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123 CAPÍTULO Virginia Gabriela Aguilera Cervantes Carlos Javier Flores Aguirre Cristiano Valerio dos Santos Karla Alejandra Damián Medina José Guadalupe Salazar Estrada Actividad y hábitos alimentarios 10 La actividad ha sido tema de investigación en seres huma- nos y animales, porque se considera una parte importante de la vida de los organismos. La importancia del estudio de la actividad en humanos se debe a que mantenerse activos es indicador de buena salud. En modelos animales se ha estudiado con la finalidad de fortalecer teorías que ex- plican la conducta de los organismos. El presente capítulo tiene como objetivo vislumbrar la relación que guardan la actividad física y los hábitos alimentarios, con la finalidad de comprender cómo se establece esta relación y los posi- bles alcances que se pueden tener para el desarrollo de nuevas investigaciones. A qué se le denomina actividad Un primer punto que es importante delimitar es a qué se le llama actividad. Existen autores que a partir de su trabajo experimental en el laboratorio han conceptualizado dicho fenómeno. Stewart (1898) definió la actividad como la energía que poseen los organismos para realizar sus fun- ciones corporales. Por otra parte, Richter (1927) consideró que la movilidad espontánea es un fenómeno que caracte- riza la vida de los organismos y es distinta entre las espe- cies; además, propuso que aunque un organismo se en- cuentre aparentemente en estado inmóvil, dentro de él hay procesos fisiológicos activos. Afirmó que la actividad es- pontánea tiene origen fisiológico y se opuso a generalizar la actividad como todo aquello que un organismo hace. Debi- do a esto, en sus trabajos realizados sobre la actividad utili- zando modelos animales se dedicó a comprobar que la ac- tividad de los organismos está determinada por una nece- sidad interna. Señaló que la conducta es el medio para compensar esa necesidad y mantener un estado de equili- brio interno, a lo que llamó regulación conductual. Es de- cir, el sujeto expresa una conducta para contrarrestar su estado de necesidad. Por ejemplo, si tiene hambre la con- ducta será comer; si tiene sed la conducta será beber (Mo- ran y Schulkin, 2000). Para que ambas conductas (comer y beber) puedan ejecutarse, el sujeto debe moverse y llegar a la fuente que le proporcionará el alimento o la bebida (i. e. comedero o bebedero). Es a partir de la regularidad con que se acude al sitio de abastecimiento de comida como se establecen los hábitos de alimentación, lo cual se hablará más adelante. En 1961, a partir de estudios realizados en modelos animales (ratas), Young definió la actividad de un organis- mo como un patrón complejo constituido de algunos seg- mentos de comportamiento entre los que se encuentran caminar, correr, escalar, estornudar, morder, roer, comer, beber, orinar, defecar, aparearse y pelear. Todas estas con- ductas fueron consideradas como un continuo de lo que se ha llamado actividad total. Refirió que la ocurrencia de es- tas conductas es periódica cuando los sujetos están en un espacio físico constante y disponen de abastecimiento de comida y agua suficiente. Las aportaciones de Young (1961) con respecto al es- tudio de la actividad trascendieron a los seres humanos, al señalar que el nivel de actividad se basa principalmente en la observación y la experiencia; que a su vez generan un constructo teórico y empírico que puede emplearse para explicar tanto la conducta humana como la animal. De tal manera, diferentes niveles de actividad pueden ser repre-

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CAPÍTULO

•  Virginia Gabriela Aguilera Cervantes

•  Carlos Javier Flores Aguirre

•  Cristiano Valerio dos Santos

•  Karla Alejandra Damián Medina

•  José Guadalupe Salazar Estrada

Actividad y hábitos alimentarios

10

La actividad ha sido tema de investigación en seres huma-nos y animales, porque se considera una parte importante de la vida de los organismos. La importancia del estudio de la actividad en humanos se debe a que mantenerse activos es indicador de buena salud. En modelos animales se ha estudiado con la finalidad de fortalecer teorías que ex-plican la conducta de los organismos. El presente capítulo tiene como objetivo vislumbrar la relación que guardan la actividad física y los hábitos alimentarios, con la finalidad de comprender cómo se establece esta relación y los posi-bles alcances que se pueden tener para el desarrollo de nuevas investigaciones.

A qué se le denomina actividadUn primer punto que es importante delimitar es a qué se le llama actividad. Existen autores que a partir de su trabajo experimental en el laboratorio han conceptualizado dicho fenómeno. Stewart (1898) definió la actividad como la energía que poseen los organismos para realizar sus fun-ciones corporales. Por otra parte, Richter (1927) consideró que la movilidad espontánea es un fenómeno que caracte-riza la vida de los organismos y es distinta entre las espe-cies; además, propuso que aunque un organismo se en-cuentre aparentemente en estado inmóvil, dentro de él hay procesos fisiológicos activos. Afirmó que la actividad es-pontánea tiene origen fisiológico y se opuso a generalizar la actividad como todo aquello que un organismo hace. Debi-do a esto, en sus trabajos realizados sobre la actividad utili-zando modelos animales se dedicó a comprobar que la ac-tividad de los organismos está determinada por una nece-

sidad interna. Señaló que la conducta es el medio para compensar esa necesidad y mantener un estado de equili-brio interno, a lo que llamó regulación conductual. Es de-cir, el sujeto expresa una conducta para contrarrestar su estado de necesidad. Por ejemplo, si tiene hambre la con-ducta será comer; si tiene sed la conducta será beber (Mo-ran y Schulkin, 2000). Para que ambas conductas (comer y beber) puedan ejecutarse, el sujeto debe moverse y llegar a la fuente que le proporcionará el alimento o la bebida (i. e. comedero o bebedero). Es a partir de la regularidad con que se acude al sitio de abastecimiento de comida como se establecen los hábitos de alimentación, lo cual se hablará más adelante.

En 1961, a partir de estudios realizados en modelos animales (ratas), Young definió la actividad de un organis-mo como un patrón complejo constituido de algunos seg-mentos de comportamiento entre los que se encuentran caminar, correr, escalar, estornudar, morder, roer, comer, beber, orinar, defecar, aparearse y pelear. Todas estas con-ductas fueron consideradas como un continuo de lo que se ha llamado actividad total. Refirió que la ocurrencia de es-tas conductas es periódica cuando los sujetos están en un espacio físico constante y disponen de abastecimiento de comida y agua suficiente.

Las aportaciones de Young (1961) con respecto al es-tudio de la actividad trascendieron a los seres humanos, al señalar que el nivel de actividad se basa principalmente en la observación y la experiencia; que a su vez generan un constructo teórico y empírico que puede emplearse para explicar tanto la conducta humana como la animal. De tal manera, diferentes niveles de actividad pueden ser repre-

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sentados en diferentes posiciones del siguiente continuo: nivel más alto de actividad, emocionado, estado de alerta, relajado, somnolencia, sueño ligero, sueño profundo, coma y muerte. En los seres humanos el nivel de actividad varía dependiendo de diversos factores, como la fatiga, el esfuer-zo efectuado, la presencia o ausencia de distractores (p. ej., la música), el valor del incentivo, la edad, el sexo, la práctica previa de actividad y si las personas son hiperquinéticas (p. ej., activas, habladoras) o hipoquinéticas (p. ej., lentas, le-tárgicas). A su vez, todos estos factores están sujetos a las variaciones del tiempo y condiciones externas (p. ej., tem-peratura, luz, clima).

Por su parte, Caspersen, Powell y Christenson (1985) definieron la actividad como cualquier movimiento corpo-ral producido por los músculos esqueléticos que resulta en un gasto de energía. La cantidad de energía requerida para acompañar una actividad puede medirse en kilojoules (kJ) o kilocalorías (kcal). Adicionalmente, señalaron que la ac-tividad física puede categorizarse en diferentes formas; sin embargo, la aproximación comúnmente usada se establece en función de tres segmentos de la vida diaria, como lo son el sueño, el trabajo y el ocio. Este último, a su vez, se subdi-vide en deportes, ejercicios de acondicionamiento y tareas del hogar. Cada uno de estos segmentos necesita una con-tribución calórica que se estima por encima de la tasa me-tabólica basal.

En años recientes, Tou y Wade (2002) definieron la ac-tividad como la energía gastada por un organismo por en-cima de la tasa metabólica basal y el efecto térmico. Seña-laron que en modelos animales la actividad se mide de la siguiente manera:

1.  Actividad locomotora. Cuando los sujetos son expues-tos a la rueda de actividad, corredores y laberintos.

2.  Actividad exploratoria. Cuando se mide a través del método llamado open field, que consiste en colocar a los sujetos (rata o ratón) en un espacio donde reali- zan movimientos exploratorios. Su desplazamiento se mide en lapsos de 5 a 30 minutos. Se considera que en este método la actividad es influida por componentes conductuales y motivacionales. Se estima que la acti-vidad exploratoria abarca del 30 al 60% del gasto total de energía de los sujetos.

La actividad y los hábitos alimentarios, parte esencial  de la vidaUno de los fenómenos que caracteriza a la vida animal es el movimiento. Desde su nacimiento, los seres vivos se en-frentan a pruebas vitales necesarias para garantizar el man-tenimiento y desarrollo de su vida. Lo anterior ocurre bási-camente entre dos comportamientos: actividad y reposo. Repetidas variaciones entre la actividad y reposo dan como resultado un patrón de conductas que se emiten en un pe-

riodo de 24 horas, el cual está determinado por la oscila-ción en la iluminación. Es importante señalar que la activi-dad que muestran los organismos varía dependiendo de que su especie sea diurna o nocturna (Halle y Stenseth, 2000).

Los antecedentes con respecto a la relación que guarda la actividad con el consumo de alimento y su vinculación con los hábitos alimentarios se encuentran en la publica-ción titulada Animal behavior and internal drives, escrita por Curt Richter en 1927. En dicha obra se documentan todas las evidencias empíricas obtenidas por el autor y sus colaboradores de laboratorio durante 1920 y 1926. Allí también se establece la relación que guarda el hambre (me-dida en función de las contracciones estomacales) con el movimiento de los sujetos. En ese documento se afirma que la actividad, los hábitos alimentarios y las contraccio-nes estomacales están correlacionados. La anterior aseve-ración se sustentó en el hecho de que los sujetos se mueven como consecuencia de las contracciones estomacales, que se asocian a la presencia de hambre. Este movimiento di-recciona la búsqueda y el consumo de alimento. Es preci-samente a partir de esta asociación entre la presencia de contracciones estomacales y el consecuente consumo de alimento que se establecen los hábitos alimentarios, en-tendidos por Richter (1927) como la regularidad con que el sujeto se desplaza hacia su fuente de alimentación e in-giere comida. A partir de lo anterior, podemos señalar que los hábitos alimentarios pueden establecerse con inde-pendencia de la interacción social. Debido a ello, conside-ramos que el concepto de hábitos alimentarios no es pri-vativo de los seres humanos, sino que también es posible incluirlo en estudios de comportamiento animal vincula-dos con la alimentación.

Es así que los hábitos alimentarios pueden establecer-se a partir de una condición orgánica (p. ej., contracciones estomacales) que propicia que el sujeto se muestre activo y salga en busca de comida. Se establece entonces una rela-ción entre las contracciones estomacales y el consumo de alimento, mediada por la actividad de los sujetos (p. ej., desplazamiento). La simultaneidad de la actividad y la ali-mentación establece la periodicidad de los episodios de alimentación, donde se asocian la movilidad con las con-tracciones estomacales. Richter (1927) registró que una contracción estomacal ocurre de manera simultánea con el inicio de un periodo de movilidad; si la magnitud de las contracciones se incrementa, el sujeto llega a ser más acti-vo. Lo anterior le permitió afirmar que el movimiento pue-de ser una respuesta de hambre, debido a que la cesación de las contracciones gástricas propicia que el sujeto per-manezca quieto.

Previamente, en 1922, Tomi Wada ya había realizado diversos estudios para probar que el hambre motiva el mo-vimiento de los organismos. Realizó diferentes estudios con humanos y ratas. Gracias a la solidaridad de dos ma-dres que autorizaron que realizara estudios con bebés de

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uno y nueve meses de edad, pudo responder los cuestiona-mientos que dirigieron su investigación. Demostró que el hambre tiene influencia directa sobre las actividades hu-manas (e inclusive se considera que es la primera expresión sensible de la vida), al establecer una correlación entre la actividad estomacal y la actividad corporal general. A par-tir de sus estudios, señaló que los humanos, en los prime-ros años de vida, al sentir hambre manifestamos conductas como despertar, gritar, retorcernos y llorar. Dichos actos se asocian con la necesidad de ingerir alimento. Por ello con-sideró que los primeros hábitos en los seres humanos se adquieren en función del alimento, y posteriormente es el alimento lo que propicia la ocurrencia de otras conductas como la adquisición, posesión, simpatía, gratitud y rivali-dad, entre otras.

En estudios realizados con personas adultas, Wada (1922) confirmó la relación observada en los bebés con res-pecto a la actividad estomacal y la actividad corporal gene-ral. Lo anterior fue registrado a partir de un procedimiento en el que introducía un tubo por la boca de los participan-tes. Dicho utensilio portaba en su extremo final un globo que se alojaba en el estómago del sujeto y a través de ese aditamento se registraban las contracciones del órgano. La observación se realizaba durante el periodo de sueño. Al-gunos participantes se acostaban a dormir luego de tomar un vaso de leche, mientras que otros se iban a la cama con la sensación de hambre. El investigador registró que los su-jetos que consumían leche antes de dormir se movían me-nos en comparación con quienes dormían hambrientos. A partir de estos hallazgos, señaló que la actividad estomacal y la corporal están relacionadas y que es posible predecir los periodos de actividad conforme los lapsos de alimenta-ción se acercan. Es así que el hambre tiene influencia direc-ta sobre las actividades humanas y en consecuencia sobre los hábitos de alimentación, los cuales son susceptibles de modificarse en relación con la edad de los sujetos y su con-tacto con el medio externo.

Las investigaciones realizadas con respecto a la activi-dad también se han hecho en ambientes naturales. Halle y Stenseth (2000) estudiaron las conductas de algunos ma-míferos en su hábitat y reportaron que las más importantes durante el periodo de actividad fueron la búsqueda de ali-mento, exploración, búsqueda de compañeros, patrullaje y defensa del territorio. Identificaron que durante ese lapso se incrementa el gasto energético, debido a la locomoción, la termorregulación y el estrés que se genera al estar en riesgo por la presencia de depredadores. Durante el des-canso, los animales muestran conductas que denominaron de confort, como dormir, acicalarse, jugar, interactuar so-cialmente con otros integrantes del grupo, alimentarse y cuidar a las crías.

En los reportes empíricos sobre el estudio de la activi-dad es común identificar la referencia que se hace al nivel de la misma, que alude principalmente a la cantidad de ac-tividad que un sujeto realiza en condiciones particulares.

En los últimos años, la condición de actividad que en su momento caracterizó al ser humano se ha degradado poco a poco, dando origen al sedentarismo. Para autores como Villegas (2007), eso no es una condición viable para las per-sonas, ya que considera que va en contra de la evolución humana. Al respecto, argumentó que es complicado pen-sar que el hombre tuvo que vencer innumerables adversi-dades donde la actividad física estuvo presente, como ca-minar largas distancias para obtener alimento de mejor calidad, principalmente rico en proteínas, y que actual-mente sea un ser que se mueve poco y no es cuidadoso con la calidad del alimento que consume. Todas estas condicio-nes colocan a los humanos en desventaja para su supervi-vencia, debido a que se incrementa su vulnerabilidad para contraer enfermedades crónicas degenerativas.

Adicionalmente, Villegas, López, Martínez, y Luque (2007) señalaron que las personas obesas y sedentarias tie-nen mayor riesgo de muerte prematura, mientras que quienes establecen una rutina de actividad física mantie-nen un buen estado de salud. Destacaron que la supervi-vencia del hombre primitivo se caracterizó por las condi-ciones de actividad, ciclos de alimentación y hambre. En contraparte, consideraron que las condiciones de la vida actual (sedentaria) y la disponibilidad de alimentos ricos en grasas colocan a los seres humanos en desventaja. Ya que la inactividad afecta al organismo, se reduce su esperanza de vida, las personas tienen menos fuerza, disminuye su masa muscular y se reduce su capacidad oxidativa de grasas y carbohidratos. Es importante señalar que la actividad y la alimentación son fundamentales. El hombre primitivo concebía el alimento como una propiedad y los objetos eran apreciados en función del valor del alimento mismo; inclusive, las leyes y los actos ceremoniales se relacionaban de manera directa con los alimentos. Las migraciones que implicaban el desplazamiento se determinaban por la bús-queda del alimento. Lo anterior prueba que para el ser hu-mano, en algún momento de su periodo evolutivo, el se-dentarismo no fue parte de su estilo de vida; sin embargo, actualmente esto último es una conducta que distingue a nuestra especie.

Es común escuchar en México la siguiente expresión coloquial: “No desquitas lo que comes”. La frase está vincu-lada al hecho de que las personas comen de manera basta y el trabajo que realizan o la energía que invierten para obte-ner y consumir el alimento son mínimos. Lo esperado se-ría, en cambio, que la cantidad de alimento ingerido, o más específicamente la cantidad de calorías consumidas, estu-viesen en función del trabajo realizado (p. ej., energía gas-tada), con la finalidad de cubrir las necesidades energéti-cas; pero no ocurre así. Además, la posibilidad de que esto suceda disminuye si consideramos que los mexicanos esta-mos expuestos a la diversa y exquisita comida que aquí se prepara. La cantidad de energía gastada por cada persona se mide en kilocalorías. Ese gasto se asocia de manera di-recta con la actividad física, que está determinada por la

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cantidad de masa muscular del sujeto, además de la inten-sidad, la duración y la frecuencia de las contracciones mus-culares (Caspersen, Powell y Christenson, 1985).

Si las personas consumen más calorías de las necesa-rias para garantizar el funcionamiento de su organismo, la consecuencia directa es el almacenamiento del exceso de energía consumida, que se conviene en tejido adiposo. Al respecto, López-Fontana, Martínez-González y Martínez (2003) refirieron que el gasto energético debe ser com-pensado por el valor calórico que aporta el alimento, con la finalidad de propiciar un equilibrio energético que evi-te que el peso de los sujetos varíe y en cierta medida pre-venir las condiciones no sólo de obesidad sino también de desnutrición. Adicionalmente, señalaron que el gasto de la energía consumida se distribuye aproximadamente de la siguiente manera: el 5% se pierde en las heces, la orina y el sudor; del 60 al 75% se utiliza en las funciones meta-bólica basales, el 10% en la termogénesis y del 10 al 50% en la actividad física. Es importante señalar que estos porcentajes en cada una de las vías de gasto calórico de-penden, a su vez, de las características de los individuos, como la composición corporal (p. ej., masa magra, masa grasa, densidad ósea), la edad, el sexo, estado de salud (p. ej., el embarazo y enfermedades incapacitantes limitan el movimiento), factores genéticos y la práctica de actividad física.

Problemas de salud como la obesidad y su opuesto, la anorexia, tienen condiciones compartidas. En ambas se presenta un desbalance energético que se caracteriza por la ausencia de relación directa entre la ingesta y el gasto caló-rico (Haller, 1992). En la anorexia se establece un ciclo de restricción de la ingesta acompañado de incremento en la actividad física (Gutiérrez y Pellón, 2002). Mientras que en la obesidad se establece lo contrario: un incremento en la ingesta de alimento con disminución de la actividad física (Fox y Hillsdon, 2007). Adicionalmente, Blasco, Capdevila y Cruz (1994) señalaron que la actividad física tiene efecto directo sobre la salud, ya que la probabilidad de contraer enfermedades disminuye y en consecuencia se propicia un estado de salud óptimo. Esta relación directa entre activi-dad física y salud se evidencia porque diversos profesiona-les (fisioterapeutas, enfermeras, psicólogos, antropólogos, sociólogos y pedagogos) coinciden en señalar que mante-ner un estilo de vida activo se convierte en un factor pro-tector, no sólo ante enfermedades, sino que trasciende ha-cia otras dimensiones relacionadas con el bienestar del in-dividuo. La actividad física constituye uno de los principa-les comportamientos implicados en la salud; sin embargo, hay más personas sedentarias que activas.

Una estrategia que se ha establecido no sólo en Méxi-co sino en otros países del mundo es promover la actividad física como la principal vía del gasto calórico, además de propiciar que las personas aprendan hábitos de vida sanos a partir de comer alimentos saludables y de forma equili-brada, con la finalidad de contrarrestar el sedentarismo

(Pintanel y Capdevila, 1999; Tercedor, Jiménez y López, 1998; Turconi, et al., 2008).

Una de las poblaciones que más preocupa a los organis-mos de salud y a los gubernamentales son los niños y los jóvenes. Prueba de ello es el proyecto Healthy Lifestyle in Europe by Nutrition in Adolescence (HELENA), cuyo objeti-vo es identificar y comparar datos correspondientes al con-sumo de alimentos, las actitudes hacia el comer, elección y preferencia de alimentos, patrones de actividad física, com-posición corporal, estilos de vida y estados inmunoló- gico y nutrimental (Moreno, et al., 2007). De igual mane-ra, es posible señalar el estudio sobre alimentación y va- loración del estado nutricional del adolescente (AVENA). Este trabajo se desarrolló en España con el objetivo de esta-blecer una metodología para evaluar el estado de salud, así como la situación nutricional, metabólica y física de los adolescentes de ese país. Un objetivo adicional fue identifi-car trastornos como la obesidad, la anorexia, la bulimia y las dislipidemias, y posteriormente establecer un programa de intervención para disminuir la incidencia de esas enfer-medades. Las variables analizadas fueron: antecedentes personales y de entorno, parámetros antropométricos y de maduración, condición y fuerza física, actividad física, es-tudio dietético, estudio psicológico, hematología y bioquí-mica, parámetros inmunológicos, y genotipos (González-Gross, et al., 2003; Wärnberg, s.f.). Lo anterior muestra la preocupación por los hábitos de alimentación, la nutrición y el estado de salud.

El propósito de identificar los problemas de salud vin-culados con los hábitos alimentarios es, sin duda, contar con las estrategias para modificarlos. Eso significa hacer un cambio de conducta con respecto a la forma en que nos alimentamos. Al respecto, Pino, Díaz y López (2011) seña-laron que las estrategias educativas (talleres, seminarios, pláticas, etc.) que hasta ahora se han desarrollado no han sido satisfactorias, debido a que las personas dejan de asis-tir. Mencionaron que modificar los hábitos es una tarea compleja que se dificulta si no se consideran las costum-bres, las creencias y las tradiciones, ya que los hábitos de alimentación se encuentran directamente relacionados con estas variables. Además, los modelos económicos y políticos también tienen injerencia directa sobre la con-ducta, los estilos de vida y la identidad de los sujetos. Lo anterior demuestra que los problemas de salud en la pobla-ción no sólo implican los aspectos nutricionales o médicos, sino que también dependen de aspectos sociales, lo que les otorga el calificativo de complejos.

Ante esta interrelación entre salud, actividad física y hábitos de alimentación, los estudiosos del comportamien-to nos enfrentamos a un gran reto. Si partimos del hecho de que una de las finalidades del estudio del comporta-miento es explicar y predecir la conducta, y seleccionamos como sujetos de estudio a humanos, tendremos que consi-derar que existirá una gran cantidad de variables. Estas úl-timas interactúan con patrones de conducta que son sus-

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ceptibles de ser modificados, ya sea por el paso del tiempo o por la influencia de otras variables. De manera particular, la actividad en los seres humanos es una variable que se ha considerado en el estudio del comportamiento. Al respec-to, Buckworth y Dishman (2002) han identificado los si-guientes antecedentes y consecuentes que influyen sobre el ejercicio:

1.  Factores ambientales. Son el clima, anuncios publicita-rios, medios de comunicación, calidad del aire, acceso y facilidades para recibir servicios de salud; seguridad, tiempo y ubicación geográfica.

2.  Factores sociales. Se incluyen el contacto con amigos y familia, cultura e infraestructura para recreación.

3.  Factores cognitivos. Se trata de pensamientos, actitu-des, creencias, valores, emociones y autoconcepto.

4.  Factores fisiológicos. Son el género, estado de salud, presencia de dolor o fatiga, habilidades físicas y con-dición física.

5.  Factores personales. Se consideran antecedentes de realización de ejercicio, historial de salud, educación, ingresos económicos, personalidad y rasgos físicos.

Adicionalmente, Buckworth y Dishman (2002) señalaron que es importante considerar que los hábitos son parte del repertorio de conductas del ser humano y, por tal motivo, son susceptibles de modificarse e inclusive se pueden ad-quirir nuevos. A partir de la anterior información es posi-ble señalar a manera de reflexión que la actividad es una conducta que al realizarse de manera periódica puede con-siderarse hábito. La actividad como conducta es suscepti-ble de ser modificada, lo que ocurrirá en función de las condiciones del sujeto y de los estímulos que le anteceden, mismos que incentivarán el próximo inicio de la actividad. Deben establecerse factores reforzantes para que el sujeto adopte una conducta de ejercicio y la mantenga, ya que eso permitirá comprender cómo las personas modifican su comportamiento en función del ejercicio y cómo el ejerci-cio modifica a su vez otras conductas.

Modificar nuestro comportamiento para adoptar con-ductas consideradas saludables, como beber agua, no con-sumir sustancias dañinas, ingerir productos saludables, dormir bien, además de tener espacios de esparcimiento, diversión y convivencia, es bueno para nosotros y propor-ciona un estado de bienestar. Al igual que estos factores, el ejercicio es necesario para los seres humanos, pues ayuda a conservar la salud; pero muchas personas no lo realizan. Se ha comprobado en modelos animales que el peso corporal, la ingesta de alimento y la actividad tienen efecto recípro-co. Es decir, la actividad propicia la disminución en el con-sumo de alimento, lo cual se ve reflejado en disminución del peso corporal, que a su vez se correlaciona de manera directa con incremento en la actividad (Belke, 1996). A di-ferencia de los estudios en modelos animales, los humanos somos renuentes a realizar actividad física y, en la mayoría de casos, tendemos a abandonar los programas destinados

a desarrollar personas activas. Lo idóneo sería aprender estilos de vida que propicien bienestar y salud. Al respecto, Blair, Jacobs y Powell (1985) señalaron que el efecto que tiene la actividad física sobre la salud y la enfermedad pue-de analizarse a partir de sus consecuencias directas e indi-rectas. Las primeras se observan en el control de peso, la ingesta calórica, la disminución de afectaciones en la salud y el manejo de las situaciones de estrés. Por otra parte, las consecuencias indirectas que se atribuyen a la actividad fí-sica son que ésta se vuelve incompatible con fumar, sobre- alimentarse, consumir sustancias nocivas e ingerir alcohol.

ConclusiónEl interés en el estudio de la actividad ha permanecido vi-gente dentro de la comunidad científica interesada en este fenómeno, aun cuando tiene más de un siglo que es estu-diada, investigada y teorizada. El estudio de la actividad en modelos animales cobra importancia porque el movimien-to es una característica inherente de los seres vivos, cuyas particularidades varían entre las especies. De esta manera, existen movimientos característicos para la migración, la búsqueda de alimento, la huida, el juego, la depredación y otros. Es decir, la actividad se asocia de manera directa con conductas que garantizan la adaptación y supervivencia de los organismos. Sin embargo, en las últimas décadas el in-terés ha repuntado, lo cual quizá pueda atribuirse a los pro-blemas de salud que presentan los seres humanos. Estos trastornos se vinculan principalmente con el sedentaris-mo, al cual se señala como causante de padecimientos como la obesidad y el cúmulo de enfermedades crónicas que la acompañan. Como consecuencia, se realizan cons-tantes campañas publicitarias en los medios de comunica-ción para fomentar la actividad física y el deporte.

Es interesante mencionar que, en sus inicios, la pre-gunta que direccionaba la investigación científica sobre actividad era: “¿Qué propicia que un organismo se mue-va?” Sin embargo, con los problemas de salud en humanos, pareciera que la pregunta de investigación se ha modifica-do y ahora se cuestiona: “¿Qué propicia que un organismo no se mueva?” Actualmente se siguen realizando estudios para responder al primer cuestionamiento, gracias a los avances tecnológicos que permiten realizar mediciones más precisas para identificar y medir los determinantes de la actividad. No obstante, la segunda pregunta también amerita investigaciones, ya que a partir de identificar y ca-racterizar los factores que propician el sedentarismo se po-drán generar alternativas para contrarrestar, en la medida de lo posible, esta condición.

Existen ventajas en el estudio de la actividad en am-bientes controlados de laboratorio, ya que se facilita la vigi-lancia de la actividad de manera permanente y continua. No obstante, la actividad también puede ser estudiada en otros espacios. Sin embargo, deben considerarse los si-guientes aspectos:

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1.  ¿Cómo se registrará la actividad?2.  ¿Dónde se estudiará a los sujetos?3.  ¿Cómo se analizarán los datos recolectados?

Lo anterior, con la finalidad de caracterizar el fenómeno e identificar sus determinantes.

Se invita, pues, a todos aquellos interesados en este tema para que sigamos realizando la investigación con profundo respeto a la actividad, que como se ha descrito a lo largo de este capítulo, sigue siendo tema vigente y de gran interés para el estudio del comportamiento y la ali-mentación.

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