Acevedo Tarazona, Álvaro - Representaciones Discursivas y Memoria en La Cultura Intelectual...

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    Representaciones discursivas y memoria

    en la cultura intelectual universitaria en Colombia, 1960-1975

    ResumenLa produccin textual e iconogrfica de los intelectuales se constituy en una de las numerosas series de prcticas que modelaron las diversas representaciones y experiencias de los movimientos culturales y universi-tarios en la construccin del Estado-nacin colombiano. Esta produccin fue a su vez el resultado de una tensin entre la capacidad inventiva de los individuos y los lazos interdependientes de las comunidades inte-lectuales y las condiciones polticas tanto locales como internacionales. La lectura es movilidad y pluralidad de significaciones asignadas a un mismo texto por pblicos diferentes. Puede que esta produccin sea o no un reflejo adecuado de las realidades de su tiempo, pero lo importante es explicar cmo la fuerza e inteligibilidad de esta produccin transforma y desplaza las costumbres y tensiones de la sociedad y de la poca hasta el punto de construir una o varias imgenes del Estado-nacin, adems de incidir en la educacin y configurar diferentes expresiones culturales en las regiones.

    Palabras clavesUniversidad, estudiantes, protesta, movimiento estudiantil, memoria, iconografa, textos, intelectuales, cultura.

    lvaro Acevedo Tarazona

    lvaro Acevedo Tarazona es Doctor en Historia de la Universidad de Huelva, Espaa; profesor asistente Facultad de Ciencias de la Educacin de la Universidad Tecnolgica de Pereira. Coordinador encargado Doctorado en Ciencias de la Educacin, rea Pensamiento Educativo y Comunicacin.

    Fecha de recepcin: Marzo 30 de 2007.Fecha de aprobacin: Abril 18 de 2007.

    Educacin-Comunicacin

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    AbstractThe textual and iconographic production of the intellectual was constituted in one of the numerous series of practices that shaped the diverse representations and experiences of the cultural and university movements in the construction of the Colombian State-nation. This production was in turn the result of a tension between the inventive capacity of the individuals and the interdependent links between the intellectual and the political communities both locally and interna-tionally. The interpretation implies mobility and plurality of meanings assigned to the same text for diverse audiences. It is possible that this production reflects or not the realities of the time, but the important thing is to explain how the force and intelligibility of this production transforms and displaces the customs and tensions of the society and of the epoch up to the point of constructing one or several images of the State - nation, thus affecting education and forming differ-ent cultural expressions in the regions.

    Key wordsUniversity, students, protest, student movement, memory, iconography, texts, intellectual, culture.

    La historia de la cultura intelectual se reconstruye con las representaciones y las prcticas polticas y culturales de los grupos sociales y de los individuos que con su capacidad inventiva promueven interpretaciones del entorno en el que se desenvuelven, en un marco de constreimientos, normas y conven-ciones del ejercicio del poder y de las formas de sociabilidad, lcitas o ilcitas, que modelan las distintas experiencias de la vida en comn.

    La produccin impresa (lase tambin la memoria escrita y la iconografa) con sus capacidades inventivas y desciframientos es una prctica, entre otras (rituales religiosos, polticos, festivos), que fomenta el respeto o la trasgre-sin de las conductas, serenas o violentas, y que rige a las sociedades y las dependencias recprocas de los individuos.

    Esta produccin convertida en memorias, grafittis, pancartas, arengas, iconografas, es el resultado de una tensin entre la capacidad inventiva de los individuos y los lazos interdependientes de las comunidades intelec-tuales con las condiciones polticas del momento. La insercin, recepcin y difusin de ideas, imgenes y conceptos de la produccin impresa y de los repertorios de la protesta en Colombia, no slo del periodo de estudio sino desde el nacimiento de la poca republicana, se constituyeron en fuente para la creacin de revistas y textos con caractersticas sociales y polticas compartidas por los grupos de intelectuales que fomentaban publicaciones seriadas y textos de ensayo y de ficcin, al igual que en fuente de agitacin

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    de un clima cultural motivado por la revolucin cultural de los aos sesenta y setenta del pasado siglo.

    Como bien lo seala Roger Chartier, el texto es un producto de la imaginacin e interpretacin del lector. ste construye sentidos particulares a partir de sus capacidades, expectativas y de las prcticas propias de la comunidad a la que pertenece1. El sujeto lector es a la vez dependiente e inventivo: dependiente porque debe someterse a las constricciones impuestas por el texto y a las formas propias del objeto impreso, inventivo porque a la vez que se somete, desplaza, reformula o subvierte lo que propone el texto.

    La lectura no es otra cosa que reconocer un repertorio de formas de sociabi-lidad y un conjunto de representaciones que son otro tanto de normas imi-tables o subvertidas2. Puede que esta produccin para el periodo de estudio propuesto sea o no un reflejo adecuado de las realidades de su tiempo, pero lo importante es explicar cmo la fuerza e inteligibilidad de esta produccin impresa, en dicho periodo, transforma y desplaza, en la obra ficcin, en el ensayo, la memoria, la iconografa y en los repertorios de la protesta, las costumbres y tensiones de la sociedad y de la poca en la cual surgi: la revolucin cultural planetaria3 de los aos sesenta y setenta en el contexto propio de un pas como Colombia inmerso en una confrontacin bipartidista (liberales y conservadores), una violencia en la mayor parte de la geografa nacional y unas relaciones de poca legitimidad y gobernabilidad entre el Estado y amplios sectores de la sociedad.

    La produccin de los intelectuales en Colombia (1960-1975)

    Mayo del 68 es la expresin de un cambio cultural planetario que se promo-vi en todos los rdenes desde la confrontacin contra el puritanismo de los padres hasta las relaciones de pareja y la necesidad de pasar hacia un nuevo orden en la educacin, el rechazo a la poltica internacional, el autoritarismo y el cuestionamiento al capitalismo4.En esta poca surgi una revolucin cultural promovida por una juventud que comparti ideales, formas de consumo y prototipos, pero ante todo que lea

    1. Roger Chartier, El mundo como representacin. Historia cultural: entre prctica y represen-tacin, Barcelona, Gedisa, 1996, p. VI.

    2. Chartier, Cultura escrita, literatura e historia, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 2000, p. 11.

    3. Volpi, Jorge, La imaginacin y el poder: Una historia intelectual de 1968, 1 reimpresin, Mxico, Era, 2001, p. 83.

    4. Para un anlisis del contexto global; ver: Pars, Carlos, La pretensin de una univer-sidad tecnocrtica (panorama de la universidad espaola desde 1956 hasta 1975), En Carreras Ares, J.J., y Ruiz Carnicer, M.A. (eds.), La universidad espaola bajo el rgimen de Franco. Zaragoza: Institucin Fernando el Catlico, 1991. p. 438.

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    libros5. Una muestra de esta revolucin cultural fue la contracultura hippie. Por primera vez se habl sin prejuicios del sexo y de las drogas. El cabello largo en los hombres se puso de moda, se dice que los Beatles ejercieron una influencia mayor que todos los tericos de la revolucin, que el pacifismo y el culto a la droga iban de la mano, al igual que la libertad sexual y el des-prendimiento material o la devocin a Marx y a las religiones orientales. Un nuevo argot se tom a los jvenes y entre los intelectuales se comparti la idea de que el poder subversivo de las palabras sera capaz de liberar a los hombres y a las sociedades6.

    La conexin entre la produccin textual y los repertorios de la protesta con la situacin cultural y socio-poltica del propio pas y del mundo permitir hacer interpretacin de las historias conectadas mediante el anlisis de nuevas y viejas palabras, ideologas, corrientes de pensamiento y acciones polticas estratgicas que fueron plasmadas y difundidas en las diversas publicaciones peridicas en Colombia, de la misma manera que en los repertorios de la protesta que recogieron buena parte de las ideas que se gestaban impulsadas por los movimientos sociales y universitarios mundiales. Muchas de estas publicaciones surgieron de motivaciones intelectuales con el propsito de difundir la cultura mundial y nacional, expresar las ideologas polticas o simplemente con el propsito de crear un espacio propio para la divulgacin de sus obras.

    En Colombia se encuentra la reconocida revista Mito, considerada la publi-cacin cultural ms importante del siglo XX. Aunque naci a mediados de los aos cincuenta, esta publicacin seriada logr abrir el camino para otras publicaciones posteriores. Mito reuni en sus pginas a escritores, poetas, filsofos y crticos que abrieron la cultura colombiana al contexto literario mundial. Su comit editorial estaba conformado por protagonistas del mo-vimiento intelectual hispanoamericano como Alfonso Reyes, Octavio Paz, Leon de Greiff, Vicente Alexaindre, Jorge Luis Borges, Luis Cardoza y Aragn, Carlos Drummond de Andrade y Mariano Picn-Salas.

    Tambin la revista ECO, publicada por primera vez en Mayo de 1960 editada an hoy en da era dirigida por Karl Buchholz, Ernesto Guhl, Hans Herkrath, Hasso Freihher von Maltzahn, Carlos Patio y Antonio de Zubiarrue. En su poca esta revista tuvo como objetivo constituir un eco de las ms notables y verdaderas voces de Occidente, en particular del mbito alemn.

    Ms adelante, en los aos setenta, surgiran dos publicaciones de notoria importancia. Una de ellas Nadasmo 70, dirigida por Gonzalo Arango y Jaime

    5. Eric Hobsbawn, Gente poco corriente: Resistencia, rebelin y jazz, Barcelona, Crtica, 1999, p. 182.

    6. Volpi, Op. cit., pp. 106-113.

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    Jaramillo Escobar. Una revista que en sus unas pginas llenas de poemas, imgenes y escritos reaccion a la tradicin literaria, cultivando un estilo literario propio, muy cercano a las ideas de izquierda y acorde a la cultura de los aos sesenta y setenta.

    Para 1974 surge otro grupo de intelectuales en torno a la revista Alternativa. La produccin de este grupo expres la cultura de la poca, la problemtica y las ideas que rondaban la sociedad colombiana, las decepciones de las guerras imperialistas y del propio conflicto interno colombiano, los movi-mientos romnticos de la revolucin y una mirada ms cercana a la poltica socialista promovida en algunos pases latinoamericanos.

    Alternativa y su lema atreverse a pensar es empezar a luchar tena en su comit editorial a Gabriel Garca Mrquez, Orlando Fals Borda, Jorge Villegas Arango. Con un lineamiento claramente poltico, esta revista abri espacios para la creacin y difusin artstica y literaria. La caricatura poltica, los anlisis sociales, la situacin poltica de Latinoamrica y obviamente la creacin literaria estuvieron presentes en sus pginas, pero sin descuidar su norte, claramente expresado en los editoriales: la convergencia de todos los sectores revolucionarios colombianos en torno a la lucha por la construccin del socialismo.

    Pero no solamente las publicaciones peridicas de la poca expresaron la cultura intelectual del momento, la misma produccin literaria respondi al palpitar de los acontecimientos. Diversas temticas polticas y sociales fueron ampliamente difundidas en obras como El diario del Che, Los hijos de Snchez de Oscar Lewis, El desafo americano de Jean Jacques Servan-Scheiber, Cambio de piel de Carlos Snchez, El Che Guevara su vida y su muerte de Carlos Villar, La revolucin terica de Marx de Althuser. Estas obras, entre otras, estuvieron presentes a lo largo de los aos sesenta y setenta, con gran difusin por parte de las editoriales, con ventas significativas en las diversas libreras y seguidas por la crtica literaria en las publicaciones seriadas del momento.

    La novela de ficcin latinoamericana tambin tuvo gran acogida por parte de los lectores nacionales. Sobre hroes y tumbas de Ernesto Sbato, El seor presidente de Miguel ngel Asturias y Rayuela de Julio Cortzar, La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, El llano en Llamas de Juan Rulfo, En noviembre llega el arzobispo de Hctor Rojas Erazo y, por su puesto, Cien aos de soledad de Gabriel Garca Mrquez fueron novelas publicadas en sta poca, con gran aceptacin en los lectores colombianos.

    La literatura nacional surgi en buena medida influenciada por los movi-mientos internacionales de la poca, que sin duda fueron una rica fuente de inspiracin para sus obras. Esta produccin literaria tambin les permiti a sus creadores dirigir su mirada al propio entorno, en lo que ellos buscaron identificar como la cultura nacional.

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    La inclusin y diversificacin de las separatas culturales en los distintos peridicos tambin abri una ventana para la difusin y crtica literaria. Su produccin ensaystica tendra gran recepcin en los lectores, vidos no slo de los acontecimientos nacionales e internacionales, sino de las opiniones expresadas por intelectuales de la poca, muy relacionadas con el movimiento literario nacional y latinoamericano.

    Alrededor de las separatas de los peridicos, las revistas culturales y las mis-mas obras literarias surgi una cultura intelectual interesada en la creacin, la difusin y la crtica literaria. Los acontecimientos mundiales y nacionales serviran no slo de marco de referencia, sino como objeto mismo de anlisis en la produccin literaria y de publicaciones seriadas que circul entre los universitarios como los principales productores y receptores. La agitacin poltica en los aos sesenta y setenta en la cultura universitaria fue el escena-rio propicio para que esta produccin impresa circulara con nuevos sentidos culturales y significaciones polticas.

    Produccin textual e iconografa

    Qu mviles tuvieron los protagonistas y las publicaciones al agruparse en determinados focos de difusin?, cmo los textos, convertidos en produc-ciones impresas, fueron utilizados, descifrados, apropiados por el pblico lector de intelectuales, universitarios y gestores culturales, a la vez que construyeron una imagen del Estado-nacin, pese a su escasa legitimidad y gobernabilidad?, por qu la mediacin de esta produccin le permiti al crtico lector construir una representacin de s mismo, una comprensin de lo social y una interpretacin de su relacin con el estado-nacin y el entorno internacional hasta incidir en la cultura poltica nacional?, cmo los intelectuales y universitarios lograron ser protagonistas y autores de una produccin impresa?

    Para resolver estas preguntas es relevante identificar los autores y su pro-duccin discursiva en este periodo, sus principales motivaciones creativas y sus influencias. Pero tambin el sentido de sus ideas en la cultura nacional expresada en los repertorios de la protesta y de la iconografa (representa-cin de las imgenes visuales), que sin duda plasmaron el espritu de una poca, especialmente marcada por la problemtica del movimiento estu-diantil y la crtica a las polticas gubernamentales. Comprender las diversas significaciones referidas a esta produccin e iconografa requiere, adems, identificar los principios de clasificacin y organizacin que reglamentaron la produccin y la estructura propia de los objetos escritos y visuales que aseguraron su transmisin.

    Estas ideas de cambio se plasmaron y transmitieron en los discursos de la vida universitaria. Los textos, muros, pancartas, imgenes, formas de vestir y rituales en general reforzaron el poder de las palabras escritas. Unida a

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    la produccin textual se encontraba un smbolo, un rostro, una imagen que reforzaba el contenido del discurso, unas representaciones visuales que pretendan aglutinar y trasmitir las ideas de lucha y de transformacin. Las representaciones no son otra cosa que las percepciones que los individuos o grupos sociales tienen de una poca, y que el investigador social est en capacidad de explicar no slo como la expresin de las grandes ideas de las lites, los filsofos o los eruditos sino tambin como las expresiones que la gente comn y corriente tienen del mundo.

    Las representaciones tienen que ver con los juicios, conceptos y creencias de la sociedad en un contexto poltico y material7. El concepto de representacin comparte el enunciado por Roger Chartier, segn el cual se corresponde con las ideas, percepciones (y hasta utopas) que los individuos o grupos sociales tienen de una poca, pero tambin es el estudio de las diferentes maneras como tales ideas y conceptos se reelaboran y van de nuevo a la sociedad. Las representaciones sociales que es la manera como cada cultura, pueblo, grupo, se asumen y comprenden en el mundo no son estticas; ellas, me-diadas por el lenguaje, el habla, las imgenes, que son su materia prima, son creadoras de lo social en unas condiciones materiales y relaciones de poder muy particulares8. Las representaciones no pueden hacer caso omiso de las diferencias sociales y culturales, tampoco de la manera como uno o varios grupos sociales perciben su propia historia9. Las representaciones se dinamizan en las colectividades y contribuyen a construir la cotidianeidad de los grupos, de los sujetos.

    El estudio de las representaciones busca dar cuenta de las formas de pen-samiento compartidas por individuos diferentes en este caso de la cultura intelectual colombiana entre 1960 y 1975, ms all de las formas individuales (Durkheim). La pregunta es cmo la pluralidad de relaciones sociales en esta cultura intelectual puede dar lugar a una pluralidad de formas de pensa-miento10. Una posible respuesta a este dilema parte de una hiptesis muy sugerente: si las formas de pensamiento son conceptos o reagrupamientos de objetos o eventos a partir de propiedades o elementos comunes, stos slo pueden provenir de las relaciones sociales, que no son otra cosa que sistemas de organizacin social. Tal proceso, implcitamente, remite a la comunicacin, porque todo conocimiento proviene del pensamiento simblico, es decir, de la capacidad de representar una cosa mediante la otra, o de la capacidad de que una cosa represente algo ms que a s misma.

    7. Georges Duby, La historia continua, Madrid, Debate, 1992, pp. 94-100 y 129.8. Roger Chartier, El mundo como representacin: Historia cultural. El mundo como represen-

    tacin, Op. cit., p. IV.9. Ibid., p. I.10. Jos Antonio Prez, Las representaciones sociales, en Pez, Daro y otros, Psicologa

    social, cultura y educacin, Madrid, Pearson-Prentice Hall, 2003, p. 414.

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    La comunicacin es un pensamiento por smbolos (representar una cosa por otra) y una actividad inferencial (interpretativa) mediante la cual una informacin se extrae otra (la lengua es el sistema de signos ms importante pero no el nico). Los smbolos son de naturaleza social; la nica manera que tiene un individuo de comunicarse con otro es por medio de smbolos compartidos. Estos smbolos son de naturaleza social histrica, porque en cualquier interaccin se requiere de un lenguaje comn (simblico) previo, que es el resultado de una base social histrica compartida11.

    En los movimientos universitarios de los aos sesenta y setenta la produc-cin discursiva y visual fue uno de los principales recursos utilizados con el objetivo de unificar un sentir referido a ideales de cambio y crtica de la sociedad. Las ideas, los conceptos, las percepciones y las imgenes visuales de los jvenes universitarios sobre la realidad nacional se plasmaron y di-fundieron de diversas formas, segn las recepciones de otros contextos o las propias expresiones locales compartidas.

    Parafraseando a Roger Chartier12, la produccin impresa en estos aos (1960-1975) se constituy en una de las numerosas series de prcticas que modelaron las diversas representaciones y experiencias de la sociedad colombiana, en particular de la cultura intelectual literaria. En las universidades, organizacio-nes y movimientos sociales y literarios se realizaron publicaciones peridicas que recogan y difundan las ideologas y concepciones de la poca, apoyadas en gran medida por reconocidos intelectuales, convirtiendo sus publicaciones en modeladoras de representaciones y experiencias de la sociedad.

    El intelectual y las sociabilidades

    De la misma forma que el proceso de civilizacin de la sociedad entendido a la manera de Norbert Elias13 inculca, mediante el Estado moderno y las nuevas formas sociales, controles sobre los afectos, las pulsiones, el escrito impreso y la iconografa tambin desempean, con poderosa fuerza, este papel coercitivo al sealar los comportamientos que son o no son lcitos en una sociedad, al igual que promueven los nuevos marcos de comporta-miento en la urbanidad, en la escuela, en las formas de ser ciudadano y en el Estado-nacin.

    Esta produccin escrita e iconogrfica, de otro lado, permite realizar lecturas del tipo de intelectual que las plasm y del marco de sociabilidad compartido. Hoy es evidente el desencanto que hay por las historias de intelectuales y po-

    11. Ibid., pp. 415-416.12. Roger Chartier, El mundo como representacin: Historia cultural. El mundo como represen-

    tacin, Op. cit., p. X.13. Norbert Elas, El proceso de la civilizacin: investigaciones sociogenticas y psicogenticas,

    Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1994.

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    lticos. Tal vez porque ya no encontramos aquellos grandes intelectuales14. El apelativo de intelectual es una palabra incmoda en estos tiempos, ms an si est asociada con la poltica. Por esa tenue relacin con el poder, el intelectual puede ser un crtico o un reproductor de la dominacin. Es cierto que todos los individuos tienen el potencial de manifestar una actividad intelectual acota Gramsci15, y por lo tanto contribuyen en la sociedad a ampliar las visiones de mundo, seguir una lnea de conducta moral o suscitar nuevas ideas, pero tambin pueden convertirse en los empleados del grupo dominante a quienes se les encomienda las tareas subalternas en la hegemona social y en el gobierno poltico16. Es el intelectual orgnico que produce cada grupo social para mantener la hegemona; el intelectual abstracto es una entelequia, ste slo puede existir asociado a formas histricas, concretas.

    Como un enunciador y modelador de opiniones, el intelectual puede saltar fcilmente a la poltica. En el siglo XIX predomin en Colombia y Amrica Latina el intelectual poltico para la organizacin burocrtica del Estado, la redaccin de constituciones y leyes o para mantener una relacin simbitica con los caudillos militares17. Al lado de este intelectual apareci en el pas otro tipo, entre los aos de 1870 y 1930, que estableci una disputa en trminos generacionales con aquel que haba detentado la institucionalidad. Era el intelectual crtico, de izquierda o de derecha, ya como un sector de izquierda en el liberalismo o como un grupo radical en el partido conservador. Muchos de ellos terminaron subordinados al establishment, como fue el caso de Los Leopardos que iran a influenciar notoriamente al joven Miguel lvarez de los Ros. Otros, en cambio, evolucionaran hacia una actitud distanciada de la poltica y ms comprometida con un papel crtico moralizante de la so-ciedad. Fueron los intelectuales de las revistas Mito, Eco o de la primera fase del movimiento nadaista, que aparecieron en la escena pblica despus de 1948, reconocindose sin ambages como tales y como crticos del Estado, de los partidos polticos y de sus dirigentes18.

    Otro tipo de intelectuales tambin apareceran en la escena pblica del siglo XX en Colombia: el intelectual idelogo, el comprometido y el subordinado. El primero se caracteriz por provenir de las profesiones modernas y de la secularizacin paulatina del Estado (el ingeniero, el maestro de escuela) y por cumplir funciones de modelador de la racionalidad y la eficiencia con sus derroteros pragmticos y la enunciacin de utopas ticas y polticas; el segundo edific una pica de la izquierda colombiana (sacerdotes, profesores, estudiantes, subversivos) y a la postre un elitismo ortodoxo; y el tercero fue

    14. Csar Loaiza, Los intelectuales y la historia poltica en Colombia, en Csar Augusto Ayala Diago, ed. La historia poltica hoy: Sus mtodos y las ciencias sociales, Bogot, Uni-versidad Nacional de Colombia, 2004, p. 58.

    15. Antonio Gramsci, la formacin de los intelectuales, Mxico, Grijalbo, 1967, p. 26.16. Ibid., p. 30.17. Ibid., p. 80.18. Ibid., pp. 84-85.

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    y sigue siendo el tpico intelectual oficioso y controlador que administra y reproduce las normas y cdigos de los grupos hegemnicos y del Estado19.

    Como crticos o modeladores de la sociedad, los intelectuales cumplen un papel de primer orden en los estados nacionales. Ellos son una voz que anima la conformacin o mutacin de las ideas y de las sociedades corporativas, ya sea en beneficio o en oposicin legtima al Estado. Sus opiniones tambin alientan el derecho abstracto de la participacin poltica y sus actuaciones promueven proyectos culturales, de civismo o de ciudadana. Sus actuaciones y opiniones tambin pueden constituirse en contramodelos que promueven la movilizacin de minoras inconformes20.

    Por el agitado ambiente poltico y cultural universitario en los aos sesenta no hay una poca ms propicia en la historia de Colombia para animar el anlisis de esta tesis. El estudio de los intelectuales remite a estas prcticas sociales que tejen vnculos de interaccin y establecen relaciones de confianza entre los actores o promueven nuevas reglas de juego en la institucionalidad del Estado21.

    Un estado de la cuestin

    Para Mxico hay un estudio de la produccin impresa realizado por Jorge Volpi en La imaginacin y el poder: una historia intelectual de 196822. Aunque el libro se ubica especficamente en el ao 1968 a propsito de los hechos de Tlatelolco el dos de octubre de aquel ao, sin duda logra captar las depen-dencias recprocas de la produccin textual de la poca, con las figuraciones sociales a la que sta perteneca. Dirigida la investigacin a analizar los hechos de la muerte de los estudiantes de la plaza de Tlatelolco en 1968, Jorge Volpi logra hacer una historia intelectual de la dcada, colocando en articulacin su produccin con las representaciones y prcticas del entorno social mexi-cano, latinoamericano y mundial. Las formas de organizacin y del ejercicio del poder son analizadas en esta investigacin identificando las tensiones especficas de la sociedad y de los grupos de intelectuales con el Estado.

    La revolucin cubana, la muerte del Che, los movimientos guerrilleros, la cultura hippie, los movimientos obreros y universitarios, la guerra de Viet-nam, el ideal de un nuevo orden social, el acontecer nacional, entre otros,

    19. Ibid., pp. 87-91.20. Jean-Pierre Bastian, compilador, Protestantes, liberales y fracmasones: Sociedades de ideas

    y modernidad en Amrica Latina, siglo XIX, 1 reimpresin, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1993, pp. 8-13.

    21. Pilar Gonzlez Bernardo De Quirs, La sociabilidad y la historia poltica, en E. Pani, A. Salmern, coord., Conceptualizar lo que se ve. Franois-Xavier Guerra, Mxico, Instituto Mora, 2004, pp. 419-460.

    22. Jorge Volpi, Op. cit.

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    fueron algunos de los temas ms recurrentes en las publicaciones seriadas de la poca, en la novela, el cuento y el ensayo, muy a la par de los temas literarios latinoamericanos. La literatura colombiana, enmarcada en el boom latinoamericano de aquella poca, reuni a diversos intelectuales en publi-caciones seriadas, no slo gracias a la convergencia temtica sino mediante una serie de proyectos que generaran espacios importantes para la creacin literaria, su difusin y crtica.

    Tal vez no sera posible formular esta investigacin de la cultura intelectual en Colombia sin trabajos antecedentes que hayan configurado el escenario poltico y social de la poca. La bibliografa es vasta al respecto. Para el caso colombiano, el autor de esta propuesta ha realizado varios trabajos antecedentes de investigacin sobre este escenario poltico social referidos al final en la Bibliografa23, que le permiten en esta nueva fase dirigir sus inquietudes al tema ahora planteado.

    Si el propsito fundamental de esta investigacin es estudiar al intelectual de la produccin textual del pas en un periodo especfico de su historia, como un difusor y modelador permanente de problemas frente al Estado-nacin y la cultura nacional24, cabe sealar que en Colombia es poco lo que hay al respecto, a pesar de los buenos resultados que en otros pases se han obtenido. Incluso no hay un posible influjo de la obra en Antonio Gramsci en Colombia, como si ha dejado huellas en otros lugares.

    Entre algunos trabajos latinoamericanos en esta temtica se pueden citar los de Roderic Camp y su estudio de la intelectualidad mexicana del siglo XX25, las investigaciones de Jos Joaqun Brunner para el caso chileno26. Ya en el contexto colombiano, para el perodo de estudio propuesto en esta investi-gacin, no hay un trabajo antecedente. Sin embargo, es importante sealar que en Colombia se han realizado investigaciones para otras temporalidades. Es el caso de los estudios de Renn Silva y Diana Soto sobre las lites ilustra-das27. Tambin se encuentra el apreciable trabajo de Malcolm Deas Del poder

    23. Algunas de las investigaciones sobre este tema son: lvaro Acevedo Tarazona, Moderni-zacin, conflicto y violencia en la universidad en Colombia: Audesa (1953-1984), Bucaramanga, UIS, 2004; lvaro Acevedo Tarazona, Imaginarios discursivos y representaciones estudiantiles universitarias, En Dilogos Educativos. Ao 3. No. 3 (2002); pp. 109-120.

    24. Gilberto Loaiza Cano, Los intelectuales y la historia poltica en Colombia, En Csar Augusto Ayala Diago, La historia poltica hoy: sus mtodos y las ciencias sociales, Bogot, Universidad Nacional de Colombia, 2004, p. 68.

    25. Roderic Camp, Mexican political biographies, 1884-1935, Austin, Unversity of Texas Press, 1991; Los intelectuales y el Estado en el Mxico del siglo XX, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1988.

    26. Joaqun Brunner, Amrica Latina: cultura y modernidad, Mxico, Grijalbo, 1992. Gonzalo Cataln tambin tiene un estudio reunido en: Cinco estudios sobre cultura y sociedad, Santiago de Chile, Ainavillo, 1985.

    27. Renn Silva, Universidad y sociedad en el Nuevo Reino de Granada, Bogot, Banco de la Repblica, 1992; Prensa y revolucin a finales del siglo XVIII, Bogot, Banco de la Rep-

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    y la gramtica28, tal vez el estudio ms sugerente para los propsitos de esta investigacin en lo que corresponde al aparte que le da el ttulo a la obra y el captulo dedicado a Jos Mara Vargas Vila. Por ltimo, no podra dejar de mencionarse el trabajo de Jaime Jaramillo Uribe sobre los intelectuales colombianos y su papel en la construccin del Estado Nacional. Un ensayo que sigue en vigencia por las relaciones que propone entre los intelectuales y la poltica como modeladores de imgenes nacionales29.

    En Colombia los estudios sobre discursos y representaciones de los mo-vimientos sociales son muy incipientes. No obstante, en otras latitudes aparecen textos que permiten un acercamiento al tema, en cuanto a sus pro-blemticas en perspectiva de la historia cultural, como es el caso de Robert Darnton en el libro La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa30 en el que se pregunta por la complejidad de los elementos simblicos implicados en una escandalosa matanza de gatos en la dcada de 1730, relatada por el aprendiz de taller Nicols Contant en la imprenta del burgus Jacques Vicent.

    El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg31 es un libro que nos transporta al mundo de las representaciones culturales, en este caso del siglo XVI, a travs de la vida del molinero friulano Dominico Scandella (Menocchio), muerto en la hoguera por orden del Santo Oficio. El autor de la vida de Menocchio quiere demostrar la ambigedad del concepto de cultura popular. Las confesiones del molinero demuestran, a lo largo del texto, que sus razonamientos son un caudal de elementos populares y mitologas campesinas, pero tambin mediacin de un naturalismo de tendencia cientfica, radicalismos religiosos y hasta utopas32.

    La circulacin cultural, como una fuente de anlisis, de arriba abajo y vice-versa, es el corazn de la propuesta de la historia cultural. Los movimientos intelectuales y universitarios en Colombia son la expresin de esta circulacin de ideas y conceptos que se mueven sobre una base material y unas tensiones polticas. En Amrica Latina Jess Martn-Barbero con su libro De los medios a las mediaciones fue uno de los primeros en llamar la atencin sobre la ambi-gedad de los conceptos cultura popular y cultura elitista33. Este especialista

    blica, 1988; Diana Soto Arango y otros, editores, Cientficos criollos e ilustracin, Madrid; Colciencias-Rudecolombia, 1999; Recepcin y difusin de textos ilustrados, Madrid, Conciencias-Rudecolombia, 2003.

    28. Malcolm Deas, Del poder y la gramtica y otros ensayos sobre historia, poltica y literaturas colombianas, Bogot, Tercer Mundo, 1993.

    29. Jaime Eduardo Jaramillo, Los intelectuales colombianos y el Estado nacional: tres finales de siglo, en Voces, No. 7, noviembre de 2000.

    30. Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, 1 reimpresin, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1994.

    31. Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos, 3 ed., Barcelona, Muchnik, 1994.32 Ibid., pp. 17 y 18.33. Jess Martn-Barbero, De los medios a las mediaciones: comunicacin, cultura y hegemona,

    Mxico, Gustavo Gili, 1987.

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    de la comunicacin, apoyado en la escuela de Frankfurt, se pregunt sobre la manera como los grupos subalternos representaban sus tradiciones para insertarse en el mundo moderno, lo que de inmediato significaba valorar la influencia de los medios de comunicacin en la cultura34. El reconocido histo-riador de la cultura en Amrica Latina, Carlos Monsivis, tambin ha escrito un libro sobre esta temtica con el ttulo Aires de familia: Cultura y sociedad en Amrica Latina, mediante el cual se propone rastrear en la produccin escrita del siglo XIX hasta la actualidad los distintos tratamientos al concepto de cultura popular y la manera como los hroes, los mitos, la vida urbana, el cine y la televisin cruzan las fronteras de la sociedad sin distinciones de estratos sociales o fronteras nacionales35.

    Estudios como los de Renate Marsiske para Latinoamrica y de Mauricio Archila36, Ivon Le Bot37, Rosa Briceo38 y Francisco Leal Buitrago para Co-lombia, confirman la presin de los sectores medios de la sociedad en la formacin de protestas y movilizaciones estudiantiles con fines de insercin al sistema productivo y de ascenso social. Renate Marsiske39 hace un anlisis

    34. Mara Cristina Laverde Toscano y Rossana Regullo, Mapas Nocturnos: Dilogos con la obra de Jess Martn-Barbero, Santaf de Bogot, Siglo del Hombre, 1998.

    35. Carlos Monsivis, Aires de familia: Cultura y sociedad en Amrica Latina, Barcelona, Ana-grama, 2000. (XXVIII Premio Anagrama de Ensayo).

    36. Mauricio Archila, Entre la academia y la poltica: El movimiento estudiantil en Colom-bia, 1920-1974, en Marsiske, Renate, Movimientos estudiantiles en la historia de Amrica Latina, Mxico, Centro de Estudios sobre la Universidad, 1999.

    37. Si bien en el nivel nacional los trabajos de Ivon Le Bot y Aline Helg son el mejor balan-ce hasta ahora conocido sobre la educacin superior en el pas en el Siglo XX por sus aportes crticos y estadsticos, es tambin claro que carecen de la dimensin comparativa regional. As, en el caso de las universidades regionales hay vacos que en su momento fueron difciles de cubrir por estas investigaciones debido a la precariedad del estado de la cuestin y a la dificultad para acceder a nuevas fuentes de informacin. Hoy, ante el avance de la historiografa regional y de la preservacin de archivos se puede pro-fundizar y conducir hacia nuevas hiptesis de trabajo a estas investigaciones pioneras en el pas; ver: Le Bot, Ivon, Educacin e ideologa en Colombia, Medelln, Lealon, 1985; y Helg, Aline, La educacin en Colombia, 1918 1957, Bogot: Presencia, 1987.

    38. Rosa Briceo, hace una meticulosa investigacin sobre el movimiento universitario en los aos sesenta en la Universidad Nacional, con sus reformas acadmicas y adminis-trativas y la derivacin hacia el modelo universitario norteamericano. El artculo es tambin un cuidadoso trabajo sobre el movimiento estudiantil que se vivi entre los aos de 1971 y 1974 en los cuales el conflicto alcanz una lgida dimensin al igual que en la totalidad de las universidades del pas. Como caso curioso, esta investiga-cin seala por primera vez en el pas un movimiento de profesores aglutinados en torno a reivindicaciones gremiales y en ciertos casos polticas; ver: Rosa Briceo, La universidad como un microcosmos de conflicto social: la poltica de reforma de la Uni-versidad Nacional de Colombia (1964-1974); texto presentado en la conferencia anual de la Asociacin Americana de Investigacin en Educacin AERA en San Francisco, Estados Unidos en mayo de 1989. Obtuvo su ttulo doctoral en la Universidad de Stanfford, Estados Unidos en 1998 con una tesis sobre el tema que trata el presente artculo.

    39. Renate Marsiske, Clases medias, universidades y movimientos estudiantiles (1900-1950), en Renate Marsiske, coord., Movimientos estudiantiles en la historia de Amrica Latina, Mxico, Centro de Estudios sobre la Universidad, 1999.

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    comparativo entre Argentina y Mxico con el fin de estudiar la incidencia del movimiento universitario de Crdoba y la presin de las clases medias para democratizar la educacin superior, particularmente en un pas como Argentina en el que los inmigrantes lucharon por reformas que les permitieran insertarse en el medio productivo y ascender en la escala social.

    Para el caso colombiano, Mauricio Archila tambin seala que han sido los sectores medios de la sociedad quienes han presionado por reformas de-mocrticas en el mbito universitario, pese a su heterognea composicin, expresiones coyunturales e intermitente organizacin. Sin embargo, Archila considera que estos sectores medios de la sociedad son muy heterogneos y coyunturales, razn por la cual no se pueden enunciar como categoras de clase ni culturales, verbigracia de que estn en continuo cambio y tienen poca expresin organizativa permanente40.

    En cuanto a un texto propiamente de los movimientos universitarios es impor-tante mencionar la investigacin de Francisco Leal Buitrago, por el carcter descriptivo y cuidadoso anlisis que se hace de las etapas ms importantes del movimiento estudiantil en las dcadas de los sesenta y setenta en Colom-bia: La frustracin poltica de una generacin: La universidad colombiana y la formacin de un movimiento estudiantil, 1958-196741. No se podra pasar por alto el Dossier Universidad Pblica y movimientos estudiantiles: A los 30 aos del Programa Mnimo de Estudiantes, reciente publicacin de la revista Utopa siglo XXI de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia, el cual contiene ocho textos referidos al movimiento universitario colombiano de los aos sesenta y setenta, nicos en su gnero por la unidad temtica y sentido crtico42. Otro texto imprescindible para entender el mo-vimiento universitario en Colombia es la perspectiva comparativa entre la Universidad Nacional y la Universidad Autnoma de Mxico de Aura Mara Puyana y Mariana Serrano43. Por ltimo, es importante mencionar el estudio

    40. Una apreciacin que en cierta manera tambin es compartida por Olmedo Vargas Hernndez, cuando afirma que los esfuerzos de los estudiantes, en los aos sesenta y setenta, vinculados a los problemas de la cultura y el medio universitario, no tras-cendieron la fugacidad de la militancia poltica y lo efmero del tiempo en las coyun-turas universitarias; vase: Olmedo Vargas Hernndez, Dinmica del movimiento universitario en Colombia, 1920-1930, en Olmedo Vargas Hernndez, compilador. Archivos y Documentos para la Historia de la Educacin Colombiana. Tunja, Univer-sidad Pedaggica y Tecnolgica de Colombia, 1996.

    41. Francisco Leal Buitrago, La frustracin poltica de una generacin: La universidad colombiana y la formacin de un movimiento estudiantil, 1958-1967, en Desarrollo y sociedad, No. 6, julio de 1981.

    42. Universidad de Antioquia, Utopa siglo XXI, Dossier Universidad Pblica y Movi-mientos Estudiantiles: A los 30 aos del Programa Mnimo de Estudiantes. Vol. 2, No. 7, noviembre de 2001, pp. 5-85.

    43. Aura Mara Puyana y Mariana Serrano, Reforma o inercia en la universidad latinoameri-cana: Universidad Nacional de Colombia, Universidad Autnoma de Mxico, Colombia, TM editores, 2000.

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    de lvaro Acevedo Tarazona que lleva por ttulo Modernizacin, conflicto y violencia en la Universidad en Colombia: AUDESA, 1953-198444, el cual tambin se puede considerar como una reflexin que apoyara el anlisis sobre el proceso de modernizacin de la universidad colombiana en el siglo XX de cara al movimiento estudiantil, en especial de la Universidad Industrial de Santander y su organizacin AUDESA.

    A modo de cierre: memoria, discurso e identidad

    Si la produccin impresa (texto e iconografa) es una fuente de estudio de las formas de pensamiento compartidas por la cultura intelectual colom-biana (1960-1975) ms all de las formas individuales, y permite explicar las ideas, percepciones y utopas que los individuos tuvieron de una poca segn unas condiciones materiales y relaciones de poder, pues stas slo pueden circular (comunicarse) en el marco de relaciones sociales y sistemas de organizacin social establecidos, la memoria es otra forma de represen-tacin constructora de identidades al preservar el recuerdo de un pasado comn, pese a estar sometida a procesos de transformacin y la construccin de mitos nacionales.

    Si la produccin impresa construye sentidos particulares y crea un lector dependiente de las formas impuestas por el texto, pero tambin inventivo por la capacidad que ste tiene de reformular, desplazar y subvertir lo escrito, la memoria cultural que es la suma y la combinacin de los recuerdos indivi-duales tambin cumple una funcin integradora e inventiva o subversiva. La memoria cultural, por ende, es un producto discursivo por originarse en situaciones concretas (sociocomunicativas) y construir formas de saber individuales y colectivas.

    La memoria cultural reproduce y transforma las creencias sociales (cogniti-vas, discursivas y sociales), muchas de las cuales son implcitas a la accin comunicativa por ser bsicas en la convivencia. Esta memoria es muy distinta de la episdica (que es individual y depende del contexto) y en algunos casos es abstracta y desvinculada del contexto. A este campo pertenecen las ideologas por ser generales, abstractas, agruparse en campos espec-ficos de la realidad social y reproducirse discursivamente no sobre hechos concretos sino sobre las propiedades generales de los hechos, es decir, ellas no dicen nada del mundo sino de las personas que poseen las ideologas o de los impactos que las creencias ideolgicas promueven, lo cual las hace eminentemente cognitivas45. Las ideologas son constructoras de identidades

    44. lvaro Acevedo Tarazona, Modernizacin, conflicto y violencia en la universidad en Colombia: AUDESA, 1953-1984, Bucaramanga, UIS, 2004.

    45. Neyla Graciela Pardo, Anlisis crtico del discurso: un acercamiento a las representa-ciones sociales, En Forma y funcin, No. 12, septiembre de 1999; pp. 64-67.

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    sociales, ellas representan una pertenencia, una inclusin colectiva (muy distinta a la identidad personal) por medio de discursos intergrupales46. Esta pertenencia, inclusin colectiva es prioritaria sobre otras, lo cual hace que la identidad sea plural47.

    Los estudiantes universitarios del perodo en estudio (1960-1975) fueron creadores y promotores de ideologas. Su pertenencia al escenario acadmico y a unos roles, prcticas y consumos reafirm an ms su identidad. No ha habido periodo de la historia de Colombia y del mundo en el que los estu-diantes hicieron parte de una colectividad visible48. Precisamente, trminos como grupos de identidad, etnicidad nacieron en los aos sesenta. En el caso de los estudiantes podra pensarse que se agruparon en una pertenencia distinta a todas las anteriores, porque hasta el momento no haba una prc-tica cultural que los reconociera como algo distinto. Hobsbawm seala esta peculiaridad de la juventud en su Historia del siglo XX; antes de los aos cincuenta y sesenta no exista este trmino para designar a unos individuos que lean textos y se integraban con roles y consumos nunca antes vistos.

    Si antes del tercer cuarto de siglo era posible tener identidades mltiples, las enormes revoluciones y transformaciones culturales de los ltimos tiempos ha visibilizado a grupos con pertenencias colectivas que se diferencian de otros por la va negativa, es decir, Nosotros distintos a Ellos. En este sentido, Hobsbawm afirma que la mayor parte de las identidades colectivas son ms bien camisas que piel: son, en teora, por lo menos, opcionales, no ineludibles49. Lo cual conduce a que stas sean como las prendas de vestir: son intercambiables y se suelen llevar frecuentemente combinadas, sin que estn cosidas al cuerpo50. Por esta versatilidad, las identidades no son fijas, ellas cambian de sitio y se transforman, lo cual tambin conduce a que dependan de un contexto muy particular en el que se originan.

    Estas peculiaridades, tan maleables de la identidad, son lo que las lleva a construir, en muchos casos, mitos nacionales, tnicos y de otro tipo, que el historiador est en capacidad de desvelar cuando la manipulacin ideolgica y el anacronismo se utilizan con fines utilitaristas o rprobos.

    46. Ibid., pp. 74-75.47. Archila Neira, Idas y venidas, vueltas y revueltas: Protestas sociales en Colombia, 1958-1990,

    Bogot, ICANH-CINEP, 2003, p. 378.48. Eric Hosbawm, Izquierda y polticas de identidad, En El viejo topo, No. 107, mayo de

    1977, pp. 22-23.49. Ibid., p. 24. 50. Ibid

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    Educacin y comunidadUna relacin que potencia

    el juego de la vida en sociedad

    ResumenA travs del presente artculo tratar de demostrar cmo la educacin se constituye en el principal mediador de los procesos de desarrollo huma-no, en tanto encuentra su razn de ser en la indefinicin de los sentidos y significados que las comunidades ofrecen a la existencia concreta de sus integrantes; indefinicin esta que pone en evidencia un potencial re-creador existente al interior de todo grupo humano, el cual puede activarse interactivamente desde el dilogo y la negociacin cultural.

    Palabras clavesEducacin, comunidad, desarrollo humano, interaccionismo simblico.

    AbstractThrough the present article I will try to demonstrate how the education becomes the main mediator of the human development process, as long as it finds their reason of being in the non definition of the senses and mean-ings that the communities offer to the concrete existence of their members; non definition that evidence the existence of a potential re-creator to the interior of all human group, which can be activated interactively through the dialogue and the cultural negotiation.

    Key wordsEducation, Community, Human development, Symbolic interactionism.

    Maicol Ruiz

    Maicol Ruiz es Profesor auxiliar de la Universidad Tecnolgica de Pereira. Magister en Educacin y Desarrollo Humano, Investigador Asociado de la Maestra en Educacin y Desarrollo Humano, Cinde - Universidad de Manizales.

    Fecha de recepcin: Abril 20 de 2007.Fecha de aprobacin: Julio 24 de 2007.

    Educacin-Comunicacin

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    1. Comunidad: una realidad social dinmica

    Una comunidad es una realidad social formada por personas o grupos que po-seen vnculos simblicos comunes, los cuales a su vez, dotan de significados y sentidos la existencia concreta de quienes participan de ellos, propiciando escenarios de referencia para jugar el juego de la vida en sociedad, en el que a partir de la realizacin de actividades molares1 y la estructuracin de relaciones interpersonales, concretan la existencia humana de las personas en unos contextos especficos, encausando de un lado los flujos de deseo pre-sentes en la sociedad hacia finalidades especficas y del otro, movilizando la reciprocidad de expectativas con relacin a los roles socialmente prefigurados para ellas, en aras de enlazar las actuaciones individuales y los entornos en los que estos tienen lugar, de cara a la construccin de formas compartidas de vida intersubjetiva.

    En este sentido una comunidad constituye una unidad estructurada y estructurante de socialidad, la cual dispone de una jerarqua ms o menos homognea de valores, a la que se articula o integra el individuo, ya sea por haber nacido en ella, como es el caso de las comunidades fundadas en lazos de parentesco o bien, por la eleccin relativamente autnoma del individuo ya desarrollado2, caso de las comunidades de afinidad.

    Cualquiera sea el caso, una comunidad deviene el escenario a travs del cual se generan toda una serie de dinmicas, relaciones, interacciones y fuerzas que constituyen las fuentes de la construccin y la reconstruccin de los valores positivos que desarrollan a su vez las potencialidades humanas, as como el origen de las fuerzas motivacionales, que mueven las acciones positivas de las personas3. En este sentido la fortaleza de una comunidad se sustenta en la ligazn afectiva (capacidad de afectacin mutua) que puedan construir sus miembros entre s y de su capacidad para orientar los vnculos generados a partir de ella hacia el cuidado solidario del s mismo y de los otros, lo mismo que hacia el establecimiento de redes sociales que fomenten la comunicacin entre sus integrantes y hagan confiable el contacto interpersonal, al punto de motivarles y lograr que se comprometan con el agenciamiento de proyectos colectivos de reproduccin, resistencia y/o re-creacin de ordenes y relaciones sociales.

    1. El orden molar corresponde de acuerdo con Guattari a las estratificaciones que deli-mitan objetos, sujetos, representaciones y sus sistemas de referencia y les articulan en relacin con intencionalidades que les proyectan espacio-temporalmente ms all de sus propios devenires. Para mayor detalle ver la obra Cartografas del deseo, Argentina, Editorial La Marca, 1995

    2. Agnes Heller, Historia y Vida cotidiana. Aportaciones a la Sociologa Socialista, Ediciones Grijalbo, 1972, p. 97.

    3. Jorge Enrique Ramrez, Las prcticas de educacin popular, contextos, significados y papel de la pedagoga, En Mdulo 5, Programa de Maestra en Educacin y Desarrollo Humano, Universidad de Manizales Cinde, Manizales, enero de 2001, p. 9.

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    La mirada antes expuesta permite reconocer a la comunidad, ya no como un espacio esencialista de obligatoria vinculacin o como un agregado de personas contingentemente reunidas, sino como un espacio construido y construible por aquellas personas que eligen participar de l en tanto encuen-tran all un contexto discursivo inmediato, que les provee de un horizonte de sentido comn para la comprensin de las prcticas de intercambio, cir-culacin y produccin de significaciones a partir de la cuales se involucran en los juegos de construccin de sociabilidad.

    Este contexto cumple un papel fundamental en tanto mediador entre las experiencias individuales y las exigencias sociales al hacer posible no slo que los individuos perciban de manera ms tangible y concreta sus vnculos sociales, sino tambin proveyendo a la sociedad de los recursos ms diversos para influir sobre los hombres como lo plantea lvarez4. La mediacin comunitaria facilita as nuestros procesos de construccin humana, en tanto nuestros actos no son efectuados de manera mecnica y lineal, y tampoco son interpretados por otros de tal forma, sino que al estar orientados a diferencia de otras especies por inteligencia reflexiva, tienen siempre como referencia un futuro probable que creamos socialmente.

    Esa particularidad de poder romper la secuencialidad del tiempo y anti-cipar situaciones futuras ha sido quizs el mayor logro de nuestra especie y constituye a su vez la esencia ms profunda del ocio, en tanto es en ese no tener que actuar obligatoriamente, ni tener que vivir ocupados todo el tiempo respondiendo a las contingencias del instante, en donde se encuen-tran las claves para entender de qu manera hemos logrado, ms all del aseguramiento de nuestra re-produccin y la resistencia a la adversidad, la posibilidad de re-crear-nos como especie, de transformar nuestra condicin humana a partir del aventurar-nos en los tiempos de la imaginacin de la mano de la libertad, el afecto y la racionalidad, liberndonos a travs de la cultura, de los grilletes de la adaptacin en tanto obstculo para desplegar plenamente la creatividad humana5.

    Ese futuro siempre presente en nuestros contextos, que sirve de referencia a nuestras acciones, que nos moviliza para relacionarnos de ciertas maneras con nosotros mismos y el entorno, y que nos permite tomar decisiones reflexivas, es siempre un estado ideal que se debera alcanzar y, como tal, est constituido por una serie de ideas-imagen en las que prima el pensamiento metafrico, e ideas-concepto en las que prima el pensamiento analtico; las cuales nos

    4. Liset lvarez Ledesma, Sentido psicolgico de comunidad y participacin comunitaria: Dos pilares para un verdadero desarrollo intercultural. Universidad de La Habana, Disponible en Internet en http://www.pucp.edu.pe/eventos/congresos/filosofia/programa_ge-neral/viernes/sesion9-10.30/AlvarezLiset.pdf

    5. Zygmun Bauman, La cultura como praxis, Buenos Aires, Paids, 2002, p. 335.

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    permiten irrumpir a travs del horizonte de los fenmenos sensoriales que vivenciamos cotidianamente, para descubrir, mantener o modificar las pro-piedades de los ordenes imaginarios y re-presentacionales que nos permiten hacerlos inteligibles y significantes; esto en aras de explorar posibilidades de respuesta que puedan simultneamente tener validez supra-individual y relacionarse de alguna manera con una realidad que existe a travs de la multitud de interacciones individuales.

    Todas nuestras ideas, bien sean metafricas o analticas, surgen de nuestra capacidad para aislar caractersticas particulares de una situacin y hacerlas smbolo, es decir, de la capacidad para recortar selectivamente a partir de nuestro inters y conocimiento, ciertas caractersticas de una vivencia para que nos sirvan como referente evocador de la misma, marcarlas con algn signo concreto arbitrariamente elegido, relacionarlas con un significado que las distinga y articular este significado con otros, tejiendo as sentidos morales y polticos que nos permitan comprender y articular las acciones y presencias propias y/o ajenas.

    Los smbolos son las herramientas fundamentales por excelencia en nuestros procesos de humanizacin ya que no slo nos permiten focalizar y escoger los estmulos ante los que reaccionaremos, sino tambin organizar las distin-tas reacciones a ellos de acuerdo a nuestras posibilidades en forma de acto reflexivo, lo cual nos permite romper con nuestra dependencia animal de los estmulos inmediatos y ganar con ello dos oportunidades maravillosas: de un lado la posibilidad para controlar la respuesta a tales estmulos al punto de llegar a inhibirla y de otro, la capacidad de responder incluso a estmulos que no estn fuera de nosotros sino en nuestra intimidad imaginativa, como los recuerdos, los sueos, las creencias y las ideologas.

    En sntesis, simbolizamos a fin de que la reaccin ante la aparicin de un sm-bolo en una situacin pueda estar presente en nuestra experiencia en forma ideal, como un deber ser que nos sirve de parmetro para relacionarnos con el entorno, de manera que siempre contemos con alguna nocin acerca de qu acciones son posibles para hacerlo, bien sean adecuadas, permitidas, exigidas o subversoras del orden establecido, aunque no siempre las elijamos6.

    Interaccin simblica: Un camino para dinamizar la comunidad y construir personas

    El hecho de que nuestras acciones individuales sean actos reflexivos no sig-nifica que actuemos siempre de la manera ms adecuada de acuerdo a las situaciones en que nos encontremos, sino tan slo que actuamos de manera voluntaria, una manera en la que el error y el conflicto aparecen por doquier

    6. Dora Freid Schnitman, Nuevos paradigmas, cultura y subjetividad, Buenos Aires, Paids, 1998, pp. 278-279.

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    en tanto nuestra voluntad no depende exclusivamente, como en los animales, de la necesidad, y de que como especie estamos vinculados a grupos sociales mediante redes de comunicacin e intercambio, los cuales actan como canal y soporte de nuestra praxis; en esta medida, nuestra realidad no es natural sino una construccin social dinmica, que si bien puede ser re-creada, se resiste a nuestras acciones individuales tanto como nosotros nos resistimos a asumirla como algo estable e inamovible.

    En estas circunstancias existenciales nos vemos obligados a interactuar simblicamente con los dems y con el entorno, ajustando permanente-mente nuestras actuaciones y nuestras simbolizaciones en el entrejuego de la afirmacin de nuestros intereses, la valoracin de los intereses ajenos y comunitarios, as como de las condiciones de relacin que deseamos y las que vivimos; a jugar entre las certezas de lo instituido y las posibilidades an no realizadas de lo instituyente, a fin de asumir las experiencias desacomo-dadoras de recibir cotidianamente en nuestras vidas el impacto dinmico de la realidad y enfrentar extraordinariamente situaciones de indeterminacin e ininteligibilidad.

    Este juego hace posible que nos auto-eco-instituyamos como las personas singulares que somos y hagamos posible la auto-eco-institucin de otros y de un nosotros en el cual nos incluimos y es por esta razn que los smbolos y por extensin el sentido y el valor que se les otorga, no estn aislados, ni sean definitivos, sino que emergen en el seno de redes complejas y dinmicas frente a las que cada uno de nosotros define su rol y construye identidad, en la medida en que contribuimos a su preservacin y desarrollo, ya que la praxis social, en tanto experiencia cultural, no es del todo exterior a nosotros, sino que como lo anota Winnicott7, ocurre en un espacio intermedio entre nuestro yo y el entorno, a la cual denomina zona de juego, siendo as la so-ciedad un factor mediador entre las cualidades humanas universales y la condicin emprica de lo humano8

    En esta zona segn Winnicott la separacin entre la realidad psquica interna de los sujetos y la realidad exterior de los objetos, tiene la posibilidad de convertirse en una forma de unin a travs del juego9; un juego en el que se involucran vivencias subjetivas de nuestras singulares existencias, que son externalizadas como acciones reflexivas; as como bienes estructurados cultural y socialmente, los cuales operan como encarnaciones de los marcos morales y polticos que tanto una comunidad como la sociedad en general ofrece a sus miembros para ser internalizado en aras de dotar de molaridad y sentido nuestros devenires individuales, lo mismo que las interacciones entre sujetos y objetos. Tal proceso ocurre a travs prcticas sociales que involucran

    7. D.W. Winnicot, Realidad y juego, Espaa, Editorial Edisa, 1995.8. Zygmun Bauman, La cultura como praxis, Op. cit., p. 261.9. D.W. Winnicot, Op. cit., pp. 61-77.

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    el lenguaje y la imaginacin en un juego que no busca necesariamente la culminacin pulsional de las experiencias culturales, sino hacer sentir que la vida es real y merece ser vivida en tanto provee pertenencia, autoidenti-ficacin, reconocimiento intersubjetivo, as como matrices ordenadoras que permiten delimitar de la realidad simblica de un grupo en medio del caos molecular de flujos, devenires, transiciones e intensidades asociados a la vida humana (ver grfica 1).

    ENTORNOLos otros, lo otro

    Grfica 1

    Este juego es posible gracias a que nuestro yo es un yo corporal, que se manifiesta como objeto y se vive como sujeto, y en tanto tal, como anotaba anteriormente, acta voluntariamente entrando en contacto con todo aquello que por ser un no yo aparece como diferente y se resiste sus acciones, esos no yo que son los otros; otros, formas humanas de vida posible; otro, entornos de referencia, a travs de los cuales llegamos al mundo, nos instalamos en l e iniciamos ese di;alogo conflictivo que dinamiza nuestra existencia y afirma nuestra singularidad.

    Es gracias a esa movilizacin que nos constituimos socialmente como per-sonas (seres en relacin) con capacidad dinmica para re-presentar nuestro ser, hacer, tener y estar en el mundo a travs del lenguaje y desarrollar re-creativamente las posibilidades de nuestra imaginacin, todo ello en relacin con los otros, nuestras principales fuentes de referencia a la hora de aprender a simbolizar, idea sintetizada por Paredes cuando plantea que nos movemos porque existimos y por medio del movimiento nos situamos y somos capaces de estructurarnos mejor en y con el mundo10.

    10. Jess Paredes Ortiz, Desde la corporeidad a la cultura, En http://www.efdeportes.com/ Revista Digital, Buenos Aires, Ao 9 N 62, Julio de 2003.

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    De lo anterior se desprende que en tanto personas, somos criaturas a la vez psicosomticas y socioculturales, en tanto percibimos el entorno en una doble dimensin, una en la que lo hacemos a partir de nuestros sentidos, emociones, ideas, imgenes y representaciones mentales y nos relacionamos con l a travs de nuestro cuerpo y nuestra mente, buscando la individuacin, y otra ms, convergente con la primera en la percepcin del entorno se rea-liza a partir de imaginarios, representaciones sociales, ideologas, creencias, conceptos y discursos racionalizantes y nos relacionamos con l a travs de prcticas, formas y sistemas de organizacin social buscando la constitucin y/o adhesin a un nosotros colectivo.

    Esa doble calidad de nuestra existencia, nos permite asumirnos como suje-tos auto-reflexivos que podemos ser simultneamente sujeto y objeto para nosotros mismos en situaciones de encuentro con el otro y que podamos tomar distancia de lo que somos y referirnos a nuestro yo como un l del que podemos decir algo, como si fusemos un otro que nos mira desde con-textos, roles y estructuras diversas y simultneamente ser un yo capaz de diferenciarse de los dems y auto-identificarse.

    Este proceso maravilloso hace que los significados y sentidos a travs de los cuales una comunidad trata de dotar de sentido la existencia concreta de sus integrantes no operen de manera mecnica, ya que nunca estarn suficientemente definidos y menos an sern definitivos, siendo por el con-trario, portadores de ambigedad, capricho e incertidumbre, estando sujetos a cambios debido a la accin social de las personas, lo que en palabras de Berg hace que el jugar como la vida misma, sea a la vez tan dramtico y tan divertido pero a la vez emocionante11.

    Igualmente este proceso pone en evidencia que en el seno de cualquier comunidad, por muy ortodoxa que parezca, siempre existir un potencial de cambio que se mueve en las aristas y los lmites de las significaciones y los sentidos, y que puede subvertir las intenciones mejor estructuradas o las tradiciones ms solidamente establecidas. Un potencial que bien puede ser domesticado para que sirva a los intereses del conservadurismo social, o bien puede ser animado, como un fuego que es preciso encender para que encuentre su propia llama, generando las condiciones para que no slo seamos consumidores de significados y sentidos, sino tambin productores; ambas mediaciones son posibles desde un lugar preferencial que encuentra en la ambigedad de la cultura y las aspiraciones humanas su razn de ser: la educacin.

    11. Lars Eric Berg, Etapas de desarrollo del juego en la construccin de la identidad infantil: Una contribucin terica interaccionista. Universidad de Goteborg, Suecia; disponible en http://www.indexnet.santillana.es/rcs/_archivos/infantil/biblioteca/cuadernos/berg.pdf

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    2. La educacin: una prctica social

    La educacin es segn Lucio12, una prctica social a travs de la cual las sociedades responden a una determinada visin de hombre, facilitando de manera intencional o implcita el desarrollo de sus miembros, intentando acuar en ellos la orientacin social que considera preferible, en otras pa-labras la educacin sera un sistema de accin socialmente estructurado e instituido en relacin con ciertos roles y status13, a partir del cual se pretende formar a los individuos como personas, y es aqu donde debemos recordar que la persona en la concepcin de Mead es asumida como un organismo que ha incorporado en s el espritu de la sociedad en la que vive, pearo me-diado por las relaciones concretas establecidas con los Otros con los que se ha encontrado a lo largo de su vida, constituyndose de esta manera en un ser moral que pretende maximizar la satisfaccin a sus impulsos creativos y expresivos, tanto como la expansin dinmica de los marcos normativos que regulan su actuar social.

    En este sentido, debemos entender la educacin no slo como los camino (formales, no formales o informales) diseados socio-culturalmente para propiciar interacciones re-productivas o re-creativas entre las personas sino tambin como los procesos de dilogo y negociacin mediante los cuales nos movilizamos por ellos, ello en razn de que la educacin es tarea de sujetos y su meta es formar tambin sujetos, no objetos ni mecanismos de precisin14.

    Lo anterior explica el por qu encontremos tan diversas prcticas educati-vas como bien lo plantea Savater cuando plantea que la tarea de educar tiene obvios lmites y nunca cumple sino parte de sus mejores o peores!- propsitos15; muchas de ellas pueden derivar en experiencias de vaciamien-to de sentidos, alienacin, autismo social e incluso de desarrollo humano. Esto en gran parte porque la educacin es, como dijimos antes, un punto de encuentro entre la conservacin y la transformacin social para intentar una sntesis siempre renovada, de humanizarnos y plasmar dentro de cada uno de nosotros un ser que no existe naturalmente a travs de un proceso complejo cuyo resultado no es del todo previsible.

    Cada grupo humano trata de imponer ciertos aprendizajes que considera necesarios para su conservacin, no para su destruccin, precavindose de controlar las desviaciones que puedan ocurrir, buscando la seguridad que

    12. Ricardo Lucio, La construccin del Saber y del Saber Hacer, En Revista Aportes N41. Dimensin Educativa, Bogot, Marzo de 1994, p. 35.

    13. Jean Claude Abric, Prcticas sociales y representaciones, Mxico, Ediciones Coyoacan, 2001, p. 227.

    14. Fernando Savater, El valor de educar, Colombia, Edit. Ariel, 1997, p. 145.15. Idem, p.146.

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    brinda la experiencia de convivir con lo malo conocido, sin embargo, el deseo de encontrar lo bueno por conocer siempre nos llama, lanzndonos con riesgo por fuera de los lmites seguros de lo conocido, hacia los tiempos de la imaginacin para encontrar esas otras formas posibles de ser humanidad que se bosquejan tras nuestros anhelos y temores.

    La educacin por tanto, no es slo un mecanismo social de transmisin de la cultura dominante, que reproduce ciertas condiciones materiales y sim-blicas de existencia, sino tambin un escenario matricial que le permite a los individuos introducirse y gestionar la pluralidad cultural presente en el grupo humano que le pretende educar, fomentando en ste una insatisfac-cin creadora, que si bien reconoce el pasado del grupo como propio, echa mano de los sueos postergados de ser otro posible, para tratar de re-crear y actualizar permanentemente la existencia humana.

    Pensar la educacin desde este horizonte, anticipa como principio y fin de lo educativo, el desarrollo simultneo de los procesos de individuacin y socializacin, abriendo el espectro de posibilidades, que desbordando la escolaridad, buscan aportar a la vivencia dinmica y dialctica de necesida-des humanas fundamentales como libertad, identidad, entendimiento, ocio, participacin, creacin, subsistencia, proteccin y afecto; que nos inspiran y atormentan, para configurar un mundo cada vez ms humano, asumiendo el desafo de ser, estar, tener y hacer nuestro mundo moderno desde visio-nes abiertas, capaces de asumir la contradiccin, la polifona y la irona de un mundo en el que todo est preado de su contrario y todo lo slido se desvanece en el aire, crear nuevos valores, con imaginacin y valenta, para abrirnos paso a travs de los azares infinitos que bordean cada paso que damos en el mundo de la vida.

    La educacin entonces, adems de cumplir las funciones de socializacin, adaptacin, e informacin, debe contribuir a la estructuracin y operaciona-lizacin de proyectos de vida individuales y colectivos, buscando para ello, herramientas tericas y procedimentales pertinentes y contextualizadas, que contribuyan al mejoramiento de las condiciones materiales y simblicas de vida de las personas

    Esto implica el reconocimiento de que existen agentes educativos diferentes a los tradicionales, con capacidad de dinamizar los procesos inherentes a lo humano y lo social a travs del dialogo y la negociacin cultural, desde todo tipo de escenarios y condiciones, haciendo aportes significativos para enriquecer, complementar y cualificar los espacios que tradicionalmente han sido considerados como educativos.

    La educacin as planteada, rebasa con creces la idea de escuela, y se erige como mediacin social que propicia las condiciones necesarias para hacer posible la existencia de lo pblico como un lugar para la indagacin por el s mismo y el nosotros, para la construccin de identidades socio-culturales,

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    para la expresin y el re-conocimiento de lo humano en contextos espec-ficos, en fin, como oportunidad de vida y principal proceso mediador del desarrollo humano.

    3. El desarrollo humano: un punto de encuentro entre educacin y comunidad

    Desarrollo humano significa para Bronffenbrenner el cambio perdurable en que una persona percibe su ambiente y se relaciona con l16; en conse-cuencia para que la mediacin que haga la escuela sea realmente efectiva debe generar procesos de desequilibrio cognitivo y reestructuracin, en el sentido piagetiano, con respecto a las representaciones y prcticas sociales de los sujetos, pero no orientado en cualquier sentido, al respecto el mismo Bonfenbrenner, puntualiza que ese cambio debe estar orientado para que la persona adquiera una concepcin del ambiente y de s misma ms amplia, diferenciada y vlida, pero que adems lo motiven y lo capaciten para rea-lizar actividades que revelen las propiedades de ese ambiente, lo apoyen y lo reestructuren, a niveles de igualdad o mayor complejidad, en cuanto a su forma y contenido17

    Estas aclaraciones nos permiten dimensionar que la educacin puede aportar a la generacin de desarrollo humano en tanto posibilite en sus participan-tes, cambios perdurables a nivel cognitivo, socioafectivo y procedimental, los cuales a su vez deben servir de plataforma para la emergencia futura de otros ms, encaminados a expandir progresivamente las posibilidades de comprensin, construccin y deconstruccin de realidad por parte de los educandos.

    En consecuencia podemos decir que la educacin necesariamente debe ser directiva si pretende generar desarrollo humano, pero que tal directividad debe tener en cuenta que la educacin es un proceso que no puede ocurrir por fuera de la vida cotidiana18, por el contrario, esta debe ser el contexto de la realizacin de la prctica pedaggica si definitivamente se est optando por educar para la vida desde la vida misma, ya que como podemos intuir, si bien en toda practica educativa existe la posibilidad de subvertir la institu-cionalidad, tambin todo acto subversor est preado de conservadurismo, esto en razn de que, como lo dijera Sen,

    lo que pueden conseguir los individuos depende de sus opor-tunidades econmicas, sus libertades polticas, su fuerza social

    16. Urie Bronffenbrenner, La ecologa del desarrollo humano, Barcelona, Paids, 1987, p. 47.17. Ibid, p. 47.18. Agnes Heller, Op cit Pg 97

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    y las posibilidades que le brindan la salud, la educacin y el fo-mento y cultivo de las iniciativas, pero a su vez, los mecanismos institucionales para aprovechar esas oportunidades tambin dependen del ejercicio de las libertades de los individuos, a travs de la libertad para participar en las decisiones sociales y en la elaboracin de decisiones pblicas que impulsan el desarrollo de esas oportunidades19.

    Lo anterior nos permite entender que el aprendizaje sea social, tanto en sus contenidos como en los procedimientos y los medios a travs de los cuales se construye y que la posibilidad de modificacin de esquemas previos de representacin y prctica social implica como prerrequisito la relativizacin de los mismos, el reconocimiento y valoracin de la existencia de otros igual-mente relativos y la apertura a entender que tanto la conservacin como la transformacin social implican la negociacin de sentidos entendida como el arte de construir nuevos significados con los cuales los individuos puedan regular las relaciones entre s20.

    Educar implicara entonces establecer un permanente dilogo consigo mis-mo, y con los contextos de relaciones tanto comunitarias inmediatas como socioculturales en los que configura la experiencia humana de los sujetos de la relacin pedaggica, dilogo crtico, constructivo y deconstructivo, que ms all de la enunciacin y el reconocimiento asuma la negociacin como el camino para abordar el conflicto y la diversidad de cdigos, smbolos e imaginarios que permiten expresar, comprender, interpretar y recontex-tualizar saberes y experiencias sociales comunes, que convergen en cada encuentro educativo.

    Animar el encuentro dialgico de las personas debe propiciar la ampliacin de sus horizontes de sentido, de tal manera que le permita reconocer la existencia de otros mundos posibles diferentes al propio, al igual que la calificacin de la validez de sus respuestas ante demandas sociales y comuni-tarias, ejerciendo as de manera eficaz la libertad creadora propia de nuestra especie para hacer significativa la realidad exponiendo sus limitaciones e imperfecciones

    Es a partir de un dilogo de este tipo que podemos realizar una interpelacin crtica de nuestro ser, hacer, tener y/o estar, dndonos la oportunidad de poner en tela de juicio los hbitos firmemente organizados que estructuran nuestras vidas cotidianas, en aras de afirmar la singularidad propia, superar la coercin y las limitaciones comunitarias dinamizando prcticas ms justas, seguras, productivas, viables y sostenibles que fomenten la confianza social bsica para que las personas puedan deconstruir la percepcin que tienen de

    19. Amartya Sen, El desarrollo como libertad, Madrid, Planeta, 2000, p. 21.20. Jerome Bruner, Realidad mental y mundos posibles, Barcelona, Gedisa, 1988, p. 138.

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    las situaciones que afrontan, as como los pre-supuestos desde los que tratan de resolverla, de tal manera que les sea posible identificar en ellos nuevas caractersticas no simbolizadas con antelacin y enlazarlas con significados que les ofrezcan otras posibilidades de accin, re-orientar sus acciones y extrapolar estos aprendizajes a para ampliar su repertorio de posibilidades vitales en la realidad ordinaria de la vida cotidiana dando continuidad al juego de la vida en sociedad

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