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e UNAMUNO, RECTOR «REGENERACIONISTA» M. DOLORES GÓMEZ MOLLEDA Como en tantas otras cosas, el llamado Desastre del 98 constituyó en lo educativo, un poderoso revulsivo de la conciencia na- cional. Extendió por toda España una fie- bre pedagógica que asaltó lo mismo a los entendidos y expertos que a los indocu- mentados; llegó a las cátedras, a las colum- nas de los periódicos y a las revistas, a las tertulias, a los debates del parlamento y a la calle. Del problema educativo hablaron políticos, economistas, sociólogos, escrito- res, agricultores y comerciantes. Los españoles, como había ocurrido en la Francia de Sedan, pensaron esta vez con más firme convicción que nunca, que el remedio de todos los males del país es- taba en la escuela: «La escuela yanqui, racional, humana, flo- reciente, —escribía uno de los regeneracio- nistas del momento—, es la que ha vencido a la Escuela de España, primitiva, rutinaria, pobre. ¡Tenía que suceder! A la Escuela, españoles, al trabajo, a arar hondo en la in- culta corteza de nuestra tradición; a ma- chacar con bríos con el yunque de nuestras preocupaciones, hasta que el es- fuerzo del robusto brazo saque chispas donde hoy es todo oscuridad») Si la crítica política y social, como es bien sabido, ocupó muchas páginas de la obra de Unamuno, su debate sobre la edu- cación se animó singularmente a raíz del Desastre. El marco socio-cultural y político del país y la coyuntura de efervescencia crítica, propiciaron una nueva «salida» de don Miguel a este territorio, sobre todo a partir de 1900, fecha en la que fue nombra- do Rector de la Universidad de Salamanca y así se manifestaba al respecto: «Nos hacen falta muchos hombres, y hom- bres que sean otros —había escrito arios an- tes—. Los necesitamos no ya nuevos, sino más que nuevos, novísimos, renovados. y ¿cómo se logra esto?».2 La ocasión de respuesta personal a este interrogante se presentó, para Unamu- no, en el desempeño de su papel de maes- tro universitario y de Rector. Desde que ganó su cátedra en 1891, el estilo profesoral de Unamuno, se caracteri- zó por romper con los moldes de lo con- vencional; se trataba de un estilo de indagación libre y personal de la ciencia, que no se contentaba con lo recibido ni con la exposición rígida de una tesis; Una- muno defendía el trato directo entre edu- cador y educando, lo que convertía el aula en un lugar abierto a toda rectificación e idea nueva; hacía una crítica implacable de (*) Catedrática Emérita de la Universidad de Salamanca. (1) Santiago Alba en el Prólogo a la obra de E. DEMOUNS: En qué consiste la superioridad de las anglosa- jones, versión española, prólogo y notas de Santiago Alba. Madrid, Librería Victoriano Suárez, 1899. (2) M. DE UNAMUNO: Ensayos, Aguilar, SA. de Ediciones, Madrid, 1966. Vol. I, pp. 427. Revista de Educación, núm. Extra (1997), pp. 137-147 137

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eUNAMUNO, RECTOR «REGENERACIONISTA»

M. DOLORES GÓMEZ MOLLEDA

Como en tantas otras cosas, el llamadoDesastre del 98 constituyó en lo educativo,un poderoso revulsivo de la conciencia na-cional. Extendió por toda España una fie-bre pedagógica que asaltó lo mismo a losentendidos y expertos que a los indocu-mentados; llegó a las cátedras, a las colum-nas de los periódicos y a las revistas, a lastertulias, a los debates del parlamento y ala calle. Del problema educativo hablaronpolíticos, economistas, sociólogos, escrito-res, agricultores y comerciantes.

Los españoles, como había ocurridoen la Francia de Sedan, pensaron esta vezcon más firme convicción que nunca, queel remedio de todos los males del país es-taba en la escuela:

«La escuela yanqui, racional, humana, flo-reciente, —escribía uno de los regeneracio-nistas del momento—, es la que ha vencidoa la Escuela de España, primitiva, rutinaria,pobre. ¡Tenía que suceder! A la Escuela,españoles, al trabajo, a arar hondo en la in-culta corteza de nuestra tradición; a ma-chacar con bríos con el yunque denuestras preocupaciones, hasta que el es-fuerzo del robusto brazo saque chispasdonde hoy es todo oscuridad»)

Si la crítica política y social, como esbien sabido, ocupó muchas páginas de la

obra de Unamuno, su debate sobre la edu-cación se animó singularmente a raíz delDesastre. El marco socio-cultural y políticodel país y la coyuntura de efervescenciacrítica, propiciaron una nueva «salida» dedon Miguel a este territorio, sobre todo apartir de 1900, fecha en la que fue nombra-do Rector de la Universidad de Salamancay así se manifestaba al respecto:

«Nos hacen falta muchos hombres, y hom-bres que sean otros —había escrito arios an-tes—. Los necesitamos no ya nuevos, sinomás que nuevos, novísimos, renovados. y¿cómo se logra esto?».2

La ocasión de respuesta personal aeste interrogante se presentó, para Unamu-no, en el desempeño de su papel de maes-tro universitario y de Rector.

Desde que ganó su cátedra en 1891, elestilo profesoral de Unamuno, se caracteri-zó por romper con los moldes de lo con-vencional; se trataba de un estilo deindagación libre y personal de la ciencia,que no se contentaba con lo recibido nicon la exposición rígida de una tesis; Una-muno defendía el trato directo entre edu-cador y educando, lo que convertía el aulaen un lugar abierto a toda rectificación eidea nueva; hacía una crítica implacable de

(*) Catedrática Emérita de la Universidad de Salamanca.(1) Santiago Alba en el Prólogo a la obra de E. DEMOUNS: En qué consiste la superioridad de las anglosa-

jones, versión española, prólogo y notas de Santiago Alba. Madrid, Librería Victoriano Suárez, 1899.(2) M. DE UNAMUNO: Ensayos, Aguilar, SA. de Ediciones, Madrid, 1966. Vol. I, pp. 427.

Revista de Educación, núm. Extra (1997), pp. 137-147

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la fosilización de la enseñanza universita-ria: del profesorado, de los planes de estu-dio, del modo de enseñar, de los libros detexto, de los exámenes.

José Balcazar y Sabariego, estudianteen Salamanca por los años en que allí tra-bajó Unamuno, y más tarde catedrático delInstituto de Ciudad Real, estaba sentadoen los bancos de un aula salmantina eldía en que don Miguel, en el curso aca-démico de 1891-1892, comenzó su tareadocente con estas palabras: «Texto grie-go, el de Curtius. Libro de practicas, LaAnábasis, de Jenofonte». Recuerda queese mismo día un alumno le preguntó adon Miguel por «la lección que debía pre-parar para el día siguiente». La respuestaque éste obtuvo fue poco tranquilizacloraporque Unamuno sonriendo le contestó:«Toda la gramática».3 Algo se iba a romperen la rutina de las aulas salmantinas. Y enefecto, los alumnos de aquella primera cla-se recuerdan con delectación al Unamunocatedrático: sus clases se pasaban en unvuelo por lo interesantes e inolvidables;siempre explicaba pensando en voz alta,

dialogaba con los alumnos, se «salía» delprograma, tocaba todos los temas divinos yhumanos y continuaba su magisterio fuerade la Universidad, en los paseos, en el cam-po, en su propia casa, como recuerda Fede-rico de Onís.4

Pero es a partir del discurso inaugural deUnamuno como Rector de la Universidad deSalamanca en 1900, cuando su «pedagogis-mo» cobra especial interés. Si en De la ense-ñanza Superior había planteado el problemade la petrificación de la cultura universitaria, ysi en La Pirámide Nacional afirmaba que nohabía renovación posible para la Universidadsi ésta no entraba en contacto directo con larealidad viva, en aquel discurso don Miguel seenfrentó decididamente con los estudiantes:«No os reunís para fines puramente científi-cos, de ciencia que se hace y no de la que serecibe hecha, pero os falta tiempo así que seofrezca el mas liviano pretexto para echarosde holgorio por esas calles paseando lasbanderas de las facultades...». 5 (Por cierto,los estudiantes, a juzgar por las fuentes, enesta ocasión reaccionaron mal ante la filí-pica del nuevo Rector.)6

(3) J. BALC.AZAR y SABARIEGO: Memorias de un estudiante de Salamanca, Madrid, 1935.

(4) En el capítulo que dedicamos a Unamuno en nuestra obra: Las Reformadores de la Espada contemporá-

nea, pp. 385-416, comentamos ya ampliamente el estilo profesoral de Unamuno. Su horror a las soluciones hechas,

su afán por lo que él llamaba «la ciencia constituyente» y la libre indagación; así como su concepto de educación

y su modo de concebir la del «hombre nuevo» español. No insistiremos, pues, sobre estos puntos que formaban

parte de la tesis de don Miguel sobre la reforma educativa española y a la que ya nos referimos entonces.

(5) M. DE UNAMUNO: Discurso en la apertura del curso académico de 1900-1901, en la Universidad de Sa-

lamanca. En O. C. Afrodisio Aguado, Madrid, 1958, vol. VII, pp. 493-304.

(6) «Todos los estudiantes éramos de Unarnuno -recuerda Fernando Rodríguez Fornos- hasta el día en

que leyó su discurso de apertura en el Paraninfo». Hizo entonces -continúa-, una crítica «dura, despiadada, de

aquel estudiante de mi época de pantalón abotonado, sombrero cordobés y persianas, que se pasaba la vida

jugando al dominó y organizando corridas de toros».

«Fue su primer encuentro con los estudiantes. Abundaron los pitos, las voces, las protestas tumultuosas.

Los estudiantes gritaban y no dejaban de oír las palabras del orador, y don Miguel sin inmutarse leyó su discur-

so hasta el final». (RODRIGUEZ Forms, en «El Adelanto», 29 de septiembre de 1934).

En el artículo «Adentro», publicado el 9 de mayo de 1900, y en el que Unamuno estaba trabajando desde

enero de 1900, es decir, antes de este célebre discurso, había escrito: «da de ti lo que más les moleste, que es

lo más les conviene Te repito que te prepares a soportar mucho, porque los cargos tácitos que con nuestra

conducta hacemos al prójimo son los que más en lo vivo le duelen. Te alaban por lo que piensas; pero los

hieres por lo que haces. Hiéreles, hiéreles por amor». La conciencia de «misión» reformadora de don Miguel

en este artículo también es relevante. M. DE UNAMUNO: Obras selectas, Madrid, Ed. Plenitud, 1965, p. 180.

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La correspondencia de Unamuno conGiner de los Ríos —de la que hemos habla-do en otro lugar—, 7 muestra bien a las cla-

ras el empeño de don Miguel por hacerdesde el Rectorado una especie de «revo-lución desde arriba», en un momento es-pecialmente propicio para la reformaoficial de la enseñanza y de la educacióndel país, ya que acababa de crearse, preci-samente en 1900, el Ministerio de Instruc-ción Pública.

Fue grande la alarma de Giner ante elnombramiento rectoral de Unamuno que,según él, podría distraerle de otras tareassustanciales e inmovilizarlo en el status polí-tico-cultural del régimen. Sin embargo, donMiguel en sus contactos con Giner siemprele transmitía la ilusión con que había acepta-do su cargo, convencido de que era ésta unagran oportunidad para su tarea como maes-tro universitario.8 He aquí alguna de lascuestiones mas significativas que planteóUnamuno en su correspondencia con Gi-ner de los Ríos:

«No sé, mi querido don Francisco, si meconviene o no personalmente el cargo, nicómo saldré de la aventura en que se meha embarcado... Hay mucho que hacer yalgo intentaré en cuanto a las trabas buro-cráticas me lo permitan [...] Pienso sobre

todo dirigirme a los estudiantes, reunirlos,acudir a sus asociaciones, excitarlos a estu-diar en vivo: costumbres, tradiciones, len-guaje, estado social, situación obrera, etc.»

«Dentro de unos días voy a ésa a ver al mi-nistro, y si puedo hacer en esta Escuela larevolución desde arriba, y entonces procu-raré verle [...I.»

«Me desparramaré sin cálculos egoístas,así lo hace usted y por eso le queremos losque le queremos tanto [...I. dónde voy?No lo sé bien. y qué importa? Si prescindode mí mismo iré a donde Dios me lleve, adonde debo ir a parar. Tal es mi fe, libre dedogma.»9

Es interesante destacar la mención deUnamuno a la «Revolución desde arriba»,que para él, en el contexto regeneracionis-ta del momento, aludía a dos hechos dis-tintos. Por un lado, se trataba de «hacercosas», promover la reforma drástica de laenseñanza desde los altos organismos po-líticos y académicos, influyendo en el Mi-nisterio de Instrucción Pública. Por otro,significaba entregarse personalmente a latarea de sacudir la inercia y el vacío espiri-tual de los que le rodeaban, sembrando in-quietudes, ideas agudas, interrogantes:«trabajar, trabajar, trabajar».'"

(7) Unannino y Giner de los Ríos. Correspondencia inédita. Madrid, Narcea, S.A. de Ediciones, 1977. Mu-chas fueron las afinidades —y bastante también las discrepancias— de don Miguel de Unamuno con la InstituciónLibre de Enseñanza. La critica de la Institución al sistema político imperante y su preocupación por la renova-ción intelectual del país, atrajeron a Unamuno desde el momento en que entró en contacto con Giner en laUniversidad de Madrid. Las discrepancias de Unamuno fueron también muy explicables, dado el modo de serde Unamuno tan reacio a dejarse etiquetar y sus «rebeliones» ante toda clase de «escuelas» cualquiera que fue-se su fuente de origen. Para las relaciones de Unamuno con la Institución Libre, véase nuestra obra Los Refor-madores de la Espada Contemporánea, Madrid, CSIC, 1966. Una exposición sistemática sobre las ideaseducativas de Unamuno en BUENAVENTURA DELGADO: Unamuno educador, Madrid, Ed. Magisterio Español, 1973.

(8) Así lo confirma el epistolario unamuniano dirigido a otros corresponsales: C,ossío, Uña y Shartou, Ar-

zadun, Bernaldo de Quirós o Jiménez Fraud. Aún rezumaba la antigua ilusión, aunque llena de amargura, enla célebre conferencia de Unamuno a raíz de su destitución en 1914, Lo que ha de ser un Rector en España,conferencia leida en el Ateneo de Madrid el 25 de noviembre de 1914. En O.C. Afrodisio Aguado.Vol. VII, pp.853-883.

(9) Unamuno a Giner, 3 de noviembre de 1900. El texto completo de esta carta aparece en el estudio ci-tado Unantuno y Giner de/os Rías Correspondencia inédita. La cursiva es nuestra.

(10) Ibídem.

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Precisamente el ambiente salmantinopor estas fechas estaba especialmente «cal-deado». En la ciudad, había constituidotodo un acontecimiento el discurso queCosta había pronunciado en los JuegosFlorales de 1901. Joaquín Costa, como esbien sabido una de las voces más repre-sentativas del regeneracionismo, habíaapelado a los «otros» hombres del 98, loshombres que silenciosamente, sin palabrasy sin voz, tenían el futuro de España en lasmanos. Al despedirse de Salamanca, Costaanimó a su auditorio a no instalarse en eldolor y en el inmovilismo de la derrota, y avolver a tomar el peso de los hombres reno-vadores, entre los que citó expresamente afiguras de la Universidad salmantina, a Vi-toria y Antonio Agustín, a Muñoz Torrero,a Quintana, a Nicasio Gallego y a todosesos hombres en cuyos pensamientos y encuyas obras «podrían haber tomado rum-bo.., los creyentes en una España nueva».«El honor y la seguridad de la nación —ha-bía clamado Costa entonces ante los ciuda-danos salmantinos— están en manos de losque aran la tierra, de los que cavan la viña,de los que arrancan el mineral... De losque estampan los libros, de los que acau-dalan la ciencia, de los que hacen los hom-bres y los ciudadanos educando a laniñez»."

Para Costa, España tenía que mudarde piel, romper los moldes viejos, sufriruna transformación honda y radical detodo su ser, y realizar una revolución inte-rior, hecha dentro de cada español, de

cada familia, de cada localidad. Deberíatambién hacer «reformas profundas en elrégimen de la enseñanza y la educaciónnacional», desde la escuela a la Universi-dad.

A juzgar por su correspondencia, laspalabras de Costa impresionaron profun-damente a Unamuno. Por otra parte, desdeel punto de vista psicológico, el nombra-miento de Rector no podía llegar en unmomento más oportuno. Don Miguel ha-bía pasado en su trayectoria intelectual yvital por dos momentos especialmente in-teresantes. Primero, el de su afiliación alsocialismo, de 1894 a 1896. Después, el desu crisis religiosa, de 1896 a 1897. A lo lar-go de esta etapa había desarrollado unacontinua crítica del sistema de la Restaura-ción, al que había llamado en alguna oca-sión «régimen de mentira», 12 críticagenerada por cierto, desde la región gana-dera y agrícola deprimida, y desde la Uni-versidad provinciana venida a menos.

Así se iniciaba una nueva etapa en laevolución interna de Unamuno, caracteri-zada por una especial conciencia de «mi-sión»; una conciencia mesiánica queencajaría particularmente con la posibili-dad que le ofrecía el cargo rectoral. Una-muno dejaba así atrás un momento degran depresión de ánimo: La quiebra desus relaciones con los miembros del parti-do socialista; la enfermedad cíe su hijo, y lasuya propia; las dificultades económicas yreveses en su trabajo literario," y la desa-zón que le produce la situación general del

(11) Giner a Unamuno, el 18 de noviembre de 1901, comentando el discurso animaba a don Miguel: «A

ver si Costa remueve ahí esa alma que Vd. tiene por dormida... y ¡a vivir!». La cursiva es nuestra.

(12) UNAmuNo, en «La lucha de clases», de Bilbao, 23 de enero de 1897.(13) Abundan en su correspondencia los datos sobre dificultades económicas en estas fechas: «trabajan-

do y archivando casi todo lo que hago hasta que mejore nuestro mercado literario». «Estoy harto de trabajar

para el Nuncio» (Unamuno a Múgica, 14 de Marzo de 1898).«La depresión nacional se nota en todo» (Unamuno a Mügica, 15 de septiembre de 1897). «He podido

barloventar la galerna económica de este año» (Unamuno a Múgica, 28 de diciembre de 1898).Todas las citas de la correspondencia con Mügica en la obra de Fernändez Larraín: Cartas inéditas a Mi-

guel de Uizamuno, Madrid, Ediciones Rodas, S.A., 1972.

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país, se habían estado reflejando en su co-rrespondencia con un tono triste y deses-peranzado: «... si uno se mete a predicaralgo que cree elevado, purificador, ideali-zador, digno y puro, en seguida lo rebajan,lo ensucian, lo entienden a lo bruto, loprogresistizan y convierten en bullanga ymotín. Dan ganas de hacerse místico, reti-rarse a una ermita....»N

Unamuno se siente en estos momentosdesplazado del ambiente general; discrepanteen un mundo que aplaude y acepta lo que élencuentra inaceptable: «Creo, querido Mági-ca, que voy a quedarme solo, solo con elmundo que me he creado, solo con mis sen-timientos, solo en aquella hermosa soledad deSalamanca, con mi familia y mis libros».15

Unamuno por estas fechas ha hablado yescrito insistentemente con frases aceradas,sobre los males patrios. Son bien conocidassus frases: «Da pena esto», «Aquí no pasanada», «Cada día peor» y su famosa refle-xión de 1898: «Muera Don Quijote».' 6 Pese atodo, hasta este momento Unamuno no seha sentido personalmente impulsado a esatarea de redención, aunque la estimaba ne-cesaria, sobre todo mediante la cultura: «elpueblo necesita cultura, mucha cultura, yno sé bien quién va a darsela»,17

Es durante estos años de Crisis y de so-ledad —como sabemos por él mismo—cuando se gesta en él la actitud que dará

sentido a esta nueva etapa y que encierrael secreto de su entusiasmo por su nuevoalto puesto en la Universidad. En una cartaescrita a primeros de diciembre de 1903,don Miguel menciona confidencialmente:

«Desde hace algún tiempo, desde que pasécierta honda crisis de conciencia, se va afir-mando en mí una profundísima persuasión deque soy instnunento en manos de Dias paracontribuir a la trnotación espiritual de España.Toda mi vida, desde hace algún tiempo, mistriunfos, la popularidad que voy alcanzando,mi delación a este rectorado, todo ello, me pa-rece enderezado a ponerme en situación tal deautoridad y de prestigio que haga mi obra másfnictuasa. Cuanto hasta hoy he escrito y he ha-blado en público no es más que preparación ami terdadera labor, a mi obra...»'8

Esta renovada actitud de fe en si mismocomo instrumento para la renovación espiri-tual de España, reflejada ya inicialmente ensu Nicodemo el Fariseo, recibió sin duda, unespaldarazo definitivo con el nombramientode Rector, ocasión que estima como privile-giada para la realización de una «obra fruc-tuosa» de regeneración universitaria.

El nombramiento de Unamuno no cayóbien en Salamanca, y de ello hablan elo-cuentemente los problemas y dificultadesque encontró en el desarrollo de su tarearectoral.'9

(14) Unamuno a NIúgica, Salamanca, 11 de junio de 1896.(15) Unamuno a Múgica, 1 de diciembre de 1896. En el momento en que escribe estas líneas, Unamuno

acaba de asistir al estreno de El setiorfeudal de Dicenta. En su crítica de esta obra aflora el íntimo problema desu discrepancia plenamente vivida en este momento con el partido socialista. Véase nuestro trabajo, Una muno

socialista. Páginas inéditas de don Miguel. Narcea, Madrid, 1978.

(16) Unamuno a Múgica, 28 de julio de 1898.

(17) Ibídem. la cursiva es nuestra.(18) Unamuno a Múgica, Salamanca, 2 de diciembre de 1903. La cursiva es nuestra.

(19) Véase sobre las circunstancias del nombramiento, el trabajo de Y. Turín: Unarnuno, unitersitaire,París, 1962, pp. 39-77. El ministro García Alhc, justificaba el nombramiento con estas palabras: «He encontradoen la Asociación de Profesores de Salamanca una notabilidad conocida, Unamuno, y le he nombrado sin cui-darme de lo que pensaba o significaba. He hecho lo mismo en Barcelona». El Rector elegido para la Universi-dad de Cataluña, Garriga, era hombre conservador. Con esta frase, García Alix quería expresar su falta departidismo en el nombramiento de rectores. (Texto en el «Diario del Congreso», 17 de diciembre de 1900,p. 606, reproducido por Y. Turín, op. cit.).

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El contexto político-académico en elque el nuevo Rector iba a estrenarse resulta-ba complejo y estaba lleno de implicacionesideológicas. Para el sector preocupado por laformación de nuevas minorías dirigentes,20el tema de la reforma universitaria, de sureestructuración orgánica, de la ampliacióny modernización de sus planes de estudio,de la introducción de nuevos métodos,tanto de indagación como didácticos, re-sultaba comprensiblemente vital pero seenfocaba de modo claramente unilateral,desde una condición sine qua non: la de laautonomía de la Universidad. Desde 1894se había planteado en las Cortes la necesi-dad de una ley de organización de las Uni-versidades, y la aspiración de la autonomíauniversitaria. El proyecto de ley correspon-diente nunca pasó de tal, aunque el Sena-do y el Congreso lo aprobaron.

En realidad la idea de descentraliza-ción universitaria venía de lejos. La ley de1857 que había uniformado la vida univer-sitaria, tanto en opinión de los conservado-res como de los liberales, había contribuidoa la crisis cle la Universidad. Entre otras fi-guras preocupadas por el tema, en 1897Menéndez Pelayo se había manifestado ro-tundamente al respecto: «Importa emanci-par de la excesiva tutela oficial a las

enseñanzas que hoy existen; devolver alcuerpo universitario una prudente y racio-nal autonomía, escuchar su voz cuando deenseñanza se trata [...1. Queremos reivindi-car para el cuerpo universitario toda aque-lla libertad de acción que dentro de supeculiar esfera le corresponde».2'

En los primeros años del siglo XX, eltema de la reforma universitaria, urgidopor el ambiente regeneracionista, se hacepresente en los debates políticos de talanteconservador o liberal. Desde 1901 a 1922se asiste a varios intentos reformadores ytodos son objeto de gran polémica.

En el fondo se trataba de un problemapolítico: la visión antagónica que teníanlos conservadores y los liberales sobre laUniversidad y sobre la autonomía universi-taria. De Romanones a Alba pasando porBurell, el proyecto cle reforma de la Uni-versidad había estado en manos liberales.Con Santamaría de Paredes y Silió se ha-bían hecho cargo del asunto los conserva-dores. Los primeros identificaban lareforma universitaria con el espíritu de losintelectuales inconformistas con el statuquo político. Los liberales, por su parte, noestaban dispuestos a aceptar en la Univer-sidad el espíritu maurista que tachaban dereaccionario. La tensión entre los dos gru-

(20) La preocupación por la educación de las masas, que encontrará su auge tras la crisis de 1917, ace-lerará el problema de la reforma. Desde la «Colina de los chopos», el director de la Residencia de Estudiantes,estimaba posible salir al paso del creciente antagonismo social a base de la preparación esmerada de una eliteciudadana con verdadera conciencia de minoría en «misión», capaz de prevenir las catástrofes que tantos sig-nos y tantas profecías anunciaban. (A. JimüNTz Fitnuo Ocaso y Restauración. Ensayos sobre la Universidad espa-ñola moderna, Colegio de México, p. 250).

En el preámbulo de la Ley de Autonomía de 1919 se reflejaban estas ideas en un texto sin desperdicio:«Aun cuando seducidos por la apariencia, piensen muchos que en la escuela está el interés de los más y quede ella ha de arrancar toda mejora, no se puede negar ni desconocer que también los menos, es decir, el em-puje vigoroso de las capacidades superiores determinan la grandeza de un pueblo y el progreso de la humani-dad. Importa mucho la difusión de la cultura entre la muchedumbre de gentes que forman el tejido nacional;pero importa tanto la existencia de focos nacionales de alta cultura. La masa, meramente repetidora, adueñadade un progreso anterior en su forma más simple, elemental y práctica, es siempre el pasado actuando en elpresente [...I. La minoría de escogidos que investiga, corrige, inventa y teoriza, es la vida en marcha renovadorade sí misma; es la ciencia, la literatura y el arte que avanzan, progresan y preparan el porvenir». (Real Decretode 21 de mayo de 1919).

(21) NIEWENDEZ PELAYO: Dictamen sobre el proyecto de reforma universitaria (1887), 0.C., IXIV, pp. 273-277.

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pos se hizo patente en los debates de Cor-tes en los que se discutieron las reformas.Unos estaban recelosos ante todo lo quepudiera conllevar la influencia ideológicade determinados círculos intelectuales pro-gresistas en la Universidad; los otros se re-sistían al posible influjo de un ciertodogmatismo político y religioso.

Las amargas verdades que Unamunotuvo que proclamar, con ocasión de las re-formas universitarias, fueron bastante malacogidas y siguen resultando incluso hoydía demasiado duras. De ahí, la poca pren-sa que han tenido las ideas unamunianas so-bre el tema. Sus planteamientos no encajaronen los sistemas de ninguna de las visiones«políticas» del problema -en este terrenocomo en otros clon Miguel no escapó a su sig-no de hombre sin partido a la hora cle des-cubrir lacras que alcanzaban a todos.

El nuevo Rector intentaba situar la re-forma de la Universidad en el terreno de larealidad y de la sociedad en que estaba in-cardinada, es decir, en los claustros, en lasaulas, en los profesores, en los estudiantes,en la situación de la investigación y de laenseñanza, en los métodos, en los labora-torios, en las bibliotecas, y en las carenciasy urgencias del entorno social.

Las ideas de don Miguel sobre la auto-nomía tenían como base su propia experien-cia profesoral. Su audacia para lanzarlas,no era ajena a su situación políticamentenada comprometida. Ambas cosas lo aleja-ban de puntos de vista demasiado teórico-ideológicos, desajustados de la situaciónobjetiva de la institución universitaria y so-metidos en cambio a condiciones partidis-tas. Por otro lado, fueron décisivas susvivencias como catedrático y como Rectoren su visión del problema.

A fines del siglo xix la Universidad sal-mantina se encontraba desarrollando la es-casa actividad a la que se habían vistoabocadas las Universidades de provincias aconsecuencia de la Ley Moyano de 1857.No obstante, el estudio salmantino habíamantenido viva la esperanza de librarse

del centralismo estatal. De ello, dan cuentadeterminados profesores salmantinos ensus lecciones inaugurales de curso, claroexponente de sus «pronunciamientos»académicos, momento en que aprovecha-ban el eco y la mayor audiencia que laocasión les proporcionaba, para exponersus ideas. La Universidad, a través de lasvoces de sus catedráticos, se lamentaba delcentralismo de Madrid, que lo absorbíatodo. Era entonces cuando comenzaba aaparecer el fenómeno y la práctica delguadalajat-ismo, es decir, el cómodo usode residir en Madrid desempeñando pues-tos en las provincias inmediatas. Confundirla capitalidad con la nación toda, fue unerror que ya apuntó Espronceda a Mencli-zábal, y que repetía por entonces nuestraUniversidad al criticar al gobierno: «Por lacapital ha juzgado de las provincias...».

Sin la actividad que desarrollaba la an-tigua vida académica universitaria, las pro-vincias se convirtieron en pueblos grandes.En 1857, Claudio Moyano, el autor en esemismo año de la Ley Universitaria podíadecir con razón: «En rigor no hay más Uni-versidad que la de Madrid»; a las demás «seles llama Universidades aunque en su esenciano les queda de esto más que el nombre...» Yciertamente sin el esfuerzo de algunos pro-hombres salmantinos -como el Padre Cá-mara- la Universidad de Salamanca habríadesaparecido. Pero en Salamanca, como dejóescrito un ilustre catedrático, «se planearon lasbatallas que en Madrid se ganaron».

Con todo, el predominio de lo queUnamuno detestaba, aquello contra lo quese había pronunciado siempre -programascerrados, ciencia hecha y clausurada, con-formismo con lo establecido, memorismo-imperaba entre los estudiantes y en las au-las de Salamanca:

«Siempre será poco cuanto se diga de lapostración en que yacen nuestras Universi-dades -escribía en 1899-, cuyo mejor pa-pel se reduce a ser bobinas de doctrinashechas ya, cuando no pasadas de puro he-

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chas... Podría sustituirse con ventaja a granparte de los catedráticos por fonógrafos.Muchos son meros repetidores de un librode texto que les ahorra estudio; otros a lamanera de zorro que va borrando con eljopo la huella de su marcha, celan cuidado-samente las fuentes de que beben L..]; quienpretende enseñar a otro su pensamiento(el del que enseña), en vez de despertarleel propio, criará siempre un loro.»22

Ante esta situación, en su cargo deRector, don Miguel se impuso en primerlugar una tarea de denuncia:

«... Tengo mi cátedra, procuro en ella.., ha-cer obra pedagógica; pero no desperdicioocasión de hacerla demagógica, de dirigir-me ya por la pluma, ya de palabra, a lasmuchedumbres. »2

Y en efecto, Unamuno no se dedicarásólo a la filología y a las tareas más o me-nos burocráticas del Rectorado. Tomaráparte activa en los temas de actualidad através de sus primeros ensayos y a travésde la prensa. Don Miguel se interesaba porla economía y la sociología, por las cues-tiones literarias, por la política, por losconflictos sociales. Estaba decidido a noser únicamente el catedrático de griego es-pecialista en la materia, o «el Rector»:

«Se más que el suficiente griego para poner aaquellos que quieren saber de él en disposi-ción de valerse por sí mismos [...1 Fuera deesto, no me creo obligado a hurtarme de loque estimo sagrados deberes para con mi pa-tria, engolfándome en eruditas disquisicionessobre éste o el otro punto de filología...»24.

Desde siempre Unamuno habíapensado en la necesidad de la refor-ma de la Ley Moyano.

«No es ponderando las excelencias que laLey del 57 tenga, como mejor seguiremoslas huellas de los grandes patriotas, sinoreformándola y modificándola para quellegue a ponerse en consonancia con lasnecesidades de nuevos tiempos.»

Asimismo había manifestado su des-confianza en el poder de La Gaceta:

«¿De qué sirve mandar desde ella nada sino se manda en el espíritu de los que hande aplicar y ejecutar esos mandatos?... ;Dequé sirve reformar la instrucción pública,si seguimos siendo los mismos, los maes-tros que hemos de enseñar? L.J. No creoque en esta acción externa, legislativa, lomismo que no creo en la revolución...»25

En el trabajo De la Enseñanza Supe-rior en España, publicado en «RevistaNueva», a principios de 1899, Unamunohabía planteado los principios que, a sujuicio, deberían presidir y orientar la refor-ma oficial de la Universidad, y que repeti-ría en todos sus trabajos posteriores:libertad de pensamiento ajena a todo dog-matismo que propiciase el propio conoci-miento como pueblo y el conocimiento delmundo; confrontación del pensamiento es-pañol con el europeo; espíritu de toleran-cia; superación del excesivo especialismoen la ciencia, cultivo y promoción del «sa-cerdocio del magisterio»; eliminación de larutina y de la ramplonería; la transforma-ción, en fin, del profesor y de su mentali-dad a todos los niveles.

El problema radicaba en que para lamayoría de la opinión pública el reconoci-miento de la autonomía implicaría auto-máticamente el subsanamiento de todosestos defectos. Nadie o casi nadie partíadel análisis interno de la Institución univer-

(22) M. DE UNAMUNO: «Las Universidades», en Heraldo de Madrid, Madrid, 9 de octubre de 1899.(23) En el Pró(og. o a la obra de BUNGE: la educación (1909), O.C. Afrodisio Aguado, Madrid, 1958, vol.,

III, p. 517.(24) Unamuno a Giner y M. Bartolomé Cossio, Salamanca, 10 de octubre de 1914.(25) Unamuno en El Heraldo de Zamora, 26 de noviembre de 1900, con ocasión de la inauguración de

un monumento dedicado a Claudio Moyano.

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sitaria, tal y como Unamuno la había vividoy sufrido, y de las consideraciones sobre lasposibilidades de la Universidad para asumirlas nuevas disposiciones legislativas.

En relación con la autonomía universi-taria puede decirse que las ideas de Una-muno se desarrollaron en torno a dos ejesy en momentos distintos. En sus proyectosde principio de siglo mantenía la tesis deque, de modo previo a cualquier plan deautonomía, la propia Universidad teníaque transformarse. En sus trabajos poste-riores, Unamuno se dedicó a analizar lasposibilidades de la autonomía en relacióncon la sociedad, y se preguntó por las fina-lidades y los beneficiarios de los proyectosautonómicos.26

Las opiniones de Unamuno sobre pro-yectos autonómicos enfrentaron al Rectorcon no pocos sectores de opinión. A pesarde los planteamientos sobre la autonomíauniversitaria, don Miguel consideraba in-sustituible el papel estatal en la educacióny en la reforma educativa. Ya en 1902, enun prólogo escrito para la obra de Bunge,había manifestado que, a su juicio, no eraposible organizar la educación en Españasin contar con el Estado. Esta afirmaciónestaba amargamente edificada sobre la ex-periencia de lo vivido y no encajaba conlos aires de autonomía «alegre y confiada»que imperaban por entonces en el ambien-te general: «La autonomía plena —rematabaUnamuno— creo que traería daños incalcu-lables; si por ejemplo se llegara a enco-mendar a los claustros el nombramiento de

los profesores, no sé lo que acabaría depasar». Y tan peligroso como el nombra-miento del profesorado por los claustros,era para don Miguel el nombramientopor Orden Ministerial cuando imperaban«ministros profesionales de la arbitrarie-dad»; «Mire usted —refería clon Miguelcomo dicho por un amigo de la Facultadde Medicina— si el ministerio nombraseprofesorado serían catedraticos de Ciru-gía todos los barberos de Antequera».Mejor resultaban las oposiciones con to-dos los inconvenientes que acompañan aeste tipo de pruebas y que él mismohabía experimentado, las «puertas fal-sas» —son sus palabras— que tales sistemasde nombramiento podían representar.27

Unamuno insistió en el insustituiblepapel regulador que había cle desempeñarel Estado, dacla la situación en la que seencontraba la Universidad, institución a laque él mismo juzgó, como antes hemosapuntado, en términos muy duros. Entrelas enfermedades que padecía la Institu-ción universitaria, Unamuno cargaba lastintas sobre la arbitrariedad:

«No creo que el remedio pueda ser la au-tonomía tal y como hoy están las cosas. Elremedio es una legislación más moderna,más adaptada a las necesidades actuales,más amplia, no casuística y que a la vezque limita una cierta irresponsabilidad quetenemos todos, que tiene, "Su Majestad" elcatedrático, también cortapise las atribu-ciones indiscrecionales y arbitrarias delpoder ministerial.»28

(26) Para un análisis de las intervenciones de Unamuno a propósito de los planes de autonomía véase,nuestro trabajo: Unannino y la polémica sobre la autonomía unitersitaria. En Estudios en Homenaje al ProfesorVicente Palacio Atard, Madrid, 1986, pp. 355-369.

(27) Discurso en la Academia de Jurisprudencia y Legislación, O. C. VII, pp. 926-927. Por cierto que ensu preocupación por los profesores don Miguel no estaba solo. También algunos políticos coincidían con él.Recuérdese la anécdota de Cambó y el Rey Alfonso XIII con ocasión de la creación de la Ciudad Universitaria.Don Alfonso habló al líder regionalista de espacios, edificaciones e instalaciones con todo entusiasmo. Cambócallaba: «No me parece que esta realización le entusiasme». A lo que Cambó respondió sinceramente: «Señor,es que yo siempre he creído que las Universidades no las hacen los arquitectos sino los profesores». En J. PA-

13(3N: Gambó, Barcelona, Ed. Alfa, 1969, Tomo II, 1930-1947, p. 9.(28) Discurso en la Academia de Jurisprudencia y Legislación, cit. En O. C., VII, p. 936.

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En gran parte, la desconfianza declon Miguel estribaba en las experienciasque había vivido en los claustros univer-sitarios y que se habrían de convertir enlos órganos supremos de gobierno de lavida académica, en caso de que la auto-nomía universitaria llegase a ser una re-alidad. Cuando Unamuno se incorporó ala Universidad de Salamanca en 1891 seencontró con unos claustros que estabanconvertidos en un semillero de pequeñe-ces y antagonismos políticos e ideológi-cos: «Para que llegasen a ser nuestrasUniversidades algo vivo y fecundo, haríanfalta verdaderos claustros con espíritu desolidaridad en la inquisición científica yesto es casi imposible [...] en un estadocomo el nuestro, conocido por su dogma-tismo y espíritu sectario. Mientras subsistacomo hoy todo eso de blancos, negros,grises, pardos, berrenclos y de mil tintas yseñales, la regeneración de la enseñanzaserá un mito» —recalcaba don Miguel— uti-lizando el lenguaje taurino salmantino.29En tales condiciones ¿cómo podrían ejercerlos claustros auténticas funciones de go-bierno en la Universidad autónoma?

Todavía en 1913, a pesar de las actitu-des hipercríticas cle Unamuno, el Rectora-do de don Miguel parecía marchar sobreruedas. Las campañas de Unamuno y de loscatedráticos y estudiantes que con él colabo-raban (Elorrieta, Onís, Sánchez Rojas, entreotros), acometidas en la ciudad y en la pro-vincia en pro de la renovación universitaria,eran seguidas por los intelectuales madrileñoscon gran interés. Por estas fechas, un discípu-lo le escribe a Unamuno desde la capital:«Giner, la Junta entera y el Instituto, entu-siasmados con nuestras cosas de Salaman-ca. Es ya frase en Madrid, que la únicaesperanza en España, es ya la Universidadde Salamanca... Ortega me ha dicho hoy

que realmente lo único que se ha hechoúnicamente en España es lo de Salamanca».

Pero era el propio Unamuno el que semostraba satisfecho con el trabajo quese había realizado en la Universidad cíeSalamanca:

«[...) Esta vieja ciudad de Salamanca siguetan tranquila y sosegada como usted la co-noció..., pero por dentro, en su ambienteintelectual, en ganas de trabajar, ha ganadomucho. La Universidad se ha fortalecidocon elementos jóvenes y más entusiastas,se ha creado un Ateneo, menudean lasconferencias y veladas, y esto va entrandoen una vida mucho mäs intensa.., y es quehoy ya tengo seis u ocho jóvenes que meayudan. Y espero lograr con el tiempo, simis aprensiones no pasan cle tales, hacerde esta Universidad algo que merezca el re-nombre, no sé si justo, del que gozó hacecuatro siglos.» 3°

No obstante durante estos catorcearios en el desempeño del cargo de Rector,Unamuno había ido enfrentándose, en elámbito local y nacional, con todos y cacbuno de los sectores representativos delpaís: con los profesores de la Universidad—son célebres los claustros que reflejan «elestado de la cuestión»—; con los estudiantes(pese a los buenos oficios de clon Miguel enlas frecuentes algaradas estudiantiles de sutiempo). Se había enfrentado también conlos «notables» de la ciudad, sobre todocuando clon Miguel comenzó a manifestarsu opinión sobre la situación agraria sal-mantina; con el clero secular de la diócesis—dadas las singulares teorías religiosas deUnamuno y sus clamores en pro de unaKulturkampf a la española— y, en fin, conlos políticos del régimen, con el Ejército ycon el propio monarca, ya que en pocotiempo pasaría de una abierta simpatía ha-cia él a una hostilidad nada recatada.

(29) M. DE UNAINALINO: «Las Universidades», El Heraldo de Madrid, 9 de octubre de 1899.(30) Unamuno a Matilde B. de Ros, Salamanca, 8 de diciembre de 1913, en FERNÁNDEZ LARRAN: Cartas iné-

ditas, cit., p. 357. La cursiva es nuestra.

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No es un secreto para nadie que la opo-sición, utilizando todo ese «material» trabajóy trabajó mucho contra Unamuno.m El pro-pio don Miguel, en un texto en el que seha reparado muy poco, reconoció el flancoque había ofrecido a la crítica de sus ene-migos, dejándose llevar de su carácter:

«Yo he pecado mucho en desdeñar a loshombres buenos, de paz, de concordia yde tolerancia... Yo he pecado mucho enejercitar mi mordacidad satírica a costa demis mejores amigos; pero yo os digo aquí—y de ello tengo testigos— que nada mecuesta confesar esas mis culpas...»32

Pero, errores aparte, en la carta de con-testación a Giner y Cossío, dándoles las graciaspor su amistad, en la hora triste de su des-titución del Rectorado en 1914, Unamunovuelve a mostrarnos, a través de su nostal-gia, la sincera ilusión regeneracionista conque aceptó el cargo de Rector, que no fue,para él ni mucho menos un «chibolete»:

«Lo siento —escribe— porque me preparabaa continuar una obra comenzada y que nose conoce bien. Algún día contaré lo quehe hecho, lo que he intentado hacer y loque no me han dejado hacer, que es mu-cho. Tenía que emprender las cosas deflanco y por rodeo [...I Mas esto me muevea una nueva acción y a no abandonar esta

ciudad y esta Universidad, a la que mesiento más ligado que nunca. El triste am-biente de cobardía y pordiosería que opri-me a España, aquí parece espesarse. ¡Quépena!»33

Muy dura y muy desconfiada fue lapostura de Unamuno ante los proyectos deregeneración universitaria. Sus palabraspueden resultar para hoy día demasiadoescépticas y pesimistas —no es nuestra Uni-versidad, la Universidad de entonces—.Pero es importante destacar este aspecto:su esfuerzo por situar el problema de la re-forma en el terreno de las realidades con-cretas, confrontando, el aquí y el ahora dela experiencia vivida, con los cambios for-males y las generalizaciones fáciles. Por-que además de un programa de reformashecho sobre el análisis objetivo, científicoy técnico de las necesidades universitarias—que no se llegó a hacer— además asimis-mo de una política educativa que intentabasuperar las diferencias de partirlo y bande-ría —que tampoco existió— hubiera hechofalta la poco comprometida y alta voluntadde todos, políticos, profesores, alumnos,ciudadanos, en una palabra, de la comuni-dad nacional, como exigía Unamuno, paraque se asumiesen de modo efectivo las re-formas universitarias.

(31) Sobre el proceso de la destitución, véase el citado trabajo de Y. Turín: Cumulo turiversitaire, París, 1962.

(32) UNAMUNO: Discurso en memoria del catedrático Luis Rodríguez Migue4 marzo de 1916, 0.C., VII, p. 917.

(33) Unamuno a Giner, 10 de octubre de 1914.

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