A Salvo de Malvinas

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A salvo de Malvinas Acerca de: Rodolfo Fogwill Bazar Americano Martín Kohan Julio – 2006 I El mundo de Los pichiciegos está dividido en dos: los vivos y los boludos. No los ingleses y los argentinos, no los patriotas y los desertores, no los valientes y los cobardes, tampoco los pacifistas y los belicistas; sino los vivos y los boludos. Bajo ese principio general de clasificación y de pertenencia, dos boludos se destacan: el coronel que cree que el de Malvinas es un ejército de San Martín (“Era un boludo”) y el soldado que creía que la guerra iba a ganarse (le dicen Galtieri: “‘Galtieri’ porque es muy boludo y se creía que íbamos a ganar”). De esta manera, el credo nacionalista, fundamento de la guerra y de la identidad, se devalúa y trastabilla hasta caer. La adscripción a los fervores de la argentinidad lleva el sello inexorable de la boludez lisa y llana; en su contracara, los escépticos, los descreídos, son los que se avivan, son los vivos de esta historia. Los pichiciegos se rige por un principio de completa desarticulación de la identidad nacional. Es un gesto radical que la literatura sobre Malvinas, desde “La causa justa” de Osvaldo Lamborghini hasta Las islas de Carlos Gamerro, desde “La soberanía nacional” de Rodrigo Fresán hasta El desertor de Marcelo Eckhardt, no deja de aprovechar; y que la perspectiva testimonial de los ex combatientes, desde Los chicos de la guerra de Daniel Kohn hasta Partes de guerra de Graciela Speranza y Fernando Cittadini, no puede permitirse. La corrosión cínica de las premisas de la nacionalidad, intocables desde otros paradigmas, resalta en la novela de Fogwill y asegura su heterodoxia como variante de relato de guerra. La presencia del uruguayo en las filas argentinas (lo anotaron argentino, y por lo tanto lo es), la preferencia por las radios inglesas porque son las que pasan más tango y más folklore, o el caso del jeep inglés que se vuelve argentino

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A salvo de Malvinas

A salvo de Malvinas

Acerca de: Rodolfo Fogwill

Bazar Americano

Martn Kohan

Julio 2006I

El mundo de Los pichiciegos est dividido en dos: los vivos y los boludos. No los ingleses y los argentinos, no los patriotas y los desertores, no los valientes y los cobardes, tampoco los pacifistas y los belicistas; sino los vivos y los boludos. Bajo ese principio general de clasificacin y de pertenencia, dos boludos se destacan: el coronel que cree que el de Malvinas es un ejrcito de San Martn (Era un boludo) y el soldado que crea que la guerra iba a ganarse (le dicen Galtieri: Galtieri porque es muy boludo y se crea que bamos a ganar). De esta manera, el credo nacionalista, fundamento de la guerra y de la identidad, se devala y trastabilla hasta caer. La adscripcin a los fervores de la argentinidad lleva el sello inexorable de la boludez lisa y llana; en su contracara, los escpticos, los descredos, son los que se avivan, son los vivos de esta historia.

Los pichiciegos se rige por un principio de completa desarticulacin de la identidad nacional. Es un gesto radical que la literatura sobre Malvinas, desde La causa justa de Osvaldo Lamborghini hasta Las islas de Carlos Gamerro, desde La soberana nacional de Rodrigo Fresn hasta El desertor de Marcelo Eckhardt, no deja de aprovechar; y que la perspectiva testimonial de los ex combatientes, desde Los chicos de la guerra de Daniel Kohn hasta Partes de guerra de Graciela Speranza y Fernando Cittadini, no puede permitirse. La corrosin cnica de las premisas de la nacionalidad, intocables desde otros paradigmas, resalta en la novela de Fogwill y asegura su heterodoxia como variante de relato de guerra. La presencia del uruguayo en las filas argentinas (lo anotaron argentino, y por lo tanto lo es), la preferencia por las radios inglesas porque son las que pasan ms tango y ms folklore, o el caso del jeep ingls que se vuelve argentino con slo una mano de pintura, vacan ese mundo de esencias que se quieren plenas y se quieren seguras. De todo eso no queda nada: el vaciamiento es total. Y as la guerra, contada sin ese sistema de valores trascendentes, despojada de su lgica primordial, no puede sino desviarse hasta llegar a ser bsicamente un juego de astucias, una red comercial de intercambio, un afn sostenido de supervivencia a cualquier precio; sin rastro alguno de pica, de herosmo, de sacrificio, de valor.

En el acta oral de la fundacin de los pichiciegos, el Sargento establece la divisin definitoria: Ustedes no son boludos, ustedes son vivos. El vivo es el que se raja (Se dejaron fusilar por boludos, por no rajar!), el que deserta (Yo estoy por boludo! se quej Acosta-. Yo tendra que haberme quedado desertor!), el que se va lejos (todos se iban a ahogar o helar como boludos y los vivos tenan que irse lejos). Fogwill cifra el sentido de la guerra de Malvinas (un sentido que presupone, por necesidad, el sinsentido de la causa nacional) en este reparto de actitudes y de roles. Y en esa distribucin encuentra una conexin de lenguaje que a los ingleses, por definicin, les est vedada: es la distincin semntica entre ser y estar, que le permite poner a la guerra entera bajo una regla determinante: para estar vivo hay que ser vivo. Lo dice el Sargento: de sta no salimos vivos si no nos avivamos. Avivarse es la frmula indicada para sobrevivir; ser vivo es la clave para estar vivo. Este pragmatismo descredo da el tono imperante en la guerra que se cuenta en Los pichiciegos. La gesta nacional no puede quedar en pie, y de hecho no queda; tampoco la pica de la victoria o de la derrota, tampoco la versin quejumbrosa que lamenta las penurias de los chicos de la guerra, tampoco la denuncia cvica al poder militar por su maniobra extrema para permanecer en el gobierno. Ninguna de esas versiones socialmente dominantes gobierna la escritura de Los pichiciegos, sino la fbula picaresca de los que, al avivarse, atinaron a descreer de la guerra y se abocaron a salvar la vida. Todo aquel que se siente muy vivo tiende a percibir a los dems como boludos; ste es el acento urticante que Fogwill imprime sobre la guerra de Malvinas, sin precisar para ello la ms mnima distancia temporal.

II

Los pichiciegos es claramante una novela antinacionalista, pero no por eso es una novela antiblica.* Respecto de las exaltaciones del nacionalismo (en sus dos caras: la euforia de la victoria o el lamento de la derrota) expresa la ms drstica reactividad posible (no basta con decir que se opone a las mitologas de la nacin: las descompone, las desarticula, las desintegra). Respecto de la guerra, en cambio, asume un entusiasmo ms bien marinettiano. Ni el dramtico costo de vidas ni la ilegitimidad poltica de la decisin argentina de invadir las islas impiden que en las pginas de Los pichiciegos haya rastros de una cierta fascinacin tcnica (Hablamos como una hora sobre aviones) o de la percepcin contemplativa de la guerra como espectculo (Algo de circo tena eso; hacen flexiones en la cintita para caer con gracia como en un circo; los pichis se asomaban por la cabecera del tobogn para no perderse el espectculo). Quien es capaz de sustraerse del peligro de la muerte en plena guerra, y es eso lo que hacen los pichiciegos, queda en condiciones ideales para apreciar esas caractersticas: la guerra como proeza tcnica (ya que no como proeza nacional), la guerra como hecho esttico (ya que no como hecho moral o inmoral). La imaginacin narrativa de Fogwill se despliega sobre ese horizonte, cuando los hechos y junto con los hechos, las mquinas significantes del drama argentino o del dolor humanitario- estn todava muy cerca y son contemporneas de la escritura.

All, sin dudas, Fogwill se anticipa y es profeta. La guerra de Malvinas sigue sin encontrar un lugar adecuado entre las representaciones del imaginario argentino (al igual que el monumento a los cados que hay en Plaza San Martn, no termina de encajar en un contexto adecuado). Los tpicos instantneos de la reivindicacin de la soberana, las objeciones a la conduccin militar (con trasfondo de reivindicacin) y la compasin por los soldados infantilizados como chicos, se repiten en el tiempo (hasta Iluminados por el fuego de Tristan Bauer, por ejemplo), sin atentar nunca contra los principios de valor que legitiman a la guerra como gesta nacional. Los pichiciegos, por el contrario, parte justamente de esa transvaloracin de los valores, y encuentra en esa resolucin una verdad que el paso de los aos no hace ms que afianzar.

En una entrevista hecha a propsito de la reedicin de la novela en Interzona, Fogwill asocia su propia visin a la de Von Clausewitz: la guerra como continuacin de la poltica por otros medios. No es la poltica, sin embargo, lo que prima en la guerra tal como se la cuenta en Los pichiciegos, sino la economa y el instinto comercial (se puede hablar aqu de instinto comercial como se habla de instinto de supervivencia, y nunca ser tan pertinente la asociacin entre ambas cosas). Habra que decir, en todo caso, que en la novela la guerra es la continuacin del comercio por otros medios.** La poltica (la necesidad poltica de la guerra para la dictadura militar, o la significacin poltica de la derrota para la vuelta a la democracia) no es de hecho un aspecto saliente a lo largo del relato. S lo es, en cambio, la dimensin econmica: la guerra traducida siempre a los valores de la economa (cuentan que cada uno de esos cohetes britnicos les cuesta a ellos treinta veces ms caro que los mejores jeeps britnicos; cunto ganar un teniente?; cuando los que haban visto bajar a los hombres del helicptero supieron cunto ganaban de sueldo ms que un general argentino, lo que es mucho decir- justificaron que se tirasen tan contentos por esa cinta; y vos venderas una mano por esa guita?) o el imperio del impulso comercial ms all de las vicisitudes blicas (el trfico y el intercambio que los pichis mantienen con los ingleses, las mltiples estrategias de la oferta y la demanda, la necesidad del clculo pseudoempresarial, la valoracin de las personas por su utilidad prctica, el ahorro acaparador como preocupacin constante, los hbitos de consumo en un enlace continuo entre el mundo argentino y el mundo ingls).

La poltica en un sentido estricto no recibe, en la versin que da Fogwill de la guerra de Malvinas, un lugar tan significativo como el que tienen el ejercicio directo del poder y las tretas de la economa al uso nostro. Los pichiciegos exhiben un sentido del mando y de la verticalidad jerrquica slo comparable con el de los militares; as conciben y as ejercen el uso del poder. La microsociedad que componen es una microsociedad comercial y de consumo, es decir, una sociedad comercial y una sociedad de consumo en pequea escala; ese repliegue subterrneo que los salva de la guerra es un repliegue al mbito donde se puede comerciar y consumir (azcar, pilas, cigarrillos, licores); los itinerarios que efectan siguen el sentido del trfico de mercancas, y la pichicera es un refugio no menos que un almacn. Consumir, acopiar, trocar, obtener beneficios, son las prcticas cotidianas, mientras la guerra nacional sigue su curso. Si la poltica aparece entre los pichiciegos es como tema de conversacin, y en esas derivas no siempre parecen demostrar gran sustento (Pocos saban quin haba sido Yrigoyen; discuten si Santucho era peronista o no; a Firmenich lo elogian por la viveza de haber escapado).

En ese predominio de lo econmico, o ms an: en el desvanecimiento fantasmal de lo poltico en la realidad de la economa, puede verse un pronstico de lo que pasara en el futuro de los aos noventa (otra lnea que Fogwill sigue tambin, en lo que va de La experiencia sensible a Vivir afuera, de los aos setenta a los aos noventa: la plata dulce como dispositivo ideolgico). Pero si algn presagio poltico contiene Los pichiciegos, justo all donde la derrota de Malvinas iba a posibilitar la vuelta a la democracia, es el rechazo por compadreo de la poltica eleccionaria; eso que, ya a fines de 2001, encontrara una consigna no muy lcida que tron mucho y para nada: que se vayan todos (as dice un pichiciego: Yo no votara a nadie que se vayan todos a la puta madre que los remil pari!. Y ms adelante: imaginate las ganas de ir a votar y de elegir entre algunos de esos hijos de puta que estaban en los ministerios con calefaccin mientras abajo los negros se cagaban de fro). La falta de futuro es lo que se escruta en el futuro, fuera de las picardas comerciales, los goces del consumo, el gusto por el mando, la viveza de sobrevivir.

III

Los pichiciegos empieza con una descripcin y termina con otra: empieza con una descripcin de la nieve y termina con una descripcin del humo. Esos dos elementos, precisamente, la nieve y el humo, son los dos grandes factores de muerte en la novela, fuera de la accin aniquiladora de las armas en la guerra. El miedo a morir en un ataque o en un combate aparece en el relato tanto como el miedo a morirse de fro (puro miedo al fro). Hay muerte en la nieve, y esa percepcin se aloja en las palabras: Llamaban helados a los muertos (y a los heridos los llaman fros). Con la construccin subterrnea de la pichicera, los pichiciegos se ponen a salvo de la guerra y del fro, lo uno con lo otro. El refugio bajo tierra los preserva de los bombardeos, pero tambin de la nieve (tapar todos los techos con fardos de lana para perder menos calor y para proteger mejor la pichicera de cualquier bombardeo); es un refugio porque encapsula (ya estaba pensando en tapizar la pichicera) y porque garantiza abrigo (Viva desnudo, por el calor de la estufa del almacn); los fortalece al prepararlos para soportar mejor el fro (pasando un tiempo en el calor, el hombre aguanta ms el fro), ese fro que amenaza sus vidas no menos que el vuelo rasante de los Harrier o el trazado de las minas que detonan las ovejas.

El cobijo asptico de la existencia bajo tierra es la garanta de vida que tienen los pichiciegos: es lo que los saca de la guerra (por eso, ms que esa batalla subterrnea cuyas visiones se anuncian en el subttulo del libro, lo que se plantea es la supresin subterrnea de toda batalla). Afuera quedan los combates y la nieve, y ser sacado al fro es la amenaza recurrente entre los pichiciegos. La pichicera impermeable los exime de la guerra: es la expresin topogrfica de su verdadero mundo aparte. No obstante, en el desenlace de la narracin, es eso mismo lo que los mata (los salva de la guerra, pero no de la muerte): el desagote de la estufa se tapa lo tapa la nieve-, el tiraje falla, y todos los pichis (todos menos uno: el que narra la historia) mueren por asfixia. Ese estuche protector que es la pichicera acaba aniquilndolos, no por falta de hermetismo, sino por exceso. En un arco que va de la nieve al humo, Los pichiciegos traza su propia versin de los hundidos y los salvados, una versin en la que conviene hundirse para salvarse (de la guerra y del fro), aunque al final el abrigo subterrneo mute dramticamente en una cmara de gas.

Los pichiciegos transcurre as entre esos dos espacios contrastantes: la intemperie y la pichicera. Esa disposicin de interioridad y exterioridad se ve alterada por principio, desde el momento en que el calabozo en las islas resulta ser, no un sitio de encierro, sino una exposicin al aire libre: los calaboceaban: los ataban y los hacan pasar la noche al fro quietos, para helarlos; lo haban puesto en el calabozo, al fro. Si los calabozos consisten en verse entregados a la intemperie, y no en ser encerrados, todo un orden de significaciones cambia: el encierro pasa a ser una forma de proteccin y de libertad (cuya primera manifestacin, en la novela, es la libertad de comercio: poder hacer negocios de un lado y del otro, sin limitaciones lingsticas o territoriales).

Con los matices de este sentido inesperado, Los pichiciegos transcurre esencialmente como novela de encierro. Su mundo es la celda, la realidad de los cuerpos reunidos por fuerza, la necesidad de matar las horas a fuerza de comunicacin. Qu hacen los pichiciegos en la pichicera, mientras afuera suena la guerra? Conversar y conversar, contarse historias. Fogwill sigue el eje de los dilogos continuos, la construccin sonora de un mundo de voces, la tensin ms o menos crispada entre la necesidad de hablar (Siempre al llegar el que entra habla; volvieron a pedirle al santiagueo que contara cmo era el pichi; hablaban todos a la vez; lo ms hablado eran las quejas; no haba mucho que hacer. Manuel contaba pelculas) y la necesidad opuesta de callar y hacer callar (Y ahora callate!; Shhh chistan desde abajo; Callate!; Vos te calls Turco; Shhh les protestaron, y el murmullo baj; los pichis no aguantaban orlo; los Reyes ordenaron que no se hablara ms de eso).

Novela de encierro: hablar o callarse, no hay mucho ms que hacer en ese mbito cerrado que junta cuerpos de varones. No es casual que Fogwill entrevere en la historia a ese personaje que se llama Manuel y que cuenta pelculas: Los pichiciegos es a Fogwill lo que El beso de la mujer araa es a Manuel Puig. En esa celda protectora y abrigada que es la pichicera, inversin medular de los calabozos a la intemperie que impone la guerra, la novela encuentra su forma como juego de voces, su dialctica de hablar y de callar, el recurso a la narracin para hacer pasar el tiempo. All tambin los cuerpos, sustrados a la violencia de los combates, reencuentran el improbable estado de la desnudez y la intimidad (Viva desnudo, por el calor de la estufa del almacn) y as se reconstituyen como cuerpos de deseo, como cuerpos con deseo: Por caminar, del fro dijo el Ingeniero, llegs aqu al calor y te vienen las ganas de culear. En este mundo de identidades desintegradas (los ingleses no son ingleses, sino escot, wels, gurjas; los turcos no son turcos, aunque les digan turcos; hay un argentino que es uruguayo; cuesta entender que un apellido bien argentino sea judo) hay un tipo de identidad que s funciona cabalmente, por su estabilidad y por su certeza de reconocimiento. La relacin homosexual entre Manuel y un paracaidista ingls que viene a la pichicera responde a esta certeza: Es que entre ellos se descubren, se reconocen de lejos....

Este episodio perturba, y no poco, a los pichiciegos soterrados. Les parece repugnante y los hace pensar en las cosas que suceden con los presos. Pero hay algo ms, que resuena a partir de lo que supone ser un pichi. El pichi es un bicho que vive abajo de la tierra, haba explicado un santiagueo. Pero tambin explic cmo haba que hacer para sacarlo de ah: le mets el dedo gordo en el culo. Entonces el animal se ablanda, encoge la ua y lo sacs as de fcil. La explicacin admite su inmediata traduccin a la realidad de la guerra: Mir si vienen los britnicos y te meten los dedos en el culo, Turco!. Las ganas de culear, continuamente tematizadas por los pichis en la cueva, se revierte al instante en el pavor de ser culeado. Ese miedo tambin se expresa con los trminos que corresponden a la guerra: Ser preso de los britnicos era otra posibilidad. Daba miedo: se garchan a los presos. Se los garchan los gurjas, los negros sos.

La novela de Fogwill se nutre entonces de Puig, de ese pichi que se llama Manuel y cuenta pelculas. Pero tambin llega a un punto en que precisa neutralizarlo. Ser por eso que le adosa a Acevedo, ese otro que cuenta cuentos de judos y que recurre a su sexo tan slo para certificar su condicin de tal? Los pichiciegos, novela de encierro, conjura esa zona de El beso de la mujer araa: pasaban esas cosas con los presos, pero ah abajo era distinto. Ah abajo, en la pichicera, tiene que ser distinto; esta otra proteccin tambin hace falta. En cierto modo el refugio la ofrece, como ofrece proteccin para la guerra. Pero hacia el final de la historia, en el avatar imprevisto de un agujero que se tapa, la muerte les llega tambin a los vivos, les llega tambin a los que se haban avivado. Se salva Quiquito, y es el que va a contar lo que pas. Lo salva la escritura: a vos lo nico que te calienta es anotar. Calentado por anotar, caliente con la escritura, se salva del calor, de la estufa y su tiraje, se salva de las calenturas incongruentes, vuelve a salvo de Malvinas.

*Fogwill: Estar en contra de la guerra es como estar en contra de los terremotos. Yo no milito en contra de la guerra porque momentneamente el desarrollo de la tecnologa actual y de la ciencia actual no puede contra los terremotos. Cmo voy a estar en contra de la guerra? (entrevista de Juan I. Calcagno Quijano, en La brjula, n2, mayo - junio de 2006).

** Fogwill: El libro no toma partido ni por Inglaterra ni por Argentina: toma partido por la tesis clausewitziana de que la guerra es una continuacin de la poltica por otros medios. A la que yo le agrego: que a su vez es una continuacin del comercio, por otros medios (entrevista de Matas Capelli, Los inrockuptibles, n103, mayo de 2006).