu . Como vers, no me import. S que ests enfermo, no puedo evitarlo y no evitar por eso hacer las cosas que deseo. Pero no te preocupes. No habr ms encuentros entre Heidegger y yo. Te lo devuelvo. "No a m, perra juda' : dije. "A la patria". "Es mi patria tambin", dijo. Le pregunt, con una irona tramada para lastimarla y hasta para meterle miedo, si todava segua creyendo eso. Le brillaban los ojos y estaba a punto de romper a llorar. "Cada vez menos", dijo. "Entonces sera prudente que te fueras, Hannah. Alemania ser cada vez un lugar ms inseguro para ti y los tuyos." Dijo que s, que lo saba y luego dijo otra vez que s, que habra de irse, que se casara con un hombre al que aprendera a amar y no retornara jams a Alemania. Tuve alguna conmiseracin. "Hannah, soy un oficial de las SA'', dije. "Te

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  • dir las cosas como son. Cre que tus encuentros con el Maestro haban cesado. Soy un hombre de Ernst Rohm. Somos una fuerza poderosa y queremos tener a Martin Heidegger con nosotros. Si te vas de Alemania y vuelves. Si te vas de Alemania, vuelves y te acercas otra vez a Heidegger, te mataremos. O acabars en un campo de prisioneros. Ya hemos construido varios". No dijo palabra. Lleg el tren, subi y evit arrojarme siquiera una mirada. Tampoco s si yo lo habra deseado.

    Rainer se vea sereno ahora, la tormenta haba pasado, pero en su espritu (en el que la furia nunca se detena) anidaba ms el cansancio que la paz o la serenidad del camino. Me serv algo de cognac. Me senta helado. Me temblaban las manos. Pregunt: "Rainer, es cierto entonces eso de los campos de prisioneros?" Me clav sus ojos crueles. "Dieter, querido", dijo. "Llevamos meses construyndolos". Y aadi: "Ser apropiado que dejes de preguntarte por el Ser. Apruebo que no caigas en la inautenticidad de su olvido. Pero ya es hora de que empieces a enterarte de algunas cosas".

    Me propuso entrar en las SA.

    Rainer se volva torpe. Cabra, aqu, preguntarse por los costos de la militancia partidaria. Habrs notado, o no habrs podido no hacerlo, reticencias en m, cautelas, distancias entre los hechos desnudos y brutales y el pensamiento que debe someterlos antes de cualquier elecccin. Cuando hablo de sometimiento no me refiero a una razn tirnica que juzgue desde s y no sepa abrirse a nada. El

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  • arrojo de los griegos a sus posibles, la apertura de la temporalidad era un genuino estado de abierto. El estado de abierto permite el desocultamiento de la verdad, ella se me devela (a-ltheia) , yo no la someto, no la sojuzgo a los cnones instrumentales de la razn. La verdad ya no es la adaequatio entre el sujeto y el objeto ( intellectus-res) . La verdad se hace presente, se des-oculta y este desocultamiento llega a m por mi estado de abierto. La modernidad ha arrasado con esto. Ha entendido a la razn como tcnica para someter los entes. Es el abominable tecnocapitalismo.

    S que leers por primera vez esta carta a tus escasos catorce aos . Tratar de ser desesperadamente claro. S, sin embargo, que la seguirs leyendo a lo largo de tu vida. No quiero, entonces, dejar de lado las dificultades de lo que no es fcil. Ah donde no me entiendas, leme otra vez. Y otra vez. Y una vez ms. Y si no entiendes, contina. Alguna vez entenders. Pero no odies las dificultades ni te sientas herido por ellas . No estn para atacarte ni desdearte ni sealar tus limitaciones. Estn porque tienen que estar. Porque la filosofa (y sta, aunque su autor jams haya alcanzado las cimas que otros s, que Kant, Hegel o Heidegger, definitivamente, s, es la carta de un filsofo) reclama nuestra inteligencia y nuestra voluntad. Tambin nuestro orgullo. No cedas. No te dejes abatir por los escollos. Hay cosas que son difciles porque lo son. Porque una carta como sta, en la que se traman la historia, la reflexin, las pasiones, el destino individual y el colectivo, la relacin entre un Fhrer poltico y un Fhrer del pensamiento o entre un Maestro atrozmente genial y su azora-

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  • do discpulo, entre un padre y un hijo, entre un padre y un hijo al que ese padre le explica las razones ltimas de decisiones ltimas, una carta escrita para echar alguna luz sobre situaciones lmite, no puede tener la transparencia de lo inmediato. Todo lo inmediato es incompleto. Todo lo que no vuelve sobre s, lo que no se quiebra, no padece ruptura alguna, no crece. Se crece, siempre, entre tormentas, entre quiebres irreparables, dolorosamente. No hay "lo malo" como no hay "lo bueno': Lo justo y lo injusto se confunden. La tragedia no es la lucha de lo bueno contra lo malo o de lo justo contra lo injusto. Es la lucha de lo justo contra la justo. Antgona y Creonte, Martin: sa es la tragedia, el enfrentamiento de dos legalidades verdaderas . Ya reconocers a Hegel en estos tumultos, en estas sediciones contra lo llano, lo mediocre. Escucha: "Pero la vida del espritu no es la vida que se asusta ante la muerte y se mantiene pura de la desolacin, sino la que sabe afrontarla y mantenerse en ella. El espritu slo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a s mismo en el absoluto desgarramiento".

    Esta carta es la historia de un absoluto desgarramiento. Del des-ocultamiento de la verdad. Y de sus consecuencias.

    Poda Rainer caminar por estos bordes, por estas cornisas? Poda mirarle la cara al abismo? Ya haba demasiadas certezas en l. Cmo pudo haberme dicho que dejara de preguntarme por el Ser? Aunque luego, hbil, hubiera buscado volver de semejante extravo, aunque me hubiera aconsejado no caer en la inautenticidad "de su olvido", lo

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  • dicho quedaba dicho, fijo. Un discpulo del Maestro jams puede decir lo que Rainer, desde su odio, desde su beligerancia partidaria, haba dicho. Olvidar la pregunta por el Ser era olvidar a Heidegger. Era olvidar la filosofa. Caer en la barbarie.

    Decid no entrar en las SA. Decid retornar a la lectura honda de Ser y tiempo. Cobijarme en los pliegues speros, en las complejidades del pensamiento del Maestro, alejadas de lo inmediato, de lo annimo. Decid seguir abierto a la verdad, permitir que se me develara, y no someterme a la disciplina militarista de una organizacin de choque.

    Mi decisin, que le comuniqu, enfureci a Rainer. No me daba cuenta? El destino alemn se dirima en las calles. Lo que hoy existe en Alemania, dijo, es una guerra civil . Y nuestro enemigo est ms claro y decidido y furioso que nunca. Es el bolchevismo, Dieter. Sabes qu ocurre con nuestra patria en tanto t te refugias en la bsqueda del Ser? Las potencias democrticas, el capitalismo judo internacional planea entregarnos a la Unin Sovitica. Piensan: si les damos Alemania se calmarn . Piensan: es un costo menor. Si Alemania se une a Stalin, la Revolucin Rusa permanecer ah durante dcadas o se destrozarn entre ellos. Eso quieres? Quieres que el capitalismo parlamentario nos entregue como botn de guerra? Esto se decide hoy en las calles de Alemania! Has visto alguna vez en accin a los grupos bolcheviques de choque? Yo puedo decirte cmo pelean y cmo matan los comunistas . Los que asesinan y torturan en es-

  • te pas apocalptico pero incontenible no slo visten camisas pardas, Dieter.

    Conozco el informe del ministro del interior, dije . El imbcil de PreuBens, dijo Rainer. Pero dijo la verdad. Dijo lo que nosotros ya sabamos. En el verano de 1 9 3 1 los comunistas mataron ms de los nuestros que nosotros de todo tipo de enemigo que tengamos sobre esta tierra, y son muchos. Conoces la cara de un comunista que se te arroja para matarte? Yo s, Dieter. Es ms feroz que nosotros. Cree tener ms razones y -sobre todo- mejores razones que nosotros. Eso hace que los hombres maten. Cuanto ms seguro est uno de tener razn, ms seguro est de matar. Y ellos se sienten elegidos por la historia. Son el movimiento obrero alemn. Son los que van a alimentar a los millones de desocupados que vagan, que merodean hambrientos por nuestras calles . Peor an: ya los convencieron. Son la unidad de Alemania y de Rusia. El gran frente contra el capitalismo de la propiedad privada. Hasta dicen defender a los judos y los odian ms que nosotros porque no hay odio peor que el interno, el que una raza maldita se tiene entre s! Tienen diputados hbiles, serpientes que atacan y envenenan. El pestilente Remmele, para quien ya tenemos reservada una bala, grit en el Reichstag: "Somos los vencedores del maana. Y la pregunta ya no es quin vencer a quin. Esa pregunta ya est decidida". No, no, nunca ! Esa pregunta se decide hoy en las calles de Alemania. Has ledo lo que prometen? Jornada laboral de siete horas, salarios iguales para todos, semana laboral de cuatro das . Quieren un pueblo de indolentes, de ociosos para levantar un pas destruido.

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  • Hasta el judo Trotski alab al Fhrer. No es un "asesino de judos", dijo. "Es el supremo enemigo de la burguesa mundial ." Rohm vomit de rabia y de asco al enterarse. Nos areng como a un gran ejrcito. Como a hombres que estn en medio de la ms decisiva de las batallas. Y seal el horizonte de nuestro destino: "O la estrella sovitica o la cruz gamada". Y t aqu, querido amigo, preguntndote por el Ser. O no crees que es el destino del Ser el que se juega en esta guerra, hoy, en las calles sangrientas de las ciudades alemanas?

    Rainer viva desde haca un ao o ms en un lugar impensable. O tal vez en el ms previsible de todos. Haba alquilado la buhardilla de Hannah. "Me repugna admitirlo", deca. "Pero mi sangre arde cuando me penetra el olor que la juda dej entre esas paredes." El lugar le traa algunas incomodidades. Viva entre Marburgo y Friburgo. Pero Rainer viva en toda Alemania, dado que en todo su territorio libraba su guerra, la de los suyos, los SA. Fue en la mtica buhardilla de la juda ausente donde sus confesiones llegaron ms lejos que nunca. Comamos y bebamos en un atardecer fro y roj izo. Nada especial: cerveza, salchichas, papas. Algo de vino despus. Rainer era de esos arios rubios y puros y fuertes que enrojecen no bien el alcohol se les mete en la sangre.

    Fue mi pregunta la que llev todo a un extremo y fue mi pregunta la que no lo sorpendi, sino que pareci agradarle. La oportunidad, vio en ella, de narrar sus verdaderas hazaas.

  • A cuntos comunistas mataste ya? Estaba con su uniforme pardo, su gorra, el brazalete

    con la cruz gamada y una cartuchera al cinto. Sac una pistola y la puso sobre la mesa.

    Es una Luger, dijo. S lo que es. Hered una de mi padre. La us durante

    la Gran Guerra. Yo tambin la uso en una guerra. Y es an ms gran

    de que la que libr tu padre. A cuntos comunistas mataste con esa Luger? Uno no cuenta los muertos en una guerra. Ni los pro

    pws. A uno. Mataste a uno? Desde luego.

    Estaba herido. Vesta como un miserable. Un rojo harapiento. Uno de los tantos que quieren robarnos lo nuestro para construir un partido obrero, no nacional sino obrero, de proletarios sin patria, y vestirse bien, comer bien, tener mujeres y el infinito poder de la burocracia del Estado. Se meti, tambalendose, en un callejn. Crey que nadie lo vera. No tuvo suerte. Yo lo vi . El centro de Berln era una masacre de fieras. No s si uno sabe, en esos momentos, por qu pelea. Creo que lo olvid . Creo que recordarlo sera distraerse. Distraerse sera morir. Uno, apenas, y con esto alcanza, Dieter, sabe que tiene que matar al que no es como uno, al del otro bando, al enemigo. Nos gritamos cosas como " Bolcheviques ! Nazis! Rojos de mierda! " Pero no importa. Lo que importa es gritar. Gri-

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  • tar genera furia y poder. Gritar enceguece . Slo el odio vive en el grito. Y slo el odio alimenta el deseo de matar.

    El rojo se meti en un callejn con barro, con sangre, con ratas. Se dej caer y si alguna esperanza de reposo lo alentaba se le disip en seguida. Yo estaba ah, frente a l, erguido, con la Luger, encaonndolo. Fue muy fcil, Dieter. Si no fuera fcil no sera la guerra. Tu pregunta: "Mataste a uno?", es una trampa. Es basura humanista, Dieter. Sabes cmo se completa? "Con uno alcanza". 0: "Si mataste a uno no importa a cuntos mataste despus". Pura mierda. Pura escoria humanista, burguesa, pacifista, socialdemcrata. Uno va a la guerra a matar. Acaso tengas algo de razn. Tu pregunta tenga algn sentido. Hay enemigos que se matan de lejos. Como blancos mviles. Como objetivos. Otros no. A otros uno los mata y los ve morir. Los mata y los mira y, aqu est el punto lgido para los dbiles, la vctima es la que tambin te mira. La muerte personal, la que uno le infiere a un pobre rojo que est a sus pies y lo mira con miedo y le ruega piedad, acaso sea ms difcil. Es cierto: no es lo mismo matar a alguien que te mira, implorando, a los ojos, que a un objetivo que se desplaza cien o ms metros ms all. Es mejor. Matar as, mirando a la vctima, hace de uno un guerrero. Te confirma. Sientes que eres autntico. Que eres capaz de llegar a los extremos por lo que crees.

    Entonces dije: Rainer, eso lo aprendiste en Ser y tiempo. No delires, profesor Mller ! Ser y tiempo es un trata

    do de ontologa. Un libro escrito para abrirnos a la pregunta por el Ser y nada tiene que ver con la guerra. Y menos

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  • con esta guerra. Una guerra civil de ciudades. Una masacre catica.

    Te cito, Rainer. Dijiste: "Matar as, mirando a la vctima, hace de uno un guerrero. Te confirma. Sientes que eres autntico". Necesito recordarte los textos, extensos por cierto, que el Maestro dedica a la existencia autntica?

    No es lo mismo. Ser y tiempo no habla de la guerra. No hay cosa de la que Ser y tiempo no hable. Oye, Rai

    ner : cuando sales a tu guerra, cuando cargas tu Luger, piensas que puedes morir ese da en la batalla?

    Por supuesto ! Soy un ec-sistente. Estoy arrojado a mis posibles. Pero s que hay un posible de todos mis posibles. O que en todos mis posibles late la imposibilidad. S, porque soy un ser autntico, que en todos mis posibles est la posibilidad de mi muerte. Dieter, qu es esto? Un examen. Nos hemos formado estudiando a Heidegger. S, cuando salgo a la batalla, que tengo la posibilidad de matar mil enemigos.

    Mil posibilidades. Pero s que cada una de esas posibilidades contiene la

    otra: que sea mi enemigo quien me mate. S, tambin, que hay otras posibilidades. Menos blicas, cotidianas, banales. En todas ellas, en todas esas posibilidades est mi radical imposibilidad. La posibilidad de morir habita todas mis posibilidades. Lo s y no necesito negarlo para ser valiente, para luchar! Lo s porque . . .

    Porque eres un existente autntico. Y todo existente autntico asume que ser es ser-para-la-muerte. Eso diferencia a un SA de los miserables seres inautnticas, que viven negando la muerte a travs de las "habladuras", la "avidez de novedades" o sometindose al "estado de in ter-

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  • pretado". Un SA es un Dasein que mira cara a cara la posibilidad que acecha en todas sus posibilidades: la de morir. Es un Dasein que acepta la finitud. Que acepta su ser-para-la muerte. Y esto lo diferencia de los dems. De los inautnticas. De los mediocres. De los que temen morir. Tanto, que viven negando la Muerte.

    Rainer Minder bebi su ltima cerveza. Ya no estaba rojo, sino plido, estremecido. Me mir durante un tiempo sin tiempo. Un tiempo que estaba ms cerca de lo eterno que de lo histrico. Dijo:

    Dieter, no haba pensado eso. El costo de abandonar la lectura de Ser y tiempo es alto. No s qu decirte. Estoy helado por el asombro. Die-

    ter, si es como t dices . . . Es como yo digo. Entonces . . . es por Ser y tiempo que estamos peleando

    en nuestras ciudades. Oye, esto no durar mucho. Pronto ganaremos. Tendremos el Gobierno. Haremos a Heidegger Rektor de Friburgo. Y hombres como t nos sern indispensables . Filsofos. Maestros que enseen a nuestros combatientes qu es la existencia autntica y el ser-para-la-muerte.

    Seguimos hablando. Me fui cuando amaneca. Todo era inminente. Todo estaba por ocurrir. A veces el futuro es tan real, tan poderoso que nos impide ver otra cosa, que enceguece como el sol del desierto.

    Como vers, Martin, tengo que hablarte de la gran obra del Maestro. Imaginas a Rainer Minder, con su uniforme pardo de combate, su gorra, su brazalete con la cruz

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  • gamada, su Luger? Lo imaginas diciendo, aterido, casi sin aire por el estupor, por el pasmo de semejante revelacin: "Es por Ser y tiempo que estamos peleando en nuestras ciudades?" Imagina algo an peor: el nacionalsocialismo no es la aventura sanguinaria de una pandilla de toscos alemanes brutales y desquiciados. Su ideologa no reposa en las lecturas inescrupulosas que Alfred Rosenberg hizo de Nietzsche. No reposa en los rezongos paranoicos, racistas, mal escritos de Mein Kampf Est, hijo mo, en el ms grande libro de filoso fa que el alma alemana escribi desde la Fenomenologa del Espritu.

    Busquemos.

    Ser y tiempo nos arrojaba a la existencia. Al fin salamos de Kant o del neokantismo. La relacin con el mundo no era una relacin cognoscitiva sino existencial. Estbamos arrojados a ese mundo. ramos en l. ramos seres-en-el-mundo. ramos "ah". Este arrojo abra nuestras posibilidades. Estbamos arrojados hacia nuestros posibles. ramos eso que Heidegger llam Dasein. Estbamos arrojados entre los entes . Entre las cosas, entre los objetos. El Dasein era el ser-ah porque slo poda ser un ente intramundano, un ente entre los otros entes. (Aos ms tarde habra de leer un dilatado ensayo, bien escrito, tal vez demasiado bien escrito, fruto de un discpulo francs de Heidegger. Un literato antes que un filsofo. Esta condicin, la de novelista, le entregaba un dramatismo acaso folletinesco a ciertas de sus formulaciones. De este modo, era capaz de decir que el Dasein estaba "en peligro en el mun-

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  • do' : Nunca me result ms que piadosamente aceptable esta frase. No obstante, reconozcmoslo, si uno trata de sealar la enorme diferencia entre el sujeto kantiano y el ser-ah de Heidegger debe sealar esta condicin de peligrosidad, de exposicin. Qu arriesga el sujeto de la Crtica de la razn pura? Su relacin con el mundo lo compromete slo en la modalidad del conocimiento. El sujeto de Kant busca conocer las cosas . El ser-ah de Heidegger no puede sino arrojarse entre ellas . Su existencia est en juego, no su dispositivo cognoscente. El literato francs saba decirlo bien: si el ser-ah compromete su existencia entre las objetividades del mundo, si es uno ms entre ellas, si no lo protege el aparato categorial newtoniano del buen Kant, entonces el ser-ah est en peligro.) Salamos de la interioridad pegajosa de la subjetividad francesa: salamos de Descartes. Salamos de ese sujeto soberbio y solitario que dudaba de todo pero no de s. La existencia era ec-sistencia porque nos arrojaba al mundo. Aqu, hijo, Heidegger, nuestro Profesor, propona un despliegue admirable, slo posible desde su genio. Quiero que tengas ciaro esto : Ser y tiempo no es solamente una obra existencial, es un libro ontolgico. Su pregunta es la grande, nica pregunta de la filosofa: la pregunta por el Ser. Dejemos a las ciencias o a la sociologa, la psicologa, la economa poltica o aun la teologa todas las restantes cuestiones . La filosofa es la decisin de encarar la pregunta por el Ser. El Maestro dir: "Por qu hay ser y no ms bien nada". Y aqu llegamos al que, en mi humilde juicio, fue para todos nosotros, sus lectores tempranos, el punto heroico de Ser y tiempo. El Dasein, por su estado de arrojo, era el ser-ah. Pero el Dasein era, tam-

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  • bin, el ente que en su ser se pregunta por el Ser. Ningn otro ente intramundano se pregunta por el Ser. Imaginas a un martillo preguntarse por el Ser, a una tenaza, a un avin? La pregunta por el Ser adviene al mundo por el Dasein. As, el Dasein es el "ah" del Ser.

    Te das cuenta, Martn? Adviertes el exquisito lugar en que el Maestro nos pona? El Ser surge en el mundo porque hay un ente cuyo ser consiste en preguntarse por el Ser. Ese ente es el hombre y es por el hombre que la pregunta por el Ser (la pregunta fundamental de la filosofa) adviene al mundo. Ese ser-ah, que est en peligro, que vive bajo el peligro que implica su arrojo entre las cosas, se pregunta por qu hay cosas y no ms bien nada. Esto le entrega al hombre (a nosotros, Martn) un lugar central, una dignidad que la filosofa se vena negando a darnos a travs de dcadas. Recuerdas el cielo estrellado de Kant? Recuerdas a Kant maravillndose por la ley moral en l y por el cielo estrellado sobre l? Recuerda, ahora, la respuesta de Hegel. Despectivo, el maestro de Jena dijo que poco le interesaban las estrellas, "esos granos del firmamento". Que era posible que la Tierra slo fuera un cascote que meramente giraba alrededor del Sol. Pero haba en ella, aqu, en la Tierra, algo que vala mucho ms que un cascote y hasta ms que mil soles. Haba un ser metafsico, el hombre, que se preguntaba por el sentido del Universo. A ese orgullo nos lanz Heidegger. El ser ah era el ah del Ser. El Dasein es el lugar de la pregunta ontolgica. El lugar de la pregunta por el Ser.

    Heidegger saba poner ese orgullo en nosotros. Tempranamente entendimos que el Dasein, en los orgenes, en-

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  • tre los presocrticos, se haba expresado en griego. Ahora lo haca en alemn. El alemn era la lengua de la filosofa. Y el Dasein era alemn. Ni para el Maestro ni para nosotros fue difcil dar luego el siguiente paso. Si el Dasein individual de la ontologa existenciaria hablaba en alemn y era alemn, cmo no habra de ser Alemania el espacio del Dasein comunitario? Cmo no habra de ser Alemania el lugar del Ser y la encarnacin de su destino?

    De aqu que esta Carta, que expresa mi tragedia y la tragedia de la gran nacin alemana, est escrita en alemn, la lengua de lo absoluto.

    En Berln conoc a tu madre. En Berln, en medio de la metralla, entre heridos y muertos. Me pregunto -ahora, en el preciso momento en que escribo esto- qu haca yo en Berln. No creo recordarlo bien. Tampoco recuerdo la fecha exacta. Debers confiar ms en mis precisiones conceptuales que en mi fidelidad al calendario. Nunca supe medir el tiempo por el calendario. Nunca supe qu tena que ver el tiempo con esa linealidad numrica que asuma la soberbia de ordenar algo tan tumultuoso, catico como la temporalidad y, acaso, la historicidad. S que la Repblica de Weimar se derrumbaba. Que Hitler, incontenible, se acercaba al Poder. Que los alemanes lo reclamaban. Que teman menos a los nazis que a los comunistas . Que teman a los judos, a quienes, prolijamente educados, prolijamente asustados, identificaban a la vez con los comunistas y con los dueos de las finanzas, los poseedores del dinero que faltaba a los alemanes hambrientos . Todo

  • eso s. S, tal vez, que fueran los ltimos meses de 1 932 . Pero no estoy seguro. Lo que s es lo que te dije: e l derrumbe total de la Repblica de Weimar. se era mi calendario. S tambin que, en esa encrucijada, en una Berln sacudida por tiros, por bombas y por gritos de furia y de dolor y de muerte, conoc a Maria Elisabeth Wessenberg, tu madre. Sorprndete: estaba en plena calle, tena sangre en la cara, gritaba "nazis asesinos" y peleaba, fervorosamente, del lado bolchevique.

    Cuando cay sobre unos adoquines que lastimaron sus rodillas, cuando un SA pate sus flancos, su vientre y preparaba su cachiporra para astillarle la cabeza me hund en ese caos como un guerrero entre los guerreros. Un guerrero sin causa, sin partido, sin pasin. Mi pasin era otra. Salvar a esa mujer. La juzgu, no bien la vi, una insensata, o un ser dispuesto a entregar su vida por nada, por un estruendo callejero, por un avatar de la poca, por una mera contingencia policial. No consegua yo ver otra cosa ms all de esos combates entre nazis y comunistas que ensordecan Berln. No era eso, para m, la historia. Era una batahola y hasta un jolgorio majestuoso por su estruendo, por la sangre, los gritos, los heridos y los muertos. Pero, podra dirimirse en medio de esa estridencia callejera algo sustancial? A los que juzgaba incomprensibles, a esta altura de los hechos, era a los comunistas . No saban leer o, siquiera, deletrear arduamente las seales de los tiempos? Alemania ya estaba en manos del nacionalsocialismo. Para qu seguir oponindose a una fuerza irrefrenable, a una prepotencia de la historia? Slo ellos podan hacer algo semejante. Slo los que lean religiosamente las profecas te-

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  • leolgicas del Manifiesto Comunista. Ese texto breve, fruto perfecto del tecnocapitalismo aunque pretendiera superarlo, les deca a sus militantes que la historia tena una necesidad, un sentido y que ellos lo encarnaban. Slo esto explicaba tanta pasin absurda, tanta vida entregada a una profeca travestida de ciencia, tanta sangre vertida por una dialctica deslumbrante y seductora. Tan deslumbrante y seductora como las cabezas de los hombres que le haban dado surgimiento. El Hegel de la Ciencia de la Lgica. El Marx de El Capital. Pero, habran ledo estos textos los hombres ciegos y brutales y vociferantes trenzados ahora en batalla con los no menos brutales camisas pardas de Rohm? Hitler, nuestro inminente Fhrer, tena razn. Los comunistas no conocen El Capital. Lo dice en uno de los ms brillantes pasajes de Mein Kampf El comunismo no se expande porque los proletarios lean los tomos oscuros, impenetrables de su dios ideolgico. Se expande por la oratoria explosiva de sus dirigentes. De aqu la necesidad -para la Alemania destinada a contener la ola roja- de someterlos. Derrotarlos. Si la oratoria vala ms que los libros, si la oratoria encenda el odio, y el odio la decisin de matar, la victoria, tambin por esto, era del Fhrer: no haba en Alemania otro orador como l. Tampoco esto vieron los comunistas.

    La llev, en mis brazos fuertes (no por mi juventud sino porque yo era, naturalmente, un hombre fuerte, algo que heredaba de mi padre) , y la met en un callejn, aislndola, aislndonos. Le dije que estaba loca, que peleaba

  • por una causa perdida, que morira por nada en medio de hechos que ya no tenan sentido. Me pregunt, furiosa, si todos sus compaeros, ah, en esa calle moran por nada, si eran, entonces, idiotas, si debamos rernos de ellos o tenerles pena. Le dije la verdad: que debamos tenerles pena. Que jams me reira de gente capaz de pelear hasta morir por sus ideas. Pero no haba ninguna verdad en esas ideas. No expresaban nada del alma de Alemania. De su espritu. El espritu de nuestra nacin ya eligi, dije . Encontr su destino y la voluntad de su destino. Se ha decidido y elegido a s mismo. Se ha entregado a la voluntad del Fhrer y a la fuerza de la tierra y de la sangre. Que es, le guste a usted o no, el nacionalsocialismo. Usted es un nazi de mierda, dijo. Le agradezco lo que hizo por m pero . . . La agarr de los brazos. Le dije que se quedara conmigo. Que no volviera a esa batalla imbcil. A esa guerra terminada. Que no entregara su vida a las dentelladas de esos perros moribundos, o ya muertos aunque no lo supieran, aunque ladraran o rugieran pattica, tristemente. Le pregunt su nombre. Le dije el mo. Le dije que era profesor de filosofa en Friburgo. Tu madre, Martn, era una mujer hermosa. Puedo decirte que su frente era amplia. Que sus cejas tal vez excesivas daban a sus ojos una turbiedad gtica, comprometida con la noche y sus misterios. Que sus ojos eran verdes, no grandes pero verdes como los mejores campos de la patria profunda, aunque lata en ellos algo superior, ajeno a toda tonalidad, a toda irisacin. Un resplandor, Martn . Una luz caliente y pasional que, me dije, expresaba su ardor militante y luego, corrigindome, supe que era la de su inteligencia. Porque, Martn, vaca y pobre es esa idea

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  • mundana que se tiene de la inteligencia, de la lucidez, de ese poder maravilloso y raro que nos distingue del resto de lo creado, el pensamiento. La inteligencia es una pasin, y quema. Eso vi en los ojos de tu madre. Ah, creo, decid amarla.

    Me qued en Berln y tres o cuatro das ms tarde cenaba en su casa, con su familia. El seor Wessenberg presidi la mesa y dijo todo tipo de vaguedades y variaciones sobre la Alemania de esos das. Yo, que conoca todas, me esforc por escucharlo como posedo por un inters que l, sin duda, crey genuino, con la indefensin de los vanidosos ante quienes los conocen y los halagan y los manipulan y hasta, secretamente en este caso, se divierten con ellos. Consegu todo cuanto me propuse. Llev a tu madre a la habitacin de mi hotel. Hicimos sana y bellamente el amor. Luego habl con su padre y le dije, con llaneza, que quera casarme con Maria Elisabeth. El seor Wessenberg era aficionado a la filosofa y, supongo, esto jug en mi favor. Lo decisivo, no obstante, sucedi cuando me pregunt por Heidegger y le dije que lo conoca, que llevaba aos siendo su discpulo, que poda, como pocos, explicar los senderos complejos pero no intransitables de Ser y tiempo y que, desde luego, se los explicara a l, no bien regresara del viaje de bodas. "O mejor an", dije con la ms exquisita de mis sonrisas, "cuando usted nos visite en Friburgo". Unos das despus me llevaba a tu madre a provincias . El seor Wessenberg prometi visitarnos. Pregunt, tambin, si habra de presentarle a Heidegger. Le dije que s. Haba algo en el entero universo que podra no prometerle con tal de quitarle a su hija? Si me hubiera expresado algn de-

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  • seo de trabar relacin con Hegel, tambin le habra dicho que s. "No ser fcil, pero har lo posible", habra, acaso, agregado, cediendo a ese compromiso tenaz que tenemos los filsofos con la verdad. Empezaba 1 933, yo viva con Maria Elisabeth Wessenberg en Friburgo y estaba a punto de ser nombrado profesor adjunto en la ctedra de Filosofa de la Historia, cuyo titular, Eric Biemel, prominente discpulo de Heidegger y cuadro poltico de las SA, me odiaba. Su motivo era slo uno y acaso (segn te narrar) no excesivamente sorprendente: me consideraba un pensador marxista.

    Volvamos a Maria Elisabeth, tu madre. Cmo pudo esa guerrera bolchevique, en tan breve tiempo, abandonar sus luchas, su familia, Berln y casarse con un profesor nacionalsocialista? No es tan difcil de comprender. Tena veinte aos cuando luchaba en las calles . No tena una identidad poltica. Asuma el bolchevismo para negar la figura de su padre. Wessenberg no era nazi pero era algo peor que eso: un alemn asustado. Quera orden en Alemania y saba que slo Hitler habra de traerlo. Le tema pero estaba hechizado por l. Esto lo entregaba a las ms vanas habladuras sobre la paz que el nacionalsocialismo entregara a la tierra alemana. Sobre el trabajo, el futuro, la unidad de la patria y el desarrollo de las industrias. Era, desde luego, antisemita. Ser antisemita era una modalidad de la poca. Una de las formas de la candidez. De la inautenticidad. "Se deca" tal cosa de los judos. Todo buen alemn la crea. Esto que el Maestro, en Ser y tiempo, llama

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  • Man no debe ser entendido como un aspecto sociolgico del Dasein, sino ontolgico. El se dice (el Heidegger francs, ms tarde, dir on dit o, con menos precisin, mala fe) es un estado fundamental del Dasein. Si me someto a lo que todos dicen es porque temo enfrentar mi propia palabra. Slo esto por ahora, Martn. Pero alcanza para describir al seor Wessenberg: deca y crea lo que todos decan y crean. Maria Elisabeth no quera ser as. Quera rebelarse contra esa visin plana de la vida. Annima. Busc, entonces, en el fuego bolchevique su rostro propio, sin advertir que no lo haca desde s sino impulsada por la banalidad de su padre. Busc en el bolchevismo (que es la perfecta organizacin de lo annimo, de la masificacin) su ser autntico. Para tratar de afirmar una diferencia ante la identidad de su padre, se arrojaba en un movimiento urdido para negar al individuo. Se lo dije y lo entendi. O quiso entenderlo porque quera amarme. O porque quera, al huir conmigo a Friburgo, huir de su padre, no participar ya de las bataholas urbanas de los rojos, sino convirtirse en la esposa de un pensador, de un hombre de provincias, alejado de ese Berln clamoroso, estremecido por guerras desatinadas, en que dejaba su pasado, su historia, su mtica, remota infancia, su juventud, sus infinitos sueos caticos y, sobre todo, la sofocacin de un padre, para ella, insoslayable. Conmigo, habra de olvidarlo.

    As fue. Compramos una casa pequea en la que viviramos corto tiempo, juntos al menos, en la que naceras t y en la que yo conocera, con dolor inexpresable, el fracaso, la soledad, la mediana y hasta el miedo. Otra vez me adelanto. Baste decir que todo eso -no tu llegada al

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  • mundo, claro- sucedera luego de un hecho tan inesperado como injusto, inaceptable. Maria Elisabeth morira en esa casa.

    No bien lleg a Friburgo la llev a una clase del Maestro. Era sobre los presocrticos. Maria Elisabeth cay rendida ante el genio de Heidegger. Por fortuna, ese da el Maestro se haba entregado a su auditorio con una transparencia infrecuente. Hecho que desilusion a algunos pero fue estimulante para tu madre. Estaba en Friburgo, haba asistido a una clase de Heidegger y haba entendido casi todas las majestuosas palabras del Maestro ! Este sbito acceso a lo sublime le hizo olvidar, como una rfaga, los disturbios berlineses, esas refriegas policacas, malolientes como letrinas, y, como las letrinas, nfimas. Contraera leucema en 1 935 . Cmo puede la vida ser tan cruel con un ser que tanto la ama, que tanto la merece?

    Escribo esta Carta con una pistola Luger sobre mi mesa de trabajo. Est aqu, a la mano; es, por el momento, slo un utensilio que espera un proyecto que lo incorpore. Que le d un sentido, una decisin que lo entregue al espesor de la historicidad. Recuerdo, ahora, y no tomes esto por un divague (aunque, supongo, debers aceptar, eximir mis errancias, tengo derecho a ellas, tengo derecho a todo, incluso tengo el intempestivo derecho a disfrutar del arte de la escritura, al que fui siempre ajeno y el que ahora, tardamente, se me revela) , una clase de Heidegger en un curso sobre lgica, alrededor de 1934, que no hice completo, dado que asist a unas pocas reuniones impulsado ms por

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  • la curiosidad que por la avidez de la palabra del Maestro. No me preguntes por qu. Tengo, tambin y quiz sobre todo, el derecho a olvidar, o a recordar con imprecisin, fragmentariamente. Heidegger dijo algo cierto pero sorprendente, acaso la sorpresa de lo sorprendente resida en que se trataba de un curso de lgica. Habl de Hitler y Mussolini. Lo record al hablarte de la Luger. Qu es un objeto sin un proyecto humano que le otorgue un sentido? Le escuch decir: "O es ms bien que la naturaleza no tiene historia?" Eso era algo que yo tena resuelto. No hay historia en la naturaleza. Lo que vuelve "historia" la erupcin del Vesubio es que un proyecto humano haba edificado una ciudad, Pompeya, a sus pies. Si no, esa erupcin sera un suceso ms de la naturaleza, no un acontecimiento histrico. Heidegger dijo: "Cuando se mueven las hlices de un avin, entonces, en rigor, no acontece nada. Pero cuando ese avin es el que lleva al Fhrer hasta donde est Mussolini, entonces acaece historia. El avin deviene historia". Dijo luego que tal vez ocupara en el futuro un lugar en un museo. E insisti en que el ser histrico del avin no tena relacin con el girar de sus hlices, no dependa de ese hecho, que, en rigor, no lo era, sino de la reunin que tendran el Fhrer y Mussolini, la cual, ella s, sera un acontecimiento de la historia. Me sorprendi la tosca facticidad del ejemplo. Puedo, sin embargo, aplicarlo a mi actual situacin, cuya tosca facticidad no habr de sorprender a nadie. Ah, te dije, sobre mi mesa de trabajo, hay una pistola Luger. Acaso sea un objeto con una tradicin. Acaso, exageremos, exprese algo del espritu guerrero de nuestra patria. Pero ahora reposa ah. No puede, por s misma,

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  • engendrar acontecimiento alguno. Esa posibilidad reposa en m, el nico hombre en esta habitacin. Slo yo puedo entregarla a la historia. Slo yo, si la uso. A una historia individual, ciertamente. A una pasin particular, o ntima, si lo prefieres. Pero acaso no todo lo grande se hace en la historia con pasin? Y quines entregan su pasin, quines viven y mueren por ella? Nosotros, los hombres. Cualquier uso particular, ntimo, que yo, un hombre entre cuatro paredes, haga de esa Luger har de ella un acontecimiento de la historia. S que ya lo sabes: lo universal se realiza por medio de la particular. Si la dejo ah, si desdeo su ser "a la mano", la dejo fuera de la historia, totalmente desnuda de significacin, entregada a su orfandad de cosa.

    Pero esa Luger tiene una historia y se la dio un proyecto de mi padre. De l la heredo, como t la heredars de m. Mi padre empu esa pistola y la introdujo en una de las infinitas historias que hacen la Historia. Disculpars mi hegelianismo. Creo haberte dicho (y si no, lo digo ahora) que Heidegger fue mi Maestro, pero en mis orgenes est Hegel. Vuelvo a la Luger. Regreso, en busca de mi padre, a las jornadas finales de la Gran Guerra. Es de noche y no hay estrellas y si las hay la metralla las cubre con su fantasmagora, su irrealidad macabra. Un teniente del Kaiser, agotado, cubierto de barro y de sudor y de sangre y de hartazgo, le dice a mi padre que imparta la orden de retirada. Mi padre ruge: "Estamos a menos de cincuenta kilmetros de Francia' : El teniente dice: "Son rdenes de los polticos. Ordenes de Berln". "La guerra la hacemos nosotros, no ellos' : dice, airado

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  • siempre, mi padre. "Se equivoca, Mller' : dice el teniente. "La guerra la hacemos nosotros, pero ellos gobiernan:'

    Quines son ellos? Los socialdemcratas, los bolcheviques, los cobardes

    y los mercaderes judos . Y por qu se somete a esa banda de traidores? No me someto. Soy un soldado, obedezco. El teniente no debi hablar ms. As me lo cont mi

    padre. "Si no hubiera dicho lo que en seguida dijo, yo . . . habra hecho otra cosa:' Pero el teniente se recost contra el barro hmedo, sucio de la trinchera y confes (porque fue eso: una confesin) : "Soy, tambin, un soldado vencido. Por la fatiga, por el hasto". " Qu hasto, qu fatiga?", se exalt mi padre. "Quin lo venci a usted, teniente?" "Los que conducen esta guerra. Ellos me vencieron". " Usted se declar vencido! Por Dios, apenas cincuenta kilmetros y estamos en Francia. Si nos arrojamos sobre ellos los aniquilamos. Eso es la guerra y no la fatiga o el hasto, no la cobarda." "Cree que soy un cobarde?" "Creo que si no ordena seguir peleando no merece ser un guerrero. La guerra es la aniquilacin del enemigo, teniente." El teniente larg una risotada despectiva, tambin amarga, tambin agraviante: "No me venga con citas de Clausewitz. O gurdelas para otra guerra. sta, con esta conduccin mezquina. Con la baja moral de las tropas, con soldados que se saben manipulados por traidores . Soldados que olvidaron la patria porque ya nadie se las recuerda ni la invoca. Porque no hay un Jefe que la encarne . . . esta guerra est perdida. O nos retiramos o es el enemigo el que nos aniquila a nosotros". Mi padre, posedo por una furia que recin descu-

  • bra en l, sac su pistola Luger y le dispar cuatro tiros. Un cabo flaco, plido, de estatura escasa, andaba por ah, a unos metros apenas o algo ms, y con una voz ronca, hosca, dijo : "No se gana una guerra matando a los propios,. La retirada fue un desbande, un caos. Ese caos salv a mi padre del castigo. Nadie, en ninguna guerra, mata impunemente a un superior.

    Pero ese acto, esos cuatro tiros que descerraj sobre el teniente, ese acto irreflexivo, o claramente demencial, ese acto que entreg historicidad a la Luger, destruy a mi padre. No pudo, no supo vivir con l. Muri en 1924, en medio de la Repblica de Weimar, la Repblica de la Derrota, estragado por las deudas, corrodo por la culpa (haba matado a un hombre, a lo sumo, fatigado por la ignominia de los traidores, a un soldado de Alemania, a un inocente) y devastado por un derrame cerebral que, piadosamente al menos, acab de inmediato con l, sin aadirle, al de su vida, el sufrimiento de la muerte.

    Ahora, ella, la Luger, est aqu, donde te dije, sobre mi mesa de trabajo, "a la mano,. Que otra vez forme parte de la historia, que otra vez le acaezca historia, que otra vez se incorpore a la trama compleja de un acontecimiento, no depende de ella sino de m, del uso que decida darle, o no.

    Por el momento, sigo escribiendo.

    En enero de 1 933 Hitler asumi el poder. El 1 o de mayo Heidegger se afili al partido. Muchos

    elogiaron la eleccin de ese da: el del trabajo. Un da festivo para la Alemania del Fhrer.

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  • Poco despus fue nombrado Rektor de la Universidad de Friburgo.

    No s si lo habrs notado. Nunca te dije si yo estaba o no afiliado al partido. No, Martin, no lo estaba. Esa afiliacin se produjo luego de un hecho que fue, para m, indiscutible, que tuvo la fuerza de un mandato divino, y tal vez lo fuera. Ese hecho fue el discurso que Heidegger dio en mayo de 1933 .

    El Discurso del Rectorado.

    Algunos siguen recordando esa jornada como una "fiesta". Le aaden calificativos. "Una fiesta del saber." "De la Universidad:' Incluso de la filosofa. Pero el marco, el elemento histrico en que Heidegger dio su discurso, discurso que habra de ser recordado bajo el ttulo de La autoafirmacin de la universidad alemana, no fue festivo. Lo haba sido el 1 o de mayo, cuando l se afili al partido y el partido festej el da de los trabajadores . (Debers leer, cuando puedas, un gran libro de Ernst Jnger que daba tambin solidez a nuestras decisiones de esos das, El trabajador. ) Pero el discurso del 27 de mayo de 1933 (creo, esta vez s, no entregarte una fecha inexacta) tuvo, antes que celebratoria, un aura severa, solemne. Todos, nadie ah lo ignoraba, participbamos de la historia. Todos, tambin, saban que se era un acto de afirmacin del nacionalsocialismo. El ms grande filsofo de la patria (el heredero de Herclito y de Hegel) asuma ese rectorado como soldado del nacionalsocialismo, como hombre del Fhrer y como Fhrer de la universidad. Porque Heidegger vena a

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  • eliminar la autonoma y la libertad acadmica. Vena a poner la universidad bajo su mano de hierro. Vena a encarnar el Fhrerprinzip en el predio de Friburgo. Haba ministros, arzobispos, rectores de otras universidades, estaba, imponente, henchido por un orgullo que nadie podra no comprender, el alcalde de Friburgo, haba generales de artillera, religiosos, y, sobre todo, Martn, haba muchos estudiantes y la mayora de ellos eran combatientes de las SA, con estandartes en alto, exhibiendo la cruz gamada. Y estbamos, perdidos entre esa multitud, pero integrados a ella, esperando, como todos (como esa multitud que no lo era dado que ni la masificacin ni la colectivizacin habran de poseerla, dado que estaba ah en busca de la palabra autntica, del ser autntico por el que bregaba, de la verdad que el Maestro develara para ella y por ella, reclamndola) , esperando, hijo, el discurso del gran filsofo que un tiempo de borrascas nos haba deparado, ese filsofo de oratoria poderosa, hipntica, pero que vena a reclamar nuestro compromiso con el desafo de la hora, nuestra autenticidad, el coraje de afrontarla, de saber que era una y la misma con el destino trascendente de nuestra patria, estbamos, Martn, unidos a ese exceso, a ese desborde de la historia, tu madre y yo, de pie, a un costado del auditorio, tomados de la mano, a la espera de todo, porque todo poda suceder esa noche, porque lo Absoluto estaba entre nosotros, tan cerca, tan ntimo, que era su aliento infinito el que respirbamos.

    Supongo que lo ignoras, que no lo he dicho: Heidegger sola vestir con extravagancia. Se presentaba con el atuendo tradicional, folclrico de un campesino bvaro o

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  • incluso con ropas de esqu. No esta noche. Se lo vea elegante, casi alto. Se lo vea, sobre todo, austero, su temple era el de la severidad. Se escucharon partituras de Brahms y de Wagner.

    Y luego, nutrindonos de ella, escuchamos, largamente, la partitura de Martn Heidegger. Antes, todos, levantamos nuestros brazos, hicimos el saludo nacionalsocialista. El mismo Heidegger lo haba reclamado. Haba dicho que expresara, ms que la adhesin al partido, la unidad de todos en esa hora trascendente del alma de nuestro pueblo, del alma de Occidente.

    Heidegger supo golpear fuerte. Alemania, hijo, es una nacin tarda. Su unidad se da con Bismarck, el proteccionismo econmico y la militarizacin obligatoria. Se consolida derrotando a Francia en 1 870. Fuimos, durante largo tiempo, un pueblo con una gran cultura pero sin un Estado, sin nacin. Heidegger nos llev al origen. Al verdadero origen de la grandeza alemana. Nos llev a los griegos. Nos seal dnde situarnos. Situarnos era situarnos en ese origen. "Bajo el influjo del inicio de nuestra existencia histrico-espiritual:' Aqu se detuvo (sus pausas eran dramticas, sofocaban, nadie, durante su duracin inmensurable, se atreva a respirar) , mir a todos y con su voz potente, clara, dijo: "Ese inicio es el surgimiento de la filosofa griega". Y luego: "Toda ciencia es filosofa, lo sepa y lo quiera, o no. Toda ciencia sigue ligada a ese inicio de la filosofa. De l extrae la fuerza de su esencia". La universidad alemana tena atrs su futuro. Pero ese atrs era el de la

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  • grandeza helnica. En nosotros, ahora, en nuestro pueblo, se encarnaba. Nuestro pueblo era una comunidad espiritual y en ella vivan, perseveraban lo griego y lo germnico, unidos y entregndole vida al agredido espritu de Occidente. Heidegger dijo entonces una frase de inalcanzable lucidez, de belleza inasible: "El inicio es an. No est tras de nosotros como algo ya largo tiempo acontecido, sino que est ante nosotros. El inicio, en tanto es lo ms grande, ha pasado de antemano por encima de todo lo venidero y, de este modo, tambin sobre nosotros. El inicio ha entrado ya en nuestro futuro, est all como el lej ano mandato de que recobremos de nuevo su grandeza".

    No s si lo entiendes o alguna vez lo entenders. No s si lo entendern quienes lo lean en el futuro. Pero si Hitler devolvi a la patria su orgullo, si la levant del socavn, del hueco cenagoso del Tratado de Versailles, si dio vitalidad a sus industrias, si seal a los culpables de la derrota y nos ense a odiarlos, a injuriados, si denunci a quienes traficaban la patria al costo del hambre de su pueblo, Heidegger nos dio un linaje, una aristocracia del espritu. Nosotros, los alemanes, ramos helnicos. Grecia era nuestro origen y ese origen, como un mandato, nos exiga recobrar su grandeza y conquistar la nuestra.

    Heidegger -ante nuestros espritus estremecidosacababa de crear el Eje Atenas-Berln.

    Expuls (este verbo violento fue el que brot en sus palabras) la "tan celebrada" libertad acadmica de la Universidad alemana. "Pues, por puramente negativa, era

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  • inautntica. El concepto de libertad del estudiante alemn es ahora cuando vuelve a su verdad." Todo el Discurso del Rectorado est tejido con el acero del discurso de la autenticidad de Ser y tiempo. Me atormenta, a esta altura, no haberte explicitado a fondo el tema de la autenticidad. Tengo tiempo. Un tiempo dilatado que se extiende desde aqu hasta -si me permites esta irona tal vez despiadada para ti, para m- el fin de mis das. Heidegger sigui ahondando con maestra sus ideas ms propias con las que dinamizaban al nacionalsocialismo. l lea Ser y tiempo ante nosotros. l nos sealaba cmo debamos leerlo. La ontologa fundamental se hencha de contenidos polticos. He odo, en aos posteriores, en la Argentina, hijo, pas hacia el que derivaron mis pesadumbres, que la ontologa fundamental poda colmarse con cualquier contenido. Que, he odo, el plumfero francs la llev sin mayores esfuerzos hacia la izquierda y acaso, profetizaban algunos, la llevara hacia el marxismo. Con qu derecho? Quin sino Heidegger poda darle una poltica a la ontologa fundamental?

    Habl luego de las vinculaciones posibles con la comunidad nacional. Martin, hijo, ese concepto estaba en Ser y tiempo. No lo invent Heidegger para la coyuntura, importante, s, pero no ontolgica del Discurso del Rectorado, ya que en la ontologa fundamental estaba. Ya haba sido establecido y su modo de estar era estar a la espera de la tormenta que lo reclamara. Era sta. Era hoy. Slo hay que leer el gran texto, Martin . Tomarse ese trabajo. Tomrselo seriamente. Leerlo todo. Quien as lo haga llegar al pargrafo 74. Ah, Heidegger, dice: "Pero la presente investigacin excluye tambin el proyecto existencial de posibilidades

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  • fcticas de existencia". De acuerdo: Ser y tiempo no nos habra de decir si debamos ser socialdemcratas, comunistas o nacionalsocialistas . El proyecto existencial en l trazado exclua las posibilidades fcticas de existencia. Pero no, no, Martn. Apenas una pgina despus Heidegger era claro. Sealaba, desde 1 927, el camino que ahora, en 1 933, estaba eligiendo, para l y para nosotros. Las dos cosas no eran diferentes. l era nuestro Fhrer. Y en la Universidad de Heidegger rega el Fhrerprinzip. Heidegger era a la Universidad lo que Hitler al pas, a la comunidad alemana. Slo hay que leer algunos fragmentos del ser-con. Oye, no escatimes tu atencin, es el Maestro el que habla, el gran filsofo de este siglo: "Pero, si el Dasein destina! existe esencialmente, en cuanto estar-en-el-mundo, co-estando con otros, su acontecer es un co-acontecer y queda determinado como destino-comn. Con este vocablo designamos el acontecer de la comunidad del pueblo". Geschick, Martn. Esta bella y honda palabra de nuestro privilegiado idioma, privilegiado por los dioses y los filsofos y los poetas, expresa ese concepto poderoso: la comunidad del pueblo. Crees que un socialdemcrata hablara de Geschick? Crees que lo hara un comunista? Te dir qu diran ellos. Los socialdemcratas, liberales y capitalistas y partidocrticos y cmplices fervorosos de la democracia electoralista hablaran de Repblica, de Parlamento, de derechos civiles, de ciudadanos, de toda esa basura que nos viene de la Revolucin Francesa, que entron a esa burguesa estril, que busca votos y lugares en el Parlamento, nunca la grandeza de la patria. Los comunistas hablaran de la clase obrera, de la lucha de clases, de los sindicatos, del Estado revolu-

  • cionario, nunca, tampoco, hijo mo, hablaran de la grandeza de la patria ni, menos an, de la comunidad nacional. Heidegger, en Ser y tiempo, ya nos hablaba de la comunidad nacional. Ya nos hablaba el lenguaje del nacionalsocialismo. El Dasein slo poda acceder a su ser autntico -dentro de la comunidad nacional- por medio del sercon. El acontecer del Dasein "es un co-acontecer y queda determinado como destino comn". Y como si fuera poco, para ser agraviantemente claro, Heidegger aade: "Con este vocablo (destino-comn) designamos el acontecer de la comunidad del pueblo". Que nadie venga con la jerga de la abstraccin poltica de Ser y tiempo! La ontologa fundamental tiene una poltica. La esperaba. La reclamaba. Los grandes libros anticipan y crean los tiempos. En 1933 Heidegger ya tena la facticidad del proyecto existencial. Era el nazismo. Y Ser y tiempo estaba esperndolo.

    Sigui, luego, y sus palabras eran granticas, su solidez era tangible, sus conceptos heran o provocaban vahdos de asombro o de temor. Era tanto lo que el Fhrer Rektor nos exiga. De la comunidad nacional se extendi hacia los servicios que ella reclamaba. Necesito insistir en la continuidad entre Ser y tiempo y el Discurso del Rectorado? Ser y tiempo estableca la necesariedad de la comunidad nacional . Y el Discurso del Rectorado, en el imponente ao de 1 933, le entregaba sus tareas fcticas . Su facticidad. Ahora Heidegger ya poda decirnos cmo se serva a la comunidad nacional. Estableca tres servicios. El servicio del trabajo. El servicio de las armas. El servicio del

  • saber. Sobre el servicio de las armas dijo que "exige la disposicin -afirmada en el saber y poder, y adiestrada por la disciplina- de entregarse hasta el lmite". No excesivamente lejos de m y de Maria Elisabeth estaba Rainer. Su cara era una antorcha. Apretaba sus labios y contena una sonrisa que buscaba estallar. Se beba las palabras del Fhrer de Friburgo. Esas palabras: "adiestramiento", "disciplina", "entrega", "lmite" eran las que haba ido a escuchar. Sonaban, ahora, como clarines guerreros en sus odos dispuestos, en su espritu abierto. "La problematicidad de la existencia exige del pueblo trabajo y lucha, y lo lleva forzosamente a su Estado", segua Heidegger. Y, sabamos, estaba llegando al final. Cmo sera? Cmo rematara esa pieza ejemplar? Ese Himno conceptual y blico, fragoroso. Su voz no se detena: "Todas las facultades de la voluntad y del pensamiento, todas las fuerzas del corazn y todas las capacidades del cuerpo tienen que desarrollarse mediante la lucha, aumentar en la lucha y conservarse como lucha". Era Nietzsche, Martn. Nietzsche ledo por Heidegger como muy pronto nos lo enseara. Porque es as, hijo: mi Nietzsche es el de Heidegger. No hay otro. El Nietzsche de Alemania debi ser el de Heidegger y no el de Alfred Rosenberg, con sus torpezas raciales y biologistas . Me adelanto, lo s. Pero esa noche, en ese discurso pronunciado para la eternidad, ya Heidegger tena "su" genial versin del gigantesco "loco de Turn", cuya locura, para m al menos, lo llevaba a lo sublime.

    Heidegger, desde Nietzsche, nos deca que la voluntad es lucha, y que para conservarse tiene que crecer sin detenerse jams en esa lucha. El destino vital de la voluntad es

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  • crecer, y para ella, crecer no es conservarse sino su abominacin, crecer es conquistar, es dominar, es apoderarse del espacio vital que ella, la voluntad, requiere para su expansin. Conservacin y crecimiento definen a la voluntad de poder. Que sabe, en su fuerza vital infinita, que slo creciendo podr conservarse. Cmo se crece? Luchando. Slo a travs de la lucha se conquista el espacio que la voluntad exige, el espacio vital . De aqu que la palabra lucha sonara poderosa en ese auditorio embravecido. Sonara nietzscheana. Como slo Heidegger poda hacer que Nietzsche sonara. Que sonara a lucha, a conquista, a expansin, a guerra.

    Y lleg el final. Heidegger nos reservaba una sorpresa erudita pero feroz para ese momento. Acaso pocos la entendieran -en su entera densidad- ah mismo. Igualmente son gloriosa. Son a lucha. A guerra. "Queremos", dijo, "que nuestro pueblo cumpla con su misin histrica. Queremos ser nosotros mismos. Pues la fuerza joven y reciente del pueblo, que ya est pasando sobre nosotros, ha decidido. Pero el esplendor y la grandeza de esta puesta en marcha slo los comprenderemos plenamente cuando hagamos nuestra la grande y profunda reflexin con que